Logística del repliegue Ya sabíamos de antemano que Dunkerque (Dunkirk, 2017) no iba a ser una típica odisea bélica de Hollywood, tanto por la misma presencia detrás de cámaras del extraordinario Christopher Nolan como por el simple hecho de que el británico ya había aclarado que el proyecto -de su propia cepa- le interesó en primera instancia porque involucraba un episodio algo olvidado de la Segunda Guerra Mundial en el que no intervinieron las tropas estadounidenses y que de por sí implicó una derrota monumental de las fuerzas aliadas frente al ejército alemán. No obstante existe otra dimensión que debemos considerar, que a su vez se erige como el núcleo de la película en su conjunto: el relato examina los detalles de la Operación Dínamo de mayo/ junio de 1940, una evacuación de soldados ingleses y franceses que abarcó unas 300.000 almas aliadas en total, circunstancia que en términos prácticos nos sitúa ante una de las pocas propuestas bélicas de la historia del cine centradas no en una avanzada sino en una mega retirada a raíz de la victoria germana frente a Francia. La obra resultante es un verdadero prodigio de intensidad que por un lado funciona como el film más circunspecto de Nolan en materia narrativa y por el otro profundiza ese inefable “efecto bola de nieve”, léase la escalada de acontecimientos en secuencia que suele ocupar el tercer y último acto de sus realizaciones, hasta el punto de englobar la estructura del convite y marcar a fuego al desarrollo en su totalidad. Los 106 minutos del metraje combinan -siempre de manera fragmentada/ interconectada- los rasgos principales de la evacuación: primero tenemos al grueso de la milicia que espera en las playas francesas del título (un rescate que se extiende a lo largo de una semana), luego vienen los barcos que acuden para llevar a los soldados a Inglaterra (período que en la trama equivale a un día) y finalmente está el apoyo de la fuerza aérea británica para repeler los ataques de los aviones nazis, los cuales pretenden evitar la huida (aquí el cerco que traza la historia termina de cerrarse vía el accionar de los pilotos durante un lapso que no supera la hora de combate). Como si lo anterior fuese poco para el paupérrimo cine mainstream contemporáneo de aventuras, acción y géneros aledaños, la propuesta va un paso más allá del simple relato coral porque cada uno de los personajes adquiere la forma de un arquetipo de su clase y así viene a representar a un grupo mucho más numeroso que el conformado por el sujeto en cuestión y sus compañeros inmediatos, esos que vemos en pantalla. Es decir, el guión del propio Nolan continuamente pasa de la desesperación de los militares en tierra, en eterna espera a ser recogidos por sus compatriotas, al ímpetu y la valentía de los civiles que intervinieron en la operación, cuyas embarcaciones fueron decomisadas/ requeridas por el estado inglés, y a los enfrentamientos propiamente dichos por aire, el único verdadero frente de batalla ya que -como señalábamos con anterioridad- el eje de la película es la logística macro de un repliegue militar que bajo la óptica del realizador se transforma en una misión de corte humanitario destinada a la melancolía del fracaso que se sabe digno. Si bien la obra cuenta con un gran elenco que combina actores jóvenes (Fionn Whitehead, Damien Bonnard, Aneurin Barnard, Barry Keoghan, etc.) y estrellas de vasta trayectoria (Mark Rylance, Tom Hardy, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, etc.), cada intérprete es funcional a esta dialéctica colectiva que en buena medida recupera aquellas narraciones de los comienzos del séptimo arte, en las que los pueblos eran los protagonistas excluyentes de la faena y los únicos verdaderos artífices de los cambios: precisamente por ello, Nolan jamás muestra en pantalla a Winston Churchill y su camarilla, en consonancia con su intención de mantenerse firme junto a los que padecen el sufrimiento, y asimismo obvia el recurso de demonizar a los alemanes, a quienes tampoco vemos en ningún momento en lo que podemos definir como la estrategia más arriesgada de todas las concebidas por el director para el film (aquí no hay despersonalización del enemigo sino un apuntalamiento de la sensación de un peligro exasperante que acompaña a los personajes en cada segundo). En Dunkerque el británico hace maravillas con la angustia de la espera y la incertidumbre del no saber dónde caerán las próximas bombas, cuándo llegará el bando opuesto a la costa y desde qué flanco comenzarán a sonar los disparos de los fusiles, logrando un retrato muy complejo del ser humano bajo la presión de un entorno que no puede controlar y que amenaza con estallar -literalmente- por el aire. Aquí esa gloriosa edición caótica/ anárquica/ desprolija marca registrada de Nolan deja lugar a un montaje más sosegado que se corresponde con la calma antes de la tormenta, una que se vuelve visceral y pasa a estar enfatizada mediante la música inusualmente minimalista de Hans Zimmer, la fotografía esplendorosa de Hoyte Van Hoytema y una puesta en escena general casi desnuda de artificios digitales y basada en la inmensidad de los espacios abiertos y las aglomeraciones de hombres agobiados por el conflicto. En una época donde la mayoría del cine comercial es conservador, hipócrita y banal, el opus que nos ocupa patea el tablero regalándonos sinceridad, inconformismo y comprensión para con los ribetes de las tragedias populares y esa solidaridad que surge en los instantes menos pensados (el elogio de los civiles del final rankea en punta como otra de las tantas anomalías que incluye Dunkerque). Nolan se aparta del canon que él mismo había trazado y -contra todo pronóstico- vuelve a entregar una pequeña obra maestra que instaura su propia lógica a medida que avanza, desconociendo el cancherismo y la estupidez nostálgica que la circunda en la industria hollywoodense para posicionarse como una de las mejores y más logradas películas bélicas del nuevo milenio…
Este es el título de la nueva película del gran cineasta Christopher Nolan, una película que desde su anuncio vino generando muchas expectativas a su alrededor, ya que se trata de la primera en su filmografía basada en hechos reales, eso no es todo, también sorprendió tratándose de una película bélica. Durante fines de mayo y comienzo del junio de 1940 en plena Segunda Guerra Mundial se llevo a cabo la Operación Dinamo, esto consistía en tratar de poner en resguardo a soldados que fueron rodeados por las tropas alemanas, la historia es relatada de maneras distintas y en tiempos distintos, la primera con un hombre y dos adolescentes que toman el riesgo de ir en una pequeña embarcación hacia el campo de batalla, la segunda parte trata sobre unos jóvenes soldados inmersos frente al peligro y al borde de una muerte casi segura y la tercera es sobre un piloto luchando desde el aire, cada una de estas breves historias sirven para dar conexión entre una y otra. Que decir sobre Dunkerque, Christopher Nolan lo ha hecho de nuevo, su película es una completa obra maestra, nos ofrece una historia única en su genero, ya se han realizado muchísimas películas de esta índole, pero Dunkerque es única, así es como la considero, una película que te atrapa desde su arranque, Nolan no da vueltas y directamente comienza a generar tensión desde los primeros segundos iniciados, un film que mantiene al espectador pegado a la pantalla y dejándonos con el corazón en la boca, es poco común que una película me genere esto, pero con ella me ha pasado, durante su comienzo hasta el final me puso la piel de gallina, nosotros no miramos una película, formamos parte de ella y sintiendo lo mismo que sienten sus protagonistas. Dunkerque no tiene un protagonista fijo, cada una de sus tres historias cuenta lo justo y necesario, las actuaciones son muy acertadas, Mark Rylance, Kenneth Brenagh, Tom Hardy & hasta Harry Styles logran transmitir muchas sensaciones con su performance, este último claramente es una de las sorpresas del año. La fotografía por parte de Hoyte Van Hoytema (segunda colaboración con Christopher Nolan) esta perfectamente bien realizada y sumamente cuidada, filmar en escenarios naturales es admirable y el uso de CGI es mínimo, en lo técnico tampoco tiene desperdicio. Cabe decir que Dukerque es una película casi muda, los diálogos son mínimos pero efectivos, la sensación que transmiten los protagonistas es más que aplaudible. La dupla entre Christopher Nolan y Hans Zimmer es una de las mejores dentro de Hollywood, Hans Zimmer con su música cautiva los oídos del espectador, logra manejar muy bien tanto los momentos lentos como los momentos en donde se genera el climax. Para los que me conocen saben que soy un fiel seguidor del formato cinematográfico IMAX y darle mi primer visionado en esta espectacular sala fue todo un lujo, Christopher Nolan uso cámaras IMAX en casi su totalidad, manejar estas pesadas y gigantescas cámaras no es nada fácil, pero el director supo aprovecharlas al máximo, Dunkerque es una película que si o si debe disfrutarse en este formato por la imagen y el gran sonido que ofrece, Dunkerque en IMAX es una experiencia que vale la pena vivirla. En definitiva, Dunkerque es la nueva obra maestra de Christopher Nolan, es prácticamente una clase de de cómo hacer buen cine en todos sus aspectos, una película que si o si merece la pena verse en un buen cine, con una fotografía preciosa, escenarios naturales que dejan al espectador perplejo, con una banda sonora épica realizada por un compositor épico y un Christopher Nolan jugado y que sale beneficiado en todos los aspectos.
Dunkerque, su más reciente trabajo, es una genialidad con una potencia estética y narrativa descomunal. Un cosmos exquisito, un desorden impetuoso que tensiona, incomoda y afecta al espectador desde el primer minuto. Para comenzar el análisis es necesario remarcar que Nolan recrea en Dunkerque un festín visual y sensorial diferente todo lo que ya había hecho. Es la primera vez que se aleja de sus temas y tópicos más recurrente – ¿los miedos que deambulan por su psiquis? – para sumergirse en la composición de una historia basada en hechos reales. En 1940, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán acorraló y aisló por una semana a las fuerzas militares francesas, belgas y británicas en Dunkerque, una ciudad costera situada al norte del país galo. Allí, luego de un brutal asedio, más de 400 mil soldados fueron rescatados milagrosamente por miles de embarcaciones comandadas por civiles, quienes decidieron participar temerosamente de la evacuación de las tropas aliadas. Dunkerque no es la típica película de guerra, es otra cosa. Es un film de suspenso basado en una historia bélica, una epopeya militar que rememora la historia del bando perdedor. No es un dato menor, dado que casi nunca se suelen contar los fracasos. Sin embargo, este mito golpea personalmente a Nolan por dos motivos: por ser británico y porque su abuelo murió en combate durante la guerra. “Fue una derrota, pero que se vivió como la mejor victoria, como un milagro”, declaró el director. La primera escena de la película comienza con una calle desolada y el frenético tic-tac de un reloj. Ese es el primer acierto de Nolan ¿por qué? porque a partir de allí el espectador se ve afectado por el elemento del tiempo. El realizador sumerge al público -excelente trabajo de cámara en mano- a vivir el horror en primera persona, lo inicia en una lucha contra el tiempo y el no saber qué es lo que pasará, el no saber quién sobrevivirá. Pero lo mejor que hace Nolan, que machea con el concepto anterior, es la idea de tomar un momento, un pedazo de historia, unas horas dentro de un período de tiempo determinado y contarlo a través de una estructura narrativa triangular con tres escenarios diferentes. Tres mundos independientes (mar, tierra y aire) en el que cada uno tiene su propio sentido del tiempo. Nada afecta más al público que los saltos de tiempo y espacio. Aquí entran en escena las excelentes decisiones de utilizar las cámaras IMAX, las cuales permiten mostrar en gran calidad la inmensidad de la naturaleza y la pequeñez de los seres humanos, y, además, la elección de Hans Zimmer (Inception, Interstellar, Batman: el caballero de la noche) como encargado de la banda sonora de la película. El compositor crea magistralmente una atmósfera diferente para cada escenario y momento de la historia. Además, el impecable ritmo del suspenso Nolan no lo logra sólo con el apoyo de la música de Zimmer, sino que también aplica la táctica de lo que no está. Al igual que un film de terror, Nolan no muestra en ningún momento al “monstruo”. Durante la película no aparece nunca un nazi ni hay una personificación del enemigo. Los solados escapan de algo que asecha, pero no saben de qué. Otra incertidumbre que incomoda. Nolan debe ser uno de los directores contemporáneos más discutidos. Y también uno de los más vapuleados por los haters que se escudan detrás del anonimato de las redes sociales y detestan o no comprenden su obra. Es cierto que es un cineasta ambicioso y que, a veces, abarca más de lo que aprieta, sin embargo, Dunkerque lo posiciona como un realizador capaz de generar cine de calidad y para un público mainstream y masivo. Su estilo elegante funciona a cualquier nivel.
La nueva película del director de “El caballero de la noche” e “Interestelar” se centra en uno de los rescates más dramáticos de la Segunda Guerra Mundial. Dividiendo su relato en tres escenarios (Tierra, Mar y Aire), Nolan arma una compleja estructura temporal para acercarse de una manera visualmente impactante a un hecho histórico pocas veces retratado en el cine. La carrera de Christopher Nolan estuvo siempre atravesada por dos fuertes constantes: una innegable maestría para la composición visual y un apego a estructuras narrativas entre complejas e ingeniosas. Muchas veces, esos dos ejes han chocado entre sí, creando una especie de contradicción. Se trata de un cineasta capaz de poner en escena imágenes potentes y exquisitas pero a la vez es alguien que siempre las pone al servicio –las ata– a estructuras tan intrincadas que obligan al espectador a pasar más tiempo pensando en cómo todo se conecta con todo que en apreciar lo puramente cinematográfico que tienen sus películas. Esa constante, en mi opinión, hace eclosión en películas como INCEPTION e INTERESTELAR, dos relatos visualmente potentes pero de estructuras narrativas tan rebuscadas (y solemnes) que a los personajes no les queda otra que explicarse entre sí (bah, a la audiencia) qué es lo que están haciendo y porqué. MEMENTO y THE PRESTIGE también tenían guiones armados en base a complejos juegos de tiempos y de memoria pero se los sentía más orgánicos a los temas de esos filmes. En los más recientes se siente como algo impostado, ajeno, innecesario, especialmente tomando en cuenta que son películas que apuntan hacia la respuesta emocional del espectador. Aparece una especie de combate interno, digamos, entre su parte más clínica y gélida (más Kubrick) y otra que podríamos definir como más cercana al cine de ciencia ficción de Steven Spielberg o Robert Zemeckis. Lamentablemente a Nolan esas influencias se le anulan entre sí. Las películas de la trilogía de EL CABALLERO DE LA NOCHE son más simples en sus estructuras y su peor pecado –solo redimido en la segunda parte por la actuación descontrolada de Heath Ledger– es su extremo grado de seriedad, su “oscura impostura”, no llegar a entender que el cine de superhéroes puede ser también ligero y divertido. Pero pertenecen a un linaje diferente, más atado a un formato de tanque de taquilla al cual Nolan pudo darle un par de pinceladas propias. Se suele pensar que el “culpable” de los guiones de compleja relojería de su cine es su hermano Jonathan (la serie WESTWORLD podría probar esa tesis), pero películas como INCEPTION fueron escritas solo por Christopher. Así que tampoco es tan líneal el asunto. Esta larga introducción es para entender cómo enfrentarse a DUNKERQUE, una película que tiene varias diferencias y algunas similitudes con la anterior obra del británico. Por un lado, es la primera que se centra en un caso real, por lo que hay límites respecto a lo que se puede “inventar” o ficcionalizar, ya que los hechos históricos (que no vamos a revelar en su totalidad porque aquí al menos no todo el mundo sabe qué sucedió ni cómo) son fácilmente chequeables en Wikipedia. Tampoco aparece Jonathan en el guión, lo cual acaso sea el secreto del éxito del filme. No por su falta de una estructura narrativa/temporal compleja –que la tiene– sino por la manera cinematográfica y no expositiva en la que se presenta. DUNKERQUE se centra en un grupo de 400 mil soldados británicos que fueron corridos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial hacia la costa del norte de Francia. Ellos debían esperar allí ser rescatados por los suyos (solo ubicados a unos pocos kilómetros cruzando el canal) en una operación sumamente riesgosa por lo descampado del terreno –una playa abierta– y los ataques de aviones enemigos que podían impedir fácilmente que los barcos de rescate pudieran llegar y salir de allí, además de otros problemas estratégicos que se irán revelando con el correr de los minutos. Nolan divide la historia en tres escenarios (Tierra, Mar y Aire), pero lo que es más llamativo –y clásicamente “nolaniano”– es que cada escenario tiene un tiempo narrativo distinto, que no se corresponde al de los otros dos. En la playa, la narración ocupa una semana, y se centra especialmente en tres soldados (uno de ellos, el ex One Direction Harry Styles, en un muy sólido debut actoral) que intentan encontrar la forma de subirse a algún barco y escapar de allí como sea. En el mar, el eje es un barco privado, que lleva a tres personas (padre –Mark Rylance–, hijo y amigo de su hijo) hacia Dunkerque a rescatar soldados. Esa parte del filme cubre un día. Por último, el Aire: allí vemos más que nada a dos pilotos de la RAF (uno de ellos es Tom Hardy, otra vez hablando a través de una especie de bozal como en la tercera película de Batman) persiguiendo y siendo perseguidos por aviones de la Luftwaffe nazi mientras tratan de proteger a los soldados que están varados en la playa y a los barcos que se acercan a rescatarlos. El segmento “Aire” se expande a lo largo de una hora. Esto genera una estructura mucho más compleja de lo que aparenta, ya que el montaje si bien parece paralelo en realidad no lo es, ya que por más que la historia pase continuamente de un escenario a otro, durante buena parte del relato los momentos narrativos no se corresponden entre sí. Este sistema, que vuelve a probar el gusto por las construcciones temporales intrincadas de Nolan –y que tiene ciertas similitudes con la estructura de INCEPTION en cuanto a la duración relativa y diferente de cada uno de los niveles de sueño– vuelve a la película por momentos un tanto difícil de seguir, cometiendo otra vez ese pecado de enredar innecesariamente una trama que, de haber sido más limpia y franca, podía haber alcanzado niveles “spielbeguianos” de emoción tomando en cuenta lo dramático de la situación en los tres frentes. Pero en DUNKERQUE lo que Nolan no hace –y eso es lo que la transforma en una de sus mejores películas– es ahogar su trama en innecesarios textos expositivos/explicativos. Apenas un cartel al inicio explica la situación bélica y un simple texto nos dice cuánto dura lo que vamos a ver en Tierra, Mar y Aire. Y listo. A partir de ahí funciona como una película casi muda, con poquísimos y escuetos diálogos que son los mínimos necesarios para hacer funcionar algunas de las escenas dramáticas más potentes, que incluyen especialmente a los personajes interpretados por Kenneth Branagh, Cillian Murphy y Barry Keoghan. Es un espectáculo audiovisual que saca a la luz lo mejor que tiene el cine de Nolan (se recomienda verla en IMAX) y deja en segundo plano su costado de “ingenioso arquitecto”. De todos modos, lo que le impide convertirse en una gran película –algunos hablan de una obra maestra, para mí está lejos de serlo– es que esa estructura lleva al espectador, otra vez, a despegarse de la potencia emocional de las escenas y lo lleva a pensar en cómo cada pieza se conecta con la otra, un rompecabezas que no es nada sencillo de resolver aunque parece estar muy bien armado. Si bien es cierto que ese condimento puede ser un atractivo extra para un espectador británico que estudió la batalla en la escuela y que, sabiendo todo lo que va a pasar, necesita un plus de interés para acercarse a los cines, Nolan podría también haber confiado en las específicas y seguramente ficcionalizadas situaciones dramáticas que se viven en los tres frentes –que son varias– para agregarle condimento a la temida lección de historia. De todos modos el ingenio aquí no logra tapar la potencia de la película. Visualmente impecable e inmersiva, eligiendo muy bien qué recortes hacer en cuanto a lo que deja fuera de campo (ya lo verán) y esencialmente británica en su celebración casi por lo bajo de hidalguía en la derrota, DUNKERQUE aprovecha al máximo sus 106 minutos (casi un corto para Nolan) para meter al espectador en la desesperada y desesperante situación de los acorralados combatientes y de quienes, con mínimos recursos pero con un enorme grado de solidaridad, hacen lo posible por sacarlos vivos de allí. La manera en la que está incorporado el famoso discurso de Churchill para la ocasión (aquel de “lucharemos en Francia; lucharemos en los mares y océanos”, etc, etc) deja a las claras el tono que Nolan buscaba para el filme: épico pero contenido a la vez, con un eje emocional puesto más en la solidaridad de una nación con sus soldados en problemas que en un flamear de banderas y marchas militares. Más británico, imposible.
Elogio de la derrota La batalla de Dunkerque fue un evento singular dentro de la Segunda Guerra Mundial, ocurrido en 1940, cuando fuerzas aliadas conformadas por franceses y británicos intentaron defender el último bastión de tierra contra los nazis, antes del cruce del Canal de la Mancha. Una última defensa de lo que presuponía una invasión alemana a Gran Bretaña. La defensa no fue más que una evacuación desesperada porque no existía chance alguna de frenar la avanzada alemana, ni siquiera una esperanza de contención. La nueva película de Christopher Nolan narra la odisea de 300.000 soldados y oficiales por escapar de una muerte casi segura, aunque la verdadera angustia se hallaba en la espera. Un tiempo detenido en la costa que marca una paradoja; la falta de tierra para continuar la huida pero la cercanía del hogar, porque la costa británica se podía divisar desde las playas de Dunkerque. El director inglés parte en tres los niveles de esa batalla: aire, agua y tierra, y cada nivel, a su vez tiene personajes que comparten el protagonismo de la historia. El plano inicial es de una suma perfección; cuatro soldados británicos (sin armas) escapan mientras se escuchan disparos, la cámara los toma de atrás y avanza a medida que ellos se acercan a las trincheras previas a la costa. El enemigo, como en toda la película, es presentado en off, una presencia en ausencia notable desde el punto de vista conceptual. Los soldados británicos de Dunkerque (Dunkirk, 2017) no representan al arquetipo de las películas bélicas en las que el heroísmo y el honor se asoman como sus características principales; aquí lo que domina el perfil psicológico general es la desesperación por sobrevivir (incluso en los oficiales). La intensidad de las secuencias se encadenan por efecto dramático y no por la arbitrariedad del virtuosismo, lo que le sucedía a Nolan en El Origen (Inception, 2010). Hay un claro interés por componer con imágenes más que con (sobre) explicaciones, de ahí también la escasez de diálogos y de una fuerte presencia de largos planos, en los que el realismo sonoro de las bombas, los disparos secos y el motor de los aviones abruman. Una casi perfecta combinación para una estrategia en el diseño de sonido, un aspecto del lenguaje marginado generalmente a un uso exclusivo para grabar y reproducir diálogos y música. Nolan es un director que, cuando da entrevistas, se muestra muy firme en sus convicciones sobre el estatuto de la imagen en el cine. Siempre a favor de una manera de narrar anquilosada en los géneros; en sus estructuras y en la comodidad de clasificar las formas. Curiosamente esas afirmaciones orales no son puestas en práctica en su obra: por lo general, la imagen parece debilitada porque, en este film, se le adosa una música ensordecedora y particularmente estridente compuesta por Hans Zimmer, que en cierta manera pareciera suplantar ese defecto de los diálogos didácticos que caracterizan a su cine. La tensión generada por las escenas, como eslabones, para formar una cadena dramática, se difuminan ante la estridencia de los violines que aumentan su volumen en el momento preciso de mayor intensidad, así ese esfuerzo confeccionado en el aspecto visual pierde su fortaleza. Como si se necesitara de un efecto para completar esa búsqueda de frenetismo. En el epílogo se acelera la urgencia del director por enaltecer a los sobrevivientes, quienes esperan, en el regreso, una reacción de desprecio por parte de sus compatriotas por haber huido de la guerra en vez de pelear. Hasta allí se puede pensar la película como un elogio de la derrota. El tramo final de Dunkerque se hace extenso, como si de alguna manera los 106’ de metraje se convirtieran en 126’ a partir de un montaje paralelo interminable, en el que sí asoma el virtuosismo visual por sobre la composición narrativa, una similitud del armado de montaje con Batman: El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, 2012), cuando se resolvía el destino de todos los personajes importantes de la historia. En términos globales, es imposible abstraerse de las imágenes, de la tensión y de la intensidad propuestas en Dunkerque, que adquieren un valor cinematográfico mayor a partir del riesgo tomado en el uso del sonido (no de la música) y en la fuente de la historia, como hecho prácticamente ignorado de la Segunda Guerra Mundial. Nuevamente las fallas de Nolan aparecen en la resolución, en sus ínfulas de autor señero pero que, en lo llano, se presenta más como un director sublime: capaz de encomiar el cine pero de generar pavor al mismo tiempo.
El milagro de la operación Dinamo Después del desastre de la batalla de Dunkerque, la poderosa película se centra en la misión de rescate de la expedición del ejército británico. Con la colaboración heroica de la flotilla de civiles voluntarios que participaron en ella intentarán rescatar a las tropas aliadas que están rodeadas. Desde el primer momento el espectador vive en la película y permanece en tensión todo el tiempo, sin pausa, no hay tregua en la guerra. Aún y así, no es una película de guerra en el sentido estricto, con momentos sangrientos e imágenes del combate, ya que de lo que realmente trata es de sobrevivir a la guerra. La tensión en la que sumerge al espectador está precisamente causada por esta razón, ya que continuamente se pregunta si esos muchachos sobrevivirán o morirán en el siguiente momento a causa de una bomba, o si se hundirá su barco o se estrellará su avión… o se ahogarán intentando llegar al barco que ha venido para llevarlos a casa… Es un rescate, es una retirada, ¿es una derrota? no parece una victoria, pero con los 350.000 supervivientes basta. Delicada, medida, parece hecha a mano, sabe cómo conmocionar al espectador, sin enseñar el horror morboso de la guerra, o la oscuridad de los enemigos; sencillamente la desolación, la espera, y con el único paisaje de la playa apocalíptica. Los soldados están varados, a merced de los ataques aéreos del enemigo. Alineados en columnas sobre la arena, esperando, probablemente, la muerte. O un milagro. Lo más cruel de todo es la ironía de ver desde allí la costa de Inglaterra a sólo 26 millas a través del canal. La salvación estaba tan cerca, pero tan lejos. El film no juzga a estos muchachos por su desesperación, sino que aunque todos se protegen, celebra sus gestos de solidaridad. El film es magnífico a un nivel solo comparable con Das Boot: El submarino (Wolfgang Petersen, 1981), e incluso consigue mantener mucho mejor el ritmo que ésta, aunque no llegue a captar el realismo del film alemán, viendo el aspecto impecable de los soldados británicos. Esta película podría definirse como el Das Boot de los aliados, y por ello debe ser considerado el film bélico de la década. Nolan siempre sabe jugar con el tiempo, aquí también lo hace con la cronología del relato, como cuando vemos uno de los barcos que en una escena anterior ha naufragado. La estructura de la narrativa funciona con la precisión de un reloj: El rescate naval, con la heroica participación de los civiles, duró un día, si bien los soldados llevaban una semana esperando en la playa, mientras desde el cielo los spitfires británicos tenían capacidad de combustible para volar una hora. El ritmo intenso, excepcional, el trabajo artesano de la dirección de Nolan y enfatizado con el montaje de Lee Smith, hacen del film una historia épica de 100 minutos en los que el espectador está en vilo, sufriendo por y con los soldados. La fotografía de Van Hoytema, acorde con la narrativa, refleja toda la pulcritud del relato, y nos enseña detalles, como la imagen en la que se ve la espuma del mar estremeciéndose en las playas y se aprecia la belleza dentro del pavor de la espera. Los encuadres te hacen estar al lado de los protagonistas, siendo uno más de ellos en cada momento. El logro técnico es sencillamente extraordinario, rodada completamente en formato IMAX. Especial mención al diseño de sonido, ya que se funde con la siempre fantástica banda sonora de Hans Zimmer, y envuelve al espectador sin estridencias. El sonido bombardea los oídos y también se siente en el cuerpo con un dinamismo estremecedor a medida que se oyen bombardeos y disparos en el cielo, en la tierra y en el mar. El espectador se siente empujado dentro de la historia a sobrevivir y a acompañar a esas personas normales, posiblemente sintiéndose cobardes como la gente común o puede que simplemente traumatizados por la guerra, pero héroes entre la gente común. El reparto es impecable, pero la dirección no deja que se enfatice demasiado en las interpretaciones: no son actores haciendo de soldados, son soldados. Con pocos diálogos, sus acciones hablan por sí solas. Sus actos son heroicos, no sus discursos o sus palabras. Más que las palabras es la cámara la que habla, poniendo delante las actitudes, las expresiones faciales, las reacciones, tensiones y las miradas, lo dicen todo, por encima de las palabras. Con diálogos escuetos, ya que lo importante no es la historia de los personajes, si no su destino. El único discurso es la lectura del periódico con la noticia del desembarco. Si hubiera un pero en esta película, sería que al centrarse en el punto de vista británico difumina el sacrificio de los soldados franceses en Dunkerque. El espectador se verá impactado por ciertas escenas como aquella en la que los ingleses quieren embarcar solo a los suyos y no a los franceses. Es importante recordar que es un punto de vista británico, de ahí que no se pueda resistir el fervor patriótico al final. El film es ciertamente visceral. Cuando crees que has visto la última imagen del film, el director nos impacta con la última reflexión.
Dunkerque: De victoria pírrica a suceso cinematográfico. Llega a los cines el nuevo film dirigido por Christopher Nolan que narra uno de los sucesos menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial, en el que logra uno de sus mejores trabajos en la construcción de un relato apasionante. Año 1940, plena II Guerra Mundial. En las playas de Dunkerque, cientos de miles de soldados de las tropas británicas y francesas se encuentran rodeados por el avance del ejército alemán, que ha invadido Francia. Atrapadas en la playa, con el mar cortándoles el paso, las tropas se enfrentan a una situación angustiosa que empeora a medida que el enemigo se acerca. Y la derrota se transforma en una victoria, pírrica quizás, porque se perdió el terreno que estaban dispuestos a conquistar, pero se salvaron las vidas de trescientos mil soldados. Olvidada por la cinematografía, la operación Dinamo o el llamado Milagro de Dunkerque encontró en Christopher Nolan el narrador omnisciente capaz de ejecutar la proeza, una que lleva a cabo con pulso pero con mesura, donde lo trepidante es el detalle con que narra la odisea de estos ingleses dispuestos a rescatar hasta el último de sus hombres. Para ello, se sirvió de un juego de líneas temporales, como haciendo en la trama una disección limpia de los procesos sin perder el rápido avance de una historia que no se detiene. En las playas están quienes esperan el rescate, en el aire aquellos que cubrirán la retirada y en el mar los que se expondrán al bombardeo para llevarlo a cabo. Estas tres perspectivas son el propietario de un barco de pequeño calado, solo uno de docenas que lo hicieron, que inicia la travesía de cruzar el canal en busca de los soldados, un soldado que recorre la playa buscando salvarse hasta que comprende el valor de salvarnos y el piloto de un avión de guerra que queda como único vigía y guardián. Y la acción comienza y es desmesurada. Más allá de no mostrar una sola gota de sangre, el director se las arregla para darnos un vistazo cruel y frío de los desmanes de la guerra sin ahorrar las muertes, aunque ninguna de ellas se presenta inútil frente al relato que se lleva a cabo con una acertada fotografía de Hoyte Van Hoytema, cuya extensión de los horizontes muestra la soledad de los protagonistas a la hora de enfrentar el crucial momento. Es verdad que tal vez el desarrollo de la historia supere al de los personajes, pero la amplia visión que Nolan ejecuta hace que el espectador pueda abarcar la enormidad del evento, y son Mark Rylance, Kenneth Branagh, Tom Hardy y Cillian Murphy, entre otros, los que maravillosamente otorgan ese componente humano capaz de llevar la historia a los pequeños gestos. En definitiva, el director británico, que nos supo dar una de las mejores aproximaciones al encapotado de Gotham, ha sido capaz de recrear con un detalle casi obsesivo una de las historias menos conocidas de lo que fue ese enfrentamiento bélico mundial, logrando en el proceso un claustrofóbico y visceral relato que no ahorra magnificencia cinéfila y que es capaz de transportarnos a ese aciago día en que los ingleses convirtieron una derrota en una verdadera proeza humanitaria. Pequeño apartado merece la excelente composición creada por Hans Zimmer, que fue capaz de dotar al soundtrack de un espíritu tan presente en el film como un personaje más del mismo, logrando que el espectador sienta la trepidante aceleración de la acción a través de ella .
Dunkerque: Soldado que huye… El nuevo film de Christopher Nolan llega a los cines. Esperado como pocos, el nuevo opus del británico es una experiencia visual sin igual. Bahía de Dunkerque (Francia). Mayo de 1940. Mas de 300.000 soldados Aliados están cercados por las tropas alemanas y esperando un milagro. Literalmente así también se la llamó a la Operación Dínamo: “El milagro de Dunkerque”, operación de rescate que pudo devolver a sus hogares a más tres centenas de ingleses, franceses y belgas varados en las orillas de dicha playa. Quizás no hayamos escuchado o no recordemos esta proeza de la Segunda Guerra Mundial, quizás empañada por otras que tuvieron más “prensa”, pero fue todo un logro para la Armada británica y un hecho que marcaría a fuego la época. Christopher Nolan retrata los últimos momentos de este hecho de una manera muy particular y, a la vez, muy personal: sabemos de la obsesión con las líneas temporales en su obra desde Memento, pasando por Inception o Interstellar; pero aquí lo lleva a su máximo grado, y en mi opinión, a su madurez narrativa: en las dos horas de duración del film viviremos simultáneamente una semana con los soldados varados en la playa, un día que pasará para un navío civil que irá a Dunkirk al rescate (uno de muchos) y una hora con un piloto de avión quien es el que trata por todos los medios posibles repeler los ataques enemigos. Las tres líneas convergerán en un punto casi al final y de manera magistral, siempre manteniendo la tensión al son de la partitura minimalista orquestada por Hans Zimmer que utiliza dentro de ésta, el “tic-tac” de un reloj analógico, recurso plenamente funcional para llevar los nervios al tope de los soportable. Dunkirk es una experiencia visual impresionante llena de espectacularidad en el momento de las batallas aéreas o las explosiones,ya sean en tierra o mar; filmada plenamente en IMAX ( y se debe disfrutar de esa manera) donde la fotografía de Hoyte van Hoytema logra retratar planos donde vemos la soledad de los soldados, la inmensidad del cielo pero también momentos claustrofóbicos y de gran encierro. Las actuaciones son sobrias y cumplen, aunque es una película donde el diálogo no es lo primordial, sino lo visual, donde se destacan Tom Hardy, Cillian Murphy, Mark Rylance, Kenneth Branagh y Fionn Whitehead. Pero Nolan decide no darle ni siquiera protagonismo al enemigo, quien casi es un ente invisible y acechante (incluso en unos de los últimos planos se los ve fuera de foco) sino al hecho en sí mismo y lo que significó para la historia. Una epopeya de proporciones muy pocas veces vistas y que seguramente posicionará al director en un lugar donde muchas veces es cuestionado: uno de los mejores realizadores visuales de nuestra época.
Crítica realizada por Gerald Evans @Evanstkh Dunkirk te tumbará. Nolan tuvo –y tiene- demasiado poder como cineasta para hacer su película perfecta, su producción definitiva, la mejor película de los últimos años. Christopher Nolan siempre dejó un escalón muy alto en todas sus películas, desde su debutante Following (1998), la atemporal Memento (2000), la extraña Insomnia (2002), el regreso del murciélago con Batman Begins (2005), la mágica Prestige (2006), el resurgimiento por todo lo alto con Batman The Dark Knight (2008) y The Dark Knight Rises (2012), el rompecabezas de Inception (2010) y la alucinante Interstellar (2014); ahora debuta en el tramado bélico e histórico con Dunkirk (2017), donde parece que ese escalón llega a un nivel insuperable, incluso para él mismo. Al momento de contar sobre el “milagro de Dunquerke”, Nolan hace uso de narrativas ya conocidas en Inception y Memento, donde crea líneas temporales distintas para dar coherencia a la producción, en este caso una historia sobre un muelle, sobre el mar y sobre el aire; cada una con una crónica diferente, una introspección personal distinta y un mismo objetivo: rescatar las tropas británicas acorraladas en una playa por el ejército alemán, al borde del peligro y a la espera de ataques. Desde el principio, Dunkirk sugiere una tensión implacable, ese es el trabajo de Nolan evitando el preámbulo innecesario de historias como recuerdos lejanos, desayunos familiares o las interacciones de pasillo que normalmente se utilizan para generar inmersión en los personajes. En su lugar, la película se deja caer en la acción, la tensión, el pánico y el temor de la difícil situación de cientos de miles de soldados ingleses. A medida que la película avanza, la dirección y producción de Nolan hace que se muestren sus más grandes deseos como realizador, sin olvidar su casi obsesión por jugar con el tiempo, la banda sonora y las expresiones en los personajes que cuentan la historia: que existe una claustrofóbica guerra con soldados atrapados por el mar y la tierra, aglomerados en largas filas en un gran embarcadero de hormigón y madera esperando barcos salvavidas o una lluvia de balas o bombas que podrían caer en cualquier momento. El multipremiado compositor y fiel a este tipo de obras, Hans Zimmer, toma un rol importante en la producción al integrar su perfecto cronómetro musical (en todo el sentido literal), donde entre compases de suspenso y tensión, pone carrera contra el tiempo a medida que transcurre el filme. Una cosa a tener en cuenta es lo poco que el diálogo figura en la película. Nolan podría haber borrado todo de la banda sonora, excepto la partitura de Hans Zimmer, con unos cuantos entretítulos aquí y allá, y habría funcionado igual de bien. Nadie habla a menos que tengan que hacerlo, y no hay ningún discurso o melodrama en absoluto. Cada diálogo que hay, es poesía. El conflicto hecho película narra los eventos en diferentes momentos: en tierra cientos de miles de soldados se quedaron varados en la playa por una semana. En el agua, la situación duró 24 horas, y por último, los aviones británicos sólo tenían una hora de combustible. Para unir estas diferentes versiones de la historia, se deben enlazar estos estratos temporales. De ahí surge la complicada estructura de un guion para contar una historia sencilla, pero espectacular. En medio de un enorme cielo azul y vistas panorámicas del mar, Dunkirk presenta un retrato de brutalidad incesante que simula el caos, la confusión y la brusquedad de la guerra violenta y sangrienta hasta el punto de que harán sentir que están ahí a los asistentes de la sala de cine. Actuaciones estelares de Tom Hardy, Mark Rylance y Fionn Whitehead (cada uno en su línea temporal) resultan impresionantes, al nivel de la misma película e imprimiendo a los personajes –dentro del poco diálogo- el carácter necesario para contar una historia sin llegar a debates personales. Visto en su forma óptima (70mm en una pantalla IMAX), la película captura la lucha por la supervivencia con intensidad visceral. Ofrece una inmersión en momentos angustiosos con una mezcla de sonido inigualable, acompañado de la majestuosa banda sonora compuesta por Zimmer. Nolan estuvo ansioso durante años para hacer esta película, plasmó todo lo que siempre tuvo en mente; hizo que Dunkirk fuera una producción vibrante y enérgica, pero sin salirse de las líneas de lo armónico. Dunkirk es lo que ha estado tratando de hacer con sus películas y lo sintetiza en un solo filme de manera estupenda. Es Nolan en su máximo absoluto, disfrutando de lo que hace y descartando todo lo demás con que antes innovó. Dunkirk te tumbará. Nolan tuvo –y tiene- demasiado poder como cineasta para hacer su película perfecta, su producción definitiva, la mejor película de los últimos años. Con todo lo dicho, no hay ninguna posibilidad de que esta película no sea una de las principales contendientes en los Oscar de este año, y que seguirá sosteniendo a Christopher Nolan como creador de piezas maestras.
Luego de tres años de inactividad, vuelve Christopher Nolan para demostrar porqué es uno de los directores de cine más influyentes y prolíficos de los últimos 20 años. El realizador inglés tiene una filmografía variada y en esta oportunidad añade un nuevo género a su cartera. Resulta muy interesante analizar el atrayente estilo visual y narrativo de Nolan. En “Dunkirk” no solo presenta su marcada impronta a la hora de confeccionar el relato, sino que además se da el lujo de separarse de ciertas características frecuentes a las que nos tiene acostumbrados, para sorprendernos con nuevos recursos. Entonces, ¿es “Dunkirk” ese film espectacular que están comentando en todos lados? La respuesta es sí. Nos encontramos con una película bélica sobre la evacuación de Dunkerque (Francia), durante la II Guerra Mundial. El avance del ejército Nazi ocasionó que alrededor de 300.000 soldados británicos y otros tantos franceses queden varados y asediados en las costas del lugar que da nombre a la cinta en cuestión. Durante este acontecimiento se van a narrar las distintas historias que se desarrollan en los diferentes campos de batalla: El aéreo con los aviones, el marítimo con los barcos y el terrestre en las playas de la ciudad portuaria. El concepto brillante que utiliza Nolan de no establecer un protagonista claro para poner al conflicto y a la guerra en primer plano es uno de los puntos fuertes del relato. El protagónico se lo lleva el campo de batalla y la brutalidad del conflicto. El guion representa un triunfo, en especial por el deseo del realizador de tratar de prescindir de los diálogos lo máximo posible para desarrollar una narración mayoritariamente visual. Como bien se mencionaba en la lista de películas que recomendó Nolan para ver previamente a Dunkirk (link aquí), el realizador se inspiró en “Avaricia” (Erich von Stroheim, 1924) y “Amanecer” (F. W. Murnau, 1927), relatos que se destacaron en alcanzar aquel uso de lo visual por sobre la palabra. Es interesante ver lo que logra el director, ya que en reiteradas veces se lo ha criticado por brindar películas y/o escenas que se caracterizaban por una sobreexposición de información al espectador mediante los diálogos. Las actuaciones están muy logradas y nos meten de lleno en el desgarrador ámbito de la guerra. Tom Hardy, Mark Rylance, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, James D’Arcy y Harry Styles son solo algunos de estos actores que le ponen el cuerpo a sus personajes, que son parte de una estructura más grande que se pone en un plano superior. La crudeza con la que se narran ciertos eventos nefastos inherentes al ámbito bélico y hostil, se ve decorada por una tremenda dirección de arte, una fotografía imponente (gran trabajo de Hoyte Van Hoytema) y una magnificencia a la hora de componer los encuadres más bellos y armoniosos para un contexto totalmente opuesto. Esa belleza compositiva se ve acrecentada si encima uno tiene la suerte de observar las imágenes en su máximo esplendor y resolución (recomiendo fuertemente que todos concurran a ver la película al IMAX, ya que Nolan concibió la historia de esta manera, logrando filmarla casi enteramente en este formato). Por el lado del sonido, tenemos que destacar el trabajo de Hans Zimmer en relación a la música, pero también la edición de sonido. Es impresionante lo que se logró sonoramente en este film, el tic tac del reloj y la utilización de cuerdas provocan una profunda tensión en el espectador que no da respiro hasta el final. El montaje enmarañado y anárquico (que nos recuerda a los primeros relatos del director como “Following” y “Memento”), también sirve para terminar de armar esa angustia por la que atraviesan los personajes donde no saben si sobrevivirán la próxima hora, día o semana (de hecho el film se separa en tres segmentos: un rescate que tarda una semana, los barcos de civiles cuya tarea tiene un día de duración, y el apoyo aéreo que busca contrarrestar la ofensiva alemana cuyo combate sucede en el lapso de una hora. Todo eso yuxtapuesto para el deleite del espectador). En síntesis, “Dunkirk” es una película intensa tanto emocional como técnicamente. Un gran acierto de Nolan que nos muestra que se encuentra en pleno dominio de su oficio (tanto como director y como guionista), y que tiene la habilidad de realizar films más provocadores a nivel estético y narrativo. Un drama bélico que apunta a convertirse en un clásico instantáneo.
¿Qué es el cine? Unos dirán que puro entretenimiento; otros, un arte cada vez más perdido, y algunos que se trata de una industria multimillonaria que sólo regurgita franquicias y carece de ideas originales. Todos tienen un poquito de razón, pero hay excepciones. Realizadores que logran conjugar todos estos elementos y dejar conformes tanto a la crítica como al público en masa. Directores que hacen el mejor uso de su libertad creativa, impregnando su sello de “autor” con la venía de los grandes estudios, y los abultados presupuestos que estos ponen a su disposición. Sí, son pocos, aunque también son los que equilibran la balanza entre el cine archi independiente que gana premios pero apenas llega a las salas, y los Michael Bay de este universo que solo piensan en artificio y se olvidan de la sustancia. Los blockbusters pueden ofrecer un poco más, y hasta convertirse en obras sofisticadas. Sólo necesitan estar en las manos adecuadas y, obviamente, el apoyo de los ejecutivos que logran ver el bosque cuando los realizadores se acercan con sus ideas poco convencionales. Con “Dunkerque” (Dunkirk, 2017) se nota el saltó de fe de la gente de Warner Brothers. La propuesta de Christopher Nolan no es la clásica película de acción del verano boreal, si no todo lo contrario, hablamos de una obra “experimental” que costó más de cien millones de dólares. No es la primera vez que el estudio se arriesga con las historias del realizador inglés, uno de esos tantos que aportó su granito de arena al (ahora) llamado “blockbuster inteligente”. Pero “Dunkerque” carece de superhéroes e intrincadas aventuras de ciencia ficción, más atractivas para el público cinematográfico; en cambio toma como punto de partida uno de los acontecimientos más significativos de la historia del siglo XX, el cual terminó marcando el curso de la Segunda Guerra Mundial. Nolan se despacha con una película “basada en hechos reales”, pero igual decide jugar con sus reglas y alejarse de todos los convencionalismos del drama de época, incluso del género bélico al cual, erróneamente, podríamos ligarla. Claro que la guerra es el trasfondo y uno de los condimentos esenciales de esta narración, pero su motor, su tema, pasa por algo más primigenio y palpable: la supervivencia. La llamada Operación Dinamo se convirtió en “milagro” para los titulares de los diarios, aunque a los ojos de muchos sigue siendo una derrota (victoriosa) para la orgullosa armada británica. Hablamos de la evacuación de casi 400 mil soldados aliados -ingleses, franceses y belgas- de las playas de Dunkerque, tras quedar acorralados por el avance alemán después de la invasión a Francia. Las opciones eran pocas, rendirse (ser capturados, o aún peor, cambiando de esta manera el curso del conflicto bélico) o intentar cruzar el Canal de la Mancha y regresar a casa lo más sanos y salvos posible. Una misión imposible, ya que en el parlamento inglés los señores de la guerra decidían que no iban a mandar el apoyo necesario e iban a reservar la mayoría de sus fuerzas para la inminente Batalla de Inglaterra. Estamos a finales de mayo de 1940, mucho antes de que Estados Unidos se sumara a la contienda. Mientras el ejército francés resiste y es empujado hasta la costa, los ingleses intentan abandonar el lugar con el soporte de algunos barcos esporádicos y la asistencia de un número reducido de Spitfires que tratan de evitar el bombardeo alemán. Los libros de historia nos dicen que el rescate no fue del todo militar, si no que llegó de la mano de cientos de pequeños barcos civiles (algunos confiscados por la marina, otros navegados por sus propios dueños) que cruzaron el charco para traer a sus soldados de vuelta al hogar. Este es el suceso que decide contar Christopher Nolan, uno que no tiene claros héroes a la vista, ni triunfalismo exacerbado, ni la visceralidad de otras películas bélicas, al menos en cuanto a tripas y sangre derramada. “Dunkerque” tampoco tiene tiempo para la típica camaradería, ni las historias de trincheras donde los solados se conocen y extrañan a sus mascotas. El director nos lo cuenta a su manera, con un realismo que supera casi cualquier cosa que hayamos visto en la pantalla. Nolan recorta este momento específico, el aquí y ahora, y nos sumerge en una historia de suspenso (sí, suspenso) regida por un reloj implacable y la tensión que esto causa, una sensación que se siente hasta los huesos (y mucho más en la boca del estómago). El tiempo juega un papel importantísimo en medio del desconcierto y la frustración de sus protagonistas. Acá, la clave es la intensidad que lo abarca todo: soldados y espectadores que terminan compartiendo esta travesía vertiginosa a lo largo de apenas 106 minutos. Se puede crear cierto paralelismo con otros relatos parecidos (hablando desde un punto de vista narrativo, claro está) como “Mad Max: Furia en el Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015) o “Vuelo 93” (United 93, 2006) de Paul Greengrass. No nos hace falta el antes y el después de este acontecimiento, sólo saber si los involucrados van a lograr su cometido. “Es como realidad virtual sin los aparatos”, así describe el realizador a su nueva experiencia cinematográfica. Decir “experiencia” es mucho más acertado que “película” porque resulta imposible no sentir la espuma, la arena, el agua que se mete por debajo de los pies, los bombardeos, el oleaje que golpean los barcos, el fuego, el rugir del motor de los aviones y, sobre todo, la desesperación de los soldados, el desaliento de los generales o la urgencia de los civiles por hacer un mínimo aporte. Nolan se concentra en los sentidos y en una composición de imágenes y sonidos impecables. La reconstrucción de época, el naturalismo que se desprende de ello, la cámara prodigiosa de Hoyte Van Hoytema (mismo director de fotografía de “Interestelar”), incluso la partitura de Hans Zimmer (más experimental que la película), se combinan para crear un todo indivisible que, a pesar de la tecnología y la amplitud y calidad que trae aparejado un formato como el IMAX 70 mm (más del 75% del film), nos da la sensación de una historia que, tranquilamente, podría estar fechada en 1940. “Dunkerque” parece una pieza clásica, bella e imponente, intensa y sobrecogedora que casi obvia los diálogos y se apoya en las acciones y el minimalismo de las interpretaciones. Hay miradas que lo dicen todo, gestos más profundos que las palabras y personajes anónimos cuyo suceso en esta evacuación nos interesa mucho más que su nombre y apellido. Nolan elige no “intimar”, no contarnos ni el pasado ni el futuro de estos hombres, sólo le importa el presente y el destino de cada uno. Pero por más que parece un relato sencillo plagado de elementos clásicos, el realizador divide la narración a través de tres puntos de vista y tres temporalidades diferentes. Los sucesos de “Dunkerque” no ocurren al mismo tiempo, y ahí es donde entra uno de los truquitos más distintivos del director: la narrativa no lineal, una herramienta que termina por dar forma a esta historia, una que resultaría mucho más banal y simplista en las manos de otro realizador. Desde el comienzo Nolan fija las reglas: los acontecimientos del “muelle” duran una semana, los del “mar” un día, y los del “aire” apenas una hora. Teniendo esto en mente, comienza a hilar su relato, cambiando el enfoque cuando lo necesita, y volviendo a repetir los hechos desde la mirada de distintos protagonistas. En tierra están los jóvenes soldados que sólo quieren volver a casa (los ignotos Fionn Whitehead, Aneurin Barnard, Harry Styles) y los oficiales que intentan estar al mando de este caos (Kenneth Branagh, James D'Arcy). En el aire los Spitfires (Tom Hardy, Jack Lowden), según dicen, una de las máquinas más perfectas creadas por el hombre. Y en el mar, en representación de los civiles, el señor Dawson (Mark Rylance), su hijo Peter (Tom Glynn-Carney) y el joven entusiasta George (Barry Keoghan), quien quiere contribuir con lo suyo. Tres narrativas que se cruzan y chocan, hasta confluir en un solo momento como ocurre en “Memento, Recuerdos de un Crimen” (Memento, 2000) -aunque si necesidad de reversa-, por si necesitan un ejemplo. Con “Dunkerque” podemos afirmar que Nolan llegó a la cima de su destreza audiovisual. Las secuencias aéreas son impecables, como cada una de las submarinas que, hasta cierto punto, recuerdan a “Titanic” (1997). Una cámara que no teme meterse en todos lados, pero también brilla cunado el plano se abre y nos muestra la quietud o el caos generalizado. Acá, las imágenes pueden ser sumamente intimistas o gloriosamente épicas según la ocasión, y todo se conjuga a la perfección sin necesidad de trucos baratos. Hay violencia, hay drama y un mensaje antibélico que el realizador no se esmera por ocultar. Hay esperanza, pero también desazón cuando caemos en la cuenta que éste recién es el comienzo de una guerra que cambió para siempre la historia de la humanidad. La Operación Dinamo no es tan conocida como el desembarco del Día D, pero podemos apostar que Nolan se aseguró que su película fuera lo más acertada históricamente, más allá de que los protagonistas (aunque algunos sí) no tengan su correlato con la realidad. Nos preocupamos, sufrimos por ellos y junto a ellos porque, al fin y al cabo, son ese ‘soldado anónimo’ que no quiere estar donde debe estar, y su instinto no tiene nada que ver con el heroísmo, si no con uno de las características humanas más primitivas: sobrevivir cueste lo que cueste. Merece un renglón aparte el esfuerzo de Nolan de incorporar a las minorías (tal vez se queda corto, pero ahí están) y a las mujeres que, tal vez aparecen en un segundo plano, pero su papel no es menos importante llegado el final. En resumen, “Dunkerque” es un thriller de acción que juega fuera de los convencionalismos de Hollywood, pero logra amalgamar los relatos más clásicos con el tecnicismo y las complejas narrativas del siglo XXI. No hablamos de una película bélica per se, y ahí es donde puede separar las aguas si la audiencia va en busca de una historia más visceral cargada de patriotismo y héroes que se sacrifican. Nolan se concentra en otro tipo de crudeza, y su visión es la de la guerra vista desde afuera y desde nuestro tiempo donde la violencia no cesa y los hombres de traje siguen marcando el destino del mundo.
El nuevo film de Christopher Nolan es objetivamente un ejemplo de lo mejor a nivel técnico en lo que va de este año. Este proyecto se caracteriza por no refugiarse en la violencia de la guerra sino por sumergir al público en una tensión constante en todo el desarrollo de la cinta. La historia cuenta el evento de la evacuación de las tropas francesas e inglesas de las playas de Durkirk durante la Batalla de Francia, a principios de la II Guerra Mundial. Lo curioso que tiene el film es que en lugar de focalizarse en un sólo punto de vista, recurre a contar el evento en tres episodios que transcurren con diferencia de horarios y desde diferentes perspectivas (tierra, mar y aire). Cada situación cuenta con un protagonista diferente y particular: en tierra Fionn Whitehead; en mar Mark Rylance y en aire, el heroico Tom Hardy. Cada una de estas historias está interpuesta de una manera en que el aumento de tensión va in crecendo. Las actuaciones son contundentes destacando a Rylance como un marino civil que tiene como objetivo rescatar la mayor cantidad de soldados con su velero. Tom Hardy, por su parte, logra imponerse sobre el resto del elenco al interpretar a un piloto que está dispuesto a sacrificarlo todo para despejar las playas de Durkirk y ayudar a sus compatriotas. Y en un rol no menos relevante se encuentra Kenneth Branagh, sobresaliendo con su presencia como un comandante que no se doblega frente a la situación que le toca vivir. Si tenemos que subrayar algunos puntos, serán la fotografía realizada por Hoyte Van Hoytema, el montaje de Lee Smith y la música a cargo de Hans Zimmer. Los tres apartados son un ejemplo de excelencia a nivel fílmico; juntos, estos especialistas en la técnica logran con Nolan un resultado sublime cuando sus respectivas áreas chocan en el resultado final que se aprecia en la sala. Hoytema y Nolan merecen ser reconocidos por su labor en la película. Por último, esta ficción fue pensada para pantallas IMAX, así que si tienen la oportunidad de disfrutarla ahí, no lo piensen dos veces.
Los acontecimientos que se cuentan en la película ocurrieron entre el 26 de mayo al 4 de junio de l940. Cuando las tropas inglesas y sus aliados franceses, belgas, polacos, fueron acorraladas por los nazis en esa playa, unos 400.000 hombres, constantemente bombardeados. Los soldados solo podían esperar ser rescatados. Y la historia de esa evacuación, es el corazón del film escrito y dirigido por Christopher Nolan, desde tres puntos de vista distintos y con diferencias temporales. Lo que ocurre en la playa dura una semana, las escenas del mar son de un día y la batalla aérea de tres aviones británicos contra los alemanes solo una hora. Esas diferencias temporales, mezcladas, con sabiduría y talento, logran meternos de cabeza dentro de los acontecimientos. Porque como Nolan se propuso y así lo declaró, se aparto de las convenciones de los films bélicos para obtener la tensión de un thriller que atrapa al espectador desde los primeros minutos hasta el final. Esa sensación de peligro constante en lugares cerrados y abiertos nunca cede. Nolan dijo que su intención era “poner al espectador en las botas de los soldados, en la cabina de un avión o sobre un pequeño bote o un destructor” y lo logró. Y además como una declaración de amor al celuloide también hizo copias en Panavision Super 70, aunque en nuestro país no hay cines para verlo, lo ideal es elegir la mayor pantalla posible. Eligio a muy jóvenes actores, de la edad que tenían los soldados y los mezclo con grandes actores, Mark Rylance, Tom Hardy, Kenneth Branagh, Cillian Murphy. Cuando los muelles fueron bombardeados y los destructores que se podían usar eran pocos, para no ponerlos a todos en riesgo, se hizo un llamado a los poseedores de embarcaciones particulares, muchas manejadas por sus dueños para lograr rescatar la mayor cantidad de soldados posibles. Había una expectativa de salvar 30.000 y se lograron evacuar más de 300.000. Y esa “derrota” se transformó en una victoria emotiva. Y el final de la película llega con toda esa carga de la alegría de los soldados y sus familiares, y el discurso de Churchill, quizás porque ninguna película bélica puede escapar de la carga de “patriotismo” aun en nuestros días.
“Pelearemos en las playas”. Dunkerque está ambientada en la Segunda Guerra Mundial; es una dramatización de la Operación Dinamo, que consistió en el salvataje de 400.000 soldados británicos de la isla francesa de Dunkerque antes de que esta sea atacada por los alemanes (la historia real te la contamos ACA). Dicha evacuación es contada a través de tres puntos de vista: En tierra, con un joven soldado que busca desesperadamente formar parte de la evacuación, al descubrir que es probable que no todos se salven. Por aire, con un escuadrón de dos pilotos que tratan de derribar a unos cazas enemigos antes de que lleguen a la isla. Por mar, con un civil, cuyo barco ha sido requisado por la Marina para participar del operativo de rescate. El guión de Dunkerque es uno sin vueltas y al punto, o como se dice en criollo: va derecho a los bifes. Empieza la película y empieza el conflicto. No hay mucho que filosofar; si te quedás quieto, ligás un balazo. Es así de sencillo. Una lógica narrativa casi les diría de cortometraje, y lo digo en el mejor de los sentidos. No obstante, por más sencillo que sea, esto es al fin y al cabo una película de Nolan, y no sería tal sin plantear alguna jugarreta para el cerebro del espectador, manteniéndolo activo entre tantos tiros y bombardeos. Como la psicología y la filosofía en historias tan directas como ésta pueden ser un estorbo, Nolan acude al viejo y confiable recurso de manipular el tiempo cinematográfico que tan buenos resultados le supo traer en la primera parte de su carrera. Los tres escenarios de Dunkerque se dividen y entremezclan en el tiempo, anunciándolos incluso en el primer acto: la historia en tierra transcurre a lo largo de una semana; la del mar a lo largo de un día; y la del aire a lo largo de una hora. Mientras vos estas ahí todo tensionado por el horror de la guerra que deben sobrellevar estos muchachos, te tiene pendiente de donde están las pistas, o cuándo va a ser el momento donde estas tres historias se crucen. Una historia de supervivencia: Es una película que no profundiza en los personajes simplemente porque no tiene tiempo de hacerlo; es una historia de supervivencia, lisa y sencillamente. La película casi no tiene diálogos; las acciones físicas están a la orden del día. Los únicos personajes que tienen un mínimo de desarrollo emocional son los de la historia marina, donde una familia debe lidiar con un perturbado soldado al que acaban de rescatar. Acá se plantea un debate sobre el deber patriótico que puede sonar medio propagandístico (falta que digan “Inglaterra prevalece”) pero, a la postre, alcanza ribetes más dramáticos que temáticos. Respecto a los demás personajes, reitero, derecho al grano, sin ninguna otra complejidad más que la de moverse para sobrevivir. Por el costado actoral, las tres historias tienen un plantel interpretativo que oscila entre actores de peso y actores no tan conocidos para el público general. Si bien Kenneth Branagh entrega una competente interpretación en la historia terrestre, y Tom Hardy es expresividad pura en la historia aérea (sobre todo por estar en primer plano toda la película), quien se lleva la torta es definitivamente Mark Rylance, por dar sensata vida al padre de familia que con su pequeño barco quiere aportar su granito de arena en la resolución del conflicto. Desde lo visual, la película aprovecha muchísimo la calidad del 70 mm, y cuenta con un montaje preciso, fluido y dinámico, que contribuye a que los 106 minutos del metraje pasen bastante rápido. Lo que verdaderamente destaca es el diseño de sonido, por las capas y la forma en que contribuye a la tensión de gran mayoría de las escenas; les recomiendo: si ven la película, háganlo en sala IMAX o en una que tenga un muy buen sistema de sonido. Conclusión: Sencilla, por priorizar las acciones físicas, y a la vez compleja, por saber jugar con los tiempos cinematográficos, Dunkerque es una historia directa cuya narración no le permite al espectador pasividad alguna. Aunque si conmueve o no ya depende del ojo de quien mira, no puedo negar en lo más mínimo que estamos ante una disfrutable e inmersiva experiencia.
Nolan es un obsesivo. Nolan es un tipo de la vieja escuela. El filma las películas, cuando la mayoría las graba. Definitivamente es un distinto. Y cuando le salen las cosas como se ven en Dunkerque, no queda otra que abrazarlo y decirle gracias. Porque él con sus locuras y obsesiones logra que a los 5 minutos de comenzada la película tengas la misma sensación que los soldados, que escuchan un avión y les agarra pánico, que ven morír a un compañero y no se inmutan. Obviamente dependerá de tu sensibilidad cinematográfica y por supuesto humana como te tomes estas cosas. Luego sigue con sus relato a distintos tiempos, que esta vez marca una diferencia con el pasado y le pone títulos y distancia (aunque no las vas a recordar luego). Ninguno de los actores está el tiempo suficiente en pantalla para ser protagonistas de la historia, y Nolan es el que debería figurar en ese papel como verdadero director de batuta. Es inevitable pensar en Memento con sus tiempos de narración al revés e imaginarse como logra este ingeniero fílmico, porque no es un simple director, pensar en su cabeza las tres historias, unirlas, separarlas, mezclarlas como él lo hace. Las actuaciones son todas magníficas. Pero tengo que repetir… ninguno está el tiempo suficiente para ser considerado protagonista, pero es loco porque los pocos minutos que tiene Kenneth Branagh son mágicos, o casi no verlo jamás de cuerpo entero a Tom Hardy es increíble. Mark Rylance, el mismo protagonista de Puente de espías, demuestra que nació para estas películas históricas. Y cosas locas como lo de Harry Styles, que Nolan lo eligió sin saber que fue parte de One Direction y que la rompe en un par de escenas jugadas emocionalmente. Nolan hace eso, hizo esta Dunkerque, que es una historia chiquita dentro de la Segunda Guerra Mundial, una historia donde se movieron 300.000 personas en poco tiempo para no ser masacradas por los alemanes, donde la presión sicológica era tremenda y donde logra transmitir eso al espectador. No hay otra cosa, no hay escenas grandiosas. No puedo dejar de lado porque amo todo lo que tenga alas, que Nolan sigue filmando con aviones de verdad o con réplicas a tamaño verdadero, y acá las tomas que logra con los Spitfire con hermosas, muestra la esencia del vuelo, la relación piloto-avión-armas-enemigo de una manera pocas veces vistas y muy lejos de cualquier “máquina voladora asesina”. Nolan se toma los tiempos necesarios para mostrar las cosas como él quiere hacerlo, y por eso hay que amarlo o dejarlo. Seguramente la peli no sea para los grandes públicos, no para esos que quieren ver una película doblada. Es más, te diría que hasta podría ser una película muda que tendría el mismo poder que con sus voces, porque acá el que habla es el director con su historia. Me quedo con esa escena donde se acciona manualmente el tren de aterrizaje del Spitfire… la composición fotográfica de ese momento es de lo mejor que podes ver hoy en el cine moderno… y es algo tan viejo como saber armar una toma Dunkerque es simplemente un canto al cine.
Christopher Nolan se ha convertido en uno de los pocos realizadores que en relativamente poco tiempo se hizo un nombre que logró llegar a las más altas esferas. Muy controvertido por su obsesión por el fílmico y declaraciones sobre lo que es el cine y lo que no. Posee tantos amantes como detractores. Lo cierto es que si bien no ha inventado nada, ha tomado nota de grandes maestros como Kubrick para que cada vez que se estrene una de sus películas haga mucho ruido. Y no es por la promoción o por el personaje (léase la trilogía que hizo de Batman) sino por como filma y su originalidad. Ya sea con una historia que va para atrás (Memento, 2000), o cumplir misiones en un sueño dentro de otro sueño sueño (Inception, 2010), Nolan ha demostrado que rompe esquemas. Y en este caso en particular lo hizo con una película bélica, género que se ha hecho hasta el hartazgo. En Dunkerque logra que el espectador se sumerja en la historia, que sienta la desesperación y tristeza de los soldados. Vi la película en IMAX, formato en el cual fue filmada casi entera y que el director prefiere para exhibir. Logra transmitir desolación e incluso ahogo a través de la fantástica fotografía a cargo de Hoyte Van Hoytema, con quien ya había trabajado en Interstelar (2014), luego de que su DF histórico, Wally Pfister, se abriera su propio camino como director. Otro acierto del film es que no hay personalismos ni grandes nombres en el elenco. Lo más importante es la historia y el hecho. Por ello hay pocos grandes nombres y su participación está muy solapada. Se ve muy poco tanto de Tom Hardy como de Kenneth Branagah, aunque ambos están geniales. Lo mismo con Cilian Murphy y el resto del cast conformado por ignotos para el gran público. Nolan aprovecha que se trate de un hecho real y que eso sea el centro de todo. De principio a fin y bien al palo en su corta duración, si es que tenemos en cuenta el tiempo de metraje de los últimos films del realizador. Dunkerque es una experiencia, una verdadera obra maestra cinematográfica y a su vez la mejor película de Christopher Nolan. Y eso es mucho decir. No vean este film en sus casas, vayan si o si a una sala de cine.
Vade Retro Dunkerque (Dunkirk, 2017), de Christopher Nolan, es una impactante experiencia cinematográfica que va a vivir y morir en la pantalla grande, como tantos otros tour de force sensacionales. No va a haber forma de replicar su efecto en ningún otro medio y por ello vale la pena atestiguar la película en la pantalla más grande y con el mejor sistema de sonido disponible. ¿Es esta una recomendación frívola? La mayoría de los blockbusters están diseñados para aturdir con sensaciones (y entumecer los sentidos). No es el caso de Dunkerque, que trata sobre el efecto de estas sensaciones en la persona. La angustia de la distancia, acotada y a la vez inconmensurable, entre el horror de la guerra y el alivio del hogar. La desesperación del espacio abierto, la claustrofobia de la multitud. El terror de oír el zumbido de un avión, el silbido de una bomba, el eco de una bala desviada. Ambientada en 1940, la película retrata el suplicio del ejército británico - casi medio millón de soldados - sitiado en las costas francesas de Dunkerque por el ejército nazi. Apenas les deparan algunos kilómetros rumbo a casa - Inglaterra se divisa a lo lejos - pero los barcos escatiman y los bombarderos alemanes hunden la mayoría. Su única esperanza son las embarcaciones de civiles que zarpan heroicamente al rescate, y algún que otro solitario avión de la RAF que vela por ellos. La película traza y alterna tres líneas temporales, cada una proveyendo una perspectiva distinta de la evacuación de Dunkerque. La primera, por tierra, dura una semana y sigue los pasos de un joven soldado raso (Fionn Whitehead) y sus camaradas por encontrar una vía de escape hacia casa. La segunda, por mar, dura un día y nos muestra una embarcación civil capitaneada por un hombre (Mark Rylance) y su hijo rumbo a Dunkerque. La tercera, por aire, muestra una hora en la vida de un piloto de combate (Tom Hardy) sobrevolando el Canal Inglés. Alternando entre estas tres perspectivas, retrocediendo y avanzando en el tiempo, la película compone un mosaico a base de subjetivas fragmentadas e intensas impresiones de la guerra. La historia de Dunkerque es contada con urgencia y existe en el presente para todos los involucrados - no hay tiempo que perder en clichés esbozando el historial detrás de los personajes o demonizando al enemigo (el cual representa una amenaza opresiva pero incorpórea). El film tampoco se rebusca en “vender” la trascendencia de sus hechos para el desenlace de la guerra, que es lo que hace prácticamente toda película bélica. La dirección de Nolan recuerda a la de las grandes épicas de antaño hechas por David W. Griffith, Sergei Eisenstein y Abel Gance: films orquestados con un inmenso despliegue de opulencia, elegantemente montados para abarcar las dimensiones colosales de los sucesos, que muestran más de lo que explican (fiel al cine silente, hay muy poco diálogo) y con varios puntos de enfoque dentro de un masivo elenco. La película es un gran montaje de fuerzas yendo hacia o viniendo de, en la que recurre la misma imagen de personajes atentamente a la espera de lo que les depara el horizonte, y en efecto, el destino. Esto también significa que Nolan utiliza a sus personajes más como testigos que actores, y que muchos de ellos quedan a medio camino de servir un propósito más dramático. Así, el náufrago interpretado por Cillian Murphy no termina de encontrar su lugar en la historia; el oficial interpretado por Kenneth Branagh es más una fuente de exposición que un personaje por ley propia, y una trama sobre traición queda picando cuando se interpone un nuevo desastre. Hay cierta presunción sobre la calidad técnica de las películas de esa calaña, pero no se puede dejar de destacar y resaltar la practicidad de los efectos especiales, la magnífica labor de cámara de Hoyte van Hoytema y la musicalización de Hans Zimmer, que a veces peca de repetitiva o cursi pero aquí es minimalista y se confunde insidiosamente con el diseño sonoro. Y Nolan, que a menudo es culpable de forzar ardides entorno a la manipulación del tiempo en sus historias, encuentra una forma ingeniosa de desencajar al espectador e ilustrar cómo se vivió el suceso desde distintos puntos de vista al asignar una velocidad temporal distinta para cada uno. La prensa alaba Dunkerque como la mejor película de Nolan, lo cual parece una exageración, y una de las mejores películas bélicas jamás hechas. Ciertamente hace un valioso aporte al cine al plantear una nueva forma (y por nueva forma, se entiende, un regreso a la clásica) de conjugar el género, dejando de lado la visceralidad y el sentimentalismo que impregnan incondicionalmente el cine de guerra desde Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) en pos de una manera más sobria, formal y sublime. En lo que va del año, Dunkerque es la primera película imperdible para ver en el cine.
“Dunkerque”, la nueva película del director Christopher Nolan, es un cuadro en movimiento, un deleite visual. El film transcurre en un instante, un breve período de la guerra, desde el punto de vista de tres personajes. Ellos viven distintas situaciones, en cantidades de tiempo y espacios disímiles, y en un punto se unen. “Dunkirk” relata la conocida Operación Dinamo, o “Milagro de Dunkerque”, en donde se realizó una complicada evacuación que permitió el rescate de más de 200 mil soldados británicos y más de 100 mil franceses y belgas. La película se cuenta desde puntos de vista, tiempos y espacios diferentes: Un soldado británico durante una semana en tierra, un pescador inglés en el agua durante un día y un piloto militar desde el aire, durante una hora. Cada espacio vive y late a su ritmo, y se logra, fantásticamente estar ahí con los personajes. Estamos encerrados en la cabina del piloto, navegamos en el barquito del pescador y escapamos de bombas y misiles con el soldado. “Dunkerque” logra tenernos, las casi dos horas de duración, con los pelos de punta. Acompañada de una banda de sonido escalofriante y una especie de metrónomo que se acelera y desacelera marcando el ritmo, convierte a la composición en una sinfonía. El film además, ha sido rodado en celuloide y más del 70% de la película en IMAX, lo que nos da un formato ideal para ver en cines con pantalla gigante. La fotografía es maravillosa, las tonalidades grises, la lluvia, el agua como inmenso personaje, condimentan y hacen del film, un placer visual. Es remarcable, que con muy pocos diálogos, la película va conectándose y la historia se lleva con gran fluidez. Las actuaciones son certeras y creíbles, junto con un impresionante despliegue de extras. Christopher Nolan, maneja el relato entre tres historias diferentes, aplicando un montaje que lo hace dinámico y fascinante de ver, metiéndonos en la piel o si no, siendo cómplices de cada uno de los personajes. Nos mete allí con ellos. Por último, el gran enemigo, nunca se muestra y sin embargo, siempre está ahí. Su amenaza y poder es constante y allí la gran decisión, otra vez de Nolan, de no mostrarlo. Porque qué más terrorífico que lo desconocido?
Cuando el tiempo cuenta más que nunca. La nueva película del director de Memento e Interestelar vuelve a trabajar con paralelismos temporales, pero en este caso no al servicio de un relato fantástico, sino de un episodio bélico constitutivo de la identidad británica, al que le aporta espectacularidad. La Batalla de Dunkerque es un hecho clave no solo dentro de la Segunda Guerra Mundial, sino también dentro de la construcción de la identidad británica. O, al menos, del imaginario en la que esta se sostiene. Tuvo lugar a menos de un año de iniciada la contienda, desde el 26 de mayo hasta el 4 de junio de 1940, cuando las fuerzas armadas de la Alemania nazi de un solo golpe se disponían a tomar Francia y humillar al reino de las islas, principal rival en la disputa del poder en Europa. El poderío germano era tal que ni la alianza de las otras dos grandes potencias del viejo continente alcanzó para detener su avance. El territorio francés fue cayendo y las tropas que aún resistían eran cercadas contra la costa en Dunkerque, pequeña ciudad que es uno de los puntos de mayor cercanía entre el continente y las islas. Lugar doblemente estratégico en tanto significaba aplastar a Inglaterra en sus propias narices y conquistar un punto para el siguiente paso en la campaña de Hitler: invadir las islas y dominar Europa. En ese punto comienza la última película del británico Christopher Nolan que lleva por título el nombre de ese pueblito del norte de Francia. Con una escena de inicio ágil y elocuente, demostrando gran precisión fotográfica, Nolan sigue a un pequeño escuadrón de soldados ingleses sorprendido por el fuego enemigo en una calle de Dunkerque. En la huida desesperada, los chicos (porque eso son) van cayendo de a uno y la cámara se queda con el único sobreviviente, que tras ser recibido por la última línea francesa, llega a la playa donde cientos de miles de soldados británicos hacen filas y filas esperando ser rescatados para volver a la patria. Humillados, vencidos, sometidos por el terror alemán. Terror es una palabra clave de en el relato de Dunkerque. Es lo que el director intenta transmitir reconstruyendo los ataques permanentes de la Luftwaffe, la fuerza aérea del Reich, sobre esas playas donde los ingleses aguardaban por su rescate casi sin defensa. Terror es lo que busca y terror lo que consigue. Nolan recrea el Blitzkrieg de los famosos aviones Stuka, conocido por el relato de muchos ex combatientes de la Segunda Guerra, utilizando todos los recursos que el cine pone a su alcance. Primero el sonido, los aullidos crecientes de los aviones cayendo en picada sobre la playa. O el fuera de campo: las caras de horror que van apareciendo en la multitud de chicos con uniforme que se amontonan contra el mar, buscando en el cielo el perfil aún invisible de los bombarderos. Y cuando estos al fin aparecen entre las nubes, la corrida inútil, porque en la arena no hay a dónde huir. Las bombas, los cuerpos volando y después volver a hacer las filas como si nada, como si los cadáveres de los compañeros no estuvieran ahí. Y de vuelta a esperar. Nolan hace buen uso del fuera de campo, evitando mostrar al ejército alemán más allá de sus avatares aéreos, acentuando la sensación de miedo por aquello que apenas puede ser visto. Y maneja con pericia el tiempo narrativo, obsesión que ya estaba en Memento (2000), El origen (2010) o Interestelar (2014). A diferencia de algunos de esos ejemplos, acá consigue que el recurso elegido no se vuelva una trampa. El director indica la distancia temporal que separa a Dunkerque de Gran Bretaña, según se la cubra con los aviones Spitfire que el Reino Unido manda para asegurar la retirada (una hora); en los barcos civiles enviados para apoyar la evacuación, ya que las bombas alemanas hundían cualquier nave de guerra dispuesta para tales fines (un día); o lo que demorarían los soldados en salir de Francia si debieran esperar en sus filas hasta encontrar lugar en los buques de la Marina (una semana). De ese modo sigue al soldado que sobrevive en la primera escena, a un hombre que con su hijo se dirige a Francia con su barquito para participar del rescate (la famosa Operación Dinamo, que involucró civiles) y al piloto de uno de los aviones británicos. Cada relato tendrá su tiempo, acorde a la escala real mencionada, y sus líneas se irán cruzando de modo que ciertos detalles aparecerán de manera repetida según el punto de vista de cada una. Pero aunque las tres avanzarán de manera independiente, también se irán empatando hasta confluir todas juntas en un gran final de marcado e inevitable tono emotivo. Esa es la proeza de fondo de la película, pero que esta vez Nolan consigue poner al servicio de la eficacia narrativa y no al revés. Por desgracia Dunkerque adolece de un acento patriotero muy notorio sobre el final, una búsqueda de impacto sensible tan innecesaria como predecible.
Por fin. Después de semanas de estrenos entre soporíferos y mediocres (exceptuando ¨Sieranevada¨) llega mañana a los cines ¨Dunkerque¨, último film de Christopher Nolan (¨Memento¨, ¨Batman: el caballero de la noche¨, ¨Interestelar¨). Cuenta, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, la famosa Operación Dínamo, mediante la cual el Reino Unido rescató más de 300.000 soldados de esa ciudad francesa, asediada por el ejército alemán. El film está contado desde tres perspectivas: una semana, un día y una hora, desde el cielo, la tierra y el mar, desde la historia de pilotos de avión, de marineros de pequeñas embarcaciones y de tres soldados que intentan salvarse. Un film entre íntimo y espectacular, con escenas deslumbrantes y una trama con pocos diálogos y un desarrollo entre subyugante desde lo audiovisual y maniqueo y lineal desde lo histórico, que sin dudas vale la pena. (También emitido por AM 910, Radio La Red y Radio Uno, FM 103.1)
Dunkerque, de Christopher Nolan Por Hugo F. Sánchez El lugar común sobre la obra de Christopher Nolan (El origen, Interestalar, la trilogía de Batman, Memento), dice que su cine es presuntuoso, elefantiásico y además, que la gravedad de su cine apenas araña la superficie de los temas que aborda. En definitiva, un vende humo. Lo cierto es que ese supuesto consenso colisiona con otras voces que rescatan su indudable talento narrativo, la precisión y espectacularidad de sus puestas, y para agregarle época, destacan que el director británico es un férreo defensor del fílmico. Ni tanto ni tan poco, con una obra despareja pero de indudable interés, Nolan es uno de los pocos directores mainstream que realmente hace lo que quiere y es por eso es que si bien Dunkerque es una película de guerra elude algunos de los tópicos del género bélico, en ese mismo sentido se esfuerza en hacer un film elegante sin renuncia al espectáculo y en este caso, hasta prescinde de diálogos grandilocuentes -de hecho casi no tiene diálogos-. Para la Segunda Guerra Mundial, la historia de Dukerque es un hecho menor dentro del conflicto pero sin lugar a dudas, digna de ser contada. Menos de un año después del inicio de la contienda, con la mítica línea Marginot rebasada sin mayores dificultades por los ejércitos alemanes, las fuerzas aliadas se agruparon en la ciudad francesa de Dunquerke a la espera de la evacuación hacia el Reino Unido. Más de 400 mil soldados ingleses, franceses y belgas llenaban las playas mientras la aviación alemana los diezmaba a conciencia, en tanto los submarinos hundían los buques de transporte. En ese contexto llegó el llamado desesperado para que los barcos particulares cruzaran el Canal de la Mancha para socorrer a las tropas. Y si, una gran historia para ser llevada al cine. Estructurada a través de un montaje paralelo de tres líneas narrativas bien diferencias -donde aportan su experiencia en decisivos secundarios Tom Hardy, Cillian Murphy, Mark Rylancey para destacar el protagonismo del debutante Fionn Whitehead-, que se van entrelazando a medida que avanza y retrocede el relato, Dunkerque tiene una puesta al servicio de contar el horror de la guerra pero lejos de los baños de sangre y los cuerpos mutilados. Por el contrario, la profusión de planos generales en formato 70 mm hacen que cuando la cámara baja a las historias personales -tres pilotos pilotos de caza, dos soldados de infantería, los tripulantes de un velero privado-, cuando las imágenes muestran los vuelos en picada de los Stuka (y su ulular terrorífico) o la explosión de un torpedo en una barco atiborrado de tropas, provoquen una tensión extraordinaria, sostenida además por la banda de sonido de Hans Zimmer, que empuja el tempo del relato y agrega incertidumbre sobre la suerte que correrán los protagonistas y el resto de los soldados que esperan la evacuación. Miedo, actos heroicos, intentos desesperados por mantenerse con vida cueste lo que cueste, Dunkerque es un relato coral extraordinario de un director soberbio, un poco megalómano, pero seguro de que incluso en el corazón de la industria se puede y vale la pena tomar riesgos. DUNKERQUE Dunkirk. Estados Unidos/Reino Unido/Francia/Holanda, 2017. Guión y dirección: Christopher Nolan. Intérpretes: Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance, Tom Hardy, Aneurin Barnard, James D’Arcy y Barry Keoghan. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Música: Hans Zimmer. Edición: Lee Smith. Duración: 106 minutos.
Publicada en edición impresa.
La guerra como expresión máxima de la desinteligencia entre los hombres. El cine como medio para replicar aquellos momentos claves y de tensión en los que el ser humano no puede con su genio y las diferencias separan. Nolan se pone encima el cine bélico, como ya lo ha hecho con la ciencia ficción y el género de superhéroes y construye uno de los relatos más asfixiantes de los últimos tiempos. Las costas de Dunkerque son la excusa para hablar de hombres que vislumbraron su muerte, en una puesta épica, ambiciosa, opulenta, símil cine de antaño, pero aggiornada a la actualidad. Si por momentos la tensión decae por el exceso de flashbacks o el subrayado continuo del sentido de patriotismo, esas lagunas se superan con una banda sonora soberbia, una línea autoral clásica y actuaciones medidas y efectivas.
El director de Memento, recuerdos de un crimen, Noches blancas (Insomnia), la trilogía de Batman, El gran truco, El origen e Interestalar consigue una de las mejores películas de su amada (y odiada) carrera con esta reconstrucción de uno de los hechos más emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial ocurridos en mayo de 1940. Un film que elude los lugares comunes del género bélico y que cree en el poder subyugante de las imágenes por sobre el diálogo aleccionador y la exaltación patriotera. A Christopher Nolan se lo ha cuestionado en múltiples oportunidades por: a) Sus diálogos ampulosos y presuntuosos, b) La excesiva duración de sus películas, c) Lo recargado de sus tramas en términos filosóficos. Es posible que sus detractores encuentren esta vez nuevos argumentos para denostarlo, pero lo cierto es que Dunkerque es: a) Un film casi sin diálogos, b) Dura apenas 106 minutos (menos de 100 netos sin los créditos finales); y c) Salvo alguna mínima concesión nacionalista y sentimental cerca del final, es una obra de un ascetismo, una elegancia y un riesgo formal pocas veces vista entre los tanques de Hollywood (¿cómo hace para convencer a los productores de apostar 150 millones de dólares sin contar el lanzamiento?). Si bien el género bélico ha regalado en los últimos 20 años varios films muy valiosos (el díptico La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood; Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg; y La delgada línea roja, de Terrence Malick, por nombrar solo algunos), la propuesta de Nolan tiene muchos elementos distintivos. En principio, apuesta a un montaje paralelo entre tres subtramas: las de tres jóvenes soldados de bajo rango que intentan salvarse como pueden; la de tres pilotos que deben lidiar con la poderosa fuerza aérea nazi; y la de tres civiles (un adulto y dos adolescentes) que acuden desde Inglaterra con un velero a rescatar soldados en Dunkerque. Sí, la película tiene algunas escenas espectaculares (los combates aéreos, los hundimientos de barcos que poco tienen que envidiarle a Titanic), pero Nolan las utiliza como contexto y forma de encadenar el relato. No hay esta vez un regodeo del virtuosismo como sí ocurría, por ejemplo, en El origen. Por supuesto, como en toda película sobre la guerra hay muerte y crueldad, pero -otra vez- el director británico de la trilogía de El Caballero de la Noche apuesta por mostrarla con sobriedad, en segundo plano, con poca sangre (y casi nada de gore). Respecto de la selección (y el recorte) de los hechos, los medios franceses se han quejado de varios errores históricos (más bien creo que Nolan no los deja demasiado bien parados y eso ha herido el orgullo nacional), pero todos sabemos que estamos en el mundo del cine, no del documental ni del ensayo intelectual. La película, así como está planteada, con un mix entre jóvenes actores poco conocidos y estrellas como Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance y Tom Hardy aportando su experiencia en papeles secundarios, funciona muy bien. Los saltos temporales (la estructura está dividida en “Una semana”, “Un día” y “Una hora”), la coralidad del relato (el heroísmo está más bien lavado y deja lugar a algunos rasgos de coraje, el tema del sacrificio también está bastante difuminado y el protagonismo se comparte sin apostar a una identificación demagógica) y la apuntada falta de diálogos (es una sinfonía visual que Nolan comparte entre las bellas y poderosas imágenes y la música entre elegíaca y atmosférica compuesta por Hans Zimmer) hacen de Dunkerque un film singular, fascinante, sobrecogedor, pero no a partir de los elementos y recursos esperables del mainstream actual. Es un autor que goza de una libertad inédita (en este caso para bien) en estos tiempos de producciones artificiales, pasteurizadas y atadas a las fórmulas. Bienvenidos sean el riesgo, la audacia y el amor por el cine (en el cine) de Nolan.
Relato histórico simplista Cineasta poco propenso al humor, la calidez o la empatía -nunca más tuvo a un actor en tal estado de elevación como Heath Ledger en su segunda Batman-, Christopher Nolan sigue su carrera maquínica, ahora con más chances que nunca de ser reverenciado, en este caso por un film tan vistoso como apagado en términos de conflicto o de emociones. Nolan la emprende con la historia de una de las batallas clave de la Segunda Guerra Mundial: Dunkerque, en la que estaban -a merced de los alemanes- ingleses, franceses y belgas, y que lograron llegar, en grandes números, a las islas británicas. Una recuperación que sería crucial y de la que ya conocemos el resultado histórico. Nolan no es Eastwood, que en Sully hacía suspenso con lo ya conocido: hay un abismo de magia narrativa entre ambos. Nolan no explora las hipótesis sobre el error militar alemán, sino que se dedica a exponer las acciones desde el lado aliado en tres ejes: el marítimo, el aéreo y el muelle. A cada uno le asigna un período de tiempo distinto. Esto es Nolan: en algún momento esos tiempos se cruzarán. En sus momentos más encendidos, Dunkerque apela con simplismo a los tópicos más gastados de las películas de propaganda, aquellos en los cuales la historia se ilustra y es explicada, en este caso principalmente mediante palabras dichas por Kenneth Branagh, que se encarga de dejar bien claro el rol histórico de Inglaterra y de Churchill, y también el valor del hogar, en frases con destino de posteridad dichas con falsa conciencia de posteridad. Nolan, poco capaz de construir un héroe, individual o colectivo, pretende fabricar emoción con conciencia histórica por caminos distintos a los de Tarantino en Bastardos sin gloria, o a los del paroxismo del montaje en la acción, el heroísmo y la sangre de Hasta el último hombre, la extraordinaria película de Mel Gibson. Nolan detiene frecuentemente cada una de las historias, impide una progresión dramática consistente y peca de exhibicionismo narrativo al cruzar las historias mediante algunos retrocesos temporales. Hay ciertamente no poca espectacularidad en los hundimientos de barcos, un trabajo dedicado en el sonido extra lacerante de balas, explosiones y torpedos y también música casi sin freno, en muchos momentos con violines energéticos como serruchos, en otros en modo más acuoso-ambiental, y demasiados tic tac de relojes para indicar que todo es cuestión de tiempo, de timing, de coordinación, de explicar de más lo que ya estaba bastante claro y resuelto unos tres cuartos de siglo.
Cine, en estado puro Sin ampulosidad, con maestría visual y escasos diálogos, Nolan logra tal vez su mejor película. Una película bélica en la que prácticamente no hay sangre, ni se le ve la cara al enemigo. Christopher Nolan reconstruye un hecho bélico, pero le escapa a los clisés del género, haciendo un espectacular fresco sobre lealtad, solidaridad y el egoísmo, sobre el patriotismo, pero no el patrioterismo, el coraje emparentado con el sacrificio, el miedo y la cobardía. Dunkerque es menos ampulosa y excesiva que cualquiera de las películas del director de Memento. El ascetismo no es el término que mejor le cuadra al director de la trilogía de Batman con Christian Bale. Pero Dunkerque es cine en estado puro. Hay un trabajo de narración en imágenes casi sin apoyarse en las palabras (el sonido sí es determinante), con muy pocos diálogos y escasas reflexiones filosóficas rimbombantes. Nolan gusta de ser ampuloso y hasta pretencioso. La estructura de sus películas suele ser compleja con saltos temporales (Memento) o espaciales (Interestelar), rebuscados apuntes filosóficos (El origen), incluida la trilogía de Batman, y pese a que era un blockbuster sobre un superhéroe. Lo cierto es que ésta es su primera película no surgida de su imaginación sino basada en hechos reales. Habrá ficcionalizado las historias de los personajes. E igual se las rebusca para complejizarla un poco, y hacerla a su escala. Dunkerque no es un filme lineal, sino que sigue tres subtramas en tres ámbitos –tierra, mar y cielo- con tres protagonistas cada una (una semana, un día, una hora son los subtítulos con los que comienza cada una) que se irán alternando -y cohesionando- en la pantalla. Es, entonces, una película coral. Mayo de 1940, en el norte de Francia. Hay tres soldados tratando de salvar el pellejo en la playa abierta, tres pilotos luchando contra la supremacía aérea enemiga nazi y tres civiles (un padre, su hijo adolescente y un amigo de éste) a bordo de uno de los cientos de veleros que partieron desde las costas inglesas a ayudar a rescatar a los soldados aliados. La base de la película, para quienes no estén familiarizados con el hecho histórico, no es sobre una victoria sino una derrota (Nolan es británico, y para los ingleses la batalla de Dunkerque y lo posterior fue un desastre y hasta sienten humillación) y el épico y caótico rescate de los combatientes. Eran 400.000 y los hombres de Churchill planeaban salvar 30.000. Políticamente, éste quizá no sea un filme apropiado para los tiempos del Brexit. El trabajo sonoro es espectacular. Hans Zimmer, habitual compositor y colaborador de Nolan, construye la música desde sonidos casi se diría de metrónomos, emparentando la artillería, la marea, acrecentando o sirviendo de contrapunto. Esto es trabajo en equipo, previo al rodaje y sentados ante la consola. Nolan rodó Dunkerque con cámaras de 70 mm no sólo para captar la amplitud del paisaje: vean a los soldados en el muelle aguardando el barco antes de ser atacados, y a la vez la intimidad de ciertos encierros. Y también utilizó cámaras del sistema IMAX. Aquí no quedan salas que proyecten en 70 mm, y hay una sola de IMAX. La recomendación es para que el espectador sienta, al menos, más cerca, lo que el director quiso que experimente sentado en su butaca. Hay imágenes y escenas imponentes, escasos diálogos, sólo necesarios para conectar las subtramas. Se diría que Dunkerque se entiende con sólo mirarla, pero se estarían perdiendo la mitad del espectáculo. Tal vez no sea una obra maestra, pero sí una tremenda obra cinematográfica.
Una epopeya poética Cristopher Nolan es de esa clase de directores a los que nadie (por amor u odio) puede serle indiferente. A cada una de sus películas logra ubicarlas en el centro de la escena y hacerlas grandes. Desde hace 20 años con Doodlebug, pasando por la trilogía de The Dark Knight, Inception e Interstellar, siempre se atrevió a cambiar su registro y ofrecerle algo innovador al espectador. En esta ocasión nos toca hablar de Dunkerque (Dunkirk), una película que no se conforma con ser cine bélico y se anima a ser además cine catástrofe, acción y suspenso. Los personajes de Dunkerque son anónimos, apenas podemos llegar a conocer sus nombres y no sabemos de ellos más que de qué lado de la guerra se encuentran. Ellos nos contarán la maniobra de rescate que se llevó a cabo en 1940 para evacuar a 300000 soldados aliados que se vieron acorralados en la pequeña población de Dunkerke, situada en la costa norte de Francia. El eje espacial y temporal del relato se encuentra rajado en tres partes donde la tierra, el agua y el aire convergen en un mismo montaje donde el espectador debe estar atento para comprender lo que ve en la pantalla. Lejos de ser una película puramente bélica, la realización de las escenas dedicadas a la guerra posiblemente sea difícil de superar. Encontramos secuencias aéreas sublimes que provocan momentos de tensión en el espectador. La imagen es asombrosa y se vale de ella para contar esta historia tan agónica, acompañada de una fotografía excepcional. Los diálogos son acotados, todo está narrado desde lo que vemos, y en esta oportunidad Nolan no recurre a la voz en off o los textos para contarnos los personajes o lo que está sucediendo. La única lucha que está presente en esta película es para seguir vivo y eso se transmite. Y nuevamente Hans Zimmer se ubica al lado de Nolan para una de sus películas, y lejos, es su mejor obra. La musicalización del silencio, el horror, las bombas y un poderoso tic-tac, dialogan con las escenas. No interrumpe la acción en ningún momento y le otorga fuerza a la historia. Respecto a las actuaciones, el trabajo de Keneth Branagh es soberbio. Tom Hardy, Mark Rylance y Cillian Murphy no se destacan, pero sus personajes tampoco pretenden que lo hagan. Cuentan con sus momentos seleccionados donde cada uno hace lo mejor de su parte. Y una grata sorpresa Harry Styles, donde todo lo que vemos de él resulta verosímil. Dunkerque es una película gigante, distinta, donde gran parte de la hora y media correrá por el espectador. Es una historia de perdedores, de héroes anónimos, fracaso y espera. Nolan continúa demostrándonos que la regla es atreverse y que todavía podemos estar por construir nuestra mejor obra.
Christopher Nolan (La trilogía del Caballero Oscuro, Interstellar) presenta su nueva película Dunkerque filmada en formato IMAX. Durante la Segunda Guerra Mundial, en las playas de Dunkerque, cientos de soldados británicos y franceses se encuentran rodeados por el avance de las fuerzas alemanas. El filme centra su relato en tres historias principales. Por un lado: un padre, un hijo y su amigo que aceptan el llamado para ir al rescate de los soldados en su pequeño barco. Después un grupo de jóvenes que intentan escapar de la guerra cueste lo que cueste. Finalmente un grupo de pilotos que surcan los aires en busca de detener ataques enemigos. Nolan se aleja de los relatos policiales y de ciencia ficción para entrar en el terreno bélico y realista. Aunque este “realismo” es sólo en referencia a su contexto. A diferencia de Mel Gibson en Hasta el último hombre o de Steven Spielberg en Rescatando al Soldado Ryan, Nolan sigue construyendo su trabajo a partir de los detalles y de cómo el producto final será apreciado por el espectador. Todo está calculado en la filmación y la post producción. Es por eso que este exceso de realidad es el que lo aleja de una construcción más general y mantiene presente su impronta de relato moderno. Por otro lado, Dunkerque no tiene un protagonista o un grupo de protagonistas. El film comienza en el medio de la acción y no hay un punto de vista fijo en la historia. No pierde el tiempo introduciendo a los personajes. Aunque hay diálogos, no es la esencia del film. Y por momentos le juega en contra y dispersa al espectador. La imagen y el sonido son un punto a analizar. Desde lo visual el material filmado en cámaras IMAX es impecable. Las tomas aéreas y bajo el agua son un desafío para el director que logra planos y secuencias dignas de ver en un cine capacitado para ese formato. El sonido y la banda sonora (de Hans Zimmer, continuo colaborador) vibran al mismo nivel que el relato que presenta Nolan. La tensión es un efecto común en su filmografía y la mayoría se desarrolla entre el segundo y el tercer acto. El efecto en el sonido y la música está en ascenso continuamente y esto fortalece el suspenso transmitiendo al espectador esta tensión con todas las herramientas que tiene el cine. El director también suele jugar con los saltos en el tiempo. Esa misma tensión que se desarrolla pasada la mitad de la película a veces es acompañada por un cambio temporal que sirve como engaño para el espectador. Algunas veces más evidente como en Memento o Following y en otras más sutiles como en El Origen, Interstellar o El Gran Truco. En Dunkerque hay un salto temporal pero no es funcional al relato y no aporta ningún atributo al film.
“El milagro de Dunkerque" Christopher Nolan nos sitúa en 1940 durante la Segunda Guerra Mundial y nos presenta la batalla de Dunkerque, en Francia cuando las fuerzas británicas y aliadas trataban defender pero sobre todo evacuar la zona antes de la inminente invasión de los nazis a Gran Bretaña. Al tratarse de un hecho histórico de tal envergadura, Nolan decide innovar en la forma de contarlo, por lo que el relato transcurre a partir de tres perspectivas o escenarios distintos: la batalla desde el aire, la batalla en tierra y la batalla en el mar, cada una con distintos protagonistas tales como Tom hardy, Harry Styles y Mark Rylance respectivamente, pero sin un protagista central del film. Además la narración se complejiza ya que cada nivel ocurre en tiempos narrativos distintos. Se comienza por tierra (la más extensa, ya que abarca una semana aproximadamente) en la que varios soldados buscan la forma de subir a alguno de los -escasos- barcos que llegan para escapar de allí, luego en el mar vemos al Sr Dawson (Rylance) junto a dos jóvenes navengando un barco privado, con el afán de llegar a Dunkerque y colaborar en el rescate de soldados. Finalmente en el segmento más corto, el del aire, se nos presentan dos aviones (uno de ellos piloteado por Tom Hardy) persiguiendo y a la vez evadiendo aviones nazis mientras intentan derribar a las aeronaves que se acerquen a la costa. Mediante estos recursos, Dunkerque evita la sucesión de situaciones sobre explicativas, rasgo habitual en el cine de Nolan, tal vez por aprendizaje de errores cometidos en films anteriores o tal vez porque la historia basada en hechos reales no lo requiere. Al inicio sólo se presenta un pequeñísimo texto que explica brevemente el contexto de batalla, pero luego el largometraje fluye con pocos y breves diálogos. Esto funciona muy bien ya que usualmente Nolan tiende a manejar la tensión dramática no sólo mediante lo visual, sino también lo expositivo del guión -el ejemplo más cercano lo encontramos en Interestellar (2014)- pero aquí pareciera que asume y acepta que el relato bélico en sí mismo tiene la potencia dramática suficiente. Por otro lado, la música compuesta por Hans Zimmer (presente indiscriminadamente en todo momento) recarga y atenta contra la aparente mesura que el film de 106 minutos intenta exhibir. Si hay un elemento que sigue siendo excesivo e innecesario en el cine de Nolan, es éste. Más allá de esto, Dunkerque resulta un film visualmente impresionante, con un elenco actoral deslumbrante y singular, ya que relata un hecho en un contexto tan crudo como el de la Segunda Guerra Mundial pero lo hace desde la sobriedad - es notable que más allá de la constancia presencia y amenaza de muerte, no vemos sangre en exceso- y sin exhibir al menos visualmente, al enemigo, hecho que desde lo conceptual extiende aún más el drama.
¿Qué hiciste tú en la guerra, papá? El último filme del director Christopher Nolan es todo un prodigio, en todas y cada una de las variables que constituyen una producción cinematográfica. Empezando por el elemento inherente a lo cinematográfico, el montaje visual, hoy en día en conjunción con el sonoro, ambos de una calidad infrecuente, no sólo por el resultado sino por la idea de cómo contarnos. Continuando con la chispa inicial de toda película, un guión perfecto que desarrolla la/las historias de manera clara, contundente, sin fisuras, con muy pocos diálogos y plagado de discurso, constantemente dice, lo escuchamos, y lo vemos. Apoyándose en una maravillosa dirección de arte, el uso de los espacios es increible, tanto los amplios exteriores, como las escenas en los reducido espacios interiores, En todos estos momentos es donde reina la fotografía de Hoyte Van Hoytema, en su segunda colaboración con el director, la anterior fue “Interestelar” (2014), a lo que se suma la banda de sonido del galardonado Hans Zimmer. La estructura parece convencional, pero no lo es, si lo parece es por el mencionado montaje. Se presenta como tres relatos unidos por los hechos reales, pero fragmentados en la elección de la forma. La narración abre con la tensa espera en la playa por cientos de miles de hombres: “Una semana”; Continua con la llamada a los marinos civiles para que ayuden en la evacuación, crucen el Canal de La Mancha: “Un día”; Termina con la performance de la aviación inglesa con el único objetivo de salvaguardar lo máximo posible la vida de los soldados en la playa: “Una hora”. Claro que todo se construye y se desarrolla alrededor de las actuaciones, hilvanando juventud con consagrados. Entre los primeros, y para tener en cuenta: Fionn Whitehead, Damien Bonnard, Aneurin Barnard, Barry Keoghan, Will Attenborough, este ultimo nieto de Richard Attenbourough, quien actuara en la primera versión de “Dunkerque”, de 1958. Entre los veteranos, grandes y consagrados Kenneth Branagh, Mark Rylance, Cillian Murphy, Michael Caine (solo con su voz), Tom Hardy, y me detengo aquí. Nadie va a descubrir la pólvora si se empieza a enumerar las condiciones de actuación de cada uno de los nombrados, pero sí es a partir de “nobleza obliga” que aclaro que los recursos histriónicos que despliega Tom Hardy, personificando a uno de los pilotos aéreos, y solo con los ojos, no dejo de sorprender, y lo que es mas difícil posiblemente, emocionar, una perla sin precio y sin desperdicio dentro de la joya. La realización narra los sucesos de la evacuación del ejército inglés y del francés de las playas francesas que dan nombre al filme, perseguidos por las tropas alemanas. La fecha mayo-junio 1940, que se conoció como operación “Dynamo”, que termino siendo una de las grandes victorias dentro de en una de las peores batalla perdida por los aliados. Un episodio de la Segunda Guerra Mundial casi olvidado y menos transitado por el cine bélico (EEUU todavía no participaba de la contienda de manera manifiesta, ¿Será una de las razones?). Es claramente un homenaje a esos héroes anónimos a lo que nos hace referencia constante en el desarrollo de la historia, con sus virtudes y debilidades, y que en esas circunstancias no es dable hablar de defectos. La producción que “a priori”, más allá de la tecnología aplicada y actualizada, no tendría nada para atrapar o seducir, demuestra tener todo para poder ser considerada como una obra maestra y, si me apura, siendo un filme de guerra, netamente antibelicista.
Crítica emitida por radio.
Otra maravilla fílmica de Christopher Nolan El director de “El Origen” e “Interestelar” nos sumerge en el campo de batalla de esta cinta épica que corta la respiración En plena II Guerra Mundial, un batallón de soldados ingleses y franceses se encuentran rodeados por los alemanes en una playa. El mar de fondo es otro enemigo peligroso. Salvarlos requerirá casi de un milagro. Olvídense de cualquier cinta bélica que hayan visto en los últimos años, todas ellas sonarán antiguas y artificiosas al lado de esta gema fílmica. Nolan, retrata el peligro en el frente de batalla con tal realismo (pero sin caer jamás en golpes bajos) que hasta el sangriento desembarco de Normandía imaginado por Spielberg años atrás, parece un juego de niños. Filmada con precisión, buen gusto y pulso dramático, desde el primer plano que abre la cinta hasta el último fotograma, es imposible despegar la atención de una historia que conmueve y toca las fibras más íntimas de los espectadores. El realizador ha tomado decisiones arriesgadas a la hora de armar la trama: nunca vemos a los villanos, pero sí somos testigos de sus acciones. Y hablando de riesgos, pese a no contar con un protagónico fuerte, sentimos el caos y el miedo de la guerra a través de la mirada de varios soldados y el filme mantiene el "espíritu Nolan" en su estructura narrativa que se divide en tres secciones bien claras: Tierra, mar y aire. La edición de sonido, los disparos aterradores suplen la ausencia de sangre (porque el director como ya anticipamos, no se regodea, insinúa más que explicitar). Poco diálogo, la fuerza está en las imágenes y no en las palabras, bien acompañadas por la potente banda de sonido de Hans Zimmer dotando de más épica a las secuencias. Este retrato de soldados fugándose es sin dudas la película más redonda del director de Memento, el horror de la guerra captado por su ojo cinematográfico de excelencia que lo termina de confirmar como el autor más importante desde Stanley Kubrick.
Christopher Nolan es considerado uno de los directores, sino el director, más ambicioso y personal dentro de la nueva camada de cineastas del Hollywood contemporáneo. La grandilocuencia y profundidad de sus creaciones se apartan en gran medida de cualquier producto que la industria norteamericana pueda llega a ofrecer. Aún así, pertenece a Hollywood tanto por el lugar que su films ocupan dentro del mercado así como por las clásicas emociones que suscitan en el espectador; y su tendencia a separarse de la media lo ha llevado a ser tan amado como denostado por la crítica.
UNA GUERRA SIN PERSONAJES, CONFLICTOS O EMOCIONES 1) Christopher Nolan quiere ganar el Oscar. Y eventualmente lo ganará, y muy probablemente se lo lleve por Dunkerque, que tiene todos los elementos para convertirse en favorita de la Academia: un tema atractivo, un discurso políticamente correcto, un relato coral, una estructura narrativa “compleja”, un tono ceremonioso, un cuidado trabajo sobre la imagen que enlaza lo clásico con las nuevas tecnologías, y claro, el siempre necesario empuje de medios como Variety, The Hollywood Reporter y Collider, que influyen y a la vez funcionan como eco del gusto del gran público. Pero también este film no es sólo su manera de acercarse a la preciada estatuilla, sino también la culminación de sus propias ambiciones temáticas y formales: concebir un cine donde ya no importen los personajes, sino solamente la construcción audiovisual y la discursividad. 2) Posiblemente lo mejor de Dunkerque esté en el arranque, con un grupo de soldados británicos huyendo de las balas nazis y tratando de alcanzar la costa francesa. Es una apertura in media res, en medio de la acción, que recuerda a los notables primeros minutos de Batman: el caballero de la noche. Allí Nolan parece preocuparse no tanto por la composición formal (por más que haya un estupendo trabajo con el sonido y el fuera de campo), sino por los hechos concretos, por la tensión que atraviesa a esos pobres jóvenes, que están sin mando, a la buena de Dios, a tal punto que uno de ellos ni siquiera puede sentarse a hacer caca tranquilo. Todo es nervio allí, y aunque el realizador no esté diciendo nada nuevo sobre la guerra, transmite un mensaje pertinente y hasta delinea personajes sin necesidad de palabras. Claro que en un momento se llega a la playa, y es ahí cuando Nolan empieza con su apabullante necesidad de construir imágenes impactantes, transmitir un mensaje explícito y lo peor, explicar todo. 3) Es que lo que Nolan quiere contar es, en verdad, bastante simple: la espera de cuatrocientos mil soldados británicos que buscaban regresar a su patria luego de haber sido empujados hasta la costa francesa por los nazis y los esfuerzos realizados para concretar lo que terminó siendo una epopeya aún en medio del desastre militar. Aún teniendo en cuenta las distintas perspectivas en juego -tierra, aire, mar-, con sus respectivas temporalidades, bastaba con recurrir a puntuales elipsis y recortes específicos en la trama para darle una linealidad que implicaría un mayor vigor, dinamismo y fluidez para el relato. Pero no, Nolan quiere ser “complejo” e “innovador”, y por eso combina permanentemente temporalidades y espacialidades, en una operación que en vez de agregar sentido, lo resta. Eso se puede apreciar en unos cuantos pasajes centrados en el piloto que interpreta Tom Hardy que son redundantes y aburridos; la repetición banal de ciertas secuencias que giran alrededor del mismo hecho; el estiramiento arbitrario de algunas acciones en pos de generar suspenso (hay un intento de abordaje de un barco que se va deshilachando en tensión progresivamente); y la recurrencia permanente de la banda sonora de Hans Zimmer, que quiere transmitir la sensación de que algo apasionante está sucediendo incluso cuando en verdad no está pasando nada. De hecho, termina siendo muy notorio que lo verdaderamente importante de Dunkerque está focalizado en un par de eventos muy específicos de rescate y combate. El resto es casi antojadizo y hasta caótico narrativamente. 4) Pero lo peor de Dunkerque son los personajes, o más bien, la ausencia de ellos, porque en verdad lo que tenemos son meras piezas que se mueven en función de los designios del guión. Si el ciudadano de a pie dispuesto a ir al rescate de sus compatriotas que interpreta Mark Rylance y el comandante que encarna Kenneth Branagh son parte explicadores de los acontecimientos, parte portadores del discurso patriótico que busca transmitir la película -se nota que la confianza de Nolan hacia los rostros de los actores casi desconocidos es limitada-; los soldados que hacen Fionn Whitehead o Cillian Murphy son entidades vacías manipuladas por las necesidades de Nolan. Con un mínimo de atención, es fácil deducir que las situaciones que atraviesa el personaje Whitehead están marcadas por la arbitrariedad y en cuanto a lo que sucede vinculado al de Murphy, todo es directamente indignante, digno del peor Alejandro González Iñárritu en lo que se refiere a la acumulación de desgracias. Nolan quiere hablar sobre los soldados y las decisiones de las que muchas veces son rehenes, pero trata a sus personajes como carne de cañón. 5) Hay en Dunkerque no pocos momentos impactantes, donde Nolan evidencia una gran capacidad para explotar el potencial de la profundidad de campo, el fuera de campo y el ancho de la pantalla, además del poder de la mirada como constructora de una otredad (los nazis, acertadamente, prácticamente no tienen rostro). Pero no deja de ser llamativo que el cineasta, a pesar de las virtudes exhibidas, siempre termina incurriendo en un reforzamiento explicativo a través de la palabra, la banda sonora o de nuevas imágenes que redundan en lo que ya quedaba explícito en un encuadre. Ahí tenemos el final, que podría haber terminado con la imagen de un avión en llamas -alcanzando el pico justo de emotividad que jamás aparece en el resto del metraje-, pero surge la necesidad de un plano extra, que está totalmente de más y resta impacto. El mensaje patriótico, simplista pero aún así válido, que pretende resaltar un hecho que representó un pequeño triunfo en medio de la total derrota (y que allanó en parte el camino para la recuperación de los Aliados frente al nazismo), queda tan excesivamente remarcado como disuelto. A esta altura del partido, repasando su filmografía, es indudable que Nolan no sólo no confía en los personajes que construye, sino tampoco en las imágenes que crea. Eso no deja de ser un síntoma del mal principal de su cine (y de otros realizadores aclamados como Denis Villeneuve o Iñárritu): la poca confianza en el espectador, disfrazada de autoimportancia. Dunkerque es la cima de un cine que se pretende emotivo, pero carece de emociones, que dice ser humano pero no reconoce los conflictos internos de sus personajes y que supuestamente narra un cuento pero sólo se dedica a acumular méritos técnicos. Un cine donde lo importante es sinónimo de vacío.
Más reflexión que épica Más que como una batalla perdida de los aliados, Dunkerque siempre fue recordado como un salvataje imposible de cientos de miles de soldados ingleses varados en unas playas del norte de Francia y rescatados, finalmente, por una flota de veleros, yates deportivos, barcos de pesca y cualquier tipo de embarcación disponible. Este episodio nada convencional es el tema de una película de guerra distinta, de clima desolador, en la que el director de la trilogía de Batman, Christopher Nolan, hace un trabajo totalmente personal, con algunos puntos formales en común como su último film de ciencia-ficción, "Interestelar". Más allá de lo imponente de esas largas columnas de soldados esperando algún barco que los rescate, el realismo no es exactamente el estilo elegido por Nolan, que busca un punto de vista poético, sobre todo en todo lo que tiene que ver con los combates aéreos, que si bien muestran los peligros de los pilotos de la RAF a punto de dejar sus Spitfires sin combustible, están filmados con una extraña estética casi apocalíptica. "Dunkerque" tiene una cantidad limitada de diálogos y, cuando los personajes hablan, en general tienden a expresar miserias y paranoias, aunque hay un protagonista esperanzador, el oficial a cargo de la evacuación a cargo de un eficaz Kenneth Branagh. Quizás a los fans del cine bélico este film les parezca anticlimático, ya que carece de la épica que se espera del género, y más que acción hay cine catástrofe. Pero es una obra personal, dotada de imágenes dignas de ver.
Sin la complejidad de los universos paralelos de Interstellar, el juego de cajas chinas con los sueños en Origen o la historia al revés de Memento, Christopher Nolan incursiona en otro género y, sin perder su sello y estilo, sumerge al espectador en la desoladora experiencia que sufrieron 400.000 soldados británicos y franceses derrotados y aislados en la playa de Dunkerque al comienzo de la invasión alemana, en un capítulo poco conocido de la Segunda Guerra Mundial. Dunkerque toma este hecho ocurrido en mayo de 1940, cuando 338 mil soldados de las tropas aliadas se encontraban rodeados en la playa francesa de Dunkerque, atrapados entre las tropas alemanas y el mar, con los buques británicos que no podían acercarse lo suficiente para una evacuación por las aguas poco profundas y mientras los aviones enemigos los bombardean. Jóvenes soldados a tan solo 40 kilómetros de su casa pero sin poder volver y a merced de la muerte o un milagro, que finalmente llego de la mano de innumerables marineros civiles que reunieron una flotilla de embarcaciones de recreo y cruzaron el Canal para evacuarlos. Con el objetivo principal de arrojarnos al centro mismo de la evacuación de Dunkerque, Nolan estructura el relato en tres espacios y momentos diferentes - Una semana de soldados sobreviviendo, un día de un barco que surca el canal de La Mancha con la intención de rescatar a las tropas aisladas y apenas una hora de un piloto de avión al que sólo le asiste un viaje de ida-, que sutilmente se van encontrando a medida que la película avanza mientras la tensión escala sin dejar respiro hasta cruzarse en un momento exacto. La abrumadora, precisa y enfática banda sonora -idea artística que podrá gustar o no pero nunca deja de ser coherente- a cargo de Hans Zimmer es una de las claves para que Dunkerque mantenga la tensión e incomode al espectador, recordándole permanentemente que el peligro nunca desaparece y no hay lugar seguro en la guerra, donde una mancha de aceite en el mar con un avión derribado a punto de caer se convierte en algo tan mortífero como un torpedo lanzado desde un submarino o una ráfaga de balas. Es difícil de olvidar los minutos iniciales del desembarco de Normandía de Recatando al soldado Ryan, donde la multipremiada banda sonora de John Williams fuera clave también. Pero a diferencia de aquella, Nolan toma otro camino estético. La estética de la violencia es sustituida por la del miedo y el suspenso en tierra, mar y aire. No hay miembros despedazados ni grandilocuencia en los discursos -no hay casi diálogos y se potencian los gestos, miradas y acciones-, no abusa de explosiones y sabe muy bien cómo integrar los efectos visuales para potenciar la historia. El enemigo, prácticamente es una amenaza invisible pero omnipresente -solo se materializa en forma de aviones, bombas y balas-, dejando en claro que la muerte puede llegar en cualquier momento, desde cualquier lado, manteniendo en vilo al espectador. Dunkerque no tiene actores tan reconocidos, aunque este Tom Hardy o la estrella del pop británico Harry Styles -cantante del grupo One Direction que interpreta a un joven soldado británico-, porque tampoco hay un personaje principal. Son todos protagonistas y por ello tampoco profundiza demasiado en ninguno. No pretende que nos identifiquemos con sus circunstancias personales, apenas llegamos a conocer a ninguno de ellos y las cosas que dicen son casi irrelevantes. Nolan tienen muy en claro su objetivo, mantenernos inmersos en todo momento en el preciso trenzado de angustias, vacíos y esperanzas por las que debieron pasar en la playa esos jóvenes soldados obligados, por un lado a afrontar con honor la derrota y por otro a intentar salvar la vida como sea, dentro de las barcos que intentaron salvarlos y de las cabinas de los aviones de combate. Una sensación que tiene que ver con la supervivencia, con la simple gracia de estar vivo.
El pulso de ritmo perfecto del cine de Christopher Nolan, a menudo de rompecabezas astuto, se pone de relieve en Dunkerque, acompañado por el sonido de un cronómetro que permanece durante toda la partitura de Hans Zimmer. El incesante zumbido resalta el miedo predominante que enfrentan los soldados aliados atrapados en la costa norte de Francia mientras ven el tiempo escaparse a medida que los alemanes avanzan. La abrumadora desesperanza de los acorralados aliados se palpa en la secuencia de apertura de la película, posiblemente la mejor. Casi sin diálogo, seguimos a un soldado petrificado (Fionn Whitehead), mientras intenta colarse en los grupos masivos de soldados que en la playa buscan abrirse camino en uno de los pocos barcos de rescate. La película de Nolan nos pone directamente en un conflicto que no es acerca del combate, sino de la retirada. Emparejando con un soldado igual de asustado (Aneurin Barnard) los dos muchachos se comunican en gestos silenciosos, escudriñando constantemente su entorno para encontrar posibles vías de escape, y su autopreservación instintiva es propulsada aún más por los sonidos de pesadilla de la guerra, la estrella del film. La acción, segmentada en episodios de un día, una semana y una hora de la batalla, se registra principalmente a través de las experiencias de estos soldados, un marinero civil (Mark Rylance) y su hijo adolescente (Tom Glynn-Carney) y un piloto de la Royal Air Force, interpretado por el otra vez enmascarado Tom Hardy. La precisa tensión de secuencia inicial se pierde cuando Nolan amplía su mirada para tomar, en narrativas simultáneas, al piloto y al marinero civil. En lugar de simplemente cruzar la acción de estas tres figuras principales, Dunkerque emplea el tipo de gimmick que Nolan ya usó en Memento e Inception. Saltando de la noche al mediodía, pronto empezamos a ver la misma acción desde las distintas perspectivas, aunque a veces es difícil saber si es una repetición o una acción diferente por completo. La confusión del montaje de Nolan, es una caracteristica que vienen mostrando sus películas durante los años colaborando con su editora Lee Smith (La trilogía Batman, Inception, Interstellar y The Prestige). Los problemas de Nolan con la coherencia espacial en sus escenas de acción son más evidentes que nunca en Dunkerque, con tomas que se cortan y pegan sin transición e incluso con imágenes aparentemente vinculadas que rompen un principio básico del lenguaje cinematográfico y la continuidad: la regla de 180 grados. Ese tipo de edición está destinada obviamente a aumentar la sensación de desconcierto que enfrentan los Aliados, pero al final la estructura confusa de la película genera desconcierto sólo en la audiencia. Al dedicar tanto tiempo en la construcción de sus secuencias de acción y de su tensión forzada sólo sostenida por el score de Zimmer, Dunkerque prescinde de casi todos los demás elementos del drama. Los personajes no pierden el tiempo ofreciendo peculiaridades de sus historias o muestras de su personalidad, ya que están demasiado concentrados en la inmediatez de la supervivencia. La intersección entre la tierra, el mar y el aire produce algunas yuxtaposiciones que buscan sorprender y terminan haciendo de la historia una ensalada de protagonistas sin nombre ni motivaciones en medio del caos y la muerte. El tiempo fluye a un ritmo diferente para cada uno de las tres lineas de tiempo, que se mezclan en un agotado efecto narrativo. Esto sumado al apagado esquema de color de Dunkerque hace desaparecer de la historia su potencial impacto. Nolan ferviente creyente de filmar en celuloide (Dunkerque combina 65mm y formato IMAX) elige una paleta monótona y una iluminación que es más típica del digital. Nolan nunca ha sido un buceador profundo de la psique humana, y es posible que su antipatía por los tropos de las películas de guerra habituales se basa en su desinterés en realizar una que pueda combinar escenas de guerra inmersivas con un núcleo emocional basado en sus personajes (Salvando al Soldado Ryan, S. Spielberg. 1998) A pesar de su aparente búsqueda realista, la película termina dejando la sensación de ser apenas una abstracción impresionista. Más que la humanidad a Nolan le importa el tiempo: cómo pasa lenta o rápidamente en diferentes circunstancias, cómo lo valoramos o lo derrochamos, y cómo intentamos encontrar maneras de romper su impulso irremediablemente perpetuo. 5 de 10
Narrar los momentos que viven varios soldados (británicos, franceses, polacos y belgas) durante la segunda guerra mundial en la dura batalla de Dunkerque. Ellos intentan huir y aquí el director prácticamente no muestra al enemigo, notamos parte de un ejército acorralado y su desesperación. Advertimos escenas espectaculares: disparos, combates aéreos, bombardeos, hundimiento de barcos, como es de esperar en tiempos de guerra hay muerte y crueldad, no hay ninguna lucha cuerpo a cuerpo, pero aquí se ve poca sangre y sin toques gore. Contiene pocos diálogos, se ven más los rostros, el temor y la supervivencia. Muy buenas actuaciones de: Tom Hardy y Tom Glynn-Carney; Kenneth Branagh actúa poco pero más con la mirada; el resto del elenco es muy sólido: Fionn Whitehead, Mark Rylance, Cillian Murphy y James D’Arcy. Christopher Nolan (“Interestelar”, “Origen”) filma como los dioses, logrando imponentes planos, el uso de un traveling lento, agonizante y un buen montaje, la fotografía es espectacular, la banda sonora de Hans Zimmer acompaña bien. Pero en este caso lo técnico sobrepasa a lo argumental y mientras se va acercando el final algún espectador puede llegar a mirar el reloj.
Sorpresas te da la vida, y ni hablar el cine. Quién iba a decir que el inglés Christopher Nolan, director de la llamada trilogía oscura de Batman, de Memento o Inception iba a hacer, después de esa cosa llamada Interestelar, una película como Dunkerque. Basada en un dramático operativo de rescate de soldados varados en la playa de esa localidad francesa durante la Segunda Guerra Mundial, una película bélica que se siente casi ajena a algunos de los vicios que hicieron de Nolan uno de los directores exitosos del maisntream más insufribles: estructuras narrativas complicadísimas, con saltos temporales, calculadas como mapas hacia una supuesta profundidad filosófica antes que al servicio de un relato. Largas parrafadas explicativas -sino, no se entiende nada- para films de casi tres horas, pretensiones autorales caprichosas con voluntad trascendental que a veces bordean, o directamente caen, en el ridículo. En Dunkerque, que dura “apenas” 110 minutos, todo eso parece haber sido reemplazado por una apuesta por el poder de las imágenes, en un film con pocos diálogos, que apenas abre y cierra con información y referencias históricas para sumergirnos en su relato, la peripecia de los soldados tratando de volver a casa. El resultado es un artefacto audiovisual de una potencia tremenda. El sonido de las balas, las bombas sobre la arena o el agua salada, en constante a flor de piel, la musicalización -quizá demasiado presente-, reforzando la carga dramática. Hasta la estructura del relato en paralelo, entre lo que sucede en el suelo, el mar y el aire, con distintas duraciones en cada uno -una semana, un día, una hora- que puede recibirse como otro capricho nolaniano, se entiende acá, y permite que el asunto fluya, con idas y vueltas entre lo que pasa en un lugar y otro hasta una confluencia inevitablemente emocionante. Son las historias de los soldados jóvenes intentando volver a casa, de los dos pilotos ingleses que sobrevuelan la playa y de la familia que viaja, en su velero, a intentar rescatarlos, siguiendo el llamado del gobierno a la ayuda de la población civil. Dunkerque transmite la energía de locura de esos chicos, casi adolescentes, sacados por el miedo, el hambre, el frío, la desesperación por salir de ahí. Relato de hombres jóvenes, protagonistas excluyentes de la guerra en directo, aquí soldados británicos cercados por las bombas alemanas, un enemigo que no se ve pero se siente, interpretados por un grupo de actores desconocidos entre los que se incluye al ex One Direction Harry Styles, en un estupendo debut cinematográfico. Junto a ellos, Mark Rylance, Tom Hardy y un muy buen Kenneth Branagh. Arena, mar y cielo atravesados por las bombas y en el medio, una serie de personajes sólidos y bien dibujados, sin necesidad de parrafadas ni largas escenas, cuyas vidas nos importan.Tan eficaz es la inmersión en su desventura, un verdadero catálogo de situaciones límite -la guerra, en fin- que cierto tono patriótico hacia el final, con los británicos explicándole al francés lo que es la guerra y el famoso discurso de Churchill abrazando a los maltrechos protagonistas, se siente casi funcional a la hazaña que se cuenta. Es una hazaña paradójica porque, como dice uno de los protagonistas, apenas consiste en sobrevivir.
Este film es, por lejos, lo mejor que hizo Nolan en su carrera. Dejemos de lado algunas mistificaciones sobre el monumental rescate de Dunkerque, cuando 400.000 soldados ingleses y franceses quedaron cercados por las tropas alemanas en esa playa del norte de Francia. Lograron salvarse 335.000 contra todo pronóstico. Nolan relata no el cuento patriótico de Gran Bretaña yendo por sus hijos, sino otra cosa: el miedo ante la muerte en acecho constante y, sobre todo, la gran tragedia humana, el paso del tiempo. Sin cargar las tintas en ningún sentido, sin golpes bajos, por una vez Nolan deja que la enorme pericia técnica, su virtuosismo con la cámara y la planificación, pasen de contrabando. Por una vez, en suma, nos importa cada uno de los personajes. Se trata de un film coral que se construye sobre la base de cuatro líneas narrativas: la del soldado que desea huir a toda costa, la del capitán que debe proteger el único muelle que permite evacuar tropas, la del aviador con poco combustible que debe decidir el sacrificio, la del hombre común que cruza el canal para salvar personas, todo combinado para formar un tapiz complejo que no requiere diálogos de más (sí, de todos modos hay una línea de más). Los alemanes no aparecen: son una amenaza invisible, son las bombas, los francotiradores, los torpedos. Nolan nos coloca físicamente en el centro del miedo y narra un cuento de esperanza con herramientas de puro cine.
Rescatando Ryans… Dunkirk es una experiencia bélica intensa, inmersiva y eximiamente narrada. También es una prueba más -como si hiciera falta- de que Nolan es uno de los mejores directores de la historia del cine. Imprescindible.
En 1999, Saving Private Ryan, la película de Steven Spielberg que redefinió el género bélico por completo, perdió el Oscar a Mejor Película contra Shakespeare in Love, una comedia romántica que no es mala pero tampoco redefinió el género por completo. Recordemos que Ryan no era la única película sobre la Segunda Guerra Mundial nominada en ese año; la otra era The Thin Red Line, del misterioso auteur Terrence Malick. Los dos filmes no podrían ser más diferentes: mientras que Spielberg buscó un realismo brutal para contar su cruenta historia de hombres que cumplen una misión, la de Malick (su primer trabajo en veinte años) era mucho más poética y filosófica, con personajes que buscaban el significado de todo en medio de bellísimas escenas de batalla. Mi teoría es que ambas se cancelaron entre sí en la carrera por el premio mayor, aunque Spielberg logró alzarse con una merecida estatuilla a Mejor Director. Todas las películas bélicas, y en especial todas aquellas situadas durante la Segunda Guerra Mundial, se han visto influenciadas por Rescatando al Soldado Ryan. Casi nadie copia La Delgada Línea Roja porque nadie puede copiar la sensibilidad de un intelectual metafísico como Malick. Sin embargo, creo que podemos acordar que Christopher Nolan es el director mainstream que más se le acerca. En su nueva película, Dunkerque (o Dunkirk, tal cual su título original), Nolan toma muchas de las ideas de Malick en su propio film sobre el histórico conflicto bélico. Pero a diferencia de Malick, y a pesar de las imágenes francamente hermosas del film, Nolan nunca olvida la verdadera cara de la guerra, el sufrimiento de los jóvenes soldados que estaban atrapados entre las despiadadas tropas nazis y el frío Canal de la Mancha. El pueblo francés de Dunkerque, donde transcurre la mayor parte del filme, está tan cerca del Reino Unido que los soldados casi pueden ver la costa. Todas las escenas de la película se enfocan en contar la historia de estos hombres y de los otros, algunos militares, otros civiles, que trataron de salvarlos de una muerte segura. En los últimos días, ha habido toda una polémica sobre las pocas copias subtítuladas que circulan por los cines argentinos. Les digo la verdad: no importa que la vean en su idioma original o doblado al español o al chino o al iraquí. Dunkirk es una experiencia no-verbal, con muy poco diálogo. Las credenciales de Nolan como director ya están más que comprobadas, pero éste representa su mejor trabajo como guionista: tres historias contadas de manera no lineal (una en la playa de Dunkerque, otra en un avión piloteado por Tom Hardy, y otra en un barco civil comandado por un excelente Mark Rylance) que comienzan en tiempos diferentes pero terminan encontrándose en un clímax que no podemos llamar clímax porque toda la fucking película es un clímax. Algunas cosas no tan buenas se pueden mencionar. Número uno: durante gran parte de la película, Nolan usa un efecto de sonido que causa ansiedad en el oyente. No niego que funciona, pero me parece que si ponés tensa a tu audiencia con un efecto comprobado en vez de usando imágenes, es un poco hacer trampa, ¿no? Número two: todos los soldados en Dunkirk (salvo uno negro, pero ese es francés) son blancos, a pesar de que también había tropas indias en Dunkerque. Número trois: me calienta que esta película vaya a arrebatarle el Oscar a la verdadera película del año, Logan. No estoy diciendo que no se lo merezca. O que no merezca todos los otros Oscars que seguramente va a ganar, como Banda Sonora (Hans Zimmer nunca ha estado mejor), Director (porque Nolan es el DiCaprio de los cineastas) y cualquier categoría técnica que se les ocurra. Si es posible, véanla en IMAX, que es lo más cercano que tenemos en este país a los gloriosos 70 mm. en que se filmó y se proyecta en algunos cines de Estados Unidos. Y empiecen a respetar a Harry Styles, eh, que actúa bastante bien y es además terrible cantante y re fachero. VEREDICTO: 9.5 - ¡ESTAMOS GANANDO! Dunkerque es una película sobre la Segunda Guerra Mundial escrita y dirigida por Christopher Nolan. Si no te gustaron ni Inception ni Memento ni Interstellar ni todas las de Batman, entonces esta es la que te convertirá en uno de nosotros (*te aceptamos, uno de nosotros, gobble gobble gobble gobble*).
Tenso juego de supervivencia. Ni una reflexión sobre la locura, la ambición y la muerte como puntos de partida y de llegada de toda guerra (Apocalipsis now, La delgada línea roja), ni un cuestionamiento al militarismo (Kubrick), ni una parodia (Altman, Tarantino), ni la recreación didáctica de un episodio histórico: lo que Dunkerque procura es que el espectador experimente la desesperación de estar en el frente de batalla, luchando denodadamente por preservar la propia vida. Es por ese camino, ya emprendido por Spielberg, Eastwood y algún otro, que transita Christopher Nolan (1970, Londres, Inglaterra); claro que lo suyo es menos sanguíneo y de una exaltación del héroe anónimo más fría, podría decirse que más inglesa. En Dunkerque hay tres instancias argumentales que se cruzan todo el tiempo, en el marco de la Segunda Guerra Mundial: las penurias de un joven soldado (el inexpresivo Harry Styles, cantante de One Direction) huyendo a duras penas de los ataques del enemigo nazi en el pueblo francés que da título al film; la travesía de un hombre (Mark Rylance, el ganador del Oscar por Puente de espías), su hijo y un amigo de éste intentando colaborar con la causa desde una embarcación civil; y la proeza de un piloto británico (Tom Hardy, que apenas muestra la cara) aliado de los franceses. Textos sobreimpresos indican cuánto dura cada suceso (una hora, un día, una semana), aunque la sutileza de igualar esos espacios de tiempo se diluye con el montaje paralelo por el que se va alternando entre unos y otros personajes. Las referencias históricas e intereses en juego aparecen desdibujados, con un comandante (Kennet Branagh) deslizando en voz alta algunos datos sueltos. Los territorios por los que se mueven cada uno de ellos también son distintos: la tierra, el mar, el cielo. El recorrido del combatiente casi adolescente, sorteando bombardeos y peligros varios, está expuesto con gran tensión y un despliegue de elementos (extras, decorados) a los que nunca se les cede el protagonismo: importan el miedo a cada paso, la cercanía del fuego y las balas, los vínculos esquivos en medio del caos. Los arriesgados planeos del aviador llevan a adoptar su punto de vista, a menudo torciendo el plano y acercándose a la estética agitada de un videogame (la primera secuencia de la película tiene también bastante de eso). La aventura de los tres hombres surcando un mar embravecido y celeste tiene una dosis mayor de humanidad, tal vez por el simple hecho de que se trata de civiles bienintencionados implicándose, casi desprotegidos, en esa cruel batalla; de todos modos, dos o tres sucesos que interfieren en su trayecto y que podrían haber permitido la exteriorización de emociones legítimas, se resuelven con planos cortos y dureza en los actores. Permanentemente se percibe el miedo a resultar herido, al dolor, al sufrimiento, pero los escasos recuerdos familiares de los que se habla están vinculados a la idea del honor y el heroísmo militar. Tampoco hay manifestaciones de afecto, niños ni mujeres en el universo medio inmutable que propone el film. Esto último responde a esa cualidad de Nolan (Batman, el caballero de la noche asciende, Inception, Interestelar) de estar más atento a la perfección de los movimientos maquinales que a las personas. Aviones y barcos ocupan espacios privilegiados en Dunkerque, que funciona casi como un mecanismo o un engranaje por el que los hombres circulan rápida, exasperadamente. La fotografía distante, obra del sueco Hoyte Van Hoytema (de notables trabajos para películas como Her y Déjame entrar), y la música de Hans Zimmer (que parece integrar ritmos marciales con la respiración agitada de los contendientes), responden a ese modelo de cine que debe su fuerza a la brillantez técnica, las ambiciones de grandeza, el lustre de sus formas y la severidad de sus máscaras.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
La nueva película de Christopher Nolan pone el foco en un dramático episodio para las tropas aliadas, ocurrido en 1940. Mínima grandeza para un relato magnífico. La megalomanía de Christopher Nolan fue creciendo a lo largo de su carrera, entorpeciendo la ejecución de un talento obvio. Sus tres últimos filmes reflejan diferentes facetas de este descontrol: El Orígen (2008) supuso que mientras más obtuso fuese un argumento, más inteligencia ostentaría; El Caballero de la Noche Asciende (2012) creyó que como película debía superar el mito del superhéroe; Interestelar (2014) reflexionó en exceso, permitiendo que las palabras secuestraran la emotividad de las imágenes. Nolan esta vez se obsesionó con hacer una obra minimalista. Su pensamiento debió ser el siguiente: “Filmaré el mejor relato minimalista sobre la Segunda Guerra Mundial”. Una ambición terapéutica que no extirpó la neurosis pero alivió los síntomas. Dunkerque aún posee ciertas mañas: enrosca líneas temporales, quiere ser más interesante que los eventos verídicos y en determinado momento inserta una voz en off sobreexplicativa. Pero la sobriedad es tan radical y arriesgada que estos vicios borrascosos no empañan en absoluto la experiencia cinematográfica. Dunkerque es un cine que cautiva desde lo sensorial, que abandona el rigor racional del guion para deslumbrarse ante el primitivismo de la imagen y el sonido. Es un cine que redescubre las raíces de su lenguaje, que hace de la virginidad su delirio de grandeza. Quizás Nolan esté dispuesto a cometer nuevos excesos en un futuro, pero esta vez el objeto de su obsesión es sano, eligió convertirse en un detallista de lo intrascendente y en este enfrascamiento nos regaló un poema audiovisual. El punto de partida de Dunkerque es la cooperación de la población civil para evacuar por vía marítima a 400 mil soldados ingleses y franceses rodeados por las tropas alemanas. Nolan estructura el filme conjugando tres elementos necesarios para el éxito de la retirada: los soldados varados, los civiles con sus pequeñas embarcaciones y la contraofensiva aérea de los ingleses. Cada elemento se ubica en una línea temporal que irá convergiendo hacia el clímax, bajo una precisión dramática que parece la contracara del aparatoso sueño-dentro-del-sueño de El Orígen. El acierto es permitir que las piezas encajen apenas por un instante y luego sigan su trayectoria. Aquí no hay relojería, hay encuentro heideggeriano. Quien mejor acompaña esta discreción narrativa es el ignoto Fionn Whitehead, un joven soldado anestesiado durante toda la película. Su apatía tiene un efecto inverso en el espectador: deseamos su salvación más que la de cualquier otro personaje. La escena en la que se queda dormido mientras Harry Styles le habla es de una belleza tan simple como abrumadora. Así debería ser siempre el cine mainstream.
El décimo film de Christopher Nolan, Dunkerque, carga las tintas en la imponencia de la imagen y el sonido, entregando un espectáculo tan apabullante como simple desde su contenido. Es indudable que, aun con sus detractores, Christopher Nolan se ha convertido en uno de los directores de Hollywood más prestigiosos de los últimos tiempos. Desde sus inicios en Following y Memento, y el pico de la trilogía del Caballero Oscuro, su fama no ha parado de crecer, entrando en ese grupo selecto de realizadores que venden con su solo nombre en un afiche. Siempre se habla de la libertad creativa que los estudios le otorgan a estos creadores, confiados en sus éxitos y galardones, ara que hagan “el proyecto que quieran”. En el caso de Nolan, desde El Origen siempre se dice que las ideas surgen de él y Hollywood se limita solo al financiamiento de lo que está en su mente para plasmarlo en la pantalla. Dunkerque es un film bélico, con todas las letras, ningún giro que haga sospechar que se utiliza el envase para presentar otra cosa, un film clásico y tradicional sobre un episodio de guerra dentro de un contexto más grande, al estilo Rescatando al Soldado Ryan. En este caso, hablamos del hecho verídico ocurrido en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, frente al avance nazi en Francia, las tropas de ese país y de Inglaterra, que superan los 300000 soldados, están varadas y deben escapar. En las playas de Dunkerque, Francia, aguardan a que los rescaten, antes de que lleguen los alemanes y sea demasiado tarde. Con estos elementos, Nolan, también autor del guion, construye una historia que se separa en varias, hablando de varios personajes, y la situación de cada uno. Para eso, cuenta con un elenco en el que se destacan Tom Hardy, Mark Rylance, Fionn Whitehead, Jack Lowden, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, James D’Arcy, y Harry Styles, entre otros; un elenco de renombre y lujo, para una propuesta que, en primer plano, no pareciera apuntar a una narración fuerte que permita el gran lucimiento actoral. Dunkerque es cine espectáculo , filmada y pensada con cámaras IMAX, lo que queda en nuestra memoria es el sacudir de las butacas frente el impresionante trabajo del departamento de sonido, cada detalle resuena haciéndonoslo sentir en todo el cuerpo. La banda sonora de Hans Zimmer acompaña permanentemente y también cala hondo, envuelve, y nos hace vibrar, es épica sonora. La gran épica se completa con una cuidada fotografía de Hoyte Van Hoytema adecuada en tonos y saturación para hacernos sentir la angustia de los personajes, y ese tono tan clásico que se pretende imprimir, haciendo uso de la gran pantalla IMAX, aun en una cuadratura estilo widescreen. ¿Pero qué sucede si la bajamos de esa enorme pantalla? Desde acá me surge una incógnita. Prácticamente no hay diálogos en el film, muchas veces mudo (con la omnipresencia sonora), y otra veces plagado de frases sueltas sin continuidad. La historia no posee un gran proceso, y hasta es mejor que se vaya con algún conocimiento previo sobre los hechos reales. Si algunos actores como Hardy brillan es por presencia propia, lo que sucede en las primeras dos terceras partes del film es golpe de efecto de espectacularidad que nos maravillará en el momento, pero difícilmente nos acompañe en el tiempo. Con todo, es espectáculo se sigue con interés, y es loable que Nolan no haya recaído como otras veces en las sobre explicaciones. Todo hasta arribar a un tercer acto en el que la épica se convierte en panfleto, en donde aparecen los diálogos y las escenas más fluidas y tradicionales, para enaltecer lo que ya sabemos, remarcándolas a un punto algo molesto. Dunkerque se aprecia más como un film de estudio que como film de autor, es una propuesta para entrar equipado con el pochoclo y la gaseosa y ver como el martilleo nos hará perderla capa superficial del balde y volcar un poco de los vasos. Hay una lectura interesante a través de la imagen, suspenso creado, y algunos cuestionamientos interesantes en los personajes, pero lo limitado del guion no permite que se eleve por encima de otras propuestas muy superiores como la descarnada y mucho más profunda Hasta el último hombre; otra épica y tour de forcé adrenalínico, pero que se animaba a más, consiguiendo mayor emotividad. Los fans de Nolan extrañaran varios de sus tics, y sus detractores encontraran una propuesta más tradicional que quizás pueda ser de su agrado. Dunkerque es un buen tanque para esta temporada, pero como ese hecho en medio de la inmensa Segunda Guerra, difícilmente quede en el recuerdo de los grandes films bélicos.
El fragor de la batalla Con Dunkerque, ese director tan amado y odiado por partes iguales llamado Christopher Nolan encontró finalmente el material que realza sus virtudes por encima de sus debilidades. Desde su debut con Memento, allá por 2001, a Nolan se lo ha elogiado y criticado debido a lo excesivamente rebuscado de sus argumentos y al tono serio y solemne de sus películas (no por nada hizo tres de Batman, el superhéroe más torturado de todos). Alternando escenas de una belleza cinematográfica imponente, como los edificios doblándose de El Origen o los viajes espaciales de Interestelar, con diálogos demasiado explicativos sobre la lógica interna de su universo, además de los saltos temporales y rompecabezas narrativos, a veces parece que el Nolan talentoso luchara contra su peor versión, obsesionada por el truco de guion fácil. Pero, por suerte, en este caso, cuando narra la evacuación y el rescate de trescientos mil soldados británicos durante la Segunda Guerra Mundial (la llamada Operación Dinamo, bautizada por Winston Churchill), el Nolan talentoso ganó la batalla. Lejos de valerse de diálogos explicativos sobre lo que estamos viendo, en Dunkerque Nolan confía plenamente en el poder de las imágenes y nos adentra desde el inicio en el verdadero infierno del campo de batalla, con las primeras escenas mostrando a un pequeño batallón de soldados aliados en una calle desierta mientras escapan de unos disparos que no se sabe de dónde llegan. Pero no estamos aquí ante una carnicería de cuerpos mutilados al mejor estilo Rescatando al soldado Ryan o Hasta el último hombre, ya que el director decide contar este evento como si fuera una película de suspenso, mostrando a los nazis como una amenaza fuera de campo, casi sobrenatural, especialmente cuando aparecen los aviones de la Luftwaffe a punto de comenzar un bombardeo aéreo o los submarinos alemanes lanzando misiles a los buques de guerra ingleses. En este sentido, es impresionante el trabajo de Nolan con el sonido ambiente combinado con la música de Hans Zimmer, que con su pulsión constante parece casi indistinguible de los ruidos diegéticos provenientes de lo que vemos en pantalla (el constante tic tac que suena de fondo ayuda a generar una sensación de agobio constante). En cuanto a la estructura narrativa de Dunkerque, Nolan, que no puede con su genio, optó por desarmar el argumento en tres líneas temporales (los eventos en el muelle toman una semana, en un barco, un día, y en el aire, una hora). Quizás este sea el aspecto más polémico del film, y lo que usen como excusa los detractores del director para seguir pegándole por insistir con su obsesión con el tiempo, pero hay que reconocer que, si bien esa estructura en pasajes distancian al espectador de lo que está viendo, su impacto final, cuando las tres lineas se encuentran, es innegable. Más allá de sus caprichos, Nolan entendió que el cine se vale más de momentos de grandeza épica que de adivinanzas de guion y así, todo el final, después de ese plano de un Spitfire sobrevolando la playa con el motor apagado y la llegada de los barcos civiles a rescatar a los soldados varados, uno sale con la impresión de que el cine, como experiencia física y visceral, es mucho más fuerte que cualquier guion de relojería. Y Dunkerque es puro cine.
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Una batalla ganada Dunkerque tiene todos los vicios de Christopher Nolan pero es tan potente que se sobrepone a ellos y termina siendo su mejor obra y la más clásica. Cuando salí de ver Dunkerque tuiteé lo siguiente: “Dunkerque es una batalla entre el Nolan talentoso y el Nolan pelotudo. Victoria pírrica del talentoso”. Los 140 caracteres privilegian el ingenio a la razón, y además uno escribe en caliente. Quizás pueda llegar a ser un nuevo género de crítica, no creo que sea ni mejor ni peor que un texto más largo y reflexivo, es simplemente otra cosa. No estoy seguro de que haya dos Christopher Nolan, sí de que hay algunas características de su cine que me gustan y otras que no. En realidad es más complejo que eso: su ambición y solemnidad son a la vez sus virtudes y sus defectos. En suma: Jekyll y Hyde son la misma persona. A priori, Dunkerque parece una película atípica dentro de la filmografía de Nolan. No hay elementos fantásticos, está inspirada en un caso real y dura menos de dos horas. Pero a medida que avanza, empiezan a aflorar todos sus vicios. Como el material es tan distinto al de siempre, sus yeites parecen fuera de lugar; pero, a la vez, no terminan de arruinar una película potente. Pero hablemos en concreto. Casi al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán invade Francia a través de las Ardenas y se dirige al norte, al Canal de la Mancha, peligrosamente cerca del Reino Unido. Se detiene en la ciudad portuaria de Dunkerque, donde acorrala a casi 400 mil hombres. Atrincherados en la playa, atacados contínuamente por la Luftwaffe, ese ejército de ingleses, franceses, holandeses, polacos y belgas espera ser rescatado. ¿Pero es posible evacuar a tanta gente bajo fuego alemán? La película cuenta tres historias que se desarrollan en forma alternada, cada una con su título: “El muelle”, “El aire” y “El mar”. “El muelle” es la historia de los soldados Tommy (Fionn Whitehead), Gibson (Aneurin Barnard) y Alex (Harry Styles, sí, el de One Direction, en un muy buen trabajo) y sus peripecias para escapar; y también la del comandante Bolton (Kenneth Branagh) y el coronel Winnant (James D'Arcy), los militares de mayor rango, que esperan estoicos la llegada de ayuda y son la conexión con el costado político de la historia. “El mar” es el cuento del Sr. Dawson (Mark Rylance), uno de los civiles que parte con su pequeño barco pesquero de las costas de Inglaterra para cruzar el Canal de la Mancha y tratar de salvar la mayor cantidad de soldados posible. Lo acompañan su hijo Peter (Tom Glynn-Carney) y su ayudante adolescente George (Barry Keoghan). En el camino, rescatan a un sobreviviente de un naufragio (Cillian Murphy) que no quiere volver a Dunkerque a ayudar a nadie. “El aire” cuenta la historia de los pilotos Farrier (Tom Hardy) y Collins (Jack Lowden) que sobrevuelan el Canal de la Mancha y se entreveran en una batalla aérea con la Luftwaffe para brindar apoyo a las tropas en la tierra. Nolan sabe narrar y construir personajes con imágenes, casi sin diálogo. Las escenas son imponentes, enormes y en muchos casos quedan impregnadas en la retina durante días (pienso en la espuma del mar, en los miles de soldados tirándose al suelo, en los aviones zigzagueando entre las nubes). Y los temas de toda película bélica subyacen: el heroísmo y la cobardía, el patriotismo, el caos, el miedo, el azar de la muerte y de la vida. Pero Mr. Hyde acecha. Por un lado, la música invasiva de su colaborador habitual Hans Zimmer, que busca dotar a la película de una épica que ya está en las imágenes. Y por el otro, esa manía inútil de Nolan por retorcer la narración y complejizarla. Es difícil extenderme en esto sin espoilear, pero digamos que los tiempos en los que se desarrollan las historias no son los que uno imagina en un principio. La película entonces se transforma en un rompecabezas más parecido a los de El origen e Interestelar. El problema acá es típico de la crítica. ¿Hay que juzgar una película por lo que nos hubiera gustado que fuera o por lo que realmente es? Dunkerque no se propone ser Rescatando al soldado Ryan, aunque sea inevitable mirarla a la luz de la película de Spielberg (porque Rescatando… es insoslayable si hablamos de cine bélico en los últimos años y porque Dunkerque le hace partido). Pero no busca el clasicismo narrativo, más bien lo esquiva con demasiado empeño. En mi opinión, es una lástima. Pero a pesar de eso, y como decía en mi tuit (que no estaba tan errado, después de todo), la batalla está ganada.
Vuelve el gran Nolan a dirigir una nueva película, en este caso un drama de guerra a lo Nolan. ¿Un drama de guerra? Si. Esta no es una película bélica donde veremos batallas entre soldados peleando, disparándose y cosas al estilo “Hasta el último hombre”, la última película dirigida por Mel Gibson. Dunkerque es una película con muy poco diálogo, mucho silencio y con una gran banda sonora que acompaña toda la película, por parte de Zimmer. El director nos muestra una misma historia desde tres puntos de vista, desde tres momentos distintos y al hacer esto no nos termina de presentar o introducir a ninguno de los personajes del film, lo cual no me parece mal. Me pareció también interesante que en la película no hay romance. Hay pocas actrices mujeres representando papeles muy secundarios, con algunas líneas muy cortitas. La parte de “a lo Nolan” que dije al principio se manifiesta en las escenas que son más de ciencia ficción. Los barcos que explotan, que se hunden, los aviones que caen. Si, son momentos de guerra pero con el acompañamiento de la banda sonora hace notar su toque “Nolesco”. Estos tintes “Nolescos” los vemos también en los cambios temporales sin previo aviso en dónde el espectador debe estar atento de lo que sucede para no caer en el pensamiento “Esto lo vi recién”. Es destacable la fotografía de la película, salvo cerca del final donde se deja ver un poco el CGI que tan poco le gusta al director británico. Las actuaciones están acorde a la película, no se destaca ninguna. Mi recomendación: Es Nolan, entretiene y cumple. Anda al cine que los efectos valen la pena.
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Una anomalía puede asociarse a desperfectos, a correrse de la normalidad o lo esperable, La anomalía no permite prever, es un desvío. Dentro de la filmografía del británico Christopher Nolan, sus últimos cuatro proyectos tienen los siguientes puntos en común: promediaban los 158 minutos de duración por film, eran sobreexplicativos, solemnes e incluían partituras musicales in crescendo hasta llegar a un clímax estridente; jugaban con la temporalidad, el tiempo detenido, el relato desdoblado y el paralelismo temporal. Dunkerque (Dunkirk, 2017) es una anomalía de Nolan, quizás por necesidad y determinación. El menjunje de elementos habituales cuando bien utilizados -como en este film- demuestran un claro ejemplo de su virtud. Dunkerque es una ciudad portuaria del norte de Francia en la que históricamente aconteció la Operación Dínamo, que consistió en la evacuación de soldados británicos, franceses y belgas tras la derrota francesa a cargo de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Estamos ante un film bélico que implora convertirse en épico. Nolan apela a la majestuosidad de la imagen, a desechar en lo posible el digital y filmar en 70mm respetando el formato casi en extinción de las grandes superproducciones a las que intenta homenajear y de las que ha tomado varios elementos. Prefiere filmar en la locación original, modificar la región y reconstruir para asemejarse a los hechos. Rasgos que demuestran una cierta obsesión quisquillosa por querer acercarse a directores que admira, como Lean o Kubrick. Hay tres aspectos que funcionan muy bien dentro de la narración de Dunkerque: la delimitación, el tiempo y el sonido. El film está presentado en tres extensiones comprendidas entre el aire, mar y tierra, permitiendo así una delimitación de tres historias con tres personajes que son asociables instantáneamente a lo largo del metraje. Sin importar las distintas duraciones de estos segmentos, los tres tienen un nexo que es el tiempo. Los paralelismos temporales son utilizados de manera tal que en los primeros minutos cuesta entender la organización lineal del film, pero una vez asociados el recurso distractivo pierde su efecto y da lugar al sonido. El sonido y la utilización de la escala Shepard -decisión conjunta con Hans Zimmer- consistente en crear una ilusión auditiva in crescendo a partir de una serie de notas en distintas octavas con objeto de generar suspenso. Dunkerque es un film en el que se percibe a un Nolan más relajado en su labor, sin querer mostrar superioridad y espectacularidad, tramas que rozan el ridículo como en Interestelar (Interestellar, 2014), no contar con un protagónico que se robe el film como Heath Ledger en Batman: El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008), ni dar mil vueltas sobre el mismo eje, como en El Origen (Inception, 2010).
Una intensa y espléndida película elaborada con muchísimo cuidado. Todos los hechos centrales y principales del film son verídicos, aunque los personajes principales no son reales en un cien por ciento, pues el director decidió...
Crítica emitida por radio.
Cuánto silencio entra en un fotograma? Porque son 106 minutos de una pesadilla lo que propone la cinta. Contada desde tres lugares diferentes dentro de un mismo espacio. Cada una con sus propios tiempos. En tierra una semana, en agua un día, en aire una hora. Cuando no hay ninguna necesidad de mostrar al malo, cuando no se desparrama sangre y mucho menos brazos pies o cabezas volando por el aire. Sin necesidad de sentirse identificado con el o los protagonistas de cada episodio, por el contrario, la empatía es para con todos. Imágenes impresionantes montadas en escenarios cuasi reales, con el potente sonido propio de un horror como el que estamos presenciando. Sin golpes bajos. Viviendo la terrible sensación en primera persona, desde una butaca. La narración lograda. Y cuando todo está en manos de un artista audiovisual -el director más su equipo- la guerra de Dunkerque duele, conmueve, emociona.
Dunkerque: la invasión de la música En Dunkerque, de Christopher Nolan, la música ocupa un lugar central. Para hablar de ello hay que retrotraerse a la saga de Batman dirigida por este realizador y recordar la fascinante banda sonora. Las escenas de acción eran acompañadas por monótonos acordes que creaban un clima de tensión. También podía escucharse el tic-tac acelerado de lo que parecía un reloj-cronómetro, como ocurría en la escena inicial del robo de banco. En la mencionada saga, como en la reciente película de Nolan, está la mano del compositor Hans Zimmer, artífice de infinidad de melodías del cine. Me pareció que Nolan se repetía un poco utilizando una música muy similar a la de Batman. Más teniendo en cuenta que, consciente o inconscientemente, el cine norteamericano se vio totalmente influenciado por la banda sonora de la historia del hombre murciélago. Hay dos cosas que aquella saga diseminó como un virus voraz en el cine comercial: como ya dije, la banda sonora (lo que puede verse simplemente en los trailers de las películas de acción actuales) y el perfil psicológico del villano encarnado por Ledger. Pero volviendo al tema inicial, la banda sonora de Dunkerque, que más que música parece la sucesión de dos acordes chillones intercalados, impone el tiempo dramático de la película. La narración de Nolan busca fundamentalmente crear momentos de tensión, llevar al espectador a esas situaciones límite de la guerra. Recordemos que narra la historia de soldados ingleses tratando de escapar de las costas francesas hacia Inglaterra, ante la encerrona de los ejércitos de ocupación nazis. La desesperación por no poder salir de esas playas, el instinto de supervivencia desatado entre los soldados ingleses y franceses, parece ser el tema de la reflexión del director norteamericano. Debo decir que a nivel narrativo la película no me convenció. Me parecieron demasiado estetizados los momentos de mayor carga tensional, como cuando el piloto de avión debe aterrizar en el mar y no puede salir de la cabina, y se va hundiendo lentamente. Se intercalan las escenas de este hundimiento, con las de otro hundimiento, de un pequeño barco en el que trata de mantenerse con vida un grupo de soldados, pero que empieza a descender cuando recibe ciertos disparos que no entendí de dónde venían. Se juntan dos momentos de carga tensional, se alternan uno y otro, buscando la suma de las dos cargas, y me pareció demasiado cinematográfico, demasiado explícito como recurso narrativo, demasiado obvia la intervención de un demiurgo que manipula los hechos. Como me resultaron bastante obvias las apariciones súbitas de una melodía agradable, especie de retorno a un estado de armonía, en los momentos del relato en que interviene algún elemento que sustrae a los personajes de la permanente desesperación. La aparición de los barcos pesqueros de voluntarios para cargar soldados y llevarlos a Inglaterra por ejemplo, devolviendo la alegría a una tropa desmoralizada. La música remarca en exceso los estados de ánimo. Siguiendo con lo que decía, no me gustó el guión de la película, me pareció un poco desordenado por momentos (hay unos entrecruzamientos entre presente y pasado que para mi gusto quedan un poco aislados en relación al resto de la película). Tampoco me gustaron las dilataciones de las escenas de acción, como dije, me parecieron demasiado artificiales. Los diálogos, que son pocos, y algunos de ellos un poco pretenciosos, no me parecieron profundos, ni me aportaron demasiado a la reflexión acerca de lo que estaba viendo. Nolan me deslumbró con El caballero de la noche, pero a medida que pasa el tiempo más me pregunto cuánto tuvo que ver con eso la actuación de Ledger en el papel del guasón. Hay que reconocer que para desplegar ese enorme personaje tuvo que apoyarse en un buen guión. Aunque sinceramente no creo que sea el fuerte de Nolan los guiones, sí en cambio la dirección. Filma como un grande, pero tiene el defecto de no pedir auxilio en la escritura, al menos en esta última obra. La otra película que me fascinó de Nolan es un remake de un policial nórdico: Insomnio o Noches blancas, con Al Pacino y Robin Williams. Esa sí creo que está bien contada, pero eso es fácil cuando la estructura del relato se copia de otra obra. Origen, Interstellar e incluso Memento, me parecieron demasiado enrevesadas desde el punto de vista narrativo y argumental.
Sinfonía en tres movimientos Se entiende que los hechos acontecidos después de la batalla de Dunkerque, durante la Segunda Guerra, fueron fundamentales para el triunfo de los aliados. Es paradójico, porque ese suceso significó el acorralamiento de las tropas aliadas por el ejército alemán en la costa del extremo norte de Francia, la ocupación definitiva del país por los nazis y la retirada del ejército británico de la defensa de la zona. Pero lo cierto es que la evacuación –a través de las operaciones “Dínamo” y “Ariel”– supuso el casi milagroso rescate de casi 350 mil soldados ingleses, que se salvaron por los pelos de ser masacrados por el enemigo. Si ese repliegue no hubiese sido exitoso, Gran Bretaña se habría visto obligada a rendirse, probablemente los alemanes hubiesen conquistado Europa y Estados Unidos no hubiera vuelto a la guerra. Es por esto que Dunkerque se considera un punto de ruptura y un momento decisivo. El éxito de la evacuación incluso permitió que Churchill instalara la idea de una victoria moral –a lo que militarmente era una clara derrota– que le permitió infundir nuevos ánimos a sus tropas y consolidar cierto espíritu de resistencia. Este hito histórico está brillantemente recreado por el director Christopher Nolan (Memento, Batman: el caballero de la noche, Inception, Interestelar), quien desplegó en la misma playa de Dunkerque a miles de extras y decenas de aviones y barcos reales, en función de un gran espectáculo bélico y un cine catástrofe a gran escala. Es así que Nolan se permite tres líneas de acción simultáneas en las que sigue a las tropas de a pie, a los barcos a través del paso de Calais, y a los aviones que sobrevuelan la zona. En cada uno de los casos la tensión es extrema y prácticamente constante, la palpitante banda sonora de Hans Zimmer recurre a la idea del tic-tac de un reloj para poner de punta los nervios de la audiencia –como en A la hora señalada– y mediante un montaje paralelo los clímaxes de las diferentes líneas narrativas son notablemente superpuestos. La aproximación, sin embargo, dista de la típica película bélica hollywoodense. Cierta austeridad general y la frialdad característica de Nolan lleva a pensar, al menos en un comienzo, en aproximaciones históricas de tipo La batalla de Argelia o aquellas de Paul Greengrass (Bloody Sunday, Vuelo 93, Capitán Phillips). Algunas escenas, y especialmente las que toman la posición de los soldados de infantería, exhiben claramente cómo ellos son como hormigas en un incendio, y cuán expuestos están ante un enemigo demasiado grande y a una implacable fatalidad. Desde la primera escena en que un soldado corre a través de las calles esquivando una balacera que surge no se sabe de dónde, aquellas de los bombardeos sobre una playa en la que se apiñan soldados británicos, franceses y belgas, e incluso el hundimiento de un crucero repleto de tropas, –que recuerda invariablemente a Titanic– se expone con claridad cómo la guerra diezma invariablemente a todo el mundo, sin importar grado, formación o desempeño militar. Es en las escenas aéreas que la película se vuelve un espectáculo más clásico, y donde sí entran en juego las habilidades de los pilotos; estos fragmentos vistosamente fotografiados no tienen nada que envidiarle a las mejores escenas aéreas jamás filmadas, nada menos que aquellas dibujadas por la mano de los maestros del animé Hayao Miyazaki y Mamoru Oshii. Es una pena que sobre el final, apenas unas líneas proferidas por los personajes dejen una impronta heroica que hasta el momento brillaba por su ausencia. Apenas unas notas desafinadas son capaces de bajar considerablemente el nivel de una gran sinfonía y, si bien Dunkerque es un logro increíble y una gran película bélica, estos pequeños apuntes finales acabarán chirriando a más de uno.
Atípica e interesante película de guerra de un director asociado a otro género - Publicidad - A menudo la crítica de cine tiende a clasificar los films por género. Si uno se remitiera exclusivamente al tema de “Dunkerque”, un famoso episodio de la Segunda Guerra Mundial, se trataría de una “película de guerra”. Pero, si en cambio, el acento se pusiera en el director inglés y sus antecedentes (Christopher Nolan), en cuya filmografía hay mayoría de producciones del cine fantástico (tres capítulos de Batman, “Memento”, “El origen”, “Interstellar”), quizás sea algo reduccionista encasillarla en el género bélico. La acción se sitúa a mediados de 1940 cuando el ejército alemán invade Francia y un numeroso contingente de soldados y oficiales ingleses queda encerrado entre la acometida enemiga en territorio francés y el mar que los separa de su “Home”, como lo describen varios de los militares. A diferencia de la mayoría de las películas de género, aquí incluso no se ve a los alemanes, a los que prácticamente ni se nombra durante todo el metraje. Se ven sus aviones, se mencionan sus submarinos aunque sólo se ve algún que otro torpedo pero lo que llama la atención es que el enfoque está centrado en una serie de personajes, casi todos ingleses, y a menudo en la tragedia que los embarga. Los protagonistas son todos masculinos desde militares, como el coronel que tan bien interpreta Kenneth Branagh, el piloto de un Spitfire (Tom Hardy) o el soldado rescatado del mar (Cillan Murphy) hasta civiles como Mr. Dawson (Mark Rylance, ganador del Oscar por “Puente de espías”), dueño de una de las miles de embarcaciones que protagonizaron el heroico rescate de más de 300.000 personas, varadas en Dunkerque. Hay varios rubros que se destacan, comenzando por la música del multinominado y una vez galardonado al Oscar Hans Zimmer, siguiendo con la fotografía del suizo Hoyte van Hoytema y el guion del propio Nolan. Pero hay un aspecto adicional que diferencia a esta película de otras de tema similar y que se refiere al resto del elenco. Son en general muy jóvenes con poca o casi nula actuación en cine y cuyos nombres, hoy virtualmente desconocidos, convendrá retener: Fionn Whitehead, Barry Keoghan, Aneurin Barnard, Jack Lowden, James Bloor. Se los escucha hablar muy poco, pero ésa es aún una característica distintiva adicional de un film atípico y que en varios momentos emociona.
“DUNKERQUE” Una épica de la retirada Ignacio Andrés Amarillo iamarillo@ellitoral.com En la “Anábasis”, Jenofonte construyó la primera épica surgida de una derrota: cuando la muerte de Ciro el joven en la Batalla de Cunaxa contra su hermano Artajerjes II dejó sin sentido la participación de 10.000 griegos en la guerra dinástica persa, el propio Jenofonte debió guiar la retirada de esos hombres hasta su patria. Lejos de las batallas de las Termópilas o de Maratón, por primera vez una retirada se convertía en un hecho digno de ser recordado por las generaciones futuras. Hacia allí, se encaminó Christopher Nolan a la hora de narrar la retirada de los británicos de Dunkerque. En una de las vueltas de la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas franco británicas quedaron acorraladas en la playa de la ciudad costera, Winston Churchill empezó a temer con la invasión alemana en las islas. En ese momento, se empezó a planificar la evacuación de los hombres allí atrapados, con expectativas muy bajas: no pensaban sacar más de 30.000 ó 40.000 efectivos de los alrededor de 400.000 que se hacinaban en la playa y parte de la ciudad. Así comenzó un operativo en el cual civiles de las costas del Reino Unido pusieron sus propios barcos al servicio del rescate de los soldados que su patria había mandado. Pero Nolan no nos cuenta esto tan linealmente: el creador de “Memento” y de “El origen” nunca podría hacer un relato tan simplificado. El director se da el gusto de hacer una de esas películas bélicas grandes y corales, pero articulándola en torno a tres ejes narrativos cada uno con una duración temporal distinta que es aclarado al comienzo de cada una. En primer lugar tenemos “El muelle” (“The Mole”, que tiene un doble sentido a descubrir con el correr del metraje) con la aclaración “una semana”: el protagonista de esa línea narrativa es un soldado que como tantos otros trata de subirse a cualquier cosa que flote para alejarse de la costa francesa. El segundo eje argumental es “El mar” (“un día”) y está protagonizado por el dueño de un barco, su hijo y un amigo de éste, que van a sumarse a la operación de rescate: en vez de darle su barco a la Marina, deciden ellos mismos (como otros, se verá) tomar el timón y enfilar hacia el otro lado del Canal de la Mancha. La tercera línea del relato, “El aire” (“una hora”), está centrada en tres pilotos de cazas Spitfire Mk-I, responsables de limpiar el espacio aéreo de bombarderos Heinkel He-111 y de los míticos Junkers Ju-87 Stuka (Sturzkampfflugzeug, “bombardero en picado”), que acosan a tropas y embarcaciones, defendidos en el aire por los Messerschmitt Me-109 (todos vehículos célebres para aeromodelistas y fanáticos de la aviación). Lo que estructura esas temporalidades superpuestas es el cruce de miradas (sucesos que se ven desde la óptica de los pilotos con el rabillo del ojo, y antes o después se muestra su dramatismo en el agua, por ejemplo) y la inserción de personajes entre los ejes (el soldado enloquecido y el piloto rescatados por el barco Moonshine). Escalas La Segunda Guerra Mundial sigue sin duda ofreciendo más historias para contar, revalidando subtítulos de madre de todas las guerras. Parte de ese conflicto fueron historias tan disímiles como “El código Enigma”, “Corazones de hierro”, “La tumba de las luciérnagas” (legendaria obra de Isao Takahata), “La caída” o “La vida es bella”. Pero hacía falta quizás que alguien reparara en un episodio tan particular como fue el de Dunkerque, que como ya dijimos se libró tanto en tierra como en mar y aire: quizás ése fue uno de los atractivos para el realizador, que se luce rodando en cada escenario. Recurrió a la materialidad de barcos y aviones reales, junto con maquetas aéreas a control remoto (sin despreciar el matte painting y otros retoques) para lograr escenas de una fuerza especial. Sus escenas de playa no tienen el plano secuencia indetenible de “Expiación, deseo y pecado”, ni la despampanante balacera del desembarco en “Rescatando al soldado Ryan”, pero logran combinar la escala humana con el gran marco. Porque ésa es buena parte del mensaje: el gran hecho histórico está hecho de muchas historias individuales, que van del coraje y el esfuerzo extra al simple intento de seguir vivo un ratito más. Y la banalidad de ese objetivo: uno se salva porque la última bomba cayó un poco más allá, o se muere porque cayó de cabeza. Las tomas acuáticas (los barcos que se hunden, los que nadan entre combustible en llamas) son muy logradas, y la batalla aérea es de lo mejor que se ha hecho en bastante tiempo al respecto. Todo se unifica de la mano de la gran fotografía de Hoyte Van Hoytema, que se luce en el negativo de 70 mm (esos atardeceres, esas escenas nocturnas...). También en el logro del diseño de producción de Nathan Crowley, que debe liderar a la dirección de arte (Kevin Ishioka, Eggert Ketilsson), la decoración de los sets (Emmanuel Delis, Gary Fettis) y el diseño de vestuario (Jeffrey Kurland), entre varios rubros estéticos decisivos para el verosímil. Relato coral Nolan funde actores noveles y figuras de prosapia en medio de la marea humana, con lo que celebridades con pasta protagónica tienen poco metraje, en una línea que recuerda un poco a “La delgada línea roja” de Terrence Malick, pero sin los monólogos interiores (la psicología es fenoménica, se lee desde lo que se manifiesta exteriormente). Así, Fionn Whitehead es Tommy, el soldadito que quiere vivir (que abre la cinta con su llegada al perímetro defendido por los franceses dentro de la ciudad), que comparte buena parte de su andadura con un tal “Gibson”, composición muda de Aneurin Barnard, y algo con Harry Styles (uno de los One Direction, como el soldado Alex). El celebrado Mark Rylance (el mismo de “Puente de espías” y “Mi amigo gigante”) pone su mesura y su mirada profunda bajo la piel del señor Dawson, que decide ir por sí mismo a salvar a los muchachos propios, junto con su hijo Peter (Tom Glynn-Carney); Barry Keoghan completa ese equipo como George, el muchacho del puerto que quería salir un día en el periódico del pueblo. Tom Hardy (en alza desde “Mad Max” y “El renacido”) encarna a Farrier, líder aéreo tras la caída del comandante original, en el desafío de actuar sentado y con máscara durante casi toda su participación; Jack Lowden hace lo propio como Collins, la otra pata de la defensa volante. Y hay más nombres destacables: el siempre polifacético Cillian Murphy (dueño de un rostro peculiar y enigmático, sin perder pinta por eso) encarna al soldado traumatizado por el hundimiento del barco a manos de un submarino. Kenneth Branagh le pone su firmeza y su flema del Old Vic al comandante Bolton, el mismo que trae esperanza (aumentando la cifra de rescatados y demostrando que se puede no abandonar a los aliados), acompañado por James D’Arcy como el coronel Winnant, jefe terrestre de la evacuación. Porque ése es el mensaje final: el de la esperanza. Porque soldado que se salva sirve para otra batalla, y zafar de la catástrofe puede ser a veces una especie de empate: la posibilidad de saber que se puede defender el propio suelo (especialmente para los hijos del imperio que había reinado por los siete mares). Después la historia tuvo otro andar, y puso a Dunkerque en su lugar (“¡Dunkerque!” fue grito de guerra en el desembarco de Normandía). Por eso, también es interesante el logro de Nolan: mostrar la gran historia desde el nivel de flotación, y aun así sentirse parte de la misma. ***** Excelente “Dunkerque” “Dunkirk” (Gran Bretaña-Estados Unidos-Francia-Holanda, 2017). Guión y dirección: Christopher Nolan. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Música: Hans Zimmer. Edición: Lee Smith. Diseño de producción: Nathan Crowley. Elenco: Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles, Aneurin Barnard, James D’Arcy, Barry Keoghan, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance, Tom Hardy. Duración: 106 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.
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Nolan, tan afecto a los juegos experimentales y a la ficción más sofisticada, se adentra aquí con uñas y dientes en un hecho real: la evacuación de 400 mil chicos de 18 años -ingleses y franceses- que esperaban en una playa del norte de Francia, inermes y derrotados, que los vinieran a rescatar para “volver a casa”, como se escucha decir a los soldados. Estamos en el año 40, al comienzo de la contienda. La mayoría de los soldados fueron rescatados por un millar de embarcaciones, muchas de ellas barquitos civiles. El film se despliega en tres escenarios: en esa playa, asediada por bombarderos alemanes; en alta mar, enfrentando a los torpederos; y en el cielo, con los caza ingleses batiéndose contra la aviación nazi. Y en esos tres escenarios el film sobresale por su fuerza visual, su portentoso realismo, por el talento de un libro que se sirve del suspenso y de esos horrores para dar también una lección sobre la supervivencia, el coraje y ese miedo que –como dice uno de ellos- es parte esencial en toda guerra. “Dunkerque” muestra no los entretelones de una batalla, sino la desesperación de una lucha despareja contra el destino, la tenacidad y hasta la providencia. Gran película. Intensa y atrapante, furiosa y verdadera. No da respiro. Todo es encierro y peligro. Uno siente la guerra. Todo es suspenso. Una carrera contra reloj con el fuego pisando los talones. Los ataques de la aviación se sienten implacables y cercanos. En el cielo y en la playa, la única consigna es tratar de ponerse a salvo. Visualmente, deslumbra. El film no deja lugar a gestos heroicos ni a retratos personales. Nadie sobresale en este retrato grupal que así transmite el desorden, la despersonalización, las dudas, las contradicciones y el egoísmo de esa jornada recargada de muerte. Al final, la pequeña victoria de ese enorme salvataje, se ajusta estrictamente con el discurso de un Churchill que avisa que no hay que prepararse para los festejos sino para enfrentar lo peor. “Defenderemos nuestra isla sea cual sea el costo. Pelearemos en las playas, pelearemos en tierra firme, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas; no nos rendiremos nunca”. Y hace una salvedad a los que celebran el regreso: “Debemos de ser cuidadosos de no darles a estos sucesos los atributos de una victoria. Las guerras no se han ganado con evacuaciones”.
Estrenada hace ya varios meses, Dunkerque es una de las cintas que recibió más nominaciones para los premios Oscar 2018: mejor película, director, montaje, fotografía, sonido. La última cinta de Christopher Nolan deja atrás el fantasioso mundo de Batman para adentrarse en una historia verídica, ambientada en la Segunda Guerra Mundial. - Publicidad - Se trata de lo que en su momento se llamó Operación Dínamo, en la que tropas aliadas fueron evacuadas de las playas de Dunkerque, Francia. Se trató de un rescate en conjunto de los ejércitos británico, francés y belga. Nolan pone el acento tanto en el punto de vista de los soldados atrapados, esperando el rescate, como en el de los oficiales que deben tomar las difíciles decisiones acerca del orden en que embarcan, como de los rescatistas (tanto de las fuerzas aéreas, como civiles). Lo más interesante del film es que aborda el mismo suceso desde tres puntos de vista físicos: la tierra, el mar y el aire. En ese juego, un mismo hecho se relata varias veces en diferentes tiempos cinematográficos, dependiendo de a quién corresponda la mirada. Al igual que gran parte de los films basados en hechos reales, la película utiliza el gran marco de un suceso histórico verídico y lo tamiza desde la óptica de todos esos sujetos ignotos para la Historia. Así, un hombre común y corriente se transforma en héroe: esto vale tanto para los soldados (el piloto del Spitfire y también el soldado que trata de huir) como para hombres que por un sentido de patriotismo arriesgan su vida. Para lograr construir este tipo de protagonismo, lamentablemente Nolan recurre al maniqueísmo. Y es que el cine clásico viene perfeccionando este mecanismo desde su época de oro. Si uno piensa en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) podríamos decir que era, en esencia, la misma historia: en un contexto bélico, el sacrificio personal del héroe en pos de la defensa de su patria – y los valores que ésta encarna- conmueven a un espectador ávido de sentimentalismos. Los dispositivos para lograr este objetivo se han perfeccionado: el sonido es más envolvente, la postproducción logra que parezca que estamos allí en carne y hueso…pero la idea es la misma: la guerra tiene sentido. Desde ese lugar, es un film con una ideología bastante criticable, y acaso por eso mismo, es bastante entendible que a la Academia le resulte fascinante: es una película que defiende los intereses imperialistas de hoy y de siempre, disfrazada de novedad desde la técnica cinematográfica.
Dunkirk te tumbará. Nolan tuvo –y tiene- demasiado poder como cineasta para hacer su película perfecta, su producción definitiva, la mejor película de los últimos años. Christopher Nolan siempre dejó un escalón muy alto en todas sus películas, desde su debutante Following (1998), la atemporal Memento (2000), la extraña Insomnia (2002), el regreso del murciélago con Batman Begins (2005), la mágica Prestige (2006), el resurgimiento por todo lo alto con Batman The Dark Knight (2008) y The Dark Knight Rises (2012), el rompecabezas de Inception (2010) y la alucinante Interstellar (2014); ahora debuta en el tramado bélico e histórico con Dunkirk (2017), donde parece que ese escalón llega a un nivel insuperable, incluso para él mismo. Al momento de contar sobre el “milagro de Dunquerke”, Nolan hace uso de narrativas ya conocidas en Inception y Memento, donde crea líneas temporales distintas para dar coherencia a la producción, en este caso una historia sobre un muelle, sobre el mar y sobre el aire; cada una con una crónica diferente, una introspección personal distinta y un mismo objetivo: rescatar las tropas británicas acorraladas en una playa por el ejército alemán, al borde del peligro y a la espera de ataques. Desde el principio, Dunkirk sugiere una tensión implacable, ese es el trabajo de Nolan evitando el preámbulo innecesario de historias como recuerdos lejanos, desayunos familiares o las interacciones de pasillo que normalmente se utilizan para generar inmersión en los personajes. En su lugar, la película se deja caer en la acción, la tensión, el pánico y el temor de la difícil situación de cientos de miles de soldados ingleses. A medida que la película avanza, la dirección y producción de Nolan hace que se muestren sus más grandes deseos como realizador, sin olvidar su casi obsesión por jugar con el tiempo, la banda sonora y las expresiones en los personajes que cuentan la historia: que existe una claustrofóbica guerra con soldados atrapados por el mar y la tierra, aglomerados en largas filas en un gran embarcadero de hormigón y madera esperando barcos salvavidas o una lluvia de balas o bombas que podrían caer en cualquier momento. El multipremiado compositor y fiel a este tipo de obras, Hans Zimmer, toma un rol importante en la producción al integrar su perfecto cronómetro musical (en todo el sentido literal), donde entre compases de suspenso y tensión, pone carrera contra el tiempo a medida que transcurre el filme. Una cosa a tener en cuenta es lo poco que el diálogo figura en la película. Nolan podría haber borrado todo de la banda sonora, excepto la partitura de Hans Zimmer, con unos cuantos entretítulos aquí y allá, y habría funcionado igual de bien. Nadie habla a menos que tengan que hacerlo, y no hay ningún discurso o melodrama en absoluto. Cada diálogo que hay, es poesía. El conflicto hecho película narra los eventos en diferentes momentos: en tierra cientos de miles de soldados se quedaron varados en la playa por una semana. En el agua, la situación duró 24 horas, y por último, los aviones británicos sólo tenían una hora de combustible. Para unir estas diferentes versiones de la historia, se deben enlazar estos estratos temporales. De ahí surge la complicada estructura de un guion para contar una historia sencilla, pero espectacular. En medio de un enorme cielo azul y vistas panorámicas del mar, Dunkirk presenta un retrato de brutalidad incesante que simula el caos, la confusión y la brusquedad de la guerra violenta y sangrienta hasta el punto de que harán sentir que están ahí a los asistentes de la sala de cine. Actuaciones estelares de Tom Hardy, Mark Rylance y Fionn Whitehead (cada uno en su línea temporal) resultan impresionantes, al nivel de la misma película e imprimiendo a los personajes –dentro del poco diálogo- el carácter necesario para contar una historia sin llegar a debates personales. Visto en su forma óptima (70mm en una pantalla IMAX), la película captura la lucha por la supervivencia con intensidad visceral. Ofrece una inmersión en momentos angustiosos con una mezcla de sonido inigualable, acompañado de la majestuosa banda sonora compuesta por Zimmer. Nolan estuvo ansioso durante años para hacer esta película, plasmó todo lo que siempre tuvo en mente; hizo que Dunkirk fuera una producción vibrante y enérgica, pero sin salirse de las líneas de lo armónico. Dunkirk es lo que ha estado tratando de hacer con sus películas y lo sintetiza en un solo filme de manera estupenda. Es Nolan en su máximo absoluto, disfrutando de lo que hace y descartando todo lo demás con que antes innovó. Dunkirk te tumbará. Nolan tuvo –y tiene- demasiado poder como cineasta para hacer su película perfecta, su producción definitiva, la mejor película de los últimos años. Con todo lo dicho, no hay ninguna posibilidad de que esta película no sea una de las principales contendientes en los Oscar de este año, y que seguirá sosteniendo a Christopher Nolan como creador de piezas maestras.
La hora más luminosa. Dunkerque es la prueba de que el cine industrial sigue siendo complejo, diverso, lleno de ideas y grandes realizadores. Combina elementos de narración clásica con otros tantos de mayor modernidad, pero siempre de forma justificada, no forzada. Su director, Christopher Nolan, elige un camino y llega hasta las últimas consecuencias con él. No es Steven Spielberg, como tampoco es Clint Eastwood, Terrence Malick u otro director. No hay motivo alguno para compararlos, cada uno eligió una forma de contar eventos de la Segunda guerra mundial a su manera. El período histórico y el género cinematográfico los une, nada más. Dunkerque cuenta la historia de la batalla del mismo nombre, pero específicamente la Operación Dínamo o Evacuación de Dunkerque. Los últimos días de mayo de 1940 se rescató a los soldados Aliados atrapados en las playas de Dunkerque, Francia, una vez el ejército nazi los llevara a replegarse hasta esa posición. Este evento ya fue retratado en cine y en el mismo año en que se estrenó esta película también llego a las salas Las horas más oscuras, que cuenta los mismos eventos pero desde las decisiones políticas en Londres. La película es de una belleza y estilización particularmente impactantes. Desde el comienzo con la ciudad desierta y los papeles de propaganda cayendo del cine, queda claro que hay en esta historia un gran director que realiza un trabajo personal y atrapante. Nuestro primer antihéroe, no es el único, solo desea huir, como sea, de la ciudad y al llegar a la playa escaparse, sin la más mínima conciencia, hacia Londres sin importar si para eso debe adelantar lugares en la fila. Es humano y hace lo que puede. Lo mismo harán otros, claro está, pero también estarán los que harán el camino inverso, dejar la absoluta seguridad de su hogar para ir hacia un lugar de enorme peligro para sus vidas. Tres escenarios elige Christopher Nolan para contar su historia: una semana en tierra, un día en el agua y una hora en el aire. Así como los tiempos en los tres espacios son muy diferentes, la película los ordena para que se puedan entender esas diferentes sensaciones. Nolan hace un juego temporal sutil, subrayado por los carteles que anuncian esos tiempos, y decide que todo conviva aunque las líneas temporales de la historia no son las mismas que las del relato. Es decir. En poco menos de dos horas de relato vemos distribuidas las tres situaciones, pero en la historia estas difieren muchísimo, como ya fue establecido. El riesgo de realizar esto es renunciar a algunos momentos de suspenso y detener en algunas situaciones la emoción genuina que se podría obtener si la historia y el relato coincidieran de forma clásica en su ordenamiento. Pero a juzgar por el resultado Nolan nos convence de que no había otra manera de contarlo y conseguir que se pudiera entender a los personajes como corresponde. ¿Qué pasaría si los aviadores llegaran en los últimos cinco minutos del film? Queda claro que lograron resolver este problema a partir de la estructura del guión. Pero nadie podrá decir que Dunkerque es un film de guión tampoco, ni que basa todo su mérito en eso, al contrario. Lo memorable de la película es su aspecto visual. Como consigue que la ciudad, la playa, el muelle, el agua, los barcos, el cielo y los aviones se vean de manera impactante, memorable. El dramatismo de cada escena está logrado con méritos del lenguaje del cine, con un director lleno de ideas visuales, sin el menor atisbo de rutina en su puesta en escena. Y finalmente, la frialdad que podría provocar un film con esta estructura y este refinamiento estético, no es tal porque cuando llegan los momentos de emoción la película conmueve. Desde el primero hasta el último de los personajes logra que podamos conectar con ellos. Con el miserable, con el aterrado, con el heroico, con el noble, con el que hace sacrificios que nadie conoce, con el que obtiene un pequeño y a la vez enorme reconocimiento en el diario local. Hay mucha emoción en Dunkerque y también hay mucho cine.
_Only the dead have seen the end of war. Plato Siempre que los extremos se atraigan será imposible evitar reflexionar sobre el sentido de la vida y la existencia misma. Ya lo dijo Pitagoras “El hombre es la medida de todas las cosas”, y este principio filosófico explica parcialmente la intrigante experiencia cinematográfica que es Dunkerque (Dunkirk, Christopher Nolan). Sin embargo para entender los porque, deberíamos alejarnos de la vieja premisa griega y expandir algunos conceptos, como ser la dualidad atribuida a todo lo existente en el universo (Yin-Yan). La dicotomía entre los horrores de la guerra y el heroísmo implícito de luchar por un ideal, encuentran su punto máxime en lo impersonal de un relato en apariencia desapasionado. Dunkerque puede tener varias lecturas. La primera (superficial) es la de la evacuación británica de territorio francés durante la Segunda Guerra Mundial. Al no tener un desarrollo enteramente lineal y un protagonista definido, el nudo narrativo parece lento, incluso soso. Por lo que el espectador sufrirá cierto fastidio a medida que el conflicto avance. Pero una segunda lectura esconde un significado diferente. La guerra es cruel y ruin. Por más que estemos acostumbrados a los tiros y explosiones, el aspecto psicológico se torna protagónico. El instante posterior al bombardeo en la playa, donde los soldados vuelven a rehacer filas con resignación cotidiana es signo inequívoco que Dunkerque no será Rescatando al soldado Ryan (Rescue Private Ryan, Steven Spielberg, 1998). De allí en adelante, seremos testigos de la bondad (en gran medida) y miseria (ahí Nolan se quedó corto) del género humano. Visualmente es impactante. La fotografía y la banda sonora contribuyen al matiz opresivo y desesperanzador del film. Las tomas aéreas son alucinantes, y más allá que sean varios o ninguno, los protagonistas están a la altura de la narración. Es increíble ver como Tom Hardy actúa todo el film en un constante primer plano. Kenneth Branagh es la representación perfecta del comandante a cargo. En conclusión, Dunkerque es una experiencia rara, que escapa al estándar promedio del cine bélico. En lo particular disfrute el desconcierto inicial y la transformación del desconsuelo en esperanza. Estos últimos, opuestos que definen el sentido de la vida, ¿y por qué no? de la existencia misma.
Los rusos ganaron la Segunda Guerra Mundial (al menos en Europa). Los libros de historia se empeñarán en vender otra cosa, mas equilibrada y pluralista, con el tema de una alianza multinacional que atacó a la Alemania Nazi desde tres frentes – el occidental, abierto luego del Dia D; el de la “panza de la bestia” en Italia y los Alpes y que golpeaba a los germanos desde el Sur; y el masivo frente ruso donde los soviéticos aplastaban casi sin resistencia a los alemanes hasta llegar a Berlín en Abril de 1945 -, pero sólo los soviéticos pudieron levantarse solitos de las cenizas, frenar a los nazis a las puertas de su capital, modernizar en secreto su ejército y reconstruirlo de manera masiva, y crear la fuerza armada mas moderna y letal de la época – superando incluso a la maquinaria de guerra germana que se consideraba de avanzada -. Si la victoria rusa fue empañada por algo, sin dudas fue por el salvajismo del contraataque, la sed de sangre que llevó a los soviéticos a masacrar poblaciones civiles germanas casi con la misma saña que los alemanes habían aplicado apenas un puñado de años antes. Violaciones, ejecuciones, el abandono a su suerte de las milicias nacionales (como el ejército polaco) para luego invadir y construir los que sería el bloque de naciones del Pacto de Varsovia. Oh, sí, los rusos se quedaron con todo, con todo aquello que Hitler deseaba y construyeron un poder tan formidable que hubiera puesto rojo de envidia al mismo führer. Y mientras los rusos aplastaban cabezas nazis en el este, en occidente la cosa iba de sangre y sacrificio, en donde cada kilómetro debía ser conquistado a fuerza del despliegue de cientos de miles de hombres débilmente armados en un campo minado hasta el último centímetro. Es por ello que el Dia D podrá haber presentado a Winston Churchill como uno de los padres de la victoria, pero lo cierto es que el primer ministro inglés estaba aterrado hasta los huesos. El desembarco masivo en Normandía le traía las pesadillas de la derrota en Dunkirk – sufrida por los ingleses tan solo 4 años antes – y la cual no terminó en una masacre gigantesca simplemente porque el destino no lo quiso. Dunkirk es la crónica de dicha derrota. Cuando los ingleses estaban solos – junto con los franceses – enfrentando al ejército mas moderno y mortífero del mundo, y decidieron hacer un acto solidario de valentía mandando a casi medio millón de soldados al continente… sólo para que fueran perseguidos y tiroteados hasta esta desolada playa en el norte de Francia. Un suplicio que duró casi diez días en donde 400.000 ingleses debieron agolparse en la arena, esperando una masiva flota de evacuación que nunca llegaba y donde la amenaza de irrupción del ejército nazi (y el seguro exterminio) parecía tan inminente como inevitable. Para ilustrar la historia el meister Christopher Nolan decide usar tres hilos narrativos: el de un adinerado (Mark Rylance) que toma su yate y sale a buscar por su cuenta soldados en la playa francesa; el de un temerario piloto (Tom Hardy) que debe proteger a toda costa la evacuación (aún cuando ello pueda costarle la vida); y el de un recluta (Fionn Whitehead), que intenta por todos los medios subirse / colarse a un barco para abandonar el infierno al cual está condenado. El problema es que estas historias utilizan un ritmo cronológico diferente, el cual es un recurso narrativo discutible y distrayente. Por ejemplo, la historia de Whitehead es la mas larga, porque el pibe hace una semana que está varado en la playa; lo de Rylance dura una hora y lo de Hardy transcurre a lo largo de un día… y los tres hilos no van siempre ordenados. Si bien Nolan pone unos carteles al principio del filme, uno no se percata del despiole cronológico hasta 45 minutos después de iniciada la cinta, en donde nos topamos con Cillian Murphy, un inglés flotando en el mar que es recogido por Rylance… y que cinco minutos después aparece en la playa de Dunkirk, seco, y cruzándose con la historia de Whitehead. O los combates de Hardy, cuyos episodios aparecen en las otras dos historias pero completamente fuera de orden. Es mareante ver como la historia avanza y retrocede, y regresa a donde estaba antes sin dar explicaciones; y si bien esto es usado por Nolan para sincronizar los momentos mas emocionantes en el final – el rescate de Rylance; el último combate de Hardy; el acercamiento de Whitehead al último buque de rescate -, no deja de ser cuestionable. No sé si era tan imposible hacer una narración lineal sobresaliente sin caer en estas excentricidades que solo afectan la efectividad de la obra. Ciertamente no es la típica película de guerra. No esperen ver a Tom Hanks o Tom Cruise haciendo proezas, cruzando con una sonrisa el fuego de las lineas enemigas o matando a mil nazis con una bala. Es un drama de sobrevivencia que a veces va bastante lento, y que sólo se activa cuando el enemigo (silencioso, invisible, anónimo) revienta buques y muelles con una facilidad pasmosa. La gente desesperada abandonando los naufragios como ratas, el esfuerzo de maquinas y pilotos al límite, el estar congelados en un purgatorio esperando una muerte segura (y recibiendo artillería y balazos en los momentos menos esperados), y las reacciones bizarras que produce la guerra en las mentes mas estables. Todo esto se matiza con los formidables combates aéreos de Tom Hardy, filmados como los dioses, pero es mas un compilado de viñetas de la guerra que una historia formal habitada por personajes tridimensionales. Hasta los créditos finales no sabremos los nombres de estos personajes, ni tampoco conoceremos sus antecedentes o su personalidad. Sólo los veremos reaccionar ante el peligro, la muerte y la violencia, un detalle que le da inmediatez y veracidad pero también crea distancia emocional entre estos individuos y el público. Dunkirk es un buen filme de guerra, pero me hubiera gustado una estructura narrativa mas tradicional. Nolan innova, emociona, es un maestro a la hora de conmover al espectador, pero también lo confunde contando la historia de manera nada ortodoxa. En todo caso es un filme que rompe el molde y obtiene la mayoría de sus objetivos, lástima que sus métodos le impiden alcanzar el éxito absoluto, al menos desde mi punto de vista.
La tragedia de la guerra La secuencia inaugural de Dunkerque (2017), la nueva película de Christopher Nolan, es formidable. Un grupo de soldados británicos camina por las calles desiertas de una ciudad ocupada. Saben que están rodeados y que no tienen escapatoria. Lo saben porque acaban de leer un volante, dirigido especialmente a ellos, que lo anuncia sin rodeos. La certeza de su destino, y la soledad que los acosa en ese momento, envuelve a la escena de una sensación concreta de terror. La advertencia se cumple de inmediato: de pronto una balacera sin procedencia visible obliga a los soldados a correr desesperados en busca de refugio. El registro de la persecución será notable. La contundencia de la escena encontrará su fundamento en la forma cinematográfica. El origen de las balas permanecerá en todo momento fuera de campo. La presencia enemiga se advertirá tan solo por el ruido ensordecedor de los proyectiles y el pánico de los soldados que huyen para salvar su pellejo. La película se refiere a un acontecimiento específico de la Segunda Guerra Mundial: “El milagro de Dunkerque”. Un suceso que marcó a fuego, por la condición épica de su desenlace, la historia e identidad británica. A mediados de 1940, en plena contienda bélica, una ciudad portuaria del norte de Francia se encuentra ocupada por los nazis. Las tropas de los aliados son empujadas hacia el mar. Miles de soldados esperan un rescate que parece improbable. El ejército alemán avanza por tierra, su fuerza área suspende cualquier posibilidad de salida. Los tienen atrapados. La presencia del enemigo se percibirá mayormente a través del sonido insidioso de sus aviones y la reacción temerosa de los soldados. imagen del film / imagen de Archivo del diario ABC.es La forma que el director británico dispone para contar la historia es extraordinaria. A partir del montaje paralelo de tres perspectivas distintas, que involucran tres órdenes espacio-temporales diferentes, Nolan mostrará cómo el ejército asediado logró lo imposible: la evacuación milagrosa de más de 300.000 soldados. En primer lugar, la situación del muelle, durante una semana. Los intentos frustrados de escapatoria por los continuos bombardeos de los aviones alemanes. La cámara seguirá especialmente a dos jóvenes de infantería que intentarán fugarse para sobrevivir. Por otro lado, lo que sucede en el mar, en el plazo de un día. Desde Inglaterra, una pequeña y humilde embarcación civil saldrá hacia Dunkerque para ayudar a rescatar a los soldados. Un viejo patriota navegará hacia allí junto a su hijo y un joven sin experiencia pero que desea servir a su patria y convertirse en un héroe. Por último, el enfrentamiento aéreo, en el transcurso de una hora. Tres aviones caza británicos se desplazarán por los cielos para combatir a los Stuka alemanes. Las tres historias terminarán por confluir con absoluta precisión. Durante la mayor parte de su desarrollo, la película exhibirá con gran eficacia visual, acaso como lo han hecho pocos films del mismo género, la tragedia de la guerra. Nolan no necesitará servirse del despliegue cruento y escabroso de cuerpos mutilados. La espera de los soldados, su desesperanza ante la proximidad inevitable de la muerte, la llegada inminente del enemigo, serán elementos narrativos suficientes para transmitir la desolación y la violencia que sufren los protagonistas de la contienda bélica. La banda de sonido a cargo de Hans Zimmer profundizará la representación del horror. Sin embargo, casi como un vicio que no pudiera evadirse, hacia el final el film tropezará con la entelequia del patriotismo. El regreso heroico de los soldados, la colaboración de los civiles en la operación de rescate, la generosidad de un capitán honorable. Dunkerque se pondrá, en los últimos minutos, fatalmente lacrimógena, orgullosa de sí misma y de su moral redentora. Festejará el heroísmo de una tropa y de un país, sin poner en discusión en ningún momento el fundamento político que construye y sostiene la quimera de una comunidad imaginada sin conflictos. La algarabía festiva que promueve un poder omnipresente capaz de dejar a jóvenes e indefensos a la deriva.