Grotesco doloroso de encierro La nueva película de Álex de la Iglesia, El Bar (2017), supera sustancialmente el de por sí buen nivel de sus trabajos previos, Mi Gran Noche (2015) y Las Brujas de Zugarramurdi (2013), para posicionarse tranquila como la mejor obra del director desde la maravillosa Balada Triste de Trompeta (2010). Mientras que gran parte de las comedias en el ámbito internacional se vuelcan al infantilismo más insoportable (Estados Unidos es un experto en este rubro) o a una suerte de perspectiva algo anacrónica con chispazos de costumbrismo (los europeos en general adoran esta vertiente), el realizador español continúa enarbolando -con inteligencia y descaro- su concepción particular del género y hacia dónde debería apuntar, léase el señalar las características más ridículas y patéticas de hombres y mujeres en una aventura que se sumerja en el terreno pantanoso del individualismo más grotesco. Aquí una vez más nos presenta otro de sus relatos nihilistas, extremadamente críticos para con la nauseabunda condición humana, en consonancia con una premisa de base centrada en un grupo de ocho personas que confluyen en un bar de Madrid y deciden no salir por la inquietante presencia de uno o varios francotiradores acribillando a cualquiera que traspase las puertas del lugar. Pronto todo deriva en una comedia negra cuando los protagonistas descubren en el baño a un individuo enfermo y de a poco la paranoia los impulsa hacia ese canibalismo que suele asomar la cabeza en contextos dominados por la claustrofobia, la ignorancia y el “sálvese quien pueda”. En el bello circo del cineasta encontramos desde una burguesa superficial y un hipster del ambiente de la publicidad hasta un linyera fanático católico, una cincuentona adicta al juego y un par de fascistas símil “ciudadanos comunes”. Estamos ante uno de los mejores guiones del dúo compuesto por Jorge Guerricaechevarría y el propio De la Iglesia, un trabajo muy bien desarrollado que construye con precisión la idiosincrasia de cada uno de los ocho personajes, establece sus semejanzas y diferencias con vistas a entablar alianzas y finalmente los enfrenta al peligro desconocido del exterior, la amenaza interna y -en especial- la disparidad de sus opiniones en torno a qué hacer a continuación frente a la situación planteada. Las diversas actitudes hacia la vida y el prójimo, en simultáneo con las desigualdades económicas/ sociales, ponen de manifiesto determinados vicios de los pueblos hispanoamericanos por un lado vinculados a pretender solucionar todo con la fuerza y la confrontación demencial, y por el otro asociados a la ceguera homicida y muy incompetente de las autoridades, esas que deberían velar por el bienestar general en vez de preocuparse por tapar sus mentiras, equívocos y chanchullos. Con algo de la abstracción de El Ángel Exterminador (1962), otro tanto de las cuarentenas de la saga iniciada con Rec (2007), la desesperación escalonada de La Cabina (1972) y una buena dosis de las pesadillas colectivas de entorno cerrado en sintonía con La Niebla (The Mist, 2007), la propuesta juega de manera magistral con el egoísmo, las barrabasadas, la idiotez y esa proverbial falta de paciencia que suelen ventilar los humanos bajo presión, abriéndose camino hacia la gloria vía un puñado de escenas estrambóticas y dolorosas que resuenan en el cuerpo y la mente del espectador mucho tiempo después de finalizada la proyección. En este sentido, aquí sorprende la “vehemencia en miniatura” del tramo subterráneo del relato, algo así como una versión minimalista de los desenlaces del español a toda pompa: las intrigas, traiciones y carnicerías de esos minutos finales demuestran una vez más la maestría del director y su condición de artesano del medio cinematográfico…
El evangelio según el linyera Con una gran irreverencia, cinismo y una extraordinaria comprensión de la idiosincrasia española, Álex de la Iglesia (El Día de la Bestia, 1995) ha construido una filmografía tan mordaz como satírica alrededor de las miserias de su país. En esta oportunidad la mirada del realizador español se centra en la paranoia y el miedo de un azaroso grupo de personas que queda atrapado en un pequeño bar del centro de Madrid debido a un incidente inesperado relacionado con un virus letal. En medio del bullicio del centro de la capital española, un hombre es asesinado en la puerta de un bar por un francotirador cuando traspone la puerta. Preso del pánico, todo el mundo desaparece de las calles pero mientras el mundo se detiene, un grupo de personajes atrincherados en el bar ingresará en una dimensión desconocida que los llevará hasta los más profundos abismos de su personalidad. Aludiendo a la podredumbre del alma humana y apelando a los instintos de supervivencia que bloquean toda la construcción de la personalidad en situaciones extraordinarias, el guión en colaboración de Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría (Celda 211, 2009) construye personajes patéticos cuyas máscaras se caen frente al terror ante la muerte mientras se aferran a esperanzas insubstanciales que los motivan a desatar un frenesí. El film logra construir una acción vertiginosa y un gran suspenso en un ambiente claustrofóbico que remite tanto a Rec (2007) como a otro opus del director, La Comunidad (2000), destacándose la labor de todo el elenco protagónico construyendo interpretaciones de diferentes temperamentos y clases sociales que funcionan a la vez como caretas y válvulas que impiden que la verdadera naturaleza surja en situaciones rutinarias. A través de la monomanía de los personajes, el film descubre el velo de un grupo absolutamente entreverado que debe afrontar una situación límite para sobrevivir. Así conocemos a Israel, el linyera mesiánico (Jaime Ordoñez), Elena, la chica frívola (Blanca Suárez), el vendedor fetichista (Alejandro Awada), Nacho, el publicitario hipster (Mario Casas), Amparo, la dueña del bar (Terele Pávez), su conversador ayudante, Sátur (Secun de la Rosa), Trini, la adicta a la máquina de juegos (Carmen Machi) y Andrés (Joaquín Climent), el ex policía que anhela su anterior vida de represor. Álex de la Iglesia construye, en esta coproducción española- argentina, un escenario de encierro angustiante que se va acrecentando para descargar metódicamente un humor casi perverso que nace del dolor y el sufrimiento ajeno, para develar el lado oscuro latente que reposa en cada individuo, esperando el momento para tomar el control, como si un estado de excepción inconsciente que dormitaba se hubiera hecho cargo de la persona. A medida que los personajes van perdiendo el control, las víctimas se convierten en victimarios y viceversa, la ética es nublada por las situaciones traumáticas. De esta forma, en El Bar (2017) el relato mezcla el fervor religioso con la epopeya apocalíptica, el miedo al terrorismo con el pánico a un brote infeccioso y la ética con la inmoralidad en una historia tan alucinante como aterradora que tan sólo deja entrever algunas de las atrocidades y la locura que anidan en el corazón humano.
Elena es una señorita coqueta que camina por las calles de Madrid, vestida en tonos pasteles, hablando por teléfono con una amiga acerca de un chico de internet a quien está por ir a conocer. Mientras se pregunta si él le va a gustar, se queda sin batería y, mal que le pese, entra en el primer bar que encuentra. Luego de consultarle al mozo si tiene un cargador, alguien es asesinado en la puerta del lugar y todas las personas que estaban afuera, desaparecen. Cuando un hombre sale a intentar socorrer al caído, una bala le pega en la cabeza y lo mata. Nadie sabe quién fue y, lo que es tan grave como eso: cuando todos los que están en el bar se distraen, entre gritos y consternación, los cuerpos desaparecen, e incluso la sangre es limpiada sin que se den cuenta.
Álex de la Iglesia (La comunidad, Los crímenes de Oxford) regresa con una historia atrapante y extrema, como tiene acostumbrado al público. Elena (Blanca Suárez) ingresa a un bar de Madrid para poder cargar su celular. Allí está Amparo (Terele Pavez), la dueña del lugar, Sátur (Secun de la Rosa), el mozo, y varios clientes: Trini (Cármen Machi), Andrés (Joaquín Climent) y Sergio (Alejandro Awada); además de Israel (Jaime Ordóñez), un mendigo que acude habitualmente. La mañana transcurre con normalidad hasta que uno de los oficinistas presentes en el local sale a la calle y recibe un disparo que provoca que la plaza quede desierta, sin nadie que lo ayude. El único que se atreve es el barrendero, quien al salir del bar también recibe un disparo. Desde ese momento todos coinciden en la hipótesis de la existencia de un francotirador. Pero también surge la posibilidad de que el peligro esté adentro. El bar (2017) es una película de humor negro, con algunos momentos bizarros. El relato avanza a través de situaciones que se superan en intensidad, generando una atmósfera tan desopilante como tensa. Además de producir sensaciones que interpelan al público. Los seguidores del director español Álex de la Iglesia disfrutarán mucho del film porque tiene su sello: personajes que responden a ciertos estereotipos, diálogos precisos (como por ejemplo, las citas bíblicas del mendigo) y un argumento bien desarrollado que va en aumento constante. En El bar, el director español retrata lo peor de los seres humanos, aquellas acciones que surgen en la lucha por sobrevivir. Y lo hace sin mediaciones, llevando al extremo un escenario que se asemeja al de un reality: varios desconocidos, encerrados, que tienen que superar una circunstancia dada. Momentos divertidos, oscuros y asfixiantes conforman un film que desarrolla muy bien el grotesco de principio a fin.
Los 8 más odiados Alex de la Iglesia vuelve a trabajar sobre un espacio de encierro los miedos y paranoias de la sociedad actual. Esta vez es un bar del centro de Madrid en el que ocho personajes quedan encerrados. ¿Terrorismo? ¿Una epidemia? No, la peor amenaza son ellos mismos. El elenco multiestelar que componen Blanca Suárez (Elena), Mario Casas (Nacho), Carmen Machi (Trini), Secun de la Rosa (Sátur), Jaime Ordóñez (Israel), Terele Pavez(Amparo), Joaquín Climent (Andrés), y el argentino Alejandro Awada, son englobados en el bar del título en un tour de forcé muy al estilo de Alex de la Iglesia que comienza con un humor ácido y sarcástico para terminar en un torbellino extremo y desopilante. Los personajes se encuentran desayunando en un bar de Madrid. Uno de ellos sale y le vuelan la cabeza de un disparo. El terror y la sorpresa invade a los personajes que ven cómo se evacua la zona y quedan sólo ellos atrapados en el local. Al salir otro de los personajes obtiene el mismo destino. Los cuerpos desaparecen y el misterio envuelve a los ocho sobrevivientes que quedaron en el bar. Sólo una cosa es segura: mejor no salir. Las teorías conspirativas están a la orden del día, del mismo modo que la paranoia que trae desconfianza y un sálvese quien pueda letal, auspiciando lo peor del ser humano en esta nueva película del director de La comunidad (2000). La fórmula del guion escrito por el realizador en compañía de –una vez más- Jorge Guerricaechevarría es siempre la misma idea que en Mi gran noche (2015): utilizar el espacio de encierro para explorar las zonas sombrías de la sociedad en general, y de la española en particular. En esa tensión constante, en la que aparece el miedo al terrorismo, a una epidemia mortal, a la desigualdad económica, etc, etc, etc; los personajes sueltan frases geniales que grafican el comportamiento del individuo en sociedad. “El miedo nos cambia” dice Trini, “No, el miedo nos muestra tal como somos” replica Nacho. Pero las “verdades” más audaces están puestas en boca del loco Israel, el vagabundo que vive recitando pasajes de La Biblia y no tiene el filtro ético por estar fuera del sistema. “Los hombres somos como las ratas, no hay diferencia”, asegura. Los films de Alex de la Iglesia son como una gran bola de nieve, empiezan de a poco a rodar y agigantarse al sumar situaciones cada vez más monstruosamente divertidas, y cuando se supone que no se puede escarbar más hondo en el tema retratado, el argumento encuentra la forma de introducirnos una vez más en ese universo de instintos primitivos básicos –sexo, violencia, ambición, codicia- que son para el cineasta, la base de los seres humanos. Del mismo modo que Quentin Tarantino, Alex de la Iglesia demuestra que encerrar ocho individuos en un mismo espacio, lejos de lograr la organización social, genera la destrucción y el desamparo. En esta visión pesimista del mundo se encuentra otra genialidad del director, tan entretenida como demoledora.
El realizador de Acción mutante, El día de la bestia, Muertos de risa, La comunidad y Mi gran noche se repite hasta el cansancio en otra combinación de película de suspenso y humor negro en la que un grupo de personas queda atrapada en un bar cuando algo extraño sucede y los que intentan salir son asesinados. Mario Casas, Blanca Suárez, Carmen Machi y Alejandro Awada son los protagonistas de este agotador film de un cineasta que parece haberse quedado sin ideas hace ya bastante tiempo. Es innegable que el tema de “El Mal”, así en mayúsculas, es central en el género del terror y del suspenso. Y lo es, también, en la carrera del español Alex de la Iglesia. Allí donde la tensión se pueda generar poniendo a una persona a hacerle cosas horribles a otra –y viceversa– es donde el realizador de La comunidad meterá la cabeza de lleno. Es esa negrura que traen, per se, la que causa los problemas que atraviesan. Si algo distinguía a una reciente película de cierto linaje similar como Invasión zombie era que, ante el ataque de las criaturas, uno ponía su “corazoncito” en la salvación de los sobrevivientes. Salvo uno, claro, que era más malo que la peste y uno deseaba verlo crujir. Bueno, imaginen que en El bar todos los personajes –o casi todos– son como ese gordito empresario del film coreano. Imaginen, entonces, tratar que nos importe, por más mínimo que sea, cómo salen del problema en el que se han metido. Es imposible. Hay personajes que desaparecen, mueren, y jamás nos enteramos ni nos importa lo que les ha pasado. Y hay otros que seguirán viviendo para poder demostrar(nos) que ante cualquier situación medianamente de vida o muerte, los seres humanos sacaremos sin duda lo peor que tenemos adentro y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para salvarnos y, a la vez, cagarle la vida a los demás. De eso, después de todo, parece tratarse el siglo XXI. Y ese, dirían algunos, es el profundo comentario social de esta película cuya única profundidad es la de las cloacas (otra metáfora, vea) en la que muchos personajes terminan… Pero De la Iglesia no parece actuar como un crítico o denunciante de esa situación. Tanto la disfruta –a juzgar por la mayoría de sus películas– que da la impresión de que la comparte. La humanidad es insalvable y tanto los que están en “el bar” o fuera de él son igualmente merecedores, por distintos motivos, de perecer: por su miserabilismo, su misoginia, su egoísmo, su crueldad (cloacas, ¿entienden?). En algún momento un personaje se justificará con una especie de “el mundo me hizo así/no puedo cambiar”, pero esa admisión de fragilidad no cambiará nada. Dos minutos después ese mismo personaje cometerá un acto repulsivo. Porque, bueno, hay que sobrevivir como sea. Lo que causa esta nueva versión de la clásica historia de “eran diez indiecitos” es, en principio, un misterio. Tanto que lo mejor sería no adelantar nada ya que ni los trailers lo hacen. Hay un grupo que, por distintos motivos y distintas circunstancias, coincide en un bar de mala muerte del centro de Madrid una mañana cualquiera. Uno de ellos sale y recibe un tiro en la cabeza. Otro corre a ayudarlo y le pasa lo mismo. La gente en la calle desaparece. Los cadáveres también. En la tele no dicen nada, la policía no aparece y los celulares no tienen señal. ¿Qué está sucediendo? ¿Ehhhh? Como si haber visto Los ocho más odiados, de Quentin Tarantino le hubiera dado una inyección de adrenalina en plan “homenaje”, El bar tratará de ser su versión urbana y semi-apocalíptica de ese formato narrativo, muy de obra teatral. Hay un grupo de gente en un bar. Algo horrible pasa y no se sabe ni qué es ni quién es el culpable, por lo que obviamente se empiezan a tirar unos a otros con toda la artillería posible. Y no diremos más: lo que sigue será una maquinaria de calamidades repulsivas que se irán apilando unas tras otras, para sufrimiento y tortura no solo de los espectadores sino del elenco encabezado por Blanca Suárez (quien tendrá que terminar en ropa interior, obviamente), Mario Casas, Carmen Machi y nuestro Alejandro Awada, entre otros, quienes no la pasarán nada bien en los agotadores 100 minutos del relato. De la Iglesia tiene el talento suficiente como para generar algunos momentos de genuino humor y otros de creciente suspenso, pero el desinterés casi programático que generan sus personajes hacen que esos pequeños momentos no se sostengan en el tiempo. Es, básicamente, la historia de un montón de imbéciles haciéndose cosas horribles entre sí para escapar de una segura muerte, muchos de ellos, literalmente, hundiéndose en la mierda (¡y bueh!). Y una escena se encadena con la siguiente sin giro alguno en la lógica y un mismo nivel de griterío permanente: una mujer que busca el amor pero no lo encuentra, un publicitario creído, el clásico “predicador diabólico”, la señora solitaria, la dueña mala onda del local y así. Un catálogo de personajes desesperados y desesperantes que hacen de El bar una experiencia que solo apreciarán los ultrafanáticos del director de El día de la bestia.
“El Bar” nos presenta un elenco coral en el cual personas muy distintas entre sí y que no tendrían nada de común si se conocieran en otro contexto, se reúnen en un mismo bar por distintos motivos: comer, tomar algo, o simplemente estar de paso para cargar un celular o ir al baño. Pero el destino siempre tiene algo planeado para todos nosotros y es así como estos perfectos desconocidos deberán pasar las peores horas de su vida. Álex de la Iglesia vuelve al ruedo con una película que tiene como protagonistas a grandes personalidades de la industria española como Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, como también a nuestro Alejandro Awada, en un papel que tomará el acento madrileño y cambiará de nacionalidad durante unas horas. Cada uno de los actores le otorga su sello al personaje, brindando un abanico de temperamentos e idiosincrasias, enriqueciendo la trama, y que serán muy útiles a la hora de la toma de decisiones. La historia va subiendo de nivel a medida que transcurre el relato. Ocho desconocidos tienen la casualidad de encontrarse en un bar, cuando un hombre es asesinado en la puerta de éste. Por miedo o precaución, toman la decisión de no salir del lugar. Es así como veremos las reacciones de aquellas personas en una situación de crisis, mostrando en realidad quiénes son, con gran egoísmo y violencia por doquier. Desde un primer momento se mezclan el tono de comedia negra con el de suspenso. Si bien la situación es límite y grave, el humor está siempre presente, con decisiones y acciones ácidas e irónicas. Pero el argumento también da lugar al misterio y a la sospecha, donde ni ellos ni nosotros conocemos a los personajes, sus pensamientos ni ambiciones y no queda claro quién es el bueno y quién el malo de la historia. Como en toda profundización narrativa, estas víctimas de la situación poseen matices, que los iremos descubriendo con el correr de la historia. Los personajes realizan una transición y un cambio profundo a lo largo del film. La locación en la cual transcurre la trama es claramente una sola: el bar. Y ese encierro que sienten los personajes también lo sienten los espectadores. Pero a diferencia de otros lugares, un bar es un sitio bastante versátil, con muchas áreas, por lo que fue suficiente para que el director juegue con estos elementos. En síntesis, Álex de la Iglesia vuelve a sorprender con “El Bar”, un film que atrapará desde principio al fin, a través de su humor y suspenso, con grandes personalidades de la industria española y argentina, que retratarán personajes con muchos matices. Puntaje: 4,5/5
El bar, de Álex de la Iglesia Por Hugo F. Sánchez Un grupo de personajes -y Álex de la Iglesia entiende por personajes a los desgraciados que representan las desgracias de los tiempos que corren- se juntan fortuitamente en un bar a desayunar. Está la chica infartante sin suerte en el amor, los grises que no aceptan el paso del tiempo, la mujer que gasto sus pocos euros en una maquinita, el hipster solo comprometido con él mismo, el linyera con arranques místicos, un trajeado con problemas conyugales y así. Un paneo rápido por los protagonistas, un par de diálogos como para que quede claro quién es quién y a los bifes. El primero que sale del bar recibe un tiro y queda agonizando en la vereda. El que sale a ayudarlo también. Y mientras el terror de apodera de los ocho que quedan adentro, los cuerpos desaparecen. Por supuesto, los sobrevivientes son la representación misma de todo lo que no funciona en el mundo y el miedo que vendría a ser la columna vertebral del relato, funciona como instigador de las miserias que cada uno guarda en un rinconcito de su miserable ser, como para reafirmar la hipótesis del director que el mundo es un asco y que la mayoría de las personas están dispuestas a hacer cualquier cosa – engañar, mentir, ocultar, traicionar y claro, hasta matar- para sobrevivir. Bien, no por poco original la mirada de De la Iglesia merece condena, el problema es que viene diciendo lo mismo desde hace años y la repetición de la hipótesis pierde interés en cada nueva entrega y en ese sentido, El bar condensa la premisa (hasta carece de humor, una de las marcas distintivas del director de El día de la bestia, La comunidad, Mi gran noche, Balada triste de trompeta), y no ofrece otro punto de apoyo que esa simplificación de la mirada del realizador sobre mundo. Estamos ante un film chiquito, con los rostros expresivos que son tan caros al director vasco: la pavorosa Terele Pávez; Carmen Machi, tan prototípicamente española ella, Mario Casas el divertido galán ibérico; el inquietante Jaime Ordóñez y nuestro Alejandro Awada. Todos pasados de rosca, tratando de salir adelante con una historia que no ofrece demasiadas alternativas más que las de juntar a los protagonistas en un espacio reducido para que expongan sus agachadas y contar a través de ellos que el mundo es esa porquería que representan ellos, que afuera las cosas no son mejores y las enfermedades, el autoritarismo, el racismo y hasta una posible plaga zombie, son nada más que los síntomas de una sociedad enferma. Y El bar vendría a ser el diagnóstico acertado, una apabullante simplificación sin vuelo ni interés. EL BAR El bar. España/Argentina, 2017. Dirección: Álex de la Iglesia. Guión: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría. Intérpretes: Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Terele Pávez, Joaquín Climent, Alejandro Awada, Jordi Aguilar, Diego Braguinsky. Producción: Álex de la Iglesia, Carolina Bang y Kiko Martínez. Duración: 102 minutos.
Tal vez por lo cercana. Tal vez por lo urgente. O tal vez porque la identificación con alguno de los personajes es inevitable, es que esta nueva propuesta de Alex De la Iglesia sea, en el fondo, tan dolorosa como entretenida. Un fragmento de la sociedad ejemplificada en este grupo humano que debe decidir entre la salvación individual o grupal, el trabajar en equipo o aislarse en medio del aislamiento forzado. Gran reflexión sobre la vida actual que no deja indiferente a nadie.
El Bar: El horrendo placer de estar atrapados con Álex de la Iglesia. El clásico infortunio de las películas del director español recae en un grupo de personajes que quedan atrapados misteriosa y violentamente en un bar. (Reseña hecha durante el BAFICI 2017) Primero lo primero. Álex de la Iglesia es un gran director que suele traer disfrute a las salas de habla-hispana desde hace ya muchos años, pero hay cosas que uno no puede ignorar, y callárselas seria colaborar con esta demencia y locura. Álex: Eso no es un bar. Sí, sé que seguramente en España y en algún otro lugar del mundo el local que protagoniza esta cinta sea referido como “bar”, pero lo importante cuando uno se encuentra con una cultura ajena a la de uno es siempre aclarar que esa cultura ajena es inferior a la propia. Ahora que ya aclaramos lo importante podemos seguí avanzando con los detalles: la película en sí. Los proyectos del bueno de De la Iglesia siempre tienen un gran reparto, no tanto por la fuerza de los nombres sino más bien por lo justo de sus elecciones: Buenas performances realizadas por actrices y actores que le van como anillo al dedo a todos los pintorescos personajes. Moneda corriente en toda su filmografia, y El Bar no es ninguna excepción. Un grupo de españoles, sumados a nuestro querido Alejandro Awada representando al argentino sátrapa, quedan atrapados en un pequeño “bar”. Circunstancias violentas los mantienen encerrados, pero no podrán compararse con la violencia y enemistad que se generará entre ellos. Hay mucho que destacar en la parte técnica pero, debido a la naturaleza del film, no hacen más que condimentar y rezaltar los atributos más teatrales de esta obra. El Bar es una película teatral. Su guion, sus personajes y sus actores son el corazón de este trabajo y hacia donde estan puestas todas las luces del mismo. Nada destaca negativamente, y todo suma, este es el gran mérito del director. Las tensiones escalan con un agradable y constante ritmo, que solo baja la velocidad de las conspiraciones que surgen en las cabecillas de los personajes para mostrarnos ocasionales interacciones que sirven para desarrollarlos más allá del estereotipo (o más bien profundizando los estereotipos), como también hacen un lindo oasis de puro entretenimiento entre tantas acusaciones y saltos a la yugular. Sin la estructura la sociedad no tiene sostén, sin las reglas todos seriamos tramposos. En lineas generales, y muy superficiales ya que estos conceptos se repiten una y otra vez en el diálogo, este es el espíritu que empapa todo este proyecto. También, de manera un poquitito más sutil, podemos encontrar una crítica contra la manera de consumir información y noticias, así como contra los medios en general. Mensaje o no, el film no busca más que entretener. Como buen comedia negra, crea carcajadas que contrastan con un pesimista y oscuro pensamiento que se gesta en el fondo de las cabezas de la audiencia. La película no esta preocupada por atraer al público que no viene a buscar un divertido y autentico cine de género, pero al tener un nivel mucho más alto que las usuales criaturas de esta categoría, puede terminar haciéndolo tranquilamente. ¿Intrigado? ¿Interesado? Con una premisa tan misteriosa y el nombre de Álex de la Iglesia en el póster, no hace falta más que nuestro sello de aprobación bastardo para saber que, salvo que uno no quiera divertirse, apostar por El Bar significa sacarle buen provecho a una hora y cuarenta minutos.
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En un comienzo, Alex de la Iglesia hacía comedias negras sobre curas adoradores del demonio, heavies apegados a la mamá, cómicos “casposos” de tiempos del franquismo y ambiciosos pequeños vendedores de grandes tiendas. La comunidad (2000) fue el primer aviso de que la empatía por los españolísimos perdedores de tres por cuarto cedería paso a la resuelta antipatía por seres crecientemente repelentes, cegados por la ambición y el odio criminal al prójimo. Vecinos de un edificio dispuestos a todo con tal de quedarse con un botín, payasos de circo perturbados al grado de mutilarse mutuamente, un publicista desempleado sometido (por De la Iglesia) a una larga serie de humillaciones, el mundo de la TV mostrando toda su estúpida impostura. Hace rato que nadie se ríe con las películas de De la Iglesia, porque De la Iglesia quiere que el público salga del cine shockeado, eventualmente asqueado. Su última exploración en este terreno es El bar, coproducción con Argentina escrita como siempre junto a Jorge Guerricaecheverría, que empieza con toques de costumbrismo madrileño y termina con un puñado de sobrevivientes quitándose la vida en unas alcantarillas. En entrevista con PáginaI12, el sábado pasado De la Iglesia afirmaba que si a veces las historias se le van de las manos es bueno, porque quiere decir que están vivas. En realidad, cuando se le van, como le viene ocurriendo desde Balada triste de trompeta, no es porque estén vivas sino sobrecocidas. Lo que nunca se le va de las manos, porque es de hierro, es la puesta en escena, y el plano-secuencia inicial de El bar es un ejemplo perfecto. Sin cortes, la cámara recoge a la protagonista, Elena (la muy sexy Blanca Suárez) mientras habla por celular a la salida de un negocio y camina por una calle madrileña. En el camino se va cruzando con personajes que en ese momento son simples paseantes, pero que enseguida van a ser algunos de los agonistas del drama: un hombre de negocios (Alejandro Awada, haciendo más o menos de español), un homeless llamado Israel (Jaime Ordóñez, excelente) y un gordo que pasa por detrás, tosiendo a más no poder. El plano, muy depalmiano por los movimientos internos de los actores, es muy bonito justamente por esa coreografía humana. Pero a la vez revela una manía de control muy ligada a la idea de que un grupo de gente metida en un espacio cerrado (un bar, por caso) es como ratas en una jaula. Los que llegan de la calle se suman a los que están adentro, el gordo que tose pide permiso para pasar al baño, adentro hay un madrileñismo concentrado (churros, tortillas, la dueña –la excelente Terele Pávez, la Chus Lampreave de De la Iglesia– que pone a todos en su lugar, la señora solitaria –Carmen Machi– que juega a los jueguitos electrónicos), un cliente paga y sale a la vereda… y en cuanto sale lo recibe un tiro en la frente. Comienzo del encierro y la confusión. ¿Quién tiró, desde dónde, cuánto tiene que ver la policía con eso, los terroristas musulmanes, o serán los extraterrestres? Como en una película de John Carpenter, los espacios se irán empequeñeciendo y la población también, mientras crecen las sospechas. Pero mientras que en El enigma de otro mundo, por ejemplo, la sospecha es puramente práctica (“vos podés tener el monstruo y me tengo que cuidar”), aquí tiene una sobrecarga moral: “vos podés ser el Mal”. O “vos podés tener el Mal”, a partir del momento en que el peligro es un virus. Cuando un grupo de personajes descubre una abertura que lleva de un sótano a una alcantarilla subterránea, uno puede imaginarse a De la Iglesia frotándose las manos: finalmente hemos dado con la representación del mundo. “Somos unos animales”, dijo el realizador vasco. Qué clase de animales lo aclaran los títulos de crédito de El bar, llenos de ilustraciones de seres microscópicos, algunos reales, otros imaginarios, todos ellos desagradables bestezuelas infinitesimales. Antes de ese último descenso, los últimos cinco confiesan en ronda, uno por uno, sus secretos más íntimos, en el momento más falso de El bar. Falso por mecánico, falso porque no existe esa intimidad entre ellos. Después sí, sufriendo tanto o más que en un parto (el masoquismo es todo un temón en el De la Iglesia de Balada triste… para acá) deberán pasar a través de esa abertura que lleva hacia las aguas hediondas que serán su último hábitat. Allí, el homeless dejará de recitar las páginas más terminales del Apocalipsis bíblico para convertirse en una suerte de Ángel Exterminador. Y De la Iglesia tal vez encuentre un nuevo sentido para su apellido.
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Una feria de las calamidades Después de su explosiva aparición con Acción mutante (1992), Álex de la Iglesia ratificó su talento e imaginación como cineasta con El día de la bestia (1995), que fue un gran éxito en su país y le dio su único Goya como director. De ahí en más, el director vasco llevó adelante una carrera irregular, en la que sufrió unos cuantos traspiés económicos: Perdita Durango (1997), 800 balas (2002) y Balada triste de trompeta (2010) fueron estrepitosos fracasos de taquilla. En El bar vuelve a trabajar con el cruce entre el terror y la comedia negra en clave disparatada que, a esta altura, es su marca registrada. Un inesperado asesinato contado con virtuosismo en una notable secuencia inicial provoca que los extravagantes personajes de la historia queden encerrados en el bar del título e intenten sobrevivir a toda costa, cercados por una especie de mendigo satánico. Estrenada en el último Festival de Berlín, El bar, en cuyo elenco aparece el argentino Alejandro Awada, podría definirse como una versión trash, efectista y acelerada de Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino. O también como una agotadora feria de calamidades y escatologías destinada a causar repulsión o, en el mejor de los casos, apenas un par de sonrisas cínicas. Lo seguro es que la película deja bastante claro que ha llegado para De la Iglesia la hora de reinventarse.
Los sospechosos de siempre El director vasco Alex de la Iglesia sabe presentar, como pocos, la intrigante historia y sus personajes. De lo que la gente es capaz de hacer cuando se siente en peligro, perseguida y acorralada -por no decir simplemente desquiciada-, El bar es un muestreo de todo lo bueno y lo no tan bueno que puede hacer el director de El día de la bestia. Al estilo de La comunidad (2000), Alex de la Iglesia pinta en El bar a varios personajes. Tienen un ámbito en común, el bar en un barrio madrileño. Son ocho, entre la dueña, un asistente, un mendigo y varios clientes que comenzarán a desconfiar unos de otros cuando adviertan que, ahí fuera, hay un francotirador dispuesto a hacer blanco en aquel que ponga un pie en la vereda. Las sospechas y las dudas pasan por todos, desde un joven con barba tupida -en tiempos de terrorismo…-, un ex policía armado, alguien con un maletín que cuida celosamente, una mochila sospechosa, una ludópata, una joven bastante suelta. En fin, nadie advierte que, además de ellos, hay alguien que se encerró en el baño. Como en muchos de sus películas, por no caer en el lugar común de decir que en todas, el director vasco sabe presentar como pocos la historia y sus personajes. Tiene ideas, pero en cierto momento, cuando la trama ya se ha desarrollado y tiene que pegar la curva, se estanca. El hecho de que el bar no tenga salida de emergencia es casi una metáfora del filme, cuando el acoso se sienta más, y ni siquiera se pueda confiar en los que están ahí afuera. Al ser una película “de encierro”, no hay muchas artimañas de las que De la Iglesia pueda echar mano desde el manejo de la cámara. Y El bar pasa a ser una película “de personajes”, por lo que son los intérpretes los que llevan el peso de todo. De la historia, de decir con gracia o no los diálogos, de parecer espontáneos en ese aislamiento de horas. Muchos de ellos ya han trabajado con el director de Perdita Durango y Crimen ferpecto (como Terele Pávez, Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi: la mayoría estuvo en su anterior filme, Mi gran noche), y el espectador al que le gusta De la Iglesia reconocerá en ellos marcaciones de antaño. Se suma Alejandro Awada como Sergio, uno de los más intrigantes sujetos que esconde más de lo que muestra. Es cierto. Los primeros 40, 50 minutos son atrapantes, y luego todo desciende como los personajes al sótano. Y se intuye que si se lograra salir a la superficie, ya estará bastante manchado y algo arruinado. La película dura 102 minutos, con lo que habrá quien vea el vaso medio lleno y quien medio vacío.
El director de El día de la bestia y Muertos de risa regresa con El bar, una nueva comedia negra que lleva su impronta visual y narrativa pero que agota sus ideas rápidamente. Después de varios títulos desparejos, Alex de la Iglesia regresó al humor más puro y grotesco español con Mi gran noche. El film de 2015, protagonizado por Raphael, había mostrado a un de la Iglesia inspirado, casi felliniano. Personajes patéticos pero queribles en medio de seres grotescos y oscuros. Acción y humor negro que se acercaba al tono absurdo de sus primeras y mejores obras como El día de la bestia, Muertos de risa y La comunidad. Y si bien muchos vaticinaban que podía tratarse de un regreso a las fuentes y que este iba a ser el camino que el director -que empezó a tropezar a partir de 800 balas (que no era floja sino un poco decepcionante) y que tuvo su máxima caída con Balada triste de trompeta (con un oasis en el medio llamado Crimen ferpecto)-, iba a retomar, El bar es una prueba de lo opuesto. O al menos, lo es en su segunda mitad. La acción comienza una mañana en una ruidosa calle de Madrid. Personajes no del todo agradables -un vagabundo religioso con ideas apocalípticas, un comerciante chanta, un ex policía borracho- forman parte de la fauna cotidiana del bar. Cuando uno de los clientes intenta salir recibe un tiro directo a la cabeza. Otro hombre intenta ayudarlo y, también, es alcanzado por una bala. Al poco tiempo, las calles están vacías. Los que quedan en el bar empiezan a armar teorías conspiratorias sobre los motivos por los que los están atacando. Coqueteando (en apariencia) con lo fantástico, nuevamente, de la Iglesia desnuda a un número limitado de personajes que se tratan de quitar el pellejo mutuamente (en el sentido más literal) con tal de sobrevivir, dentro y fuera de ese bar. Durante la primera mitad, la más absurda y divertida, cuando se especulan las teorías más ridículas, es donde está el de la Iglesia más puro. No hay personajes que generen empatía o cariño pero, en medio del grotesco, todos tienen algo que resulta medianamente pintoresco y querible. En un momento, cuando ya todas las incertidumbres sobre el misterio del bar han sido resueltas, el film se queda con pocas ideas y cae en la reiteración. Decide eliminar tres personajes con potencial de ser mejor explotados humorísticamente (como el de Alejandro Awada que cumple una buena interpretación, pero está mal aprovechado) y se queda con los más obvios y banales. Lo que sigue es un tire y afloje entre personajes que van desmenuzando un perfil cada vez más siniestro (pero del que ya se habían visto ciertos comportamientos ególatras), que llevan a las resoluciones más previsibles que de la Iglesia haya concebido en su filmografía. Un concepto que podría haber sido inspirado y divertido se convierte en un film sin demasiada identidad. Los diálogos filosos y sarcásticos son reemplazados por gritos. Las pocas ideas visuales con las que amaga en su primera mitad (planos secuencia, la explotación del mecanismo teatral en función del desarrollo de personajes, el uso de zooms) quedan obsoletas en la segunda hora cuando ya no le importan los personajes. Hay sólo un plano que rompe con la convencionalidad y el director lo exprime hasta agotarlo. Esta vez de la Iglesia y Guerricaechevarría tenían una historia a la que no supieron darle cierre, ni estético ni narrativo. Y aunque el tono pesimista, la desazón, la visión de un mundo desamparado y desigual siguen estando presentes desde Acción mutante, falta ese patetismo querible que provoca que se extrañe a los protagonistas de El día de la bestia, Muertos de risa o, incluso, Crimen ferpecto. Los microuniversos de de la Iglesia ya han sido tantas veces plagiados, incluso por el mismo director, que esta vez está copiando microuniversos de otros (hay algo de Carpenter flotando) pero no se llega a manifestar completamente. La manera que maneja el encierro y cómo este sirve de disparador para crear el caos tienen mejores resoluciones en Mi gran noche y La comunidad. También esta vez son bastante olvidables la mayoría de las actuaciones (el mejor es Jaime Ordóñez), más que nada porque los personajes impiden a los intérpretes explorar matices de la psicología de cada uno.
El terror y el absurdo de la Madre Patria siempre son bienvenidos. Álex de la Iglesia va y viene dentro de su estilo tan marcado con producciones más chiquitas y jugadas, y otras más imponentes para el mercado internacional, por esta vez deja los “monstruos” de lado para meterse con una criatura más salvaje e impredecible: el ser humano y su instinto de supervivencia. O sea, hasta donde somos capaces de llegar para salvar nuestro pellejo. “El Bar” (2017) es españolísima, desde sus costumbres y personajes, una historia llena de suspenso y violencia que se cruza con el infaltable humor negro de su realizador. Estamos en el centro de Madrid, a media mañana, en un barcito repleto de transeúntes listos para la jornada laboral: oficinistas, vendedores, clientes ocasionales, otros conocidos hasta el hartazgo por la dueña, y algunos fuera de lugar que sólo hacen tiempo para luego seguir con sus cosas cotidianas. Todo y todos se concentran ahí después de un primer gran plano secuencia que confluye en el pequeño establecimiento. Mientras afuera el mundo sigue girando de forma normal, adentro se charla, se discute, se rumorea, se bebe y se come, algunos utilizan el baño y otros juegan en las maquinitas de azar. Hasta que uno de esos oficinistas termina su café y sale rumbo al trabajo, pero una vez que atraviesa la puerta recibe un certero disparo que lo mata al instante. Afuera, la plaza parece desierta, sólo el cadáver que yace en la puerta del bar. Adentro, el miedo y el estupor se apoderan de la concurrencia, pero nadie tiene el valor para salir a ayudar. Finalmente, el barrendero sale a auxiliarlo y cae redondo de la misma forma, dejando su vida en la vereda. Todo es pánico y confusión dentro del bar. Las noticias no dicen nada al respecto, ya no hay señal en los celulares y la calle es un desierto. En el descuido, los dos cuerpos desaparecieron, pero comienzan las sospechas, ¿el verdadero peligro estará entre ellos? Álex de la Iglesia logra crear un sinfín de situaciones incómodas y misteriosas. De a poco, los personajes (y los espectadores) van acomodando las piezas, descubriendo que desató esta tragedia. Mientras tanto, todos dudan del que tienen al lado, suponiendo que el peligro no está tan lejos como quisieran. Así, “El Bar”, se vuelve una película de supervivencia y locura, donde cada personaje hará lo que sea para salir con vida de semejante situación. De la Iglesia traslada la típica película de terror de “casa invadida” a un barcito de la ciudad, con todo lo que esto implica. Los personajes, arquetipos volubles más que estereotipos, se encuentran aislados sin estarlo concretamente, pero el realizador demuestra su punto: las consecuencias de la falta de información y el no saber, que generan el verdadero caos. Desde ahí comienza una espiral si control de desconfianza y violencia desmedida que abarca a todos los personajes, incluso los más ingenuos y buenudos. “El Bar” habla de la verdadera naturaleza humana, la unión, la solidaridad, pero también de lo que ocurre cuando empiezan a quemar las papas. No estamos tan acostumbrados al cine de género español, pero esta es una gran propuesta con geniales actuaciones (Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Alejandro Awada, Jaime Ordóñez, entre otros) y situaciones que ponen nervioso a cualquiera. De la Iglesia concentra todo en un solo espacio, manejando la tensión con maestría, mucho drama y humor que, en otras manos menos habilidosas terminaría siendo algo grotesco y sin sentido.
El ángel extermina en bar madrileño En su película anterior, "Mi gran noche", Álex de la Iglesia encerraba un montón de personas, incluyendo a Raphael, dentro de un estudio de televisión. Ahora decidió hacerlo con menos gente en un lugar más pequeño, uno de esos típicos barcitos de Madrid donde se bebe un carajillo o se come un pincho de tortilla al paso. Todo esto podría parecer simpático y pintoresco si no fuera porque "El bar" es una de las películas más terribles y oscuras de un director que ya de por sí no se especializa en entretenimientos familiares. De la Iglesia suele hacer comedias negras en las que todo es gracioso de principio a fin a pesar -o, en realidad, gracias- a sus detalles siniestros. "El bar" es una auténtica película de terror ya que en un punto es más horripilante que "El día de la bestia". También es un film más serio en lo que hace a las relaciones humanas, ya que la historia de ocho personas atrapadas por un episodio violento y enigmático que no terminan de entender es una trama pensada para sacar a relucir las mayores miserias de sus personajes. Como hay gente de todas las clases sociales, desde un pordiosero a un publicitario, es fácil para el espectador identificarse con ellos, aun cuando lleven a cabo todo tipo de barbaridades. Quizá éste sea el gran logro de una película que, además de estar muy bien actuada y filmada, tiene el sello de intensidad y diversión del cine de De la Iglesia.
El día de la bestia Elena (Blanca Suárez), Nacho (Mario Casas), Trini (Carmen Machi), Andrés (Joaquín Climent) y un vendedor de lencería (Alejandro Awada) están en el bar de Ámparo (Terele Pavez), que tiene como empleado a Sátur (Secún de la Rosa); además un vagabundo llamado Israel (Jaime Ordóñez) quien entra a pedir algo para comer. De repente sale un cliente y es asesinado de un disparo en la cabeza. Otro hombre que intenta ayudar al muerto también es asesinado. Los ocho personajes deberán averiguar qué está pasando, pero cómo encontrar una respuesta si no pueden salir del bar. La nueva película de Álex De la Iglesia cuenta de una manera muy particular lo que pasa cuando personas totalmente desconocidas deben asociarse para hacer frente a algo que escapa de su entendimiento. Como ya se ha visto muchas veces en esos grupos empiezan a definirse las alianzas y emergen los líderes naturales que tomarán las decisiones para tener a todos a salvo. El principal acierto de la película escrita por De la Iglesia y su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarría es que de un hecho trágico toma un rumbo más de comedia y sin perderlo va virando hacía otra cosa. Todo se hace más grande y hay muchos momentos desopilantes. El director hace un gran homenaje a varias películas de género y le da su toque agregando condimentos habituales de su cine, incluida la crítica no sólo a la situación de España sino de todos los países de Europa en tiempos donde el miedo y la paranoia ante casos de terrorismo están presentes. El Bar está entre las mejores películas de Álex de la Iglesia, es una comedia negra muy disfrutable que sin ser algo totalmente nuevo es igual de entretenida.
De la Iglesia tiene buenas y malas películas, pero si hay algo que no se le puede negar es el amor desaforado por el cine, el género y el humor. Y la pasión, por supuesto. Cuando esos elementos se conjugan bien, es capaz de crear películas como “La Comunidad” y como “El Bar”, que tiene –por lo menos desde lo temático y la pintura de caracteres– puntos en común con aquella. Aquí todo comienza una mañana común en un bar común lleno de personajes pintorescos y también comunes. Hasta que alguien sale del bar, muere de un disparo en la cabeza en medio de un espacio desierto y empieza el terror y la especulación: o hay un criminal o se impide que el criminal deje el lugar. El juego, que recuerda en parte al Buñuel de “El ángel exterminador”, se mezcla con el suspenso, la comicidad “a lo bestia” (gracias, Miguel Gila, inspirador de tanto español) y el ingenio de De la Iglesia para construir una sátira social sin que se pierda el suspenso. Lo mejor es, siempre, la definición de los personajes, esos retruécanos rápidos del tipo ibérico que hacen que lo trágico se transforme en grotesco y en sátira. El realizador, se nota, es de la generación bulímica de cine de Quentin Tarantino, una especie de posmoderno salvaje que ya no cita otro cine, lo usa de acuerdo con su humor, bastante menos misántropo de lo que podría parecer. En “El Bar”, por lo demás, hay un mayor control y tempo que en la desaforada (y muy buena) “Mi gran noche”, lo que le provee una efectividad mayor.
El Bar comienza como un thriller, que no da demasiadas explicaciones, y termina como un regreso a sus orígenes en lo que a climas de terror y de comedia negra se refiere. Personajes de diferentes clases sociales y heterogéneos, desayunan en un bar madrileño, pero uno de ellos, recibe un disparo al salir del lugar. El resto, queda atrapado y a merced de un afuera peligroso y caótico en el que se suceden más muertes. La lucha por la supervivencia y la aparición de la faceta más visceral del ser humano está por aflorar en este relato que aprovecha muy bien la claustrofobia para generar suspenso y desesperación, con la ambición de todos a flor de piel para poder salvarse. Jaime Ordoñez en el papel del vagabundo loco que cita pasajes de la Biblia, Israel, es uno de los hallazgos de esta historia que termina en túneles subterráneos y sabe incomodar al público -la escena en la que el cuerpo de Israel queda atrapado en una alcantarilla-, al que se suman la dueña del bar -Terele Pávez-; su simpático mesero -Secun de la Rosa-; una joven seductora -Blanca Suárez-; un hipster -Mario Casas-; una ludópata -Carmen Machi- y un ex policía -Joaquín Climent-. Y además, claro, un viajante de comercio encarnado por Alejandro Awada. En este film coral los personajes se lanzan tras la búsqueda de la cura ante un virus amenazante, y la película queda inmediatamente emparentada con La comunidad -allí una valija de dinero era el objetivo de un grupo de vecinos- y también con REC -un exterior amenazante y un edificio aún más terrorífico-, por citar sólo algunas. El Bar abre las puertas a un café amargo que sirve como antesala del mismísimo infierno, entre vaselina y sangre, convirtiéndose en un contundente entretenimiento, aún con sus errores de continuidad -el personaje de Carmen Machi se quema y las vendas de sus manos luego desaparecen misteriosamente- pero con una enérgica puesta en escena que coloca la violencia en primer plano.
Del director español de joyitas cinematográficas como El día de la bestia (1995), Muertos de risa (1999) o La comunidad (2000), llega ahora El Bar, una comedia con tintes apocalípticos llena de mensajes muy inteligentes pensados para los tiempos que corren. Álex de la Iglesia es un experto en disfrazar cualquier tipo de drama que nos aqueja con una historia de humor y terror, y en su nuevo film refleja los instintos más prehistóricos del ser humano encerrando a un diverso grupo de personas dentro de un típico bar del centro de Madrid. La diversión comienza cuando un hombre es sorpresivamente asesinado a la salida del lugar; nadie vio nada, pero el tipo se desangra en la vereda en lo que parece ser un blanco de tirador. Mientras todos discuten eufóricamente e intentando sobreponerse al miedo de abandonar su zona de confort, el cuerpo del muerto desaparece como si la tierra se lo hubiese tragado… Todo es incertidumbre, suspenso, sospechas mutuas y demás, cuando encima descubren que los teléfonos celulares no funcionan y que a nadie parece importarle lo que está ocurriendo. Los personajes de la película están claramente representados dentro de un grupo: la chica linda, el hombre de negocios, la dueña mal llevada, el linyera borracho, el camarero experimentado, la adicta al juego y el ex-policía. Ellos son: Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Terele Pávez, Joaquín Climent y Alejandro Awada (aunque no en ese orden). Todo lo que sucede dentro del bar es una exquisita sucesión de hechos a los que no podrás quitarle los ojos de encima; una trama con un ritmo frenético que no pierde el tiempo y que deja muy claro todo lo que desea contar. Las actuaciones son todas muy buenas y con dosis de humor imperdibles, la atmósfera está perfectamente lograda, ya que puede sentirse esa claustrofobia del encierro que además es una metáfora de otras cosas, al igual que lo es el film en sí. Puede que El Bar no esté al nivel de otras obra de Álex de la Iglesia, pero créanme que no será una pérdida de tiempo verla, en especial si eres fan del género.
Un pequeño local, con una gran barra y pocas mesas. Un lugar amigable con clientes habituales y otros nuevos. Un señor sale del bar y le pegan un tiro, como si se tratase de francotirador. Un segundo hombre sale a ver lo que ocurrió y sufre la misma suerte, lo asesinan. Desde ese momento todo lo que ocurre en el exterior es amenazante, extraño, y aterrador. Y los humanos encerrados y parapetados como pueden, sin contacto con familiares y amigos sacaran a relucir las peores lacras. Alianzas y traiciones. Odios y un humor negrísimo para ese grupo de abandonados que practican el sálvese quien pueda. El afuera de los poderosos hace desaparecer cadáveres, pinta los vidrios, simula un incendio para que los medios den una noticia falsa. Alex de la Iglesia un verdadero experto en crear tensiones y en doblar las apuestas a una sobrevivencia desesperada. El místico, el yuppie, el buenazo, la adicta al juego, la linda, el siniestro, el infectado….cada uno mostrando la hilacha de la que están hechos, cuando caen todas las mascaras sociales. Ejemplo de un mundo donde el imperio del terror nos reduce a lo elemental del ser humano y solo queda el instinto para mantenerse con vida. Con buenos actores, entre los que esta Alejandro Awada, Blanca Suarez, Mario Casas, Jaime Ordoñez, Carmen Machi, Terele Pávez, Joaquín Climent y Secun de la Rosa. Una comedia negra desaforada y entretenida que nos hace pensar en los tiempos que vivimos.
Sálvese quien pueda Esta más que comprobado que Álex de la Iglesia es un autor, y no porque haya hecho películas con temáticas que nunca nadie hizo, sino porque las piensa y las filma de una forma magistral. El Bar (2017) es una prueba más de que no ha perdido la magia. Son las nueve de la mañana y un grupo de personas desayuna tranquilamente en una clásica confitería en plena Madrid vertiginosa. Apurado, uno de ellos sale del lugar y recibe un disparo en la cabeza que lo deja muerto en plena vía pública. A partir de ese momento, una típica jornada en la vida de los testigos del bar se tornará un infierno; hecho que para el espectador será más que atrapante. ¿Alex de la Iglesia se sigue repitiendo así mismo? Y sí. Y es lógico… porque le sigue yendo bien. Un autor de su talla siempre tiene ese haz en la manga. Su peculiar modo de ver el mundo siempre le jugó a favor a la hora de la creatividad. Sus films giran en torno a las miserias humanas, las mochilas que cargamos sobre los hombros y cómo nos las ingeniamos para vivir con ellas. Y esto es fascinante, porque las presenta de una forma inteligente y lúcida. Sumado a eso, la claustrofobia, el temor a lo desconocido (y a los desconocidos), la paranoia generalizada, la invasión de la tecnología y los dilemas morales son el caldo de cultivo para unos diálogos deliciosos en un escenario más micro, donde comienza a desatarse la antesala del apocalipsis. Lo exagerado, lo llevado al extremo, a De la Iglesia le sale tan bien… Veremos personajes bien estereotipados: un hipster con su tablet desconectado del mundo, una joven mujer que busca a su príncipe azul, un mendigo que esboza párrafos de la Biblia y es tomado por loco, un oficinista cuyo maletín contiene elementos de los que no está orgulloso. Luego están la malhumorada dueña del bar y su empleado, y una adicta a las máquinas tragamonedas. Cada uno, a modo de juego, tendrá que ir sorteando etapas en las que se verán cada vez más expuestos y vulnerables, hasta llegar a una especie de purgatorio, representado metafóricamente de forma excelente. Éste es un nuevo híbrido del director de la siempre sobresaliente Balada Triste de Trompeta (2010): tragicomedia, suspenso y terror. Caos y prolijidad a la vez. Oscuridad y delirio al mismo tiempo. Imposible ser indiferente a aquella mezcla y no quedar atrapados en el “berengenal”.
Es una comedia negra, una historia coral que contiene una fuerte crítica social y política. Ante un hecho inesperado varias personas deben permanecer encerradas en un bar compartiendo varias horas juntas sin poder salir. En esas ocasiones puede llegar a salir el monstruo que llevamos dentro. Vemos las personalidades de cada una de esos individuos reunidos en ese bar y como suele suceder varios no se conocen. Nos pinta de cuerpo entero como reaccionamos ante situaciones extremas, como podemos llegar a ser, está el miedo al de afuera, a lo desconocido, se plantea si somos seres manejables. Hasta se encuentra presente el purgatorio, el descenso a los infiernos, el temor, la desconfianza y hasta podes llegar a la paranoia. La película está llena de metáforas y la música también es un protagonista. Hasta en algún punto podemos decir que tiene puntos en común con "La comunidad" o “Las brujas de Zugarramurdi”.
Alex de la Iglesia firma esta historia de planteo claustrofóbico, en torno a un puñado de personajes que quedan encerrados en un bar madrileño, del que son habitués o al que llegan por casualidad, cuando un tiroteo deja dos muertos en la vereda. Y eso es sólo el principio. Lo que sigue, entre el humor negro, el gore y el suspenso, géneros del director, parece un cóctel entre versión castiza de Los 8 más odiados de Tarantino, los films clásicos de zombies, el suspenso de personajes de Agatha Christie, Epidemia y El ángel exterminador. Como ya le pasaba en sus películas más recientes, de Balada triste de trompeta a Mi gran Noche, De la Iglesia parece tan embelesado con su historia que no se detiene, el chiste sigue y sigue aunque haya perdido gracia. En El Bar, el asunto termina por sentirse como un largo, reiterado y finalmente cansador exprimido de cada idea visual, ocurrencias que se repiten sin que contribuyan necesariamente a una narrativa. Cuando las secuencias son como estampas, íconos juguetones de la cinefilia, se puede admirar la imagen, el encuadre y la bestialidad de la broma, pero el efecto acumulado es el contrario, genera desgaste. Y uno termina -excepto que sea muy fan de todo lo que hace el director de las tanto más frescas e inspiradas El día de la Bestia o Muertos de Risa- preguntándose hasta dónde llega todo esto, cuándo termina.
El Bar, un purgatorio posmoderno Denise Pieniazek Advertencia: Contiene “Spoiler” Después de aproximadamente un año de espera desde su realización, se ha estrenado en nuestro país El Bar (2017), el último largometraje del director español Álex de la Iglesia. El creador de Perdita Durango (1997), Muertos de Risa (1999), La Comunidad (2000) y Crimen Ferpecto (2004) se caracteriza por tener estilemas claros, como por ejemplo la carga temática y estética desde el sistema de créditos. Cuando estamos ante el cine de Álex de la Iglesia sabemos qué tono tendrán sus películas, debido a la ingeniosa fusión de géneros como la comedia negra, el crimen, el cine de terror o fantasía, la parodia, el esperpento o incluso cierto coqueteo con la menos conocida sproof movie. Sin embargo, lo que nunca sabemos a causa de lo original e inesperado de esta dupla -compuesta por él y por su habitual co-guionista Jorge Guerricaechevarría- es cómo terminan sus relatos. El filme inicia con una ciudad cosmopolita, donde diversos personajes deambulan y allí ya tenemos una anticipación de lo que acontece luego, personas hablando mediante el teléfono celular ignoran su alrededor. En consecuencia, es ese mismo alrededor el que dispara la “maldición” de una indigente hacia uno de los personajes. A partir de allí, el protagonista es El Bar, un bar que podría ser en cualquier lugar del mundo posmoderno, pero aquí se encuentra en la ciudad de Madrid y no casualmente se llama “El Amparo”. Como en la mayoría de los largometrajes del director, El Bar desencadena sus acontecimientos a partir de un misterioso asesinato de uno de los personajes que se encuentran en ese bar. A partir de allí, los extraños restantes se encierran en el bar y comienza, en términos Darwinianos la “supervivencia del más apto”. En esa cafetería convivirán diversas personalidades: la dueña del bar, el mozo, un joven publicitario (muy ligado a lo tecnológico y casi inseparable de sus auriculares), una hermosa y sofisticada mujer (que parece no encajar allí), una adicta a las máquinas de apuestas, un vagabundo, y dos “hombres de negocios”, entre otros. Todos ellos muy bien caracterizados desde la psicología de su personaje –incluso Mario Casas y Jaime Ordóñez casi irreconocibles- como así también es muy lograda la ambientación espacial. Ante la desesperación y el temor se generan conflictos y bandos entre los personajes, que constantemente volverán a fragmentarse junto con el espacio. Dichos espacios según el director se corresponden con tres instancias necesarias para la purificación de la “especie”. Es decir, lo que suceda en ese bar es necesario para el autoconocimiento de la humanidad. Estas tres partes, que no solo funcionan a nivel espacial sino también a nivel estructural, son: el bar, su sótano y las alcantarillas. Una vez más estamos ante el ingenio desopilante de sus creadores. En el cine de Álex de la iglesia – al igual que en el género clásico del melodrama- los objetos condensan sentido, evidenciando que el espectador de cine trabaja por acumulación, entonces todo cobrará significado y hará avanzar la acción desde un maletín; un celular hasta una jeringa. El Bar claramente posee una crítica a la sociedad posmoderna en la cual abunda el individualismo. En un mundo donde los pobres son ignorados (incluso aunque estén al lado), el uso de la tecnología es dependiente, y nos damos la espalda mutuamente aunque creamos que sólo estamos jugando a un tragamonedas. En un cosmos actual donde creemos que todo viene de afuera -el sistema, el gobierno, el terrorismo, la xenofobia, las epidemias y “pestes” o incluso el desamor- El Bar nos recuerda constantemente mediante su mirada hermenéutica de la sociedad actual que no sólo somos individuos sino también sujetos. Quizás, salvando las distancias, el planteo de El Bar no esté lejos de lo anticipado en el texto Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el cual hablaba del lugar preponderante de los medios de comunicación y sus pantallas, la construcción de un mundo virtual y la falta de vinculación entre las personas. En este largometraje sus personajes también se creen protegidos en ese bar, pensando que el peligro está afuera, y es ese mismo bar cuyo televisor reproduce noticias ficticias de los acontecimientos. Ambos relatos poseen una visión negativa, si Bradbury planteaba una mirada peyorativa del futuro, Alex de la Iglesia lo hace del presente (quizás ese futuro ya ha llegado). Sin embargo, ambos artistas colocan un manto de esperanza y redención sobre la humanidad. En El Bar a través del autoconocimiento como purificación, ese espacio funciona como purgatorio y sobrevivirán de él los que puedan transformarse. En dicha película y en varios filmes del director, los significados son en realidad lo opuesto a lo que parecen en la superficie, puesto que aquí lo putrefacto será simbólicamente lo purificador. Incluso desde la simbología del color, el vestuario pasará del blanco al negro, el negro es la esencia del alma ya que el culpable no es otro, es uno mismo. Allí reside una de las ambigüedades del filme, el cual propone múltiples lecturas, pues tal como plantea su creador “una película es un problema de miradas”.
Delirio en cuarentena Este filme no cae en la pedantería racional del thriller pero tampoco opta por la cabriola delirante. El desafío de Alejandro Awada es no hacer de argentino. La premisa es simple: ocho personas quedan encerradas en un bar ante lo que parece ser una epidemia en el centro de Madrid. Estos seres tienen personalidades disímiles, lo que propicia una dinámica psicológica turbulenta a medida que la situación llega al límite. La primera dificultad que sortea Álex de la Iglesia en este filme es la de caer en el teatro filmado. La compartimentación del espacio es estrictamente cinematográfica y el fuera de campo está más trabajado desde la puesta que desde el guion. La cámara no realiza juegos innecesarios ni se excede en sobriedad: las coreografías fluyen, se entienden, y el director manifiesta confianza en la herramienta más noble del cine para inyectar tensión: el primer plano. No estamos ante la maestría de Tarantino en Los ocho más odiados, pero se nota una soltura aceitada por la experiencia. La intriga del encierro se resuelve en un tono justo: no cae en la pedantería racional del thriller pero tampoco opta por la cabriola delirante. En esta tibieza se extraña el desenfado de La comunidad (2000), Crimen ferpecto (2004) o Mi gran noche (2015), pero al mismo tiempo uno se pregunta qué pasaría si de la Iglesia decidiera imprimirle un tono enteramente dramático a la acción. En cierto momento, el filme asoma una amargura que podría abrirle una nueva veta a un director que corre el riesgo de repetir fórmula. Están presentes los elementos clásicos que estructuran su poética: personajes grotescos, humor sórdido, violencia física y una banda sonora enviciada con el cuarteto de cuerdas. A diferencia de Las brujas de Zugarramurdi (2013), que era un cúmulo de desprolijidad y mal gusto, aquí los ingredientes están en dosis calculadas, prácticamente haciendo de El bar una muestra gratis del cine de Álex de la Iglesia. Una elección llamativa en el casting es Alejandro Awada. El actor no hace de argentino como se ha visto tantas veces a Darín en coproducciones, sino que imita la tonada española con audacia y carisma. Sus rasgos de sátiro oscuro lo hacían ideal para una comedia de estas características.
LAS MISERIAS EN LOS ESPACIOS CERRADOS En el nuevo film de Álex de la Iglesia, un variopinto grupo de personas queda atrapado en un bar luego de que alguien dispara y mata a una persona en la puerta del local. Con el pasar de los minutos, se darán cuenta que tienen a una persona infectada con un virus dentro del local y deberán ponerse a prueba para ver cómo salen sin ser heridos, en un escenario de creciente tensión. En El bar, nuevamente el director español trabaja con espacios cerrados y hasta claustrofóbicos (un bar, un sótano, los desagües) para crear los climas e interacciones humanas que serán el motor generador de la película. La desconfianza y el egoísmo irán ganando terreno, y la subsistencia hará salir lo peor de cada uno de los personajes, ya que el realizador si hay algo que sabe es trabajar la empatía negativa: los protagonistas nos resultan atractivos no por sus virtudes, sino por sus miserias. Sin embargo, al film el humor y algunas situaciones escatológicas le bajan el clima de tensión y suspenso, que en algunos pasajes cobra mayor relevancia. Hacia el final, surge uno de los defectos habituales del cineasta, que es su dificultad para cerrar apropiadamente sus propuestas. En el caso de El bar, se estira y hace un poco extensa, perdiéndose en situaciones que se hacen reiterativas. Aún así, lo que se impone es lo desarrollado previamente, en ese desfile paradójicamente atractivo de personajes miserables.
El infierno, nosotros y los otros Mi gran noche y El bar pueden pensarse como una unidad, de reiteración temática y variación formal. No casualmente son las dos más recientes películas de Alex de la Iglesia, y funcionan a la manera de un ejercicio expansivo e intensivo. En las dos, la preeminencia del espacio cerrado aparece como el escenario donde asumir el conflicto y encontrar la resolución. Delimitación que habrá de volver a los personajes contra ellos mismos, de manera social y también individual. En el caso de Mi gran noche, el drama se circunscribía al interior de un estudio televisivo, con el brillo magnético de Raphael. Varias historias ocurrían a la vez, con la posibilidad concedida de ver el (caótico) afuera, si bien bajo la condición de volver a ese adentro cada vez más irrespirable. Una construcción espacial de capas narrativas superpuestas, con encuadres más abiertos, permiten a Mi gran noche disparar dardos de hipérbole pero sin la suerte de escapar de ese lodazal, a raíz de empresarios y factótums sin escrúpulos. Una película que es un festín. A partir del contraste formal, El bar encuentra una reiteración todavía más agobiante, porque una vez dentro del recinto, los planos serán siempre más cerrados, el aire comenzará a escasear, surgen ataques de pánico, y poco o nada se sabrá de ese afuera que, evidentemente, permanece alelado, frente a pantallas y pantallitas. Así como en Los crímenes de Oxford, De la Iglesia ensaya con El bar un prólogo semejante, en forma de plano secuencia: todos los personajes conviven en el travelling que se pasea por la calle, para que una vez en el bar pueda el montaje comenzar a deconstruir y reformular el espacio, así como a resquebrajar los comportamientos de todos y cada uno de ellos. Una vez situados entre las cuatro paredes, con espejos que replican y el temor instalado en ser vistos y no saber por quién o quiénes, El bar se decide por un recorrido de inmersión, a partir del cual la dirección espacial de la acción será hacia abajo. Si el film comienza en pleno día, la luz variará de intensidad hasta alcanzar las sombras más profundas. Podría decirse, en este sentido, que el planteo fotográfico no está nada lejos de un ánimo expresionista, capaz de tocar las fibras más inconfesables. Debe ser este, quizás, uno de los motivos por los cuales el realizador español supo referir su atracción por la historieta El eternauta. En El bar, de hecho, hay una cita que puede decirse es explícita para el lector familiarizado con la obra de Oesterheld, en donde la inmovilidad y silencio repentinos asaltan por sorpresa. En este nuevo estado de cosas, en donde las reglas se han debilitado o desaparecido, deberán decidir los protagonistas. El forzamiento decisor ante lo inimaginable se convierte también en un descubrimiento, en una caída del velo que oculta, dada la revelación que significa la construcción falsaria que de la realidad los medios de comunicación promueven, con la policía como su garante: mundo de espectáculo canallesco que el cineasta ya plasmara en La chispa de la vida. De esta manera, De la Iglesia hace comulgar preocupaciones que son también un diálogo con otros films, desde El ángel exterminador, de Luis Buñuel, a Sobreviven, de John Carpenter. En el caso del primero, la reunión forzada, con lo indecible como límite a franquear; en el segundo, por la revelación violenta de cuáles son los piolines que hacen bailar a las marionetas, más el corolario de saberse una de ellas. Camino de develación que es también interior, en tanto desnudamiento de lo que esconden el buen vestir y las buenas maneras. La misma división de clases sabrá (aparentemente) caer durante el conflicto, mientras un fantasma no demasiado definido ‑como los Ellos de El eternauta‑ entreteje una trama de simulación televisada. Como flor expresiva de todo el asunto, asoma el personaje de Elena (Blanca Suárez), a partir de una impostura que luego será postura. Ella es el anverso y reverso del film, en tanto mujer de lugar social que parece definido, tan brillante como el día que inicia, pero con la turbulencia que indica la indecisión afectiva. Tal vez, todo lo que sucede no sea más que lo que a ella le pasa. Ella, en suma, como el pulso motor de este relato, en tanto otro capítulo ejemplar para la dupla creativa que De la Iglesia y el guionista Jorge Guerricaechevarría conforman.
Nadie se salva, el cine tampoco. Salvo que se trate de fanáticos, en los primeros 5 minutos de El Bar, el espectador asiste a una encrucijada que va más allá del tipo de cine realizado por Alex De La Iglesia desde Acción Mutante hasta la fecha y que obedece a la engorrosa tarea de sacar a flote una historia delimitada por su premisa, léase un conjunto de personajes que comparten en una mañana cualquiera en Madrid tiempo y espacio. De manera repentina, son víctimas de un suceso que los obliga a enfrentarse para sobrevivir durante un corto lapso, donde necesariamente debe ocurrir todo tipo de catálogo de miserabilismo, guiños hasta el hartazgo y un cinismo camuflado de humor, recursos que hacen algo más entretenido el convite. Así las cosas, El Bar arranca bien, sostiene una trama en un espacio reducido hasta el momento en que decide apelar a todo lugar común de cine de género y además elegir un camino posible para el desarrollo de esta galeria de imágenes truculentas, suciedad y estiércol impregnado en los cuerpos, que no es otra cosa que una alegoría sobre la condición humana. Estamos frente a un derrotero caótico con aires apocalípticos de un racimo de anti héroes tapados por la podredumbre social, algún que otro apunte a la realidad paranoica que atraviesa a la Europa aún globalizada a partir del auge del terrorismo y el desfile de lobos solitarios que ganan pantalla mediática, dentro de la gran farsa de la comunicación. La cáscara de una historia que trae rapidamente el eco de la película Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino en un contexto urbano y decadente como el actual. En síntesis: el nuevo opus de Alex de la Iglesia en perspectiva con películas mucho más redondas como La comunidad – y sin llegar al nivel de El día de la bestia – es más de lo mismo y reflejo de pocas ideas para explotar una fórmula, que gracias a la serie televisiva y de culto The walking dead introdujo la cuota adecuada de drama para que los personajes importen al espectador antes de morir de las formas más atroces posibles en su lucha por la supervivencia de la especie.
A lo largo de más de 20 años, el cine de Alex de la Iglesia ha combinado momentos cumbre (El día de la bestia, La comunidad, Mi gran noche), con otros francamente fallidos (Perdita Durango, Los crímenes de Oxford, Balada triste de trompeta). Sin embargo, si hay algo que el vasco no ha resignado con el paso del tiempo, es la intensidad. Para bien o para mal, su cine ha estado siempre montado en una suerte de vertiginoso espiral ascendente; y es uno de los pocos cineastas que ha construido desde la más absoluta desmesura, una mordaz radiografía de las miserias de unos personajes que luchan por su subsistencia, aún a costa de fagocitarse entre sí. Al igual que La comunidad o Mi gran noche, la historia que cuenta El bar transcurre en un ámbito cerrado que va adquiriendo características cada vez más siniestras. En ese reducto en el centro madrileño, quedan atrapados ocho personajes bajo una inesperada situación. Cuando uno de los clientes abandona el local después de tomar un café, es fusilado con un disparo en la cabeza. Luego otro sale en su ayuda, y también queda tendido en la vereda por un balazo. En cuestión de segundos, las calles quedan desiertas, sin señal alguna del lugar de procedencia de los disparos, y dentro del bar estalla la paranoia. Amparo (Terele Pávez) es la hosca propietaria del local. Sátur (Secun de la Rosa) es el eterno camarero del lugar. Trini (Carmen Machi) es una clienta habitué, obsesionada con dar el batacazo en una de esas máquinas tragamonedas que son un artefacto típico de tantos cafés españoles. Elena (Blanca Suárez) es una bellísima joven, traumatizada por sus fracasos amorosos y adepta a las citas vía web. Nacho (Mario Casas) es un publicista de look hispter, con más ínfulas que talento. Andrés (Joaquín Climent) es un cliente que intentará llevar las riendas del conflicto sin demasiada fortuna. Sergio (Alejandro Awada en modo español) es un hombre de negocios cuyo maletín podría esconder una sorpresa. Finalmente, Israel (Jaime Ordóñez) es un mendigo lunático con aires de predicador bíblico. Con semejante combo de criaturas, al que se añade el descubrimiento de un gordinflón que ha muerto en el baño tras inyectarse una sustancia desconocida; se desata una imparable cadena de sucesos desesperados. Se sabe que el cine de Alex de la Iglesia actúa por acumulación, y en este caso la película baraja conjeturas que van del ataque terrorista a la invasión alienígena; pasando por la propagación de un virus mortal. A diferencia de La comunidad o Mi gran noche, el clima aquí es más tenso y claustrofóbico. A medida que pasan los minutos, el director abandona sus habituales gags de humor negro para zambullirse de lleno en un relato pesadillesco, que desciende al sótano del bar primero, y después a las alcantarillas de la ciudad. De la Iglesia nunca se ha caracterizado por andar con metáforas. Sus películas podrán tener momentos excesivamente elocuentes o declamatorios -y esta no es la excepción- pero la ferocidad y desparpajo con los que aborda la decadencia moral; jamás se ha montado sobre el criterio del dedo aleccionador. Lo suyo es más bien un permanente festín de la barbarie, que si bien acusa algunos ingredientes ya repetidos; siempre apuesta al riesgo de que el banquete deje un sabor inesperado. Más allá de las peripecias de sus personajes, El bar es una película que no juega a trazar vínculos de empatía con el espectador; sino más bien a agitar sarcásticamente los traumas y ansiedades de una sociedad dinamitada por el miedo. El pánico está encriptado en la médula del film. Un pavor que se incrementa en la marea del sinsentido que avanza sobre la existencia. Y mientras transitamos algo atolondrados por la vida, sin tener ya demasiado claro a qué o a quién temer, Alex de la Iglesia nos lleva de paseo por un mundo tenebroso; ese que transitamos día a día tan inmunes como invisibles. Cualquier atrocidad puede pasar a metros de nuestros cuerpos, y sin embargo ahí seguiremos, naturalizando el horror con tal de subsistir. Disfrazando con algún gesto de humanidad, el espíritu de un tiempo que se agazapa listo para la rapiña. El bar / España-Argentina / 2017 / 102 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Alex de la Iglesia / Con: Mario Casas, Blanca Suárez, Carmen Machi, Terele Pávez, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez y Alejandro Awada.
Si alguna vez alguien llamó a Alex de La Iglesia el “Tarantino español” las similitudes de su nueva película con la última del director oriundo de Tennessee hará que se confirme el parecido. El Bar presenta a ocho extraños que se verán obligados a convivir en un espacio reducido bajo circunstancias de lo más adversas que lograrán que su verdadera personalidad aflore y desate el conflicto para con sus pares. Sinopsis que también se ajusta perfectamente a Los ocho más odiados. En ocasiones el cine de terror permite que los directores y guionistas desnuden la peor cara de sus protagonistas. El Bar no escapa a ese lugar común, la fauna que deambula por el pequeño local situado en la capital española hará lo que sea por sobrevivir a cuesta de cualquier tipo de moral. Cuando de supervivencia se trata, el género en cuestión nos ha demostrado que todas las personas pueden traicionar sus principios para salvar su pellejo. La mirada omnisciente del director y su propuesta parece sugerir que sus personajes merecen aquello que les está sucediendo. Son miserables, corruptos, crueles y egoístas. Como moraleja superficial, se puede interpretar que la humanidad es algo así como insalvable. Algo que no solo se ve en la presente obra sino en buena parte de la filmografía del director. No hace falta caracterizar a un personaje como héroe ni tampoco con más virtudes que defectos, pero en este caso da para sospechar que quizás quien cuenta su historia no los critica sino que de alguna manera los quiere hacer pagar. La mano del director logra que la historia sea, de principio a fin, atrapante con sus toques de humor negro y suspenso que permiten que el espectador se olvide que, en el fondo, quizás nosotros también les deseamos lo peor a todos ellos.
Álex de la Iglesia tiene una voz grave absolutamente fascinante, es un orador hábil que con su elocuencia narra historias fantásticas, interesantes de escuchar. Es de esas personas cuya retóricadeslumbra. Debo admitir que mi corazón de fan me llevó con una predisposición absoluta a su encuentro: “Es el director de 800 balas” me dije, esa película entrañable homenaje al Spaghetti Western en donde la cinefilia del director retrata una aventura alocada en un centro temático en Almería. 800 balas, no es de sus películas más icónicas pero para mí es la mejor, las relaciones de familia y la fantasía se presentan en esta historia en donde el protagonista es un niño, Carlos (Luis Castro) quien va a visitar a su abuelo que trabaja en un parque ambientada en el lejano oeste. La nostalgia y el viaje iniciático del niño, convierten a 800 balas en una gran comedia. Los universos que crea Álex de la Iglesia, son sórdidos y grotescos, en donde el humor y la camaradería se convierten en leitmotiv: Acción mutante, El día de la bestia,Perdita Durango, Muertos de Risa, La comunidad, Crimen Ferpecto. En todas estas películas, prima la forma física de la comedia: lo cómico primitivo, la pulsión anárquica se vislumbra en los más poderosos del slapstick. La filmografía de de la Iglesia es buena y sólo a un loco podría no gustarle. Además tiene el cliché del grupo de actores fetiches, logrando una familiaridad que se percibe en la pantalla. Con El bar, película que nos convoca, y que trajo por fin a Álexde la Iglesia a la Argentina, despunta el vicio de la comedia apocalíptica, esa en donde los protagonistas funcionan como grupo: ellos están bajo una amenaza sobrenatural y deben combatir sus miserias humanas. La historia de El bar, transcurre en el centro de Madrid, un grupo de personas convergen en una cafetería por casualidad, todo parece normal hasta que algo sucede y deben quedarse en cuarentena: un empresario, un hipster – amamos tanto a Mario Casas- un policía, una muchacha que busca el amor ideal, una jugadora compulsiva, el bartender amiguero, una vieja cascarrabias dueña del bar y un vagabundo místico están presos de su libertad. Como en sus comienzos, Álex de la Iglesia, exprime el humor de una manera poco bizantina, los personajes se ponen pocos tolerantes, ásperos y hasta violentos. Deben sobrevivir y en esa jugada es donde Alex de la Iglesia centra la acción. Los amores y la seducción surgen: el hipster, Nacho, intenta atraer a la muchacha soñadora, Elena – Blanca Suarez- a quien no lo he ido bien en el amor; el romance es parte de esta historia en donde el minuto a minuto opera como definitorio del humor y de la resolución. “En mis historias surge el drama y surge la comedia”, plantea de la Iglesia, con una voz trágica y solemne, el vigor y el timing de sus películas se siente en su prosa, porque el director habla con una liturgia que causa inevitablemente gracia. Los personajes del El barmiran la vida como si fuera un escaparate y desde la primera escena, sienten que “el enemigo está a fuera”, la traslación de los conflictos al “otro”, y la imposibilidad de hacerse cargo de las cosas, es uno de los temas imperantes de la película: “los personajes pasan por el culo del demonio, hay que pasar por un hoyo, desgarrarse, para conocerse a sí mismo”, plantea De la Iglesia. Su pavoroso discurso – que nunca deja de ser gracioso- plantea la idea de juego psicológico y muestra la angustia desde la comedia. Porque El bar se siente plena en esa búsqueda de culpabilidad constante. Fanático de Asterix y Obelix, Las aventuras de Tin Tin y amante del cine de Scorsese, Álexde la Iglesia analiza su propia película de manera detallada, casi incurriendo en el spoiler. Con una sonrisa suntuosa, pero amigable se despide sin antes tirar quizás la mejor cita de la tarde: “Cuando dejas de rodar te encuentras con un abismo, la vida no tiene sentido”.
Una mañana tranquila en Madrid. Un conjunto de parroquianos desayunan en un bar de la capital española. De pronto un disparo mata a uno de los presentes cuando está por atravesar la puerta. A partir de ese momento el miedo y la paranoia se apoderan de todos los clientes. ¿Quién es el tirador? ¿Están todos los presentes en su mira? ¿Por qué nadie viene a rescatarlos?. Esta es la premisa con la que arranca la cinta de Álex de la Iglesia, una comedia en formato de thriller en la que abundan la tensión, el absurdo y el humor más corrosivo. Al igual que muchas de las películas del director vasco, en esta hay una buena construcción del conflicto, un gran desarrollo dramático (sobre todo en los dos primeros actos) y una buena pintura de los personajes. El problema, se da, en el desenlace, apresurado y previsible. Claro que aquí, la metáfora sobre lo que el ser humano es capaz de hacer en las peores circunstancias, es lo más importante. El monstruo que cada humano alberga en su interior, es algo recurrente en el cine de este director, un retrato que en el metraje se percibe en ámbitos oscuros y cloacales. Si bien la película tiene una estructura coral, y por allí está Terele Pávez haciendo de las suyas, como en La Comunidad, está muy lejos de alcanzar los niveles de solidez de aquella, quizás la mejor de la filmografía del cineasta. Delirante, sórdida y escatológica, El Bar, es una película tan graciosa como brutal, que sin dudas disfrutarán mucho más los ya iniciados en el cine de este autor.
Crítica emitida por radio.
“El Bar”, decimocuarta película de Alex de la Iglesia (“El día de la bestia”, 1965, “Perdita Durango”, 1997, “Mi gran noche”, 2015, “La comunidad”, 2000, “Balada triste de trompeta”, 2010), posee como punto de partida la resonancia del miedo, que ya está arraigado en la comunidad europea, y como éste se puede convertir en el peor enemigo de la sociedad. El planteamiento del filme puede parecer simple, y lo es en realidad, pero sólo en primera instancia, porque a través de la trama del guión se verá un complejo mundo de los personajes. Un grupo de personas encerradas en un bar, por algo que es inexplicable, provoca inmediatamente una serie de condicionantes de gran fuerza narrativa con una incisiva hegemonía de lo instintivo, lo irracional y lo siniestro. El realizador español afirma en un reportaje que la idea de la película surgió imprevistamente una mañana, cuando desayunaba con su guionista de cabecera, Jorge Guerricaechevarría, en un clásico bar del barrio de Malasaña, “El Palentino”, y un mendigo irrumpió a los gritos, amenazante. En el film, el papel inspirado en ese intimidante personaje lo asumió el talentoso Jaime Ordóñez (Israel), notablemente caracterizado para provocar recelo. También sostuvo que: “En un bar puede haber un asesino, un director de banco, una persona que cambiaría tu vida para siempre. Lo más terrible es encontrarse contigo mismo, con quien eres tú, con tus defectos. O no encontrarse con nadie, que es aún peor. Un bar es como un choque de meteoritos. O un choque con la nada». Y de eso trata la realización, de un choque entre personas que tienen un aparente destino común: la muerte, y luchan por una supervivencia que los llevará a agredirse unos a otros. Alex de la Iglesia en esta obra se encarniza en esa misantropía, de la que es plenamente consciente y que se vio en “Perdita Durango”, “Las brujas de Zugarramurdi”, o “El día de la Bestia”. “Soy superdarwiniano. Se salva la gente que no responde. El valiente, el arriesgado, el honesto consigo mismo, no se salva nunca. La película es un reflejo del mundo en el que vivimos, y que de valientes está el cementerio lleno […] Lo cierto es que vivimos encerrados en una especie de agujero del pensamiento. ¿Y quién sobrevive? El que engaña mejor. La honestidad no es un filtro para salvarse” Si recordamos fórmulas de otros filmes que llevaban a la claustrofobia a sus protagonistas, y pocos eran los salvados, se presentaran en nuestra memoria: “And Then There Were None”, de René Clair (1945), basado en la novela policial de Agatha Christie “Ten little niggers” (“Diez negritos”), “El Ángel exterminador” (1962), de Luis Buñuel, “La niebla” (2007), de Frank Darabont, basada en la novela de Stephen King, y el falso documental “Rec” (2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza, “Los pájaros” (“The Birds”, 1963), de Alfred Hitchcock . Todas poseían un objetivo común la debilidad del hombre frente al miedo, y desde el punto de vista social eran una crítica a la sociedad y al momento histórico en que fueron creadas. Aunque Alex de la Iglesia afirma que su influencia fue Jean Françoise Richert “Asalto al distrito 13” (“Assault on precinet 13”, 2005). “El Bar” se centra en el espacio preferido por Alex de la Iglesia, el que provoca revulsión, claustrofobia y paranoia, y al que le aplica un ritmo frenético, y en el que obliga a interactuar a ocho personajes atrapados en un universo escatológico y oclusivo. Al espectador no se le permite identificarse con ninguno de ellos, porque a cada paso que dan éstos es posible ver su catadura moral, que va desde el egoísmo a la perversión, y desde el falso mesías hasta el no me importa más absoluto, desde el instinto de conservación hasta los prejuicios más aberrantes. Pero además se señala la degradación humana sin piedad, como si se hiciera cirugía mayor sin anestesia. Alex de la iglesia es un ex dibujante de cómics, que rescata de ellos ese humor ácido y negro, la estética agresivamente chillona en la que el grito es como un globo que se sostiene en el aire, al igual que en los dibujos. Tal vez por eso los cuerpos, tanto masculinos como femeninos, estén filmados desde todos los ángulos y condiciones, es como si se hubiera apoderado del director un apetito carnívoro que posibilita a la lente de la cámara devorarlos más que capturarlos. En esta película Alex de la Iglesia desarrolló su agudo sentido del humor, jugando con sus personajes, como si fuesen cobayos de un macabro experimento. La historia comienza una mañana cualquiera en un bar típico cerca del madrileño mercado de los Mostenses, y con personajes cotidianos, de clase media, de los cuales algunos padecen el síndrome de estar conectados a la red. También existen otros personajes insignificantes que se cruzan y aparentemente no influyen en la trama, pero si lo hacen sobre la protagonista Elena (Blanca Suárez), y es una gitana (Mamen García) que le hecha maldiciones, y es a partir de ellas que sobrevendrá el caótico desarrollo de la historia. Si bien el filme es coral en el denominador común, es casi restrictivo a lo personal en cada uno de los personajes y les posibilita destacase sin problemas: Terele Pávez (Amparo) es una matrona que dirige su bar con mano férrea y voz aguardentosa, Secun de la Rosa (Satur), es un empleado fiel y amigable, Carmen Machi (Trini), es la típica ama de casa que se evade y juega a diario lo destinado a la comida en la máquina tragaperras (así se llama a las tragamonedas en España), Mario Casas (Nacho), es el típico publicista conectado a la red “ad infinitun” , Jordi Aguilar (barrendero), es el primero que desaparece de escena, Joaquín Climent (Andrés) ex-policía que ante el primer problema no tiembla al sacar su revólver, Alejandro Awada (Sergio), un vendedor de ropa interior femenina, su interpretación fue muy deslucida porque no se veía intensidad en su modo de hablar, comportamiento corporal o gestualidad. Andrés y Sergio tienen una breve y tranquila conversación. Dura sólo unos segundos, pero durante él los dos hombres de mediana edad revelan sus inseguridades, y sus vidas frustradas se abren al espectador Es la mejor secuencia en “El Bar”, y allí el miedo, la hipocresía y el egoísmo son reflejadas con brillante lucidez, y es la única que parece provenir del corazón, y se encuentra fuera del carácter escatológico de la película. Uno de los sobresalientes momentos de la narración es el plano secuencia inicial que introduce al espectador a un enigma indescifrable, pero que se revela demasiado pronto. Esto hace previsible todo lo que sucede después, ya la sorpresa quedó atrapada en el comienzo. La excelente fotografía y el maquillaje son muy dignos de destacar, al igual que la música que da en el tono justo del suspenso. Alex de la Iglesia en todas sus producciones incluye la locura y el exceso en grandes dosis, pero la locura contiene algo de verdad y es por eso que en “El Bar” juega con esa mezcla que llevará al espectador a no saber dónde termina una y comienza la otra. “El Bar” es un relato de transmutación, crisis y destrucción de máscaras. Es un retrato singularmente poco halagador de la condición humana. En el acto final en el que los personajes clave se encuentran luchando en aguas residuales sin procesar proporciona la metáfora apropiada de la sociedad.
Crítica emitida por radio.
Irreverente, oscuramente gracioso, negrísimo, desbordante en violencia, tan escatológico como exagerado. El cine de Alex de la Iglesia tiene sus marcas registradas; y El Bar, lejos de buscar nuevos horizontes, es uno de sus productos más fieles a su estilo. No le ha ido bien al bilbaíno con el público cada vez que intentó abrirse camino por senderos “más serios”, Los crímenes de Oxford y La Chispa de la Vida, por citar dos, tuvieron recibimientos más bien tibios. Por eso mismo, es de celebrar que su nuevo film respete a rajatabla la fórmula; y aun así se sienta como un producto fresco y original. Un puñado de personajes, todos se presentan de manera individual en medio de un día muy agitado en la ciudad. El punto de convergencia será el bar madrileño del título. Punto neurálgico, no es un lugar de categoría ni mucho menos. Todo lo contrario, para algunos es un refugio, para otros el lugar en el que todos se conocen, para otros el primer lugar que encontraron para escaparse del afuera. ´ Todos están ahí, pero esto no es Cheers, así que algo turbio sucederá. Elena (Blanca Suarez) llega al lugar buscando cargar su celular, se lamenta de no haber podido mantener activo un chat de cita con un chico con el que probablemente había alguna chance. En el bar lo que la espera no es precisamente amabilidad, se nota que ella no pertenece ahí. Todo funciona como un micromundo en el que encontramos, como en un zoológico, distintas especies animales/humanas. Uno de los visitantes querrá irse del lugar, como cualquiera, como todos los días, pero al cruzar la puerta, la muerte, un francotirador invisible dispara contra su cabeza. La mínima cordura que había en el lugar, se terminó. El hecho se repetirá, por lo que es seguro mejor no salir ¿Es más seguro? El guion del propio De la Iglesia en conjunto con su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarría, planea tres espacios, el afuera, el bar, y eventualmente el sótano el bar (¿Cielo, purgatorio e infierno?). Cada uno de esos ámbitos recibirá un tratamiento diferente, desde lo narrativo y desde lo visual. El grado de locura irá in crescendo a medida que desciendan más y más. Como en la gran adaptación de La niebla que hizo Frank Darabont, aún si saliendo afuera lo más probable es que mueran, el peligro peor se encuentra adentro. El encierro, la ansiedad, la desesperación, el miedo, la supervivencia, sacará lo peor de cada uno, transformándolos en seres rastreros cada uno con características diferentes. ¿Importa qué es lo que sucede afuera? No, se sabe que es mortal, que puede ser algo conspirativa, y que da libre interpretación para las teorías más descabelladas. Por supuesto que si hablamos de De la Iglesia no podemos hablar de quietud. Aun siendo en ambientes cerrados, casi teatrales, con personajes que, si no pocos son “siempre los mismos” sin extras, el ritmo es demoledor. El bar funciona como una montaña rusa sin frenos, no hay un momento en que pare, continuamente sucede algo que despierta nuestra atención, pero jamás apabulla. Si Las Brujas de Zugarramurdi tenía mucho de El día de la Bestia, El ar tendrá mucho de La Comunidad, su otra obra máxima. La llegada del afuera, el micromundo, la ambición, y el grotesco desde lo cotidiano, todo nos hace recordar a aquella excelente película. La dirección de actores siempre ha sido otro fuerte del director, y no falla. Suarez impulsa el relato, pero cuesta decir que hay un solo protagónico. Cuenten a Mario Casas (que cuando lo agarra del director de 800 Balas le saca un talento que en otras ocasiones parece mantener oculto), Terele Pávez, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordoñez, Joaquín Climent, y hasta nuestro Alejandro Awada (que no pierde tiempo es explicar cuestiones de acento); todos componen roles perfectos, ajustados, de química perfecta, criaturas divinas en manos de un realizador que adora recargar las tintas sobre los personajes, y con todo, siguen pareciendo reales. La gran comicidad, más de una vez incómoda, que posee el relato pasará permanentemente por las características contrapuestas de ellos. El rubro técnico no necesita de un gran despliegue, todo está en ese montaje furioso, pero cumple sobradamente con el lenguaje visual. Se pueden hacer todo tipo de lecturas de lo que está sucediendo, y las imágenes acompañan permanentemente. No hay nada descuidado desde la fotografía y la implementación de planos, todo denota un gran cuidado en el detalle, si hasta la evidente pauta publicitaria pasa como algo simpático. Sí, hay algunos detalles de guion, de resolución que, si se hila fino, no cierran, pero tampoco pareciera ser que la idea principal del film sea plantear un gran enigma a resolver, lo importante más allá de las resoluciones y los por qué será el recorrido, el infernal viajecito. El bar trae la mejor forma de un director que filma con una fórmula propia, que acostumbra a sus espectadores a esperar determinados elementos de sus films, y lejos de defraudar, los envuelve de un modo tal que parece original. La renovación del cine de género español se mantiene activa con directores que ya entran cómodamente en la escala de clásicos indiscutibles.
La humanidad al alcantarillado El tiempo pasa y ésta es ya la decimocuarta película de Alex de la Iglesia, aquel loquito bilbaíno que, en sintonía con el más disparatado esperpento español, sorprendía en los años noventa con películas absolutamente demenciales y desternillantes como Acción mutante, El día de la bestia y Muertos de risa. Allí el humor negro se conjugaba con la sátira social y política, desplegando excesos de todo tipo. Lo cierto es que, de toda una camada de cineastas promisorios y talentosos entre los que también se contaron Fernando León de Aranoa, Alejandro Amenábar, Icíar Bollaín, Javier Fesser y Julio Medem, el único que mantuvo una producción sostenida hasta el día de hoy fue De la Iglesia, quizá amparado en un estilo sumamente popular –la comedia negra suele funcionar muy bien en las taquillas– que llevó a que su producción resistiera los embates de la crisis. El bar quizá no sea una de sus películas más inspiradas, pero sí es típicamente suya. El primer plano-secuencia, en el que una chica camina por las calles de Madrid hablando por celular y se entrecruza con varios de los que luego serán los principales personajes del conflicto, retrotrae al cine de Luis García Berlanga y a su estilo aparentemente caótico e hiperdialogado, pero asimismo orquestado y calculado con oficio. De la Iglesia ha señalado varias veces su deuda con el cine de Berlanga, a quien le rinde culto continuamente. Varias personas confluyen en un bar. Hay un trajeado hombre de negocios, una señora que juega continuamente en un tragamonedas, un ex policía, un publicista, un mendigo delirante. En cierto momento, uno de los parroquianos se levanta de su mesa, sale del bar, y en seguida recibe un tiro en la cabeza. Cuando otra persona sale del bar para ayudarlo sufre la misma suerte. Así, los personajes quedan encerrados en el café, sin saber de dónde surgen los disparos ni por qué tienen lugar, intentando darles un significado a los extraños sucesos en los que se ven inmersos. Esta primera parte, en que los personajes discuten, especulan y elaboran teorías disparatadas, es lo más entretenido de la película. La estructura del whodunit se despliega, con varios personajes sospechosos y un misterio a resolver. El recelo constante y un delirante intercambio verbal entre desconocidos recuerdan a esas películas de encierro tipo Perros de la calle y Los ocho más odiados. El problema es que el enigma se disipa demasiado pronto, y la película al poco tiempo toma otros rumbos. Cuando una facción del grupo decide encerrar a los demás en el subsuelo, el asunto ya adquiere un tono de supervivencia posapocalíptica, con alguna notable bizarrada, como la salida a través de un estrecho hueco por el que a duras penas puede pasar un ser humano. Más sobre el final, De la Iglesia y su habitual guionista Jorge Guerricaechevarría continúan su planteo referente a la condición humana y al egoísmo en situaciones límite, pero de a ratos éste toma giros caprichosos y hasta inverosímiles, como cuando uno de los personajes decide aprovechar un momento de oscuridad para ahogar a otro. Estos últimos tramos a través de las alcantarillas son los más flojos, con una resolución más bien anodina (y ruidosa, ya que los personajes no paran de gritar) que rebaja el nivel del planteo. Aun así, El bar funciona: De la Iglesia es un maestro a la hora de idear conflictos, extremarlos y llevarlos hasta sitios inusitados, como bien había demostrado en Muertos de risa, 800 balas, Crimen ferpecto o incluso su anterior película, la notable Mi gran noche.
Ok, sí, los humanos somos una porquería y haríamos lo que sea por sobrevivir. Esa es la premisa de El Bar de Alex de la Iglesia, y si bien la película es disfrutable, el desenlace lo arruina todo. El Bar es de esas películas que me dejan con bronca, enojada. No me gustan los films que no explican o la explicación de los hechos es pobre. Por ejemplo, las películas donde al final era todo un sueño o estaban todos muertos, o la que la explicación es de lo más pava. En este caso, pasa algo, al principio, y los personajes que están encerrados en el bar del título tiran una teoría descabellada sobre lo acontecido. Luego tiran otra, y uno piensa: "por supuesto que no será esta pavada" y bueno, no puedo decir si es o no, pero pueden imaginarlo. El Bar empieza con un suspenso tremendo, atrapa desde el primer segundo con ese plano secuencia que presenta a los personajes. Luego sigue captando nuestra atención y así durante casi todo el film. Pero luego su desenlace. Ay ese final. Muy decepcionante.
Miserables a los gritos El Bar (2017), la nueva película de Alex de la Iglesia (El día de la bestia, Muertos de risa, La comunidad), exhibirá desde el comienzo y durante todo el film un ritmo determinado por la velocidad de acciones, personajes y parlamentos, reconocible y un tanto agotada marca de estilo del director español. Un plano secuencia inaugural registrará alternativamente el acelerado devenir urbano de distintos personajes por una calle céntrica de Madrid: una joven mujer habla por celular acerca de la ropa que va a usar durante su próxima cita; un hombre asegura, también por teléfono, tener entre manos un negocio formidable; una señora sin dinero pide fiado en el mercado; un linyera grita enojado porque unos policías lo sacan de la calle donde duerme. Todos caminan presurosos, inmersos en sus propios asuntos, en medio de la vorágine metropolitana. El linyera, personaje más importante del film, no dejará en ningún momento de gritar. Su predisposición al grito será considerable y abrumadora. Los personajes se encontrarán por gracia y azar en un bar en pleno funcionamiento cotidiano. Cotidianeidad que se verá interrumpida cuando uno de los clientes salga a la calle y un certero tiro de dudosa procedencia lo mate de forma instantánea. Otro cliente buscará socorrerlo y sufrirá la misma suerte. Ante la amenaza de nuevos caídos, todos los asistentes deberán permanecer encerrados en el bar junto a otros asiduos concurrentes: un policía retirado, un hípster publicista con aspiraciones, el camarero del bar y la dueña. Representes irrefutables del sentido común social. Recluidos en el bar empezarán a elucubrar hipótesis descabelladas sobre lo que sucede afuera. Una idea absurda conllevará a otra todavía más espesa. Un supuesto virus los acecha o ya los ha infectado. Nadie viene a rescatarlos. Están solos. A partir de ese momento, alterados y confundidos, comenzarán a acusarse unos a otros, a desconfiar entre ellos, a destapar sus mezquindades, su egoísmo, las actitudes fascistas que esconden en secreto. El bar se transformará así en un pequeño infierno, donde nadie podrá estar a salvo de sus propias miserias. La histeria generalizada dará rienda suelta a una persecución alocada de miserables que gritan todo el tiempo. La película del director de Crimen ferpecto presentará un despliegue inagotable de humor negro que no conseguirá transmitir su efecto, ni sorprender ni divertir –con la excepción de una notable escena en donde un hombre querrá pasar por un agujero demasiado pequeño-. Escenas demasiado extensas en su duración y recurrentes en su esforzado intento por subrayar el mensaje al que nos tiene acostumbrado el director español: evidenciar la miserabilidad que corroe el alma de hombres y mujeres solitarios –la basura humana- en plan de locura extrema, víctimas sufrientes de situaciones insólitas. Miseria expresada a los gritos. Cada personaje tendrá su momento de histeria. Instantes de angustia expresados, una y otra vez, a partir del mismo gesto ensordecedor. El bar buscará asentarse sin eficacia en la disposición de un ritmo rabioso que terminará por agotar al espectador. Casi como una caricatura excitada y nerviosa de su propia filmografía, la nueva película de Alex de la Iglesia volverá a confirmar el ocaso creativo y narrativo que atraviesa uno de los directores más importantes del cine español. Después de todo, tal vez sea suficiente observar con atención el comportamiento del linyera, quien anunciará todo el tiempo, acaso como una advertencia despiadada y cruel, la llegada inevitable de un apocalipsis. Lo hará a los gritos, fuera de sí, hasta dejarnos sordos y no poder distinguir ya más nada de aquello que con tanto énfasis reclama.