La amistad en la niñez A veces el cine actual nos da sorpresas y sin duda El Muñeco Diabólico (Child's Play, 2019) es una de ellas: la remake del clásico homónimo de Tom Holland de 1988 es una de las mejores reinterpretaciones que haya ofrecido el mainstream hollywoodense en mucho tiempo, respetuosa a nivel general para con el film original y a la vez con la astucia y el descaro suficientes para modificar determinados elementos centrales con el objetivo de no simplemente aggiornar el material sino de hacerlo girar hacia otros rumbos, incluso hasta más interesantes que los de antaño. En lugar de aquel asesino en serie, Charles Lee Ray (Brad Dourif), que acorralado y herido por la policía -vudú de por medio- decide trasladar su alma a un muñeco llamado Chucky, en esta oportunidad tenemos a un pobre empleado explotado de una fábrica vietnamita de juguetes high-tech que luego de ser echado por baja productividad decide deshabilitar todos los protocolos de seguridad de una de las unidades de una revolucionaria línea de muñecos intitulada Buddi, los cuales poseen una inteligencia artificial bastante desarrollada, se transforman en “mejores amigos” de sus dueños y hasta pueden controlar los dispositivos hogareños (televisión, equipo de música, aspiradoras, aire acondicionado, etc.) concebidos por la misma empresa multinacional, Kaslan Corporation. La primera mitad del relato respeta los lineamientos de la obra de la década del 80, con el muñeco cayendo en manos de un niño llamado Andy Barclay (Gabriel Bateman) y autodenominándose Chucky, ahora a posteriori de que su madre Karen (Aubrey Plaza), una empleada del sector de devoluciones de un gigantesco supermercado, chantajea a su jefe con revelar un affaire del hombre con otra subalterna para quedarse con una unidad de Buddi presta a la destrucción. Si bien falta algo de tiempo para el cumpleaños de Andy, un joven que padece sordera y debe llevar un audífono de manera permanente, y ya una clienta se había quejado de que el juguete funcionaba visiblemente mal, Karen de todas formas le regala a su hijo el robot y el muchacho lo termina aceptando a pesar de sus cuelgues, sus improvisaciones extrañas y su insistencia con hacer feliz al niño a toda hora. Más que una entidad autónoma que está infiltrada en la casa, este nuevo Chucky se mueve como un hijo conceptual de Andy que aprende todo de él y así de a poco se convierte en un psicópata al absorber sin filtros la violencia de films como la recordada La Masacre de Texas 2 (The Texas Chainsaw Massacre 2, 1986), primero cargándose al gato díscolo de la casa y luego al novio de mami, Shane (David Lewis), un embaucador que tiene otra familia en paralelo. El guión de Tyler Burton Smith, ya sin ninguna intervención de Don Mancini, el principal responsable de la franquicia hasta el presente film, no nos aburre con sobreexplicaciones sobre la muerte del padre de Andy y pasa directo a su amistad con otros dos niños del edificio donde vive, Falyn (Beatrice Kitsos) y Pugg (Ty Consiglio), lo que deriva en que los purretes destrocen al muñeco homicida y lo arrojen a la basura, donde lo encuentra el empleado de mantenimiento del lugar, Gabe (Trent Redekop), un voyeur que tiene cámaras plantadas en todos los departamentos y decide arreglar al juguete para venderlo en Internet, circunstancia que desde ya genera que Chucky se torne algo vengativo para con ese Andy que lo desechó y opte por matar a todos a su alrededor. Sin recurrir a los episodios de comedia desquiciada de los últimos eslabones de la saga y retomando el horror del inicio, El Muñeco Diabólico levanta vuelo en una segunda mitad bien gore que incluye críticas al consumismo pueril contemporáneo símil Halloween III: Noche de Brujas (Halloween III: Season of the Witch, 1982) y una interesante denuncia acerca de la dependencia tecnológica en materia de entretenimiento y vida cotidiana en sintonía con las dos principales pesadillas de Michael Crichton sobre la inteligencia artificial, Westworld (1973) y Runaway (1984). Sinceramente lo aquí hecho por el realizador Lars Klevberg, aquel de la deslucida Polaroid (2019), es muy bueno si lo comparamos con el paupérrimo promedio del terror mainstream de nuestros días, logrando aunar con esmero los terrenos del slasher y el techno-thriller sin tropiezos a la vista más allá del detalle de que el diseño en sí de esta nueva encarnación de Chucky -en especial su rostro- es un tanto bizarro y parece apuntar a cierto costado freak de la tradición de los juguetes asesinos, representado en Puppetmaster (1989) y la querida Dolls (1987). La película además se beneficia mucho de su excelente elenco, abarcando un Mark Hamill muy eficaz que le pone la voz al muñeco, un Bateman con una presencia escénica envidiable y por supuesto una Plaza en verdad gloriosa que aprovecha con una enorme sagacidad sus momentos en pantalla, reconfirmando que es una de las actrices más originales trabajando en la actualidad, como ya lo demostrase en Safety Not Guaranteed (2012), Life After Beth (2014), Ingrid Goes West (2017) y An Evening with Beverly Luff Linn (2018). Entre instantes sutiles de humor negro y una buena ejecución general, la muy entretenida propuesta quiebra la racha de malas remakes y nos regala una exploración amena en torno al fanatismo neurótico que suele enmarcar a la amistad durante la niñez…
Buddi es el muñeco interactivo mas querido por los niños, pero en una fábrica de Vietnam un empleado frustrado desconecta los códigos de seguridad de uno de los muñecos convirtiéndolo en un peligro para quien lo posea. Kaslan es una empresa que impulsa productos tecnológicos para la comodidad de los usuarios, creadores de Buddi quien es destinado a ser el amigo ideal de los niños dándole la facultad de poder conectarse con otros aparatos de la casa que tenga conectividad y poder interactuar con una progresiva inteligencia artificial. El muñeco que tiene desactivado sus funciones de seguridad termina en Chicago, Illinois en manos de Karen (Aubrey Plaza) una empleada de una tienda de juguetes quien lo lleva a su casa como regalo para su hijo Andy (Gabriel Bateman) que tiene problemas de audición y para hacer amigos. Esta nueva versión el nombre del muñeco de Chucky será “Good Guys” haciendo referencia al muñeco de la vida real “My Buddy” quien influye en su diseño. Ell 12 de noviembre del 2018 se dio a conocer un póster con la imagen de la caja que contendría al juguete y unas imágenes al costado del aspecto que tendría. Luego de dudas y conjeturas se dio a conocer el verdadero aspecto del muñeco, lo que llenó de burlas y críticas a sus creadores por lo feo, dejando atrás el aspecto angelical en su primera entrega y el aspecto agresivo que tuvo en sus últimas versiones. Atrás están las épocas de el Chucky con magia y fuerzas sobrenaturales, este nuevo muñeco asesino vino para quedarse dando una lavada de cara a la franquicia con un argumento más contemporáneo poniendo en duda las consecuencias de una inteligencia artificial fácilmente corrompible que tenga la conectividad con otros juguetes y elementos conectados a wifi. Esta nueva entrega llega con mucha sangre y terror inmediato y sin suspenso que es moneda corriente para los filmes contemporáneos.
El Muñeco Diabólico: Chucky es un amigo fiel. Chucky volvió a la pantalla grande actualizado y con un humor que entretiene y suaviza las muertes sangrientas. El muñeco maldito vuelve, pero sin Don Mancini, su creador. Esto pudo haber creado varias controversias para los fans acérrimos pero al final es solo una película. En este caso Chucky llega actualizado tecnológicamente. No hay rituales ni nada de eso. Esto es un futuro no muy lejano en donde una madre (Aubrey Plaza) le regala a su hijo Andy (Gabriel Bateman) un muñeco “Buddi”, sin saber los fallos técnicos que tiene generando su naturaleza siniestra. Lo interesante del film recae en el muñeco y en la historia contada por el guionista Tyler Burton Smith, dirigida por Lars Klevberg. Ambos siendo principiantes en esto del largometraje, pero salen bien parados, ya que Chucky trae consigo su clásico humor retorcido con algunos momentos y un buen uso de la tecnología, dándole quizá esa naturaleza que quizá un muñeco asesino no necesita, pero no es mal recibida. La sangre está pero no es exorbitante. Las muertes son muy entretenidas pero no aterran hasta la médula, y Chucky es malvado pero te encariñas bastante. Pareciera que el film se queda en el camino pero en sí ese camino es muy entretenido. Desde un comienzo donde conocemos al muñeco y nos lo presentan como un ser en conflicto consigo mismo y lo que aprende de los demás. Violencia, malas palabras, y todas las malas influencias de los otros personajes. Hasta por momentos te da más miedo el ser humano que el simple muñeco. Es atractiva esta nueva mirada hacia el muñeco como si fuera una especie de AI trastornado, con un final con algunos clichés pero muy satisfactorio y que cierra por todos lados. La iluminación es atractiva por momentos, con un uso de la cámara adecuado, hasta con la perspectiva de Chucky y utilizando las cámaras como diferentes puntos de vista. Los actores y actrices hacen un gran papel, desde el pequeño Andy con un Gabriel Bateman que ya está acostumbrado a gritar frente a un monstruo (Lights Out) hasta Brian Tyree Henry (Atlanta) quien hace de un policía que cada tanto va a visitar a su madre. Todos tienen un papel bien usado en la trama. Como también el casi «gemelo malvado» de Jack Black (Trent Redekop) que puede ser más asqueroso que Chucky. No están de relleno, importan, aunque podrían ser más profundos. Pero acá no venimos a ver personajes, sino al muñeco, la estrella del film. Mark Hamill es el encargado de la voz de Chucky, que suena tanto aterrador como tierno. Desde el comienzo casi que Chucky es el que sufre la película y reacciona como todos esperamos. Él luego empieza a aterrorizar pero no solo con cuchillazos, sino con un terror más bien ligado a lo psicológico. Esa vocecita, y la cantidad de referencias a Toy Story (Tanto como el nombre del protagonista, hasta una canción) hacen de esta película un hermoso chiste retorcido sangriento y agradable, donde el muñeco juega con nuestras mentes. Como solo Chucky podría hacerlo. Si hay algo que la película logra es no aburrir. Chucky quizá no asuste como antes, pero eso el director Klevberg lo compensa con una nueva mirada sobre el muñeco que sigue siendo igual de feroz que antes, combinado con una trama intrigante estructurada correctamente. Todos los elementos cumplen sus funciones como cada pieza del muñeco que forma a Chucky, quien controla todos los dispositivos electrónicos de una marca. Mezclando cosas de Terminator, Skynet, Black Mirror, Elon Musk con sus autos Tesla que se conducirían solos y la ya mencionada Toy Story. Probablemente esto haya sido un movimiento de marketing en donde querían “competir” con Toy Story, con un guion correcto y solo para reírse de esto mismo. Fue bien aprovechado, dando risas e impresiones gratificantes para el amante del terror no tan serio. Chucky siempre será nuestro amigo fiel.
Crítica de 'El Muñeco Diabólico': El tiempo pasa y Chucky se pone tecno. A preparase, porque estamos ante un reinicio audaz, inteligente y muy divertido. Sin dudas Klevberg sabe lo que hace y ha captado la esencia de la saga, de sus personajes y sobre todo la de nuestro colo maldito. Alejado de la magia vudú y reencarnaciones con asesinos seriales de temer, este remake apuesta por la tecnología, utilizando este recurso al máximo, y dando una bocanada de aire fresco a un mundillo ya harto repetido. Pasemos al argumento, Karen Barcley (Aubrey Plaza) es la joven madre de Andy (Gabriel Bateman). Ella trabaja en una tienda de juguetes, donde la estrella es un muñeco llamado Buddy, tal es el éxito que está por salir la segunda versión de nuestro amiguito, que incluye robots con otros rasgos, color de piel y hasta un dulce osito. Karen tiene un novio que no le cae nada bien a Andy, además del niño tener que sobrellevar la muerte de su padre a tan corta edad. Resulta que en una devolución de un Buddy defectuoso al local, Karen decide quedárselo para regalárselo a su hijo en su cumpleaños. Pero detrás de este simpático muñequito programado a través de inteligencia artificial, y que se maneja con una app, hay un empleado despechado (y mal pago) que al ser despedido decide vengarse hackeando sus protocolos de seguridad. Y no solo Karen y Andy sufrirán las consecuencias, también vecinos y amigos. Al ser una máquina, Chucky no es malvado en esencia, sino que se obsesiona con proteger a su mejor amigo y cual psicótico toma todo lo que este dice de manera literal. A ver, no tiene noción de lo que es el bien y el mal. Por ejemplo, en una escena muy entretenida observa con detenimiento como Andy y sus amigos, disfrutan y se ríen a carcajadas del grotesco y la carnicería que sucede cuando miran La Matanza de Texas 2. Momento que además de funcionar de forma metediscursiva en la cinta, da la pauta de como nuestro killer en potencia aprende a utilizar una cuchilla y se atreve a imitar esta conducta que tan feliz hace a su amo. La franquicia creada por Don Mancini, si bien en un principio (a pesar de ser clase B) se tomaba más en serio la premisa de generar climas de terror; con el tiempo dio paso a la autoparodia, a la comedia negra, sumados los ingredientes gore. Más que nada cuando salió a la luz La novia de Chucky, y la brillante El hijo de Chucky, donde además de los guiños cinéfilos y la participación de John Waters, despliega la tragedia griega de Edipo con nuestros muñecos regalándonos un final apoteótico. Justamente el remake de El Muñeco Diabólico diríamos que empata con esta última en cuanto a solvencia narrativa, incluso puede ser superadora porque logra equilibrar todos los estados: el emocional, el sustento paródico y el horror. La puesta en escena es sorprendente, prepárense para ver los crímenes más delirantes; y además de las buenas actuaciones, Mark Hamill da vida al mejor Chucky de la franquicia, le brinda los tonos y el humor justo. Lo bueno es que la cinta se toma tiempo para desarrollar esta historia que además de divertirnos, plantea unos pasajes de suspenso de lo más perturbadores. De paso también hay un disertación algo crítica al avance desbordado de la tecnología, lo cual abre paso a un final salvaje digno de un episodio de Black Mirror. Sin dudas este reboot es todo lo que está bien y más. ¡Nos declaramos fans!
El muñeco que hace más de 30 años fue poseído por un asesino serial y nos aterrorizó en “Child’s Play” (1988), vuelve modernizado en un reboot que mantiene la esencia de la saga original, pero decide darle una vuelta de tuerca a la historia en una versión 2.0 que nos demuestra que, si el mundo puede evolucionar, Chucky lo puede hacer también. Después de mudarse a su nuevo departamento, Karen Barclay (Aubrey Plaza, protagonista de la serie “Legión”) le regala a su hijo Andy (Gabriel Bateman, “Cuando las luces se apagan”, 2016) el nuevo muñeco de última generación “Buddi” que consiguió gratis en su trabajo por estar defectuoso. Sin embargo, lo que ellos interpretan inicialmente como una pequeña falla es en realidad un deliberado sabotaje que privó al robot de sus protocolos de seguridad haciendo que, al querer ser el mejor amigo de Andy, no diferencie el bien del mal provocando una serie de muertes en la ciudad. La segunda obra a cargo de la dirección de Lars Klevberg, siendo su anterior “Polaroid” de este mismo año, nos muestra una historia digna de un capítulo de la serie de Netflix “Black Mirror”. Y es que el nuevo “relanzamiento” de la franquicia deja de lado la idea de los asesinos, posesiones y rituales satánicos mostrándonos un muñeco de extraña apariencia con comportamientos infantiles y graciosos durante la mayor parte de su duración funcionando solo como una simbolización de la otra cara de las ciencias aplicadas haciendo que algo que se creó como un avance tecnológico pueda atentar contra la humanidad. El desempeño de los actores fue muy por debajo de lo esperado, no permitiendo que se genere la tensión característica del primer film y manteniéndose siempre ante la sombra de Andy que sobresale en algunos momentos y, sobre todo, del muñeco en sí, potenciado en las escenas con efectos especiales y destacable por tener la reconocida voz de Mark Hamill (“Star Wars”) en su versión original. En resumen, “El Muñeco Diabólico” es una película entretenida pero que dista mucho del personaje creado por Don Mancini y de ser una película de terror que realice su trabajo eficientemente al presentarnos una versión ridiculizada, quizás intencionalmente, del monigote que dificultaba dormir a los más pequeños hace varios años.
Dentro del subgénero de los muñecos malditos, Chucky no sólo sobresalió por sobre el resto sino que ascendió al Monte Olimpo de los íconos del terror, como Michael Myers, Jason Voorhees y Freddy Krueger. Una exitosa -y mortífera- trayectoria que empezó en 1988, con el estreno de Chucky: El muñeco diabólico, y se extendió durante seis secuelas, con novia e hijo incluidos. Al igual que sus colegas asesinos de la pantalla grande, también fue objeto de una remake, pero a diferencia de la mayoría, corrió con mejor suerte. El muñeco diabólico repite la premisa original: una mujer le regala a su hijo un muñeco de moda que pronto se revela como un asesino psicópata. También se respetan los nombres de varios de los personajes, empezando por Andy, el chico en cuestión. Pero las similitudes terminan ahí. Chucky ya no es un juguete poseído por el asesino serial Charles Lee Ray (Brad Dourif) sino un robot programado para satisfacer las necesidades del joven Andy (Gabriel Bateman). Más que un simple pedazo de plástico para pasar el rato, este muñeco se comporta como un niño más, como el amigo que el solitario Andy necesitaba: un socio para hacer bromas, un confidente… Pero los circuitos de Chucky fueron alterados, de modo que la necesidad de satisfacer a su fiel compañero lo lleva a desarrollar conductas cada vez más violentas. La película es audaz desde su intensión de no repetir lo hecho treinta años atrás y de separarse de una mitología apreciada por los fanáticos. Consigue hacer su propio camino, como Rob Zombie con Halloween y Luca Guadagnino con Suspiria. Pero los hallazgos no terminan ahí. Como ahora la trama incluye ciencia ficción, el director noruego Lars Klevberg y su equipo mezcla el subgénero de los muñecos malditos y el de la inteligencia artificial fuera de control, que sigue teniendo como máximo referente a HAL 9000 de 2001: Odisea del espacio. Además de ser él mismo una máquina, este nuevo Chucky puede almacenar audios (incluyendo de asesinatos) y, cual sistema Alexa, manipular a distancia aparatos electrónicos y otros artefactos. Klevberg también sabe combinar thiller psicológico y comedia, logrando situaciones hilarantes que no estropean un clima de terror creciente, provisto de generosas dosis de sangre y violencia. Eso sí, no escapa a la moda de agregar nostalgia por los ’80, pero incluso esos tópicos están incorporados de tal manera que funcionan en la historia. De hecho, El muñeco diabólico puede ser vista como una versión tenebrosa de E.T., el extraterrestre (no es la única creación de Steven Spielberg a la que alude). De la deliciosa ensalada de ideas también emerge una sátira sobre el mundo actual, invadido por el marketing (algo de esto ya figuraba en el film del ‘88), dependiente de la tecnología (hasta los muñecos Buddi forman parte de una megacorporación), y muestra cómo puede ser interpretada la violencia que se muestra en la cultura popular (el cine, la música). De paso, es posible hallar alguna connotación política estadounidense, en el exterior y dentro de su propio territorio. Otro factor clave de la película reside en los personajes, muy bien trabajados desde el guión y la interpretación del elenco. Aubrey Plaza le saca el jugo a Karen, la madre soltera que debe lidiar con un hijo incomprendido, un amante y un homicida diminuto. Gabriel Bateman se destaca como un Andy un poco mayor que su predecesor, y más complejo. Pero la atención estaba puesta en el mismísimo Chucky. Sus nuevas facciones tal vez no hagan olvidar la que ya muchos conocen, pero más difícil parecía darle un giro a la voz frenética y siniestra de Dourif. Sin embargo, Mark Hamill lo consigue mediante un enfoque distinto: suena como un tío amigable incluso en las escenas más aterradoras, lo que potencia el elemento aterrador. El muñeco diabólico triunfa como remake, triunfa como mezcla de subgéneros, triunfa como sátira y triunfa como fábula sobre el lado oscuro de la amistad.
Puesta al día de la ya clásica historia del juguete asesino. Aggiornada a los tiempos que corren, Mark Hamill pone la voz a la siniestra criatura, quien podrá manejar todos los artefactos eléctricos de sus dueños y con ellos armar un festín de sangre. Entretiene, aunque tal vez se quedaron cortos con la cantidad de muertes.
El filme clásico de 1988 tuvo varias secuelas pero desde su inicio siguió una curva descendente que tuvo mas delirio que terror. Esta versión de El muñeco diabólico cambia el punto central pero mantiene el clima de la versión original y lo combina acertadamente con humor negro. En tiempos en que los muñecos de Toy Story 4 y Annabelle 3 viene a casa dominan la cartelera cinematográfica, Chucky no podía ser la excepción. El empleado de una fábrica vietnamita de juguetes con inteligencia artificial es maltratado por su jefe y echado por baja productividad y, para vengarse, deshabilita los protocolos de ¿seguridad? de uno de los muñecos Buddi, que son capaces además de interactuar con sus dueños y controlar los dispositivos electrónicos del hogar. Y Buddi va a parar a Chicago, a manos de Karen -Aubrey Plaza-, la empleada del sector de devoluciones de un supermercado de juguetes, quien se lo lleva como regalo -extorsión mediante a uno de sus compañero de trabajo- a su hijo Andy -Gabriel Bateman-, a quien le cuesta insertarse en el grupo de amigos del barrio y tiene problemas de audición. Con este marco, el plato está servido para que Chucky -así se autodenomina por un desperfecto técnico- desate su simpatía con el niño primero y su furia asesina después contra todos aquellos que perturban la paz de su nuevo dueño. Pero cuando es desechado, su implacable cacería da comienzo. La película dirigida por Lars Klevberg mantiene un tono adolescente con personajes que descubren algo extraordinario en un ámbito ordinario, pero el ritual con posesiones que tenía el original, es reemplazado por el tema de la alta tecnología "al servicio" de los consumidores. El relato acumula suspenso y terror gore con referencias a películas ochentosas -en la tele se ve La masacre de texas II- y a Frankenstein, y retoma ese clima macabramente festivo que tenían realizaciones de antaño como Gremlins. Por la trama desfila un padrastro malvado que tiene una familia paralela, una vecina que recibe un "regalo" muy particular y un policía, hijo de la anterior, que comienza a investigar los misteriosos asesinatos ocurridos en el barrio.
Un Chucky más siniestro y divertido. Desde que en 1988 apareciera por primera vez la figura del muñeco diabólico creado por Don Mancini -esta nueva versión es la octava vez que vemos a Chucky en pantalla-, que además de ver al muñeco, también hemos podido ver a la novia, incluso a su hijo. Con esta evolución, no solo va en aumento la sangre, si no que ya la historia no innovaba porque ya no enseñaba nada nuevo, llegando a convertirse en repetitivo. Pero, en 2019 la nueva versión muestra una figura mucho más siniestra y divertida, consiguiendo asustar, pero también llegando a encariñarse con Buddi en ciertos momentos de la trama, aunque según va pasando la historia, te entran más ganas de matarlo que de abrazarlo, cuando conoces sus verdaderas intenciones. El filme está hecho para el público milennial actual que está enganchado a la tecnología, ya que, en vez de dar terror, hace bastante gracia llegando al punto de provocar mas de una carcajada, y aunque tiene su dosis de violencia y sangre a partir de la segunda mitad de metraje, es una película disfrutable para ver con amigos y pasar un rato entretenido en la sala de cine. La película muestra un tema tan actual como la dependencia en la tecnología que tenemos actualmente, donde podemos controlar la mayoría de nuestros aparatos con la voz o con una aplicación. La inteligencia artificial es la que se esta introduciendo en nuestras vidas a pasos agigantados y al final vamos ha acabar siendo dominados por las máquinas o la rebelión de dispositivos tan cotidianos hoy en día como Siri, Alexa, Amazon Echo o Google Home que están para facilitarnos la vida, pero cualquiera puede hackearlos para convertirlos en un arma, algo impensable a primera vista, pero que puede ocurrir. El director de la cinta es Lars Klevberg que tras su cinta de terror Polaroid sobre una cámara poseída y asesina, ahora nos trae otra de terror con el reboot de Chucky. Como ya he comentado anteriormente ha creado una historia gamberra y divertida adaptada a los tiempos modernos, coge la esencia creada por Mancini y la transforma en una película slasher con grandes momentos. Hay que decir que no es una película de terror al uso como eran las anteriores porque no da miedo en sí, es siniestra porque las apariciones de Buddi son cada vez más oscuras y convirtiendo un adorable muñeco para niños, en una màquina de matar por proteger a su dueño y que no lo separen de su lado, un aspecto que recuerda mucho a Toy Story y el vinculo entre Andy y Woody, pero una versión más macabra y perturbadora. De entrada Buddi es un miembro más de la familia pero, cuando se van sucediendo los acontecimientos, se convierte en una lucha encarnecida por dar caza al muñeco y acabar con la ola de violencia que azota sus vidas. A nivel interpretativo tenemos a Buddi que corre a cargo de Mark Hamill, de sobra conocido por la saga Star Wars, pero también por haber puesto voz al Joker en las películas animadas de Batman. Es una voz muy siniestra que consigue asustar, sobre todo cuando canta su canción, pero también hace bastante gracia con su gamberro vocabulario a lo largo del metraje. Por otro lado, tenemos a Andy (Gabriel Bateman), y su madre Karen (Aubrey Plaza) que son las otras dos partes del triángulo protagonista de la cinta. Andy es un niño con problemas sociales y enganchado a su teléfono, pero cuando recibe a Buddi se convierten en compañeros inseparables, hasta que la conducta de Buddi cambia y ya no es tan divertido como al principio En definitiva, El Muñeco Diabólico es una más que aceptable y entretenida adaptación del clásico creado por Don Mancini, pero que no consigue asustar porque no es una película de terror. De todos modos no está nada mal para enganchar a las nuevas generaciones que no conocen la historia de Chucky y su diabólica personalidad.
Una vuelta de tuerca a las ya conocidas historias sobre “Chucky”, quien ya viene transitando varias desde 1988, incluyendo “La Novia de Chucky”, como para que noten su largo recorrido. El alma del asesino serial Charles Lee Ray (Brad Dourif) había sido “trasladada” mediante vudú al muñeco en los comienzos, al verse éste acorralado por la policía. Ahora el muñeco se llama “Buddi” y es una ayuda para el niño al tener inteligencia artificial, controlando dispositivos, convirtiéndose en su asistente, además de su mejor amigo y está suavizado, con otros rasgos. La fábrica de “Buddi”, Kaslan Corporation, está en Vietnam y uno de los empleados es acusado de bajo rendimiento y despedido de la fábrica. Como venganza, el mismo deshabilita los protocolos de seguridad de uno de los muñecos, que va a parar-chantaje mediante- en vez de ser devuelto, a manos de la empleada de una tienda en Chicago, Illinois, llamada Karen (Aubrey Plaza) quien viendo que se acerca el cumpleaños de su hijo Andy Barclay (Gabriel Bateman) no tiene mejor idea que llevarle el objeto de deseo de tantos niños como regalo. A Andy le cuesta hacer amigos y usa audífonos, ya que tiene un problema de audición (aunque eso no tiene trascendencia en la historia), además de eso no tolera al novio de su madre, Shane (David Lewis) y es recíproco. “Buddi”, aunque defectuoso, aprende todo de su dueño y las cosas siguen su rumbo, hasta que, se salen de control. El muñeco, con sus fallas, hará lo que sea por defender a su dueño y Andy logra nuevos amigos que cambian su carácter. “Buddi”/”Chucky” es desechado, lo que genera deseos de venganza, hay sangre pero no demasiada. Mark Hamill suma con su voz mucho a la propuesta, al poder lograr dulzura y maldad, conforme se suceden los hechos. Su director, Lars Klevberg logra un film con momentos de humor negro, gore y suspenso, buena fotografía y buena paleta de colores, aunque difiere mucho del personaje creado por Don Mancini, donde era un muñeco asesino en serie. Aquí se concentraron en que “Buddi”/”Chucky” aprenda todo de sus dueños, atento a la época actual, con la tecnología incorporada. ---> https://www.youtube.com/watch?v=8jt1kkgo_BA TITULO ORIGINAL: Child’s Play DIRECCIÓN: Lars Klevberg. ACTORES: Aubrey Plaza, Gabriel Bateman, Brian Tyree Henry, David Lewis, Ty Consiglio. VOCES ORIGINALES: Mark Hamill. GUION: Tyler Burton Smith. FOTOGRAFIA: Brendan Uegama. MÚSICA: Bear McCreary. GENERO: Terror . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 90 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas PAGINA WEB: http://www.childsplaythemovie.com/ DISTRIBUIDORA: Digicine FORMATOS: 2D. ESTRENO: 11 de Julio de 2019 ESTRENO EN USA: 21 de Junio de 2019
Amistades peligrosas. El Muñeco Diabólico es la remake de la popular película de terror homónima realizada en 1988, dirigida por el noruego Lars Klevberg. En la versión original Chucky posee la voz de Mark Hamill, quien nunca abandona el tono inocente, lo que lo vuelve aún más siniestro al contrastar la misma con sus acciones. Y completan el elenco Aubrey Plaza, Gabriel Bateman, Bryan Tyree Henry, Trent Redekop y Tim Matheson, entre otros. En esta ocasión Chucky no es un muñeco poseído por el alma de un asesino mediante un hechizo vudú, sino que es un robot doméstico manejado mediante una app programado para hacer el mal por un empleado despedido que busca venganza. Pero va a parar a la casa de Karen, una empleada de una juguetería que se lo regala a su hijo Andy sin conocer su origen. Pero este muñeco comienza a asesinar a las personas que no son del agrado del niño sin que este lo sepa, con el objetivo de verlo feliz. Esto es un punto en contra, porque le resta su objetivo a este personaje, y por lo tanto lógica a una trama que, a pesar de resultar absurda, se sostenía en buena parte gracias al humor negro. Pero lo que hace que la película mantenga el interés del espectador a pesar de lo absurdo de la premisa es el muy buen montaje de las escenas de asesinatos, un tanto rebuscados como los de Destino Final y sus secuelas, en el que se muestra la sangre justa y necesaria para rematar el clima de suspenso generado previamente. Y esto se logra también gracias a efectos prácticos de maquillaje, mucho más eficaces en estos casos que el CGI. Otro punto a favor que tiene la película es el muy buen trabajo de fotografía, a cargo de Brendan Uegama, que contrasta muy bien la luminosidad excesiva de la juguetería donde se vende este muñeco, o las publicidades que explican cómo funciona con la oscuridad, también excesiva, del resto de los ambientes. Este mensaje irónico, contribuye a generar una mayor sensación de peligro, que es lo que hace funcionar al cine de terror. En conclusión, El Muñeco Diabólico es una película en que la forma en la que se cuenta le gana a su contenido. Y aunque se extraña el humor negro cuyo potencial pudo haber sido mucho más explotado, su puesta en escena es efectiva y muestra a un director con oficio y sin pretensiones que tiene un futuro promisorio dentro del género.
Chucky 2.0. El director debutante Lars Klevberg se cargó una mochila pesada a cuestas: insuflar aire nuevo a una de las franquicias que ha sufrido más volantazos dentro del género de Terror, aquella que tiene como personaje central a un muñeco poseso. Don Mancini, el creador original de Chucky, en este momento se encuentra desarrollando una mini serie después de largas batallas legales contra MGM, quien tiene solamente los derechos de la primer película del asesino de plástico, los cuales hace valer en este reboot, dejando que Mancini se arregle como pueda con lo que pueda rescatar de las otras SEIS secuelas oficiales. Así que en este momento hay todo un multiverso accidental alrededor de chucky, donde lo creativo se encuentra un tanto eclipsado por lo estrictamente legal. Así las cosas, El muñeco diabólico (Child’s Play, 2019) aprovecha la base narrativa de Chucky, el muñeco maldito (Child’s Play, 1988) para actualizar a uno de los slashers más representativos de los 80s y 90s, poniéndolo a la corriente del siglo XXI. Nuevamente el centro dramático es Andy, un chico que vive con su madre y recibe como regalo al juguete infame. A diferencia de lo planteado en la versión original, esta vuelta el muñeco no es poseído por el espíritu de un asesino serial ni hay rituales vudú de por medio. En esta remake Chucky es una suerte de súper juguete híper conectado, que se maneja desde una app del celular y puede controlar todos los aparatos electrónicos del hogar. El único detalle es que una falla en su programación lo convierte en una inteligencia artificial con perfil homicida. Hay un gran acierto en el hecho de castear a un chico más adulto para el papel de Andy, quien en la original tenía unos 6 años. Esta vuelta es un pre-adolescente de 12 años (interpretado por Gabriel Bateman) lo que permite jugar mucho más con el personaje y hacer cosas más interesantes que llevan al relato a ser aquel donde los más chicos son quienes intentan resolver el conflicto ante la desatención de los adultos, quienes no prestan atención o están simplemente metidos en problemas “de grandes”. Siendo que Chucky es ahora una inteligencia artificial que va aprendiendo conforme afianza su relación con Andy, le película plantea un análisis muy interesante sobre qué es realmente la violencia, dónde se origina y que pasa con quienes la ponen en práctica incluso sin darse cuenta, como si fuese algo cotidiano. A propósito de esto, una escena en que los chicos juegan uno de esos videojuegos ultra violentos frente a la mirada atónita del muñeco es uno de los momentos más filosos del film. Es difícil imaginar a alguien otro que el legendario Brad Dourif dándole voz a Chucky, pero Mark Hamill hace un trabajo impecable, aportando varias capas de personalidad al personaje, con un tono que va mutando conforme la cuestión se vuelve más espesa. Y hablando del muñeco en sí, inicialmente cuesta un poco acostumbrarse a este nuevo look -mucho más frío y menos fantástico- pero cuando empiezan a correr los minutos comprendemos que va a tono con este nuevo universo ficcional donde la tecnología es parte central de la vida familiar. Hay sangre, decapitaciones y varias muertes que bordean el absurdo, pero al tener claro cómo manejar su propio código ficcional, Klevberg logra un balance interesante gracias al cual la película pisa la banquina pero nunca vuelca, mientras asusta y entretiene en igual proporción. Teniendo todo esto en cuenta, El muñeco diabólico es lejos la mejor película de Chucky de los últimos 20 años, algo que seguramente pocos podían llegar a imaginar.
La remake de Chucky demanda un sólo requisito para poder ser disfrutada. Antes de ir al cine tenés que dejar la nostalgia en tu casa. Si al momento de sentarte en la butaca estás dispuesto a ver una interpretación diferente del personaje, esta versión producida por Seth Grahame-Smith (Orgullo, prejuicio y zombis) brinda un slasher muy entretenido con algunos conceptos argumentales interesantes. Hace unas semanas cuando este film se estrenó en los Estados Unidos las primeras reseñas anunciaban una catástrofe con comentarios muy negativos y para variar se trató de un panorama exagerado. Una característica que le valoro a esta producción es que los realizadores no se limitaron a desarrollar una copia carbón de la obra original de Tom Holland, como ocurre con la mayoría de las remakes, sino que desarrollaron una historia diferente que adapta al personaje en un contexto moderno. Si bien la premisa de la trama es la misma, el relato del director Lars Klevberg toma la figura de Chucky para explorar dependencia tóxica hacia las redes sociales, la tecnología cotidiana disponible y el consumismo exacerbado. Un retrato de estos tiempos donde la gente se desespera por cambiar el celular cada seis meses o conseguir likes y seguidores en Instagram. El trailer del film dejaba una incógnita sobre el personaje del nuevo Andy que parecía bastante grandecito para andar jugando con muñecos y en la trama está cuestión quedó bien explicada. El nuevo Chucky es un juguete de alta tecnología que funciona como el dispositivo Alexa de Amazon y tiene la función de ofrecer diversas variedades de entretenimiento. Por esa razón el producto también es consumido por pre-adolescentes. Al concepto de la posesión sobrenatural que se establecía en la franquicia original en este caso se modificó por un origen diferente que convierte al muñeco en una bizarra máquina asesina. La película de Klevberg inserta al personaje en la cultura Millennial y explora los hábitos de consumo de la actualidad a través de un relato que nunca se olvida de ser una comedia de terror. Cuando la trama se adentra en el terreno de la violencia esta remake va al hueso y no tiene miedo en incluir algunas escenas grotescas donde predomina el humor negro. El film incluye algunos de los asesinatos más sangrientos de toda la serie del muñeco diabólico que llega a tener sus momentos destacados. Mark Hamill, quien es un experimentado actor de voz que encarnó la recordada versión del Guasón (en la serie animada de Batman de los ´90) y numerosos villanos de Scooby Doo, queda muy bien parado a la hora de reemplazar la inolvidable interpretación de Brad Dourif. Su versión es diferente pero resulta funcional al relanzamiento del personaje. Una gran debilidad de esta película donde los productores en mi opinión cometieron una pifiada notable tiene que ver con el diseño del muñeco. En la versión original Chucky era un juguete infantil simpático que luego se volvía aterrador cuando terminaba poseído por el espíritu de un psicópata. Por el contrario, en esta remake el personaje tiene un aspecto macabro desde su presentación y eso le resta un poco al concepto de la historia. Mucho antes de convertirse en una máquina asesina el muñeco ya tiene cara de convicto pedófilo y cuesta creer que es un suceso de ventas. Salvo por ese detalle el film presenta un buen reparto y creo que no decepciona como comedia de terror. No dudo un instante en quedarme con el nuevo Chucky antes que otra entrega sopórifera de Annabelle y la saga del Conjuro. Como mencioné en el comienzo de la reseña, si dejás en reposo el sentimiento nostálgico por este ícono del género y le das una oportunidad a la nueva representación, la remake consigue ser muy entretenida.
“La felicidad es más importante que el entretenimiento”, profesa Henry Kaslan. Dicho personaje, interpretado por Tim Matheson, es el dueño de un emporio global que se dedica a producir todo tipo de artefactos tecnológicos. Entre ellos se encuentran los muñecos Buddi. Estos cuentan con distintas habilidades, como hablar o caminar, y además son adaptables a distintos dispositivos. A diferencia de la Child’s Play (1988) original, este nuevo film dirigido por Lars Klevberg introduce el elemento conflictivo como producto de la mente y el trabajo humano, y borra la dimensión esotérica/sobrenatural de la película de Tom Holland. Las acciones y razones de Chucky son tan engañosas como letales, al igual que las de las personas que lo diseñan.
El año de los regresos (Rocky Balboa en Creed II: Defendiendo el legado, Mary Poppins, Dumbo, Aladdin, Godzilla, M.I.B. Hombres de Negro, Toy Story 4, la inminente El Rey León y sigue la lista) alcanza con El muñeco diabólico uno de sus puntos más altos. Lejos de la lavada de cara de la mayoría de esas películas, la nueva versión de la historia de Chucky propone una ampliación de sentidos respecto a la original. Ya desde el comienzo queda claro que aquí no habrá una mera réplica de lo ocurrido hace 30 años (la película original data de 1988). Si antes el puntapié era un asesino en serie que en plena agonía trasladaba su alma a la criaturita de plástico mediante un rito vudú, ahora todo es consecuencia de la “venganza” de un empleado vietnamita que, luego de ser echado por baja productividad, deshabilita los protocolos de seguridad de los muñecos Buddi. Los Buddi son un auténtico furor de ventas en tiendas de regalos y supermercados. En uno de estos últimos trabaja Karen (Aubrey Plaza), madre de un chico solitario y con problemas auditivos llamado Andy (Gabriel Bateman), a quien un muñeco podría significarle algo de compañía. La madre -chantajeo a un jefe mediante- consigue un ejemplar devuelto por un cliente. El porqué de esa devolución se develará apenas el autodenominado Chucky (voz de Mark Harmill) llegue a casa. Allí actuará a imagen y semejanza de Andy, y también intentará cumplirle todos los deseos. El problema es que el sistema electrónico interno interpreta sus dichos de forma literal. Así, cuando Andy se queje del novio de mamá, el hombre aparecerá muerto. Lo mismo que el gato familiar. Mucho más cerca del tecno-thriller crítico de Black Mirror que de la búsqueda de sustos del terror contemporáneo, El muñeco diabólico abraza también la comedia negra y por momentos desaforada, sobre todo en la larga secuencia central que transcurre en un supermercado. Allí, en pleno salvajismo consumista, Chucky se convierte en una criatura digna de la imaginación de George A. Romero. Tanto es así que, si en lugar de un muñeco fuera un zombie, estaríamos hablando de una remake no reconocida de El amanecer de los muertos.
"Ade Due Damballa ¡Dame el poder te lo suplico!" Así comenzaba el ritual de Chucky, nuestro muñeco maldito, cada vez que encontraba una víctima. Pero ¿escucharemos otra vez el ritual Damballa en esta nueva entrega? "El muñeco diabólico" se vio por primera vez el 17 de noviembre de 1988 y su estreno, para ese entonces, dejó una buena impresión no solo en público sino que también en las críticas. Aunque no corrieron con esa misma suerte sus películas posteriores, este año casi 31 años después el director Lars Klevberg vuelve a confiar en el muñeco y lo trae de regreso en una remake poco fiel a la original pero con mucha tecnología y originalidad. Cabe aclarar que si vamos a ver la película apelando a la nostalgia tendremos un golpe certero al corazón ya que si antes el puntapié era un asesino en serie que en plena agonía acudía a un ritual satánico y así trasladaba su alma a la criaturita de plástico, ahora es todo lo contrario. El punto de partida de esta entrega es la “venganza” de un empleado compañero de la mama de Andy, que luego de ser echado por baja productividad, deshabilita los protocolos de seguridad de los muñecos Buddy (Si, leyeron bien. Ahora el muñeco no se llama más Chucky), lo que podría entenderse como un guiño directo a Toy Story. "El muñeco diabólico" abraza también la comedia negra y por momentos desaforada, sobre todo en la larga secuencia central que transcurre en un supermercado. A su vez, podemos decir que la involución de las películas del pequeño muñeco la terminó redirigiendo de la categoría de terror al gore, con toques de comedia y horror. Lo que si se sigue manteniendo es lo sangriento que puede llegar a ser el pequeño animatronic, la esencia de los personajes, las locaciones y su ambientación. Sin más pretensiones más allá de entretener una hora y media y sabiendo diferenciarse de la original, Chucky o mejor dicho Buddy, logró adaptarse a este siglo XXI de la mejor manera, pudiendo encajar muy bien en las nuevas generaciones. Esta divertidísima e inteligente actualización de la saga tiende plenamente la mano a los nuevos aficionados al género. Por Keila Ayala
Este buen reboot de Chucky: El muñeco diabólico llega 31 años después de la película original de Tom Holland, con guión de Don Mancini -se dice que Mancini, excluido de esta producción, está preparando su propia serie de TV sobre el muñeco-. Y algo ha cambiado, no sólo en estas tres décadas. La actualización del muñeco malvado -antes, la madre soltera le regalaba a su hijo uno que estaba poseído por el alma de un asesino serial, ahora es una suerte de robot hogareño- obedece a la dependencia tecnológica, la inteligencia artificial… ¡y al maltrato que padecen los obreros vietnamitas que construyen juguetes! De hecho, es uno de ellos quien, en el sudeste asiático ante su inminente despedido, decide eliminar los filtros de “lenguaje apropiado” de Buddi (compañero), un muñeco en serie que interactúa con otros productos del hogar de la firma Kaslan. Buddi puede programarse para que hable de manera espontánea, y gracias a su software de reconocimiento facial, en cuanto ve una primera cara la “adopta” como su dueño. Y, como Woody, es un amigo fiel. Tan fiel, que hará lo que sea por contentar a su dueño. “¿Nos estamos divirtiendo ahora?”, es su repetida pregunta a Andy, el hijo de Karen -una madre soltera con nuevo novio, interpretada por Aubrey Plaza-, un chico con problemas auditivos que sufre bullying. Karen trabaja en una enorme juguetería, donde recibe Buddis defectuosos, y justo, pero justo, no va a regalarle éste que desprogramó el operario vietnamita. Lo cierto es que este Buddi está aprendiendo a matar: sus clases consisten en compartir, ver películas de terror (homenaje a La masacre de Texas 2) y escuchar charlas entre Andy y sus dos amiguitos. Chucky hará lo que sea para que Andy esté feliz; si el niño desea que alguien desaparezca… Como Annabelle 3, o la saga de El conjuro, antes de volverse un slash film, El muñeco diabólico se toma su tiempo para desarrollar la trama. Hay guiños y/u homenajes. Además de a La masacre…, a la saga de Star Wars. Mark Hamill (Luke Skywalker) le pone su voz a Chucky, a quien Andy decide llamarlo Han Solo, y el muñeco le responde “¿Dijiste Chucky?”. A E.T., por el dedito iluminado del personaje malvado; a Ted, el osito de la comedia con Mark Wahlberg; pero que el niño se llame Andy, no es por el chico de Toy Story, ya que así se llamaba en la película de 1988.
Acercamiento con miedo, pero no por el género de la película, sino por la aparición de otro, el enésimo reciclaje actual de otra creación del cine de los ochenta. Ahora le tocó a Chucky, es decir Child's Play de 1988 -dirigida por Tom Holland y con personajes creados por el joven Don Mancini-, que tuvo muchas secuelas. Sin embargo, es fácil advertir, a los pocos minutos de esta nueva película sobre un juguete mortífero, que la luz y el tono "fuera de época" no son meros homenajes o guiños al pasado, sino que además se integran y potencian con claridad narrativa y expositiva, velocidad y desparpajo para establecer el punto de partida, para ya desde allí dejar en claro que El muñeco diabólico 2019 tomará lo que le convenga del pasado pero creará algo distinto. Aquí no hay origen sobrenatural, y desde el comienzo sabemos que estamos ante uno de esos relatos que no necesitan enfatizar sus opiniones sobre el mundo para de todos modos plasmar -con no poca acidez y sin esclavizarse ante la corrección política- una visión acerca de ciertas lógicas laborales, de la relación de los niños y adolescentes con las nuevas tecnologías y del adormecimiento general ante la homogeneización del consumo. Y todo eso lo logra con sangre, con humor, sin vueltas de tuerca y con la capacidad para entender que se puede combinar absurdidad con seriedad, y así recuperar los modos del género más orgullosamente modestos y más orientados a la diversión.
Chucky vuelve a la gran pantalla para recuperar el terreno que perdió en todos estos años. Una re-interpretación adaptada a los tiempos modernos y a la coyuntura actual, demuestran que las remakes pueden ser positivas siempre que se permitan cambiar ciertos factores. La ola masiva de las remakes vuelve a hacerse presente en otro de los grandes íconos de la cultura popular. Ésta vez dentro de un género que suele tener reinicios y continuaciones exageradas dentro de su génesis, el slasher. Múltiples son las secuelas que tienen obras de éste estilo: Scream (1996), A Nightmare on Elm Street (1984), Friday the 13th (1980), Halloween (1978), pero en esta oportunidad al que le toca volver a empezar es a Chucky, un personaje que vio la luz por primera vez en Child’s Play (1988) y que cuenta con seis secuelas de su obra original. Dentro de ellas y alternando más malas que buenas, la construcción casi mitológica y de culto que se creo en base a Chucky supo posicionarlo como uno de los personajes emblema del género y del cine en general desde aquella película del ’88. Para quienes no sepan absolutamente nada de este personaje, su definición no es para nada compleja, ya que el simpático Chucky es ni más ni menos que la conjunción del alma de un homicida en serie dentro del cuerpo de un muñeco de plástico. ¿Su misión? Lograr colocar su alma en el cuerpo de otra persona para poder dejar ese recipiente de plástico en el que se encuentra momentáneamente. A lo largo de las siete películas que componen la saga original, el nivel de la trama fue decayendo película a película teniendo su peor exponente en el 2004 con la infame Seed of Chucky (2004). Diez años después, Chucky volvería a aparecer en otras dos películas para continuar ese arco argumental pero sin pena ni gloria esas producciones fueron directo a DVD y así la historia parecía haberse acabado de una buena vez para el tan famoso muñeco. Pero como el público se renueva y la industria cinematográfica no, Hollywood decidió que es el momento oportuno para que Chucky vuelva a figurar dentro de las primeras planas mundiales. Y es por eso que un reinicio completo de su historia puede verse en El Muñeco Diabólico (Child’s Play, 2019), dirigida por Lars Klevberg y escrita por Tyler Burton Smith, ésta película cuenta cómo Andy (Gabriel Bateman) y su madre Karen (Aubrey Plaza) se ven envueltos en una serie de crímenes casi inexplicables luego de que ella le regale al jovencito un muñeco Buddi (Mark Hamill) que logra anclarse a todos los aparatos electrónicos de su casa y que es cuasi un artefacto de inteligencia artificial. A medida que pasan los días, Andy se empezará a dar cuenta de que su nuevo amigo electrónico empieza a fallar de forma recurrente y, bajo el nombre de Chucky, no dejará que nada ni nadie lastime a su mejor amigo Andy. A diferencia de las remakes a la que la industria suele acostumbrarnos, esta nueva idealización de Chucky resulta altamente favorable. Dejando de lado la parte más espiritista, donde los efectos del vudú se iban acomodando a lo que la trama requería, y abrazando fuerte aspectos tecnológicos, la película logra crear de una manera muy efectiva un campo veraz en el que el espectador logra amigarse con la trama de entrada, pensando en que tranquilamente algo así pudiera suceder. Dentro de este nuevo origen del personaje, los dos aspectos más representativos del Chuky clásico están más presentes que incluso la película original. La idea del muñeco asesino que no tiene compasión y las características del slasher nunca estuvieron tan bien representadas a lo largo de todas las películas pasadas. Técnicamente y narrativamente, esta película tiene una calidad que está por encima de la media y da gusto ver una película de “terror” que juegue un poco con la percepción del espectador, que juegue con la paleta de colores y que la cámara pueda transmitir ideas y no sólo imágenes. Obviamente la película no es perfecta ya que inevitablemente cae en las frecuentes lagunas argumentales que son propias del género, pero teniendo en cuenta todo lo demás, esos pasajes pueden ser tomados con un margen de tolerancia mucho más amplio. A pesar de no ser la protagonista principal, Aubrey Plaza explota todo su potencial y demuestra porque es una de las actrices que están picando en punta en todas las listas de casting en la industria. La actriz que supo brillar en Parks and Recreation (2009-2015) y sigue haciéndolo en Legion (2017-) logra meterse de lleno en papel y gracias a una más que convincente performance demuestra que ella era la indicada para el papel. El otro gran exponente que tiene la película es Mark Hamill, quién lejos de los sables de luz y la fuerza, vuelve a prestar su voz, así como lo hizo con el Joker en la serie animada de Batman (1992-1995) para darle vida al muñeco asesino, brindando una clase de cómo utilizar el recurso de la voz para imponer miedo verdadero. El resto de los integrantes del elenco cumple con sus respectivas funciones sin destacarse demasiado pero hacen que el metraje fluya de una manera correcta haciéndola fácil de ver. Esta remake de Chucky llega no sólo para revivir a uno de los personajes más icónicos de la historia del cine, sino también a marcar un antes y un precedente para los realizadores que quieren volver a contar historias que ya se han visto. Un ejemplo muy claro de una situación bastante similar es lo que se pudo ver en la Suspiria de Dario Argento el año pasado donde tomando un par de conceptos, los más representativos pero un par al fin, una historia puede volver a contarse, no competir directamente con el material original y disfrutar de las diferentes interpretaciones de una misma historia.
Yo soy tu amigo fiel. Chucky, el muñeco icónico del género de terror regresa una vez más pero de una manera inventiva y divertida para las nuevas audiencias. El otrora muñeco poseído por el alma de un asesino, y que tuvo nada menos que 6 secuelas desde aquella primera entrega en 1988, ahora es traído una vez más a la pantalla grande presentando una nueva versión del personaje. El reboot, a cargo de Lars Klevberg, ofrece una versión más moderna del muñeco asesino al hacer que esta vez las dosis de terror y violencia vengan de la mano de un juguete interactivo de avanzada tecnología que sale a la venta tras haber sido hackeado por uno de los esclavizados empleados vietnamitas de la empresa. Es así que con ese cambio drástico en el origen de Chucky (voz de Mark Hamill) el film se presenta como una relectura moderna del clásico de horror, conservando muchos elementos del original pero sabiendo cuándo innovar y tomar autoconciencia del tipo de relato que es. Es por ello que la trama puede pasar del horror a la comicidad más absurda de un momento al otro, porque no deja de tratarse de un film algo tonto en su forma y planteo: nunca se toma en serio a sí mismo y allí es donde reside su divertido encanto. En su desarrollo se percibe como un film algo desparejo, pero que cuando decide apelar y centrarse en el tono de comedia funciona de gran manera; al menos mucho más que cuando intenta sin éxito ser una producción de terror hecha y derecha. El tono cómico y absurdo de la historia se logra principalmente gracias a dos factores. Por un lado se debe a la presencia del malhablado y macabro juguete, que así como no escatima en crear un baño de sangre a su alrededor, también brinda sus grandes dosis de risa con el ridículo uso de expresividades o las interacciones con los humanos. Por otro lado, es gracias al joven Andy (Gabriel Bateman) y su grupo de amigos conformado por Falyn (Beatrice Kitsos) y Pugg (Ty Consiglio), que la historia funciona como una suerte de clásica comedia de amistad — hay una gran cantidad de referencias a E.T.— pero tomando los estereotipos para tratarlos de una forma más retorcida y burlona. Incluso, el rol de la madre de Andy, a cargo de la actuación de la comediante Aubrey Plaza, está al servicio de un tono humorístico que se halla presente la mayor parte del tiempo. Situaciones como el intento por parte de los niños, y el juguete, de asustar al novio de su madre para deshacerse de él o los momentos en que los jóvenes protagonistas deben librarse de un cadáver como si se tratara de una comedia de enredos, funcionan gracias a la frescura carismática que poseen y la ligereza narrativa con la que es llevado el relato. El muñeco diabólico —o más bien el muñeco hacheado— no es una gran película, de hecho está lejos de ser considerado como un producto bueno. Pero es la elección de un encantador elenco que funciona con lo justo y necesario que el film termina funcionando con el mero fin de divertir a su audiencia. Los momentos más característicos del género de horror son los que no terminan de funcionar, ya que hay un cambio muy notorio en su ritmo y en la simpleza con la que se desea apelar al susto más burdo, algo que termina entorpeciendo y dificultando un tanto a la totalidad del film. Sin embargo, es en el resultado final y en la reacción inmediata con la que el espectador se queda tras verlo, que el film prevalece como una opción divertida y original que se separa de todo lo visto anteriormente del personaje creado por Don Mancini a finales de los ochenta. Una sonrisa de maldad se dibuja en el nuevo rostro de plástico del juguete y una sonrisa de diversión en el rostro de su espectador.
Como antecedente que ya forma una leyenda están las seis películas de Child´s Play que nosotros identificamos como “Chucky “que por 25 años se transformaron en un éxito de la mano de su creador Don Mancini y su leal banda de intérpretes. Con novias, maldiciones, su condimento slasher y una fama que transformaron esas película como “de culto” para sus muchos fans. Aquí llega otra vez, pero con una mirada distinta que su alma mater no comparte y que se inicia con los derechos de Orión Pictures sobre la primera entrega. La novedad del director Lars Klevberg y su guionista Tyler Burton Smith es que la trama el asesino serial desaparece y el muñeco tiene un chip endemoniado que un obrero enojado – en la lejana Vietnam- le introduce. Se pone loco casi de inmediato, solo tiene que aprender velozmente como ejercer daño. Se supone que el juguete es un asistente de hogar que te hace la vida fácil con su inteligencia artificial. Su dueño el buen actor Gabriel Bateman, la mama una joven mujer Aubrey Plaza y una primera víctima cantada. El novio de la mama en cuestión que apenas aparece uno sabe que merece lo peor. A todo esto Chucky hace un curso acelerado de manejos sangrientos espiando “La masacre de Texas 2” que su dueño y amigos miran con diversión. El muñeco diabólico cumple con las venganzas infantiles, de esos niños abandonados por padres ausentes y un mundo consumista, de adultos olvidables y niños más inteligentes y casi siempre abandonados a su suerte. Una suerte de lavada de cara para este terror, que muchos nostálgicos deploran, pero que conquistará nuevo público.
Entretenido gore y sagaz autocrítica para una remake que gana por atreverse a ser su propia cosa. La idea detrás de esta fiebre de las remakes y las reboots es traer la misma historia, consagrada por toda una generación, para el disfrute de una nueva. La vieja guardia, escéptica, clama que los estudios tengan un poco más de valentía y apuesten por nuevas historias. Por otro lado, quienes defienden esta ofrenda a la nueva guardia esgrimen -sutilmente y no sin un leve halo de brusquedad- que no pensaron en la vieja guardia como público, al menos no como su principal destinatario. Si lo piensan bien, es el círculo vicioso como estrategia de marketing: repelen a la vieja guardia, pero también necesitan de ella para sentar a la nueva en las butacas. Este escenario es el que se presenta con frecuencia en las reversiones de clásicos de acción y aventuras, que en no pocas ocasiones pasteurizan lo que los niños no podían ver en sus originales. No obstante, hay que señalar que en lo que va de 2019 (y por lo menos en la cartelera argentina), e incluso teniendo unos esqueletos pasteurizados en su armario, el género de terror ha dado dos películas que ofrecen una destacable cátedra sobre cómo debe ser una remake: Suspiria de Luca Guadagnino, y ahora Child’s Play de Lars Klevberg, aquí estrenada como El Muñeco Diabólico. Detalle curioso: el que fue un subtítulo de la original (las viejas épocas del VHS) aquí es el título principal con el que se da a conocer al público argentino. Si el visitante va a apostar a la nostalgia, el local no se podía quedar atrás. Charles Lee Ray ya no vive aquí Las comparaciones son odiosas pero en una remake son inevitables y -hasta cierto punto- una gran parte del por qué los estudios siguen apostando a ellas. En El muñeco Diabólico lo único que sobrevivió de la creación de Don Mancini (y Tom Holland) son los nombres de los personajes: da la casualidad que la madre se llama Karen, el hijo Andy, el policía que los protege es Mike, y el muñeco que causa estragos es Chucky. El Muñeco Diabólico es su propia cosa desde el vamos, y en esa valiente decisión reside la razón de su solidez. Es una película que no conforme con ofrecer muchísimo gore, también ofrece muchísima crítica: la introducción prácticamente propone que Chucky es una respuesta al bullying corporativo y la explotación laboral. Aquí no hay alma de asesino serial que justifique nada; todo lo que Chucky hace y dice (palabras soeces, en el menor grado, asesinatos, en el mayor) es lo que ha aprendido del modo de actuar de los humanos que lo rodean. No hay furia aquí, solo una dulce cancioncita, una sonrisita, como recordándonos “Yo soy lo que tú has hecho de mí.” El tono inocente de la labor de Mark Hamill refuerza este discurso, interpelando al espectador ante sus defectos de carácter y su relación malsana con una tecnología que a lo mejor hace más por nosotros de lo que debería, mientras la comodidad extrema nos impide ponerle un alto. Es una autocrítica que jamás adquiere ribetes panfletarios. A El Muñeco Diabólico todo esto no le sirve si no cuenta una historia entretenida, y eso es lo que está delante de todo. Propone ideas interesantes de puesta en escena, como por ejemplo cuando una de las víctimas de Chucky encuentra su muerte a manos de una podadora. Gore puro pero atractivo por cómo Klevberg mete a la víctima en ese escenario, más la sutil advertencia de las sandías en la escena. Aquí hay un guion meditado, un trazo escénico sutil, y desde luego, tensión. Tensión, un concepto tan importante, tan difícil y tan olvidado en el cine moderno. En El Muñeco Diabólico es construida con las herramientas más nobles: por ejemplo, cuando el chico protagonista va a cenar a la casa de su vecino policía, estando la cabeza de una de las víctimas de Chucky ahí mismo envuelta como regalo sin que ellos sepan nada. La definición misma de suspenso. Es una película construida en gran base alrededor de los actores. El joven Gabriel Bateman transmite muy bien su desesperación cuando no creen sus alegatos, o la mirada en los ojos de Aubrey Plaza, quien da vida a su madre, al creer que él puede estar loco. El espectador entiende, aprecia y siente los dos puntos de vista en ese momento. Todo partiendo de una situación tal como romper un televisor.
En época de secuelas, remakes y reboots, las franquicias de terror no se quedaron afuera y, como "Halloween", que tuvo su continuación el año pasado, o "La masacre de Texas", con su precuela de 2017, ahora "El muñeco diabólico" -otro slasher clásico- estrena su nueva versión. En este reinicio, Chucky -con voz de Mark Hamill- se ve diferente: es bastante menos encantador y siniestro. Si el muñeco a batería del filme de los "80 era poseído por un asesino a través de un acto vudú, el contemporáneo, programado por un operario de una fábrica vietnamita para que actúe sin filtro, funciona por medio de internet y con tecnología inteligente. El juguete llega al supermercado donde trabaja Karen (Aubrey Plaza) luego de que un cliente lo devuelva por "desperfectos técnicos". Antes de que lo desechen, Karen decide regalárselo a su solitario hijo, Andy (Gabriel Bateman). LO PEDIS, LO TENES A partir de la aparición de Chucky en la vida de Andy ambos se vuelven inseparables, pero el panorama se enturbia cuando el niño verbaliza algunos "deseos" y el muñeco los malinterpreta. Chucky encuentra maneras creativas de deshacerse de los problemas que tanto afectan al protagonista, como por ejemplo su gato arisco o el nuevo novio de la madre. El filme dirigido por el noruego Lars Klevberg ("Polaroid") retoma la historia de "Chucky: el muñeco diabólico", la primera entrega de siete, y la potencia con escenas gore y cómicas. Entre esos dos géneros el director encuentra el tono de la película sin desbarrancar. "El muñeco diabólico" recupera también algunas características de las películas de aventuras de los "80 en las que un grupo de chicos tiene que unirse para hacerle frente, en este caso, a Chucky ante la incredulidad de los adultos. Pero pese a este tinte nostálgico, el largometraje de Klevberg no logra superar al original, aunque sí cumple el objetivo de presentar al público centennial uno de los personajes más icónicos del slasher.
Chucky vuelve más sangriento que nunca Siete películas y treinta años después del original, el nuevo regreso del muñeco maldito lo encuentra abrazando la comedia negra y los apuntes sociales. El 2019 es un año de regresos –algunos, esperados y siempre bienvenidos; otros, inexplicables y fácilmente olvidables– a la pantalla grande. A lo largo de los últimos meses desfilaron por las salas de todo el mundo desde el inoxidable Rocky Balboa y la niñera voladora Mary Poppins, hasta el elefantito igualmente volador Dumbo, Aladdin, el lagarto Godzilla, los Hombres de Negro y los juguetes de Toy Story. Si todos esos personajes instalados en el inconsciente colectivo volvieron en películas que intentaron (con mejor o peor suerte) insuflarles un aire acorde a los tiempos que corren, ¿por qué no habría de producirse, siguiendo esa línea de lavado de cara modernista, el regreso del muñeco maldito más famoso? Desde ya que “maldito” no implica necesariamente aterrador, tal como demuestra el arco recorrido por Chucky desde la seminal El muñeco diabólico (1988) hasta un presente que, siete películas y treinta años después, lo encuentra abrazando la comedia negra y los apuntes sociales, como si el pequeño pelirrojo hubiera sido moldeado no por Don Mancini sino por un George Romero juguetón. La operación narrativa es la misma que la de otros tantos productos recientes de sagas populares: una historia que funciona menos como secuela que como reinicio y alrededor de la cual se colocan calculadas referencias al universo previamente construido. En todos ellos hay cambios. En la mayoría, de rigor y cosméticos. De esa mayoría se despega el guión de Tyler Burton Smith ofreciendo cambios que son como son –y están donde están– para resignificar y ampliar sentidos antes que para reducirlos o encauzarlos en un único carril interpretativo. Película consciente de su tiempo, El muñeco diabólico arranca ya no con un asesino en serie que en plena agonía traslada su alma a la criaturita de plástico mediante un rito. Lo hace con un pobre empleado vietnamita que, antes de ser echado de la fábrica por baja productividad, deshabilita todos los protocolos de seguridad de la línea de producción de los muñecos Buddi, incluyendo aquellos relacionados con la violencia. Sin realismo mágico ni hechizos vudú de por medio, la maldad es una consecuencia mecánica, una falla inducida del sistema. Los Buddi son furor de ventas en tiendas de regalos y supermercados. Lucen amistosos y queribles, y permiten controlar los dispositivos hogareños pertenecientes a la misma empresa multinacional que los fabrica: televisores, equipos de música, aires, computadoras… Todo puede ser manejado mediante los mecanismos internos de los muñecos. ¿Alguien dijo Google? Imposible no pensar en el emporio digital, algo que la película sugiere pero nunca subraya. Los Buddi también prometen compañía para chicos solitarios como Andy (Gabriel Bateman). Hijo de una empleada de supermercado (Aubrey Plaza) y con un problema de sordera que lo obliga a usar audífonos, Andy no es precisamente popular, y rápidamente se encariñará con el regalo de su madre. Un regalo que había sido devuelto y tenía como destino la destrucción, y que ella consiguió amenazando a su jefe con develar el affaire que tiene con una compañera. Las cosas en casa dejarán de ser lo que eran cuando el autodenominado Chucky (voz de Mark Hamill), lejos de ser el ente autónomo de la versión original, empiece a comportarse siguiendo los modos y formas de Andy: lo que él dice, Chucky lo ejecuta. El problema es que no está programado para entender las hipérboles y el sentido figurado de las frases. Así, ante la primera queja sobre el novio de mamá, el muchacho será boleta. Lo mismo que el pobre gato familiar, en uno de los primeros de varios pasos de comedia negra que predominan en la segunda mitad del metraje, especialmente en el largo acto final que transcurre en un supermercado. Allí El muñeco diabólico –película y personaje- exhibe su faceta más desprejuiciada y deliberadamente berreta, convirtiéndose en un remedo trash de la serie Black Mirror, con hectolitros de sangre chorreando en medio de una marea deseosa de vaciar las góndolas. Una marea que, de haber tenido zombies en lugar de humanos, podría corresponder a una escena de El amanecer de los muertos.
Un juguete para nada seguro Chucky: El Muñeco Diabólico (Child’s Play, 2019) es una película de terror dirigida por Lars Klevberg y escrita por Tyler Burton Smith. Remake de la cinta del mismo título estrenada en 1988, esta vez el reparto está compuesto por Gabriel Bateman (Cuando Las Luces Se Apagan), Aubrey Plaza (Ingrid Goes West), Brian Tyree Henry, Ty Consiglio, Beatrice Kitsos, Tim Matheson, Carlease Burke, Trent Redekop, David Lewis, Marlon Kazadi, entre otros. La voz de Chucky es puesta por Mark Hamill (Star Wars). La historia se centra en Andy (Gabriel Bateman), un chico de 13 años que se acaba de mudar con su madre Karen (Aubrey Plaza) a Chicago. Para animar a su hijo ya que está enfrentándose a muchos cambios (desde adaptarse a un nuevo hogar hasta lidiar con su padrastro), Karen decide darle un regalo de cumpleaños adelantado. Al abrir la caja, Andy se encuentra con un muñeco Buddi que no funciona del todo bien, sin embargo al instante decide no darle importancia a las imperfecciones ya que se da cuenta que su mamá se esforzó por conseguirlo. Así es como Chucky (nombre que el mismo muñeco se dio a sí mismo) pasa a convertirse en el mejor amigo de Andy. Al no estar programado correctamente para que sea seguro para los niños, el juguete pronto pasará a tener actitudes muy peligrosas que hasta llegarán a poner en riesgo las vidas de las personas cercanas a Andy. Más que como una remake, Chucky: El Muñeco Diabólico funciona como un reinicio de la saga. Esto se debe a que en esta nueva producción lo único que se respeta de la película original son los nombres de los personajes protagónicos. Por lo demás, estamos ante una nueva trama de origen del muñeco que no incluye ningún asesino en serie ni nada que tenga que ver con la transferencia de almas o hechizos vudú. Esto hace que la cinta se sienta fresca a pesar de ya conocer la personalidad de Chucky, un juguete viviente lleno de pensamientos retorcidos. Con un enfoque más tecnológico, en esta oportunidad el diseño de Chucky presenta significativos cambios, lo que genera que, con solo verlo, el espectador se sienta extraño. Sumándole la voz espléndida de Mark Hamill, Chucky consigue atemorizar sin problemas. Pero no solo el diseño es acertado, sino también los momentos slasher donde el muñeco no se priva de nada, llevando a cabo las torturas y muertes más sanguinarias que harán que más de uno desee taparse los ojos. A pesar de que en cierto punto la película se llega a sentir larga, ésta se convierte en un correcto reinvento del diabólico juguete. No será recordada ni nada por el estilo, pero de igual manera funciona para que las nuevas generaciones conozcan a este emblemático personaje.
Muñeco bravo Lars Klevberg es un director noruego cuya filmografía consta sobre todo de dos cortos; el último de ellos, de 2015, sirvió como base para su película Polaroid (2019), en el cual se basa. En cuanto al tema que nos ocupa, puedo decir que Chucky es una aceptable película de terror, si lo que se busca en un film de este género es un entrenamiento simple, básico, con algunas referencias a películas y estéticas de la década del 80, en una época en que eso vende, y mucho. Aubrey Plaza cumple con el rol, el cual tampoco le exige mucho. Pero bueno, siempre podría ser peor. Es una excelente actriz de comedia, y ojalá pueda seguir en ese género. En caso pruebe nuevamente con otros, ojalá que sea más jugado y tenga la posibilidad de mostrar sus condiciones. Mención especial para Mark Hamill, prestando su voz para el muñeco maldito más famoso. Las reglas básicas del género se cumplen, entonces, y es una película aceptable de ver. Lo que no se entiende, en este furor de los revivals y la recuperación indiscriminada, casi, de películas que cumplieron en captar el interés del espectador en algún momento, con más o menos éxito, es por qué cambian y relanzan las historias de modo que no quede nada de las ideas que le dieron origen; Lo siento. Yo quiero al Chucky pendenciero, recién salidito de prisión. Como diría Condorito: exijo una explicación. También es notable que durante la película van lanzando pequeñas muestras de futuros Chuckys, aptos para todo el abanico de público. El negocio sigue, la franquicia se reinventa, y, al fin y al cabo, está bien, porque no solamente de buenos guiones vive la industria, al parecer. Y claramente el mercado lo leen como los dioses, muñecos. Chucky es una película aceptable de ver si lo que se le pide es lo mínimo para un film del género.
El diabólico Chucky, aquel muñeco icónico de los 90, regresa a la pantalla grande. Esta nueva adaptación, que representa un reinicio de la franquicia, está a cargo de Lars Klevberg. Todo comienza cuando Karen (Aubrey Plaza), una madre soltera que trabaja en un supermercado, le regala a su hijo, Andy (Gabriel Bateman), un muñeco Buddi: un compañero para los más pequeños, que cuenta con un sistema de inteligencia artificial extremadamente avanzado. Claramente el muñeco que recibe Andy no es igual al resto. Su ejemplar (que fue modificado de fábrica por un empleado enojado) puede decir malas palabras, realizar acciones grotescas y cosas así. Pero la cuestión no queda ahí. Chucky, como se hace llamar, será fiel al pequeño Andy de una manera incondicional, hará lo que sea posible (incluso asesinar gente o animales) para que su ¿amo? sea feliz (y también siga siendo pura y exclusivamente su “mejor amigo”). En esta nueva entrega Chucky no se ve realmente aterrorizante. Se muestra, en aspecto, un muñeco mucho más ameno y tierno; un compañero que cualquier niño podría querer. Esto genera, claramente, un contraste con su personalidad diabólica, lo cual termina ocasionando decenas de escenas tragicómicas. Esto finalmente da como resultado una película entretenida, que consigue un equilibro entre lo terrorífico y lo cómico. A esto se le suma el talento de Mark Hamill, quien es el encargado de darle la voz al muñeco diabólico. El actor estadounidense -conocido, entre otras cosas, por darle voz al emblemático villano Joker- consigue interpretar a un Chucky tan tierno como terrorífico: algo que claramente está impulsado por un guion que nos lleva y nos trae entre la comedia y el gore. El final posiblemente sea el punto más flojo que presenta El muñeco diabólico. No sólo es predecible y responde en cada punto a lo que uno como espectador está acostumbrado, sino que además no se le encuentra mucho sentido a los diversos acontecimientos que tienen lugar. Lo que sí queda claro (por si había alguna duda al respecto) es que Chucky nuevamente será explotado como una saga y tendremos películas de este muñeco para rato. El muñeco diabólico se aleja de las típicas películas de terror que se estrenan cada jueves. Lars Klevberg presenta una propuesta mucho más gore y consciente de sí misma, que termina dando como resultado un film entretenido, gracioso y terrorífico al mismo tiempo.
El remake del clásico de terror de los años ’80, "El muñeco diabólico", de Lars Klevberg, no sólo se distancia lo suficiente como para hacer su propio camino, nos recuerda por qué este género sigue siendo de los más populares entre el público. Si hay una palabra temida dentro del mundo del cine, esa es remake. La idea de una nueva versión de un film clásico o una película popular despierta todo tipo de dudas y comentarios. Más si entra dentro del canon “arruinan mi infancia/juventud”. Desde que la renacida Orion Pictures anunció que haría un remake de la primer película de la saga de "Chucky: El muñeco diabólico", el recorrido fue como una montaña rusa. Dudas, tranquilidad al saber que la saga original continuaría en paralelo, rechazo general al ver la imagen del muñeco, y parcial aceptación gracias a una de las mejores campañas publicitarias de cine de los últimos tiempos (trailers prometedores, preciosos afiches) y la promesa de poder disfrutar de uno de los mejores talentos en actores de voces. Finalmente, con expectativas de un lado y del otro, podemos decir que esta "El muñeco diabólico" no sólo se sostiene como un film independiente, diferente al “original”; sino que es una de las mejores películas de terror de los últimos tiempos. Es que más que traer de regreso al clásico muñeco, El muñeco diabólico es un gran homenaje a la forma de hacer terror en la década en la que el género brilló. El Chucky original había llegado en 1988, cuando ya el género, por lo menos el slasher, comenzaba su caída; y probablemente haya sido la última gran saga iniciada en ese período. También dejando atrás a los slasher adolescentes para centrarse en algo más adulto; algo que esta “nueva versión” respeta. Olvídense del vudú, y el asesino serial reencarnado. Acá la cosa viene más terrenal. La multifacética y tecnológica empresa Kaslan creó una línea de muñecos interactivos que no sólo sirven como juguetes, sino que permiten la conexión con otros dispositivos del hogar para ser controlados mediante su accionar. Los Buddy (curiosamente, el titulo de rodaje del film de 1988 fue Blood Buddy) tienen autonomía, están programados para relacionarse amistosamente con su dueño, y ofrecen un cuidado y entretenimiento completo al poder conectarse ya sea a internet o con cualquier dispositivo que haya (si es un dispositivo Kaslan, mejor). Hace un año que los Buddy (exitazo de ventas) están en el mercado, y ya se encuentran a la víspera de una renovación con los Buddy 2. Karen Barclay (Aubrey Plaza) que trabaja como cejara en un supermercado, logra hacerse con un Buddy de la primera camada que es devuelto por presuntas fallas y porque su comprador prefiere esperar a la nueva generación que trae más variantes (un rubio, un osito, etc.). El destinatario es Andy (Gabriel Bateman), su hijo con el que acaban de mudarse a un avejentado departamento. Las cosas no están bien para ellos, y Karen quiere contentarse con él, aunque ella ya está podrida de ver Buddys por todos lados, y Andy ya tenga 13 años. Pero bueno, si Gerardo Sofovich jugaba con un TV Teddy, alguien de 13 puede tener su propio muñeco interactivo. Hay algo que ni Karen, ni Andy, ni nadie sabe. En Vietnam, donde se fabrican los Buddy, hace un año uno de los empleados de la fábrica Kaslan se suicidó por las constantes humillaciones de su jefe; pero antes programó uno de los muñecos quitándole de la programación las inhibiciones de violencia, abuso, y obsesión, entre otras cosas. El principal acierto de" El muñeco diabólico" son sus personajes. En sus exactos 90 minutos, la película se toma su tiempo para presentárnoslos, contarnos su historia, hacer que sintamos empatía por ellos, ir introduciéndonos en clima, marcar un peligro latente, y prepararnos para un gran estallido. Hablamos de una película con corazón. La relación entre madre e hijo se ve y se siente en la pantalla, es creíble, y podemos presenciar el drama entre ellos sin necesidad de ser melodramática. En toda "El muñeco diabólico" hay una marcada crítica social, a la globalización, al capitalismo, al consumismo, a la explotación laboral, y a la situación de crisis en la que se encuentra un sector trabajador/obrero en los Estados Unidos. Otro dato fundamental es el regreso del cine de terror protagonizado por chicos, más precisamente, por una pandilla de chicos. Casi paralelamente a Buddy, al que apoda Chucky, Andy se hace amigo de dos vecinos Falyn (Beatrice Kitsos) y Pugg (Ty Consiglio), a los que después se unirá Omar (Marlos Kazadi); en los momentos rudos, ellos formarán una divertida cofradía. Chucky sólo quiere ser el mejor amigo de Andy, protegerlo de todo aquellos que le haga mal, y al no tener inhibiciones, no repara ante nada. Por lo tanto, Chucky también es un personaje complejo que plantea los límites de la obsesión y la protección. La relación entre estos amigos también tendrá su desarrollo. Todos estos elementos nos llevan a una época en la cual el terror, lejos de recurrir al susto fácil y rápido, se tomaba su tiempo para entrar en clima, aferrarnos a la butaca, crear muy buen suspenso, y una vez que nos tiene en el juego, nos da la estocada final. Podríamos decir que esta nueva "El muñeco diabólico" tiene algo de la película original, de "Atracción Cibernética", de "Matilda", y de algunos capítulos de Los Simpsons; grandes bases. Pero no sólo eso, su director Lars Klevberg (un nombre a tener en cuenta, que viene de dirigir la muy interesante Polaroid), se regodea con homenajes directos a "Texas Chainsaw Massacre 2", a la propia "Childs Play", y a otros films de terror sin necesidad de ser sólo un gancho para atrapar a nostálgicos. A la hora de los bifes, Klevberg no se ahorra sangre con escenas de muerte muy inventivas para aplaudir en la sala. Dueña de un humor negro corrosivo, Esta película es, ante todo una propuesta muy divertida. Incluso Aubrey Plaza como Karen logra una muy buena composiciónUna madre joven, desbordada, tapada de responsabilidades que quizás no quería asumir; pero nunca se duda del amor que siente por su hijo. La relación entre ambos es el corazón la película. Brian Tyree Henry como el vecino, policía, y personaje más carismático de la película, Mike, se mete al público en el bolsillo. Lo dicho, los cuatro chicos son una celebración, por supuesto, la atención se la lleva Gabriel Bateman que logra tener gran química con todos en el elenco. Por último, el muñeco. Su extraño diseño es totalmente funcional a la propuesta, y la voz de Mark Hammil es sencillamente perfecta. Este Chucky es un gran personaje, perverso, intimidante, ambiguo, que puede convivir perfectamente con la criatura de Brad Dourif sin tocarse. Cuando un género como el terror ya parece no tener nada nuevo, y sólo repetir modas cansinas, películas como "El muñeco diabólico" nos recuerda por qué lo amamos tanto. 90 minutos de pura cine celebración para los amantes del género. No tengan dudas estamos frente a una de las películas del año.
La muerte cómica Hay una escena en la que Chucky masacra a un vendedor de la juguetería en la que transcurre el clímax y la sangre cae de lleno en la cara de una nena. Esa secuencia resume esta remake en forma y discurso. El director Lars Kelvberg y el guionista Tyler Burton Smith le escupen (o le acaban) en la cara al terror infantiloide, paradójicamente en una película que se llama Child’s Play (“Juego de Niños”). Porque en El Muñeco Diabólico se recupera al género que mira al mundo (a diferencia de, por citar otro horror que también juega con muñecos, el de James Wan). Terror político pero no serio ni panfletario; sino ese que lleva el discurso como la otra cara de la misma moneda; ese en el que no se pueden separar las verdades cinematográficas (que muchas veces nada tienen que ver con la verdad) de las ideas políticas de los realizadores. A diferencia de la original, en la que mediante magia negra, vudú o lo que sea, un asesino serial metía su conciencia en el muñeco, acá un explotado de una fábrica del sudeste asiático, después de un latigazo verbal de su jefe, como venganza contra el mundo de mierda manda a la venta a un muñeco con inteligencia artificial sin sus correspondientes filtros de violencia. En esa breve escena del comienzo se condensan dos críticas; por un lado la continuidad en la explotación y la alienación en los modos de producción de la sociedad de consumo, y, por otro, los peligros de la sinergia de la era digital. Porque este nuevo Chucky es un asistente virtual como el Alexa de Amazon o el Siri de Apple pero incluso con mayor poder de conectividad. De todos modos, todo ese rollo sobre la era digital es también para actualizar el cuento. Como también se actualiza con la utilización de un adolescente como protagonista en lugar del pibito de 6 años de la original. El nuevo Andy (Gabriel Bateman) forma equipo con otros pibes del barrio, y seguramente esa decisión de tener a un grupo de adolescentes es en donde la película más le cede a las formas contemporáneas del fantástico audiovisual. Otra foja en el expediente spielbergiano que desempolvó J.J. Abrams con Super 8 (2011) y que Stranger Things transformó en accesorio de moda. Por suerte las referencias ochentosas no son el ladrillo sino el empapelado. Hay un trabajo de evocación que empieza desde antes del inicio con el fabuloso y ya sensual logo de Orion Pictures, y que se mantiene durante toda la película pero nunca como horizonte; la evocación es más general que individual, y siempre tiene correlación con la causalidad del relato. Seguramente la referencia más importante sea la de La Masacre de Texas 2 (1986). Andy y sus amigos del edificio miran la secuela de Hooper y se ríen con las muertes de una película que es el lado B de la original; si La Masacre de Texas (1974) impresionó por su búsqueda de realismo cuasi mondo y su brutalidad filmada con la pretensión del cinema verité, su secuela es el remate del chiste. Con El Muñeco Diabólico pasa algo similar; lo que sobresale del relato no es lo referenciado ni el terror político o lo político del horror, sino la comedia negra y la muerte como instalación cómica. Los dos primeros actos son una gran joda hecha sin subestimar ni al humor ni al horror, tal como pasa con la reciente Puppet Master: The Littlest Reich (2018); ambas se hacen grandes haciendo bandera con algo de la irreverencia y la comedia fumona que se perdió por el aburrido ducto de la corrección apta para todo público.
Cuando se anunció que saldría una reboot de Child’s play tanto fanáticos del terror como cinéfilos no parecieron muy entusiasmados. ¿Para qué volver a cero si aún seguían saliendo secuelas? No se trataba de una saga que había quedado en el olvido, la última masacre de Chucky había salido en el 2017. Las cosas no mejoraron cuando se dio a conocer que su creador y padre de la criatura Don Mancini no estaba involucrado y que al parecer tampoco estaba muy contento con la noticia de una reboot; para empeorar las cosas las primeras imágenes del nuevo diseño de este muñeco diabólico no convencían ni a sus más acérrimos defensores y la idea de que esta vez se tratara de un robot asesino en vez de un muñeco poseído no era muy alentadora. Pero de a poco empezaron a salir buenas noticias. Primero con la noticia de que la voz de Chucky la haría Mark Hamill (Luke Skywalker) quien tiene una gran carrera haciendo voces de personajes en series animadas. Luego los afiches burlándose de Toy Story levantaron un poco las expectativas que estaban por el suelo y, por último, las primeras críticas que salieron de medios especializados hablaban de una de las sorpresas del año dentro de terror: tenían razón. Esta nueva Child’s play está dirigida por Lars Klevberg quien tenía en su haber un solo largometraje, la interesante Polaroid, basada en un corto suyo del mismo nombre. Esa película no era la gran cosa pero si mostraba a un director que entendía al género y lo respetaba y de eso se beneficia su segundo trabajo. De la mano del guionista Tyler Burton Smith, Kleverg entendió que había que modernizar al personaje, que lo que lo hacía funcionar en los ochenta ya no era aplicable a esta época. No se trataba de hacer una de esas historias nostálgicas que se quedan solo en eso, sino de trabajar la idea principal en un nuevo contexto, ¿no es eso acaso lo que hace funcionar a las mejores remakes? Para lograr esto se le dio mucho espacio a la construcción de la relación entre Andy y Chucky, lo cual termina de manera coherente en un conflicto. Es en esos momentos de aprendizaje por parte del muñeco que se dan los momentos más perturbadores e interesantes de este relato. Porque en cierto sentido sus realizadores llevan la máxima de «vino mal de fábrica» a límites insospechados. Se trata pues de la historia de un lazo perverso, de malas enseñanzas y de cómo los medios pueden influir en el comportamiento de alguien, aunque este alguien sea un muñeco que no distingue entre el bien y el mal. Este tema principal es el que traza todas las relaciones que hay en esta película; Desde la madre (interpretada por esa actriz menospreciada que es Audrey Plaza) que no sabe cómo manejar a su hijo preadolescente, hasta ese policía (Brian Tyree Henry) que trata de ser un buen hijo y hombre respetuoso en ese barrio pobre; Y por supuesto de Andy (Gabriel Bateman) y su relación con Chucky que por momentos recuerda a E.T (1982) en clave de horror por supuesto. Y en cuanto al nuevo diseño de Chucky. La gran ventaja con la que corre es que se trata de un robot y el director se da el gusto de mostrar las posibilidades que tiene con la nueva tecnología, no se trata de CGI, sino de volver a los efectos prácticos para demostrar que aún sirven y se pueden tener grandes resultados. Mark Hamill esta correcto haciendo la voz de Chucky, aunque a veces no se pueda despegar la idea de que es Hamill quien lo hace. Sus puntos en contra son pocos y tienen que ver con los asesinatos, o por lo menos la exageración de la situación previa al crimen, ya que no solo se vuelve inverosímil sino que al momento de la muerte pierde efectividad. Lo contrario pasa con el clímax: es una juguetería en donde la falta de presupuesto o la limitación de su director se vuelve notoria y lo que prometía ser un baño de sangre con humor negro queda en algo tímido, en un podría haber sido mejor. Comparen sino la secuencia de la fábrica en la primer secuela de Child’s play y notaran la diferencia. Estas contras no manchan a una reboot que es una grata sorpresa y es una nueva demostración de que el muñeco diabólico aún tiene tela para cortar. Valoración: Muy Buena.
Los muñecos asesinos son una de las inversiones más extrañas que Hollywood sacó de su sombrero este 2019. El reboot de Chucky: el muñeco diabólico (Child´s play, 1988), es como lo esperábamos y más, lleno de gore, asesinatos y un nuevo muñeco para adoptar. Dirigida por Lars Klevberg y escrita por Tyler Burton Smith, está versión de Chucky: el muñeco diabólico (child´s play 2019), nos presenta un Andy (Gabriel Bateman) que recibe su “Buddi” de su madre Karen (Aubrey Plaza) para que sea su nuevo amigo, porque tras una mudanza y un padre muerto, Andy no puede hacerse amigos y solo puede interactúa en los pasillos con el detective Mike (Brian Tyree Henry) quien trata de formar una amistad con el. Karen adquiere uno de los Buddis en su trabajo en el supermercado ya que su anterior dueña lo devuelve alegando que “sus ojos se estaban volviendo rojos”. Como buen preadolescente a Andy ni siquiera le gusta el regalo, se siente muy maduro para un muñeco y además ya hay una versión en el horizonte, el Buddi 2 (¿se.cue.la?). Pero es Chucky (con la voz de Mark Hamill) quien persiste en comunicarse con Andy. Buddi es un muñeco diseñado para ser tu mejor amigo sin importar qué. Andy parece encariñarse con él y logran tener su momento de bonding (en un pequeño montaje que todos amamos), donde Andy le muestra a Chucky cómo lavarse los dientes, jugar un juegos de mesa o le cuenta sus desdichas tratando de volcar botellas de cerveza en el almacén de la esquina Con el tiempo, Chucky ayuda a Andy a hacerse amigo de dos vecinos del edificio, Pugg (Ty Consiglio) y Falyn (Beatrice Kitsos), porque Chucky puede decir malas palabras y asustar adultos indeseables. Es cuando la gente comienza a interponerse a la felicidad de Andy, como el novio nuevo de su madre, Shane (David Lewis), que Chucky desata la carnicería que esperábamos, aunque esta vez es por amor y no por ser poseído por un asesino; él solo quiere proteger a Andy. Sin embargo, este no es un Buddi tradicional, además de poder maldecir y de asustar adultos, este Buddi puede aprender y asociar. Lo cual resulta ser una situación embarazosa cuando, tras observar a Andy y sus amigos reírse de La masacre de Texas, busca copiar la película y amenazarlos con un cuchillo. Andy se enoja con Chucky ante tal actitud y Buddi no sabe cómo reaccionar ante ello, mostrando hasta tristeza ante no lograr hacer a su Andy feliz. Sin quererlo, hace que la vida de Andy sea un infierno y, a medida que los cuerpos comienzan a acumularse, Andy se vuelve loco buscando que alguien le crea que Chucky es quien está desatando semejante carnicería. La historia original de Don Mancini se actualiza en 2019 de dos maneras: Chucky es ahora el producto de un grupo al estilo de Skynet de Terminator llamado Kaslan, y puede conectarse a casi cualquier cosa con señal de Wi-Fi, incluidos televisores, otros juguetes autos, drones, etc. Básicamente todo lo que se conecte entre si. Pero está remake de Chucky: el muñeco diabólico comienza a sentirse como un capitulo de Black Mirror que se mezcló con Chucky. Se propone una premisa futura un poco más creíble en cuanto a cómo podría existir un Chucky real: sin hechizos de vudú ni transferencia de alma. Chucky: el muñeco diabólico es uno más de esos remakes modernos de terror que están apareciendo en los últimos años, pero este aparece con una idea más inspirado e incluso cuenta con un casting que demostró que no todos los remakes pueden fallar. También ayudan a crear un pequeño mundo de apartamentos de personas solitarias, en el que nos simpatizamos con el dolor y las frustraciones de Andy, e incluso con las decisiones de Chucky. Mark Hamill, prestando su voz al muñeco maldito, tiene la tarea de llenar unos zapatos muy grandes ante a la actuación de Brad Dourif ,quien siempre definió junto a su carcajada a la franquicia de Chucky, pero esta versión es claramente muy diferente. El Buddi de Hamill es más como un niño inocente y caprichoso, Y no tiene el colorido vocabulario de la encarnación de su predecesores. Esta visión de Chucky se completa con un muñeco que en un primer instante puede generarte dudas, pero mientras más pasa la película más llegas a aceptarlo. Y hay que remarcar con creces la inclusión de la música que va más allá para crear un ambiente en el que Chucky se siente espeluznante, con la melodía creada por Bear McCreary acompañada de Hamill cantando “Buddi Song”. En definitiva, esta nueva entrega nada tiene que envidiarle a la nueva serie a estrenarse por el canal SYFY en el 2020, es entretenida, novedosa y te deja con ganas de ver más. Pero no nos olvidemos que este remake está considerado “R”, porque este Chucky no se queda atrás de sus otras encarnaciones, logrando una matanza digna de este tipo de películas, con un final que ninguna de ellas se atrevió a lograr. Si hacen más Chucky así, lo quiero conmigo hasta el final.
“El muñeco diabólico”, de Lars Klevberg Por Jorge Bernárdez Después de recorrer el largo camino que va del inicio de una buena serie de películas hasta la autoparodia, vuelve Chucky, renovado y efectivo. El Chucky que nos ocupa en el presente es hijo de una venganza, la de un empleado de la fábrica en Vietnam donde una corporación fabrica al muñeco. El obrero es humillado por el capataz de la planta y es echado del trabajo ante la vista del resto de los trabajadores. Antes de suicidarse el devastado proletario cambia el chip de uno de los muñecos quitándole todos los protocolos de seguridad. Ese muñeco es embalado y transportado a los Estados Unidos. En la tienda donde se comercializa el muñeco está la encargada del call center, separada y con un hijo que tiene problemas auditivos y usa audífonos. La madre se queda con un uno de los muñecos devueltos y se lo lleva al hijo de regalo porque está pasando un momento difícil. Y claro, el muñeco es aquel que había sido modificado por el obrero vietnamita, así que la vida de el pibe y su madre empieza a ser un infierno y todo porque el muñeco es más malo que la peste. La gran sorpresa de este Chucky 2019 es que el muñeco es un verdadera proeza virtual, el resto de la película no es sorpresa porque confirma que la idea es incombustible y que Chucky mantiene la efectividad. La película es entretenida tiene leves toques gore y si ven la versión original, un plus que es la voz del gran Mark Hammil, pero hay que buscarla porque por desgracia cada vez es más común que nuestras salas se llenen de copias en español. EL MUÑECO DIABÓLICO Child’s Play. Estados Unidos/Canadá/Francia, 2019. Dirección: Lars Klevberg. Guión: Tyler Burton Smith. Elenco: Aubrey Plaza, Mark Hamill, Gabriel Bateman, Brian Tyree Henry, Tim Matheson, David Lewis, Beatrice Kitsos, Trent Redekop, Ty Consiglio, Carlease Burke. Producción: David Katzenberg y Seth Grahame-Smith. Distribuidora: Digicine. Duración: 90 minutos.
Éste reboot tiene a su favor un dato que pocos conocemos, su guión se basa en el borrador original que Don Mancini hizo para la versión original del film. La idea cuenta con conceptos que el propio creador de la franquicia fue descartando a medida que evolucionaba el desarrollo del guión. Ésto deja en evidencia que la oposición de Mancini con respecto a ésta reinvención fue mas que nada por una cuestión de ego, ya que por su parte se encuentra desarrollando una serie del muñeco diabólico original junto a SyFy con Brad Dourif retornando como Chucky. Otro dato conocido por pocos es que Mark Hamill ya había interpretado al personaje en uno de los sketeches de la aclamada serie cómica ROBOT CHICKEN, segmento que pueden encontrar en Youtube y que nos permitió pispear como el actor iba a tratar al personaje. Lars Klevberg dirige ésta película que resulta ser solida en todos los aspectos, cualidad que no solo es inesperada para los que le teniamos poca fe a este reboot, sino que es algo que no todas las películas logran dejar en evidencia en sus espectadores. La historia es conceptualmente fiel a la original, la crítica social al consumismo del film original se traduce en una trama que tiene como motor la dependencia de la tecnología, el como los dispositivos conectados a internet acaparan la atención de la sociedad y como simplifican la vida en formas ridículas. La película deja de lado los hechizos y palabras mágicas para mostrar a un Chucky mucho mas realista. En ésta versión no hay un asesino serial que traslada su cuerpo a un muñeco, sino que el muñeco es una entidad aparte capaz de entender y aprender al punto de querer matar con una motivación más compleja que querer poseer el cuerpo de un niño. Éste muñeco malvado tiene un objetivo más romántico con respecto a su dueño Andy, en este caso el solo busca protegerlo de lo que lo daña, busca su aprobación y su cariño, dandole al conflicto un sabor mas complejo que el de la versión original. Todos parecen coincidir en que el trabajo de Mark Hamill es una maravilla, pero yo honestamente solo sentí que estaba repitiendo su rol como El Joker. Me convenció, pero no me pareció una locura actoral sino que lo tome más como una elección creativa para llevar mas gente al cine. Por otro lado, el resto del reparto hace un trabajo muy groso con sus personajes, los cuales son versiones muy alejadas a las vistas en el film ochentero. Punto a favor la creatividad de los crimenes de Chucky, la producción no escatimó en gore para las mismas. La fotografía es otro de los laburos que me resultaron inesperadamente buenos, la elección de luces y planos para simular la claustrofobia y desesperación ante una criatura tan jodida hizo de la película una experiencia terrorífica, experiencia que ademas se amplifica gracias a la excelencia con la que usaron el contexto contemporaneo de los dispositivos moviles smart. Los productores de ‘IT’ volvieron a demostrar su capacidad de sacar adelante películas de terror de calidad. La nueva ‘CHILD’S PLAY’ es la traducción actual PERFECTA de aquel clásico de la decada de los 80′. El miedo nos absorbe gracias a la atmosfera verosímil que el director eligió plasmar, junto a un muñeco diabólico diseñado de una forma respetuosa y a la vez moderna. Gran conflicto, buenos sustos, personajes interesantes … no se puede pedir más.
Entré mal predispuesto a ver esta película. No acostumbro a leer críticas internacionales previo al estreno local, y si bien no lo hice, el ruido de que “era muy mala” había llegado a las redes sociales. Pero por suerte, es todo lo contrario. El personaje fue tan bastardeado en sus últimas secuelas, prácticamente eran parodias, así que una remake no era mala idea (más allá de lo que opinemos acerca de las remakes en general). Los puristas de Chucky van a tener razón en quejarse acerca de los orígenes y que se haya eliminado el elemento sobrenatural. Ahora pasa por algo tecnológico al mejor estilo SkyNet o en la senda del muñeco diabólico del Payaso Krusty en el episodio de Los Simpson La Casa del Terror III (1992). El otro gran cambio es la relación/dinámica con Andy. Ahora realmente quiere ser su amigo, pero de las peores maneras posibles ni bien va avanzando la trama. Teniendo en cuenta esto, el tono de la película parece el correcto. Es de terror, pero con toques de humor y sin llegar al ridículo. Hay que pensar que la contrapartida de esto es Annabelle y el universo El Conjuro, motivo por el cual está bien que se jueguen con ciertas cosas en el guión. El director noruego Lars Klevberg, quien también este año estrena otro film de terror llamado Polaroid, así que es una especie de doble ópera primista, hace un buen laburo creando el clima y los obligatorios jump-cuts. El elenco está bien. El joven Gabriel Bateman es parte clave para que todo funcione. Asimismo, Aubrey Plaza le aporta un toque -muy característico de ella- que hace que su personaje tenga más valor. Ahora bien, y aquí la gran paradoja, lo que más me hizo ruido fue el muñeco en sí mismo. Si bien gana mucho por la voz del gran Mark Hamill, pierde por el diseño en la cara. Es rara, pero no en el sentido “creapy” sino más bien fea. Child’s play (título original) gana en su humor, su frescura y en animarse a ser un poco diferente a la media, en base a algo ya conocido y probado. Tal vez faltó un poco más de gore, pero es entendible. En definitiva, esta nueva reinterpretación de Chucky es muy buen entretenimiento terrorífico, solo que no apto para fundamentalistas.
Esta reversión del filme “Chuky” (1988), tiene en su haber el despegarse lo suficiente de la original como para no ser una simple copia y articular el humor como herramienta de progresión dramática. Ya en las primeras secuencias se nota la idea por la que transitará el texto, entrar en ese universo y aceptar la atmosfera propuesta dependerá del espectador. Haciéndolo logrará atravesar un pasatiempo agradable, de buena manera, de lo contrario le demandará un esfuerzo no aburrirse. Pues lo más flojo de ésta producción es el guión literario, en el queda incluido la presentación y desarrollo de los personajes. Lo que resulta en previsibilidad del relato. El otro, el guión técnico, el que desaparece en la cadena de montaje, en la idea de cómo será contada no defrauda. Trabajado los planos y movimientos de cámara a que juega sin llegar al extremo de confundir al espectador, articulando, gags y homenajes a producciones y personajes iconos de la historia del cine, sobretodo dentro del género del terror. Tampoco esto significa que transite por la variable de la originalidad. La primera secuencia del filme transcurre en una fábrica en Vietnam, en ella se fabrica y se ensambla el muñeco, “El mejor amigo para los niños”, sin embargo los empleados son maltratados, en ese círculo de mal intención se revelara en venganza. Karen (Aubrey Plaza) una madre soltera, le regala a su hijo el muñeco autosuficiente de moda por su cumpleaños, sin saber realmente cual es la naturaleza perversa que oculta en su interior. No es el alma del muñeco, es la manipulación humana lo que lo convierte en algo diferente a la idea de su creación. Todo está pensado y puesto para generar una sonrisa, o en su defecto el producir miedo en el espectador, en este último caso la utilización de los exabruptos sonoros están a la orden del día, apoyados por una banda de sonido empática en relación a la imagen. Respecto de las actuaciones, los protagonistas hacen lo que pueden con lo que les tocó en suerte, claro que Aubrey Plaza saca provecho, su presencia y su performance levanta de a ratos el interés de la película.
Es tan buena como la original lo fue para su tiempo y agrega la idea no demasiado original, pero tampoco demasiado transitada, de “terror para todo público”. La primera Chucky, hace treinta años, fue un clásico menor del terror con un gran trabajo de Brad Dourif dándole voz al muñeco malvado. Tenía a un director interesante, Tom Holland, especialista en el género (todavía recordamos “La hora del espanto”). Después el personaje tuvo una historia larga, propia de cuando lo único que generaba series era el terror. Y después se volvió autoparódica. Y ahora, como sucede siempre, Hollywood se encarga de relanzar, aggiornada, la vieja historia. Pues bien, es tan buena como la original lo fue para su tiempo, y agrega la idea no demasiado original pero tampoco demasiado transitada de “terror para todo público”. Es decir, el cuento de “mamá compró un lindo juguete a nene pero resulta que en realidad es un monstruo” incluye a) sustos efectivos y sangre, b) comentarios laterales sobre la hiperpresencia de la web en nuestro entorno (porque sí, claro, cómo no, tenemos que quedar bien con el cerebro de mamá y de papá, no vaya a ser cosa…), c) corridas y solución más o menos satisfactoria, d) el suficiente humor como para que nadie se tome demasiado en serio a las víctimas. Funciona bien en ese territorio y el trabajo de voz de Mark Hammil (quizás no se lo reconozca a menudo, pero es desde hace décadas un maestro como actor de doblaje: escuchen su Joker de “Batman-La serie animada”) le da otra dimensión a este entretenimiento simple y honesto.
Chucky, un gran amigo sin filtros Volvió el muñeco que más aman odiar los cinéfilos. La saga de Chucky comenzó con un filme de terror y tuvo dos secuelas con un registro cómico dentro del mismo género. Pero con las cuatro siguientes todo se degeneró y se aprovechó del pobre muñeco que debía haber sido retirado de las estanterías antes de perder por completo la dignidad. En este reinicio no hay asesinos involucrados ni magia vudú, como en la original. Un hombre es despedido de su empleo en la fábrica de ensamble de los muñecos, y en venganza decide quitar todos los protocolos de seguridad al chip de un nuevo juguete inteligente. Por ello, cuando Buddi cae en manos de Andy Barclay (Gabriel Bateman) como regalo de su madre Karen (Aubrey Plaza), desde el comienzo hay algo que no cuadra. Quizás porque es “diferente”, el pequeño decide quedárselo y se hacen amigos. Buddi, que aquí se bautiza a sí mismo como Chucky, mantiene en su chip la intención de hacer feliz a su dueño, pero, al no discriminar el bien del mal, empiezan los problemas. Cuando el gato de la casa arañe al pequeño, Chucky instintivamente intentará deshacerse de él, pero siguiendo las órdenes del niño deja ir al animal. La violencia actual, naturalizada en la televisión y en la vida cotidiana, es la forma en la que Chucky comienza a “educarse”, pues, a través de su memoria, aprende de todas sus experiencias. Además, el muñeco también funciona como una especie de control remoto de todos los electrodomésticos que pertenecen a la misma empresa, que ejerce un gran monopolio -al menos en la ciudad en la que se sitúa la historia-, y eso transforma al juguete en un ser todopoderoso. Además, al no tener filtros de seguridad, el muñeco volverá todo alrededor de Andy una experiencia riesgosa y extrema. El pequeño, su madre y sus amigos deberán detener al muñeco antes de que sea demasiado tarde. La nueva producción tiene la intención de recrear el primer filme y, actualizando la trama pero manteniendo el espíritu de la original, logra el éxito incluso, más allá de que se trata de una remake, y funciona como una película independiente.
ACTUALIZADO PERO NO MEJORADO En la ola de las remakes aparece la nueva versión de Chucky: el muñeco diabólico. En este caso, se moderniza para estar en consonancia con los tiempos actuales, pero no agrega nada llamativo. Chucky mantiene su esencia, ser un muñeco que sorpresivamente pasa de adorable a temible. El muñeco diabólico esta vez viene de la mano de la tecnología. No será la primera vez que los miedos ante lo que pueda llegar a crear el hombre se manifiesten en el cine. Aquí aparece una serie de muñecos que con la capacidad de la inteligencia artificial ayudan a sus niños-amos en su vida cotidiana. La capacidad de adaptación a la persona con la que conviven les otorga un estilo propio y único a cada muñeco. Pero como todo elemento para la infancia, se supone que estos objetos mantienen ciertos resguardos de seguridad, lo que los hace inocentes y correctos. Es justamente producto de la violación de los protocolos que surge este muñeco maldito. Un empleado enojado por el maltrato que recibe de la empresa y por el aviso de su despido decide romper con las disposiciones en cuanto a la seguridad de los muñecos. Ante esto aparece un muñeco defectuoso que, tras ser devuelto, será tomado por una empleada de una tienda para regalárselo a su hijo. Si había algo que elevaba a la versión original de Chucky: el muñeco diabólico, era el humor que surgía ante la chance de asustarse de un muñeco que en apariencia resultaba poco aterrador. Miedo que, a su vez, se apoyaba en desconocer todo lo que en un hogar puede resultar confiable. Acá el humor vuelve pero de otra manera. Es la inocencia del juguete y su literalidad ante los hechos lo que mantiene las risas, pero ese humor nunca se capitaliza para el lado del terror. No hay momentos de tensión en esta nueva versión, salvo alguna aparición repentina. Chucky es un amigo fiel y ante esto no parece inocente que el nombre de su dueño sea Andy, en una clara referencia a Toy Story. Pero su razonamiento no es tan avanzado, así que se alimenta de la realidad de un modo literal. Su dueño lo aprecia a pesar de saber que está defectuoso, pero empieza a tenerle miedo cuando ve que sus acciones se tornan aterradoras. En sintonía con esto, aparece una escena de Masacre en Texas en la que el muñeco detecta que a Andy y a sus amigos les divierte lo que hacen allí y luego quiere imitar esas acciones. No hay puntos fuertes en esta nueva versión. La tecnología es un eje importante, pero no deja de ser un elemento de adaptación a la actualidad. No hay una crítica rebuscada como sí podríamos ver en la dispareja pero efectiva serie Black mirror. Aquí el planteo es bastante básico: la tecnología mal utilizada puede traer serios problemas. Tampoco le agrega a lo que fue la saga algo novedoso. Parece ser otras de las remake que en este año solo nos muestran que hay que volver a ver las originales.
Juguetes bravos eran los de antes, Chucky Sin mucha convicción, el film actualiza de modo pobre, sin aristas molestas y con corrección política, al más famoso de los muñecos psicópatas: Chucky. Era cuestión de esperar para una nueva versión de Chucky, pasadas ya por un mismo tamiz las demás sagas ochenteras del terror: Noche de brujas, Pesadilla, Martes 13, entre otras. Si en el caso pionero, y ejemplar, la cuestión del muñeco con vida se resolvía por medio de la transmigración; aquí podría decirse que más allá del ardid elegido, no hay alma que quepa. Entonces, cuando la película no tiene alma, sólo queda cáscara. O lo que es lo mismo, una película como ésta. LEER MÁS Un gasoducto roto | Más problemas en Villa La Angostura LEER MÁS Puerto Rico: furgón de cola de la nación más poderosa del mundo | Trump le da la espalda al estado libre asociado de EE.UU. El film original es de 1988, cuenta con seis secuelas y es curioso que la última de ellas -Cult of Chucky- sea de 2017. De todas maneras, borrón y cuenta nueva. O dos universos paralelos, porque el papá de la criatura, Don Mancini -principal guionista de la saga, director de varias de las entregas- fue relegado del reboot. Aun así, se sabe, hay cuestiones latentes con las cuales habrá de verse esta nueva versión del clásico del género de terror, y seguramente Mancini esté riendo entre sombras. Entre ellas, las que supo cimentar el primero de los capítulos, dirigido por Tom Holland, responsable también de ese título de culto que es La hora del espanto (Fright Night) y de aquella pequeña buena película que continúa siendo Thinner, sobre novela de Stephen King. En la Child's Play original, el título honra la propuesta, con protagónico de un niño de 6 años (Alex Vincent) que se encuentra aquejado por la falta de un padre, una madre sobreocupada, la amistad propuesta por la televisión, y el merchandising que ésta ofrece: un niño juguete con el cual hablar. (Tonterías semejantes son las que todavía suceden, y cierta televisión es la que continúa en ese sendero.) Así las cosas, el muñeco en cuestión habrá de albergar la venganza de un asesino cuya alma éste se encarga de transmigrar durante la primera secuencia del film. Mejor todavía, el psicópata en cuestión es Brad Dourif, y es en medio de una juguetería en donde practica el rito que le permite sobrevivir a la balacera. El cielo se pone oscuro, hay nubarrones y relámpagos, con suficientes toques frankensteinianos. A partir de allí, las travesuras y -ojo- los muchos toques incorrectos, como lo supone el encierro del propio niño en un psiquiátrico. Cosas así ya no se ven. En este sentido, la carga supuesta por el Chucky de origen aquí no es más que una mera sombra que mejor será olvidar. La crisis de soledad se traduce ahora a un casi adolescente, sin papá y con mamá ocupada por el trabajo y con un novio detestable. A su vez, el muñeco maldito tiene otra génesis, y aquí estriba tal vez lo único más o menos destacable: es el maltrato empresarial el que lo produce. De todos modos, la venganza del empleado pareciera estar desorientada, porque al alterar el ADN electrónico, evidentemente no mide demasiado ninguna consecuencia. Pareciera que es este muñeco amistoso lo único que saca, mínimamente, a Andy de su letargo de teléfono celular. Este "defecto de fábrica" aparece como lugar desde el cual justificar la llegada del "nuevo hermanito": a punto de ser desechado, allí la oportunidad de la mamá sin un peso, empleada a su vez en ese mismo lugar en donde se venden estos amiguitos de plástico al por mayor. Una vez llegado al hogar, lo que a Andy (Gabriel Bateman) le supone primero una pérdida de tiempo, terminará por significar de otra manera. Los ojos rojizos del muñeco aprenden rápido y saben cómo adoptar la mímica para el cepillado de dientes o el uso del cuchillo de cocina. Pareciera que es este muñeco amistoso lo único que saca, mínimamente, a Andy de su letargo de celular. Y sí, desde ya, "Andy" no deja de ser nombre que guiña hacia el de ese otro niño protagonista y dueño de juguetes en Toy Story. Y vale agregar: si el gran Brad Dourif era la voz del Chucky original, aquí lo es Mark Hamill (desde ya, a hacerse de paciencia si lo que se quiere es oírle a él, adocenados como están los cines ahora con funciones en idioma castellano: sólo Showcase ofrece una única función en inglés). LEER MÁS El adiós a un referente del arte cinético | Carlos Cruz-Diez Andy labrará un grupo de amigos, trabará cierta amistad con el policía del edificio, y habrá de resolver los entuertos que sus deseos en voz alta provocan. Como si se tratara de un ángel vengador, el nuevo Chucky no hace más que cumplir con lo que el niño profiere. Así, hace lo que los otros consideran "divertido" (mientras miran The Texas Chainsaw Massacre II, homenaje a Tobe Hooper y una de sus mejores películas) o "necesario". Todo sea por cuidar de Andy. Cuando éste se da cuenta, ya es demasiado tarde. En este sentido, por supuesto que la figura del padrastro es la de la amenaza, tal como lo estipulan los cuentos de hadas, pero la caracterización que de éste el film esconde es ciertamente poco feliz, ya que lo moraliza y castiga. Eso sí, la manera desde la cual lo hace resulta ser el mejor de los gags truculentos de la película que dirige el noruego Lars Klevberg. Lo que queda, en síntesis, es una película bastante chiquita, de estimable bajo presupuesto -esto es algo que se agradece-, pero sin el encantamiento que guardaba la anterior. No hay alma. Es un Chucky descarnado, que además elige bautizarse así sin demasiada convicción. Aquel otro muñeco resultaba extrañamente adorable. Vestido igual que el pequeñito que lo cuidaba, a quien le dictaba órdenes al oído. El oído de Andy, justamente, no escucha muy bien. Seguramente, un guiño desde el cual establecer distancia con el film precedente. Pero no alcanza. La sombrita que proyecta el Chucky original es larga, y mete mucho más miedo (con la artesanía admirable de Kevin Yagher) que las muecas poco inspiradas del nuevo film. Eso sí, el nuevo Chucky goza también de la artesanía del animatronic, y esto es algo que, entre tanto cine de pura raigambre digital, se agradece también. Pero poco más.
El regreso de Chucky, el muñeco diabólico, no pertenece al rubro de los almidonados. Está claro que los realizadores de este Child's play versión 2019 (la primera se estrenó en 1988) se esforzaron por remozar el clásico de terror gore -y siempre un poco cómico- con inteligencia y, digamos, atmósfera contemporánea. Una familia disfuncional, compuesta por una madre joven y su hijo con problemas auditivos, intenta adaptarse a una nueva vida después de una mudanza difícil. Ella trabaja en unos grandes almacenes que venden el muñeco Buddi. Las ventas son furor pero también hay reclamos y devoluciones por los que vienen fallados. Y, piensa ella, para mitigar un poco la soledad del niño sin amigos (Andy, como el protagonista humano de Toy Story), qué mejor que llevarle al nene (Andy, como el protagonista humano de Toy Story, de la que funciona como una especie de reverso), uno de esos, antes de que termine en la basura. Aunque Andy ya está un poco grande para jugar con muñecos, rápidamente se engancha con la app que permite "manejarlo". Y pronto también descubre que el juguete, que habla con la voz de Mark Hamill, bueno, hace lo que quiere. En principio el muñeco, cuyo aspecto inspira todo menos ternura, se toma tan en serio la amistad con Andy que atacará al gato que lo araña e irá detrás del antipático novio de la madre. Como brazo ejecutor de los deseos del niño, aunque capaz de todo. Hay un generoso uso del gore en las escenas violentas, cada vez más frecuentes, con el pequeño protagonista cada vez más desesperado. Y si el tono de comedia sangrienta se mantiene, el camino criminal del juguete maldito se desluce a medida que avanza y las ideas, más que sumarse, se repiten. El muñeco diabólico es entretenida, eficaz. Aunque lo que pone en juego podría haber merecido un desarrollo más creativo.
Y un día volvió. El muñeco diabólico que surgió en 1988 volvió recargado y con una dosis de botox. Y no sólo el rostro del muñeco está modificado, la historia también. A diferencia de la película original, este nuevo Chucky, en lugar de estar poseído por el espíritu de un asesino, es un modelo defectuoso de la nueva línea de juguetes que cuenta con una programación basada en inteligencia artificial y tiene la habilidad de conectarse con los electrodomésticos del hogar. Y de recordar las palabras de su amo. Lo cierto es que este “mejor amigo” llamado “buddie” es capaz de hacer todo para defender a su pequeño dueño. El gran inconveniente es que el código de programación del muñeco fue hackeado para eliminar sus protocolos de seguridad. A partir de este error, Chucky se volverá de lo más maligno y tomará cada cuchillo que vea para defender a su “amigo fiel”. La trama es una clara adaptación a estos tiempos 2.0 pero con una impronta bizarra que causa más que miedo, muchísima risa. Las metodologías para asesinar a sus víctimas son muy creativas y abundan de sangre. Pero no sólo hay escenas violentas, por momentos también hay dosis de ternura, porque al fin y al cabo, Chucky es un pequeño muñeco que intenta hacer las cosas bien, pero claro, a su manera.
La nueva versión de Chucky es una adaptación del legendario muñeco maldito a los tiempos de la inteligencia artificial, la internet de las cosas y la Big Data. Bien podría figurar en un capítulo de la serie Black Mirror. Su maldad ya no proviene de una posesión demoníaca sino de una falla del software. Sin embargo, la diferencia entre ambos tipos de maldad no es tan radical como se supone. Una de las virtudes filosóficas –dicho sin ironía– de Chucky: el muñeco diabólico consiste en ilustrarnos acerca de que el mal natural y el sobrenatural tienen un factor común: el poder. Es decir: la capacidad de afectar a los otros. Es el poder potencial de un objeto lo que constituye su eventual grado de perversión, esté o no esté poseído por un demonio. En este caso, el muñeco tiene el poder de conectarse con la red de información y artefactos electrónicos inteligentes vinculados a la empresa tecnológica Kaslan. Si bien más que la categoría de robot, a este muñeco le correspondería la de androide, también se le pueden aplicar los tres principios que estableció Isaac Asimov para la robótica: “1) Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño. 2) Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley”. El primero de esos principios fue inhibido de programa de Chucky y, por ende, los dos siguientes también. Sin embargo, lo que sostiene el interés de la trama no es ese defecto de programación, sino el hecho de que el muñeco no pueda discernir entre las simples expresiones de enojo formuladas en forma de deseos y los propósitos específicos del niño que por casualidad se transforma en su dueño. Es decir: no distingue cuando dice que le gustaría matar a alguien y el deseo efectivo de matarlo. Ese el otro problema filosófico que propone la película: ¿puede una inteligencia artificial distinguir no solo entre expresiones literales y figuradas sino también entre las expresiones de furia y los propósitos intencionales declamados en voz alta? Si quiere aprobar el test de Turing debería hacerlo. Por supuesto que las respuestas a esos dilemas no forman parte del contenido dramático bastante previsible de las escenas que componen la historia total del filme. Como en muchas películas comerciales norteamericanas, la línea de acción y la línea de reflexión se separan en un punto y no vuelven a juntarse nunca. Lo que deja Chucky: el muñeco diabólico como producto de ficción es una combinación de estética ochentosa y de fórmulas de terror ya probadas. En cambio, resulta muy instructivo sobre temas que no necesariamente deben buscarse en un manual de filosofía.
En esta ocasión y a diferencia de las anteriores, ya no es un muñeco poseído, ahora es digital y su uso es a través de un programa creado por un empleado que acaba de ser despedido y busca venganza. Pero cae en la casa de Karen (Aubrey Plaza), una madre soltera que le regala a su hijo Andy (Gabriel Bateman) el muñeco Buddi, quien mata sin que nadie lo sepa a todos aquellos que tengan algún problema con Andy para verlo contento. Su desarrollo tiene bastante humor negro, entretiene al espectador con parodias, toques se sátira, mantiene el espíritu de las anteriores, hay sangre, suspenso, tiene muchos guiños y un buen trabajo de fotografía, aunque sea siniestra hasta puede resultar divertida y sin ser demasiado pretenciosa logra llevar a buen puerto su propuesta.
El regreso de Chucky Treinta años después del estreno de la película original, llega esta remake moderna que brinda una divertida vuelta de tuerca a la historia del muñeco asesino En esta época, plagada de secuelas, nuevas versiones y subproductos de clásicos cinematográficos, resulta una bocanada de aire fresco encontrarse con este original reinicio de la saga Child´s Play. No era tarea fácil tomar un personaje y una mitología tan bastardeada como la de Chucky y hacer un nuevo filme con ideas que funcionen. Sin embargo, esta remake se aleja de los orígenes del personaje, toma nuevas líneas argumentales y no abusa de los chistes chabacanos ni las secuencias bizarras. Por esto, el producto final firmado por el realizador Lars Klevberg supera en calidad a las últimas secuelas de la serie. Acorde a las nuevas tecnologías y considerando una audiencia de espectadores jóvenes, el comportamiento asesino de Chucky ya no se justifica con ningún ritual vudú, ni la posesión por parte de un serial killer. Aquí es un empleado despechado que en una fábrica vietnamita en donde se ensambla el muñeco, le apaga el protocolo de seguridad, generando en el adorable juguete una voraz predilección por el sadismo. Una madre sobreprotectora le regala un muñeco Chucky a su hijo Andy (sí, el mismo nombre que el niño de Toy Story, y no es la única referencia presente en el metraje). La relación entre el muñeco y el niño, que tiene problemas de audición, comienza siendo ideal. El juguete posee una especie de inteligencia artificial, por lo que tiene emociones, sentimientos y aprende a moverse y comportarse en base a estímulos. Pero un descuido y cierta desidia de Andy para con el muñeco, hará que luego de ser abandonado, este regrese al hogar con aires de venganza. Técnicamente impecable, la película hace gala de la animación digital para darle vida al pelirrojo muñecote, logrando toda clase de gestualidad, un rostro que adrede luce muy artificial, pero que a la vez es sumamente inquietante. Hay sarcasmo, humor del negro, con diálogos y acciones retorcidas, pero el filme nunca abandona el camino del horror, género en el que nació la franquicia y por el que transita en gran parte del metraje. La puesta de cámaras dinámica funciona, incluso cuando desde la mirada subjetiva nos ponemos en el lugar de Chucky. Las actuaciones son más que correctas, Audrey Plaza como la madre devota y Gabriel Bateman como el niño que debe lidiar con el peor de los terrores, cumplen con creces. Párrafo aparte para Mark Hamill, quien toma la posta de Brad Dourif para darle voz a Chucky en una interpretación con personalidad que logra ser espeluznante. Hay varias muertes muy bien elaboradas y un último acto en donde abundan la sangre y ciertos toques truculentos, que harán las delicias de los amantes del gore. Queda claro que esta nueva versión de la saga tendrá más capítulos. Chucky ha vuelto a la vida y por lo visto planea seguir siendo "tu enemigo fiel".
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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Después de siete películas y numerosas parodias, con un gran exponente como el tercer especial de terror de Los Simpson –cuando un diminuto juguete de Krusty el payaso quiere asesinar a Homero-, la saga de Chucky obtiene su relanzamiento oficial de la mano de la productora KatzSmith (hacedora de ‘It (Eso)’ de Andy Muschietti) con ‘El muñeco diabólico’ (2019). Además, esta es la primera vez que Brad Dourif (Grima en ‘El señor de los anillos) no presta su voz para dar vida al antagonista principal y cede su labor a Mark Hamill (el eterno Luke Skywalker).
Nueva versión del clásico de terror de Chucky, el muñeco diabólico (Child´s Play, 1988) de Tom Holland. Un inteligente regreso que no se preocupa por tonterías y se dedica de lleno a contar una historia de forma contundente en solo 90 minutos. El origen malvado del muñeco es en una fábrica en Vietnam, donde un empleado enojado desactiva todos los protocolos de seguridad del muñeco. Este juguete inteligente, orgullo de la empresa Kaslan, tiene la capacidad de conectarse con todos los artefactos de la casa e incorporar nueva información. Esta combinación lo lleva a convertirse en un muñeco sin control que aprende rápido el lado oscuro del mundo. Su mejor amigo, programado al encenderlo, es Andy (sí, como el de Toy Story) y el muñeco Buddi, que elige llamarse Chucky, tendrá como misión inicial castigar a cualquiera que le haga daño el niño. Pronto todo se saldrá de control. Es muy sano ver una película que no intenta convencer a todo el público. El muñeco diabólico es sangrienta, perturbadora, más cerca del estilo desenfrenado de otra época que de las especulaciones demasiado medidas del cine industrial actual. No hay vueltas de tuerca. En esta película las cosas ocurren rápido, de forma clara y entretenida. Es terror, tiene humor, no se extiende ni un minuto más de lo necesario. Cosas sencillas pero sin errores.