Los insondables caminos de la justicia. ¿Cuánta humillación y maltrato es capaz de soportar un ser humano? Es una de las cuestiones principales que subyacen en la construcción estética bajo el primer largometraje de ficción de Sebastián Schindel, basado en un caso policial real ocurrido hace unos años. El Patrón: Radiografía de un Crimen es, en este sentido, realmente la radiográfica de un acto criminal desde todas sus facetas. La película pone al espectador ante un proceso que exhibe las falencias de un sistema judicial que castiga a los ciudadanos con menos recursos y educación por no tener los medios para solventar un buen abogado. El calvario de Hermógenes (Joaquín Furriel) se remonta a sus orígenes en Santiago del Estero cuando es calificado por el gobierno provincial como inepto, lo cual lo deja afuera de muchas faenas y del servicio militar. Sin trabajo y sin perspectivas, viaja con su pareja Gladys a Buenos Aires, donde consigue trabajo en una carnicería. Allí se abre camino aprendiendo tareas bromatológicamente perniciosas y trabajando en condiciones insalubres y peligrosas hasta convertirse en el encargado de uno de los locales de venta de carne del inmoral empresario Latuada (Luis Ziembrowski) Imputado por el asesinato de Latuada, Hermógenes se somete al proceso judicial sin esperanza y con la certeza de que ha cometido un pecado mortal por el que debe ser castigado. Tras un intercambio de favores con Nora, la secretaria del juzgado, para acelerar una extradición, el abogado Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) toma el caso y de a poco se convence de la necesidad de ayudar a este joven trabajador esclavizado y humillado por su empleador. La actuación de Joaquín Furriel, como un hombre humilde y sumiso que solo sabe recibir órdenes y espera una recompensa de su patrón, es extraordinaria y demuestra la capacidad del versátil actor, pero el gran protagonista de la película es el excelente trabajo de cámara que retrata la vida de los migrantes de las provincias en Buenos Aires y los abusos ilegales e inmorales a los que los empresarios someten a sus empleados y a los consumidores a costa de su salud. El ojo de Sebastián Schindel (El Rascacielos Latino, 2012) filma como si la película fuera un documental acercándose a los actores hasta conseguir la toma perfecta y así avanza en una historia sobre la explotación y sus consecuencias que indaga en los recovecos del sistema judicial y de la idiosincrasia argentina, que necesita de algunos favores y algún que otro empujón para actuar ante la injusticia. De esta manera, El Patrón: Radiografía de un Crimen logra transformarse en una obra sobre nuestra cultura a partir del funcionamiento tanto del sistema judicial como de nuestros valores, saturados por la incomunicación masiva.
De cómo vender carne podrida El documentalista Sebastián Schindel realiza con El Patrón, radiografía de un crimen (2014), su primer largometraje de ficción. La película retrata el caso real de un homicidio ocurrido en una carnicería. Hermógenes Saldivar (un irreconocible Joaquín Furriel) es un peón de carnicería proveniente de Santiago del Estero. Su patrón (Germán de Silva) lo maltrata mientras le enseña los trucos para vender carne podrida sin que el cliente lo note. Un día Latuada (Luis Ziembrowski), el patrón de su patrón, le ofrece una suerte de ascenso: hacerse cargo de un local en el cual puede vivir junto con su mujer (Mónica Lairana). El contrato será por demás usurero y humillante, llevándolo a extremos impensados. El Patrón, radiografía de un crimen es una película que tiene lo mejor del cine narrativo: sabe cómo llevar a los personajes a la identificación con el público, y llevar un discurso potente con su historia. Tanto Joaquín Furriel como Mónica Lairana hacen un trabajo de caracterización minucioso, trasnformándose literalmente en una joven y sumisa pareja trabajadora del interior. Pero el mayor logro es el trabajo con la carne. Los actores mencionados, sumados a Germán de Silva y Luis Ziembrowski, se mimetizan con el ambiente de la carnicería con una espontaneidad asombrosa. El manejo de la cámara de Schindel también hace lo suyo: la descripción del trabajo cotidiano, y sobre todo, de los trucos oscuros detrás del mostrador, tienen un grado de detalle propio de una exhaustiva investigación documentativa. La historia del caso policial judialiciado está contada en dos tiempos narrativos: el primero, en el presente del relato, sigue al abogado (Guillermo Pfening) que toma el caso y decide ser la defensa de Hermógenes. El segundo, en el pasado, reconstruye los hechos sucedidos hasta el crimen en cuestión que da título al film. Ambos tiempos se construyen paralelamente en el relato, para darle una explicación al suceso. El Patrón, radiografía de un crimen es una interesante propuesta que, si bien transita lugares comunes del costumbrismo (en cuanto a la bondad exagerada del peón, o de los principios éticos del abogado) sabe como despegarse de los mismos para problematizar, aunque sea superficialmente, las relaciones de poder establecidas laboralmente. “El patrón es la persona que piensa por nosotros” dice Hermógenes en un momento, graficando una relación de sumisión más compleja de lo que aparenta para la clase media que representa el abogado.
Un sólido film nacional con un guión rigurosamente armado. Para que una película nacional pueda destacar hoy por hoy tiene que tener muchos méritos para llamar la atención del espectador: Un reparto de estrellas, valores de producción estéticamente impecables, y por encima de todo un guion sólido por los cuatro costados. Sobra decir que pocas, muy pocas, películas nacionales pueden acceder a estos méritos y todavía son menos las que a pesar de carecer de estos recursos se las ingenian para poner sobre la mesa una narración sólida. Para su consideración, una película nacional que si bien no hará mella en la historia, los méritos de su producto final son suficientes para ganarse la chance de pelear en ese cada vez mas inaccesible ring que es la taquilla nacional. Disciplina narrativa de alto nivel El Patrón cuenta la historia de Hermógenes SaldÍvar (Joaquín Furriel), un carnicero analfabeto, que es arrestado por el asesinato de su jefe, Don Latuada (Luis Ziembrowski). A partir de ahí la historia alterna entre el caso judicial que investiga su abogado (Guillermo Pfening) y se retrotrae a los eventos que llevaron al crimen. Adaptación de un caso real ocurrido hace 30 años, el guión de El Patrón es de un enorme rigor investigativo. Un rigor deuda obviamente de la trayectoria de su realizador como director de documentales. El verosímil que expone esta historia es verdaderamente admirable, ya que no sólo nos adentra en todo detalle en el detrás de escena del oficio de carnicero, sino que expone todas y cada una de los trucos de las que se valen los menos escrupulosos (no metámos a todos los carniceros en la misma bolsa) para vender una mercadería que no sobreviviría un análisis bromatológico. Me alegra enormemente decir que ese mismo rigor que Sebastián Schindel y sus guionistas aplicaron a la verosimilitud de ese universo, también fue aplicado al desarrollo de los personajes que lo integran, y aún más importante, a los vínculos que poseen entre sí, consiguiendo de este modo despertar la empatía del espectador. Suficiente buena factura El Patrón posee una correcta fotografía que complementa a una dirección de arte calculada hasta el más mínimo detalle, un desempeño en este rubro que no es común en el cine nacional. Pero esta película hace sus mayores méritos en el apartado actoral. Joaquín Furriel entrega un trabajo, que si bien en algunas escenas puede llegar a ser desparejo, también tiene escenas donde brilla y sorprende con la radical transformación a la que se sometió para dar vida a su personaje. Guillermo Pfening, Luis Ziembrowski y Monica Lairana entregan más que dignas interpretaciones como contrapartes del personaje de Furriel. Pero en quien me quiero detener es en Germán De Silva, quién entrega una interpretación tan precisa del carnicero que le enseña el oficio al protagonista, que a más de uno le va a recordar a su carnicero de confianza. Conclusión El Patrón es un producto digno y eso no es poco en el paisaje cinematográfico actual en lo que a la Argentina refiere. Bien escrita, Bien filmada y Bien actuada, es un producto que aunque dista de alinearse con los mejores exponentes de nuestro cine, es una narración con la que vale la pena arriesgarse. Porque creo, firmemente, que ésta es una película que por sus logros y su solidez se ha ganado la oportunidad de pelear. Un producto, que aunque humilde en sus intenciones, no olvida jamás que hay un espectador del otro lado.
Crónica de una muerte anunciada El patrón, radiografía de un crimen es la primera película de ficción del hasta ahora documentalista Sebastián Schindel (realizador de Mundo Alas, Rerum Novarum, entre otras) y cabe destacar que en el film se nota su mirada documental. Tal como el título lo indica, esta película es la radiografía, la exposición de un crimen, donde se comienza por el momento en el que el crimen ya fue realizado, y se va alternando el relato entre el presente del asesino y el pasado, para así explicar que lo llevó a cometer tal hecho, que recordemos, ocurrió en nuestro país en la década del ochenta. El sueño (sud)americano Schindel nos presenta a Hermógenes Saldivar (Joaquín Furriel), un hombre de unos treinta y pico de años que llega desde Santiago del Estero a Buenos Aires junto a su esposa Gladis (Monica Lairana) en busca de mejores oportunidades laborales. Allí empieza a trabajar en una carnicería como ayudante pero al poco tiempo lo trasladan a otra carnicería para que sea el encargado y único carnicero. ¿Quién decide esto? Latuada, su patrón (Luis Ziembrowski), que oficia de cuatrero mafioso, dueño de varias “sucursales” en las que para ahorrar dinero, compra carne fresca y la mezcla con otra que está a punto de podrirse, llegando al punto de incluso comprar/robar carne que bromatología decomisa justamente por mal estado. Descomposición moral Así el patrón se mueve impunemente por la vida, transando, negociando o simplemente matoneando a quien se interponga en sus negocios y en el medio está Hermógenes que por medio de Latuada y su secuaz (Germán de Silva) va conociendo los trucos para conservar e ir maquillando la mercancía menos fresca, para que se vea y huela -gracias a ciertos productos de limpieza- como carne en buen estado. Tales trucos obligan a Hermógenes a silenciar sus principios y su moral para así poder conservar su vivienda y su trabajo, ya que dicho personaje aclara reiteradas veces que es inapto (inepto) para cualquier trabajo más formal, tal como el gobierno provincial lo etiquetó al momento de alistarse para el servicio militar. De esta forma, la vida del protagonista y su esposa -quien comienza a trabajar como mucama en la casa de Latuada- se va complicando cada vez más: primero por las presiones y maltratos del patrón y luego por las quejas de los vecinos sobre el estado de los alimentos. Hermógenes es por naturaleza pasivo, calmo, callado, pero Gladis -que está embarazada- no y es ella quien intenta que él “abra los ojos” y decida irse nuevamente a su provincia, ya que tal como le explica, no pueden soportar ese maltrato ni seguir intoxicando a los vecinos, para mantener la explotación humillante disfrazada de trabajo que ambos están padeciendo. Tanto directa como indirectamente Schindel nos muestra y narra que al igual que la carne, la integridad de los hombres, de algunos hombres, se va deteriorando, descomponiendo y contaminando todo a su alrededor, en el afán por el poder. Ese mismo poder, que a veces nos da la ilusión de ser mejores que otros y por ende, tener el derecho de maltratar y ejercer violencia -tanto verbal como física- frente a personas que objetivamos al punto de tratarlos como esclavizables. Las fallas del sistema El final ya lo sabemos: un día Latuada insiste para que Santiago -así es como el patrón llama a Furriel- venda la carne putrefacta que obtuvo de bromatología, sin importarle las consecuencias sanitarias que esto pueda causar. Ese es el límite de Hermógenes, y ese es el fin de la tiranía regenteada por el patrón. Entre flashbacks y flashforwards, vemos al santiageño someterse al proceso judicial por el asesinato, a la vez que reitera que debe pagar por el pecado mortal que cometió. Hermógenes no tiene recursos para contratar un abogado, por lo que el Estado le designa un defensor público, que por supuesto no hace ni el más mínimo esfuerzo en defenderlo porque…bueno porque es un cliente que no paga, simplemente por eso. Mediante algunos favores judiciales, Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) toma el caso y poco a poco se interioriza en la cruda realidad que este joven y los suyos, afrontan, donde no sólo los derechos laborales están vulnerados, sino también los derechos de cada ser humano. En definitiva, el film de Sebastián Schindel es una excelente e impactante historia sobre la explotación y la corrupción que tristemente aún en nuestros días se repite y que además pone en evidencia una vez más a un sistema judicial que falla en la contención y defensa de los que menos recursos tienen. Sin caer en facilismos ni lugares comunes que apelen al golpe bajo, las actuaciones son espectaculares destacándose el rol de Furriel y su maravillosa caracterización que transmite a la perfección lo que siente y lo que sufre Hermógenes Saldivar.
En carne propia Esta primera incursión de Schindel en el largometraje de ficción luego de una amplia y sólida trayectoria como documentalista (Mundo Alas, El rascacielos latino, Rerum Novarum, Que Sea Rock, Germán, Cuba Plástica) es valiosa por lo que es (un implacable retrato sobre las prácticas poco menos que esclavistas que aún perduran en ciertas relaciones laborales) y también por lo que no es, o por lo que evita. Es que tratándose de una película dura y, por qué no, de denuncia (está inspirada en el libro homónimo de Neuman que a su vez se basó en un caso real), evita la bajada de línea discursiva y aleccionadora porque cree en la esencia del cine: el poder de la imagen, la intensidad de una mirada o de un gesto, la fuerza de una actuación (en ese sentido, es notable el trabajo de los “malos” que interpretan Germán De Silva y Luis Ziembrowski). El mayor riesgo, de todos modos, fue la elección de una figura reconocida como Joaquín Furriel (en una digna y esforzada caracterización) como el protagonista y víctima del film en el papel de Hermógenes Saldivar, un santiagueño analfabeto y con problemas físicos que llega a Buenos Aires con su esposa Gladys (Mónica Lairana) y empieza a trabajar en una cadena de carnicerías regenteada por un hombre violento, codicioso y manipulador llamado Latuada (Ziembrowski), capaz de vender carne podrida apelando a diversos trucos (son muy buenas las escenas en que el personaje de Armando encarnado por De Silva le explica cómo disimular los olores y colores inconvenientes). Dócil y temeroso, Hermógenes irá acumulando humillaciones e indignidades con el objetivo de mantener a su mujer y a su hijo por llegar. El resto tiene que ver con una subtrama policial y judicial que encabeza Marcelo di Giovanni (Guillermo Pfening), un abogado bastante arrogante que investigará en profundidad el derrotero de Saldivar (su paso casi sin escalas desde un cinismo absoluto en el comienzo a comprometerse con convicción en el asunto es el aspecto más torpe, maniqueo y superficial del film). Con el cine de Pablo Trapero (sobre todo El bonaerense) y de los hermanos Dardenne como ineludibles referentes y con un clasicismo narrativo que le hace muy bien al relato, Schindel hace gala de una llamativa solidez para combinar el costado humano, la mirada social y la trama policial de la historia. La fotografía de Marcelo Iaccarino ayuda y mucho a crear los climas (sobre todo dentro de esas carnicerías/aguantaderos) para una película desgarradora, implacable y, al mismo tiempo, necesaria. NOTA DEL AUTOR: Uno de los productores de esta película es mi hermano, Nicolás Batlle. Si algún lector considera que por eso esta crítica está viciada por "tráfico de influencias", "falta de ética" o "imparcialidad" puede descartar esta crítica de inmediato. Están avisados.
Esclavitud y sumisión en un relato con suspenso Al gran trabajo de Joaquín Furriel en el papel de un carnicero humillado por su jefe, se suma una trama basada en hechos reales que acumula tensión, denuncia e intriga tribunalicia. Se trata de la primera ficción encarada por Sebastián Schindel luego de los documentales Mundo Alas, Rerum Novarum y El Rascacielos Latino, en donde el tono de denuncia de un hecho real ocurrido treinta años atrás se va transformando en un relato que acumula tensión e intriga tribunalicia. El Patrón, radiografía de un crimen está basada en el libro de Elías Neuman que describe el caso de un trabajador explotado y esclavizado por un siniestro empresario de la carne. Hermógenes -Joaquín Furriel- es un peón de campo llegado de Santiago del Estero a Buenos Aires para trabajar y progresar, pero se topa con el dueño -Luis Ziembrowski- de una cadena de carnicerías que lo somete y obliga a vender carne en mal estado. Con la ayuda de su esposa -Mónica Lairana-, Hermógenes soporta la violencia verbal, el maltrato y vive en condiciones infrahumanas gracias al corazón "benefactor" de su jefe y a los consejos "non-sanctos" de otro carnicero -Germán Da Silva- del que va aprendiendo el lado oscuro del oficio. La película combina pasado y presente con un desenlace que se va adivinando al promediar la historia pero que no le quita interés al relato por la acumulación de situaciones indignantes, el bien dosificado manejo de la información y el suspenso tribunalicio que se adueña de la trama cuando entra en acción el abogado defensor -Guillermo Pfening- del protagonista, el único capaz de salvar a Hermógenes de la cadena perpetua. Joaquín Furriel se carga -a modo de una res- la película al hombro y compone de manera sorprendente a su hombre humillado, desde lo físico con su renguera pronunciada y su acento casi incomprensible, logrando el trabajo más elocuente de toda su carrera. El personaje está por delante del intérprete y sostiene la película sin el menor problema. También hay que destacar la presencia de una siempre convincente Mónica Lairana y de un realizador que -como la historia que desarrolla- escoge pocos cortes en su montaje final. Un expediente que es revisado con premura, la ética como motora del caso judicial y el crimen que asoma en el momento menos pensado y de manera casi quirúrgica, constituyen el corazón de esta bienvenida, créible y oportuna producción nacional. Después de ver la película el espectador seguramente dudará en comer un plato de carne por lo menos durante una semana.
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Carne trémula El primer largometraje de ficción dirigido por Sebastián Schindel cuenta la historia de Hermógenes Saldivar, un peón de campo santiagueño que llega a Buenos Aires para trabajar en una carnicería. Todo parece ir bien para él y su mujer –una impecable Mónica Lairana– hasta que el siniestro patrón interpretado por Luis Ziembrowski lo obliga a vender carne en mal estado, sometiéndolo poco a poco a la esclavitud más extrema. De ahí en adelante, comienzan a aparecer indicios cada vez más fuertes de una explosión de violencia inevitable que tendrá lugar en algún momento del metraje. La única pregunta es cuándo. El responsable de cargar sobre sus espaldas un protagónico que se ubica en las antípodas del rol de galán al que nos tiene acostumbrados es Joaquín Furriel, el actor menos pensado para ese papel. Pero Schindel no se equivoca al elegirlo para interpretar a un hombre analfabeto en busca de una oportunidad para mejorar su calidad de vida y la de su mujer. El director, que cuenta con cuatro documentales en su filmografía, intenta realizar con su primera incursión en la ficción un pequeño pero significativo cambio en el paradigma del género policial argentino, que suele recurrir siempre a los mismos actores de nuestro reducido star system para ocupar los roles principales. En este caso, nada más lejos de eso –ni menos acertado– que la elección de Joaquín Furriel como Hermógenes. Pero el verdadero mérito de la película no es la arriesgada decisión de casting, sino la dirección de actores. Furriel no está haciendo de Hermógenes. Lo que presenciamos es la construcción de un personaje con características únicas que incluyen un acento santiagueño y una interpretación en la que no se perciben rastros de ningún vicio de la televisión o del teatro. Estamos ante una actuación puramente cinematográfica, y eso no es poca cosa. Algo parecido sucede con Mónica Lairana, que pasó de ser una femme fatale en Mujer Lobo a ponerse en la piel de la obediente y trabajadora esposa santiagueña del protagonista. Pero aún hay más aciertos: El patrón: radiografía de un crimen no es un policial más, ni uno común y corriente. Basado en la novela homónima de Elías Neuman que narra un crimen real, la película funciona más como un documental que como un policial, aplicando una dosis concentrada –por momentos demasiado subrayada– de crítica social. El discurso va de la mano con la historia mientras Schindel construye el suspenso exclusivamente a través de recursos cinematográficos, por ejemplo, el montaje. Debido a la estructura temporal del relato, sabemos que la acumulación de humillaciones sufridas por Hermógenes desencadenaron en un asesinato. Lo que falta es la escena del crimen, y la película juega de manera hábil con la expectativa que nos genera el momento de verlo, como más tarde lo hará con las consecuencias a las que se enfrentará el personaje, creando intriga por la determinación del caso. En este marco de intranquilidad, la carnicería se convierte en el anfitrión ideal para el suspenso con su cámara de frío, sus reces colgando, cuchillos de todos los tamaños y el aroma a lavandina que dotan al ambiente de un aire fúnebre y cada vez más opresivo. Justo después de algunas escenas bien resueltas dramáticamente, como esa en la que Hermógenes conoce a quien será su abogado defensor a partir de ese momento, algo comienza a oler mal. El mayor problema que presenta esta co-producción argentino venezolana está en la escena más importante de la película: la del juicio oral que determinará el destino del personaje. Una escena que debía tener la fortaleza suficiente como para rematar todo lo mostrado anteriormente, pero que termina derribando, con su inconsistencia, los cimientos que fueron tan cuidadosamente levantados desde el principio. Sin embargo, da la sensación de que cada tanto aparece una película que logra a romper ciertos moldes del cine argentino que pueden ser muy duros de roer. Al igual que en las carnicerías de barrio, en el cine hay clásicos, hits de temporada y sorpresas que escapan a las reglas del mercado. El patrón: radiografía de un crimen, con sus méritos y sus desaciertos, es una de ellas.
Un patrón violento, un Furriel notable. Para Hermógenes Saldívar, las cosas no son nada fáciles. Ya instalado en Buenos Aires, espera que la gran ciudad lo beneficie con las oportunidades que su provincia natal, Santiago del Estero, nunca le dio. Consigue un trabajo en una carnicería barrial, supone que ahí empezará a encaminar su vida, pero lo esperan varias sorpresas desagradables. La principal, un patrón inescrupuloso y violento que compra mercadería en mal estado de conservación y la somete a precarios procesos de "recomposición" para estafar a clientes desprevenidos. Y de ahí en más una serie de sucesos que complicarán aún más su aventura urbana: la mala relación de su pareja con ese jefe concentrado exclusivamente en ganar dinero de mala manera, las dificultades de vivir hacinado en una piecita derruida y aledaña al local, los sospechosos consejos de un compañero que funciona en evidente complicidad con el jefe, el nacimiento de una hija que representará mayores urgencias económicas y la promesa de una vivienda que no termina de concretarse. La historia sintetiza de manera directa y brutal la crueldad con la que el sistema excluye a los que no están del todo preparados para la supervivencia. La de Sebastián Schindel (Mundo Alas, Rerum Novarum, Que sea rock) es una película sobre la explotación laboral, pero también sobre la tortura psicológica, la avaricia, la corrupción (se ha dicho más de una vez, pero queda claro que aquello que solemos endilgarle a "la política" está enraizado en nosotros) y, a tono con la más cruda actualidad, y el selectivo funcionamiento de la justicia: es obvio que el escalafón social es un dato clave en la relación que tenemos con ella. Un guión sólido, que evita inteligentemente la dispersión, opera con claridad en dos tiempos diferentes para introducir con precisión la línea policial y jurídica y desarrolla con eficacia las pequeñas tramas secundarias -al que se suma un trabajo de fotografía completamente ajustado a las necesidades de la historia- conforma una buena base de apoyo para el notable trabajo de composición de Joaquín Furriel, que en lugar de limitarse a la reproducción mecánica de un biotipo lo dota de conmovedora humanidad. Hay algún subrayado innecesario en la banda sonora, pero Schindel también acertó con el casting: de reconocida trayectoria, Luis Ziembrowski, Germán de Silva, Guillermo Pfening y Andrea Garrote la aportan vitalidad y aplomo al film, basado en un libro de Elías Neuman, prestigioso criminólogo fallecido en 2001 cuyo trabajo de investigación tuvo siempre un foco importante: los derechos de los marginados que, lejos de encontrar chances de reinserción social, sufren en el sistema penal las mismas miserias que en buena parte de los casos los empujaron hasta allí.
Carne podrida. Joaquín Furriel es un carnicero que comete un crimen en esta fuerte película basada en una historia real. Nadie puede negar que El Patrón: Radiografía de un crimen, la primera ficción de Sebastián Schindel (Mundo Alas), sea una película interpeladora. Mucho menos cuando sabemos que se basa en una silenciosa y silenciada historia real. Una macabra pero repetida historia de la esclavitud moderna en América latina, el continente más desigual. ¿Hasta dónde es posible explotar a un hombre? Esa pregunta acompasa el derrotero del filme, que no es otro que el de Hermógenes Salvidar, un joven santiagueño que llega a Buenos Aires desde los obrajes de su provincia y consigue un empleo de carnicero bajo las órdenes de un siniestro patrón. Así empieza el filme, con Hermógenes detenido, a punto de ser condenado a cadena perpetua por un crimen que cometió. La mirada está puesta en la Justicia, en los azares y codicias de un mundo de intereses y formalidades deshumanizados. Y en la injusticia de afuera, por eso Schindel va y viene con sucesivos flashbacks a la miserable historia de este personaje encarnado por Joaquín Furriel en una llamativa transformación física, de oficio y lingüística que lo convierten en este santiagueño apocado y sumiso, caracterización de la que en conjunto sale bien parado. La mirada está puesta en el criminal aprendizaje de Hermógenes, sumergido en el oscuro negocio de su patrón, su dueño (Luis Ziembrowski), dueño también de varias carnicerías de barrio, un estafador humillante que le enseña las artes de vender carne podrida tras el mostrador. Una historia impactante que podría ser parte de un guión vegano, un submundo descripto con la certera información de un documentalista, Schindel, que espantará a más de uno. Los trucos más viles del carnicero, justo en éste, el país de las vacas. Pero hay una historia mayor. Las nuevas formas de esclavitud, que pueden ocurrir en una carnicería, en un taller textil, o en el medio del campo. Vieja historia apuntada aquí por protagonistas de fuste. Guillermo Pfening, haciendo de abogado; Germán De Silva, de instructor de carniceros truchos; Mónica Lairana, de esposa de Hermógenes. Es cierto, le faltan matices a estos personajes, que son cien por ciento sumisos, o viles, o comprometidos. Y el desenlace de la historia está, quizá, muy anunciado. Pero son denuncias necesarias, invisibles por repetición. Hablamos de la esclavitud, de la bronca acumulada, no de las carnicerías. Aunque si va a comer un asado, vea El patrón otro día.
"La vida es un destino a cumplir" Con una crudeza que logra incomodar durante todo el relato, el director Sebastián Schindel ofrece en su primera ficción cinematográfica una historia de alto impacto que se sostiene, entre otras cosas, por el magnífico trabajo de su reparto. Basada en el libro homónimo escrito por el criminólogo Elias Neuman, “El patrón radiografía de un crimen” narra con un marcado e intencional realismo la historia de Hermógenes Saldivar (Joaquín Furriel), un peón rural que, acompañado de su esposa, decide probar mejor suerte en la gran ciudad aprovechando la falsa solidaridad de un comerciante que de inocente no tiene nada ya que se encarga de regentar de forma extremadamente corrupta un conjunto de carnicerías. A partir de esta premisa (real por cierto, ya que se trató de un caso en el que trabajó el mismísimo Neuman), Schindel construye un drama solido e impactante que aprovecha muy bien una serie de recursos interesantes y poco habituales dentro del cine comercial argentino. Sin lugar a dudas lo más sorprendente de “El patrón…” es la gran actuación que ofrece Joaquín Furriel seguido muy de cerca por Luis Ziembrowski y Germán de Silva. Lo de Furriel, irreconocible bajo mascara, prótesis y maquillaje, es tremendo ya que construye un personaje capaz de generar enorme empatía desde el primer minuto pese al papel crucial que juega en la historia y que no tardaremos demasiado en conocer. Ziembrowski por su parte compone un villano de antología que, aplicando los términos y modismos argentinos, retrata de forma brutal al “garca argentino”. Párrafo aparte para Germán de Silva (que también hizo de las suyas en “Relatos Salvajes”), quién aporta cuotas de humor en momentos impensados y dentro de situaciones que en la vida real no serian para nada graciosas. En segundo lugar la falta de linealidad que presenta la película de Schindel la convierte en una propuesta atrapante que, a modo de rompecabezas, obliga al espectador a ir atando cabos y buscando respuestas mucho más allá de los límites de la pantalla. Precisamente ahí radica otro de los puntos altos de esta producción y es que funciona como una solida denuncia de una tristísima e innegable realidad social. “El patrón, radiografía de un crimen” es cine y del bueno, pero también es un grito desesperado y justificado por instalar en las discusiones cotidianas tópicos tan preocupantes como lo son los delitos de reducción a la servidumbre, la esclavitud y el maltrato laboral. Todos y cada uno ellos, ejecutados paradójicamente bajo el amparo de un tergiversado sistema de control y un conjunto de instituciones que se autodenominan incapaces de actuar cuando en realidad, muchas veces, funcionan como cómplices directos. No hay que ir demasiado lejos en el tiempo, sino que solo basta con buscar profundamente dentro de las noticias actuales, para encontrar historias similares a las que viven Hermógenes y su esposa Gladys. Algunas incluso, con desenlaces iguales o más drásticos que el relato en cuestión. La riqueza que le otorga el contexto de la historia al film es aprovechada al máximo por Schindel y compañía al ofrecer un final que seguramente resultará polémico y conmovedor en partes iguales. “El patrón, radiografía de un crimen” hace honor a su nombre y refleja de forma nítida y concreta el primer diagnostico de una enfermedad que como sociedad debemos curar sí o sí.
Retrato fallido La narrativa de hechos verídicos, aunque no tan transitada, ha sido una herramienta genérica a la cual el cine argentino ha recurrido con cierta frecuencia a la hora de abordar problemáticas nacionales y establecer una serie de reflexiones sobre determinados parámetros de la sociedad argentina. En el caso de El patrón: radiografía de un crimen, hay un fuerte hincapié en un ambiente laboral donde las diferencias de clase y el sometimiento llegan a escalas directamente inconcebibles. El primer largometraje de ficción de Sebastián Schindel (realizador de documentales como Mundo alas, Que sea rock y Rerum novarum) adapta una novela, que a su vez toma como base un hecho real -la historia de un peón santiagueño explotado por su patrón en una carnicería, al que termina asesinando-, para intentar trazar un retrato de los abusos laborales, sociales e incluso psicológicos que sufre un sector de la clase trabajadora del Interior cuando intentan progresar en la Capital Federal, la ausencia del Estado a la hora de defenderlos y cómo terminan siempre siendo los perejiles que pagan los platos rotos. El problema es que, a la hora de balancear los distintos elementos que componen el relato, El patrón: radiografía de un crimen cae en una sucesión de diálogos y monólogos de trazo grueso que terminan a su vez afectando las actuaciones: el difícil papel protagónico que tiene Joaquín Furriel como el peón sólo es verosímil durante los momentos que comparte con su esposa, mientras que el abogado que compone Guillermo Pfening no consigue ser el vehículo adecuado para transmitir la tensión que necesitaba el proceso judicial. El patrón del título, encarnado por Luis Ziembrowski, es directamente insoportable: un villano exageradísimo en sus modos y conductas, un estereotipo trabajado sin la menor de las ambigüedades, lo cual atenta contra su credibilidad dentro de la trama. Hay sí, una tortuosa y efectiva exploración de las tinieblas que encierra el negocio de la carne, a tal punto que, después de ver el film, dan ganas de hacerse vegetariano. Allí, El patrón: radiografía de un crimen pareciera intentar decirnos, con armas directas, incluso poco sutiles, pero nobles, que la podredumbre de nuestra sociedad también se traslada a la forma en que nos alimentamos. Sin embargo, los minutos finales terminan decantando en un paternalismo improductivo e incluso peligroso, porque termina confirmando e incluso avalando esas mismas diferencias sociales que la película buscaba exponer y criticar. El balance, aunque interesante, no deja de ser negativo: a Schindel aún le falta pulir su discurso, el diseño de personajes y sus formas narrativas. Oportunidades a futuro seguramente tendrá.
La necesidad de defender el corte. Se trata de la primera ficción del director Sebastián Schindel se desarrolla dentro de la idea de la inevitabilidad social. Basada en la novela El patrón, la película cuenta la historia de Hermógenes, un hachero santiagueño. En 1940 Richard Wright publica en los Estados Unidos Native Son, una novela que cuenta cómo la sociedad y el contexto de pobreza en donde se formó empujaron al joven negro Bigger Thomas a cometer un asesinato. Esta especie de "inevitabilidad social" fue el camino elegido por el criminólogo Elías Neuman para escribir El patrón, un libro basado en su propia experiencia como abogado defensor de Hermógenes Saldivar, un hachero santiagueño analfabeto que consiguió trabajo en una carnicería del Conurbano en donde su empleador lo sometió junto a su mujer a condiciones de servidumbre, por lo que el hombre tomó una decisión que lo llevó a la cárcel. El documentalista Sebastián Schindel (Mundo Alas, Rerum Novarum, Germán, Cuba plástica) concreta su primer largo de ficción en base a la novela de Neuman y adhiere plenamente al planteo del jurista, con una película que en principio tenía dos riesgos enormes a sortear, por un lado, los problemas de la caracterización de Joaquín Furriel como el protagonista, un excluido con problemas físicos; y el otro el desafío de mostrar de manera convincente los manejos inescrupulosos del mundillo de la carne en un país donde la preciosa proteína en una cuestión de estado. La puesta con ritmo de thriller logra el verosímil en ambos desafíos, con un Furriel exacto en su transformación, no sólo física sino desapareciendo detrás del carácter del protagonista, en donde la sumisión, la exclusión y el destino trágico se combinan con la violencia en la que se formó. Y todo se nota en la composición del actor. El patrón entonces muestra la luz de esperanza a la que se asoma Hermógenes cuando consigue trabajo en una carnicería, cuando va aprendiendo el negocio –extraordinario Germán De Silva como el maestro carnicero que le enseña a "defender" un corte en mal estado– y luego, o mejor, mientras tanto, las humillaciones, los malos tratos, el nivel de perversidad de Latuada, el patrón a cargo del enorme Luis Ziembrowski, un monstruo que somete a Hermógenes y a su esposa Gladys (Mónica Lairana) a la condición de esclavo mientras la tensión crece y los gusanos de la carne putrefacta se amontonan. El resto de la historia transita por el camino judicial, donde confronta el mundo acomodado y pleno de certezas del abogado Marcelo di Giovanni (Guillermo Pfening) y la desolación y el desamparo de su defendido, el otro eje del relato, necesario pero sin la contundencia del resto del film, potente y lleno de logros ante la magnitud de los riesgos que asume.
Brillan Furriel-Ziembrowski en buen film testimonial. Por el título, se podría pensar que este film es un policial, pero si bien es la historia de un homicidio, en realidad todo está contado desde el estilo del cine testimonial. Por otro lado, si tradicionalmente se supone que film policial es aquel donde se describe algún tipo de delito o la lucha contra alguna actividad criminal, en "El patrón, radiografía de un crimen" se describen varios otros delitos además del asesinato, aunque algunos los ven tan a diario en las carnicerías que tal no vez no se den cuenta de que hay prácticas de ese negocio que son contra la ley (o tan sólo se piense que son sólo contravenciones de la industria de la carne). Joaquín Furriel ofrece una sobria performance como Hermógenes, un santiagueño que trata de trabajar en la Capital, y de asistente de un carnicero es elegido por el patrón para que se haga cargo de otra carnicería. El modo violento en el que el patrón (excelente villano el que compone Luis Ziembrowski) desocupa al carnicero anterior debería haber preocupado al protagonista desde el vamos. Pero esta historia real trata sobre personajes elementales y es el caso del pobre Hermógenes, sumamente ingenuo y sumiso, hasta que las cosas explotan. La narración está fragmentada en dos tiempos, uno es el del proceso de Hermógenes, contado desde el punto de vista de su abogado defensor Guillermo Pfening, y el otro contando las desventuras del asesino en la carnicería y las circunstancias que lo llevaron a convertirse en un homicida. Pese a esta elección, que obviamente restringe el suspenso a sus mínimas posibilidades, el film está bien narrado y filmado con rigor, por lo que se ve con interés. Sin embargo la corrección política y el desenlace conciliador no ayudan a que el asunto tome demasiado vuelo.
Llega a los cines la película El patrón, obra de ficción basada en un crimen real. La producción de la película comienza hace casi 12 años cuando Sebastián Schindel recibió por parte de un abogado una novela corta; una ficción sobre un caso en el que dicho letrado había trabajado. Schindel inmediatamente quedó enamorado de la obra y comenzó un proceso de preparación que finalmente 12 años después, llega a los cines, luego de un exitoso paso por la competencia de cine nacional del festival de mar del plata. El patrón cuenta la historia del iletrado Hermógenes Saldívar, un santiagueño viviendo en Buenos Aires que trabaja en una carnicería y que tiene un muy déspota y abusivo jefe, a quien, tal como nos enteramos en los primeros minutos de película Hermógenes acaba de asesinar. Recurriendo a una inagotable y cada vez más potente metáfora adentro del frigorífico de la carnicería el director nos cuenta el proceso por el cual Hermógenes, un muchacho muy tranquilo y emprendedor, termina haciendo lo qué hace, mientras que en paralelo vemos el proceso de cómo el abogado defensor va a tratar de humanizar a este personaje que ha quedado totalmente deshumanizado por nuestra sociedad. Con una impactante actuación por parte de Joaquín Furriel, pero también acompañado por un excelente elenco que completan Luis Ziembrowski, Mónica Lairana y Guillermo Pfening en los otros roles, El patrón dejará conforme tanto a los espectadores que buscan el relato clásico como a aquellos para los cuales el cine nacional tiene que ser único en su forma de construir climas y relato. Premio aparte para el maquillaje que ha hecho de Furriel una persona nueva, y que estuvo a la altura de la conmovedora composición del actor.
¿Qué lleva a un hombre a cometer un crimen? ¿Cuáles son los laberintos de la culpa? ¿Cuál es el germen que hace que la carne su pudra? Hermógenes sufre el peso de la condena social, pero no el de la condena al asesino, la condena por haber nacido donde nació, el de la estampilla indeleble que nos ponen a todos por nuestras condiciones, lo que nos marca sin que podamos decidirlo. Basado en un libro periodístico/jurídico de Elías Neuman que siguió pasó a paso los hechos reales de un crimen cometido en 1983, el director y guionista Sebastián Schindel hace un formidable debut en la ficción luego de un paso firme que lo posicionó como uno de los mejores documentalistas de nuestro país ("Rerum Novarum", "Mundo Alas", "El Rascacielos Latino", "German"). Y es que, como su título lo adelanta, "El Patrón: Radiografía de un crimen", tiene mucho sino de documental, de verdad irrefutable, de cámara lúcida y consiente que retrata hechos fieles, por más que los nombres hayan sido cambiados, la acción sea en la actualidad, y algún detalle haya sido modificado en pos del relato. "El Patrón" es en apariencia, un film simple. Un acomodado abogado (el siempre efectivo Guillermo Pfening) que quiere acelerar una extradición, debe hacerle un favor a la secretaria del juez (Andrea Garrote) tomando el caso de un hombre que ha cometido un asesinato, que se declara culpable y pide su pena de muerte, y del cual el defensor oficial no se hace cargo. Mediante el recurso del flashback, veremos qué es lo que sucedió. Hermógenes (impresionante Joaquín Furriel), un hachero, analfabeto, que llega de Santiago del Estero y es empleado como peón de carnicería, pronto es nombrado como encargado de uno de los locales de la cadena. Así, comienza la relación con Latuada (Luis Ziembrowski, en esos villanos miméticos que le salen de taquito), el dueño de la carnicería que lo primero que hace al conocerlo es cambiarle el nombre porque el original es muy complicado, pasa a llamarlo Sebastián. Hay dos patas más de la mesa, Gladys (Mónica Lairana, enternecedora), esposa de Hermógenes que va a vivir en el local junto con él y será empleada como mucama por Latuada, y Armando (Germán Da Silva), el encargado de enseñarle el oficio, consejero, y fiel ciervo de su empleador. El empleador sobreexige, maltrata, desprecia, reduce al peón no sólo a una suerte de esclavitud “encubierta”, sino a una humillación tanto intima como pública; Hermógenes es el chivo expiatorio cada vez que alguien viene a quejarse del mal estado de la carne. El hombre agacha la cabeza y trabaja, y traga, y como la carne se va cortando y se va abombando y deteriorando, lo mismo sucede con el hilo que llevan estos dos personajes, que poco a poco, en mínimos gestos, se va tensionando hasta lo imposible. Schindel toma el trabajo periodístico/judicial y con él logra un film enorme a partir de pequeños elementos. Cada personaje está ahí por algo, todos tienen su razón, su comienzo, y su objetivo. Gladys, además de ser otro objeto de humillación, es la voz de la conciencia, ella expresa lo que Hermógenes calla pero muestra en su mirada. Armando es el personaje que quiere ser y no es, aquel en quien no se puede confiar porque sus intenciones pueden ser hasta más turbias que las de Latuada. En las charlas entre Di Giovani (el abogado) y Hermógenes se pueden desprender miles de deducciones desde la nada, sin necesidad de artificios. Lo mismo sucede con los delicados trazos con que se pinta la relación entre Gladys y su esposo ¿Hasta dónde llega la sumisión? ¿Se termina con la muerte del opresor? Tampoco es dejada de lado la denuncia, al sistema laboral, al orden judicial, y por supuesto a las técnicas de venta de carne (créanme que causa un gran impacto y no van a ver una carnicería con los mismos ojos después de este film). Con un gran trabajo sutil en la fotografía de Marcelo Iaccarino, logrados planos secuencia que hablan tanto como las palabras, y un montaje que decide no apurarse pero tampoco ralentizar más de lo necesario, manejando con solvencia los dos tiempos del relato; hay escenas que serán simplemente memorables (atención a los últimos veinte minutos). Schindel logra también un correcto manejo en la dirección de actores, el timing es dinámico y ágil, y el nivel interpretativo está todo por encima de la media. Lairana, Pfening, Garrote, Da Silva y Ziembrowski, todos están destacados en sus roles, intercalando sus escenas con excelente solvencia y haciendo de sus personajes criaturas creíbles que despiertan emociones, de odio, comprensión o compasión. Pero las palmas definitivas recaen en Joaquín Furriel, su Hermógenes es de esos personajes que marcan un antes y un después en la carrera de cualquier actor. Su personaje está en todas partes, en los gestos, la postura, la voz (tonada incluida), actitud, expresión, aspecto físico, todo. Una labor simplemente sublime. "El Patrón, radiografía de un crimen" roza la perfección. Estamos ante un film de los que no se estrenan todas las semanas, una película que va con su verdad a cuestas y no necesita de manipular de por más al espectador para convencerlo de cada uno de sus postulados. Tampoco necesita ser grandilocuente para tener contundencia. Para todo aquel que la mire debería despertar una cierta conciencia en él; estamos ante más que un buen film, puede ser un gran suceso cinematográfico.
El patrón es una de esas películas nacionales que sorprenden, es decir, que da mucho gusto de encontrarse con una obra así en el cine. Con un póster que no dice demasiado para el que aún no la vio pero con un significado inmenso para quien ya la ha disfrutado, este estreno que “la juega de callado” en pleno furor Relatos Salvajes post Oscars merece todos y cada uno de los siguientes elogios. Primero y principal la enorme, desbordante e intensa actuación de Joaquín Furriel. Es increíble la transformación que el artista logra apartándose por completo de los galanes de novelas que ha interpretado. Aquí realmente no parece él y no solo en lo físico (que ya es mucho) sino también en la impronta de su personaje y lo que logra a partir de gestos. Aplausos al director y a los productores por dar esa oportunidad y jugársela de esa manera. La segunda cuestión para remarcar es la historia. La misma está adaptada del libro escrito por el famoso jurista Elías Neuman basándose en un hecho real a su cargo en la década del ’80. Aquí todo transcurre en la actualidad y nos encontramos con un ser detestable -encarnado por un excelente Luis Ziembrowski- que es dueño de varias carnicerías, en una de las cuales trabaja el personaje de Furriel y donde se desarrolla la historia. Lo tercero para comentar justamente es la carne. Si, la carne. Es impresionante todo lo que el film puede hacer sentir al espectador. Un verdadero carnívoro como quien escribe estás líneas sintió asco y repulsión por todo lo que mostraron que ocurría dentro de esa carnicería y como se adulteraba la materia prima. Algo que me dejó pensando bastante. Supongo que un vegetariano la puede pasar verdaderamente mal. Son muchas escenas sobre eso, y cada vez más gráficas, a tal punto que te podés imaginar el olor. Estos tres elementos acompañados por una factura técnica que si bien no es grandilocuente está muy bien, hacen que la primera película de ficción de Sebastián Schindel se convierta en una verdadera experiencia cinematográfica. El patrón es otro claro ejemplo del potencial enorme del cine argentino más allá de una posible estatuilla a la mejor película extranjera. Buen cine con realización impecable y con una actuación superlativa. Definitivamente es la película para ir a ver.
Se recomienda no ir a ver esta película antes de ir a comer, especialmente si el plan incluye ir a una parrilla, digamos. Es tan fuerte la impresión que deja la manera en la que algunas carnicerías tratan su “material de trabajo” que uno sale del filme con ganas de volverse vegetariano. Si bien es muy probable que sean una minoría las carnicerías que venden, literalmente, “carne podrida” (disfrazada para que no se note con colorantes, productos químicos y otros que mejor ni nombrar), EL PATRON: RADIOGRAFIA DE UN CRIMEN, la primera película de ficción del hasta ahora documentalista Sebastián Schindel (MUNDO ALAS, GERMAN, RERUM NOVARUM y otras), deja una sensación de estar asistiendo a una revelación gastronómico/cultural de consecuencias imprevisibles. ¿Saldrá alguna asociación o gremio a disputar los hechos que narra el filme? elpatron1Difícil, porque se basa en un caso real, si bien sucedió hace ya bastantes años y el propio director aclaró en varias entrevistas que las cosas mejoraron bastante desde entonces. La película de Schindel es la historia de Hermiógenes, un muchacho de provincia (Santiago del Estero) que llega a Buenos Aires y empieza a trabajar en una carnicería de barrio. Luego pasa a estar a las órdenes de una especie de mafioso que maneja varias carnicerías y que, para ahorrar costos, trabaja con carne al límite de su vencimiento, o bien ya podrida, a la que “trampea” de las maneras más repulsivas, produciendo en algunos casos problemas con los clientes. El filme se centrará en la relación del empleado (Joaquin Furriel, irreconocible) con su patrón (Luis Ziembrowski), quien le enseña los espantosos trucos del negocio pero que lo obliga a pasarse de ciertas rayas “morales” que el chico santiagueño no acepta. En medio de esto, otros problemas surgen con la mujer del personaje de Furriel (Mónica Lairana), que pasa a trabajar de empleada doméstica en lo de su patrón, lo cual suma otra serie de inconvenientes. elpatron2EL PATRON es una combinación de drama con toques de thriller clásico, bien narrado y efectivo, que pone el acento no solo en la carne en sí (ese sería, digamos, su “McGuffin” narrativo) sino que utiliza esa situación como metáfora para hablar de cierta degradación ética y moral, y de cuáles son los límites que los personajes están dispuestos a atravesar para salir adelante económicamente. El acento está puesto además, especialmente, en la lógica patrón/empleado y en la por momentos sutil y por momentos violenta dominación psicológica que existe en el mercado del trabajo. El filme pierde algunos puntos al final cuando la película entra en una segunda etapa narrativa que se viene gestando a lo largo del relato y que está centrada en un abogado que encarna Guillermo Pfening y que defiende a Hermiógenes del crimen al que hace referencia el título. Es como una historia paralela –con los conflictos personales del abogado y cómo se va involucrando en la historia– que agrega poco a la potencia de la trama principal, que vuelve algo tan cotidiano como la vida de un carnicero y el hecho de ir a comprar carne a la esquina en una aventura propia de una película de terror. (NOTA: Versión extendida de la crítica de la película publicada durante el Festival de Mar del Plata)
Crítica emitida por radio.
Mande, patrón La historia comienza en Tribunales, donde un joven abogado llamado Marcelo Digiovanni (Guillermo Pfening) acepta hacerle un favor a la secretaria de un juzgado, a cambio de que esta le adelante algunos papeles en un caso importante. El favor en cuestión se trata de defender a un joven santiagueño llamado Hermógenes Saldivar (Joaquín Furriel) quien está detenido por un asesinato, y cuyo defensor oficial ni siquiera se molestó en presentarse a la audiencia, dejando al joven completamente indefenso ante un sistema judicial burocrático, listo para comérselo vivo. Aunque al principio el abogado toma el caso por obligación, a medida que se interioriza sobre lo que ha sucedido se involucra cada vez en la historia de este joven humilde, analfabeto, que siente una enorme culpa por lo que ha hecho, y que pide para si mismo prisión perpetua. Lo que Digiovanni descubre es que Hermógenes trabajaba en una carnicería en condiciones de esclavitud, a las órdenes de un patrón abusivo y violento. Vivía con su esposa en la misma carnicería donde trabajaba, en condiciones muy precarias, sin sueldo ni horarios fijos, y su esposa además trabajaba en la casa del patrón, sin remuneración alguna. La película retrata con una enorme crudeza y realismo la relación patrón-peón, dominante y dominado. Luis Ziembrowski interpreta brillantemente a un hombre corrupto, abusivo, que maltrata a su empleado, porque sabe que se siente menos, por ser analfabeto, por ser pobre, que solo agacha la cabeza y acepta lo que venga. La historia tiene además un interesante trasfondo sobre el mundo de las carnicerías, donde se mueve el patrón, un pequeño empresario de la carne, con empleados en negro y locales que no deberían estar habilitados, pero cuyo negocio principal es comprar carne barata en mal estado y camuflarla para venderla junto con la buena. Los métodos que utilizan para "maquillar" la carne en mal estado incluyen lavandina y otros químicos; las imágenes que nos muestran logran que salgamos del cine convertidos en vegetarianos. Digiovanni debe entonces tratar de hacerle entender a un fiscal mediocre y a jueces con poco sentido de la realidad, qué llevó a un hombre tranquilo, trabajador, sin antecedentes violentos, a cometer un asesinato. La historia está basada en un caso real que el criminólogo Elías Neuman relato en su libro "El Patrón: Radiografía de un crimen". Por otro lado, esta es la primer película de Sebastián Schindel, quien tiene una larga trayectoria como documentalista, y ha construido una gran ficción, en la que se nota un gran trabajo de investigación sobre el entorno en el que se desarrolla la historia, y la situación de los protagonistas. El realismo es algo que recorre toda la historia: los códigos y la jerga entre los carniceros, las locaciones, y actores secundarios que no parecen actores. Si bien la actuación de Ziembrowski es extraordinaria, Furriel no se queda atrás, sorprende con su transformación física (prótesis dental, lentes de contacto oscuros, etc) y su interpretación de un hombre al que se lo ve sometido hasta en los gestos y la mirada. Mónica Lairana también realiza una gran labor interpretando a su esposa, y la química entre la sometida pareja funciona muy bien, no tanto la de Pfening y su esposa, cuyas actuaciones resultan un tanto acartonadas. Ante tanto realismo y crudeza, el final resulta demasiado fácil, como si hubiese sido necesario hacerlo accesible, para que la gente vaya al cine a pesar lo dramático de la historia. Sin embargo es un muy buen relato, que recorre el policial y el drama, tocando un tema actual del que poco se habla, como es el trabajo esclavo.
Una muy interesante película argentina, dirigida por Sebastián Schindel (es su ópera prima en ficción) que se basa en el libro de Elias Neuman, con una premisa inquietante: no todos somos iguales ante la ley, depende del dinero para contratar un buen abogado. El negocio de la carne manejado por un inescrupuloso mafioso, el trabajo esclavo, las humillaciones permanentes. Párrafo aparte merece el trabajo de composición de Joaquín Furriel para dar a ese hachero santiagueño convertido en carnicero. Muy bien también Mónica Lairana, Luis Ziembrosky y Guillermo Pfening. Con algunos problemas en el guion, que abandona un poco a personajes muy ricos. Igual, vale.
"El Patrón" es una película intensa, de grandes actuaciones y una fotografía super importante que hace al relato (por momentos, la iluminación sobre la carne te va a hacer sentir los mismos olores que los personajes). Joaquín Furriel sigue demostrando lo grande que es a nivel actoral, con un personaje totalmente diferente a lo que hayamos visto alguna vez. Impecable, bien dirigido, y logrando el cometido de la historia. Por otro lado, Luis Ziembrowski, otro gran actor que es tan tan tan bueno en lo que hace que vas a terminar odiándolo. Mónica Lairana, una gran actriz de cine que deslumbra una vez más con el personaje de la mujer de Hermogenes. Guille Pfening, quien viene trabajando en muchísimas películas y que cada vez que lo veo, le creo, y con eso te digo todo. En síntesis, Sebastián Schindel dirige una peli totalmente creíble, de relaciones, tanto personales como laborales y sobre como un maltrato puede terminar en un crimen. Gran estreno argentino para sorprenderse con grandes actuaciones y un guión que cierra por todos lados. Celebro este estreno.
Algo huele muy mal en la carnicería Basada en la novela homónima del criminólogo Elías Neuman, quien a su vez partió de un caso real ocurrido en 1984, el primer largo de ficción del documentalista de Mundo Alas narra la esclavización laboral a la que es sometido un carnicero santiagueño. Hermógenes Saldívar se llama el personaje que compone Joaquín Furriel, impecable e irreconocible.Justo unos días después de la entrega de los Oscar, sube a la cartelera una película nacional que aborda varios de los temas usualmente presentes en las elegidas para los premios de la Academia de Hollywood, como la violencia y la pertinencia de la justicia por mano propia. Violencia que en este caso no es física y repentina, sino laboral, progresiva y psicológica, y sobre la cual jamás recae un atisbo de condena ni glorificación. Las conclusiones, en todo caso, dependerán de cada espectador, ya que serán consecuencia del encadenamiento de los hechos antes que de la enunciación directa. Basada en la novela homónima del criminólogo Elías Neuman, quien a su vez había partido de un caso real ocurrido en 1984, y dirigida por el hasta ahora documentalista Sebastián Schindel (el mismo de Mundo Alas y la muy buena El rascacielos latino, sobre el palacio Barolo), El patrón, radiografía de un crimen comienza con un abogado involucrándose en el caso del homicidio del dueño de una red de carnicerías perpetrado por uno de sus empleados. A partir de ahí, el film oscila entre el presente judicial del acusado y la reconstrucción de las situaciones que lo llevaron al banquillo.Hermógenes Saldívar (Joaquín Furriel, impecable e irreconocible) llega desde Santiago del Estero apenas con lo puesto y su mujer a cuestas. Rápidamente recala en una de las carnicerías de Latuada (Luis Ziembrowski), donde aprende las claves del oficio. El profesor es su colega interpretado por Germán de Silva, una suerte de grandmaster no sólo del cuchillo, sino también del arte del engaño. Así, le explica los mil y un trucos para maquillar de buenas a las reses que no son tales, reduciéndoles el olor y modificándoles los colores. Los primeros planos de la carne atravesada por el cuchillo confieren al film una tonalidad entre ominosa y pesadillesca. Sin embargo, El patrón jamás esconde el origen documentalista de su hacedor, con la atención al detalle y al gesto mínimo como normas constantes.“Sos callado y laburás bien”, le concede Latuada al recién llegado antes de subirlo al auto y llevarlo a un local para que lo regentée. Local del que primero desaloja a piñas y culatazos al empleado anterior al grito de “paraguayo de mierda”, marcando así al personaje más cretino del cine argentino en los últimos años: Latuada es violento, misógino, ventajero, miserable y codicioso. Gran mérito de Ziembrowski para darle carnadura diabólica a su personaje sin caer en la caricatura.Conocedor de los mecanismos narrativos de un género clásico como el thriller, Schindel ha reconocido en varias entrevistas las influencias de Pablo Trapero (con El bonaerense a la cabeza) y los hermanos Dardenne. Tal como ocurre en el cine post Rosetta de los belgas, quienes no por casualidad también comenzaron su carrera conjunta en el ámbito documental, El patrón repele cualquier atisbo de alegato directo o bajada de línea: lo social está presente en un contexto claro y amalgamado al nudo argumental policíaco, pero jamás es el centro del relato. Lo que sí se inmiscuye es la historia del abogado defensor. Y ahí se embarra la cancha. El pulso, claridad y concisión narrativa de Schindel desbarranca con la empatía y los paralelismos obvios entre defensor y su defendido. Sin ese presente materializándose en la pantalla, El patrón sería aún mejor de lo que finalmente es.
AMO y ESCLAVO En apariencias "El Patrón: Radiografía de un crimen" (Argentina, 2014) de Sebastián Schindel es una película más sobre la explotación. Pero sólo en apariencias. Porque en realidad esta película posee una mirada particular sobre la tradicional relación entre jefe y empleado que se potencia con cada pedido que el patrón (Luis Ziembrowski) le realiza a Hermógenes/Santiago (Joaquín Furriel) y que este cumple sin decir nada. "Si trabajás duro conmigo, vas a progresar" le afirma, y él le cree, porque en su esencia está el siempre depender de otro para poder progresar. En cada tarea encargada, de mala manera pedida, pero respondida con vehemencia y pasión, el perfil de Hermógenes/Santiago, se completa, y la empatía con este personaje es instantánea. Pero, ¿cómo llegamos a conocer más de esta historia? es gracias a que un abogado (Guillermo Pfening), de muy mala manera, debe aceptar un caso para liberar otro que necesita ganar, y es así como se topa con la historia de este aprendiz de carnicero que de un día para otro debe asumir tareas que no le gustan hasta llegar al límite de su paciencia. En el derrotero de los pedidos del patrón, de cada tarea que se le exige a Hermógenes/Santiago y en cada gesto que Furriel le impregna al personaje hay, además, un trabajo de reconstrucción y exposición de la venta de carne en el país que denuncia un estado de vacío e irregularidad ante la comercialización, y que asusta. "Lo más importante de esto es la picardía del carnicero" le dicen, pero Hermógenes/Santiago no logra nunca comprender cómo en el vender carne podrida la picardía tenga algo que ver con eso. Hermógenes sigue adelante a pesar de todos los obstáculos que su patrón le va poniendo a lo largo del breve tiempo en el que mantienen la relación laboral, hasta que su mujer (Mónica Lairana) queda embarazada y ahí es como que intenta por un momento escaparse de todo. Pero claro está que el patrón no lo dejará y así es como deberá aceptar que éste le quite lo único en el mundo que le es propio, su mujer. "El Patrón..." es un filme simple desde lo visual, con poco juego de cámaras o planos que le aporten un vuelo a la trama, pero esto es necesario por la misma premisa desde que se inicia. El guión de Nicolás Batlle, Javier Olivera y el propio Schindel, profundiza más en la historia de Hermógenes/Santiago que en los detalles del proceso judicial que penalizará al carnicero, porque nunca se explica cómo el abogado (Pfening) cambia radicalmente de posición frente al defendido (más allá de lo que se pueda presuponer) o qué pasa con la mujer de Hermógenes cuando deja de vivir con él. Pero independientemente de esto, la película avanza a paso firme, con una cadencia y un tempo laxo que permite una vez más el acercamiento a la increíble interpretación de Furriel y al exceso de Ziembrowski en cada contrapunto que tienen. Cada uno de ellos le aporta lo justo a su actuación y genera el querer saber más de ellos en esos flashbacks/forwards que van presentando los antecedentes del caso. No es así el caso de Pfening, que compone al abogado desde el estereotipo. Hay algunos trazos gruesos que podrían molestar, como por ejemplo marcar la diferencia de clase desde las etiquetas de la ropa que utilizan los personajes, o el excesivo lenguaje coloquial para exacerbar el nivel cultural bajo de los protagonistas, pero esto se supera por la naturalidad de las interpretaciones. Apuesta al cine de suspenso que termina ganando y potenciando su propuesta "El Patrón: Radiografía de un crimen" cumple sus premisas y las supera. PUNTAJE: 8/10
Carne podrida y gente maltratada. EL PATRON, RADIOGARFIA DE UN CRIMEN.- Hermógenes (Joaquín Furriel) es un santiagueño que vino a la capital con su mujer Gladys en busca de un mejor porvenir. Es casi analfabeto y un poco rengo. Y empieza a trabajar como ayudante en una carnicería. Allí se cio cuenta que no sólo las vacas eran maltratadas. El carnicero le enseñará todas las mañas para poder estafar a los clientes. Pero el gran patrón es Latuada (el dueño de una cadena de carnicerías) un mayorista que compra vacas viejas y enfermas y las hace vendibles. Hermógenes vive con su mujer en una mugrienta piecita del fondo de la carnicería. Ella trabaja en la casa del déspota Latuada, que los explota y los insulta. Esa media res podrida en la ganchera no es la única carne maltratada. Ellos dos son parte de esa mercadería descompuesta. Pero Hermógenes un día no aguanta más. Y será el cuchillo, siempre tan lleno de sangre, el que hará justicia. El film va y viene en el tiempo. Empieza con Hermógenes en la prisión y vuelve al pasado para explicar por qué pasó lo que pasó. El que ordena el relato es un abogado joven que, a medida que va tomando conciencia del infierno que padecieron los santiagueños Hermógenes y Gladys, se involucra cada vez más con el caso. Prometedor debut del documentalista Sebastián Schindel. El film es creíble, intenso, el libro no se aparta del tema central y están muy bien retratadas las escenas en la carnicería. Miradas, gestos, réplicas, observaciones que parecen incidentales, todo está cuidado y suena bien. Hay algunos clishes, por supuesto, pero el saldo es más que bueno. Esforzado trabajo de Furriel y gran labor de Germán de Silva y Luis Ziembrowski. El film retrata una realidad que tiene poca visibilidad. El desenlace es inteligente: el juicio termina y los santiagueños retornan a su terruño; la esposa del abogado subraya que Hermógenes trata a todos como si fueran patrones; y el plano final redondea esa idea: en tierra santiagueña, vemos a Hermógenes resignado y con el hacha al hombro. Schindel parece sugerir en ese plano desolador que la sumisión y la explotación nunca desaparece, que para gente como Hermógenes y Gladys todos los demás son patrones.
LA REALIDAD QUE DUELE En 2015 el analfabetismo parece un anacronismo, al menos para un gran sector de la población mundial, y es por eso que cuando emerge (cuando logra atravesar las barreras de las capas sociales y alojarse en el supuesto lugar equivocado) aparece el miedo. Ese miedo que nace cuando la tierra escondida bajo la alfombra ve la luz. Claro que es más fácil dar la espalda y continuar, pero lo cierto es que hoy existen, al menos en Argentina, grandes porciones de compatriotas que no saben leer ni escribir. Situación que los ubica al margen, no solo del mundo del trabajo en blanco, sino de sus propias identidades, y dignidad como seres humanos. El patrón, radiografía de un crimen es la película que a Sebastián Schindel le costó doce años de trabajo en los que pudo ahondar en el peculiar mundillo de las carnicerías (allí donde muchas veces la salubridad se pasa por alto y las coimas están a la orden del día) e investigar a conciencia el crudo texto homónimo de Elías Neuman. Entonces, Schindel, trabajó para recrear de forma audiovisual un hecho policial que sacó a la luz una problemática siempre tabú: la esclavitud en la actualidad. Así es que se lanza a contar la historia de Hermógenes Saldivar, un peón santiagueño analfabeto. En la piel de Joaquín Furriel, Hermógenes Saldivar es “empleado” por el Sr. Latuada (Luis Ziembrosky) quien, como primer acto de violencia le cambia el nombre. Hermógenes ahora es Santiago (como su provincia) y con su documento de identidad secuestrado es “invitado” a trabajar en una de las carnicerías de su empleador-amo. Todo parece un cuento de hadas, pero así como la carne comienza a descomponerse, el ambiente también lo hará cuando, enrarecido, comience a oler a muerte. Con una puesta en escena situada en locaciones reales, la imagen de El patrón… se vuelve un personaje más de la historia. La pieza de Hermógenes, la gran heladera frigorífica y el mostrador de venta de la carnicería muestran el estado de la situación: hacinamiento, precariedad, olvido. Así como la selección de los espacios fueron parte de un arduo plan de producción, también lo fue la decisión de caracterizar a los personajes, sobre todo al de Joaquín Furriel. Cómo representar tanta desidia sin caer en lugares comunes o mal entendidos que lleven a pensar en discriminación, fueron las cuestiones centrales. Las actuaciones se adaptan al dramatismo y tensión que reviste la compleja representación de un hecho policial tan comprometido, y es para destacar la fluidez de una narración que tiende siempre al relato y no a forzar ningún tipo de punto de vista. Con alma de documentalista, Schindel conoce este terreno, y en este filme despliega su potencial de excelente observador. Hermógenes pronto se instala, y con él, su mujer quienes hacinados viven en la “piecita” del fondo (que les cuesta el valor de un kilo de carne diario). Los dos llevan adelante la carnicería del patrón, pero la carne que llega del frigorífico está podrida, y es así cómo el peón es enseñado a “defender” los cortes, más allá de su estado putrefacto. Todo apesta, el olor es nauseabundo y Latuada cada vez se pone más violento. Entonces entrenado en el arte de la faena, y con amplio dominio de los cuchillos, Hermógenes hiere de muerte a su patrón. A la estocada final le sigue la cárcel y la culpa de un hombre al que le costó comprender que la víctima era él. Víctima no sólo de un patrón deshumanizado, sino de una sociedad que trata a las personas como cosas y a las cosas como personas. ¿Dónde está Dios? Tal vez en la mirada de los niños que tienen todas las posibilidades del mundo a su alcance, pero no de todos, porque habrá, lamentablemente, una gran porción de ellos que se queden al margen. ¿Al margen de qué? Al margen de la vida. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Carne Primero una aclaración, no va a escuchar en éste filme a alguien que diga “Que pretende usted de mí”, aunque no hubiera estado fuera de lugar. Hay algo del orden de lo intangible en la primera impresión que causa y está directamente relacionado a los submundos en los que el director se inmersa para estructurar el relato, el relacionado a la comercialización de la carne, pareciera ser el más evidente, pero hay otros que cobran fuerza en el transcurso de la proyección. Pero luego se hace evidente el trabajo de investigación que se necesito para poder lograr un producto de esta calidad, al mismo tiempo que denota que el realizador no pertenece a ese mundo, lo indagó. Alguien dijo que Chaplin no filmaba la pobreza, reflejaba en su cine el haberla vivido, y algo de eso, por la distancia con que esta narrada, “El patrón: Radiografía de un crimen” se impone el empezar a desgranar el texto desde su titulo, por un lado el patrón, que no sólo hace referencia al empleador, al mismo tiempo patrón como molde o modelo de sucesos que por repetirse se aceptan, se tornan cotidianos, se hacen imperceptibles. Si la producción no tuviera los valores que realmente muestra, seria como dice mi colega Iván buscarle la quinta pata al gato, hilar demasiado fino. Tampoco creo que sea casual la inclusión de la palabra crimen en el titulo, es mucho más abarcativa, si sólo nos quedáramos en la historia central podría simplificarse con el termino asesinato. Hay muchos crímenes mostrados en la narración, y eso le otorga un plus a su favor, no todos son mostrados y construidos con el cuidado, el detalle y de la misma manera, pero están. El director, con experiencia en el género documental, en su primera incursión en el cine de ficción, estructura el relato con cortes temporales, haciendo crecer los relatos diferenciados en espacio y tiempo hasta llegar a unirse, de manera tal que el asesinato, del que nos informan desde un principio, no se instala de manera taxativa como único motor de la historia. “El Patrón: …” cuenta la historia de Hermógenes SaldÍvar (Joaquín Furriel), un obrero del campo, oriundo del interior del país, analfabeto, que llega a Buenos Aires para cambiar su futuro. Las circunstancias hacen que aprenda el oficio de carnicero, y termine arrestado por el asesinato de su jefe, Latuada (Luis Ziembrowski). El caso judicial, un hecho real en el que se basa la película, se construye a partir del escudriñamiento de su abogado Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) quien trata de reconstruir la sucesión de eventos que llevaron al homicidio. Con un muy buen guión cinematográfico, casi de hierro, como diría Syd Field (“El manual del guionista”), que denota trabajo hasta en la traslación temporal de los acontecimientos, (el filme transcurre en la actualidad, lo real en 1984, donde no había celulares, entre otras cosas, digamos). Posiblemente alguien criticará que algunas historias laterales se diluyan sin haber progresado, pero el conflicto está bien presentado, desarrollado y concluido, aunque el alegato final no tenga la fuerza que hubiera requerido para estar a la altura de lo precedente, por supuesto que apoyado en una muy buena dirección de arte, plagada de detalles que impulsan la progresión dramática, la fotografía en concordancia y un correcto diseño de sonido. Posiblemente el punto más alto de toda la producción sean la actuaciones, desde Joaquín Furriel, en una creación loable, increíble, del personaje central, Luis Ziembrowsky siempre sorprendiendo con sus recursos expresivos, que a esta altura parecen inagotables, o la ya no tanta sorpresa de Germán Da Silva como Armando, el carnicero que le enseña el oficio a Hermogenes, casi una genialidad de verosímil, si habrá carniceros que irán a verla para saber como se debe hacer para serlo. PD: Durante los días posteriores de haber visto la película, pensé en hacerme vegetariano, pero luego recordé los transgénicos, así que aguante el bife de chorizo, de algo hay que morir, ¿no? (*) Dirigida por Armando Bo, en 1968.
“EL PATRÓN, RADIOGRAFÍA DE UN CRIMEN”: ESCLAVITUD EN EL SIGLO XXI El director Sebastián Schindel abandona los documentales por primera vez en su carrera para ponerse al frente de su primer largometraje de ficción. Como no podía ser de otro modo, este relato está basado en hechos reales y no tiene escenario alguno: todo se muestra donde ocurrió. Un irreconocible Joaquín Furriel sorprende en un protagónico impecable interpretando a Hermógenes, un humilde peón de campo analfabeto que llega por primera vez a la gran ciudad buscando una vida mejor. Sin mucha suerte, lo típico para un hombre que no tiene ninguna educación en absoluto, Hermógenes conoce a Armando (un genial Germán de Silva) y comienza a trabajar con él en su carnicería. Enseguida el encargado, un tal Latuada (Luis Ziembrowski) lo pone al frente de otra de las carnicerías que posee y le permite vivir en la pieza del fondo con su esposa. Hermógenes no podría estar más contento, encontró trabajo y vivienda. Pero las cosas con su patrón comienzan a complicarse, y no todo es tan ideal como él se imaginaba. La narración alterna el pasado y el presente. El primero cuenta sobre la relación de Hermógenes con Latuada, un patrón cruel con piel de cordero que no tiene reparos en robarle abiertamente aprovechando su analfabetismo. Por otro lado, lo presiona para comercializar carne en cada vez peor estado. Es Armando el que como un macabro maestro le enseña a “defender” la carne para que igualmente se venda. El presente, por otro lado, tiene como protagonista al abogado Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) que se ocupa de defender a Hermógenes en un caso de homicidio. Y él comienza a preguntarse cómo es que un tipo tan tranquilo y sumiso ha asesinado a su patrón. El guión, aunque ha sido escrito y re escrito varias veces a lo largo de doce años, cuenta una problemática muy actual: la trata de personas con fines laborales y cómo pueden quedar atrapadas en un sistema que los convierte en verdaderos esclavos. Tiene éxito por como funciona la relación antagónica entre el peón y el patrón. Ambos, Furriel y Ziembrowski hacen un trabajo excepcional. El trío se completa con Mónica Lairana, que interpreta a Gladys, la esposa de Hermógenes. Funciona como la voz de la razón, los ojos del hombre desesperado por salir adelante que le cuesta ver el maltrato que tiene enfrente. A su vez, aporta amor y ternura que funciona como el contrapunto a tanto abuso. Un trabajo impecable de los tres. Merece mención aparte la caracterización de la pareja para dejar a Furriel y Lairana irreconocibles. Si recordamos al galán de espalda ancha y ojos azules, vamos a sorprendernos cuando veamos a un flaquito sin un solo diente. Y no sólo se trata del aspecto físico, sino del notable entrenamiento vocal que los hace pasar por verdaderos santiagueños. Es interesante la decisión de tener un protagonista caracterizado cuando todo lo demás es tan realista. No hay decorados, todo se muestra donde ocurrió. Sin embargo, fue acertado. Furriel demostró que es mucho más que un galán de novela y la descoce en este papel. Nos identifica y nos conmueve, algo difícil y poderoso para que un actor logre; más aún cuando representa un lugar social tan lejano para cualquiera que se siente en una sala de cine. La historia tiene poco de artificial, por eso quizá a algunos pueda resultarles lenta, pero queda bastante solucionado gracias a que intercale el pasado y el presente. El equipo del presente es algo más flojo, tanto Pfening como su esposa (Victoria Raposo) muestran una interpretación un poco más tibia que no llega al nivel del dúo antagonista. Pero no es importante, todo funciona muy bien. La calidad del guión y de las interpretaciones no deja casi nada que desear. De lo mejor que he visto en cine argentino últimamente. Agustina Tajtelbaum
Un hombre humilde y analfabeto es sometido a la esclavitud en pleno siglo XXI. El cineasta Sebastián Schindel (40) debuta con esta ficción que le costó 12 años de investigación, llega a la novela del mismo nombre cuyo autor es el abogado y criminólogo Elías Neuman, fallecido en el 2011 y se interna en una historia apasionante. Schindel se destacó como documentalista y dentro de sus trabajos se pueden mencionar: “Mundo Alas”, “Rerum Novarum” y “Cuba Plástica”, entre otras. Se sumerge en esta historia basada en hechos reales, protagonizada por Joaquín Furriel, quien personifica a un carnicero que acuchilló a su patrón, cansado de las terribles humillaciones que le hacía vivir constantemente, en una relación de amo y esclavo. Narra los momentos que vive un trabajador analfabeto Hermógenes Salvidar (Joaquín Furriel) un peón del campo santiagueño que busca un futuro en Buenos Aires, junto a su esposa Gladys (Mónica Lairana, “El niño barro”). Él trabaja para Don Latuada (Luis Ziembrowski), dueño de una cadena de carnicerías. Latuada es un ser siniestro, violento, manipulador, usurero, avaro, un individuo despreciable, corrupto, capaz de vender carne podrida camuflándola sin interesarle absolutamente nada y con total impunidad. El relato se va entremezclando entre el presente y el pasado. Vemos a Hermógenes, un ser dócil, obediente como un perro, con un defecto físico, que va perdiendo todo, hasta su nombre, su patrón se lo cambia por Santiago, le saca su documento, lo manipula constantemente con ciento de promesas pero siempre existe una terrible presión psicológica. Todo es miserable, el lugar donde lo hace vivir, la explotación, el maltrato y hasta tiene un instructor de carniceros (Germán De Silva, “las acacias”, “Relatos Salvajes”) que le enseña todos los trucos para engañar a los clientes y poder así venderles carne en mal estado. El espectador ya conoce desde un principio que Salvidar mato a su patrón. Las actuaciones de Furriel y Ziembrowski son impecables. Hay que destacar el trabajo de Furriel, lo vemos sumiso, como trabaja y maneja los distintos elementos de la carnicería, como marca su defecto físico y como a través de un trabajo impresionante de maquillaje remarca los gestos y las miradas.Es para destacar además como mantiene la tonada santiagueña a lo largo de la película en una lograda composición que realmente es merecedora de un Premio” Cóndor de Plata”. Ziembrowski logra ese hombre oscuro y odiable. Complementan con actuaciones correctas: Mónica Lairana y Guillermo Pfening como el abogado defensor. Contiene escenas de gran dramatismo, buenos planos y clímax, entre otros elementos cinematográficos. Un film que sirve para debatir varios temas: la violencia psicológica, el abuso del poder, la explotación laboral (en talleres textiles, chicas de las provincias o extranjeras obligadas a ejercer la prostitución entre otras formas de esclavismo moderno). Una fuerte crítica al poder judicial, a la sociedad, y al Estado en su conjunto que también es culpable porque excluye del sistema a muchos hombres y mujeres que no pueden insertarse en él, entre otras razones debido a que los índices de analfabetismo (sobre todo en el interior) siguen siendo elevados. La música apropiada en cada momento y para escuchar con detenimiento la bella letra del final.
Una película sobre “lo mal que anda la Justicia”: un hombre humilde mata y un abogado primero fullero y después idealista trata de defenderlo. Dejemos de lado la oportunidad o la ideología de la película: lo que importa es que el suspenso a veces funciona y a veces no, que ciertos estereotipos conspiran contra el desarrollo de la trama, y que las buenas actuaciones logran que el espectador siga con atención todo el film, incluso si no satisface.
Hermógenes (Joaquín Furriel) is an illiterate, modest and submissive worker from the province of Santiago del Estero who comes to Buenos Aires with his wife, Gladys (Mónica Lairana), to find a job and maybe even prosper and grow. He’s soon hired by Latuada (Luis Ziembrowski), a portentous and bullying con man, to work at one of his many butcher shops. Though wary of Latuada’s irate temper, Hermógenes feels thankful for getting a job and becomes an efficient butcher in no time. He learns the customers’ first names, greets them with a smile, flatters the women, gives them the best cuts. However, he never expected to be supposed to sell almost decomposed meat, bought for little money and a sure cause of food poisoning. This way, different customers get different meat, but they all pay the same high price. For the business owner, it’s a win-win situation. Not so for his employees, who are exploited, psychologically abused and deceived by Latuada. With no education and no means, Hermógenes has nowhere to go, and so he keeps on working at the butcher shop. But things get worse and worse, and since a man can only take so much humiliation, murder is sometimes thought of as the only way out. El patrón, radiografía de un crimen, is the first fiction film by documentary filmmaker Sebastián Schindel (Mundo Alas, Rerum Novarum and El Rascacielos Latino), and is based on the book of the same title by Elías Neuman about a real-life case in Buenos Aires some thirty years back. Like the book, the movie doesn’t only tell the story about the worker turned murderer: it also exposes the tainted underworld of butcher shops, which often disguise bad meat through different illegal procedures. Well narrated, switching back and forth between past and present, Schindel’s film is not concerned with building suspense, but instead it focuses on the degradation process suffered by a worker at the hands of his employer in this story of modern slavery. In this regard, you could say it’s a fairly compelling character study as well as a portrayal of a very dark side of today’s Argentina, carefully hidden behind a smoke screen. Thanks to Schindel’s expertise as a documentary maker, this fiction film is detailed and truly realistic. Joaquín Furriel’s performance as Hermógenes is an unexpected surprise. Furriel is cast against type and really transforms into a worker from the provinces, from his looks to his personality. In fact, much of the film’s relative success has to do with Furriel’s work. Luis Ziembrowski also stands out as the mean butcher, even if he’s played this type of roles many times before. The remaining thespians, including Guillermo Pfening as Hermógenes’ lawyer, are in tune with the overall mood of the film. On the minus side, the dramatization of the end is not very compelling. Until a few scenes before, the narrative soars and maintains a sinister, menacing tone, but then it loses momentum, becomes formulaic and unnecessarily celebratory. It’s as though the ending belonged to a different film, a less nuanced one. Not because of what happens, but because of how it happens. Because the story sometimes delves into repetitive material, and the subplot about the legal system is underdeveloped, Patrón, radiografía de un crimen, misses on some great opportunities. But when it does work, which is more frequently, it’s good dramatic entertainment.
EL DESTINO EN LA CARNE La temporada de Oscars ya terminó pero el papel de Joaquín Furriel en El Patrón: radiografía de un crimen remite a esas actuaciones que resultan atractivas a la academia hollywoodense. Su personaje requiere un elaborado trabajo de maquillaje y prótesis que sirve de complemento a una gestualidad precisa, a un lenguaje corporal pulido y a un color de voz definido. Ocurre que el porteño Furriel interpreta a Hermógenes Saldivar, un oriundo de la provincia de Santiago del Estero, pobre, analfabeto y rengo de una pierna. Con miras a conseguir un trabajo mejor que el que realizaba en su Santiago natal, Hermógenes y su esposa van a parar a una cadena de carnicerías regenteadas por Latuada (Luis Ziembrowski, convincente como siempre). El jefe se aprovecha de la humildad de su empleado-víctima (que devendrá victimario) mostrándose afable y prometiendo posibilidades de ascenso y hasta una vivienda digna. La otra cara de Latuada, que poco le interesa ocultar, lo define como un tipo violento y misógino al que no le tiembla el pulso a la hora de tratar a sus empleados de “negros de mierda” y todavía menos cuando se trata de vender carne en mal estado con tal de no perder dinero. Su secuaz, Don Armando (un Germán Da silva impecable, al que vimos hace poco haciendo de jardinero en uno de los cortos de Relatos salvajes) introducirá a Hermógenes en aquello que denomina “la picardía del carnicero”: ganarse a las clientas a base de labia y “defender los cortes” de mal aspecto para que la clientela desprevenida se los lleve sin darse cuenta. Y aquí vale todo, desde el hipoclorito de sodio (lavandina, digamos) hasta los sulfitos, la pimienta y el vinagre. Las condiciones insalubres con las que tiene que lidiar Hermógenes diariamente son tales que uno sale del cine con el estómago revuelto y convencido de convertirse al veganismo. La carne está podrida, el jefe es tóxico y las esperanzas caen al piso como los gusanos que parasitan los cadáveres de vaca. Sin nadie que lo defienda, Hermógenes no tendrá demasiados recursos a la hora de enfrentarse con lo que le toca y llegado el momento en su rostro se verá reflejada con prodigiosa claridad aquella frase del “destino a cumplir”. El excelente trabajo de maquillaje de Karina Camporino, la estupenda performance del actor de Un paraíso para los malditos y la dirección de Schindel (documentalista de amplio recorrido conocido principalmente por Mundo Alas) hacen de El patrón… el primer estreno nacional de peso en este 2015. Sin embargo, como ocurría en Fury, película que funcionaba de maravillas dentro de ese microcosmos que era el tanque comandado por Brad Pitt, lo mejor de El patrón…, acontece en los distintos espacios de la carnicería: el mostrador, la piecita y esa cámara frigorífica que parece salida de uno de los círculos del infierno. Todo lo que transcurre en el ámbito judicial es correcto pero simplemente no está a la altura. A pesar de sus excesos y gracias a su crudeza, El Patrón: radiografía de un crimen es un corte agradable al paladar. Se nota que el cine de Schindel es un lugar donde se come bien.//?z
El aprendiz de carnicero El joven documentalista Sebastián Schindel concreta con “El Patrón...” su primer largometraje de ficción tomando como base la historia real de un hachero santiagueño analfabeto, que aspira a mejorar sus condiciones de vida, emigrando con su esposa a Buenos Aires, donde encuentra trabajo esclavo en una carnicería. Con el cine de Pablo Trapero y el de los hermanos Dardenne como ineludibles referentes, Schindel practica un saludable clasicismo narrativo, para un relato que, para no caer en el exceso, aprovecha con austera profundidad las ilimitadas posibilidades visuales y sensoriales en el marco de una carnicería. Así, recorre sobriamente un escenario de cuchillos y ganchos de todos los tamaños, reses sangrantes envueltas en el penetrante vapor del agua lavandina para atenuar el hedor de un ambiente cada vez más opresivo. El responsable de cargar sobre sus espaldas un protagónico en las antípodas del rol de galán es Joaquín Furriel, quien construye un personaje con acento santiagueño y una interpretación en la que no se percibe ningún vicio de la televisión o del teatro. Su actuación es puramente cinematográfica, como la de Mónica Lairana, que pasó de ser una mujer fatal en las telenovelas a encarnar la sumisa y conmovedora esposa del protagonista. La mirada del filme está puesta en la injusticia del contexto y las circunstancias que nadie evalúa, salvo cuando por casualidad, la secretaria del juez pide ayuda a un amigo abogado (Pfening), al compadecerse por la lectura del expediente y lo invita a compenetrarse del caso. Una historia impactante en la que los roles de victimario y víctima se invierten, al comprender el oscuro negocio del patrón (Luis Ziembrowski), dueño también de varias carnicerías del barrio, un monstruoso estafador que obliga a su empleado a vender carne podrida camuflada. Un policial con mirada social Esta primera incursión de Schindel en el largometraje de ficción, luego de una amplia y sólida trayectoria como documentalista (“Mundo alas”, “Rerum Novarum”, entre otras, son muestras de su vocación por sensibilizar acerca de la dignidad de los más débiles) es un implacable retrato sobre las prácticas poco menos que esclavistas, aún presentes en ciertas relaciones laborales. Es importante que a pesar de su dureza, la película no cae en golpes bajos, porque cree en la esencia del cine: el poder de la imagen y la fuerza de las actuaciones, la intensidad de una mirada o de un gesto. Aunque la película comienza después de la tragedia, el suspenso se logra a través del montaje. Schindel va y viene con sucesivos flashbacks a la miserable historia del personaje encarnado por Joaquín Furriel, en una llamativa transformación física, de oficio y lingüística. No es casual que la primera ficción de Sebastián Schindel sea una película interpeladora y además basada en una silenciada historia real. Una macabra pero repetida historia de las nuevas formas de esclavitud moderna: Hermógenes Saldivar lo primero que pierde es su nombre, junto con el DNI del que lo despoja el patrón: “Desde hoy, te llamás Santiago”, le dice al comienzo de la relación. “El patrón...” muestra el proceso degradatorio desde la luz de esperanza a la que se asoma Hermógenes, cuando va aprendiendo el negocio. En el proceso involutivo del desafortunado aprendiz, existen escenas antológicas en que el personaje de Armando (magistral De Silva) le explica cómo disimular los olores y cambiar el color oscuro de algunos cortes por un inocuo tono rosado. Son los escasos -pero efectivos- momentos de humor inquietante que nos implican en la psicología del carnicero de barrio como un ganador, que debe seducir a sus clientas, interesarse por ellas, alabarlas y finalmente engañarlas, haciéndoles pasar gato por liebre. “El patrón: radiografía de un crimen” no es un policial más. Basado en el libro del criminólogo Elías Neuman que da cuenta de un crimen y una injusticia real, la película funciona a veces más como un documental que como un policial, aplicando una dosis concentrada de crítica social. Schindel recorre el submundo clandestino detrás del mostrador, con la certera formación de un documentalista. De los exteriores incorpora algunas calles del porteño barrio obrero de Villa Lugano, que aporta su propia verdad estética, su acorde atmósfera de suburbanidad deshumanizante. El director demuestra una llamativa solidez para combinar el costado humano, la mirada social y la trama policial de la historia. La fotografía (a veces demasiado oscura) de Marcelo Iaccarino contribuye a crear los climas para una película tan implacable como necesaria.
No son pocas las ocasiones en las que la literalidad nos traiciona. Cuando se aplica la palabra “radiografía” a un homicidio, cuando se utiliza un término científico para narrar un hecho tan misterioso como un asesinato, estamos ante un problema que El Patrón se encarga de advertir desde su pomposo título. La película es, precisamente, una radiografía, una mirada estática sobre una única situación que se prolonga hasta el final sin que sus personajes evolucionen, como si estuvieran atrapados por ese destino confuso que se menciona en el film. En la película hay una notoria capacidad para trabajar sobre la superficie, sobre la actuación, el maquillaje y los efectos visuales, pero no hay profundidad en el drama y la propuesta se queda en la narración de un hecho consumado que se desenvuelve entre la previsibilidad y el efectismo. El film narra la historia de Hermógenes Saldívar (Furriel), un hombre del norte que llega a Buenos Aires escapando de la pobreza y que acaba trabajando como carnicero en uno de los numerosos locales del rubro que administra Latoada (Ziembrovsky), el malvado patrón, que no sólo explota a sus empleados sino que los obliga a vender carne en estado de putrefacción a sus clientes. La relación entre ambos acabará de manera trágica y el caso le llega a Marcelo Di Giovanni (Pfeninng), abogado defensor de Saldívar cuya vida burguesa trazará un paralelismo con la de su cliente sin que esto presente alguna hondura mayor que el simple contraste. El Patrón es una fábula moral políticamente correcta, una vaga alegoría sobre el destino de los pobres en el sistema capitalista. Sabemos desde aquél famoso ensayo de Borges, De las alegorías a las novelas, que las alegorías son un error estético: (…)aspira a cifrar en una forma dos contenidos, el inmediato o literal (Dante, guiado por Virgilio, llega a Beatriz) y el figurativo (el hombre finalmente llega a la fe, guiado por la razón). Juzga que esa manera de escribir comporta laboriosos enigmas (…).Enfocada en presentar su moraleja la película elude la posibilidad de profundizar en sus personajes y termina ofreciendo estereotipos de clase cuyas decisiones son predecibles y, por eso mismo, desprovistas de todo interés. Curiosamente, lo mejor de El Patrón son un conjunto de escenas que están por completo alejadas de la radiografía del crimen: aquellas entre Hermógenes y su mentor carnicero interpretado por el gran Germán de Silva. Allí el director parece olvidar felizmente su mensaje y muestra, de manera sencilla y con enorme libertad, la relación entre dos hombres abocados a su oficio. En este sentido hay que destacar que el relativo éxito comercial de la película (relativo por la cantidad de copias con las que fue estrenada) está basado en la excelente actuación de Joaquín Furriel, que logra darle humanidad a su personaje incluso en escenas en las que el guión cae en los horrores del lugar común. Es cierto que nuestro cine maneja presupuestos inferiores a los del cine estadounidense pero el público, cada vez con mayor fuerza, parece ser el mismo en todos lados, y sigue adorando ver a sus celebridades disfrazadas, interpretando con destreza a un destino cualquiera. El Patrón es, a fin de cuentas, una película que nos deja el sabor efímero de lo menor. Cuando acabó recordé los policiales que Fritz Lang dirigió en Hollywood, por encargo, en la década del 40. Muchas de esas películas, Scarlet Street o The Blue Gardenia, son también menores pero, aunque las comparaciones son odiosas e injustas, la diferencia esencial entre cualquier director y el propio Lang es que Lang, en el medio de un guión lleno de obviedades, perdido en una película acaso mediocre, era capaz de crear una escena, una única escena, que sintetiza todo lo que tiene de maravilloso el arte cinematográfico. No todos tenemos esa suerte.
Un excelente estreno nacional con actuaciones sobresalientes. Joaquín Furriel por fin ha conseguido un papel que le deja demostrar todo su potencial actoral, acompañado por un fantástico elenco en un muy buen film. Muchas veces un actor no plasma en la pantalla su talento. Algunas veces por un guión que no le permita demostrarlo, o0tra veces por la dirección y sino por ambas. Joaquín Furriel, a quien pudimos apreciar más de una vez en teatro, no había conseguido aun ese papel. “El Patrón: radiografía de un crimen" no solo se lo permite. Allí, el actor aprovecha un papel que le deja demostrar todo su talento con un trabajo realmente excepcional. La excelente dirección de Sebastián Schindel más un guion concreto, conciso y con la cuota de suspenso y emoción en las dosis justas, hacen de una pequeña película, un gran film. “El Patrón” está basado en un libro que rescata, cambiando los nombres, un hecho real. Un joven de Santiago del Estero que llega con su mujer a la gran ciudad y lo único que consigue es trabajar en una carnicería donde su dueño lo explota hasta la humillación. Schindel maneja de manera perfecta y con un ritmo arrollador las idas y vueltas en el tiempo para contar la historia. La música va acompañando las escenas de manera minimalista en momentos específicos del film. La fotografía que hace que por momentos el film resulte asfixiante y por momentos angustiantes. Otro de los grandes aciertos de Schindel es la elección del elenco. Luis Ziembroski como Latuada vuelve a demostrar todo su talento interpretativo, toda su trayectoria cinematográfica en pos del proyecto. Germán Da Silva cumple a rajatabla con un papel que parece escrito a su manera. Mónica Lairana es la mujer de Hermogenes. Quienes ya la conocemos como actriz y como fantástica directora, sabemos que en esa mujer chiquita y débil, hay una potente y gran actriz y lo demuestra en este personaje que le correspondió hacer en el film. En este rol, Joaquín Furriel por fin pudo demostrar de todo lo que es capaz actoralmente con un papel sumamente difícil, ya que casi sin gestualidad tiene que demostrar todo lo que pasa por su cabeza y su corazón. Furriel de su lado, sintiendo sus angustias, viviendo sus sufrimientos y, por qué no, gracias a esa emoción y esa angustia que Furriel transmite en la pantalla dejar escapar alguna lagrima por Hermogenes. “El Patrón: radiografía de un crimen” es un film que vale ver.
El patrón, radiografía de una clase La nueva película de Sebastián Schindel, (Mundo Alas, El rascacielos latino, Rerum Novarum, Que Sea Rock, Germán, Cuba Plástica), es un thriller de denuncia social basado en un caso real narrado en el libro de Elías Neuman que aborda su experiencia como abogado. Los nombres propios de los personajes de esta historia no son obstáculo para identificar una realidad extendida en el mundo de las relaciones laborales. El Sr. Latuada (Luis Ziembrowski) es un empresario exitoso, dueño de una cadena de carnicerías y conocedor de todos los secretos capaces de acrecentar sus ganancias. La receta es sencilla: superexplotación laboral de sus empleados y estafas a los clientes. Hermógenes Saldívar (Joaquín Furriel) es un hachero santiagueño que viaja a Buenos Aires con su esposa Gladys (Mónica Lairana) para conseguir un trabajo mejor, y termina en uno de los locales de Latuada, sometido a una brutal situación de esclavitud. La narración fluye a través de dos tiempos paralelos, uno es el presente judicial, en donde el abogado Marcelo di Giovanni (Guillermo Pfening) pasa de ser un indiferente en busca de éxito personal a comprometerse con la defensa de Hermógenes Saldívar, el asesino de su patrón. La búsqueda de las causas detrás del crimen dan paso al otro tiempo de la historia, el pasado de sometimiento, humillación y explotación sin límites que subyace al caso policial. La estructura se apoya en destacadas interpretaciones, especialmente la de Luis Ziembrowski, quien construye un patrón engreído, violento, machista, que logra despertar el rechazo del público. También aporta el rol de Germán de Silva, que interpreta a un especie de capataz encargado de trasmitir a Hermógenes los gajes del oficio, los trucos para poder vender carne podrida. Los planos que nos acercan al mundo de la carne son tan contundentes que parecen aportar al cine la posibilidad de transmitir olores. No pocos espectadores sienten náuseas ante el estado de putrefacción que se presenta en la pantalla. La experiencia documental del director se trasmite a través de la cámara en mano en el detrás del mostrador de las carnicerías y en el trabajo de investigación del medio en el que basó la construcción de las escenas. Lo más débil de la película se encuentra en el personaje del abogado y su línea argumental. En un buen marco de denuncia de un sistema judicial ajeno a los intereses de los explotados, este profesional logra sensibilizarse y comprometerse hasta conseguir la libertad de Hermógenes. Más allá de que éste sea el recorrido de la historia real, basada en el desarrollo del proceso judicial, el peso de este elemento en la película trasluce la confianza en cuanto a que acciones honestas e individuales pueden enfrentar las consecuencias de profundas injusticias sociales. "El patrón, radiografía de un crimen" acierta en situar en la actualidad este relato sucedido hace más de 30 años. El retrato de Latuada no es un caso particular. Una radiografía de clase deja ver que detrás del cuerpo del sistema existen múltiples ejemplos de maltrato, humillación y opresión. Las denuncias sobre las condiciones de esclavitud en los Talleres textiles de la ciudad de Buenos Aires, el trabajo rural, la precarización o la xenofobia hacia los inmigrantes son muestra de las condiciones que imponen "los Latuada". Es este el verdadero crimen, que no podrá resolverse tan sólo con buenos abogados.