Nada nuevo bajo el sol Adrián Suar vuelve a protagonizar una comedia en el cine junto a Julieta Diaz, esta vez, sobre el tan amado fútbol. Cuánto hay de humor y cuánto hay de racionalidad en este filme, es un tema que seguirá quedando pendiente. Pedro (Adrián Suar) es un adicto al fútbol, su vida gira en torno a una cancha, a los partidos de la televisión, a las camisetas que colecciona y a los “picaditos” con sus amigos. Verónica (Julieta Diaz), quien es su mujer, ya no sabe qué hacer para que su marido baje un poco a la realidad y deje de estar tan fanatizado con ese deporte. Él, por su parte, deberá tomar una decisión y enfrentarse a su pasión para no terminar de perder todo en su vida. Carnevale, junto con Suar, vuelven a apelar a las historias simplistas y predecibles para dar origen a esta película que, si bien intenta dar un mensaje esperanzador frente a un deporte que cayó en desgracia hace tiempo, no escapan a los clichés típicos de la comedia romántica porteña. Con una estructura narrativa básica, un guion que no aporta nada que no se haya visto y actuaciones poco memorables, estamos sin duda ante uno de los trabajos más flojos del director, en lo que va de los últimos años. Suar y Diaz no tienen ni un gramo de química, por lo que todas sus escenas juntos no inspiran mucho y parecen casi forzadas. El resto del elenco, con excepción de Alfredo Casero que le da aire fresco al proyecto, es un decorado que hace lo que puede con un guión tan minúsculo. Todo carece de racionalidad y coherencia de una manera descomunal, como si nadie entendiera que están dentro de una comedia y mínimamente deberían hacer reír a alguien. Podríamos hablar de los aspectos técnicos del filme, que tampoco se lucen. Fotografía vacía de contenido, planos de manual, una banda sonora casi inexistente, es como si lo único interesante desde el punto de vista cinematográfico fueran los whatsapp y capturas de pantalla del celular que se transponen sobre la pantalla mientras la película avanza. Está claro que el fútbol es pasión de multitudes, por lo que apelar a él es un gran acierto teniendo en cuenta que hoy por hoy casi nadie está exento de toparse con alguien con las características del protagonista. Podríamos decir que más de uno se sentiría identificado en ese amor por el deporte…pero no es el caso de esta película, que se queda a mitad de camino, entre el humor y lo irracional.
Desde que vi el tráiler, me quedó bien claro que no soy el público “target” de este estreno. Mi falta de pasión por el fútbol me caracteriza y este film es una oda (bien al extremo) de eso. Hecho este comentario, debo decir que la película me gusto bastante pese a eso y que por lógica pura puedo decir que un amante de ese deporte, o sea casi todos los argentinos, la pasará genial cuando la vea. Me gusta mucho el cine de Marcos Carnevale, ya sea Elsa y Fred (2005) o Viudas (2011), films bien solemnes, El espejo de los otros (2015), película un tanto más experimental, Inseparables (2016), gran remake, o Corazón de León (2013), una comedia muy equiparable con la cinta que hoy nos toca. El realizador logra siempre tocar ciertas fibras, ya sea por lo dramático o gracioso. Y si bien aquí casi todo pasa por la exageración de un fanatismo, también hay algunas escenas que se sienten muy reales en cuento al desarrollo de los personajes cuando hablan de sus problemas. La historia es simple, pero tampoco pretende ser complicada. Es previsible y esa es su única contra. El despliegue técnico es incluso un poco abrumador para ser una comedia. En cuanto a lo actoral, me animo a decir que en un par de escenas Adrián Suar sale un poco de su zona de confort en lo dramático. Hay que reconocerle que está bien. La dupla con Julieta Díaz ya ha sido probada que es buena y aquí repiten química. El resto del elenco se encuentra en la misma línea pero sin mayores sorpresas. Alfredo Casero hace reír bastante. Y si hablamos de risa, la película tiene varias escenas que causan eso. Hay un golpe-efecto bien certero pese a los clichés. Mucha referencia futbolera, una obviedad la que remarco debido al título y la premisa del film pero que hay que destacar. Yo me quedé fuera de muchas cosas por no conocer ni camisetas, ni equipos, ni jugadores y muchos elementos de aquella mística bien argentina. En definitiva, El fútbol o yo es una buena comedia muy disfrutable por el gran público, con una fórmula híper probada y una realización impecable.
De profesión fanático Después de Me casé con un boludo, Adrián Suar regresa al cine con El fútbol o yo (2017), una comedia dirigida por Marcos Carnevale que, si bien cumple con el género, sólo es efectiva en escasos momentos. Pedro (Adrián Suar) es adicto al fútbol: puede ver cualquier partido, independientemente del equipo, la liga y la categoría. Esa situación insostenible produce que pierda el trabajo y que su mujer Verónica (Julieta Dìaz) le pida el divorcio. Frente a esa nueva realidad, comienza a replantearse su problema y decide iniciar un tratamiento para recuperarse. Generalmente, las comedias siguen una estructura que se corresponde con lo que espera el público. Y El fútbol o yo la respeta bastante al pie de la letra, sin producir ninguna sorpresa. Porque tiene un argumento sencillo y lineal al que se agregan algunas escenas graciosas que lo complementan, pero nada más. Suar despliega nuevamente su carisma (que aunque puede ser cuestionado es innegable), mientras Díaz lo acompaña muy bien, logrando un contrapunto interesante. La interpretación de Alfredo Casero se destaca y su personaje es el más funcional al género. Federico D´Elía, Peto Menahem y Rafael Spregelburd hacen lo propio, construyendo roles secundarios que complementan. La película de Carnevale no agrega nada nuevo al cine nacional. Es una comedia correcta y pasatista, que divierte, pero sin descollar. Ideal para pasar el rato.
Las relaciones de pareja alteradas por un factor externo son moneda corriente dentro del cine y, en este caso, es la pasión desmedidda que desata el fútbol lo que pone en peligro al matrimonio que conforman Pedro -Adrián Suar- y Verónica -Julieta Díaz-. El fútbol o yo toma una escena de la película belga Standard -de la que se compraron los derechos- y el director Marcos Carnevale sitúa y desarrolla los personajes en lugares reconocibles para el público local. Con el marco de la comedia romántica que le sienta bien a la misma dupla de Dos más dos, el film expone la tensión que atraviesa la pareja en la que la indiferencia empieza a abrir una grieta que parece irremontable. El lugar que ocupa cada uno en la relación, las hijas adolescentes, el fútbol como una adicción difícil de controlar -durante un velatorio Pedro y sus dos amigos no pueden evitar encender el televisor para ver un partido- y los conflictos laborales que afronta Pedro al ser despedido, son los pilares en los que se basa la propuesta. Entre el jefe poco comprensivo que lo saca de la importante compañía de servicios médicos en donde se desempeña, los amigos que lo distraen de sus obligaciones cotidianas y una sesión de terapia -lo más divertido del film en el que Alfredo Casero es uno de los pacientes-, la película juega con los toques de humor sin escapar a un tratamiento televisivo y, por momentos, episódico. La obsesión por el deporte de multitudes va sembrando el caos en cada escena sin despertar la risa y hace hincapié en las dosis de emoción sobre los minutos finales. El elenco se completa con Federico D´Elía y Peto Menahem, como los amigos inseparables; Rafael Spregelburd, como el vecino que despierta los celos del protagonista. Julieta Díaz se mueve cómoda en el género, aportando presencia, mientras que un rol pequeño como el de Miriam Odorico -la actriz de La omisión de la familia Coleman, en teatro- le permite el mayor lucimiento en el papel de "la correntina". Con el fútbol, la cancha y el amor por la familia como eje central, el relato intenta recuperar el género que tan buenos dividendos le dio a Suar, sin mayores pretensiones, y lo logra a medias a través de situaciones que no siempre dan en el blanco.
Adrián Suar ha conseguido sin dudas ser una marca de fábrica en el mundo de la comedia. Es un género donde se siente cómodo y tiene el “timing” justo, y el equilibrio para mostrarse ganador-perdedor. El público le responde. Y el lo sabe. En este caso eligió a un adicto a los partidos de futbol, la válvula de escape para un hombre de cuarenta y tantos, con un matrimonio de veinte años, dos hijas y una esposa que se refugia en la queja porque la adicción de su marido la reduce a la mayor indiferencia. Con ese planteo, una pretendida cura con adictos al alcohol, la perdida y la reconquista, se nutre esta comedia. Con buena química entre Julita Díaz y el protagonista, la muy buena intervención de Alfredo Casero y mucho romanticismo que resulta un tanto reiterativo. Marcos Carnevale, es el director y co-guionista con Suar, basados en una comedia belga de Riton Liebman y Gábor Rassov, conoce los resortes de estas comedias con momentos emotivos y peleas que buscan llegar a los sentimientos del espectador. A la pasión futbolera de los hombres sin dejar de lado al publico femenino. Hay más de desencuentros amorosos que goles.
Una comedia que trata la problemática del fanatismo, en este caso por el fútbol. Como disparador tiene enganche. Un conflicto divisor, que un día pone contra la pared a Mario cuando su esposa Verónica le advierte: “el fútbol o yo”. La peli está bien arriba -lo que refiere a las actuaciones- y si bien en un principio me incomodó, luego con el correr de la cinta me pareció que fue muy acertada la apuesta. Era necesario para contar esta historia de encuentros y desencuentros subir uno o varios tonos. Una comedia que esta prolijamente dirigida y contada en base a un libro bien trabajado. Con maravillosa fotografía y planos logrados de altísima calidad. Todos tiene su momento de brillo. Decir que adoro esa mezcla de desenfado, de todo me importa un bledo, de Alfredo Casero seria poco. En este caso ese amigo que aparece para ayudar. Julieta Diaz la esposa, conmovedor rol donde solo podemos comprenderla. Esos amigos tan fanáticos, Federico D’Elía y Peto Menahem, que se llevan las partes más graciosas, Mario Moscoso el adorable coordinador de grupo de autoayuda, Rafael Spregelburd el particular vecino con esa presencia que lo destaca, Marcelo D’Andrea y ese jefe que le sale bien desde adentro de las entrañas. Impecables. Y seguramente me faltan varios por nombrar. Tal vez los años, tal vez las tablas de teatro, tal vez la complicidad lograda con la cámara, tal vez un conjunto de situaciones vividas en su vida personal, tal vez las sumas de todo esto logran de Adrian Suar su mejor actuación. Totalmente creíble, mostrando un todo. Desde la postura, los gestos, el color de la voz, la mirada. Apareció el mejor chueco, para mi gusto, sin ninguna duda.
Adrian Suar lo hizo de nuevo. Las comedias en las que él participa en general son divertidas y funcionan, y “El fúbol o yo” no es una excepción. La propuesta ya está en el título, una mujer, en esta caso el personaje de Julieta Díaz (Vero), que está cansada de que su marido (interpretado por Adrián Suar) piense solamente en fútbol. Y un ultimátum “El Fútbol o Yo”. Lo interesante es que cuando se viene esa intimidación, la respuesta nos descoloca y nos hace pensar que cada uno tiene su punto de vista y todos podemos estar equivocados, o tener razón. Lo que esperaba ser una película obvia, no lo es. En absoluto. Pedro es uno de los mejores personajes que hizo Adrián Suar en su carrera cinematográfica. Transmite esa pasión que uno puede reconocer en fanáticos del deporte con más adeptos en nuestro país. Un deporte que despierta pasiones y muchas veces acapara gran parte de la vida de las personas. La insistencia de su mujer, el perder el trabajo por el fútbol y un amigo (Federico D’Elia), le hacen ver a Pedro que tiene casi una adicción. Allí comienza un hilarante cambio en Pedro quien empieza a frecuentar un grupo de Alcohólicos Anónimos. En esta reunión aparece el personaje de Alfredo Casero, quien hace estallar de risa a la sala con su primer monólogo. Se destacan las participaciones de los personajes secundarios. Uno, el mencionado Alfredo Casero, luego quienes hacen de amigos de Pedro, Juan (D’Elia) y Luis (Peto Menahem), la amiga de Vero, Marcela (Dalia Gutmann) y el vecino, bastante insoportable (Rafael Spregelburd). Hay un pequeño personaje que tiene minutos en pantalla pero vale la pena destacarlo por su gracia y eficacia: Esther (Miriam Odorico), una mujer con carácter que le hace un favor al personaje de Suar. Muchos se sentirán identificados con “El Fútbol o yo”, mujeres y hombres, cada uno de diferentes lados. Una película para ver, y divertirse. “El Fútbol o yo” es una gran opción para ver en pantalla grande, donde los condimentos que debe tener una comedia están todos y en justas cantidades, si lo vemos desde el punto de vista de Vero, ahora si lo decimos en términos futboleros como para ponernos del lado Pedro: los jugadores están encendidos, y tienen un 10 que va a golear. Si pensás que lo tuyo es una adicción, hacé junto a Adrian Suar el test del Futbolhólico cuando mires la película.
EL MISMO PLANTEO DE SIEMPRE A esta altura, se le debe reconocer al cine de Adrián Suar su coherencia: películas como Igualita a mí, Dos más dos y Me casé con un boludo -por nombrar sólo las últimas que hizo- son particularmente paupérrimas y El fútbol o yo continúa por la misma senda, con una devoción por el mal cine (igual habría que preguntarse si califica como cine) digna de mejores causas. Pero esa coherencia es fruto de la pura repetición, porque al fin y al cabo el cine de Suar gira alrededor de un tema único e ineludible: él, Suar. Perdón, ADRIÁN SUAR (con mayúsculas suena más importante). Es entendible que su éxito haya llevado a Suar a pensar que es un genio de la vida, pero estaría bueno que no se note tanto, porque ya es demasiado evidente que las historias de sus distintas películas son meras excusas para su showcito personal. Acá encarna a Pedro, un tipo cuyo fanatismo por el fútbol lo lleva a perder su trabajo, el contacto con su familia y finalmente su esposa Verónica (Julieta Díaz en piloto automático), en un relato planteado como una comedia de rematrimonio, aunque todo el ensamblaje narrativo es tan flojo y esquemático que el concepto se agota en los primeros minutos. De hecho, la primera media hora de El fútbol o yo está entre lo peor de la filmografía de Suar, lo cual es mucho decir. Y esto, llamativamente, no es tanto culpa de la estrella -que demuestra cierto compromiso con el papel al exhibir un rostro casi tan redondo como el de Maradona- como del director y guionista Marcos Carnevale, que no sólo no escribe una sola línea de diálogo decente, sino que se muestra incapaz de otorgarle algo de dinamismo a la puesta en escena. Otros realizadores que dirigieron a Suar, como Diego Kaplan o Juan Taratuto, han mostrado cierto conocimiento de las herramientas cinematográficas, pero el terreno de Carnevale es la televisión, y así obra: todo recuerda a una tira de Pol-Ka, en el peor de los sentidos posibles. Cuando el conflicto queda por fin planteado, después de haber recurrido a todos los chistes futboleros más obvios, El fútbol o yo empieza a avanzar, buscando delinear el camino de aprendizaje y redención de Pedro. Que la película avance es lo único meritorio que tiene, porque en verdad lo que hace es acumular situaciones y personajes, sin profundizar realmente en lo que tiene para contar, o deteniéndose cabalmente en las subtramas que parece abrir. Vale preguntarse, por ejemplo, para qué están los amigos que interpretan Federico D´Elía y Peto Menahem, además de para informar que Pedro tiene amigos; o cuál es el rol real que tienen las hijas, en un film que gusta de bajar línea con el discurso familiar, pero que sólo parece interesado en lo que Pedro puede hacer para recuperar a Verónica. El único personaje secundario con algo de vida es el interpretado por Alfredo Casero, básicamente porque le pone ganas al papel y monta un número propio, que en su anarquía aporta algo diferente en una película anodina. A El fútbol o yo no le importa ese deporte sobre el que supuestamente sustenta su relato. Tampoco le importa la comedia o el romance. Y es lógico, si analizamos mínimamente al protagonista que va delineando: un ser egoísta, autista, monotemático, que justifica sus miserias propias a partir de las ajenas -hay un diálogo entre Pedro y Verónica que es la cima de la manipulación-, hipócrita y hasta homofóbico, que sin embargo es justificado y hasta festejado por una narración sólo preocupada por el chiste fácil y el final tranquilizador. No hay conflictos reales en El fútbol o yo, sólo situaciones banales y personajes huecos, sin vida, sin pasión romántica o futbolera. Suar sigue filmándose a sí mismo, la crítica -en su gran mayoría- lo aplaude servicial y el público le defiende todo, otorgándole una impunidad artística pocas veces vista. El fútbol o yo es una nueva muestra de ombliguismo e individualismo, que no deja de ser, dolorosamente, un ejemplo concreto de lo que viene entregando en los últimos años el mal llamado cine industrial argentino.
Una jugada de taquito que salió pifiada. Con su nueva película, El fútbol o yo, dirigida por Marcos Carnevale, Adrián Suar sigue apostando a caballo ganador. Es decir: se calza uno de esos personajes que le salen de memoria, se abraza a una historia que tranquilamente podría ser el argumento de una serie costumbrista, esas que durante años fueron la marca registrada de su productora Pol-ka, y apuesta por la comedia, el género que desde hace más de una década lo convirtió de manera decidida en una de las figuras más taquilleras del cine argentino. Una apuesta segura, por supuesto, pero también conservadora. Y no sólo comercialmente, en tanto se aferra a un modelo de éxito probado –tratándose de una película en torno de un espectador adicto al fútbol es una tentación volver a la máxima que afirma que “equipo que gana no se toca”–, sino también en lo artístico, ya que representa un trabajo que desde lo actoral Suar realiza de taquito. Y se nota, algo que en este caso no es un elogio. Es necesario aclarar, para ser justos, que El fútbol o yo ofrece algunos momentos de diversión genuina al contar la historia de Pedro, un hombre cuya compulsión por ver todos los partidos de fútbol que puede, ya sea en la cancha o por televisión, acaba por poner a su vida al filo del derrumbe. Pedro pierde su trabajo como ejecutivo en una empresa importante, luego de que las cámaras de seguridad lo pescan viendo fútbol todo el tiempo en horario de oficina, y su mujer lo conmina con la frase del título a ver qué es lo que quiere hacer con su vida. Sin embargo también debe ser dicho que los mejores momentos surgen sobre todo del mérito individual de algunos miembros del elenco. Sobre todo del trabajo de Alfredo Casero, quien interpreta a uno de los miembros de un grupo de alcohólicos anónimos al que el protagonista acude cuando reconoce que tiene un problema, o a Miriam Odorico, a cargo de un papel breve pero efectivo. Y a veces, claro, a Adrián Suar. Porque en cuanto a la historia, su construcción se aferra a estructuras convencionales con una rigidez que le impide al relato avanzar libremente. Producto de esa decisión ocurre que en El fútbol o yo todo está en su lugar y no hay espacio para ninguna (ninguna) sorpresa, ni siquiera en sus mejores momentos. La forma de abordar al personaje es siempre superficial y se lamenta que la trama no se permita ir más profundo en una cuestión de la cual su adicción al fútbol parece ser apenas el avatar más visible. Porque lo que en el fondo parece estar ocurriéndole a Pedro es ni más ni menos que la crisis de la mediana edad, algo que solo podría haber aparecido con una mirada más atenta, más humana del personaje. Por el contrario, la película se contenta con ponerle la cámara encima para seguirlo bien de cerca y no perderse ni uno de los tropiezos que irá dando en su desorientado periplo, para reírse de él, de sus desventuras y de su patético deambular de una escena emotiva a la otra, solo porque el recetario de la comedia así lo prescribe.
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Con esta comedia arranca la temporada fuerte del cine argentino (en realidad comenzó con el notable éxito de Mámá se fue de viaje) que continuará luego con los nuevos films de Ricardo Darín (La cordillera), Guillermo Francella (Los que aman, odian) y Oscar Martínez (Las grietas de Jara). En este caso, el director de Elsa & Fred, Viudas, Corazón de León e Inseparables conduce el film sobre caminos tan eficaces como previsibles. Históricamente bastardeado desde el ámbito cultural por su condición de popular, el fútbol permaneció bien lejos de los radares del mainstream argentino contemporáneo. Hasta que hace un par de años los ejecutivos de las productoras locales se dieron cuenta de que allí, en ese componente constitutivo de la identidad nacional, había un material más que redituable en términos de taquilla. Así, dos años después de Papeles en el viento, una de las grandes apuestas comerciales nacionales del año tiene como eje los vaivenes de la pelota. Aunque, en realidad, los resultados de los partidos importan poco para Pedro (Adrián Suar), un fanático empedernido capaz de saltar de un estadio a otro durante el fin de semana y de poner el despertador a la madrugada para ver la definición de una liga asiática. Su pasión le jugará una mala pasada cuando, con apenas días de diferencia, pierda su trabajo –lo echan por, claro, estar viendo fútbol- y a su mujer (Julieta Díaz), quien lo pone entre la espalda y la pared obligándolo a elegir entre su familia y el fútbol. Solo y viviendo en una casa de prestado, Pedro empezará un tratamiento contra… el alcoholismo. Sucede que, sin saber a dónde ni a quién recurrir, termina llegando a un grupo de alcohólicos anónimos en el que conoce a su flamante “padrino”. La interpretación desatada, al palo, de Alfredo Casero es el único eslabón que parece no seguir la corrección generalizada que impera durante los poco más de 100 minutos de metraje. Sucede que El fútbol o yo –como casi todas las películas de la filmografía de Marcos Carnavale– es un tren que avanza sobre la ruta inamovible que dibujan los carriles de un guión de hierro. La sensación de cálculo detrás de cada situación hace que a El fútbol o yo le cueste respirar, como si se asfixiara en sus propias “obligaciones” narrativas. ¿Es graciosa? Por momentos sí, sobre todo en las bienvenidas apariciones de Casero (el relato sobre su madre es antológico) y en algunas escenas de Suar, quien, es cierto, siempre hace lo mismo, pero lo hace bien. ¿Es emotiva? También, pero únicamente a fuerza de golpes de efecto y reiteración (hay al menos tres largos parlamentos “confesionales” de Suar en la última media hora). Sin carnadura para ir un poco más allá, con poco coraje para superar sus propias taras, El fútbol o yo se contenta con ser lo que todos esperan de ella. El resultado deja el mismo gusto a poco que un 0 a 0 de local.
Un amor sin demasiado detalle El fútbol o yo comienza mostrando de manera muy explícita que Pedro (Adrián Suar) es un adicto al fútbol, lo cual está arruinando su vida familiar. Su mujer, Verónica (Julieta Díaz), ya no soporta ocupar un segundo plano en su vida. Cuando lo echan del trabajo por mirar fútbol en horario laboral y miente al respecto, ya no hay vuelta atrás. Si Pedro quiere volver con ella, debe rehabilitarse. Parte del problema de la película es que queda muy claro porqué esta pareja debería separarse, pero no por qué deberían estar juntos. La historia en común y las hijas adolescentes -a las que no vemos reaccionar frente a la crisis familiar- no parecen suficientes para condenarse a la infelicidad conyugal. El camino que Pedro tiene que recorrer para abandonar su adicción y comprometerse con su matrimonio no está desarrollado en profundidad, sino apenas ilustrado a través de una serie de situaciones, en su mayoría humorísticas, que parecen forzadas para cumplir con el proceso del personaje. El que emprende ella para recuperar sus intereses, directamente no se muestra. El carisma y la gracia de Suar y Díaz no resultan suficientes para cubrir las carencias de sus personajes y la falta de eficacia de las situaciones de comedia. El elenco de buen nivel que los acompaña tampoco tiene muchas posibilidades de lucirse, con las excepciones de Spregelburd y Casero, un comediante cuya propia sensibilidad y talento lo hacen brillar en casi cualquier escena.
En su cabeza hay un gol Adrián Suar hace lo que mejor sabe en esta comedia con tintes de melodrama, que es donde pierde efectividad. Pedro es un loco por el fútbol, como muchos, pero como pocos es capaz de salir un domingo de un estadio para entrar a otro, poner la alarma a la madrugada para ver un partido de la liga asiática por televisión, y no perderse un encuentro de Primera B. Mejor preguntar qué pierde. Se quedó sin trabajo -justamente porque lo agarraron viendo fútbol en horarios laborales- y está a punto de perder a su familia ante el ultimátum de Verónica, su esposa. El fútbol o yo tiene a Adrián Suar como eje, y a su cabeza van todos los centros que le envía Marcos Carnevale. El director (no técnico) sabe lo que puede hacer su actor/jugador en la pantalla/cancha, y Suar no sobra a nadie, pero lo hace de taquito. Lo que hace bien, le sale perfecto. La película arranca como comedia, y deriva en comedia dramática -salvando las distancias, en tiempo y en estilo, como pasaba en Un toque de distinción-. Donde más seguro pisan la estrella y su director es en el plano cómico (al revés de Julieta Díaz, que abre grandes los ojos y le piden que gesticule mucho en los pasos de comedia, y está mucho mejor cuando se contiene y no actúa, es Verónica) y al volcarse al melodrama la cosa no es tan efectiva. Porque El fútbol o yo provoca risas, tiene buenos remates y aunque parece todo muy armadito, los morcilleos de Suar o las apariciones de Alfredo Casero entran a escena justo para levantar la puntería. Pedro se da cuenta de que está enfermo, y acude a… Alcohólicos Anónimos. No sabe cómo conseguir ayuda (sus amigos no le dan más que un departamento desvencijado) y allí conoce a su “padrino” (Casero), el que lo guía en su rehabilitación. Lo dicho: Suar juega al entrador -pero no canchero-, al tipo que se mete en problemas, pero al que uno quisiera ayudar, por más que Pedro meta la pata (o la pierna) fuerte. No sabe cómo reconquistar a su pareja, no sabe cómo decir en AA que su problema no es el alcohol, no sabe, pero contesta. Cuando El fútbol o yo va a la ofensiva con la comedia, gana, y cuando se repliega en el melodrama (la última media hora tiene, por lo menos, tres momentos finales dramáticos posibles) el resultado corre riesgos. Así en el cine como en el fútbol.
Ahora su marido también esadicto al fútbol Un ejecutivo serio, casado y padre de familia es tan adicto a ver partidos de fútbol como para olvidar el mundo real, y terminar perdiendo su trabajo y destruir su familia. Como además es simpatiquísimo, carismático y canchero, aparece en el 90% de las escenas, y es Adrián Suar, claro. Lo cierto es que al espectador le costará mucho tomarse en serio el drama del "futbalcoholic" y así, sin creer una historia, es difícil que alguien pueda terminar riendo. La falta de buenos gags tampoco ayuda. Hay un momento gracioso a destacar, especie de modesto homenaje a Harold Lloyd, con Suar colgando de un balcón, con el guión aportando una resolución futboladicta a la altura del Tano Passman. No hay mucho más a destacar en este sentido. Si como comedia no hace reír, tal vez sea porque no aporta nada como sátira social relacionada con un asunto tan conflictivo como el fútbol y la corrupción, la influencia política, las barras bravas, la violencia todo el largo etcétera bien conocido por todos. Esos y otros asuntos son cosas que no aparecen en esta película que desperdicia mucho talento a todo nivel, empezando por Julieta Díaz, la esposa frustrada, que si tuviera un mínimo de diálogos o situaciones razonables podría sostener su exagerado maquillaje pálido, digno de una walking dead, pero mucho más light, como toda esta película. Por suerte, a mitad del asunto aparece Alfredo Casero en el papel del asesor del adicto estelar, y en cada una de sus escenas tiene algo divertido, aunque mucho menos de lo que uno querría.
Es evidente que ni el cine ni la televisión han superado en la argentina el estadio del costumbrismo. Lo que no es evidente es que eso sea algo malo por sí mismo. El costumbrismo, que implica una mirada sobre las constantes de una comunidad –en este caso, casi como siempre, la urbana porteña de clase media– que puede ser en algún caso cínica o perdonavidas. En el caso de “El fútbol o yo”, cuya premisa narrativa –una pareja en crisis por la obsesión de él con el fútbol– está clara desde antes de entrar en la sala, las cosas son tan evidentes que permiten a director y personajes ir a fondo en las obsesiones. Es cierto que el conflicto de base tiene algo de anacrónico; es cierto que el fútbol es, paradójicamente, un tema “piantavotos” en lo que respecta a la pantalla. Pero también es cierto que el director es efectivo y que los actores comprenden a sus personajes bastante bien y eso permite que aparezcan, incluso fuera de lo planeado, ambigüedades varias, dificultades claras, algunas razones para hacerse algunas preguntas. ¿Si es cómica? Cuando debe, sí, porque Suar, a quien nadie suele ponderar como actor, conoce muy bien los resortes de la comedia costumbrista, y Díaz tiene las herramientas y sabe usarlas. Lo que busque, lo va a encontrar, y eso debe interpretarse como elogio.
Pedro siente una pasión desbordada por el fútbol, no ya como hincha de un equipo, sino de todos. Tan adicto es a todo lo que pase entre once jugadores y una pelota, donde sea y a la hora que sea, que su vida estable se resquebraja. En manos de Adrián Suar, el personaje genera la empatía y provoca la simpatía a las que nos tiene acostumbrados. Una puerta por la que se entra rápido, fácilmente, a la propuesta de esta nueva comedia que lo tiene como protagonista. Claro que el foco está en el matrimonio. Una pareja (Julieta Díaz) linda, gamba y buena onda que lo viene bancando hasta que empieza a mostrar signos de cansancio. Y para colmo, el juego de seducción que inicia el vecino de al lado (Rafael Spregelburd), la reafirma como la mujer sensual que es, opacada por la obsesión futbolera de Pedro, con la que no puede competir.
El fútbol es pasión de multitudes. No pocas veces, quienes estamos de la otra vereda no podemos evitar preguntarnos: “¿Es para tanto?” “¿Es tan grave perder tal copa o quedar afuera del mundial?” Si bien una pasión es una pasión, y algunas tienen explicaciones más lógicas que otras, es innegable que los matices excesivos que puede llegar a adquirir la pasión futbolera son materia prima atractiva para una comedia. Un potencial que El Fútbol o Yo no termina de desarrollar. Una cosa que no puede cambiar: La vida de Pedro está entregada al fútbol, y dicha pasión ha llegado a un extremo tal que Verónica, su mujer, ya no lo soporta más. Todo se complicará cuando pierda su trabajo y sea echado de su casa, lo que lo obliga a replantearse muchas cosas e intentar corregir el rumbo de su vida. El guion de El Fútbol o Yo tiene sendos problemas. Principalmente, que casi no genera risas, lo que para una comedia es mala señal. Pero más en concreto, tiene un inicio demasiado intenso, y como el resto de la narración no duplica la apuesta (y por lo tanto el riesgo del protagonista) con el devenir del metraje la propuesta no tarda en desinflarse, al extremo de dejar casi completamente de lado al fútbol al que hace referencia el título. Pasada la mitad de la película, se vuelve más la cuestión de un macho con el orgullo herido que la de un adicto al deporte que debe superar este problema. Se gastaron todos los cartuchos en el primer acto, sólo para que esta premisa vuelva mágicamente en el desenlace. Exceso de neurosis: Adrián Suar entrega nuevamente esos papeles neuróticos que habitualmente le salen muy bien, aunque en este caso el guion no lo ayuda. Caso aplicable también a Julieta Díaz, quien es capaz de realizar mejores trabajos que el de esta película. Los excesos en ilustrar esas neurosis no le juegan a favor a ninguno de los dos. Alfredo Casero es el único en acertar en su interpretación: las pocas veces que quien esto escribe se rió durante la película, fue cuando el actor de Cha-Cha-Cha recibía su parte del tiempo de pantalla, dando vida al peculiar padrino de rehabilitación que ayuda al personaje de Suar. El apartado visual está adecuado, a la altura de las intenciones de la película; nada que criticar, tampoco mucho para elogiar. No obstante, debo hacer una mención al apartado de efectos visuales por hacer creíble la imagen de tener una cancha llena. Conclusión: El Fútbol o Yo toma un estereotipo conocido por todos, pero en vez de profundizar lo exagera, y no pocas veces lo deja de lado. Esta falta de fidelidad a la premisa no solo contribuye a que los momentos humorísticos no lleguen a la meta: logra además que los momentos emotivos tampoco tengan tanta resonancia.
Pasión de juguete Hace unos años, en una reseña sobre la digna coproducción ítalo-argentina El Árbitro, me preguntaba cómo era posible que en un país tan futbolero como el nuestro haya pocas películas deportivas sobre fútbol. Sobre todo, porque con la enorme cantidad de gente que participa de la sinergia futbolera sería raro que ese tipo de película no resultara un éxito comercial. La mosca de Patagonik y la visión comercial de Carnevale parecía que iban en busca de ese negocio aún no tan explotado; sin embargo, El Fútbol o Yo no es una sport movie sino una execrable comedia romántica pasada de sensiblería que no sólo no le aporta nada al género sino que no le aporta nada al espectador futbolero. Porque aunque Suar sobreactúe algunos gestos de tablón y, por momentos, los diálogos se anclen en la dialéctica canchística, el deporte queda siempre en segundo plano. Acá, el fútbol, como se deja en claro en el texto de la película, podría ser el alcohol o la cocaína o las hamburguesas. La postura antihedonista del guion presenta a la adicción del protagonista como una mera excusa que pretende mostrar como un placer puede corromper lo que verdaderamente importa en la vida. De todos modos, el conservadurismo más rancio de El Fútbol o Yo no tiene que ver con la ponderación absoluta de la familia y su valoración como eje salvador de la vida -como también podrían hacerlo Los Simpsons y tantas otras obras de diversos enfoques ideológicos- sino con las decisiones formales de Carnevale que nunca acompañan la pasión que despierta el fútbol. De hecho, la pasión es tratada como una enfermedad de la cual uno debe curarse. Los planos de las canchas son generales y lejanos, y las charlas de fútbol son sobre esquemas. No estamos frente al hermoso energúmeno de Discépolo en El Hincha que, entre varias genialidades y humoradas mucho más efectivas que las de Carnevale, decía: “qué taller ni qué trabajo ¿y los colores, y el club? ¿Para qué trabaja uno si no es para ir el domingo a romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal?”. Acá estamos frente a un Suar que pretende curarse en una ronda de adictos anónimos y que jamás estaría dispuesto a perder algo por su supuesta pasión. Si el Ñato de El Hincha posponía ad eternum su casorio por su amor al fútbol, acá el personaje de Suar luchará por resignar sus placeres para conformar a una esposa que piensa que el fútbol es una estupidez, lo mismo que, parece, piensan los realizadores.
Esta es una comedia romántica dirigida por Marcos Carnevale y coescrita por él junto a Adrián Suar, este último es el productor y protagonista. Además Marcos Carnevale los dirigió a los dos protagonistas en “El año que viene a la misma hora”, a parte Suar y Julieta Diaz trabajaron juntos en cine (Dos más dos) y TV (Silencios de familia). La historia gira en torno a una matrimonio de casi veinte años de unión, padres de dos adolescentes, Pedro Pintos (A. Suar) trabaja en una empresa hace años, Verónica (J. Díaz, una buena interpretación, tienen buena química y la cámara la ama luce bellísima) ama de casa, dedicada a full con su casa, hace tortas, sueña con tener un local de repostería pero el conflicto familiar es que Pedro es adicto al fútbol. Es tan fuerte su pasión que lo convierte en un adicto, le fue ocupando todos los espacios, ve cualquier partido no solo del equipo que es hincha, sino de todas partes del mundo y categorías, no importa el horario y su agenda la maneja en función de quien juegue. Pero su esposa se harta de todo esto y lo pone entre la espada y la pared debe elegir entre el fútbol o su hogar y para colmo por la misma causa lo echan de su trabajo. Tiene varios toques futboleros y algunos espectadores se sentirán identificados. Resulta bastante divertido el personaje de Alfredo Casero, además trabaja Tomás Kirzner (18), hijo de Suar, entre otros. Nos encontramos frente a una comedia liviana, costumbrista, sin sorpresas y previsible, hay enredos, toques emotivos y la acompañan varios sponsor. Su construcción resulta entretenida y está ideada para pasar el rato, ideal para un público poco exigente. La trama tiene algunos puntos en común con la película “Je suis supporter du Standard” (2013) de Riton Liebman.
El año pasado, Adrián Suar junto a Valeria Bertuccelli, protagonizaron el éxito de taquilla más grande del cine nacional cosecha 2016. La película en cuestión fue Me casé con un boludo, una comedia que tenía como punto de partida un título nada sutil, pero que al menos durante su primer tramo ostentaba cierta sobriedad, y sobre el final, más allá de desbarrancar en una catarata de gags pasados de rosca; se las ingeniaba para resguardar un mínimo de sensibilidad cinematográfica. La química entre Suar y Bertuccelli funcionaba, y detrás de cámara había un cineasta como Juan Taratuto, que tenía como antecedentes propuestas atractivas y diversas, que van de Un novio para mi mujer a La reconstrucción. En cambio, los gestores de El fútbol o yo son dos gerentes. Un par de cerebros que piensan cada película con una planilla de cálculo de cantidad de espectadores, y que abusan tanto de la receta de probada eficacia, que terminan lanzando embutidos fáciles de deglutir; pero con poco sabor a cine genuino. Adrián Suar y Marcos Carnevale son los autores del guión de esta fallida comedia romántica, que viene de atravesar una denuncia mediática por plagio, a cargo del periodista y escritor Daniel Frescó; por las similitudes entre el film y su novela Enfermos de fútbol. Tanto Suar como Carnevale se encargaron de aclarar que ellos compraron los derechos de una producción belga, y que finalmente sólo tomaron cerca del 20% de los acontecimientos de la película original. Dar con ese material, podría ser un buen ejercicio, para ver hasta qué punto la dupla de productores se encargaron de destrozarlo. La premisa argumental de El fútbol o yo toca una de las fibras emocionales más grandes del argentino, pero para no quedar reducida al exclusivo interés de todo amante de las canchas; se arropa con algunas convenciones de comedia romántica. Pedro (Adrián Suar) es un apasionado seguidor de innumerables partidos, tanto de su equipo, como prácticamente de cualquiera que exista en el planeta. Su adicción por el fútbol lo lleva a perder su trabajo y a entrar en crisis con Verónica (Julieta Díaz), la abnegada mujer que ve cómo su matrimonio se derrumba frente la voraz competencia de una pelota de fútbol. Esto es lo que muestra el trailer de la película, y su visionado completo no ofrece mucho más. Es más, El fútbol o yo pelea por el insólito récord de ser el fim con mayor carga de auto spoiler en la historia del cine. El espectador podrá anticipar con total certeza qué pasará después de la escena que acaba de terminar, y pasados unos pocos minutos, hasta podrá predecir qué sucederá en la mismísima escena que está viendo. Otra extraña e involuntaria particularidad de la película gestada por Suar-Carnevale, es que dentro de la seguidilla de gags puestos en modo piloto automático, ninguno de los más suculentos son protagonizados por la dupla central del relato; sino por los personajes secundarios. Alfredo Casero y Miriam Odorico se ponen al hombro los momentos más histriónicos, mientras que Federico D'Elía y Peto Menahem (compinches del personaje de Suar en su pasión futbolera), están bastante desaprovechados. Marcos Carnevale, responsable de títulos infumables como Inseparables y El espejo de los otros, vuelve a mostrar una impronta más televisiva que cinematográfica, con todos los típicos tics de Pol-Ka; que nunca variaron demasiado desde los '90 hasta aquí. Dentro de su apartado genérico, El fútbol y yo es una comedia romántica con gags desgastados, momentos seudo emotivos con pianito de fondo; y una pareja central sin química alguna. El conflicto de estos cuarentones está abordado como si se tratara de un par de tortolitos veinteañeros, sus hijas adolescentes no pinchan ni cortan dentro de la trama, y a la película no se le cae una idea ni por casualidad. Afortunadamente, hasta el momento la producción más vista del cine argentino en lo que va del año es Mamá se fue de viaje, una comedia de Ariel Winograd, realizador de exponentes frescos y desenfadados como Permitidos y Sin hijos. Sin tener pretensiones de genialidad absoluta, la seductora película va acercándose al millón y medio de espectadores. Por lo tanto, si tu plan para el fin de semana pasa por una comedia ligera sin olor a naftalina, indudablemente la podrás pasar muy bien con Mamá se fue de viaje. El fútbol y yo seguramente aparecerá dentro de un par de años en algún matiné de fin de semana por El Siete, y para ese entonces probablemente Suar siga protagonizando propuestas tan flojas como esta. Aunque ojo, Ariel Winograd ha dicho que le gustaría hacer una película con Adrián. Nos guste o no, al "Chueco" oficio como comediante no le falta, sólo es cuestión de dar con un buen aliado. Lo que resta es poner un par de fichas, para que en una próxima oportunidad le diga un enorme y feliz sí a Winograd. El fútbol o yo / Argentina / 2017 / 105 minutos / Apta para todo público / Dirección: Marcos Carnevale / Guión: Marcos Carnevale, Adrián Suar / Con: Adrián Suar, Julieta Díaz, Rafael Spregelburd, Alfredo Casero, Federico D'Elía, Peto Menahem.
Nada tiene que envidiar Adrián Suar a Hollywood. Nada, porque cada meta que se supo poner en relación con el cine pudo ir cumpliéndolas con placer y pasión, algo que, más allá de los resultados, logró imponer cierta autoría independientemente si es él quien dirige o cuenta las historias de sus películas, en cada nuevo film. Si su comienzo en el cine, con la superproducción “Comodines”, ya era percibido como un producto netamente comercial, industrial y vacío, pero su perseverancia y tezón, más el acompañamiento de la gente, lo fueron consolidando como una de las estrellas locales más taquilleras. Asimismo, el tiempo posicionó su liderazgo transformandolo en un creador de resultados que hoy busca su lugar en el cine con la continuidad de las propuestas y películas. Fue creciendo en una línea diversificada de producciones, con drama (“El día que me amen”), comedias (“Apariencias”, “Cohen Vs. Rossi”) y más comedias (“Un novio para mi mujer”, “Me casé con un boludo”) ubicándolo, en la cima de la taquilla. En esta línea, en el último tiempo, su decisión de volcarse a la romcom terminó por configurar un espacio de exploración que, además, logró exportar al mundo “formatos” cinematográficos de inexplicable magnitud y repercusión. “El fútbol o yo” (2017), película dirigida por Marcos Carnevale, y coprotagonizada por Julieta Díaz y Alfredo Casero, se posiciona en la delgada línea entre la comedia de situaciones y el costumbrismo autóctono (característico de las producciones televisivas de los años ’90 /00). Hace tiempo que el cine nacional no proponía, al menos no que se recuerde, o de gran escala, un producto tan popular como éste. En la elección de la comedia de enredos y ocultamiento, aquella que plagaba las tardes de la televisión mientras se tomaba la merienda, es en donde el Suar productor, director, actor, etc., pudo imponer una mirada particular sobre el matrimonio. Y cuando comienza a buscar debajo de las alfombras y de otros subtextos, es cuando se termina por potenciar todo, puesto que además, como en este caso, sumó al fútbol en la línea narrativa con la infinidad de posibilidades y encastres inimaginables. En “El fútbol o yo”, Pedro (Suar) es presentado como un hombre común, con una familia tipo, pero con un pequeño problema, es un adicto al fútbol y sus periféricos. No puede dejar de mirarlo, sea un partido por el ascenso, la final de un campeonato mundial, o simplemente un amistoso entre ignotos rivales. Y cuando Verónica (Díaz), le dé el ultimátum, su vida deberá cambiar sí o sí para poder continuar al lado de la mujer que ama, sus hijas y la idea de la familia feliz con la que empatizó desde siempre. Allí comienza ese intento de recuperación de lo popular, el cruce de género, la incorporación de personajes secundarios entrañables (Alfredo Casero a la cabeza de esta serie de roles) y allí también la comedia estalla. Carnevale muestra su oficio, y Suar su capacidad para liderar y potenciar todo su arsenal de humor. Si por momentos “El fútbol o yo” declina su ritmo, es tan sólo por la imposibilidad de extender la anécdota disparadora por mucho tiempo más, justamente allí es en donde la utilización de la confusión como elemento narrativo viene a solucionar el estado de las cosas y redondear todo.
Vehículo para la explotación de una pareja protagónica que ya dio buenos resultados de público, El Futbol o Yo apela al costumbrismo para zigzaguear entre la comedia y el drama de una pareja en crisis por un factor externo que se asemeja bien autóctono. El cine argentino industrial y popular debería tener un apartado especial titulado como “comedias de y con Adrián Suar”, cuando ve su cara y nombre en un afiche, ya podríamos tener una idea de hacia dónde va a ir encaminada la cosa. Una pareja de desiguales, cada uno representando un estereotipo – se supone cercano – distinto, un conflicto entre ambos (o el llamado del amor, sin más), y el borde permanente entre la comicidad y el drama todo en un tono absolutamente costumbrista muy similar a lo que le vemos producir en el ámbito televisivo. Se podría hablar de una apuesta segura, que a decir verdad, muy pocas le falló a nivel de taquilla. Cambian las contrapartes femeninas (no así tanto el tipo de personajes), los secundarios, los directores, o los guionistas; pero hay cosas que se mantienen firmes como rulo de estatua; Suar, la pareja en el centro de la escena, y el costumbrismo quizás menos barrial que en la TV. El fútbol o yo es otra muestra más, otro capítulo, de ese estilo. Aquí Suar es Pedro, gerente del área de reclamos y atención al cliente de una empresa de medicina prepaga, cuarentón, casado con dos hijas adolescentes, e hincha fanático del fútbol. Sí, Pedro es hincha de Argentinos Juniors, pero en realidad es fanático del fútbol y toda la mística que lo rodea. Su vida gira en torno al fútbol. Se ve cuanto partido se televise; colecciona camisetas y otros souvenirs; va a la cancha a ver cualquier partido,; habla permanentemente como si estuviese en una tribuna (o lo que Suar y los suyos entienden por estar en una tribuna); y no hay nada, pero nada, que se interponga entre el fútbol y él, sí, inclusive su esposa Verónica (Julieta Diaz). A Verónica los cuarenta la atropellaron, y ya no quiere esa vida para ella, quiere un matrimonio que funcione entre dos, con un marido que le preste más atención que a una pelota. Este es rasgos generales el conflicto que presenta El fútbol o yo, dirigida por un experto en este tipo de películas como Marcos Carnevale. Un conflicto que podríamos estructurar en dos partes, una primera media hora en la que nos presenta a Pedro y su excesivo fanatismo y una Verónica permanentemente a los gritos, sentenciosa; y otro tramo en el que se produzca el necesario quiebre, con Pedro intentando entrar en razón, y una Verónica permanentemente a los gritos, sentenciosa. Efectivamente, para El fútbol o yo, las mujeres pasan los cuarenta años y viven al borde de un ataque de nervios o sobreactuación. Más allá de no generar empatía por pertenecer a una clase social muy bien acomodada e irreal, de no poseer personajes con carisma, o de generar escenas con buena disposición, lo que más salta a la luz en el E fútbol o yo, es su idea del rol de la mujer en un matrimonio… digamos algo anticuada. El guion con autoría de los propios Carnevale y Suar no tiene progreso dramático más allá del quiebre mencionado y obvio, no aprovecha a los personajes secundarios sin vida propia ni verdadera gracia, y se estructura a la suerte de viñetas en la vida de este fanático y sus intentos y tropiezos. Toma ideas de películas varias que pueden ir desde El Regalo Prometido a la más obvia Pitch Perfect. Tampoco falta talento actoral, Julieta Diaz, Peto Menahen, Federico D’Elia, Alfredo Casero, Rafael Spregelburd, Dalia Guttman, Julieta Vallina, o Miriam Odorico, todos demostraron en otras oportunidades grandes interpretaciones en el plano de la comedia, y poder pasar al drama sin ningún esfuerzo; pero aquí o no tienen espacio, o están decididamente mal. A Julieta Diaz más de una vez se la vio en roles alterados, y siempre los manejó bien; pero Verónica parece ser un caso perdido. Es un personaje molesto, enojado, quizás con razón, pero excesivo, y al que encima, la historia le dedica un rol femenino secundario, relegado frente a su esposo que es el que lleva las riendas. De Carnevale no hay mucho que agregar, a lo largo de su filmografía se especializó en este tipo de películas que buscan la emotividad a presión, y su forma de filmar su bien es cuasi televisiva parece funcionar con un público que no busca mayores exigencias. El fútbol o yo no presenta nada nuevo, no genera sorpresas dentro de lo que nos tiene acostumbrado su protagonista y su director; pero determinadas características en su historia, y el pobre desarrollo de la misma la ubican aún varios escalones debajo de esa media.
Pasión por lo tradicional "El fútbol o yo" trata sobre el ultimátum que le pone una mujer a su marido para que elija entre el deporte o ella. La película es correcta en todo lo que intenta ser, y desde esa poca ambición busca llegar a lo popular. El título del filme es claro: identifica un pedido desesperado, y no hace falta demasiado contexto para internalizarse en que habla de una pasión desencontrada con un amor. Si bien la expresión “El fútbol o yo”, en primera persona, se refiere a la esposa de un adicto a este deporte que no soporta la situación, la historia dirigida por Marcos Carnevale tiene como único protagonista a Adrián Suar, el adicto en cuestión. Todo comienza cuando Vero (Julieta Díaz) se harta de la enfermedad de su marido, Pedro. “Ojalá estuvieses con una mina, pero ¿cómo hago para competir con esto?”, le dice ella, mostrándole una pelota de fútbol. Al perder su trabajo por cuestiones similares, y separarse de Verónica, se da cuenta de que su pasión se ha transformado en algo más grave y decide ir a una reunión de Alcohólicos Anónimos a tratarse, pues no conoce a nadie con su mismo problema y cree encontrar en ese lugar la terapia que necesita para recuperarse. Su “padrino” será Roca (Alfredo Casero), quien será implacable en la recuperación de su ahijado, pues no sabe que Pedro mintió respecto de la causa de su adicción. De este modo, Pedro debe emprender un camino de autoconocimiento y evitar caer en la tentación, que está presente todo el tiempo, con partidos locales e internacionales de tantas divisiones que hay para disfrutar, pues tiene la intención de recuperar a su esposa. Si bien la propuesta es una comedia romántica con un tema que es muy familiar para los argentinos, todo el peso narrativo recae sobre el personaje de Suar, e intenta redimirlo todo el tiempo. Carnevale es demasiado compasivo con su protagonista y lo simplista y masticado del largometraje se hace empalagoso cuando no existe reflexión verdadera sobre la culpa -a pesar de los varios discursos sentimentales de Pedro en el último tramo-. Los mejores momentos del filme tienen lugar cuando aparece Casero, que en su forma más explosiva por lo menos genera algunos quiebres en lo normativo y formal de la historia. No se ponen en duda los roles tradicionalistas de la familia y eso, en 2017, ya ni siquiera suena a vintage, sino que roza lo arcaico. Es también una lástima que una actriz como Julieta Díaz sea relegada sólo a acompañar al enfermo de fútbol y su trabajo esté desdibujado por otras cuestiones. Ni siquiera en el tramo final existe una reinvindicación de su personaje de la manera en la que la narrativa pedía a gritos. “El fútbol o yo” es correcto en todo lo que intenta ser, y desde esa poca ambición busca llegar a lo popular a través del acercamiento con el deporte como pasión de multitudes. El caso de Adrián suena como a una versión doméstica de Tom Cruise. Si bien participa de buenas producciones, Tom se come el filme y termina siendo tan solo “una historia que protagoniza Cruise”. En “Un novio para mi mujer”, “Me casé con un boludo” y ahora “El fútbol o yo”, los vocativos son desde o hacia el personaje de Suar y es evidente la necesidad de una atención que ni siquiera necesita, pues es uno de los actores y productores más importantes de nuestro país.
Comedia romántica, pasatista si las hubo, que no debería haber sido como corolario al finalizar la proyección. Esto sucede pues el filme esquiva todas las responsabilidades de lo que establece, con el único fin de constituirse en el género en el que se anuncia desde el titulo, habiendo sido este originalmente “Sos mi pasión”, y las pasiones “pueden” llegar a ser peligrosas, las adicciones lo son por definición. Nadie podría poner en duda el pulso que posee Marcos Carnevale para la comedia, demostrado en sus buenas “Corazón de León” (2013) “Elsa y Fred” (2005), asimismo en las también, un poco fallidas en tanto producto terminado, “Inseparables” (2016), “Almejas y mejillones” (2000), por no nombrar otras. Por lo cual se establecería como un muy buen representante, no se puede asegurar si a ciencia cierta buscado o por casualidad, de la circulación del arte, la cultura, al decir en estos días, que comenzaron en la década del ‘80 y no paran. Ese mismo pulso puesto en juego desde los tiempos de comedia que maneja su protagonista Adrián Suar, ya establecido como un buen comediante, además comerciante, pues sabe perfectamente cuando un producto va a tener réditos económicos, y eso también es un “don”. La historia se centra en Pedro (Adrian Suar), hombre casado, padre de familia, gerente de recursos humanos de una gran empresa, pero no todo es tan simple: es un adicto, al fútbol. Es verdad, a primera vista nada ni nadie podría salir dañado por una adicción de esta naturaleza, pero a Verónica (Julieta Diaz) le esta empezando a fastidiar que las prioridades en su familia, en su marido en realidad, estén regidas por ese negocio disfrazado de deporte. Ahí aparece el titulo del filme Pedro busca ayuda en sus amigos Juan y Luis, (Federico D´Elia y Peto Menahem, respectivamente), el segundo lo apaña, el primero lo ayuda en contradicción a su deseo. Su familia se esta deteriorando sin remedio. En esa sucesión de hechos se identifica como necesitado de ayuda profesional, y recurre a un grupo de autoayuda para adictos, en este caso al alcohol, él sería la primera victima del fútbol como adicción, de los cuales todavía no hay grupos para eso, (que yo sepa, al menos). Es con una estrategia demasiado yankee y más que inoperante para el caso que termina involucrado en algo que no es, donde conoce a Roca (Alfredo Casero), otro adicto, otro buen comediante. El texto es de una previsibilidad increíble, a cada imagen se adivina la siguiente, los diálogos son tan banales que sucede lo mismo, habiéndose perdido una muy buena oportunidad de profundizar sobre el tema de las adicciones, un mal endémico de nuestro tiempo, que atravesado por el fútbol hubiese podido trabajarse como atravesando la realidad de millones de personas. Será por elección de su responsable o será casualidad, no lo sabremos, sólo decir que si por algo la atención se sostiene en el filme es en un 95% gracias a Julieta Diaz, desde siempre una muy buena actriz, cada vez más asegurado su pasaporte al Olimpo como una diosa completa, un 2% Alfredo Casero, seguro, 1% Adrián Suar, no se espera más de lo que da, y esta bien, 1% al resto de la producción. ¡¡Ah!!!!, 1% a los estoicos espectadores argentinos, que tan grave es la realidad que cualquier cosa nos hace reír, por no llorar.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-21hs.
La mejor crítica de cine del mundo, Pauline Kael, en su texto sobre Orson Welles “No hay nada que hacer” plantea que el público masivo ve grandes superproducciones vacías, con mucha acción carente de sentido. En ese texto, increíble, habla del rol del productor, actor y director. Welles impregnaba la actuación de sutil ironía, incluso cuando la película podría ser mediocre. “Se necesita una gran dosis de talento latente para decirle al público que uno está haciendo algo que no vale la pena”. Esto es muy interesante, ya que Kael habla sobre la génesis del actor y como uno bueno nunca pierde su inteligencia, incluso cuando todo se está yendo al demonio. Raro, pero asociativo al máximo, cuando terminé de ver El futbol o yo de Marcos Carnevale, y protagonizada por Adrián Suar, recordé este exordio. Suar (quien es cómico de TV) interpreta a un adicto al fútbol, tiene buenas intenciones no lo dudo, pero carece de conciencia de sí, en ningún momento logra internalizar ni mostrarse vulnerable ante el problema de una adicción, ni con sus muecas pantagruélicas hacer reír en los pasos de comedia. Suar no se deja llevar, no se suelta, no quiere o no puede meterse en rol del actor o simplemente no se esfuerza por recrear una persona con un problema que lo deja sin trabajo, sin casa y sin familia. El tema es devastador y podría resultar atractivo para la hechura de una comedia disparatada. La dirección de Marcos Carnevale – Anita, Viudas, Inseparables, Corazón de León- resulta acartonada, los planos (odio los contrapicados intencionales) mecanizan aún más un guión que no tiene picardía y no sabe jugar con la identificación. La comedia romántica no trasmite la desazón de una pareja en crisis. Pero empecemos por el principio. La primera secuencia muestra a Pedro (Suar) ante la abatida pérdida de la abuela de Verónica (Julieta Diaz) su mujer, los chistes comunes ante la muerte y la insistencia de Carnevale en describirlo como un fundamentalista del fobal, precipitan una trama repetitiva y poco graciosa. La condición de hincha acérrimo es mostrada con timidez: Pedro es fanático del fútbol en general, pero no se lo muestra como hincha de un club específico, entiendo que mostrarlo únicamente de un equipo enojaría algunos futboleros ortodoxos, pero es raro verlo al protagonista salir de la hinchada xeneise, para meterse en el gallinero. El fanatismo no es así. Ni siquiera los números físicos, de slapticks, son irrisorios. Pedro es jefe de ventas en una empresa multinacional, tiene un buen pasar económico, un departamento salido de casa FOA, pilcha de primera. Vive su vida despreocupada, ligeramente, pero no con esa ligereza de adolescente, sino más bien con esa avidez de adulto egoísta. Pedro es un ególatra que piensa en sí mismo (absolutamente machista), desde el comienzo la descripción histérica del personaje, generar rechazo y poca gracia. Incluso Pedro resulta desagradable. La química entre la pareja principal, tampoco es arrolladora, el romanticismo pasa de largo, Verónica/Julieta Diaz se muestra con cara de desazón (para decirlo finamente) ante la misoginia de Pedro. Todo transcurre como al pasar, con un pulso que no conmueve. Verónica está cansada y se quiere separar. Pero ni ese gancho de “recuperar el terreno perdido” es utilizado con éxito para meter una gambeta en la comedia romántica. A Pedro lo echan de la casa y sus lágrimas son de cocodrilo. “Llorá Pedro Llorá” dan ganas de gritar casi como un cantito futbolero desde la platea. Los únicos gags que funcionan son los protagonizados por Alfredo Casero, un segundón en la historia que entiende de comedia, y le otorga al metraje el mejor monólogo de la historia. Casero interpreta a Roca, un padrino de adicción de Pedro, que lo ayuda con su problema. Roca habla de su adicción al wisky y suena creíble, quizás es la escena más sincera de El futbol o yo. El cotillón por mantener a Suar siempre en escena no da reposo en esta película que ni siquiera es pasatista en el buen sentido del término. La gente que sigue al “chueco” probablemente poco le importe la fallida incursión en el género (el tiene su público y es cómplice en todas sus películas), y seguramente le irá bien en la taquilla. Con un final predecible -Suar casi mirando a cámara resulta un atentado al cine- El futbol o yo es una película con poca sustancia que roza la comedia sin hacerle mella.
Mitad de tabla La nueva película de Adrián Suar es floja pero gracias a su histrionismo y el talento de los actores que lo acompañan, logra arrancar algunas carcajadas. Quiero empezar esta reseña de El fútbol o yo diciendo dos cosas: Adrián Suar es uno de los mejores actores de comedia de la Argentina, y sus películas, desde Un novio para mi mujer (2008) a esta parte, son intentos más que dignos de un cine popular. Cualquiera que la repruebe diciendo que Suar hace siempre lo mismo o que es una fórmula o que es conservadora, está errando el vizcachazo. Pedro (Suar) es un adicto al fútbol. Es capaz de ir a dos canchas en un mismo día y ve por televisión todos los partidos de todos los torneos y las ligas de otros países, lee todas las noticias sobre fútbol en internet, mira los partidos de reserva, juega al fútbol con sus amigos y charla sobre fútbol con los compañeros de la oficina. Está casado con Vero (Julieta Díaz) y tiene dos hijas adolescentes. La familia lo soporta como puede, aunque no queda muy claro por qué. Hasta la gota que rebalsa el vaso: echan a Pedro de su trabajo por mirar fútbol. Entonces Vero le da un ultimátum: el fútbol o ella. Aunque en clave de comedia, El fútbol o yo cuenta el drama de un adicto, con la vueltita de tuerca de que todo se trata de una adicción no al alcohol ni a las drogas, sino al fútbol. Esto permite una levedad imprescindible para el género. El histrionismo de Suar (acá muy afrancellado en su porteñismo caricaturesco), la solidez de Julieta Díaz y el talento de dos secundarios como Alfredo Casero y Miriam Odorico, logran arrancar algunas carcajadas en los mejores momentos a pesar de que el guión no sea muy inspirado. Es un buen ejemplo la escena cumbre de Odorico: el planteo es súper sencillo, pero entre ella y Suar le sacan jugo a las piedras. El costado romántico de la película no se sostiene porque el bendito tercer acto de la historia se cae a pedazos. Pasaba exactamente lo mismo en las dos películas anteriores de Suar: Me casé con un boludo (Juan Taratuto, 2016) y Dos más dos (Diego Kaplan, 2012). Cuando la historia tiene que cerrar es donde se notan las fallas y ningún actor carismático es capaz arreglar eso. También se puede criticar que algunos personajes son chatos (las dos hijas, por ejemplo, están de adorno) o que la película no termina de bucear en la adicción de Pedro, que parece como si se curara de un día para el otro, solo porque así lo desea. Pero la verdad es que ante otras comedias industriales argentinas como por ejemplo Solo se vive una vez o Cantantes en guerra, para nombrar dos de este año, El fútbol o yo al menos logra arrancarnos algunas carcajadas.
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Pedro se aburre. Si no mira fútbol, se aburre, y para no aburrirse necesita mirar todos los partidos del mundo. En el trabajo, en la casa, durante la cena, en el velorio de la abuela de su esposa: no hay momento ni lugar en el que no haya un partido a mano y Pedro los mira a todos como un poseso, se enciende cuando tiene fútbol frente a los ojos, se llena de energía. El resto del tiempo es pura espera, tiempo vacío, rutina que carece totalmente de interés. La nueva película de Marcos Carnevale (escrita por Carnevale y Adrián Suar) está estructurada como una comedia romántica y se vende como tal, pero hay más cosas dando vueltas en la historia, menos románticas y decididamente menos cómicas. No es que no aparezcan, uno por uno, todos los elementos que hacen al género: el arco que describe la relación entre Pedro (Adrián Suar) y Verónica (Julieta Díaz), casados hace varios años y padres de dos hijas adolescentes, es el que va del estallido del conflicto a la reconciliación, y la película lo recorre puntual y esquemáticamente. Los personajes se presentan a partir de sus rasgos más característicos: Pedro mira fútbol y lo comparte con amigos (Peto Menahem y Federico D’Elía, apenas bosquejados como cómplices que funcionan en bloque), Verónica se queja y lo señala. Después, todo se va al demonio tanto como es posible, en primer lugar porque a Pedro lo echan del trabajo después de descubrirlo, en las cámaras de vigilancia, mirando partidos en horario laboral en demasiadas ocasiones. Hay un ultimátum que da nombre a la película (“El fútbol o yo”, le dice, literalmente, la señora), hay un grupo de autoayuda para rehabilitarse y una especie de padrino interpretado por Alfredo Casero que busca ser cómico a fuerza de miradas amenazantes y puteadas gritadas a los cuatro vientos. Pero en el medio, lo que se abre como una revelación espantosa es la profunda insatisfacción de esta pareja de casi cuarenta que, según parece, hizo todo bien: tienen la casa, el auto, los trabajos, las hijas. Y al mismo tiempo no saben qué hacer con ellos mismos. Es cierto que la película se centra en el personaje de Suar, el aburrido por excelencia, que parece gritar goles para no gritar de angustia. En ese sentido, el de Julieta Díaz queda más desdibujado y se reduce a una sola característica: en el partido que Pedro cree estar jugando, Verónica es el árbitro. Ella no juega, marca las faltas. Señala. Vigila. Cumple con esa versión estereotipada de la esposa que ordena, contiene, mantiene a raya la más desbordante, y dada a los excesos o desvíos, energía masculina. Y también se perdió en el camino, no cumplió con los proyectos que tenía y en algún momento -siempre según Pedro- cambió los jeans ajustados por la joggineta. La comedia romántica que hay en El fútbol o yo los hace reencontrarse, no sin enredos de por medio (Pedro cree que ella lo va a engañar con un vecino cool interpretado por Rafael Spregelburd y trata de impedirlo, mientras es seducido a su vez por una bomba rubia a la que le encanta el fútbol). Pero la otra película, mucho más amarga, ofrece una imagen del matrimonio como fuente de toda amargura, especialmente por algo que Verónica le dice a Pedro y que es terrible: “yo debería ser tu pasión”. No se ve bien por dónde ella, que va al cine con su abuelita y reniega mientras pone la comida en la mesa para reunir a la familia, podría apasionar a alguien, pero en todo caso la imagen que da El fútbol o yo del matrimonio como simbiosis entre infelices está repartida entre los dos integrantes de la pareja, es bastante más interesante que la historia del tipo al que le gustaba demasiado el fútbol y deja picando una cuestión mucho más álgida, la de lo profunda y desesperadamente aburrida que es la vida familiar y adulta, y la de cuánto entretenimiento se necesita para soportarla.
Crítica emitida por radio.
Crítica emitida por radio.
La novela del fútbol En una escena de El fútbol o yo (2017), la nueva comedia romántica de Marcos Carnevale (Elsa y Fred, Corazón de león, Inseparables), aparecerá por un breve instante el Tano Pasman, un tristemente célebre hincha de River, conocido por su irascible reacción frente a un televisor durante el partido en el cual su equipo se fue al descenso hace algunos años. La enorme popularidad que en su momento conquistó ese hombre se debió fundamentalmente a que su actitud reflejaba a la perfección una conducta legitimada por la cultura vernácula. Su festiva repercusión demostraba cómo la pasión por el fútbol de los argentinos admite el comportamiento exacerbado, irrazonable y absurdo de un hombre fuera de sí que grita durante un par horas frente a una pantalla. Será precisamente ese “fuera de sí” lo que el director va a intentar representar en una película que exhibirá los mismos problemas que su protagonista. Desproporcionada, casi como una adicción irrecuperable, es la pasión por el fútbol que detenta Pedro Pintos (Adrián Suar). Su dependencia respecto de ese deporte es extrema. No solo sigue con desesperación a su propio equipo, sino que también no puede dejar de ver todos los partidos que transmiten por televisión, incluso aquellos que no tienen relación directa con su identificación futbolística. Pintos no puede evitar el despliegue incesante de su comportamiento compulsivo. Un desequilibrio que será expuesto desde la primera escena, cuando veamos al protagonista correr de una cancha a la otra para poder presenciar varios partidos de forma simultánea. Mediante la multiplicación de escenas invariables en su disposición narrativa y ejecución formal –durante un entierro, durante un almuerzo familiar, durante un corte de luz, durante una reunión laboral, etc.-, el film de Carnevale mostrará cómo su protagonista comienza a tener problemas en su vida privada, especialmente con Violeta (Julieta Diaz), su mujer de hace veinte años, quien le pedirá una y otra vez que se conecte con su realidad, con su trabajo, con su familia, con ella. Pintos tiene como grupo de pertenencia afectiva a un par de amigos fieles –“los muchachos”- que lo acompañarán, con diferentes niveles de adhesión, en su fanatismo, y como circunstancial adversario a un vecino que intentará conquistar a su mujer. Un intelectual que será identificado por el protagonista como un puto, ajeno a la pasión del macho argentino promedio. El tono bromista del film de Carnevale ostentará sin tapujos un discurso bravucón, chabacano y machista. El lugar reservado a las mujeres alternará entre el hogar familiar y los locales de ropa donde podrán enloquecer por su propia pasión consumista y discutir acerca de cómo lograr la atención de sus maridos. La convención será en esta película una norma indiscutible. El deseo de la mujer no será otro que el de ser feliz. El trazo grueso, el estereotipo y la sobreactuación determinarán los pasos de una historia previsible y que agotará demasiado pronto sus fórmulas y giros dramáticos. Todo se sabe y se sabrá desde el primer minuto. El enojo de ella y el comportamiento burlón de él se repetirán, incansables, hasta el cansancio. Su puesta en escena estará gobernada por el régimen visual televisivo, con el desarrollo meloso y trivial de una telenovela de canal 13 o una propaganda de Quilmes con todos sus vicios. Abundarán los gestos cancheros de Suar y el humor vencido hace ya mucho tiempo de Alfredo Casero. El fútbol o yo -escrita a dúo con Suar- expondrá rápidamente sus convicciones sobre cómo trabajar, desde una producción de alcance masivo, lo popular. A partir de un despliegue inagotable de lugares comunes no perseguirá otra cosa más que bromear con frivolidad acerca de los rasgos fundantes de una pasión fundamental en la construcción y consolidación de la identidad argentina. Una exhibición populista y demagógica, casi tan insoportable como los gritos de aquel rubio relator de fútbol que supimos conseguir para la televisión y que también tendremos que escuchar en el film de Carnevale.