Pesada carga la que tiene sobre sus espaldas quien quiera trasladar la obra de Bioy Casares al cine. Los textos del gran escritor argentino (perdón, borgianos) parecen tener un aura de densidad compleja de poner ante cámara. En ese sentido, el film de Alejandro Chomski no escapa, en parte, a esa maldición, aunque a medida que avanza en el relato logra sortear más de un escollo. Quizá podamos tomar a El sueño de los héroes, de Sergio Renán, como referencia basal en esto de adaptar la obra de Bioy (dejando de lado a Lost, claro). En ese sentido, y salvando las distancias entre uno y otro film, puede que este trabajo de Chomski no descolle, pero ha sabido meterse en el espíritu de un texto difícil y que al entrar de lleno en el terreno fantástico retuerce aún más la labor de la adaptación. Sobre todo para el cine argentino, poco adepto a todo aquello que bordee al sci-fi. La historia gira en torno a un hombre gris (Luis Machín) preocupado por la salud mental de su mujer (Esther Goris) y que acude a un centro psiquiátrico en busca de ayuda. Pero la solución, lejos de ser tal, se transforma en problema mayor cuando el sufriente esposo nota que su mujer ya no parece ser ella. "Nunca me había hecho un fellatio", remarca como para dejar en claro que las cosas ya no son lo que eran. Sin embargo, habrá más para el derrotero de nuestro antihéroe de turno, quien parece destinado a mucho más que lidiar con una amante que se le hace extraña. Chomski hace que su película aumente en interés y certeza a medida que avanzan los minutos, pasando de una inicial sensación de film al viejo estilo (o de perfil anticuado, de amarillenta usanza narrativa) a una bienvenida fluidez entre los personajes, sobre todo cuando el psiquiatra que compone Carlos Belloso se cruza con el fatídico hombrecito gris. En ese sentido, es destacable el trabajo de Esther Goris y lo del propio Machín, no así la performance de Florencia Peña, con un personaje que no luce, que pese al lugar relevante que ocupa en el texto escrito, aquí podría haber quedado afuera por su falta de escencia y atractivo. Con los últimos minutos del film llega el clímax, muy bien logrado, contando con una historia circular que, vale el subrayado, crece en interés conforme el avanza el metraje, lo cual fue bien aprovechado por un director que supo interpretar la obra de un escritor que parece abrir a sus adaptadores sus pesadas puertas solo de vez en cuando. Quizá esta sea una de esas ocasiones.
Con sus idas y vueltas entre la Argentina y los Estados Unidos, Alejandro Chomski terminó filmando Dormir al sol, adaptación de un texto de Adolfo Bioy Casares que, definitivamente, marca el abordaje del autor literario sobre lo fantástico. Dormir al sol es una apuesta arriesgada para el cine nacional: film de época, es una historia de amor trágico que se acerca al thriller y a lo sobrenatural que aparece en los límites de la realidad. Aquí un relojero decide internar a su esposa en una clínica frenopática, debido a un mal que padece pero del que nunca se clarifica demasiado. Todo está cargado de misterio en Dormir al sol, y bien ilustrado por la fotografía y la dirección de arte. No quiero cargar las tintas, pero la presencia de Esther Goris es uno de los lastres que debe cargar el film: sus líneas de diálogo parecen casi recitadas, arrastrando en la impostura a un buen actor como Luis Machín. De hecho, cuando su personaje pierde presencia, sobre la última media hora, Dormir al sol levanta, mostrándose más fluida y menos acartonada. Lo que demuestra el film, aún con sus aciertos parciales y su tono menor, es que la Argentina tiene una gran literatura sobre la cual fijarse si hay deseo de trabajar los géneros. Por ese lado podemos saludar la apuesta de Chomski, que luce tal vez como un buen capítulo de La dimensión desconocido. A lo mejor que no pase de la anécdota es su mayor problema.
Te amo en cuerpo y alma El realizador argentino Alejandro Chomski transpuso la novela fantástica de Adolfo Bioy Casares con una puesta en escena rigurosa. Apoyado en un casting efectivo, su film reflexiona –sin solemnidad- sobre la dicotomía entre cuerpo y alma. Lucio (Luis Machín) y Diana (Esther Goris) componen un matrimonio de clase media “trabajadora”. Él es relojero y da la sensación de que mide su vida con los mismos instrumentos que emplea en su trabajo. Tal vez por ello quiere que su mujer supere la angustia que le ocasiona no tener hijos y “encaje” mejor en su vida privada y también en la vida social. A simple vista cuesta ver una crisis familiar, pero la desazón de Diana se deja entrever en los pequeños actos cotidianos. Siguiendo el consejo de un entrenador de perros amigo, interna a su esposa en un hospital para enfermos mentales, sin sospechar que los problemas no sólo no se solucionarán, sino que además mutarán hacia zonas insospechadas. El escenario es Parque Chás, posiblemente hacia los años ’50. Pero más allá de su temporalidad, es crucial su cualidad concéntrica, que encuentra una analogía en el drama de Lucio. Como una espiral que lo ata a su destino, hay algo de ribete kafkiano en su devenir, palpable en la narrativa del gran Bioy Casares. La directora de fotografía Sol Lopatin lleva su tarea al borde de la sobre-exposición, produciendo así una sensación de extrañamiento que está a un paso de la pesadilla. Pero lejos de teñir al relato de una magnificación impostada, esta decisión ameniza el terrible drama que acontece tanto a Diana como a su marido. En sintonía, la película oscila entre el tono dramático y el cómico, sin inclinarse hacia ningún extremo. El asunto se complica una vez que Diana llega a su casa, luego de la internación. ¿Se trata de la misma mujer? “Uno quiere al otro también con sus defectos”, le dirá Lucio al doctor Samaniego (Carlos Belloso) en un momento clave. Chomski tensa la fina separación entre género fantástico y extraño al no explicitar desde el comienzo la adscripción absoluta al primero. Esta decisión produce una mayor fascinación por la dicotomía entre cuerpo y alma, telón de fondo de Dormir al sol (2010). Es por ello que el primer acierto del film es mantener la época y –de esta manera- llevar las posibilidades de lo fantástico hasta bordear el humor absurdo. Para ello contó con un casting insuperable, en el que tanto Machín como Goris y Belloso componen singulares criaturas que producen risas y pena. También es efectiva la inclusión en el reparto de Florencia Peña como la cuñada enamorada, a la espera de la disolución matrimonial. No es menor el trabajo realizado con los perros, centrales en el relato (ya verán por qué). En pocas escenas transmiten todo el pathos necesario para que la historia sea verosímil. Dormir al sol es una de las pocas propuestas interesantes que ha dado San Luis Cine, junto a Cama adentro (Jorge Gaggero, 2004). Una cuidada realización que explora al “fantástico nacional” con genuinas herramientas cinematográficas, dándole cabida al humor más inteligente para abordar uno de los tantos misterios humanos.
Basado en la novela homónima de Adolfo Bioy Casares, Alejando Chomsky realiza una película de una Buenos Aires a mediados del siglo XX donde intenta retratar la imposibilidad de la relación amorosa a través de elementos fantásticos. La Nouvelle Vague apareció en Francia para combatir a los cineastas que hacían adaptaciones literarias solemnes de grandes literatos. A partir de ese momento el cine cambió para todos y para siempre. Para todos menos para Chomsky parece, que, siguiendo con el perfil de Pantalla Pinamar, hizo una película que atrasa treinta años donde se escucha mal, se ve mal, se actúa mal y se dirige mal. ¿No se entero Chomsky que existen quince años de nuevo cine argentino donde las películas son técnicamente impecables? No hay planos generales abiertos en la película para mantener “contenidos” a los detalles de época, eso si, hay un plano cenital de Parque Chas desde el Google Earth, ¿contradicciones? No, solo mamarracho. Como las “subjetivas de los perros” que tomaban almas humanas. Un cine argentino rancio que recuerda a su peor época, el cual debemos combatir para que no vuelva a aparecer.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Un mundo pesadillesco Una curiosa película nacional que habla sobre la imposibilidad de amar y los cambios de identidades a través de elementos fantásticos que birinda la novela homónima de Adolfo Bioy Casares. Dormir al sol puede desconcertar al espectador desprevenido pero tiene a su favor una atmósfera de locura y de apariencias engañosas que confunden a los personajes y hasta al mismo público. Ambientada en los años 50 y en un barrio que no tiene esquinas (ni escapatoria para quienes lo habitan), la película sigue los pasos de Lucio Bordenave (Luis Machín), un ex bancario devenido en relojero. Todo transcurre tranquilamente hasta que su esposa Diana (Esther Goris) es internada en un instituto de salud mental dirigido por un inquietante profesional (Carlos Belloso). El director Alejandro Chomski (Hoy y mañana;A beautiful life) comienza su narración con la toma subjetiva de un perro y presenta a personajes que se mueven en un ámbito cotidiano que se va enrareciendo con el correr de los minutos. En el elenco sobresalen Luis Machín y Esther Goris, la pareja en cuestión, dejando en un segundo plano a la hermana de Diana (Florencia Peña); al abuelo (Alfonso Pícaro, quien acompañara al Negro Olmedo en el sketch de Alvarez) y a nietos y vecinos cuyas vidas transcurren sin sobresaltos. Lo racional va desapareciendo a medida que se explican una serie de experimentos sobre el "lavado de cebrero" y el espectador se sumergirá en una realidad irreal o una realidad tangible. Todo eso es Dormir al sol, un film distinto, provocativo, que llega con dos años de retraso y no le teme al ridículo o a su arriesgada estructura cíclica en la que la locura también dice presente. La fantasía golpea a la puerta de una casa de barrio.
Con su estilo característico de situaciones inexplicables Bioy Casares escribe en 1973 la novela Dormir al Sol. En la actualidad, el director Alejandro Chomski adapta el libro para llevarlo a la gran pantalla, y después de haber participado en diferentes festivales llega su estreno local. La historia transcurre en Parque Chas, un barrio circular y detenido en el tiempo como lo anuncia la película conocemos a Lucio, un relojero de carácter tranquilo que sin mucho temperamento y motivos, decide internar a su esposa por recomendación de un entrenador de perros en una clínica Frenopática. El metraje cuenta con una buena ambientación de la década del ´50 y también con buenos actores como Luis Machín, Esther Goris, Enrique Piñeyro, Carlos Belloso, Mercedes Scápola, Norma Argentina y Florencia Peña. Sobre el final se puede disfrutar de una excelente actuación de Machín cuando su comportamiento se vuelve siniestro y su mirada perturbadora en el rol de Lucio. Una historia tan circular como el barrio donde fue filmado, en algunas ocasiones redundante, pero logra un climax tenso, en acompañamiento con la banda sonora, que se vuelve inevitable ser partícipes de este mundo fantástico que Chomski ha creado de esta novela urbana.
Con aciertos parciales en el clima y en algún personaje aislado, Dormir al sol tiene algunos de los problemas de El sueño de los héroes, de Sergio Renán. Ambas películas "adaptan" para encajar la literatura "en cine" y, más allá de su valentía para meterse con novelas fundamentales, no se apropian de ellas con la determinación e imaginación suficientes como para encarar de manera más fructífera el problema del traslado del fantástico de Bioy al cine. El peso de Bioy está ahí, y tanto es así que Dormir al sol, película dirigida por Alejandro Chomski, comienza con un perro y algunas imágenes subjetivas (del sujeto perro). El espectador que no leyó la novela tal vez se extrañe, y el lector entiende la referencia a la novela leída en su totalidad. Así, esta película sobre un relojero, su mujer con problemas psicológicos y su internación en una misteriosa clínica expone su decisión de mantenerse bajo Bioy. O, mejor dicho, bajo el peso de la novela o sobre aquello que recorta de ella. Ni Bioy ni ningún gran escritor son meramente sus tramas. Si en La invención de Morel y Plan de evasión las tramas eran más asfixiantes, en Dormir al sol -con su mundo amable y repleto de referencias digresivas a la vida barrial porteña de los cincuenta- importan y mucho el ambiente creado a partir de los modos de los personajes, su tono asordinado, su extraordinaria gracia, su liviandad. Lamentablemente, Chomski resalta de forma demasiado solitaria la trama, con personajes que, vaciados de sus características más atractivas, cumplen funciones antes que existir vivamente. El Lucio Bordenave que interpreta Machín es excesivamente melifluo, apocado, acartonado. Ese exceso lo acerca a lo poco creíble, como cuando interactúa con Adriana María (Florencia Peña, que en su breve rol deja ver algunas bienvenidas chispas verbales). La tendencia a la solemnidad de los diálogos y su disposición excesivamente prolija evidencia un armado que nos hace demasiado conscientes de que en realidad lo importante pasa por otro lado. De esa forma, se pierde la posibilidad de que entre de forma fluida el costado científico-fantástico del relato. Por otra parte, el amor entre Diana (Goris) y Lucio, fundamental para entender lo que sucede, flaquea en su construcción: las declaraciones de amor que se prodigan no revelan aquello a lo que apuntan (la pasión de Lucio, que debería ser el motor). Con el costado más juguetón de la novela descartado y una respiración narrativa entrecortada, Dormir al sol aparece como almidonada, tal vez hasta rígida. Dos películas argentinas recientes hacen referencia a Bioy sin adaptarlo: son Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, y Los paranoicos, de Gabriel Medina (esta última traspone el corazón de la anécdota de El sueño de los héroes a un universo contemporáneo). Ambas parecen decir que la mejor manera de acercarse a Bioy desde el cine es traerlo a un nuevo modo de existencia. Ese modo, esa película nueva, está en Dormir al sol como demasiado breve promesa en los aislados y refulgentes planos del agua, la balsa y el perro.
Versión con el alma a mitad de camino La novela de Adolfo Bioy Casares en la que se basa esta película está entre lo más logrado del autor, por el modo en que imbrica el fantástico más descabellado con la acidez costumbrista. Pero al film, que es fiel y respetuoso, da la impresión de faltarle algo. “Parque Chas, un barrio sin esquinas, perdido en el tiempo”, dice un cartel inicial, sobre un plano aéreo de las célebres, laberínticas manzanas de Villa Urquiza que llevan al extravío al visitante ocasional. Adolfo Bioy Casares advirtió, cuarenta años atrás, que ningún otro barrio porteño se prestaba a lo kafkiano como esas calles de recorridos circulares, cuyo diseño, desafiando la geometría euclidiana, las lleva a cruzarse consigo mismas. En esa suerte de isla dentro de la ciudad de Buenos Aires se ubica Dormir al sol, publicada en 1973, pero que transcurre veinte años antes. Más de uno la considera –junto a La invención de Morel y El sueño de los héroes– entre las novelas más logradas del autor, por el modo en que imbrica el fantástico más descabellado con la acidez costumbrista. Tras filmar a comienzos de los ’90 un corto sobre el cuento de Bioy “Planes para una fuga al Carmelo”, desde hace tiempo que Alejandro Chomski (realizador de Hoy y mañana, 2003) quería llevarla al cine. Lo logró, aunque algo parece haber quedado en el camino: a su versión, fiel, concienzuda y respetuosa, da la impresión de faltarle algo. “Quería hablarle del tema de la adopción”, confía Lucio Bordenave (Luis Machín) al doctor Standle (Enrique Piñeyro), con la clase de envaramiento expresivo que al autor de Historias desaforadas tanto le divertía. “Ah, ¿piensan adoptar un hijo?”, contesta el doctor. “No, un perro.” Como Lucio y su esposa Diana (Esther Goris) no pueden tener hijos, pensaron en un sustituto peludo para aliviar los estados de melancolía en los que ella suele caer. El doctor Standle cree, sin embargo, que la solución la tiene el doctor Reger Samaniego, director del Instituto Frenopático, instalado desde hace poco en la zona. “Le voy a devolver una mujer que es y no es Diana”, le dirá más tarde, no sin pompa, Reger Samaniego (Carlos Belloso) a Lucio, tras una larga internación y la insistencia del marido por recuperarla. Efectivamente, esa Diana no parece Diana. ¿Puede ser que no lo sea? Llegado el punto, Reger explicará a Bordenave en qué consiste la almagración: en la migración entre almas y cuerpos, gracias a los servicios de la cirugía cerebral. Ironía feroz, a la larga Lucio y Diana, que querían adoptar un perro... No, eso no debe contarse. Chomski, autor de la adaptación, reconvierte la primera persona del original (salvo el epílogo, toda la novela se enuncia como la larga carta que Bordenave escribe a un conocido, desde el encierro) a la tercera persona en la que el cine suele expresarse. Es posible que la pérdida de intensidad que se registra se deba a ese paso, que lleva de la subjetividad a una presunta objetividad. Sin perder el estilo calculado, irónico y distanciado propio de Bioy, la novela se deja arrastrar por la fiebre, la pesadilla, el delirio médico, cruzando romanticismo y ciencia ficción de un modo semejante a lo que el autor había hecho en su momento en La invención de Morel. En la película todo está como atenuado, tanto el escalpelo irónico como el crecimiento de la locura, la paranoia, la descarada derivación al fantástico y lo kafkiano de la que la novela hace gala. Es como si la propia película no hubiera logrado consumar la almagración, quedando el alma del original a medio camino y un cuerpo, el de la película, idéntico a aquel y sin embargo sin ella. Si del cuerpo del film se trata, no pueden dejar de destacarse unos rubros técnicos renuentes al exhibicionismo, la concisa pero puntillosa reproducción de época y la muy acertada elección del elenco y dirección de actores. Difícil imaginar un Bordenave más Bordenave que Luis Machín, una Diana más quebradiza que Esther Goris, una Adriana María (su hermana) más maledicente y hormonal que Florencia Peña y un perrito más conmovedor que ese cuzco manchadito, que entrega una carta vital y se queda esperando respuesta, los ojos encendidos. Como si dentro de él algo o alguien, un hombre o un alma, hubieran quedado aprisionados para siempre.
Qué vida de perros La novela de Bioy Casares tiene un cuidado correlato en la mirada de Alejandro Chomski. El universo de Bioy Casares es más o menos difícil de trasladar a la pantalla -recordar El sueño de los héroes , de Sergio Renán-, en particular el de Dormir al sol . Es el tipo de relato en el que las sutilezas enmarcan una trama con sorpresas, más que vueltas de tuerca. De esas narraciones que se disfrutan más y mejor a medida que se van desarrollando y abriendo los ojos al lector/espectador.Por ejemplo, ¿qué es esa cámara subjetiva de un perro, casi al comienzo? Lucio Bordenave -una de las mejores composiciones de Luis Machín en el cine, pareja con la de Felicidades , de Lucho Bender-, huérfano desde chico, trabajaba en un banco, pero ahora desempleado, es un relojero. Casado con Diana (Esther Goris, irreconocible estando tan contenida), escucha la siguiente pregunta de otro personaje: “¿De vuelta mal de los nervios?”, le dicen en referencia a su esposa. Es que Diana -¿quién no conoció a una perra con ese nombre?- tiene la teoría de que los perros hablan.Y como hay gente que no entiende, no comparte esa filosofía, Diana termina internada en el Instituto Frenopático, contra la voluntad de Lucio. Ya la tuvo internada en otros lugares y bajo otras circunstancias. Pero accede: él también advierte que Diana no está del todo bien de la cabeza.De a poco, Lucio notará que loque sucede a su alrededor tampoco condice con lo que algunos denominaría normal. ¿Qué es normal? Su cuñada (Florencia Peña) no hace otra cosa que intentar seducirlo. El doctor Samaniego (un Carlos Belloso que el cine debería aprovechar más) le responde con ambivalencias cuando él quiere saber cómo está su esposa. ¿Qué está pasando? La riqueza del filme de Alejandro Chomski radica en la creación de atmósferas y la (re)creación de época -Parque Chas, sin tiempo especificado, serían los ‘50-. En pocas películas la ambientación cobra la fuerza necesaria para acompañar y no reforzar lo que se está contando.El relato tiene un momento, un clic, en el que como solía decirse hay que creer o reventar. Optamos por lo primero, no sólo por una cuestión de supervivencia, sino porque a la sonrisa que acompaña la comprobación de lo que se intuía, le sigue un desenlace acorde con lo que venía pasando.“No confundas tristeza con locura” es una de las pocas frases que, tras la visión del filme, perdura en el recuerdo. No interesa quién la pronuncia, pero está allí el centro de la cuestión. Como toda buena película, Dormir al sol permite más de un interpretación, más de una mirada.Cada cual con lo suyo, cada loco con su tema.
Transplante de almas con precisión animal Alejandro Chomski es la clase de director de cine y de persona que se caracteriza por no cejar en nada con tal de lograr los rigurosos objetivos que se propone. Esto se aplica tanto a su propia labor como a la tarea, artística y técnica, de todo su equipo. Dormir al Sol, de Adolfo Bioy Casares, adaptada por Alejandro Chomski para el cine, es un verdadero logro como guionista y como director. El resultado de su meticulosa lectura del relato fantástico de Bioy Casares es tan magnético como la fuente literaria en la cual está basada. En términos visuales, Dormir al Sol, el film, es una fascinante recreación de la Buenos Aires de la década de 1950 y de un grupo de personajes de un típico barrio porteño cuyas vidas se ven alteradas por una sucesión de elementos sobrenaturales. Como es de rigor en el género fantástico, la presencia de elementos que hacen a la cotidianeidad de los personajes otorga una cualidad oscuramente metafísica o incluso anormal a hechos de lo más realistas y creíbles, que se vuelven particularmente ominosos por el inesperado giro de las circunstancias. Dormir al Sol, tanto el relato original como su trasposición cinematográfica, normalmente remitirían a los potenciales lectores o espectadores a bucólicos espacios, gentes y situaciones. Sin embargo, el suspenso y el horror de las derivaciones de la principal línea narrativa van in crescendo con una conflictiva mezcla de descreimiento y revelación. El protagonista de Dormir al Sol, Lucio Bordenave (acaso todo personaje inolvidable no lleva un nombre inolvidable?), enfrentado con el fantasma de la desocupación, recurre a su Arltiano saber sobre el funcionamiento de relojes mecánicos. Esta misma mecanicidad y chatura comienzan a invadir todos los espacios de la vida de Bordenave, quien sobrelleva, estoicamente, una existencia gris y monótona, y un matrimonio yermo con su esposa Diana. Pero la apatía se torna desasosiego y desesperación cuando Diana, debido a su errático comportamiento, es internada en una "clínica frenopática" para solucionar su depresión crónica. Además de aplicar rutinarios tramientos psiquiátricos, el director de la clínica también se dedica -con sospechoso ahínco- a extrañísimos experimentos. Su teoría intenta demostrar que el cerebro y el alma de una persona se pueden transplantar a otro cuerpo humano. Como una especie de avatar biológico, se diría. Pero lo más perturbador de todo el asunto es cuando la transmutación parece cruzar las fronteras de las especies biológicas. Bordenave, ante la ausencia de su esposa internada, decide adoptar una mascota (una perra). Instintivamente, Bordenave la llama Diana, como su mujer, y es a partir de ese momento que el animal comienza a mostrar caracteristicas propias de Diana, la mujer de Bordenave, antes de su internación. Dormir al Sol, el film de Chomski, se nos presenta como un artilugio casi tan eficaz como el cuento de Bioy Casares: se construyen atmósferas que propician, inicialmente, la falsa convicción de que habitamos un mundo regido por leyes físicas incuestionables. Sin embargo, de modo gradual, esas mismas reglas comienzan a tambalear. El hábil trabajo de Chomski, como adaptador, director y ordenador de un mundo que se torna caótico, da como resultado un producto de excelente manufactura técnica. Con un elenco que se apropia de cada centímetro del espacio físico que, según antropólogos y sociales, le corresponde a cada persona para una armoniosa convivencia, Dormir al Sol puede leerse como una excelente trasposición del texto original, o incluso como un coherente trabajo de adaptación a otro lenguaje, el cinematográfico, con tiempos tal vez más apremiantes pero también con una capacidad de síntesis inigualada por otros medios.
Del realismo fantástico local El director construye una obra austera, mínima, la ubica con aciertos en un barrio laberíntico como el de Parque Chas, e imprime a través de la fotografía algo del misterio, el toque casi demodé de la novela. La película está basada en una novela corta de Adolfo Bioy Casares, importante escritor argentino, que con su mujer, Silvina Ocampo y su amigo Jorge Luis Borges, dieron un vuelco particular a la literatura de nuestro país al incursionar dentro del realismo fantástico. "Dormir al sol" escrita en 1973, cuenta lo que le pasó a Lucio Bordenave, cesanteado recientemente y metido a relojero, que, muy enamorado de su mujer, sufre una serie de cambios que le harán, tangencialmente, ingresar al mundo de la locura y luego al de la fantasía, donde la figura del perro adquiere una notable importancia. COMO UN SUEÑO Bordenave, su mujer Diana, el misterioso doctor Standel y el doctor Samaniego son los personajes en la novela que en la película actúan a horcajadas de la realidad y la ficción. A veces como habitantes de un sueño, otras como vecinos de Parque Chas (Villa Urquiza, en la novela), en los "60 en el libro, en los "50, en la película, mantienen esa característica no totalmente real otorgada por el autor. Hace poco tiempo tuvimos en Buenos Aires un filme con connotaciones similares, era una película protagonizada por Paul Giamatti "Itinerario de almas", que también versaba sobre el sutil tráfico de almas y la posibilidad de emigrar un tiempo de los cuerpos para curarse en otros. La película aborda esa temática y también puntos clásicos, habituales en Bioy, el amor, el destino como juego, la pérdida de la identidad y el cambio. UNA OBRA AUSTERA El filme de Chomsky vuelve a mirar hacia la literatura. La mayoría de los jóvenes realizadores no se inclinan por esta opción. El director construye una obra austera, mínima, la ubica con aciertos en un barrio laberíntico como el de Parque Chas, e imprime a través de la fotografía algo del misterio, el toque casi demodé de la novela. Bien elegidos los personajes, Machín como Bordenave, Esther Goris como Diana, Belloso como el doctor Samaniego y Enrique Piñeyro como Standle, todos guardan el "physique du role" requerido, aunque la dirección de actores no sea firme. Una pena la poca utilización de la clave argumental, el perro; el comienzo prometía un misterio que se desvanece con el desarrollo posterior.
Se encuentra perfectamente ambientada en los años 50, en un barrio porteño, Parque Chas, en la ciudad de Buenos Aires, está apartado de todo, no tiene esquinas y está compuesto sólo por calles circulares, y cada uno de los habitantes del lugar vive su vida. Allí conocemos una familia especial, Lucio Bordenave (Luis Machín), ex empleado de Banco, ahora se dedica al oficio de relojero, un personaje algo gris, tranquilo, misterioso, sereno y enamorado de su esposa, casado con Diana (Ester Goris), esta vive triste porque no puede tener hijos, se algo perdida en su vida social y personal. Su distracción está vinculada a buscar una mascota pero ninguna la convence demasiado, quien le presta atención un tanto especial es el Doctor Standle (Enrique Pineyro) quien le sugiere a Lucio que debe internarla en un Instituto de salud mental, destinado a curar a gente especial. A raíz de esto se ve rodeado de una serie de sucesos extraños, su cuñada Adriana María (Florencia Peña), que lo seduce, la aparición en su vida de una perra también casualmente llamada Diana, y las confusas entrevistas con el doctor Samaniego (Carlos Belloso), director del Instituto de salud donde se encuentra su esposa internada para su recuperación, todo comienza a estar envuelto en un hermetismo y el tiempo también es importante. Cuando vuelve su esposa Diana al hogar, todos notan que es otra mujer, físicamente es igual, pero sus actitudes son otras, todos queremos saber que paso, nos vamos metiendo aun mas en la historia, hay que entender su código y su tono especial, donde nos metemos en un universo fantástico, sorprendente, rasgos de comedia negra, y al mejor estilo de Luis Buñuel o Tati. Es bastante difícil trasladar una obra de Bioy Casares al cine, pero cuando Chomski pone la cámara asume todos los riesgos, y a medida que van corriendo los minutos del film crece el interés de la platea. No se puede develar demasiado, contiene muy buenos planos y montaje, aquí todos los personajes de esta novela están enamorados, en el cual se confunde lo real con lo imaginario, el sueño con el insomnio, la locura con la lucidez; llega a un mundo de pesadilla, que culmina con un sorprendente final que deja a más de un espectador boquiabierto.
Alejandro Chomski dirigió y escribió el guion sobre la novela de Bioy Casares. Tráfico de almas y de cuerpos en barrio de calles circulares donde los personajes humanos y perrunos se mueven en una atmósfera de misterio, alucinación y amenazas. Se lucen Esther Goris y Carlos Belloso.
Bioy Casares bien adaptado al cine ¿Cómo llevar al cine la singular extrañeza, el humorismo de acción retardada y las amables (solo aparentemente nimias) especulaciones filosóficas de Bioy Casares? Pocos lo han intentado: Mercedes Frutos con «Otra esperanza», Sergio Renán y «El sueño de los héroes», unos italianos y franceses que, a decir del autor, «desinventaron La invención de Morel», y, por supuesto, Torre Nilsson, que de joven adaptó «El perjurio de la nieve» y le salió una obra bastante buena, «El crimen de Oribe». No podemos decir lo mismo de la que hizo ya grande, «La guerra del cerdo». En cambio la que vemos ahora, «la de los perritos», como dijo una espectadora, también salió bastante buena. El realizador, Alejandro Chomsky, captó el tono del escritor, su modo de introducirnos en ciertos asuntos y hacernos sentir, entre gozosos, curiosos, y crecientemente inquietos, algo raro en la normalidad cotidiana, algo que se manifiesta con una lógica levemente distinta a la que uno supone, y que al final puede resultarnos brillante como exposición, pero terrible como especulación. Todo eso, prácticamente sin efectos especiales ni exageraciones fotográficas. Solo con un excelente elenco que sabe representar lo que les pasa a sus personajes por dentro, empezando por Luis Machin, excelente, Esther Goris, Carlos Belloso como un peligro andante, y Florencia Peña como cuñada necesitada e insistente. Otro punto fuerte, la ambientación de Mariana Di Paola en un barrio que envuelve y encierra a sus habitantes, y en un tiempo, el de los años 50, que genera evocaciones de hogar, vida tranquila, costumbres familiares, mantenido amor matrimonial, e inocente respeto, pero también miedo particular ante las experimentaciones de la ciencia. En ese mundo vive un empleado bancario cesante, dedicado a relojero, con su querida esposa, cuyas obsesiones de madre frustrada le van alterando la cabeza. Para ayudarla a sentirse bien, alguien le aconseja mal. Y ahí cobra peso un frenólogo al frente de un instituto frenopático (otro placer evocativo son los nombres de ciertas entidades y corrientes del conocimiento que impresionaban en aquel entonces). ¿Será este facultativo un encubierto Mengele de barrio? ¿Lo advertirá a tiempo el relojero, y salvará al matrimonio de los riesgos de una separación entre alma y cuerpo? ¿O de ciertos experimentos de «felicidad domesticada», extensible a toda la sociedad? Bioy le hace decir al psiquiatra «Recuerde, señor Bordenave, que un médico de mi especialidad tiene algo de funcionario policial y hasta de juez». Pero también lo pinta como un reverendo ridículo. Bueno, uno de los deleites de la novela es esa capacidad de contar algo dramático como si fuera una cachada. Lo mismo había hecho Mijail Bulgachov al tratar un tema parecido, pero desde otro ángulo, en su amargo «Corazón de perro», que Alberto Lattuada llevó al cine como «comedia seria». De eso le falta un poco al joven Chomsky. Este drama de amor pudo ser más gracioso. Pero igual interesa. Rodaje en Mercedes, provincia de San Luis, como si fuera Parque Chas (y en Parque Chas también).
Respetamos tanto a Bioy... Cuidada, prolija, respetuosa, fiel. Esos cuatro adjetivos (en principio, de connotaciones positivas) son también el "problema" de esta transposición de la aclamada novela del gran Adolfo Bioy Casares. Es que esa veneración que Chomski (el mismo de la intensa, vertiginosa y moderna Hoy y mañana) se convierte en imposibilidad de "traicionarlo", de apropiarse del material para construir algo con ínfulas y potencia cinematográficas. El resultado, por lo tanto, es un film riguroso pero académico, sólido pero acartonado, al que se le extraña la fluidez, la ironía y la fascinación que despiertan la prosa de Bioy (problemas que también se evidenciaban en El sueño de los héroes, de Sergio Renán). La historia original del relojero (Luis Machín) y su esposa (Esther Goris) en la Buenos Aires de los años '50 tiene ambiciosos y audaces elementos fantásticos (aborda desde la locura hasta el tráfico de almas) en medio de un universo más propio del costumbrismo. Chomski los desarrolla en imágenes, pero ni los climas, ni el suspenso ni los personajes (esquemáticos, sin carnadura) están a la altura. Queda para rescatar el impecable trabajo visual, la solvencia técnica del conjunto, la sobria reconstrucción de época. Pero, se sabe, con eso no alcanza. El cine argentino aún sigue en deuda con Bioy.
Dos hombres enamorados de mujeres enfermas son capaces de apelar a recursos extremos para salvarlas. Lamentablemente las intenciones de uno no son tan nobles como las del otro. Y la pregunta que subyace es si vale la pena cambiar al ser amado, para que encaje con lo que se espera de él. Dormir al sol es la nueva película de Alejandro Chomski, basada en la novela homónima de Adolfo Bioy Casares, que él mismo adaptó. Bioy Casares es un escritor de literatura fantástica, y a menudo escribe sobre las dificultades de las relaciones entre las personas, mediante narraciones de ese género. ¿Por qué aclaro esto? Primero, porque me cuesta entender por qué es un escritor cuyos textos han sido adaptados al cine tantas veces, a mí no me parece muy cinematográfica su literatura. Segundo, para que el lector sepa, antes de ver la película, que el relato que va a ver es fantasioso. A mucha gente no le gusta eso, por eso creo que es importante que lo sepa de antemano. En el Buenos Aires de los años ’50, Lucio Bordenave (Luis Machin), un exempleado bancario devenido en relojero, está casado con Diana (Esther Goris). Ella sufre “de los nervios” (por la descripción que le hace al médico de sus síntomas, hoy le pondrían el cartelito de bipolar, medicación, y a otra cosa), tiene una relación amable pero distante con su marido, y está obsesionada con la escuela para perros del doctor Standle (Enrique Piñeyro). Aparentemente preocupado por la salud de Diana, Standle le propone a Lucio que la interne en la clínica de un conocido suyo, el Dr. Samaniego (Carlos Belloso), un lugar que no sería un psiquiátrico, pero donde, promete, van a curarla. Lucio duda, pero finalmente se decide, y la interna. Las cosas empiezan a verse sospechosas cuando le niegan las visitas, y sobre todo cuando, en un intento de espionaje del lugar, Lucio ve que de allí se escapa un perro. Pero las preguntas abundan cuando le “devuelven” a una Diana curada, pero con costumbres y gustos totalmente distintos a los anteriores, y la foto de una extraña atesorada entre sus pertenencias. A partir de allí, y de los constantes cuestionamientos de Lucio, el Dr. Samaniego le explicará, orgulloso, el procedimiento que él descubrió para ayudar a la gente con “almas atormentadas”. Tras semejante revelación, terminará él también pasando una temporada allí encerrado, y algo más. La adaptación es muy correcta, pero tal vez eso sea el factor que le juega en contra a la película, ya que la atmósfera termina siendo bastante claustrofóbica. En parte por la limitación de escenarios de la narración, y también por la imposibilidad de jugar con los exteriores, ya que no es fácil encontrar grandes espacios urbanos que se mantengan exactamente como en los ’50. Así, lo vemos a Lucio pasar frente a las mismas tres casas una y otra vez, y los planos exteriores son bien cerrados (como para que no se vea que la casa de al lado de la filmada tal vez ya es un chalet setentoso). La filmación es prolija, así como las actuaciones, aunque, con la salvedad de Machin, no se destaca ninguna particularmente. Completan el elenco varios personajes secundarios, como la resentida hermana de Diana (Florencia Peña), y la señora que atiende en la casa de los Bordenave, Ceferina (Vilma Ferrán). Y también están los perritos, en especial el que aparece al principio, de la misma raza que el de El artista. La ambientación de época (excepto las letras de la escuela de perros, que dudo que existieran en esa época) está muy bien cuidada, tanto en las escenografías como en el vestuario. El defecto pasa por la historia. Al igual que Lucio pasando por el mismo lugar tantas veces, el relato también parece pivotar siempre sobre el mismo eje. Hay un esbozo de apertura con la discusión con la hermana, que tal vez nos abriría un poco el panorama para entender el pasado, y actual presente, de Diana, pero tampoco se profundiza. No llega a atrapar. No aburre, la película es corta, pero no fascina. Si alguna vez te pareció que tu perro se expresaba casi como una persona, fijate de nuevo. cosas extrañas parecen estar sucediendo en Buenos Aires.
La novela de Adolfo Bioy Casares es, quizás, uno de los grandes libros fantásticos creados en la Argentina, la historia de un hombre de barrio que lidia con la tristeza de su esposa hasta que ésta ingresa en un extraño instituto. La película de Alejandro Chomsky no logra ser más que una deslucida traslación que deja de lado los ricos matices de la pintura de costumbres del texto original y se sostiene solamente por algunas actuaciones (Luis Machín está realente muy bien).
Transpuesta al cine en varias oportunidades, la obra de Adolfo Bioy Casares tuvo en los últimos tiempos una aceptable adaptación como la de El sueño de los héroes, de Sergio Renán. Ahora Alejandro Chomski se suma a la lista de realizadores atraídos por su literatura, adaptando el libro Dormir al sol, a priori un material interesante dentro de un marco ídem: el enigmático barrio porteño de Parque Chas. Pero esta historia ambientada en los años 50, que aborda la locura (o acaso la bipolaridad, aún no definida así en aquella época) y que se interna en extraños -y fantásticos- vericuetos del comportamiento humano, pese a sus esfuerzos formales, no termina de convencer. Tanto la trama, que deriva en una prodigiosa transmutación de almas, como ese pequeño laberinto urbano que representa esa zona de Buenos Aires, no están aprovechados a pleno. Más allá de ciertas imágenes subjetivas -relacionadas con perros-, ofrece una ambientación correcta pero precaria, con actuaciones ceñidas a personajes limitados que luchan por salir a flote. Dormir al sol (título sobre el que, por otra parte, no hay referencias durante el metraje) es un film demasiado medido que no alcanza clímax ni atmósferas pesadillescas -o kafkianas-, acordes con la imaginación puesta en juego en el texto original.
EL MAPA Y EL TERRITORIO Sobre perros y almas Ejercicio interesante el de la transposición. El hecho de tomar un cuento o una novela y transponerla a la pantalla requiere de una gran capacidad de criterio, de decidir qué conviene dejar de lado y qué no. Pasar de lo literario a lo audiovisual y no perder en el camino lo más importante- la conciencia del origen. Sin ir más lejos, en el cine nacional hay un gran ejemplo de transposición: Un Oso Rojo. La película de Caetano funciona como una relectura de "La Odisea", de Homero, de forma concisa y eficaz, manteniendo algunas claves a nivel argumental y logrando transmitir las mismas pasiones que su antecesora. Otro ejemplo partiendo del mismo texto es el film ¿Dónde estás hermano?, de los hermanos Coen, que es quizá más desarrollado y funciona a otro nivel- el de la completa autoconciencia. Alguien que no leyó "La Odisea" se pierde numerosos detalles de la trama, mientras que en el caso de Un Oso Rojo no. ¿Qué es entonces lo que hace a una transposición? Pienso en el caso de un film más reciente, La Carretera, de John Hillcoat. La novela original, de Cormac McCarthy, es una obra maestra de la literatura post-apocalipsis. La película, como tranposición (y a mi parecer) no funciona del todo bien. Y se trata de un caso particular, porque posee varias escenas que parecen calcadas del texto original y es sumamente fiel con todos los giros argumentales. ¿Qué es lo que la hace entonces una transposición no tan lograda? Simplemente no supo transmitir el mismo "aire" que en la novela. Falla allí en donde no se puede fallar, que es en el espíritu del original. No estoy diciendo que sea película mal realizada (lejos está de serlo) sino, simplemente, que no funciona en su traspaso. En el caso de Dormir al sol, de Alejandro Chomski, pasa algo similar. Es un excelente ejemplo de una transposición mal realizada, aunque en este caso, aún si se cortara toda relación con la novela corta de Adolfo Bioy Casares, la película continúa fallando por todos lados. Es decir, no se trata sólo de una fallida transposición, sino también de un fallido producto audiovisual. Luis Machín y Esther Goris son los protagonistas del nuevo film de Alejandro Chomski. Lucio Bordenave (Luis Machín) es un devenido relojero que vive en su humilde hogar de Parque Chás junto con su mujer, Diana (Esther Goris), intentando sacar a flote un matrimonio venido a menos, principalmente debido a la inestabilidad psicológica de Diana, quien ha sido víctima de ataques y ha estado internada. La vida de Lucio es gris, opaca, plagada de aburrimiento y sin nada, ni siquiera sexo, que le de alguna emoción. Todo cambia cuando un día, el Dr. Standle (Enrique Piñeyro), un misterioso personaje que experimenta con perros, insta a Diana a ser internada en un instituto frenopático. Así, Diana se separa de Lucio, quien intenta vanamente retenerla al comienzo, y luego se presenta en el atroz instituto para poder verla pero la visita le es negada. Cuando Diana vuelve, aparentemente "curada", Lucio comienza a notar numerosos cambios en ella, hasta el punto de sospechar que quizá no sea la misma Diana de siempre. En este punto, el relato entre en una espiral de misterio y fantasía en la que intervienen perros, cambios de identidad, procesos de transplante de almas, felatios y escapadas. Un cóctel que funciona a la perfección en la novela homónima de Casares, quien plantea un mundo en la línea de "La invención de Morel" en donde todo es posible pero que en la película falla, cae por peso propio principalmente debido a un incorrecto trabajo de transposición y una realización pobre, desganada, y que no aporta nada nuevo al panorama cinematográfico argentino. En primer lugar, desde los minutos iniciales del film nos topamos con un obstáculo claro al momento de introducirnos en el mundo diegético que se nos propone: la poca credibilidad de la ambientación. Es difícil realizar una película de época, y en este caso es una de las principales fallas. Todo luce falso, impuesto, obligado a ser. Incluso en las tomas cenitales, en las que se intenta mostrar toda la magnitud de los autos antiguos, las bicicletas vintage y los acertados vestuarios, vemos un asfalto agrietado, con innumerables arreglos, imposible de ver en la época en la que se ambienta el film, plagada de adoquines. No es un intento de buscar la falla, sino una consecuencia directa de lo que vemos. Y es aquí en donde entra el tema de la tranposición. Sí, la novela original está ambientada en la misma época. ¿Pero es necesario que la película también? A lo que me refiero es que en el proceso de transposición hay que imprimir un carácter, una intencionalidad, evitar que la película pareza un libro filmado, que es lo que sucede en este caso. Combinemos eso con la dificultad asombrosa desde el punto de vista de la producción que debe haber significado obtener semejante cantidad de vestuario y de automóviles, y la respuesta es clara. Y a no confundir con facilismo, es una mera propuesta. A mi parecer, la historia incluso hubiera tenido más impacto situada en el presente, y así, de esa manera, incluso se hubiera podido evitar los diálogos "leídos", carentes de emoción y plagados de marcas de estilo (mucho "usted") que tiran la credibilidad por el piso, sobretodo al recitarlas Esther Goris quien, con franco respeto, resulta insufrible. Hay, incluso, algunos pocos momentos en los que vemos una idea original con respecto a la novela, una intención: los planos cenitales de los perros durmiendo en balsas que avanzan por aguas oníricas. Esto, que funciona como referencia a un diálogo de la novela que da título a la obra (la costumbre de los perros de dormir al sol), es el mayor acierto de esta película. Y justamente lo es porque impone un trabajo de cambio, un ejercicio de intencionalidad que se separa y, lo que es más importante, propone. Así es que, a mi parecer, se ha puesto el ojo en el lugar equivocado; se me hace la idea de que el realizador estuvo más preocupado por la ambientación que por la dirección de actores o por, como venimos diciendo, el trabajo de convertir una muy buena novela en una muy buena película, que funcione como producto audiovisual y no como mera referencia, consecuencia, nota al pie, como agregado del libro del autor argentino. El aspecto policial de la narrativa nos hace vislumbrar el texto de Casares a la perfección. Entre los aciertos de la película de Alejandro Chomski debo resaltar la composición de cuadro. Hay planos muy elaborados, muy impresionantes a la vista, que hablan de un muy buen trabajo de encuadre y fotografía. Prevalece el centrado, incluso mediante paneos o travellings, lo cual también resulta muy acertado y funciona a la perfección, como es el caso de las tomas estáticas de las fachadas de las casas, que debido a su reiteración (al igual que los planos de las balsas), tienen éxito en su propósito. Esto es, a mi parecer, lo más interesante de este film. Hay, sin embargo, ciertos fallos dentro de la fotografía. Por ejemplo, el acto (ya sea intencional u obligado) de contrastar los colores del instituto por fuera se me hace, con perdón de la palabra, berreta. Son planos que no pegan con nada y se hace evidente la intención de dar a ese lugar un aspecto macabro, de generar tensión allí donde no la hay con recursos que resaltan por su trazo grueso. Otro desacierto es todo el tema relacionado con la música. Y aquí sucede algo interesante. Esta música dista mucho de ser pobre, es incluso bastante llamativa. El problema es cómo está utilizada. Por momentos pareciera que todo el peso de la tensión de la trama recayera sobre las teclas de piano de la banda sonora. Así, antes de escuchar el disparador de la tensión, antes incluso de ver la reacción en el rostro del protagonista, oímos esas teclas, casi un indicador de que lo que está pasando es algo tremendo, inusual, fantastioso o macabro. Una pena, porque, como dijimos, la música es interesante por sí sola. Casi como un presagio, asistimos a los créditos iniciales en los que vemos una sucesión de planos de lo que parecieran ser dibujos de anatomía humana, sostenidos por una banda sonora que nos genera intriga y expectación. Todo funcionaría si no fuera por la horrorosa tipografía que se sobreimprime en estos planos, con su agregado y no menos horroroso sombreado, que casi tiran por la ventana todo el interés que se había creado hasta el momento. Otro factor que también deja bastante que desear es el de las actuaciones. Luis Machín, en su rol protagónico, hace lo posible para no caer, como el protagonista de "La Invención de Morel", en el olvido absoluto. Así tiene algunas líneas que logra que sean de lo más memorable del film ("un reloj que no funciona bien da mala impresión") pero su personaje nunca deja de ser acartonado, llano, sin nada interesante para mostrar. Lo mismo le sucede al personaje de Enrique Piñeyro, quien no sale del "monotonismo" y, aunque esto sea buscado, no funciona, al igual que el macabro doctor encarnado por Carlos Belloso. Esther Goris es, a mi parecer, la que más agua hace. Sus reacciones son impuestas, premeditadas y "subactuadas", su personaje es bastante insoportable y no existe ni por casualidad un mínimo de empatía con el público (algo que sí sucede, aunque en muy pocos momentos, con Luis Machín). Las que mejor paradas quedan son Florencia Peña en su rol de cuñada necesitada de amor, y Vilma Ferrán, con buenos pasajes de chismosas que aportan naturalidad y aire fresco allí donde todo es cantado y unidimensional. La puesta en escena es uno de los pocos aciertos de este film. Me gustaría hacer un comentario antes de terminar. Es una pena que no haya una promoción más ardua de la enorme cantidad de films argentinos que se realizan por año. ¿Cuántas personas sabían de la existencia de esta película hasta el momento? Sin ir más lejos, ¿cuántas veces vemos un tráiler en un cine de una película nacional? Y si de esas pocas, sacamos las que son realizaciones de directores de renombre, nos quedamos con cero. Dejando de lado que pocas veces he visto un buen tráiler argentino (no se entiende que menos es más, que no es un medio para contar absolutamente toda la trama sino para dar ganar de ir al cine a ver el film), hace falta una iniciativa que inyecte al espectador de ganas de ver su propio cine. Hay varias excelentes producciones argentinas por año que son vistas sólo por un puñado de personas. Esperemos que esto cambie pronto, que se tome conciencia de la riqueza que tenemos ante nuestros ojos y se promueva el acto de ir al cine. Es por esto que rescato mucho la intención de Chomski como de todo el cuerpo creativo y técnico que tuvo que ver con el film de transponer una obra de un reconocido autor argentino como lo es Bioy Casares. Existe una amplia variedad de textos en el ambiente literario que son sumamente ricos para llevarlos a la pantalla grande, y poca gente parece notarlo. Es por esto que se rescata la iniciativa, y espero sinceramente que esta sea la primera de varias aproximaciones del cine argentino a las letras de su país en la actualidad. Es una lástima que esta película haya sido un intento fallido, pero por lo menos es un intento. Sólo falta diferenciar el mapa del territorio, aportar una visión personal de las cosas, despegarse de los originales. Sólo así se dará una obra que se sostenga por sí sola, orgullosa, lejos de depender de su causa, más lejos del homenaje y más cerca de la autoconciencia de la obra audiovisual. Casi un acto mágico, el de saberse cine.
FICCION Y REALIDAD Aburrida adaptación de un relato de Bioy Casares que navega entre lo fantástico y lo costumbrista con telón de fondo de un loco amor imposible. En manos más imaginativas, podía haber sido un filme, de climas, sugerente y mordaz. Pero lo que se ve es una comedia negra, artificiosa e impostada, con personajes de madera, diálogos afectados y una puesta en escena sin imaginación que no deja lugar ni para el misterio ni para el suspenso. Da vueltas sobre la soledad, la compra y venta de almas y los límites entre la normalidad y la locura. Luis Machín hace una buena composición de este ex empleado que ahora arregla relojes en su casita de Parque Chas, donde el paisaje circular refuerza la idea de una narración marcada por el fatalismo. El balance es pobre: almas que se escapan, señoras piantadas, médicos sinuosos, mucho perro y pocos hallazgos.
En una incierta frontera con la locura Con guión y dirección de Alejandro Chomski, la película se adentra en un género poco transitado del cine argentino: el fantástico. La perfecta arquitectura del libro original resuelve circularmente el ir y venir de subjetividades. Como en la mayor parte de los films argentinos que no responden a una ya elaborada estrategia de mercado, el estreno de los mismos no sólo se ve postergado en el mejor de los casos; sino, como ocurre con este film, condicionado a su presentación en festivales internacionales y premios obtenidos en los mismos. El espectador que decida ver Dormir al sol, una de las pocas y atípicas incursiones de nuestro cine en el territorio del fantástico, podrá comprobar que antes de los credits se pasa revista a las menciones y lauros obtenidos en el exterior. Autor por igual del guión y de la dirección, Alejandro Chomski ya había, a principios de los 90, realizado un cortometraje sobre uno de los cuentos del autor del autor de Dormir al sol, Adolfo Bioy Casares; quien, por otra parte, ha merecido hasta el presente versiones en el cine de algunas de sus obras, tanto en nuestro país, como en otras latitudes. Merece recordarse, en un momento en el que el cine argentino estaba marcado por un sello de censura, limitado a ciertos temas, que el primer film que lleva a Leopoldo Torre Nilsson a ubicarse detrás de la cámara, en carácter de co?realizador junto a su padre, todo un nombre ya, Leopoldo Torre Ríos, fue El crimen de Oribe, basado en la nouvelle de Bioy Casares El perjurio de la nieve, dada a conocer a principios de los 40. Escrito el guión junto a Arturo Cerretani, e interpretado por Roberto Escalada, Carlos Thompson, María Concepción César, entre otros, el film fue finalmente estrenado en abril de 1950 y se considera una obra de bisagra en la historia del cine latinoamericano. Y será el mismo Nilsson quien en 1975, ahora con la colaboración en el guión de Luis Pico Estrada lleve a la pantalla Diario de la guerra del cerdo, film que en este momento es objeto de una remake. A sesenta años de aquella primera presencia de la literatura de Adolfo Bioy Casares en el cine, y ciertamente en sus escritos la imaginería cinematográfica nos sale en numerosas oportunidades al cruce, llega este film que ya desde el inicio nos ubica frente a un mapa de imágenes de radiografías que nos proponen un recorrido por el interior de nuestra anatomía y al mismo tiempo por un periplo que tiene como escenario el enigmático diseño arquitectónico de Parque Chas, donde los barrios no tienen esquinas. Espacio geometrizado que nos es presentado desde una mirada descendente como la que nos propone esta historia en la que sus personajes descenderán a un juego simétrico de mutaciones que se libran entre el espacio de la llamada normalidad y la locura. En el prólogo de esta novela, publicada en 1973, Bioy Casares expresa la alegría que le significó escribir esta obra y comienza su texto manifestando "Alguna vez dije que si los libros fueran casas, me gustaría irme a vivir a Dormir al sol. Tal vez sea el libro que me representa de un modo más auténtico, porque está desprovisto de tragedia o, más precisamente, de dolor. Yo tengo una inteligencia pesimista, pero soy una persona de temperamento optimista. Tanto La invención de Morel como El sueño de los héroes son historias donde la muerte está presente; en Dormir al sol, en cambio, puede sentirse el gusto por la vida". Estimo, pues, que para poder entrar en sintonía con las palabras de Bioy Casares debemos aceptar ese pacto que creo, parcialmente, el film logra. Ese pacto, ese acuerdo con el que va construyendo una lógica que si bien parte de consideraciones científicas, poco a poco, va abriendo las puertas de lo fantástico; mediante algunas situaciones que apuntan a develar mecanismos de extrañamiento, que abren a episodios que nos permiten reconocer bosquejos kafkianos, en las que el tiempo, juega como un sin tiempo; en este relato en el que su personaje, Lucio Bordenave, interpretado por un destacado Luis Machín, tiene como oficio el de relojero. Como en gran parte de los relatos de este orden, algo de lo ajeno y de lo anómalo comienza a poner en crisis un determinado orden. En el ámbito familiar de Lucio y Delia (aquí los nombres propios mirarán luego hacia el territorio del doble) se comienza a insinuar una fisura, muestra otras. Y esto da ingreso a un estatuto científico marcado por conductas manipulatorias. Entre el espacio del hogar y el Instituto Psiquiátrico, el texto de Bioy Casares y el film de Alejandro Chomski abren un recorrido marcado por un ir y venir de subjetividades que se resuelven circularmente en el orden del relato; subrayados en el film por la voz de Elvira Ríos interpretando el bolero Mi carta. Esa carta confesional que da cuenta de lo acontecido, que intentará exponer qué ha ocurrido, desenmascarar a esos actuales habitantes, acercar a los nuevos solitarios que ahora deambulan separados. En su acercamiento al fantástico y a la escritura de Bioy Casares, con Dormir al sol su guionista y director, como parte del elenco, logran una digna transposición en un género que no cuenta, por cierto con una tradición en nuestro cine. En 1968?1969 Jorge Luis Borges y Bioy Casares escribieron el libro cinematográfico de Invasión, llevado al cine por Hugo Santiago, hoy un film de culto, motivo de publicaciones y cinco años después, para el mismo director, radicado ya en Francia, Les Autres. Crítico de cine en la revista "El Espectador", cinéfilo, amante de los westerns, admirador de Stan Laurel y Oliver Hardy, Buster Keaton, Ernst Lubitsch, Alfred Hitchcock, Adolfo Bioy Casares declaró énfaticamente en una oportunidad: "Me gustaría esperar el fin del mundo en una sala de cine".
Publicada en la edición digital de la revista.
A Alejandro Chomski hay que felicitarlo por hacer una apuesta al cine fantástico, como en este caso, basado en una novela de Adolfo Bioy Casares, nada menos. El hecho de tomar riesgos es saludable en el cine argentino, pero "Dormir al sol" deja un sabor a poco. Es la historia de Lucio y Diana, una pareja de clase media en los años 50, cuyo caos es atravesar un problema mental de Diana. Un grupo de doctores de un extraño laboratorio que experimenta intervenciones quirúrgicas entre humanos y caninos captura a la mujer con el fin de someterla a sus brutales pruebas. El filme adquiere atmósferas de la literatura de Kafka y ayuda a reflexionar sobre el amor más allá de cualquier barrera psíquica. Pero cinematográficamente queda a mitad de camino, y también en las actuaciones y guiones. Da la impresión que podría haber sido una aceptable ficción televisiva, y no mucho más.