Viaje al centro de la isla perdida del rey Kong Kong: La isla calavera (Kong: Skull Island, 2017) es una divertida imitación de las historias de aventuras que solían escribir Julio Verne, H. Rider Haggard y Arthur Conan Doyle. En ningún momento trata de ser otra cosa. Abundan los efectos especiales y una sensibilidad cómica moderna, pero hay algo muy anticuado acerca de la película que le juega a favor. Dirigido por Jordan Vogt-Roberts, el film obviamente está inspirado en el clásico de 1933 de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, pero en vez de rehacerlo - como Peter Jackson en 2005 - toma prestado a Kong como un elemento más en una historia de aventuras hecha a base de las quimeras de los autores de antaño, como la teoría de la Tierra Hueca y la fantasía euro-céntrica del ‘Continente Perdido’. Esta vez la expedición a la infame Isla Calavera ocurre en 1973 y está a cargo no del showman Carl Denham sino de un tal Bill Randa (John Goodman), que tiene una motivación más personal (e insulsa) para hallar a King Kong. Luego de conseguir aval del gobierno arma un equipo multicultural de aventureros, militares y científicos que incluyen al mercenario Conrad (Tom Hiddleston), la fotoperiodista Weaver (Brie Larson) y el coronel Packard (Samuel L. Jackson). Estos no son personajes en el sentido moderno de la palabra. Son arquetipos ambulantes, definidos por los atributos de su profesión. No gozan de nada parecido a psicología, salvo quizás por Packard, que dejó Vietnam en estado de negación (“No perdimos la guerra, la abandonamos”) y hace de cazar a Kong su guerra personal. El otro personaje interesante es Marlow (John C. Reilly), un náufrago con ecos de Ben Gunn en La isla del tesoro. ‘Conrad’ y ‘Marlow’ son, por supuesto, referencias a El corazón de las tinieblas. Peter Jackson ya había hecho un paralelismo en su versión de King Kong (“No es simplemente una historia de aventuras, ¿verdad?” pregunta alguien que está leyendo el libro). Excepto que en el caso de Kong: La isla calavera tiene razón: es simplemente una historia de aventuras. Nuestros héroes se pierden en la jungla, se encuentran con monstruos colosales, hay algunas muertes y quizás al final de la película los sobrevivientes escapan. En cuanto a Kong, se lo ve más como una abominación de la naturaleza: un primate gigantesco de una raza extinta, más parecido al bípedo original de 1933 que al gorila agigantado de Jackson. No se hace gran misterio sobre su aparición: se lo muestra en la primera escena y media hora más tarde en todo su intimidante esplendor. Se lo humaniza al punto de que puede reconocer la bondad de los héroes designados (Tom Hiddleston y Brie Larson) pero nunca tanto como para darle un comportamiento o constitución humana. Aquí Kong es primero y principal un agente de la naturaleza, manteniendo el balance natural batallando contra reptiles gigantes. Hay otros colosos merodeando por la isla, algunos tiernos, otros repugnantes, pero salvo por los dinosaurios (diseñados con un desagradable aspecto cadavérico) todos se ven majestuosos por la forma en que ignoran a los humanos transgresores. Y en algún punto ése es el mensaje, si hay que sacar uno, de la película: la burla a la arrogancia del ser humano que se cree amo y señor de la Tierra.
Kong deja en segundo plano a sus personajes genéricos y poco desarrollados para poner en foco a su principal estrella: el gorila gigante que nos deleita con explosivas y dinámicas escenas de acción en un ambiente hostil y salvaje. El legendario King Kong es uno de los personajes más reconocibles de la historia del cine. Desde su primera aparición en su film homónimo de 1933, el rey de la Isla Calavera (Skull Island) dejó una huella imborrable en la cultura pop y se convirtió en uno de los mejores y más importantes Kaijus que existen, compartiendo la lista junto a monstruos de la talla de Godzilla (Gojira), King Ghidora (Kingu Gidora), Gamera, Mothra (Mosura) y Rodan (Radon). Desde su debut cinematográfico, este ícono del cine apareció en más de una docena de films, inspiró una gran cantidad de imitadores, parodias y su siempre cambiante historia fue adaptada en diversos medios como novelas, seriales de tv, cómics, videojuegos, radioteatros, dibujos animados, atracciones de parques temáticos y obras teatrales. Con Godzilla (2014) Legendary Pictures y Warner Bros. se fijaron la meta de construir un universo compartido de películas de monstruos gigantes (también conocido como MonsterVerse). En su primera entrega, dirigida por Gareth Edwards, el film se centraba en el kaiju japonés creado por la compañía Toho. A pesar de su positiva recepción por parte de la crítica y su arrolladora recaudación de taquilla, la principal queja con respecto al film era la excesiva importancia que se le daba al drama de los poco interesantes personajes humanos. Godzilla arrasaba la ciudad y se batía a duelo contra otros monstruos, pero todo lo veíamos a traves de los ojos del militar Ford Brody (Aaron Taylor-Johnson). Con Kong: La Isla Calavera (Kong: The Skull Island, 2017) parece que la gente detrás del proyecto tomó nota de las críticas y dio lo que todos esperaban de este tipo de films: menos humanos y más monstruos partiéndose a golpes, menos drama personal y más acción espectacular. La película ambientada en la década del 70′ comienza con Bill Randa (John Goodman), hombre que trabaja para la misteriosa organización Proyect Monarch (la misma que descubrió a Godzilla en el film anterior), tratando de convencer al gobierno de que financie una expedición a la inexplorada Skull Island, paraíso tropical donde la evolución se detuvo poblado por todo tipo de criaturas extrañas. Parte una misión integrada por Randa, el Capitán Conrad (Tom Hiddleston), un experto rastreador y ex militar británico, el Coronel Packard (Samuel L. Jackson) un hombre que vive para la guerra y el combate que aún reniega de la humillante derrota en Vietnam y la idealista fotógrafa de guerra Mason Weaver (Brie Larson). Junto a ellos viajan los Sky Devils, el pelotón de soldados comandados por Packard y un grupo de biólogos, científicos y geólogos contratados para investigar el raro ecosistema de la isla. Sus “métodos de investigación” son en extremo agresivos para con la fauna y flora local y terminan despertando a todo tipo de criaturas terribles para luego recibir el castigo de Kong, el colosal protector de la Isla Calavera que no ve con buenos ojos a los violentos invasores. Pero el monstruoso gorila será la menor de sus preocupaciones en esa isla llena de gigantescos engendros de pesadilla. Por suerte, contarán con la ayuda de Hank Marlow (John C. Reilly) un excéntrico piloto de la II Guerra Mundial que se estrelló en Skull Island y nunca pudo escapar. Kong: La Isla Calavera es una re-imaginación del origen del legendario gorila en un film que rescata el espíritu clase B de las películas de kaijus, pero adaptándolo a la fórmula de cine blockbuster. La película deja a los personajes en segundo plano para centrarse en una historia de acción con grandes efectos especiales y parafernalia visual. Un verdadero espectáculo que entretiene y va directamente al hueso sin muchas vueltas para culminar en un explosivo acto final. Los personajes están completamente desprovistos de alma, vacíos y sin historia. Solamente el militar encarnado por Samuel Jackson y el divertido personaje de John C. Reilly tienen un atisbo de personalidad. Pero esto no es una falla del film, es algo hecho por diseño. La mayoría de los personajes son descartables, al espectador no le interesan y a la película tampoco. El foco está puesto en lo que sucede en la isla con sus monstruos y escenarios. Hiddleston, Larson y los demás son meros vehículos para mostrar lo que sucede a su alrededor. Kong entendió que su negocio está en la acción y la acción está muy bien. A pesar de que su desarrollo de personajes es prácticamente nulo, Kong: La Isla Calavera es un entretenido film de acción bastante pasatista con momentos visuales muy buenos que no se toma demasiado en serio a sí mismo (a diferencia del reboot de Peter Jackson del 2005) y revitaliza a uno de los personajes cinematográficos más populares. Ideal para disfrutar con un balde de pochoclo a mano. Ah, y quédense hasta el final de los créditos para una última y emocionante escena.
UNA BESTIA SENSIBLE Kong: la isla calKavera es una nueva versión de la famosa historia que crearan Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en 1933, cuando por primera vez el cine se atrevía a poner en escena un inmenso y temible monstruo. De la mano de efectos especiales acordes a la época (y por lo tanto novedosos) la caracterización del gorila estaba más ligada a la mostración de las posibilidades técnicas del stop motion que a la construcción del monstruo como personaje. Sin embargo, el ahora mítico relato de la bestia se comenzaba a divulgar por el mundo en un contexto socio cultural de entre guerras sensible por los horrores recientemente vividos. Por eso, la historia de King Kong nunca pudo despegarse de sus orígenes bélicos y esa reflexión acerca del poder destructivo esencial del ser humano. Luego, hubo casi media docena de versiones, la más reciente es la de Peter Jackson en 2005 que oficiaba de remake pero no tuvo buena aceptación por parte de la crítica, tal vez, por su afán de copia sin agregar elementos nuevos y su duración de más de tres horas. Ahora, llega Kong, un film visiblemente anclado en la historia original pero enfocado en representar no sólo la espectacularidad de las películas de acción y fantasía, sino más bien un cuidadoso trabajo en la dirección de fotografía y la composición de las imágenes en búsqueda de una belleza pictórica muy similar a la legendaria Apocalipsis Now (1979), donde el sol gigante enmarcaba la trama y ofrecía una paleta de colores específica que no podrá nunca dejar de vincularse con este film. Jordan Vogt-Roberts, conocido por The kings of summer (2011) y su prolífica labor para series de tv, narra en Kong: La isla calavera una historia ya conocida. A través de imágenes satelitales se descubre una desconocida isla con forma de calavera en el Pacífico Sur y antes que sea advertida por los rusos, un ejército estadounidense se embarca en una misión de mapeo con fines de clavar su banderita antes que el enemigo. Además de soldados, el equipo está integrado por civiles, entre ellos James Conrad (Tom Hiddleston), “el rastreador” y Mason Weaver (Brie Larson) la fotógrafa. Como es de esperarse, la aventura no tarda en explotar cuando la llegada a la isla se transforma en una masacre que deja a todo el equipo dividido en tres grupos, uno en cada punta de la geografía. La misión, ahora se transforma y el objetivo es salir ilesos de la isla. Con muchas escenas de acción y un visceral punto de vista, la película es ágil y marca un ritmo súper dinámico sin rodeos. Se preocupa por atraer a su espectador a través de efectos sorpresa, y así innovar desde lo cinematográfico sabiendo que la historia casi todo el mundo la conoce. Además, no tarda en develar la fisonomía del gorila presentándolo en toda su extensión y de una forma hiper-humanizada. Los ojos de la bestia develan el sufrimiento de su alma. Pero la bestia, bestia es y su furia puede más que sus sentimientos. KONG: LA ISLA CALAVERA Kong: Skull Island. Estados Unidos/Vietnam. 2017. Dirección: Jordan Vogt-Roberts. Intérpretes: Tom Hiddleston, Samuel L. Jackson, Brie Larson y John C. Reilly. Fotografía: Larry Fong. Montaje: Richard Pearson. Duración: 118 minutos.
La película transcurre en una isla misteriosa ubicada cerca del Pacífico y que no figura en los mapas. En toda la historia sobrevuela el espíritu de Ray Harryhausen y "La isla misteriosa", el film de 1961. Una nueva aparición del mítico King Kong, después de las versiones cinematográficas que marcaron épocas desde la filmada por Merian C. Cooper en 1933, pasando por el ahora irrisorio film de John Guillermin de 1976 hasta la más reciente de Peter Jackson, estrenada en 2005. Kong: La isla calavera puede considerarse una "precuela" de la aventura conocida por el gran público, ahora ambientada en 1971 y en tiempos convulsionados en la Guerra de Vietnam. En Kong: la isla calavera no está el Empire State y todo sucede en una isla misteriosa ubicada cerca del Pacífico, que no figura en los mapas y está rodeada de tormentas y bancos de niebla. Allí llega un grupo de exploradores para enfrentar una realidad perdida en el tiempo, con criaturas bestiales y con Kong como el rey indiscutido del lugar. Con este comienzo la película que ahora filma Jordan Vogt-Roberts, director que viene de la televisión, aprovecha todos los elementos que tiene entre manos para disparar una mega-producción que se alimenta de filmes clase B que encantaron a generaciones. Con lo último de la tecnología, sobre todo en el diseño de Kong, que se ve más realista que en la película de Jackson-. En Kong: La isla calavera sobrevuela el espíritu de Ray Harryhausen y La isla misteriosa -1961-. Bill Randa -John Goodman, con varios kilos menos- convence a las fuerzas militares para financiar la expedición y allí parte un grupo con líderes bien diferenciados: el capitán James Conrad -Tom Hiddleston-, el Teniente Coronel Packard -Samuel L. Jackson- y la foto periodista -Brie Larson, la actriz ganadora del Oscar el año pasado por La habitación-. Viajeros, exploradores y militares que no tardarán en mostrar sus diferencias. Por su parte, Hank Marlow -rol a cargo de John C. Reilly-, es el soldado de la Segunda Guerra que vive con los nativos desde 1944, y quien aporta los toques de humor. Desde un inicio que no da respiro, la película quizás no resulte sorprendente pero sí entretenida con el sinfín de obstáculos que se les presentan, entre paracaídas, helicópteros derribados y una amenaza aún mayor que Kong que emparenta al relato con la saga de Jurassic Park. La fotografía privilegia los tonos rojizos con el gorila gigante recortado entre bruma, cámara lenta y un cementerio que también trae intriga y un tono inquietante. Alejada de la ciudad, esta realización hace pie en la isla para quedarse y traer futuros cruces con criaturas aún más peligrosas y populares.
Esta vez no veremos al gorila gigante trepando el emblemático Empire State, sino en su hábitat natural: La Isla Calavera. Kong: La Isla Calavera es un film ambientado en los ’70s, lo cual es una gran acierto. Le da una atmósfera única, muy al estilo “Apocalipsis Now”, y nos pone en otro lugar, no sólo por la época sino que nos sitúa frente a los desconocido: Una isla que descubriremos junto a los protagonistas, en donde no sabemos con qué nos vamos a encontrar, y ellos tampoco. El entorno donde se desarrolla esta película de la saga de King Kong, es imponente, una isla paradisíaca, que oculta criaturas de temer. Animales más gigantes que Kong, que a su vez son horripilantes. Permanentemente nada es lo que parece ser. El Kong de la Isla Calavera está más humanizado y la cinta contiene un mensaje subliminal a favor de los derechos de los animales. Las escenas de acción están muy bien realizadas. Acompañadas de un muy convincente CGI, veremos increíbles secuencias de Kong derribando helicópteros y peleas entre criaturas en las que el espectador se sentirá satisfecho. A diferencia de sus antecesoras: King Kong de 1933 (con Fray Way, Bruce Cabot y dirección de Merian C. Cooper y Ernest Schoedsack), King Kong de 1976 (con Jessica Lange, Jeff Bridges y dirección de John Guillermin) y King Kong de 2005 (con Naomi Watts, Adrien Brody, Jack Black y dirección de Peter Jackson), Kong: La Isla Calavera no hace mucho hincapié en la relación de la “heroína”, en este caso Brie Larson, con el gorila. Sin embargo tendrán su momento. Por momentos, las demás criaturas y la isla en sí misma le quitan algo de protagonismo a Kong, pero las apariciones de “El Rey”, son excelentes. Con una buena dirección (Jordan Vogt-Roberts), seduce el lente de Brie Larson, la fotógrafa que acompaña a la comitiva a la excursión a la isla, en donde en varias oportunidades vemos lo que sucede a través del objetivo de su cámara. Destacable actuación de Tom Hiddleston, un explorador con un humor particular, y John C. Reilly, con una especie de náufrago que habita en la isla. Te recomiendo no levantarte de la butaca hasta que terminen los créditos, ya que hay una escena que vale la pena ser vista. No se van a decepcionar.
Apocalypse Kong. Cuando la carrera espacial llevó a que las dos superpotencias pusieran satélites en órbita capaces de fotografiar la superficie terrestre, se acabaron los sitios escondidos. Es gracias a una de esas fotos que Bill Landa ubica la isla que buscó por décadas y con las que consigue la oportunidad de una última misión antes de que el proyecto Monarca sea desfinanciado por completo tras años de fracasos. Además de la escolta militar compuesta por varios helicópteros y soldados que estaban a punto de volver a casa después de la guerra, al grupo de científicos se le añaden una fotoperiodista que viene de retratar los horrores de Vietnam y un guía retirado de las fuerzas especiales británicas. La isla está rodeada por fuertes tormentas permanentes que bloquean las comunicaciones con el exterior, pero la expedición descubre a poco de llegar a tierra que ese es el menor de los peligros que le espera. Su llegada irrita al territorial Kong y tras un violento primer encuentro el grupo se encuentra dividido, herido y corriendo contra reloj para llegar al punto de encuentro con el barco que los sacará de allí sólo en el momento acordado. Cada uno por su lado y con prioridades diferentes, los grupos se ven obligados a internarse en la misteriosa isla donde el desproporcionado gorila no es el único que tomó sus vitaminas. Mejor que corra por la jungla: La historia de Kong: La Isla Calavera es tan simple que no resiste mucho análisis; la trama es casi inexistente y no va más allá de un grupo atravesando la isla de punta a punta intentando sobrevivir a la fauna autóctona. El mismo nivel de profundidad tienen los personajes, de los que sabemos tan poco que sólo algunos muestran algún indicio de motivación para lo que hacen, desaprovechando a una dupla de buenos intérpretes que se ven bien en cámara pero tienen personajes que a duras penas influyen en la historia y hasta podría apostar que si cortaran todas las escenas de Brie Larson nadie se daría cuenta que faltan. Ni siquiera a otro grande como John Goodman le sobran oportunidades de lucirse, quedando como algo más interesante el trabajo de Samuel L. Jackson y John C. Reilly, uno dándole un poco de sentido a la acción como el militar que quiere vengar la muerte de sus hombres y el otro cargándose al hombro buena parte de los chistes con su excéntrico piloto al borde de la locura. No es que ninguna de sus actuaciones sea mala, pero resulta llamativo tanto nombre importante sin darle material con el que lucirse. Pero en el fondo, todo esto no importa: el valor de la película está en ser una frenética secuencia de escenas de acción y violencia que, como tiene el gran acierto de no tomarse en serio lo que pasa, le pone una carga de humor fundamental para disfrutar con moviendo los pies incluido al ritmo de clásicos del rock and roll y riendo con referencias a Apocalypse Now o Full Metal Jacket. Kong: La Isla Calavera no necesita intrigas ni explicaciones detalladas para mantenernos entretenidos, son casi dos horas de metraje que se consumen a fuerza de combates épicos entre criaturas monstruosas y humor negro. A esta altura y con tanto tiempo entre películas, ya nadie se acuerda que estamos ante la segunda entrega del Monsterverse iniciado por Godzilla en 2014 y que promete un enfrentamiento entre los dos monstruos gigantes más famosos de la historia del cine, pero al menos parecen haber aprendido un par de cosas de aquella experiencia. Conclusión: A pesar de tener un guión que no soporta demasiado análisis, Kong: La Isla Calavera alcanza a ser una película de acción y aventura muy divertida por el simple acierto de no tomarse en serio a sí misma, lo que le deja margen para una buena dosis de humor negro y absurdo que la vuelven muy disfrutable.
A priori uno puede preguntarse porque una nueva de King Kong. Sin embargo el resultado dirigida por Jordan Vogt-Roberts es una sorpresa: Tiene climas e imágenes de “Apocalipsis” de Coppola, se enlaza así con la guerra de Vietnam y la locura en este caso del personaje de Samuel L. Jackson, tiene momentos muy “Jurassic Park” y una buen elenco donde se lucen John Godman, John C Reilly y se los ve lindos y atractivos a Tom Hiddleston y Brie Larson. De todo ese coctel surge un producto que entretiene y sus casi dos horas no se sienten pesadas. Ojo no levantarse antes de los títulos, banquen que hay una yapa porque “la saga continua”. Filmada en paisajes alucinantes de Oahu en Hawai, la costa dorada de Australia y Vietnam más los efectos visuales de Industrial Light & Magic, los climas están bien logrados, los bichos gigantescos Kong incluido, se ven amenazantes y en algunos momentos asquerosos con resoluciones de dudoso gusto. Bien dosificadas las dosis de acción, emotividad, humor y tensión.
Kong-Skull Island: La Tierra que el Tiempo olvidó. Regresa el Rey de Reyes. El más grande entre los grandes. Llega Kong, renovado y con mucho de clásico a cuestas. El estreno de Godzilla (2014) era la antesala a y el puntapié inicial a algo mayor. algo de escalas épicas llamada Monsterverse. Y como era de esperarse, el próximo gran monstruo cinematográfico a revisitar era el gorila gigante Kong. Sin el “King” de prefijo, ya que en Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island, 2017) vemos a un simio gigante mucho antes de que lo descubriera un cineasta megalómano y lo llevara a la NY. No, aquí lo vemos como un Dios en todo su esplendor en su tierra, retraído y benevolente tanto como implacable con sus enemigos. Este film funciona como precuela de la cinta de 1933, pero ambientada en la década del 70. Un grupo de científicos se embarca en una aventura hacia una isla desconocida, con el pretexto de hacer un mapa geológico, aunque en realidad lo que quieren es ratificar su teoría de que “los monstruos existen”. El director Jordan Vogt-Roberts nos lleva a un viaje por los sentidos, con una fotografía impresionante que destaca tanto la figura del simio gigante y todos los bichos enormes de la isla, tanto como los atardeceres, las panorámicas y todo lo que abunda en la espesa selva en una combinación estética sublime. Tampoco la acción tarda en llegar, aunque el film decae un poco a la mitad, las dos horas de metraje son bastantes llevaderas. Los homenajes en Kong: Skull Island abundan desde planos calcados a Westworld (1973) u Holocausto Canibal (Cannibal Holocaust, 1980), pero donde radica el elemento predominante es en la estética y el mensaje antibélico de Apocalypse Now (1979): desde los temas musicales elegidos de la época (muchas veces parece que el musicalizador es el mismo de Suicide Squad -2016-, metiendo canción tras canción) hasta los traumas de la post-guerra en vietnam; temática que puede quedar vieja y hasta forzada en todo el metraje. El reparto es multitudinario, y quizás en esto radica el problema en que Brie Larson o Toby Kebbell no logran desarrollar sus personajes; o Tom Hiddleston caiga en varios momentos en el rídiculo, siendo los experimentados John Goodman, Samuel L. Jackson y John C. Reilly los que más destacan en un film que no va más allá de ser entretenido y visualmente impecable, dejando el guión a la buena de Dios en muchos tramos. Y atentos a la escena post-créditos (Marvel que mal nos hiciste) que, como era de prever, abre el camino al enfrentamiento entre Kaijus de este Monsterverse: en 2019 llega Godzilla: King of Monsters y un año más tarde, King Kong vs. Godzilla, pero quizás haya más gigantes que se disputen el puesto de Rey de los Monstruos a futuro.
Publicada en edición impresa.
Un regreso con gusto a poco Un grupo se reúne para explorar una isla del Pacífico que, a lo largo del tiempo, trae más interrogantes que respuestas. En su aventura, este equipo encabezado por el ex militar James Conrad (Tom Hiddleston), la fotógrafa Mason Weaver (Brie Larson), y el jefe militar Preston Packard (Samuel L. Jackson) llegará a la Isla Calavera para conocer a Kong y toda la historia que lo rodea. En Kong: La isla calavera (2017), la historia original de la película del año 1933 cambia adaptándose a un relato más realista y coherente a este tiempo. En esta ocasión, el simio gigante dejó de ser preso del amor-relación que tenía hacia la protagonista para defender con uñas y dientes a la isla en la que es voz y voto. Ese perfil, más básico e ingenuo en cuanto a la destrucción simplemente por venganza quedó para el pensamiento de otras épocas: ahora Kong es inteligente y consciente de sus actos y consecuencias. Un punto alto de la película de Jordan Vogt-Roberts fue la decisión de tomar a Kong como el centro y a través de quien se maneja toda la acción. Desde un primer momento se nos muestra al monstruo en pantalla y se plantean las reglas con él y la película. Todo gira a su alrededor y desde él se desarrolla la historia. Kong: La isla Calavera cuenta con buenos efectos especiales y una gran ambientación relacionada a la época de los ’70, con una gran similitud a Apocalypse Now (1979) en cuanto a su estética. En la parte sonora, Kong hace uso y abuso de la música para recorrer distintas escenas. En su utilización reiterativa al usar temas demasiado conocidos y comerciales -tomando artísticas como David Bowie, Led Zeppelin– se manifiesta una saturación que entorpece y molesta el desarrollo natural de las escenas. En lo actoral, Kong: La isla calavera descuida a cada uno de sus personajes. Tom Hidleston brilla por su ausencia como protagonista, a su vez, el papel de Brie Larson fue introducido a la fuerza. Por otro lado, Samuel Jackson como el militar a cargo de la expedición deja mucho que desear y resulta poco creíble. Los personajes humanos en Kong dejan en manifiesto que mucho no importan sus reflexiones y pensamientos, ya que es muy vago el campo en el cual se desarrollan sus personalidades y conflictos. El problema se halla en que se busca crear una reflexión de cómo afecta la guerra a los soldados y ex-combatientes, aunque la película no tome los recados suficientes para crear una respuesta más profunda y menos superficial. Entre todo el cast, el mejor personaje es el de John C. Reilly; divertido, irónico, con grandes diálogos y participaciones. El guión de Kong no rescata ni explota a estos personajes. Simplemente, se basa en exponer su capa más superficial y servicial para cumplir de manera escueta al desarrollo de la película, tomando al gigante como único foco relevante e importante. Finalmente, Kong es una buena idea sobre como adaptar un clásico a una nueva época, pero que se limitó a explotarlo solamente desde lo visual, dejando lo narrativo para un segundo o tercer plano.
Que viva el rey Repasemos qué podemos ver en la pantalla durante esta película: un mono gigante que vive en una isla en forma de calavera, la cual está rodeada de una tormenta casi impenetrable; un soundtrack de un Vietnam bien rockero; un elenco de estrellas, que lamentablemente deja bastante que desear; un gran uso de la cámara lenta y unos efectos especiales, con el perdón de nuestros lectores, de reputa madre. No tengo que decirte que te recomiendo que vayas a ver Kong: La isla calavera si sos fanático del primate gigante. Sin dudas es la mejor versión que se ha hecho sobre este animal sobrenatural. Con la música acompañando las escenas de acción y los planos que parecen hacer honor a esas grandes películas donde la guerra de Vietnam es protagonista, ya sea Apocalypse Now o Pelotón, el director Jordan Vogt-Roberts muestra un interés de gran calidad por el sonido, el color y una construcción del espacio muy buena. Lo único negativo son las performances de un elenco de estrellas con grandes actores como Tom Hiddleston, Samuel L. Jackson, John Goodman y la genia de Brie Larson, a la cual se la ve mucho más sensual que de costumbre.
Kong: La isla calavera, un regreso a la altura de la leyenda Agobiado por tanto reboot de viejas historias, es probable que muchos cinéfilos sientan una comprensible desconfianza frente a este nuevo regreso de King Kong, pero contra todos los prejuicios hay que admitir que esta vez Hollywood está a la altura (y vaya que es mucha) del mítico gorila. Ambientada en 1973, en plena crisis de la administración Nixon y en las postrimerías de la guerra de Vietnam, esta película dirigida con ductilidad y aplomo por Jordan Vogt-Roberts (The Kings of Summer) puede verse como una combinación entre Apocalypse Now!, Jurassic Park, el espíritu del mejor cine clase B y un homenaje al mago de los efectos especiales Ray Harryhausen. Tras un prólogo en el que se presentan los antecedentes de los principales personajes y el armado de la expedición, el equipo que combina científicos y militares, liderado por el teniente coronel Packard (Samuel L. Jackson en plan Kurtz) y el mercenario James Conrad (Tom Hiddleston), llega a la isla del título, donde no sólo vive Kong sino también otras gigantescas criaturas. La recepción del simio no será amigable, pero pronto se verán las diferencias de actitudes y objetivos. La película es básica en su argumento, pero brillante en su concreción. Las escenas de lucha entre criaturas inmensas alcanzan una espectacularidad y una credibilidad pocas veces vista, los personajes tienen el espesor necesario como para no resultar meras excusas argumentales y, así, Kong queda más cerca del clásico de 1933 que de la apenas correcta superproducción que Peter Jackson estrenó en 2005. No se trata, por lo tanto, de un mérito menor.
El gorila, en tiempos de Nixon y Vietnam El filme tiene una entidad propia, además de ser un entretenimiento de acción y humor. En Bastardos sin gloria, Quentin Tarantino demostraba todo su ingenio en la escritura con un hermoso juego entre enemigos, en plena Segunda Guerra Mundial, en el que se mencionaba a King Kong como metáfora de la esclavitud en los Estados Unidos. Ese espíritu lúdico y alegórico está presente en esta nueva Kong: La isla calavera, que viaja a tiempos de Vietnam y Richard Nixon en los ‘70 para hablar de Trump y reemplaza a la esclavitud con la moraleja sobre el intervencionismo americano. Pero lo más interesante de la película de Jordan Vogt-Roberts no está en la fábula sino en el entretenimiento que produce cada secuencia de acción, construidas por el director con una pericia sorprendente, y en la facilidad con la que unas y otras se encastran en la narración. Una variopinta expedición llega a la remota Isla Calavera donde el enorme simio espera rodeado de una batería de bichos prehistóricos mucho más peligrosos. El grupo se dispersa tras la irrupción de Kong y enseguida los civiles y militares que lo componen confrontan y aparece el debate sobre quién es el verdadero monstruo en la isla. Más allá del parecido físico de este primate con el monstruo original de los 30, Kong: La isla Calavera parece menos una secuela o reversión del filme de Peter Jackson que una adaptación de Jurassic Park trasladada al universo de Apocalypse Now: Vogt-Roberts combina la preocupación de Coppola por el sonido, los colores y la construcción del espacio con la obsesión por la paternidad recurrente en Spielberg. Las dos películas parecen delimitar el enfrentamiento constante entre ciencia y milicia. Al frente del ejército aparece la intensidad habitual de Samuel L. Jackson, que lleva la película a un terreno demasiado oscuro y declamatorio. Como contraparte, aparece el eterno candor y la liviandad de John C. Reilly, como un soldado perdido que lleva treinta años conviviendo en armonía con los nativos de la isla. Tras ese enfrentamiento, el mensaje sucumbe ante el humor para alegría de un espectador que, de cualquier forma, no pensará más que en Godzilla vs Kong, glorioso duelo de los más grandes monstruos nacidos en el cine que llegará en unos años.
El regreso de un gigante El regreso de King Kong a la pantalla grande se da en una cinta de aventuras plagada de acción, terror, adrenalina y momentos inolvidables Una expedición viaja hacia la Isla Calavera, un pedazo de tierra inexplorado, que alberga varios misterios. Soldados, mercenarios, científicos y hasta una fotógrafa, llegan al lugar para encontrarse con un simio gigantesco que reina en ese remoto pedazo de tierra. Aunque pronto descubrirán que el primate no es el mayor de los peligros. Ambientada en los setenta, con una estética que recuerda a Apocalipsis Now, la película resulta tan original como atractiva. Los personajes, bien estereotipados van desde el inescrupuloso científico encarnado por John Goodman, al mesiánico militar de Vietnam compuesto por un desbordado Samuel Jackson. Tom Hiddelston, como el inglés canchero que todo lo hace por dinero, logra una buena dupla con la fémina del grupo, la fotoperiodista que interpreta Brie Larson. Los decorados selváticos, imponen respeto. El director Jordan Vog-Roberts desarrolla escenas de acción muy bien montadas, aprovechando la suciedad y el grano de una fotografía que remite al cine bélico de los setenta. El prólogo del filme, con dos pilotos de la II Guerra Mundial como protagonistas es brillante y muy efectivo (además, no es gratuito ya que tendrá impacto en el desarrollo de la trama). Kong, nunca fue tan inmenso ni real como en este filme. El director no esconde nada, y lo presenta casi desde el principio, no especula con la sorpresa, porque la trama es tan interesante e intensa que no necesita de engaños o vueltas de tuerca para sorprender. El resto de las criaturas que habitan la Isla, se alejan del estereotipo del T-Rex o de los animales prehistóricos clásicos, para darle una forma más cercana a los monstruos provenientes de la cultura Pop Japonesa (esto también tendrá su explicación, no dejen de ver la escena pos-créditos, fundamental para entender lo que parece el inicio de una nueva saga). La tribu que habita la Isla Calavera, quizás sea lo más anticlimático del filme. No son los nativos, los peligrosos seres que vimos en las anteriores versiones, sino una especie de grupo New Age que parece haber salido de un Templo Budista. Salvo por este detalle, el resto del metraje no da respiro y resulta una experiencia fílmica inolvidable, tan pochoclera como fundamental. La Octava Maravilla ha vuelto, y Kong sigue siendo el Rey. Larga vida al Rey.
Crítica emitida por radio.
LO QUE PUDO SER Si todo hubiera estado medianamente a la altura del personaje del magnífico John C. Reilly, Kong: la Isla Calavera hubiera sido algo cercano a una obra maestra. Pero no, el resto de los elementos que componen el film de Jordan Vogt-Roberts están muy lejos de ese nivel, con lo que tenemos una película que, en su vocación por expandir el universo inicialmente planteado por Godzilla, repite los defectos de aquella. En este mundo repleto de gigantescas y temibles criaturas que intentan construir Warner y Legendary, la norma parece ser el deglutir las fuentes previas, en un combo de referencias, citas y guiños estéticos que sólo funciona de a ratos. En el caso de Kong: la Isla Calavera, hay un permanente diálogo con las anteriores encarnaciones de King Kong -la de 1933, pero también la de 1976 e incluso la del 2005 dirigida por Peter Jackson-, pero también con todo un compendio de cine bélico relacionado con la Guerra de Vietnam. Esa expedición integrada por militares -que todavía están lidiando con la derrota frente a los vietnamitas-, científicos, agentes corporativos, un explorador y una fotógrafa periodística, que terminará topándose no sólo con Kong sino también con otros monstruos, es el vehículo usado por el relato para establecer puentes con clásicos como Pelotón o Apocalipsis now, que sólo de a ratos cobran verdadera pertinencia. En muchos pasajes de Kong: la Isla Calavera estamos ante una especie de catálogo iconográfico, discursivo y genérico: el explorador que interpreta Tom Hiddleston se apellida Conrad, como el autor de El corazón de las tinieblas; la fotógrafa que encarna Brie Larson es una especie de voz de la consciencia, su visión crítica de la guerra y el militarismo; y el militar que hace Samuel L. Jackson es una especie de paradigma del comportamiento obsesivo y revanchista en su duelo con Kong. Pero sólo estamos ante estereotipos, no ante personajes sólidos y complejos. En cuanto a Kong, es un personaje atractivo solamente cuando ejerce su poder destructor, porque por lo demás, no es capaz de narrarse a sí mismo: son otros personajes los que tienen que contar su particular historia y posicionamiento, que lo coloca en un lugar de héroe a su pesar, de ser marcado por la tragedia, pero siempre dispuesto a dar pelea. Todo esto le impide elevarse por sí mismo al film, que hasta queda incluso condenado a ser una especie de reversión sin mucha gracia de ese otro emblema cinematográfico sobre la naturaleza hostil llamado Jurassic Park. En contraposición, el Hank Marlow que encarna Reilly insinúa otro posible film. Es un personaje libre, que respira por sí mismo, que incluso cuando baja línea respecto a la isla que habita desde que llegó siendo un joven soldado durante la Segunda Guerra Mundial, lo hace con un tono que evita una seriedad innecesaria. Es el portador del sentido de la aventura en el relato y que sirve como enlace con un imprescindible clasicismo al cual la película no termina de aferrarse. Cuando Marlow aparece, Kong: la Isla Calavera eleva su atractivo de manera exponencial. El problema es que Marlow no es el protagonista, por más que el film le termine entregando la última (y conmovedora) secuencia. Kong: la Isla Calavera pudo ser como Marlow: una película con real sentido de la aventura, divertida sin culpa, clásica en su concepción estructural, sensible para hablar de ciertos peligros y calamidades, melancólica y a la vez vital para invocar lo que se perdió. Pero no, terminó siendo otra cosa, un híbrido que encima carga con el inconveniente de ser parte de una franquicia que la supera. La respuesta para la identidad del film estaba dentro de él, pero no supo encontrarla.
Cuarta versión de King Kong en la pantalla grande (tercera remake, si se quiere, del clásico film mudo de stop motion satirizado por Borges en 1933), y el mono tremendo, lejos de envejecer, se ha vuelto mucho más poderoso, construido por efectos cada vez más especiales y sanguinarios. Ahora bien, este Kong tiene variaciones sustanciales respecto de sus predecesoras (y acá, querido lector y fan del rey simio, puede abandonar la lectura si no quiere el menor spoiler): en primer lugar, la criatura jamás abandona la isla rumbo a Nueva York, rendido a los encantos de una Tinker Bell humana; en segundo, hay una batalla con helicópteros, pero ocurre en la isla y el súper gorila los destroza a todos (¿spoiler? Naaaa. La escena ocurre alrededor de los treinta minutos de un film que dura casi dos horas). Unos minutos antes se desata el nudo de la acción. Corre el año 1974 y Bill Randa (John Goodman), sobreviviente de una excursión a esta isla del Pacífico con forma de calavera desde una vista satelital, convence al ejército para armar una expedición al lugar, arguyendo que una fuerza especial se oculta bajo su suelo; una fuerza responsable de destrozar a una embarcación que osó merodear sus playas y cuyo descubrimiento podría ser un arma contra los rusos. Randa se ahorra entrar en detalles, hasta que el cuerpo de marines y algunos civiles especialmente entrenados, como el inglés James Conrad (Tom Hiddleston) se encuentran cara a cara con King Kong y descubren que están en un baile. Y hay que bailar. En la huida (de Kong y de otros animales versión extra large –la isla agranda todo, para los que no conocen la historia–), el grupo en retirada se topa con una tribu que honra a Kong, y cuando están por irse a las manos aparece Hank Marlow (John C. Reilly), un barbudo sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial que los pone al tanto: Kong es bueno; los malos son esos lagartos con cabeza de buitre, que si aún no los vieron ya los conocerán. La película es medianamente aburrida en los tiempos muertos, pero entretenida y casi brillante en los pasajes de acción, que se intensifican con el correr de los minutos. Hay chica bonita (Brie Larson) e isla fantástica, sí, pero esta versión de King Kong es muy distinta, y el súper mono recuerda más al Hulk furioso y poderoso de Ang Lee que a cualquier otro Kong de la historia. En términos de aprobación, dado su desvío de la historia, tómenla o déjenla. Pero no la dejen pasar.
La isla calavera es la más grande película de King Kong que se hizo después de la obra original de Merian C. Cooper de 1933. Luego de muchas décadas finalmente surgió un film que logra hacer atractivo al personaje sin repetir el mismo relato de siempre. A diferencia de Godzilla, que a lo largo de su filmografía tuvo interpretaciones diferentes, el cine hollywoodense nunca trabajó al gorila gigante con ideas interesantes. Por lo general los productores se limitaron a refritar la historia original de Cooper con efectos especiales modernos. Relatos donde Kong estaba condenado a ser una figura trágica y siempre terminaba muerto. En ese sentido resulta irónico que los japoneses le tuvieran más cariño al personaje, al punto de convertirlo en un antihéroe, como ocurrió en el gran clásico, King Kong vs. Godzilla, de 1962. La isla calavera cambia el paradigma de Kong en el cine hollywoodense de aventuras para retratarlo con toda su gloria como nunca lo vimos en la pantalla grande. Por primera vez en las producciones norteamericanas el gorila logra ser el héroe y protagonista absoluto en su propia película. Si te gustan los filmes de monstruos gigantes ese es un motivo suficiente para no dejar pasar este estreno en el cine. Sin embargo, más allá de esta cuestión, que no es un detalle menor, la nueva producción de los estudio Warner fue realizada por un director que siempre tuvo claro el género que trabajaba. Jordan Vogt-Roberts es un joven cineasta que viene del circuito independiente y hace unos años llamó la atención con su ópera prima, The Kings of Summers. La típica Lértora movie con adolescentes sensibles que ofrecía una oda al subgénero del Coming- of-age. En su segunda película abordó un género diferente y es fabuloso lo que hizo con la narración del relato. Por fin nos encontramos con una película de Kong donde no tenemos que esperar una hora hasta que el gorila aparece en la pantalla. En La isla calavera el personaje se introduce a lo grande en los primeros dos minutos y a partir de ese momento se establece el tono que tendrá en adelante el conflicto. El director siempre tuvo claro que Kong debía ser el gran protagonista y el resto del reparto, aunque que incluya artistas ganadores del Oscar, están para acompañar a la verdadera estrella del film. Esta no es una película para disfrutar de las interpretaciones dramáticas de Brie Larson y Tom Hiddleston, porque tienen poco para hacer en la trama, pese a que ambos están muy bien en sus roles. Quienes esperen un drama profundo con personajes complejos deben buscar otra opción en la cartelera, ya que se trata de una propuesta de acción y aventuras donde su atractivo pasa por otro lado. Objetarle la falta de un argumento elaborado a estas películas es la misma ridiculez que exigirle más efectos especiales y tiroteos a los dramas existencialistas de Terrence Malick. Creo que el director Vogt- Roberts tuvo muy clara esta cuestión y por eso su película funciona tan bien. En esta historia Kong tiene algunos de los momentos más gloriosos de su filmografía y el gorila sobresale como nunca en la escenas de acción que son imponentes. Cada una de sus apariciones son una celebración del personaje y el cine de aventuras. Un genero que hace rato no brindaba una película tan entretenida. Dentro del reparto John C. Reilly es el encargado de brindar algunos diálogos graciosos pero el tono del film nunca se encamina por el rumbo de la comedia como dieron a entender por error algunos avances. La trama presenta una conexión con la película anterior de Godzilla y prepara el terreno para lo que será el encuentro de estos dos personajes en el 2020. Si sos fan de las viejas películas de monstruos, en especial las del estudio Toho, tenés la obligación moral de quedarte en el cine a ver la escena post-crédito que es maravillosa por la situación que se plantea. Disfruté en su momento la última versión hollywoodense de Godzilla pero esta película de Kong me pareció superior y me gusta el concepto de saga que proponen estas producciones. En resumen, un glorioso regreso de King Kong que se concibió para ser disfrutado en una sala de cine.
Hace mucho que no arranco una crítica con la frase “está película es una fiesta” y Kong: La isla calavera lo amerita mucho. La pasé genial de principio a fin a tal punto que casi ni pestañé. Es puro entretenimiento y del bueno. ¿Entonces es la mejor película del mundo? Para nada. Y de hecho muchos le pegarán por diversos motivos. Pero lo que hay que tener en cuenta que el film cumple lo que pretende y muy bien. Primero y principal quiero destacar la dirección de Jordan Vogt-Roberts, quien viene de hacer una muy buena coming of age llamada The kings of summer (2013). Pero a diferencia de ese film chiquito aquí maneja un gran presupuesto por primera vez y da la sensación de que es un director experimentado con eso. No solo por los efectos especiales (que en realidad son mérito de otras personas) bien utilizados sino por la narrativa y los geniales planos que logró para mantener la tensión. Más aún teniendo en cuenta que el guión por muchos momentos hace agua, sobretodo en el desarrollo de personajes. Ese es el punto más flojo del film y no por sus actores sino porque está muy mal hecha la generación de vínculos y tienen demasiados clichés. Tom Hiddleston tiene mucho carisma y toda la pasta de estrella pero su interpretación en este film no me causó nada. Algo parecido me sucedió con Brie Larson, una de las mejores actrices del momento pero que aquí no tenía nada que hacer. El papel que más disfruté, pero por lo exagerado, es el de Samuel L. Jackson. Su personaje tiene los mejores momentos sin dudas. También disfruté mucho que todo el film ocurra en la isla. Eso es algo que había quedado pendiente del film de 2005 de Peter Jackson, y aquí se amplió muy bien, lo mismo que todo ese mundo. (IMPORTANTE: hay escena post créditos). Kong: la isla calavera es para pasar un rato genial en el cine, a puro entretenimiento para todos los sentidos.
Apocalipsis Kong En 1933 dos señores llamados Merian Cooper y Ernest Shoedsack sorprendieron a los espectadores del naciente cine de entretenimiento con King Kong (1933), la fantástica aventura de un simio gigante sustraído de su habitat natural y llevado a Nueva York, donde por supuesto desataría todo el caos imaginable para terminar subido al Empire State, con una damicela en apuros literalmente en la palma de su mano, y peleando contra unas avionetas, en una secuencia llena de amor por esa ténica mágica y maravillosa mejor conocida como stop-motion. El cine, a través de los años, nos regaló variadas re-interpretaciones del gorila gigante. La más reciente, de Peter Jackson (King Kong, 2005) adaptando fielmente el material original y de forma bastante aburrida durante interminables 187 minutos. Siendo contemporáneos de una industria que vive de las remakes, precuelas, secuelas y demás continuaciones de historias previamente exitosas, nos llega Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island, 2017), obra de un cuasi debutante Jordan Vogt-Roberts. En esta ocasión todo transcurre en 1973, plena post-guerra de Vietnam. Un científico del gobierno estadounidense bastante peculiar (John Goodman) logra conformar un equipo de investigación para aventurarse en la Isla Calavera, un lugar perdido en el globo terráqueo, con el cual está misteriosamente obsesionado. Grande es la sorpresa al arrivar y darse cuenta que un gorila gigante es el rey de la isla, y aún más sorprendente será descubrir que no es el único monstruo del que preocuparse durante la travesía. El elenco variopinto está compuesto por el Teniente Packard (Samuel L. Jackson), un militar que aún no termina de digerir la derrota en Vietnam; James Conrad (Tom Hiddleston), el guía aventurero encargado de la expedición; Mason Weaver (Brie Larson), la fotógrafa aspirante al Pullitzer encargada de retratar la misión, y el comic relief, Hank Marlow (John C. Reilly), náufrago sobreviviente de la isla. Por supuesto los acompañan un grupo de solados y científicos poco distinguibles, cuya única función sera ir pereciendo conforme avanza la trama… A diferencia de previas adaptaciones, Kong: La Isla Calavera no desperdicia un segundo en meternos en clima ni ocultarnos al monstruo titular. Un film de aventuras de la A a la Z, con la impronta de Indiana Jones y ese aire a compañía militar en clave Alien: El Regreso (Aliens, 1986) y Depredador (Predator, 1987), combinado con la bio-fantasía de Jurassic Park (1993). Por encima de estas referencias inmediatas que construyen el universo ficcional, hay también múltiples guiños a Apocalypse Now (1979) en lo referente a encarar una misión en un dominio desconocido, con amenazas tanto externas como internas que desafían la cordura y la resilencia de los involucrados. La banda sonora que ataca con feracidad -especialmente durante la primera mitad del film- no hace más que remarcar el espíritu bélico setentoso, haciendo sonar glorias de la era del vinilo como Creedence, Black Sabbath y The Stoogies, entre otros. Hay un equilibro muy logrado entre escenografia natural -gran parte del film fue rodado en Hawaii- y efectos computarizados más algo de pantalla verde. La gente de Industrial Light and Magic (ILM) estuvo detrás del diseño de Kong, que en esta ocasión se alejan del animalismo del gorila de Peter Jackson y se acerca a la versión de 1933, con una composición más antropomorfa y fantasiosa, y la fuerza, astucia y agilidad características de los kaiju orientales. En concordancia con el Monsterverse iniciado por la Godzilla de Gareth Edwards en 2014, Kong: La Isla Calavera incorpora también una sublectura pro-ambientalista, en la cual Kong es visto como un protector de la naturaleza antes que un monstruo devastador. Un giro más cercano a nuestros tiempos. Algunos podrán criticar el desarrollo casi nulo de los personajes, unidimensionales más allá de sus rasgos característicos y prácticamente sin un arco elaborado a través del relato. Falencia que no es crítica en un film cuyo objetivo primordial es claro: entretenernos durante 118 minutos con un gorila gigante y un grupo de aventureros. Al pan, pan, y al gorila, gorila. Definitivamente no será una película que rompa el paradigma del séptimo arte, pero Kong: La Isla Calavera sabe a lo que juega, convirtiéndose en un interesante exponente del cine contemporáneo de aventuras… ah, y quédense porque hay escena post-créditos.
Aquel que haya visto Apocalypse Now recordará el espectáculo visual provocado por el napalm, la formación de helicópteros delante de un cielo anaranjado y el humo de colores desperdigado por todos lados. El que haya hecho lo mismo con Jurassic Park -o la reciente Jurassic World– traerá a colación las peleas entre humanos y animales gigantescos, así como también de los propios colosos. La nueva película acerca del simio Kong se atreve a combinar su propio universo, creado en el ’33, con los mundos salvajes de Francis Ford Coppola y Steven Spielberg. Con el nada pretencioso pero difícil objetivo de entretener ya cumplido, el espectador no olvidará de Kong: Skull Island sus efectos visuales, una selección de escenas sumamente estilizadas -dirigidas con maestría por Jordan Vogt-Roberts– y su reparto secundario.
En el espíritu de la vieja “clase B” Un clásico relato de aventuras, que transcurre en pleno crepúsculo de la guerra de Vietnam, cuando un grupo de soldados estadounidenses entrega su última misión al servicio de la patria en una isla misteriosa donde conviven diversas criaturas fantásticas. Apenas una semana después de Logan: Wolverine, llega otro tanque con un nivel superior a la media. Uno que, a diferencia del circunspecto, oscurísimo y notable film de James Mangold, hace de la desfachatez y el desparpajo sus directrices principales, y que desde su concepción formal y narrativa entiende que lo mejor es separarse de los anglicismos que sirven de etiqueta para gran parte de las superproducciones del ala más mainstream de Hollywood. Porque Kong: La isla Calavera no es un spin-off, ni remake, ni reboot de la saga del gorila gigante. Tampoco dialoga con las entregas anteriores ni guiña el ojo al espectador entregándole en bandeja referencias gratuitas. En todo caso, encuentra apenas algunas similitudes con la imaginería visual de la versión de Peter Jackson de 2005, pero evita los senderos del gigantismo megalómano habituales en el neozelandés. Y no es lo único que evita, ya que a la habitual gravedad reflexiva le antepone un leve y burbujeante espíritu de aventura digno de un producto clase B travestido de superproducción que no se toma demasiado en serio a sí mismo. Que al plano cenital de un hombre cayendo en la boca del gorila gigante le siga, montaje mediante, el de uno de sus compañeros cargando una cuchara con comida enlatada es uno de los primeros indicios que al realizador Jordan Vogt-Roberts le importa menos la tecnificación del mito (cosa que sí le importaba a Jackson) que el establecimiento de una mirada distanciada e irónica. La presencia de Samuel L. Jackson, un actor con amplia experiencia en la construcción de personajes caricaturescos y pasados de rosca, es otro poroto en ese sentido. El afroamericano encarna a Preston Packard, la máxima autoridad militar a cargo de la exploración de la isla del título, que desde tiempos inmemoriales permanece oculta debido a la presencia de un frente de tormenta inmóvil a su alrededor. La teoría de uno de los científicos promotores de la iniciativa (John Goodman) es que allí conviven diversas criaturas fantásticas, alejadas de las de tamaño humano del resto del mundo, y que eso explicaría la desaparición de todas y cada una de las expediciones previas. El apoyo de un diputado (cameo de Richard Jenkins) marcará la luz verde definitiva para una nueva incursión en esa tierra misteriosa, esta vez acompañada por un grupo de soldados para los que, en pleno crepúsculo de la Guerra de Vietnam (el film de sitúa en 1973), significará su última misión al servicio de la patria. Durante esta primera media hora, pasada las presentaciones de rigor de los distintos personajes y los delineamientos argumentales, Vogt-Roberts juega con la iconografía visual y sonora de los films ambientados en la guerra del sudeste asiático en general y de Apocalypse Now en particular, empezando por esos operísticos planos en cámara lenta de los helicópteros y un soundtrack plagado de clásicos de Creedence, Jefferson Airplane, The Hollies y The Stooges, entre otros. Y culminando con esa pulsión beligerante de un Packard que ante la certeza de la presencia del mono gigante no duda en hacer lo que mejor sabe: bombear absolutamente todo. El grupo, compuesto por soldados, una fotógrafa (Brie Larson, ganadora del Oscar el año pasado por La habitación), un rastreador (Tom Hiddleston, el Loki de Los vengadores) y un veterano atrapado allí desde la Segunda Guerra Mundial (John C. Reilly, absurdo como en sus mejores colaboraciones con Will Ferrell), tendrá como objetivo máximo el llegar en tiempo y forma al punto de encuentro después de la dispersión inicial. Objetivo que en realidad es una excusa para un relato de aventuras clásico, con los protagonistas enfrentándose a lagartos gigantes, pajarracos prehistóricos sacados de Jurassic Park y una comunidad indígena local que, como casi todo aquí, sirve de disparador cómico.
La Guerra de Vietnam acaba de terminar. Es 1973 y el mundo está convulsionado por los cambios que se avecinan. Bill Randa (John Goodman) y Houston Brooks (Corey Hawkins) son dos hombres que trabajan para una misteriosa organización llamada Monarch que se dedica a investigar todos los fenómenos extraños que se suceden en el planeta. Su nuevo objetivo ahora es tratar de convencer al gobierno para que los financie en un viaje de investigación a la inexplorada Isla Calavera, un lugar aislado del Pacífico lleno de mitos y leyendas. Es así como logran juntar a un grupo de viajeros, exploradores y soldados que los acompañen en esta travesía. Entre ellos están el capitán James Conrad (Tom Hiddleston), experto rastreador y ex militar inglés convertido en mercenario; Mase Weaver (Brie Larson), una fotoperiodista antiguerra; el teniente coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson) y los hombres a su cargo; y un grupo de científicos preparados para investigar el extraño ecosistema de la isla. Pero al adentrarse en esta bella y también traicionera isla, los exploradores encontrarán algo sorprendente. Sin saberlo, estarán invadiendo los dominios del mítico Kong, el gigante gorila rey de esta isla. Será Marlow (John C. Reilly), un ex piloto de la Segunda Guerra Mundial que se estrelló allí y nunca más pudo salir, quien les enseñe los secretos del lugar, además del resto de seres monstruosos que la habitan... Lo primero que hay que decir es que esta es la segunda entrega de algo que se llama MonsterVerse, que comenzó con “Godzilla” (2014). Esto es algo así como un universo compartido por varios monstruos gigantes en el que la idea es que terminen enfrentándose, algo que hizo el estudio japonés Toho durante décadas hace más de 50 años. La organización Monarch también estaba presente en el filme del reptil, de ahí la conexión. En este largometraje la idea fue ir directamente a los bifes, y nuestro gorila gigante –con 31.6 metros el segundo más grande de todas las películas hechas sobre él hasta ahora– aparece desde el arranque como para que no tengamos dudas que esta obra está para mostrarnos a la criatura en toda su dimensión. Y tanto es así que, salvo por un par de excepciones (Packard y Marlow) los personajes humanos no tiene desarrollo, o conflictos y están desprovistos de cualquier rasgo de interés para el espectador. “Señores, este es un filme sobre monstruos gigantes que se dan murra, lleno de efectos especiales y con el único objetivo de mostrar eso. ¿Qué más quieren?”, dirían los productores. Por eso, hay que felicitar al filme porque es honesto y no pretende más que eso. Pero también hay que decir que no logra lo que lograban los primeros largometrajes que exploraron el tema, porque al menos ellos contaban con la espectacularidad, sorpresa y originalidad de esas luchas titánicas que se desarrollaban en cualquier escenario, preferentemente ciudades. Hoy, con todos los avances, es quedarse a medio camino centrarse sólo en la lucha y nada más. Además, claro, de desperdiciar tanto talento actoral. Dicho sea de paso, un casting mal hecho porque Hiddleston o Larson no son la elección correcta para los roles. El director Jordan Vogt-Roberts no tiene experiencia y se nota: tiene grandes problemas narrativos, algunas escenas son demasiado torpes y sin sentido, y abusa mucho de los claros homenajes a “King Kong” (1933) y “Apocalipsis Now” ( 1979). Lo más interesante está en la escena poscréditos, en la que si cumplen con la mitad de lo que prometen, tal vez podrían hacernos olvidar de este mediocre intento de darle vida a Kong. Este señor se merece más respeto.
Esta gran aventura intenta ser distinta a sus antecesoras. Ahora llega de la mano del director Jordan Vogt-Roberts (“The Kings of Summer”) y con un imponente elenco: Tom Hiddleston (“Los Vengadores,” “Thor 2”), Samuel L. Jackson (“Los 8 Más Odiados,” “Los Vengadores 2”), la premiada con un Oscar, Brie Larson (“La Habitación”), John Goodman (“Transformers 4,” “Argo”), John C. Reilly (“Guardianes de la Galaxia”), Tian Jing (“Police Story: Lockdown”), Corey Hawkins (“Letras Explícitas”), Jason Mitchell (“Letras Explícitas”), John Ortiz (“Steve Jobs”), Thomas Mann (“Hermosas Criaturas”), Shea Whigham (“El Lobo de Wall Street”), Toby Kebbell (“El Origen del Planeta de los Simios”), entre otros. Todo transcurre entre 1944 y 1973 durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Vietnam. Luego un grupo de personas se unen en una gran aventura ellos son: exploradores, militares y científicos, cada uno de ellos con distintos propósitos, ingresan en el corazón de una isla inexplorada del Pacífico, tan hermosa, como misteriosa y enigmática. Desconocen quienes la habitan, de esta forma también sumergen a los espectadores en esta isla secreta. Cuando estos personajes llegan a la isla a los pocos minutos vemos a esta enorme criatura Kong (es más grande, imponente, resulta espectacular, salvaje e implacable) que aun no es Rey, este es el protagonista, los humanos son minúsculos, no tiene una relación romántica con el personaje de la fotógrafa-periodista Mason Weaver (Brie Larson). El lugar se encuentra lleno de animales prehistóricos, mantiene la atención, su ritmo resulta ligero con una exquisita banda sonora y una serie de canciones de la época. Los diálogos tienen humor, contiene mensajes antibélicos y en defensa de los derechos de los animales. Existe un homenaje a los 70 con referencias visuales a “Apocalypse Now”, como así también a “Jurassic Park”. Cuenta con el director de fotografía Larry Fong (“Batman vs. Superman: El Origen de la Justicia”), con un buen montaje y efectos visuales. Los paisajes principales son los de Oahu, Hawaii, lugar donde comenzó la filmación en octubre de 2015, en la Costa Dorada de Australia y Vietnam y el rodaje se encuentra en diversos escenarios, pocas veces visto en el cine. Es puro entretenimiento. Quédate hasta el último de los créditos porque hay yapa. Además se va preparando al público porque llegará "Godzilla 2" en el 2019 y " King Kong y Godzilla" en el 2020.
Efectos para una historia sin pulsaciones En su infinita capacidad para crear productos carentes de originalidad, Hollywood nos ha acostumbrado a revisiones, secuelas, precuelas y reboots anuales que se amparan en la fallida creencia de que su base de fans amortizará la producción. En estas apuestas, sin embargo, se puede jugar de una forma conservadora o arriesgar con propuestas que oculten a duras penas la sensación de repetición. Kong: la isla calavera se erige como un intento de coger el mítico personaje simiesco de la historia del cine y darle una vuelta a la trama que lo presenta, combinando distintos géneros a varios niveles en una mezcla de respuesta difícilmente controlable. Reanimación visual para un guion muerto. El principal problema de Kong es que parte de una base fallida: un guión completamente lineal, con personajes planos y carencia absoluta de capacidad emotiva en algún punto. Estos personajes, reducidos en su mayoría a una característica definible en una palabra, vagan en la trama con un objetivo sencillo y final predecible. Ni siquiera los que pueden morir a su paso generan sentimiento alguno en un espectador totalmente separado emocionalmente de estos seres profundamente estereotipados. Todo esto parece producto de los más que probables vaivenes de dicho guión durante la pre-producción, lo cual ha acabado con una trama principal insulsa, subtramas prácticamente inexistentes o insustanciales y personajes carentes de sentido en la película. Esto viene a cubrirse, sin embargo, con un manto visual impactante e incluso sorprendente, teniendo siempre en cuenta que hablamos de un blockbuster palomitero sometido a los estándares más comerciales de la cinematografía actual. Dentro de este encorsetado vestido, la película consigue presentar planos cuyo tiempo se mantiene lo suficiente como para ser apreciados en toda su belleza (sin infinitos e innecesarios cortes de montaje fugaces que arruinen la experiencia y el trabajo visual). Esto y las continuas reminiscencias a Apocalypse Now (hablando siempre en el apartado de imagen) acaba convirtiéndose en un elemento que destaca sobre el resto, pero que es incapaz de salvar la experiencia de toda la película. En última instancia cine son sus personajes (y los actores que los encarnan) y el guión que fundamenta el producto. Y aunque las estrellas como Tom Hiddleston, Brie Larson, Samuel L. Jackson y, sobre todo, John C. Reilly tienen una interpretación más que acertada, poco o nada hay que salvar por mucho esfuerzo y tablas que estos actores le aporten. Kong es una huida al frente, una lucha sufrida para abrirse paso en un mar de absoluta linealidad. La presentación del gran simio viene aderezada con un pequeño y nuevo trasfondo que se acaba convirtiendo en una de las pocas cosas interesantes provenientes de la parte literaria de la película. Lamentablemente, este halo mitológico queda explotado muy superficialmente. Del mismo pie cojea la utilización del contexto histórico, en plena rendición estadounidense en la Guerra de Vietnam. Los compromisos ideológicos y cargas morales que esta derrota y la Guerra Fría podrían generar son una nueva oportunidad perdida para dotar de mayor interés a alguno de sus personajes. En su lugar, nos quedamos con un prólogo redundante y algún guiño intrascendente a lo largo del desarrollo. Sin duda se ponen de manifiesto estos problemas en la película cuando el momento más emotivo se produce únicamente en el epílogo que cierra la aventura. Al final, es inevitable darse cuenta de la evidencia que se ha convertido en la piedra causante de repetidos tropiezos hollywoodienses: Un apabullante apartado visual no salva una obra cuyo corazón se escribe con tinta y letras, no con efectos visuales.
Kong en su habitat, y sin rascacielos La nueva versión para el cine del famoso simio cambia de época, y arranca hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial. El film, que se sostiene en su eficaz producción y buenos actores, prescinde del elemento sentimental. En el primer, extraordinario y sin lugar a dudas mejor "King Kong", una maravilla fílmica lograda gracias a los complejos efectos de stop motion animation de Willis O'Brien, algunas de las mejores partes tenían que ver con el hábitat donde descubrían al gigantesco gorila, o sea la Isla de la Calavera. Una cualidad de la última remake que dirigió Peter Jackson es que retomaba ideas que no se habían podido filmar en 1932, relacionadas con monstruos de todo tipo y calibre, incluyendo insectos enormes. Lo divertido de esta nueva visión de Kong es que ubica al monstruo en otro tiempo y olvida totalmente el gran final en el Empire State para dejarlo luchando con otras criaturas de su isla natal. La película empieza a toda marcha en 1944 y, para dar idea de que esto es la más desbocada superacción, al comienzo el logo de Warner aparece en medio de ráfagas de ametralladoras de dos aviones enemigos que se derriban mutuamente y caen en la isla del título. De la Segunda Guerra Mundial la historia salta al final de la guerra de Vietnam, cuando una escuadrilla de helicópteros comandada por Samuel L. Jackson debe acompañar una exploración científico militar de una isla desconocida, que ya imaginamos cuál es. La brutalidad de los métodos de exploración, que incluyen napalm y bombas sísmicas, desatan la furia de Kong en una larga secuencia de destrucción de helicópteros -y sus ocupantes- sin precedente. Esta "Kong: Skull Island" simplemente no para nunca, y a cada minuto ofrece imágenes asombrosas en esa isla que da lugar a una orgía de monstruos imperdibles para los fans del cine fantástico y los efectos especiales. Pero no todo tiene que ver con arañas, reptiles gigantes y cine tecnológico; en esta película, el factor humano también es importante, empezando por el hecho de que a Samuel Jackson lo acompañan dos grandes actores como John Goodman (un chanta medio lunático que va en la expedición) y sobre todo John C. Reilly, que ofrece una magnifica actuación como el piloto de guerra varado en esa isla infernal durante casi tres décadas. El director Jordan Vogt-Roberts sabe cómo filmar sus monstruos de los modos más imaginativos, y además tiene un gusto musical formidable para los temas de rock de fines de los '60 y principios de los '70, por ls que sus masacres en selvas perdidas se suceden al ritmo de Black Sabbath, David Bowie y Credence Clearwater Revival. El ritmo es vertiginoso como pocos, pero tal vez a los puristas de Kong les salte la falta de romance zoofilico y la ausencia del típico desenlace en medio de rascacielos.
El hombre es el monstruo Mucha agua pasó bajo el puente desde la primera aparición en 1933 del rey de los simios, aun así Hollywood sigue retomando el personaje por la sencilla razón de que está enraizado en la memoria popular. Kong: La Isla Calavera funciona como una coctelera clasicista y amable que mezcla todo lo hecho en el pasado sin engolosinarse con los CGI… Si tenemos presente que la última encarnación a la fecha del gorila gigante más famoso del cine había sido en el esperpento de 2005 de Peter Jackson, un bodrio atiborrado de CGI que pretendía “volver a los orígenes” y terminaba aburriendo con su torpeza, bien podemos afirmar que Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island, 2017) es un regreso relativamente potable al terreno de las aventuras más tradicionales del séptimo arte. La realización no consigue deslumbrar desde ningún punto de vista pero cuenta con una capacidad -vinculada a la sabiduría del narrador- que hoy no suele ser común en el mainstream: hablamos de la destreza de ofrecer lo justo y necesario en todos los apartados para construir un blockbuster predecible a la vieja usanza, sin la preeminencia contemporánea de la fastuosidad y el humor hueco por sobre el corazón, el ímpetu y el compromiso ideológico de los personajes. Una vez más nos topamos con una expedición a la isla del título que sale muy mal, aunque en este caso todo transcurre en 1973 y los humanos egoístas de turno se tropiezan primero con Kong y luego con la tribu local, lo que deriva en una masacre debido a que los bobos arrojan cargas explosivas sobre la superficie que enfadan al monito. Los sobrevivientes quedan separados en dos grupos: el primero, guiado por el ex Capitán James Conrad (Tom Hiddleston), se dirige hacia el “punto de extracción” en el norte de la isla, y el segundo, comandado por el Teniente Coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson), pretende rescatar a un soldado solitario y hacerse de armas para matar a Kong. El planteo del film es clasicista porque si bien el reencuentro de los protagonistas se da muy entrado el metraje, el derrotero a través de la jungla permite diferenciarlos y establecer un contraste entre ambos. Dicho de otro modo, la trama opone el belicismo automatizado y demente de Packard al pragmatismo del antihéroe que interpreta Hiddleston, a lo que se suma Mason Weaver (Brie Larson), una fotógrafa de izquierda, y un número generoso de secundarios entre cómicos y parcos. El realizador Jordan Vogt-Roberts nunca se engolosina del todo con la fanfarria digital ya que prefiere dosificarla con cuentagotas mediante distintos enfrentamientos entre los humanos y las criaturas de la isla hasta llegar al inefable combate de Kong contra esa alimaña colosal que siempre aparece en el desenlace. A pesar de que todo el elenco está bastante bien y los personajes son simples pero coherentes, indudablemente el que se roba la película es John C. Reilly, quien compone a un pobre piloto que en el prólogo -durante la Segunda Guerra Mundial- se estrella con su avión en la isla a la par de un enemigo japonés. Más allá del hecho innegable de que la historia no aporta ni un gramo de originalidad al canon alrededor del rey de los simios, el tono jovial y sincero de la epopeya le juega a favor porque permite que algunos latiguillos olvidados del cine de acción de los 80 -y hasta de la versión de 1976 y su secuela de 1986- se cuelen en esta fábula certera acerca de la fuerza irrefrenable de la naturaleza y cómo ésta se acomoda frente a los atropellos, las invasiones y las estupideces de los hombres, quienes siempre terminan demostrando que son los únicos monstruos a temer en este planeta. Vogt-Roberts cae en todos los clichés del período en cuestión y la Guerra de Vietnam en general, no obstante lo compensa con un diseño de Kong bastante modesto y un devenir que restituye ese cariño distante tan característico del gorila, cristalización de una divinidad natural que protege… y castiga cuando corresponde.
El asesinato de JFK narrado a través de los ojos de una mujer que supo dejar su huella, en una nación que la recuerda entre el glamour y el dolor. Apoyado en una compleja interpretación de Natalie Portman, que le valió la nominación a mejor actriz en los últimos premios Oscars, el director chileno Pablo Larraín -El club, Neruda- reconstruye en este biopic sobre Jacqueline Lee Kennedy Onassis los días vividos por la célebre primera dama estadunidense justo después del asesinato de John F. Kennedy. El relato, que parte de una entrevista -basada ligeramente en el biógrafo Theodore H. White- dada por Jackie a un reportero tiempo después de los hechos, no pone el acento en aquel 22 de noviembre de 1963 que incontables documentales y ficciones ya se han encargado de recrearlo, sino que se enfoca en la desolación, miedos, dudas y luto de una viuda muy consiente de su imagen pública, su ambición y la imagen real de su esposo. La narración, que intercala la entrevista con flashbacks que recrean exactamente los momentos icónicos ya conocidos, revela no solo aquella Primera Dama elegante que invitó al público estadounidense a conocer la Casa Blanca en una emisión televisiva, sino a la viuda que reflexiona profundamente sobre su papel en esos días y se empeña en la importancia que la vida y muerte de su marido tiene para la sociedad estadounidense, merecedor de un entierro digno del mismísimo Abraham Lincoln. Natalie Portman no sólo recrea cada movimiento e inflexión en la voz de la Primera Dama, su expresión, su mirada y movimientos, sino que logra añadirle un nivel de empatía y trasmitir el sufrimiento, incertidumbre y conmoción de una viuda obsesionada por engrandecer a su difunto esposo, y tan valiente como necia para marchar en una riesgosa procesión. Aliñada por la idea o la metáfora de un Camelot que jamás se repetirá -la presidencia de JFK y una Casa Blanca encantada-, Jackie hace tres tipos de confesiones, frente a frente con el periodista en una versión de los hechos, con el cura paseándose por un cementerio revelando sentimientos ocultos, rabia escondida y reproches divinos, y una tercera frente a sí misma a través de los espejos. cámara inquisidora busca reflejar ese viaje interno de Jackie, con una fotografía que logra exponer el legado de dos cosas tan contradictorias como el dolor y el glamur y una banda sonora que sabe acompañar el retrato del sentimiento de la mujer que recompuso su existencia casándose un tiempo después con el hombre más rico del mundo, un naviero griego llamado Onassis.
Esta superproducción de espíritu “clase B” es una suerte de combo entre la saga del gorila y “Jurassic Park” que funciona muy bien gracias a un tono ligero, algunas ácidas alusiones políticas, efectos especiales muy bien utilizados y un elenco que incluye a Samuel L. Jackson, John Goodman, Brie Larson y Tom Hiddleston, entre otros. A esta altura de la saga KING KONG –la primera película sobre el famoso personaje, de 1933– ya es difícil saber si estamos ante una secuela, un reboot, una remake o, para usar otro término del mercado cinematográfico, un spin-off. Nada de eso importa, finalmente, si la película es disfrutable. Y KONG: LA ISLA CALAVERA lo es. Es esa clase de filmes que en una época –allá por los ’50– solían ser considerados de clase B pero que gracias a los efectos especiales hoy se han convertido en superproducciones. En los papeles, uno podría describir a la película dirigida por Jordan Vogt-Roberts (THE KINGS OF SUMMER) como una de esas cruzas tipo ALIEN VS. DEPREDADOR y no estaría muy lejos desde la premisa aunque sí desde el resultado. En este caso, estaríamos hablando de una suerte de “King Kong vs. Jurassic Park”, pero más teñida por el espíritu de las viejas películas de monstruos con efectos de Ray Harryhausen que por el de la más pomposa remake de Peter Jackson. Para los que recuerdan las originales historias de King Kong, el enorme gorila era encontrado en una isla con forma de calavera y de difícil acceso. En esa isla, además de su rey y estrella principal había otras, muchas criaturas. Y es ése el territorio que, con un humor y tono zumbón que homenajea tanto el cine de clase B como las versiones ochentosas de esas mismas películas, Vogt-Roberts revisita. La película tiene dos agregados clave. Por un lado, transcurre en 1973, lo que le da un interesante pero nunca subrayado subtexto político (y un aire, vía música y helicópteros, a APOCALIPSIS NOW). Y, por otro, un muy buen elenco que, sin actuar pensando en los Oscars, se divierte y divierte al espectador. Hablo de Samuel L. Jackson, John C. Reilly, Brie Larson, Tom Hiddleston y John Goodman, quienes junto a un muy buen grupo de reconocidos actores secundarios, sacan el mayor jugo posible a una historia que no necesariamente apuesta a la originalidad desde lo narrativo sino a sacar provecho de su tono, su mezcla de humor y horror (pese a la gravedad de los sucesos, nunca se toma demasiado en serio) y su espíritu aventurero. LA ISLA CALAVERA es la historia de un grupo de exploradores, científicos y militares que se adentran, justo cuando Nixon anuncia el cese de fuego entre Estados Unidos y Vietnam, en una isla cercana y escondida en medio de tormentas y peculiaridadess geológicas. Los militares –encabezados por Jackson– vienen “con la sangre en el ojo” por la derrota en esa guerra y se los ve especialmente necesitados de algún tipo de descarga o venganza contra lo que se le ponga adelante. Por su parte, el jefe de la misión (Goodman), un rastreador contratado (Hiddleston), una fotógrafa que viene de esa misma guerra (Brie Larson) y los otros (el papel de Reilly, ya verán, es una grata sorpresa) parecen más interesados en descubrir qué es lo que hay allí y, una vez enterados del asunto, salir con vida lo antes posible. Lo que hay allí es una tierra aparentemente no explorada por el hombre que está habitada, además de por el ya familiar Kong (mucho más grande que el que conocemos, pero manteniendo el combo “brutal pero finalmente tierno” de antaño), por otras extrañas criaturas, todas versiones gigantescas y deformes de animales reconocibles: arañas gigantes, algunas versiones espantosas de aves y reptiles, y hasta otras “criaturas” que mejor no revelar aquí. En síntesis, un show de monstruos y bichos repulsivos que atacan a la cámara como si fuera su alimento y que liquidan soldados y científicos en un abrir y cerrar de ojos. En un momento, los militares y el resto (científicos, exploradores y fotógrafa) se separarán entre sí, y los descubrimientos que esta parte del grupo hará allí los obligará a tener que tomar decisiones que los enfrentarán a los otros en una pelea por la supervivencia que tiene mucho de combate ideológico, uno que aplica tanto a ese 1973 como a ahora. Y también, claro, hará enfrentar a las criaturas entre sí, en una serie de épicos combates. Desde el tono zumbón de un prólogo que transcurre durante la Segunda Guerra, queda claro que LA ISLA CALAVERA no se toma nunca demasiado en serio. Tanto en la edición como en la actuación y los diálogos, es evidente que Vogt-Roberts no apela a la plausibilidad ni a la seriedad de muchas de las superproducciones actuales que han hecho de sus protagonistas personajes casi shakespereanos. No. Sabe que su concepto bordea con el ridículo y juega a mantener ese tono absurdo y hasta anticuado en los diálogos y caracterizaciones, aún cuando esté tocando temas serios o haciendo que sus personajes atraviesen situaciones trágicas. La combinación no siempre funciona –por momentos la necesidad del remate gracioso a la manera de las películas de los ’80 se vuelve un tanto forzada–, pero en general es lo que mantiene a la película literalmente a flote. Por momentos se siente que el filme ha sufrido algún tipo de reedición que dejó a personajes o situaciones a medio desarrollar, como los de Hiddleston y Larson, quienes aparecen mucho menos de lo que uno imaginaría por su fama y cartel. Da la impresión que en algún punto de la producción se decidió priorizar la acción y el humor que generan los otros personajes (Reilly, Goodman, Jackson y los secundarios) dejando de lado a la pareja protagónica que, en cualquier otra película de este tipo, tendría mucho más tiempo en pantalla. Lo de Hiddleston es especialmente llamativo ya que aparece primero en el cartel, pero es apenas uno más de la decena de protagonistas. Sin embargo eso no resiente demasiado el relato (tras una escena inicial suya a lo Indiana Jones, es obvio que el guión no sabe bien qué hacer con el personaje), ya que la acción principal de LA ISLA CALAVERA pasa por otro lado: por reconstruir la frescura algo inocente de las viejas películas de aventuras y monstruos solo cambiando el eje de los miedos atómicos de los años ’50 –que fueron generadores de muchas de estas historias– a la rivalidad entre “águilas” y “halcones”, dos tipos de criaturas que se parecen mucho a los humanos y que se siguen enfrentando de este lado de la isla hasta el día de hoy.
Kong: La Isla Calavera, la versión del mítico gorila, es un filme que honra todos los códigos del cine de monstruos. Entretenimiento puro. Los monstruos existen. Y existen porque la humanidad los creó a fuerza de guerras y destrucción masiva. Dos bombas nucleares lanzadas en Japón bastaron para que naciera Godzilla, devenido ícono colosal de la cultura pop. Y el rey Kong siempre fue, según Quentin Tarantino, una metáfora de la esclavitud de los africanos, a quienes llevaban encadenados a la gran ciudad para explotarlos. En Kong: La Iisla Calavera el gorila gigante segrega bilis porque los humanos invadieron su territorio. Y se diferencia de las anteriores películas porque aquí la mole peluda no se cuelga de rascacielos ni se enamora de la dama de turno. No hay lugar para el enamoramiento ni viajes a Nueva York. El erotismo primitivo es reemplazado por la furia destructiva más espectacular. Con un prólogo ambientado en 1944, la película no demora en mostrar a su personaje principal. Luego pasa al año 1973 para contar la típica historia de expedición militar en tierras desconocidas. Después de que los exploradores atraviesan una tormenta en helicópteros para adentrase en las densas entrañas de una isla perdida en el Pacífico sur, llamada Isla Calavera, se dan con la sorpresa de que en el lugar reina el mítico Kong, entre otros monstruos gigantescos. La acción y la carnicería humana quedan aseguradas. El director Jordan Vogt-Roberts se centra en la acción clase B más pura y dura y brinda un espectáculo henchido de efectos visuales computarizados, con tramos que son un solo reventar de cráneos, porque si hay algo que se tiene en claro es que los personajes humanos no importan. Lo que importan son los monstruos, a quienes se le da todo el protagonismo. Las actuaciones de Brie Larson y Tom Hiddleston están a un mismo (bajo) nivel, porque, ya se dijo, a la película no le interesa tanto el lucimiento de sus actores como el de sus criaturas. Y John Goodman y Samuel L. Jackson cumplen con sus papeles y ayudan a darle suspenso a la historia. De todos los homenajes que hay, sin dudas el más importante es el dedicado al cine bélico de la década de 1970 y a uno de sus principales referentes: Apocalypse Now (1979). Allí están los colores que caracterizan a la película de Francis Ford Coppola y sus personajes más sobresalientes, como el interpretado por John C. Reilly, una clara imitación de aquel mítico introductor al reino del Dios Marlon Brando que encarnó el no menos endiosado y dionisíaco Dennis Hopper. Kong: La Isla calavera es una película que celebra el cine de monstruos. Y un entretenimiento para pasarla como un niño. Importante: quedarse hasta después de los créditos finales porque hay una escena que enloquecerá a los fanáticos de los bichos enormes.
_ ¡Quítame tus apestosas patas de encima, maldito simio asqueroso! ¿Nunca se preguntaron por qué uno entra a ver películas como Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island)? En lo particular, entro para ver cosas que nunca pasarán en la realidad. Este simple motivo me da la libertad de ser menos riguroso a la hora de opinar sobre el género (acción/fantasía). Por lo tanto, voy a apelar a toda la condescendencia que habita en mí ser para analizar Kong: La Isla Calavera (Jordan Vogt-Roberts). Kong_la_Isla_Calavera_EntradaSi entendemos el desarrollo narrativo de Kong como un conjunto integrado, el resultado es malo. Los personajes son estereotipados, las situaciones absurdas y el “piña va, piña viene” se ha visto infinidad de veces. Son tantos los puntos en común con su versión del 2005 (King Kong, Peter Jackson) que no logra diferenciarse de los desaciertos de su predecesora. Para colmo, la necesidad de modernizar el conflicto, soldados vs monstruo(s), encontró su limitante en la década del setenta. A partir de ese momento, la puesta en órbita de satélites artificiales acabaría con los misterios cartográficos. Por ende, en la actualidad sería impensable la existencia de una oculta isla misteriosa. Otro punto flojo es el extremo al que se llevó el antropomorfismo del rey Kong, más cercano a Caesar (El Planeta de los Simios: (R)Evolución, 2011), que a la bestia salvaje que debería ser. En este punto narración se vuelve confusa, pues existe una leve intención manifiesta (del director o guionistas, vaya uno a saber) en introducir un mensaje o moraleja sobre la miseria de los soldados finalizada la guerra. Si bien este recurso no se aprovecha demasiado, les da cierta profundidad a los personajes, ergo, sustancia a la trama. Y aquí es donde Kong: La Isla Calavera se hace fuerte. La venganza pasa a ser el hilo conductor y toda la locura del ser humano (que ante la ausencia inventa sus propios enemigos) se yuxtapone ante la absurda bondad de esta deidad monstruosa que es King Kong. La introducción del film es destacable, rápida y concisa, con un toque Nam, Primer Pelotón. Antes de pasar a los protagónicos, me gustaría resaltar la introducción del film. Rápida y concisa, con un toque Nam, Primer Pelotón. La interpretación de Tom Hiddleston (James Conrad) es bastante buena, considerando los pocos elementos con los que su personaje contó para romper el molde. No es el caso de Brie Larson (Mason Weaver) que se dejó llevar, una y otra vez, por lo absurdo de la trama. Samuel L. Jackson (Coronel Preston Packard) es un caso especial, de esa generación de actores que sin importar el contexto interpretan el mismo personaje, y en esta oportunidad garpa. John Goodman y John C. Reilly, innecesarios en el conflicto. Es bueno volver a ver a Thomas Mann luego de la hipersacada Proyecto X (2012). En resumen, aunque el guion sea flojo, las actuaciones estereotipadas y las escenas de acción ilógicas, algunas ideas siguen siendo muy interesantes y, tal vez, con el enfoque correcto, podrían traer ese aire renovador que el género tanto necesita.
Vuelve la octava maravilla, más grande y furiosa que nunca. A no confundirse, la verdadera estrella de esta película es Kong y todo lo demás está de adorno. El simio gigante es nuestro único héroe en este lío plagado de acción, explosiones y criaturas gigantes, donde los seres humanos son un conjunto de lugares comunes que aportan poco y nada a un universo cinematográfico donde reinan los monstruos. Dicho esto, “Kong: La Isla Calavera” (Kong: Skull Island, 2017) se disfruta con pochoclos y se aplaude cada vez que el mono se ensarta en una pelea. Al igual que “Godzilla” (2014) o “Titanes el Pacífico” (Pacific Rim, 2013) sabe muy bien donde plantarse y contar una historia que sólo gira en torno a la criatura. Jordan Vogt-Roberts no tiene mucha experiencia cinematográfica, pero entendió que la acción es la clave de todo. Así, se despega de la clásica historia del mono y la damisela, sin desprestigiar un mito que ya tiene casi 85 años y unas cuantas versiones encima. Estamos en 1973, recién terminada la guerra de Vietnam con todo lo que ello implica para los Estados Unidos. Bill Randa (John Goodman) necesita apoyo del gobierno yanqui para explorar la Isla Calavera, un archipiélago en medio del Océano Pacífico que podría guardar unas cuantas claves arqueológicas y de otra índole. Después del tire y afloje, consigue su cometido, pero además de los científicos que lo acompañan necesita la protección militar del coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson), el cual precisa un poco más de conflicto bélico e incursiones por la jungla, no así el resto de sus hombres que no ven la hora de volver a casa para reencontrarse con sus familiar. Completan el grupo: James Conrad (Tom Hiddleston), ex militar experto en rastreo y Mason Weaver (Brie Larson), fotógrafa antibélica muy reconocida, que no quiere quedarse afuera de esta experiencia. La isla y sus “habitantes” son un mito en sí mismos, un lugar rodeado de tormentas que dificultan las comunicaciones, aunque de una belleza insólita. La fascinación inicial se acaba apenas los helicópteros lanzan la primera bomba sísmica –supuestamente para medir densidades en el suelo del lugar- y una enorme criatura salida de la nada empieza a atacar y destruir todo lo que se le cruza por el camino. Los sobrevivientes quedan desparramados por la isla, preguntándose si eso que vieron con sus ojos, y mató a la mitad de los hombres, era un simio de treinta metros de altura. Claro que sí, pero Kong es apenas la primera de muchas criaturas gigantes que pueblan el lugar, la gran mayoría, muy poco amigables. Así, a puro caos y destrucción, arranca esta película con todo el espíritu de los setenta (tal vez demasiado), y esa vibra de historia bélica vietnamita donde no pueden dejar de sonar los Rolling Stones de fondo. Kong aniquila sin piedad como cualquier animal que protege su territorio de los depredadores, y sólo pretende mantener el equilibrio natural que puede ser alterado por criaturas mucho más amenazadoras si no se las mantiene a raya. El resto es una odisea de supervivencia por la selva y sus peligros a contrarreloj (tienen 48 horas para llegar a un punto específico donde serán rescatados): por un lado los civiles descubriendo la verdadera historia del mono y la isla, y por el otro los militares, mejor dicho Packard, que sólo busca vengarse del simio. No hay un solo personaje que escape al cliché y el estereotipo, incluso Larson que, no será la damisela en peligro, pero poco y nada hace (y dice) a lo largo de dos horas de película. Sí, las dos mujeres que aparecen están pintadas, como el mismísimo Hiddleston y su cara bonita. Uno de los pocos protagonistas de “peso” resulta ser Jackson y su pseudo capitán Ahab, un personaje que ya lo vimos interpretar hasta el hartazgo y alguien debería avisarle que no lo haga nunca más. Pero saquemos a los seres humanos de esta ecuación y quedémonos con la acción, la sangre y los encontronazos entre bichos prehistóricos que se siguen sumando a este universo compartido que desató la remake de “Godzilla” (2014), todo conectado a través de Monarch, esa organización gubernamental a la que le gusta experimentar con monstruitos. Vogt-Roberts sabe lo que nos gusta y se esfuerza por mostrarlo en la pantalla. Nos sumerge dentro de los miedos y peligros de la jungla, y nos obliga (aunque no hace tanta falta) a que nos pongamos del lado de Kong hasta las últimas consecuencias. “Kong: La Isla Calavera” es pura parafernalia visual y eso no tiene nada de malo. Aprovecha a destilar un mensaje antibélico y algunas cuestiones políticas muy actuales, pero más interesante es cuando analiza esa mala costumbre del hombre de meterse dónde no lo llaman.
La isla de las tinieblas Habría que pensar en Indiana Jones, de paseo por un Jurassic Park dirigido por Kurtz, de "El corazón de las tinieblas". Pero también en Godzilla, en Spielberg y en Coppola y "Apocalipsis Now". Las referencias en "Kong: la isla Calavera" a todos ellos son múltiples, desde el afiche, casi calcado del clásico que protagonizó Marlon Brando. Y sobre todo a Joseph Conrad. El personaje protagónico, a cargo de Tom Hiddleston, se llama James Conrad y el de John Reilly, se llama Jack Marlow, muy parecido Marlowe, el narrador de la novela. Preston Packard, el personaje de Samuel Jackson recuerda al desquiciado Kurtz. Todo esto en medio de una historia que arranca con una secuencia en la Segunda Guerra Mundial y da un salto temporal hasta los 70, en plena Guerra de Vietnam, el mismo contexto de "Apocalipsis Now", que tomó como base "El corazón de las tinieblas". Por lo demás, "Kong", con todas sus referencias, es en esencia un entretenimiento muy bien narrado con una deslumbrante recreación técnica de gigantescas criaturas monstruosas y carnívoras y mucha acción, algo de humor, otro poco de emoción, actuaciones desparejas y muchísimo trabajo de posproducción. La trama cambia la selva africana de Conrad por una isla desconocida del Pacífico. El día antes de la finalización de la Guerra de Vietnam, un grupo de militares es enviado allí junto a científicos y civiles -todos interpretados por un grupo muy políticamente correcto de actores latinos, asiáticos, negros y blancos- como parte de una supuesta misión científica en el contexto de la Guerra Fría. Hasta allí los guía un oscuro personaje que lo primero que hace es bombardear la isla, y como era de esperar, desata la ira de Kong.
Lo que hace de esta “re-re-re-re versión” del insuperable clásico “King Kong” es que sabe que “King Kong” es un clásico insuperable. Así que, como gran parte del cine de gran espectáculo actual, aprovecha el mito y hace otra cosa. Ambientada en 1973, apenas después de Vietnam y con Watergate ahí cerquita, es la historia de un conspiranoico y un equipo de soldados de fortuna que van a una isla donde “habría algo”. Primero todo parece una metáfora sobre la guerra perdida y el intervencionismo estadounidense. Pero después aparece la verdad del asunto: pensar por qué este cine gigante aún nos atrae. El paseo peligroso por la isla está filmado de tal manera que somos partícipes de la maravilla. Mejor que eso: los actores se comportan de un modo humano, como realmente reaccionaría alguien si viera esas criaturas gigantes y peligrosas, con la combinación justa de miedo y agradecimiento. O de miedo y odio. Dado que todos los protagonistas parecen personas y crean a sus personajes, el espectáculo cobra sentido y el peligro se siente, lo que nos permite seguir mirando. Kong, el megagorila, es todo lo que esperamos: da miedo y su nobleza es una nobleza salvaje. Hay mucho de clásico en esta película, de aquellas aventuras “con actores” que la Disney hizo entre los 50 y 70: está hecha por y para el placer del gran espectáculo, de esos que nos devuelven a la infancia, cuando todo era posible.
Este reboot del mítico primate, tiene una misión clara. Crear un universo amplio que se pueda no solo transformar en una saga, sino, que se pueda cruzar con otras franquicias, entre ellas, Godzilla. Con eso en mente, nos unimos a un grupo de soldados y exploradores, que en la década del 70 viajan a una isla del pacifico, para encontrarse con una fauna detenida en el tiempo, donde reina el gran “Kong”. Si bien la película responde correctamente al género, teniendo secuencias espectaculares, el gran problema que tiene es exactamente ese. En su afán de que la gente “disfrute” el 3D, se transforma en un vehiculo que solo trata de dar eso, tornándose por momentos una orgia de imágenes creadas por computadora, sin prestarle atención a si encaja con el resto de la película, el tono, etc. Es mas, por momentos parece ser una película dirigida por dos personas distintas, por un lado un fanático de Apocalipsis Now y películas clásicas de guerra, y por el otro, un diseñador de video juegos fanáticos de los efectos especiales. Con todo esto en consideración, la película no aburre, pero como siempre, la posibilidad de lo que podría haber sido, amarga lo que es.
Una grata sorpresa para un personaje clásico Kong, la nueva aventura del simio más famoso logro ponerse como todo un éxito de taquilla en su semana de estreno y sin dudas, King Kong volvió para rugir con fuerza. Esta re invención del clásico cuenta con la dirección de Jordan Vogt-Roberts y un estelar elenco de figuras como Tom Hiddleston, Brie Larson, Samuel L. Jackson, entre otros. J.V Roberts hace un gran trabajo con la dirección de la película siendo una gran responsabilidad y presión el camino que decidía darle al personaje en esta nueva versión que pretende ser parte de un universo mucho más grande, si bien no decidió hondar mucho en algunos personajes y con una gran dinámica el director logro llevar esta historia de principio a fin destacando el trabajo de planos que tiene la película al igual que el montaje, lo cual nos regaló una película muy entretenida. El guion si se quiere es algo “básico”, una aventura que reúne a un grupo de personas que deben embarcarse en una expedición para descubrir algo increíble, pero más allá de esto y que algunos personajes pasan desapercibidos, hay que mencionar que todos los personajes principales tienen como mínimo uno o dos buenos momentos en cámara y al juntarlos funcionan bien en grupo, por otro lado debemos destacar el papel de J.C Reilly en el film ya que no pasa desapercibido y nos da momentos muy divertidos a su estilo, y en algún punto, hace propia la trama más humana del film partiendo de la idea “el regreso a casa”. Estamos frente a un guion que narra y cierra bien la historia, logrando que lo principal sea la isla y quienes la habitan, entre ellos Kong… vemos la historia de King Kong desde otro Angulo. Otro punto para destacar además de los planos, son los efectos visuales que son excelentes y presentan escenas de acción muy atractivas para el espectador. Las escenas de acción con peleas entre monstruos, y con los humanos son muy atrapantes y no decepcionan al igual que el 3D de la película, de hecho todo esto ayuda que Kong haya sido una gran sorpresa para muchos. No cabe duda que Kong es una película muy recomendable para ir a ver y entretenernos, le da un buen empujón al monsterverse que se empezó a crear con Godzilla, y Kong logró corregir algunas fallas que muchos vieron en Godzilla. Veremos si se enfrentan Godzilla con King Kong, o si Kong tendrá una secuela pero por lo pronto no se pierdan de ver Kong: Skull Island.
Hay mitos que son parte y son fundacionales de una sociedad o cultura. El de King Kong ha sido trabajado en una infinidad de oportunidades por el cine y la televisión, generando no sólo una serie de productos con imágenes icónicas que los han perdurado, sino que, además, han construido relatos apasionantes y entretenidos sobre la supremacía aparente del hombre sobre la naturaleza. “Kong: La isla calavera” (USA, 2017) de Jordan Vogt-Roberts no escapa a la tradición de las anteriores adaptaciones, pero, en esta oportunidad avanza no sólo por la solidez del relato y el caramelo visual preparado para la oportunidad, sino que, principalmente, refuerza su sentido lúdico y de espectáculo recuperando la nostalgia de ciertos productos clase B de la época de oro hollywoodense en tanto película de búsqueda, romance, aventura, fantasía, épica. Un grupo de “rastreadores”, encabezado por el personaje que interpreta Tom Hiddleston, secundado por una joven y atractiva (también ingenua y muy profesional) fotógrafa, son llevados a una misteriosa isla por un grupo de militares. Al llegar de manera accidentada a la isla, estos hombres verán cómo su suerte cambia de un momento al otro al ingresar en un paraíso quedado en el tiempo en donde nada es lo que aparenta y los animales e insectos dominan todo. Para poder regresar a la “civilización” deberán unir fuerzas tras ser diezmados y doblegarse a indicaciones de un militar en sus últimas (Samuel Jackson) y también a los delirios de un investigador de “fenómenos” que no creía ni siquiera en sus propios vaticinios, encarnado por John Goodman. Entre todos se conforma un bloque, el que intentará mantenerse alejado de los embates de Kong, el gigantesco simio que controla la Isla Calavera y a quien también los extraños seres del lugar acechan a mas no poder. Dividida en dos instancias, “Kong: La isla calavera” potencia en una primera parte aquello relacionado a la presentación de personajes y su viaje y travesía hasta la Isla, el guión de Max Borenstein, John Gatins, Dan Gilroy y Derek Connolly, dedican el tiempo necesario para comprender los motivos que impulsan a cada uno de ellos a aventurarse en una épica que no saben cómo terminaría. En una segunda instancia, la supervivencia en el lugar, plagado de monstruos, bestias, insectos gigantes, potencian no sólo la utilización de cada uno de los efectos visuales puestos a disposición de la historia, sino que además realzan las actuaciones de cada uno de los miembros del elenco. Todos actúan sabiendo que el resultado final de la propuesta será un espectáculo visual en el que serán parte de una saga en la que la bestia Kong es mucho más importante que ellos, y eso se nota desde la primera escena. La paleta de colores elegida para plasmar cada uno de los paisajes, las bestias acechantes, el simio gigantesco, los paraísos en los que son inmersos los personajes, todo compone el marco ideal para que esta película pueda superar sus propias exigencias (duración excesiva, algunos estereotipos, etc) y consolide su misión de entretener de manera nostálgica e inteligente.
Una versión imperdible repleta de aventura y adrenalina. El elenco, muy bien escogido, no sólo realiza un muy buen trabajo, sino que logra hacer creíbles hasta a las escenas más inverosímiles (lo digo en el sentido de...
El director Jordan Vogt-Roberts, quien apenas contaba en su filmografía con un título cinematográfico (The Kings Of Summer, 2013) es el encargado de traer una vez más a la pantalla grande al querible aunque destructivo Kong. Este gorila gigante, al igual que en otras encarnaciones, es el “rey” de la isla donde vive y donde toma el nombre la película: Isla de la calavera. En esta ocasión, un grupo de solados de Vietnam a punto de ser mandados a casa al finalizar la guerra, es enviado a explorar la isla con un grupo de pseudo-científicos, una fotógrafa anti guerra y un … loco suelto, cuya finalidad no queda clara. Pero sin dudas, es el héroe de la película. El film es por demás entretenido, sin dejar caer la tensión en ningún momento. Los efectos para las salas 3D, para aquellos espectadores que sepan apreciarlo, son espectaculares, dado la espacialidad tridimensional de la acción que se desarrolla. Visualmente Kong... es impecable, los detalles de las animaciones, su gestualidad, sombras y demás, no tienen puntos débiles. Lo mismo sucede con el sonido. En cuanto a la historia en sí, es una mera excusa para mostrar la potencia del aspecto visual. Las motivaciones de los personajes son poco creíbles -cuando no ridículas. Los diálogos son pésimos, tan malos que casi vale la pena verlos para reírse de ellos. Aún así, entretiene, y funciona como grato pasatiempo, pese a sus limitaciones narrativas.
Bigger, stronger, faster Kong: La isla calavera es una película que seguro tildarán con varios de esos adjetivos nefastos que tanto le gusta a la gilada, como “pasatista” o “pochoclera”. Ambos términos nacen de una idea del arte tan ignorante como limitada. La idea sería que hay un cine divertido, pero irrelevante, para comer pochoclo y nada más, supuestamente menor al cine que “te hace pensar”. Hablan de un cine Importante y le buscan El Mensaje. El tiempo, la forma, la imagen, las interpretaciones posibles y las emociones, ni las registran. Allá ellos. Kong: La isla calavera posiblemente sea de lo mejor que se estrene en el año. Las más nueva de las películas con el mono gigante no es exactamente una remake. A diferencia de King Kong (Peter Jackson, 2005), la versión modelo 2017 toma el planteo original (la isla con un simio enorme) y los arquetipos generales de sus protagonistas para armar un relato de aventuras festivo y acelerado. Las diferencias son numerosas: no hay enamoramiento de mono con chica, ni viaje a la civilización (la parte que tiraba abajo a la de Jackson), el equipo de filmación es ahora de científicos y la acción sucede en los 70, apenas terminada la Guerra de Vietnam. La trama es simple, hermosamente simple: un grupo de gente cae en la isla y tiene que llegar al otro punto antes de que se los coman los bichos. Lo que importa es el viaje. Kong: La isla calavera es como su criatura titular: enorme, potente, impredecible. Una película llena de ideas visuales y narrativas, donde cada secuencia tiene su valor propio. La llegada de los helicópteros a la isla y el primer encuentro con Kong es un prodigio de humor y acción. Las bombas al son del rock, la palmera voladora que inicia el combate y las naves de guerra que se convierten en juguetes indican el comienzo de una aventura que se niega a ser atada a ningún género fijo. Con mucho CGI, pero utilizado sabiamente y filmada en locaciones, los lugares y criaturas transmiten la fascinación por ese mundo exótico, virgen y salvaje. Y la secuencia inicial, en el pasado, es un breve relato perfecto que planta la semilla para la aparición del personaje de John C. Reilly, un soldado medio loco que se convierte en el eje humorístico y emocional del film. Todo es un grito ensordecedor de libertad, una película que necesita de la pantalla grande, que no puede contenerse en un televisor. Como el show de Kong en Broadway del relato original, Kong: La isla calavera es un espectáculo con todas las letras, un entretenimiento gigante y novedoso, digno de disfrutar en las mejores condiciones posibles, que hace realidad el potencial del cine para convertirse en el show más grande del mundo.
El primer universo cinemático de la historia no lo creó Marvel; lo inventó la Toho hace más de cincuenta años. Cuando inventó a Godzilla, creó una metáfora viviente sobre los horrores del bombardeo atómico padecido por los japoneses en Hiroshima y Nagasaki. Después - viendo la masiva respuesta del filme de 1954 - decidió intentar expandirlo de una manera mas light y popular. El segundo intento no fué muy exitoso - Godzilla Raids Again, 1955 -, posiblemente porque las audiencias creyeron que era una traición al espíritu metafórico del monstruo. La Toho tendría que dejar pasar 7 años para volver a intentarlo, esta vez importando a King Kong - obteniendo los derechos de la RKO - y poniéndolo contra la gran G en King Kong versus Godzilla (1962). Ahora sí la fórmula funcionaba, las taquillas explotaron y el género del Kaiju Eiga terminó por establecerse de manera definitiva. En los años siguientes la Toho refinaría la receta de King Kong vs Godzilla y la gran G iría a batallar contra los mas variopintos enemigos inventados para la ocasión, generando una troupe de monstruos muy populares - ya fueran aliados o enemigos del estilo de Rodan, King Ghidorah, Mothra, y un largo etcétera - y de presencia recurrente a lo largo de la longeva franquicia japonesa. Y mientras el mundo despreció al Kaiju Eiga - tratándolo de una locura barata y juvenil propia de los estudios japoneses -, lo mas gracioso de todo es que, 50 años después, los estudios de Hollywood se arrancaron los ojos para obtener los derechos sobre dichos personajes, desesperados por crear un Universo Cinemático parecido al que Marvel había montado con resonante éxito de crítica y taquilla. Ok, solo el 5% de la población sabrá quién es Rodan, Mothra, Anguiras o King Ghidorah; pero es la figura de Godzilla la que tiene chapa de presentación a nivel mundial sin importar si alguien vió alguna vez alguno de sus filmes originales. Estableciendo una cabecera de playa en el 2014 con el filme de Gareth Edwards, ahora nos llega esta segunda entrega del Monsterverse (como pretenden llamarlo), resucitando a la estrella norteamericana del cine fantástico que resulta ser King Kong, el primer kaiju de la historia del cine. Desde ya, éste no es el Kong enamoradizo que peleaba contra los aviones en la cima del Empire State y tenía un final trágico; éste es el Kong de la Toho, un luchador callejero que se agarra a las patadas con todos los monstruos que viven en su isla y que se mastica de vez en cuando a un pulpo gigante para sacarse el hambre (en un fantástico guiño al original King Kong vs Godzilla). Todo el misticismo de la leyenda está empaquetado y despojado de cualquier otra profundidad que no sea un simio gigante rompiendo huesos y un grupo de nativos silente que le rinde honores como a un Dios. A final de cuentas este Kong es un defensor del planeta, un héroe pleno de valores ecológicos que aniquilará a aquellos que dañan su medio ambiente con bombas (como ocurre en la fantástica secuencia en donde los expedicionarios se topan por primera vez con él), ayudará a animales indefensos en apuros, e irá a destrozar a los bichos con cara de calavera que diezmaron a su familia y lo convirtieron en el último de su especie. Y tal como los filmes de la Toho, los personajes humanos son un adorno que sirve para traducir al público las acciones del monstruo de turno. Como suele ocurrir en Hollywood con los argumentos minimalistas, a falta de buenos personajes se suele contratar a actores carismáticos para que irradien una personalidad que el libreto no les da. Acá está Loki, la Capitana Marvel, Nick Fury (y hasta el menospreciado Doctor Doom en un papel menor; debe ser gracioso verse tan seguido en filmes tan diferentes!), pero sólo Samuel L. Jackson destila algo de su maldad marca registrada. Tom Hiddleston es desesperantemente anónimo, pero es mas una falta grave del libreto que del actor; Brie Larson derrocha simpatía y sólo está para humanizar al mono gigante; y, de todo el cast, el único que sobresale es John C. Reilly como el piloto de la Segunda Guerra Mundial que ha quedado varado en la Isla Calavera durante los últimos 30 años, y que conoce al dedillo la fauna y flora que existe en el lugar. Reilly irradia carisma, locura y sentido común al mismo tiempo, tocándole los mejores diálogos del libreto. Es posible que el gran pecado de Kong: La Isla Calavera sea su intento de contrarrestar las críticas de Godzilla 2014 - que la tildaron de demasiado conversada y corta en cuanto a la presencia del gigantesco héroe -. Acá la acción desborda a cambio de sacrificar el desarrollo de los personajes. A mi juicio Godzilla 2014 era mucho mas equilibrada, tenía mas trasfondo - el lento descubrimiento de los monstruos, las leyendas que lo rodeaban, su comportamiento hasta el gran enfrentamiento - mientras que acá los tipos dicen dos cosas y se la pasan corriendo de un lado al otro. Samuel L. Jackson se enloquece y clama venganza, aún sabiendo que si los helicópteros - con toda la artillería que disponían - no pudieron matar al simio gigante, menos daño le van a hacer diez tipos con metralletas. Es como una versión gigante de Jurassic Park III, menos inteligente y mas pochoclera. ¿Si Kong: La Isla Calavera es buena película?. Es una excelente película de matinée, con un montón de peleas espectaculares y bichos del diseño mas exótico e innovador que se haya visto en estos últimos años. La fotografía es espectacular y, al estar ambientada en 1973 - en los últimos días de la Guerra de Vietnam - depreda con gusto toda la maginería visual de Apocalipsis Now. En realidad pareciera que el director Jordan Vogt-Roberts ha tomado cosas de todos lados, sea el diseño de Kong - similar a la maqueta de Willis O'Brien del clásico de 1933, además de John Goodman vestido con una cazadora igual a la de Carl Denham en dicho film -, Reilly hablando de hormigas gigantes similares a las de Them, la Humanidad en Peligro (1954), cameos de Rodan, Mothra y King Ghidorah (además de la Gran G en una fantastica secuencia post créditos), y hasta una Isla Calavera rodeada por tormentas al estilo de la remake 1976 de King Kong. Pero todo este cóctel, si bien no es original ni perfecto, da por resultado una película altamente entretenida y recomendable, un festival para todos aquellos que amamos el cine de monstruos gigantes - no sólo de la Toho sino también el de Gorgo, Reptilicus y las aventuras cincuentosas de Ray Harryhausen entre un largo etcétera -, los cuales vivimos un momento orgásmico al ver que el género está poniéndose nuevamente de moda. Y Kong: La Isla Calavera no será un filme que hará historia ni cambiará las reglas del juego pero, rayos, es una película serie B hecha con efectos especiales impecables, un elenco de lujo y un montón de peleas monumentales que te dejan la panza llena y el corazón contento.
Divertimento con actitud No es una secuela, ni una remake, ni un spin-off, sino simplemente una nueva versión que vuelve a utilizar un ícono de la cultura occidental. Por fortuna el abordaje se distancia mucho de la ampulosa e interminable –y corresponde decir, de a ratos genial– King Kong (2005) de Peter Jackson. Aquí no hay lugar para la grandilocuencia ni los tiempos muertos; volvemos al espíritu lúdico y pochoclero que caracterizó al cine de clase B de monstruos gigantes en sus más diferentes acepciones, sean los kaiju-eiga (Godzila (1954), Mothra (1961), como sus pares estadounidenses (Tarántula –1955–, La isla misteriosa –1961–, entre tantos otros). Divertimentos en los que poco importaba la alegoría, la psicología, la carga emocional o las líneas de diálogo, porque al fin y al cabo se trataba de sembrar el pánico mediante monstruos gigantes. A una exótica isla del Pacífico llega una expedición de exploradores y soldados. Es el año 1973, plena crisis de Vietnam y de la administración Nixon. La Guerra Fría y la carrera por la supremacía llevan a que el equipo sea enviado en una misión de reconocimiento, antes de que lo hagan los rusos. Pero enseguida la aventura se convierte en un llano enfrentamiento contra toda clase de criaturas monstruosas. La isla Calavera es, a partir de entonces, una explosión de colores y de sonido, un espectáculo palpitante y un divertimento desacatado de helicópteros contra el mono gigante, de hombres contra bichos, contra pajarracos y lagartos, de soldados contra Kong y de este último contra un lagarto gigante. Poco importa más que estas vibrantes escenas de acción, razón de ser de la película y donde está puesta toda la carne en el asador. Lo demás es principalmente relleno, actores inmensos como John Goodman, John C Reilly y Samuel L Jackson trabajan como en piloto automático, aunque cierto es que le agregan cierto encanto al asunto. El guión no se sale de lo estándar pero funciona, los diálogos son algo anodinos y la metáfora simple pero por ello muy secundaria: ni bien llegan los humanos se encargan de bombardear bien y de refrescarlo todo con napalm antes de siquiera poner un pie en la tierra, lo cual ya mueve al (obvio) cuestionamiento de quién es realmente el monstruo. La llegada de los soldados y su lucha injustificada contra King Kong genera un desequilibrio: los reptiles subterráneos de la isla, al no ser ya dominados por el mono gigante, comienzan a apoderarse de todo. En este plan, esos monstruos, más terribles e incontrolables, podrían ser leídos como el vietcong o, si se quiere, como el terrorismo islámico de hoy, resultado colateral de los destrozos provocados por las potencias intervencionistas. Pero como decíamos, lo preponderante es la acción, y qué pedazos de escenas de acción. Una inagotable sucesión de cataclismos notablemente orquestados que se imponen sin respiro. Los riffs de Black Sabbath resuenan entre el fuego y las explosiones, y las astas de los helicópteros se acompasan en un notable juego musical que homenajea a Apocalipsis Now. Los monstruos son todo lo desagradable que cabría esperar y las contiendas, de lo mejor que ha dado el subgénero. Pero lo más interesante es que el joven director Jordan Vogt Roberts (autor de la notable The Kings of Summer) imprime a la película un humor cinematográfico notablemente contrapuesto a la seriedad imperante, marcando un estilo y una personalidad propias. Ya sea en el muñequito de Nixon que se sonríe ante toda la debacle, como en los festines de calamares gigantes y de humanos a los que se aboca el rey Kong, La isla Calavera marca su festejante diferencia respecto al resto de las superproducciones actuales.
El espectador que vaya a ver esta película tiene que saber que es una película de ciencia ficción, por lo cual salir del cine diciendo “es demasiado fantasiosa” no tiene gollete. Una vez dicho esto Kong es una película que tiene una fotografía fantástica, paisajes hermosos y a diferencia de otras películas de ciencia ficción, casi ni se nota la parte computarizada o de pantalla verde. La banda sonora me parece destacable, con varios éxitos setentosos y algunos un poco más antiguos, te ayuda a meterte en la película. Las escenas de acción te llenan de adrenalina y te dan ganas de más acción, por supuesto que alguna un poquito exageradita hay, como toda película de acción, pero no olviden la parte de ciencia ficción. El lado malo de la película son las actuaciones, algunas dejan bastante que desear, pero me gustó ver a la futura Miss Marvel junto a Loki y Nick “no estoy muerto” Fury. Esta es una de esas películas en la cual no sentí los 120 minutos, tampoco se pasaron volando. Es una película que entretiene. La historia no está mal, es un nuevo comienzo para el rey Kong en la era de los reboots. La expedición a la Isla Calavera es para “mapear” la isla. Unos militares estadounidenses van a ayudar un poco engañados (oh! Pobres los héroes yankees) y por supuesto como sabemos se encuentran con el querido Kong, y sumando al por supuesto anterior, lo cagan a tiros porque siempre más fácil atacar. Voy a frenar con la historia de le película para no ser spoiler. Pero no se vayan del cine sin ver la escena post créditos. Mi recomendación: Tiene efectos visuales y sonoros que ayudan al todo de la película, esta es una película que por esos motivos vale la pena verla en el cine.
En algunos casos existen personajes o historias muy atractivos para los directores, productores o guionistas, que son dignos de ser repetidos a lo largo del tiempo. Sucede con los superhéroes como “Spiderman”, quien ya tres actores distintos tuvieron la posibilidad de encarnarlo, y en esta oportunidad ocurre también con “King Kong”. Este personaje, creado por Merian C. Cooper, apareció por primera vez en la pantalla grande en 1933, para volver al cine en 1976 y 2005. En la primera y última película nos encontramos con la misma historia de base: un cineasta que contrató a una actriz para ir a rodar a una isla desconocida, cuando en realidad el objetivo era filmar a Kong, este gorila de tamaño espeluznante. El resto del argumento se sucede de la misma manera, adoptando incluso el mismo final. El film de 1976 difiere un poco de este comienzo, siendo una compañía petrolera la interesada en la Isla Calavera, debido a que supuestamente podrían encontrar una fuente fósil. Sin embargo, el resto de la historia resulta también bastante familiar. En este caso nos encontramos con un reboot de la franquicia de “King Kong”. Situada en 1973, una organización secreta conocida como “Monarch” descubre una isla misteriosa e identificada como el origen de distintas especies. Es así como un grupo de científicos, soldados y demás expertos se aventurarán en esta isla dominada por el mítico Kong. Probablemente podemos decir desde un inicio que ciertos remakes y reboots se tornan innecesarios, pero es cierto también que con la tecnología que se posee en la actualidad, estas historias resultan mucho más épicas en la pantalla grande. “Kong: La Isla Calavera” resalta sobre todo por su calidad visual y sus efectos especiales. La forma en la que fue creado King Kong, las batallas, las explosiones, la ambientación; todo fue desarrollado a la perfección, ofreciéndole al espectador una gran experiencia sensorial. Si bien la historia presenta ciertos guiños a las películas antecesoras, “Kong: La Isla Calavera” se distancia bastante de ellas. Sin entrar en muchos detalles para no spoilear ningún argumento importante del film, no nos encontramos con los puntos más sustanciales de aquellas cintas. El ritmo es frenético y dinámico, no decae en ningún momento. Para descontracturar un poco al espectador de tanta acción y tensión, existen ciertos instantes más cómicos y relajados, algunos cargados de humor negro. El elenco presentado es de renombre: Samuel Jackson, Tom Hiddleston, Brie Larson, John Goodman, Toby Kebbell, John C. Reilly, entre otros. Tal vez sea un grupo muy grande de actores como para poder resaltar en el mismo, pero todos se encuentran muy bien en su papel. La frutilla de la torta se encuentra en la escena postcréditos que no deben dejar pasar, porque si están al tanto de los proyectos a futuro de Warner Bros. y Legendary, seguro sabrán lo que nos espera. En síntesis, a primera vista “Kong: La Isla Calavera” puede resultar un reboot innecesario, pero que vale la pena ver por sus efectos visuales, un ritmo que no decae en ningún momento, la calidad de la fotografía, su música y su gran elenco. Una superproducción que entretendrá a fanáticos y no tan fanáticos del personaje. Puntaje: 4/5
El título de esta nota, “Logan versus Kong”, no alude a una nueva película que enfrente a Wolverine con el famoso simio, sino a la competencia que durante las últimas semanas hubo en nuestras pantallas entre ambos largometrajes, acaparando al grueso de los espectadores. “Logan”, que se estrenó una semana antes que “Kong: la isla calavera”, será el ganador pero ambos deberán ceder la “pole position” a “La bella y la bestia”, el nuevo “tanque” estrenado este jueves. James Mangold es un realizador interesante del que se estrenaron casi todos sus films, excluido el inicial (“Heavy” con Shelley Winters). Vale la pena recordar algunos de sus títulos más destacados como “Tierra de policías” (“Copland” con Sylvester Stallone), “Johnny & June: pasión y locura” y sobre todo una muy lograda remake de “El tren de las 3:10 a Yuma”. Ya en el año 2013 había dirigido a Hugh Jackman en “Wolverine: Inmortal” que transcurría en Japón y empezaba el día de la explosión atómica en Nagasaki. Ahora vuelve a hacerlo en “Logan”, la que sería la tercera y última película centrada en uno de los principales personajes de los X Men. En esta oportunidad la acción transcurre en el año 2029 en los Estados Unidos, más precisamente en la frontera con México con lo que habrá más de un personaje que se exprese en español. Entre los angloparlantes se destacan el ya conocido del profesor Charles Xavier (Patrick Stewart) y Caliban (Stephen Merchant). Y entre los nuevos Laura, una niña de apenas once años que muy bien interpreta la debutante Dafne Keen. Durante más de dos horas el espectador asiste a escenas de acción, por momentos muy violentas, entre mutantes como el propio Wolverine y sus enemigos más acérrimos: Pierce (Boyd Holbrook) y el Dr Rice (Richard E. Grant. “Logan” será sobre todo disfrutada por los seguidores de la serie de films de Marvel, pero no decepcionará al resto en lo que podría catalogarse como un “western del futuro”. “Kong: la Isla calavera” al igual que la anterior es cine de acción aunque en este caso podría ser caracterizado como un “film bélico del género fantástico”. La primera escena transcurre en la isla del título a fines de la Segunda Guerra Mundial con el enfrentamiento entre un militar norteamericano (John C. Reilly) y otro japonés. La sorpresiva e inesperada aparición del famoso King Kong interrumpirá el duelo entre ambos y lo que sigue ya tendrá lugar casi treinta años más tarde. Será el momento en que un grupo de militares y científicos comandados por el teniente coronel Packard (Samuel L. Jackson) arribe en helicópteros que serán destruidos, con lo que el grupo que también integra un oportunista (John Goodman), una fotógrafa (Brie Larson) y un mercenario (Tom Hiddleston) se verán obligados a permanecer a la espera de rescate. La aparición de animales prehistóricos así como de Kong dará lugar a espectaculares combates que se disfrutan sobre todo en el formato 3D. Dirigida por Jordan Vogt-Roberts, la película es vistosa y entretenida pero el espectador queda advertido que no se trata de una nueva versión del clásico que terminaba en el Empire State. Share this:
Vídeo Review
Vuelve el rey recargado "Kong: Skull Island" es la renovada película sobre ese icono del cine clásico que aterró e incluso enterneció a millones de espectadores alrededor del mundo. Este nuevo film del director Jordan Vogt-Roberts es la más pochoclera y pop de todas las entregas por lejos, pero aún así tiene calidad y logra ser tremendamente entretenida, divertida y vertiginosa. Ya en 2005 Peter Jackson (trilogía de "The Lord of the Ring") nos ofreció una versión de tinte bien aventurero y romántico, que homenajeaba al film clásico y que también se situaba en la Skull Island y en la ciudad sobre el desenlace final. El film fue bien recibido por la crítica en general pero en la opinión pública había dividido las aguas. En mi humilde apreciación, esta nueva versión toma lo bueno que tenía el producto de Jackson en materia de acción y aventura y lo potencia con un ritmo mucho más dinámico y mainstream, junto a un elenco más carismático. Mientras que "King Kong" de Peter Jackson es una oda a la historia original y tiene que ver más con el romance, ésta "Kong: Skull Island" de Vogt-Roberts es puro color, acción, fantasía, coolness y grandilocuencia. Incluso se da el gusto de meter algunas referencias a películas clásicas como "Apocalypse Now" y sale airoso de la acción. Lo mejor de esta nueva película es sin dudas nuestro protagonista, cuatro veces más grande que el último Kong que vimos en pantalla. Es realmente gigante y áspero, y eso se puede apreciar durante todo el film. Es el rey de la isla con todas las letras. Otro ingrediente que me gustó y resultó fresco fue la inclusión del humor de la mano del gran John C. Reilly. Le dio un aura más liviano y disfrutable. Por último, hay que resaltar la estética y fotografía de esta nueva entrega. Es realmente hipnótica, con un uso de colores excelente, paisajes soñados y una referencia a los films de los años 70s que cae muy bien. Lo menos lindo de este Kong vendría a ser la falta de sentimiento o mayor carga emocional. La historia que ofrece Vogt-Roberts está mucho más enfocada en la acción que en la conexión de los protagonistas con Kong. De todas maneras el exponente es muy entretenido y nos deja queriendo ver ese deseado choque entre los colosos, Kong y Godzilla.