Cuando reaparece la creatividad Una vez le preguntaron a Carlos Sorín: ¿de que trata El Gato Desaparece? El director, con la sencillez que lo caracteriza y de la que se nutren sus historias y personajes respondió: “De un gato… que desaparece”. Este es el séptimo largometraje de Sorín detrás de cámaras. Muchos lo recordarán sin embargo, por un magnífico mediometraje falso documental que realizara a mediados de los ’80 llamado La Era del Ñandú, que sin duda es uno de los mejores ejemplos sobre como DEBE realizarse un falso documental. Tras ese auspicioso film, que pondría la base de toda su filmografía llegaría, la ambiciosa La Película del Rey con un joven Julio Chávez, tratando de filmar la historia de un francés que se quiso proclamar Rey de la Patagonia. Dicho rodaje nunca se pudo terminar y su historia era completamente cierta. De hecho, Sorín fue asistente de dicho rodaje (y se puede ver en el documental Un Rey para la Patagonia). Este debut en el largometraje le permitió viajar a Estados Unidos y filmar junto a Daniel Day Lewis, Eterna Sonrisa de Nueva Jersey, que lamentablemente no funcionó muy bien. Durante largos años, Sorín siguió abocado a la dirección de publicidades, estudiando el interior del país, a las personas, comunidades que habitan las regiones más inhóspitas y creando una gran variedad de historias que cada uno de ellos podrían protagonizar. Así nacieron, justamente, Historias Mínimas, El Perro y El Camino de San Diego. Películas chicas, con personajes entrañables, comedias dramáticas que evitaban caer en pretenciosos golpes bajos o lecturas demasiado intelectuales, filmadas con una belleza irrefutable. El público y la crítica acompañaron cada una de estas propuestas. Había un público que quería ver otro tipo de historias. Su último trabajo había sido La Ventana, un film que fue un poco maltratado, quizás el más meticuloso en lo que se refiere a puesta en escena, con unos magníficos planos exteriores que remitían al Kurosawa crepuscular. Bello, sencillo, lleno de sutilezas. Particularmente, pienso que, al contrario de mucho de mis colegas, el cine de Carlos Sorín mejora con el paso del tiempo, y cada nueva propuesta es mejor que la anterior. De hecho, no tengo ningún problema en admitir que Historias Mínimas, aún con su belleza estética, me parece un film sobrevalorado, y que no pude sentir empatía con sus personajes. Opuestamente, El Gato Desaparece es una pequeña gema, que confirma que Sorín sobretodo es un gran director de actores, tengan estudios dramáticos o no. Sorín puede sacar una buena actuación de un gran elenco, de personas que nunca vieron una cámara, de un perro (o varios) e incluso de un gato. Hasta una piedra sería una gran intérprete de un film de Sorín (de hecho, el segundo personaje más importante de El Camino de San Diego era un pedazo de tronco transformado en Maradona). El principio no es demasiado auspicioso, sin embargo. Tribunales. Se deja claro que Luis, un profesor universitario que agredió a un compañero y estuvo en un hospital psiquiátrico está curado y puede volver a la vida “normal”. Aunque es demasiado explicativo, este comienzo sirve para entender el resto de la película. Y Sorín admite en cierta forma, que es un comienzo un poco aburrido: hasta los personajes no esperan más que terminen las explicaciones. El resto de la película es una pequeña obra de cámara: dos actores, miradas suspicaces, sospechas y un subliminal humor negro infiltrado en un thriller que recuerda (con menos solemnidad y dramatismo) al cine negro de Carlos Hugo Christensen (Safo, La Muerte Camina Bajo la Lluvia), las obras más intimistas de Alfred Hitchcock (La Sospecha especialmente), alguna que otra gema de Hollywood de los años ’40 como Luz de Gas, o definitivamente, las últimas películas de Claude Chabrol. De hecho, Sorín toma el humor del fallecido maestro francés, toma el ritmo, Nicolas Sorín trata de reproducir la banda sonora de Matthieu Chabrol (ambos comparten ser hijos de sus realizadores) y no sería demasiado lejano decir que Beatriz Spelzini hubiese sido una magnífica protagonista para los films de Chabrol. ¿Podemos tratarla como nuestra Isabelle Huppert? La sencillez del argumento de El Gato Desaparece puede resultar un poco anticuado para los cánones del thriller contemporáneo, pero al mismo tiempo, es necesario. No hay demasiadas subtramas, todo se basa en los falsos caminos que el realizar quiere que recorras. Para eso nos mete en la cabeza de Betty (Spelzini). No sabemos si está loca por creer que su marido no está bien, o si realmente Luis oculta algo en el lado oscuro de su cabeza. Los ojos de Spelzini son maravillosos, hablan mejor que mil palabras. Sorín a través de ellos nos engaña numerosas veces. Por otro lado, es imposible no elogiar la labor de Luis Luque, que nuevamente demuestra su versatilidad actoral. Cada vez, se hace más obvio, que el protagonista de Pajaros Volando se siente más cómodo en la comedia, que en el drama. La transformación que logra, de ser un ente intelectual a un chico que necesita descanso y cuidado es magistral. La cámara se enamora de él, de su “inocencia”, y a la vez es imposible descifrar que pasa por su mente. Haciendo gala de un lenguaje cinematográfico tan transparente como meticuloso, donde el montaje es ágil y clásico, pero la puesta en escena denota un gran trabajo estético y de elección de colores sobretodo, mérito del trabajo conjunto de dos veteranos artistas como Julián Azpesteguía (Director de Fotografía) y Margarita Jusid, Sorín sostiene la película sobretodo en la elaborada construcción de los personajes y la dupla actoral. También es elogiable la inclusión de acciones fuera de campo, fundamental para crear tensión en cualquier obra de suspenso. El diseño sonoro de José Luis Díaz cobra gran protagonismo en este sentido. Sutil y divertida crítica a la burguesía intelectualoide porteña, suerte de comedia con elementos de thriller o thriller con comedia incorporada, El Gato Desaparece, demuestra una vez más que Carlos Sorín es un cineasta capaz de sorprender e innovar con muy pocos elementos y mucha cinefilia.
El mejor Sorín reaparece Luego de su trilogía de road-movies pueblerinas con personajes entrañables interpretados por no-actores (que empezó muy bien con Historias mínimas, y luego se fue degradando con Bombón: el perro y sobre todo con El camino de San Diego), Sorín se propuso una experimentación visual sokuroviana (para mí bastante fallida) con La ventana y ahora, con El gato desaparece, se sumerge en el thriller psicológico chabroliano sobre las miserias de la burguesía intelectual. El resultado, esta vez, es por suerte bastante más convincente. En el arranque, Sorín sitúa el relato en el ámbito tribunalicio, donde varios peritos y un juez discuten respecto de si aprobar o no la salida de un paciente de un neuropsiquiátrico. La persona en cuestión es Luis (Luis Luque), un prestigioso profesor universitario que ha agredido físicamente a un colega al que acusa de robarle las principales ideas de una investigación en la que ha invertido muchos años de trabajo. Los especialistas y el magistrado acuerdan en que el protagonista está en condiciones de retomar su vida normal y, así, regresa a la casa ante la ansiedad de su esposa Beatriz (Beatriz Spelzini). Si bien ambos llevan 25 años casados, el reencuentro no es todo lo natural y fluido que podía esperarse. Ninguno de los dos parecen los mismos y las tensiones, los reproches no tardarán en aflorar. Los personajes secundarios que pululan por la casa (la empleada doméstica, la hija y su novio, los alumnos de él y hasta el gato del título) sirven para exponer otros puntos de vista respecto de la creciente paranoia y la desconfianza que van surgiendo en el seno del matrimonio. La idea de un viaje a Brasil para calmar las aguas y recomponer la relación de pareja no hace otra cosa que tensionar aún más la cuerda. Sorín maneja el film en un tono tragicómico (va de situaciones cercanas al terror hasta estallidos de humor absurdo) y, si bien no siempre los climas son del todo logrados (algunos incluso encontrarán un poco abrupto el desenlace), se trata de una interesante, impiadosa mirada a las contradicciones de la clase media, que recupera varios aspectos destacados del director de La película del Rey (su ingenio, su pulso narrativo, su dirección de actores). No es una película redonda, es cierto, pero sí una muy atendible.
Del brote psicótico que Luis tuvo hace algunos meses sólo parece quedar un mal recuerdo. Al salir de la clínica en la que estuvo internado por orden judicial, sus médicos parecen convencidos de que el alta está justificada, y si bien eluden hablar de cura, argumentan que siempre y cuando se respete la medicación, todo será como antes de que este hombre que supo ser enérgico, se saliera de las casillas todos creen que, sin razón alguna. Un pequeño gato negro, Donatello, su mascota, lo recibe con gruñidos y algún zarpazo. Beatriz, su esposa, está inquieta y más aún con algunos gestos que este profesor universitario tiene apenas llega, tratando de ser lo más abierto posible a los cambios escenográficos en su casa, incluso a los libros que el se encargará de poner no por temas sino por orden alfabético. El gato desaparece: la tensión y la imaginación de Beatriz empiezan a crecer. Carlos Sorín construye un thriller riguroso con muy pocos elementos y la empatía del público con Beatriz, magníficamente interpretada por Beatriz Spelzini (la sensación de soledad que transmite es por momentos angustiante). Sin embargo es Luis (otro memorable trabajo de Luis Luque, un actor que cada vez que regresa con una película demuestra un talento imbatible), quien inquieta con una mirada que parece dirigida a la cámara con un gesto que pasa casi inadvertido. Por un lado, Spelzini crece en su composición de Beatriz como una mujer confundida, que se esfuerza a pesar de las dudas a convencerse de que todo está bien. Por el otro, está ese hombre enigmático que a su vez intenta convencerla, sincero o no, de que está totalmente recuperado y que está dispuesto a disfrutar la felicidad que un hecho, una serie de casualidades desafortunadas, lo sacaron de quicio y lo convirtieron en alguien peligroso de la noche a la mañana. El director de la ultrapoética La ventana es muy astuto a la hora de manipular al espectador a su antojo. Lo seduce con la luz, con los colores (la fotografía fue registrada en Súper 35 mm), con una cámara que se mueve cuidadosamente al seguir a los personajes (en pantalla apaisada), con el sonido, que es pieza más que fundamental del relato, hasta hacerlo caer en una trampa. Nada es lo que parece, decía Alfred Hitchcock, y Sorín lo confirma de una forma magistral. Con poco, con un puñado de actores, eso sí, muy buenos, con personajes iguales a cualquiera y situaciones posibles, con una historia mínima que abreva en los sentimientos y con el toque que todo thriller necesita para estremecer, finalmente. Ah, y un gato que se revela (y también con b larga) y ayuda a concluir, una vez más, de que el cine argentino tiene valiosos autores. Sin lugar a dudas, Carlos Sorín es uno de ellos.
Historia de locura común El realizador de La película del rey e Historias mínimas entrega su película más precisa y estilizada, pero no termina de convencer porque lo que narra es demasiado pequeño para generar la expectativa que debería servir de motor a todo policial. En Hollywood, El gato desaparece sería una de esas películas con las que cada tanto algún reconocido cineasta independiente le demuestra a la industria que es capaz de dirigir una de género, no igual sino mejor que la mayoría de sus colegas. Es también la clase de película que, en cinematografías de mayor desarrollo, lleva a los productores a sugerir al director la conveniencia de filmar la próxima con ayuda de un guionista, para dar mayor peso o solidez al asunto. En sentido visual y de puesta en escena, El gato desaparece es seguramente la película más elegante y refinada, más precisa y estilizada de Carlos Sorín. Si la nueva del realizador de La película del rey e Historias mínimas no termina de convencer es porque, para decirlo en términos de técnica narrativa, lo que asoma del iceberg es demasiado poco, demasiado pequeño, para generar la expectativa que debería servir de motor a todo policial. El interrogante al que se apunta es si el protagonista sigue estando loco, o si acaso quieren hacerlo pasar por tal. De ser así, quién, quiénes, para qué. El tono de representación con que en la escena introductoria un abogado y un psiquiatra gestionan el alta médica de Luis (Luis Luque), genera las primeras sospechas. De modo clásico, la escena sirve también para informar lo que hay que saber sobre personaje y situación. Profesor universitario de literatura, un brote psicótico hizo que lo internaran, tiempo atrás, en un centro de salud mental. El alta se concede, pero bajo una condición: que Luis siga medicado. De acuerdo con los códigos de género, esto se lee como que bastaría que el hombre deje de tomar algún remedio para que arme un desastre. La calma y la paciencia de Beatriz, esposa de Luis (Beatriz Spelzini), despierta sospechas semejantes (ya se sabe que el espectador de género es esencialmente paranoico). Sospechas que el gato Donnatello no hace más que incentivar, al recibir a su amo a puro soplido, encorvamiento y zarpazo: el cine de terror ha enseñado que frente al mal los gatos reaccionan así. Sin embargo, el modo en que la cámara sigue a Beatriz, algún telefonazo sigiloso de ella y su encuentro furtivo con el ayudante de cátedra de Luis –el tipo que provocó su brote, nada menos– hacen suponer que tal vez sean sus pasos los que convenga seguir. Hasta acá todo bien: es así, sobre una red de pistas contradictorias, como se arma el enigma de un policial. El problema de El gato desaparece es que la amenaza sobre la cual descansa todo el andamiaje se percibe casi tan pequeña como el propio título. En primer lugar, el motivo de la internación de Luis: haberle partido la cara a su ayudante, por celos profesionales o personales. Nada muy distinto a lo que puede suceder cualquier día en la calle. ¿Es motivo suficiente para que el espectador se preocupe? Obviamente, la película piensa que sí lo es. Ver si no el momento en que Luis se acerca por detrás de Beatriz, para hacerle una caricia, y ésta pega un salto. No sucede lo mismo con el espectador (no, al menos, con este espectador que escribe), produciendo la incómoda sensación de que son los personajes, y no el que mira, los que están con los nervios de punta. Ni siquiera todos los personajes, pensándolo bien: tanto la hija de Luis y Beatriz (la excelente María Abadi) como la mucama (Norma Argentina) no parecen tener la mínima inquietud con respecto a la salud mental de papá. Si bien el final pone las cosas en su lugar, con un remate adecuado, hasta llegar a ese punto todo indicio de locura representó poco, y hasta la propia locura parece demasiado light. Más allá de esos reparos, en términos estrictos de puesta en escena, de ejercicio de estilo si se quiere, El gato desaparece tiene un nivel de depuración infrecuente para un cine que, como el argentino, cuando aborda el género suele hacerlo con torpeza. Uno de los más talentosos directores de fotografía del medio, Julián Apezteguía (Crónica de una fuga, Carancho, Los Marziano) le saca todo el jugo al Cinemascope, repartiendo con sabiduría luces y sombras y haciendo que cada espacio vacío en el encuadre penda como una incógnita. La dirección de arte de Margarita Jusid brilla sobre todo en la elección de la casa en la que transcurre la película casi entera: por su predominio de la horizontalidad, parece haber sido construida para ser filmada en Cinemascope algún día. Hijo del realizador, la partitura de Nicolás Sorín es de un sinfonismo tan elegante como no intrusivo, alla Bernard Herrmann. Pero es sobre todo gracias a las actuaciones que la película logra sostener el interés. Lucidos vértices de un elenco sin una sola nota falsa, daría la impresión de que en cada mirada ausente, cada gesto huidizo, cada reacción de inquietud de Luis Luque y Beatriz Spelzini hay más misterio que en la película misma.
Tu locura Carlos Sorín (Historias mínimas, 2002) estuvo abocado a la creación de un cine de pequeñas historias con una fuerte impronta narrativa en donde lo humano prevalecía por sobre el efectismo. Tras La Ventana (2009) se sumerge en una película de género pero sin perder esas características que hicieron de su obra una marca personal. Luis acaba de salir del neuropsiquiátrico donde se encontraba internado para volver a la casona que comparte con Beatriz, su mujer. Todo parece marchar sobre ruedas hasta que luego de un extraño episodio el gato desaparece. La visión de Beatriz sobre el estado de su esposo es en donde se anclará la trama central de El gato desaparece (2010) siendo el principal motor del suspenso que genera la historia. Con mínimos elementos y una fuerte carga dramática puesta en la construcción de los personajes, Sorín imprime misterio a través del fuera de campo, el desencuadre y el pensamiento de Beatriz.. Hay un fuerte crescendo dramático en la narración y que por ende desemboca en los personajes. Tanto Luis Luque como Beatriz Spelzini entregan dos composiciones increíblemente extraordinarias, llenas de matices y evitando caer en el cliché al que se suele recurrir para referirse a la locura. Como en toda película de suspenso la música juega un rol esencial y El gato desaparece no será la excepción a la regla aunque hay que destacar que no será el motor para que funcione sino una compañía que aparecerá en los momentos necesarios. Carlos Sorín evade la obviedad y nos sumerge en una película de género con la maestría que sólo los grandes directores pueden hacerlo, con la sencillez característica de un cine que se destaca por contar historias y la inteligencia de un director que se permite hacerlo bien.
Miradas que erizan la piel Después de varios meses en un neuropsiquiátrico, Luis (Luis Luque), profesor universitario y hombre obsesivo de su trabajo, obtiene la posibilidad de volver a su casa y a su antigua vida a condición de continuar un tratamiento ambulatorio. Las circunstancias que lo llevaron al brote psicótico en el que amenazó la integridad física de su mujer, así como la de su socio y colega, se explican en la secuencia de inicio. Beatriz (Beatriz Spelzini) ha esperado este día con alegría e inquietud. Está inequívocamente enamorada de su esposo, pero no puede evitar la incertidumbre que la agobia incluso desde antes de que él ocupe el asiento del acompañante en el coche que los devuelve a su casa. Los ritos antes habituales (comidas compartidas, el sexo, las charlas en la cocina) tienen que ser reaprendidos; el desafío de Luis es recobrar la confianza de sus seres queridos, y la confianza en sí mismo. Además, algo extraño sucede casi al momento de la llegada de Luis. Donatello, el gato de la familia, lo desconoce y lo ataca cuando el profesor intenta acariciarlo. Esa misma noche, no regresa a la casa. Al menos eso parece atestiguar el plato de comida que Beatriz deja en el patio y que aparece revuelto al día siguiente, y al día siguiente a ése. Una sospecha crece en el corazón de la mujer, sospecha que no comparten ni la hija (María Abadi), demasiado ocupada en su nueva relación amorosa, ni los alumnos de la facultad que van a visitar al profesor. ¿Qué si Luis no sólo no está curado, sino que está muy cerca de sufrir un nuevo colapso? "El gato desaparece" es una excelente incursión inaugural de Carlos Sorín en el cine de género (en este caso el suspenso, el thriller psicológico), bien inserto en una trama que no por universal deja de ser actual... incluso, muy argentina. También es un retorno del director al trabajo con actores de método, formales, probados en pantalla y el teatro. Como bien afirmó en una entrevista radial, no podría haberse hecho esta historia sin la afiladísima dupla protagónica. Es que, si bien Luis Luque es un actor de porte, cuya gestualidad y presencia llenan la pantalla por sí mismas consiguiendo un personaje capaz de cargar el ambiente hasta la asfixia, vale la pena también enfocarse en Beatriz Spelzini. En su rol central, protagónico, de esposa y catalizador de la acción, carga exitosamente con la responsabilidad de llevar adelante las escenas más potentes. Su Beatriz, arquetípica dentro de una trama que así lo exige, es quien consigue del resto de los personajes (hija, psiquiatras, ex colega y socio, alumnos del Profesor). Al modesto entender de quien escribe, lo único que sobra en el remate por demás redondo de esta película es un cuadro inmóvil cerca de la escena final, que sirve para explicar una metáfora onírica anterior y poco más, restando sutileza al efecto del desenlace. Por lo demás, estamos sin dudas frente a la prueba del talento indiscutible de Sorín, que no sólo es un cineasta de oficio, sino un excelente narrador de historias.
El filo de la locura Thriller psicológico de Carlos Sorín, con influencias de Hitchcock. A esta altura, Carlos Sorín, realizador con absoluto dominio del oficio, revela a través de su filmografía su perfil lúdico, su búsqueda de desafíos. Tras la trilogía Historias mínimas , El perro y El camino de San Diego , road movies creadas bajo el influjo del neorrealismo italiano, rodó La ventana , un filme moroso, bello, melancólico, existencial y lacónico: inspirado en Madre e hijo , de Alexander Sokurov, y Cuando huye el día , de Ingmar Bergman. Ahora, del cine de autor, pasó al de género con personalidad : El gato desaparece , logrado thriller psicológico, tiene la impronta de Hitchcock tamizada por el estilo Sorín. La película se apoya en una estructura sólida: en un guión trabajado minuciosamente desde las reacciones de los personajes -hablamos de un terror psicológico sin psicologismos- y las estupendas actuaciones de Luis Luque y Beatriz Spelzini. Todo funciona en base a un mecanismo eficaz, que provoca, primero, incertidumbre e intriga; después, misterio y tensión; luego, terror a lo cotidiano cuando se vuelve extraño. Con estos elementos, Sorín podría haber hecho un drama. Pero no: optó, con la precisión de un cirujano que empuña un bisturí, pero sin perder el humor, por el suspenso con tendencia a la tragicomedia. Luque interpreta a un profesor universitario, Luis, que tras un brote psicótico, en el que atacó a un colega acusándolo de haberle robado un proyecto, vuelve a la convivencia -que ya lleva 25 años- con su esposa Beatriz (Spelzini). Un matrimonio maduro, en una casa amplia, más amplia desde la emigración de los dos hijos. La narración tomará siempre el punto de vista de Beatriz, que trabaja de traductora, aunque no puede traducir las actitudes de su marido: al punto de que el espectador se pregunta si la perturbada no será ella y los vaivenes de la conducta de él no estarán en los ojos que miran... Con impecables rubros técnicos -característicos en Sorín-, la película tiene un nítido hilo conductor, casi una excusa transformada en obsesión. El día en que vuelve, Luis quiere acariciar a su gato, Donatello, que se eriza, se arquea y le araña la cara. Luis lo revolea. Pronto, Beatriz buscará en vano -y con creciente desesperación- al felino con nombre de artista renacentista. Mientras, fingirá bienestar ante su marido. El resto de los personajes no compartirá su angustia; el espectador sí, intensamente.
Obviamente nos estamos refiriendo a Alfred Hitchcock, por quien Carlos Sorín siente gran admiración. En “El gato desaparece” hay numerosos guiños que incluyen incluso un Mc Guffin, que no revelaremos. Si hasta el propio Sorín aparece en una escena, emulando los famosos “cameos” tan esperados en las películas del notable director inglés. La carrera de Sorín en el largometraje se inicia algo tardíamente en 1986 con “La película del rey” en que un muy joven Julio Cháves interpreta a un director de cine que pretende hacer una película sobre un francés que realmente existió y que se proclamó rey de Araucania y de la Patagonia. Premiada con un Goya a la mejor película extranjera de habla hispana y el León de Plata en Venecia interrumpió casi 20 años dedicados con gran éxito al cine publicitario. Tres años después seguiría la muy fallida “Eversmile, New Jersey” con Daniel Day-Lewis, que no tendría estreno local. Pasaron muchos años y recién a inicios de la década pasada se volvió a hablar de Sorín con dos largometrajes, “Historias mínimas” y “El perro”, que le dieron merecida fama en Argentina. Los tiempos entre estrenos se fueron acortando, aunque con películas poco logradas como “El camino de San Diego” y “La ventana”. “El gato desaparece” será probablemente, como el propio director comenta, un caso aislado en su carrera ya que él se siente muy cómodo con las interpretaciones de “no actores”, como él los denomina. De hecho, Juan Villegas (“El perro”) aparece en una breve escena del thriller que ahora nos ocupa y donde Beatriz (Beatriz Spelzini) interpreta a la esposa de Luís (Luís Luque), quien está internado en una clínica neuropsiquiátrica. Casi toda la acción transcurre en una casa, con algún parecido a la de “Psicosis”, adonde regresa Luís en compañía de su mujer. Profesor de literatura con una biblioteca voluminosa lo sorprende la reacción agresiva de Donatello, el gato negro de la pareja, quien parece no reconocerlo. Y de pronto haciendo honor al título del film, el felino no aparece y quien comienza a tener dudas es la esposa. El espectador también duda al no tener en claro si lo que imagina Beatriz es reflejo de un cambio en su marido o de su propio desvarío. Por primera vez Sorín usa el Cinemascope, lo que se revela particularmente apto para este tipo de cine de género. También es acertada la música compuesta, como en obras anteriores por Nicolás Sorín, hijo del realizador. A nivel de actuaciones descuella Beatriz Spelzini, quien recientemente ganó un premio importante del cine alemán (Lola) como mejor actriz de reparto en “El día que nací”. Luís Luque la acompaña adecuadamente aunque sin alcanzar el brillo de su compañera, mientras que Norma Argentina cumple bien un rol menor pero de importancia en la trama. Una buena película nacional que demuestra, en claro contraste con la competencia oficial argentina del reciente BAFICI, que se puede hacer buen cine en un “lugar aislado” y con una duración de algo menos de 90 minutos.
Excelente suspenso a la manera clásica Este año, Carlos Sorin se nos aparece con algo distinto: una película en cinemascope, actores profesionales, gran parte en una sola casa (enorme, tipo años 50 refaccionada de Belgrano), una obra de suspenso a la manera clásica, con música orquestal envolvente, romántica, de su hijo Nicolás. Bien se sabe que en películas de tal género, cuando sentimos una música así, entramos a sospechar que las cosas no son así, porque nos produce al mismo tiempo una sensación contradictoria, de ironía e inquietud equivalentes, un raro vértigo interior, nos parece que los personajes van directo hacia un destino inevitable, o más o menos inevitable. Tal es la intención. Coherente con el autor, la historia es mínima. Alguien muy inteligente tuvo un brote feo, se puso muy agresivo, y lo internaron. Ahora le dan el alta. La esposa lo cuida. Pero cada tanto surgen situaciones, actitudes distintas a lo habitual. La esposa empieza a preocuparse. Quizá se preocupa demasiado. ¿O quizá baja demasiado la guardia? Eso que algunos llaman gótico femenino, que transcurre en lindos ambientes, con mujeres que entran a sospechar de sus propios seres amados, tuvo grandes cultores en el Hollywood clásico, y tiene aquí una reelaboración admirable, y en Beatriz Spelzini una intérprete de primera. Todo pasa por su rostro, nos parece leer hasta el asomo de sus elucubraciones y estremecimientos interiores. También sus alivios, su amor, la expectativa disimulada detrás de la mirada más dulce. Y vemos la ansiedad implorante. «Disfrute este momento», le dice el psiquiatra antes de devolverle a su marido. ¿A qué momento, exactamente, se refiere? ¿A la alegría de recuperarlo, o a los últimos minutos de tranquilidad antes que él vuelva a casa y el gato desaparezca? Los gatos son bichos muy perceptivos. Y la psiquiatría no es una ciencia exacta, aclaró el profesional. Todo esto, contado con particular sutileza, con detalles de sugestión, momentitos de descanso inquietante y gracioso al mismo tiempo, un crescendo muy suavecito, lento, casi imperceptible, que nos mantiene intrigados, y sobre todo esos intérpretes fuera de lo común, Luis Luque y Spelzini, que da gusto ver, los acompañantes que causan regocijo, la típica luz a través de las persianas americanas y las ramas de los árboles, el ocasional sonido de los truenos o alguna otra cosita, porque todo inquieta, y éste es el relato de una especial inquietud femenina. Por supuesto, tratándose de un relato a la manera clásica del género, hay también algunos toquecitos, que hoy se llaman homenajes, puestos para espectadores que quieran hacer su propia búsqueda del tesoro. El primero de ellos es el anuncio del comienzo, y hoy bien que lo usaría don Alfredo: «Por favor, apaguen sus celulares y no cuenten el final de esta película». Un deleite, y la consagración cinematográfica de una señora actriz.
La locura más temida Carlos Sorín hace honor a los laureles que supo conseguir, esta vez, con un drama de suspenso. El mismo director ha adelantado que filmó El gato desaparece a la manera de Hitchcock (La dama desaparece). Proponerse una película sobre el arte de hacer cine y tomar las reglas del género de suspenso, no aparta a Sorín de la capacidad para crear una historia sencilla, de elementos concentrados, absolutamente clara, como ocurre en un buen relato. Ante todo, Sorín sabe narrar. Lo demás es un juego de sutilezas y planos que ponen al descubierto el drama puertas adentro. Luis ha estado internado en un hospital psiquiátrico. Vuelve a su casa con la esposa (Beatriz Spelzini) quien permanentemente monitorea las reacciones, los cambios de humor y respiración del hombre que meses atrás se desempeñaba como profesor de filosofía en la universidad. "La psiquiatría no es una ciencia exacta. Disfrute este momento", le dice el médico a Beatriz el día del alta. Pero la mujer no puede disfrutar. La chispa del miedo se enciende en ella y para colmo, Donatello, el gato, desaparece después de atacar a Luis. Beatriz Spelzini y Luis Luque logran que las acciones cotidianas y la rutina de un matrimonio con hijos adultos se vuelva extraña, incómoda. La cámara sobre sus rostros, la luz con que Sorín crea un mundo privado lleno de detalles va generando una atmósfera tensa, sin perder ritmo. Es notable el trabajo de la pareja de actores. Spelzini, con su rol de mujer exacerbada, con los nervios hecho añicos; Luque, en una dimensión en la que cada gesto puede ser interpretado de diferentes maneras. A quién creer. La búsqueda del gato abre el cuadro por el barrio y el parque. Beatriz va al Shopping; hay visitas, pero, las percepciones van ganando terreno a las evidencias y a las acciones físicas. "¿Qué tenemos en nuestra cabezas, Luis?" Pregunta Beatriz al marido que sonríe y parece no entender. Reinstalar la normalidad es el desafío, mientras Beatriz va perdiendo el equilibrio y busca confirmar las sospechas de no se sabe qué. Queda planteado, que la línea entre lucidez y locura es muy delgada. Sorín se guarda en la manga un buen final que cumple con Hitchcock y el espectador.
Certezas de la medicina La carrera de Carlos Sorín comenzó con obras atrayentes como La Era del Ñandú (1986) y La Película del Rey (1986), siguió con aquel traspié intitulado Eterna Sonrisa de New Jersey (1989) y pronto devino en el autoexilio de la década del 90, cuando el director se dedicó de lleno a la publicidad. Su regreso con Historias Mínimas (2002) fue leído por muchos como una jugada oportunista en tiempos del “nuevo cine argentino”: lo que había sido una trayectoria muy original hasta ese momento quedó en nada con la repetición de la fórmula en El Perro (2004) y sobre todo en la paupérrima El Camino de San Diego (2006). Con la retirada progresiva del apoyo por parte del grueso del público, la crítica y los festivales internacionales, el hombre se arriesgó profundizando en las sonseras artys seudo existencialistas en la intrascendente La Ventana (2008), otro de esos productos destinados a la exportación que pasó sin pena ni gloria. Hoy parece que luego de dos equívocos por fin decidió congraciarse con los espectadores locales: aún así debemos señalar que El Gato Desaparece (2011) es un intento fallido dentro del terreno del suspenso seco a la Claude Chabrol, aunque sin el encanto o los comentarios sociales ácidos característicos del francés. De hecho, aquí pone de manifiesto casi en forma involuntaria su condición de “turista” en lo que respecta a los resortes del género. Sorín nos quiere vender la historia de una mujer, Beatriz (Beatriz Spelzini), que desconfía de su esposo recién salido de un neuropsiquiátrico pero no nos ofrece ni un motivo convincente para que la trama vaya por esa senda: definitivamente los thrillers no son lo suyo. Al guionista y realizador se le ocurrió una única idea que conduce hacia un final obvio y que para colmo ya ha sido trabajada en demasía por manos muchísimo más diestras (el contexto y los pivotes se le escapan por completo). Si bien la propuesta mantiene la prolijidad y claramente supera a los opus anteriores, tales méritos no le alcanzan para esquivar una preocupante medianía que pierde y recupera el interés sin ninguna destreza o rasgo a destacar. Luis Luque cumple como el marido no obstante la que sostiene el proyecto tapando los baches narrativos y las torpezas generales es Spelzini, una actriz que de una materia prima insignificante extrae lo suficiente como para no pasar vergüenza. El mayor punto a favor de un film tan desganado como el presente lo hallamos en el ataque sutil a las supuestas “certezas” que suelen brindar los médicos…
Anexo de crítica: El interesante acercamiento de Carlos Sorín al cine de género genera beneplácito para un público acostumbrado a los códigos y reglas de filmes de este tipo. El gato desaparece es un cuidado ejercicio de estilo donde el realizador de Historias mínimas mueve con eficacia los resortes del cine de suspenso, utilizando los recursos del sonido, la puesta en escena y el fuera de campo en función de una narración que pendula en un terreno de ambigüedad y que va acumulando tensión a partir de los comportamientos de sus protagonistas. Luis Luque compone un personaje complejo y contenido que a fuerza de silencios y gestos cobra dimensiones diferentes, pero sin lugar a dudas quien genera mayor expectativa es Beatriz Spelzini porque en ella se refleja y proyecta la sutil enajenación y locura que atraviesan el relato hasta el último minuto...
VOLVER AL PASADO Película dirigida por Carlos Sorín ("La Película del Rey" e "Historias Mínimas", entre otras), que mimetiza un género extraño para el realizador, pero por eso no menos arriesgado e interesante. Con un guión que deja algunas puertas abiertas a la libre interpretación del espectador y con un trabajo actoral soberbio por parte de sus intérpretes, una cinta crítica y para pensar. La historia da comienzo con una escena muy bien manejada por el director y que cuenta con una clara y precisa descripción de los problemas neurológicos de un paciente que está siendo dado de alta y que se ha recuperado por completo. Su mujer, Beatriz, lo va a buscar al Instituto, preocupada por la salud de su esposo, pero alegre por volver a tenerlo al lado. Rápidamente la psicosis de Luis va a entrar en la vida de la mujer, quien se va a sentir perseguida por los fantasmas del pasado y por las extrañas actitudes que ella dice ver en su "nuevo" marido. La calidad que Sorín le aportó a la película se puede apreciar en cada una de las tomas que muestran las sensaciones y sentimientos de los personajes. Esta es una historia con un ritmo lento, pero atrapante y muy interesante. Se describe minuciosamente a los personajes, se los introduce, desarrolla y remata de tal manera que el espectador pueda sentir el dolor y la paranoia de la mujer, y la inocencia y esa nueva paz que rodea al marido. La historia es sencilla, explica todo lo necesario para que la misma pueda entenderse y deja algunas cuestiones abiertas para que el espectador pueda imaginárselas e interpretarlas de la manera más personal y subjetiva posible (sueños del pasado). El final no es inesperado, pero es el más acorde para rematar la historia y, en especial, es el punto de reflexión y crítica a la sociedad burócrata más importante y directa de toda la película. Aquí la historia se ve desde el punto de vista de la mujer, la esposa de Luis, lo que le aporta un visionado mucho más interesante y rebuscado al relato. Se introducen personajes secundarios que le brindan más sentido y suspenso a la paranoia que ella tiene (amigos, la familia, alumnos de Luis y el gato que tienen como mascota) y, principalmente, se presentan actuaciones protagónicas que van de la mano de una perfecta fotografía y elección de planos. Luis Luque está muy bien en su rol, ya que con diferentes matices (le aporta humor, seriedad y una desconfianza que siempre está latente) logra confundir al público y ser la sombra de ese pasado perturbador que la esposa de su personaje comienza a revivir. Beatriz Spelzini es desgarradora en cada una de las escenas en la que aparece. Su rostro es muy expresivo, en especial la mirada sufrida y lastimosa que aquí desarrolla. Ella logra que su personaje se sienta, que el espectador pueda ver por sus ojos y vivir lo que ella está viviendo, y, por sobre todas las cosas, interpreta de una manera muy ingeniosa y fuerte su paranoia e inseguridad. Una actuación soberbia y perfecta para la historia. Se mezclan géneros, hay algunos toques de comedia que están muy bien implementados, escenas de suspenso muy fuertes, golpes de sonido que asustan, y momentos de terror que le dan un espíritu mucho más realista al relato (segundo sueño). Todo ésto está mostrado con ingenio y mucha audacia, con una fotografía que le brinda profundidad y sentimiento a la imagen (ese cambio lento que hay en cierto momento del plano medio a un primer plano del rostro de Luque es maravilloso). También con una banda de sonido que acompaña y ambienta muy bien cada uno de los pasajes argumentales. Con una dirección de actores que muestra el talento de los intérpretes y la habilidad del director; con una historia que homogeniza variados géneros; con una fotografía y una banda sonora que intensifican el drama y permiten que el espectador se sienta en el relato; y con un ritmo atrapante, "El Gato Desaparece" es una película de calidad, para reflexionar, pensar y sentirse, por lo menos, perturbado con la interpretación de Beatriz Spelzini en el rol principal. Una muy buena propuesta de suspenso. UNA ESCENA A DESTACAR: segundo sueño y el primer plano de Luque.
CUANDO EL GATO NO ESTÁ... La referencia inmediata e inevitable para cualquier director que quiera hacer una película de género es la de Alfred Hitchcock, el llamado “Maestro del suspenso”. Es loable que Carlos Sorín, en su séptima película, haya abordado un guión de estas características. Los filmes argentinos le son algo esquivos al cine de género, incluyendo al propio Sorín, por lo que es para festejar que la cartelera local se vea engalanada por “El gato desaparece”. Si bien la historia es algo escueta, es meritorio que el suspenso crezca y se sostenga a lo largo de la cinta. Luis es un profesor universitario que es dado de alta de un instituto neuropsiquiátrico, al que fue a parar por una reacción violenta que tuvo contra un colega. Vuelve a su casa, con la medicación indispensablemente prescripta, para recobrar su matrimonio con Beatriz, y su contacto con su hija, con sus alumnos, y con Donatello, su gato negro, el único que no lo recibe bien. La relación con su esposa es fría y distante, pero no por lo que pueda estar pasándole a él, sino que, a raíz de la desaparición del gato, ella comenzará a transitar un período invadido por desconfianzas y pesadillas, que acrecientan su desvelo día a día y, especialmente, noche a noche. El gato es el que acentúa lo que ella cree que ocurre, y en ello va la historia hasta concluir en lo insospechado. En este breve resumen está la clave para descifrar el destino de los personajes, y Sorín, astutamente, se encarga de poner pistas y trampas, hasta arribar a un final impensado; un final que un cartel al inicio del filme se encarga de advertirle al espectador de tener cautela de no develarlo (recurso comercial que le dicen). Toda la puesta en escena está al servicio de este misterioso filme: la fotografía en scope (sistema de filmación caracterizado por el uso de imágenes amplias en el rodaje) de Julián Apezteguía, la música de Nicolás Sorín (hijo del director), la dirección de arte de Margarita Jusid y el sonido de José Luis Díaz; todos ellos aportan su talento para brindar una obra infrecuente en nuestro cine. Sus dos figuras medulares y casi excluyentes son un excelentemente medido y misterioso Luis Luque y una nerviosa y enorme Beatriz Spelzini, ésta última constituida como protagonista dominante del conflicto del guión, dueña de un rostro (con todas las arrugas no operadas de una mujer de 50) y una poderosa expresividad, lamentablemente desaprovechadas por la pantalla local. Sorín se encarga de sacarle todo el jugo para brindar un producto más que aceptable, esperando que no sea un único ejemplo en su filmografía, sino el comienzo del abordaje de otros nuevos caminos.
Si el espectador busca un ejercicio en cine de suspenso sin mayores pretensiones, “El gato desaparece” no lo va a defraudar y se va a llevar de yapa los muy buenos trabajos actorales de Beatriz Spelzini y Luis Luque. Si busca algo más, alguna densidad o que ese mismo suspenso tenga un peso trágico, no, no es la película. Aunque se encuentra dentro de lo mejor que ha hecho Carlos Sorín, tiene un defecto que es al mismo tiempo estético y narrativo –en realidad, una cosa es la otra–: sus escenas no fluyen. Cada secuencia, por separado, funciona sola, como pequeños cortometrajes o –y aquí se nota el oficio de Sorín– como films publicitarios. Se “cierran” y no generan ese deseo de ver qué sigue, que cualquier película –y sobre todo las de suspenso–, requiere. La situación es la siguiente: un hombre que ha tenido un episodio violento y fue internado en un neuropsiquiátrico, sale y vuelve con su mujer. Él es un profesional universitario de muy buen pasar económico, y ella un ama de casa burguesa. El gato de la pareja ataca al hombre en cuanto llega a su casa y desaparece. La mujer siente dos angustias que pueden ser una: la de la pérdida de la mascota y la de no saber si ese hombre alegre y tranquilo no esconde a un violento reincidente. El final incluye, claro, vueltas de tuerca. En ocasiones, Sorín se siente atraído por el suspenso, pero en otras prefiere concentrarse en los toques satíricos alrededor de sus personajes, rompiendo a la vez ese suspenso. En esa diletancia, el film disuelve gran parte de su efectividad.
Para los asiduos al cine de Carlos Sorín ( Historias mínimas, El camino de San Diego, La Ventana) esta nueva apuesta a un género totalmente diferente en su haber, no podía sonar menos que curioso. Este thriller psicológico, basado en una historia real similar, según confesara el propio director en Pantalla Pinamar, esta vuelta tenía que estar de la mano de dos figuras conocidas como el siempre grandioso Luis Luque y Beatriz Spelzini. Sus personajes guardan los mismos nombres que los actores porque según Sorín escribió esta historia pensando en ellos. ¿Y es que a alguien se le ocurre mejores actores para interpretar a este matrimonio de paranoicos? La historia comienza en tribunales, donde un aburrido auditorio compuesto por tres médicos y un juez escucha pacientemente la historia clínica de Luchi, un profesor universitario que había sido internado en un psiquiátrico luego de agredir a su esposa y a un compañero de trabajo en un brote psicótico. Ahora ya recuperado, según resuelve este reducido grupo, Luchi puede volver al hogar y es donde comienza el meollo de la cuestión contado aún y como lo caracteriza Sorín, con tintes minimalistas y sin demasiadas explicaciones. Todo se suma a un devenir de momentos tensos vistos desde la mirada de Beatriz, la esposa, que duda todo el tiempo sobre la calidad mental de su marido al punto de quedar ella misma inmersa en un mar de paranoia. La historia funciona porque está muy bien armada con poco, con actuaciones sobresalientes y momentos que podrían referenciarse al propio Hitchcock o Poe. Y no suena exagerado describirla de esa manera cuando su desarrollo es bien clásico, tan clásico que hasta parecería teatral, lo que quizá le chirríe a varios en una época donde poco se cultiva géneros como estos, de esta forma. La destreza con que Sorín pone al espectador mismo en duda sobre quién es realmente el insano en esta historia utilizando recursos bien conocidos pero no por ello manidos es destacable y entrentiene a más no poder, agita constantemente con su atmósfera cerrada y agobiante y deja zumbando por llegar a un final que no será el mejor para el gusto de quien les escribe pero no desmerece su visionado. Un final que al comienzo del film piden no develar posteriormente, y es que aunque un tanto previsible no deja de intentar ser sorpresivo aun cuando pensé honestamente que este director podría haber ganado más puntos con un final abierto, de esos que dejan discutiendo qué pasó realmente, así dudoso como es el planteo general. Lo mejor del film por lejos: el primer plano de Luque mientras Beatriz le cuenta su visita al psiquiatra. ¡Cómo amo a este tipo!
Suspenso y un humor muy sutil se mezclan en El Gato Desaparece, último film que dirigiera el reconocido Carlos Sorín (La Era del Ñandú, Historias Mínimas, entre muchas otras). Luis Luque (en su rol de Luis) y Beatriz Spelzini (quien encarna a Beatriz, la esposa de Luis) logran en un trabajo impecable sostener una historia que atrapa e intriga hasta el último minuto. Abundan los primeros planos y los planos medios; en este trabajo la gestualidad de los protagonistas habla por sí misma. Los planos más amplios dan, por otro lado, una idea de la pequeñez de los individuos frente a su destino. Luis acaba de salir de un neuropsiquiátrico y sus médicos aseguran que su problema está superado. Está sensible, se toma con calma el retorno a su casa y la vuelta a una vida normal. De a poco trata de reinsertarse y recuperar su trabajo y sus vínculos. Beatriz está feliz pero no puede esconder sus miedos; le es imposible olvidar los hechos que llevaron a su marido al encierro y se siente insegura. La angustia logra apoderarse de ella y la lleva al límite de su capacidad de adaptación a esta nueva etapa. Sin embargo, no pierde la esperanza de poder retomar su vida normal, tal cual era hasta antes de los hechos. Por otro lado está Donatello, el gato de la casa y fiel compañero de Luis, que desde el regreso del hombre se comporta de manera extraña. De pronto, un día, el gato desaparece. Desde el primer momento y durante todo el film los protagonistas despliegan su talento. Spelzini proviene de las tablas y se nota; su cuerpo todo se transforma y de ello resulta una mujer debilitada por la situación que atraviesa. La angustia se ve en su rostro, sus manos, su delgadez; se siente en sus palabras. Luque, por otro lado, parece caber perfectamente en el papel de un Luis sombrío, a veces distante, algo turbio. Es un personaje oscuro por momentos, y en otros es tan transparente en su propio temor y sensibilidad que conmueve. La dupla contribuye a crear una atmósfera estresante. Con un guión sólido y bien estructurado, la historia se desarrolla en ambientes de una casa llena de rincones y persianas que impiden el total paso de la luz. Las escaleras, que aparecen desde el principio como un camino que lleva no se sabe bien hacia adónde y por las que camina Donatello, enfatizan el misterio que está presente en todo el film. El director juega también con la oscuridad de la noche; todos los elementos se conjugan para crear una trama que no da pistas hasta el final.
Otra historia mínima Luego de una ópera prima interesante (La película del rey, 1986), la carrera de Sorín fue bastante irregular, aunque pareció encontrar un lugar en la aceptación de un público mayoritario con Historias mínimas (2002), a la que se le sumaron otros títulos cuyo intento por emular ciertas zonas del cine de Kiarostami y Panahi pero con color local era bastante evidente (llamativamente, la misma gente que aplaudía estos filmes no aguantaba diez minutos de cine iraní). El gato desaparece sostiene esta idea de lo mínimo a través de un correcto ejercicio de género que, sin embargo, se muere en su pequeñez. A partir de una idea argumental bastante trillada (un profesor universitario que sale de una institución psiquiátrica luego de un brote psicótico), un punto de vista ya trabajado varias veces (el espectador comparte la angustia y las dudas de su mujer sobre si ha quedado bien mentalmente o no) y signos obvios en el imaginario del terror (gato negro, doble personalidad), la película bien podría haber sido un cortometraje. Esto se advierte en la falta de ritmo, sustituido por secuencias y atmósferas bien logradas que no alcanzan para disimular la debilidad narrativa. La dupla actoral (Luque-Spelzini) está muy bien y en todo caso, los aciertos habrá que buscarlos en otras zonas ominosas que van más allá de los momentos de terror: la trivialidad burguesa de los protagonistas, la incomunicación con sus hijos y las formas en que miran a un mundo proletariado que no les pertenece, sumados a la abominable condición facial y discursiva de los médicos. No obstante, no alcanza ese gesto para atribuirle un supuesto carácter chabroliano como quisieron ver arriesgadamente algunos críticos, de la misma manera que los pasajes de suspenso no están a la altura (como también pretendieron notar otros) de un Hitchcock, más allá del cameo del propio Sorín. Aquí, lo mínimo del director vuelve a ser algo visible: no le alcanza para el bisturí del francés ni para la habilidad en el manejo de intrigas del inglés. El trabajo técnico es impecable en todos sus rubros (tengo algunas objeciones con la banda sonora), pero da la sensación de que cada una de las secuencias no tiene peso dramático, de que son como retazos cosidos a la fuerza. Hay un pulso vital ausente y cuando se agota el tiempo de espera (dilatado por la incertidumbre de la mujer), todo transcurre como si fuera una tanda publicitaria, con una sucesión de viñetas que conducen a un terreno esperable. Al comienzo de la película hay dos advertencias. La primera es una invitación a apagar los celulares, la cual es bienvenida y no admite discusión; la segunda, a no contar el final. Por supuesto que no pretendo aguar la fiesta, sólo afirmo que podrían haberse esmerado más. El desenlace cae como una cascada luego de setenta y pico de minutos de un mar calmo donde uno podía navegar tranquilo (o más bien indiferente). Es una imagen que refleja algo muy escuchado: a ciertas ideas no hay cómo sostenerlas. Entonces, lo previsible gobierna y anula lo anterior.
La historia comienza cuando Beatriz (Beatriz Spelzini), reconocida traductora, se encuentra dedicada a los preparativos para ir a buscar a su marido Luis (Luis Luque), profesor universitario, a una clínica neuropsiquiátrica, donde fue dado de alta después de haber sido tratado de un brote psicótico muy violento e imprevisto, consecuencia de considerar que su amigo y colega le había robado un proyecto en el cual venia trabajando desde hacía mucho tiempo. Cuando llega a su casa Luis busca a Donatello, su gato negro, para jugar con él, pero éste, imprevista y extrañamente, lo rechaza, lo ataca arañándolo. Cuando en los días siguientes lo busca para tratar de desentrañar su misteriosa actitud, comprueba que el minino ha desaparecido sin causa aparente. El matrimonio inicia una búsqueda por el barrio consultando a los vecinos, colocando volantes, pero el susodicho Donatelo no aparece. Beatriz, de frágil personalidad, temerosa, asustada por algunas actitudes inusuales de Luis, también asume reacciones por las que el espectador llega a preguntarse si realmente el estado psicótico no los afecta a ambos. Más allá de ir acentuándose una atmósfera gradualmente densa en la relación matrimonial, Beatríz propone con entusiasmo realizar un viaje a Brasil, con la esperanza de que se produzcan cambios auspiciosos a la situación planteada. Como guionista, Carlos Sorín estructuró un relato interesante, con una mirada entre juguetona e irónica, más allá de algunos hilos sueltos que no terminan de cerrar, con diálogos medidos que van acentuando el desconcierto en Beatriz, en tanto dejan interrogantes respecto a las actitudes de Luis. Como realizador, maneja con seguridad la resolución audiovisual de las escenas y el ritmo de las acciones, con encuadres muy elaborados para una estética casi de obra de cámara, mediante planos medios y primeros planos concebidos en un espacio interno muy amplio, debidamente utilizado. Respecto a la marcación de los personajes, reafirma su dominio en la dirección de los intérpretes. De allí las muy buenas actuaciones de Luis Luque y Beatriz Spelzini, quienes marcan transiciones y acentúan ajustadamente la progresión de las acciones, incluso en los toques de humor, y la espontaneidad lograda por todos los integrantes del elenco. Carlos Sorin denota una vez más buen oficio, sensibilidad y ternura, aunque sin llegar a repetir los resultados logrados en sus tres mejores realizaciones: “La película del rey” (1986), “Historias mínimas” (2002) y “La ventana” (2009).
Algo se esconde detrás del escape Tras su notable film La ventana Sorín hace un alto en la estación de los géneros y mira hacia el policial de enigma, con un relato en el que la propia figura del gato negro, su presencia y desaparición inmediata, se transforman en pretexto. En la tradición mitológica, literaria y cinematográfica la presencia del gato negro, su figura y su sombra, ha sido motivo de numerosas especulaciones en lo que respecta a sus conexiones con los ancestros, augurios, fenómenos paranormales, simbolizaciones sobre las conductas humanas. Desde ser motivo de admiración en la cultura egipcia hasta hoy, protagonista en el último film de Carlos Sorín, pasando por esas hipnóticas odas que les dedican Charles Baudelaire y Jorge Luis Borges, sin olvidar los cuentos de Edgar Allan Poe y de Patricia Highsmith, el gato negro ha sido el personaje elegido, destacado y subrayado por magos y artífices de escaleras astrales, insomnes escritores y transgresores amantes. Para los cinéfilos, para los que encontramos una desatada fascinación en la sala de cine, donde las imágenes de los que ya no están se reaniman en esperados rituales fantasmagóricos, el gato negro puede convocar las imágenes de personajes malignos que lo acarician con su mano enguantada, a soñadoras mujeres que ven en él una suerte de talismán, a parejas que ya no se hablan, que conviven bajo un mismo techo y que sólo los acerca el andar del animal. En la galería de personajes creados entre el alcohol y la fiebre, el gato negro abre las puertas de la mansión de Manderlay y anticipa los rostros de un burlón Vincent Price y de un amenazante Spectre en la saga de 007. Tras su notable film La ventana, de declarada inspiración chejoviana, Carlos Sorín hace un alto en la estación de los géneros. Y mira hacia el policial de enigma, una categoría que reposa en el acervo de la cuentística del siglo XIX y que se anima en historias de detectives y de mensajes cifrados en nuestro tiempo. En el film de Sorín, hábil conocedor de sus reglas, asoma la sombra de Alfred Hitchcock, y lo hace particularmente a partir del vínculo que se va dando con el espectador, desde un punto de vista móvil que en gran parte reposa en la propia mirada de la protagonista, una mujer de profesión traductora llamada Beatriz. Luego de un prólogo en el que se nos informa acerca de la situación clínica por la que atraviesa el personaje central, Luis --que compone Luis Luque, profesor universitario que en un momento dado y por cuestiones profesionales llegó a manifestarse de determinada manera, crucial y decisiva (que determinó que permaneciese por año y medio en una clínica psiquiátrica)--, asistimos a la presentación de los principales títulos, sobre una imagen en la que un gato negro avanza, descendiendo, una empinada escalera. Desde lo lacónico del título, desde su carácter afirmativo, Carlos Sorín ha construido un relato en el que la propia figura del gato negro, su presencia y desaparición inmediata, se transforman en un pretexto para poner en movimiento otras cuestiones que, a falta de un término más preciso, podríamos llamar sospechas. De esta manera el gato en sí adquiere lo que para Alfred Hitchcock era la categoría del McGuffin (tal como él mismo se lo refiere a Francois Truffaut, su entrevistador en aquellos años 60), término que alude a esa situación o elemento que comienza a marcar una dinámica entre sus personajes, en lo que hace a sus reacciones y a sus comportamientos. En el film de Carlos Sorín, en el que por momentos no reconocemos diferenciación entre lo que se comprende por cordura y por locura, el relato se va construyendo como una pesadilla, desde una mirada que sostiene dudas y que se vuelve puro acto de incertidumbre. El gato desaparece focaliza su acción en un hogar en el que ya los hijos no están y el marido es dado de alta de su forzada permanencia en la clínica. Un hecho del pasado, marcado por la violencia, asoma en alguna conversación y el mundo de afuera es sólo un leve pasaje. Particularmente claustrofóbico, el film de Carlos Sorín se vuelve sombra que se agiganta desde ese momento en el que el animal doméstico, llamado Donatello, reacciona agresivamente, encorvando su cuerpo, con sonidos chirriantes, cuando Luis, el recién llegado, se acerca a él tras haberlo buscado, reclamando su presencia. Tras el perturbador episodio, Donatello escapa. Serán entonces los interrogantes los que pueblan la escena de un sostenido debate de tensiones. Y es la mirada de la mujer de Luis, Beatriz, la que se va desplazando en un espacio representado en formato scope y con una banda sonora compuesta por el hijo del director, que nos recuerda a las partituras de Bernard Herrmann y Pino Donaggio, en honor al maestro del suspense. Film de caracteres, que se airea particularmente frente a la inserción de algunos personajes secundarios en su decir de paso y con la promesa de un viaje, El gato desaparece nos recuerda a los espectadores que alguna vez el policial de enigma fue considerado por algunos realizadores argentinos, tales como León Klimovsky, Daniel Tinayre y Carlos Hugo Christensen, entre otros. No es este el espacio para adelantar algo más de lo que sucede en el film, de los hechos que ya no serán vistos de manera tan natural. Y es esa mirada la que traza un puente con la nuestra y lleva a experimentar el temor y la zozobra, aún cuando frente a nosotros se jueguen situaciones de todos los días y se nombre un esperanzado viaje de vacaciones a Brasil. Con contados personajes, que excluyen cada vez más el mundo exterior, El gato desaparece va dibujando sus misterios no sólo por una mirada que nos alcanza sino también por un tratamiento de la luz que, de manera inusual, transforma cada espacio, cada momento del día, cada instante, en un eco de nuestros propios temores. Y como pedía el propio Hitchcock a sus espectadores, cuando el estreno de Psicosis, aquí también (tras la esperada observación de apagar los celulares) se solicita a la platea no revelar el final.
LA SOSPECHA Tal como avisa un cartel antes del comienzo de la película, se pide a los espectadores no contar el final. Ante tal advertencia, la crítica de este film de suspenso, dirigido por Carlos Sorín, tampoco debería ser leída por quienes no hayan visto la película. Carlos Sorín había entrado en la historia del cine argentino en 1986, cuando realizó La película del rey. En el 2002, Historias mínimas lo volvió a poner en el centro de atención, logrando esta vez un gran cariño por parte del público. Entre los cinéfilos que lo descubrieron en aquel primer film y los espectadores que lo valoraron por el segundo, Sorin daba una combinación de inquietudes y estilos difícil de definir. Con El gato desaparece, el realizador vuelve a sorprender, esta vez, entregándose de forma completa a un ejercicio de género. Un film pequeño, exacto, que cumple con su objetivo. Luis ha sido dado de alto luego de pasar un tiempo internado en un psiquiátrico. Su esposa Beatriz lo recibe nuevamente en la casa, pero desde un comienzo no tiene la certeza de si su marido está recuperado o si tendrá una recaída. Como el episodio por el cual fue internado tuvo que ver con un ataque violento, la sospecha contiene una alta dosis de temor a que la violencia vuelva a irrumpir. Luis está un poco cambiado, pero no sabemos cuánto. Medicado, algo perdido, de todas maneras su actos no son lo suficientemente atemorizantes ni tampoco tranquilizadores. Y toda la película se basa en saber qué es lo que realmente pasa por la cabeza de ese personaje. Los médicos dicen que se ha recuperado, pero el gato del matrimonio lo rechaza violentamente. ¿A quién le creemos, a un experto o a un animal? Lo que nos han enseñado las películas de género es a tomarnos muy en serio las reacciones de los animales y por eso cuando el gato desaparece todos sospechamos lo peor. Claro que el ingenio de la trama consiste en abrir sospechas y luego cerrarlas, en vivir, junto con Beatriz, las ambiguas conductas de su marido. Para que esto funcione la película cuenta con una pareja protagónica de gran nivel actoral. Mientras que Beatriz Spelzini tiene que hacer el esfuerzo visible que su personaje requiere, Luis Luque debe hacer todo lo posible para parecer amenazante y, a la vez, no parecerlo Es justamente él, quien debido a este doble camino complicado y fino, realiza una actuación memorable. Aunque está claro que El gato desaparece cumple perfectamente con su cometido, la disyuntiva entre loco o no loco que atraviesa la corta duración de la película genera que no se pueda ir más allá de eso y limita la posibilidad de la historia de generar más significados. Sí queda claro que como ocurría con el director de La dama desaparece, el temor a que nuestro ser más cercano sea un misterio subyace en toda la angustia que genera de la película. Pero acá no estamos a la altura de los films de Hitchcock, sino más bien de los episodios de la serie Alfred Hitchcock presenta. Esto no debería tomarse como una crítica, sino como un elogio. El cine argentino parece afianzarse cada vez más en formas narrativas sólidas y efectivas. El gato desaparece no pierde el rumbo, no confunde sus objetivos y no pretende ser lo que no es. Sabemos que muchos films no consiguen hacer esto.
Grandes actuaciones y la sapiencia a la que nos tiene acostumbrados Carlos Sorín hacen de este, un filme que entretiene inteligentemente. Después de incursionar en películas donde los no actores se volvían imprescindibles y centrales en las narraciones elegidas, esas de historias pequeñas y humanas que lentamente fueron gastando el recurso (Historias mínimas, El perro y El camino de San Diego), y de un austero y algo fallido filme como La ventana, Carlos Sorín regresa al cine con un correcto ejercicio de género. Luis (Luque) es un profesor universitario que comienza a padecer graves trastornos psicóticos que amenazan su estabilidad emocional y la integridad propia y la de sus allegados. Cree que un colega está interesado en robarle una investigación que viene trabajando hace tiempo y que intuye lo va a instalar en el mundo de la Academia y sospecha que su esposa Beatriz (Spelzini) lo está ayudando. Cuando la violencia se presente, Luis es internado en un neuropsiquiátrico. Con este prólogo es que ingresamos al mundo de esta burguesía que será el locus donde se desarrollará El gato desaparece. Luis a punto de ser dado de alta y Beatriz recibiéndolo de nuevo en el hogar conyugal. La película es un thriller que cumple a rajatabla con todas las reglas y procedimientos del género. Así nos vemos envueltos en un angustioso y atrapante relato siguiendo los temores que primero le surgen a la protagonista y que lentamente se van tornando miedos más palpables y finalmente terrores atávicos. ¿Qué es la normalidad? ¿Qué es la locura? ¿Cuando se cruzan determinadas fronteras se puede regresar? ¿Adónde? Como en una olla a presión pequeños e insignificantes detalles que antes podrían pasar inadvertidos ahora se vuelven sustanciales y preponderantes. De esos detalles se vale Sorín para atarnos a la butaca y crear personajes creíbles que van transformándose sutilmente ante nuestros ojos: extrañas actitudes, silencios, nuevas percepciones, cuelgues de atención y la presencia/ausencia del felino que algo parece presentir. Grandes actuaciones de los protagonistas y un elenco que acompaña sin fisuras, una banda sonora de Nicolás Sorín precisa y ajustada y la sapiencia a la que nos tiene acostumbrados el director hacen de El gato desaparece un filme que, -a pesar de cierto trazo grueso en la abrupta resolución, de una intriga que hace abuso de su minimalismo y de un exceso de corrección y esteticismo-, une lo clásico con lo popular y entretiene inteligentemente.
Un verdadero renacimiento de su cine propone Carlos Sorín con su nueva película, fundamentalmente por su apuesta de género, que se suma a un alto riesgo narrativo y visual. La singular obra del director de El camino de San Diego incluye un par de verdaderos hitos del cine nacional como La película del Rey e Historias mínimas, pero tras su poética y contemplativa La ventana, minimalista y fallida, parecía que su carrera estaba entrando en un punto muerto. Y ahora rápidamente establece un golpe de timón con El gato desaparece, thriller acotado pero repleto de suspenso, vueltas de tuerca y agudas observaciones de la vida cotidiana. La trama se reduce al periplo de un profesor universitario dado de alta luego de un brote psicótico, y la tensión e intriga que generan su vuelta al hogar, especialmente en su vulnerable y expuesta mujer, crecen hasta llegar a instancias intolerables. Con sugerentes apuntes visuales -acentuados por el abarcativo superscope-, un suspenso bien entendido y algo de humor negro, el director logra entretener, inquietar, sorprender y ofrecer alguna breve e irónica reflexión. Estructura que se apoya en la sólida pareja de intérpretes compuesta por Luis Luque, excepcional en su capacidad gestual y manejo expresivo, y la notable paleta de emociones que transmite Beatriz Spelzini. Más allá de un estilo predeterminado, Sorín demuestra su condición de cineasta puro, capaz de lograr que hasta un animal tan inmanejable como un gato, le responda.
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Una de suspenso. Luis (Luis Luque) es un profesor universitario que acaba de recibir el alta en el neuropsiquiátrico. Lo va a buscar su mujer Beatriz (Beatriz Spelzini), cuyo aspecto delata una ansiedad comprensible. Cuando llegan a la elegante casa donde viven, él intenta saludar a Donatello, el gato negro de ambos, pero este lo ataca y huye despavorido. Con el correr de las horas la tensión aumenta. Es obvio que Beatriz no confía en su esposo. Los especialistas dijeron que está curado pero ella cree que en cualquier momento puede volver a tener un brote psicótico. Mientras, el gato no aparece. Carlos Sorín venía de dirigir la experimental y poco feliz La ventana, luego de esa trilogía compuesta de mayor a menor por Historias mínimas, Bombón: el perro y El camino de San Diego. Con su nueva película, Sorín incursiona en el cine de suspenso. Al estilo hitchcockiano, el prólogo es un cartel que nos pide no contar el final, y el motivo concreto de la locura del protagonista es un mcguffin de lo más básico. Mientras las acciones narradas manifiestan la creciente desesperación de Beatriz y nos hacen dudar de su estado mental frente a la novedosa tranquilidad de Luis (quizá los médicos tenían razón después de todo), la cámara nos muestra otra cosa, por ejemplo, al encuadrar con insistencia algunos objetos (una radiografía cerebral, un pescado destripado), o en esos lentos acercamientos al cada vez más siniestro rostro del profesor mientras su mujer le habla fuera de campo. Tampoco se olvidan los detalles inquietantes que no deben faltar en esta clase de films, como el plano de unas ramas de árbol que se retuercen y dibujan arabescos en el cielo nocturno, o esa escalera por la que se pasea el gato tomada en contrapicado. La fotografía evidencia un acertado uso del cinemascope, en concordancia con el diseño modernista de la casa matrimonial. Para completar este encaje, la música de Nicolás Sorín hace recordar las elegantes bandas sonoras de Herrmann. El gato desaparece, en definitiva, funciona porque consigue lo que sin una desmedida ambición se propone. Su director conoce muy bien las reglas del género con el que se mete, lo cual le permite valerse de recursos puramente cinematográficos. La pareja protagónica, sin dudas, también aporta lo suyo. El notable Luis Luque, con su cuerpo enorme, su apariencia descuidada y su andar cansino, puede ser visto simultáneamente como una bestia mansa y un psicópata. Ningún otro actor del medio logra transmitir esa sensación de dualidad. Beatriz Spelzini, por el contrario, es una mujer bajo la influencia, un manojo de nervios, una cara deformada por la tensión que a veces deja entrever una sonrisa ante situaciones banales que la abstraen de la angustia (peluquería, planes de vacaciones en Brasil). Su personaje deambula, avanza, retrocede, sale a buscar al gato en la oscuridad de la noche porque intuye que en ese animal, de alguna manera, se materializa una paz mental extraviada. La suya. El final es esperable, aunque no obvio. Injusto sería intentar comparar El gato desaparece con las obras maestras del suspenso. Con su prolija conciencia genérica alcanza. Y eso, en nuestras tierras, no es moco de pavo.
La Sospecha La vuelta al hogar de Luis, profesor universitario, de una clínica neuropsiquíatrica donde estuvo internado por una reacción psicótica violenta traerá más que un desorden cotidiano a Beatriz su mujer, quién se ubica como en aquella gema Hitchockiana: "Suspicion" (La Sospecha, 1941), filme noir donde Joan Fontaine no dejaba de pensar que su marido Cary Grant le servía leche envenenada, claro que aquí se produce todo al surgir la desaparición de la pequeña mascota de la casa: el gato "Donatello", parece increíble pero después de 25 años de casados, la pareja ahora ha caido en situaciones de locura al borde de una terrible desconfianza, y así ocurrirán momentos de incertidumbre, aflorando un filme interesante, bien narrado, fotografiado de primera, con una pantalla en Cinemascope, una ordenada y significativa música de Nicolás Sorín -hijo del director- todo lo cual deviene en un filme notable, de lo bueno del realizador Carlos Sorín, el mismo de las geniales "La película del Rey" e "Historias mínimas". Ofrecer una pelicula original hoy día es difícil, sin embargo no imposible, este director borda un historia chica pero solvente, de genuina auspiciosidad, con una actuación superlativa de Beatriz Spelzini -la esposa-, y un Luis Luque mostrando su eficiencia, la trama brinda suspenso, intriga, rasgos de buen thriller, y sorprende tal cual el año pasado lo logró "El hombre de al lado", y eso en tiempos que una cartelera oferta además títulos como "Un cuento chino", "Revolución", y "Los Marziano" no es poco, y que aún supere en espectadores a ese bodrio inclasificable llamado "Cruzadas" más todavía, bien por Sorín, y bien por el cine nacional entonces.
Sorín apuesta al cine de suspenso El director de Historias Mínimas se aleja del tono de sus películas previas para narrar una inquietante trama sobre un hombre que regresa a su casa, tras haber estado unos meses en un psiquiátrico, y las sospechas de su mujer. En apariencia, Luis está mejor luego de ocho meses de internación debido a un brote psicótico que lo llevó a maltratar a su mujer Beatriz y a golpear a un colega profesor universitario. Por eso, el matrimonio de más de dos décadas retorna al hogar donde sólo debería estar Donatello, el gato de la casa. Pero, imprevistamente, el recibimiento del felino para el supuestamente mejorado Luis no es el mejor. Son algunas de las escenas iniciales de El gato desaparece, el film de Carlos Sorín bien lejos de sus incursiones en paisajes patagónicos (Historias Mínimas, El perro), idolatrías con estética road movie (El camino de San Diego) o posturas heredadas de las películas de Alexander Sojurov (La ventana). Todo lo contrario, Sorín incursiona en un film de suspenso, con pocas locaciones (la casa del matrimonio adquiere un rol protagónico), dos actores que funcionan a la perfección por su química (Luis Luque y Beatriz Spelzini) y una trama que no oculta sus referencias al cine de Hitchcock, apuntando a la tensión y el suspenso que transmiten determinadas escenas con sus correspondientes climas. El punto de vista es el de Beatriz– sujeto narrador de la historia– quien sospecha que el comportamiento de su esposo no mejoró alejado de la casa. Más aun, Donatello desaparece apenas retornado el conflictivo Luis y sólo vuelve cuando tiene ganas de comer. Pero habrá más tensiones, algunos momentos de humor (bien “negro”), la aparición de algunos personajes satelitales (uno de ellos será protagonista del desenlace) y hasta una escena pesadillesca que será un punto de inflexión en la estructura narrativa del film. Con esos recursos expositivos y a través de la concreción de climas asfixiantes, todos ellos narrados desde la perspectiva y las sospechas de Beatriz, Carlos Sorín emprende un camino diferente para su cine, lejos de aquellas historias de vientos fuertes, paisajes desolados y personajes que siempre sonríen pese a sus padecimientos. ¿Donatello es el responsable del desequilibrio matrimonial? Una escena define los propósitos de la película. La primera noche luego de la internación, Beatriz se levanta de la cama porque no tiene a su esposo al lado y descubre que Luis está ordenando la biblioteca a su manera, descartando los cambios que ella hiciera durante la ausencia. Ese efímero momento de El gato desaparece expresa las intenciones de la trama: atrapar al espectador desde lo mínimo para definir los comportamientos y temores de un matrimonio en permanente tensión. Y es a través de ese tono menor y sin pretensiones cuando la película obtiene una incómoda y bienvenida victoria.
El gato no es el asesino "El gato desaparece" es un producto atípico del cine argentino, en principio porque el suspenso no es un género frecuente. También porque no cae en el manierismo de un sector de la industria local: no hay artificiosidad en el guión, se trata de un thriller psicológico pero no hay psicologismo, las actuaciones son brillantes sin tratarse de estrellas consagradas, hay un director con mano firme que usa los recursos clásicos sin ponerse solemne y atiende con esmero los rubros técnicos. Carlos Sorín encontró en Luis Luque y Beatriz Spelzini dos extraordinarios intérpretes para los personajes de un hombre que intenta recuperarse de un brote psicótico y su sufrida mujer que, quizás, esté más desquiciada que su marido, y que encuentra siniestras cosas tan comunes como la desaparición de un gato.
El gato desaparece (y aparece el buen cine) "Hay que dibujar la película como Shakespeare construía sus obras, para el público". Alfred Hitchcock Aún tengo el recuerdo de ese grato momento que pasamos viendo a Beatriz Spelzini en el verano de 2010 en la sala Melany del Centro de Arte MDQ (Mar del Plata) interpretando a Rose con la dirección de Agustín Alezzo donde la actriz se luce en un unipersonal impecable escrito por Martin Sherman. En El gato desaparece vuelve a revalidar sus dotes de estupenda actriz junto a otro gran actor Luis Luque, que siempre aporta ricos elementos de su personalidad a los personajes que interpreta tanto en cine como en televisión. Ambos constituyen el eje actoral en el que se apoya el film acompañados por un elenco que acompaña en similar registro. Los personajes de Luis y Beatriz, que utilizan los mismos nombres de pila de los actores que le dan vida contribuyendo a sumar un elemento más de empatía en el espectador, se van construyendo lentamente al igual que la historia que se narra en un in crescendo de tensión que el público intentará dilucidar a lo largo del film. Al mejor estilo hitchcockeano en el que el espectador va acompañando a los personajes y a las situaciones con cierta ansiedad y a la espera del posible desenlace inminente, Carlos Sorín logra crear el suspenso mientras nos va introduciendo a través de pequeñas dosis de imágenes y sonidos en el misterio que rodea la internación en un neurosiquiátrico de Luis Romero (Luis Luque), la vida abrumada de su esposa Beatriz Romero (Beatriz Spelzini) y el gato de la casa (Donatello) que a la manera de El Gato negro de Poe parece saber más que todos acerca de lo que está sucediendo.
Cat Power El gato desaparece es la séptima película de Carlos Sorín pero por varios motivos supone un debut: es su primera película de género, trabajó con actores profesionales, rodó en Súper 35 mm cinemascope, y abandonó los espacios abiertos de zonas rurales para filmar, también por primera vez, en una ciudad enrejada y claustrofóbica. Las razones de semejantes cambios, en esta entrevista. Tras una estadía en un hospital neuropsiquiátrico, Luis, profesor de filosofía, vuelve a casa junto a Beatriz, su esposa. Luis duda, está contento pero no termina de conectarse con su rutina y espacios cotidianos. Después del incidente confuso y violento que lo llevara a ser internado, es declarado sano por doctores y aceptado nuevamente por su esposa y su hija, pero algo misterioso en él cambió para siempre: ahora Luis es distinto y dentro suyo parece anidar algo terrible. Distraído, algo perdido, va a saludar al gato y Donatello (así se llama el felino) no lo reconoce y lo ataca. Entonces, la casa moderna, fría, de ángulos rectos y grandes zonas vacías, se vuelve el escenario de una investigación, la que emprende tímidamente Beatriz para desenterrar el secreto de Luis, y también para encontrar a Donatello, que no está por ninguna parte. El gato desaparece, que cuenta con las actuaciones de Beatriz Spelzini y Luis Luque, es la primera incursión de Carlos Sorín dentro de un género. Alejado de su trilogía rural iniciada con Historias mínimas, esta vez Sorín filma en la ciudad y dentro de espacios cerrados, trabaja con actores profesionales y pergeña un thriller exquisito, con toda la elegancia del mejor cine clásico. ¿Te sentiste cómodo haciendo tu primera película de género? Sí, absolutamente. No sé si es completamente de género, pero sí la primera película construida, más convencional en términos de producción que mis películas anteriores. ¿Tuviste alguna película o director que te haya influenciado particularmente para filmar El gato desaparece? Me influyó El escritor oculto de Polanski, una película hecha con precisión y maestría. Y después de ver tanto cine experimental, ver eso es como escuchar a Mozart. ¿Cómo fue volver a trabajar con actores profesionales? Muy bien porque ya estaban elegidos desde antes de comenzar a escribir el guión. O sea, ya tenía la imagen de ellos, sabía qué les podía pedir, cuáles eran los límites y las posibilidades de cada uno. Además es una película de cámara, muy contenida en la logística de producción, altamente controlable, así que me pude dedicar más a la dirección de actores. ¿Cambió mucho tu cine el hecho de filmar en 35mm y pantalla ancha? Sí, pero no cambió por filmar en 35mm, esta película la hubiese hecho en pantalla ancha así fuera en 16mm o con una cámara de video. El formato fue elegido en función de una imagen muy cuidada, prolija, precisa, bien de cine clásico. Con la pantalla ancha tenés que reaprender algunas cosas de encuadre, los planos no son iguales, no podés acercarte demasiado por la forma apaisada de la pantalla. Y lo que te da ese formato son grandes espacios y fondos, o zonas vacías en los primeros planos que estéticamente se pueden usar de manera muy interesante. En la película se siente mucho el formato ancho y la profundidad de campo... Lo vas a sentir mucho más cuando la veas en cine. Es un shock. ¿Querías elaborar algo de la desconexión entre los dos protagonistas con esos recursos? No, por lo menos no de manera consciente. A último momento elegí el formato 1:2.35. No sé por qué lo elegí, supongo que porque quise hacer el cine como los maestros, el cine que yo admiré. Estuve cómodo con ese formato por el estilo de película, otra de mis historias no podría filmarse así. Lo importante es encontrar el modo de filmación y de producción adecuado a la historia y al código de cada película. A diferencia de lo que pasó a partir de Historias mínimas, en La ventana ya había un relato que se contaba en el encierro de una casa, y El gato desaparece es una película bastante claustrofóbica. ¿Tu cine abandonó los espacios abiertos del campo para meterse definitivamente en lugares cerrados? No, todavía falta ver qué pasa con las próximas películas. No lo sé, el tema es que las películas de ruta son muy cansadoras. Y al mismo tiempo la logística de la producción (yo produzco también) te quita tiempo mental para dedicarte a los problemas de dirección. Y a la vez tenés que aceptar el azar y estar continuamente negociando con la realidad. La ventana y El gato desaparece son películas más controlables y yo me sentí tranquilo, pude ocuparme más de filmar. Por ese lado es más placentero, si bien extraño un poco la ruta. ¿Tenías ganas de filmar en la ciudad? No, para nada. Es más, tengo un proyecto de la época de Historias mínimas que ahora lo estoy rehaciendo, y lo saqué de Buenos Aires para llevarlo a Entre Ríos, a un motel que queda al lado de la ruta. Esta vez, en El gato desaparece, filmé en una casa que daba muy bien, pero si hubiera sido una casa más convencional, la habría pasado bastante mal. Desde La película del rey en tu filmografía no se hablaba del cine. ¿Te parece que El gato desaparece vuelve a tematizar el cine? Puede ser, La película del rey era sobre la pasión del cine y el medio, acá en cambio es el cine como lenguaje. Para mí hacer El gato desaparece fue un ejercicio de lenguaje. ¿Cómo ves la relación entre cine y género en la Argentina? ¿Te parece que los géneros pueden volver a llevar a la gente al cine? Bueno, la película de Campa (Juan José Campanella) es una película de género, y llevó dos millones cuatrocientos mil espectadores. Yo creo que cuando el cine está bien hecho y la gente se conmueve, se divierte y, sobre todo, se siente manipulada por la película, se va feliz. Sin duda, esa es la clave del cine. Pero las películas que manejan bien el género no constituyen la producción mayoritaria en la Argentina. Son más bien exponentes aislados. Es que hay mucha producción, el año pasado se filmó una cifra descomunal de películas. Pero existe un cine de género, la película de Pablo (Trapero), Carancho, es de género. En mi caso, hacer El gato desaparece fue una diversión, unas vacaciones, “vamos a filmar esto para pasarla bien”, como una especie de entretenimiento. Fue muy lindo. Porque vos sabés que hay cosas que ya están trazadas, como la forma sonata, que la podés encontrar en Beethoven, Mozart o Brahms, pero siempre sigue siendo la forma sonata. El género es eso, una forma establecida, clásica, pero vos tenés muchas posibilidades de renovación y de experimentación dentro del género.
Suspenso "made in Argentina" El Gato Desaparece es el último trabajo del reconocido director y guionista argentino Carlos Sorín (El Perro, La Ventana), y que es una coproducción española y argentina. Cuenta la historia de Luis, un profesor universitario que sin razón aparente sufrió un ataque psicótico por el cual hubo que internarlo, aunque actualmente se encontraría en condiciones de volver a su casa con su esposa Beatriz y retomar su vida normal... ¿o quizás no?. Los personajes principales del film, Luis y Beatriz, están interpretados por 2 grandes actores que en la vida real llevan el mismo nombre de pila, Luis Luque (Tiempo de Valientes, Pájaros Volando) y Beatriz Spelzini (Cleopatra, El Día que No Nací). El Gato Desaparece nos ofrece un género que no estamos acostumbrados a ver en el cine "made in Argentina" que es el Thriller, el suspenso psicológico con notas de terror, un campo donde no se tiene la experiencia que se puede evidenciar en los films de comedia o drama que solemos ir a ver normalmente. En este caso, creo que ha sido una muy buena decisión darle este trabajo a Sorín, que más allá de que no a todos puede gustarle sus trabajos, nadie puede negar que es un tipo con mucho talento. Plantea una historia de suspenso, que en lo personal, me mantuvo en vilo toda la película, exhibiendo un trabajo conjunto de los 2 actores que realmente se lucen, bajo su experimentada dirección. Como única crítica para hacer a esta película, y creo que muchos lectores estarán de acuerdo, es que la estructura de filmación que plantea el director es por momentos lenta, produciendo en los espectadores con menos paciencia, algo muy parecido al ataque psicótico que tiene el protagonista Luis en la historia. Es justamente la estética de filmación que tiene Carlos Sorín, su mayor fortaleza y debilidad, ya que plantea sensaciones extremas entre las personas, que amarán el film o lo odiarán con todas sus ganas, y El Gato Desaparece no será la excepción. Como expresé anteriormente, a mi me pareció bastante buena la película, presentando unas actuaciones que según mi criterio, fueron sinceras y con mucho empeño puesto en la tarea, sobre todo el rol de Beatriz Spelzini que logra trasmitir toda la desesperación que podría tener una mujer en su situación. ¡No recomendable para espectadores impacientes!
Llega a la pantalla grande este nuevo film de Carlos Sorin (“La Ventana” (2009), “El camino de San Diego” (2006), “El perro” (2004), “Historias mínimas” (2002), entre otras), con dos grandes protagonistas: Luis Luque y Beatriz Spelzini, quien hace muy poco se convirtió en la primera actriz argentina en obtener uno de los galardones más codiciados que otorga la Academia de Cine Alemana por su trabajo en el filme “El día que no nací”, ópera prima del realizador alemán Florian Cossen, que aborda la historia de una mujer que fue apropiada ilegalmente durante su niñez en la última dictadura militar en Argentina. La trama comienza en verano de 2009, cuando Beatriz (Spelzini) va a buscar a su marido, Luis (Luque), a un neuropsiquiátrico, después de que este sufrió un brote psicótico y cuando regresan a su hogar, luego de ocho meses de ausencia, Donatello, el gato de la casa lo ataca y luego escapa. A partir de ese suceso Beatriz no puede dejar de estar alerta, aunque llevan 25 años juntos, tienen dos hijos ya casados Verónica (María Abadi) y Martin, ahora nada es como antes, su esposa siente temor por la situación psíquica de su esposo, calculemos que estuvo un largo tiempo sola y tuvo que adaptarse, ahora es otra la situación y está llena de inquietudes, pero poco a poco el clima se irá enrareciendo, el gato es una de las claves, pero no aparece, las noches se convierten en un infierno, surgen todos los fantasmas y extraños sucesos comenzarán a ocurrir. La narración nunca pierde el ritmo y se va a desarrollar por otro carril cuando Luis propone unas vacaciones en Paraty (Brasil), a partir de esto piensan que el viaje les puede brindar cierto equilibrio a sus vidas. El guión de esta película tiene mucho suspenso, tensión, muchos toques de Alfred Hitchcock, está llena de escenas muy logradas, hay un poco de humor negro; el encierro, donde se desarrolla es en la casa y el auto, en pocos espacios, pocas paredes, habitaciones, puertas, con ventanas y ventanales, es constante la sensación de angustia y temor, el espectador está pendiente de cada momentos y también tiene la sensación de claustrofobia, cada personaje está bien construido tanto los principales como los secundarios, tiene buena fotografía, música y abundan las sorpresas.
El más reciente film de Carlos Sorín comienza allí donde terminaba Psicosis: con un pormenorizado diagnóstico sobre el estado mental del protagonista. Hete aquí que Luis (Luis Luque), profesor universitario de literatura, tuvo un rapto de violencia con un colega y fue internado en un neuropsiquiátrico. Ahora el hombre está mejor, listo para regresar a casa, según afirman los especialistas que lo trataron. En una introducción tan extraña como plomiza, un señor lee un largo informe frente a otro que se aburre y hace dibujitos en su libreta. Y luego resulta que el aburrido es el juez que debe autorizar la externación. El dato no es menor. Luis ya tiene su alta, aunque deberá seguir tomando su dosis de pastillas, por supuesto. Pero antes de conocerlo a él, el relato nos presenta a su esposa, Beatriz (Beatriz Spelzini), quien se convertirá en el vórtice emocional de la película. Ella va a buscar a su marido a la clínica y allí conversa con un médico sonriente de hablar sereno, tan lánguido que parecería estar más sedado que cien pacientes juntos. En este poco acogedor ambiente científico, Betty observa la imagen de un electroencefalograma de Luis y todo lo que ve es un aterrador cuadro surrealista pintado con colores fluo y curvas peligrosas. Betty no podrá quitar de su cabeza esa imagen indescifrable. En ese instante, sí, hay mucho cine. El cine -la vibración de la puesta en escena- también se hace sentir en la forma por la cual el realizador filma el amplio chalet del matrimonio, un espacio cuyos tonos verdes, rojos y amarronados recuerdan el hogar de los Rabbits de David Lynch. Sorín y el notable director de fotografía Julián Azpeteguía (Carancho) exprimen al máximo las delicias del Cinemascope y logran que el penumbroso espacio se estire, se achique, se encorve, se vuelva laberinto. El conflicto es ínfimo. Casi nula es la información que tenemos sobre el personaje femenino, si bien sospechamos que ella podría estar incubando brotes similares a los de su marido. Lo que aquí importa es la atmósfera de incertidumbre que crece sigilosamente sin apelar a las trampas o las explicaciones psicologistas. Podría decir que El gato desaparece es una buena película de suspenso. Sin embargo, para ser precisa, debo decir que se trata sólo de una película de buenos momentos. Falta algo en la narración. Tal vez la seguridad de una soga. Sorín es un cineasta del camino. Por lo general en su obra no necesitó atarse a un centro porque la propia naturaleza de sus narrativas buscaba la dispersión, la gracia latente en cada estación, la autonomía de los momentos privilegiados. Con su penúltimo trabajo, La ventana, el director intentó concentrar el sentido en un único espacio-tiempo, pero la consecuencia fue un film desparejo en donde los detalles aislados eran más relevantes que el efecto del conjunto. Lo mismo ocurre en El gato desaparece, una película con una propuesta enunciativa interesante que sin embargo no consigue tensionar sólidamente su arco dramático. Por ejemplo, aquellas críticas a la justicia y al sistema de salud que se filtraban en las primeras secuencias nunca llegan a repercutir en la trama. Por otro lado, el film no nos deja especular con posibles hipótesis sobre la relación entre Luque y el docente amigo que disparó la psicosis, más allá de que el problema de fondo sea evidente. Como espectador uno se siente afuera de ciertos nudos esenciales en la cadena de afectos y responsabilidades. La fábula es demasiado escueta y no cede las fichas suficientes para que uno también pueda jugar.
Desapareció un lindo gatito Carlos Sorín es uno de los cineastas argentinos que ha logrado mantenerse a través del tiempo y redefinir su carrera a la medida de las circunstancias. Sorprendió más que gratamente con "La película del rey", pero más aún con "Historias Mínimas" en donde comenzó a manejar historias pequeñas, de gente común, logrando gran empatía con el público y con un registro narrativo diferente al convocar para sus roles protagónicos a no-actores como lo hizo con "El perro" o en "El camino de San Diego" e incluso en "La Ventana" aunque sin lograr el impacto de la primera de la serie, que fue la mencionada "Historias Mínimas". Con "El gato desaparece" da otro golpe de timón en su carrera y se juega por una película de género, con todo lo bueno y todo lo malo que ello implica. Como puntos a favor, apelar a un film de género -y sobre todo de suspenso- hace que el público ya tenga a priori una empatía con el tipo de historia que se va a presentar, se puede trabajar sobre seguro y los mismos mecanismos y resortes que le son propios al género, hace que el film ya tenga una estructura a respetar y ciertos parámetros con los cuales el éxito de la tarea, queda casi asegurado. Pero, por el otro lado, cada género tiene sus convenciones, sus reglas, sus esquemas y no dar en la tecla con alguno de ellos, claramente desentona mucho más que cualquier falla en una película que no responda a una estructura tan prearmada. Sorín en este caso nos presenta la historia de Luis (Luis Luque), un profesor universitario que luego de una temporada internado en una clínica psiquiátrica por un violento episodio que tuvo con uno de sus colaboradores, es finalmente dado de alta cuando la evaluación médica cree que ya es momento de que retome su vida personal y profesional. Su mujer, Beatriz (Beatriz Spelzini) no se siente tan segura con esta vuelta al hogar. Por un lado era un momento muy ansiado para ella, que le permitiría recomponer el vínculo con su esposo, pero por otro lado, este retorno la llena de inseguridades, porque en todo momento duda de que realmente Luis se encuentre recuperado. Teme que en cualquier momento otro nuevo brote aparezca y son justamente ciertas actitudes que Luis va presentando desde el regreso a casa, las que la hacen dudar más aún y la sumergen en la incertidumbre. Su último punto de apoyo, Donatello -su gato negro y mascota de la casa-, también está "raro": no solamente ataca a Luis apenas llega, sino que de forma extraña e inesperada, desaparece por completo, situación que la desestabiliza a Beatriz aún más. La estructura del relato es como espasmódica y si bien mantiene mínimamente el interés, Sorín no logra hilvanar elementos que jueguen como piezas del rompecabezas para hacer crecer el suspenso, sino por el contrario, se demora en situaciones que suman al crecimiento dramático de la historia. Cuenta, por suerte, con una enorme actriz como Beatriz Spelzini que sostiene el peso general de la historia aún cuando el guión le hace hacer algo fuera de lugar. Luis Luque también acierta en su composición dejando siempre un halo de confusión sobre su situación psíquica que ayuda a sostener el enigma, el clima que la historia necesita. Sin embargo, el tono heterogéneo del elenco (el registro con que la hija de la pareja -Maria Abadi- se dirige a su madre, desentona por completo con la manera en que el resto del elenco habla) y sobre todo algunas situaciones o diálogos impuestos por el guión en forma muy poco creible (incluso los vecinos se dirigen a Luis como "el profesor" algo que suena como fuera de época o fuera de lugar, encuentros para charlar dentro de un auto en el estacionamiento de un shopping cuando podrían hacerlo normalmente en un café, médicos que recetan psicofármacos al aire libre o la escena en donde Beatriz sale corriendo descalza hasta la casa de la hija en una noche de desesperación y el recibimiento de la hija no concuerda en absoluto con el tono de la escena) atentan contra la fuerza del relato. Sobre el final, la vuelta de tuerca y el momento inesperado aparecen y pareciera que Sorin sólo ha demorado el relato sabiendo que tenía un final que valía la pena y que está muy bien contado, sobre todo cuando en los últimos tramos, por ciertos guiños estábamos esperando una cosa completamente diferente. Pero un buen final y un par de excelentes actuaciones, no conforman por sí solas una buena película.
Desde su reaparición en el cine nacional, el experimentado director Carlos Sorín nos había ofrecido muy buenas pequeñas películas. En 2002 volvió al cine luego de más de diez años con el lanzamiento de Historias mínimas, un filme que casi no contaba con actores profesional (la excepción de Javier Lombardo es la más notable) y que sorprendía desde su relato que entrelazaba los mundos de los pequeños personajes. Dos años más tarde, con Bombón: el perro (2004), Sorín redoblaba la apuesta, poniendo a un protagonista absoluto sin experiencia actoral y rodeándolo de intérpretes amateurs también. Nuevamente en la Patagonia argentina, El perro contaba la historia de Juan Villegas, un hombre viejo y taciturno, que iba en búsqueda de su can perdido siguiendo casi su instinto para hallarlo en el vasto y árido territorio del sur argentino. Más cerca en el tiempo, Sorín mantuvo su estilo lejano al mainstream y al cine comercial convencional para seguir contando historias pequeñitas, como la del joven que le acerca una rama curativa a un convalesciente Maradona que está internado en un hospital (en El camino de San Diego, 2006), o los pormenores de un viejo que acaba de sufrir un ataque cardíaco, nuevamente con el marco de la Patagonia adornando la fotografía (La ventana, 2008). Con El gato desaparece, Sorín se acerca claramente al cine más comercial y hasta de género, con una historia sobre un profesor universitario que vuelve a su casa luego de estar internado en un hospital psiquiátrico a causa de un brote de ira. Su mujer (Beatriz Spelzini) lo busca, contenta aunque algo temerosa por el diagnóstico de su marido. Pese a que los médicos le indican que todo está bien y que la medicación debería contener los arranques violentos de su marido sin problemas, ella no está tan segura. Y cuando llegan a la casa, luego de un breve altercado con la mascota de marras, el gato desaparece... Además de alejarse de ese cine austero, fotográfico, "mínimo", para acercarse a un relato tradicional y con mayor producción a nivel general, Sorín elige esta vez trabajar con actores de mayor trayectoria que lo que nos tenía acostumbrados. El filme se nutre con un buen elenco compuesto por Luis Luque y Beatriz Spelzini en los papeles protagónicos y María Abadi y Norma Argentina en los secundarios principales. Ninguno desentona, pero las palmas se la lleva la pareja protagónica: la paranoia creciente de Beatriz y la parsimonia ambigua de Luis, las principales armas que tiene el relato para mantener en vilo a los espectadores. Sin embargo, no se trata de un filme que nos ponga los pelos de punta. El interés se mantiene con lo justo, gracias a esta duda constante que se plantea desde un principio y que está muy bien llevada por estos dos actores. Al ser un filme de suspenso e intriga, necesita de momentos intensos. A pesar de que estos aparecen a cuentagotas, las veces que sucede, son escenas logradas, como la del sueño de la protagonista. El gato desaparece es una película pequeña, pero no tanto como nos tenía acostumbrados su director. Intrigante aunque de ritmo débil, logra mantener el interés y remata de manera satisfactoria. Una rareza dentro de la filmografía reciente de Sorín y al ser una propuesta de suspenso le viene muy bien al cine argentino, un poco ajeno a este género.
Catwoman: -¿esta peli habla de un gato, no? Selina Kyle: No tanto Catwoman: Y porque demonios ponen esos títulos confusos. Selina Kyle: Para atraer a uno y otro público, creo. Catwoman: ¿? Selina Kyle: No importa. Catwoman: Y de qué trata entonces. Selina Kyle: De una tipa que el tipo estaba loco y luego desaparece el gato. Catwoman: Y que tiene que ver una cosa con la otra? Selina Kyle: es que el gato arañó al tipo. Catwoman: Algo habrá hecho para que lo arañe Selina Kyle: Para saber tenes que ver la peli. Catwoman: El gato es el prota? Si no, no la veo. Selina Kyle: el gato es el leitmotiv Catwoman: ¿? Como sea ¿esta buena? Selina Kyle: Tiene un ambiente de suspenso, oscuro y de tensión psicológico muy bien logrado. Catwoman: Debe estar buena Dialoguista: Esta buena, se agradece que el cine argentino haga este tipo de películas, con un ambiente diferente, pero sin alejarse del todo del drama. Catwoman: ¿y a esta quién la invito? Selina Kyle: Dejala que es amiga mía. Catwoman: ok, te dije alguna vez que no me gustan tus amigas? Selina Kyle: y a mi no me gusta tu traje. Catwoman: Entonces la peli esta bien, la voy a ver. Selina Kyle: no termine de hablar. Catowman: siempre estas dudando, ¿no dijiste que era buena?. Selina Kyle: yo no lo dije, lo dijo Dialoguista. El ambiente esta muy bien logrado, pero… Catwoman: … Selina Kyle: el final… Catwoman (mostrando las uñas): no me vas a contar el final eh! Selina Kyle: nooo Dialoguista: lo que quiere decir es que se sale de lo que contaba, es absurdo, algo ilógico. Digamos que… Catwoman: que perrea la película? Selina Kyle: ¿perrea la película? Catwoman: Una manera sutil de decir que la cag Selina Kyle: ya entendí Dialoguista: yo también. Catwoman: igual voy a verla. Selina Kyle y Dialoguista: vale el visionado!!! Catwoman: ¿Por qué no empezaron por ahí? Sonido de moto Catwoman: me voyyy (capas me lleva hasta el video club). Dialoguista: Y esta quién era? Selina Kyle: es difícil de explicar… Dialoguista: me voy a escribir la reseña: Las actuaciones están muy bien, dos grandes actores que saben lo que hacen, sus rostros contienen la tensión necesaria. El ambiente creado en el filme… P.D. Así damos comienzo a lo que se suele llamar, reseñas breves. Aquí se llamarán: reseñas al tún tún. No siempre será un diálogo, el formato cambiará, según como mejor me parezca, pero lo cierto es que serán diferentes a las reseñas algo más largas. Veremos como sale.