Las penas de un padre No es ésta la primera película -y tampoco será la última- de una especie de moda ochentosa que parece estar paseándose por Hollywood y las taquillas. Algunos dicen que el cine industrial se quedó sin ideas y decidió desempolvar todos y cada uno de sus íconos de hace 30 años; por otro lado, los viejos íconos de los ochenta todavía están entre nosotros (algunos de vuelta en la industria después de un paso por la política) y quieren seguir haciendo lo que hacían. Nuevas Rambo, Rocky, ese bazar de todas las nostalgias que es (y seguirá siendo) Los indestructibles, pero también películas como Red y tantas otras (hace pocas semanas pasó por los cines de Buenos Aires El último desafío) siguen explotando lo que resultó ser una vena muy rentable. Aunque no había pasado tanto tiempo desde la última Duro de Matar (la cuarta entrega se estrenó en 2007), es innegable que las infinitas aventuras de John McClane le deben buena parte de su perdurabilidad a esa sensación de volver a encontrarnos con un viejo amigo. De todas formas, de todas estas secuelas y subproductos ochenteros, Duro de Matar es la que se mantuvo con una vigencia más continuada, la que más se anticipó a la vuelta retro, la que incluye necesariamente algo de nostalgia pero también una vena más simple y dura de película de acción que supo ganarse su lugar entre los fanáticos y seguir ganándoselo. Es decir, Duro de Matar: Un buen día para morir no es como Los indestructibles, en la que cada escena funciona casi como excusa para mostrar otro no muerto de un cine de acción perimido. Esta nueva película de McClane intenta ser siempre y antes que nada una película de acción. El resto se va sumando por condimento. Una cosa es evidente: si las Duro de Matar siguen funcionando es en gran medida gracias al enorme carisma de Bruce Willis, un héroe de acción atípico pero rendidor. Y el carisma de Willis, hay que decirlo, parece crecer con cada nueva arruga que se suma a su cráneo brillante. Sí, el viejo todavía puede correr un poco, saltar, mancharse de sangre, salvar al mundo en menos de 24 horas, pero lo que vende la entrada es la pequeña pausa entre piñas y tiros, donde suelta un oneliner siempre eficaz. Como de todas formas el paso del tiempo era innegable, la nueva Duro de Matar decide abordarlo desde el costado de la paternidad: esta nueva aventura de McClane se desencadena cuando, preocupado por su hijo (al parecer, una oveja descarriada), viaja a Rusia para intentar hablar con él y hacer que recomponga su vida. Una vez en Moscú, lo que estalla por los aires es una conspiración múltiple de alcance global, llena de giros, contraespionaje y unas cuantas explosiones. Por un lado es elogiable la noble decisión de atenerse a la tradición, a las raíces, y ofrecer una nueva Duro de Matar que respete las líneas del cine de acción viejo, sin caer demasiado en la metatextualidad (a pesar de algunas líneas de diálogo al estilo: "Ya no estamos en 1986, la era de Reagan terminó"). Pero por otro lado, esa decisión puede jugarles en contra: basado fundamentalmente en la acumulación y la sorpresa, el viejo modelo no termina de sostenerse del todo hoy. La nueva Duro de Matar entretiene y no va mucho más allá de sus modestas intenciones. Lo cual tampoco es malo. ¿Querían más John McClane? Es lo que tienen.
Una fija (que falla) Hace 25 años cuando en 1988 Bruce Willis saltaba a la fama con su personaje de John McClane, nadie hubiese imaginado que cinco secuelas seguirían la historia del personaje. Ya anunciada la sexta parte de la saga, llega a los cines Duro de matar: Un buen día para morir (A Good Day to Die Hard, 2013), quinta entrega donde el mítico héroe vuelve a tener más acción y nada de desarrollo dramático. Los azares de los guionistas nos traen al hijo McClane, Jack (Jai Courtney, de la serie Spartacus), -recordemos que la cuarta entrega nos presentaba a su hija adolescente- quien se encuentra en problemas en Moscú, motivo por el cual acude su padre John (Bruce Willis) para ayudarlo y restablecer la relación con él. Cuestiones relacionadas con Chernobyl y el tráfico de uranio serán la excusa para repartir tiros y golpes entre los emblemáticos villanos rusos. Pareciera un problema de nuestros tiempos quitarles el desarrollo dramático a los personajes y centrar las películas en el despliegue visual de las escenas de acción. Pero no, porque ya desde Duro de matar 2, allá por 1990, la dirección recaía en Renny Harlin (Riesgo Total, 1993) para realizar un film pura y exclusivamente de acción, dejando de lado la construcción del suspenso y los temas que atravesaban la original. En el tercer episodio de la franquicia volvía a la dirección John McTiernan (Depredador, 1986) el mismo de la primera, y la dupla con Samuel L. Jackson, en boga tras Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), trataban de darle espacio a las actitudes de McClane aunque en medio de las escenas de acción. Cuando el cuento parecía terminado, pasa el tiempo, los chicos crecen y la Fox vuelve a interesarse en la franquicia de súper acción. McClane vuelve en 2007 y sale airoso contraponiendo su vieja usanza a un mundo tecnológico. Duro de matar: Un buen día para morir no termina de encontrar vuelo propio, queda pegada a la saga como una arista, un cuento sin sentido donde todo pretende ser una excusa para hacer un buen relato de acción. Las escenas impresionan por su despliegue a cargo de John Moore (Max Payne, 2008), aunque los momentos entre John McClane y su hijo no trasmiten ni siquiera gracia. En definitiva, esta quinta parte es un buen producto de acción pero la sensación que deja es que podría tratarse de John McClane como de cualquier otro personaje. Lo mismo daba.
Padre, hijo y nuevos desafíos Si todos vuelven a la acción, ¿por qué Bruce Willis no iba a hacerlo otra vez?. Y más si se trata del regreso del clásico personaje John Mc Clane, que tuvo su mejor momento en la película original de 1988 dirigida por John McTiernan. En Duro de matar: Un buen día para morir, quinto eslabón de la exitosa saga, las vacaciones del protagonista en Moscú se transforman en un nuevo infierno cuando se reencuentra con su hijo Jack (Jai Courtney), quien queda atrapado en medio de una fuga de prisión de un ruso. Padre, hijo y prisionero serán perseguidos sin descanso por un ejército de villanos. Lo bueno de la historia reside en los momentos de humor (McClane intenta hablar ruso con un taxista mientras éste le canta temas de Frank Sinatra) y en las secuencias de persecuciones en plena calle, con destrozos varios y el héroe en cuestión tratando de imponer sus métodos para volver a relacionarse con el hijo que desconoce. En ese sentido, el comienzo acumula despliegue y tensión bien resueltos por John Moore (Tras las líneas enemigas y la última versión de La profecía) que detrás de las relaciones familiares (también de los antagonistas) transita por una trama que mantiene el interés del espectador gracias al rtimo impreso en cada escena o la chispa de los diálogos. La trama esconde algunas vueltas de tuerca, varios villanos y un pasado que lleva la acción a Chernobyl. Aunque lejos de la eficacia del film original que tenía a un excelente Alan Rickman como el jefe de una banda de terroristas o del maquiavélico personaje encarnado en la tercera parte por Jeremy Irons, este regreso en tierras extranjeras entretiene con sus secretos de la mafia rusa, un villano danzarín y una hija (al igual que en Duro de matar 4.0) que reaparece y le aconseja a su padre no meterse en problemas. Todo es en vano. Mc Clane dice presente una vez más en el momento y el lugar menos indicados.
“Duro de matar 5”, con la eficacia del principio Luego de tantos Duro de matar, para esta quinta masacre de tipos malos, Bruce Willis decidió volver a las fuentes: superacción a granel y nada de cosas raras. Y la ambientación de la historia en Rusia sirve a este fin con mucha eficacia, ya que la violencia y, sobre todo, las persecuciones automovilísticas adquieren un plus en medio del tráfico moscovita. John McClane se lleva muy mal con su hijo, al que no ve hace años y cree metido en negocios turbios tipo tráfico de drogas. Cuando recibe la noticia de que está en Rusia a punto de ser juzgado por homicidio, no duda un instante y se toma un avión a Moscú. Ahí, McClane jr. está en un tribunal al lado de un preso de máxima seguridad a punto de atestiguar algo grave contra un poderoso candidato ruso que intentará que no salgan a la luz oscuros secretos de su pasado. Obviamente, ahí explota todo, con el protagonista y su hijo metidos en el medio de las más sangrientas balaceras y huyendo con el otro preso que todos quieren liquidar. Por supuesto, en medio de los tiroteos y explosiones, el guión también se ocupa de ir revisando la relación padre e hijo (que no es tan malo como se podria sospechar), y a la vez hace lo mismo con el fugitivo ruso (un excelente Sebastian Koch) y su bella y peligrosa hija Yuliya Snigir. John Moore, director de películas como Detrás de las líneas enemigas, organiza el film como una desorbitada serie de largas secuencias de acción sin desperdicio, empezando por la larga persecución en las calles y autopistas de Moscú, con stunts antológicos realmente muy bien filmados. El vértigo general, logrado no sólo por el despliegue que se ve en la pantalla, sino también por un montaje formidable, ayudan a que el minimalismo argumental no interfiera con la diversión. El uso intensivo de los temibles helicópteros rusos es otro fuerte del film, que tiene su momento culminante nada menos que en Chernobyl, aportando climas verdaderamente siniestros (aunque como sucede en estos casos, nada fue filmado en Rusia, sino en los alrededores de Budapest). El resultado es un film de bienvenidos 97 minutos (uno de los más cortos de la saga), donde nada sobra y la superacción a granel sazonada con los típicos diálogos irónicos entretienen sin pausa. A esta altura de los Duro de matar, mucho más no se puede pedir.
La oveja negra de la familia. Es imposible evitar el cambio. Imperios surgen y caen; familias nacen, crecen y mueren; y las historias se reformulan. Un ejemplo de lo último arrancó en 1989, durante el apogeo del guerrero invencible en el cine de super acción, cuando apareció la bocanada de aire fresco que fue John McClane en Duro de matar: un simple policía neoyorquino con la peor suerte, tan apto a acumular problemas personales como a tirar insultos y golpes, pero finalmente dispuesto a salvar el día y a destrozar su cuerpo en el proceso. Inmortalizado por Bruce Willis, que encontró el punto justo entre antihéroe y hombre cualquiera, este personaje atrajo a la gente por su disposición de ser presionado al límite y aún así seguir avanzando, siempre armado con un latiguillo al estilo de “Yippie-ki-yay, motherfucker”. Pero con la llegada de cada secuela, la filosofía hollywoodense de agrandar las continuaciones lo fue transformando en una suerte de superhéroe, capaz de saltar de jets y de lanzar autos hacia helicópteros. Y la pérdida de humanidad terminó siendo el talón de Aquiles de McClane, que vuelve con Duro de matar: Un buen día para morir (A Good Day To Die Hard, 2013), la quinta entrega de una franquicia que sin dudas merece descansar en paz. En esta oportunidad, John traslada la destrucción a Rusia, en donde su lejano hijo Jack (Jai Courtney) está arrestado por asesinato. El asunto es que el crimen está conectado con el anticipado juicio de Yuri Komarov (Sebastian Koch), quien va a arriesgar su vida declarando en contra del corrupto y peligroso oficial Chagarin (Sergei Kolesnikov). Y, justamente, cuando McClane va a visitar a su primogénito a la corte, un grupo de mercenarios agita las cosas y provoca un atentado. Sin embargo, Jack tiene una sorpresa: en realidad, él es un agente encubierto de la CIA, dispuesto a recuperar un misterioso objeto oculto por Komarov. Ahora, de nuevo en el lugar y momento equivocado, John tendrá que unirse a su chico para sortear decenas de asesinos, descubrir la verdad y terminar la misión. En esta sinopsis, se puede empezar a notar uno de los dos grandes problemas con esta película, que vendría a ser el guión por parte de Skip Woods (también culpable por los libretos de Hitman, Agente 47, X-Men Orígenes - Wolverine y Brigada A), quien parece haberle sacado el polvo a una vieja historia de espionaje para luego agregar a último momento a John McClane. Se nota la influencia de films como Los Indestructibles, en las que los fornidos ochentosos aceptan y se burlan de las arrugas y del género. Sin embargo, donde se equivoca Woods es en trabajar con la exacta inverosimilitud del film de Stallone: mientras que Los Indestructibles reconoce su ridiculez y la usa como ventaja, esta Duro de Matar se olvida del chiste y mete misiones, villanos y riesgos que parecen directamente quitados de una película de James Bond, pero que chocan con la astucia y la intriga de los previos capítulos de la saga. Como si esto fuera poco, durante la mayoría de la producción, el personaje de John casi es dejado atrás para darle espacio al argumento familiar y a la introducción de Jack (lo que hace sospechar sobre el deseo de los productores de continuar la franquicia con sangre joven). Bruce sigue con el mismo carisma de siempre, pero acá el uso para él está limitado a tres cosas: contar chistes, disparar y poner la cara en los momentos bizarros (piensen en cuanta gente saldría bien después de verse agarrada de un camión colgado sobre un helicóptero volando sobre las ruinas de Chernobyl -no pregunten-). Ni siquiera se puede desarrollar la relación entre padre e hijo que se construía tanto al principio del film: un par de segundos de disculpas a escondidas y se acabó la historia entre Willis y Courtney; aunque, considerando la poca química que tienen, no es tan difícil entender por qué. A pesar de todo esto, es cierto que un buen director sería capaz de, al menos, crear un producto mirable con esta fundación. Por desgracia, el responsable de esto es el irlandés John Moore, quien ya usó sus infames manos en la remake de La Profecía y la película de Max Payne, mostrando de nuevo una falta de seguridad remarcable a la hora de filmar acción. Recurriendo demasiado a la cámara en mano, al exceso de malos efectos especiales, a la fotografía “de moda” (ese infame look azul y naranja) y a una edición inentendible, Moore logra solo por segundos captar el trabajo del resto de la gente detrás de cámaras. Al final, solo los que busquen acción sin sentido tendrán su cometido porque, exceptuando a Willis (quien eleva todo con cada aparición), Duro de matar: Un buen día para morir va en contra de los elementos que hicieron clásicos a los primeros films. Quién hubiera imaginado que el fin de McClane no llegaría por ladrones o terroristas, sino por realizadores de cine.
Los verdaderos héroes nunca mueren A diferencia de otros duros que dejan ver el paso del tiempo, Willis va tras la acción, llegando incluso a cruzar un océano para alcanzarla. Persecuciones memorables y tiros a granel marcan el pulso de un film en el que los rusos vuelven a ser los malos. El aluvión de estrenos internacionales generado por la temporada de premios es una fija de la cartelera estival porteña. Se entiende, entonces, que a lo largo de las últimas semanas llegaran siete de las nueve candidatas (Amour llegará el jueves que viene y Argo lo había hecho en octubre). Tampoco es novedoso el lanzamiento de algunos buenos films nacionales a los que les toca en suerte la competencia contra esa fiebre dorada, tal es el caso de las recomendables Cracks de nácar o El fruto. Lo que quizá sí sea nuevo para estas épocas del año es la seguidilla de films cocinados al calor del fenómeno Los indestructibles. Esto es: películas que hacen de la autoconciencia de los avatares del paso del tiempo un factor central en la construcción de sus personajes protagónicos, tal como ocurre con Arnold Schwarzenegger en El último desafío o la tríada conformada por Al Pacino, Alan Arkin y Christopher Walken en Tres tipos duros. A este último grupo podría sumarse el John McClane de Duro de matar: un buen día para morir. Pero es sabido que el policía de Nueva York actúa bastante lejos de los procedimientos tradicionales, y en este caso no es la excepción. Así, si el comisario interpretado por el gobernator aceptaba la irreversibilidad del óxido recluyéndose en un pequeño pueblo fronterizo para terminar mostrando que aún estaba en forma y el grupete de amigos naturalizaba los achaques físicos y la dependencia de pastillas y dispositivos médicos, el pelado no sólo no le rehúye a la acción sino que va tras ella, llegando incluso a cruzar un océano para alcanzarla. Y cuando lo hace vendrán las repartijas de tiros, los saltos de aquí para allá, los resbalones por cuanta superficie más o menos plana encuentre y, especialidad de la casa desde la notable cuarta entrega, algún que otro helicóptero derribado con métodos no del todo convencionales. Dirigida por el irlandés John Moore, cuyos antecedentes incluyen la mediocre Detrás de las líneas enemigas, la remake de La profecía y la fallida trasposición del videojuego Max Payne, Duro de matar: un buen día para morir comienza con una secuencia de noticieros apócrifos que ubican las coordenadas del film. Allí se cuenta que un tal Komarov (Sebastian Koch, conocido por La vida de los otros) se sentará en el banquillo para comparecer en un juzgado ruso y que un ministro está involucrado en el asunto. Corte a McClane afinando la puntería en un campo de tiro mientras espera información sobre su hijo, del que no tiene noticias desde hace meses. “¿Morgue u hospital?”, preguntará ante la cara de malas nuevas del interlocutor. “Peor”, le responde. El primogénito cayó preso en Moscú. Pero se sabe que este hombre está acostumbrado a la praxis, así que se tomará un avión para ver qué puede hacer al respecto. Menuda será su sorpresa cuando se entere de que el otrora pequeño Jack es un agente encubierto de la CIA que debe proteger a Komarov de... ¿de quién? Las respuestas, en la pantalla grande. A partir de esa novedad, la dupla empieza un largo recorrido por esa ciudad en una secuencia de persecución notable, seguramente uno de los momentos más hiperquinéticos de la pantalla grande cosecha 2013. Moore, que entiende que para McClane no existe nada imposible, construye una película episódica con forma de postas de pruebas físicas de dificultad creciente: de usar el acoplado de un camión mosquito para bajar de un puente, atravesar ventanas sin cortarse, desarmar él solito a una decena de sicarios armados hasta los dientes, pasando por decenas de piruetas imposibles. Pero esa centralización muestra su contracara cuando el irlandés olvida que Duro de matar no es una de James Bond (saga referenciada desde el título original) e intente justificar la hipercacción con una premisa que incluye mujeres tan hermosas como malas, rus@s de caricatura hablando en un inglés ríspido y pomposo e inocentes que, claro está, finalmente no lo son. Hasta que aparece nuevamente McClane. Y ahí sí, que vuelva la fiesta.
El último guapo en camiseta “Abuelo”. Así le dicen ni bien empieza la proyección de Duro de matar: un buen día para morir a John McClane. Es cierto que ya pasaron 25 años desde la primera de las cinco películas con Bruce Willis como el policía, ya veterano y se ve que sin ánimos de jubilarse -anuncian, cómo no, que habrá una sexta-. McClane, con ese gesto entrecerrando los ojos y levantando la nariz, como de oler excremento de Willis, y su camiseta blanca -ahora, con mangas cortas- ya ha detenido a terroristas en Los Angeles y Nueva York. Ahora salta a Rusia. No, la película no atrasa 30 años (la trama transcurre en tiempo presente) como para que los malos sean del otro lado de la ya inexistente Cortina de hierro. La -llamémosle- historia tiene a John viajando a Moscú para rescatar de prisión a su hijo Jack (Jai Courtney, de Jack Reacher), apelando a la historia del padre y el hijo que se llevaban mal, pero ante una circunstancia difícil, la sangre tira. Y vaya que tiran sangre. Balaceras, peleas cuerpo a cuerpo, explosiones, persecuciones por las callecitas de Moscú destrozando autos -noten el sedán azul que, estacionado con la puerta abierta, chocan no una sino dos veces-: no falta nada, pero falta algo. McClane en la película original, dirigida por John McTiernan (1988), era un outsider, enfrentando a un grupo terrorista que tenía apresados rehenes en un edificio en Los Angeles. Era él solo contra el mundo. Tenía que ingeniárselas. Justo lo que aquí no abunda: ingenio en la construcción del personaje y las situaciones. Ahora está peleando con su hijo, en verdad un agente de la CIA tratando de liberar a un preso político que puede hundir a un funcionario ruso. Que el malvado de turno -no el funcionario de traje, sino el que se ensucia las manos- masque zanahoria cual émulo de Bugs Bunny no es más que una nota de color. Que McClane transpire su pelada, caiga de alturas increíbles, atraviese ventanas -el vidrio roto siempre rinde como efecto cinematográfico- y siga en pie, apenas manchando su mítica camiseta, ya es un rasgo de humor. Porque McClane no es un superhéroe, no tiene superpoderes. Pero hay algo en su ADN. “¿No es siempre por dinero?”, se burla Willis/McClane del trabajo de los malos. Y, si él lo dice...
Pasan los años, también para Bruce Willis que hace veinticinco, cuando tenía 33, encontró al que sería su personaje más famoso, John McClane, el protagonista de Duro de matar . Pasan los años, pero no para el personaje, que sigue siendo indestructible a juzgar por los innumerables riesgos de muerte que corre en esta nueva aventura ambientada en una ciudad europea (Budapest haciendo las veces de Moscú) que se presume habrá quedado irreconocible tras soportar tantas explosiones, incendios y catástrofes como las que rodean al popular héroe. Han pasado los años también para su familia. Para Lucy, su hija, a quien ya conocíamos porque fue víctima de un secuestro en el que era hasta ahora el último film de la serie, ( Duro de matar 4.0 ) y que en éste, mientras lleva al papá al aeropuerto desde el que partirá para la capital rusa, no deja de recomendarle -vanamente, claro-, que no se meta en problemas. Y, por supuesto, también han pasado para Jack, su hermanito dos años menor, que apenas había asomado en el título inaugural, y ahora hace su presentación en sociedad, con la facha y los músculos del australiano Jai Courtney. Como padre e hijo han estado largamente distanciados, el reencuentro, ya en tierra rusa, no resulta muy auspicioso. Pero no hay tiempo para reproches ni ajustes de cuentas, sobre todo porque el muchacho, que tiene a quién salir y trabaja para la CIA, está bastante ocupado tratando de proteger a un prisionero político que está en la mira de muchos poderosos poco interesados en que su decisivo testimonio destape un gigantesco caso de corrupción vinculado con el plutonio y Chernobyl. La acción no da tregua. A Komarov, el testigo en cuestión (lo mismo que a su custodio, que a cambio recibirá ciertos archivos importantes para la CIA), le brotan enemigos por todas partes, el principal, un tal Chagarin, que fue su socio. Y también a John, que si bien está de vacaciones -y lo recuerda a cada rato, con esa costumbre que tiene de conservar el humor aun en las circunstancias más difíciles- le da una mano a su hijo y se involucra en todos los peligros imaginables. Y algunos verdaderamente increíbles, porque si bien el libreto de Skip Wood no derrocha imaginación, tampoco se mide a la hora de buscar pretextos para que la guerra que se desate sea sin cuartel y que en ella se involucren desde enormes helicópteros y todo el parque automotor de Moscú hasta el armamento más pesado y novedoso. La misión, como se ve, resulta arriesgadísima y compleja aun para el experto que ha sido capaz de derrotar él solo a todo un ejército de terroristas, y a su hijo, que ha heredado la fortaleza física y la condición de indestructible del papá. Lo suficiente como para que los aficionados a la franquicia no se detengan a reparar en detalles. Como por ejemplo que mientras los gángsters locales y los dos visitantes norteamericanos convierten la ciudad en un caos, no se vea asomar ni siquiera un policía de barrio interesado en curiosear de dónde vienen tanto estruendo, tanto fuego y tanto humo. Los toques de humor, que nunca faltan en la serie, los proporciona casi siempre la relación padre e hijo. En ese sentido cabe anotar que Courtney resulta una buena compañía para Willis. El director John Moore, en cambio, no parece tener mucho que aportar a la serie, salvo cierta sobredosis de espectacularidad.
No me llames Junior Y sí. El cine no es lo mismo sin John McClane. Bruce Willis puede representar el mismo héroe de acción una y otra vez, reírse de sí mismo, repetir el tag line yippie ka yei en otras película, ridiculizar al personaje que interpretó en 1988 hasta el cansancio, pero lo cierto es que John McClane hay uno solo. Y sí, celebro que en este Hollywood sin ideas, de vez en cuando, un productor con ganas de generar rédito económico de manera fácil y rápida, diga, llevemos a John McClane a Rusia y hagámoslo vivir las mil y una sin que tenga un rasguño. Al fin y al cabo, es Duro de Matar. Es divertido, es efectivo y es fórmula. Con Duro de Matar 4.0 el resultado había sido satisfactorio. Tonta, inverosímil, pero divertida, el film de Les Wiseman que había sido concebida como un thriller cibernético - inspirado en un artículo que afirmaba como se podía detener la actividad de una ciudad desde una sola computadora, y que finalmente tuvo a John McClane como héroe - no estaba nada mal. Tiros y choques de la vieja escuela. Un auto se estrellaba en el aire contra un helicóptero, el villano simulaba destrozar el congreso, y McClane sobrevivía a una autopista derrumbándose. Bien. Efectivo. Tenía sus fallas también. Lejos estaba Timothy Olyphant de ser un villano amenazador como Alan Rickman o Jeremy Irons. Pero Justin Long, Kevin Smith y la bella Mary Elizabeth Winstead (que no solo es una cara bonita, ver Scott Pilgrim vs los ex de la chica de sus sueños, y la inédita Smashed) le ponían un poco de humor y gracia al film. Duro de Matar: Un Buen Día para Morir solo se conecta con el film de Wiseman a través del personaje de Lucy (la hija de McClane, nuevamente Winstead), llevando al personaje de Willis hasta el aeropuerto, desde donde el policía neoyorquino debe viajar hacia Moscú para saber por qué su hijo fue arrestado y va a atestiguar contra un billonario ruso. Esta vez McClane va a Rusia, y los rusos no van al aeropuerto (como en la secuela dirigida por Harlin). Ahí, el joven Jack (o John Jr.) es una agente de la CIA que debe proteger al billonario en cuestión, que guarda un expediente buscado por un ministro que puede subir al máximo poder de la nación. Como en toda la saga, la acción sucede todo en 24 horas que son más largas que las de Jack Bauer. Lo que sigue es media hora de acción constante, persecuciones, choques y muchas, muchas explosiones de autos. Posiblemente desde Los Hermanos Caradura no se hayan visto tantos coches volando por el aire, literalmente hablando. El director John Moore, y el par de guionistas, llevan a McClane a un conflicto de espionaje internacional con muchas similitudes, especialmente en lo que respecta a la estética de los choques en el centro de Moscú, con La Supremacía Bourne. Sin embargo, no se olvidan que se trata de una secuela de Duro de Matar (la primera realmente escrita para la saga, pero esto no se nota). Así que durante media hora, Bruce Willis, saldrá completamente ileso, incluso con la camiseta limpia, de todos los choques. Además, como siempre, McClane debe resolver su situación familiar antes de salvar el mundo, así que al igual que las dos últimas partes de Indiana Jones (de las que roba varias frases), el conflicto central del personaje es reconciliarse con su hijo, al que dejó de lado por su trabajo, luego de su divorcio (¿qué será de la vida de Bonnie Bedelia?). Pero la relación padre- hijo no solamente está presente del lado de los policías / agentes benévolos heroicos estadounidenses - después critican a Bigelow- , sino también de los rusos malos - malos, bien malos, todos los rusos vuelven a ser malos - con una banal historia de reencuentro entre un padre y su hija. Y sí, entre tensiones filiares que rozan el absurdo y la acción constante, Duro de Matar 5 entretiene y divierte durante efímeros 90 minutos. Los guionistas y productores deciden llevar el inverosímil al ridículo extremo y a diferencia de la tercera y cuartas partes, que algo de sentido tenían en el fondo, acá los escritores dejaron el cerebro en el armario e hicieron una historia que incluye al accidente de 1986 en Chernobyl. Si Indiana Jones sobrevive a la radiación, ¿Por qué no lo habría de hacer McClane? ¿Se le va a caer el pelo acaso? Lo cierto es que más allá de la adrenalina y el humor, Duro de Matar 5 tiene muy poco ingenio, muy poca sustancia a comparación de las anteriores. Aunque John Moore haya dirigido dos thrillers decentes como Detrás de las Líneas Enemigas (en Chechenia) y la remake de El Vuelo del Fénix (no vi su versión de La Profecía ni la adaptación de Max Payne), está muy lejos de convertirse en el nuevo John McTiernan, que supo hacer las dos mejores, más inteligentes y divertidas partes de la saga. McTiernan no solo es un maestro del suspenso y la adrenalina, sino que logra que sus películas sorprendan con juegos de gato y ratón. Esto no se aplica a esta entrega. Solo vemos lo que vamos a ver: Willis sobrevivendo a todo. A diferencia de la cuarta entrega, acá las citas a las tres primeras partes (citas cinematográficas, no conexiones literales) abundan. El fanático se va a divertir bastante con esta suerte de homenaje, que en el final tiene, incluso, un plano calcado del film original de 1988. Willis se conoce el personaje de memoria, y lo interpreta de taquito. El joven Jai Courtney visto recientemente en Jack Reacher convence muy poco y, a penas mejor, está el gran actor alemán Sebastian Koch (La Vida de los Otros), oculto tras una espesa y no casual barba negra. Sin embargo, es muy difícil olvidar a Hans Gruber y Simon (Rickman / Irons, extraños hermanos). En esta oportunidad existe un simpático matón a cargo de Radivoje Bukvic que no termina por concretarse como amenazante tampoco. Moore no olvida el origen de la saga inspirado en cierta forma en el western Río Bravo de Howard Hawks. “Odio los vaqueros”, dice el personaje de Bukvic y tras esto se genera un tiroteo atrás de una barra de un bar que remite directamente a las cantinas de los films del Oeste. Y sí, Duro de Matar 5 tiene esas cosas. Mientras Bruce Willis, siga en forma, tendremos McClane para rato. Y sí. ¡Yippie ka yei, mother fucker!
¿Otro viejo a los tiros? Algunas películas tienen la suerte de no resistir ningún análisis. Desde el preciso momento en que uno se entera siquiera de que existe una nueva entrega de la saga de John McClane, una especie de marca registrada en el género, ya todos sabemos con lo que nos vamos a encontrar. No hace falta ir demasiado lejos ni aventurarse en sesudas elucubraciones sobre lo que veremos en la pantalla: lo único que interesa es que Bruce Willis se vuelve a poner en la piel de aquel rudo y testarudo policía de Nueva York para nuevamente agarrar un par de armas (o lo que tenga a mano) y darles a los malos una serie de puntapiés en el trasero. Es llamativo cómo se ha vuelto moda en Hollywood hacer reflotar personajes cuya fecha de vencimiento pareciera haber expirado (más que nada por la edad del actor protagonista) y seguir brindando capítulos de sagas que según la lógica deberían haberse extinguido. Sucedió con Terminator, sucedió con Rocky, con Rambo, con Indiana Jones y ahora sucede también con Duro de Matar. Si vamos un poco más lejos, también está de moda seguir utilizando los mismos actores de acción que tuvieron éxito en los ochenta poniéndolos en papeles similares y, cada tanto, riéndose de sí mismos porque la edad no pasa en vano. Quizás el ejemplo más claro sea Los indestructibles -que en sus dos entregas llegó a contar con prácticamente todos los nombres fuertes del género de los ochenta para acá-, pero también vimos el mismo tratamiento en la reciente El último desafío, con Arnold Schwarzenegger o en la adaptación del comic Red –que pronto tendrá su segunda parte- también protagonizada por Bruce Willis, por nombrar sólo algunas. En Duro de Matar: un buen día para morir (nuevamente un nombre en castellano que contradice el título original en inglés) no se explota tanto la veta cómica del héroe que ya está viejo: la película es elocuente en mostrarnos a un John McClane entrado en años desde la primera vez que enfoca al personaje y vemos claramente sus patas de gallo y las canas en los pocos cabellos que le quedan, pero aquí los gags no pasan tanto por la edad de McClane (más allá del tema constante de la paternidad) sino por la manera en que se mete en embrollos inesperadamente (“Estaba de vacaciones” repite una y otra vez) y por la particular forma de ser del detective. La trama gira en torno al encuentro entre el protagonista y su hijo, Jack, cuya relación parece haberse roto hace tiempo atrás. John irá hasta Rusia en busca de su hijo cuando descubra que ha sido arrestado, pero lo que encontrará allí lo sorprenderá un poco. El guión de Skip Woods (Swordfish, Wolverine, Brigada A, Hitman) es desprolijo y desatinado y no tiene el menor interés en tratar de que el desarrollo de la historia tenga una hilación sensata o creíble. Ni siquiera el motivo de reunión entre padre e hijo pareciera ser justificable dentro del relato (¿acaso John fue hasta Rusia a retar a su hijo por meterse en líos? ¿o pensaba rescatarlo?). Tampoco lo son el resto de los extraños eventos que hacen avanzar a la historia ni la manera en que se van resolviendo. Y sin embargo, el guión sí parece preocuparse por hacer que McClane sea un personaje avispado y entretenido, tanto desde las acciones (la contraposición entre la picardía del detective y la seriedad de los agentes de la CIA) como desde los diálogos, en donde se trata de mantener la personalidad atractiva que mostraba el personaje en sus primeras y grandiosas entregas. El filme también es descuidado en lo que más debería cuidar (porque una cosa es que no soporte un análisis minucioso en cuánto a trama y otra que no ofrezca correctamente lo que se supone que su target de audiencia va a ir a buscar a la sala de cine): las escenas de acción. La primera importante transcurre como una larguísima persecución en las calles de Moscú, que comienza muy floja, bastante mal montada, para ir transformándose de a poco en una secuencia brutal, más a fuerza de cantidad que de calidad –y cuando digo cantidad me refiero a cantidad de cosas que se rompen, chocan, vuelcan y se destruyen-. Sobre el final, homenajes mediante, el filme vuelve a tirar la casa por la ventana y a ofrecer explosiones magnánimas, aunque por momentos el espectador extrañe el tratamiento más artesanal, más realista que ofrecían las películas de acción más viejas ya que los efectos especiales evidentemente computarizados pierden bastante su encanto y parecen no condecir con el tono que un fanático de las primeras películas de la saga esperaría. El bastante poco convincente director John Moore (Tras líneas enemigas, Max Payne) pareció seguir el enfoque de héroe- invencible-exagerado-hasta-el-hartazgo que había elegido Len Wiseman en la cuarta entrega y sólo mantener la personalidad del personaje principal para justificar el nombre de la película. Duro de matar: un buen día para morir es un filme que entretiene si uno le tiene cariño al legendario John McClane, que divierte a fuerza de gags y esas típicas frases de héroe dichas antes de apretar el gatillo y que entrega (aunque no sean nada del otro mundo) las escenas de tiros y explosiones que el fan del género querrá ver, pero que falla en una historia anodina, por demás inverosímil (aún para una película de la saga) y muy descuidada en la narración, lo que la pone a años luz de las mejores entregas y la vuelve un filme de acción más.
Oscuro Presente Quinta entrega de la saga (pero no la última, ya que se aseguraron hacer otra más), Duro de matar: un buen día para morir representa a un cine precoz, hecho con rapidez y sin profesionalismo, que descuida detalles argumentales y que no le importa el historial de la saga. Es un ejemplo más de la decadencia del Hollywood actual, no sólo por el resultado final, sino también por el modo indiscriminado con el que la industria trata a sus lucrativas criaturas. El primer indicio de que algo funciona mal es su duración: sólo 97 minutos -mientras que el resto de las películas de la saga exceden las dos horas-. Una hora y media para un film de acción es llamativo. El género exige tiempo para desarrollar la relación entre los personajes y el ambiente en el que se manifiestan los grandilocuentes movimientos. Duro de matar: un buen día para morir no cree en el género, o mejor dicho, piensa que la acción se hace sólo colocando la cámara en una buena ubicación. A partir de esta retrógrada filosofía, no importa si un helicóptero, o dos o tres se estrella contra un edificio porque no transmitirá la verdadera esencia del género. Los personajes no son marionetas que se colocan en el lugar de los hechos, sino construcciones realizadas a partir de la conexión con el espectador. En este sentido, el buen cine de acción hace que cada secuencia de peligro lo sea también para el público. Si éste siente temor por la vida de los personajes, el film puede estar satisfecho de que cumplió su regla más básica. Lo peor Duro de matar: un buen día para morir es que también representa a un cine que busca borrar las huellas del pasado. Toda construcción audiovisual que se hizo anteriormente es suprimida en 97 minutos. Tomemos a Bruce Willis/John McClane y sus imprudentes formas de imponer la ley. El carisma, la valentía y la irreverencia -que constituían un arquetipo muy interesante: la modernización del cowboy- en su última y rusa aventura queda reducida a un par de chistes tan efectivos como elementales. Uno de los graves errores de esta película es que McClane nunca parece tener el control de la situación. De esta manera, el necesario y vital camino del héroe (ese que conecta fuertemente al protagonista y el espectador) es nulo. Si se separa al film del resto de la saga, apenas sería un digno film de acción. Por ejemplo, El transportador 2, dura 10 minutos menos que Duro de matar: un buen día para morir y se trata de una pequeña obra maestra. La gran diferencia entre las dos películas radica en que una es consciente de que el arte que expone -sin miedo ni vergüenza- parte de la relación entre la imagen y el sonido pero además entre el movimiento corporal y el fondo geográfico. Mientras que esta quinta parte agarra a un personaje y lo manda a cualquier destino a enfrentar al malo de turno (que nunca está claro quién es por el poco peso que tiene en la trama), El transportador 2 cree que el cine es, en definitiva, una aventura única e irrepetible. Duro de matar: un buen día para morir -maltratada duramente por los críticos de Estados Unidos- exterioriza el principal problema que aqueja a Hollywood. La inteligencia de McTiernan -el director de la primera y la tercera-, el sudor de Willis, la creación arquetípica de Roderick Thorp, quedó en el pasado, ya es parte de algo que no importa. Lo que importa es el aquí y el ahora: no hacer más personajes, sino juguetes de fácil manipulación; no hacer más acción, sino colocar correctamente la cámara; no hacer más cine, sino productos.
Digno eslabón de una saga de 25 años Una vez más, Bruce Willis es John McClane, un teniente de la policía de Nueva York que resulta ser la persona indicada en el lugar y momento menos indicado. Ahora debe salvar a su hijo, acusado de asesinato en Rusia. El recurso simple y efectivo siempre fue el mismo: seguir al hombre indicado en los lugares y momentos incorrectos, esto es, mostrar al teniente John McClane (Bruce Willis) como un héroe a su pesar, un personaje dispuesto a hacer lo correcto por distintas causas bajo una idea rectora e inamovible de la justicia. Con el paso de los años, después de velar por la seguridad de su esposa Holly –primero en Los Angeles, después en el aeropuerto Dulles de Washington–, y de enfrentar la venganza del hermano del terrorista muerto en el famoso Nakatomi Plaza del comienzo de la saga, la franquicia volvió a la familia cuando McClane luchó como sólo él sabe hacerlo contra un hacker psicópata que tenía de rehén a su hija Lucy (Mary Elizabeth Winstead). Ahora, dentro de una lógica de hierro, el policía maltrecho y más viejo, va en ayuda de su otro retoño, Jack (Jai Courtney). El muchacho ya es un muchachón y después de meterse en varios líos, el bueno de John le perdió el rastro hasta que le informan que está detenido en Rusia, acusado de asesinato. Y ahí va el padre, con la comprensible recomendación de su hija Lucy de que averigüe qué pasó con Jack y que, sobre todo, no provoque un desastre internacional con su habitual manera de resolver los problemas. Por supuesto, lo sabe ella y lo sabe el público, es una advertencia inútil. Lo que sigue es un disparate mayúsculo, en donde Jack se revela para propios y extraños como un agente de la CIA infiltrado, que protege a Komarov (Sebastian Koch), un informante de los Estados Unidos, que va a revelar lo que sabe y así impedir el ascenso de un antiguo camarada, corrupto hasta la médula, que juega en las grandes ligas de la política rusa. Sin embargo, las intenciones de Komarov no son para nada transparentes y el nudo del asunto se encuentra en la tristemente célebre Chernobyl, que alberga el valioso arsenal nuclear de la ex Unión Soviética. El director John Moore (Max Payne, Tras líneas enemigas) hace lo que tiene que hacer y entonces Duro de matar: Un buen día para morir abandona cualquier pretensión seria, fuerza al máximo el verosímil, le dedica unas pocas líneas de diálogo al hijo rebelde –como para justificar el conflicto y dejar en claro que está hecho de la misma madera que el padre–, se concentra en algunas memorables escenas de acción, pero por sobre todo en McClane, un personaje inoxidable, el famoso hombre común enfrentado a circunstancias extraordinarias, de vuelta de todo capaz de mantener un diálogo recriminatorio con su hijo mientras dispara una gigantesca ametralladora y deslizar un resignado “Estoy de vacaciones”. Luego de seguir por un cuarto de siglo las aventuras de John McClane, la última entrega es un digno eslabón de una saga atiborrada de adorables lugares comunes. «
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A matar imbéciles Bruce Willis aseguró que se producirá una sexta entrega de "Duro de Matar", y esperamos que se haga. Porque un personaje como John McLane merece despedirse con un filme que haga honor a su historia cinematográfica y no con esta mediocre historia de la que nos acuparemos a continuación. La acción transcurre en Moscú, donde el hijo de McLane está involucrado en una trama poco clara en la que dos rusos se disputan secretos y poder. El viejo McLane acude en ayuda de su primogénito, con quien no mantiene una buena relación, y llega justo para la acción; una primera secuencia donde lo inverosímil se une a lo ridículo para satisfacción de los amantes de esta saga. Desafortunadamente el relato es pobre y solo se sostiene en los tramos de acción. El director logra que en escasos minutos sin balaceras de por medio, el tedio asome y domine la escena, pero afortunadamente el filme no se extiende demasiado y no llega a aburrir del todo. Bruce Willis ya no hace el gasto, y sus escenas ya no son lo que eran, por lo que descansa y reparte las acciones con el poco carismático Jai Courtney, quien en el filme no es digno heredero de su padre ni de su leyenda.
Toda la mística de una saga icono del cine de acción, regresa combinando los momentos de nostalgia retro, con la puesta mas moderna que se puede esperar del genero. El carisma de Willis esta intacto, su presencia en la pantalla llena el cuadro y verlo sudar, sangrar, disparar… es como un viaje en el tiempo a las épocas del cine de súper acción de fines de los ochenta. Pochoclera hasta la medula, se disfruta y entretiene.
La quinta de la saga, con un Bruce Willis en el rol de papa, que va a rescatar a su hijo a Rusia y termina trabajando con él. Tiros, persecuciones, vueltas de tuerca, una trama de CIA, empresarios inescrupulosos, Chernóbil y sigue la lista. Entretiene a los fanáticos de la saga
Cuarteles de invierno El cine clásico se caracteriza por un pequeño truquito: nunca cuenta una sola historia sino dos a la vez. Es una de las primeras cosas que aprende un guionista: siempre hay un segundo nivel de lectura deliberado. En Mentiras verdaderas el cuento que importa es el de la recuperación sexual de una pareja abandonada a la rutina (y no el argumento sobre los terroristas); en Volver al futuro lo que importa es el cuentito de un personaje que puede reparar en su pasado para no repetir los errores familiares(y no el argumento del viaje en el tiempo); en Súper 8 lo que importa es el cuentito moral de poder elaborar los duelos frente a la pérdida dolorosa de seres queridos (y no el argumento del descubrimiento de un extraterrestre atrapado). Del mismo modo, con esta suerte de doble agenda una película como Indiana Jones y la última cruzada era menos una película sobre el encuentro del santo grial y mucho más una sobre el reencuentro de un padre y su hijo separados por el tiempo. Bueno: en la tónica de la tercera entrega de aquella saga spielberguiena Duro de matar: Un buen día para morir es esencialmente un film cuya doble agenda versa en torno al mismo asunto: las relaciones entre padre e hijos y la recuperación del tiempo perdido en medio de la resolución de conflictos sobre terrorismo. Pero ahí donde Spielberg, Cameron, Zemeckis y J.J. Abrams sabían cómo dosificar la agenda secreta en la trama el mediocre John Moore hace agua, ya que demuestra que “no puede dirigir ni el tránsito” (un gran chiste escuchado en la función de prensa, aclaro). ¿Por qué no funciona todo el asunto? Básicamente porque la historia entre padres e hijos está metida con forceps, se siente chata, pobre, carente de matices o ideas y de tal evidente deja expuestas las costuras, como si el guión no hubiera sido revisado en ningún momento. El otro problema por el que la película no funciona es la manifiesta incapacidad para poner la cámara en el lugar funcional a la narración, consecuentemente compensa sobreactuando explosiones, insistiendo con música machacona pero sobre todo con manierismos inútiles, sin función narrativa alguna (el ralenti como elemento disperso, los efectos visuales que permiten seguir a un cuerpo atravesando distintas superficies, etc), algo que rememora al peor Michael Bay. En medio de semejantes desgracias está el gran John McClane que aporta -oneliners mediante- la cuota de humor necesaria que vemos en cada una de las entregas. Lo que lamentamos es que cada vez esa pólvora se vaya humedeciendo, que los oneliners sean cada vez más previsibles, que todo lo que en las anteriores partes de la saga (sobre todo la primera, tercera y cuarta entrega) funcionaba aquí se empobrezca sin vuelta atrás. Ahí, en medio de las explosiones, queda perdida la posibilidad de un cierre noble para una gran saga de películas, pero quizás el espíritu de ese cierre viva en películas como la enorme y desestimada RED, cuya segunda parte aparecerá en breve. Adiós, John.
Pese a que Duro de matar 5 es la entrega más floja de la serie, especialmente si se la compara con los filmes que dirigió John McTiernan (episodios 1 y 3), el regreso de John McClane brinda un muy buen entretenimiento. La película ante todo es un gran retorno del director John Moore, quien después de más de una década finalmente presentó una producción decente. Moore tuvo en el 2001 un debut auspicioso con su ópera prima, Detrás de las líneas enemigas, con Gene Hackman y Owen Wilson que se destacó por la realización de las secuencias de acción. Lamentablemente el director luego no pudo mantener el mismo nivel en sus trabajos y brindó una serie de fiascos olvidables como las remakes de El vuelo del Phoenix (con Dennis Quaid) y La profecía, además de Max Payne. Con este trabajó volvió a sus raíces y después de 12 años logró una buena propuesta pochoclera que se destaca por la manera en que trabajó la acción. Me gustó mucho la estética que le dio a esta aventura de McClane con una fotografía más oscura y el uso de la cámara en mano en algunas secuencias que no se habían implementado en Duro de matar. En esta producción en particular, Moore se destacó con la realización de las escenas de acción que conservan el espíritu de lo que fue siempre esta saga. A diferencia de la entrega anterior este director no se excedió con los efectos digitales. En las secuencias finales se nota más que nada el uso de esta herramienta pero en el 80 por ciento de la película Moore trabajó la acción al estilo de la vieja escuela. En ese sentido se destaca la brillante y memorable persecución de más de 10 minutos por la calles de Moscú con la que McClane vuelve a las andadas. Sin exagerar, creo que esa escena califica como una de las mejores persecuciones que vimos en estos últimos años. Un gran momento digno de una historia de Duro de matar. Algo que me generaba dudas en esta película era la incorporación de McClane Jr como héroe de acción, pero la verdad que este tema estuvo bien manejado y no resulta tan disparatado o chocante. Bruce Willis hace buena dupla con Jai Courtney (Jack Reacher) y esto también facilitó esta cuestión. El punto débil de este film es la trama, que resultó mucho más débil que las anteriores, igual que los enemigos de McClane. John en el pasado se enfrentó a terroristas mucho más interesantes. Da la sensación como que los productores no le dieron bola al argumento e inclusive esta es la película más corta de toda la saga. En apenas 93 minutos, que pasan volando, se resuelve todo. Reitero, no es la mejor entrega de Duro de matar pero brinda un espectáculo divertido que si te gusta el género vas a disfrutar.
La mafia rusa está a la vista Que John y Jack McClaine estén en Rusia, que pasen por Chernobyl, es lo de menos. Lo importante es que caigan autos desde puentes peatonales, vuelen por el aire y se estrellen los poderosos "carros" de asalto como si fueran de goma; se produzca el más feroz choque conjunto de camionetas y camiones, o se reduzca a escombros la pista de baile más grande del mundo en el staliniano hotel Ukraina. John MacClane (Bruce Willis) sigue peleándose con el mundo desde hace veinticuatro años, cuando su personaje se hizo conocido a través de la primera entrega de "Duro de matar" (1988). El conocido policía de Nueva York sigue sin detenerse ante nada y el mundo es un desafío para él. Por eso ahora que tiene un hijo en problemas, que también tiene pasta de justiciero y con él que se lleva bastante mal, deja todo y se va para ayudarlo. Abandona su país, sus amigos, su hija que le pide que no se meta en problemas otra vez y como cualquier ciudadano que quiere demostrar su amor filial, parte a Rusia. Allí lo espera, entre cúpulas acebolladas, la élite de la mafia rusa, preocupada por poner al mundo en peligro, manipulando uranio para sus armas atómicas. Pero lo peor es que el bueno de Jack McClane (Jai Courtney), el hijo en problemas, está en medio del fuego, representando a la CIA y protegiendo al informante Komarov (Sebastián Koch), de tanto malo suelto. ACCION Y VIOLENCIA "Duro de matar: Un buen día para morir", es el quinto exponente de la saga. Reúne todo lo que un fanático de la marca "Duro de matar", requiere: acción, violencia, intensas escenas de persecución, ritmo, coches rotos, enemigos muy malos, despanzurrados y héroes que sobreviven a lo imposible, aunque ya sean veterano uno y sin experiencia el otro. Que John y Jack McClaine estén en Rusia, que pasen por Chernobyl, es lo de menos. Lo importante es que caigan autos desde puentes peatonales, vuelen por el aire y se estrellen los poderosos "carros" de asalto como si fueran de goma; se produzca el más feroz choque conjunto de camionetas y camiones, o se reduzca a escombros la pista de baile más grande del mundo en el staliniano hotel Ukraina. Los McClane destruyen a dúo, se defienden como leones y a pesar de que el viejo John McClane está fuera de entrenamiento, lo disimula ya sea divirtiéndose con el simpático taxista que lo lleva a recorrer Moscú, o enfrentando a los enemigos que intentan aniquilar a su hijo y a él también. No hay ningún villano fuera de lo común en este filme, como sucedía en la última de James Bond. La chica linda en este caso se llama Irina (Yuliya Snigir), pero es bastante poco expresiva. Con un buen desempeño se destacan Bruce Willis (John McClane) y el australiano Jai Courtney, en el papel del hijo, Jack McClane.
Acción en Chernobyl Finalmente llegó a nuestros cines la quinta parte de la saga de acción que popularizó John McTiernan (director de la primera y la tercera) a fines de los '80. Aquella película que comenzó todo, estrenada en 1988, también fue la que catapultó la carrera de Bruce Willis, que durante los últimos 25 años participó en una gran cantidad de películas, muchas de ellas muy recordadas, e incluso se dio el lujo de actuar bajo la dirección de grandes nombres como Quentin Tarantino, Robert Zemeckis, Brian De Palma y Wes Anderson. En esta última entrega la dirección quedó a cargo de John Moore, el director irlandés que debutó en 2001 con Tras Líneas Enemigas (Behind Enemy Lines) y siguió con algunas otras películas mediocres, y el guión fue realizado por Skip Woods, que entre otros fracasos hizo Swordfish, Acceso Autorizado (Swordfish, 2001) y Hitman, Agente 47 (Hitman, 2007). Como era de esperarse, basando nuestras esperanzas en estos nombres, el resultado no cierra por ningún lado. La Fox debe haber pensado que la saga se vende sola y no era necesario contar con un equipo distinguido. La película trae de nuevo a un John McLane (Bruce Willis... aunque está de más aclarar) con varios años encima, al centro de la acción. Esta vez los lugares elegidos serán Moscú y la ya utilizada planta nuclear de Chernobyl. McLane debe viajar a Rusia en busca de su hijo (Jai Courtney), al que cree involucrado en algún asunto de drogas, que está a punto de ser condenado por asesinato. Como es de esperar queda en el medio de un conflicto con gente armada, porque viste como son los rusos, ante cualquier problema empiezan a los tiros, y encima hay chechenos, que son extremistas y violentos, y hablar de Rusia sin hablar de plutonio y armas de destrucción masiva es, por lo menos, irresponsable. Últimamente, lo que conocimos como "cine de acción", que tanto dio de comer en la década del 80 y 90, es revisado en películas que toman la autoparodia como eje. Así es como las Indestructibles (The Expendables), El Último Desafío (The Last Stand) y muchas otras, adaptan un cine que ya no parece encajar con la sociedad actual. Esta última entrega de la saga Duro de Matar no va por este camino, parece haber tomado la decisión de continuar con la estructura, de anteponer la acción a todo. Así es como nos encontramos con una película rápida, muy rápida. Porque el conflicto armado y las explosiones llenan casi todos los espacios en la hora y media que dura la película. No hay lugar para los diálogos filosos ni para largos conflictos de escritorio. En principio esta parecería una decisión más que acertada. El problema es que dando preponderancia a la acción olvidaron el resto. La trama no logra en ningún momento despertar un mínimo de interés, y esa falta de interés hace que todos los disparos y explosiones pierdan sentido, peligrosidad, vértigo. La relación padre-hijo, que sería el tema de fondo de la película, es tocado en algunos diálogos cortos y no muy bien armados. El poco carisma de Jai Courtney ayuda bastante a la falta de química entre los protagonistas. Y como nunca estamos metidos de lleno en los sucesos, las vueltas de tuerca pierden efectividad. Duro de Matar: Un Buen día para Morir me deja con las ganas. Quizás el mayor valor es el de haber enjaulado toda la acción en una película corta (97 minutos hoy no son nada) que no deja mucho tiempo al tedio. El gran problema es que esa acción queda vaciada de sentido por una película que no sabe encausarla.
"No estamos en 1986" (Rasha Bukvic, A Good Day to Die Hard, 2013) La quinta entrada en la franquicia Die Hard tiene un serio problema de tiempos. La evolución de la acción de los años recientes ha excluido a los personajes como John McClane de la lista de posibilidades, al menos en la forma en que se lo ha pintado en sus últimas películas. Con las adaptaciones de cómics a la cabeza y un género que se debate entre la acción calculada de las Bourne, la autoparodia de los héroes de los '80 o la seriedad con que se plantea a los films de Liam Neeson, un sujeto inconsciente de lo que sucede a su alrededor –pero feliz de poder disparar su arma- ha quedado atrasado. Ese es el principal inconveniente de A Good Day to Die Hard: el caer de bruces ante el mismo planteo de la cuarta por no terminar de comprender a su protagonista. Desde ya que los problemas abundan en distintas áreas de la producción, no obstante es factible sostener que todos se deben a una premisa general: la comodidad. Todos los esfuerzos parecen haber tendido hacia un único horizonte, el lograr algo superior a la antecesora. Y si bien puede afirmarse que lo logra, es en ese mínimo cumplimiento de las expectativas donde se rastrea todo lo que la convierte en una producción mediocre. Director y guionista, John Moore y Skip Woods, la están remando desde hace tiempo. Sufren del mal de aquellos que logran un buen trabajo inicial –la aceptable Behind the Enemy Lines el primero, la muy buena Swordfish el segundo-, para después batallar con producciones de alto calibre que no sólo no están a la altura de las circunstancias, sino que dejan mucho que desear –Max Payne y X-Men Origins: Wolverine, respectivamente, como los claros ejemplos-. La ecuación en esta oportunidad es simple: recuperar a los rusos, dejar a un lado la era digital, volver al lenguaje restringido y que la acción se apodere de la escena. Quizás funcione, sí. ¿Pero qué hay de McClane? El icónico personaje siempre se caracterizó por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, aspecto que el guionista y el director explotan al punto de convertir a Bruce Willis en un acompañante. No hay un solo punto de la película en que sea él quien domine la situación, porque básicamente no entiende nada. Él es un actor de reparto de cara a los villanos o a su hijo, él sigue la corriente armado hasta los dientes, con alguna corazonada ocasional, pero sin terminar de comprender qué es lo que ocurre. El avance de la franquicia hizo a un lado lo que convertía a la Die Hard original en una película de acción inteligente. No se le plantean serios desafíos a los protagonistas y los componentes dramáticos son nulos, la concentración se pone exclusivamente en las persecuciones, el tiroteo y las explosiones, convirtiéndose de a poco en un producto más del montón. A Un Buen Día Para Morir le faltan cinco para el peso. En la línea del género que se presenta, la producción cumple, más allá de que la floja dirección de Moore –tomen nota de cómo gasta los silencios por usarlos cinco o seis veces- no termine de hacer relucir los millones invertidos. La idea básica del rompan todo que algo va a salir, funciona, aunque las secuencias de acción no acaben de compenetrar a un espectador que ve cientos de autos destruidos pero sin experimentar del todo la adrenalina. Los one-liners están, como corresponde, pero sin llegar a cumplir la cuota de humor que una película así necesita. El cowboy de Willis se merece un descanso. O al menos un replanteo profundo de si este es el McClane que se quiere.
La familia McClane: quinta parte John McClane fue probablemente el primer héroe plenamente individualista, sin vueltas ni culpa del cine de acción estadounidense. Sus acciones ya no tenían como telón de fondo motivaciones vinculadas a la patria, la nación, la política o enemigos políticos de los Estados Unidos (como podían presentarse en films como Rambo, Desaparecido en acción o Comando), sino que estaban motivadas en lo más cercano y personal para el protagonista. En Duro de matar y Duro de matar 2, el objetivo era salvar a su esposa; en Duro de matar 3 – la venganza, era una represalia directa hacia su persona; en Duro de matar 4.0, todo terminaba pasando por rescatar a su hija; y ahora en Duro de matar: un buen día para morir, es su hijo el que está en problemas. Y como siempre en la saga de Duro de matar, McClane no sólo tiene que salvar literalmente al otro o a sí mismo, sino también recomponer su imagen para con los demás y consigo mismo. Lo suyo es la redención personal a través de la acción, inmolándose físicamente para recomponerse moralmente, porque es un tipo que fuera del trabajo, en la quietud que demandan el matrimonio o la paternidad, no da pie con bola. Aquí la novedad pasa porque el hijo no es una simple víctima y/o rehén, sino un espejo suyo más joven. Y cuando McClane vaya a Moscú a sacarlo de la cárcel, pensando que es un vulgar criminal, se encontrará con que el muchacho es un espía de la CIA y que está metido en una gran conspiración que podría adquirir carácter global. Si antes tenía a alguien a quien salvar, contando con la ayuda de algún compañero improvisado (Samuel L. Jackson y Justin Long, por ejemplo, en las dos últimas partes), aquí la posición de rehén se va disolviendo en la de compañero. Es así como Duro de matar: un buen día para morir se convierte rápidamente en una especie de buddy movie, esas típicas películas de acción con parejas disparejas, unidos a regañadientes por las circunstancias, que empiezan odiándose hasta que finalmente consiguen entenderse, subgénero que supo patentar con eficacia Arma mortal. Sólo que aquí todo el vínculo está transitado por las tensiones familiares propias de una familia de rudos como son los McClane. El film va mutando entonces en una comedia dramática familiar, donde los lazos se irán recomponiendo en el medio de los tiroteos, las explosiones y las piñas, sin ningún tipo de delicadeza (en una escena, luego de que el padre arroja una bomba que causa un tremendo estallido, el hijo le dice, obviamente a los gritos, “¡guau, que sutil!”). Apuntar a este esquema no tiene nada de malo, pero se necesita a un realizador con cierta capacidad. Y lo cierto es que John Moore (que hizo porquerías como Tras líneas enemigas y Max Payne, y sólo tiene en su haber algunos momentos rescatables de El vuelo del Fénix y la remake de La profecía) es un director sin talento para la narración, con cero sensibilidad y a lo sumo algunas ambiciones estéticas. En consecuencia, Duro de matar: un buen día para morir tiene poco para decir desde sí misma y se dedica a vivir de las anteriores entregas, comportándose en modalidad repetición, tal como hacía la segunda parte dirigida por Renny Harlin. Hay una excesiva recurrencia a los chistes y líneas ingeniosas de McClane y todo se nota demasiado calculado para captar la complicidad de los fanáticos de la saga. Eso no significa que Duro de matar: un buen día para morir sea mala, porque los cimientos construidos por sus predecesoras son tan sólidos que es realmente muy difícil arruinar a ese gran personaje que es McClane (al que Bruce Willis vuelve a interpretar de taquito). Sin embargo, se le nota mucho su carácter de mera secuela y relato de transición hacia lo que podría ser el retiro del personaje en la sexta (¿y última?) parte. De las audaces reflexiones sobre las corporaciones; una era donde el crimen ya no está motivado por la política sino por el mero afán de lucro; o las instituciones de seguridad inoperantes sólo quedan simples superficies. Lo que sí sigue importando es la familia.
Pasaron muchos años desde "Die hard of live free", la cuarta entrega de la franquicia en 2007. Es cierto, todos amamos la saga. Es muy dificil que a alguien que le guste el género no la tenga dentro de sus favoritas. Las tres primeras han sido memorables éxitos de taquilla y acompañadas bien por la crítica, aunque ya en la última se comenzó a evidenciar cierta falta de dirección (lógica por el cansancio de recrear escenarios similares también, hay que reconocerlo) y esto se hace evidente en "A good day to die hard". A ver, hay que ser claros en esto: es innegable que esta es una película entretenida, está bien filmada (desde lo técnico tiene secuencias sólidas) y hasta puede que te saque alguna sonrisa, pero está lejos del nivel de los clásicos de John McTiernan y Renny Harlin. Veamos porqué... Parece que la moda de filmar en Europa, por los costos, (y hablando de films de acción), le cierra a Hollywood: "Taken", "Bourne", "In Bruges" por nombrar algunas... Ahora le tocó a "Die Hard" que se rodó en Hungría (excepto algunas escenas panorámicas en Moscú). La producción apuesta a que John McClane pronto (en la próxima entrega), se jubile y le deje el terreno libre a su hijo, quien se presenta en sociedad en esta "A good day..." mostrando que el desafío no le queda grande. Eso si, no es muy expresivo y carece del humor de Willis, pero... está a la altura desde lo físico de lo esperable para este tipo de productos. La historia... John (Bruce Willis), está en su tierra y se entera de que su hijo, Jack (Jai Courtney) está en Rusia y con serios problemas: participó en un atentado y será juzgado pronto por su crimen. La situación en Moscú es compleja, hay dos facciones (bah, por así decirlo), enfrentadas y uno de sus líderes está en la cárcel, a punto de ser sentenciado por un tribunal "armado" junto al hijo de Mc Clane. Nuestro veterano amigo llega a tierra roja y rápidamente se da cuenta de las cosas se complican: el pequeño niño con quien no jugaba de chico (siempre estaba trabajando), es un agente encubierto de la CIA y está en una misión peligrosa, que, su padre, llegó para arruinar, o no. De ahí en más, el encuentro de padre e hijo ofrecerá balas, explosiones, luchas cuerpo a cuerpo, edificios derrumbandose, persecuciones dramáticas, caídas desde varias alturas y alguna nota de humor negro, siempre traída por Willis. Los malos, son muchos, y ellos, como siempre, están solos. El responsable esta vez, es John Moore, quien tiene una carrera errática en la industria (hizo la nueva "Omen", por ejemplo y le restó mal) y esta vez parece sólo un organizador de juego. Su pericia y la de su equipo parece descansar en manejar vehículos y helicópteros desde su silla y resolver con solvencia las escenas de destrucción, y poco más... Es más, John y Jack no tienen (en mi opinión), mucha química, el primero luce demasiado aburrido, sin compromiso (trabajo a reglamento?) y su vástago es un Bourne (al estilo Renner) en miniatura, pura fibra, todo cuerpo, poco carisma. Eso sí, se chicanean sobre su relación todo el tiempo aunque eso no alcance para que el espectador se divierta a gran escala. Más allá de eso, como todo film de este calibre, es explosivo visualmente. Son 97 minutos (una de las más cortas de la saga) intensos, plagados de violencia que seguramente serán recompensados con público en sala. La última "Taken", sin ir más lejos, fue vapuleada por la crítica y sus números fueron más que respetables (triplicó su inversión). Esperamos que aquí, suceda lo mismo. Los fans del género no deben enojarse por mi opinión. Disfruté mucho de lo que "A good day to die hard" ofrece, pero me quedé con la impresión de que algo se está agotando en la propuesta y los productores no dan con el camino para recuperar esos guiones ingeniosos y el clima con que "Duro de matar" nació y se desarrolló. Tiende peligrosamente a convertirse en esas películas que cada año tienen una entrega nueva, sin importar demasiado lo que presentan (ejemplos hay muchos). Y no, me niego a pensar que no se pueda hacer otra cosa con lo que "Die hard" significa para la industria. Seguro que irán a sala a verla. Y está bien. Lo cual no significa que nos desprendamos de ciertas sensaciones mientras corren los títulos de cierre y visualizamos la sexta entrega...
John McClane viaja a Rusia a buscar a su hijo, a quien cree metido en problemas. Lo está, pero no por ser traficante o chorro, sino por ser operativo de la CIA. El espectador que ya sabe de lo que es capaz el personaje en esta serie de acción que cumple cinco películas (y todas, a su vez, cumplen, aunque la primera siga siendo una obra maestra total) tendrá pues lo que seguramente busca: movimientos sin pausa, explosiones, velocidad, tiros y piñas. Ahora bien: ¿hay algo más aparte de la idea de un papá y su hijo reconciliándose mientras derriban villanos de caricatura? Siempre en estas películas hay un “algo más” y se llama Bruce Willis. A diferencia de los “musculosos” de los 80, Willis es sobre todo un comediante que comprendió desde que comenzó a protagonizar estos films, que no pueden tomarse en serio y que, en el fondo, se trata de una versión hipertrófica -pero no realista, no vaya a creer- de los maravillosos cartoons del Correcaminos, con McClane en el lugar del Coyote. Con los años -y aquí es más evidente que en el film anterior, superior en varios sentidos-, McClane parece haber descubierto que solo es feliz moviendo su cuerpo de modos imposibles y matando malos sin cuento. En el fondo, y aunque la parafernalia seudo política lo disfrace un poco, McClane es un habitante más -más sucio, más dinámico- del mundo de la fantasía. Y siempre es bienvenido.
Acaso sabes lo que odio de los americanos Película puramente de acción en la cual el veterano John McClane, tras ganar el amor de su hija en la anterior cinta, ahora va a reconquistar el aprecio de su otro hijo. Una trama bastante pobre dispuesta solamente a unir escenas de acción poco elaboradas donde todo explota, pero que garantiza entretenimiento gracias el carisma de sus protagonistas junto a la corta y adrenalinica duración del relato. Si hay alguna razón por la cual "Duro de matar: un buen día para morir" resulta ser simplemente un entretenimiento hueco y pasajero se debe a la impericia de la trama. Tantos los villanos como los héroes son personajes muy pobremente construidos. Los conflictos padre e hijo son muy forzados y elementales, mientras la fuerza antagónica presenta constantemente demasiados tropiezos como para ser temida. Igualmente lo peor es la intrincada secuencia de eventos cuyos giros en la trama no sorprenden por su imprevisibilidad sino que lo hacen por su inverosimilitud. Por otro lado, el fuerte de la película, sus escenas de acción, también es bastante deficiente y poco creativo. Todos estas secuencias contienen un sin fin de recursos para hacer del momento algo excitante, sin embargo lo que uno simplemente ve son cosas romperse o explotar. En ninguna de estas escenas, hay algún combate con algo de suspenso o tensión. Tal vez, la persecución pueda tener un ritmo propio, pero es increíble como en cada plano un auto es chocado, pisoteado o explotado. En conclusión, "Duro de matar: un buen día para morir" no va a aburrir a nadie, puede que por momentos irrite, pero tampoco va a ser estimulante o intrigante.
La familia es lo primero La sola presencia de Bruce Willis metido en la piel del legendario John McClane basta para que una película de acción se mantega a flote hasta el final. Las cuatro entregas anteriores de Duro de matar lo confirman y la quinta no podía menos que refrendar esa certeza. Pero esta vez esa forma norteamericana de hacer justicia que encarna McClane -y que se autodefine como brutal e intuitiva- es contagiada por un sentimentalismo familiar un tanto empalagoso. Esas emociones se materializan en una especie de balbuceante reflexión sobre la paternidad, que si bien no ocupa más de 10 líneas de diálogo, empapa con su simbolismo todo el argumento. McClane tiene que ir a rescatar a su hijo de una prisión rusa, lo cual sirve de excusa a los guionistas para desempolvar varios prejuicios que tenían archivados desde la época de la Guerra Fría y aplicarlos al contexto político actual, reducido a un infierno de mafias enquistadas en el poder. El reduccionismo cumple la función de un acelerador en el cine: pasa rápido lo que no tiene importancia. El problema es que en este caso el ritmo sigue más el gráfico de un ataque de epilepsia que una progresión narrativa. En las primeras escenas en Moscú todo indica que el director se va tomar su tiempo para mostrarnos las cosas con cierta calma, diálogos extensos, cámara lentas, panorámicas de la ciudad. Pero de pronto, como si hubiera recibido una inyección de adrenalina, lanza una impresionante persecución que dura varios minutos y que deja exhausto no sólo a los protagonistas sino también a la trama que los contiene. ¿Que se puede esperar después de semejante exhibición de virtuosismo? La respuesta hay que buscarla en otra película, porque en esta no se les ocurre nada mejor que apelar al miedo a la bomba atómica, lo que equivale a poner un cartel de "clausurado por falta de ideas". Para colmo, el actor que encarna al hijo de McClane, Jai Courtney, parece haber ocupado en el gimnasio las horas que debía asistir a la escuela de actuación. Su carisma es inversamente proporcional a sus músculos, y al pobre de Bruce Willis no le queda otra opción que hablar con una pared. No importa si dice un chiste o si expresa una emoción, el rebote llega siempre sin efecto. Afortunadamente, varios tiroteos, algunas explosiones y una obligatoria vuelta de tuerca, que refuerza el concepto de que incluso entre los malos lo primero es la familia, hacen que la quinta entrga de Duro de matar no sea la autopsia de su propia leyenda.
Siempre se puede empeorar John McClane, el policía neoyorquino protagonista de la saga conocida como “Duro de matar”, que hoy va por su capítulo quinto, pertenece a ese mundo paralelo en el que los personajes se mueven transgrediendo todos los límites siempre en pos de un fin superior que todo lo justifica. Terroristas, delincuentes, mafias... el planeta Tierra está lleno de amenazas no convencionales a las que tampoco se puede enfrentar con métodos convencionales. Los policías como McClane son duros, parecen inmunes al miedo y creen que son imprescindibles en la lucha contra el mal, aunque eso tenga un precio muy alto en lo que respecta a la vida personal. Como se sabe, McClane ya estaba en conflicto con su esposa en el capítulo inicial, de quien finalmente se divorcia más o menos por el número tres. En “Un buen día para morir”, John ya ni menciona a su ex esposa pero anda detrás de Jack y Lucy, los dos hijos de la pareja que ahora están bastante creciditos como para darle unos buenos dolores de cabeza. Resulta que el muchacho se ha convertido en un agente de la CIA y durante una misión en Moscú es encarcelado junto a su objetivo, un preso político poseedor de algunos secretos que interesan al gobierno de su país tanto como al de Estados Unidos. Enterado McClane padre de esta situación, corre hacia aquella ciudad para rescatar al joven, que por supuesto, nunca se comunicó con él ni espera encontrárselo ni por casualidad por las calles de la capital rusa. A todo esto, Lucy, la hija mayor, es ahora la única presencia femenina en la vida del veterano policía, y fiel al estilo de la familia, es quien está del otro lado del teléfono en el momento menos oportuno. Pura acción La película, dirigida por John Moore, consta de 97 minutos de pura acción, en los que abundan los tiroteos con armas pesadas, persecuciones automovilísticas extremadamente violentas, explosiones, incendios, palizas y ese tipo de situaciones en las que la destrucción y el caos no dan respiro. John padre ya no se muestra compungido por su fracaso matrimonial, lo que aparenta ser una cuestión superada, sin embargo, ahora lo desvelan las responsabilidades paternas. Cree que arruinó las vidas de sus hijos al no haber estado más tiempo con ellos, piensa que haberse consagrado a su trabajo las 24 horas del día es lo que ellos nunca le van a perdonar. Algo de eso hay, pero la familia es la familia, y Jack muestra mucha vocación y coraje en sus actividades como agente de la CIA y Lucy cumple a la perfección con el papel de mujer sensata y valiente, que siempre está acompañando. De modo que en esta aventura, el eje principal resulta ser algo así como la presentación del legado preciado del veterano héroe de acción, quizás uno de los más queridos por el público afecto al género, logrando una suerte de reivindicación familiar pese a todo. Lo que encuentra también su contrapartida en el bando adversario, en el cual Komarov, el agente ruso caído en desgracia, es acompañado en sus turbias actividades por su joven y bella hija, aunque con menos éxito que sus circunstanciales aliados. Si bien Jai Courtney se ve cómodo en el rol del hijo y hace una buena dupla con Bruce Willis, éste es la única estrella del elenco, en el que nadie puede hacerle ni un poquito de sombra. Líder absoluto, dueño y señor de la franquicia, el actor no defrauda a sus seguidores, aunque la película no esté a la altura de sus más recordados éxitos.
Siempre es muy bueno, según mi criterio personal, no saber nada de la película que voy a ver para dejarme sorprender. En este caso esto se tornaba muy difícil ya que Bruce Willis (John McClane) interpretaba por quinta vez a su personaje. Sabemos que entramos a dejarnos llevar por un género establecido, en este caso la acción, lo que debe redundar en un filme de montaje de planos cortos, a velocidad extrema por los cortes, autos, motos, aviones, helicópteros y todo tipo de transporte humano que pueda explotar, estará presente. ¿Qué hizo que éste personaje, creado allá a fines de la década de los 80, sobreviva? Sobre todo su construcción. Un policía que siempre se encontraba en el lugar menos indicado, en el momento menos favorable, o sea en el medio de la tormenta. Uno podría equiparar a ese protagonista al de aquella primera entrega con Will Kane, el sheriff que interpretaba Gary Cooper en “A la hora señalada” (1952), sólo que en el caso de McClane siempre tuvo un ayudante sostenido y creíble durante todo el relato, situación que no se dio en la segunda, que no era el único yerro y fue la más floja de la saga, hasta ahora. Pero lo que lo constituyó como héroe de acción, además de representar a un cowboy urbano siglo XX, fueron sus maneras de enfrentar las situaciones. Capaz de romper con las reglas establecidas con el sólo fin de reestablecer el orden impuesto, inteligente, sagaz, carismático, impertinente siempre, y a pesar de ser un convidado de piedra (así se autodenominaba en la primera) parecía tener el control de las acciones, anticipándose a los antagonistas de turno. Esta situación en la producción que me ocupa no sucede, todo el desarrollo de las acciones, toda la construcción de la trama, está puesta al servicio de las imágenes explosivas. Se olvidaron del guión, o no le dieron la importancia necesaria. Sólo creyeron que transportar al personaje a un ambiente enteramente desconocido podría surtir efecto. Y hubiese sido así, si desde el guión hubieran explotado, valga la redundancia, o hubiesen hecho jugar a ese espacio como un protagonista, cosa que no sucede. Las escenas de acción bien podrían transcurrir en cualquier ciudad de los Estados Unidos de América. Tampoco sucede con el enfrentamiento cultural. Es verdad que los seres humanos lo son en cualquier lugar, que las virtudes y defectos se van repitiendo, pero constituir un contrincante ruso con las mismas características culturales de un yankee no sólo no ayuda, sino que atenta contra la verosimilitud del relato, y, por sobre todas las cosas, además, parece lamentable. La historia es demasiado sencilla. El bueno de John, ya entrado en años, como en situación para jubilarse, se entera que su hijo, al que cree un descarriado sin remedio, y por lo cual se hecha la culpa, cayo preso en la Madre Rusia. Allí va él al rescate pues no confía ni en los policías rusos, ni en sus leyes. Estas nunca aparecen en el juego, ni los policías ni son nombradas las leyes. Pero su hijo no es quien él cree que es, sino que es un oficial de la C.I.A. en una operación de rescate de un preso político ruso. Todo se complica. Nada se concreta como lo proyectado. El hijo finalmente debe aceptar la ayuda del padre y ambos deberán hacer todo lo posible para lograr el éxito de la misión. Si bien señalé las razones del fracaso de esta producción en tanto y en cuanto una saga, porque no responde demasiado bien a sus antecesoras, esto sea dicho desde el guión, el mayor pecado del producto sabiendo que siempre es totalmente previsible que el bueno debe ganar por definición y que el malo lo es por antonomasia, siempre había una pequeña cuota de suspenso, mínimo, pero bien trabajado, situación que hacia que el espectador se mantuviera expectante. En este caso, que se podría catalogar como una sucesión indiscriminada de escenas de acción, por supuesto bien filmadas, plagadas de efectos especiales muy bien resueltos, con un excelente montaje de sonido, buena selección de banda sonora, donde homenajeando a la original se puede escuchar a Beethoven, con algunos intersticios mínimos de historia, algunos gags tan elementales y clichés como poco efectivos, termina aburriendo. El realizador John Moore sabe técnicamente que se debe hacer a cada instante, la ideación y el diseño de posiciones de cámaras, los movimientos, la elección de los planos, son correctos y se adecuan al género, lo mismo pasa con la fotografía, pero respecto a la creación de climas de suspenso parece que ha quedo para otra oportunidad Dije al principio que me gusta ir sin saber nada del filme, en este caso el subtitulo, “un buen día para morir”, me dio la esperanza de encontrarme con algo diferente. El personaje me agrada sobremanera, Bruce Willis lo hizo famoso y viceversa, y en algún momento, antes de empezar a verla, quise pensarla como la muerte de John McClane, pero esto no sólo no sucede, sino que ya esta preparada la próxima.
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Ser padre hoy Duro de matar: Un buen día para morir es cine de acción familiar, en el sentido de hacer de la familia no solo un fondo narrativo sino la materia misma del relato. En muchas películas hay familias implicadas, por ejemplo en las dos Búsqueda implacable, pero allí se trata de rescatar a los seres queridos y no de integrarlos en la trama (salvo por esa escena magistral de la segunda en la que el padre le explica a la hija cómo descubrir su ubicación solo con un mapa y tirando granadas). El director John Moore entiende la cosa de otra manera: John McClane y su hijo se rencuentran, separan y unen finalmente a través de los lugares de paso obligado de una película de acción. Si desde siempre el cine es devorado por la figura materna y las relaciones de padre e hijo se encuentran relegadas cuando no directamente tapadas, la quinta entrega de Duro de matar viene a restituir ese vínculo elaborando una estampa paterna que también es la de todo un género y una época: el cine de acción de los 80 y parte de los 90. Como ocurría en la reciente El último desafío, donde a las velocidades casi lumínicas del crimen organizado actual Arnold Schwarzenegger le oponía su humanidad pesada, cansada e incorruptible, acá John McClane tiene que realizar un ajuste similar: caído de la nada en un complicado entramado de espionaje y política rusa, el tosco policía neoyorquino debe sincronizarse como puede con las circunstancias, es decir, disparando a todo lo que se mueve mientras escupe en la cara de sus enemigos unos improbables one-liners. Su hijo, producto de otro tiempo y otros códigos, no puede trabajar si no es con la asistencia de una enorme red de inteligencia detrás, por eso es que Jai Courtney (McClane Junior) , más allá de sus aptitudes actorales, nunca podría ser un héroe de acción como Bruce Willis; es que ya pasó el momento donde un hombre solo, al margen de las instituciones y apenas con un puñado de armas, podía enfrentarse a una organización criminal o detener un atentado terrorista. En líneas generales, el cinismo y la desconfianza ganaron la partida, y hoy por hoy es casi imposible imaginar una película de acción de esas características, que no se vaya toda en un retrato pretendidamente realista y su crítica de las agencias de inteligencia y sus ligazones con poderes políticos más grandes (la tetralogía de Bourne es un buen síntoma de esa tendencia). Son pocos los que pueden escapar a ese panorama desalentador en el que ya no hay cabida para los héroes de acción sino solo para los perseguidos por el Estado y sus brazos interminables. Se trata, claro, de sobrevivientes de la era anterior, que pueden darse el lujo de ser unos mercenarios libres de ataduras gubernamentales (Los indestructibles) o un sheriff incrustado en un inverosímil pueblito de western (El último desafío). Bruce Willis es otro miembro de ese club selecto: en Un buen día para morir llega a una Rusia consumida por las internas políticas y un terrorismo incipiente que, lejos de querer ser una denuncia del estado de cosas de ese país, funciona en realidad como una geografía de utilería para que John McClane atraviese a las corridas mientras hace explotar todo a su paso y nos recuerda que alguna vez hubo un cine de acción más libre y más lúdico, todo eso al tiempo que intenta reconciliarse con su hijo y brindarle unas clases en el nunca bien ponderado arte de volar cosas por los aires.
Confirmada la realización de una sexta entrega, se estrenó en nuestro país la quinta parte de la serie de acción ochentosa. Más grande, con las mismas mañas pero con la clara intención de ir comenzando a pasar el legado a una nueva generación, Bruce Willis vuelve a su papel de John McClane pero con un cambio de locación: Rusia. Allí su hijo está involucrado en una peligrosa misión para recuperar un expediente relacionado con Chernobyl retenido en una bóveda afectada por la radiación. Distanciado de su primogénito, McClane viaja hasta allí para recomponer la situación y termina sumándose a la vertiginosa aventura. Pochoclera hasta la médula, jamás habrá que tratar de encontrar profundidad en el argumento o composiciones brillantes: todos los ingredientes son prolijamente ubicados para disfrutar de pura acción en cine. Ni más ni menos. Persecuciones que desafían la ley de gravedad, tiroteos que parecen no acabar jamás y cuerpos resistentes a los peores golpes y caídas marcan el pulso de una buena dosis de acción sin demasiado sentido dramático. La decisión que trasladar la producción a Rusia es meramente decorativa.
Otra entrega de una saga indestructible En 1988 John McTiernan lanzó Duro de matar, basada en la novela Nada dura para siempre , de Roderick Thorpe y protagonizada por Bruce Willis como el policía neoyorkino John McClane. El filme renovó el género policial y trajo la desmesura en el cine, entre otras consecuencias. Después llegaron otras tres versiones, con propuestas cada vez más alocadas e inverosímiles. En la cuarta es secuestrada Lucy, la hija de McClane, quien se lanza a rescatarla. En esta quinta entrega de la saga aparece finalmente Jack, el hijo, interpretado por el australiano Jai Courtney. En la segunda secuencia se observa a McClane practicando tiro en un polígono y un ayudante suyo se acerca para informarle que finalmente localizaron a Jack, de quien el padre está distanciado y hacía varios meses que carecía de noticias. "¿Morgue u hospital?", pregunta McClane. "Peor", le responde el interlocutor. Luego le aclara que está preso en Moscú y le advierte que en Rusia los policías suelen hacer las cosas a su manera. "Yo también", contesta McClane, quien inmediatamente vuela hacia la capital rusa. Allí McClane se entera que Jack es un agente encubierto de la CIA y que su misión es proteger a Yuri Komarov, un preso político encarcelado desde hace cinco años por orden de su ex socio Víctor Chagarin, un hombre que se perfila como relevante figura política de su país. Aunque McClane insiste una y otra vez que está de vacaciones, no puede impedir verse envuelto en increíbles y muy trajinadas aventuras, pero manteniendo su férrea "indestructibilidad". Todo eso lo vive en compañía de su hijo, que registra la misma energía que el padre, pues como dice el refrán, "de tal palo, tal astilla". Lo único que lo diferencia es su falta de humor, que McClane no olvida, ni siquiera en los momentos más dramáticos. La historia se desarrolla en dos escenarios: Moscú (aunque las secuencias fueron filmadas en Budapest), donde ocurren las imágenes más delirantes, con centenares de automóviles destrozados; y Chernobyl, pero el por qué de este sitio lo debe descubrir el espectador. Desde el inicio del relato Chagarin se muestra interesado en recuperar un "expediente" que lo involucraría y que Komarov mantendría oculto en algún lugar. En realidad se trata de un McGuffin, de cuya existencia sólo tienen conocimiento Chagarin, Komarov y la hija de éste. "¿Buscas los problemas o los problemas te encuentran a ti?", le pregunta Jack a su padre. "Es una pregunta que vengo formulándome desde hace mucho", responde. El espectador también. En nuestra crítica de Duro de matar , la primera versión, la calificamos de "novísima expresión de cine catástrofe con envoltura policial". Si eliminamos "novísima", lo demás conserva su vigencia. Aquí los "malos" vuelven a ser los rusos, como en la época de la Guerra Fría (¿qué dirá Putin de esto?), las acciones toman dimensiones dantescas y McClane se ha convertido en un estereotipo absoluto, con buen olfato como policía, pero con características de robot. Lo más penoso son los diálogos que McClane mantiene con Jack, cuando intenta recuperar su condición de padre y que el hijo lo llame "papá" en lugar de John. Son una suerte de oasis en medio del caos y en esos momentos McClane se vuelve increíblemente nostálgico.
Bruce Willis, llega después de seis años más duro de matar que nunca. Este es el regreso de otro personaje entrañable, John McClane, a quien conocimos en 1988 como “Duro de matar” dirigida por John McTiernan, donde un grupo terrorista se apodera del edificio Nakatomi Plaza y secuestra un grupo de personas que asistían a una celebración, y él terminaba salvando a todos. Terminó siendo una saga con un gran éxito en la taquilla. Hoy el protagonista Willis tiene 57 años y esta tan vigente como hace 25 años. También sucede lo mismo con Stallone, Schwarzenegger, estos héroes de acción, que ya los vimos en “Los Indestructibles 1 y 2” y esto continua. Schwarzenegger estrenó hace pocos días “El último desafío”. Asistimos a esta película protagonizada por Willis con el mismo carisma, su sonrisa encantadora, sus frases divertidas, esa mueca socarrona, las persecuciones, explosiones, corridas, él no busca los problemas los encuentra, y ya está dispuesto para firmar la sexta parte de esta atrayente saga. Todo comienza cuando su hija Lucy (Mary Elizabeth Winstead), lleva al aeropuerto a su padre John McClane (Bruce Willis), le regala una guía con algunas palabras para que pueda comunicarse con los rusos, lo deja en el aeropuerto. Él debe reencontrarse con su hijo Jack McClane (Jai Courtney, trabajo en la recientemente estrenada “Jack Reacher”, 2012) fue arrestado, conjuntamente con otro personaje importante este va a testiguar contra un multimillonario ruso. Cuando llega a Rusia, nos vemos frente a una secuencia inicial con toques de humor, John McClane necesita trasladarse al Juzgado para saber que paso con su hijo, el taxista comprende lo que le dice mientras él lucha a través de una guía que tiene para comunicarse, cuando descubre que es neoyorquino no para de recordarles canciones de Frank Sinatra como “new york new york”. Ante el congestionamiento de tránsito decide llega por otra vía, apenas aparece en el lugar de destino una serie de autos explotan al compas del tema musical “el himno a la alegría”, un prisionero político guarda un expediente buscado por un ministro, quien lo protege en forma encubierta es Jack McClane quien es una agente de la CIA, y John McClane una vez está de nuevo en el momento equivocado y el lugar equivocado. En medio de todo esto se vuelven a reencontrar padre e hijo, pero no ocurre de manera convencional, sino entre explosiones, persecuciones, luchas cuerpo a cuerpo, destrozando todo tipo de autos, autos volando, detonaciones de edificios, rotura de vidrios, helicóptero, mucha acción durante todo el film. Hay traiciones, tensión, intriga, sorpresas, rusos malos, y un toque nostálgico. Los espectadores mantienen su interés a lo largo de la historia porque su ritmo es intenso, vertiginoso y cada escena tiene gestos, humor y diálogos ocurrentes, tiene personajes como Sebastián Koch, el villano de turno, y la cautivante Yulia Snigir (29), actriz y modelo rusa. Es increíble un film con un flojo guión y con algún problema de montaje, pero que entretiene a lo largo de una hora y media y es un gran merito de su protagonista que sigue agradando a sus seguidores y al género. Tenemos Bruce Willis para rato porque se viene la sexta.
Duro de matar, un buen dia para morir, es una película pensada especialmente para entretener y despejar al espectador de sus problemas con una gran parafernalia visual y auditiva, sin darle mucha importancia a la poca verosimilitud de sus escenas. Creo que todos los diálogos de la película entran prácticamente en una servilleta de papel, por eso te puede parecer buena o...
A LOS BALAZOS EN RUSIA Volvió McClane. Y volvieron a Rusia los villanos. Como si fuera parte de un autohomenaje, el opus 5 de esta buena saga logra estar por encima del estándar de un género que tiene casi como único apoyo las escenas de acción. Aquí va a rescatar a su hijo, empleado de la CIA, una empresa muy movida. Y entre los dos, mientras le pasan revista a su vínculo, matan gente mala y escapan de casi todos. El filme es ágil, incansable, con algunas persecuciones magníficas. Y el gran Willis le pone clima, colorido y sorna a un filme entretenido. Comienza en Moscu y termina en Chernobyl. Arranca burlándose de la edad del protagonista y termina exaltando su experiencia. Un homenaje a la sabia veteranía.
Pochoclos y metralletas ¡Volvió "Duro de Matar" con un Bruce Willis más 2.0 y se armó un despelote bárbaro! Sinceramente no entiendo las defenestraciones desmesuradas por parte de la crítica para con esta nueva entrega de las aventuras de John McClane. No es la mejor entrega de todas, estamos de acuerdo en eso, pero no me parece que haya sido irrespetuosa con el espíritu de la saga y tampoco considero que haya sido aburrida, de hecho tiene algunas secuencias de acción que realmente dejan sin oxígeno. Al pobre Bruce Willis lo han tratado hasta de marioneta de las inescrupulosas productoras hollywoodenses, una cuestión que resulta exagerada e ingenua. El combo ideal para un buen rato cinematográfico es trama + producción (incluidos aspectos técnicos), algo con lo que esta nueva entrega cumple en un 50% y 70% respectivamente. Teniendo en cuenta las últimas tramas casi inexistentes que se vienen proponiendo en un gran número de estrenos recientes, esta entrega a cargo del irlandés John Moore ("Tras líneas enemigas", "El vuelo del Fénix", "Max Payne") es un producto pochoclero no muy brillante, pero que en promedio logra entretener y divertir al espectador superando a otras alternativas del género. Digamos que es un 6, una calificación que roza la mediocridad pero que logra su cometido, pasa la prueba, está por encima de los productos berretas. Hay algo con lo que sí coincido con la crítica en general y es que se la ha quitado esa importante tridimensionalidad al personaje de McClane, se ha perdido un poco entre tanto artefacto visual, pero esto no es un problema de este film en particular, sino que ya en la 4ta entrega (Wiseman) se fue perdiendo. Refritar frases icónicas de la saga no basta para reconectarnos con el legendario personaje, el "yipi ka yei mother fucker" ya fue. Tiene que estar realmente presente McClane, con su personalidad arrolladora, y no sólo Bruce Willis tratando de acordarse como era el personaje que nos compró a todos en la década del '90. Otro inconveniente tuvo que ver con la elección de los villanos, que sin ser insatisfactorios, no llegaron ni cerca a tener la presencia de un Alan Rickman (Hans Gruber) o un Jeremy Irons (Simon Gruber). Los actores Sebastian Koch (Komarov) y Yuliya Sniger (Irina) componen a estos villanos contemporáneos sin mucho carisma, fríos y genéricos. Con el tiempo solemos ponernos melancólicos y quizás en un par de años digamos: "pero si no era tan mala...". Yo le doy un "zafa raspando" y recomiendo a los incansables del cine de acción. Vértigo, buenas persecuciones y tiros al por mayor, están asegurados.
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Mclane y Mclane Junior a puro despilfarro de municiones La quinta entrega de la saga provocó cierto revuelo y expectativa. Con seguridad es la más floja de la serie, pero ello no quita que brinde un ameno entretenimiento y un dispendio de increíbles explosiones. En esta oportunidad, Mclane padre intentará rescatar a su hijo en Rusia y termina trabajando con él, encontrándose con la grata sorpresa de que éste es un agente de la CIA. Un Bruce Willis que pese a estar a 25 años de la primera Duro de matar sigue otorgándonos un incansable ritmo, esta vez empujado por el plus que le da el hecho de tener que “proteger” a su insensible retoño. Lo que se puede destacar es un manejo de cámara muy moderno y creativo por parte de John Moore, con secuencias de mucha adrenalina y dinamismo. La acción dice presente casi todo el tiempo y los disparos, las explosiones masivas y los bombazos copan la pantalla intentando conservar el espíritu de todas las ediciones, aunque por momentos de un modo tan exagerado que nos hace fruncir el ceño un poco. Acertadas pinceladas humorísticas, tiroteos por doquier y alguna que otra vuelta de tuerca interesante, la película peca de tener un guión muy poco elaborado y unos enemigos mucho más débiles de los que estábamos acostumbrados a ver y disfrutar en todas las anteriores cintas. LO MEJOR: mantiene la acción, los efectos, explosiones y tiroteos. LO PEOR: no llega a generar una tensión vibrante, el guión, los villanos no parecen estar a la altura. PUNTAJE: 6,80
¡GRANDE, PA! DURO DE MATAR (DIE HARD, 1988) probablemente es, sea y siempre será la mejor película de acción de la historia. No por nada Joey y Ross de “Friends” gritan en unísono su nombre o la ven dos veces seguidas por la simple razón de que el bruto Tribbiani alquiló la 1 repetida, en vez de la 1 y la 2 (“Oh, well we watch it a second time and it’s DIE HARD 2!”). Sus escenas de acción, su irónico sentido del humor, su villano y su héroe son insuperables, pero eso no quita el hecho de que Hollywood haya intentando repetir esos elementos en una saga de secuelas sólidas y entretenidas, pero nunca a la altura de la primera. La quinta de esta serie, DURO DE MATAR: UN BUEN DÍA PARA MORIR (A GOOD DAY TO DIE HARD, 2013), no es la excepción, pero si presenta algunos factores que hacen que la franquicia siga manteniéndose fresca y, aparentemente, inagotable. Uno de esos factores es el personaje del hijo de John McClane (Bruce Willis, más arrugado pero ¡aun de 10!), Jack (Jai Courtney), un agente de la CIA que, durante un operativo en Moscú, es atrapado y enviado a prisión. Su padre viaja hasta allá para sacarlo, pero termina involucrado en la misión de su primogénito - la de proteger a un ruso dispuesto a atestiguar contra un empresario maloso -. Los realizadores supieron explotar bien a Jack (un espía) ya que es el primer compañero de aventuras que, a nivel físico, realmente está a la altura del protagonista - perdón por Samuel Jackson (un hombre común) y Justin Long (un nerd), pero es verdad -. Si bien nunca llega a ser tan carismático, ambos comparten una buena química y simpáticas escenas familiares (muy indianajonesnianas), y hacen que las secuencias de acción sean (ahora sí) doblemente explosivas. Como un buen hijo, DURO DE MATAR: UN BUEN DÍA PARA MORIR intenta ser la viva imagen de su padre, la primera parte. Así es como regresa un poco a sus raíces y se agradece que sea más violenta que su predecesora (la 4ta, apta para mayores de 13), o que nos devuelva al Willis puteador que tanto amábamos. Y pese a que no hay escenas de acción muy memorables (dejando de lado la del camión colgado del helicóptero, es más que nada un tiroteo tras otro, con un persecución o una explosión en el camino), estás se presentan atractivamente como más toscas, clásicas, sin tanto CGI (al menos en la primera mitad) y poco limpias. Para lograr esto, el director John Moore tuvo que unirse a la franquicia y aportar en ella eso que en MAX PAYNE (2008) se olvidó de poner. Descartando su amada cámara lenta, todo aquí es frenético y electrizante. Antes de entrar de lleno en la narración, se siente como que aquel estilo cuasi-documentalista promete marearte durante hora y media, pero no lo hace. Le da un aire novedoso y un toque de furia, adrenalina y realismo que la vuelven la entrega más interesante, visualmente hablando. Pero si pensamos en su guión, es otra cosa. La trama de “protejamos al testigo” es algo reciclado de incontables otras cintas de acción; el potencialmente carismático villano está desperdiciado; la brusca vuelta de tuerca final no le hace bien a la historia; hay algunas soluciones fáciles en el relato y la entrada del personaje de Willis a la trama está algo forzada (lo que hace que a veces se sienta más como una película de McClane Jr.). Pero jamás aburre y jamás rompe el verosímil que fue construyendo en cada secuela. Porque si creen que John a veces actúa como un demente o que es tan duro de matar que se hace imposible de creer, es porque no lo recuerdan saltando desde un edificio estallando, con una manguera atada a su cintura; haciendo explotar un avión con un encendedor; caminando por las calles de Harlem con un cartel de "Yo odio a los negros" o derribando un helicóptero con una patrulla de policía por la simple razón de que se le habían acabado las balas. Las reglas del mundo de McClane no solo siguen intactas… ¡se amplían! Así como DURO DE MATAR 4.0. (LIVE FREE OR DIE HARD, 2007) exploraba la relación entre John y su hija (Mary Elizabeth Winstead, quien aquí vuele en un pequeño papel), este nuevo film profundiza un poco más en eso. Pero, como no hay mucho tiempo para el drama familiar, las disputas entre John y Jack se resuelven rápidamente. Esto puede hacer parecer al film perezoso o chato, pero lo cierto es que las pocas escenas que comparte el dúo hablan lo suficiente de ellos, su relación y de lo que es ser un McClane. Ese apellido significa que no son de las familias que se abrazan sino de las que son buenas matando a los malos. Además, el film dura solo 97 minutos y hay que mantener entretenido al público sediento de acción (y asientos con portavasos). Llegando al final, DURO DE MATAR: UN BUEN DÍA PARA MORIR se toma solo 4 o 5 minutos para decir todo lo que quiere decir y, de paso, explicar su título: McClane padre le dice a su hijo que, a pesar de todas los mierdas que tuvieron que enfrentar a lo largo de 24 horas, ese fue un buen día ya que pudo compartirlo con él. Sabe que no morirán. Pero, si llegara a pasar, ¿qué mejor manera de hacerlo que junto a un hijo que acaba de decirte que te ama? Obvio, está muy lejos de ser la mejor de la saga (solo supera a la 2), pero nunca deja de divertir. Y eso es exactamente lo que buscamos en films como estos. Eso sí, esta secuela demuestra que DURO DE MATAR de a poco va dejando de ser acción y nada más para convertirse en el retrato de la vida de un hombre y su legado. Pero no cualquier hombre. El más duro de matar, ya saben.
Duro de Matar: Un Buen Dia Para Morir es la quinta entrega de la venerada saga que comenzara en 1988 y redefiniera por completo el género del cine de acción. Pero Duro de Matar 5 no es ni por asomo el mejor capítulo de la franquicia: la historia tiene agujeros grandes como estadios de futbol, y la durabilidad de John McClane es tan excesiva que parece haberse convertido en una especie de ciborg indestructible a lo Terminator. Pero aún con todos sus grandes problemas, Duro de Matar: Un Buen Dia Para Morir tiene una energía envidiable y algunas escenas de acción tan ridículas como excitantes. No es un buen filme, pero sí es uno entretenido. Ciertamente el público norteamericano le dió la espalda, en gran parte gracias al apedreo generalizado de la crítica. El primer defecto grave del filme es que John McClane se siente más como un secundario que como protagonista de su propia película. Es cierto que Bruce Willis está viejo (casi en sus 60 años), pero el tipo está mucho más fresco que Schwarzenegger y Stallone juntos, amén de que posee mucho más carisma. También resulta entendible el deseo de fabricarle un sucesor - en la figura de su hijo, encarnado por Jai Courtney, el cual es bastante bueno en el papel y posee algo de los genes cínicos del viejo John -; pero quizás el quid de la cuestión resida en el deseo de trasladar la acción a Rusia - escenario novedoso y exótico para el cine norteamericano, aún cuando ya pasaron casi 30 años desde la caida del comunismo -. Como John no conoce un choto de ruso, está empardado con el más fresco, experimentado y astuto Jack (John Jr), el cual se maneja como pez en el agua en las calles moscovitas. Eso hace que Jack siempre vaya un paso por delante de John, y que John haga las veces de comic relief, sólo que armado hasta los dientes. El escenario ruso fuerza mucho la credibilidad de las cosas. Como no hay contactos ni amigos en Rusia, la historia debe ser simplificada al máximo - Jack y John van a dos o tres lugares a perseguir a los malos, sitios entre los cuales se incluye el escenario del climax -. Esto también reduce el número de personajes, lo que también complica el giro sorpresivo habitual que poseen las entregas de la saga - una revelación sobre las verdaderas intenciones del villano o algún traidor escondido en donde uno menos lo espera -, el cual aquí resulta extremadamente traído de los pelos. Uno termina por rechinar los dientes cuando se descubre la verdad de la milanesa, y termina encogiéndose de hombres mientras dice "oh, sí... claro...". Mientras que la historia deja mucho que desear - ¿por qué no liquidar a Komarov desde el vamos?; ¿por qué todos los malos desconocen la palabra "sutil", y vuelan edificios enteros por los aires, o los arrasan desde helicópteros fuertemente artillados... todo esto en medio de Moscú, y sin que intervenga ni la policía ni siquiera la fuerza aérea?; ¿cómo es que los chechenos van a los bares cargados de ametralladoras, municiones y granadas... justo las necesarias para que John y Jack puedan enfrentarse al ejército de villanos en el minuto final? -, la acción está rodada como los dioses. No es la acción propia de Duro de Matar - en donde John siempre llegaba con las últimas fuerzas a liquidar a los malos y las cosas funcionaban por un pelito de suerte -, sino más la de Michael Bay de sus últimos filmes; hablamos de secuencias gloriosamente ridículas, en donde la física, la biología, la medicina (y la lógica) no existen en este universo. Camiones artillados que arrasan decenas de autos como si fueran galletitas, tipos cayendo por un tubo desde un edificio de 20 pisos de altura y saliendo con dos o tres rasguños, o individuos montándose a balazos en el pleno centro de Chernobyl, en donde la radiación se encuentra a niveles estratosféricos. Eso sin contar un salto de 200 metros desde la cola de un helicóptero en picada, montaje que es tan espectacular como absurdo. Aún cuando sea la entrega más floja (en terminos de lógica e historia) de la saga, Duro de Matar: Un Buen Dia Para Morir no deja de ser divertida. Hay que verla sin pretensiones - sin esperar un gran villano como Hans Gruber, o un despliegue de inteligencia como la correría en Central Park de la tercera entrega, ni una persecución desesperante siquiera como el climax con el caza de la versión 4.0 -, y dejarse llevar por su despliegue descerebrado. Quizás haya llegado el momento de jubilar a John McClane (o quizás de rebootearlo con alguien más fresco), pero - a riesgo de sonar sacrílego - yo me sigo divirtiendo con el viejo Bruce, el cual tiene más pasta que 10 héroes de acción (de ahora) juntos, aún cuando funcione al 15% de su capacidad.
Todos tus muertos La mejor manera de estar a tono con este refrito es copiando y pegando torpemente algo ya escrito para otro fin. Así que ahí va una parte de lo que ya había publicado sobre Después de la Tierra y la relación entre los videojuegos y el cine de entretenimiento: Hace un par de décadas los videojuegos consistían en un único camino que el personaje principal debía seguir, todo pasaba por salir del punto A para llegar al B, con previsibles obstáculos en el medio. El cine en cambio mostraba todo su espesor y los primeros intentos de adaptar un simple juego al lenguaje cinemátográfico más complejo naufragaron en su propia inconsistencia. Hoy la fórmula de ha invertido por completo. Algunos juegos se han convertido en un abanico infinito de posibilidades y el cine de entretenimiento muestra historias de un único, elemental, camino. Esa película reseñada por lo menos cumplía con cierta dignidad y criterio para la puesta en escena y trataba de no traicionar su propia lógica interna. Nada de eso ocurre en este caso. Que Bruce Willis (cansado y autoparódico, como si estuviera en un sketch de Saturday Night Live) mate a todos sin recibir un rasguño está dentro de las reglas del juego, lo mismo que el cuentito retrógrado del yanki mojándole la oreja a los rusos (en tu cara y en tu cancha), unos rusos fríos y calculadores, y como impone el cliché, amantes del ajedrez. Lo imperdonable está en que las escenas de acción están mal resueltas. Lo inverosímil pasa a ser la norma y los propósitos que impulsan a los personajes para hacer lo que hacen (cosa que estaba mínimamente cuidada en las otras películas de la saga) más que insondables son sumamente ridículos. Sólo se la puede disfrutar como un chiste. Como un chiste fácil.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.
"El apellido te queda grande" A partir de la 4° película de esta saga (que habrá que analizar si merecía seguir siendo explotada) el paso del tiempo y las nuevas modas del cine obligaron a reacomodar algunas piezas del tablero para que las aventuras de John McClane calaran hondo en el nuevo público al cual se dirigían. Por eso aparecieron los tan mencionados hijos de McClane, quienes azotan con problemas más modernos al policía más capo de los Estados Unidos para hacerlo pasar por situaciones más complicadas que los mismos villanos de turno a los que se enfrenta. En esta 5° entrega sin embargo la pifiaron bastante feo, ya que la relación padre-hijo (interpretado por Jai Courtney) que intentaron construir entre los personajes centrales del film no funciona como tal y cuando el relato atraviesa los recientemente agregados e innecesarios pasajes emotivos y reflexivos termina haciendo agua por todos lados. Hay varios de esos momentos en donde Bruce Willis y Jai Courtney tienen diálogos que intentan reflejar una relación familiar conflictiva pero no pegan ni encajan con el ritmo de una saga que se caracterizó por no tenerlos. A diferencia de Lucy (la hija interpretada por Mary Elizabeth Winstead) quien en la película anterior cumplía el rol de “la dama a salvar” y su función pasaba a ser similar a la de su madre en los dos primeros films, Jack McClane Jr más que un hijo parece un policía colega de su padre que esta igual de loco que él. También es una falla de esta producción haber elegido a un actor sin carisma, ni el talento necesario (tampoco es demasiado) para darle vida al hijo de John McClane. Otro desacierto de esta nueva entrega “Duro de Matar” es que el guión de Skip Woods le quiso dar peso a dos protagonistas, convirtiéndola en una falsa buddy movie y rompiendo la regla básica de esta saga: McClane hace todo lo imposible completamente solo. Tener a padre e hijo corriendo de aquí para allá, en medio de una fría y alborotada Rusia (¿Era necesario sacarlo de NY?) para hacer absolutamente lo mismo llegado el caso (tiroteo, persecución, etc) resulta, sinceramente, bastante aburrido. Sin embargo hay dos aspectos que me parece vale la pena destacar de este regreso a la pantalla grande de uno de los grandes ídolos del genero y es el increíble apartado visual y técnico que presenta esta película. Nunca habíamos visto tanta espectacularidad en alguna de las entregas anteriores de esta saga: Desde la impecable y frenética introducción al conflicto, pasando por la monstruosa persecución en pleno centro de Rusia, hasta llegar a ese explosivo y destructivo final, “Duro de Matar: Un buen día para morir” no solo cumple con las dosis de acción necesarias para ser un producto entretenido sino que sorprende visualmente de gran forma. El otro es punto a su favor es la edición a manos de Dan Zimmerman, quien junto al director John Moore, logró contar en tan solo 98 minutos una historia de McClane, lo cual es llamativo ya que todas sus películas anteriores rondaban por las dos horas y monedas. Un ritmo entretenido y dinámico, sumado a la espectacularidad visual impensada hace unos años dentro de esta saga convierten a esta quinta entrega de “Duro de Matar” en un producto aceptable y bastante disfrutable pero que está lejos de todas sus antecesoras y completamente descolocado dentro de la gran tradición creada y defendida a balazos por ese icono de la acción que es John McClane.