La condena de la filología Proyectos en los que un creador independiente se enfrentó a algún gigante de Hollywood o a alguna productora pequeña, mediana o grande hubo muchos a lo largo de la historia del cine, por lo que el caso de Entre la Razón y la Locura (The Professor and the Madman, 2019) no es precisamente una excepción. Mel Gibson venía con la idea de adaptar el libro The Surgeon of Crowthorne (1998), de Simon Winchester, desde hace dos décadas y se había propuesto dirigir él mismo el film, no obstante cuando la producción finalmente comenzó se decidió a contratar a un hombre de su confianza, Farhad Safinia, el iraní coguionista de Apocalypto (2006). Tendiente a querer controlar todos los aspectos de la película, entró en conflicto con la productora Voltage Pictures por pasarse de presupuesto y no ponerse de acuerdo en materia de las locaciones a utilizar, situación que derivó en que Gibson y Safinia abandonen el proyecto y sean reemplazados de inmediato por colegas. La esperable demandar posterior de la Icon de Gibson para evitar que la propuesta fuera estrenada, alegando que no se les permitió finiquitarla, no resultó a favor del señor y por más que él y su testaferro de turno hicieron todo lo posible para boicotear el opus y no promocionarlo, hoy lo tenemos delante nuestro: más allá de esta telenovela industrial y la lucha de egos y dinero invertido entre productores y realizadores que se confunden entre sí, sinceramente la película es bastante floja porque en esencia recae primero en uno de los problemas más comunes del cine pomposo contemporáneo, léase una duración excesiva que no se sostiene casi nunca desde una narración fofa y de pocas ideas, y segundo en esa serie de inconvenientes que a veces caracterizan al Gibson director, hablamos de su tendencia a la exageración heroica clasicista -sobre una base de redención de tipo cristiana- que puede ser intermitentemente interesante o francamente ridícula en sus fatuas ínfulas. El libro de Winchester en el que está inspirada la historia retrata la relación entre James Murray (Gibson), el editor del Oxford English Dictionary desde 1879 hasta su muerte, y William Chester Minor (Sean Penn), un cirujano del ejército estadounidense y veterano de la Guerra Civil de su país que enloqueció progresivamente y -producto de su paranoia- mató en Londres a un hombre llamado George Merrett (Shane Noone). El errático guión de Safinia, con correcciones varias de Todd Komarnicki a expensas de Voltage Pictures, se toma demasiado tiempo -y demasiados flashbacks, vueltas y apuntes innecesarios- para por fin llegar al encuentro de ambos protagonistas promediando el metraje, con ese Murray políglota y erudito autodidacta que trata de ayudar a un Minor que está encerrado por su crimen en el Hospital Broadmoor, quien a su vez auxilió a James enviándole miles de términos para sumar al diccionario, el más voluminoso y mejor documentado de la lengua inglesa y reemplazo práctico de su rudimentario homólogo de Samuel Johnson de 1755. A pesar de que se agradecen la denuncia del carácter deshumanizador de la psiquiatría y el cuidado en lo que respecta a los personajes, a decir verdad todo el episodio de la relación romántica entre Minor y Eliza Merrett (Natalie Dormer), la viuda de la víctima del anterior, no agrega nada al desarrollo y enfatiza la estrategia recurrente de Gibson -y de Hollywood en general- de tomar acontecimientos históricos reales y exagerarlos para construir una coctelera que deje contentos a todos vía un melodrama profesional/ psicológico/ épico/ institucional/ sensiblero volcado a las proezas y una infaltable superación personal que no convence a nadie por fuera de los lelos fanáticos de los manuales de autoayuda, la literatura rosa y todos esos latiguillos redundantes del marketing disfrazado de cultura, aquí paradójicamente convirtiendo a la filología más en una condena que en un factor redentor. Vale aclarar que la obra de Safinia no llega a ser un desastre porque incluye chispazos de brío y honestidad que pasan a complementar las buenas actuaciones de Penn y Gibson…
Tráigame más libros, por favor. Cuando leo es el único momento en que nadie me persigue. yo persigo cosas en la historia”, le dice el asesino a la esposa de su víctima. Ella lo visita en el psiquiátrico para llevarle libros y que le enseñe a leer. La mujer enviudó con cinco hijos a los que tiene que alimentar. El loco mató a su marido delante de su familia, pero aún así ella se sigue ocupando de contener al asesino. La razón es que está enamorada de él. IMG_20190423_073458 ENTRE LA RAZÓN Y LA LOCURA es la última película de Mel Gibson. El film, basado en la novela The Surgeon of Crowthorne de Simon Wichester, cuenta como un asesino internado en un psiquiátrico colabora con la confección del diccionario de Oxford. James Murray, un profesor de un colegio inglés, se embarca en la tarea de crear el diccionario más completo de la lengua inglesa. Para ello, junto com un equipo de trabajo empieza a recopilar términos y definiciones. Reciben la ayuda del público, que les envían por correo listas de palabras junto com sus significados. Minor, un asesino que se encuentra encerrado en un manicomio por el homicidio de un hombre, se entera del proyecto y colabora enviando más de 10.000 palabras al equipo de Murray. El investigador descubre la situación en la que se encuentra el mayor cooperante de su proyecto y empieza a pelear para que reciba el reconocimiento que no le quieren brindar por su locura. Mientras tanto, Minor recibe visitas de Eliza, la esposa del hombre al que mató. La viuda se acerca al psiquiátrico para llevarle libros y le enseñe a leer. La mujer y asesino empiezan a enredarse en una relación amorosa. La película es excesivamente larga y la trama tiene múltiples aristas. El film deja de lado el proceso mediante el cual se realizó el diccionario de Oxford y hace hincapié en otras temáticas que no forman parte de su carta de presentación. Le da mayor importancia a retratar las penas de guerra y la vida en los psiquiátricos. La guerra civil ha dejado graves secuelas en la cabeza de Minor. El padecimiento que vivió al servicio del ejército es la causa de su locura. Día a día, debe combatir en su mente alucinaciones y juegos persecutorios. El tratamiento que recibe en el hospital, lejos de contribuir a su mejoría, lo conducen a su destrucción. Los aberrantes métodos terapéuticos utilizados en ese momento en los psiquiátricos se hacen visibles en la película. Por otro lado, la conexión de Minor y los familiares de la víctima es poco creíble no solo su relación con Eliza. Luego del asesinato de su esposo, la viuda de mantener a su familia. Eliza tuvo que prostituirse para poder darle de comer a sus hijos. Aún así, la mujer lo visita en el hospital y contribuye a su contención. Después de iniciar su romance com Minor, los hijos de Eliza empiezan un proceso de reconciliación con el hombre que asesinó a su padre delante de ellos.
Una gran historia de la vida real que vale la pena conocerla, a pesar de "los adornos" y fantasías impuestas por el guionista. A algunos puede no cerrarles del todo ya que el modo en que se cuenta es muy...
El trabajo de Penn y Gibson es suficiente para que esta historia rara que demuestra que un hombre es mucho más que una sola cosa se convierta en un cuento agradable. Esta es la historia de dos hombres igualmente locos, aunque uno es un loco evidente y el otro, no. Tiene como núcleo la necesidad de crear un diccionario y de cómo se solventaron las dificultades de tal enorme tarea en el siglo XIX. Especialmente, de qué manera quien dirige la obra se encuentra con su mayor contribuyente, un hombre que ha enviado 10.000 definiciones, todas perfectas, todas correctas. Ese hombre es un tipo condenado por asesinato, y también un genio. El trabajo de Penn y Gibson (es cierto que el primero, como siempre, está dos puntos de intensidad por encima de lo que corresponde, pero aquí más o menos se puede disolver ese exceso en la propia historia) es suficiente para que esta historia rara que demuestra que un hombre es mucho más que una sola cosa se convierta en un cuento agradable de los que se sale con una sonrisa.
El nombre original me hace más justicia a la película: The Professor and the Madman. Además de ser contar la quijotesca obra encarada por Murray, es una historia de amistad, locura y obsesión. No es nada fácil complicar un diccionario y mucho más difícil con todos los cuestionamientos que Oxford University Press puede requerir. Compilar un diccionario no es solo juntar las palabras, describir su significado, su uso y la fonética, es adentrarse en la evolución de la misma desde la primera vez que se plasmó en una página y todo el camino que la llevó a estar vigente o no al día de hoy. Las actuaciones son magníficas, la fotografía y las locaciones de ensueño. Ambientada en mediados del siglo XIX, se han respetado todos los detalles posibles de Inglaterra de esa época. La mentalidad de ese entonces es bien representada por los actores. Se lleva los laureles el Sr. Sean Penn con su increíble actuación. Se puede comparar con la versatilidad mostrada en "Río Místico", en toda escena que él aparece, la hace propia y lo que lo rodea pierde importancia. Si bien es una película que puede catalogarse como dramática, tiene sus momentos de humor y emotivos. Cuando uno está al borde de las lágrimas, sucede algo que te sacude y retoma el curso de la historia. Lo más remarcable es que fue una historia real.
Algo anda mal. ¿Una película con Mel Gibson en la que el madman del título es otro y a él le toca hacer de un profesor sereno, sabio, cultor de la disciplina y padre de familia amoroso? Pero por favor. Uno piensa enseguida que si Mel Gibson va a interpretar a un profesor, el tipo no puede ser menos que el protagonista de El hombre sin rostro, su opera prima: un hombre desfigurado y consumido por el odio que vive alejado de la sociedad y que espanta a cualquier cristiano que trate de acercársele. Pero hay que saber esperar, nos sugiere la película, como si el espectador debiera ejercitar la misma paciencia que pregona su protagonista: a fin de cuentas, es posible que en Entre la razón y la locura haya más de un loco. La cosa es simple: James Murray, un escocés que habla con un acento muy sonoro, es invitado a hacerse cargo del proyecto del diccionario de Oxford. Los encargados del asunto no están tan de acuerdo con la idea y desde el principio la empresa adquiere un aire improbable. La historia del diccionario por sí sola debería bastar para filmar muchas películas, cada una mejor y más poderosa que la anterior: se trata de un trabajo titánico que atravesó todo tipo de cambios, ajustes y ediciones hasta llegar a la primera versión en fascículos de 1895 tras haberse iniciado casi cuatro décadas antes. Digamos que el tema es de esos que se filman solos: únicamente con poner una cámara y reconstruir levemente la época ya se tiene una buena película en entre manos. La llegada de Murray al proyecto supone un cambio de estrategia: el hombre hace una volanteada invitando masivamente a participar de la confección del diccionario, y un equipo muy reducido de empleados a su cargo trabaja ordenando la información sobre palabras y términos que envía la gente por correo. Un crowdfunding analógico. Nada funciona del todo hasta que una misma persona manda una cantidad impresionante de palabras con sus respectivas trayectorias de sentido a lo largo de siglos y lenguas. El tipo resulta ser William Chester Minor, un cirujano estadounidense internado en un instituto psiquiátrico inglés después de haber cometido un asesinato durante una alucinación. El contrapunto entre Murray y Minor es el corazón de la historia, pero el relato de Minor con sus ataques, su vida en el psiquiátrico y su búsqueda de redención despojan a la historia de Murray y de la creación del diccionario de una buena parte de su interés; el loco y su mundo son como un lastre, una carga muerta que hunde narrativamente a todo el relato. Uno tiene la impresión de estar viendo dos películas: una vital, fascinante, que transforma una hecho verdadero en un material puramente cinematográfico; la otra densa, morosa, lastimera y, para colmo, recargada con la sobreactuación del pesado de Sean Penn (hay un plano en el que el tipo grita mirando al cielo mientras un montón de personas lo agarran y la cámara lo observa desde arriba; parece una cita directa a Río místico, tal vez el único desliz de Eastwood como director). No, resulta claro para cualquiera que la historia de Murray podría haber ocupado la película entera (nota al pie: se sabe que hubo un litigio terrible entre Mel Gibson y la productora de la película: diferencias de criterios, decisiones que debían tomarse en conjunto con Icon y otros desaguisados hicieron que Gibson demandara a Voltage Pictures y que se negara a promocionar la película durante su estreno en Estados Unidos). Además, el personaje de Mel Gibson encarna una locura infinitamente más honda e inquietante que la que Sean Penn trata de hacernos creer con sus tics y con su cara de eterno sufrimiento. Gibson es el profesor, sí, el que trabaja con la palabra, el que maneja una cantidad inverosímil de saberes e idiomas, el family man que provee alimento y cariño en dosis iguales, pero también es un obsesivo que persigue a sus ayudantes para mostrarles que siempre les falta algo: un dato, un siglo, una acepción, y que entonces un trabajo de varias semanas no sirve y deben empezar todo de nuevo. La de Murray es una tragedia narrada con discreción: un obsesivo sin remedio que se hace cargo nada menos que de la confección de un diccionario entero, una tarea visiblemente por encima de sus posibilidades y que amenaza con aplastarlo. El escocés se pasa todo el día sentado en su escritorio leyendo y corrigiendo, siguiendo pistas de términos a lo largo de siglos y geografías solo para perderles el rastro y tener que volver a comenzar la pesquisa. El tipo se queda dormido recién a la mañana, descansa un rato sobre la mesa y cuando se despierta sigue trabajando en el escritorio como si nada, sin siquiera levantarse a desayunar. Hay algo de borde (y de border) en el personaje que lo transforma rápidamente en una criatura hecha a la medida exacta de Mel Gibson: mientras que Penn tiene que gimotear y hablar con temblores para dar la talla de un desequilibrado, Gibson parece ser uno de los actores (y directores) que entiende verdaderamente la locura, que mejor sabe apropiársela y hacerla suya sin excesos ni golpes bajos, sin exagerar nada, como si los dos fueran viejos conocidos que vuelven a encontrarse hasta en las películas más improbables.
En el año 2019 mirar una película como Entre la razón y la locura (The Professor and the Madman) es un viaje hacia otro mundo que hoy parece lejano, pero que comparte con cualquier otra época de la humanidad la pasión por el conocimiento. Siempre ha habido, aun hoy, personas cuyo deseo de abarcar y entender el conocimiento humano los lanzó a tareas titánicas que iban incluso más allá de lo que podían abarcar con su propia vida. Esta película cuenta una de esas historias y no debería ser ignorada por los amantes del conocimiento. La película cuenta un momento clave de lo que en un futuro formaría el Diccionario Oxford (Oxford English Dictionary) considerado el más erudito y completo diccionario de la lengua inglesa, así como el principal punto de referencia para su estudio etimológico. Cuando en 1878 el profesor James Murray fue contactado por los delegados de Oxford University Press y le propusieron ser el editor del descomunal proyecto. El proceso titánico tuvo varios momentos de zozobra pero el otro personaje clave destacado por la película es el Dr William C. Minor, quien estaba en una institución para criminales con trastornos mentales y que por sí solo creo más de diez mil entradas para el diccionario. Ambos personajes, obsesivos, obstinados y brillantes, consiguieron llevar adelante uno de los momentos más importantes en el registro del conocimiento de un idioma. A lo largo de la película es simplemente abrumado observar no solo lo difícil del proyecto sino además las dificultades de un mundo sin la tecnología con la que contamos hoy o se contó en la segunda mitad del siglo XX. A una reconstrucción de época impecable a la película se le debe sumar un elenco notable, encabezado por Mel Gibson como el profesor Jame Murray y Sean Penn como el doctor William C. Minor. En dos tonos diferentes, ambos sostienen la película y le aportan drama a una trama no tan sencilla de contar. Conseguir que se entienda lo que se está contando depende no solo del guión en este caso, sino también de ambos actores. Lo primero que querrá hacer el espectador al terminar de ver la película es saber más sobre estos personajes y sobre la realización del diccionario. La misma pasión que animó a estos hombres inunda a quien vea la película. El amor por el conocimiento y los libros es festejado aquí como pocas veces se ve en el cine actual.
Demasiadas palabras La historia de la confección del primer diccionario de lengua inglesa deambula entre lo convencional y lo tedioso, porque las actuaciones de Mel Gibson y Sean Penn no salvan al film de un relato demasiado convencional y excesivamente dialogado. Estamos en la Inglaterra del siglo XIX, con una primacía imperial en el resto del mundo, tanto económica como a nivel lenguaje. La realización del Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa en tiempos en que los documentos valían más que los hechos no era ilógico. Lo ilógico es que para hacerlo se convoque en 1857 al Profesor James Murray (Mel Gibson) que ni siquiera tenía título de doctor en aquel entonces. Bajo su supervisión Murray entiende que necesita trabajar con un equipo para llevar adelante el titánico emprendimiento y descubre al Doctor W.C. Minor (Sean Penn) como su mejor colaborador, un veterano de la Guerra Civil de Estados Unidos preso por asesinato en un asilo para criminales dementes. Resulta novedosa la participación de actores de la talla de Mel Gibson y Sean Penn en este tipo de historias. Sus carreras siempre estuvieron ligadas a personajes de mayor despliegue físico que a su verborragia discursiva. Sin embargo Gibson, también productor y quien llevó adelante el proyecto (iba a dirigir la película hasta que se la encomendó a Farhad Safinia, guionista de Apocalypto), no desentona del todo articulando gestualidad con sus ojos y boca en cada discurso que le toca pronunciar. Lo de Penn es diferente, es el loco perdido del título, y sus ademanes terminan siendo tan exagerados para la película que invalidan hasta su enorme talento. La amistad que debían construir en el film se siente extraña y forzada. En este cuento el conflicto son los protocolos de la época, siempre conservadores y regresivos que se vuelven los grandes problemas de los protagonistas para avanzar con el trabajo académico encomendado. Aparece un villano de telenovela que desaprueba la labor del profesor, y un médico sádico que somete a pruebas mentales al convicto. Casi sin proponérselo la película afirma que caer por aquellos años en una institución mental inglesa era tan peligroso como caer en manos del nazismo. Basada en la novela escrita por Simon Winchester, Entre la razón y la locura (The Professor and the Madman, 2018) parece un clásico film británico: una narración clásica y lineal, acento en el melodrama y la reconstrucción histórica y hablada hasta por los codos. Un formato casi televisivo anclado en el discurso para hacer avanzar la historia. El resultado es un film que aburre y se hace tan interminable para el espectador como para los personajes la elaboración del diccionario.
En el lapso de dos largas horas nos encontramos ante dos historias en la Inglaterra de 1872: una de ellas es la de James Murray en la piel de Mel Gibson, siendo un editor a quien se le encarga en el año 1857 (pleno siglo XIX) la realización del diccionario Oxford English Dictionary representando un arduo trabajo que se extenderá desde 1879 hasta su fallecimiento. Para ese trabajo deberá mudar a toda su familia, quien lo apoya incondicionalmente. Por otro lado contamos con la historia del médico cirujano y ex convicto de la Guerra Civil Americana William Chester Minor interpretado por Sean Penn quién padece delirios reipersecutorios encontrándose internado en el Hospital Broadmoor por causar la muerte de un inocente llamado George Merret, quien estaba casado con Eliza y con quien tenía varios hijos. Chester resulta un erudito y termina siendo un colaborador incondicional de James Murray en la realización del diccionario ya que le aporta la definición de aproximadamente 10.000 palabras. Esto sucede cuando Murray pide ayuda externa al ver que le lleva demasiado tiempo terminar su tarea. Basado en la novela de Simon Winchester, el film resulta interesante, ya que se abren un abanico de otras historias que no conviene develar, aunque quizás resulte algo extenso en algunos pasajes. Destaco las buenas actuaciones, sobre todo de Sean Penn y en menor medida de Mel Gibson, sobre quienes pesa casi toda la trama de esta amistad inesperada y la Dirección de Arte que nos invita a hacer un viaje en el tiempo que resulta, por momentos, atrapante, más cuando sabemos que la película está basada en una historia real. ---> https://www.youtube.com/watch?v=3IrAly1lcB8 ---> TITULO ORIGINAL: The Professor and the Madman ACTORES: Mel Gibson, Sean Penn. Jennifer Ehle, Ioan Gruffudd, Natalie Dormer, Jeremy Irvine. GENERO: Drama , Biográfica . DIRECCION: Farhad Safinia. ORIGEN: Irlanda. DURACION: 124 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 09 de Mayo de 2019 FORMATOS: 2D.
El cine es lenguaje. Este ejercicio y sus usos, desencadena en una lengua que fluctúa con el tiempo tal como modificamos el habla. En algún momento de la historia, alguien se tomó el tiempo de tratar de recopilar todas las palabras del idioma y asentarlo en un escrito. De esto va “The Professor and The Madman”, un drama biográfico sobre la primera creación del Diccionario de Inglés de Oxford. Una cinta que trata de mostrar, además del arduo trabajo que supone esta recolección de palabras, un retrato de como la genialidad y la locura se combinan para darnos amor, amistad y perdón. Uno de los datos curiosos, es que también la producción del film puede ser caótica. Tras varios intentos de que la película salga a la luz, terminó siendo dirigida por Farhad Safinia , que debido a problemas legales debió aparecer su crédito como P.B. Shemran. Un periplo tal como pasaron James Murray y William Chester Minor. Murray (Mel Gibson) fue el hombre que comenzó a recopilar palabras a mediados del siglo XIX; y contaría para este proceso con la ayuda del asesino convicto William Chester Minor (Sean Penn), que ingresó más de 10.000 palabras al diccionario mientras estaba interno en un hospital para enfermos mentales. Estos dos monstruos de la actuación elevan este drama histórico, con su talento y sus voluptuosas barbas. En especial Sean Penn, que con su performance lo vemos volver a sus mejores momentos. En la parte técnica, vemos un gran uso del sonido y la fotografía que hacen que una película de época tenga un ritmo más dinámico. Es larga y se puede decir que tiene 20 minutos de sobra, pero cada vez que salen en pantalla los dos protagonistas es un disfrute. Hubiera estado bien ampliar el conflicto del maltrato psiquiátrico que sucedía en las residencias mentales. No es una joya cinematográfica, pero sí una película necesaria, ya que es una parte de la literatura y la historia moderna que no se conoce. Para los interesados en la lingüística, las redenciones y el buen cine. Un mundo en donde cada palabra tiene detrás amor y poesía. Como diría Neruda, nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras.
De haberse filmado 20 años atrás, Entre la razón y la locura habría sido firme candidata para la temporada de premios. A saber: dos actores en su momento de renombre, pero hoy venidos a menos (Mel Gibson y Sean Penn), una recreación perfecta de mediados del siglo XIX y una historia fascinante como la de la creación del Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa. Pero ahora, con los cines volcados al gran espectáculo, su estreno se produce en silencio, casi inadvertido. Para esto último influye también la apelación a varias recurrencias formales y narrativas que hoy lucen apolilladas, dignas de otro tiempo. Empezando, claro, por una dupla protagónica que hace de la sobreactuación una norma, en especial Sean Penn, que sigue pensando que interpretar es gritar y gesticular exageradamente. Que encarne a un auténtico lunático no ayuda demasiado. Pero el protagonista central no es Penn sino Gibson, quien da vida a James Murray, un escocés al que le ofrecen hacerse cargo del proyecto del diccionario de Oxford. Una tarea faraónica, en tanto la meta es rastrear todas las palabras en inglés, en todas sus acepciones y con ejemplos para cada una de ellas. El trabajo se empantana hasta que la carta de uno de los tantos voluntarios que enviaron información aparece como salvación. Ese escriba es William Minor, un cirujano estadounidense y veterano de guerra internado en un psiquiátrico británico después de haber cometido un asesinato durante uno de sus ataques alucinatorios. La estructura narrativa de Entre la razón y la locura descansa sobre tres pilares. Por un lado, el titánico esfuerzo de Murray para llevar adelante una misión más cercana a la locura que a la razón que atribuye el título. Por otro, la historia de Minor y su progresiva descomposición mental, a lo que suma el inicio de una relación amorosa con la mujer de su víctima. Ambas partes no se llevan del todo bien, y da la sensación de que se tratan de dos películas distintas que nunca terminan de cuajar. A lo quijotesco del trabajo de Murray, con toda su pulsión didacta, se le cruza el drama sobreactuado de Penn y su derrotero mental. El tercer pilar es la interacción entre ambos. Luego de recibir el material de Minor, Murray empieza a frecuentarlo en el psiquiátrico hasta que establecen algo parecido a una amistad. El problema es que Penn es tan amanerado en sus gestos, tan evidente en su actuación, que hace que hasta Gibson parezca un actor sutil. De haberle dedicado más atención a esa aventura lingüística, Entre la razón y la locura habría sido una película más concentrada, más noble y genuinamente intensa, además de mucho mejor.
Mel Gibson tiene tantos enemigos en Los Angeles que surgen a la vista como las palmeras en las avenidas de Hollywood. Son muchos, y con Entre la razón y la locura, que protagoniza, no fue la excepción: se peleó con otra empresa productora, y tal vez el resultado final, lo que vemos en la pantalla, no es entera responsabilidad suya. El director ganador del Oscar por Corazón valiente interpreta a James Murray, el filólogo e investigador, quien fue editor del Oxford English Dictionary, desde 1879 hasta que murió. William Chester Minor, el rol que compone Sean Penn, quien era loco pero también inteligente, fue un médico del Ejército estadounidense que peleó en la Guerra Civil y que enloqueció de manera progresiva: trabó relación con Murray desde el hospicio en el que quedó internado no sólo por su locura, sino porque la paranoia lo llevó a asesinar a un hombre, creyéndolo otro, ya en Europa. En Entre la razón y la locura tenemos a los dos protagonistas encerrados: uno, en su trabajo enciclopédico, y el otro, en una prisión para criminales con trastornos mentales, además de su propio mundo. Uno le enviaba términos para sumar al diccionario, más de diez mil; el otro era un erudito autodidacta -lo que le jugó muy en contra entre los académicos del momento- que intentaba ayudar al estadounidense mientras estuvo en el Hospital Broadmoor. La película va cambiando de eje a medida que se suceden flashbacks, o por ejemplo la historia romántica que se crea entre Minor y la viuda (con hijos) de su víctima, Eliza Merrett -Natalie Dormer, quien fue Margaery Tyrell en Game of Thrones- no es que aporte demasiado. Si bien Entre la razón y la locura está basada en personajes y hechos reales, suena a que alguna de las historias o subtramas han sido algo agrandadas o alargadas. O que, en el total del metraje de la película, han tenido una proporción, un porcentaje mayor que el que debiera. Porque cada espectador podrá elegir -hasta que confluyan, e inclusive también luego- a quien seguir con mayor interés: al estudioso o al asesino arrepentido. Y no importa a quién escoja o por cuál subtrama opte, ambas tienen a dos intérpretes que cumplen labores mayúsculas.
[REVIEW] Entre la razón y la locura. La colosal tarea de crear el primer diccionario de lengua inglesa toma vida en este film protagonizado por Mel Gibson y Sean Penn. Todos sabemos que cada idioma posee una cantidad inmensa de palabras, muchas incluso que ni conocemos. Pero si nos ponemos a pensar, alguien debe haberlas catalogado. Imaginen tomar todas las palabras del idioma castellano y recopilarlas, una por una, a mano, buscado sus etimologías y cambios a través de los años…todo ello sin la posibilidad de utilizar computadoras y/o internet. Esa es la historia que nos presentan aquí: como el diccionario del idioma inglés de Oxford (o The Oxford English Dictionary) tomó forma, quienes fueron sus responsables y quienes sus detractores. Y quienes literalmente dedicaron su vida a la tarea de definir todas las palabras de un idioma (que en esta caso, y hasta la última versión, posee 700.000 entradas). En Entre la Razón y la Locura, vemos como un autodidacta de las lenguas, James Murray (Mel Gibson), se pone a los hombros la inmesurable tarea de lograr lo que hasta el momento se cree imposible: compaginar todas las palabras del idioma inglés en un libro condensatorio. Lo importante es que tiene un plan: pedirle ayuda a toda persona lectora de habla inglesa a la que se le pueda alcanzar. Ellos deben buscar las palabras inusuales y darles una cita, ayudarlos a trazar la historia de la misma. Para sorpresa de todos, una persona en particular toma interés en esta tarea y pone todo su empeño en llevarla a cabo. Claro, esto se debe a que el Dr. William C. Minor (Sean Penn) está preso en un manicomio por homicidio. Debido a que mató a un inocente por confundirlo con alguien de su pasado. El film recorre no solo la creación de lo que es uno de los diccionarios más importantes del mundo, sino también la relación de dos hombres que, probablemente, no se hubieran conocido de otra forma. A todo esto hay que sumarle la relación que se irá desarrollando entre Minor y su psicólogo (Stephen Dillane), entre Minor y la viuda de su víctima (Natalie Dormer) e incluso entre Dormer, Murray y Eddie Marsan, quien hace de Muncie, el guardia en jefe del manicomio. Es esta suma de relaciones las que hacen al film interesante. Minor, cuando está lúcido, es tan inteligente como pocos y se gana el respeto de los guardias al salvarle la vida a un joven que queda atrapado bajo una reja. Ni siquiera la viuda puede, una vez que lo conoce, odiarlo. Principalmente, porque el hombre está consciente de que se equivocó de persona y nunca se considera injustamente tratado porque, según sus propias palabras, el mató a un hombre. Como toda gran empresa de la historia, la creación del diccionario de Oxford tuvo también sus interesados y sus detractores y, obviamente, aquellos que querían poner sus intereses económicos sobre los de los intelectuales. Y son estos los que llevarán a Murray a dudar de su capacidad y de su alianza con Minor. Pero al final del día, ambos hombres descubren en su fortuito una persona similar en intereses y en objetivos, alguien con quien compartir las pasiones intelectuales que a veces no son comprendidas por todos. Y es esta unión la que, eventualmente, le traerá a ambos más de los que nunca imaginaron, además de un gran diccionario. La historia es la gran estrella del film, incluso contando los actores que la interpretan, ya que logra que algo tan inocuo y aparentemente aburrido como la creación de un diccionario sea interesante. Peca un poco de lenta de a momentos, pero solo de a momentos. Y además está acompañada por una selección de locaciones espectaculares, como suelen proveer las películas de época inglesas. Entre la Razón y la Locura nos trae una historia que demuestra lo volátil que puede ser la condición humana y lo inesperado de la misma, que nos puede traer amigos y más en los momentos más oscuros y de los rincones menos esperados.
Cualquiera diría que las anécdotas más apasionantes sobre la creación de un diccionario no pasan de discusiones sobre filología. Según fue narrada por el escritor y periodista Simon Winchester en su best seller El profesor y el loco, la confección del primer diccionario de lengua inglesa de Oxford resultó la más inesperada de las aventuras: no solo la titánica tarea de compilar todas las palabras del inglés recayó en un lingüista amateur que abandonó la secundaria, sino que su principal colaborador fue un esquizofrénico encarcelado en un asilo por homicidio. Esta historia capturó la atención de Mel Gibson, quien estuvo años intentando llevarla a la pantalla. En el proceso, el film le fue quitado de las manos (y de las del debutante Farhad Safinia, guionista de Apocalypto, quien firma aquí con seudónimo, nunca una buena señal) y reeditado por los productores. Acaso esto explique varios agujeros de la trama. Sin embargo, no justifica la brutal sobreactuación de Sean Penn, que hace su propia compilación de cada uno de los manierismos de un loco, ni el burdo intento de anabolizar la trama con una improbable historia de amor o con villanos de cartón que cumplen con la mecánica tarea de interferir con el protagonista. En una época en la que las disputas lingüísticas, como las que genera entre nosotros el lenguaje inclusivo, están hasta en las mesas de café, este relato podría haber resultado una muy oportuna intervención. En cambio, el mismo tema que vuelve la historia atípica y apasionante es rápidamente dejado de lado para caer en otro drama convencional sobre la amistad entre dos hombres obsesionados.
Un proyecto de Mel Gibson que paso por muchos problemas, que se estrena con el nombre de un director inventado y que posee muchos altibajos. La película está basada en el libro de Simón Winchester, que cuenta la historia de James Murray, el hombre que le dio vida al “Oxford English Diccionary”. Gibson sumó como director en su opera prima a Farhad Safinia (Que le escribió y produjo “Apocalypto”) y cuando comenzaron los conflictos para poder filmar más de lo previsto, con peleas y juicios, el nombre del director voló y el film se estreno con un responsable de fantasía PB Sherman. Pero al margen de las dificultades en el proceso de filmación, la película en si tiene varios problemas. Lo que más suspicacias despertaba, el porqué Gibson se metía en este proyecto, le permitió demostrar que puede ser medido y muy correcto en su composición. De lo mejor de esta producción. Es que se trata de una de esas películas donde se supone que hay una gran oportunidad para los actores. La elección de Sean Penn para encarnar a un loco abrió las puertas del desatino; Librado a su propio criterio su desempeño es exagerado, de supuesta demostración de capacidades que desbarranca en todo momento. Nadie lo limitó, dirigió, acompañó. La historia del hombre autodidacta que afronta una tarea titánica, y la del loco asesino que lo ayuda desbordadamente, no llega a buen puerto. Los personajes femeninos están desdibujados. Y se le agrega un romance inverosímil apenas sugerido por el autor del libro, que tampoco convence.
De la A a la ZZZZZZZZ. Con soberbia refinada es que el director Farhad Safinia lleva a cabo la historia real de dos hombres que iniciaron la descomunal tarea de dar forma al diccionario Oxford, el más completo de la lengua inglesa. Por un lado, se encuentra el profesor James Murray (Mel Gibson), principal responsable de recolectar y definir el contenido de los tomos del diccionario. Por el otro, el doctor William Minor (Sean Penn), un ex militar estadounidense que es internado en un psiquiátrico de Londres tras asesinar por error a un hombre. Cada cual se abocará a la tarea de dar forma al volumen enciclopédico al mismo tiempo que se forjará una amistad entre ambos. El film se presenta y desarrolla de manera clásica, siguiendo la fórmula del cine de época donde cada aspecto que lo conforma se desenvuelve de manera correcta. Pero justamente la corrección es lo que le juega en contra a una historia que carece de pasión al ser contada y no logra transmitir la empatía necesaria para con sus personajes. Atestiguamos a un hombre como William, quien vive bajo el acecho de los fantasmas de su pasado militar, la culpa de haber dejado viuda a Eliza (Natalie Dormer), madre de cinco sin sustento alguno, y la tortura física y mental de los barbáricos métodos del doctor Richard Brayne (Stephen Dillane). Y a pesar de todo ello que podría ganarse la empatía y el interés del público, la manera desapasionada en que es narrada la historia borra toda posibilidad de lograrlo. El director construye a sus personajes tanto por separado como en conjunto, dotando al film de eventos que se desencadenan con naturalidad, brindando igual de importancia a la labor lingüística como también al estado mental del paciente psiquiátrico. Pero al mismo tiempo devela una necesidad melodramática que intenta por sobre todo provocar una emocionalidad que, debido a su tediosa implementación, jamás logra. El sentimiento, la pasión están allí de forma ausente, un dejo de intención que asoma levemente y que es enterrado bajo el letargo del relato. De forma contradictoria, mientras los protagonistas dedican años de su vida a archivar y definir la nueva lengua inglesa en lo que se convertiría uno de los diccionarios más prestigiosos, el film de Safinia por definición es un manual poco práctico con un lenguaje conocido pero que no dice mucho ni transmite el peso de importancia que en su forma alega tener. Así, Entre la razón y la locura funciona como un acercamiento a la historia detrás de las palabras, pero es en la lectura misma que hace de los hechos que el material pierde a su lector, o mejor dicho espectador, conforme la narrativa avanza de manera poco interesante. El contar con el talento de actores de renombre como Mel Gibson y Sean Penn no le asegura una efectividad o mayor peso del que el guion y la forma narrativa les ofrece para trabajar. Conocido es el refrán “las palabras se las lleva el viento”. En el caso de este film, lo único que se lleva las palabras es el tiempo del espectador.
En un principio la idea de ver una película sobre el origen del diccionario Oxford no parece precisamente una propuesta apasionante. Sin embargo, cuando descubrimos que la obra más completa de la lengua inglesa fue concebida por un profesor que tenía mínimos antecedentes académicos y un convicto homicida, internado en un hospital psiquiátrico, el interés que despierta esta producción cambia por completo. Entre la razón y la locura es un proyecto frustrado de Mel Gibson que llamó la atención del actor a mediados de los años ´90. Originalmente iba a ser su siguiente película como cineasta luego de Corazón Valiente pero otros trabajos se interpusieron en el camino y con el paso del tiempo se fue postergando. En el 2016 decidió delegar la dirección en Farhad Safinia, el guionista de Apocalypto y Sean Penn se sumó al reparto como co-protagonista. Lamentablemente el rodaje se vio afectado por una disputa entre los artistas y la productora Voltage Pictures por cuestiones de presupuesto y tanto Gibson como Safinia fueron desplazados del proyecto que habían concebido. La película fue terminada por el guionista de Sully, Todd Komarnicki, quien rescribió el guión original y se encargó de concluir el rodaje. Gibson demandó a Voltage por impedirle terminar el film e intentó suspender su estreno comercial pero la Justicia falló en su contra y por esa razón se negó a promocionar esta propuesta. En consecuencia, la versión de esta historia que llega a la cartelera no es la película original que filmaron Mel y el director Safinia sino el corte de la compañía Voltage. Aunque nunca sabremos como hubiera sido la visión original esta producción no deja de ser interesante por la premisa que presenta. El foco de la historia se centra en la particularidad amistad que se gestó entre el profesor James Murray (Gibson) y William Chester Minor, un convicto con problemas de esquizofrenia, interpretado por un excelente Sean Penn. Dos renegados del mundo académico de las universidades que emprendieron la titánica tarea de desarrollar el diccionario de lengua inglesa más completo de la historia. Una obra que iniciaron en 1884 y recién se publicó en 1928. La película retrata la pasión de estos hombres por la lengua y etimología de las palabras dentro de un proyecto que a fines del siglo 19 parecía una tarea imposible de llevar a cabo con éxito. A lo largo del film se desarrolla muy bien la obsesión de Murray por hacer realidad la concreción del diccionario y el contexto en el que Minor aportó sus colaboraciones. Probablemente la parte más dura de este relato, ya que se describe con mucha precisión los métodos inhumanos que usaba la psiquiatría de ese período para tratar las enfermedades mentales. La labor de Penn con este personaje es formidable y le otorga matices muy interesantes a este hombre que tenía serios problemas psicológicos y al mismo tiempo era un genio, con una memoria fotográfica extraordinaria, cuya labor fue clave en la producción del diccionario. Las escenas que comparten los dos protagonistas representan la gran atracción de este drama de época que deja la intriga de saber cómo hubiera sido la versión original que concibieron Gibson y el director Safinia. Para los aficionados a la historia y el mundo de las palabras es una alternativa muy interesante que merece ser tenida en cuenta.
Por algún motivo que escapa mi comprensión, alguien pensó que era una buena idea llevar al cine la historia de las personas que crearon el famoso Diccionario de Oxford. En el mundo de la producción de cine hay un dicho que reza “si la idea es mala, no importa lo que hagas, o como lo maquilles, la película va a ser mala”. Esta frase se aplica a la perfección a The professor and the madman (El profesor y el loco, título original), porque si bien el film tiene unos cuantos valores en su producción y realización, no escapa al fallido. Primero y principal hay que aclarar que esta producción irlandesa es demasiado aburrida. Realmente cuesta terminar de verla. Hay que hacer un gran esfuerzo para bancarse todo el metraje. Y esto no sucede por una narrativa lenta, porque hay varias películas construidas de ese modo y que no aburren. No hay grandes pausas de diálogo para echar culpa. Lo que sucede es, sencillamente, que la historia no da para el cine. Son engañosos los primeros minutos, cuando nos presentan a uno de los personajes principales en una secuencia de persecución y crimen, porque luego todo es demasiado aburrido. Y si bien la relación entre los personajes es, supuestamente, el atractivo principal, son las escenas -intolerables- que tienen que ver con el diccionario lo que hace insoportable al film. Mel Gibson y Sean Penn hacen un gran trabajo en sus respectivos papeles, pero lejos de cualquiera de sus roles memorables. La ambientación, vestuarios y recreación histórica es lo único elogiable. No es poca cosa, pero no alcanza. La ópera prima del realizador iraní Farhad Safinia resulta en una biopic innecesaria y soporífera.
Basada en una historia real plasmada en el libro de Simon Winchester, “Entre la razón y la locura” es un drama protagonizado por Sean Penn y Mel Gibson, con dos personajes que provienen de diferentes lugares y se terminarán encontrando (y reencontrándose consigo mismos) a partir de una meta en común, aunque los motivos sean distintos. De trasfondo queda entonces la historia de la primera edición del diccionario inglés de Oxford y una exploración sobre el lenguaje, un trabajo que lleva años y que en realidad nunca termina porque, como se debate bastante actualmente a causa del florecimiento del lenguaje inclusivo por ejemplo, éste no deja de mutar. Durante mediados del siglo XIX, el profesor James Murray (un hombre que ha recopilado una cantidad admirable de conocimientos y de idiomas pero de manera autodidacta, por lo tanto sin títulos) es contratado para trabajar en lo que menos pronto de lo esperado sería el Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa. El trabajo es arduo por lo que se le ocurre recurrir a la colaboración de voluntarios a los que se acerca a través de una carta que reciben con cada libro que compran. Uno de esos libros, y una de esas cartas, cae en manos del doctor William Chester Minor, recluido en una prisión para criminales con trastornos mentales por haber asesinado a un hombre corriente en medio de un ataque alucinatorio. Este hombre que no puede vivir consigo mismo porque desde que volvió de la guerra ve fantasmas que lo acechan por la noche, de repente encuentra en estos libros y en esta búsqueda frenética de palabras algo más que una distracción, una forma de abstraerse de sus demonios. La película, que está dirigida por Farhad Safinia (que había sido guionista de "Apocalypto" junto a Mel Gibson) comienza con dos líneas paralelas que tardan en juntarse. Así, Sean Penn y el personaje del doctor trastornado al que interpreta cuenta con una mayor y mejor construcción. Es que cuando sucede el asesinato, por supuesto tiene consecuencias. La persona a la que asesina no es más que un hombre común, en este caso marido y padre. Y entonces está ahí la viuda, una mujer que tiene varios hijos por mantener ahora sola y a quien el doctor quiere ayudar, consciente de que la mala pasada que su mente le jugó le costó una vida. Por eso lado se desplegará la parte más atractiva a nivel narrativo de la película. También resulta interesante ver cómo funciona el sistema en el que el doctor se encuentra encerrado. En una de sus primeras escenas asiste en un accidente a un oficial y a partir de ahí se gana el respeto de todos. Comienzan a ayudarlo, a hacerle la estadía más agradable, pero hay un tipo de ayuda que necesita que no consigue. Después, por el otro lado, somos testigos del difícil trabajo que será llevar a cabo este diccionario y la poca libertad que el profesor tendrá para hacerlo a su modo. Ahí también aparece también las ganas del profesor de poder ser reconocido más allá de su falta de títulos, de ser admirado. Casi a la mitad de la película ambos personajes se cruzan, cuando el profesor por fin recibe una cantidad de colaboraciones que le servirán y resulta que todas provienen de la misma persona. Viaja a conocerlo y esa amistad seguirá creciendo a través de cartas. Entonces estamos ante una trama llena de aristas y personajes interesantes y comandada por dos actores de renombre y talento, sin embargo “Entre la razón y la locura” nunca termina de funcionar a causa de un guion lleno de diálogos ridículos y una dirección poco inspirada. Todo fluye de manera forzada, apelando a la emoción fácil. Sean Penn aprovecha su personaje y entrega una interpretación con mucha fuerza, con pocos momentos de sutileza –que los tiene, son pocos pero los mejores. Al contrario, a Mel Gibson se lo ve desganado. Finalmente, se siente como oportunidad desaprovechada. Si bien la historia de la creación de un diccionario no parece a simple vista tener un gran atractivo, gracias a lo que concierne con el personaje del doctor la historia se torna mucho más atrapante. La exploración entre la locura y la inteligencia también termina quedando en un segundo plano y la amistad entre ambos personajes está construida de manera rápida, sin la fuerza necesaria, como si dos películas diferentes chocaran. Buenas intenciones y una reflexión atractiva sobre la posibilidad de encontrar amigos en los momentos más oscuros e incluso de utilizar la literatura (con el lenguaje en este caso) como escape no terminan siendo suficientes. “Entre la razón y la locura” es un drama regular que funciona para conocer esta fascinante historia y poco más.
Por algún motivo no hay muchas películas sobre la confección de un diccionario. Y el motivo queda totalmente claro viendo esta soporífera “Entre la razón y la locura”: una película sobre la gente que emprende esa tarea puede ser muy aburrida. Eso aun cuando, en este caso particular, la historia incluye el detalle curioso y dramático de que un colaborador de ese diccionario es un paciente psiquiátrico. Estamos ante un caso verídico adaptado, entre otros, por el venerable John Boorman. Mel Gibson interpreta al encargado de confeccionar el Diccionario Oxford del idioma inglés, tarea ciclópea para la que ensaya una curiosa estrategia; pedirles a voluntarios que envíen entradas con vocablos a analizar e incluir en el diccionario. Y uno de los mayores colaboradores es un ex soldado internado en un manicomio. Más allá de las palabras del diccionario, este es un film demasiado dialogado en el que, como mucho, hay dos o tres escenas de auténtica intensidad dramática. El ritmo es apocado y, desde luego, lo único más o menos rescatable son las actuaciones de Mel Gibson y de Sean Penn, respectivamente el profesor y el demente referidos en el titulo original.
Una biografía sobre la creación de lo que hoy conocemos como el diccionario Oxford no resulta estimulante para una película de viernes o sábado a la noche. Es cuestionable hasta para un domingo lluvioso, pero increíblemente The Professor and the Madman es una llevadera biopic con una dupla protagónica aplastante, que eleva una propuesta que de otra manera podría resultar pretenciosa a rabiar.
Uno brillante, otro loco Entre la Razón y la Locura (The Professor and the Madman, 2019) es una película de drama biográfico dirigida por P. B. Shemran, que también se encargó del guión junto a Todd Komarnicki. Está basada en el libro de Simon Winchester titulado The Surgeon of Crowthorne: A Tale of Murder, Madness and the Love of Words. Protagonizada por Mel Gibson y Sean Penn, el reparto se completa con Natalie Dormer (Juego de Tronos, El Bosque Siniestro), Eddie Marsan, Ioan Gruffudd (102 Dálmatas), Jennifer Ehle (Una Serena Pasión), Stephen Dillane, Steve Coogan (Philomena), Shane Noone, entre otros. Londres, Inglaterra, 1872. William Chester Minor (Sean Penn), retirado capitán cirujano del ejército de Estados Unidos, es sentenciado a pasar sus días en una celda del asilo de Broadmoor ya que es considerado un criminal demente por haber matado a George Merret (Shane Noone), padre de familia que estaba en pareja con Eliza (Natalie Dormer). Por otro lado, el escocés y autodidacta James Murray (Mel Gibson) es convocado para ser editor del nuevo diccionario de inglés de Oxford. Con un gran conocimiento léxico de idiomas, literatura y dialecto, la tarea de James de albergar a todo el lenguaje era tan amplia que junto a su equipo decidió buscar voluntarios. Para ello Murray redactó una carta con el pedido de ayuda y la colocó dentro de variados libros. Uno de éstos llegó a Minor, el cual rápidamente se puso manos a la obra, enviándole a James (la primera vez) más de mil palabras con sus respectivas citas. A través de la correspondencia, se irá formando una amistad entre los dos hombres sin que, en un principio, Murray sepa nada sobre la locura de Chester. Con buenas actuaciones y una correcta ambientación de época, el director iraní Farhad Safinia, bajo seudónimo, se mete en una historia real no tan conocida pero no por eso menos interesante. El proceso de creación del nuevo diccionario de inglés de Oxford, formado por 12 volúmenes y más de un millón de citas ilustrativas, requirió más de 60 años de trabajo por lo que es muy fácil presentir que este relato no era el adecuado para ser llevado a la pantalla grande, en especial por su gran contenido histórico. Sin embargo, Safinia tomó la acertada decisión de centrarse en las múltiples relaciones humanas que se dieron mientras James Murray estuvo a cargo de la edición del libro. A pesar de que el guión sea un tanto pesado con las diferentes palabras y sus respectivos significados, la profundidad con la que se diseñó a cada personaje logra que el espectador se mantenga atento las dos horas de metraje. Sean Penn compone con maestría a William Chester Minor, un hombre perturbado por los hechos que vivió en la guerra, acontecimientos que inevitablemente lo sumergieron en la demencia. Lo atractivo de su personaje se basa en que William, por más de que es un asesino, también es una buena persona y, gracias a la interpretación de Penn, fácilmente nos damos cuenta de que él no tuvo la intención de matar a George Merrit, más bien debido a su enfermedad se sintió perseguido y creyó acabar con la vida de su agresor. La inteligencia de Minor y su aporte al diccionario asombra al punto de que, por Murray, fue considerado un salvador, ya que al duplicar el progreso los roles se invirtieron, siendo Murray el que tuvo que seguirle el ritmo al preso. La pasión por las palabras y los significados que compartieron estos socios traspasa la pantalla y da gusto de ver. Además, Natalie Dormer se destaca en el papel de Eliza, madre de seis hijos que quedó sola y empobrecida luego de que Minor mató a su esposo. Eliza evoluciona a medida que avanza el metraje, cambiando el odio inicial por redención y amor. Por otro lado, también seremos testigos de la relación entre Murray y su esposa Ada (Jennifer Ehle), mujer que fue un pilar fundamental en la vida del autodidacta y, con paciencia, lidió con que Murray esté menos presente en la familia debido a su arduo empleo. Es así como Entre la Razón y la Locura se convierte en una historia de misericordia, comprensión, amistad y esfuerzo para registrar la evolución del idioma inglés. Aunque puede tornarse extensa, conocer los aportes históricos de William Chester Minor y James Murray no tiene desperdicio.
Buen tema, mala película. Así de simple, sin más vueltas. Sean Penn y Mel Gibson hacen lo imposible por llevar adelante un relato que se pierde en sus propias premisas, con una realización que prefiere regodearse en detalles escabrosos de la vida de uno de los creadores de la Enciclopedia Britannia que en la humanidad del relato.
Mel Gibson y Sean Penn demuestran que siguen vigentes y están para trabajos de más relieve. Una historia interesante pero ejecutada de forma equivocada, conforman así el debut de un director que da un primer paso con dudas pero más certezas. Farhad Safinia hace su debut como director en este drama de época que trata la invención de una de las reliquias literarias más valoradas de la historia del lenguaje después de la Biblia, el diccionario inglés de Oxford. Una de las piezas fundamentales para la evolución del habla inglesa tuvo un origen que hoy se podría denominar como extraño y particular y es que éste fue siendo completado gracias a las miles de cartas de ciudadanos a lo largo de todo Inglaterra que iban proponiendo palabras para que luego James Murray, el editor encargado de que el libro quede completo, las corroborara y así poder definir etimológicamente cada palabra dentro de él sin excepción alguna. Es el día de hoy que este diccionario, sigue siendo el más completo y necesario para que los lingüistas de diferentes partes del mundo puedan tener la enciclopedia más grande y más completa del mundo. Ahora el cineasta Irani-Estadounidense, que hace su debut detrás de las cámaras, será el encargado de trasponer esta fascinante historia a la gran pantalla en Entre La Razón y La Locura (The Professor and the Madman) con un elenco que puede ser la envidia de más de una producción. La trama transcurre en torno James Murray (Mel Gibson) un lingüista poliglota y autodidacta que gracias a su prolongada carrera es convocado por la universidad de Oxford para poder concretar la enciclopedia “definitiva” del habla inglesa. Luego de pedir asistencia al pueblo mediante cartas dentro de diferentes libros, la petición de James llega a manos de el ahora encarcelado ex capitán del ejercito británico William Chester Minor (Sean Penn), quién al volver de la guerra y gracias a las secuelas que la batalla le propino, su capacidad cognitiva ha ido disminuyendo a tal punto que se encuentra perdido entre su propia locura y razón. La respuesta de Minor para Murray será inmediata y gracias a su ayuda, el diccionario empezará a ser completado y publicado, de esta manera Murray buscará explotar a fondo los conocimientos de Minor mientras éste luchara por mantener la poca cordura que le queda. El gran acierto que tiene este film es el gran interés que genera en el espectador. Al no ser un tema que haya sido tocado previamente, el director y los guionistas, John Boorman y Todd Komarkicki, tenían la oportunidad de hacer que esta gran historia pudiera ser de un interés masivo. Lamentablemente para ellos y a pesar de que este interés puede verse reflejado, el ritmo soporífero de la película hace que lo que en una primera instancia podía ser interesante termine siendo algo aburrido. Obviamente que esta producción no podía tener un ritmo increíblemente dinámico porque no iría de la mano con lo que sucede pero tampoco se puede caer al otro extremo. Quitando esto de lado, la película cuenta con una gran ambientación de época. Desde el vestuario hasta las locaciones, la película inmediatamente sirve como un viaje al Londres de finales del siglo XIX. También, a pesar del ritmo cansino previamente mencionado, la trama es fácil de entender y el espectador puede ir con un desconocimiento total que de igual manera todo será explicado de una manera más que correcta. Las actuaciones están a la altura de lo que se puede esperar del elenco. Tanto Mel Gibson como Sean Penn, sobre todo el último, dan una cátedra de actuación y si alguien podía llegar a dudar sobre su actualidad, esta puede ser la evidencia necesaria para despejar todas las dudas. Al margen de los dos protagonistas el elenco también cuenta con Natalie Dormer e Ioan Gruffudd, nombres que en cualquier otra película hubiesen tenido muchos más minutos en pantalla y sobre todo un desarrollo y participación mucho más preponderantes. El rol que le es otorgado a Gruffudd es casi nulo y el de Dormer, que tiene mucha más importancia, tiene una gran ejecución pero un desarrollo que deja más dudas que certezas. Entre La Razón y La Locura termina siendo una interesante historia de amistad y sabiduría que se destaca por sus protagonistas y diseño de producción pero que se ve perjudicada por el ritmo impuesto por el director.
Abundante carnadura dramática para una historia sobre el significado de las palabras. El cine nace de la palabra y -tan paradójica como habitualmente- el cine sobre las palabras no es lo que se dice muy cinematográfico, valga la redundancia. Sin embargo, cada tanto surge una propuesta enmarcada en dicho tema que hace el intento de revertir este concepto y consigue, en el mejor de los casos, una película interesante de ver por el pensamiento que manifiesta. Entre la Razón y la Locura, si bien tiene una base histórica, sobrepasa todas estas expectativas al tomar algo tan académico y anti-cinematográfico como la creación de un diccionario para entregarnos dos personajes de gran riqueza y una abundante carnadura dramática. El lenguaje dentro del lenguaje El personaje de Steve Coogan le pide al de Mel Gibson que se acerque a escuchar una discusión que su mujer está teniendo con las empleadas de servicio. Coogan le dice a Gibson que el lenguaje siempre cambia, siempre se renueva, porque lo crea la gente, día a día, no un diccionario. Ese texto es un medio más que un mensaje. O bien, a riesgo de sonar obvio, el medio que hace posible ese mensaje. Esta podría ser la única manifestación netamente intelectual que tiene la película y es donde muchas películas sobre el mundo de las palabras se conformarían. Sin embargo, es el contexto que hace posible que su significado cale más hondo. Le dice al espectador, le recuerda sutilmente, que el compendio de uno de los idiomas más hablados del mundo, que es, fue y será de constante consulta, es la creación de un hombre muy instruido pero sin credenciales, y de un hombre que sí las tiene, pero está hundido en la insanía. Es decir, un documento que no podría ser más ortodoxo y académico es la creación de dos personas que no podrían estar más alejadas de esas dos definiciones. Es una historia donde las palabras se manifiestan en imágenes, literalmente. Donde una sola palabra escrita en tiza es rodeada por varios pedazos de papel. Papeles que denotan investigación y detalle: la manifestación más clara de que cada palabra que conocemos es más vieja de lo que parece y viene más lejos de lo que realmente aparenta. Es una historia donde las palabras son un código de amistad, una manifestación de la complicidad entre los personajes de Mel Gibson y Sean Penn. El primero encontró en las palabras el motor de su vida, mientras que el segundo encontró en ellas el principio de su redención. Es una historia donde las palabras son un código de amor. Entre los personajes de Sean Penn y Natalie Dormer, en principio signadas por su comparación a los hechos y desde luego rechazadas, pero cuando se descubre que ella es analfabeta y él empieza a instruirla, es la herramienta que termina por unirlos. Entre la Razón y la Locura es una historia donde las palabras pueden ser una condena. El código que empieza a denotar una tragedia que pone en juego todo lo logrado para ambos personajes; y es, desde luego, una historia sobre las palabras que callamos. Las que nos da miedo expresar en el papel o en la voz.
Pocas veces se le ocurre a un director embarcarse en tal argumento, la historia de la primera edición del diccionario Oxford de Inglés. Es que otros proyectos extraños como "Apocalypto" o "La Pasión de Cristo" no amedrentaron a Mel Gibson, porque de él se trata, decidido a ocuparse de la producción. Y todo se complicó tanto que el proyecto de 1998 tardó más de quince años en concretarse, implicó una serie de juicios y hasta el director que la productora de Gibson designó (Farhad Safinia) debió cambiar su nombre por vericuetos jurídicos. La historia real que trata el filme es la del filólogo escocés James Murray, maestro elemental al que su sed de conocimientos transformó en erudito, llegando a dominar veinte idiomas antiguos y modernos. Luego de trabajar como bancario, logró que la Sociedad Filológica de Londres le encomendara la edición de un nuevo diccionario de palabras inglesas con su significado e historia. La ciclópea tarea exigió mucho más que los diez años de trabajo que se suponía abarcaba la tarea y tuvo un sorpresivo progreso cuando, luego de pedir colaboración a los súbditos británicos en el aporte y clasificación de palabras de habla inglesa, un anónimo y desinteresado colaborador envió un increíble material que facilitó la terminación de cuatro centurias en poco tiempo. DOS HOMBRES De esto habla "Entre la locura y la razón". De la amistad que se gestó entre Murray, pacífico padre de once hijos, dedicado a una tarea monumental, y el desconocido, también erudito, que resultó ser un médico veterano de guerra, paranoico, de trágico pasado, que envió un frondoso material por años para el diccionario, desde la prisión y asilo de locos de Crowthorne, donde estaba recluido. El filme tiene un impecable diseño de época (fines del siglo XIX) y dos interesantes actuaciones de Gibson como el rutinario Sir James Murray y Sean Penn, casi al borde de la sobreactuación, como el doctor William Chester Minor. "Entre la locura y la razón" exhibe desparejos resultados. Su estructura formal es un poco confusa, hay algunos problemas temporales que desbalancean el relato y los diálogos, y las personalidades tratadas se mueven en un marco de tradicionalismo un tanto insípido y con cierto apego al lugar común. Dos personajes que podrían haberse desarrollado con profundidad, como Ada. la esposa del filólogo James (Jennifer Ehle, la hermana de Emily Dickinson en "Una serena pasión") y la joven a la que la locura de W.C. Minor convirtió en viuda (Natalie Dormer, la Bolena de la serie "Los Windsor"), no son suficientemente aprovechadas por el relato. Una curiosidad. Entre los personajes de "Entre la locura y la razón", filme basado en la obra "El cirujano de Crowthorne", de Simon Winchester, figuran dos personajes importantes, uno en la política, otro en la literatura. Winston Churchill (Brendan Patricks), que ayudó a salir de la cárcel a Minor, y Henry Liddell (Bryan Murray), capellán de la Iglesia de Oxford, funcionario de la Universidad y padre nada menos que de Alice Liddell, la célebre protagonista del libro de Lewis Carroll "Alicia, en el país de las maravillas".
Un diccionario hecho por dos tipos audaces Créase o no, el legendario Oxford English Dictionary nació de la conjunción de un académico autodidacta y un ex militar estadounidense enloquecido por la Guerra de Secesión. Hay dos motivos que permiten que una película como Entre la razón y la locura se estrene en la Argentina: Mel Gibson y Sean Penn. Aunque ambos figuran hace rato en la lista de actores “casi olvidados” por Hollywood, parece que sus nombres aún son un buen argumento para vender entradas. Por que en tiempos en los que la oferta se encuentra súper concentrada, estrenar un film protagonizado por este dúo representa apostar por otro público: uno que todavía sepa quiénes son. Es decir los mismos espectadores que desde hace (al menos) diez años son ignorados por un mercado saturado de superhéroes y dibujos animados. Que no son pocos, aunque últimamente no van mucho al cine porque, como se dijo, tampoco los cines se preocupan mucho por incluir algo que ellos puedan ver. Es por eso que una película como esta, en cuyo poster aparecen grandes un par de caras conocidas, puede resultar tentadora. El centro de esta historia es ocupado por James Murray, un académico autodidacta que a finales del siglo XIX se propuso la titánica misión de documentar la genealogía precisa de cada palabra del idioma inglés. El resultado fue la primera edición del Diccionario de Oxford, tarea que concluyeron otros, casi 15 años después de su muerte. Pero la película no sólo se ocupa de él, sino del vínculo que estableció con el doctor William Minor, un ex militar estadounidense que, enloquecido por su experiencia en la Guerra de Secesión, fue condenado por asesinato en Londres en 1872 y encerrado en el manicomio de Broadmor. También autodidacta, desde dicho hospicio Minor aportó más de diez mil entradas que ayudaron al trabajo de Murray. Entre la razón y la locura (título que consigue ser apenas un poco menos explicativo que el original, El profesor y el loco) es la ópera prima de Farhad Safinia, cuyo trabajo más conocido es como guionistas de Apocalypto, cuarta película como director del propio Gibson. Algunas de las escenas dentro del manicomio conservan destellos de la violencia que caracterizaba a aquel film. Además se trata de un relato de redención, uno de los tópicos favoritos de Gibson. Católico confeso y militante, ya sea como actor o como director el australiano suele elegir a menudo personajes como el de Murray, para quien el sacrificio, la piedad y la fe, incluso en sus versiones más extremas, son un motor vital. Evitando gestos ampulosos pero con rigor y apostando por un elenco sólido, Entre la razón y la locura consigue contar de forma eficaz esta épica asordinada que no se priva de incluir dos o tres oportunos picos dramáticos. Un puñado de argumentos que le alcanzan para mostrarse como una alternativa dentro de una cartelera que no se caracteriza por ofrecerlas.
“Entre la razón y la locura”, de Farhad Safinia Por Mariana Zabaleta Un diccionario puede ser el reflejo de grandes vanidades. Egocriptas de quienes se atreven a congelar, cristalizando el significado índice de vitalidad. Esclavos de la sinrazón, Entre la razón y la locura construye tres retratos. La confección del Oxford English Diccionary no podía ser menos apasionada. La empresa comienza entreverada de rispideces y pujas de poder propia de los espacios académicos más esotéricos. La apertura a un autodidacta en las esferas más escolásticas de Oxford pareció ser la estrategia más acertada a la hora de emprender semejante campaña. La figura de James Murray, genialmente retratada por Mel Gibson, aporta este puntapié inicial y se convierte en un protagonista rector del relato. Escriba, por momentos con ribetes de retorico sofista, apasionado decide abrir el juego a los hablantes convocándolos como colaboradores. Una obra universal no puede más que ser colectiva. Las vicisitudes previstas se cumplen, la presión de la edición y la constante supervisión del ojo cuidadoso de los académicos ahogan al fervoroso Murray. Cuando las diversas presiones y la magnitud del trabajo parecen derrotarlo aparece al rescate el sabio desde la torre. Esta vez el encierro del manicomio contiene la pujante vitalidad de William Chester Minon, un alma marcada, perseguida por la violencia de la guerra. Nada de improvisación se observa en esta composición que pone de contrapunto dos personalidades aunadas por una misma pasión. Aun así, la propuesta desvía su guion desde la densidad y complejidad de la empresa hacia la historia de redención que el personaje de Minion (Sean Penn) lacrimosamente se empeña en interpretar. La razón parece ganarle a la locura cuando la amistad y el amor rompen los muros del manicomio. El retrato del diccionario resulta encabalgado a dos personalidades tan interesantes como finitas, una película que padece la histeria de la historia reposando sobre el cadalzo de la vanidad. ENTRE LA RAZÓN Y LA LOCURA The Professor and the Madman. Irlanda, 2019. Dirección: Farhad Safinia. Guion: John Boorman, Todd Komarnicki, Farhad Safinia. Intérpretes: Mel Gibson, Sean Penn, Natalie Dormer. Duración: 124 minutos.
Vida y valor a cada palabra. Dos hombres que aparentemente no tienen nada que ver entre sí, se juntan a partir de una sociedad en común. Esto resolverá cuestiones intrínsecas que cada uno debe arrastrar dada su realidad social, familiar y cultural. Nace así una amistad cuya profundidad destrabará hasta los más difíciles infortunios, y dará luz a sus oscuridades. The Professor and the Madman (2019) es un drama biográfico basado en el libro “The Surgeon of Crowthorne”, de Simon Winchester. Se relatan dos historias en paralelo que se cruzarán en el desarrollo; por un lado el profesor James Murray (Mel Gibson) comienza a compilar palabras para la primera edición del Oxford English Dictionary a mediados del siglo XIX; y por otro el Cirujano William Chester Minor (Sean Penn) que es encarcelado en un manicomio por asesinato y es declarado insano. El doctor Minor ayudará a Murray a realizar las compilaciones y asociaciones. El director iraní Farhad Safinia además es co-guionista de esta adaptación que se destaca por la atinada reconstrucción de la época, música, vestuario, locaciones y escenografía; quizás un punto débil sea el trabajo de edición y su duración para algunos espectadores. Las actuaciones del elenco son destacables, acompañan muy bien a los protagonistas. Cuenta con escenas sangrientas e impresionables, realizadas de manera eficaz y, por tanto, creíbles. Los diálogos son extensos y poéticos, lo que hace más llevadero el film de ritmo peculiar. Se vale de flashbacks para que comprendamos el motivo de locura del personaje que interpreta Penn. El mensaje más importante que rescato tiene que ver justamente con las palabras y la utilidad que le damos, y es que cuando las personas logran conectarse desde un lugar genuino, no necesitan palabras para comunicarse. “El cerebro es más amplio que el cielo”… “Si no hay amor, entonces no hay chance de redención”… frases cuyas connotaciones son infinitas… Uno brillante y otro loco, se necesitan y complementan; el “loco” vive sumergido en la oscuridad por hechos traumáticos del pasado; sin embargo, se siente en verdad libre cuando lee, puede salir del lugar en donde se encuentra y ser el único genio capaz de sacar de la oscuridad a un erudito… una alegoría que puede aplicarse a muchos casos, personas y situaciones…
Ambientada a fines del siglo XIX en el Reino Unido, esta película nos muestra a dos personajes unidos por la pasión a la literatura. Por un lado tenemos a William Minor (Sean Penn) un ex soldado del ejército norteamericano y también homicida, que está internado en un hospital psiquiátrico. Por el otro, pero no menos importante, está James Murray (Mel Gibson), encargado de coordinar la primera edición del Oxford English Dictionary. Gibson interpreta a un investigador y filósofo que luego de avanzar con semejante trabajo ingresa en un bucle mental que le impide finalizarlo, y a raíz de esto se empiezan a ramificar pequeñas historias tanto familiares como laborales que hacen que los personajes tengan distintos matices, fruto de unas excelentes interpretaciones de estos grandes actores. El film desde el primer momento presenta las dos realidades totalmente opuestas de los personajes: Minor luchando entre la locura y el amor por la viuda de su víctima, y Murray que está entre su familia, el equipo directivo de Oxford, y su nuevo compañero de letras. El intento por acercarnos el papel interpretado por Sean Penn estuvo bien logrado, y los contrastes entre ambos personajes y sus realidades son excelentes. La producción al mando de Mel Gibson no pudo ser mejor; a pesar de que esta cinta estaba tratando de ver la luz desde 1995. "Entre la razón y la locura" es una historia muy apasionante que pudo ser realizada a la perfección desde la fotografía, la ambientación y dirección. Llega a los cines este Jueves 9 de Mayo. Por Keila Ayala
La trama es fascinante y digna de contar, basada en hechos reales en la Inglaterra de finales del siglo XIX, para contarnos la creación de uno de los diccionarios más importantes de la lengua inglesa, impresionante relato de estos dos hombres: el Doctor W.C. Minor (Sean Penn) y el profesor James Murray (Mel Gibson). Las actuaciones de Sean Penn y Mel Gibson son extraordinarias, también acompaña muy bien Natalie Dormer, en un relato apasionante, con imágenes impactantes que logran retratar la locura y la sabiduría. Refleja correctamente la relación de estos seres, con momentos oscuros, con varias metáforas, hay muchísimos mensajes, su desarrollo contiene un gran diseño de producción, pero uno de los problemas es su duración y que no logra mantener el ritmo.
He aquí una gran historia, basada en hechos y personajes reales, que podría haber sido una gran película. El profesor y el loco, tal el título original, es un largo y no demasiado inventivo relato sobre dos personajes, primero separados, juntos en el, digamos, tercer acto, tan disímiles como complementarios. El profesor James Murray (Mel Gibson, que como director acredita filmes mucho más interesantes) fue un escocés que recibió un encargo en apariencia imposible: redactar el primer diccionario de Oxford de lengua inglesa. Todas las palabras, todas, debían estar ahí con su debida explicación etimológica. El loco, el médico estadounidense William Minor, traumatizado por los horrores de la guerra, asesino de otro en pleno brote psicótico y encerrado en un hospital. Cuando Murray publica una convocatoria a voluntarios -otra forma no había de terminar el encargo- para colaborar en su obra, Minor parece encontrar, desde su celda, una razón para volver a vivir. Es decir, a trabajar y a pensar como un hombre en sus cabales. Tanto talento y pasión le pone a su colaboración que su aporte resulta fundamental y no tardarán, ambos, en encontrarse. El problema principal, en lo que podría haber sido un historia conmovedora de la locura salvada por el amor a las palabras, es Sean Penn, que nos impide conectarnos con Minor a pura sobreactuación. Una lástima, entre otras que no alcanzaremos a enumerar acá, que hacen de esta película chapada a la antigua, previsible y destinada al pozo de la cursilería, una sombra del proyecto que pudo llegar a ser.
Mel Gibson contrató a Sean Penn para ambos protagonizar a quienes fueron los hacedores del primer “Diccionario Oxford de la Lengua” Inglesa, un asunto que se inició en 1878 y que los académicos de entonces le solicitan a James Murray (Mel Gibson) su realización, tarea titánica, historia verídica. Pero esta es la segunda presentación de los personajes, en la primera, con la que abre el filme, vemos a William Chester Minor (Sean Penn) corriendo en medio de la noche londinense a quien él supone es su perseguidor, tiene la certeza que quieren matarlo. Termina matando a su supuesto acosador, en el juicio sabremos que William es un médico militar yankee, retirado y padece una enfermedad mental, en principio paranoia. El inevitable encuentro entre ambos tarda demasiado en llegar, William es recluido en Broadmoor, un nosocomio para enfermos mentales. En tanto James Murray, que en realidad era un autodidacta casi genio, docente universitario de lengua inglesa, lingüista, filólogo, escritor, ensayista, poliglota, choca contra las limitaciones de la época, contrata ayudantes para la tarea. Cada palabra es casi un imposible (iba a escribir “parto”, pero sería demasiado). Esta situación, sumado a su vida familiar, debería conformar una de las subtramas del filme, pero nunca se instala como con peso propio. Salvo al final, y gracias a la presencia Ada Murray (Jennifer Ehle) su esposa en los claustros de Oxford, para defender al padre de sus hijos, sino no tendría ningún sentido su construcción y desarrollo dentro del relato. Paralelamente no van conformando otra subtrama, la que implica al militar encerrado y la relación que establece con Eliza Merrte (Natalie Dormer) la viuda del hombre asesinado al principio del filme. Aquí no sólo entra a jugar el desarrollo de esta relación, que va en ella, desde el odio más extremo a la misericordia, pasando por muchos otros sentimientos y estadios. En tanto desde él, que transita desde la culpa a la necesidad de redención, mientras comienza a colaborar con el diccionario desde la celda en que se encuentra, con una producción de 10000 definiciones. Es en esta parte del relato que se fortifica toda la narración, no sólo por las transformaciones que se van produciendo en ambos personajes, sino que su progresión dramática está sustentada por el interés que despierta y las brillantes actuaciones. En este sentido el esperado encuentro a los que hace mención el título, pierde consistencia, para luego mostrarse insustancial, podría haber seguido erigiendo en paralelo pues la trama principal nunca puede desplazar en importancia y atractivo a la del prisionero y la viuda. Entre otros problemas de la producción, es sabido que tuvo muchos en los 20 años que tardaron en realizarla y estrenarla, aunque esto no justifica la impericia en la forma de contar una historia, encontramos un apresuramiento en el cierre de la narración, a punto tal que algunos de los temas abiertos y expresados no tienen resolución, otros se diluyen dentro del mismo relato cuando tratan de focalizar en la trama principal y no lo logran. Esta producción sí posee una muy buena dirección de arte, desde la recreación de época, incluidos el vestuario, maquillaje, la escenografía, la fotografía y la banda de sonido que no desentona. El problema podría decirse que tampoco se encuentra en el guión literario, sino en la idea del guión técnico, ese que define como contarán la historia, a qué se le dará más importancia, la que establece simultáneamente el diseño de montaje. Es tal la inestabilidad del relato que ese montaje paralelo termina agotando al espectador, tampoco ayudan demasiado los flashbacks que intentan explicar el origen de la locura del médico militar, no tiene ninguna importancia narrativa. Sumado al cercenamiento de casi el 25% del metraje original, no es nada difícil que se noten los fallidos y las costuras del texto. Si algo hay para rescatar son las actuaciones, Mel Gibson no sólo no desentona, está muy bien, mientras que Jennifer Ehle, como siempre, cumple con creces en su performance, Natalie Dormer es una actriz a tener en cuenta, ya la hemos visto en varias producciones, pero aquí no queda opacada al lado de Sean Penn, y es mucho decir, ya que, como dijo Robert De Niro cuando le entrego a Sean el “Oscar” por “Milk” (2008), nos engañó otra vez, nadie podría suponer que realmente sufre deóesquizofrenia paranoide.
DOS PELÍCULAS EN UNA La creación del Oxford English Dictionary fue allá por fines del Siglo XIX una empresa realmente delirante, una búsqueda obsesiva por cientos de miles de términos de la lengua inglesa y su origen, empresa que terminó involucrando a muchas personas que colaboraron desinteresadamente con James Murray y su equipo, encargados de coordinarlo y darle vida. Esa tarea es la que toma como eje Entre la razón y la locura, film de Farhad Safinia que trabaja dos líneas narrativas distantes pero que se terminan cruzando, y que tienen como tema central la locura, la institucionalizada y la otra. Murray (Mel Gibson) es instado por las autoridades de la Universidad de Oxford a producir el bendito diccionario. Mientras, el cirujano William Chester Minor (Sean Penn), perseguido por una locura alucinatoria, asesina a un hombre inocente. Safinia sigue estos procesos institucionales, el de los catedráticos coordinado el diccionario y el de la justicia condenando al cirujano, con la promesa de que en algún punto una cosa es el reverso de la otra. La dificultad del trabajo y el pánico a no poder avanzar lleva a Murray y su gente a pedir ayuda para encontrar la raíz de muchos términos que aún permanecen huérfanos. Es ahí cuando Entre la razón y la locura habilita el cruce entre ambas líneas narrativas: desde la prisión, William Chester Minor se convertirá en uno de los más destacados colaboradores del diccionario. En primera instancia lo que sobresale es el juego de espejos que monta el director: Murray y Minor pareen dos hombres torturados que han logrado canalizar su obsesión por diversos caminos. Así la película logra posicionarse sobre esa delgada línea que separa a los que están del lado de la locura de los que no. Y, claro, cómo las instituciones actúan en cada situación. Entre la razón y la locura avanza con interés y va construyendo un personaje sumamente rico como el Murray de Gibson, un catedrático y hombre de familia que afronta con absoluto profesionalismo la tarea que le invocan. Ese tipo de profesionalismo que lo termina alejando de lo afectivo. Claro que la otra mitad del relato es Minor y su estadía en el hospital psiquiátrico, situación recreada no con pocos clichés, aunque la aparición de la mujer a la que el cirujano dejó viuda le permite cierta rugosidad y la aparición de otros grandes temas: la culpa y la nobleza. Pero, melodrama al fin, Entre la razón y la locura minimiza sus aciertos en una última media hora donde se vuelve demasiado edificante y convencional, corriendo ante la obligación de ilustrar episodios certificados por la historia. Y en la suma final, la película de Safinia no logra del todo fusionar los dos relatos que la integran, fundamentalmente por sus rasgos estilísticos disímiles e imposibles de sincronizar. Por un lado tenemos la mesura casi clásica de Gibson para contar la construcción obsesiva del diccionario, mientras que por el otro tenemos otra interpretación del método a cargo de Penn y su exhibición de la locura. Síntesis del carácter esquizofrénico de una película que en contadas ocasiones termina por encontrar la claridad meridiana.
Suele suceder: una película mediocre, sin ningún momento inspirado, es conjurada parcialmente por la historia que cobija y desmañadamente ilustra. En ciertas ocasiones, prevalece una huella de una experiencia vivida, una reserva de la verdad histórica de la que fueron protagonistas algunos hombres y mujeres, cuya sola invocación y, por consiguiente, escenificación, puede conmover aun bajo recursos estéticos impropios. No es otra cosa lo que sucede en Entre la razón y la locura (The Professor and the Madman), ópera prima de Farhad Safinia. El film padece de todos los convencionalismos que aquejan a las películas con temas importantes; su trama, paradójicamente, intenta cuestionar la salvaguarda de las convenciones; la distancia entre forma y relato no podría ser mayor.
“La locura y la genialidad se unen” Una cuestión tan interesante como la historia que cuenta esta película es la manera en que este proyecto llegó a ver la luz. “Entre la razón y la locura” está basada en la novela de Simon Winchester, El Cirujano de Crowthorne, escrita en 1998, de la cual Mel Gibson obtuvo los derechos pero se tomó más de 20 años en realizar hasta que Farhad Safinia -colaborador de él en “Apocalypto”- ocupó el puesto de director. Como dijimos anteriormente, la cinta logra ser muy interesante aunque trate de un tópico poco usual: la creación del primer diccionario de la lengua inglesa. Para esta tarea, la Universidad de Oxford convoca al investigador escocés James Murray (Mel Gibson), quien tiene la idea de pedirle a varios voluntarios que les envíen cartas con palabras y acepciones, incluso oraciones de ejemplo, para rastrear todas las posibles. La difícil misión comienza a complicarse hasta que Murray recibe los aportes de William Minor (Sean Penn), un cirujano estadounidense veterano de guerra que se encuentra confinado en un centro psiquiátrico británico tras cometer un crimen producto de sus alucinaciones. A la trama central de la confección del direccionario se le suma una historia paralela, que se centra en la degradación mental de Minor y su relación con las víctimas de su crimen. Los recursos narrativos que presenta parecen ajenos a esta época, similares a los de cintas de final de los ´90 como “Shakespeare enamorado”: algunos hechos poco verosímiles y personajes “demasiado” malvados que sólo sirven como obstáculo. En el campo de lo técnico, la película opta por planos cortos y primeros planos, un buen recurso para ilustrar el encierro que sufren los personajes (algunos por sus trabajos, otros por su locura), con una música que acompaña adecuadamente. Gibson y Penn llevan a cabo una buena tarea en el duelo actoral, teniendo en el australiano una actuación más clara y medida que en la de su compañero, que opta por la sobreactuación una técnica para componer su personaje. Cabe mencionar el trabajo de Natalie Dormer, que transmite los sentimientos con eficacia a pesar de lo chato de varios diálogos En resumen, una película que podría haber sido planteada de otra manera, teniendo en cuenta la importancia que se le ha dado al lenguaje en los últimos años, pero que no decepciona a través de dos actores de gran importancia y una historia real atractiva. Puntación: 6,5 Por Federico Perez Vecchio