El amante es una propuesta más que interesante para disfrutar en el cine. La historia atrapa rápidamente al espectador, a pesar de ser simple y corta, ya que en este filme pesa más la realización que el relato en sí. Por eso es posible que a algunos les parezca un poco lenta, ya que en su duración de dos horas...
Libertad, amor mío El director italiano Luca Guadagnino y la actriz escocesa Tilda Swinton han conformado una extraña pareja (artística) que alcanza en El amante su mejor versión. Es ella -una de las productoras del proyecto- lo más destacado de un film de claro espíritu viscontiano sobre las desventuras (y aventuras) afectivas de una matrona de origen ruso en el sento de una familia aristocrática de Milán. El film -que también tiene algo de Madame Bovary- expone los usos y costumbres, las contradicciones y las miserias, los secretos y mentiras del núcleo intergeneracional (abuelos, padres, hijos) y cómo se maneja el poder dentro de una empresa familiar que tiene (debe) adaptarse a los retos de la globalización. En medio de ese universo bastante tenso y represivo, la Emma de Swinton (quien aprendió a habar italiano con acento ruso para este trabajo) encuentra el placer y el escape en un affaire con un joven chef (Edoardo Gabbriellini). Me gusta el sentido del erotismo que maneja el film, pero las escenas de sexo -en especial una larga en medio de una naturaleza exuberante- me parecieron demasiado forzadas, calculadas y, por momentos, hasta un poquito grasas. El amante consigue en ciertas secuencias una gran intensidad dramático-emocional y hasta fascina con sus climas que van de lo opresivo a lo sensual. Sin embargo, en otros pasajes, a partir de la invasiva música de John Adams y los regodeos exhibicionistas del DF Yorick Le Saux cae en ciertos clisés del cine de qualité y en el ejercicio de estilo. Más allá del notable protagónico de Swinton, Guadagnino construye interesantes personajes secundarios (el rígido marido, la hija lesbiana que interpreta Alba Rohrwacher, la ama de llaves que encarna Maria Paiato y que todo lo entiende). Melodrama nominado al Globo de Oro al mejor film extranjero y al Oscar por su vestuario, El amante es de esos films que pueden dividir aguas. Quienes gusten de las pasiones amorosas con elementos trágicos, de las historias que van contra las convenciones sociales y la corrección política, la película de Guadagnino constiutye uno de esos estrenos que ya no abundan y que no debería pasar inadvertido.
La receta de la pasión Produccíon italiana que hace foco en la vida de una familia de Milán, sus negocios y relaciones amorosas. Emma (una magnífica Tilda Swinton, aquí también en el rol de productora), es una mujer que dejó Rusia para seguir a un poderoso industrial con el que tiene tres hijos. Pero Emma está insatisfecha y su vida cambia cuando conoce al socio (Edoardo Gabbriellini) de su hijo, un chef que la cautiva. "Feliz es una palabra que nos pone tristes" asegura uno de los pasajes y en los ojos de Emma se percibe una gran confusión: o seguir como está o sumergirse en una relación apasionada con el joven cocinero, y a espaldas de su familia y de su hijo. El amante es un melodrama que hace tambalear la estructura de un clan conservador (también lo era el film del mismo título de Jean Jacques Annaud) cuando la pasión y la traición entran en juego. La trama transmite la sensación de inestabilidad de Emma, quien permanece atrapada en su propia jaula de cristal. Nominada al Gobo de Oro como "mejor película en idioma extranjero" y al Oscar en la categoría "vestuario", la película recurre a elaborados planos secuencias y a escenas eróticas narradas a través de primerísimos primeros planos (con figuras desdibujadas). La trama encamina a los personajes (la madre, los hermanos, el padre siempre distante) hacia la tragedia y la presencia de la comida actúa como una poderosa arma de seducción que, inexorablemente, trae problemas. Tilda Swinton (ganadora del Oscar por su papel en Michael Calyton) compone a una Emma etérea, de mirada penetrante, y demuestra que su talento permanece intacto desde Orlando.
Qué cosa es el amor, medio pariente del dolor En el seno de una muy tradicional familia de la alta burguesía italiana, Emma (Tilda Swinton) es una rara avis. Sociabilizada con los años, aunque no asimilada totalmente, a causa de su matrimonio previsible y fructífero con Tancredi (Pippo Delbono), es una anfitriona perfecta y una madre dedicada. Pero en su interior languidecen los sueños rotos y anhelos de desestructura que ve, algo frustrada, realizarse en sus hijos. Su preferido, y el elegido para ser el sucesor de su abuelo, es Edoardo (Flavio Parenti); pero últimamente no está generando una buena impresión en la familia, ni hablar de los celos de sus hermanos. Es gracias a Edoardo que Emma llega a conocer a Antonio (Edoardo Gabbriellini) y cuando este joven y excéntrico cheff demuestra ser un espíritu afín, no tarda en caer en la más clásica de las aventuras amorosas. Otra marca más en una trama familiar que lo tiene todo: secretos, sentimientos reprimidos, y una obsesión enfermiza por el status y el dinero. Luca Guadagnino (responsable de la versión cinematográfica de "Cien cepilladas antes de dormir" de la precoz Melissa P.) intenta aquí brindar una película a la altura de un buen clásico. Lo hace buscando el efectismo de una puesta en escena ambiciosa, preciosísima fotografía, una estructura narrativa lineal y comprensible; incluso desde el diseño de los títulos iniciales, se puede intuír de qué va la cosa. Lamentablemente y pese a sus innegables méritos técnicos, todo este esfuerzo sirve mayormente para realzar la enorme figura de Tilda Swinton, una mujer con todos sus dobleces y misterios a la vista que constituye casi la única gratificación para el espectador. Su Emma, solitaria pese a la aparente plenitud de su vida como matriarca de una poderosa famila, es la típica criatura de destino trágico que a fuerza de correr contra su naturaleza sólo contribuye a precipitar ese destino del que escapa. A su lado, el resto de los personajes (incluído el Antonio que interpreta Edoardo Gabbriellini, adecuada contraparte de Emma y su objeto de deseo lógico) palidece bastante, y sobre el final, el clímax es anticipado por un crescendo intenso que deviene inexplicablemente moroso, arruinando en parte el efecto de lo que podría haber sido un poderoso final para este drama familiar. No obstante, teniendo en cuenta la falta de propuestas verdaderamente cinematográficas (de esas que nos hacen recordar cada tanto qué bueno que era el cine antes de la era de los candybares), "El Amante" es una muy buena opción para reencontrarse con la mística de la pantalla grande.
Ante el simulacro del gran cine No se puede afirmar que el panorama cinematográfico italiano actual sea digno de halago. Se trata, en su gran mayoría, de películas sobre la familia, la falta de afecto o la soledad, pero que tocan el tema de manera superficial. Una nueva muestra de ello es El amante (Io sono l’amore, 2009), que no pasa de ser un pretendido trabajo de estilo y autoría en la que su director, Luca Guadagnino (Melissa P., 2005), evoca sin acierto a Luchino Visconti y aglutina sin emocionar clichés de lo triste y lo melancólico. El film arranca con una larga escena en la que se nos muestra una ostentosa cena familiar para celebrar el cumpleaños del abuelo de la casa. Como si de una versión contemporánea de la aristocracia presentada de forma sublime por el director de El gatopardo (Il Gattopardo, 1963) se tratara, Guadagnino filma con respeto y elegancia a los comensales y también lo que ocurre entre fogones. El problema es que su puesta en secuencia no es tan compleja como la de su maestro y no puede recoger los matices y la densidad que lograra éste otrora. No obstante, su inicio no es tampoco reprochable en exceso. El gran contratiempo sobreviene pasado este arranque, justo cuando la cámara abandona la casa para mostrarnos las calles de Milán y el deambular de Emma (Tilda Swinton) a través de éstas. Más allá de que las ganas de enseñar la desidia de un determinado personaje y su aburrimiento vital sea a estas alturas un tópico para el que no ha encontrado este tipo de cine soluciones, es muy triste ser testigo de cómo las elecciones narrativas y estéticas del cineasta lastran cualquier atisbo de lograr emociones y de arriesgar en el plano artístico. Un excelente ejemplo lo encontramos en un sueño de la protagonista que entra a empellones dentro del relato al ya cansino y sobado ritmo que marca el videoarte. Mientras que en trabajos superlativos como Yuki & Nina (Nobuhiro Suwa, 2009), El camino de los sueños (Mulholland Drive, 2001) o El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (Tío Boonme) (Lung Boonmee raluek chat, 2010), un recuerdo es una ventana a otro mundo, a un misterio y, finalmente, una puerta abierta a narraciones paralelas, aquí nos encontramos con un fútil y revenido intento de mostrar las debilidades psicológicas de la protagonista. El amante es, pues, una película profundamente conservadora en sus formas que, sin embargo, pretende elaborar un discurso formal valiente, moderno y reflexivo. Nada más alejado de la realidad. Nada más lejos de Copia certificada (Copie Conforme, 2010), por ejemplo. No obstante, son bastantes los críticos que se han rendido a ella y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Es posible que no sólo el cine mediterráneo sino también el arte de entenderlo haya caído en un notable conservadurismo?
La primera vez que vi a Tilda Swinton en el cine fue en una función vespertina de Orlando (1992) en el viejo cine Trocadero de la peatonal Lavalle. Ante la camada de actrices que se venían de Hollywood con Julia Roberts y Winona Ryder a la cabeza, esta actriz inglesa ofrecía otro prisma abordando un papel dificilísimo en esa película de Sally Potter. Casi 20 años después, la capacidad y versatilidad de Swinton parecen no tener límites todavía, lo cual es un camino lógico para alguien que se toma tan en serio su trabajo. Aunque se trate de una película como El Amante, producida por ella misma. El análisis de esta realización bien puede dividirse en dos aristas. La primera tiene que ver con las actuaciones de todo el elenco y algunos aspectos técnicos como la excelente fotografía de Yorick Le Saux cuya muestra de su talento pudimos ver recientemente en Carlos. Le Saux aplicó un concepto visual fundamental para cumplir con una historia que se desarrolla en invierno y en verano. La segunda arista es la película en sí y su temática sobre la necesidad de liberación de una atmósfera subyugante generada en el seno de una familia aristocrática de Milán. Emma (Tilda Swinton) es oriunda de Rusia. Una vez conoció a Edoardo Recchi (Gabriele Ferzetti), un rico empresario textil Italiano con quién eventualmente se fue a Milán, se casó y formó una familia. También significó una vía de escape de la situación agobiante en la Unión Soviética del fin de la Guerra Fría. Al comienzo vemos a Emma muy concentrada yendo y viniendo del comedor a la cocina mientras le da directivas al personal doméstico (en un soberbio italiano con acento ruso) para preparar una cena familiar importante. En este momento entendemos que Emma es mas una jefa de mozos que una esposa. Una sutileza para establecer una situación en la que si bien ella es parte de la familia, nunca llegará a pasar todas las barreras conservadoras y aristocráticas para llegar a una pertenencia absoluta. O sea, Emma salió de una situación opresiva para meterse en otra con otros ribetes. Necesita escaparse o al menos un escapismo. En esta cena el padre de Edoardo, Tancredi Recchi (Pippo Delbono), anuncia su retiro y el pase de la empresa a manos de su hijo. Algo que todos esperaban excepto por un detalle: Tancredi le da la misma participación a su nieto Edoardo Jr. (Flavio Parenti), lo cual dispara un juego interno que tampoco llega a desarrollarse. No olvidemos que desde un principio la historia, el conflicto y el mensaje pasan por Emma. Hablando de ella, en estos interines conoce a Antonio (Edoardo Gabriellini), un cocinero amigo de su hijo cuya presentación en la película sirve como punto de partida para colocar el conflicto al frente de la obra. Emma se siente impulsivamente atraída hacia Antonio (escena de miradas en la cocina brillantemente actuada por… ah, cierto! Ya lo dije). En él, (y en el deseo que ella siente) ve una ventana hacia cierta libertad generada en lo furtivo, pero atrayente a la vez. El espíritu de Emma cobra vida. Hay algo más que su vida con alcurnia. El guión de Luca Guadagnino abarca algunas subtramas que, como mencioné al principio, no están cercanas a aportarle nada importante a la historia. Ni siquiera la situación de los hijos de este matrimonio casi basado en una suerte de hipocresía interna. El director comienza a explorar en estas propuestas y de hecho las resuelve, pero al estar apenas conectadas con la trama principal, dejan un sabor a exceso de minutos que terminan por desviar la atención del espectador a su muñeca izquierda. Justo donde está el reloj. No le quita valores cinematográficos, pero los disminuye ante una película de planos y silencios largos, necesarios para que los actores se expresen. Atención durante los créditos con una escena que le da el cierre definitivo.
Una muñeca rusa En este melodrama de Luca Guadagnino, Tilda Swinton encarna a una mujer cuya vida da un vuelco. Las referencias surgen al segundo de comenzada la película: Luchino Visconti y El gatopardo ; el melodrama norteamericano y Douglas Sirk; El Padrino y Coppola, y así hasta llegar a la reciente Vincere , de Marco Bellocchio. Luca Guadagnino, el director de esta bellísima y emotiva película, es consciente de que El amante pertenece a ese universo. Se ve en los títulos, en cada plano que recorre la suntuosa casa familiar, en los planos detalle de ese universo de lujos, en el personal doméstico preparando una cena como si fuera un ejército de precisos movimientos. Nada escapa a la cinefilia, pero sin embargo la película no se ve como juego, ejercicio u homenaje, sino que se vibra desde adentro, desde el drama de la protagonista, la extranjera. Tras una impecable escena inicial, una cena familiar de unos 25 minutos, todos los “platos” narrativos están servidos. Se trata de un clan empresario italiano, con un abuelo a punto de dejar el negocio familiar a sus herederos (un hijo y tres nietos) y en el que se destaca la presencia de dos “extraños”. Por un lado está Emma (Tilda Swinton), una mujer rusa que se ha casado con el hijo del patriarca y que parece sentirse más apegada al ama de llaves que a los orgullosos empresarios milaneses. Y, más tarde, aparecerá Antonio, un joven chef, amigo de su hijo, procedente de una familia sin tanto poder económico. Lo más sorprendente, sin embargo, llega al final de la escena, cuando tomamos conciencia de que no estamos en los años ’50, sino en la actualidad... La decisión del “nono” de dejar la empresa a su hijo y a sólo uno de sus tres nietos empieza a desatar el conflicto. Pero a Emma más la impacta descubrir que su hija Elisabetta (Alba Rohrwacher), que se ha ido a estudiar arte a Londres, es lesbiana y está en pareja con otra chica. Ese impacto no es negativo, sino liberador, le permite imaginarse a sí misma, a los 50, algo más separada de ese opresivo clan familiar. Y el joven chef está ahí, rondando, de manera perturbadora. El filme se va volviendo más trágico y melodramático con el correr de los minutos, pero la actuación internalizada, sutil y casi etérea de Swinton lo mantiene en el terreno de lo humano y emocional. Ese mundo de tradiciones se empezará a fracturar de la misma manera que el relato se fractura y hasta la puesta en escena formalista del principio se va liberando (observen la manera en la que la cámara se “suelta”) con los cambios de la protagonista, cuyo apetito (vital, sexual y gastronómico) se abre. El amante es un filme excesivo que bordea la autoparodia. La música de John Adams lo recorre casi como si estuviéramos viendo un concierto en paralelo, y algunos motivos de la trama bordean el ridículo. Pero como todo gran melodrama, el mérito está no sólo en saber llevar adelante esos riesgos tonales, sino en comprometer al espectador, lograr que se olvide de esos formalismos genéricos. Y Guadagnino lo logra magistralmente. Y tiene a Swinton como su Madame Bovary, su Lady Chatterley, la mujer que siente que esa vida no le pertenece y que descubre que hay algo más allá. Y que un buen plato de sopa, preparado con una magia ancestral, es más que un placer refinado. Es una magdalena proustiana que trae de vuelta el pasado, abre el presente y pone en riesgo el futuro.
El ambiente es el de la alta burguesía de Milán, una riquísima familia de empaque aristocrático que vive entre lujos, ocios, secretos e hipocresías en el cerrado clima de su villa, severa e imponente. Es el ordenado mundo de los Recchi y está en el momento en que el patriarca -lo imponen tanto su edad como la nueva problemática fruto de la globalización- debe legar el comando de su poderosa industria textil, y con él, el de la dinastía. Hay algo de asfixiante en ese orden que traducen sus conductas y en ceremonias y rituales donde cada uno ocupa el lugar (y la porción de poder) que le ha sido asignado. Incluso la única extraña: Emma, la dama rusa de misterioso pasado que, como esposa del principal heredero, ha sabido integrarse y cumplir sus obligaciones de madre con dulce dedicación, como revela la cordial y franca relación que tiene con dos de sus tres hijos y el afán de independencia que comparte con ellos. Elisabetta le confía su condición homosexual; Edoardo Jr. tiene su proyecto propio: abrir un restaurante con su amigo Antonio, excelente cocinero. Y será este otro extraño el que anime en Emma la voluntad de liberarse, de iniciar, por fin, una vida propia. El ambicioso proyecto de Luca Guadagnini apunta a modernizar el melodrama familiar, con Visconti en la mira cuando se trata de pintar el refinamiento, los silenciados conflictos y los signos de la decadencia de la clase más privilegiada, y pensando en Hitchcock o quizá también en Douglas Sirk cuando busca subrayar la arrolladora potencia de la pasión. Aunque por cierto El amante no alcanza el rigor y el equilibrio de uno ni la intensidad dramática de los otros dos. Guadagnini, cuyo talento se manifiesta en distintos aspectos -la creación de atmósferas procede tanto de la concertación de elementos visuales y sonoros como de un guión que prefiere la acción a las palabras y de una notable conducción de actores-, está aún en busca de una voz personal. De ahí que alterne soluciones formales que hablan de su sensibilidad (la atracción de Emma hacia Antonio sugerida en la escena en que ella prueba su comida) con otras que resultan demasiado elaboradas o artificiosas (las imágenes que se alternan con la visión fragmentaria de sus cuerpos en el encuentro erótico). De ahí también que algunos detalles subrayados por pinceladas impresionistas, o por la música de John Adams, y algunos preciosismos de la cámara de Yorick Le Saux terminen distrayendo más de una vez en lugar de contribuir a iluminar el estado interior de los personajes: en ese sentido su film se aproxima a un ejercicio de estilo. Puesto que más allá del retrato de familia, El amante es básicamente la historia de una emancipación: Tilda Swinton está en el centro del relato y es su principal sostén en lo interpretativo. Su Emma (no debe de ser casual la reminiscencia de Flaubert) lo dice todo con su presencia, con sus movimientos serenos, con la increíble expresividad de sus ojos. Es puro magnetismo, lo mejor de un elenco admirable en que todos se lucen por igual.
Grupo de familia con ecos viscontianos Hay ecos deliberadamente viscontianos en El amante, un film dirigido por el siciliano Luca Guadagnino a partir de un proyecto desarrollado por la actriz británica Tilda Swinton. Esos ecos pueden sonar hoy –cuando el cine italiano no podría estar más lejos del legado del autor de El gatopardo– como un gesto anacrónico, pero quizá deban ser entendidos como un desafío, como el intento de regresar a un tipo de cine capaz de expresar una densidad dramática que se creía perdida, donde una saga familiar pueda dar cuenta no sólo de sus conflictos internos, sino también de sus articulaciones sociales y políticas. Ambientada en la alta burguesía de Milán, El amante se inicia con una prolongada cena en familia, donde el viejo patriarca, Edoardo Recchi (Gabriele Ferzetti, el recordado Sandro de La aventura, de Antonioni), sabiendo que le queda poco de vida, reúne a todos sus herederos no sólo para festejar su cumpleaños, sino también para nombrar a aquellos que serán sus sucesores al frente de la empresa familiar, un imperio textil nacido en tiempos del Duce. La elegantísima casona de los Recchi, típica del racionalismo de los años ’30, expresa por sí sola el momento de despegue económico de esa familia, que según confiesa uno de sus miembros no dudó en aprovechar la mano de obra esclava en tiempos del fascismo. Las nutridas bibliotecas y las pesadas cortinas, sin embargo, parecen apagar el ruido de esas palabras. Sumergida en ese mundo oscuro y silencioso, está Emma (Swinton), la esposa de Tancredi, el primogénito del pater familias y heredero natural del imperio Recchi. Pero Tancredi –su nombre evoca el del personaje de Alain Delon en Il Gattopardo– se entera en esa cena de que deberá compartir la conducción de la empresa con su propio hijo Edoardo, el preferido de Emma. Allí se percibe ya una fractura, que no será la única de esa poderosísima familia, donde alguna crítica italiana creyó ver la sombra de los famosos Agnelli, una histórica familia del capitalismo italiano, fundadora de la Fiat. Las grietas aparecen también cuando Emma, una exiliada rusa que todavía lleva a su Madre Patria en el alma, descubre en sí misma una pasión que creía dormida, como su homónima de Madame Bovary. En un momento crítico de su vida, se enamora de un joven chef amigo de su hijo, que le permite redescubrir no sólo su sexualidad, sino también placeres tan simples como olvidados: el olor de las lavandas silvestres en la ladera de una montaña o el calor del sol sobre su piel desnuda, que contrasta con la ominosa, gélida penumbra que predomina en la casona de su marido. Como en una ópera, la fuerza del destino, sin embargo, no tardará en golpear a la puerta de los Recchi. La tragedia se desata en la familia y precipita una nueva Caída de los dioses. Si en el film de Luchino Visconti los aristocráticos Essenbeck perdían el control de su empresa familiar cuando se dejaban enredar en la telaraña nazi, aquí los Recchi comienzan su declive en el momento en el que sucumben a la tentación de multiplicar su riqueza, fusionándose con el gran capital internacional, que sólo aspira a quedarse con el prestigio de su marca. A la manera de un régisseur de ópera, el director Guadagnino va disponiendo de sus personajes en composiciones muy cuidadas, como si dispusiera de figuras sobre un gran escenario. Prefiere los planos generales a los primeros planos y eso no sólo aparta al film de la estética televisiva al uso, sino también le da un efecto de grandeza que su tema necesita. Pero así como consigue momentos de rara intensidad, en otros su formalismo puede llegar a resultar irritante o excesivo. La enfática música de John Adams también se ocupa de cargar demasiado las tintas. Por el contrario, la majestuosidad de Tilda Swinton, con su rostro de alabastro, es capaz de dotar al film de una fuerza y una dimensión que de otra manera no alcanzaría.
De la abundancia al hastío Emma es una inmigrante rusa que llegó a Italia para casarse con un rico industrial italiano. Veinte años más tarde tiene tres hijos y un matrimonio que la aburre. Conoce a Antonio, un amigo de su hijo, con quien comenzará a mantener un apasionado romance, que pondrá en crisis toda su estructura familiar. El amante pretende narrar la historia de un personaje de dimensiones bovarianas -Madame Bovary se escribió hace tiempo- que, cansada y hastiada de una vida insulsa, decide embarcarse en una aventura que al mismo tiempo destruirá a su familia y le permitirá emanciparse de un matrimonio sin amor. Si bien el relato se supone que focaliza la historia de Emma Recchi, la introducción de la película es un poco ambigua en este aspecto y pone -a mi juicio- demasiado énfasis en temáticas que luego serán meramente secundarias: el traspaso de la empresa y la nueva novia del joven Eduardo. Ambas temáticas se desdibujan a lo largo del film de modo inexplicable. No obstante, el trabajo de Tilda Swinton (Emma) es destacable, aunque el director Luca Guadagnino no ha sacado todo el provecho desde el punto de vista del desarrollo del personaje. La potencialidad de un personaje que promete queda finalmente sólo en la promesa. El relato resuelve los grandes conflictos planteados de modo abrupto, caprichoso e inverosímil, sin darles el espacio dramático que ameritan, sobre todo si se tiene en cuenta el extenso desarrollo que se toma el director para incrementar cada una de las historias.
Melodrama estilizado con ecos de Visconti Hay un amante. El título de estreno local dice la verdad. Pero hay, sobre todo, una señora extranjera, inserta como esposa y madre en el seno de una familia donde debería reinar, pero en cambio sigue siendo un poco extranjera, extraña. La familia pertenece a la alta burguesía industrial de Milán. Todo en la casa se ve regido por la formalidad, el control, el carácter medio antipático de los italianos del norte. Afuera nieva, adentro, en una cena casi de etiqueta, el patriarca designa a sus sucesores. El futuro del emporio seguirá firme y sólido como siempre. Y justo ella viene a enamorarse de un joven chef, amigo de uno de los hijos. Hay alguna salida a San Remo, algún asunto en Londres, pero el centro sigue siendo esa casa enorme, fría. La historia es sencilla, en partes previsible, en partes dolorosa. Dándole mayor peso dramático, la hija descubre su «anormalidad», la sucesión tiene sus tensiones, ocurre también una desgracia, y la mujer debe hacer un duelo, tomar una decisión. La familia no va a desmoronarse por eso. Al menos, a la vista de los otros. Y de nosotros. Estilizado melodrama cercano a la tragedia, el relato cobra peso con la gran expresividad de Tilda Swinton, y con una puesta en escena hecha de silencios más elocuentes que cien palabras, ambientes enormes, vestuario refinado, particular manejo de cámara, música opresiva de John Addams (incluyendo algo de sus operas), un título original, «Io sono lamore», que nos remite a una de las frases más dolorosas de «Andrea Chénier», y, sobrevolando todo, lejanos ecos de Luchino Visconti. No tanto porque uno de los personajes se llame Tancredi, sino porque flota en el ambiente ese mismo aire a encierro y podredumbre de «La caída de los dioses» y «Grupo de familia en un interno». Autor, Luca Guadagnino, nato a Palermo, que ya hizo varios documentales y videoclips pero sólo tres dramas en diez años, y cada uno distinto del otro. También destacables, Yorick Le Saux, director de fotografía, Pipo Delbuono (el marido), Alba Rohwacher (la hija), María Paiato (la fiel sirvienta), Gabrielle Ferzetti, Marisa Berenson (los suegros). El que hace de amante, en cambio, es bastante malo.
El calor de la gélida Swinton Todas las semanas se está estrenando al menos una película italiana en nuestras salas. Está bien, no todas son en fílmico, pero es un hecho que no deja de llamar la atención. En esta oportunidad, le llega el turno a una producción del 2010, ganadora del Globo de Oro como Mejor película extranjera, “Io sono l’amore”, drama pasional de curiosa construcción que tiene como eje a la enorme actriz británica Tilda Swinton. Lo primero que hay que saber antes de sumergirse en “El amante”, es que Swinton no habla italiano. Es decir, no lo hablaba a la hora de la preproducción del film. Laboriosa y comprometida como pocas en la industria, la pelirroja más gélida del mundo del cine tomó clases para aprenderlo y desenvolverse con naturalidad en su rol. Como además, según el libro su ascendencia era rusa, también tuvo que imitar fonéticamente el acento, lo cual es fácil ver su compromiso con el proyecto... Tanto la entusiasmó que incluso decidió involucrarse como productora ejecutiva, dada la admiración que profesa hacia el director Luca Guadagnino desde su controversial adaptación de "Melissa P" (aquella obra en la que exploraba el despertar sexual de una adolescente dispuesta a vengarse de un amante poco complaciente). Este detalle, no menor, pinta de cuerpo entero como “Io sono l’amore”, se construye casi exclusivamente sobre los hombros de su actriz protagónica. No es que soslayo los eficientes rubros técnicos, entre los que se encuentran la cuidada banda de sonido (mención especial para el trabajo de John Adams), el manejo de planos y la delicada paleta con la que se filman los distintos momentos del día. Para nada. Eso aporta al equilibrio conceptual de la obra, pero esta película logra interesar, exclusivamente por la composición que hace Swinton de su personaje. Con otra piel, seguramente esto sería un salto al vacío. Andrógina y dueña de un magnetismo único, ella compondrá a una mujer rusa, Emma, instalada en la alta sociedad italiana actual. Casada con Tancredi (Pippo Delbono), hijo de un poderoso empresario textil, vive sus cómodos días de burguesa acomodada sin mayores expectativas. La pareja tiene tres hijos. Ella entiende perfectamente cual es su rol en la trama familiar y cómo debe moverse para acompañar los avances de su esposo en el poderoso imperio que lidera. Emma parece distante, pero sus ojos dicen mucho. Está en todos los detalles y tiene una percepción flotante particular: nada se le escapa, es una perfeccionista nata y encaja perfecto en el marco opulento donde vive. O eso parece...Tiene todo lo que se puede desear y hace lo que quiere… Pero… La vida le deparará una sorpresa. Uno de sus hijos, Edoardo (Flavio Parenti) tiene un amigo chef. El hombre en cuestión es Antonio (otro Edoardo, pero Gabbriellini), un hombre joven, bien parecido y talentoso. Cocina como los dioses y diariamente se enfrenta al desafío de modificar las ideas de quienes financian el restaurant donde trabaja, nada menos que las de sus padres, los propietarios. Es laborioso, metódico y logra platos increíbles. Luego de un par de encuentros casuales y de los otros, Emma y Antonio serán atraídos por una pasión intensa y tendrán que enfrentar la manera de vivir su relación en un escenario complejo donde las traiciones se pagan caro... La primera hora, Guadagnino va perfilando a Emma y explorando emocionalmente sus inquietudes y deseos. En la segunda, se vuelca a fotografiarla en la salvaje plenitud de su reverdecer sexual. Este andamiaje le va restando brillo a los secundarios que nutren la trama central y los termina por hacer desaparecer con el correr de los minutos. Tilda deja de lado su costado andrógino y se vuelve la mujer que la historia pide, pero a pesar de su increíble entrega, el film no cobra altitud. No estoy muy seguro del porqué, si se que el halo de misterio alrededor de Emma se va perdiendo cuando cobra carnadura su deseo, y ahí, la película abandona lo sutil para graficar otra historia, la simple atracción de los amantes desde lo corporal. En pocas palabras, "lo sono l'amore " comienza como un juego de ajedrez y cierra con los jugadores, desnudos y olvidando cualquier posición de las piezas en un feroz encuentro sexual. No es una apreciación moral, debo decir, sino puramente cinematográfica. "El amante" es una película fría, calculada, orquestada y pensada para el lucimiento de una gran estrella. Si no la tienen entre sus favoritas, difícilmente les guste. Creo que es un poco artificiosa y está sobrevalorada, también, pero se deja ver. Si la veo lejos de tantos premios y nominaciones...
Diario de una pasión A pesar de que la protagonista es Tilda Swinton, típica heroína que relacionamos rápidamente con películas de origen anglosajón, "El amante" es un film del italiano Luca Guadagnino que ha recorrido una enorme cantidad de festivales y que ha obtenido numerosas nominaciones como mejor película extranjera -como por ejemplo en los Globo de Oro, en el British Independent Film Awards y en los BAFTA, entre otros-. Ha sido también nominado a los Oscar por su exquisito diseño de vestuario y le ha dado a Tilda Swinton el premio a mejor actriz en el Festival Internacional de Dublin. Con todos esos lauros llega "El amante", una no tan inteligente traducción de su original "Yo soy el amor", aunque por la homonimia, la deja adosada al relato de Marguerite Duras que fuera llevado al cine por Jean Jacques Annaud años atrás. En este caso, Guadagnino, nos sumerge en un retrato de una tipica familia de la alta burguesía industrial de Milán, la familia Recchi, con su particular forma de clan patriarcal y los hilos que se entretejen entre sus protagonistas. El relato, también atraviesa otras ciudades como Londres y San Remo que son las que sirven de escenario para situar los diferentes capítulos de la historia. En esto entorno de supuesto lujo se van moviendo los personajes de una familia que respira delicadeza en la superficie (con la preparación de una gran cena al estilo "La fiesta de Babette" que el director describe con una delicada delicada minuciosidad) pero que ya con el correr de las primeras escenas se comienzan a sentir ciertas pulsiones relacionadas con el dinero, el poder y el status familiar reinante, que detonarán más aún cuando el abuelo de la familia delegue en vida, el mando de la empresa a su hijo y al elegido de entre sus tres nietos. Durante esa cena, punto de inflexión en la dinámica familiar, el elegido será Edoardo, centrando desde ahora las miradas en su persona, dando lugar a que sus hermanos, con menos presión familiar, queden libres para vivir sus propias vidas con total autonomía. Lo que desequilibra nuevamente el frágil orden familiar será el reencuentro de este nuevo pilar de la familia con un amigo de su juventud, Antonio, que será sin saberlo, quien desencadene la tragedia interna en la familia. Emma (Tilda Swinton) es la madre de los Recchi quien atraviesa un momento particular y logra escapar de la abulia matrimonial, de la falta de mirada como mujer y de la falta de tensión sexual en su pareja cuando vive un apasionado romance apasionado con Antonio, quien ingresa a la casa como cocinero de los banquetes familiares -algo similar a lo que sucedía con el personaje de Kristin Scott Thomas en "Partir" aquí no solamente siendo dos personajes antagónicos en clases sociales sino también con una diferencia de edad importante-. Evidentemente es tal la necesidad de Emma de encontrar una mirada de amor en su vida, que no hay ningún tipo de tabú dentro de ella, como ajena a los ritos y las presiones y mandatos familiares. Se siente libre al verse invadida por el amor y encuentra su lugar en la pasión y en la expresión de sus sentimientos, desatendiendo ciertas señales que va dejando en el camino que hacen que se precipite el drama familiar. Quizás el director y el guión mismo, imponen una mirada que peca de demasiado clásica, penalizando la infidelidad de Emma con el desencadenante de la tragedia. "El amante/Yo soy el amor" guarda un estilo narrativo que no se aparta demasiado de un melodrama clásico con todos los componentes del género y es quizás ahí en su propuesta más acartonada, en donde pierde terreno. Pero crece, sin embargo y al mismo tiempo, en otros dos ámbitos: durante las primeras imágenes Guadagnino se toma todo el tiempo necesario para que mediante gestos, miradas, marcas, planos y detalles nos vayamos sintiendo parte de ese clan familiar, entender sus entramados, sus signos ocultos, sus costuras, que serán luego importantes para ir entendiendo las pulsiones de cada uno de los personajes. Pero sin duda lo más impactante que tiene "I am love / Io sono l'amore" es la exquisita puesta en escena, el vestuario, la escenografía, las postales que logra con su fotografía, los detalles en los que se detiene la cámara observadora de Guadagnino para ir corriendo el velo de ciertas cosas casi imperceptibles y lo hace con una cámara que tiene puntos de vista que sí se apartan de una mirada convencional. Tilda Swinton logra otro trabajo de gran nivel con su Emma ambivalente entre la contención de sus hijos, permanecer fiel a ciertas formas y la desmesura con la que irrumpe el amor en su vida. El resto del elenco acompaña sin grandes estridencias y siempre apoyados en el lujo visual que recorre todo el relato con una especial participacion de Marisa Berenson (recordada por "Barry Lyndon" "Muerte en Venecia" o "Cazador Blanco, Corazon Negro"). Una historia simple, clásica, pero exquisitamente filmada que es justamente lo que hace que por más que sea una historia de infidelidades que ya ha sido contada de muchas y reiteradas formas en el cine, logre impactarnos por el cuidado visual y la delicada forma en que está filmada.
La camaleónica Tilda Swinton, involucrada con este proyecto por más de once años, es el centro magnético alrededor del cual gira toda la película. A lo largo de su carrera lo único impertérrito es su blanquísimo rostro anguloso, de ojos expresivos y profundos: por lo demás, sus peinados, acentos y demostraciones de virtuosismo se renuevan constantemente. Es más, la pátina de tonos elegidos y el look retro del vestuario permiten situar el relato tanto en el pasado como en la actualidad, momento en que de hecho acontece la historia. Aquí Swinton interpreta a Emma, una inmigrante rusa radicada en Italia y establecida como parte de una burguesa familia dedicada a la industria textil. Los buenos modales y la aparente clama apenas se resquebrajan cuando el patriarca anuncia sus intenciones de legal el mando de la fábrica en su hijo y su nieto… si hay codicia encubierta es casi imperceptible. El dinero y una buena posición en el status quo no asegura cordiales relaciones familiares ni compra pequeños momentos de felicidad: Emma está a punto de descubrir nuevas sensaciones de la mano de Antonio, futuro socio de su hijo en un exclusivo restaurante gourmet de las afueras de San Remo. Es así que la infidelidad, el deseo, los mandatos, la homosexualidad y el inconformismo irán apareciendo en la vida de esta mujer, decidida y frágil a la vez.
La liberación Cuando uno menciona a Tilda Swinton ante un espectador no tan avezado en esto de recordar nombres y caras, tiene que terminar diciendo: “esa, la flaca colorada de ojos saltones, que siempre hace de mujer frígida”. Okey, no es un buen comienzo para esta crítica -y si alguno de ustedes es amigo de Swinton, por favor no le comenten esto- pero es una perfecta manera, no sólo de lograr esclarecer el panorama sino, a la vez, de buscar uno de los posibles aciertos de El amante, film de Luca Guadagnino que tiene tantos puntos a favor como yerros garrafales. Es decir, el mayor acierto es hacer que por una vez a la buena de Tilda, tan acostumbrada a sus mujeres envaradas y sin demasiado afecto, excesivamente autocontroladas y distantes, le toque un personaje como el de Emma Recchi, que disfruta de un par de encuentros sexuales pasionales y termina por fin liberándose de aquello que la oprimía: la estructura de una poderosa familia de negocios del norte de Italia. Lo que cuenta El amante es, entonces, el camino que transita su protagonista hasta soltarse del lazo social que la acorrala. Emma es una rusa que llegó a Italia como protegida del hijo de un poderoso industrial, y que con el tiempo se ha convertido en el heredero del gran emporio: algo de esto se cuenta en su operístico comienzo, la preparación de una larga cena y el arranque de la misma, en la que el viejo patriarca, entendiendo que le queda poco de vida, pasa el poder a su hijo y a uno de sus nietos. Este comienzo es demoledor, tanto narrativa como formalmente, construido de retazos y con una cámara que va posicionándose dentro del cuadro y con un montaje barroco, revelándonos información que no estaría con una narrativa más convencional. Pero ese arranque, magnético, donde uno comprende los entresijos de poder que se van a desenredar a partir de ahí, es una muestra de los aciertos y los errores que puede cometer Guadagnino si excede el gesto formalista: cosa que hará alternadamente durante los 120 minutos que dura su película. Casi circularmente, una secuencia similar sobre el final comienza a cerrar el relato, aunque como espectadores estamos desde otro lugar y la secuencia no tiene la fuerza de la anterior. Algo para destacar: nuevamente es tonto el título que le ponen aquí, ya que El amante hace referencia al chef amigo del hijo, del que Emma se enamora, y que le permitirá desprenderse progresivamente del vínculo férreo de esta familia poderosa y absorbente. Sin embargo, ese personaje carece casi de construcción y es más una referencia abstracta sobre lo que le pasa a la protagonista. El punto de vista del film es el de ella, y por más que ese “amante” simbolice algo, no tiene la entidad suficiente como para convertirse en algo relevante. No hay aquí un relato sobre lo externo, sino todo lo contrario: es cómo esa mujer, ante determinada situación, comienza a distanciarse de lo que la tiene apresada. Por eso es más conveniente el título original, Io sono l’amore, porque de alguna manera define al personaje y es más coherente con sus motivaciones y resoluciones. Dicho esto, hay que señalar que algunos han visto ecos “viscontianos” en este film, especialmente en el trabajo sobre el poder y lo social, pero seguramente a lo que más se parezca es un poco a aquellos melodramas que filmaba Douglas Sirk, con su alta sociedad y sus represiones internas. Pero más aún, El amante parece una reescritura de El padrino en clave feminista: en vez de centrarse en Michael, aquí se queda con la que vendría a ser la esposa de Vito Corleone. El amante sugiere posibles caminos para que estas mujeres se liberen y, por otra parte, posibles caminos para que el cine que imita al pasado o que se construye desde cierto sentido de refinamiento, no ceda el encanto preciosista, ni termine por los redundantes caminos del cine qualité europeo. En eso se parece un poco a La condesa, por sugerir algo que no lo es del todo: como allí, lo que elude el peso de la solemnidad del drama envarado es su inscripción en el territorio del melodrama más craso. Deliberadamente, a medida que el film se abre y Emma se libera, la película se va haciendo más grasosa, menos refinada, por eso más pasional. Y si a esto le sumamos una mirada cruda sobre el poder empresarial de la derecha italiana, esto se torna mucho más interesante. Pero toda El amante está construida sobre la base de un posible peligro: la música de John Adams y la fotografía de Yorick Le Saux están demasiado presentes. Lo prosaico de algunas escenas es arruinado por la intromisión de una luz preciosista y de una música que resalta con marcador fluorescente las emociones internas. Dos escenas que sirven de ejemplo de cómo el exceso formal arruina un momento: primero, Emma prueba una comida preparada por Antonio, el cheff. Al igual que a Anton Ego, el bocado lleva a Emma a otro lugar. Pero lo que en Ratatouille era apenas un flashback, aquí es todo un esfuerzo de iluminación y encuadre que impide el disfrute real: algo parecido pasaba con Julia Roberts y unos tallarines que se comía en Comer, rezar, amar; segundo, uno de los encuentros sexuales entre Emma y Antonio se da en plena naturaleza. Los planos cortados, veloces y el insert de imágenes con insectos quieren representar algo que no pueden. Ni siquiera recrean la pasión de ese momento liberador, especialmente para ella. Más allá de todo, Tilda Swinton está excelente y su sola figura logra sobrellevar estos desatinos que si bien se comprenden en el marco de un film desmesurado, son escollos para un film atendible y que se sale de la media del cine europeo apolillado que se estrena habitualmente. Igualmente, ya era hora de que la actriz disfrute un poco en la cama y se dedique a gozar.
Esta sobrevalorada producción italiana, pretencioso por donde se lo mire, que intenta enarbolarse como cine de qualite, cine arte, pero al mismo tiempo, y desde lo discursivo hasta provocador o novedoso, ni siquiera vanguardista, sino políticamente correcto, si se quiere. El principio tiene ribetes cercanos al cine de Luchino Visconti, casi se podría decir que parecería querer ser un homenaje a “El Gatopardo” (1963) desde lo estético, el manejo del espacio de filmación, y desde lo narrativo a “La Caída de los Dioses” (1969), no esta hablando solamente de los dioses comunes a todos, sino también a todas esas personas que endiosamos. Todo el filme circula por la abundancia: abundancia de planos, abundancia de descripción de personajes, por momentos abundancia de palabras, y otras abundancias de silencios, planos largos injustificados, sobre todo desde la historia, y de los estiramientos de los mismos. Por momentos el director no se decide si trabajar la historia desde la metáfora, desde la metonimia o desde lo real. Esa indecisión del realizador hace que el filme se vuelva redundante. Si ya llegando al primer tercio se torna exageradamente previsible, y no deja de ser redundante, la resultante obvia es: ¡Aburre! Una escena de amor que dura más de lo esperable y/o recomendable, con cercenamiento de los cuerpos, que no por eso se hacen imposibles de identificar, le agrega la imagen de una abeja trabajando en una flor, que se le pone encima, que juega dentro del brote reproductor de las plantas fanerógamas que consta de carpelos y estambres que formaran el perianto o darán lugar al fruto, o sea un pimpollo, que en realidad es una flor. ¿No le parece que exagere en la cantidad de términos para hacerme entender? De eso mismo estoy hablando, que hace el director con la película, sigo, que le saca todo el polen con el que harán la miel. ¿Será por esto que la producción se torna demasiada melosa? La historia de una familia aristocrática del norte de Italia, la ciudad de Milán más precisamente, donde como hace siglos se sigue con los rituales y costumbres de generaciones. Cada personaje cumple su función, siendo demasiado clásicos en su construcción. Se corre un poco del clisé en relación al de Tilda Swinton, que es quien sostiene desde la actuación la mayor parte del relato. Ella es la madre de la familia italiana, pero esta fuera de eso que ella misma ayudo a construir, ya que su origen real es Rusia. Y el filme lo señala varias veces. Luego de esa primera secuencia trabajada desde la sensación de ausencia de la temporalidad, en la segunda la vemos a Emma (Tilda Swinton) transitando melancólica por la ciudad, y ya sabemos que la historia transcurre en la actualidad. Como tal el director toma de base un film maravilloso como lo fue “Una Vez en la Vida” (1992) del genial Louise Malle, o en su titulo original “Damage”, algo así como “herida” o “daño”, en el que un ministro del gobierno ingles se enamora de su nuera y entabla una relación amorosa sin medir las consecuencias. No sólo el director fue una de las grandes figuras de la historia de la cinematografía, sino que además la pareja protagónica era Jeremy Irons y Juliette Binoche Este producto italiano cuenta la misma historia, la de un progenitor que se enamora de la “pareja” de su hijo. Como dije antes, los responsables del filme creen ser provocadores o vanguardistas, para eso sólo muestra la relación entre la madre del joven, quien se ha casado recientemente con el único fin de guardar las apariencias, y el novio de éste, quien desea escalar posiciones dentro de la sociedad milanesa. A ver si aclaro el panorama. Es verdad que luego de Sófocles, Esquilo, Shakespeare, Tolstoi, Kafka, se podría decir que esta todo contado, pero el cine encontró otras formas, otro lenguaje, y los grandes realizadores aprovechan los elementos que le otorga el dispositivo, en especial a los actores, para contar lo sabido de forma novedosa. Si bien todo es previsible, se necesita del accionar de los personajes para hacer creíbles lo que les pasa, o los sucesos que viven, lo que en este caso se cumple, y de maravillas, solamente Tilda Swinton, pues los demás navegan en la inoperancia. Así como el cine de Hollywood es pura parafernalia, luces y espejito de colores, a veces las producciones o los directores que se quieren poner en el lugar del cine como arte, cuya única variable real sea que ahora, caen en la misma trampa como la “de moda”, que todas las historias deben incluir, o versar, sobre el tema de la homosexualidad. A mi particularmente me tienen harto, y siempre vuelven a cometer el mismo error. Desvalorizan al espectador. Yo eso no lo compro.
Nominada al Globo de Oro como Mejor Película Extranjera y al Oscar en la categoría de Mejor Vestuario, la película dirigida por Luca Guadagnino y protagonizada por Tilda Swinton es un melodrama contemporáneo sobre una mujer que vive presa de los deseos de los demás, y que al liberarse causará una tragedia familiar. Emma (Swinton) es una inmigrante rusa que se integró a la acomodada familia Recchi convirtiéndose en el corazón del hogar, complaciendo las expectativas de todos. Su matrimonio con el empresario textil Tancredi Recchi le ha dado tres hijos, pero a pesar del tiempo transcurrido, ella se siente confundida e intimidada hasta que conoce a Antonio, un chef amigo de su hijo Edoardo. A partir de ese momento, ambos desarrollarán un romance secreto que tendrá consecuencias imprevistas y cambiará para siempre la vida de toda la familia Recchi. Distintos hechos harán reflexionar a Emma sobre su lugar en el mundo, como la recuperación de su identidad rusa de la mano de Antonio, la presión por ser la mujer perfecta, tratada como un objeto mas que como un sujeto, o la revelación de la sexualidad de su hija adolescente, que será la única que comprenderá el dilema de su madre hacia el final de la película. La comida es un detonante dentro del film que sirve para detectar los cambios de giro en la historia y para prever lo que sucederá. A través de los platos que Antonio prepara y la pasión compartida por la cocina, Emma descubrirá el verdadero amor y se conectará con sus deseos de libertad, encerrados por años en un matrimonio en el que no fue amada, sino sólo admirada. Su marido la había "elegido" en Rusia por su belleza, casi como si fuera una obra de arte, como las que aparecen en el libro que Emma compra en San Remo antes de su primer encuentro amoroso. Ella partió de su patria con la ilusión de ser libre, pero descubre que pasó sus días encerrada dentro de la casa de la familia Recchi. El film busca convertirse en una actualización de los melodramas del cine clásico, aunque queda lejos de las grandes obras del género de Douglas Sirk o Rainer Fassbinder. Además, tal vez falte un poco más de sangre en el romance entre Emma y Antonio. Basada en una historia original de Guadagnino, la película fue coproducida por la misma Swinton, considerada por muchos como un ícono de la cinematografía actual, y presenta numerosas imágenes de la impresionante arquitectura de Milán. Las locaciones también incluyen las ciudades de Londres y San Remo, y los distritos italianos de Dolceaqua y Villa Necchi Campligio, recorridos en paralelo con los sucesos que desembocan en el derrumbe de esta familia de la alta burguesía italiana.
El amante, no hay Emma que no quiera escapar El film de Guadagnino aborda con sutileza un tema antiguo como el mundo pero encantadoramente bien narrado. Todo está dispuesto para la cena, momento de concentración de gestos, miradas, anhelos y anuncios en casa de los Recchi. Su páter family anunciará que el esposo de Emma, Tancredi (como Delón en El gatopardo) compartirá la conducción del imperio familiar con Edoardo, uno de los hijos de Emma a cargo de una brillante Tilda Swinton. Esa primera escena deja planteado un espacio que, reconocible nos habla de poder, grandeza y a la vez nos muestra en algo más de 20 minutos que roles monolíticos sigue una familia en la que Emma es esa extraña dama rusa cuyo pasado configura algo íntimo y guardado. Distintas situaciones acaecerán cuando ella sepa la verdad sobre la condición sexual de su hija que revelando que es lesbiana no hace sino abrirle la puerta a la libertad de sentir que aún puede ser querida, deseada, necesitada. Y será Antonio, un amigo de su hijo con quien tiene una gran diferencia de edad quien despierte esta voluptuosidad. Pero y aunque nominar nunca sea un hecho fortuito, esta Emma sólo se parece a la de Flaubert en la necesidad de ser amada pero sin esa mirada campesina que la lleva a un, valga la redundancia, bovarismo sin fin. No son las revistas de París ni los raros peinados nuevos que había que imitar para no parecer una pueblerina, lo que mueve a Emma y abre el grifo incontinente de su sensualidad/sexualidad, es la desesperada necesidad de tener una vida, otra, posible, diferente a la que fue planificada para ella. Y a la manera de las grandes novelas familiares ese amor tendrá su castigo dramático junto a otras desventuras que sufrirán los Recchi en su afán de hacer crecer su imperio. Hay una suma de extraños en el film de Guadagnino que se añaden para evidenciar una no pertenencia que tiene sus costos. Por un lado Emma que es rusa, por otro, Antonio que es de una clase social inferior y por otro las empresas con quienes negociarán los Recchi en su afán de expandirse y tener más poder. Casi como una moraleja, el “no te juntes con extraños” asoma a poco de desatarse la historia. Y aunque parezca que el film es lento en virtud de la historia que va a narrar, la cámara de Guadagnino se toma el tiempo necesario para dejar establecida una zona en la que dichos sucesos son posibles. El registro de los gestos, actos, muebles, cortinados, libros y todo lo que se encuentra demostrando el poder en la mansión de Milán donde todo comienza, son algo más que una pintura de clase, son sencillamente los elementos que el espectador tendrá a mano para poder ver el adentro de una clase, de una mujer y de un drama. La suma de riquezas es tan asfixiante que sólo por ella, sería necesario hacer algo fuera del rol que le ha tocado en suerte a una Tilda Swinton que es de una solvencia escénica y una belleza magnífica. El resto del elenco la acompaña de manera pareja y sólo la música de John Adams manipula las situaciones en exceso. El resto es sutil como la belleza de Swinton y como el montaje que ideó Guadagnino. Los amores y los negocios suelen ser fuente de gran disgusto sobre todo cuando lo que se pone en juego es la desesperada necesidad de cambiar.
ARTIFICIOSA TRAGEDIA A´LLA ITALIANA La acción de "El amante" se inicia en una despampanante mansión burguesa: el hogar de la rica familia Recchi, donde se está preparando una cena de cumpleaños en honor del abuelo de la familia, quien, con un estado de salud muy precario, se prepara para delegar el mando de los negocios textiles familiares. Esta primera y dilatada secuencia inicial sirve para dar a conocer a los protagonistas de esta familia, y sus relaciones; lo malo es que algunas de las cuestiones que se plantean en este inicio, poco desarrollo tendrán luego en el conflicto central. Se destaca entre todos, Emma, la elegante jefa del hogar, que supervisa los detalles de la reunión. Es ella la que dominará luego la atención del guión y será la dueña del conflicto central, cuando ponga el ojo sobre un amigo de su hijo, impulsando el tono trágico que sobrevendrá en la última parte de la narración. Nominada al Golden Globe 2011 como Mejor Película en idioma extranjero y al Oscar en la categoría vestuario, el filme del director Luca Guadagnino ha participado de las selecciones oficiales de los Festivales de Toronto y Venecia 2009 y del Sundance Film Festival 2010. Con locaciones en Milán, Londres y San Remo, el filme significó un trabajo en conjunto de siete años para Tilda Swinton (protagonista y productora) y el realizador. Lo más rescatable de esta cinta está relacionado con lo formal, especialmente con la excelsa fotografía de Yorick Le Saux y la (algo rimbombante pero magnética) música de John Adams; pero su uso indiscriminado termina desviando la atención del espectador, en vez de favorecer a empatizar con el estado anímico de los personajes. Pareciera que el director estuvo ejercitando todas las posibilidades que pueda darle la cámara, desde los diversos tamaños de planos, las angulaciones picadas y contrapicadas arriesgadas y la enorme cantidad de movimientos coreografiados con grúas. Plásticamente, la puesta en escena es de ensueño, muy atractiva y enormemente disfrutable; pero algunos aspectos están tan presentes, tan visibles, que genera cierto tedio, empachando sin concesiones. La tragedia que se cierne sobre el final termina por coronar un filme extremadamente artificioso, donde pareciera que huelgan los diálogos en situaciones en que son requeridos, provocando algunas escenas pseudoartísicas y antinaturales. El título original “Io sono l´amore” pareciera provenir del fragmento de la película “Filadelfia” de Jonathan Demme, que Emma mira con atención, cuando el personaje que hacía Tom Hanks en esa película escucha el aria "La mamma morta" por Maria Callas, que incluye esa frase. Si bien es loable la predominante presencia y entrega actoral de la gélida Swinton (y la presencia de una ya mayor pero distinguidísima Marisa Berenson), este filme italiano peca de cierta soberbia y no alcanza a mantenerse a flote durante sus extenuantes 2 horas de duración.
El frenesí y la frialdad de una clase Los ceremoniosos preparativos de una cena, al comienzo –con lugares estratégicamente asignados en una gran mesa, un ir y venir de vajilla, y personal de servicio actuando como en los prolegómenos de una operación bélica–, recuerdan a Larga vida a la señora (1987, Ermanno Olmi), pero acá el centro de todas las atenciones (y precauciones) no es una anciana sino el patriarca de los Recchi. Los buenos modales no ocultan la tensión, incluso el temor, hacia ese pariente cuyas palabras pueden definir el rumbo de la vida de los demás, como de hecho sucede, ya que durante la comida anuncia a quiénes cederá su poderosa empresa textil. El relato comienza entonces a seguir a los integrantes de ese núcleo familiar que, aunque moviéndose en ámbitos lujosos, se ven frágiles, inseguros, infelices. Y la película elegirá, entre ellos, a Emma, mujer rusa casada con el hijo de aquél hombre poderoso, madre introvertida, no del todo cómoda en ese mundo. En la piel de Tilda Swinton (actriz de mirada profunda, que ya había interpretado a una madre conflictuada en Impulso adolescente), este personaje se alza como síntoma de un estado de malestar y confusión en medio de los ritos hipócritas de esa burguesía acomodada… y acomodaticia: el imperio parece haber tenido contactos con el fascismo y ahora busca fusionarse con capitales internacionales con el sólo fin de acrecentar su riqueza. Muchos han encontrado en El amante vínculos con el cine de Luchino Visconti (1906/1976), y, ciertamente, este grupo familiar tiene mucho de los que bien supo retratar el director de El gatopardo, pero Luca Guadagnino (1971, Palermo, Italia) propone un espectáculo más pomposo, pleno de pliegues y coqueteos plásticos. El melodrama crece predecible, con ribetes operísticos, hasta alcanzar su clímax en sus últimos tramos, pero lo enrarece la soltura de la cámara, con violentos travellings, imágenes fuera de foco y abruptos primerísimos primeros planos. A los ambientes imponentes, los espejos y las escaleras, se suman la luz febril de Yorick Le Saux y la música intensa, recargada, de John Addams. Este furor audiovisual y la frialdad de los personajes se corresponden con los rasgos de esta clase, capaz de atravesar instancias trágicas, o algunas formas de decadencia, con egoísmo y lúgubre elegancia. Algunas decisiones de Guadagnino como director y co-guionista parecen mejores que otras: el amorío homosexual de la hija o la fugaz aparición de imágenes de Filadelfia (1993, Jonathan Demme) en el televisor como incentivos para Emma, por ejemplo, son aciertos que compensan la desdibujada caracterización de los hijos varones o la tendencia al desborde artificioso. Aún así –y aunque no se aleje demasiado del clisé de la mujer adinerada insatisfecha que procura liberarse–, El amante tiene una fuerza y una sensualidad poco comunes en el cine actual.
El retrato de la burguesía y sus circunstancias es el tema que ocupa a Luca Guadagnini para pintar la esencia de "El amante". Esta es la típica película que logra entusiasmar al espectador y que en los momentos clave derrapa hasta irse a pique. Guadagnini, conocido por su labor en "Melisa P.", propone una película donde los afectos tienden a expandirse en medio de una familia conservadora y poderosa. El disparador es la vida de Emma (gran labor de Tilda Swinton), una mujer bella que siente el desprecio de su esposo, más ocupado en mantener el poder a cualquier precio. Seducida por otra vida y por la gastronomía, Emma se enamora perdidamente de Antonio, un humilde cheff con proyectos de construir un restaurante. El tema es que el joven es íntimo amigo de su hijo, en un vínculo que, por momentos, parece que excediera a una amistad convencional. Emma vive sus días apasionados con Antonio, mientras también disfruta la nueva elección sexual de su hija, quien le confesó que es lesbiana. La trama va in crescendo y hasta se le pueden perdonar algunas tomas que, pretendidamente experimentales, son poco felices, al igual que la musicalización ambigua en situaciones clave. Lo que es grave es lo forzado que resulta el tratamiento de la escena más dramática del filme. Ahí la película se cae a pedazos y tira por la borda lo poco de interesante que había logrado. "El amante" resulta ser en el cierre la clásica película que peca de pretenciosa. Y deja bastante poco para disfrutar.
Lo que pasa en las mejores familias Un poderoso industrial sabe que va a morir y decide delegar el poder en su hijo y en su nieto. Con un ritmo casi operístico, el film va enunciando la tragedia. Y lo hace en ese ámbito familiar en el que los mandatos han sido transgredidos. Frente a nosotros, la imagen del afiche nos lleva al retrato de un grupo de familia en el interior de una señorial casa. En el cruce de nuestras miradas se van abriendo algunas interrogaciones sobre esta disposición de esos personajes que, ahora, componen su propia puesta. Faltan algunos, la escena está por animarse y en pocos minutos más llegarán los invitados para celebrar un nuevo cumpleaños del gran jefe de familia, el abuelo, el padre del padre, el que un día puso en marcha una fábrica textil y que vio crecer en esa Milán industrial de los principios del siglo. Los preparativos están en marcha y la mesa, tal como la disposición protocolar lo ordena, está a punto de ser servida. Nacido en 1971, en Palermo, Luca Guadagnino retoma algunos planteos de la filmografía de uno de sus maestros, Luchino Visconti y haciendo gala de una estética que diseña una trama y un cruce de diferentes ritmos, nos invita a seguir de cerca, a partir de un recorrido estacional, los diferentes cambios que operan en el interior, en el seno de esa familia, cuyas singulares historias irán aflorando a lo largo de todo el relato, a partir de pequeñas fisuras; en ese ámbito en el que aparentemente todo parece permanecer estabilizado desde un riguroso orden familiar y en el que, sin embargo, tal como la puesta en escena lo señala, hay espacios vacíos, rincones olvidados, ámbitos por descubrir. Tal como en "La caída de los dioses" de Luchino Visconti el film abre con la celebración de un nuevo aniversario del patriarca y poco a poco iremos tomando conocimiento de los vínculos, como el mismo film de Visconti lo señalaba, que esa gran empresa sostenía desde diferentes intereses con el régimen totalitario de entonces; con los grupos políticos y económicos del poder. Significativo, es, por otra parte, que el hijo, del gran padre, al igual que el personaje de Alain Delon en "El Gatopardo", lleve el nombre de Tancredi. No sólo es la atmósfera invernal en esa Milán que abre con las esculturas cubiertas de nieve la que transitamos en esta primera parte del film; sino también es el clima operístico (una vez más el cine y el teatro de Visconti) el que se respira en el interior de ese ámbito poblado por paredes vacías y señoriales retratos, en él que sólo la prudente voz y la mirada atenta de una criada es quien está abierta a la comprensión de lo que allí sucede, como acontece en algunos films de Ingmar Bergman y Pier Paolo Pasolini. En ese espacio cerrado, marcado por algunos rituales domésticos, que no marcan diferencias entre un día y un otro, dos particulares situaciones están por ocurrir. Y los mismos nos llegan por vía de los sentidos. Sobre la base del formato del melodrama viscontiano, que alcanza el mismo Bolognini en films como "El caso Murri" y "La herencia de los Ferramonti", Guadagnino nos ofrece un relato en el que los diferentes personajes que aparecen estáticos, en esa primera imagen, comienzan a revelarnos comportamientos ambiguos que nos remiten a las zonas de lo no dicho. En relación con este punto, Haydee Sanchez, psicoanalista, nos alcanza sus reflexiones: "Creo que es una relación con el título original, "Yo soy el amor", que algo nuevo irrumpe y cómo a partir de esto se ponen en movimiento, la pasión, el deseo, los celos, el despertar de aquello que estaba adormecido. Y claro está, me refiero, en primer lugar a lo que la madre descubre aquel día en el interior de ese CD que pertenece a su hija y que nos permite que se lea la palabra "Love". Hablamos de la hija. Y entonces, nos referimos ahora a los dos hijos varones, uno de ellos el elegido junto su padre, para continuar con los negocios de la empresa. El otro, allí, activando sus propios planes desde un ángulo no tan visible. El primero unido, desde su sensibilidad, a su propia madre, esa mujer rusa que tal vez un día fue adquirida por su madre como una pieza más de su coleccionismo, de un viejo anticuario. Pero ahora, y ya desde el inicio, y en relación con el placer de la comida (como lo marcaba Ferzan Ozpetek en "La ventana de enfrente") ambos verán como su propia vida, madre e hijo, cómo ese itinerario comenzará a experimentar otros rumbos. Y de cómo las pasiones pendularan generando nuevas tensiones. Amigo del hijo mayor, el joven cocinero, llegará en ese primer tramo del film a la mansión de los Recchi en esa fría estación invernal, ofreciendo una obra de su oficio de repostero. Y como el recién llegado del film de Pier Paolo Pasolini, "Teorema", el aparente ordenamiento familiar comenzará a experimentar otros movimientos, tanto en la vida de Emma (alusión al personaje de Flaubert, que compone Tilda Swinton) como al de Edo, el del hijo, ya prometido, que guarda un vínculo de fascinación por ese joven que pertenece a una clase social diferente. De la Milán invernal, cubierta de nieve, diferenciada desde esos carteles indicadores que detentan una singular grafía el film marcará un pasaje hacia otras tierras, como la soleada San Remo. Emma podrá, al igual que lo lograba únicamente con su hijo, narrar su propia historia al recién llegado y poder, entonces, empezar a reconocer su identidad. Podrá, igualmente, pronunciar su nombre, junto a ese joven que la acaricia tiernamente, desplegando su imperfecta desnudez en un espacio abierto, mientras la naturaleza, celebra, en todo su esplendor, ese encuentro. Pero "El amante" desde los mismos carriles viscontianos va enunciando la tragedia. Y lo hace en ese ámbito familiar en el que los mandatos han sido transgredidos. Mientras los nuevos negociados ya van alcanzando un nuevo poder globalizador. En esa espera, en ese acto continuo de revelaciones, lo fatal, lo trágico, comienza a avecinarse.
El deseo Los planos generales fijos y las panorámicas de edificios cubiertos de nieve con los que abre la película de Luca Guadagnino, musicalizados por las cuerdas repetitivas de John Adams, prometen. Es una introducción elegante y extraña para un filme cuyo tema es el deseo en clave femenina y en un universo social determinado, el de la aristocracia pretérita italiana en tiempos del capitalismo global. ¿Por qué esos paisajes? Si bien pronto se verá un título que indica “Milán”, esas postales bien pueden remitir a Rusia. Sucede que Emma Recchi, interpretada por la singular actriz escocesa Tilda Swinton, razón principal para ver este filme, es una mujer rusa que no sólo “recuerda” su nombre y habla un italiano con acento, sino que es una mera pieza femenina, una esposa, en un orden patriarcal. Emma, que “desde que se mudó a Italia dejó de ser rusa”, a veces sueña con su origen, rara vez habla en ruso con uno de sus tres hijos y todavía sabe preparar una delicia dietética de la tierra de Chéjov. Pero el centro narrativo de El amante no pasa por un dilema de pertenencia e identidad. Su tema es el deseo, el de Emma, que primero surge por empatía al descubrir que su única hija mujer ama a otra mujer, y posteriormente por percibir que un cocinero, amigo y socio de su hijo, es mucho más que un chef entre los sirvientes que trabajan en la mansión de los Recchi. El primer acto sexual será diferido. La degustación de un plato de langostinos en primerísimos planos es prácticamente un orgasmo, un anticipo estético de cómo se verán luego los encuentros entre amantes. Al ostensible barroquismo de Guadagnino se lo vincula con la tradición de Visconti: una filiación exagerada, pues el imperativo formal del viejo maestro estaba articulado por la lucidez con la que abordaba sus temas. Aquí, la grandilocuencia de la puesta, la obsesión por los encuadres, la verborragia formal explícita y el ubicuo minimalismo sonoro de Adams protegen a la película de su discurso telegráfico sin peso específico. Su rudimentaria lectura de clase, su sensualidad de ilustración, su visión política no están lejos del eslogan; “el capitalismo es la democracia” explica el dilema de los Recchi sobre el destino de la empresa familiar. Cuando El amante se circunscribe a Swinton todo mejora. Verla restituir su deseo, desnuda, vulnerable, valiente contrarresta la exageración metódica y la secreta dosis de crueldad de su guión. Volver a desear puede costar muy caro.
Redescubrirse Io Sono L'Amore es una película italiana que debo decir, engrandece la historia cinematográfica de este país europeo. La propuesta es artística y simple, un melodrama (en el buen sentido de la palabra) con inteligencia, pero sobre todo mucho arte que se evidencia en una actriz escocesa hablando italiano con acento ruso y ofreciendo una actuación hipnótica, una fotografía espectacular que nos sitúa en la Milán adinerada y conservadora, una mirada a los secretos de las familias "bien" europeas y sus problemas para lidiar con ellos. Dirige Luca Guadagnino, un tipo con experiencia en documentales y que también se hizo conocido por dirigir "Melissa P.", un drama de alto contenido erótico que mostraba a una especie de Lolita despechada. En este film se incorpora el erotismo como un importante comunicador que va marcando los cambios internos en Emma, el personaje principal interpretado con gran altura por Tilda Swinton ("Michael Clayton", "Quemar Después de Leer"). La historia trata sobre la liberación de una mujer que se encuentra prisionera en una cárcel de cristal de murallas aristocráticas, con una familia ya formada hacia varios años que la ata a la infelicidad, pero lo interesante no es tanto esta característica, sino como va descubriendo que su vida está oprimida en esa realidad. La transición desde la ignorancia a la adrenalina de saber con determinación que es lo que realmente quiere para su vida y decidirse por el cambio, es retratada con genialidad por Guadagnino que le imprime mucho concepto a la escenas de "El Amante" (una de las peores y más obvias traducciones de un título europeo a uno latino). Acompañan a Swinton en un cast internacional, Flavio Parenti (Edoardo Recchi Jr.), Alba Rohrwacher (Betta Recchi), Edoardo Gabbriellini (Antonio Biscaglia), Marisa Berenson (Allegra Recchi) y Pippo Delbono (Tancredi Recchi) como la familia Recchi. Desde el comienzo se vaticina la dualidad de este film, compuesta por la liberación y encuentro de la felicidad por un lado, y por el otro a medida que Emma avanza en su relación fuera del matrimonio, la inminente tragedia que asolará a su familia. Una historia para disfrutar las interpretaciones, los escenarios, el juego de las cámaras y adentrarse un poco en las interacciones de los secretos familiares. Un final excelente y con mucha energía.
Negocios, intrigas y pasiones en una atmósfera decadente Luca Guadagnino es un joven director italiano no demasiado conocido, pero que tiene una socia estelar: Tilda Swinton, quien produce y protagoniza “El amante”, su primer largometraje que se conoce aquí. Swinton tiene a su cargo el personaje principal, Emma, alrededor del cual se estructura un relato en el que los demás tienen sentido o cumplen una función solamente en relación a ella. Quien sin embargo, va a experimentar a lo largo de la trama una metamorfosis, una transición dramática, que alterará por completo su rol en la historia y también pondrá en máximo riesgo toda la constelación de personajes que la rodean. Emma es una mujer que ronda los cincuenta años, es rusa de origen y está casada con un rico industrial milanés, heredero de un establecimiento textil que tuvo su tiempo de gloria y que al morir su fundador y adentrarse en el siglo XXI, no resistirá ante las nuevas reglas de juego que se imponen en los negocios, con la presión de los capitales globalizados. Emma es la esposa perfecta, madre atenta de tres hijos, la reina del hogar, excelente cocinera, que sabe cómo atender a los invitados de su esposo, ya sea en cenas familiares o de negocios, en su majestuosa finca. Lo que sucede se muestra, se sugiere, se sospecha o se adivina, pero se explica casi nada. En pocas palabras, la familia atraviesa una crisis a partir de la venta de la industria familiar, lo que provoca incipientes desaveniencias entre los herederos, agudizadas por algunas decisiones testamentarias del patriarca fallecido, quien favoreció a unos más que a otros. En ese marco en el que tallan las tradiciones, que se ven confrontadas con las nuevas tendencias, económicas, culturales y sociales, los hijos, jóvenes, intentan a su vez su propia realización personal y afectiva, tratando de hacer equilibrio también entre los viejos esquemas y sus inclinaciones. En medio, aparece el amigo de uno de ellos a terciar de manera solapada. Emma tiene preferencias por su hijo Edoardo, casualmente, el elegido por su abuelo Tancredi para compartir los negocios con su padre, también llamado Edoardo. El clima entre ellos es denso, uno intuye que hay cosas no dichas que sin embargo pesan. Y de pronto se introduce alguien más, Antonio, un joven de origen más humilde, quien es un cocinero exquisito. La pasión por la cocina será el punto de encuentro entre Antonio y Emma, lo que los llevará a un romance apasionado, que terminará en tragedia cuando Edoardo (el hijo), descubra el asunto y se sienta doblemente traicionado. Escapar a los moldes Guadagnino da muestras de un marcado interés por la estética, por las formas, ya que el relato se sostiene fundamentalmente por las interpretaciones y los climas, logrados mediante la impecable fotografía de Yorick Le Saux y el finísimo montaje de Walter Fasano. Cada plano, cada escena, cada cuadro está pensado para expresar o sugerir algo, un sentimiento, una emoción, un clima afectivo, lo que se acompaña con una banda sonora que funciona como un protagonista más, cargando de sensaciones apabullantes algunas escenas. Muchas reminiscencias de Visconti, también de Hitchcock, por la atmósfera de intriga y decadencia que se describe, en la que las pasiones buscan una manera de escapar a los moldes rígidos, aunque los resultados sean los contrarios a los que se aspiraba. Emma sufre muchas transformaciones que no canaliza de modo apropiado, al tiempo que padece una crisis de identidad, una falta de arraigo que termina haciendo estragos en los demás y en sí misma. “El amante” es un film inquietante con características de melodrama, que hace honor al cine europeo de los años ‘70.
El poder y el deseo Un melodrama italiano de época, que a su modo pretende rescatar (o acaso imitar) el último gran cine de la península, parece ser el mejor estreno del fin de semana, aunque pronto llegarán grandes novedades. Es que Córdoba respira cine, y a la aplaudible muestra del DoctaCine 2011 realizada la semana pasada, le seguirá desde el jueves próximo un ciclo imperdible sobre el Bafici porteño, que traerá algunas joyitas únicas para la ciudad (ver HDC de la víspera), en lo que seguramente constituirá también la única posibilidad de verlas en la gran pantalla (a excepción de El Estudiante, que se estrenará en octubre también en el Cineclub Municipal). Por el momento, hecho ya el aviso, hablemos entonces de El Amante, filme del italiano Luca Guadagnino (Melissa P., 2006) sobre un proyecto de la actriz Tilda Swinton, excepcional y casi absoluta protagonista de la película. Drama de tintes clásicos ambientado en nuestros días, Yo soy el amor en su título original es una tragedia estilizada sobre la aristocracia italiana, que sin dudas pretende referenciarse en ciertos autores del neorrealismo, sobre todo Luchino Visctonti, aunque sus resultados sean sensiblemente inferiores: Guadagnino está lejos de alcanzar la profundidad dramática, la lucidez sociopolítica y la coherencia estética de aquellos clásicos (basta citar a El Gatopardo como su referencia más explícita). Con todo, constituye al menos un intento por apostar a otras tradiciones estéticas y narrativas, que si bien se puede quedar en un ejercicio de estilo más bien vacuo, es casi un bálsamo en la atribulada cartelera comercial de nuestros días. El filme se abre con una extensa cena familiar en una antigua mansión italiana, donde el patriarca de los Recchi, llamado Edoardo (Gabriele Ferzetti), festeja un nuevo cumpleaños. El formalismo, las tradiciones, el ambiente claustrofóbico remiten a otro siglo, pero estamos en el presente. La intención real de Edoardo es anunciar a su sucesor en la dirección de la gran empresa familiar, que será su primogénito Tancredi, aunque habrá una sorpresa: deberá compartir la conducción con su propio hijo, llamado también Edoardo, un hombre sensible alejado de los negocios familiares. Como en toda tragedia, no será más que el inicio de una lenta caída en desgracia que incluirá a la esposa de Tancredi y madre de Edoardo, Ema (Swinton), verdadera protagonista del filme, abnegada y alienada mujer que pronto descubriremos es casi una extraña en el clan Recchi. De origen ruso, Ema ha debido adaptarse a las rígidas estructuras de la familia hasta casi perder su identidad, pero un inocente descubrimiento (el lesbianismo de su hija) desatará sus ansias de libertad, que se fijarán en un joven cocinero amigo de su hijo, llamado Antonio. Claro que el surgimiento del deseo traerá sus consecuencias, y en el resultado de ese triángulo formado entre Ema, Antonio y Edoardo la película revelará su verdadera naturaleza, sin dudas conservadora. De estética tan elegante como sus protagonistas, El Amante ostenta un virtuosismo formal poco frecuente: sus bellos planos secuencias sobre ambientes lujosos, sus cuidadísimos encuadres, sus deslumbrantes planos generales de mansiones nevadas o el centro de Milán o Londres, o aquellos calculados primeros planos sobre cuerpos, objetos o gestos, constituyen un dispositivo seductor aunque problemático, pues si bien es coherente con su tema y su trama, en algunos momentos llega a caer en un fetichismo vacío y publicitario. Un dilema potenciado por los redundantes acordes de John Adams, insertados estratégicamente aquí y allá para potenciar los efectos sugestivos de la imagen. Algo que a veces contrasta con la utilización de la luz, que si bien es trabajada con el mismo esmero, está casi siempre pensada más para sugerir que para resaltar. Los principales problemas, empero, están en el desarrollo dramático y en las vueltas de guión, que terminarán de darle a la película un tinte excesivamente trágico, como si finalmente estuviéramos ante un novelón televisivo, y como si lo importante fuera castigar a los protagonistas en vez de explorar sus relaciones con el deseo. Por suerte, está Tilda Swinton para salvarnos del ridículo y devolver a la película algo de su verosimilitud y su profundidad perdidas.
Con ese perfil andrógino y esa rara intensidad que prodiga, Tilda Swinton es muy capaz de ponerse al hombro una historia con abundantes conflictos y pretensiones enormes. Queda a la vista que el siciliano Luca Guadagnino admira y tiene bien asimilado el cine de Luchino Visconti. La crisis sobreviene cuando en el seno de un clan empresario italiano, su principal cabeza está a punto de dejar el negocio a sus herederos. La guerra por la sucesión se anuncia como brava. Swinton es aquí Emma, una rusa, casada con el hijo del patriarca. Antonio, un joven chef, amigo de su hijo, comienza a tener un protagonismo que inquieta al clan familiar. Para rematarla, Emma descubre que su hija es lesbiana. Todo la impulsa a patear el tablero y romper códigos. El entorno se le vuelve irrespirable. El film se alzó con un Oscar al mejor vestuario. La Swinton salva cualquier escollo. Como intérprete, arrasa con lo que venga.
Una vez finalizada la función de "I am love", son muchas las características que en la película logran destacarse por la manera en la que fueron planteadas, pero hay una que se mantiene durante toda la duración y proporciona, aunque la historia puede asemejarse a muchas otras cintas del género, una experiencia totalmente diferente y profunda: la delicadeza visual, narrativa y actoral.