Un modelo de documental político Luego de Whisky, Romeo, Zulu y Fuerza Aérea SA, Enrique Piñeyro continúa con su cruzada de denuncia sobre la corrupción, el encubrimiento, la hipocresía y la falta de justicia en la sociedad argentina y consigue un potente, demoledor, modélico documental de investigación que desnuda la falta de escrúpulos, la impunidad, la hipocresía y la connvivencia entre la policía y el aparato judicial. Esta vez, el realizador de Bye Bye Life no se ocupa de la seguridad aérea (tema en el que es un reconocido experto) sino del caso de Fernando Ariel Carrera, un comerciante treintañero y padre de tres hijos que en enero de 2005 manejaba por la Avenida Sáenz y -en medio de un tiroteo- quedó como único condenado (primero por los medios de comunicación y luego por la justicia) de la denominada "Masacre de Pompeya". Hoy, a pesar de que Piñeyro demuestra su absoluta inocencia, Carrera permanece detenido en la cárcel de Marcos Paz. Con un notable uso de las nuevas tecnologías audiovisuales (más allá del regodeo en ciertos gadgets que posee), Piñeyro presenta primero el caso (cobertura mediática y juicio) en el que, en principio, no cabe ninguna duda de que Carrera es un delincuente que merece los 30 años de cárcel que le dan (los vecinos, incluso, piden que lo linchen cuando lo suben a una ambulancia luego de recibir ocho balazos). Pero en los contundentes, conmovedores (e indignantes por lo que expone) 90 minutos de El Rati Horror Show, Piñeyro expone -con un impecable didactismo y enorme claridad- que todo ha sido fruto de la mentira, del engaño. El director (que aparece todo el tiempo en pantalla junto a sus colaboradores) desarma una por una las supuestas pruebas utilizadas para inculpar a Carrera, que ofrece también un puñado de atinados argumentos en los testimonios que dan cuenta de la condena mediática y pública. El realizador expone también con enorme rigor la larga historia de excesos y atropellos de la comisaría 34 de Pompeya -ligada a tristes casos de gatillo fácil como el de Ezequiel Demonti- y cómo se movió con total impunidad en este caso para dar vuelta el caso y presentar a Carrera como un psicópata y asesino serial. Como a muchos, a mí Piñeyro no me gusta cuando "actúa" de sí mismo en pantalla: luce por momentos demasiado soberbio, sobrador, canchero, cínico y autoindulgente (reconozco que tiene un buen manejo de la ironía y cierta impronta de estrella de Hollywood de los '40), pero como en los trabajos anteriores hay que dejar de lado su arrogancia (y los estúpidos lugares comunes que intentan minimizar su accionar por su condición de millonario) y sacarse el sombrero por la valentía de sus posturas públicas (es uno de los pocos que dice realmente las coasa por su nombre) y la solvencia de su tarea artística. Ojalá esta película sirva para que un tipo que se está pudriendo injustamente en la cárcel recupere su libertad y vayan presos quienes realmente lo merecen. Será justicia. Y será, también, mérito de ese personaje extraño, contradictorio pero finalmente reivindicable que se llama Enrique Piñeyro, una suerte de Michael Moore autóctono pero sin tanto marketing y con mucho más huevos.
El paladín de la justicia Enrique Piñeyro (Fuerza Aérea S.A., 2006) nos ofrece un documental sobre la corrupción policial pero construido a partir de un estilo narrativo más cercano a un “show” que al típico formato periodístico. A pesar de la forma tan particular de encarar el tema no descuida el proceso de investigación del caso que se presenta, que se ve reflejado en la invención de pruebas que hizo la Policía Federal para deslindarse de un caso que la involucra de manera directa. A partir de un hecho sucedido en el barrio de Pompeya de la ciudad de Buenos Aires, en el que la policía siembra pruebas falsas para salir impune ante un caso en la que actuó incorrectamente y provocó la muerte de inocentes, Piñeyro reconstruirá la historia para sacar la verdad a la luz y que el caso vuelva a reabrirse. El film es un documental que toma partido y se juega por lo que considera lo correcto, juzgando y redimiendo a los involucrados. Ese resulta ser uno de los principales aciertos de este realizador consolidado como uno de los documentalistas más personales y con estilo propio de la Argentina. El Rati Horror Show (2010) puede analizarse desde dos lugares diferentes que en algún punto se conjugan: el cinematográfico y el espectáculo mediático. Por un lado, el realizador monta, cual showman, un gran entretenimiento partiendo de un caso particular y desgraciado para convertirlo en un filme de investigación, que gracias a una serie de recursos cinematográficos y de estilo narrativo se diferenciará del simple programa de televisión que se dedica a investigar o de la solemnidad de ciertos documentales. Es ahí en donde yace la esencia de la película que logra atrapar hasta el más reacio de los espectadores. Utilizando diferentes técnicas, que van desde imágenes de archivo hasta entrevistas actuales y secuencias computarizadas, pasando por maquetas, muñecos, cámaras ocultas y la recreación ficcional de los hechos, Piñeyro se convierte en el protagonista de la historia actuando como un paladín de la justicia. En ese punto yace el estilo personal que lo diferencia del clásico formato documental –que para muchos puede resultar aburrido- para brindar una película en la que se atraviesan diferentes géneros con un ritmo narrativo similar a lo que podría ser un thriller psicológico o un policial moderno. Piñeyro no es un realizador más y se compromete con la investigación tomando postura por unos o por otros, juzgando y redimiendo, condenando y liberando a aquellos que, según los hechos investigados, lo merecen. Convertido en juez, fiscal y abogado será quien se encargue de hacer lo que otros deben, pero no pueden o no quieren. Con la codirección de Pablo Tesoriere (Futbol Violencia S.A., 2009), el realizador articula una historia real de manera tan acertada que supera cualquier ficción gracias a su forma de ver y mostrar la realidad, terminando de convertir un documental que denuncia en la resolución de un conflicto judicial, pese a que los jueces opinen lo contrario . En épocas en donde los paladines no debieran ser los directores de cine sino aquellos a los que el Estado les paga para hacerlo, El Rati Horror Show es una opción para ver la realidad con otros ojos. El mundo que gira al revés convierte a los cineastas en jueces y a los jueces en qué sabe qué. Véala y saque sus propias conclusiones.
Se veía venir. Donde Piñeyro pone el ojo, pone la bala. Esta vez, incluso literalmente. No hay lugar para la duda. Se trata de la película que para bien o para mal, le agregará polémica a un BAFICI que necesitaba de algún director que de un poco de color al Festival. Y nuevamente, el director de Whisky Romeo Zulu, lo hizo posible. La polémica comenzó el día que el film se estrenó en el BAFICI 2010. Desde poner sobre la calle Agüero frente al Coto, un “stand” con el coche “protagonista” de una masacre, incomodando a cada patrulla que pasa cada 10 minutos a observarlo, pasando por una polémica estética documentalista, donde el actor y director, en cierta forma, es investigador y abogado, en vez de cumplir solamente un rol contemplativo, de observador o narrador. Junto a un editor, Piñeyro denuncia la corrupción del sistema legal argentino, y comenzando por la Comisaría 34 de Boedo, hasta cada uno de los fiscales, abogados y jueces que condenaron a Fernando Carrera, una “victima” del gatillo fácil, que termino siendo chivo expiatorio de la “Masacre de Pompeya”, donde murieron 2 mujeres y un chico cuando fueron atropellados por Carrera tras una confusa persecución y tiroteo con la policía encubierta. Aterradora como en Fuerza Aérea, Piñeyro trata de armar un caso policial, un rompecabezas hitchcoiano, donde se condeno a un inocente por las malas políticas de nuestro país. Como si fuera un episodio real de una serie policial, Piñeyro demuestra la inocencia de Carrera entrecruzando material de archivo de noticieros y programas periodísticos con declaraciones juradas de su Juicio en el 2005. Piñeyro no se mantiene neutro. Arremete contra la policía federal y todos los involucrados en el crimen. Solamente entrevista en dos oportunidades a Carrera y un perito policial, pero lo importante, son las conclusiones que, desde su productora, el director saca junto a su editor sobre como sucedió el crimen. Cinematográficamente, Piñeyro asume un rol polémico al estar un 90% del metraje delante de cámara, por lo cual se va a ganar seguramente varios enemigos cinéfilos. Por mi parte, pienso que el fin justifica los medios, y la información y el método de Piñeyro de ser él quien saca las conclusiones y pone el dedo acusador (no lo esconde, pero lo demuestra), ayudan a generar empatia con el espectador. Sus comentarios irónicos, tristes, también ayudan a que el relato no caiga en una manipulación sentimentalista de los hechos, y alivianar un poco la información, aun cuando estos momentos de humor, sean quizás, los mas difíciles de creer y digerir. El armado completo del caso, lo deja abierto para que el espectador racionalice y arme el rompecabezas, con las piezas que va dispersando sobre su escritorio. Solamente un prologo con la presencia de Cecilia Rosetto queda un poco descolgado y forzado. Ayudado por reconstrucciones animadas de los hechos, un par de experimentos al aire libre y muñecos que representan a los imputados (los jueces) junto a una soberbia fotografía y puesta de cámara, El Rati Horror Show, es al igual que las películas de Michael Moore, una propuesta que va a generar controversias, entre seguidores y detractores del director, pero que, aun así, termina siendo una excelente muestra de cine político contemporaneo, de visión imprescindible.
La policía bajo la lupa Con el espíritu de denuncia y el sentido del humor que caracteriza su cine, Enrique Piñeyro se sumerge en un caso de gatillo fácil que culminó con la injusta condena de Fernando Ariel Carrera a treinta años de prisión. El Rati Horror Show es un documental que está alimentado por una investigación precisa, declaraciones e imágenes de archivo que dejarán con la boca abierta al espectador. El caso, conocido como la tragedia de Pompeya, involucra a civiles, personal policial y a un sisterma judicial que acomoda las piezas a su conveniencia. En ese sentido, Piñeyro se vale de tecnología en 3D para aclarar el confuso tiroteo que terminó con vidas inocentes y una condena injusta. En su película, comanda por él mismo, se vale de material de archivo, deja al descubierto plantación de pruebas y falsos testimonios que embarraron la cancha del caso que tuvo amplia difusión en los medios. El realizador, mezcla de Michael Moore y del detective Columbo, arma un personaje para su película y no se calla nada. Por el contrario, pone las pruebas de corrupción policial sobre la mesa, la misma donde se ejemplifica todo con un sistema de animación en 3D. El y su asistente se preocupan por erradicar la corrupción (como lo hiciera en Whisky Romeo Zulú y en Fuerza Aérea S.A.) y se mete con la policía (de ahí el término "rati" que da título a su nuevo trabajo). Todos los recursos son válidos para demostrar como se fraguó la causa de Fernando Ariel Carrera: desde cámaras ocultas, material de noticieros y hasta un archivo de Tato Bores explicando el funcionamiento de la jusdticia. Piñeyro entrega un trabajo impecable desde lo técnico y conoce perfectamente el lenguaje del cine, sin dejar de lado el entretenimiento.
El título de este documental y el nombre de su director nos anticipan un film de denuncia, en este caso contra la Policía Federal, específicamente en un hecho puntual ocurrido en 2005 que la prensa denominó como “la masacre de Pompeya”. Durante estos lamentables sucesos, Enrique Piñeyro nos demostrará que el único imputado en esa causa, de apellido Carrera, que está en prisión desde ese año hasta la actualidad, no solo es inocente, sino que recibió 8 balazos durante su “detención”, y lejos de morir fue acusado injustamente por robo, fuga y asesinato, tal vez, porque su auto blanco era solamente de similar tamaño que el de unos ladrones en fuga que la policía equivocó en la persecución. Hasta acá un completo drama de la vida real, un caso más de la fuerzas de seguridad fallando junto al sistema judicial que solo empeoró la cosa. Volvemos una vez más a ser partícipes de la voluntad de este director de cambiar “para bien” la realidad que nos rodea. Como el mismo Piñeyro nos comenta en persona al final de la proyección de su película, hacer una película de un expediente judicial es de lo más aburrido, y en su afán de no aburrir en el relato, busca permanentemente captar la atención del espectador, cosa que logra mediante efectos visuales, reconstrucciones virtuales, pruebas de tiro y pericias en pantalla, y a él mismo editando el documental a medida que lo armaban y descubrían relaciones entre evidencias fotográficas y archivos de noticias, cosas que por momentos nos hacen sentir que estamos ante un detective investigando un caso. A este respecto podemos decir que el documental presenta la característica de ser un film que todo el tiempo está conciente de su propia realización por lo que nos animamos a decir, que es un “gran backstage”. Desconocemos si las realidades pueden cambiar a partir de una película, pero lo que ocurrió en la sala al término de la misma, como estar el abogado del propio Carrera presente agradeciendo al director por su “valentía” o la esposa del mismo Carrera agradeciendo también a los presentes, son cosas que sin duda motivan y motivan mucho, a quienes por una tarde se dispusieron a “ver” esta película, que en un mundo perfecto, no tendría razón de ser.
Empecemos enumerando lo que las películas de Enrique Piñeyro no son ni serán: grises, tibias, correctas. Ahora, digamos todo lo que sí son: personales, rabiosamente políticas, frontales, críticas. Para aquellos que en su momento defenestraron a Fuerza Aérea Sociedad Anónima por el supuesto carácter ególatra del director (recriminación más psicológica que cinematográfica), El Rati Horror Show puede generarles el mismo rechazo. Si bien en su cuarto largometraje Piñeyro aprendió de los ataques que sufrió a propósito del tono didáctico y de a ratos levemente aleccionador de su segundo film (y por eso agregó un personaje secundario que reemplaza al público como interlocutor), eso no impide que el realizador de Whisky Romeo Zulu se despache con una caracterización expansiva que colma hasta los espacios más recónditos de la película. Estrictamente, Piñeyro hace el papel de siempre, el de investigador comprometido, atento a los detalles, carismático, que por momentos parece incluso traslucir alguna aspiración detectivesca. Y el desafío que tiene por delante no es sencillo: hacer de la investigación un género cinematográfico, que combine la potencia y el rigor del mejor cine con la información y la presencia de un periodista-conductor propios de un formato televisivo (la televisión es el soporte audiovisual más utilizado cuando se habla de investigación). Como Fuerza Aérea, El Rati… convence no sólo por la precisión en el despliegue de las hipótesis y las posibles respuestas, sino también por su exposición amena, clara y explicativa, para lo que el director echa mano a todo tipo de recursos: escuchas telefónicas, material televisivo, maquetas (las hay animadas), experimentos (como el del disparo), interpelaciones a muñecos caricaturizados de los personajes involucrados (como jueces y abogados), etc. Podría pensarse que El Rati… trata pura y exclusivamente sobre el caso de Fernando Carrera, que atropelló a tres personas cuando escapaba de un coche ocupado con policías vestidos de civil, pero lo que subyace al tema central de la encarcelación injusta de Carrera es el papel de los medios de comunicación, cuya inoperancia, búsqueda irresponsable de impacto y falta de curiosidad de todo tipo terminan siendo factores fundamentales a la hora de seguir el progreso del caso. El comienzo de El Rati..., que muestra una enorme cantidad de material televisivo, está ejerciendo (aunque no lo haga de forma explícita) una suerte de enjuiciamiento a los noticieros y programas de investigación que fueron un eslabón ineludible en la condena de Carrera. La crítica a los medios disparada por Piñeyro hace que la película amplíe notablemente su horizonte de denuncia y le imprime a su cine un carácter rebelde como pocos otros cineastas argentinos (con excepción de Pino Solanas) supieron sostener en el tiempo.
Justicia por mano propia Enrique Piñeyro apunta a un caso de gatillo fácil. El Rati Horror Show tiene el estilo contundente de Fuerza Aérea S.A. y, a la vez, demuestra que Enrique Piñeyro no sólo logra esa contundencia en temas vinculados con la aviación. Despreocupado por el academicismo y la cinefilia, el realizador –que parece disfrutar a fondo su condición de francotirador cinematográfico- dispara con armas eficaces, inteligentes, directo al blanco: antes, a la inseguridad aérea en la Argentina; ahora, a la inseguridad en tierra, a manos de la policía de gatillo fácil y los jueces que la permiten o encubren. Piñeyro no es un intelectual: es un hombre inteligente. Un narrador –un expositor- claro, conciso, didáctico. Con su estilo lógico, deductivo, positivista, arma filmes extremadamente precisos: con mecanismo de relojería y ejecución de cirujano (cirujano que utiliza novedosa tecnología de punta). Además, el realizador de Whisky Romeo Zulú y Bye Bye Life siempre deja lugar para la sorpresa: sobre todo, en sus métodos de exponer la realidad, de interpelarla, de escenificarla, de destrozar argumentos ajenos y de adoptar un punto de vista casi siempre (o siempre) irrefutable. Es sabido: también le gusta, aunque irrite a muchos, o tal vez por eso mismo, “interpretar” sus películas. Lo hace con fidelidad a su estilo real: con aplomo, valentía, perspicacia, ironía y una arrogancia que parece displicente. Es, en todo sentido, un provocador. Nadie, sin embargo, podría sostener que sus películas serían iguales o mejores sin su presencia. Muchos lo comparan, en algunos casos con desprecio, con Michael Moore y su estilo “intervencionista”. A Piñeyro no le importa. En El Rati... sigue estando omnipresente y, además, muestra el backstage de la construcción del filme. Más: gran parte de la película se trata de eso. Este documental nos conduce, a través de imágenes de archivo y la lenta destrucción de la hipótesis oficial, por la historia de Fernando Cabrera, un hombre que cumple una condena de 30 años de prisión por delitos que –según muestra el filme- no cometió. Al contrario: es víctima (inocente) de la violencia policial, de cierto desdén o impericia mediática, de los exabruptos desquiciados de muchos que piden justicia por mano propia y de la complicidad judicial en algunos casos de corrupción policial. Piñeyro desmenuza el caso, conocido como “La masacre de Pompeya”, ocurrido a comienzos de 2005, que terminó con tres muertos. En tiempos en que la inseguridad provocada por la delincuencia está en boca de casi todos, él encara la realidad desde otro prisma: el de la inseguridad provocada por aquellos que supuestamente deberían asegurarla. Lo hace con un lúcido cross al mentón, su media sonrisa irónica y un cine que mantiene al espectador en la punta de la butaca y puede (debe) ser utilizado como herramienta de cambio social, aunque suena a mucho. Un Piñeyro auténtico.
La denuncia hecha cine El director Enrique Piñeyro organiza el relato con sentido narrativo y utiliza herramientas cinematográficas para intentar, de modo preciso y demoledor, que se reabra un caso policial. ¿Puede el cine ser didáctico y de denuncia, cumplir una función comunitaria, intervenir sobre el cuerpo social y seguir siendo cine? ¿O cuando se vuelve instrumental deja de ser cine, convirtiéndose en mera herramienta al servicio de algo? Tal vez sean ésas las preguntas para hacerse frente a un documental como El Rati Horror Show, una de cuyas aspiraciones es la de incidir sobre un caso al que los altos estamentos jurídicos de la Nación parecerían querer convertir en cosa juzgada. Incidir sobre un dictamen judicial es lo que su director, Enrique Piñeyro, había intentado años atrás con Fuerza Aérea S.A., que ayudó a reabrir la causa del accidente que sufrió un avión de LAPA en la zona de Aeroparque, en 1999. Aquella vez, reabrir la causa no sirvió de mucho: la Justicia ratificó la inocencia de los máximos responsables, a los que el documental de Piñeyro señalaba con pruebas, datos, cifras, nombres y apellidos. ¿Servirá de algo esta vez, en caso de que eso efectivamente suceda? Pero además, sirva o no sirva, ¿es la nueva película de Piñeyro un mero instrumento, algo parecido a una prueba, o puede ser considerada cine en buena ley? El 25 de enero de 2005 sucedió lo que se conoció como “la masacre de Pompeya”. En plena avenida Sáenz, un día de semana al mediodía, presuntos maleantes lanzados en velocidad atropellaron y mataron a dos mujeres y un chico de seis años, tras tirotearse con la policía. Baleado, el “único sobreviviente” fue juzgado, hallado culpable y condenado a treinta años de prisión. Con gran olfato expositivo, El Rati Horror Show comienza con esa versión oficial, tomada directamente de los noticieros de televisión (todos los noticieros de todos los canales: acá no se salva casi nadie), para deconstruirla de allí en más, detalle a detalle. El documental de Piñeyro termina demostrando que todo fue un montaje de miembros de la comisaría 34ª que, tomando a un inocente por culpable y tras fallar en su intento de fusilamiento, plantaron pruebas para incriminarlo. El periodismo funcionó como correa de transmisión y la Justicia, como arma al servicio de la maniobra de encubrimiento policial. Hoy en día, Fernando Carrera, comerciante, por entonces con 30 años y ni un antecedente policial, purga su condena en el penal de Marcos Paz. En julio pasado, el procurador general, Esteban Righi, recomendó a la Corte Suprema convalidar el fallo del tribunal. ¿Caso cerrado? Se verá. Piñeyro deconstruye y reconstruye el caso revisando declaraciones, chequeando y confrontando datos, poniendo testimonios a prueba. En otras palabras: haciendo el trabajo que los jueces no hicieron o hicieron mal ex profeso. El estudio e isla de edición de Piñeyro son su tribunal. Con ayuda de tecnología de punta y de algún asistente, durante poco más de hora y media el realizador de Whisky Romeo Zulú se abocará a lo que podría considerarse un juicio paralelo. Juicio bastante más transparente, por cierto, que el que tuvo Carrera, viciado de un sinfín de irregularidades, falsos testimonios, pruebas fraguadas y mentiras lisas y llanas, que incluyen a unos jueces que dicen haber visto y oído lo que comprobadamente no vieron ni oyeron. El procedimiento de Piñeyro es cinematográfico, no sólo por las herramientas de las que echa mano (materiales de archivo, reconstrucciones, ordenamiento y selección mediante el montaje, pruebas de sonido), sino por el modo en que organiza el relato, regulando, dosificando y distribuyendo la información con sentido narrativo, apuntando a un espectador al que la enunciación coloca en el lugar de jurado. Hay una justificación narrativa –que tal vez incluya un componente de narcisismo, pero sin duda lo excede– para que el realizador se ponga a sí mismo en el centro de la escena. Piñeyro, que además de realizador es actor, representa aquí un personaje que cumple una función conductora, o varias: investigador, fiscal, juez tal vez. Es posible que el realizador de Bye Bye Life no acierte en todas sus decisiones narrativas y de puesta en escena. Que cometa pifies serios, incluso. Los recursos utilizados (maquetas gigantescas, rayos láser, efectos digitales y de computación, pantallas divididas) tienen tal peso y tamaño, que en más de una ocasión distraen. Lo mismo puede decirse de ciertos desvíos narrativos (el traslado del equipo completo al campo, para balear a una res), que no van más allá del show televisivo. Por lo demás, el tono de burla y suficiencia que el personaje de Piñeyro con frecuencia adopta lo pone en riesgo de generar más antipatía que empatía. Pero ninguno de esos posibles defectos anula, ni siquiera disminuye, el valor cinematográfico y de denuncia de El Rati Horror Show. Como ya sucedía en Fuerza Aérea S.A., la nueva película de Piñeyro es una demoledora y precisa demostración del estado de pudrición humana e institucional de un recorte entero de la sociedad argentina. Y eso tiene un valor imposible de mensurar, dicho esto tanto en sentido cívico como cinematográfico.
Lapidaria denuncia Con un ácido humor que roza lo negro y con muchísima ironía, Enrique Piñeyro descubre a través de este documental una oscura trama de manipulación, tergiversación y abuso de poder. Un hecho confuso, una persecución inexplicable, inocentes muertos y un hombre condenado a treinta años de cárcel; una historia tremenda cuyo peor pecado es ser tomada como normal. El caso de Fernando Ariel Carrera es digno de un film policial de ficción con todos los condimentos; pero lo llamativo es que pertenece a la vida real. Piñeyro (director de Fuerza Aérea Sociedad Anónima, Whisky Romeo Zulu, Bye Bye Life) toma como pruebas todo lo que queda de la causa (muchas de ellas fueron borradas o fraguadas); entre ellos videos, testimonios de testigos, documentación, etc. y pone al descubierto un caso que no es otra cosa que gatillo fácil y corrupción policial y judicial. El caso es estremecedor y el director no escatima en mostrar las evidencias. El documental revela una investigación concienzuda y se pone del lado del acusado. Plagado de ironías, el film provoca risas nerviosas, propias de aquellas que reconocen una verdad amarga. A través de mapas, maquetas, grabaciones, escritos y filmaciones Piñeyro indaga, razona y se pregunta lo obvio. Los recursos utilizados rozan el grotesco, como la situación misma: los muñecos que representan a los jueces, las balas que atraviesan la carne. Aunque el ritmo es ágil, hay abuso en la intervención del mismo director. Por un lado, esto provoca la sensación de subestimación de quien mira el film; pero por el otro, podría pensarse que Piñeyro se dirige hacia los mismos jueces y policías durante estas intervenciones; en este último caso, sus razonamientos pormenorizados están justificados. El Rati Horror Show es audaz e inteligente; apunta directamente al corazón del deterioro de un sistema perverso y contaminado. Una denuncia concreta sobre un hecho inmoral.
Cine de denuncia si, no, puede ser. Hay quienes pregonan que el documental de denuncia tiene un corte televisivo, explicativo, de maestro ciruela, que poco le aporta al cine. Dicen seguramente que Errol Morris y Frederick Wiseman son genios del documental de observación, de poca o nula intervención y que la ideología fílmica de las películas del género la marca el ritmo del montaje mediante el cual se toman decisiones éticas y estéticas. El cine de Enrique Piñeyro es el opuesto perfecto al trabajo de Morris y Wiseman. Los documentales de Piñeyro son el paroxismo de la intervención cinematográfica. No conforme con el despliegue visual de Fuerza Aérea Sociedad anónima Piñeyro dobla la apuesta y eleva hasta el cielo su megalomanía en El Rati Horror Show donde mediante una combinación inusitada de gadgets y maquinas puestas al servicio de la narración pretende denunciar un acuerdo corrupto entre la policía y el poder judicial que permitieron que se condenara a Fernando Carrera, acusado de la muerte de dos mujeres y un niño que cruzaban por Avenida Sáenz en el barrio de Pompeya. Resulta que Carrera es otro caso de gatillo fácil y el accidente se produjo como consecuencia del proceder policial. Carrera era inocente y la policía lo sabia, pero le “plantó el caso” para exculparse de la responsabilidad de sus agentes que provocaron el accidente por disparar apresuradamente. Piñeyro decide mostrar las pruebas de manera bestial, sin distancias, con sus juguetes (la maquina) como puesta en escena de un caso judicial que no supo (quiso) resolver la justicia de manera correcta. El intervencionismo ante cada una de las explicaciones con sus aparatos es rematado por una ironía de Piñeyro. La estupidez canchera del director le hace perder fuerza al relato, lo termina sobrecargando, termina cruzando la línea de la revelación del documentalista de haber encontrado un elemento nuevo, ese éxtasis que te posibilita la cámara, para convertirse en una justicia nueva. Piñeyro en cada comentario sentencia y termina socavando su propia integridad de documentalista. Hace de abogado mostrándonos sus evidencias, hace de juez dictando sentencia. Piñeyro no deja lugar para que el espectador interprete y decida. Te deja la comida masticada: “es esto” te dice y no te deja un lugar para otra interpretación. ¿Cine de denuncia? Si, no, puede ser. Pero cine de denuncia con sentencia incluida, definitivamente NO.
La impunidad al palo Hay dos puestas en escena que atraviesan la trama de El rati horror show, nuevo documental de denuncia que el cineasta Enrique Piñeyro construyó en base a la investigación periodística previa del periodista Pablo Galfre (ver entrevista) y codirigió junto al director Pablo Tesoriere (Puerta 12 y Futbol violencia S.A): la del cine dentro del cine (el proceso del documental se expone ante los ojos del espectador como la preparación de un alegato contra las pruebas incriminatorias) y la de inventar una causa policial, plantando pruebas para condenar a un inocente y así mantener intacta la impunidad de la policía y, de su aliado más cercano, el Poder Judicial. De esta forma comienza esta historia de terror real que lamentablemente no tiene un final feliz y deja un gusto más que amargo a todo aquel que la vea en calidad de espectador o de simple ciudadano de un país donde no hay justicia. No por casualidad Piñeyro se encarga de establecer un puente dialéctico entre dos hechos -en apariencia diferentes- como el asesinato de los piqueteros Kosteki y Santillán en el puente Pueyrredón y un confuso episodio policial conocido mediáticamente como la masacre de Pompeya, donde perdieron la vida 3 peatones que fueron atropellados por un presunto delincuente perseguido por la policía en un Peugeot 504 negro sin identificación. Condenado por la vorágine mediática y la opinión pública obediente y cómplice, Fernando Carrera es un emblema de lo que podría denominarse cinematográficamente falso culpable. Su pesadilla, intitulada la masacre de Pompeya por los medios amarillistas y de los otros, comienza en enero del 2005 cuando en un confuso operativo policial lo confunden con un delincuente que manejaba un auto blanco (Peugeot o Palio, de acuerdo a la descripción del comando radioeléctrico que alertaba a la policía) y es interceptado por un Peugeot negro conducido por policías de civil como parte de un operativo cerrojo. Al ver que uno de ellos saca medio cuerpo fuera del coche y le apunta con una itaca, Fernando, comerciante que recién había dejado a sus niños en la casa de su abuela, piensa que lo quieren asaltar y acelera recibiendo un balazo en el maxilar que lo deja inconsciente y por ende le hace perder el control del vehículo avanzando en contramano. Durante un breve trayecto (reconstruido digitalmente por Piñeyro y su equipo con tecnología de alta gama), atropella mortalmente a 3 transeúntes, entre ellos un niño de apenas 6 años y deja 6 heridos. Luego, al impactar su vehículo con el otro del operativo, un Renault 9, la misma policía de civil (algunos pertenecientes a la comisaria 34 señalada por antecedentes de abuso policial) continuó disparando al auto y al propio Fernando que recibió 8 balazos, pero milagrosamente no murió. A partir de allí, el rumbo de esta historia avanza hacia el terreno de la manipulación y la gran mentira que tiene por objeto convertir, gracias a la ebullición mediática y a la necesidad de borrar toda prueba que pusiese en tela de juicio el accionar policial, a un simple ciudadano que estaba en el lugar equivocado y en el momento equivocado en un asesino serial, sin ninguna prueba condenatoria que no esté viciada de nulidad: no hay pericias sobre las armas de los policías ni pruebas dactiloscópicas del arma que supuestamente tenía el acusado en su poder, entre muchas otras aberraciones jurídicas. En el proceso judicial y en el derrotero que debió padecer Fernando Carrera quedan manchados abogados, fiscales, falsos testigos y jueces como artífices que participaron activamente para ocultar la verdad de los hechos. No obstante, más allá de la suerte de esta víctima que hoy continúa encarcelada en Marcos Paz y aguarda que la Corte Suprema de la Nación se expida sobre la sentencia, las irrefutables pruebas, que el director presentó junto a personalidades relacionadas con la lucha por derechos humanos como el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel ante el Procurador General de la Nación Esteban Righi para llegar a la Corte Suprema de Justicia, fueron desestimadas quedando en evidencia la connivencia entre el poder policial, el judicial y el estatal. Resulta demoledor e impactante el film de Enrique Piñeyro, quien utiliza el sentido común; la tecnología de alta gama y los recursos cinematográficos para construir un relato que, lejos de perseguir un ánimo didactista, encuentra el camino adecuado para incorporar material de archivo de noticieros televisivos, información sobre la causa, planteos de hipótesis que terminan por demostrar cada una de las falsedades y complicidades entre los jueces de la causa y los policías involucrados para terminar reflejando –como lo hiciese con Fuerza Aérea Sociedad Anónima- en manos de quienes estamos los ciudadanos comunes. Y eso no es más ni menos que el espejo de un país con un Estado ausente en donde la vida no vale absolutamente nada cuando se trata de mantener un discurso que estigmatiza y sostiene una estructura de poder amparada en la impunidad. Con esta nueva película, el director de Bye bye life -donde también experimentaba con la puesta en escena los alcances del cine- sintetiza por un lado un estilo propio, dinámico, que no se regodea con el dolor ajeno ni acude al golpe bajo, sino que se alimenta de un saludable cinismo hasta permitirse incluso el uso de marionetas para representar a los jueces de la causa que dictaron este vergonzoso fallo para resaltar el mutismo y la indiferencia frente a las preguntas que no tienen respuesta. Su cuota de ironía lo vuelve original, valiente y honesto por sobre todas las cosas. Podría decirse que El rati horror show llega al mismo destino que Fuerza Aérea Sociedad Anónima: una obsesiva búsqueda de la verdad cuando todo indica que la única realidad es una gran mentira.
Un documental de detectives A partir de un caso policial, Piñeyro crea un film tan entretenido como necesario "Hay que pensar una forma de decir todo esto", dice Enrique Piñeyro hacia la mitad de este documental, que entre muchas otras cosas demuestra que el objetivo se cumplió. Todo lo que se exhibe aquí fue pensado y resuelto para que el espectador se meta de lleno en una historia que involucra la muerte de tres personas y una conspiración policial que terminó con la condena a treinta años de cárcel para Fernando Ariel Carrera. Un hombre inocente que estuvo en el lugar indicado en el peor momento posible y fue implicado en una tragedia provocada por el accionar de efectivos policiales de la comisaría 34 de Pompeya. Una historia triste, dura, que involucra al sistema judicial, pero que Piñeyro y su equipo consiguieron hacer entretenida sin renunciar a una investigación meticulosa y didáctica. Cineastas y detectives El relato -lleno hasta reventar de pruebas periodísticas y judiciales- se apoya en recursos originales, como la animación y la utilización de muñecos en representación de los jueces que intervinieron en el caso, y otros más usuales, como el material de archivo periodístico. Cada uno de esos elementos se pone en acción por la presencia de Piñeyro. La omnipresente figura del director, guionista, productor y actor es en gran medida uno de los mayores aciertos del film, que codirigió Pablo Tesoriere. Piñeyro resulta un investigador apasionado, un personaje que pelea por contar lo más completa e interesantemente posible un drama real que involucra a un inocente condenado y a una fuerza policial más que sospechosa. Claro que, sin perder el eje de lo que quiere contar, por momentos el personaje detectivesco del director le gana al cineasta. Al enfrentarse con los personajes principales detrás de la conspiración que ni el guionista más creativo podría haber escrito más maquiavélica, el realizador utiliza la ironía con una soltura que a veces transforma en burla. Por momentos graciosos, sus comentarios también pueden sonar algo engreídos cuando se detiene en detalles no demasiado centrales a su causa. El documental busca mostrar el revés de una trama, de una tragedia y una condena que tienen una historia oficial y otra real exhibiendo el interior de su propio proceso de producción. Así, pone a la vista las grabaciones de la voz del locutor, despliega computadoras como si se tratara de una publicidad de Apple y hasta exhibe el trabajo de su editor, Germán Cantore, que también funciona como el Watson de su Sherlock Holmes. Cada hipótesis intenta probarse y es desarrollada frente a la cámara de un Piñeyro que demuestra sentirse cómodo tanto en el lugar del director como en el del investigador que no teme poner el cuerpo -él mismo prueba las armas y hasta le dispara a una res para mostrar cómo su escucha un tiro de verdad- para sostener lo que piensa.
Con El Rati Horror Show (2010) Enrique Piñeyro regresa a la estructura formal de Fuerza Área Sociedad Anónima (2006) y de paso se impone como una suerte de Michael Moore argento y “en cámara lenta” (su estilo didáctico y esa cadencia meticulosa al hablar no permiten otra expresión). Concretamente reincide en el documental de denuncia con vocación militante, aquí en pos de la liberación de Fernando Carrera, una víctima más de la inoperancia de la policía, el corporativismo judicial y la nunca bien ponderada idiotez de los medios de comunicación. El realizador adopta el rol de fiscal, juzga a todas las partes involucradas y utiliza una voluminosa artillería de recursos cinematográficos para poner de manifiesto los distintos niveles de corrupción dentro del aparato represivo del Estado y el sistema encargado de impartir justicia. Complicidad y encubrimiento son las respuestas habituales cuando las cosas no resultan como han sido planeadas: los documentalistas de nuestro país deberían aprender de este verdadero prodigio del género, a ver si algún día abandonan esos proyectos irrelevantes sobre burgueses patéticos…
No resulta antojadizo asociar a Enrique Piñeyro con el polémico cineasta Michael Moore. Luego de las punzantes “Whisky, Romeo, Zulu” y “Fuerza Aérea S.A.”, Piñeyro pega la vuelta con un caso que estremeció y que repercutió en los medios nacionales, conocido como la Masacre de Pompeya. Con un notable uso de la tecnología audiovisual, el cineasta repasa aquel hecho, suscitado en 2005, cuando tras una persecución por Avenida Sáenz, Fernando Carrera atropella a inocentes, causando la muerte de tres peatones. Carrera, comerciante y padre de tres hijos, fue condenado a 30 años de prisión. A medida que transcurre “El Rati...”, Piñeyro desmenuzará la causa con pericia y habilidad, mostrando la aparente inocencia del imputado. Con gran didactismo y un matiz cinematográfico que aporta dinamismo, se advertirá cómo la causa fue manipulada por la policía (la Comisaría 34 en el ojo de la tormenta) y los jueces.
Matar es fácil Había una vez un país donde la corrupción llegaba desde el eslabón más ínfimo hasta las cúpulas aparentemente más inalcanzables de los tres poderes. Lo triste de este país es que en su tradición comunicacional existieron no pocos documentalistas con la capacidad de revelarle a los más chicatos las cosas que pasaban tras bambalinas, pero se fueron quedando mudos o ciegos a su vez (muchos de ellos ni siquiera por propia voluntad). Los pocos que aparecieron post-dictadura, no llegaban a gritar lo suficientemente alto. Es muy raro que en la televisión o en los cines un buen documental argentino funcione de esta forma, a la vieja usanza: para despertar conciencias. Algo pasó a finales del siglo XX y una voz se coló por la rendija del bienpensar promedio para decir en voz alta lo que los noticieros no. Primero, con el caso del vuelo 3142 de LAPA, y luego con los manejos escandalosos de la Fuerza Aérea en la aeronavegación civil argentina. En esta ocasión, el ex piloto, actor, director y productor Enrique Piñeyro se adentra en la causa judicial que llevó a un hombre de familia, sin antecedentes penales, a la cárcel con una condena de 30 años... todo, por un delito que no cometió. Es tan obsceno el manejo que la policía y la Justicia hacen de la causa mediáticamente llamada "masacre de Pompeya" que las variantes a explorar son tan numerosas como lo posibilite el material disponible. Que es mucho, y que Piñeyro sabe ensamblar de forma implacable para causar el mayor impacto en su espectador. La mayor ventaja de Piñeyro posiblemente reside en su capacidad de convocatoria (el éxito de sus dos filmes previos lo avala) y en los medios que puede movilizar cada vez que estrena una nueva cinta. Independientemente de esto, ofrece en cada ocasión un producto de calidad, ambicioso y sumamente didáctico, profusamente respaldado y de exhaustiva realización. Sumando todas las variables, se podría concluir que en su historial como realizador y productor está contenido el germen de un nuevo tipo de documental, una suerte de lado B de los noticieros, o dicho de otro modo: una mirada lateral a esas noticias que nadie se preocupa por seguir, por mantener en una agenda caliente.
El Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro. Piñeyro está interesado en varios males de la Argentina, males que tienen su origen en diversas corrupciones, defensas corporativas, ineficacias y estupideces. Piñeyro quiere cambios, y ya hizo tres películas “de denuncia”, además de muchas denuncias en la justicia. Whisky Romeo Zulu (2003) era una película de ficción basada en hechos reales. Fuerza Aérea Sociedad Anónima (2006) era un documental fuertemente didáctico, en el que Piñeyro se ponía en el lugar del docente, alguien que explicaba, y que demostraba grandes dotes para presentar y hacer atractivo un tema desconocido para la mayoría de la gente. Piñeyro pone el cuerpo, y pone su inteligencia de ciudadano cabal: se anima a denunciar, a declarar, a hacer películas para mejorar el mundo. En El Rati Horror Show nos mete de lleno –con genuino sentido narrativo, basado en el planteo de múltiples intrigas y su resolución mediante variados despliegues informativos–, en un caso policial y judicial impactante: corrupción, flagrante manipulación de pruebas, y otras calamidades (no conviene adelantar más porque la película está estructurada con múltiples e impresionantes revelaciones a medida que se va profundizando en el caso). Piñeyro es un hombre renacentista: activista, piloto profesional, médico, productor, director, actor, polemista. Piñeyro, en El Rati Horror Show, se pone otra vez en el centro de la escena, despliega computadoras, chiches, tecnológicos, efectos especiales, pruebas, contrapruebas, y hasta reflexiona sobre el sonido de las balas en el cine y su impacto. Vemos el backstage de la producción, Piñeyro comenta, manipula muñecos, nos guía por los caminos de la justicia, o más bien por los de la injusticia. Para Piñeyro, la corrupción es una de las encarnaciones más nefastas y dañinas de la estupidez, y la estupidez lo indigna. La omnipresencia de Piñeyro irrita a algunos críticos y espectadores. También Nanni Moretti irrita a unos cuantos. Por mi parte, creo que los mazazos cívicos que pegan Moretti y Piñeyro (Piñeyro también es un sardónico humorista político), desde su presencia y su ego, son algunas de las mejores encarnaciones de la resbaladiza noción de “cine necesario”.
Una historia de violencia Luego de ver Whisky Romeo Zulú y Fuerza Aérea S.A., uno puede decir sin temor a equivocarse que Enrique Pineyro tiene un ego estratosférico. Al tipo le encanta aparecer en pantalla (incluso cuando en muchas ocasiones no es tan necesario) y cree que siempre tiene la razón. Lo bueno es que muchas veces la tiene y que su presencia posee un gran condimento cinematográfico. Muchos lo llaman “el Michael Moore argentino”, pero esa aseveración es un tanto reduccionista. Moore tiene la misma carga ególatra, pero no el mismo rigor que Pineyro. Además, suele abarcar en sus documentales cuestiones amplias, generales, mientras que Pineyro parte de cuestiones específicas, particulares, que sirven como modelo o diagnóstico de lo general. Con El rati horror show, el ex piloto y realizador logra su mejor película, ya que lleva sus virtudes al máximo y reconvierte su soberbia en pos de potenciar la narración. Toma un hecho aparentemente pequeño, como fue el de la “masacre de Pompeya” –donde la policía baleó de forma totalmente equivocada e irregular a un hombre sin antecedentes, para luego inventarle una causa que lo terminó condenando a treinta años de cárcel- y, a través de una investigación detallada y exhaustiva, la termina proyectando como un signo de los tiempos actuales. Si en sus peores momentos Fuerza Aérea S.A. adquiría un carácter estético que lo hacía parecer un especial de Telenoche Investiga, con Pineyro en el lugar de periodista indignado, aquí utiliza los mismos procedimientos narrativos para exhibir los mecanismos detrás de su documental, la forma en que se fue construyendo la investigación, los datos nuevos que iban surgiendo y las herramientas tecnológicas utilizadas. Su ego aquí se hace funcional, potencia al relato, interpela al espectador, incluso sirve como marco lingüístico pleno de ironía y sarcasmo, convirtiéndose casi en un descanso cómico que alivia el espesor de lo contado. Pero además, Pineyro no se guarda nada. Dispara para todos lados, y siempre da en el blanco. Contemplamos como las declaraciones de los testigos son totalmente contradictorias; los jueces y fiscales mienten; le ponen un defensor al supuesto delincuente que lo único que hace es perjudicarlo; no se investigan apropiadamente las circunstancias del tiroteo; se plantan pruebas; se dejan de lado testimonios que podrían aclarar mucho más el asunto; los medios compran rápidamente la versión policial y con ellos la opinión pública; etcétera, etcétera, etcétera. Es patético observar como la causa armada se derrumba en su falsedad y falacia con una facilidad pasmosa. Y es terrible el contemplar cómo el poder político, en todos sus estratos, se protege corporativamente y condena al más débil a la peor de las suertes. El discurso de El rati horror show es claramente afirmativo y confrontativo. Su lenguaje es incluso violento: busca indagar en la agresión hacia los cuerpos, en la opresión del tiempo en una persona. Su violencia es, por paradójico que pueda sonar, muy productiva, porque nace de lo cinematográfico. El arte documental que representa combate desde el cine. No obstante, es con otros discursos que entabla una oposición que es reveladora, porque evidencia cómo esos discursos esconden o evitan determinados factores de poder que siguen avalando las estructuras represivas. Por eso, obliga a preguntas que son tan obvias como incómodas: ¿cómo puede ser que se siga diciendo que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra? ¿Con qué derecho un Jefe de Gobierno se desgarra las vestiduras hablando de la inseguridad, mientras pone como jefe de su policía a un comisario procesado? ¿Desde qué lugar un Ministro de Seguridad y Derechos Humanos se vanagloria de su política, al mismo tiempo que la Policía Federal hace lo que quiere, sin control alguno, y él blanquea el uso de balas que están cuestionadas por los organismos internacionales? ¿Quién puede seguir hablando de que los medios de comunicación son objetivos y neutrales? ¿Es tan fácil bajar el martillo y condenar a un tipo a treinta años de cárcel, aunque sea culpable? ¿Por qué soportamos esto? ¿Quién nos dijo que esto pasó siempre y por eso hay que tragarse el sapo? ¿Hasta dónde podemos fingir que no pasa nada, que está todo fenómeno, que todos los componentes del sistema son buenos de por sí? Con astucia, inteligencia, rigor y un particular humor negro, El rati horror show nos sumerge en las peores vertientes de nuestra sociedad. Lo hace hasta tal punto que en un momento lo único que queremos es distanciarnos. Pero al hacerlo, nos damos cuenta que la montaña de estiércol llegó hasta el techo, que Pineyro prendió el ventilador y todos, absolutamente todos, quedamos salpicados.
Luego de 4 años, y de la mano de El Rati Horror Show, vuelve a las andanzas el justiciero Enrique Piñeyro. Aquella vez en el 2006 nos había demostrado lo inseguro que era andar volando por el cielo en nuestro país, con Fuerza Aérea Sociedad Anónima. En esta ocasión, lamentablemente, nos va a demostrar lo inseguro que puede ser vivir en la Argentina. El Rati Horror Show comienza mostrándonos unas imágenes de archivo de la cobertura de los noticieros y el posterior juicio sobre la titulada "Masacre de Pompeya". Allí, producto de un terrible accidente, fallecieron 2 personas y una resulto herida. Lo que en comienzo parece una huída delictiva con un final trágico realizada por un delincuente, veremos como con el pasar de los minutos del documental deja de ser lo que parece ser para convertirse en algo mucho mayor. Fernando Carrera es el principal inculpado por dicho accidente y fue condenado a 30 años de prisión. Esta condena no es un hecho menor debido a que muchos medios la relataron como una condena ejemplar de un jurado que mandó a la cárcel a un ciudadano sin antecedentes penales que el único error que cometió fue ir a dejar a sus hijas a la casa de su suegra. Y ustedes se preguntan como se condenó a un padre de familia injustamente? En El Rati Horror Show -claro y excelente título- se encargarán de contestarles esa pregunta. No quiero comentarles los detalles de los descubrimientos de Piñeyro por la simple razón que el documental está planteado para ir develando -con diversos e interesantes recursos- las atrocidades cometidas en el accidente a medida que se va avanzando en el mismo. Jean Luc Godard una vez dijo "La fotografía es verdad. Y el cine es verdad 24 veces por segundo", quizás la afirmación sea discutible pero sin dudas que en esta película se aplica a la perfección. El documental de Piñeyro muestra un hecho que conmueve, molesta e incomoda, pero que no debe dejar de ser mostrado justamente por ser altamente palpable y real. Enrique Piñeyro deja de lado la aviación, sin dudas un experto en la materia, para incursionar en la injusta incriminación, manipulación de pruebas y demás yerbas que realiza la policía para tratar de ocultar los errores cometidos en la detención de Carrera. Celebro que estos documentales salgan a la luz para abrir los ojos de mucha gente que cree que estas cosas solo pasan en las películas. Incluso ese es el gran motivo de celebración, ya que me parece una excelente desición que el ambiente elegido para mostrar este film sea la misma pantalla donde a uno le muestran las ficciones basadas vagamente en hechos similares. El fin de este documental es mostrarnos con qué facilidad e impunidad se cambió el destino de un padre de familia, para salvar el pellejo de una manga de inoperantes y violentos, que deberían estar a cargo del cuidado de todos los ciudadanos. Ese fin se cumple con creces gracias a la facilidad didáctica que posee el director, algo que ya fue demostrado en sus apariciones en televisión y en sus películas anteriores. Es imposible salir indiferente de El Rati Horror Show, porque es tal la cantidad de atrocidades que se cometieron, que la INDIGNACIÓN es una palabra pequeña para describir los sentimientos que nos produce. Otro sentimiento reinante es la inseguridad -quizás el más previsible y obvio por la magnitud de los hechos- sumado la incomodidad que provoca ver cómo las autoridades encargadas de dapartir justicia se aliaron para hundir a Fernando Carrera. El único reproche que se le puede hacer es la inclusión de los poco expresivos acompañantes del director en varias escenas, debido a que no aportan nada en la película y solo sirven de parteneres para que se luzcan los comentarios de Piñeyro. Dentro de esos sentimientos en los que uno va navegando, hay varios momentos de "humor" que cortan un poco el espeso aire. Ese humor está encomillado porque -como bien dice el dicho- uno se rie para no llorar. Dicho humor es incitado intencionalmente de alguna manera por Piñeyro utilizando marionetas u otros recursos para ridiculizar algunos momentos que realmente son muy impresionables. Incluso también provocan una especie de distención en una película que casualmente se trata de un film altamente tensionante. Como conclusión les puedo afirmar que en El Rati Horror Show es un excelente y didáctico documental donde Enrique Piñeyro nos sigue asombrando con su cine de denuncia.
Enrique Piñeyro se ha transformado en una figura emblemática a la hora de utilizar al cine para cambiar las cosas. Primero fue la ficción de denuncia Whisky Romeo Zulu. después llegó el documental Fuerza Aérea Sociedad Anónima y ahora, después de ese registro de los últimos días de la fotógrafa Gabriela Liffschitz en Bye Bye Life, llegó el momento de poner los pies sobre la tierra para denunciar el caso de Fernando Carrera, único condenado por la Masacre de Pompeya. Piñeyro es siempre pedagógico y clarísimo a la hora de exponer cada una de las falacias construidas por los medios y la policía. Esa valentía de Piñeyro, que no tiene empacho de alguna que otra bravuconada propia de su carácter, vuelve imprescindible a El Rati Horror Show, documental de un cine que se hace cargo y pone manos a la obra para que se haga justicia.
A cualquiera le puede pasar... Un Hombre común, por Manipulación de una Causa Judicial, 30 años de prisión. Enrique Piñeyro nos movilizó con denuncias, declaraciones, e investigaciones, en sus anteriores films “Whisky Romeo Zulu” y “Fuerza Aérea Sociedad Anónima”, ahora mucho mas modernizado e innovando nuevas técnicas en “El Rati Horror Show”. El 25 de enero de 2005 Fernando Ariel Carrera, un joven comerciante de 30 años, sin antecedentes penales, casado y con tres hijos, se encontraba en su auto a pocos metros del Puente Alsina, esperando que el semáforo le diera luz verde para cruzar desde Pompeya a Lanús Al mismo tiempo, efectivos de la Comisaría 34 buscaban a tres ladrones en un auto blanco –ese era el único dato que tenían que en la zona habían realizado dos robos. Al ver el Peugeot 205 blanco de Carrera, los policías, dispuestos a detenerlo, se dirigieron hacia él a bordo de un auto sin sirena ni insignia alguna que los identificara como de la Policía Federal. Carrera pensó que se trataba de una banda de ladrones y así comenzó una frenética persecución que termino con tres personas atropelladas, un violento choque y Carrera con ocho disparos en su cuerpo. Con pruebas policiales, documentos fotográficos y televisivos, cámaras ocultas, y recreación ficcional de los hechos, efectos especiales que nos muestran con alegres marionetas a los personajes involucrados en la causa, y un excelente despliegue tecnológico de animación, el film va descubriendo la corrupción policial, y complicidad de los jueces en este caso real de un hombre que fue condenado a 30 años de prisión por un crimen que, según la investigación del autor, no cometió. Por momentos la gran presencia y “actuación” de Enrique Piñeyro nos distrae de la película, y parece sobrar dentro de la misma. Se produce una metralleta de información, que con la lentitud del narrador, hace que sea difícil seguir el hilo de la causa. Por otro lado, el merito de “meter el pecho” a la denuncia y ver durante toda la película que Piñeyro no tiene pelos en la lengua, e investiga con nombre y apellido los hechos, desenmascarando a peces gordos de la laguna de la justicia, se merece el mayor de mis respetos. El tipo se animo a hablar y denunciar a un fuerte poder, y eso no es poca cosa en la Argentina.
CONTRA LA INJUSTICIA DE LA JUSTICIA El director de Whisky Romeo Zulu y Fuerza Aerea S.A vuelve a la pantallas de los cines con un particular y logrado documental que intenta demostrar la injusticia que se está cometiendo con Fernando Carreras, único condenado (a treinta años de prisión) como responsable de la denominada Masacre de Pompeya, ocurrida hace más de cinco años. El 25 de enero de 2005, en pleno centro del barrio porteño de Pompeya, un delincuente que se encontraba escapando del personal policial de la comisaría 34, luego de haber cometido un par de robos, atropella a tres personas (dos mujeres y un niño), provocándoles la muerte. La fuga del delincuente termina pocos metros más adelante cuando su auto impacta con una camioneta. En ese momento los policías que lo venían persiguiendo –en dos autos- disparan sobre el auto del asaltante, que termina internado con ocho disparos en su cuerpo. Así -palabras más, palabras menos- fue cómo habría sucedido la denominada Masacre de Pompeya según lo relatado por los medios de comunicación, que sin dudarlo, lo encuadraron temáticamente dentro de la “ola de inseguridad”. Claro que este relato expuso, sin más, la versión oficial, la informada por la propia policía. A partir de esto, el (supuesto) delincuente en cuestión, Fernando Carrera, fue detenido y posteriormente condenado a treinta años de prisión. Cinco años después, sirviéndose ejemplarmente del lenguaje audiovisual, sin necesariamente hacer cine, Enrique Piñeyro construye un alegato contundente, basado en la inteligencia y claridad con la que expone y explica las diferentes fallas, mentiras, contradicciones, manipulaciones y demás zonas oscuras de la causa, y con la valentía necesaria como para decir sin rodeos –y con pruebas- que tres jueces y un fiscal mienten. Con todo esto, el objetivo de Piñeyro es demostrar la inocencia de Carrera, víctima de la inoperancia y la violencia policial, así como también de la precariedad del sistema judicial y de la irresponsabilidad con la que los medios periodísticos construyen las noticias. Debido a la naturaleza del proyecto, que persigue un objetivo claro y concreto, mantener en todo momento la atención del espectador sin aturdirlo se transforma en un aspecto de vital importancia, y eso es algo que El Rati Horror Show consigue en todo momento. En primer lugar porque su director posee un muy destacable sentido del ritmo y es un excelente narrador. Y por otro lado porque toda la tecnología disponible la utiliza tanto para conseguir claridad como también para llamar la atención de los sentidos del receptor. Los diferentes vericuetos del caso, así como sus refutaciones, son revelados con diferentes formas expresivas, que demuestran la preocupación con la que Piñeyro ha trabajado en pos de alcanzar su objetivo. El director no quiere dejar dudas en cuanto a la inocencia de Carrera y la culpabilidad del personal policial y el encubrimiento de la justicia, y para ellos se vale, además de las pruebas necesarias para respaldar su posición, de toda una serie de recursos expresivos que resultan didácticos y atractivos. Con esto, de paso, da un tremendo golpe a los medios de comunicación, cuyas producciones rara vez (por no decir nunca) son capaces de tomarse su trabajo con responsabilidad y creatividad. Y esto último no es algo menor o secundario, es muy importante, porque eso implica un esfuerzo y demuestra un compromiso total con el tema abordado. La creatividad, el trabajo y la preocupación por la forma de su particular documental, pone en evidencia la postura ética de su realizador. El Rati Horror Show es una obra que inevitablemente deja al espectador pensando (y también temblando, hay que decirlo). Varias preguntas surgen luego de su visión, algunas planteados por el propio documental y otras que inevitablemente se desprenden de él de forma indirecta. Una, inevitable, es sobre la relación de la Justicia con la Policía Federal y el porqué del empeño de la primera en encubrir –según lo expuesto por Piñeyro- a la segunda. ¿Si la Justicia prefiere encubrir y proteger a la Policía Federal, lo hace simplemente por corporativismo o hay algo más, alguna conveniencia?. Sea cual fuera la respuesta, es claro que si hay una entidad que sale particularmente manchada de todo esto es, justamente, la Justicia argentina. Si, como tanto se remarca y valora hoy día, vivimos en un país democrático y republicano, la Justicia debería representar la última instancia, ser la guardiana de los derechos ciudadanos. Si se vive en una sociedad cuya idea es la de permanecer bajo una moral total y absolutamente liberal y republicana, la Justicia debería ser todo lo contrario a cómo se la ve en esta obra de Piñeyro, a quien se le podrá discutir algunas cosas (una, fundamental, es que pase por alto y deje tan de lado la muerte de las tres personas atropelladas por Carrera, más allá de que éste hubiera estado manejando en estado de inconciencia por un balazo recibido en la boca luego de la que la policía lo confundiera con un delincuente y le disparara sin siquiera dar la voz de alto), pero cuya ética ciudadana está fuera de discusión.
Pareciera que el cinematográficamente multifacético Enrique Piñeyro (es actor, productor y director) tiene un ciclo bianual para presentar, desde la dirección, sus documentales de denuncia. (“Fuerza Aérea Sociedad Anónima” en 2006 y “Bye Bye Life” en 2008 a los que hay que sumar la denuncia ficcionada “Whisky Romeo Zulu” del 2004) Esta vez se aboca a la investigación de lo que realmente sucedió el 25 de enero de 2005 en el trágico suceso titulado por los medios como “La masacre de Pompeya”, que costara la vida de tres personas y la condena de Fernando Carrera a quien se lo encontró responsable de esas muertes y de una serie de robos inmediatamente anteriores. Piñeyro, apoyándose en la investigación periodística de Pablo Galfre y la codirección de Pablo Tesoriere (“Puerta 12”, 2008), llega a posicionar de manera firme en el espectador la evidencia de que Carrera fue injustamente condenado mediante “siembra de pruebas”, falsos testimonios, manipulación policial para ocultar un episodio de “gatillo fácil”, y sobre todo por la influencia del tratamiento dado por los medios masivos de comunicación social al terrible hecho A lo largo de la proyección Piñeyro y sus ayudantes analizan, primeramente, los noticieros televisivos que daban cuenta de lo ocurrido basándose solamente en las versiones de la policía y un testigo, que se reveló que pertenecía a la asociación de amigos de la comisaría correspondiente a la zona del barrio de Pompeya de la ciudad de Buenos Aires. Luego, y ya con un tratamiento más cinematográfico, se vale de stop-motion para las reconstrucciones de los hechos, y figuras con movilidad digitalizadas para mostrar los desplazamientos de las personas involucradas. Suma también escenas de ficción y otras en las que muestra los efectos de determinados tipos de balas o los movimientos y el accionar del personal de la Comisaría 34 de la Policía Federal. En la búsqueda de demostrar la inocencia de Fernando Carrera, Piñeyro arremete contra la corrupción policial y la forma de dar noticias a la población que tienen los noticieros y periódicos sensacionalistas. Aunque luego Piñeyro y su equipo, al analizar en detalle esos mismos flashes noticiosos, llegan y hacen llegar al espectador a la conclusión de que se ha condenado a un inocente porque los jueces y fiscales no han visto lo que debían ver en la pantalla televisiva. Este documental tiene buen ritmo e imágenes atractivas dentro del terrible drama que se muestra como única trama, que es la investigación hecha por un cineasta para demostrar que hay un hombre que cumple una condena por un delito del que no es responsable. Ernesto Piñeyro, como lo ha hecho antes, muestra valentía al dar la cara para hacer su denuncia y desarrollar la investigación. Quizá tenga un estilo parecido a Michael Moore, sobre todo en un divismo que lo hace aparecer muchísimo en pantalla otorgándole un protagonismo casi absoluto. Es un documental de denuncia, por lo tanto todo espectador que se sienta atraído por el género policial quedará atrapado por este argumento que lamentablemente ofreció la vida real. El cineasta apunta a que, además de ayudar a Fernando Carrera, esto se sepa para que no vuelva a ocurrir, un valioso aporte que le hace a la sociedad.
Luego de un arranque actoral con Daniel Burman en Esperando al Mesías y con Marco Bechis en Garage Olimpo, componiendo de manera eficaz dos personajes disímiles, parecía que la carrera de Enrique Piñeyro iba a fluir tranquilamente por ese sendero, pero este inconformista ex piloto de aviación buscó sin demoras otros caminos de expresión y se abocó a la realización cinematográfica, lo que derivó en la excelente Whisky Romeo Zulu. Pero esa dirección ficcionada tampoco pareció conformarlo, y a partir de ese momento todos sus films fueron documentales: Fuerza Aérea Sociedad Anónima, Bye Bye Life y ahora su mejor y más arriesgado trabajo, El Rati Horror Show. A través de la controvertida historia de Fernando Ariel Carrera, un hombre común condenado de manera deliberada a treinta años de cárcel sin pruebas concluyentes en su contra -o mejor dicho, con evidencias plantadas-, Piñeyro establece una verdadera proeza en el campo del film de investigación político-social. Con su presencia y relato en primer plano, el director va eslabonando una turbia cadena de manipulación en la causa judicial condenatoria, hasta arribar al encubrimiento de un caso de gatillo fácil. Con impecables y variados recursos técnicos y expresivos, Piñeyro logra conmocionar, estremecer y atrapar con un documental dotado de ritmo sostenido y tensión constante y creciente.
Maldita policía Con El Rati Horror Show, Enrique Piñeyro continúa, en la misma línea de su último documental Fuerza Aérea Sociedad Anónima, su cruzada quijotesca contra las altas esferas del poder de nuestro país. En esta oportunidad pone en la mira a la justicia y las autoridades policiales (la comisaría 34 para ser más precisos). El caso que toma el director aquí para elaborar su denuncia es el de la llamada por los medios “masacre de Pompeya”, sucedida en el 2005, en donde un comerciante, Fernando Carrera, quedó como único imputado y fue condenado a la pena de 30 años de cárcel por ocasionar la muerte de tres personas durante una persecución automovilística seguida de un tiroteo con dos policías de civil pertenecientes a la 34. Piñeyro, durante los casi 90 minutos que dura el documental, se dispone a hacer una disección del caso, tomando las declaraciones juradas de fiscales y testigos, y analizando los peritajes realizados por la policía del lugar mientras hace gala de efectos por computadora en algunos pasajes. Así, la posición del realizador con respecto al caso es clarísima. Sabemos que estará del lado del encarcelado y su munición gruesa apuntará hacia quienes debieron hacer su labor pero tanto por inutilidad como por encubrimiento no la cumplieron. Para formular estas acusaciones, el director toma un punto de vista interesante pero que, a la vez, constituye un arma de doble filo: el de ponerse él mismo delante de cámaras y “reaccionar” ante las pruebas que va encontrando (aunque todo el tiempo sea más que obvio que todo es una pantomima). Si bien Piñeyro demuestra tenerlas bien puestas al poner el pecho a todo lo que afirma sobre el caso, ese aire canchero, sobrador e irónico que maneja a la hora de analizar los pormenores del asunto por momentos lo llevan tanto a él como al film a crear una cierta sensación de condescendencia obligatoria. Igualmente, son tan contundentes las pruebas de Piñeyro y tan bochornoso lo que se escucha de boca de jueces y fiscales a lo largo de El Rati Horror Show que a uno no le queda otra que ponerse de su lado, y de paso lamentarse de las autoridades que rigen la ley de este país -pero eso ya lo sabíamos.
La justicia en la picota. El cine de Piñeiro, quizá por ser argentino, pasará más inadvertido que las películas de Michael Moore, pero causará una polémica similar. En "El rati...", y a partir de la llamada "Masacre de Pompeya" de 2005, donde un tal Fernando Carrera fue sentenciado a 30 años de prisión, Piñeyro denuncia la corrupción del sistema legal argentino, y esto implica no sólo a jueces y fiscales sino a la policía, los testigos y los medios de comunicación que suelen dar como hecho real a la versión que les cuenta la policía. Piñeyro no se muestra neutro; da la cara e ironiza desde un estudio y entrecruza material de archivo de los noticieros con las argumentaciones de fiscales y jueces, con el fin de demostrar la inocencia de Carrera. ¿Lo logra? Para saber la difícil respuesta hay que ir al cine y ver la película.
Maldita Policía, maldita Justicia. Enrique Piñeryo luego de su cine-denuncia: "Whisky Romeo Zulu" y "Fuerza Aérea Sociedad Anónima", la emprende ahora redoblando la apuesta y metiéndose en camisa de once varas...ahora fué por la corrupción policial y la irregular y mentirosa justicia local. Tomando de punto de partida la denominada "Masacre de Pompeya", acaecida en 2005 donde se responsabiliza de todo a Fernando Ariel Carrera, quién purga su condena de 30 años de cárcel, y no por mero error, sino por algo que aún horroriza más: causa armada y manipulación de la causa judicial. Puffttt....de no creer o si..? Acaso Piñeyro no pone algunos minutos en el doc con la imagen entrañable de Tato Bores explicando como funciona la justicia aquí, o cuando es explícito al basarse en datos concretísimos recurriendo a un increíble archivo periodístico de la tevé nacional, y hace tambien parte de la condena a los medios. Hay un ejemplo cuando el propio Carrera dice en su entrevista en el penal: "A mi ya me condenó antes la prensa...entonces si yo leo en "Clarín" que soy el único responsable", a quién va a creerle la gente a mi o al diario..?? Al diario sin dudas!!". Se sabe que ni la policia es tan honesta y que la justicia funciona muchas veces mal, por eso Piñeyro es mordaz e incomoda todo el tiempo con su doc, mete dedo y escarba, seguramente irritando a más de uno de los implicados en esto. Sin dudas sabe como hacerlo, algo pagado de sí mismo pero denunciante feroz, de rigurosa objetividad al mostrar data y pruebas al respecto. Un documental argentino tan necesario como objetivo, de imprescindible visión. Salvo que uno sea como el burro que no ve más allá de la zanahoria frente a su nariz.
Veo el inicio del Rati Show y ahí estoy, sentado frente a la pantalla, invadido por imágenes y declaraciones ligeras, agitado por un zapping ensordecedor. Mi primera impresión es un estado cotidiano de recepción, de destino compulsivo de imágenes visuales y sonoras en una triste situación letárgica que me vuelve una vez mas victima de la manipulación de los medios. Pero en unos minutos, el milagro se hace presente, un justiciero del cinematógrafo subyace para mostrarme sus armas, las del cine de hoy, rápidas y livianas, precisas y modernas. Enrique Piñeyro despliega su tecnología cinematográficamente luego de la verborragia televisiva. Cut y entramos a su laboratorio, como si todo lo visto hasta ahora por él y por nosotros fuese en algún lugar lejano, fuera del mundo del cine donde la emisión es sólo lo que cuenta. Entre las penumbras, como en una suerte de metáfora del séptimo arte, la luz se hace presente, las armas Macintosh se prenden en un afán de justicia al mejor estilo del film policial americano de género como paradigma del antídoto para destrabar un horror rati. Pero el método de Piñeyro es otro, es artístico y social porque es el unico que cabe en el mundo de los hampones y corruptos de la Argentina, donde las instituciones han perdido crédito y confianza. Es el revés de la moneda, los buenos son los malos y estos son los buenos, no hay otra opción mas que la justicia marginal, la de los particulares. El director utiliza esta contradicción y se la apropia como una herramienta que determina la estética de la película: El revés. El Rati Show, es el revés de la realidad y la ficción. Los medios nos proponen una información falsa perteneciente a un hecho real en una situación de igual índole. La ficción del Rati Show nos entrega un análisis ficcional que logra una realidad de dicho hecho. Otros reveses son los de los medios y su confianza en la entrega de la información, el de la justicia y su poder corrompido, el de los culpables condenados sin razón alguna y por supuesto el de la canción que ilustra todo lo visto. La película, como forma de denuncia, utiliza el mas preciado de los alimentos: los archivos, El Rati Horror Show, es una máquina de reciclado de datos, se nutre de su laconismo y su carácter taxativo para pasarlos del modo imagen (TV) al modo tiempo (Cine) y hacer de ellos un material valioso por medio de la técnica hegeliana llamada dialéctica. El montaje del film se ocupa de una benéfica manipulación, aquella que tiene que ver con la contraposición de elementos que al juntarse proponen un dialogo con el espectador mediante preguntas o ideas. Es el análisis de la información que el cine puede lograr por su desprendimiento del tiempo de aire y su falta de necesidad e interés de llenar espacios. Piñeyro, retrata el hombre potencial argentino, ese súper hombre al estilo de Zaratustra,debe accionar y tomar cartas en en el asunto. El es ciudadano, actor, juez, director, investigador y también editor al mejor estilo Orson Welles en True Lies cuando detiene la imagen, medita, y la analiza filtrándola en su laboratorio. Nos propone un cine reflexivo y comprometido, mostrándonos su poder de cuestionamiento y la necesidad de su presencia como alternativa opuesta o de revés a los poderes en la Argentina: el verdadero horror show.
Pompeya y más acá, la impunidad Enrique Piñeyo vuelve a desmostrar su eficacia para reflejar el estado de las cosas, esta vez mediante la historia de Fernando Carrera, protagonista de la Masacre de Pompeya y condenado injustamente a 30 años de cárcel. El 25 de enero de 2005, cerca del mediodía, Fernando Carrera tomó con su automóvil por la Avenida Del Barco Centenera, en el barrio de Pompeya, hasta que se detuvo en el cruce de Avenida Sáenz, por el semáforo. De pronto apareció un Peugeot 504 negro con un hombre que asomaba un arma por la ventanilla, el joven comerciante se asustó y, estimulado por el miedo a que lo roben, aceleró por Sáenz hasta que sintió un fuerte dolor en la cara antes de desmayarse. Se despertó en una ambulancia y mientras le hacían las primeras curaciones sobre el cuerpo cosido a balazos (había recibido ocho, uno en la mandíbula), se enteró de que había atropellado y matado a una madre y a su hijo. Afuera, la multitud indignada rugía su culpabilidad y quería lincharlo. El hecho recibió rápidamente el nombre de la Masacre de Pompeya. En su primera parte, El Rati Horror Show toma la visión de los medios, en la que Carrera era presentado como parte de una banda que había protagonizado una salidera bancaria, que en su huída se había baleado con la policía (los tripulantes del Peugeot sin identificación) y que, finalmente, había matado con su auto a dos personas. Luego de mostrar el abundante material televisivo de archivo, la película se dedica a desmontar cada una de las hipótesis que llevaron a la condena de 30 años de cárcel para Carrera, demostrando con paciencia, inteligencia y sentido común que la policía le plantó un arma al comerciante, que el testimonio del principal testigo –integrante de los “Amigos de la Comisaría 34”– fue falso, que el defensor del imputado también fue abogado de los efectivos de la 34 en un caso de gatillo fácil, y que, como mínimo, los jueces y el fiscal fueron encubridores de la policía. Como con Whisky Romeo Zulu y luego Fuerza Aérea Sociedad Anónima, en las que denunció la fatal combinación de negociados y desidia que produjo la tragedia de Lapa, en la cual murieron 65 personas, Piñeyro vuelve a demostrar su conocida eficacia para reflejar el estado de las cosas. Confirma así su talento como director, que ratificó con oficio y valentía en Bye Bye Life, un conmovedor documental sobre los últimos días de la fotógrafa Gabriela Liffschitz. Tal vez las únicas objeciones sean su excesivo protagonismo (ayudado por un apabullante arsenal de juguetes audiovisuales), y cierta morosidad en el relato, que le quitan a la película la fuerza que tenían sus anteriores obras.
Construir el mundo con el cine Enrique Piñeyro quizás sea, hoy por hoy, y a título exagerado, el mejor documentalista del mundo en cuanto a repercusión social. Con Wisky Romeo Zulu (2004) logró cambiar la ley de aeronáutica argentina tras el accidente del Vuelo LAPA 3142, y con Fuerza Aérea Sociedad Anónima (2006) también logró repercutir en el imaginario social con casi el mismo éxito que su predecesora y maestra ópera prima. Ahora, con El Rati Horror Show (2010) apunta a lo mismo, desmantelando una cuestión particular para terminar apuntando directamente al corazón de la "justicia" en la Argentina. El documental cuenta mediante mecanismos basados en el último grito de la tecnología la historia de Fernando Ariel Carrera, condenado a treinta años de cárcel por la denominada "Masacre de Pompeya", un confuso accidente de tránsito que acabó con la vida de tres ciudadanos luego de una sangrienta persecución policial. Se dice el último grito de la tecnología de manera irónica, aunque cabe remarcar la habilidad del director y actor para manipular de forma excelente las técnicas del stop motion -entre otras- en las recreaciones miniaturizadas (muy cómicas también, por cierto), o la animación en las dramatizaciones en esa tabla azul hacia donde se dirige junto a su compañero Germán Cantore en las secuencias que ayudan a ir recreando los hechos después de los asaltos de iluminación gracias a la brillante investigación periodística de Pablo Galfré. Paulatinamente, Piñeyro construye y deconstruye el caso judicial que terminó acabando con la libertad de una persona inocente, víctima de los chanchullos de policías corruptos, que ante un error grave cometido tras perderle el rastro a ladrones en una persecución por el barrio de Pompeya decidieron "fabricar" al culpable mediante manipulación de las evidencias. Piñeyro (que hace de Sherlock Holmes y nos deja ser su J.H. Watson) pone en ridículo a la policía, o mejor dicho, deja a la vista lo ridículo del grupo policial que encabezó la operación, puntualmente de la controvertida Comisaría 34, que evidencian su ignorancia y falta de transparencia en las mismas declaraciones documentadas de las que se vale el realizador para poner en tela de juicio y debate la cuestión. La información es tratada con sumo cuidado y sentido crítico y analítico, a tal punto que se llega a probar el sonido de los impactos de la bala sobre la carne en una secuencia particularmente espectacular detallada en X-Mo, con el director calzando el arma de fuego, para dejar de lado la naturalización de una balacera contra un ser humano (inocente o no). Y precisamente armas son las que utiliza Piñeyro (no sólo la mencionada) para valerse de su actividad tan creíble y contrastable, haciendo uso útil no sólo de la tecnología (mucha publicidad a Apple nomás, pero qué se le va a hacer) sino hasta de los paupérrimos noticieros argentinos, demostrando también el rol que juegan estos a la hora de construir la realidad y el ya mencionado imaginario social en el que tanto se inmiscuye Piñeyro con fines críticos y si se quiere hasta revolucionarios (el trabajo tiene un aire de grandeza a lo Operación Masacre, de Rodolfo Walsh). "Si leo en el diario Clarín que Fernando Carrera es un asesino, entonces creo que Fernando Carrera es un asesino, no me importa lo que él tenga para decir," explica el propio Fernando Carrera -la víctima del hecho, el "perejil"- durante la entrevista dentro de la cárcel con el director del film. Esta frase bien puede resumir lo expuesto en el párrafo anterior. Y volviendo a lo dicho al principio, la repercusión que logra Piñeyro con El Rati Horror Show (el término "rati" -"tira" al revés- en el lunfardo contemporáneo se le atribuye a "la cana", la policía ) llega al punto en el que el realizador logra concretar una entrevista con un procurador de la causa, con el fin de exponer su visión de los hechos desde el punto de vista de su investigación. Si todos lograramos eso con un film, una simple película (obviamente, nótese el grado de significación que le doy a ese "simple"), podríamos dar por seguro que iríamos a un mundo mejor. Documental, 'mockumental', lo que sea, pero se alude a la justicia nuevamente, y esta vez -si bien la causa sigue abierta y Carrera sigue preso- también se logra llegar a una instancia de reelaboración de los conceptos que inciden en la realidad. Si eso no es triunfar, no se me ocurre qué otra cosa puede ser... Ese cine que propone y utiliza Piñeyro en El Rati Horror Show es, más que un arte, una herramienta de construcción social.
Finalmente, la última bomba de Piñeyro pasó por BAFICI para demostrarnos lo podridas que se hallan nuestras instituciones (la policial y la judicial) y lo avispados que deberíamos de estar para no caer bajo ciertos tentáculos que se desprenden de ambas. La Masacre de Pompeya, vista según Piñeyro, resulta en la corrida infernal de un individuo que se muestra asustado ante un Peugeot 504 con personas amenazantes -itaka en mano- en su interior. El individuo acelera su vehículo por que se siente a punto de ser robado, y desde el Peugeot 504 surgen disparos. Diecinueve disparos. Quizá más. Uno de estos disparos le parte la mandíbula. En la corrida, el individuo atropella a personas que mueren tras el impacto. Una vez que su vehículo se detiene, del Peugeot 504 surgen cuatro hombres (¿civiles?) que le disparan aún más tiros. El individuo no muere en el acto, pero muere en vida: Se le imputa resistencia a la Ley, y varios homicidios agravados. Treinta años preso. Entonces Piñeyro recoge los testimonios, los mapas y las brújulas mientras intenta explicarse los hechos (con esa cuerda tónica que deja retrogusto a envidiable superioridad, cuerda que la mayoría de las veces suele gustarnos) y llega a la inevitable conclusión de que La Masacre de Pompeya fué Masacre, sí, pero perpetrada a raíz de accionares policiales enfermizos. Provoca cierta clase de incomodidad (cuando no estupor) observar en pantalla ciertas obviedades, y cómo dichas obviedades pasaron desapercibidas (intentamos ser benignos) por los jueces que decidieron con su fallo los próximos oscurísimos treinta años del individuo de marras. Piñeyro, pues, nos introduce en su mundo ultrapragmático de revisar todos los detalles que hacen ruido (incluso detalles de dicción en Magistrados Públicos que, tras el fogoneo de Piñeyro, nos resultan inadmisibles) y nos ofrece un festival de impunidad en el que un testigo clave que sale por Telefé Noticias asegurando falsedades no es ni más ni menos que un compinche histórico de ciertos bestias que deambulan por la Comisaría 32va. El Rati Horror Show! no será obligatoria (mucho menos si ya estamos hartos de escuchar una y otra vez lo que ya venimos sospechando hace rato), pero sí sumamente clara en sus postulados. De modo que si queremos seguir envenenándonos con ciertos elementos enquistados en una institución concebida para Servir y Proteger, entonces adelante con este mazazo que, por si fuera poco, incluye momentos de distención muy bienvenidos entre tanta oscuridad. Los aspectos formales y técnicos del film serán mejor explicados a través del siguiente diálogo, que se sucedió luego de la proyección, entre Piñeyro y un espectador anonadado. Espectador: ¿Por qué utilizaste el recurso del Cine dentro del Cine, mostrándote en cámara mientras llevabas adelante el proceso de montaje del documental? Enrique Piñeyro: Por que soy extremadamente narcisista y me encanta verme en pantalla diciendo cosas.
Más urgente que Fuerza Aérea Argentina (aquí no hay una institución que modificar, sino conseguir la libertad de una persona), este nuevo documental de Piñeyro se redime de lo televisivo por la cínica ironía de su factótum, que es más cínica y más irónica en la pantalla de un cine que en el living de tu casa. El tema es importante y su investigación valiosa, ¿pero eso alcanza para que compita en la Competencia Argentina de este festival? Darle espacio en las Noches Especiales o en la sección Panorama, o incluso como apertura o cierre de las competencias, hubiera realzado su función. Aquí no se ponen en tela de juicio los valores de EL RATI HORROR SHOW sino los criterios de selección de la programación del BAFICI. Bueno, lo que uno supone que son los criterios de selección, claro.
“Ya no percibimos la realidad, sino la representación televisiva de la realidad”. Michael Haneke “Robar, huir... y matar”. Con este homenaje a Woody Allen Telenoche anunciaba en un videograph la denominada “Masacre de Pompeya”. No importó que aquel famoso film de los ‘70 fuera una comedia y esta noticia fuera una tragedia. “Esta película de horror comenzó…”, rezaba la voz en off del cronista del noticiero, otra obvia apelación a las etiquetas del cine, en cuyas formas nobles pretende escudarse el discurso televisivo. Pero es la pantalla chica la única responsable de parir y modelar cada día el subgénero del morbo policial. “Un grupo de delincuentes”. “Tres malvivientes”. “Un amoral que jugó con la vida ajena”, protestaba Julio Bazán. Los locutores parloteaban sin tener idea de nada. Años después aplaudieron a los jueces por la “condena ejemplar”. El Rati Horror Show parte de estas imágenes y las edita como si estuviéramos saltando entre fragmentos de YouTube que tocan la misma historia pero están llenos de incongruencias. Las imágenes circulan, pasan, saturan, y como dice Domènec Font, “traducen una carga pulsional inmediata para la vista o para la manipulación táctil, pero no exigen mayor calado que su evidencia.” (1) Estamos acostumbrados a muchas cosas que no cierran y sin embargo “no nos inmutamos”, como dice el abogado de Fernando Carrera. Cuando Enrique Piñeyro recaló en esas incongruencias, no se limitó a gruñir por “lo mal que está este país, qué cosa”. El Piñeyro-espectador se preocupó, ató los cabos y actuó en consecuencia, porque advirtió enseguida que con la condena a Carrera lo que está flagrantemente en juego es la presunción de inocencia, “la piedra angular de la aplicación del Derecho en la Argentina y en la mayoría de los países democráticos”. (2) En su cuarto film como director, Piñeyro hace una rotunda denuncia contra el sistema policial y judicial, además de exponer la volubilidad mediática cotidiana. Y también hace una película repleta de recursos atractivos que reconstruyen el hecho a la vez que intentan explorar eso que llamamos “percepción”. Una investigación rigurosa y una reflexión sobre la relatividad de lo que creemos ver y oír. Un film gratamente tecnológico que imprime movimiento a las impalpables conjeturas. Un relato que analiza, contrasta y aporta datos mientras nos seduce evocando los trazos de diversos géneros. Climas de ciencia-ficción cuando el film despega en el espacio exterior, cual ojo extraterrestre que aterriza en la Tierra (y los dispositivos ultramodernos de la oficina de trabajo tienen mucho de nave especial). Pedacitos de western cuando de repente todos se van al campo (western híbrido, en verdad, porque luego veremos a un hombre de color azul en un granero). Un chispazo de humor político a cargo de Tato Bores corona los pasos de comedia cínica ensayados por el realizador-orador-guía y su inefable dicción. Con todos estos cruces, algunos más pertinentes que otros, El Rati Horror Show pretende ir más allá del llano informe periodístico, y lo logra, principalmente porque desde el inicio tiene muy claro su objetivo. Porque el drama de Fernando Carrera no es simplemente un caso alarmante o curioso o potable desde lo cinematográfico. Al asociarlo, en el comienzo del relato, con los asesinatos de Kosteki y Santillán, Piñeyro exhibe una idea de la Historia, eligiendo unir dos hechos supuestamente distanciados para armar una narración, una trama de responsabilidad política que no se agota en el acontecimiento individual. Los medios de comunicación sí, todo lo agotan cuando se “seca” el espectáculo, y si acuden a los antecedentes es sólo para atizar el fuego en vez de ayudar a comprender su raíz. En una era colapsada por los acontecimientos efímeros y olvidables, el film rescata las conexiones de sentido que identifican a una sociedad. Es el cine el que todavía puede detenerse a hilar y pensar la trama profunda. Claro que la justicia no siempre puede darse el lujo del tiempo.
Reír para no llorar La tercera película del documentalista Enrique Piñeyro vuelve a ser tomada por la crítica como de visión obligatoria. El ex piloto y actor ya había incursionado en el cine documental y de denuncia -como siempre escribe, dirige y actúa- con Whisky Romeo Zulú, sobre la tragedia de LAPA, y con Fuerza Aerea S.A., en donde denunciaba el deplorable estado de la aviación civil en el país. Esta vez Piñeyro sigue metiéndose en temas escabrosos y peligrosos, al punto en que uno como espectador llega a preguntarse hasta dónde puede llegar y cómo logra la valentía para animarse a algo así. El tema del filme es el caso de Fernando Carrera, un hombre que actualmente se encuentra preso por ser condenado injustamente -de manera deliberada- por un hecho delictivo confuso y mediante la connivencia de la policía de la zona con el aparato judicial. Piñeyro no se guarda nada, investiga a fondo y explica con lujo de detalles los pormenores del hecho, para que el espectador comprenda sin problemas hasta donde llega la corrupción de los involucrados. Luego acusa y arremete sin pelos en la lengua contra los culpables de esta condena aberrante sin parecer temeroso de las consecuencias. Y quizás se queda algo corto cuando se "enfrenta" a los jueces de la causa (que en realidad son unos muñecos a los que llama con los nombres de los jueces) y les explica que los que deben estar presos son ellos; luego de tanta valentía, da la sensación de que hubiera sido audaz un encuentro cara a cara con ellos. Para quienes no lo conocen -como yo, debo admitir-, Piñeyro es un tipo bastante simpático y que cae muy bien en la pantalla. Él se hace cargo del relato la mayor parte del tiempo y le pone el cuerpo a las explicaciones en el lenguaje más coloquial posible, permitiendo descripciones claras que no dejan afuera a nadie. Es un tipo que asume su rol de director en pantalla y termina siendo, con sus gestos y sus ironías, uno de los atractivos principales del filme. El otro atractivo, sin dudas, es el despliegue visual utilizado para describir los acontecimientos, incluyendo su arsenal de tecnología -todo convenientemente de la marca de la manzanita- y la original narración, que transcurre como si los espectadores fuéramos testigos de la producción del filme, como si estuviéramos presenciando una suerte de backstage que termina siendo la película misma. El apartado técnico es muy bueno: la imagen se ve muy correcta y el sonido se escucha perfectamente. Y, como ya se ha dicho, el despliegue visual de las descripciones es una frutilla del postre notable. No hay mucho más para decir porque todo lo que tiene que ver con la causa judicial y la triste historia de Carrera está dicho de manera inmejorable en el filme. Tal vez se pueda criticar la falta de algunos elementos en el desarrollo de la historia y un excesivo intimismo en la producción del relato que transcurre quizás demasiado puertas adentro. El rati horror show es una historia que merece ser escuchada, un documental de visión obligatoria que está contado de una manera atractiva y poco solemne, pero no por eso menos sentida, que denuncia un ejemplo de corrupción policial y judicial como tantos que hay en nuestro país. Y en donde Piñeyro hace lo mismo que hacemos nosotros como espectadores, reír para no llorar.
Para Enrique Piñeyro el cine es cine, pero también es otra cosa: con sus películas, el cine recupera la posibilidad de ser, además, una herramienta al servicio de la Justicia. Sucedió con su única ficción, “Whisky Romeo Zulú”; con “Fuerza Aérea S.A”. y ahora sucede con este film. La trama narra la historia de Fernando Carrera, un hombre condenado deliberadamente por la corrupción policial a treinta años de cárcel, tras haber sido acribillado a balazos. El caso es grotesco; la manipulación de la ley y de los medios de comunicación, también. Pero resulta que el cine es, también, una manipulación y lo que hace Piñeyro es justo: con toda clase de mecanismos, con humor e ironía, con precisión explicativa, con un show personal que demuestra que es, además, un gran actor que sabe cómo capturar la mirada del espectador, el realizador desata la madeja corrupta y demuestra que se ha cometido una injusticia. Es decir: emplea el cine (puro cine, puro montaje para desmontar una evidencia falsa) para mostrar lo real. Si el film va mucho más allá del caso puntual, si puede trascender su época, es porque mantiene al espectador interesado y apasionado, porque lo ata a su relato y no lo suelta, como un buen thriller –que también lo es–. El cine, según Enrique Piñeyro, no deja de ser el gran entretenimiento y el gran arte que es: en lugar de restringirle esas funciones, le agrega el de una utilidad que va más allá de la mera coyuntura. Un ejercicio de inteligencia y pasión, tanto por el arte como por la justicia.
El rati horror show o Enrique Piñeyro el justiciero Que Enrique Piñeyro sabe usar la cámara para hacer foco en esas cuestiones dolorosas y veladas que en la Argentina son el pan de cada día, no es una novedad. Que en Whisky, Romeo, Zulu y Fuerza Aérea S. A. fue efectivo, tampoco. Ya que salido de la entraña misma de un sistema que conoce muy bien en sus caras, como piloto y como médico, logró retratar las aberraciones de la tragedia de LAPA y las incompetencias jurídicas que por vivir en medio de un caos judicial, en el que un juez inicia una causa porque le faltó del escritorio su especial de jamón y queso, son harto conocidas. La historia es esta, en el año 2005 un patrullero encubierto persigue y balea a un sujeto al que luego le imputa varios crímenes. Este va a parar a la cárcel y la película desanda el camino de las arbitrariedades policiales de las que la comisaria 34 de Pompeya es sinécdoque de casi todas. Pero El Rati Horror Show aspira a algo más arduo y es la exhibición de una historia individual y aunque los casos de gatillo fácil, las balaceras nunca esclarecidas y el propio caso de Fernando Carrera sea un emblemático muestreo de lo viciadas de nulidad que están muchas causas en nuestro país, ni la historia de los hechos, ni los vejámenes sufridos por Carrera en su injusta encarcelación, alcanzan a conmover o promover a reflexión. A una reflexión que vaya más allá de lo inmediato. ¿Será que uno espera otra cosa de Piñeyro sabiendo que tiene los medios para hacerlo? ¿Será que de a poco todos sabemos cómo entre las fuerzas del orden y los medios arman causas y fabrican culpables o víctimas? No hay día en no asistamos a un nuevo fraude… Lo cierto es que hay una buena exposición de la historia, un suspense que desde el inicio señala a Carrera como un facineroso y una demostración de todas y cada una de las calamidades de la causa que todavía tiene a Fernando Carrera entre las rejas sabiendo que se presume inocente. También es cierto que hay un gran uso de la cosa tecnológica y un abuso de la imagen en cámara del director que pontifica y sabe todo y llega a provocar cierta molestia porque de paternalismos estamos todos cansados. No obstante para los amantes del género denuncia, puede ser una elección óptima ya que como maestro ciruela, Piñeyro explica todo sin dejar ni un solo cabo suelto. Cuando la película se exhibió en el BAFICI esta publicación no se hallaba on line, pero si hay algo que queda claro es que independiente es sólo aquel que tiene dinero, mucho dinero para buscar justicia o hacer cine cuando los demás arman cooperativas.
En el camino del falso culpable Con el humor ácido de una comedia negra, el racionalismo de las tramas detectivescas y una impecable investigación periodística, Enrique Piñeyro expone en su última película una sorprendente historia de errores ocultados intencionalmente y mentiras tomadas como verdaderas. El caso de Fernando Ariel Carrera es digno de un filme policial de ficción pero pertenece a la vida real: Carrera, un comerciante treintañero y padre de tres hijos, en enero de 2005 manejaba por una avenida, no lejos del centro de Pompeya, cuando fue interceptado por policías de civil -en un móvil no identificado- que confundieron su auto con el vehículo que momentos antes había participado de dos robos en la zona. Al tratar de eludirlos (creyendo que venían a asaltarlo), Carrera emprendió una huida desesperada, perseguido por estos policías sin uniforme, que además le disparaban. Finalmente, alcanzado por esas balas, perdió el control de su vehículo y atropelló a tres peatones, estrellándose contra un muro, donde aún le siguieron tirando. Sin embargo, sobrevivió y lo condenaron a 30 años de prisión. Los medios de comunicación en su momento presentaron este caso como “la masacre de Pompeya” y a Carrera como un psicópata social, siguiendo fielmente la versión, tal cual fue presentada por la policía y lo mismo hicieron los jueces, condenando sin chequear exhaustivamente la veracidad de las afirmaciones ni percibir la tergiversación de muchos datos tomados como evidencia. Los 90 minutos que dura la película están dedicados a demostrar la cadena de equívocos, desprolijidades, manipulaciones y mentiras gruesas que construyeron este caso. Engañosas apariencias “El Rati Horror Show” apela a imágenes de archivo televisivo, sobre todo de los noticieros que abordaron el caso, y las edita de tal modo que se evidencian las incongruencias de un proceso policial y judicial que apunta exclusivamente a demostrar culpabilidad, olvidando la presunción de inocencia. La película se dedica a demoler los argumentos de la acusación, en una investigación rigurosa que reflexiona acerca de la relatividad de lo que se cree ver y oír (esto se evidencia en las dudas, cuando se repregunta a testigos sobre las balas que creyeron escuchar o las sirenas que no escucharon, datos decisivos para sostener las argumentaciones condenatorias). La película tematiza sobre “las apariencias que engañan”, recordando al emblemático filme “12 hombres en pugna” de Sidney Ludmet, en que un solo hombre (Peter Fonda) está en desacuerdo con el resto de un tribunal popular, hasta que ese único hombre que discrepa, empieza a plantear dudas tan razonables que, poco a poco, van resquebrajando la inicial seguridad de los demás. Lucidez y humor Es evidente que Piñeyro utiliza al cine para hilar la trama profunda de un acontecimiento y aspira a transformar la realidad a partir de ello. Busca no extenderse, consciente de que el tiempo atenta contra la atención del espectador. Eludiendo lugares comunes del documental, prefiere la puesta en escena de lo que se dice, antes que las palabras: reconstruye el recorrido y el sonido de un disparo con un arma determinada; registra el sonido de una sirena en medio de un intenso tráfico; utiliza muñecos para representar a los jueces o a otros testigos para interactuar con ellos. Se apoya en animaciones para representar argumentos de uno y otro lado. Sin embargo, este cine de gran lucidez argumentativa y despliegue tecnológico no deja de lado al entretenimiento y el humor, a sabiendas de que su material tiene también mucho de espectáculo grotesco, del que forma parte incluso la mala utilización del lenguaje en boca de jueces o testigos clave: “Lo disparó” en vez de “Le disparó...”; “Estaba inconsciente o consciente o subconsciente” (ininteligible). Lo horrible de lo cómico Así como el director es un hombre de características renacentistas (ex piloto de avión, médico, director y actor de cine), sus películas también participan de múltiples facetas: cruce de géneros, entre documental y chispazos de comedia negra y novela policial, modelo argumentativo digno del buen periodismo de investigación. Pero finalmente, teniendo en cuenta su mismo titulo, “El Rati Horror Show” pareciera inclinarse por una demoledora síntesis en clave cómica, porque, como decía la cineasta checa Vera Chytilová: “Hay cosas que moverían a la risa si no fueran horribles”. Lo burdo de la manipulación en todas las instancias y lo terrorífico de que la investigación fue mal hecha (igual que la condena y el seguimiento periodístico), todo termina de cerrar con la idea de comedia negra que, al mostrarse en toda su trágica ridiculez, tal vez pueda servir para erradicar procedimientos que nunca deberían haber sucedido.