Y un día "volvió" Adrián Caetano. Tras un periodo de temáticas y estéticas alejadas del universo de sus primeros films -con resultados, hay que decirlo, un tanto fallidos (Francia, Mala)- y un trabajo por encargo que quedó trunco (el nunca estrenado documental sobre Néstor Kirchner), el director de Bolivia y Un oso rojo resignifica en El otro hermano aquellas atmósferas de antaño, con zonas de tensión social, violencia explícita y personajes que transitan los márgenes legales. Pero, por sobre todo, Caetano recupera un espesor y un vigor narrativo que parecían olvidados.
Una historia violenta El otro hermano es el nuevo film de Israel Adrian Caetano, un realizador argentino que ya en producciones anteriores nos mostró que no le teme al grotesco, más si viene acompañado con una trama policial, que en apariencia ocuparía un segundo lugar en la película, pero es lo que de verdad se viene cocinando mientras uno se distrae con otros elementos. Mucho de esto tiene esta película, dado que por varios momentos del film nos reiremos con lo absurdo y casi inverosímiles que son algunas situaciones, pero sobre todo, con determinados personajes, como por ejemplo el de Duarte, interpretado a la perfección por Leonardo Sbaraglia. Que toda esta parte que roza casi la caricatura del argentino ventajero y estafador funcione, es en gran parte por la dupla protagónica compuesta por el ya nombrado Sbaraglia y por Daniel Hendler. Del primero ya dijimos que se devora la película, y hace funcionar toda la trama a base de mentir y traicionar gente. Daniel Hendler, pese a que se vuelve a repetir en el rol de persona común y corriente casi perdedora, es un personaje que le sale de memoria y que en esta ocasión se complementa con mucha química con Sbaraglia, dando ganas de volver a verlos juntos en el cine. Quizás donde falla principalmente El otro hermano, es cuando pasamos de la comedia grotesca al caso policial en sí; ya que en determinado momento la trama parece estancarse, y uno como espectador no sabe cómo terminará la película, pero no en el sentido sorpresivo del término, y ahí es cuando el guion de Carlos Busqued (también autor de la novela) parece que recurriera de forma forzosa a una resolución más de policial mezclado con western urbano que a aquello que se venía contando. De todas formas El otro hermano es una película muy divertida, bastante sobre la media que da el cine argentino con respecto a comedias, y que cuenta con una dupla de actores principales que pide a gritos volver a trabajar juntos. Pese a algún estancamiento o laguna argumental, uno como espectador va a salir contento del cine al haber visto algo que no todos los días puede verse en cuanto a films no yanquis.
Gran regreso de Adrián Caetano al cine con una película que recupera cierto espíritu de western para el cine argentino y también establece un paradigma particular para el espectador. La vuelta del hijo a un pueblo tras la muerte de su padre, es sólo el puntapié inicial para desnudar las miserias de aquellos que desean sacar una tajada de la paupérrima herencia. Un hombre que maneja los destinos de todos (Leonardo Sbaraglia), una mujer presa de sus circunstancias (Angela Molina), un joven perdido en negocios turbios (Alian Devetiac), y ese hijo (Daniel Hendler), pátetico, que cree que puede cumplir sus sueños reuniendo el dinero necesario, vendiendo todo lo que encuentra a su paso. El refrán “pueblo chico, infierno grande” llevado a la última instancia, en esta película que busca en la Argentina profunda el escenario para hablar de las miserias, las injusticias, la vida, la muerte, los lazos familiares y todo aquello que nos posiciona como individuos.
El director de “Un oso rojo” y “Bolivia” regresa con un policial a la altura de lo mejor de su obra. El filme, protagonizado por Daniel Hendler y Leonardo Sbaraglia, se basa en la novela “Bajo este sol tremendo”, de Carlos Busqued, y narra una serie de oscuros hechos en un pequeño pueblo de provincia. El cine de Israel Adrián Caetano tiene algo paradójico, raro. Es uno de esos cineastas, tengo la impresión, que podría haber trabajado a la perfección en el sistema de estudios del Hollywood clásico, en los tiempos en que los directores estaban bajo contrato, se especializaban en un par de géneros y elegían las películas a partir de las que les encomendaban los propios estudios o productores. Muchos de esos mismos directores, cuando lograron salir de ese sistema industrial para hacer sus proyectos más “personales”, no lograron estar a la altura del trabajo que habían hecho, si se quiere, como “directores contratados”. Es una paradoja, es cierto, pero algunos cineastas logran mostrar o dar lo mejor que tienen cuando están enfrentados a ciertas limitaciones. Más allá de sus primeras dos películas —PIZZA, BIRRA, FASO y BOLIVIA— que son producciones independientes y que al día de hoy se mantienen como dos pilares fundamentales de una cierta rama del llamado Nuevo Cine Argentino, mis películas preferidas de Caetano son las que hizo dentro de un esquema más o menos “industrial”: UN OSO ROJO, CRONICA DE UNA FUGA y esta, EL OTRO HERMANO, adaptación de la novela de Carlos Busqueds, “Bajo este sol tremendo”. En paralelo, a sus proyectos más personales (como FRANCIA, MALA y algunos otros que tuvieron un destino difuso y televisivo) los siento más erráticos, inseguros, caóticos, con muy buenos momentos pero muchas veces enredados en sí mismos. Tal vez sea el tipo de cineasta al que, mal que le pese, la mirada externa o el “control” que genera estar en un proyecto como un empleado más que como el principal responsable, le permite ajustar las tuercas y dedicarse a lo que más sabe: filmar, hacer cine, narrar historias visualmente. Y eso es EL OTRO HERMANO, un poco nuestra HELL OR HIGH WATER (o, como se llamó aquí, SIN NADA QUE PERDER), un thriller oscuro que transcurre en un pueblo pequeño en una zona seca y árida del país, donde todos se conocen con todos pero, a la vez, hay muchos secretos del pasado y del presente sin resolver. Desconozco los motivos del cambio de título pero me da la impresión, sin haber leído la novela, que le agrega otra interesante capa de lectura a la historia. La película arranca con la llegada de Cetarti (Daniel Hendler, con varios kilos de más que le dan una interesante y nueva perspectiva a su trabajo actoral), un tipo que llega al pueblo de Lapachito, en Chaco, cuando se entera que han asesinado a su madre y a su hermano, con los que tenía mínimo contacto. El asesino –que tras matarlos se suicidó– fue Molina, una nueva pareja de su madre, un ex militar y amigo de Duarte (Leonardo Sbaraglia, en el punto justo antes de caer en la parodia), esa clase de tipos que manejan todo en esta clase de pueblos. Duarte le propone a Cetarti cobrar un seguro un tanto más jugoso que el que corresponde y el indolente porteño acepta, más por inercia que por otra cosa. Mientras espera que los trámites avancen, Cetarti se instala en lo que fue la casa de su hermano, un lugar lleno de objetos, muebles y libros que empieza a vender a un chatarrero local (un siempre oscuro Pablo Cedrón) con el objetivo de ir juntando plata e irse a vivir a Brasil. Pero Cetarti no sabe un par de cosas, que Caetano nos muestra de entrada: que Duarte, con la ayuda de un adolescente (esa promesa de gran actor que es Alian Devetac), quien es hijo de Molina, tiene una suerte de negocio de secuestros extorsivos. Tarde o temprano, esos dos universos se cruzarán con resultados tan narrativamente intensos como violentos. Es curiosa la apuesta de tener como protagonista a un personaje como Cetarti al que, durante buena parte de la trama, todo parece darle lo mismo. Digámoslo de otro modo: nunca queda claro si es o se hace, si sabe que se cuecen cosas oscuras y prefiere mirar para otro lado, o si realmente está en su propio mundo. Un poco como su otro “hermano” (el hijo de Molina con el que en realidad no tiene relación familiar), ambos parecen más interesados en mirar documentales por televisión y fumarse cualquier porro que se pase por el camino que en cuestionarse lo que hacen. Pero Cetarti empieza a juntar plata (Caetano muestra una y otra vez pilas y bolsas con billetes) y, sin casi quererlo, se ve involucrado en un asunto pesado para el que no parece estar preparado. Haciendo apenas referencias al pasado de Duarte ligado a la dictadura (habla de su paso por Tucumán en tiempos lejanos, lidiando con “subversivos”), Caetano logra conectar la película con la historia reciente pero sin necesariamente forzar las lecturas al respecto. El hombre, que de entrada parece un chanta corrupto de pueblo, pronto prueba ser un tipo bastante más oscuro que eso. Y tanto para Cetarti como para su “otro hermano” la cuestión será ver hasta donde, por conveniencia, ambos están dispuestos o no a seguirle el juego. En manos de Caetano la película se vuelve un neo-western, negro y por momentos un tanto gráfico (pero nunca de manera gratuita), con personajes creíbles en cada uno de sus detalles, desde la secuestrada que encarna Alejandra Fletchner hasta la ex mujer de Molina, interpretada por Angela… Molina. El tempo del filme es clásico, alejado de cualquier moda que implique apurar la edición al estilo clipero anulando los tiempos muertos, y eso es algo que tiene que ver con el apego por la tradición del policial clásico que tiene el director, una que necesita de buenos personajes antes de poner en funcionamiento las ruedas de la acción. Más allá de las mil vueltas que el filme haya tenido en su realización (se sabe que fue una producción que tuvo sus complicaciones y reediciones, algo que es relativamente habitual en el cine de Caetano), lo que importa no eso –ni siquiera su fidelidad o no al libro–, sino lo que se ve en la pantalla. Y lo que hay aquí es un thriller puro y duro, tan deudor de la lógica de UN OSO ROJO como de la mejor tradición del policial argentino en la línea Aristarain/Bielinsky, tres cineastas que bebieron del cine de género clásico y que, cada uno a su tiempo y a su manera, encontraron la forma de homenajearlo y construir una versión local a la altura de la obra de sus maestros. En un tweet impulsivo que escribí apenas terminé de ver la película y preso del entusiasmo, comparaba a EL OTRO HERMANO con otros thrillers recientes con los que, al menos narrativamente, tiene algunos puntos en común: KOBLIC y NIEVE NEGRA. Sin intención de agregar mucho más a lo ya dicho en su momento respecto a esas dos problemáticas y fallidas películas (más la primera que la segunda), lo que diferencia notablemente a EL OTRO HERMANO de aquellas pasa exclusivamente por el pulso cinematográfico que las controla. No necesariamente su historia o su guión tienen que ser mejores (lo son, pero en este caso es un tema secundario) sino que el secreto está en la capacidad del narrador para contar su cuento. Y Caetano prueba aquí que dirigir películas es bastante más que poner en imágenes un guión. Es tener el talento y conocer los recursos específicos para hacerlo de manera tal que el espectador sienta la potencia y la intensidad de lo que se le está contando.
El director Adrián Caetano vuelve a la violencia de sus primeros filmes en un acertado juego de ambiciones, traiciones y enfrentamientos. Leonardo Sbaraglia entrega un villano de lujo. El realizador Adrián Israel Caetano, el mismo de Un oso rojo y Bolivia y de la serie televisiva Tumberos, regresa al cine de sus orígenes con El otro hermano, un relato violento que pone al descubierto ambiciones, traiciones y enfrentamientos. Cetarti -Daniel Hendler- viaja a Lapachito para reconocer los cuerpos de su madre y su hermano asesinados, a pesar de que no tenía relación con ellos, y para poder cobrar un seguro que le permitirá instalarse en Brasil. En el lugar conocerá a Duarte -Leonardo Sbaraglia-, un ex militar que ejerce el poder en el pueblo y realiza secuestros extorsivos. Ya nada será igual para este un hombre desocupado que busca iniciar una nueva vida. Con la estructura de un policial violento, con influencia del western, humor negro y toques macabros, la película entrega una atmósfera de parsimonia rural que se va transformando en un espiral de violencia sobre los personajes principales y para quienes los rodean. Un relato visceral que, a través de sus encuadres, fotografía y actuaciones, va potenciando la atmósfera de una historia que los encamina a la tragedia. Basada en la novela "Bajo un sol tremendo", de Carlos Busqued, Caetano coloca a su antihéroe en el ojo de la tormenta y, de manera progresiva, mostrará como Cetarti se irá dando cuenta del monstruo que tiene al lado y que su vida pende de un hilo. Como secuaz de Duarte aparece Alian Devetac -el actor de La tercera orilla-, el adolescente callado que presencia y acompaña el horror; la española Angela Molina, irreconocible en su rol de mujer de campo; Alejandra Flecthner, como la secuestrada, y Pablo Cedrón, un hombre que compra y vende todo menos su tranquilidad. Todos los secundarios convergen en este universo asfixiante, de violencia contenida y silencios cómplices que estallarán a su debido momento. La secuencia del banco tiene un clima realmente logrado que inquieta al espectador y Sbargalia entrega uno de los mejores papeles de toda su carrera, transformando su aspecto físico, la forma de hablar y un cinismo que despierta el alerta del resto. Caetano regresó en su forma más plena para dar una batalla feroz, la misma que llevan adelante sus personajes.
Basada en la novela Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, la nueva película de Israel Adrián Caetano construye un clima tan tenso como verosímil. Cetarti (Daniel Hendler) viaja a Lapachito, el pequeño pueblo en el que vivían, y aparecieron asesinados, su madre y su hermano. Allí conoce a Duarte (Leonardo Sbaraglia), un antiguo militar y amigo del asesino de su familia, que le ofrece conseguirle el seguro que le corresponde por lo sucedido. Al estar desempleado y no tener demasiados proyectos, Cetarti permanece en el lugar más tiempo de lo esperado, y durante ese período irá conociendo en profundidad tanto a Duarte como a los “negocios” en los que está involucrado. El otro hermano (2017) es una película cruda en la que el público se inmiscuye sin mediaciones. Desde el inicio se genera una atmósfera densa que por momentos sofoca, pero que a la vez produce la necesidad de conocer cuál va a ser el destino de los protagonistas. Porque lo dramático del film está presente en cada uno de ellos: son personajes tan desesperanzados y aislados de la sociedad como el pueblo mismo en el que transcurre la narración. La interpretación de Sbaraglia es sobresaliente; además de darle la posibilidad de mostrar su virtuosismo actoral en la faceta de malvado, le valió el premio a Mejor Actor en el Festival de Málaga. Hendler realiza un buen trabajo y Ángela Molina se destaca. El director de Bolivia, Un oso rojo y Pizza, birra, faso, entre otras películas, vuelve a desplegar su talento para dirigir. Caetano logra transmitir lo que sucede, apoyándose también en las actuaciones y la fotografía. Corrupción, ambición e injusticia son algunos de los tópicos que atraviesan a El otro hermano. Un thriller en el que se muestra lo peor de los seres humanos y de la sociedad a la que pertenecen.
Un hombre peligroso Pueblo chico infierno grande, anuncia el refrán que mejor describe a la película de Israel Adrián Caetano. Sórdida, violenta y oscura, se sitúa en una localidad del interior comandada por el personaje de Duarte (Leonardo Sbaraglia en una de sus mejores interpretaciones). Un carismático hombre de pueblo que esconde lo peor del ser humano en su interior. Basada en la novela Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, El otro hermano (2017) comienza con la llegada de Cetarti (Daniel Hendler) al pueblo de Lapachito. No será una visita amigable, viaja desde Buenos Aires para reconocer los cadáveres de su madre y hermano, asesinados en un violento crimen. Tampoco los reconoce para darles sepultura sino para cobrar un seguro de vida que le posibilite viajar a Brasil y satisfacer un deseo personal. El encargado del papeleo es Duarte, un ex oficial de la fuerza “que estuvo en el monte tucumano en tiempos de subversión”, comenta al pasar. Ahora retirado, este hombre de mucha labia, envuelve a Cetarti en sus negocios ilegales hasta llegar a un final sin salida. Hay mucho cine detrás de la película de Caetano. Las referencias cinematográficas no son obvias, tampoco las políticas, pero están presentes sutilmente. Duarte tiene un aire al personaje de Orson Welles en Sed de mal (Touch of Evil, 1958), propio de un clima noir, transpirado y con los dientes podridos en señal de clara putrefacción interior. Al estilo del legendario director, hay muchos planos al ras del suelo, con angulación contrapicada para marcar la inestabilidad del ambiente. Lapachito, pueblo del Chaco cercano a la frontera con Brasil, es uno de esos lugares olvidados del western, donde la apariencia de tranquilidad esconde las miserias humanas. Por el lado político tenemos graffitis en paradas de ómnibus que anuncian la llegada de un intendente mesiánico, o en la misma gorra que porta el ayudante de Duarte (Alian Devetac, La tercera orilla). Carteles de una obra que anuncia la realización de un polo científico muestran la contradicción, promesas de futuro perfecto en un lugar abandonado a merced del destino. La violencia cruda en la película está justificada por la atmósfera de los alrededores del pueblo, con paredes sin revoque y enormes manchas de humedad por doquier. Sus habitantes deambulan como pecadores sin esperanzas, seres condenados a vivir de desechos (la chatarra que se compra, vende y acumula) escondiendo en un espacio subterráneo culpas, dinero o rehenes. No es necesario aclarar el certero tamiz de Caetano para describir entornos marginales, desde Pizza, birra, faso (1998) hasta la serie para televisión Tumberos, pero si vale marcar que en la representación de dichos personajes negativos hay en Un oso rojo (2002) cierta empatía construida con el espectador, mientras que en esta oportunidad, sólo hay rechazo al mostrar su cara más sombría. En esa línea se destaca el personaje que compone Sbaraglia, cuya familiaridad produce el terror a su alrededor. Pero más allá de las referencias Caetano es un gran narrador de historias, por ende recurre al género (como en Crónica de una fuga) para darle un marcado final a la historia –la novela no lo tiene- además de mantener el pulso descriptivo durante la primera mitad del film, y brindar un desenlace igual de perturbador. El otro hermano logra enhebrar una serie de acontecimientos que van desde la desesperanza más absoluta hasta la miseria -espiritualmente hablando- más extrema. El recorrido de uno a otro punto está plagado de un clima agobiante. El resultado es tan potente como devastador, para redondear la mejor película de Caetano en años.
Argentina profunda En su nuevo film, El Otro Hermano (2017), el realizador uruguayo y exponente del cine social, Israel Adrián Caetano (Un Oso Rojo, 2002) recoge algunas de las problemáticas más crudas de la Argentina, analizando con una mirada aguda y rigurosa la pobreza endémica del nordeste, los secuestros, la apatía social, la herencia de la última dictadura cívico militar y la estafa como parte de una cultura de la supervivencia en una tierra baldía arrasada por el neoliberalismo y el neopopulismo. La película se basa en la novela de Carlos Busqued, Bajo un Sol Tremendo (2008), editado por Anagrama, que mezcla, al igual que el film, un tono existencialista con el nihilismo negativo de nuestra época. La trama sigue el derrotero de una tragedia ocurrida en Lapachito, una localidad de Chaco signada por las promesas incumplidas, las obras abandonadas y la pobreza. Tras el asesinato de su madre y su hermano a manos de la pareja de la madre, el hijo que vivía alejado de su familia en Buenos Aires viaja a Chaco para reconocer a sus parientes y realizar los trámites de defunción. Este, Cetarti (Daniel Hendler), es un apático desocupado, ex empleado público sin tareas despedido por no presentarse a trabajar, que se ve envuelto en un contubernio macabro de secuestros extorsivos por parte de Duarte (Leonardo Sbaraglia), el albacea del asesino de su familia y su otro hijo, Danielito, el hermanastro del protagonista. Duarte y el asesino (que se suicida tras cometer el aberrante crimen sin sentido), ambos militares retirados y ex represores durante el Proceso de Reorganización Nacional asignados en Tucumán, representan a una clase social en los márgenes de la ley para la que el crimen es una forma de vida y sustento. Cetarti, en cambio, no tiene ningún prospecto y absolutamente a la deriva a instancias de Duarte, se muda a la caótica casa de su hermano, una morada precaria repleta de porquerías acumuladas bajo el síndrome de Diógenes, mientras comienza a planificar un viaje a Brasil tras leer sobre sus bondades en una revista turística, a la espera de un seguro de vida gestionado por el ex militar. El Otro Hermano oscila entre el drama social, el thriller y el terror constantemente con un posicionamiento de cámara lacónico y severo, creando un clima aplastante bajo el sol chaqueño que sofoca a los personajes, llevándolos hacía una indolencia oscura sobre la vida. Julián Apezteguia (Crónica de una Fuga, 2006) coloca la cámara donde golpea al espectador, en la llaga que representa las heridas abiertas de nuestra sociedad, simbolizando de esta manera las apropiaciones populares de la manipulación y la desidia ante un lugar en el que el tiempo parece detenido. El compositor Iván Wyszogrod (Gatica, el Mono. 1993) vuelve a colaborar con Caetano para crear una banda sonora tan desoladora como atemorizante, aportando un contraste entre una imagen seca y un sonido estridente, que van dejando un rastro narrativo en el que la historia actual choca con la herencia aplastante de un pasado liberal que representa el fracaso de las políticas públicas y el federalismo. Caetano regresa con un opus arrollador en el que los protagonistas son víctimas y victimarios de sí mismos, de sus decisiones y de unas políticas que los condenan a la miseria. Todo el elenco se luce interpretando a unos personajes tan sombríos como impasibles. El Otro Hermano desnuda así las contradicciones argentinas sin necesidad de un discurso explicito, narrando una historia sencilla pero perturbadora en la que no hay verdad, no hay pasado ni memoria, tan solo el resultado de una dialéctica que todo lo quema bajo un sol tremendo.
El director de Un oso rojo vuelve con un oscuro y duro relato de miserias pueblerinas basado libremente en la celebrada novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued. Sbaraglia -recientemente reconocido como Mejor Actor en el Festival de Málaga por este trabajo- se luce como un ex represor que sigue manejando los hilos en una localidad chaqueña, mientras que Hendler interpreta a un joven aparentemente sumiso que sueña con cobrar un seguro de vida tras una tragedia familiar e irse a Brasil. Drama, thriller, western y gore se combinan en ese regreso a lo grande del mejor Caetano. Todos sabíamos que Israel Adrián Caetano es un notable director. Allí están para demostrarlo desde Pizza, birra faso y Bolivia hasta Un oso rojo y Crónica de una fuga. Sin embargo, tras las polémicas por el documental sobre Néstor Kirchner y el fracaso (en todo sentido) de Mala, el más argentino de los realizadores uruguayos entró en una suerte de nebulosa artística. Por suerte, con El otro hermano, libre transposición de la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, recupera su mejor versión, vuelve ese “animal” de cine que ama y subvierte los géneros clásicos, que sabe cómo narrar con una potencia y una expresividad poco habitual en el cine latinoamericano. Entre el thriller, el drama pueblerino, el western moderno y explosiones macabras cercanas al gore, El otro hermano remite casi de forma inevitable a Un oso rojo. Sin embargo, mientras aquel film de hace ¡15 años! con Julio Chávez y Soledad Villamil encontraba ciertos resquicios emocionales (la relación padre-hija, por ejemplo), en su nueva película Caetano no da aire, su universo es casi irrespirable, con una dureza, un pesimismo y una sordidez que resultan desgarradores. Cetarti (Daniel Hendler) es un tipo gris que acaba de perder su puesto como empleado público. Llega a bordo de su baqueteado auto al pueblo chaqueño de Lapachito para reconocer en la morgue los irreconocibles cadáveres de su madre y su hermano, quienes han sido brutalmente asesinados por la nueva pareja de ella. Con una frialdad pasmosa (no tenía ninguna conexión afectiva con ambos familiares desde hacía mucho tiempo) se somete a la rutina con el único objetivo de cobrar un seguro de vida y conseguir el dinero suficiente para seguir viaje a Brasil. La única posibilidad que tiene este hombre que parece dejarse llevar siempre por la corriente para hacerse de la plata en tiempo y forma es asociarse con Duarte (un afeado y convincente malvado a cargo de Leonardo Sbaraglia), un “pesado” con triste pasado en tiempos de dictadura que parece manejar todos los hilos del pueblo y además se dedica a secuestros extorsivos. Ellos cobran el dinero, pero -claro- las cosas no serán tan fáciles para ese perfecto antihéroe que es Certarti en un ámbito que con cada nuevo plano resulta más degradado y ominoso. La relación manipulatoria entre el avasallante Duarte y el en apariencia sumiso Certarti es el eje del relato, pero Caetano construye varios personajes secundarios con no poco despliegue como los que interpretan Alian Devetac (la revelación de La tercera orilla, de Celina Murga), Pablo Cedrón, Alejandra Fletchner, Erasmo Olivera y la española Ángela Molina. Caetano “firma” sus películas con “encuadre y dirección” y lo que en principio parece un esnobismo en su caso es una suerte de reivindicación del lugar y el valor del realizador como narrador. No todos saben poner la cámara en el lugar justo y conseguir un relato con tanta fluidez y contundencia como Caetano, aquí ayudado por ese notable director de fotografía Julián Apezteguía. En definitiva, estamos ante ese regreso con gloria que tanto esperábamos.
El Otro Hermano: La nueva, violenta y corrupta ficción de Adrián Caetano. El director uruguayo vuelve a la ficción después de casi cinco años, escudado con un gran elenco y dando como resultado una tétrica y tensionante adaptación de la novela “Bajo este sol tremendo“, que seguramente dará que hablar. No es fácil adaptar bien una novela. La cantidad de personajes y las profundas descripciones son las principales razones por las que la práctica usual al encarar una adaptación literaria es simplemente el recortar contenido. Todos hemos escuchado alguna vez a alguien decir que un libro los “atrapa” y “transporta” mucho más que ver una película, se refieren a cosas como estas. Si una producción no le dedica especial dedicación a la preparación de una locación en una película, a crear más que simplemente un punto geográfico, jamás podrá ser rival para media carilla de minuciosa y detallada descripción. Por suerte hay ocasiones en que las cosas se hacen bien. El uso de la gran banda sonora compuesta por Iván Wyszogrod, y todo el manejo del sonido en general (resulta imposible separar algunas piezas de los ladridos de perro que casi siempre las acompañaban) fueron los que mayormente conspiraron para crear un ambiente tenso, familiar, desgastado, tétrico y peligroso; junto a la fotografía de Julián Apezteguia formaron una alianza que reforzaba cada locación con una personalidad y carácter que enriquecían las desgracias que allí tenían lugar. Esas son herramientas usuales en el buen cine, cuya cooperación funciona de gran manera en esta producción, pero también se pueden apreciar herramientas no tradicionales aplicadas con gran efectividad. La transpiración es una constante en todos los personajes, especialmente en el de Daniel Hendler, transmitiéndonos lo desacostumbrado que está al clima del pueblito de Lapachito después de muchos años viviendo en Buenos Aires. Un recurso más que apropiado si tenemos en cuenta el nombre de la novela en la que se basa el film: “Bajo este sol tremendo”. Aun viendo esta película en un televisor de los viejos que ya va perdiendo definición y color, y aun si uno no logra encontrar el control remoto para sacarle el mute al mismo, el sudor que constantemente empapa toda la historia transpira lo suficiente como para transportarte al Chaco, al lado de sus personajes. Detalles como esta transpiración, y un detallista trabajo de producción y del departamento de arte, logran imbuir a El Otro Hermano de esa cualidad literaria que tantas adaptaciones no logran (o ni se molestan) obtener. Pero una película no puede vivir de detalles, y por suerte esta ni lo intenta. Ninguna de las actuaciones desentona con el resto, todo el elenco realiza una labor destacable. Hendler nos muestra, una vez más, que es un muy valioso colaborador cuando se lo encaja en un papel y guion que le van justo. A riesgo de que se tome como una falta de respeto, debo decir que siempre está seleccionado de gran manera y muy bien utilizado en casi todos sus papeles. El poco tiempo en pantalla que disfrutamos de la sufrida actuación de Ángela Molina y del doloroso pasaje de Alejandra Flechner por el film, es indirectamente proporcional a la fuerza y cuerpo que logran darle a sus personajes. Por su parte, es Leonardo Sbaraglia quien termina llevándose todos los flashes, lográ invocar un personaje que se balancea entre lo caricaturesco, grotesco, temible y entretenido. Creo que esa última es la palabra justa, puedo imaginar alguna discusión sobre qué tan “buena” (muy buena) y meritoria (muy meritoria) es su actuación pero lo que resulta innegable es que es una performance y un personaje increíblemente entretenidos. El crédito por el resultado final debe repartirse entre el mismo Sbaraglia, la dirección, el guion y elementos tan faltos de reconocimiento como el de vestuario y maquillaje. Podría incluso llegar a decir que aún si lo único que se modificara fuese este personaje, todos los aspectos tan bien realizados que tiene el film no serían suficientes para lograr una cinta tan atrapante y cautivante cómo la que el director uruguayo nos trae en esta ocasión. El encargado de la dirección, el guion (junto a Nora Mazzitelli) y el encuadre de la película, Israel Adrián Caetano, usualmente nos trae trabajos que resultan una bocanada de aire fresco. Los cineastas tan técnicos y visuales como el oriental no abundan en la actualidad de nuestro continente, y menos con una carrera tan extensa e interesante como la suya. Los personajes de Sbaraglia y Hendler son antagonistas y colaboradores, conspiradores que cooperan en sus planes y objetivos de la manera más destructiva posible. Incluso el pueblo no termina siendo solamente un personaje, sino también una víctima de las circunstancias y del accionar de nuestros protagonistas. Es mi parecer, que el “hermano” al que mejor podría referir el título, es quizás la mayor victima de todas las que se ven en pantalla: como puede uno ser más “el otro” que siendo algo incompleto, secundario y falto de respeto: Alian Devetac nos muestra a un ser abatido, con un accionar tan ausente como lamentable. Le da tortuosa vida al otro hermano, nacido de criminales y atrapado con ellos. Muchos se apuran a encasillar la película como un western, pero en esta historia aunque hay horizonte no hay final, aunque hay protagonistas no hay héroes y absolutamente todos los personajes están tan manchados como el resto. La empatía no es fácil de manejar en El Otro Hermano, y en el final uno termina inclinándose por el que más parece sufrir sus manchas. En definitiva, esta producción logra un gran equilibrio entre el entretenimiento, una tensión atrapante y una intriga que no nos permite ceder ante la tentación de perder unos minutos yendo al baño. Verdaderamente es el resultado de un grupo de profesionales y artistas que colaboran para que los elementos que cada uno aporta conspiren para crear una experiencia enriquecedora, que no sólo resulta una gran alternativa para disfrutar casi dos horas de escapismo, sino también propone un diálogo posterior que seguramente más de uno esté dispuesto a comenzar. No se van a arrepentir, muy recomendable.
Miserias de pueblo alejado. El Otro HermanoAunque lleva años alejado de su familia, Cetarti (Daniel Hendler) emprende el largo viaje en auto al pueblo chaqueño de Lapachito para reconocer en la morgue los cuerpos de su madre y su hermano, brutalmente asesinados por la nueva pareja de ella. Por motivos desconocidos, este militar retirado del que él no tenía ni noticias de su existencia, los ejecutó a ambos con una escopeta antes de suicidarse. A Cetarti no lo mueve el amor filial ni el sentido del deber, si se decide a invertir tiempo en esta tarea es principalmente porque Duarte, amigo y albacea del asesino, le informa que tiene un seguro de vida para cobrar. Además está desempleado y en un estado de completa apatía sin nada mejor que hacer, claro. Duarte tampoco lo ayuda desinteresadamente, sabe que con sus contactos puede lograr que cobre ese seguro en tiempo record y quedarse con una comisión que se apile con los otros ingresos espurios que persigue continuamente. Obligado a quedarse algunos días en el pueblo, Cetarti se instala en la antigua casa de su hermano para vender sus cosas y conseguir algo de dinero extra, con el sueño de poder seguir viaje hacia Brasil. Por lo que cuando Duarte le ofrece algo de dinero fácil, este acepta sin hacer muchas preguntas sobre su procedencia.. Un Coen tercermundista: La marginalidad es un tema de interés recurrente en las producciones de Israel Adrián Caetano (Un Oso Rojo, Pizza, Birra y Faso), por más que se le suela criticar su verosimilitud. Con El Otro Hermano le agrega una carga de sordidez con los crímenes del despreciable Duarte y la apática complicidad de Cetarti, encarnación de la vieja frase de que para que triunfe el mal alcanza con que los buenos no hagan nada. La interpretación de Sbaraglia es muy potente, con una carga de humor negro considerable al encarnar un sociópata capaz de lo que sea para su beneficio. Es un personaje que camina siempre al borde del absurdo y logra que en muy contados instantes parezca haber cruzado esa frontera. También es interesante el trabajo de su ladero adolescente (Alián Devetac), fundamental para que su parte de la trama funcione. El problema está en la otra mitad de la trama, el supuesto contrapeso. Todo lo interesante que puede tener la historia y el personaje de Duarte, Cetarti lo tiene de intrascendente. La mayoría de sus escenas no hacen avanzar la trama ni profundizan sobre el personaje, apenas reiteran varias veces las mismas ideas sobre su personalidad casi vegetativa que lo vuelven cómplice por apatía del otro protagonista. Si la intención de esas escenas es transmitir al público el tedio del personaje, tiene éxito. En caso contrario, sólo logra que El Otro Hermano sea más larga de lo que necesita y se diluya mucha de la potencia de thriller que podría tener. Profundizar en elogios hacia la calidad técnica de esta clase de producciones con los recursos y experiencia de Caetano, puede quedar un poco redundante, pero no está de más mencionarlo. Desde hace varios años la calidad visual del cine local ha ido en aumento y ya no es tan extraño que las imágenes hablen tanto como los personajes, algo para lo que el director tiene una habilidad difícil de discutir. En todo caso el debate puede quedar para el contenido de lo que cuenta que al menos en este caso resulta bastante chato. Conclusión: El Otro Hermano es una película partida, con todo lo interesante apilado en las escenas de un solo personaje y relleno en el resto, volviendo tedioso lo que probablemente con media hora menos podría haber sido un thriller interesante.
Es el regreso con gloria de un Adrián Caetano que supo deslumbrarnos con “Pizza, birra, faso” “Bolivia”, “El oso rojo” y “Crónica de una fuga”. Y este film se engarza de alguna manera con esas dos últimas películas, con una aproximación al western, como el mismo director lo define. Esta es un film que no da respiro. De entrada Cetarti (Daniel Hendler) llega a un pueblo perdido del Chaco, donde debe reconocer a su madre y a su hermano que fueron masacrados. El clima ominoso nunca cesa a partir de ese momento. Para el personaje de Hendler, recién despedido de la administración pública en Buenos Aires, sin lazo sentimental con su familia, lo único que lo mueve es cobrar un dinero para irse a Brasil. Esta en ese lugar porque lo mandó a llamar Duarte (Sbaraglia) un hombre que mueve los hilos del poder en el pueblo que asegura, le va a facilitar todo, a cambio de una importante tajada. El film con el estilo personal del talentoso director, va descubriendo capas y capas de crueldad, mezquindad y delitos cada vez más graves. Nadie en ese entorno parece tener una pizca de solidaridad, de empatía con el prójimo. En el personaje de Leo Sbaraglia se une un pasado de militar, un hombre que hace secuestros extorsivos, que no se detiene ante nada, vividor, nunca se arriesga. Un trabajo brillante que le valió el premio al mejor actor en Málaga. El de Daniel Hendler es de una apatía total, parece una hoja al viento, pero pasa de ese estado a las decisiones más inesperadas, también un trabajo para elogiar. Igual que esos personajes secundarios que brillan: Pablo Cedron, Ángela Molina, Alejandra Fletchner, Erasmo Olivera y especialmente Alian Devetac. Con suspenso, acción, climas espeluznantes, un ritmo sostenido y contundente, este es un film redondo, sin fisuras. Sombrío y muy entretenido. Y en el que bien puede leerse con ecos de nuestra realidad, de nuestra sociedad.
En un pueblo del interior del país (Lapachito/el Chaco) se desarrolla esta trágica y oscura historia llamada “El otro hermano”. Adaptación de la novela “Bajo este sol tremendo” de Carlos Buqued donde mete mano Israel Adrián Caetano -que también dirige- siempre dejando una huella muy personal en sus films. Por un lado, un policía de bajos escrúpulos corrupto/siniestro (Duarte) un maravilloso trabajo de Leonardo Sbaraglia, y por el otro un porteño, un empleado público recientemente despedido con aparentes pocas luces (Cetarti) también con un gran laburo de Daniel Hendler. El motivo que lo lleva a Cetarti hasta allí tiene que ver con el reconocimiento de los cuerpos de su madre y su hermano (o lo que quedo de ellos) acribillados recientemente y luego con la posibilidad de cobrar un seguro de vida gestionado por Duarte. Ambos con mucho oficio logran llegar -con aparente comodidad- a la necesaria verosimilitud que propone este guión en especial en las escenas más jugadas y oscuras (de mayor clímax). Leí en una nota que le hicieron hace poco a Adrián Caetano en Página 12, algo que pienso resume un poco la idea de “El otro hermano”: “Estamos tratando de vivir sin laburar, de utilizar los grados de poder que tenemos para tratar de lucrar en una sociedad totalmente apocalíptica, diezmada, deshabitada, donde la gente no hace absolutamente nada”. Con una mirada particular y una forma de contar muy interesante logra involucrar al espectador, llegando por momentos a situaciones de mucha tensión. Gran peli, vale la pena ir a verla.
La crueldad bajo el signo del dinero. El director de Un oso rojo vuelve a las primeras ligas con esta película basada en la novela Bajo este sol tremendo. Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler encabezan un elenco notable, que enriquece la historia que transcurre en un pueblo semidesértico. “¿Cuánta guita hay?”, pregunta Danielito. “Más de la que viste en toda tu vida”, responde Duarte, con sonrisa casi lujuriosa. Guita, guita, guita. Todo es cuestión de guita en El otro hermano, regreso con gloria de Adrián Caetano, tras unos años de andar medio perdido. Todos parecen estar detrás de la guita en la desolada, reseca y herrumbrada Lapachito. Si algunos la tienen son otros, fuera de cuadro. ¿El intendente Morales, tal vez, que aparece sólo en los carteles y tiene ese apellido posiblemente inadecuado? ¿Será otro intendente de Itatí este intendente de Lapachito? Lo cierto es que allí donde otro cartel promete la construcción de un Polo Científico de Lapachito, no hay nada que no sea polvo, baldío y pedrusco, así que muy cumplidoras las autoridades del lugar no parecen. Pero a nosotros nos interesan Duarte, Danielito, su padre muerto, su madre viva, Cetarti y su madre y hermano muertos. La población de El otro hermano, la película que, basada en la novela de culto Bajo este sol tremendo trae de vuelta a Adrián Caetano a las primeras ligas, tan hiriente como un chorro de ácido sobre el capó de un auto viejo. La novela del chaqueño Carlos Busqued transcurre al borde de la selva nordestina. La película que Caetano coescribió (apenas disimulado bajo el nombre I. A. C. Suparregui) junto a Nora Mazzitelli (proveniente de la televisión) reconvierte el ambiente en un semidesierto, filmado en la provincia de Buenos Aires pero ubicado, en términos ficcionales, en la misma zona. Calor, transpiración, agobio. ¿Por qué no mantener el título de la novela, que tiene atracción, misterio y responde perfectamente al clima de la película, en vez de remplazarlo por este soso El otro hermano, carente de resonancias? Hasta el lugar llega Cetarti (Daniel Hendler), llamado por Duarte (Leonardo Sbaraglia, quien viene de recibir un premio en el Festival de Málaga por este papel), que le avisó que el amante de su madre la mató de un escopetazo, a ella y a un hermano con el que Cetarti tenía poco contacto, y después se suicidó. Desempleado (“¿Renunciaste a un empleo público? Debés ser el único tipo en el mundo que hace eso”, se asombra el truchísimo Duarte) y dedicado full time al arte de fumar porro, Cetarti no parece demasiado conmocionado con el doble crimen. Aunque ver los cráneos reducidos a cenizas rojas por los escopetazos desde corta distancia no le resulta tarea fácil. La fauna de El otro hermano está compuesta por tres clases de especímenes: los crueles, los indiferentes y los que pueden dejar de ser indiferentes para volverse crueles. Algo así como el “poronga” del lugar, Duarte, suboficial retirado de la Fuerza Aérea, vive haciendo toda clase de chanchullos. Uno de ellos es el cobro del seguro de la madre y el hermano de Cetarti, para repartir entre el recién llegado, obviamente él y lo que él llama “las palometas”, que son los que perciben los “diegos”. Claro que al mismo tiempo Duarte es el albacea de Molina, el suicidado, que también era suboficial retirado. Otro egregio representante del comercio local es el chatarrero, que compra y vende lo que sea, desde viejas revistas Selecciones del Reader’s Digest hasta autos hechos pelota (Pablo Cedrón está genial, como varios otros integrantes del elenco). Otra rama comercial que Duarte practica es la de los secuestros, usando como ayudante a Danielito (Alian Devetac, otro de los geniales) y violando eventualmente al secuestrado, aunque se trate de un Down. Un par de planos solitarios sobre la viuda de Molina (Angela Molina, reconvertida en una anciana), engañada durante años con la otra mujer, generan una súbita, inesperada piedad para con ella. En el papel de la segunda secuestrada, una descompuesta, desesperada Alejandra Flechner es la tercera genia de la lista. Con ella la película termina de hacer un giro en U que la deja ante las puertas mismas de lo goyesco. Lo del giro en U es deliberado, ya que El otro hermano recuerda mucho (con menos dosis de grotesco) esa otra temporada en un hades de provincias que fue Camino al infierno, de Oliver Stone (U-Turn, 1997). A su vez, la naturalización del secuestro en el contexto de una vida más o menos familiar, ahora con el debido siniestro, no sólo dialoga sino que en verdad corrige El clan, de Pablo Trapero. Otra película reciente con la que El otro hermano dialoga es El ciudadano ilustre. En ambos casos se aborda cierta sensación de “tierra baldía” en un pueblito del interior, desde la mirada de un porteño. Pero mientras que en la película del dúo Cohn-Duprat ese porteño es un encumbrado representante de la cultura, en la de Caetano es un fumón cuyo futuro inmediato consiste en irse a alguna playa brasileña, no sabe para qué. O sea que no hay superioridad que valga: la tierra baldía es el país entero.
El oscuro y fascinante mundo cinematográfico de Caetano El otro hermano es una película nihilista que hunde al espectador por casi dos horas en una oscuridad irremediable. Combinando elementos del western, del policial y hasta acercándose al thriller de protagonistas psicópatas, Israel Adrián Caetano consigue transformar una historia sórdida en un film del que no se puede apartar la mirada. Basada en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, la película transcurre en un pueblo chico del Chaco, al que llega Cetarti (Daniel Hendler) para recibir las cenizas de su hermano y su madre, con quienes no tenía una verdadera relación afectiva y que fueron asesinados por la pareja de ésta, un ex militar llamado Molina. Lo recibe Duarte (Leonardo Sbaraglia), un amigo del asesino que le ofrece ayuda para cobrar un seguro de vida que le permitiría irse a vivir a Brasil. Una ayuda que, por supuesto, no será gratis y le costará a Cetarti más que algunos billetes. De villanos y villanos No hay héroes en El otro hermano, sólo villanos, aprovechadores y víctimas, y los límites entre ellos no siempre son claros, excepto en el caso de Duarte, un hombre que es la pura encarnación del mal y cuyas acciones están motivadas sólo por la codicia y el sadismo. A Cetarti, un personaje más ambiguo, la codicia se le prende como un virus y sus límites morales se van haciendo cada vez más flexibles. La interpretación que hace Sbaraglia de Duarte es impactante. El talento del actor ya no es una sorpresa a esta altura de su carrera, pero de todos modos llama la atención su transformación total en un personaje extremo, aunque con rasgos reconocibles, que provoca un profundo rechazo. Hendler, otro actor que ya ha probado su valor en trabajos anteriores, resulta una elección de casting perfecta: la austeridad propia de sus interpretaciones es la clave para convertir a Cetarti en un enigma sin respuesta. Además, se nota un gran trabajo en la construcción de su personaje, que incluye un interesante cambio físico. El resto del elenco, en el que aparecen Alián Devetac, Alejandra Flechner, Pablo Cedrón y Ángela Molina, sostiene a estos protagonistas con actuaciones impecables. Detrás de todo esto está Caetano, capaz de construir verdadero suspenso y crear climas densos, a los que no les faltan extraños toques de humor muy oscuro. Como demuestra el sobresaliente plano final del film, se trata de un director que tiene la singularidad de usar una narrativa y una puesta en escena clásicas para presentar una violencia gráfica y una noción de falta de esperanza atípicas en el cine industrial tradicional.
Corrupción se escribe con sangre Volvió el mejor Caetano, el de la sensibilidad popular, la sequedad y la contundencia en un thriller hecho y derecho. A diferencia de algunos de sus contemporáneos del en su momento llamado Nuevo cine argentino -que tuvo su piedra o base fundacional con Pizza, birra, faso, que hace 20 años codirigió con Bruno Stagnaro-, Israel Adrián Caetano tiene una sensibilidad hacia lo popular que lo diferencia. No lo distancia. En El otro hermano, Cetarti (un Daniel Hendler excedido de peso por pedido del realizador) llega a un pueblito chaqueño al enterarse de que su madre y su hermano fueron brutalmente asesinados, supuestamente por quien fuera su nuevo esposo. Lo recibe Duarte, un tipo inescrupuloso, un psicópata paramilitar que realiza secuestros extorsivos, y al que Leonardo Sbaraglia corporiza en una actuación portentosa, que lo distingue y que lo aleja de toda macchietta. El recién llegado muestra una pasmosa indiferencia, y mucho mayor interés en la oferta de Duarte (intentar cobrar un seguro por la muerte de los suyos, a los que no veía desde hacía años), ya que está desempleado y, aunque le dice a Duarte que la movida “podría meternos preso”, va hacia adelante. Ir hacia adelante es una constante en los personajes que construye Caetano. Desde el Freddy de Bolivia, pasando por los detenidos en Crónica de una fuga, el director de Un oso rojo -con la que El otro hermano guarda puntos de contacto-, los seres creados por Caetano como antihéroes están desprovistos de buenos modales y se mueven en un ambiente angustiante. Hablan poco, pero dicen mucho. Caetano se basó en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued. Y es contundente y seco a la vez. No se sabe si el dinero puede comprarle amor a Cetarti o a Duarte, porque el amor es algo que los despreocupa, y el dinero, aquí, lo es todo. Son socios por conveniencia. A Caetano le gusta firmar sus películas diciendo que es responsable de la dirección y el encuadre. Es que el realizador uruguayo afincado en la Argentina sabe, como pocos, dónde colocar la cámara. Y el calor al que hace referencia el título de la novela se palpa y se ve en un Hendler que transpira todo el tiempo, que exuda dolor, escepticismo, sofocación y mugre. También muestra un pueblo chico en estado lamentable, en paralelismo con la destrucción de los personajes y todo lo material que los rodea, lo que se ve, desde el auto destartalado de Cetarti a la casucha donde se muda. El final quizá no deje satisfecho a muchos. El otro hermano es un western (sub)urbano, en el que la tragedia impregna cada fotograma en un filme con el que el mejor Caetano está de regreso.
Pueblo chico, infierno grande Esta semana llega a los cines El Otro Hermano, de Israel Adrián Caetano. La película es un oscuro thriller basado en la novela Bajo Este Sol Tremendo, de Carlos Busqued, y cuenta con Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler en los roles protagónicos. Adrián Caetano es un cineasta con tendencia por las pequeñas historias. Sus films más renombrados dan cuenta de ello: Pizza, Birra, Faso (1998), pieza fundamental del denominado Nuevo Cine Argentino nacido por aquella década, retrata el día a día de una banda de cuatro pibes chorros que caminan las sucias y grises calles porteñas que parecen poco tener que ver con la ciudad de los teatros y las luces. En Un Oso Rojo (2002), el barrio de Berazategui se funde ante la lente de la cámara para contar un nuevo episodio en la vida de El Oso (Julio Chávez), un delincuente que acaba de salir de la cárcel y se encuentra con una familia que ya no es la suya. Y así podríamos seguir contando títulos. La fórmula de Caetano consiste en ir a buscar los resabios del sistema, aquellos personajes familiares que el neoliberalismo se encargó de dejar a un costado de la ruta, para ponerlos en el centro de la escena de un relato intrascendente para el mundo, pero determinante para sus vidas. El Otro Hermano representa la vuelta de Caetano a su estado más puro. Esta vez, la esencia minimalista nos transporta hacia un pueblito casi desconocido del Chaco, llamado Lapachito. Hasta allí llega Cetarti (Daniel Hendler), un tipo común, pesimista, que vive en Buenos Aires y acaba de perder su puesto como empleado público. La madre y el hermano de Cetarti -con los cuales hace años ha cortado toda comunicación- fueron cruelmente asesinados por su padrastro y por eso él es llamado a reconocer los cuerpos (o lo que queda de ellos). En el pueblo se topa con Duarte (Leonardo Sbaraglia), un militar retirado y albacea del asesino de su familia, quien conoce a fondo el pueblo y sabe cómo sacar su mayor provecho. Duarte le ofrece cobrar un seguro de vida y luego repartirse el dinero, propuesta que a Cetarti le resulta muy conveniente ya que su objetivo es hacerse de unos buenos pesos para poder cruzar la frontera e instalarse definitivamente en Brasil. Sin embargo, pronto emergerán sus sospechas de que no se trata de un simple estafador y terminará viéndose involucrado en un negocio más turbulento del que podría imaginar. El espacio donde transcurre la narración es quizá, no sólo un protagonista más, sino el principal actor de la trama. El pueblo de Lapachito es un lugar áspero, repleto de polvo y cosas viejas. Un pequeño mundo desamparado al costado del camino, donde los seres vivos más peligrosos no son aquellos que salen por debajo de las piedras sino los que no necesitan esconderse. Como en el inicio de Blue Velvet (1986), de David Lynch, donde esas bellas locaciones se ven empañadas por la toma de dos escarabajos comiéndose entre ellos, en esta película el contraste entre lo ideal y la pesadillesca realidad es inevitable. Aquí no hay lugar para la mística ni para los clichés sobre la vida simple que podemos encontrar en cualquier película yanqui del lejano oeste. En Lapachito la vida es infinitamente descomposición. Las actuaciones de la dupla Hendler/Sbaraglia resultan excelentemente logradas. En el caso del actor uruguayo que saltó a la fama gracias a su papel en la comedia televisiva Graduados (2012), hay que decir que el personaje de Cetarti le calza perfecto y consigue llevarlo a escena de una manera muy natural, como pocos actores lo harían. Por lo general, los personajes de Daniel Hendler suelen tener muchas características en común y ésta no es la excepción. El perfil bajo, de perdedor, extenuado de las responsabilidades y que sin quererlo se vuelve una especie de héroe de lo cotidiano, llevan su firma. Por otro lado, tenemos a Sbaraglia como Duarte, que es quien realmente se roba la película. Un personaje desagradable y vulgar, pero al mismo tiempo con aires de distinguido. Leonardo Sbaraglia se encarga de llevar al límite de la violencia a este ser siniestro, con un pasado oscuro, que nos remonta a la última dictadura militar y que, paradójicamente, logra el convencimiento de sus interlocutores gracias a su carisma. A los papeles de Cetarti y Duarte, hay que sumarle el importante rol secundario que juega Danielito, interpretado por Alián Devetac. Danielito es el hermanastro de Cetarti, hijo de Marta (Ángela Molina) y del ex esposo y asesino de su madre. Se trata de un adolescente alienado, sin expectativas, que encierra una gran fragilidad y que resiste en ese medio a condición de vivir drogado todo el día con porros. Duarte se encarga de manipular al joven y reclutarlo como mano de obra para sus negocios ilegales. Ante la falta de un padre que lo abandonó por otra familia, Danielito ve en Duarte un modelo a seguir, un hombre con verdadero poder sobre el territorio. Sin embargo, la llegada de este nuevo hermano, sumado a otro acontecimiento determinante, producirá un despertar en el adolescente. El regreso de Adrián Caetano a la pantalla grande supera con creces las expectativas. Una narración fluida, inquietante, intensa, con una dirección de actores sobresaliente que hace lucir a cada personaje, otorgándole momentos únicos a todos los actores secundarios. Mención aparte para la fotografía a cargo de Julián Apezteguía, que cuenta con una gran trayectoria al haber trabajado con los más respetables directores argentinos y que con Caetano se ha destacado en películas como Crónica de una Fuga (2006). Un film que le otorga a géneros como el thriller, el western y el policial una nueva mirada, con un sello nacional que lo posiciona a Israel Adrián Caetano como uno de los mejores narradores.
El cine de Israel Adrián Caetano es el de los marginales. Personajes que, por un motivo u otro, viven en la periferia del sistema, rodeados de mugre (literal y metafórica), pero siempre dispuestos a sobrevivir. A veces son antihéroes, a veces son demasiado oscuros para llegar incluso a esa categoría, pero cada uno, a su modo, se las arregla para dar pelea. Un punto en común con la obra de John Carpenter, a quien considera su director favorito. A partir de la novela Bajo este Sol Tremendo, de Carlos Busqued, ahora presenta El Otro Hermano (2017), que también se corresponde con sus preocupaciones. Cetarti (Daniel Hendler), un ex empleado público, llega a Lapachito, un poblado perdido del Chaco, para reconocer los cadáveres de su madre y su hermano, asesinados de manera salvaje. Allí conocerá a Duarte (Leonardo Sbaraglia), otrora militar y hoy hombre cercano del asesino (que, al parecer, se suicidó luego de cometer la masacre). Un individuo que lo adentrará en una serie de trampas con el fin de sacar más rédito del seguro de vida. Mientras Cetarti indaga en las cosas de su madre, se dedica a fumar marihuana y palpita un viaje a Brasil, se descubrirá que Duarte es mucho más que un aprovechador desagradable: suele secuestrar y torturar para pedir rescates, y su ambición lo lleva a tramar planes más escabrosos, que desde el principio involucran a Cetarti. Así como en otras oportunidad aparecen influencias de Carpenter, aquí el ambiente rural, con lugareños de dudosas intenciones, estallidos de violencia extrema y humor desalmado, remiten a los hermanos Coen de Simplemente Sangre (Blood Simple, 1985), Fargo (1996) y Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2006). Un film noir con elementos de western, donde la supervivencia casi siempre implica revelar lo más tenebroso de uno mismo. El hecho de poder relacionarla con aquellos films no quita que la película de Caetano tenga una personalidad propia, sin homenajes calculados ni florituras; un relato seco y directo, como la historia que cuenta. Incluso, de manera sutil, entre líneas, hace referencia al pasado nefasto del país, un pasado que no desapareció del todo. Daniel Hendler está exacto en su rol; su eterna apatía le suma a la caracterización de Cetarti, ya que nunca sabemos qué pasa de verdad por su cabeza. No menos destacable es la labor de Ángela Molina, Pablo Cedrón, Alian Devetac y Alejandra Flechner. Pero quien se apodera de sus escenas y de toda la película es Leonardo Sbaraglia. Si bien tiene antecedentes en roles al límite de la cordura, aquí compone a un ser vil, perverso, implacable, un pantano de la condición humana. Más que un superviviente, un amor y señor de la podredumbre. Y aun cuando el personaje tiene acento y determinada cadencia del interior, Sbaraglia evita los estereotipos y las caricaturas. Duarte es inquietante y perturbador porque se siente real. El Otro Hermano no le da tregua al espectador y le recuerda por qué Israel Adrián Caetano es uno de los cineastas más duros, audaces y cinematográficos de la Argentina.
El director Israel Adrián Caetano regresa al cine, después de cuatro años, con toda su impronta en El otro hermano. En Lapachito hay un futuro que nunca llega. Todo está detenido en la mugre, en la pudrición, todo está condenado al olvido o a la muerte. Ni los perros parecen ser fieles y muerden la mano que les da de comer. Hasta ahí llega Cetarti (Daniel Hender) notificado de que su madre y su hermano han sido asesinados por el concubino de la primera, que luego se suicidó. Con la posibilidad de cobrar un seguro de vida se conecta con Duarte (Leonardo Sbaraglia) un tipo pesado, ventajista y con muchas vinculaciones que destraban los hechos burocráticos. Duarte tiene un ayudante, Danielito, que es hijo del asesino. Juntos realizan secuestros extorsivos en los alrededores de ese pueblo de mala muerte y peor vida. No hay una mínima luz de esperanza en El otro hermano. Los lazos son complejos: Cetarti y Danielito no son hermanos pero hay algo que los emparenta de alguna manera, la madre de uno fue pareja del padre del otro, fuman porro, se anestesian mirando televisión y ven documentales de Animal Planet. Basada en Bajo este sol tremendo, la única novela, hasta el momento, de Carlos Busqued, El otro hermano retrata a hombres comunes, invisibles que llevan en sus entrañas una peligrosidad tan grande que apabullan. Son como aves de carroña que devoran los cadáveres, que le sacan a los muertos lo poco que les queda. Aunque realizada por encargo, el realizador de Un oso rojo, le imprime su sello personal al adaptar la novela junto a Nora Mazzitelli y, como reza en los títulos, encargarse de la dirección y el encuadre, es decir, ser el encargado de orquestar y elegir el ángulo desde donde mostrar la miseria de un puñado de seres que se mueven como larvas de gusanos en un universo irrespirable. La clave de sus comportamientos quizás haya que encontrarla en el pequeño detalle de unos animales que son mostrados en la película: los oxolotes. Unos anfibios que tienen una curiosa característica: pueden regenerar sus extremidades y hasta sus órganos. Como estos personajes que se reconvierten, que para seguir sobreviviendo se valen de cualquier cosa. Daniel Hendler vuelve a retratar a un personaje abúlico, pero con un trasfondo de pesadilla, movido aparentemente por acciones de poca monta, aunque muestra algunos resquicios algo peligrosos (manejó desde Buenos Aires un auto sin papeles, tiene conocimiento de armas y es un ex empleado estatal que fue despedido por no hacer absolutamente nada). Leonardo Sbaraglia imprime una actuación por momentos despareja en cuanto a la manera de hablar, para personificar a un villano con el que no hay empatía posible. Los personajes secundarios son notables, como los que interpretan Alian Devetac (revelación de La tercera orilla de Celina Murga), Alejandra Fletchner, Pablo Cedrón y la española Ángela Molina. El otro hermano es un film noir, con algunos ropajes de western, en el que para sobrevivir se desciende a los infiernos. Es explicita en lo que muestra de manera perturbadora y sutil en el aparente segundo plano de menciones políticas (el abandono de las obras públicas, la precariedad de la morgue, la pintada con el candidato a intendente, la gorra de Danielito con el nombre del político, el pasado represor de Duarte en Tucumán). Metáfora de la degradación de estos tiempos, El otro hermano nos deja acorralados por seres humanos miserables de pueblos olvidados.
Adrián Caetano vuelve a deslumbrar (actualmente se encuentra preparando "Sandro de América", una serie para la televisión sobre el cantautor, músico y compositor argentino Roberto Sanchez) y más allá que alguna película nos haya gustado más que otra, en esta ocasión vuelve a brillar. Aquí mezcla a la perfección el policial, el drama y el thriller. Todo se desarrolló en un pueblito y en una frase popular se hace realidad “Pueblo chico, infierno grande”. Llega al lugar Cetarti (Daniel Hendler, su trabajo merece un elogio) un hombre apocado, desocupado que debe reconocer los cadáveres de su madre y su hermano que fueron brutalmente asesinados y un hombre conocedor del lugar Duarte (Leonardo Sbaraglia, un gran trabajo actoral, brillante composición del personaje, su tono y aspecto físico. No es casual que recientemente recibió el premio al mejor actor en Málaga por esta actuación) lo acompaña, sabe hacer negocios, sin escrúpulos, un codicioso, ex represor, habilidoso, manejador, tramposo, conoce la vida de todos y aconseja a Cetarti, a Duarte lo único que le interesa es llevarse una buena suma de dinero. Dentro de los personajes secundarios que se destacan, se encuentran: Pablo Cedron, Ángela Molina, Alejandra Fletchner, Erasmo Olivera y Alian Devetac (“La tercera orilla”). Tiene buen suspenso, entretiene y posee buen ritmo, además aquí no hay romance, es un mundo negro, cruel, sucio reflejado a través de los bichos, chatarras y personas que subsisten a pesar de todo, las miserias humanas, se muestran las mujeres y seres indefensos maltratados. Contiene buenos planos, la música del destacado Iván Wyszogrod (“Juan y Eva”, “Francia”) y la maravillosa fotografía de Julián Apezteguía (“El clan”, “El ardor”).
El Otro Hermano supone una notable vuelta en forma de Israel Adrián Caetano, quien no se fue a ningún lado, pero cuyo último gran trabajo tiene más de una década (Crónica de una Fuga). En el medio están Francia, su documental de Néstor Kirchner y la fallida Mala, pero esta nueva película marca su regreso al terreno policial en el que se había lucido en más de una oportunidad, como con la enorme Un Oso Rojo. Una adaptación de “Bajo este sol tremendo”, de Carlos Busqued, resulta en un thriller slow burn filmado con pericia, en el marco de una atmósfera ruin y foránea que se realza con destacadas interpretaciones.
El otro hermano es la historia de dos sujetos uno de apellido Cetarti (Daniel Hendler) y otro llamado Duarte (Leonardo Sbaraglia) que se ven unidos de manera azarosa por una desgracia. El crimen sangriento de la madre y de la madre de Cetarti, brutalmente asesinados por la nueva pareja de ella, deja como remanente una suma de dinero en concepto de seguro de vida. Duarte, que es un miembro retirado de la fuerza aérea y colega de quien desencadenó el violento hecho de sangre, tienta a Cetarti a perseguir el cobro de esa plata. De allí en más el relato se va volviendo cada más oscuro y va dejando al descubierto las personalidades desagradables de los protagonistas, la relación entre ambos y el perfil de quienes giran a su alrededor. Nadie mejor que Israel Adrián Caetano para llevar a la pantalla el mundo sórdido de Bajo este sol tremendo, la extraordinaria novela de Carlos Busqued. Caetano (Bolivia, Un oso rojo, Crónica de una fuga) maneja los hilos de la historia con mano maestra y despoja de todo sentimentalismo el agobiante universo que retrata en donde Hendler y Sbaraglia dan vida de manera precisa y convincente a dos personajes disímiles pero paradójicamente con varios puntos en común. La puesta está al servicio de un contexto deprimente, todo es oscuro, pegajoso, apremiante, sórdido, asfixiante y da como resultado un gran film. El otro hermano es la vuelta de un gran director, capaz de abordar una película de género de manera inmejorable, de un realizador que toma la responsabilidad de trasladar al cine una novela que ha sido considerada por muchos como lo mejor que ha dado la literatura argentina en los últimos años, que adapta y respeta el mundo de Busqued y como corresponde, se lo apropia. Un autor. EL OTRO HERMANO El otro hermano. Argentina/Uruguay/España/Francia, 2017. Dirección: Israel Adrián Caetano. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Daniel Hendler, Alian Devetac, Ángela Molina, Pablo Cedrón y Alejandra Flechner. Guión: Israel Adrián Caetano y Nora Mazzitelli, basado en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued. Fotografía: Julián Apezteguia. Música: Iván Wyszogrod. Edición: Pablo Barbieri. Duración: 112 minutos.
Leonardo Sbaraglia, un villano memorable en “El otro hermano”, de Caetano En "El otro hermano" Leonardo Sbaraglia tiene la ocasión de personificar a un villano memorable, un tipo realmente despreciable que, lejos, es lo mejor de este enredado policial negro de ambiente rural. Daniel Hendler es el deudo que debe viajar desde Buenos Aires a un pueblo en el litoral luego de una terrible masacre. Su hermano y su madre fueron asesinados por su marido, que luego se suicidó, y el albacea de éste, un suboficial de la Fuerza Aérea, lo ubicó para que cobre un seguro de un par de docenas de miles de pesos. Este albacea es Duarte, un tipo horrible en su actitud servicial, que pronto empieza a sugerirle cosas como hacerse pasar por discapacitado para aumentar el monto del seguro. Pero claro, todo eso es una aproximación previa a otros chanchullos criminales en los que va metiendo al recién llegado, que sólo tenia que estar un par de días en el lugar y que poco a poco se va quedando para vender las cosas de los muertos y participar en un peligroso desfalco. El director maneja muy bien las partes violentas, que aquí no son tantas, y no tan bien el ritmo de las distintas tramas impuestas por el villano protagónico. La película es algo larga y no depara muchas sorpresas en su crescendo hacia el temible final, pero lo que la hace recomendable es el excelente personaje compuesto por Sbaraglia. También aparece Ángela Molina, pero en un papel en el que no se puede lucir demasiado.
Los parásitos sean unidos Definitivamente, a Israel Adrián Caetano el cine de género le sienta muy bien y el botón de muestra es su nuevo opus El otro hermano, de origen literario. La idea cinematográfica para transpolar la historia de la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, explota el espacio y la aridez de un pueblito chico para bucear en grandes secretos y miserias que hacen del acopio de billetes su máximo punto de inflexión, base sólida para desarrollar con precisión un thriller oscuro que vira hacia el western y también toma prestados ciertos elementos del policial. Ya desde el primer cuadro, la composición de la imagen (no por casualidad Caetano aclara en los créditos iniciales dirección y encuadre) rompe con la idea bucólica de lo rural y la dilatación de un encuentro entre Duarte (Leonardo Sbaraglia) y Cetarti (Daniel Hendler) resalta la idea de desconfianza entre los dos personajes. La rapidez de Duarte frente a la lentitud de Cetarti genera las condiciones ideales para que la curva de transformación del recién llegado se construya pausada pero sostenidamente desde su toma de decisiones hasta sus acciones u omisiones. La importancia de generar características en los personajes y no develar de antemano el claro antagonismo es uno de los puntos de mayor éxito en esta empresa y deja el camino allanado para la expansión de los elementos genéricos, donde se cruza el juego de alianzas y traiciones pero siempre marcado por la relación parasitaria de todos los personajes intervinientes. Lo parasitario no sólo surge en el acentuado utilitarismo sino en el paulatino enrarecimiento de la atmósfera cuando el relato transita por las zonas más oscuras del alma. El gesto que prevalece en cada personaje no es precisamente la bondad, por el contrario las estrategias de manipulación psicológica y de otro tipo son moneda corriente en la dinámica de este apasionante retrato infernal de pueblo chico. No es un dato menor que los personajes se conozcan por sus apellidos en un primer plano como si el nombre formara parte de ese secreto no revelado que hace del pasado un espacio impenetrable por la coraza de ocultamientos, que no obstante a pesar del esfuerzo salen a la superficie de maneras insospechadas. A la premisa de la búsqueda de la propia historia se le suma en el caso de Cetarti la mimetización con el lugar y su deseo de fuga que alimenta su vínculo utilitario con el indescifrable Duarte, gran actuación de Leonardo Sbaraglia a la misma altura que la de Oscar Martínez en la película Koblic (2016), híbrido entre la mano desocupada desperdigada tras la dictadura genocida y el típico prototipo del corrupto deleznable con el que nos cruzamos a diario. Lo que se acumula en El otro hermano, inteligente decisión en el cambio de título respecto a la novela, no son únicamente fajos de billetes ni secretos, sino los pequeños detalles de una puesta en escena que habla más que sus propios habitantes para que el pulso narrativo de Adrián Caetano apele a la narrativa de la imagen para recuperar el lenguaje del cine y las limitaciones pertinentes del género siempre a favor del espectador, algo que quedaba a medio camino en ese experimento llamado Mala (2013).
Todo es plata y sangre en este oscurísimo thriller Pueblito perdido del interior chaqueño. Desolación y atraso. Protagonista sinuoso con un pasado oscuro que lo liga a las fuerzas armadas. Tipos desorbitados o indiferentes que dejan hacer o le suman pequeñas trampas a un escenario sin vida. Historia de un encuentro desgraciado que culmina en tragedia. Película sórdida, implacable. Nadie se salva. Hasta las víctimas (el hijo de la mujer cautiva) miente o esconde. Se parece a “Koblic”, hasta en sus resultados. Y es el regreso de Caetano a sus criaturas marginales y hacia un submundo despiadado. La plata es la protagonista. Esta allí, en todas las charlas, en todos los teléfonos, en todos los vínculos. Plata y violencia, un menú conocido. Cetarti (Hendler) es un tipo raro, no tiene alma ni vida. Acaba de renunciar como empleado público (“Debes ser el único empleado público del mundo que renuncia”, le dice Duarte (Sbaraglia). Vive en Buenos Aires y llega a ese pueblito chaqueño porque acaban de asesinar a su madre y a su hermano. Hacía mucho que no tenía contacto con ellos, pero ni esa noticia lo conmueve. Es un hombre chato, anodino, solitario, sin esperanza ni ganas. Y acepta, más por inercia que por otra cosa, seguirle los pasos a Duarte (buen trabajo de Sbaraglia, aunque rozando la caricatura), un tránsfuga pueblerino, peligroso y deleznable que está allí en medio de una historia demoledora. La codicia es el motor que los mueve a todos. No hay otro sentimiento. “El otro hermano” deja ver a tipos llevados por la plata hacia un destino fatal. Gente encerrada. No sólo los secuestrados, los demás también están en un sótano que ignoran pero que no los deja salir. Todos deambulan hundidos en un barrial que los liga y los confronta. Caetano no ahorra tormentos. Y el anunciado final adquiere el sentido de una masacre liberadora. La muerte, como en algunos western, viene a poner un poco de orden entre tanta mugre. Su mirada es desoladora. Y la historia, aunque está bien contada, no siempre suena creíble. Los trabajos actores son puntos fuertes (Pablo Cedrón, el chatarrero, está absolutamente espléndido) de este thriller devastador, que no da tregua, con hijos muertos o semi muertos y una madre sufrida, a la que ni los perros le tienen piedad. Cetarti es un viajero que vino de la nada y se va hacia la nada. Lleva con él, de un lado a otro, las cenizas de su hermano y de su madre. Y en el mismo cofre, el dinero. Todo junto. Como para decirnos que en este universo oscuro, tan lleno de sangre y de secretos, la vida, la muerte y la plata son cosas inseparables.
De entrada me sorprendió la clasificación +18 de la película (la ponen dos veces para que te quede claro), en la segunda escena de la película se justifica el porqué, escenas explícitas de sangre son parte de esa clasificación. Nos encontramos con un muchacho que pierde a su hermano y madre, y va a reconocer los cuerpos, el abogado le ofrece la posibilidad de cobrar un seguro de vida (sale a relucir el estereotipo chanta del argentino) y aquí comienza de a poco el embrollo. Conocemos a el “abogado” chanta que busca hacer guita todo el tiempo, al hijo de la ex de la mamá de nuestro personaje ¿principal?, que trabaja para el chanta y hace mucho trabajo sucio para él. Todo pasa en un pueblito del Chaco, cerca de Brasil, donde carteles que prometen futuro (un cartel de la construcción de un polo científico, que está abandonado), es un pueblo lúgubre, donde hasta la morgue parece hecha sin ganas, con un cartel de “Silencio” escrito en un cartón con fibra negra. La película nos muestra primero un camino por donde vamos a transitar, luego bifurca ese camino, sin dejar de darle bola al primero, para luego volver a juntarse. Esto último no es un spoiler, ya que se torna predecible la película cerca del final, y un tanto bizarra. Con momentos de risas intencionados y otros por la incomodidad del espectador, logra levantar un poco vuelo cuando parece que viene en picada la historia. Buenas interpretaciones, tanto de los principales como de los secundarios. Leí por ahí que se rescata lo “técnico” del director Caetano, lo cual debo admitir que es algo que no me ha llamado la atención. La banda sonora parece algo antigua, con algunos sonidos fuertes que hacen saltar algún que otro espectador. Mi recomendación: Es una película que está bien, pero no supera eso. Si te impresionas con la sangre, no la veas en el cine (o en tu casa).
(Emitida por Radio Rivadavia y Radio La Red) “El otro hermano” es la nueva película de Adrián Caetano, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler, basada en la novela “Bajo un sol tremendo”, de Carlos Busqued. Un film entre lo policial, el western y el drama que cuenta las miserias de una familia desmembrada en un pueblo atravesado por la corrupción y la desolación. Desde la fotografía, la dirección actoral y fundamentalmente el guión (realizado por Caetano y Nora Mazzitelli), es un film impactante, conmovedor y propio de un gran director, que vuelve a demostrar su gandeza.
Clásico, seguro y sin lugar para los débiles. Aunque el cine argentino reciente viene prodigando thrillers con insistencia, hay que comenzar diciendo que El otro hermano se distingue del resto por un motivo muy simple: su director es Israel Adrián Caetano (1969, Montevideo, Uruguay), de mano segura para disponer escenas de violencia y generar suspenso. Basada en una novela de Carlos Busqued, la historia es casi una excusa para construir un engranaje hecho de momentos tensos, barajando personajes (varones marginales de modales instintivos y con rencores a cuestas) y ambientes (casillas humildes, bares de mala muerte, calles de tierra) con los que Caetano se siente muy cómodo. A lo largo de casi dos horas se siguen los pasos de Cetarti, un joven con poca iniciativa que llega a un pueblo chaqueño donde su madre y su hermano –con los que casi no tenía contacto– han sido asesinados, entablando una relación de confianza/desconfianza con Duarte, perverso ex militar de apariencia afable que lo involucra en más de una artimaña. En el balance, importa más la precisión con la que se plasma ese itinerario que el sedimento que deja. Hay planos de la figura de Cetarti recortándose en una puerta frente al campo, con la cámara acercándose en lento travelling, y un duelo final extraordinariamente resuelto, que remiten invariablemente al western. El terror ante ruidos exteriores que sugieren el ataque de algo o alguien que no conviene anticipar aquí, así como el decorado mismo que enmarca el relato (chatarra, trastos viejos, muebles antiguos, polvo y herrumbre) recuerdan a cierto cine post-apocalíptico de los ’80 (Mad Max, Razorback). La astuta construcción de algunas secuencias lo acerca a maestros como John Carpenter, con parsimoniosos movimientos de cámara y una fotografía que nunca se desvía del tono buscado. La claridad y calidad de Caetano como director es algo que, como espectador, se agradece. El guión, en tanto, comprende algunos elementos más satisfactorios que otros. Ciertos detalles que parecen correr la historia un poco en el tiempo resultan curiosos, pareciendo aludir al estado de tiempo indefinido en el que se mantienen ciertos pueblos: teléfonos celulares pasados de moda, dinero que circula abundantemente sin cheques ni tarjetas a la vista, algún DNI de los de antes. La enredada trama familiar y el descuido con el que los muertos son enterrados y desenterrados se corresponden con ciertas normas que rigen la vida de pobres diablos en ciertas zonas del interior del país. Del mismo modo, la manera con la que se logra que Cetarti parezca indiferente y Duarte simpático hasta que, progresivamente, va revelándose que pueden ser capaces de algo más de lo que aparentan, resulta perspicaz. La caracterización de ambos, de hecho, va más allá de su apariencia física: Cetarti, aún dentro de su apocamiento (tutea y trata de usted indistintamente a sus interlocutores) sabe poner orden en la casa descuidada, regatea dinero, actúa en pos de un objetivo (reunir dinero para viajar) y el hecho de haber abandonado su empleo en Buenos Aires por estar cobrando sin trabajar revela en él cierto grado de honestidad; Duarte, por su parte, parece una bestia de risa falsa, procurando hacerse de dinero enfermizamente y sin importar cómo. Es cierto que El otro hermano puede verse como un recorte de la Argentina, con broncas y mezquindades condicionando la vida de seres grises sin proyectos superadores de los cuales aferrarse. Sin embargo, importan más los efectos que el argumento, esquivo a gestos de solidaridad, que otros films del director como Crónica de una fuga (2006), Un oso rojo (2002) y hasta Bolivia (2001) tenían, de alguna manera. La dupla formada por un corrupto paternal y persuasivo que se busca como cómplice a un joven inexperto no es nueva (salvando las distancias, es el modelo utilizado por Nueve reinas, El patrón-Radiografía de un crimen, y otras) y la obsesión por el dinero –y por conseguirlo sin trabajar– ya es leit motiv de las ficciones del cine argentino, al menos desde los años ‘90. Por otra parte, como suele suceder en el cine de Caetano, los personajes femeninos aparecen desdibujados: el encarnado por Ángela Molina tiene un pasado interesante y una carga dramática que se diluyen, y el de Alejandra Flechner es una víctima que, al mostrarse agresiva y desairada por su hijo, se vuelve grotesca, al punto de que pareciera merecer lo que le pasa (su agresor se sorprende, incluso, que no se resiste al ser violada). Duarte es claramente misógino, pero los demás tampoco parecen necesitar mucho a las mujeres. Aunque momentos como el ataque de un animal le dan un toque fantasmagórico, el film procura el realismo, y con ese fin Caetano muestra a sus intérpretes sudorosos, avejentados, afeados. Daniel Hendler y Leonardo Sbaraglia son los protagonistas: si el primero está ideal como Cetarti, es probable que Duarte hubiera resultado más creíble con un actor mayor (en edad y contextura física) que Sbaraglia. En una escena recuerda hechos que parecen remitir a la represión militar en Tucumán en los ’70, pero no parece tener la edad suficiente para haber vivido esa experiencia como militar. Por momentos, el Duarte de Sbaraglia aparece más gracioso que sádico, sin que esto signifique subestimar el esfuerzo del actor –en buena medida provechoso– por resultar verosímil. El excelente Pablo Cedrón suma, a su tiempo, un soplo de humor que alivia fugazmente el infernal retrato pueblerino. En realidad, el personaje más misterioso, ambiguo y conmovedor del film es el del adolescente interpretado por Alian Devetacel (el joven de inquietante mirada que había protagonizado La tercera orilla, de Celina Murga). Mezcla de turbio encubridor y niño enojado con la vida, su interés por los documentales sobre vida animal, sus dudas en torno a la historia familiar y el fugaz entendimiento con su hermanastro le dan una humanidad que lo hacen querible en ese contexto. El final recuerda ael destino elegido por la protagonista de Leonera (2008, Pablo Trapero) y parece, asimismo, un guiño a Cuesta abajo, el notable corto que integró la primera Historias breves y con el que Caetano se revelaba ya como un gran director, veintidos años atrás.
Sin lugar para los débiles El Otro Hermano, marca el regreso a la gran pantalla de Israel Adrián Caetano, cuya último trabajo como realizador había sido con el film Mala, allá por el 2013. Aquí, Caetano nos introduce en Lapachito, un pequeño y olvidado pueblo de Chaco al que el joven Cetarti (Daniel Hendler) llega, con motivo del fallecimiento -asesinato- de su madre y su hermano. Si bien se trata de un momento duro, este personaje no ha tenido relación por muchísimos años con ninguna de las víctimas, por lo que a priori, pareciera no verse emocionalmente afectado. Al llegar al pueblo Cetarti conoce a Duarte (encarnado magistralmente por Leonardo Sbaraglia), un ex militar, suerte de amigo del también fallecido marido de su madre. Duarte rápidamente explica al joven que puede ayudarlo a cobrar un seguro de vida de su madre, además de alguna pensión, por lo que establecen un acuerdo, donde el segundo deberá, a modo de agradecimiento, participar de situaciones ilegales, por el sólo afán de cobrar el dinero -que necesita para poder continuar viaje a Brasil-. A partir de ese momento, luego de aceptar las condiciones de los negociados turbios que Duarte maneja, Cetarti comienza a conocer a distintos habitantes, que al igual que él, poco a poco han quedado atrapados en esta pesadilla del pueblo podrido, del lugar sin ley y han quedado a merced de esa supuesta figura de autoridad que Duarte encarna. Una cuestión interesante en El Otro Hermano es que todos los personajes ocultan algo y todos, a partir de sus historias no dichas, tratan de escapar de algo, buscan algo que los libere de tanta monstruosidad, que en algún punto ya es moneda corriente. Con El Otro Hermano, Caetano retrata, en clave de policial negro, un mundo sórdido dentro de ese pueblo fantasma, a la vez que presenta a una serie de personajes sin rumbo, que de una forma u otra terminan siendo secuaces del detestable Duarte. Además, el film va aumentando su intensidad, mientras nos invita a pensar cuán cruel, manipuladora o ambiciosa puede llegar a ser una persona.
La violencia está entre nosotros Con El otro hermano, basada en Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, Israel Adrián Caetano hace su mejor película desde Un oso rojo. La filmografía de Israel Adrián Caetano venía medio a los tumbos después del fiasco del documental sobre Néstor Kirchner y de Mala, una película que siendo benevolentes podemos calificar de fallida, o sino de directamente mala, como anuncia su título. Pero se encontró con la historia de Carlos Busqued (Bajo este sol tremendo) que no solo es extraordinaria sino que además pertenece a su universo: un universo de desclasados, de gente al margen de la ley. Caetano vuelve con El otro hermano a su mejor forma: es su mejor película desde Un oso rojo. La primera imagen, como en toda buena película, ya sienta las bases y anuncia el tono de lo que vamos a ver. Una especie de parada de micro muy precaria en un pastizal al costado de una ruta, una leyenda que dice “Morales intendente”, y un hombre con bigotes, lentes de sol, un celular primitivo en la cintura y una especie de maletín de esos que se llevan en la mano como una carpeta de cuero. Está esperando. Ese hombre, veremos luego, se llama Duarte (Leonardo Sbaraglia). Y está esperando a Cetarti (Daniel Hendler), que llega -un poco tarde- en su auto. Cetarti viene de Buenos Aires. Duarte lo llamó porque tiene que reconocer los cuerpos de su madre y de su hermano, asesinados por un policía pareja de la madre que luego se suicidó. Cetarti no veía a su familia hacía años al punto que no parece muy afectado por la tragedia. Vomita cuando ve los cadáveres, pero porque están destrozados por culpa de los escopetazos. Duarte se apura a que Cetarti firme todos los papeles y después le ofrece un tongo para cobrar un seguro de la Fuerza Aérea. Son 25 mil pesos y van mitad y mitad. Después Cetarti va a la casa de su hermano muerto: en realidad apenas son cuatro paredes de cemento en el medio de un pastizal y está repleta de porquerías. Decide quedarse unos días ahí hasta que Duarte arregle el tema del seguro. Todavía no llegaron los títulos de la película y Caetano ya nos presenta dos personajes enigmáticos y una tensión casi insoportable, que se va a mantener durante las dos horas. Sabemos (intuímos, en realidad) que Duarte es un tipo peligroso. Es policía y tiene poder en ese pueblo. Su falsa simpatía esconde algo. Pero pronto vamos a ver que Cetarti, que en un principio parece un porteño indefenso ante la brutalidad provinciana -un poco a la manera de La violencia está entre nosotros, de John Boorman-, no tiene nada que perder ni tampoco ningún prurito en mezclarse en los negocios de Duarte si hay algo de guita a cambio para poder cumplir con su deseo de seguir viaje hasta Brasil. El origen de la historia es un crimen brutal, el de la madre y el hermano de Cetarti, y la actitud de Duarte en la morgue nos hace pensar que hay algo raro detrás, que las cosas no fueron como él dice. Pero Cetarti no parece muy interesado en indagar más allá, y acepta sin protestar la sugerencia de Duarte de cremar los cuerpos. La historia no será, entonces, un policial acerca de un crimen. Pero esa incomodidad inicial no nos abandonará jamás. No conviene revelar más detalles de la trama, porque la película juega todo el tiempo con nuestras expectativas. El pueblo que pinta Caetano está desolado y aunque por momentos la película tiene cierto aire de western, acá no hay un saloon, no hay sheriff, no hay cabaret, no hay absolutamente nada. Apenas un vendedor y comprador de chatarra (Pablo Cedrón) y algunos perros rabiosos. Tampoco hay bajada de línea. Si el Oso (Julio Chávez) de Un oso rojo tenía cierta ética y era capaz de decir que “toda la guita es afanada”, los personajes de El otro hermano carecen de toda ideología o justificación para sus actos. Ni siquiera las víctimas de los crímenes más aberrantes son dignas de compasión. Y Caetano logra retratar sin subrayados este universo brutal. Sabe que es más efectivo un plano un poco más largo que lo usual de un zapato pisando un escarabajo, que mil flashbacks explicando el pasado truculento de un personaje. Porque Caetano es, en resumen, un gran director de cine. Y en una historia como la de El otro hermano, es capaz de demostrarlo mejor que nunca.
Luego de cuatro años, Israel Adrián Caetano, regresa al cine con una adaptación de la novela de Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, a la que, una vez finalizada la filmación cambió el título por el de El otro hermano. De esta manera se adentra en el cine de género manteniendo su particular mirada. Daniel Hendler interpreta a Cetarti, personaje urbano que llega al pueblo de Lapachito, Chaco, para reconocer los cadáveres de su hermano y su madre, asesinados brutalmente por la pareja de la última, un policía de la zona que luego del hecho se suicidó. Leonardo Sbaraglia es Duarte, un compañero del policía y asesino, que acompañará a Certarti en los trámites del reconocimiento y cremación de los cuerpos. Duarte tiene una personalidad extrovertida y avasallante, y no dudará en proponerle a Certarti usar sus contactos para que este pueda cobrar un seguro por las muertes, haciéndolo pasar como discapacitado. También se unirán en un conflicto por la vivienda. La anterior pareja del asesino interpretada por Ángela Molina, y el hijo de esta, querrán reclamar por lo que creen que les corresponde. El otro hermano es un relato sucio, el avance de la historia pliega y repliega capas de misterio enrarecido en el que se derivará en hechos que en un primer momento pueden parecer insospechados. Como lo demostró en su filmografía anterior, y en sus trabajos televisivos, Caetano, que se encargó de adaptar co-escribiendo el guion junto a Nora Mazzitelli, tiene una visión muy particular de lo que se podría denominar gente fuera del sistema. Los personajes de sus obras suelen ser marginales, de códigos y moral dudosa, y no temen embarrarse en bajezas; y El otro hermano está lejos de ser una excepción (como lo pudo ser Francia). Certarti es un ex empleado de la administración pública, despedido directamente por no ir a trabajar. Tiene el plan de emigrar a Brasil, y necesita conseguir dinero, rápido y fácil. No hay demasiados pruritos a la hora de aceptar los negocios turbios de Duarte, ni en vender todo lo que pueda de la casa que ocupaba su madre y su hermano, relacionándose con un revendedor (Pablo Cedrón), también de escasos principios. Marta, esa mujer carcomida por el abandono, y su hijo; también pertenecen a un bajo mundo en el que ella supo ser la belleza del pueblo y ahora luce totalmente abandonada y codiciosa, y él solo piensa en dónde puede conseguir porro. Y mejor ni hablemos de Duarte… Pero El otro hermano es también un relato sucio en cuanto a sus resultados, la historia, que irá mutando e intenta de este modo atrapar al espectador en un espiral de misterio sorpresivo, presenta más de un bache, asuntos que no tienen una resolución lógica, y una construcción de personajes que van del trazo grueso a la mera imposición del guion. Cetarti, nunca termina de encajar en la historia más que como un observador. Mientras que la historia deriva en algo bastante diferente a lo que se expone en un inicio, Cetarti no entra en esa historia derivada que incluirá a otros personajes como una mujer que acaba de cobrar un dinero importante interpretada por Alejandra Fletchner, y que terminará por ser el centro de lo que se ve. Mientras, sin demasiada relación alguna, el supuesto protagonista (por imposición de tiempo y espacio) se limita a desprenderse de todo lo que puede en transacciones de baja calaña con el revendedor, y a acomodarse al estilo de vida que Lapachito parece ofrecer como única salida según la visión de Caetano. Recién en el muy último tramo, el personaje cobra sentido. Lo mismo podríamos decir de Marta. Con rubros técnicos cuidados, y una música incidental correcta – aunque termina perdiendo efecto por insistente – El otro hermano presenta un rigorismo formal que lo acerca a los más ambicioso, por lo menos en cine, de su director. Aquí podremos encontrar a los Coen de fines de los ’80 y principios de los ’90; a El Clan de Pablo trapero; y hasta alguna lejana inspiración de Spaguetti Western, las inspiraciones son notorias. También es de destacar el rubro interpretativo; salvando un Daniel Hendler al que, como siempre, cuesta sacar de sí mismo, y quizás no sea la mejor elección para el papel; el resto, está en un nivel altísimo. Sbaraglia, Cedrón, Molina y Fletchner logran caracterizaciones que terminan siendo, por lejos, lo mejor de la propuesta. El otro hermano es un thriller fallido, su guion presenta una estructura con fisuras notorias, una construcción de personajes con falencias, y un ruido ideológico por lo menos llamativo. Los aciertos en materia técnica e interpretativa no alcanzan para cubrir el lado negativo, por el contrario, refuerzan la idea de una oportunidad perdida.
La codicia antes que la vida Pasaron dos décadas del "boom" de "Pizza, birra, faso" y no es descabellado decir que Israel Adrián Caetano construyó un prestigio que supera incluso la calidad real de sus películas. Porque si bien aquella lo ponía en el top five del Nuevo Cine Argentino, defendió esa credencial con "Un oso rojo", ya que derrapó con "Francia" y mordió mal la banquina con "Mala", que le hizo honor al título. Ahora, con "El otro hermano", levanta un poco la puntería, pero hasta ahí. Sobre todo en la pintura de la situación, de los climas y sobre todo de los personajes, especialmente el villano creado por Sbaraglia, ya que el otro protagonista, encarnado por Hendler, es más de lo mismo en lo que respecta a interpretación y gestualidad. Aquí se pinta una trama de antihéroes, tipos cuya única pasión es hacer plata a como dé lugar. Y en ese derrotero, Cetarti (Hendler, con diez kilos más para componer su personaje) llegará a Lapachito, un pueblo perdido en el que Caetano se encargará de subrayar la manida paradoja de "pueblo chico, infierno grande". Cetarti viajará desde Buenos Aires a ese lugar oscuro para obtener la herencia de su madre y su hermano asesinados en circunstancias extrañas. Y se topará con un ex militar (Sbaraglia) que practica secuestros extorsivos en una modalidad que recordará a Arquímedes Puccio en "El clan". Hay crueldad y un final de western previsible. Sin brillar, ojalá marque el regreso al cine del mejor Caetano.
La vuelta de Adrián Caetano a la pantalla grande genera una gran expectativa, ya que sus obras como “Crónica de una fuga”, “Pizza, birra y faso” y “Oso rojo” son alzadas como postulados del cine actual. El cineasta uruguayo logra encontrarse nuevamente con sus raíces y otorgar una visión fresca y desmesurada de la vida pueblerina. El largometraje es una libre adaptación del libro “Bajo este sol tremendo” de Carlos Busqued, donde se dará vida a un western oscuro, nebuloso y enajenado para el público sumiso. El director empeña sus artilugios pasados para lograr un acabado técnico a la perfección, donde el maquillaje y los planos fijos son claves en una narración grotesca y (por momentos) asfixiantes. La historia nos lleva a Lapanchit, Chaco, donde Cetarti (Daniel Hendler) va en busca de un dinero que puede obtener de un seguro de vida a raíz de una tragedia familiar, aunque en realidad sabemos que está perdido personalmente y esto le viene bien como excusa para acabar su sedentarismo y su depresión existencial. Su único anhelo es la de desembarcar un viaje a Brasil. Su ayuda vendrá de la mano de Duarte (Leonardo Sbaraglia), un exmilitar con vida ratera y en busca de su autosatisfacción pero que a su vez es un gran estratega. Porque no existen los malvados tontos, o si lo son, no tienen influencia sobre las personas con las que arrasa. Duarte maneja su pequeño pueblo, él es dueño de la tierra que habita (en todos los sentidos). No es hasta que aparece ese taciturno extranjero que su mundo da un giro inesperado, y todo lo que parecía controlado comienza a licuarse. La cinta se puede leer en dos partes, la noche y el día. Donde los por venir no serán en la oscuridad y donde el juego de la fotografía por parte de Julián Apezteguía entra en afán importante. El mundo está constituido por hombres fuertes y en busca de poder, la representación femenina es aclamada por la inutilidad y la inocencia. Como es el caso del personaje de Ángela Molina que al darse cuenta de todo, o mejor dicho, al no soportar todo decide dar un vuelco esencial para la trama. Sin alejarse de la constitución misma de los personajes, se logra su final esperado pero no glorioso. Pero el gran conflicto lleva a su clima y verosimilitud a través de la mano del medio hermano del forastero (Alian Devetac) residido en el pueblo y gran ayudante de Duarte. La performance del actor revelación hace que los cabos sueltos y la composición del relato llegue a su clímax de la forma más redundante y atrapante posible. La pérdida para él no es la misma que los dos adultos maduros que tiene a su alrededor, su camino pasa por otro lado. Y es ese enigma lo que teje y tiñe el melodrama que por no ser por ello podría terminar en un film de secuestro extorsivo, sin pasión y novedad. Podríamos alzar al realizador aclamando con un simple regreso triunfal, pero estaríamos en gran medida olvidando que, al fin y al cabo, es “El otro hermano” la obra en sí, la que sale con desdén. Puntaje: 4 /5
Esta película puede verse de dos maneras: una, como el uso de una trama policial para mostrar la degradación material y moral de un mundo; otra, como un ejercicio de género, con elementos que vienen del policial negro pero, en gran medida, abrevan del western. Lo importante es que, como sucedió hace años con “Un oso rojo”, Adrián Israel Caetano logra que ambos modos de mirar se entretejan en uno solo. Un hombre común –pero con pocos escrúpulos verdaderos– llega a un pueblo perdido en el nordeste argentino porque han asesinado a su madre y su hermano. Pero sólo quiere el dinero del seguro. En ese pueblo hay un hombre que lo domina sin escrúpulos y desde la oscuridad. Ambos se encontrarán y enfrentarán hasta la máxima violencia. Ninguno está del lado moral correcto, y eso es interesante para el espectador que, de un modo o de otro, en diferentes momentos, querrá que alguno se salga con la suya. Lo de Caetano no es citar el mejor cine clásico sino otra cosa: utilizarlo como un lenguaje para contar un mundo, compartirlo con nosotros y sacudirnos con él. No ahorra detalles terribles y logra pintarnos a un verdadero diablo (el personaje de Sbaraglia, perfecto) y su efecto seductor (Hendler, también perfecto). En última instancia, en este relato de una dureza absoluta, quien se sale con la suya es el realizador: logra hacer cine, esa cosa que tanto escasea.
Basada en la muy negra Bajo este sol tremendo, novela corta de Carlos Busqued que dio que hablar, este thriller narra la historia de la llegada de Certati (el uruguayo Daniel Hendler, en un rol distinto y con varios quilos de más) al pueblo de Lapachito, para reconocer, y cobrar el seguro, por el asesinato de su madre y hermano, a quienes no veía nunca y por quienes tampoco parece sentir afecto alguno. Llega en su Fiat, destartalado como su aspecto, y y parece un tipo que no tiene mucho que hacer en la vida, excepto fumar porro y ver documentales de insectos en la tv trasnochada, aunque ese aspecto, muy presente en la novela, apenas se menciona en el film. En Lapachito las cosas las maneja Duarte, un policía siniestro interpretado por Leonardo Sbaraglia (premiado en el festival de Málaga por este trabajo), en la línea del otro policía corrupto, de otro thriller argentino reciente, que compuso Oscar Martínez en Koblic. Duarte tiene un ayudante, que es medio hermano de Certati: su madre (Ángela Molina) era esposa de Molina, el asesino de la familia de Certati, que se suicidó. Una complejidad que la endogamia del pueblo chico explica sin sorpresas, y una promiscuidad cargada de tensión y sordidez. La novela de Busqued, un buen ejercicio, aunque no memorable, de narrativa de género, incluía un catálogo de sordidez y negrura que impresionaba. La adaptación de Caetano y Nora Mazzitelli parece sumar truculencia, y por momentos pasarse de la raya, al punto que algunos toques gore se sienten hasta risibles. Es la dirección y encuadre -así figura en los créditos- de Caetano, y el trabajo de sus actores, lo que dejará a El otro hermano como un notable nuevo ejemplo -otro firmado por el director de Un oso rojo y Crónica de una fuga- de que el policial negro sigue manteniendo en el cine argentino una fuerza y un poder de convicción notables. La garra charrúa de Caetano puede más que el desarrollo de lo que pone en imagen, algo abigarrado de negrura (para que te hagas una idea, mucha pala, tierra y cremación). Con su pulso narrativo y sus personajes en contrapicado, El otro hermano se convierte en un western, oscuro y subyugante.
Hay barbijos para identificar cuerpos en descomposición, barbijos para tolerar la inmundicia de basura incendiada. Como un espejo de su propia herrumbre, lo único que resulta intolerable para estos personajes es el olor a podredumbre y el ladrido de perros rabiosos. En la adaptación de la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, Adrián Caetano consigue una de las realizaciones más impiadosas del nuevo cine nacional. Al inicio, en una parada de ómnibus del Chaco se encuentran Duarte, un ex oficial retirado (Leonardo Sbaraglia, irreconociblemente delgado y siniestro) y Javier Cetarti, recién llegado de Buenos Aires (un Daniel Hendler, irreconociblemente engordado) para identificar a la madre del último y a su hermano, asesinados por Molina, amante de la primera, ex militar y padrino de Duarte, que se suicidó tras los asesinatos. Duarte es el arquetipo del pesado de pueblo que sobrevivió a la caza de represores tras la dictadura. En la casa de la viuda de Molina (Ángela Molina), maneja a Daniel, su hijo, para que a cambio de unos porros tenga en el sótano a las víctimas que secuestra y de las que virtualmente vive por el dinero del rescate. Por su parte, Cetarti, con sus propios patrones de conducta, no es desalmado pero sólo cuida su ombligo. Con rítmica morosidad (una característica indeleble de Hendler, que acá muestre su reverso negativo, poco simpático), el tipo ocupa la casa de su hermano y se deshace de todas sus pertenencias, el 90% chatarra que vende a un cartonero rengo pero de billetera con cambio grande (el siempre confiable Pablo Cedrón). Mientras Duarte secuestra gente, Cetarti, desocupado, sin familia ni horizontes, junta billetes para viajar al Brasil, su única meta. Y así van las vidas paralelas, que viven cruzándose por mutuo interés, hasta que el primero le hace ver a Cetartique Daniel es, de algún modo, su otro hermano. Hay algo de la atmósfera irrespirable de La ciénaga mezclado con los personajes truculentos e inexplicables que John Borrman saca de la manga en Deliverance, pero Caetano termina haciendo su propio Gran Guiñol para que la cinta, marcada por la ponzoña de Duarte, a nadie pase desapercibida. Sin duda su mejor trabajo desde Un oso rojo.
La ley de la calle La novela de Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, parecía escrita para que algún día viniera Adrián Caetano a filmarla y expandir su extraordinario universo de outsiders. Las primeras imágenes de El otro hermano –título que le permite al director jugar con varias capas de interpretaciones–, como sucede en toda buena película, dejan bien en claro el tono de lo que vamos a ver durante el resto del metraje. En lo que queda de una parada de micros donde se lee “Morales intendente”, al costado de una desolada ruta, se encuentra Duarte (Leonardo Sbaraglia), esperando a Cetarti (Daniel Hendler), que llega un poco después, algo desorientado, en un auto destartalado para encontrarse con él. Duarte lo lleva a reconocer los cuerpos de su madre y su hermano –a quienes no veía desde hace años–, brutalmente asesinados por un suboficial retirado de la Fuerza Aérea que salía con su madre y que luego de matarlos se suicidó. Después de firmar unos papeles, Duarte le ofrece a Cetarti la posibilidad, no muy legal que digamos, de cobrar un seguro de la Fuerza, pero para eso debe quedarse un par de días por la zona. Cetarti acepta y decide quedarse donde vivía su hermano, apenas cuatro paredes levantadas en el medio de la nada, que por dentro parece más un depósito de chatarra que una casa. A todo esto, ni siquiera aparecieron los créditos iniciales, y en apenas unos pocos minutos, Caetano ya nos introdujo en una atmosfera opresiva, casi irrespirable, un entorno de lugares derruidos, precarios y abandonados habitados por personajes que guardan una colección de bichos muertos en la heladera y dinero en urnas para muertos. También nos presentó al protagonista, en principio un tipo bastante maleable al que resultar fácil estafar, pero no todo es lo que parece y menos en este oscuro escenario, donde el único motor es el dinero y solo el más cruel sobrevive. En El otro hermano no hay cabida para los sentimientos y eso es lo más aterrador de todo –vean la frialdad pasmosa con la que Cetarti tira las cenizas de su familia en un inodoro para poder usar las urnas como alcancía–. Pero dentro del hiperrealismo brutal que exhibe cada escena, Caetano se las ingenia para incluir un momento puramente onírico que potencia y enrarece aún más el clima del relato: en medio de la noche, aparece un cebú enloquecido y destroza a cuernazos la puerta del lugar donde vive Cetarti, para luego soltar un sonido gutural y alejarse hasta perderse entre los pastizales nocturnos. Este submundo suspendido en el tiempo y al margen de la ley que parece salido de alguna Mad Max, donde escarabajos, perros feroces y criaturas surreales conviven con los humanos o con lo que queda de ellos, entre carteles que anuncian la realización de un polo científico que jamás se terminó, y la puesta en valor de un pueblo fantasma que vive en el olvido, todo resulta el contexto ideal para construir una atmosfera sofocante. Caetano se vale de planos y de lugares cerrados: sótanos, baúles de autos, placares y casas atiborradas de chatarra en las que no hay espacio ni para estar. El cineasta más argentino de los uruguayos construye a sus personajes con la misma rigurosidad y coherencia con la que filma el mundo; esa mirada queda plasmada en el cuidado especial que le da a los diálogos para que suenen tan naturales como quienes los pronuncian. El resultado es una película de un pesimismo y una incomodidad pocas veces vistos en nuestro cine, y un relato que se vuelve físico: puede sentirse el calor sofocante y la transpiración, la suciedad de los ambientes, el olor a sangre y la humedad de las paredes, y también la tensión que flota en la densidad del aire y la violencia subterránea a punto de explotar en cualquier momento. El otro hermano viene a recordarnos la extraordinaria habilidad de Caetano para descubrir mundos nunca antes observados, desnudarlos en toda su crudeza –estamos ante una película donde sugiere el abuso a un chico down– y, a la vez, desarrollarlos según las formas de los géneros, lo que confirma a Caetano como una rara y celebrada excepción dentro de nuestro cine.
LOS RESTOS DE UN PAIS 1-Con El otro hermano, Adrián Israel Caetano entrega la que es sin dudas su película más oscura y terrible. El realizador toma como base el libro Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, para configurar un relato opresivo desde el minuto uno: la llegada de Cetarti (Daniel Hendler), empleado público recientemente despedido, al pueblo de Lapachito para hacerse cargo de los cadáveres de su madre y hermano, asesinados brutalmente a escopetazos, y su encuentro con Duarte (Leonardo Sbaraglia), militar retirado, albacea y amigo del asesino de su familia, con el que se verá metido en un par de negocios turbios -que incluyen el cobro por izquierda de un seguro de vida de la policía- es apenas un punto de partida, un comenzar a desandar algo más. Ese algo más es un mundo crudamente realista, palpable en su violencia, donde no hay salida, ni siquiera para el espectador: si en Pizza, birra, faso e incluso Bolivia había un margen de empatía con ciertos personajes, acá no hay de qué (y quién) agarrarse. 2-Si Francia, aún siendo un drama familiar, no dejaba de ser un film optimista dentro de la carrera de Caetano, en el que mostraba -aún desde una crítica solapada- una cierta confianza en las instituciones familiares y educativas, en el ámbito público como sostén de un país, El otro hermano es la contracara más pesimista. A tal punto es así, que si la película de 2009 protagonizada por Natalia Oreiro podía fácilmente definirse como “peronista” -y no en un sentido peyorativo, sino una forma de otorgarle identidad-, su más reciente film da la impresión de ser “post-peronista” (decir que es “post-kirchnerista” sería un tanto reduccionista). No es anti-peronista, porque lo que sobrevuela toda la narración no es una visión peyorativa del peronismo (como sí hay en El ciudadano ilustre), sino el desencanto y la desilusión con lo que pudo ser y no fue, con la promesa de un Estado presente y virtuoso que terminó derivando en un Estado corrupto y tramposo, que sólo puede establecer vínculos con la ciudadanía a través del dinero. Ahí están esos carteles de obras no concretadas (particularmente el del polo científico de la secuencia final) como marcas de lo que parecía que podía ser pero no fue, de los restos de un país que amagó con concretarse pero sólo se quedó en eso, en restos, en huellas de esperanzas derruidas. 3-Se podrá decir que Caetano habla desde y sobre el presente -aunque debe tenerse en cuenta, para evitar conclusiones apresuradas, que el rodaje de la película arrancó en enero del año pasado, cuando recién comenzaba el gobierno macrista-, pero lo cierto es que El otro hermano retrata a personajes cuyos presentes están condicionados por el pasado y por ende, sin chance de mirar hacia un futuro concreto. El Duarte de Sbaraglia es un reflejo cabal de las continuidades entre la última dictadura militar y los tiempos democráticos, alguien capaz de reciclarse sin problemas como agente de represión y corrupción; mientras que el Cetarti de Hendler, en su admisión de la inutilidad y desmotivación de su antiguo empleo, muestra a un Estado incompetente y burocrático, en una permanente y progresiva degradación. En cuanto al resto de los personajes, son una serie de víctimas pasivas, que sólo saben rebelarse desde la violencia e incluso la auto-violencia. A cada uno se le nota un pasado que implica décadas: el film habla de procesos, de largas duraciones condicionando los destinos de los personajes, no de presentes circunstanciales, y es ahí donde se intuye la desilusión con el peronismo, pero también con un sistema político general y ciertas convenciones culturales y sociales imperantes. 4-A diferencia de La patota, que se apoyaba en la impostura oral para enhebrar un discurso decididamente paternalista y excesivamente distanciado, El otro hermano sustenta su mirada desde adentro, con una puesta pegada a los personajes y un sistema de referencias muy particular y para nada arbitrario. En el film de Caetano conviven el dinamismo y flexibilidad genérica de Hugo Fregonese, los climas opresivos de la trilogía policial de Aristarain y la amoralidad de los dos films de Bielinsky, pero hallando en los puntos de contacto entre los cines de esos tres realizadores un diseño propio. La clave para esto está en el encuadre: a través de cada plano, el film configura un universo donde la relación entre el adentro y el afuera, el recorte de los cuerpos y las miradas de los personajes están marcados por la violencia. Hay más de medio siglo de cine argentino en el film -y hasta algo del Cronenberg de Una historia violenta y Promesas del Este en los cuerpos agredidos-, pero no como un mero compilado, sino para resaltar encadenamientos sistémicos y estructuras políticas puestas en crisis. Lo formal se da la mano con un contenido crítico en un cóctel explosivo, donde incluso el horror -particularmente desde el sonido y el fuera de campo- asoma de a ratos. 5-Es cierto que El otro hermano no es una película perfecta, precisamente porque Caetano está lejos de ser un cineasta perfecto, que domine todos los recursos cinematográficos con igual destreza. Por ejemplo, su filmografía ha entregado grandes actuaciones (Héctor Anglada en Pizza, birra, faso, Freddy Flores en Bolivia, Julio Chávez en Un oso rojo) pero también unos cuantos desniveles en ese rubro. Acá, por ejemplo, Sbaraglia luce un tanto sobreactuado y Hendler repitiéndose en su papel, aunque consiguen encontrar en unos cuantos pasajes la naturalidad necesaria. También se puede cuestionar cierto apresuramiento en las resoluciones finales, donde las piezas no terminan de encajar con total fluidez. Pero a cambio está ese plano final, donde la cámara, desde adentro de una camioneta, encuentra la metáfora perfecta para un país encerrado en sí mismo, donde rige la ley de la selva (con el Estado funcionando como paradójico garante de la ilegalidad) y sólo queda la huida hacia adelante. La desesperanza en El otro hermano adquiere un verosímil irrevocable y por eso pesa, impacta y duele.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs. (el programa por excepción se emitió de 20-21hs)
Feos, sucios y malos El regreso a lo grande de Adrian Caetano, se puede entender en un filme que conjuga lo que más sabe el director, narrar una historia apuntalado desde las imágenes, dirigir actores, y ensamblar el western y el cine policial negro de manera prodigiosa. El primero se siente, el segundo se respira. Uno a partir de los escenarios, la dirección de arte, los tiempos narrativos, el otro a partir de los personajes, su presentación, construcción y desarrollo. Claro que para esto último contó con un seleccionado de actores que dan con la talla, empezando por la magistral composición que realiza Leo Sbaraglia. Traslación al cine de la novela “Bajo este sol tremendo”, de Carlos Busqued, con un guión escrito por el director en colaboración con Nora Mazzitelli, centrándose en temas como el poder, la corrupción, la venganza, relaciones familiares, etc. Ambientada en un pueblo perdido, en medio de una zona netamente rural de la provincia del Chaco, (pueblo chico/infierno grande) todos se conocen, todos saben, todos callan. En ese panorama hace su ingreso Cetarti, (Daniel Hendler), un hombre común y corriente, llamado a reconocer los cadáveres de su madre y hermano, a quienes no ve desde hace muchísimos años, asesinados ambos por la nueva pareja de su madre, quien se suicida inmediatamente. Lo recibe a su llegada Duarte (Leo Sbaraglia), un militar que supo de trabajar en la época más oscura de la Argentina, ahora como dueño del pueblo. En esta primera secuencia, sin desperdiciar segundos, ya desde la imagen inicial, Caetano nos introduce de cabeza en la estética y estilo narrativo que desarrollara todo el filme. Duarte lleva Cetarti directamente a la morgue municipal a que reconozca los cuerpos, el detalle de los mismos, posición de cámara necesaria y precisa, maquillaje perfecto, tono casi rayando el grotesco pero que la acción del personaje lo cierra dentro del orden del drama más oscuro, estableciendo al mismo tiempo quién es quién en esta pareja, uno el manipulador, el otro la posible victima de esa función. Cetarti, termina aceptando quedarse en el pueblo hasta cobrar el seguro de vida, su idea primaria es hacerse del dinero y cruzar la frontera hacia Brasil. El error es contarle a Duarte sus planes. El tiempo que transcurre para terminar con la tarea permite ir profundizando en el personaje de Duarte, su relación con la primera mujer del asesino, con el hijo de esta, el establecimiento del miedo como recurso para ejercer el poder en “su” lugar en el mundo. Lo de Cetarti es menos complejo, Daniel Hendler vuelve a mostrarse como un personaje demasiado ingenuo, pero desde la actuación ser el contrapunto perfecto, entre la desproporción y la simetría armónica, para el personaje de Leo Sbaraglia, quien termina por sostener todo el peso de la historia con una actuación memorable. En los secundarios se destacan Angela Molina, el cada vez menos sorpresa Alian Devetac y el siempre eficiente Pablo Cedrón. No leí la novela, la película no parece justificar el cambio del titulo. Un gran filme nacional que nos permite recuperar al mejor Adrián Caetano.
Hace veinte años, quizás poseído por el espíritu de John Carpenter, I.A. Caetano mandó una carta a El Amante. Más bien, un manifiesto -¿no suena viejo?- firmado como Agustín Tosco Propaganda que decía cosas como: “No pretendemos el poder establecido, sólo su destrucción. Para construir necesitamos destruir. Y estamos aquí para eso mismo. Para devolver las imágenes del pueblo al pueblo”. Pueden consultarlo en el número 41. No estoy seguro de la validez de “devolver las imágenes del pueblo al pueblo”, pero hay una toma de partido clara. Con ese axioma se puede describir su cine posterior: están los pobres de un lado y están los que tienen poder, los que tienen plata, del otro. Sin matices. No existen los patrones buenos por una cuestión estructural: cada intercambio de dinero supone una cuota de violencia simbólica (y real) que no puede ser percibida como algo natural. Caetano desnaturaliza el trabajo –incluso el de los pibes de Pizza, Birra, Faso (1997)- porque no considera que esté bien pago y que nunca lo estará. El mismo tipo de conflictos pueden encontrarse en Bolivia (2001), Un oso rojo (2002), Francia (2009). El otro hermano es más compleja. Si bien hay relaciones de poder, el desamparo es para todos. Todo sucede en Lapachito, pueblo del Chaco árido, al que Cetarti, el personaje de Hendler llega para reconocer dos cuerpos, el de su madre y el de su hermano. Los mató el marido de su madre, que Cetarti no llegó a conocer. Ahí aparece Duarte (Leonardo Sbaraglia), con la promesa de dinero fácil, a costa incluso de hacerlo pasar por débil mental. Ese pretexto se va expandiendo, con algunas obligaciones burocráticas, hasta alcanzar el grado extorsivo: Duarte le va pidiendo favores sin que Cetarti reaccione mucho. Hasta que Cetarti se da cuenta. Caetano es de la clase de cineasta que desprecia cualquier tipo de verbalización. De ello se desprende otro desdén más delicado: los “temas”. Las suyas, en todo caso, son películas de motivos. Consejo de joven cineasta a otro: no pensemos en temas, grandes totalizadores. Baby steps. Pensemos en motivos: cosas, objetos, situaciones, que se repitan y que por acumulación consigan su propio peso. Los grandes temas llegan sólos y sin que nos demos cuenta. Caetano filma billetes con especial dedicación. Imposible escaparle a su carácter simbólico -que es la razón de su uso-, y por eso trata de filmar la materia, el papel. En Bolivia, por ejemplo, lo que hace es hacerlos circular: era preciso el movimiento de las monedas o los billetes (el choripán a un peso, la Quilmes a dos). En Francia, la pareja protagonista -Lautaro Delgado y Natalia Oreiro- se esconden la plata, la retacean. No alcanza y tampoco saben si compartirla: tienen una hija en el medio. Unos años más tarde, en El otro hermano, lo que antes eran billetes ahora son fajos arriba de fajos y aún así no es tanto: ningún personaje se va a salvar por el resto de su vida con el secuestro o la estafa a la aseguradora. Podrán tirar unos meses, pero están muy lejos de relajarse. Por los celulares, los montos y los autos, todavía no es 2011. Y los billetes de Evita se pusieron en circulación en 2012. Otra cosa que parece que sobra pero en realidad nunca alcanza: el conocimiento. Siempre representado en subproductos del fondo de olla de la cultura, vemos documentales televisivos, las revistas de turismo. Ilusiones de progreso que no son más que eso. En un momento Cetarti revisando la casa de su hermano encuentra unos libracos viejos y los toma como un objeto extraño, como si no entendiera su uso. Y están los cigarrillos (Sbaraglia fuma cigarrillos Imparciales, el personaje de Devetac siempre tiene el porro a medio fumar), la naturaleza (el impasible Axototl, el toro que golpea la casilla de Hendler, el escarabajo mentiroso, los perros), las urnas (lo único que puede ser cómico en la película es la relación de Pablo Cedrón con ellos). Todos detalles entre la dirección de arte y caprichos del director que son como indicios para quien quiera recogerlos y entender algo más del mundo que se está formando. De todos los vicios que existen en la crítica uno de los menos graves es el de interpretar todo políticamente (peor es el psicoanálisis o la perspectiva de género). Más que por el lugar que se le otorga a lo simbólico –aquí también la nación crece– lo que habría que verificar es el uso que les da a los materiales y relacionarlo con sus contemporáneos. Algo a comparar, por ejemplo, sería la representación de un pueblo de provincia: en El ciudadano ilustre las desgracias surgen cuando el estado se mete, en El otro hermano surgen porque dudamos si alguna vez aparecerá. Otro ejemplo: la naturaleza no es paraíso perdido ni cifra de pureza -como en Lisandro Alonso- sino que es sólo otro ámbito al que llega la degradación material o moral o lo que sea que inunda todo lo que aparece en El otro hermano. Pero lo que me interesa realmente, que resulta más político por su lugar en este mapa de representaciones que es el cine argentino, es el uso de la figura de Daniel Hendler. Uruguayo preferido del NCA, película a película perfecciona su gesto taciturno, su dicción inexplicable. Y a la vez construye la imagen que al gran público sólo le significa la amenaza del aburrimiento. Quizás Los paranoicos sea la apoteosis de este modelo, encarnándose definitivamente en un stoner -aunque bien lejos del lumpenaje-. Caetano lo usa con toda esa carga encima, enfrentándolo al horror, a aquello indefinible que encarna Sbaraglia (que intenta desalojarlo con su actuación, encasillarla lo más posible en una época, en un tono, sin éxito). ¿Qué sucede cuando se enfrenta a estos personajes porteños, un poco slackers, a problemas reales, digamos asesinatos, secuestros, etcétera? Se vuelven cómplices. Por incapacidad, por miedo, por conveniencia, por cobardía. Ese tipo de juicio, casi sumario, solo podría hacerlo Caetano, acercándonos al abismo. No hay choque de fuerzas, como algunos quisieron ver en la escena final, resabio de western. Hay una sola gran fuerza, indefinible y oscura, quizás específicamente argentina, que anida en todas las películas pero pocas le prestan atención. Todo el tiempo se escribe que Caetano es “clásico”, como si eso significara algo en 2017. Se apresuran a la definición por algunas pistas: no mueve tanto la cámara, los personajes tienen alguna clase de objetivo, hay finales conclusivos con progresión dramática, se construye de atrás para adelante en el tiempo. Todo eso es cierto por separado, todos son signos de clasicismo entendido como el lenguaje que desarrolló Hollywood de los años ’30 a los ’50. Pero lo escriben de manera tan simplista que parece que lo definieran por los apuntes de cuando estudiaron cine. Surfeando Todas las críticas, sitio del cual Las Pistas es parte desde hace unos meses, encuentro los siguientes adjetivos aplicados a la nueva película de Caetano: oscura, violenta, terrible, dura, seductora, seca, contundente, agobiante, negra, desesperanzada, asfixiante. Cualquiera con un poco de sensibilidad podría darse cuenta de eso, porque es palpable que El otro hermano está atravesada por un fuerte pesimismo, tanto como la constatación de un fracaso. Pero la película resiste en su ley toda posibilidad de adjetivación. La tarea se vuelve ridícula al ver sólo un plano: Caetano no filma con ideas previas sino que deja que la imagen diga lo que tenga que decir, la vuelve impenetrable a cualquier uso por arriba de la narración. El otro hermano, más allá de algunos carteles, algunas actuaciones, algunos datos, es totalmente autónoma porque de su forma puede verse su relación con el mundo, y no necesariamente por lo que sus personajes dicen. Y más que por lo sórdido de su argumento, es oscura por lo impasible que se vuelve la puesta en escena ante los hechos que narra. Diciéndolo de otra manera. El clasicismo de Caetano es más bien deudor del New Hollywood en cuanto a la deconstrucción de ciertos tópicos. Es la misma actitud: encontrar nuevas formas para nuevas historias. Eso era el nuevo cine argentino. Y sin embargo en El otro hermano el lenguaje se regodea en su ineficiencia. Hay límite imposible de franquear, que los nuevos cines creyeron posible lograrlo. En cambio el clasicismo es (también) retraerse cuando ve que es insuficiente la representación: John Wayne en The searchers, la Segunda Guerra en Cluny Brown, la relación enferma entre padre e hijo en Bigger than life. Y Caetano, ante el mounstro procesista de Duarte, y el silencio de los demás, también se retrae. La escena del reconocimiento de cuerpos es, paradójicamente, vital. Se representa (doblemente) la muerte de la familia de Cetarti. Duarte y el encargado de la morgue le avisan: va a ser fuerte. Le alcanzan un balde. Cetarti, como siempre, impasible. Levantan la lona y vemos los cuerpos. Cetarti se va a otra habitación a vomitar. Fue demasiado. Si bien vemos el desastre ocasionado y luego paseamos por la casa cubierta de sangre, la película no da pistas acerca de las razones, si es que las hay. Se sabe lejísimos de poder dar una explicación. Muestra los cuerpos, les dedica exclusivamente un plano, como si eso alcanzara. No llega a ser gore, sino que mantiene una distancia, digamos, entre pasiva y elegante. Cuando se enfrenta a momentos mucho más desagradables pero menos sangrientos, El otro hermano no cambia su postura. Exhibe hasta donde puede, sin denunciar, el entramado de complicidad, maldad e ignorancia que es el colchón sobre el que sucedieron y siguen sucediendo los horrores cometidos en el país. Lo que resulta inquietante de la película es hasta donde llega en su cometido. El cine de Caetano ostentó en un momento una habilidad particular: hacer cine con ciertas luchas sociales. No militantes, más bien micropolíticas. La batalla del hombre contra la ciudad. Teníamos referencias más allá del vagabundear de los personajes, lúmpenes rebeldes, luchadores anarquistas, que lograban poner en el horizonte un país mejor. En El otro hermano no nos queda nada de eso: ni empatía ni utopía. Caetano parece haberse llevado el secreto de la esperanza en las causas perdidas a la tumba. Es oscuro el futuro que se avecina.
Un abismo donde puedan caber todos Desde una claridad formal que le distingue como un enorme cineasta, el film de Caetano se sumerge en una corrupción moral que toca a todos. Sbaraglia y Hendler ofrecen con sus personajes un contrapunto que es necesidad recíproca. Si la figura del hermano es pasible de considerarse una réplica no exacta, suerte de doble con quien compartir sangre, historia y familia; la expresión "otro hermano" ya es más compleja, apela a un reflejo distorsionado, escondido y a la vista, capaz de trazar un ánimo quebradizo entre esas mismas palabras: sangre, historia, familia. Desde esta premisa, habrá que ir con cuidado cuando se arribe al pueblito chaqueño Lapachito, donde Duarte (Leonardo Sbaraglia) espera la llegada de Cetarti (Daniel Hendler). Resulta que la madre y hermano de éste fueron muertos de manera despiadada. Pero Cetarti apenas se conmueve, si es que lo hace. Antes bien, el vómito con el que acompaña el reconocimiento de los restos parece consecuencia de asco, sólo eso. Duarte le dice que hay un seguro por cobrar. Lo mira fijo, unos segundos, y agrega: ¿Tenés alguna discapacidad? ¿No? Qué lástima. Con ese ardid, explica, podrían cobrar más guita. La cara de Cetarti, en tanto, arroja dudas. Hendler está inexpresivo, cansino y transpirado; su personaje no ofrece pistas claras: ¿está en Lapachito por la tragedia?, ¿el dinero?, ¿qué es lo que ha hecho en Buenos Aires? Dice que lo echaron de su trabajo, de empleado público, porque no hacía nada donde no había nada que hacer. El Duarte de Sbaraglia, en tanto, fue parte del estado. Del terrorismo de estado. La impunidad en sus decires y acciones las disfraza con gestos entradores y verborragia. Los dientes le brillan amarillos bajo el bigote, cuando ríe. Se nota que es una rata. Mientras dialoga con Cetarti, lo que se esboza es un propósito para el que habrá que esperar su dilucidación. Porque los perros, así como la gente, se acostumbran con el tiempo a las pastillas, se repite en el film. Pastillas o droga o simples calmantes, tragar tanta basura parece provocar cierta inmunidad. Pero ojo, nada es lo que parece. El doblez de cada uno está a la espera y trazará relaciones con los otros. El otro hermano podría ser caracterizada como la puesta en escena de un estado somnoliento, de abulia que se inflama. Caetano inscribe El otro hermano en la línea del cine negro, en una relación fronteriza, de moralidad permeable, entre los personajes. Los motivos por los cuales hubo un asesinato no serán tan importantes como las esquirlas oscuras que éste arroja. Todos serán tocados de una u otra manera. Los cuerpos exhiben estas marcas, desde cicatrices a malformaciones y heridas recientes. La violencia está latente, agazapada. Se esconde tras una puerta falsa. El dinero, en tanto, es el móvil deseado, el aliciente que todo lo valida. Como se trata de un cineasta magistral, con conciencia de los recursos cinematográficos, Caetano es capaz de hacer una película que catalice -sin ser su voluntad profesa‑ una radiografía social. El film opera como una visión de rayos X, que atraviesa y desnuda lo que se esconde o disimula. Nadie es inocente de nada, tampoco ingenuo. Los resortes del drama hacen de Lapachito un micromundo de miseria a partir del cual trasladar una mirada crítica que sea extensiva. El crimen como lugar que desmantela la hipocresía social es el nudo del film de Caetano, y es ésta, y no otra cosa, la esencia del cine negro. Changas oportunas, avivadas y extorsiones, operan como el día a día. El dinero, ese bien preciado, descansa en el banco, con custodio policial. Para meterse allí, hay que ser criminal también. Es por eso que hay algo que no está bien, que se huele podrido porque está metido bien dentro del seno social. Duarte, Cetarti y los demás, no son más (ni menos) que sus expresiones anímicas y violentas, apenas la punta de un iceberg indecente. Si bien no faltarán los momentos álgidos, de decisiones brutales, El otro hermano podría ser caracterizada como la puesta en escena de un estado somnoliento, de abulia que lentamente se inflama. A veces, alguno de los personajes exhibe un costado más sensible, como destellos de una luz que pugna aún entre tanta podredumbre. El desenlace se desgrana en agresión y elige cifrar lo visto en un plano último que es, justamente, el de un reflejo trastornado, a través de un espejo, como devolución de una contracara que obliga, a su vez, a mirar del revés.
El otro Caetano Es una tarea difícil tener que “hablar mal” de una película argentina, principalmente porque sabemos lo que cuesta generar una especie de industria local, y teniendo en cuenta, también, que hay cierto sector de la crítica que tiende a ser más condescendiente con directores de renombre aunque el material este inacabado. El otro hermano, el último film de Adrián Israel, es una película oscura que coquetea con la muerte. Inspirada en la novela de Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, la visión de Caetano se posa sobre la historia de Certati (Hendler), un muchacho alejado de su familia que viaja a Lapachito (Chaco) para hacerse cargo de los cuerpos de su madre y hermano quienes fueron brutalmente asesinados. La misión parece simple sabiendo, además, que Certati no mantenía ningún vínculo afectivo con estos dos seres. Al llegar al pueblo, lo recibe Duarte (Sbaraglia) un ex militar retirado que lo “asistirá” en el proceso de trámites. Con la personalidad típica de chanta, Duarte sólo parece ser un personaje pintoresco, pero el correr de las acciones lo descubre como responsable de espeluznantes delitos. Así la sociedad forzada entre Certati y Duarte propone la cara y contra cara del relato, que con una historia fuerte y certera falla a la hora de la realización. En El otro hermano todo parece trunco, inacabado, desordenado. Fallan la estructura y las actuaciones, el humor negro no llega a construirse y todo parece un chiste. Es fuerte leer todas estas características juntas, pero lo cierto es que el film se sitúa en coordenadas interesantes y novedosas para la filmografía nacional y las expectativas son inmensas. El contrapunto es un material contundente en el poder de las imágenes pero que no logran generar verosimilitud: desde la escena en la que Certati debe reconocer los cadáveres y las bolsas plásticas flamean como si alguien respirara dentro, hasta los retorcijones de dolor antes que impacten las balas. Se puede hablar de muchas cosas como el intercambio de bienes en mercados paralelos, de la recurrencia en la mostración del dinero y su sucia procedencia, del poco valor de la vida humana y hasta de las miserias más bajas de los hombres, como la enfermedad y por supuesto la muerte. Pero lamentablemente todo queda opacado por la realización de un Caetano que creo que si vuelve a revisar el film seguro estaríamos ante otra película. Una más organizada y elaborada. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Suele decirse que el cine de géneros es el utilizado por la industria para perpetuarse, aquel que sigue lineamientos comerciales preestablecidos, y que los cumple sin muchas variantes. Pero es notable ver cómo esos géneros (policial, terror, suspenso, comedia) son reinventados desde países sin una industria cinematográfica, con películas que suelen tener mayores libertades en su producción y estar condimentadas con particularidades locales. Así, el cine policial argentino o español suele ser mucho más interesante que el hollywoodense, porque pueden encontrarse allí mayores libertades, y también temáticas y concepciones estéticas diferentes y originales. Esto sucede El otro hermano, la rabiosa vuelta al ruedo del director uruguayo radicado en Argentina Adrián Caetano, con uno de los policiales más negros y truculentos de los últimos años, quizá el más sucio y sangriento que haya dado hasta hoy el cine rioplatense (sólo comparable en su tono a la notable La sangre brota (2008, de Pablo Fendrik). Todos los actores están aquí afeados en extremo: Daniel Hendler engordó ocho quilos para su papel, Leonardo Sbaraglia tiene los dientes ennegrecidos por el sarro, Alián Devetac –joven revelación por su protagónico en La otra orilla, de Celina Murga– tiene labio leporino y un desaliño crónico, el siempre notable Pablo Cedrón presenta una continua renguera y hasta respira con dificultad, Ángela Molina se ve desgarbada y avejentada. La historia agudiza esa idea de “pueblo chico, infierno grande”; basada en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, se ambienta en un desolador pueblo del Chaco llamado Lapachito. Allí nada es atractivo, tierra yerma para que el abusador de turno haga y deshaga a gusto. Duarte, brillantemente interpretado por Sbaraglia, es un repulsivo ex militar que aprovecha cuanta oportunidad encuentra para robar, saquear, violar impunemente. Es verdad que el villano está cerca de ser el mal encarnado, pero Sbaraglia transita tan creíblemente el perfil del chanta impune, con su sonrisa a flor de piel, sus nada sutiles métodos de persuasión y convencimiento, sus indisimuladas críticas a todo lo que lo rodea y un resentimiento que sale a luz en escenas clave, que termina convenciendo en su papel. El resto de los personajes presenta también ciertos matices, de modo de escapar eficazmente al más burdo estereotipo. Duarte perpetúa una serie de secuestros como negocio vital, pero aquí estamos lejos de la profesionalidad y los operativos de inteligencia de los ex militares de El clan; el modus operandi es rústico y soez, y en este sentido el abordaje está mucho más cerca de Fargo: los secuestros no parecen planificados, los perpetradores no se cubren el rostro frente a sus víctimas, la “viveza” deriva en un ridículo despliegue de credulidad. Luego de sus desafortunadas películas Francia y Mala, Caetano volvió al cine que hace mejor y a ese estilo tan propio, bruto y crudo, desplegado en sus notables Pizza birra faso, Bolivia, Un oso rojo, Crónica de una fuga y la serie Tumberos. Pero como nunca antes, El otro hermano es un cine cargado de un nihilismo rasante y un pesimismo desolador, y tan magistralmente orquestado que es capaz de mantener a la audiencia al borde de la butaca durante dos horas enteras. Lo que se echa en falta es un marco social más amplio, al menos alguna referencia al entorno o a circunstancias que den pautas para comprender mejor la situación, en vez de atribuirse el “mal” a la sórdida voluntad de un único individuo.
La nueva película de Adrián Caetano “El otro hermano”, basada en la novela de Carlos Busqued “Bajo este sol tremendo”, es un policial crudo y violento, en donde la caracterización de los personajes, locaciones y encuadres se combinan para transmitir con fuerza esta historia. Cetarti (Daniel Hendler), es un empleado público que acaba de ser despedido y viaja desde Buenos Aires a Lapachito, un solitario pueblo en la provincia del Chaco para hacerse cargo de los cadáveres de su madre y su hermano que han sido brutalmente asesinados, y con quienes no tiene contacto hace años. Allí conoce a Duarte (Leonardo Sbaraglia), un ex militar que maneja varios asuntos del pueblo, amigo y compañero del asesino de su madre (también ex militar), quien busca ahora gestionar un dinero del seguro. Los oscuros negocios de Duarte se extienden a todo el pueblo, y Certati se verá involucrado poco a poco. Mientras busca juntar algún dinero para poder viajar a Brasil, Duarte lo irá sumergiendo en sus planes. Los personajes llevan adelante la historia en un escenario construído a su imagen. Un ex militar con participación en el último golpe de estado es algo así como un referente de un pueblo cansado e inmerso en la rutina. Un ex empleado público sin mayores proyectos ni iniciativa busca como zafar en medio de un clima decadente. En espacios descuidados, con paredes sucias, pinturas gastadas, chapas oxidadas, vendedores de chatarra y la muerte presente como trámite burocrático. Decadencia y sordidez como marco de un accionar crudo y cruel. La impronta de la crudeza la imponen los planes de Duarte que paso a paso involucra a todos en un laberinto de engaños, violencia y muerte. No es casual que este personaje sea un ex militar, orgulloso de haber participado en operativos en Tucumán y con la experiencia en desapariciones, violaciones y torturas de ayer que hoy aplica impunemente en función de nuevos negocios. La caracterización limpia, cuidada y hasta simpática de Duarte aporta una cuota de cinismo y humor negro. El más oscuro personaje detrás de una cara amable. Certati es un personaje al que las situaciones le caen encima y de a poco se adapta, según el propio Caetano, algo así como “un argentino medio”. Su iniciativa se limita a buscar algún beneficio personal en medio de lo que la suerte le tenga preparado. Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler aportan muy buenas interpretaciones a estos personajes que se combinan en un buen equipo. En este espacio y en medio de estos sujetos se desplaza Caetano con una cámara que no duda en representar esta crueldad a través de planos cortos y detalles crudos. Desde adentro de este mundo para transmitir una historia a través del recorte pensado a cada imagen. Al comenzar la película se presenta Adrián Caetano, “dirección y encuadre”, y con esta definición puede entenderse que hay una apuesta especial en el trabajo de éste área. Dentro de su filmografía tiene algunos lazos con otras producciones, como el universo marginal de “Pizza, birra y faso”, el género policial de “Un oso rojo” o la violencia en la serie “Tumberos”, pero a diferencia de las anteriores producciones en “El otro hermano” no hay un momento en que el espectador pueda tener alguna identificación o empatía con algún personaje. Y aunque esto último pueda ser una recomendación para los géneros, la película demuestra que no es necesario atarse a reglas y convenciones para contar una buena historia.