Las historias de marginales en los barrios bajos son habituales en el cine argentino. Lo que no es habitual es que estén protagonizadas por mujeres, y mucho menos común es que eviten los tópicos más lastimeros. La botera se centra en Tati (Nicole Rivadero). Tiene 13 años, vive en la Isla Maciel con su padre (Sergio Prina), pasa las tardes con un amigo y suele colaborar con un comedor infantil. Pero también le va muy mal en el colegio, incurre en robos menores y, en pleno despertar sexual, se fija en una atractiva compañera que parece lejos de su alcance. Su único anhelo es ser botera, aunque hay tres impedimentos: es muy joven, es un trabajo realizado por hombres y está cerca de desaparecer. Sin embargo, Tati no renunciará a su sueño. En su ópera prima, Sabrina Blanco sigue cada paso de la protagonista, sin emitir juicios y sin subrayar los momentos más duros. Bastan los sucesos y los diálogos exactos para contar algo específico y transmitir emociones. La directora también consigue un estilo neorrealista, con buena cantidad de planos secuencia, pero sin abusar de la cámara en constante movimiento. Y como si fuera poco, logra darle un giro a las metáforas más evidentes, como la del bote. Otro detalle que hace única a la película es el mostrar cómo las mujeres de las zonas humildes, aun cuando son denostadas, tienen más espíritu que los hombres. Lo vemos en Tati, capaz de persistir en su deseo de ser botera y a la hora de defender a su amigo cuando quieren robarle la bicicleta y de tomar la iniciativa en materia sentimental. Pero también se aprecia en otros personajes femeninos, entre los que se destaca la profesora y la responsable del comedor. Las figuras masculinas resultan contenidas o impulsivas o incapaces. Para empezar, el padre de Tati, con sus malas decisiones y su inestabilidad para cumplir con su trabajo de remisero. La excepción es el botero adolescente, que le enseña el oficio y se convierte en su nuevo amigo. Nicole Rivadero tiene la difícil tarea de ponerse la película al hombro, y supera con creces el desafío. Su naturalismo para actuar Una auténtica revelación, más teniendo en cuenta que nunca había estado frente a cámara. Tampoco dejan de ser notables los trabajos de Sergio Prina y de Alan Gómez como el botero. La botera es una película de madurez (subgénero conocido como Coming of Age, término algo remanido ya), que también permite ser interpretada como una fábula de superación y un testimonio sobre el abandono de las clases bajas por parte del Estado. Y además, presenta a una promisoria directora para seguir de cerca.
Una de las marcas de un buen realizador o realizadora puede encontrarse en su habilidad de manifestar visualmente el tema de la película y las emociones de la protagonista a través de un objeto en concreto. Podríamos emplear muchas palabras, pero de nada sirve la profundidad que puedan encerrar si estas no se manifiestan en algo que pueda ser filmado o grabado. Akira Kurosawa lo dijo mejor: “Para una verdadera expresión cinemática, la cámara y el micrófono deben atravesar el fuego y el agua. El guion debe poder hacer una cosa parecida.” La metáfora del gran realizador japonés viene a perfecta colación para La Botera: el agua es el duro camino, y el fuego es la protagonista que lo recorre. Gentilmente a lo largo del río Si habría una palabra para definir a La Botera sería deseo, pero no solo el deseo sexual típico que encuentra su despertar en la adolescencia, sino el deseo de independizarse, el deseo de valerse por sí mismo. El deseo de ser adulto, en definitiva. Un deseo claramente manifestado en el bote que quiere aprender a manejar. Sin embargo, lo que separa a ese incipiente adulto (la jovencita protagonista) de los adultos que la rodean es su voluntad de afrontar las consecuencias, de entender que nadie te da nada, que se tienen que afrontar los rechazos y, finalmente, contemplar que si bien todos crecen, no todos maduran. El bote en cuestión simboliza eso, y hasta podríamos decir más en concreto que simboliza la responsabilidad necesaria para asumir dicha adultez. La protagonista lo desea con todo su corazón, mientras que su padre se deshace de él con total liviandad. El trabajo de cámara y montaje en La Botera no buscan exquisitez, no buscan llamar la atención, sino capturar las habilidades interpretativas de su elenco. El contexto presentado en esta película es uno muchas veces esquivado por los espectadores, pero la realizadora nos demuestra que con una buena narración, con un conflicto claro y sostenido que incluye un desarrollo de personaje al cual seguirle la pista, podemos apreciar con más claridad y sin ningún sensacionalismo esta problemática que impera al día de hoy.
“La botera”. Crítica.La joven y el río. La búsqueda por la identidad puede convertirse en una tarea tortuosa para una adolescente. Principalmente, si a ésta le sumamos un contexto desprovisto de un modelo femenino en la casa y la pertenencia a una clase social que no hace más que privar oportunidades. “La Botera”, de Sabrina Blanco, crea un clarividente retrato de Tati, quién va a ser la protagonista de esta exploración en primera persona. La forma del registro es de una frescura que refleja ser una ópera prima realizada por un grupo de mujeres. La perseguidora cámara en mano nos sitúa en el cuerpo de una joven de la cual aprendemos en todas las escenas, cada una aporta a la definición de su personalidad. La formidable tarea de Nicole Rivadero (Tati) agudiza con cada gesto la concepción de un personaje al cual creemos entender perfectamente y que, al cabo de unos minutos, se nos escapa. Tati es hija de un remisero de la Isla Maciel, pequeño barrio ubicado en frente de La Boca, riachuelo de por medio. Su rendimiento en la escuela es tan bajo como sus intenciones por mejorar, sufre de bullying y comparte momentos con su único amigo con quien, en principio, también se muestra indiferente. Su padre es dueño de un bote que prometió a su hija pero que vende sin cuidado a un desconocido para el enojo de nuestra protagonista. Si bien la inseguridad y el machismo tiñen el relato, no toman protagonismo a excepción de algunos pocos sucedidos. La película evidencia la falta de encanto que tienen las instituciones tradicionales para una adolescente que está en busca de algo que le pertenezca. Nada tienen para ofrecerle ni la escuela ni la familia con el imaginario de esencia que ella tiene construido para sí. El semblante agobiado no logra apaciguarse a lo largo del film hasta que, eventualmente, se amiga con el desconocido que le compró el bote a su padre y ella navega con un primer esbozo de sonrisa en su cara. La histórica simbología del río está a la altura de lo transmitido en las únicas alegrías que ella muestra en la película, siempre arriba del bote. “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”. Y Tati, definitivamente, cada vez que lo cruce, no volverá a ser la misma.
Este jueves se estrena este film dirigido por Sabrina Blanco, centrado en Tati (interpretada por Nicole Rivadero), una adolescente que vive en la Isla Maciel y se enfrenta a las complejidades que toda chica de su edad debe desafiar, como peleas con su padre, dificultades en la escuela, entre otras problemáticas. Sin embargo, en medio de estos conflictos, persigue un deseo: ser botera en las aguas del Riachuelo, aunque para ello deba superar distintos obstáculos que van presentándose. En este film, la directora ha elegido alejarse de ciertos estereotipos que se han creado en las películas que narran historias sobre sitios marginales, donde principalmente suelen plasmarse escenarios violentos, donde la juventud no posee otra salida que recurrir a la misma para poder sobrevivir. Opuesto a estos parámetros, el film capta principalmente lugares sensibles, privilegiando el uso de la cámara en mano para poder acercarse y sugerir un retrato realista de la vida de la protagonista. Además de esta característica, es interesante percatar que el elenco que participa del film son no actores (sólo muy pocos de ellos lo son, como Sergio Prina y Gabriela Saidon), quienes logran un excelente trabajo, especialmente Nicole, la protagonista, que participa de la totalidad del film, y está retratada con planos muy interesantes que logran reflejar su intensa mirada. Esta sensibilidad, nombrada previamente, se puede observar en los distintivos gestos de la protagonista, como su deseo de bailar, sus aventuras con su mejor amigo Kevin, su ayuda en un merendero, entre otros. Además de los conflictos a los que debe enfrentarse Tati, también se presentan otras problemáticas y necesidades que vive el barrio donde fue filmada la película. La presencia de comedores para que los niños más pequeños puedan merendar, la ausencia de ayuda médica en hospitales, la gran diferencia que se presenta a pocos metros de la misma Isla, donde se encuentra uno de los lugares más turísticos de la Ciudad de Buenos Aires, es decir, Caminito, espacio que se contrapone totalmente a la Isla Maciel, y el Riachuelo, donde en la película vemos una sesión de fotos de una novia en el medio del agua. Frente a lugares utilizados para el turismo o como sets fotográficos, se opone uno olvidado por muchos, aunque se encuentre a pocos metros de distancia. En síntesis, “La botera” es una interesante propuesta que nos muestra principalmente la historia de una adolescente y todas las complicaciones que trae transitar esta etapa de la vida. Filmada en el barrio de la Isla Maciel, retrata un mundo sensible, alejándose de ciertos estereotipos que se han formado a lo largo de los años.
La Joven y El Río. Crítica de “La Botera” de Sabrina Blanco.InicioFestival Internacional de Cine de Mar del PlataLa Joven y El Río. Crítica de “La Botera” de Sabrina Blanco. 3 diciembre, 2019 Bruno Calabrese La búsqueda por la identidad puede convertirse en una tarea tortuosa para una adolescente. Principalmente, si a ésta le sumamos un contexto desprovisto de un modelo femenino en la casa y la pertenencia a una clase social que no hace más que privar oportunidades. “La Botera”, de Sabrina Blanco, crea un clarividente retrato de Tati, quién va a ser la protagonista de esta exploración en primera persona. Por Agustín Silva. La forma del registro es de una frescura que refleja ser una ópera prima realizada por un grupo de mujeres. La perseguidora cámara en mano nos sitúa en el cuerpo de una joven de la cual aprendemos en todas las escenas, cada una aporta a la definición de su personalidad. La formidable tarea de Nicole Rivadero (Tati) agudiza con cada gesto la concepción de un personaje al cual creemos entender perfectamente y que, al cabo de unos minutos, se nos escapa. Tati es hija de un remisero de la Isla Maciel, pequeño barrio ubicado en frente de La Boca, riachuelo de por medio. Su rendimiento en la escuela es tan bajo como sus intenciones por mejorar, sufre de bullying y comparte momentos con su único amigo con quien, en principio, también se muestra indiferente. Su padre es dueño de un bote que prometió a su hija pero que vende sin cuidado a un desconocido para el enojo de nuestra protagonista. Si bien la inseguridad y el machismo tiñen el relato, no toman protagonismo a excepción de algunos pocos sucedidos. La película evidencia la falta de encanto que tienen las instituciones tradicionales para una adolescente que está en busca de algo que le pertenezca. Nada tienen para ofrecerle ni la escuela ni la familia con el imaginario de esencia que ella tiene construido para sí. El semblante agobiado no logra apaciguarse a lo largo del film hasta que, eventualmente, se amiga con el desconocido que le compró el bote a su padre y ella navega con un primer esbozo de sonrisa en su cara. La histórica simbología del río está a la altura de lo transmitido en las únicas alegrías que ella muestra en la película, siempre arriba del bote. “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”. Y Tati, definitivamente, cada vez que lo cruce, no volverá a ser la misma. *Crítica realizada en el marco del 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
¿Cuán difícil puede ser registrar el universo femenino desde la perspectiva de una joven mujer en proceso de definiciones y búsquedas? ¿Cuán difícil puede ser introducirse en un mundo siendo ajeno a él y reflejarlo de una manera única? “La Botera”, ópera prima de la realizadora Sabrina Blanco, desanda, con un nervio único, y un tempo acompasado, que acompaña el ritmo interno de cada personaje, la vida de Tati en la Isla Maciel, sus vínculos, deseos y aspiraciones. Sin caer en el subrayado pintoresco del mundo de la joven, y mucho menos en una apología de la pobreza, Blanco se permite transitar espacios e instituciones del lugar con honestidad y con una búsqueda personal para que la verdad de la historia, por sí sola, emerja hacia la superficie. En el dolor de Tati por no ser aquello que cree que tiene que ser, y en la aventura de permitirse desear, luchar, defender, amar, hay una necesidad por volver a relatar de manera casi primitiva la vida de la joven. Momentos en los que prima el contexto, otros en los que la contextualización oprime aún más a los personajes, la principal virtud de “La Botera” es “ponerse del lado de” aquellos que no pueden ampliar su horizonte de expectativas. Por momentos documental, por momentos una ficción que fusiona la ficción y la cámara realista para volverse las dos cosas y ninguna. El debut en la dirección de Blanco sorprende por la seguridad con la que se construye el universo del relato y sus personajes, quienes desandan el derrotero de una vida de carencias (materiales y afectivas) para reflexionar sobre ausencias para suplantar y subsanar aquello que no se tiene, pero que tampoco se lo piensa .
Cambiar como se puede La vida del adolescente es siempre una dificultad, venga del lugar del venga. Por el cambio de vida, de expectativas, por las nuevas búsquedas y por lidiar con una revolución en el cuerpo que genera nuevas responsabilidades y desafíos que los jóvenes se mueren por tener pero aún continúan en un camino de aprendizaje. Eso es “La Botera”, la ópera prima de Sabrina Blanco, un retrato fiel de todo lo que significa esa etapa. Eso y un poco más, porque Tati (Nicole Rivadero) es una joven de 13 años que habita en una humilde vivienda en la Isla Maciel. Ella no sólo atraviesa las dificultades propias de la edad: malas notas en la escuela, bullying de sus compañeras, despertar sexual y conflictos con su padre. Sino también el deseo de trabajar como conductora de bote en el trayecto de la Isla Maciel hacia la Boca, y ahí establecerá una relación con Maxi (Alan Gómez) que le enseñará el oficio y también el ida y vuelta entre el deseo sexual. Se trata de un filme del estilo coming of age muy realista y honesto en el contexto en el cual se desarrolla, filmado en muchas ocasiones en cámara en mano y con una fotografía gris que pega muy bien con los eventos que le tocan vivir a Tati. Sobre todo en la relación dentro de su casa, con un padre (Sergio Prina) con el cual vivirá en conflicto permanente ya sea por los cuestionamientos que le hace ella a él, al haber vendido el bote y reclamando por su ética laboral, como los que como padre debe contener (como puede) a una hija que lo desafía. Lo destacable de La Botera es que no trata todas estas dificultades como golpe bajo, como culto a la marginalidad o un drama eterno e inhumano. Muy por el contrario, muestra todas las dificultades que implica vivir siendo una adolescente en un barrio humilde con una cara humana en todos sus aspectos. El ejemplo más claro es al convivir con un padre alcohólico con una vida desordenada, éste no es retratado como un personaje completamente despreciable sino que se lo muestra como alguien que intenta educar a su hija como le sale. Así es con todas situaciones o las relaciones humanas que van transcurriendo a lo largo de la película. Tanto en la dirección como en la performance de su actriz protagónica hacen fluir todo este universo con una naturalidad notable. La botera es un film crudo sin ser duro, es tierno sin dar ternura. Es un ejemplo vívido de cómo son las vidas de las jóvenes y como son los jóvenes sin apelar a ningún estereotipo social. Por eso es celebrable. Por Germán Morales
La chica del bote De todos los relatos existentes sobre las clases marginales La botera (2019) brinda una mirada madura e innovadora, sin facilísimos ni clichés a la hora de representar los anhelos de su protagonista. Tati (Nicole Rivadero) es una adolescente de la isla Maciel que vive sola con su padre (Sergio Prina). Ella sueña con manejar el bote que cruza personas por las aguas del Riachuelo, mientras experimenta la pérdida de la inocencia en cuanto a su relación con los hombres y con el mundo adulto. Como si se tratara de una película de los hermanos Dardenne, la ópera prima de Sabrina Blanco describe el contexto marginal de la vida en la isla pero siempre desde su personaje principal, uno de los más vulnerables del entorno, a quien sigue con un registro realista sin efectismos ni condescendencia. No se trata de hacer un retrato social sino de narrar los pormenores de cualquier ser humano intentando subsistir en condiciones adversas. Tati avanza y retrocede, duda como todo ser humano, y se mueve entre las limitadas opciones que tiene (manejar el bote de su padre es la única y efectiva salida laboral) y las impuestas por su padre (quien no sabe cómo guiarla en sus inquietudes adolescentes). Conoce un chico que le resulta atractivo, mientras juega con su amigo de la infancia. En ese ir y venir la película conjuga su complejo estado emocional diciendo sin decir, mostrando su accionar e invitando al espectador compenetrarse con su psiquis. Esta película apertura de la competencia argentina del 34 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, ancla el relato en una mujer en estado de vulnerabilidad (por el contexto y edad que atraviesa). La falta de referentes femeninos para la protagonista son evidentes, cuestión que acrecienta la dificultad de expresar sus “debilidades” con palabras o emociones. Ese pasaje de la niñez al mundo adulto inevitablemente endurece el carácter de Tati, una consecuencia casi necesaria para la supervivencia. La botera representa la vida en un contexto marginal con todos los matices, complejidades y entramados sociales que la situación requiere, siempre desde los miedos y pasiones de su joven protagonista. Y lo hace desde un retrato humano, serio y sensible a la vez, que prioriza a la persona con sus particularidades y puntos de vista.
Tati (Nicole Rivadero, toda una revelación) tiene 13 años y vive en una casilla de la Isla Maciel con su padre Osvaldo (Sergio Prina), un remisero alcohólico con el que no tiene precisamente una relación armónica. Tampoco le va demasiado bien con sus compañeras de colegio, donde es víctima constante de bullying, ni con las calificaciones (está a punto de repetir). En verdad nuestra heroína tiene una extraña obsesión: ser la botera a la que alude el título; es decir, la responsable de manejar uno de los botes que cruzan el Riachuelo entre la isla y La Boca. Pero los problemas son dos; su padre decide vender la precaria embarcación que poseía y además ella no tiene la más mínima idea de cómo remar. Aparece entonces un chico un poco más grande (17) que le enseñará el oficio y, en medio de ese proceso, cierta atracción surgirá entre ambos. La ópera prima de Sabrina Blanco es una historia de iniciación (no solo sexual) que describe también el paso de la niñez a la adultez (quizás un poco prematura por las duras condiciones de vida) en una época pasada (imprecisa pero no muy lejana). Con una clara impronta dardenniana en el enfoque estilístico y humanista, pero también con una potente mirada femenina (no solo la directora y la protagonista son mujeres sino también buena parte del equipo técnico y artístico), La botera decide concentrarse en las contradicciones, angustias, inseguridades, confusiones, dilemas, rabias y deseos de Tati y dejar el contexto hostil en el trasfondo. Es cierto que hay viñetas que muestran el machismo, la descontención, el embarazo adolescente, la precariedad de la atención sanitaria en los barrios populares y vulnerables, pero todo eso queda en un segundo plano (nunca se subraya) para poner el foco en el retrato íntimo de una chica que tiene que ocuparse también de cuestiones domésticas mientras lidia con la ausencia de un modelo femenino, con la curiosidad propia de su edad y con los celos y envidias que le genera ver lo que otros tienen y ella no. Las andanzas con Kevin (al parecer su único amigo), sus represiones y timideces que se van atenuando cuando gana en seguridad (hermoso el momento en que se anima a sumarse a una coreografía en un baile grupal en un merendero en el que suele colaborar) son parte de la construcción de este austero, riguroso, sutil y finalmente emotivo retrato sobre la búsqueda de la identidad.
Sabrina Blanco debuta en la dirección con una película cargada de hallazgos. Un tema interesante como la búsqueda de identidad que una adolescente emprende en un contexto áspero, ambientada en un escenario singular como Isla Maciel, un barrio popular que sobrevive a la vera del Riachuelo y sobre todo una protagonista entrañable como Nicole Rivadero, una chica de ese barrio que la directora conoció en profundidad haciendo trabajo social. Su trabajo fue premiado en la última edición del Festival de Mar del Plata gracias a un papel que interpretó muy bien con apenas trece años y sin ninguna experiencia actoral. La botera pone todos esos elementos en juego y los explota con inteligencia y sensibilidad para construir un relato concreto, agudo y visceral que logra conmover sin apelar a simplificaciones ni efectismos. En términos temáticos y de puesta en escena, el film remite al cine crudo y sombrío de los hermanos Dardenne, pero el notorio ángel de su protagonista lo dota de una personalidad propia y de una potencia inusitada. También refleja con lucidez titubeos, angustias y pequeñas victorias de la intimidad femenina en un entorno difícil y determinante al que se acerca sin prejuicios, con una voluntad explícita de análisis y aprendizaje.
Si el pasaje de la niñez a la adolescencia nunca es sencillo, resulta aún más complicado transitarlo en un entorno hostil, despojado de la mínima contención afectiva. Tati es una púber de 13 años que vive con un padre que no sabe cómo tratarla y que mata el tiempo vagando al tuntún por la Isla Maciel. Una única ilusión parece sostenerla: dedicarse a navegar en uno de los botes que hacen el cruce del Riachuelo entre Maciel y La Boca. En su opera prima, Sabrina Blanco utiliza una cámara testigo para seguir de cerca los pasos azarosos de esa chica huraña por las calles de su barrio. La escuela no aparece en su horizonte como un camino posible y su padre está desconcertado por esas ganas de abandonar la casilla y salir al mundo a toda hora. Sin madre a la vista, para Tati lo más parecido a una figura materna es la mujer que maneja el merendero de la zona, en el que ella da una mano. En una edad cargada de confusión y cambios, la protagonista tiene pocos sostenes a los que aferrarse. A Tati le cuesta expresar sus necesidades y sentimientos, y a sus dificultades para comunicarse se le suma la falta de interlocutores. En caso de que quisiera, no tendría con quién compartir las angustias del despertar sexual o su enojo con el mundo. Marginada por los chicos de su edad, el resultado es una soledad casi perfecta, apenas interrumpida por los diálogos infantiles con su aniñado mejor amigo. Aun sin un conflicto dramático intenso -una carencia frecuente en el cine argentino actual-, La botera consigue atraer porque retrata la precariedad de un sector social sin caer en las maquetas de la marginalidad, sino mostrando las carencias afectivas antes que las económicas. Tati está empezando a dejar de ser niña para convertirse en mujer en un contexto adverso, en el que deberá abrirse paso a los codazos, nadie le explicará nada y todo deberá aprenderlo de sopetón.
Así como en diversas producciones vamos viendo cómo se modifica la participación de los personajes femeninos en ciertos ámbitos y han comenzado a procurarse un nuevo lugar y hasta generar un nuevo lenguaje cinematográfico a partir de este empoderamiento y los vientos de cambio que se viven en la actualidad, en “LA BOTERA” su directora, Sabrina Blanco, en ese mismo sentido, logra trazar un relato adolescente completamente en las antípodas de los estereotipos de cualquier película “coming of age”. El relato está centrado en Tati (un maravilloso trabajo de Nicole Rivadero que carga con el peso de la película sobre sus espaldas) una adolescente que vive en la Isla Maciel y que transita con varios problemas este momento en donde ha dejado de ser niña y debe comenzar a transitar los primeros pasos en la construcción de su rol de mujer. Tati parece no poder encontrar un lugar en donde sentirse a gusto: problemas en el vínculo con su padre –en donde ella parece tener que ser la madre de su propio padre, marcándole ciertos compromisos y obligaciones que él sistemáticamente elude y él tiene una fuerte imposibilidad de comprenderla-, en el manejo de sus estudios –al inicio de la película vemos una secuencia donde una maestra intenta orientarla y aconsejarla dentro de su dispersión-, pero fundamentalmente con serios problemas para relacionarse con sus pares que la excluyen fuertemente del grupo de amigos. La cámara sensible de Blanco va “persiguiendo” a nuestra protagonista, de forma tal de ir adentrándonos en cada uno de los detalles de su vida privada, en donde iremos descubriendo un despertar sexual que será todo un camino de aprendizaje, entre ensayo y error, sumado a su necesidad de buscar una figura materna, de contención, que la encuentra en cierto modo, en la mujer a cargo del merendero en donde Tati colabora. Pero lo único que quizás tenga claro en este momento de tanta hostilidad que siente del entorno para con ella, es su fuerte deseo de ser botera en las aguas del Riachuelo –trayecto que cruza de la Isla Maciel al barrio de La Boca-, a pesar de todas las recriminaciones y advertencias de su padre. Varios son los puntos salientes de esta ópera prima de Sabrina Blanco en donde no cae en ninguno de los lugares comunes en los que se suele representar a la marginalidad o a las clases más carenciadas. Blanco no solamente apunta con ciertos guiños a la fuerte y dura carencia económica (falta de trabajo, la presencia del merendero comunitario allí en esos espacios donde la figura del Estado aparece como ausente, problemas con la asistencia médica en los hospitales, etc.) sino que se apoya fundamentalmente en la carencia emocional por la que Tati debe atravesar, sin una figura de contención ni un espacio donde pueda sentirse integrada. Aparece como única figura amigable dentro de su entorno, su amigo Kevin, pero exceptuando algunos diálogos con él, el resto de los vínculos y hasta la propia geografía parece plantearse como un especio complejo, lleno de agresividad, intolerancia y exclusión. Ahí justamente es donde el guion de la propia Blanco evita sistemáticamente el subrayado o el golpe bajo y construye, contrariamente a lo que se muestra habitualmente, una historia a pura sensibilidad, con una gran honestidad y simpleza, mostrando los momentos cotidianos de Tati con una mirada amorosa, compasiva y comprensiva de su delicada situación. De esa necesidad de crecer, de desarrollarse, de ir por sus pequeños sueños en un ambiente completamente adverso que parece hacerla, justamente valga la paradoja, remar contra la corriente. “LA BOTERA” se nutre de un interesante elenco de no actores para dar vida a los personajes de la película y generando automáticamente una profunda sensación de empatía que brota de ese naturalismo con el que van desarrollándose las escenas. Con ese bote como metáfora que puede generar un sinfín de interpretaciones, Tati quiere en cierto modo llegar a la otra orilla, dar el salto, crecer. Y no se doblegará en cumplir su sueño, aun cuando la figura del botero se encuentre reservada no solamente dentro de un espacio masculino sino que para alguien de mucha más edad que ella, sumado a que es un trabajo completamente en vías de extinción. De esta manera Blanco duplica la apuesta y genera un espacio de ruptura, completamente diferente para los roles femeninos que suelen mostrarse en otros productos del cine nacional. El guión opta por mostrar mujeres decididas a ocupar su espacio, a tomar decisiones y sacar los problemas adelante, en una representación que plantea una diferencia frente al típico esquema de mujer de clase baja sufriente y presa de las circunstancias. Lo más valioso de la historia de Blanco es el oxígeno que le otorga a sus personajes para que desplieguen sus alas y puedan crecer y llegar, de alguna forma, a esa otra orilla que tanto anhelan.
Tati vuelve de una fiesta: estaba sola hasta que recibió un mensaje de un contacto desconocido citándola en el baño; fue y esperó, pero no apareció nadie, todo era una burla. Llega a la casa y encuentra al padre limpiando el auto: “unos borrachos se cagaron a piñas”, dice fastidiado mientras limpia sangre de la ventana. En el plano siguiente, Tati está sentada en la cama con un muñeco de peluche: lo agarra fuerte mientras le arranca lentamente pedazos de relleno. Así es el círculo infernal al que lanza a sus personajes La botera: todos son blancos posibles de alguna agresión gratuita y, al mismo tiempo, agresores en potencia. La película responde a un viejo dogma: el cine que cuenta historias de desposeídos no puede permitirse el lujo de la felicidad o el cariño, todo debe transcurrir entre penas e injusticias y en la más absoluta desolación. Como si toda esa miseria filmada de manera realista fuera una especie de garantía de autenticidad, de sello de calidad. En La botera la arbitrariedad de ese dogma se siente con una fuerza inusual porque se nota un desfase entre los personajes y el relato, entre el retrato que se hace de Tati y de los que la rodean, de un lado, y la crueldad con la que los somete el guion, del otro. El padre, Kevin, el nuevo botero, la chica del comedor, todos parecen vivos y convincentes, se dejan filmar con naturalidad y le dan a la película una respiración singular. Hasta una de las chicas que molesta a Tati resulta fascinante con su vida de adolescente que habita fluidamente el mundo de la adultez. Pero el relato impone una serie interminable de calamidades: Tati y Kevin pasean tranquilos y son abordados por dos chicos que irrumpen desde el off y amenazan con robarles la bicicleta nueva. Tati descubre un gato muerto cerca del río; Kevin sugiere darle sepultura pero no tiene éxito. El gato tieso aparece en dos escenas más, y en una la protagonista lo saca de la intemperie y lo envuelve en una manta: el gesto es de un patetismo imposible. De alguna manera, la estrategia de la película se resume en la escena de la fiesta, cuando a Tati le llega el mensaje de un contacto que no tiene agendado diciéndole que está linda y que la espere en el baño: al final nadie aparece, pero el guion tampoco revela quién pudo haber sido el responsable de la maldad. El sentido resulta claro: es el propio relato el que asume el lugar de bully que acecha e importuna a Tati, como si se tratara de convertirla en una suerte de Rosetta dardenniana autóctona, una víctima de las circunstancias que carga en sus hombros con todo el mal del mundo. El gesto se siente forzado, en buena medida debido a la potencia de los espacios que filma Sabrina Blanco: el peso material de Isla Maciel, con su comedor, sus calles y sus casitas emanan una fuerza visual ostensible, una crudeza subyugante que deja al descubierto el mecanismo de castigos que implementa sin mucha elegancia el guion.
Tati tiene 14 años y vive en una casa humilde a orillas del río, junto a su padre que apenas se ocupa de ella. Está obsesionada con ser “Botera” y todos los días, intenta usar el bote sin éxito. El bote que cruza el Riachuelo llevando pasajeros. Con actores de una autenticidad asombrosa y con muchos apuntes sutilezas y una protagonista enorme, la película se complica cuando se ve la mano del guión generando momentos crueles y duros. Todo el sueño de la protagonista y su esfuerzo es una epopeya cotidiana que podría sostener por sí sola toda la película. Pero tal vez sería una película demasiado luminosa y la realizadora no quería tanto optimismo. Una pena, porque con eso alcanzaba para hacer un gran film.
Tati es una jovencita de 13 años que crece en un ambiente hostil y es el punto de partida de la opera prima de Sabrina Blanco, que pone su foco de atención en esa etapa de transición plagada de dificultades. El escenario es la isla Maciel, donde Tati -Nicole Rivadero- hace lo que puede: convive en una casilla con un padre ausente que trabaja como remisero, llega tarde a clases, sufre el maltrato por parte de un grupo de compañeras y ayuda en un merendero del barrio. La botera expone un mundo marginal que está a la vuelta de la esquina y donde, a pesar de todas las dificultades que se presentan, se convierte en el escenario para que ella pueda mantener una ilusión o un deseo: ejercer el oficio sólo realizados por hombres, aprender a remar en el agua podrida que traslada a los esporádicos viajeros a cruzar el Riachuelo. En medio de este camino repleto de espinas, Tati se relaciona con un chico y atraviesa su despertar sexual entre la exploración y el rechazo en esta historia que con mínimos elementos logra plasmar una realidad impiadosa. La aparente inercia emocional del personaje central sirve como un escudo de protección ante las complicaciones de su entorno. Ella es valiente cuando debe serlo -enfrenta a unos ladrones de bicicletas- y descubre a la encargada del merendero junto a su padre. Tati es sinónimo de lucha y perseverancia mientras intenta encontrar su lugar en el mundo bajo la mirada austera, precisa y emocionante que propone el relato, que no esconde en ningún momento su costado integracionista -las mismas chicas que la rechazan la dejan participar luego de una coreografía-. Cuando de remar se trata...
Una muy interesante y conmovedora opera prima de Sabrina Blanco, una guionista experimentada, una mujer sensible para mostrar lo que ocurre con una preadolescente en un medio duro, de muchísimas carencias, afectivas y económicas, y que hacen aún más difícil ese proceso de maduración de una chica, con una intérprete perfectamente elegida Nicole Rivadero. Lo que muestra la realizadora, con profundidad e inteligencia es a una comunidad cerrada y victimizada, la de la isla Maciel, que en los 90 se comenzó a identificar como un lugar peligroso, del que no se vuelve. Pero el lugar y sus problemas no están en primer plano. La mirada se centra en “Tati”, sin modelo femenino a quien seguir, viviendo con un padre que le da el afecto que puede, que es poco, un trabajador adicto al alcohol, que esconde sus sentimientos. Ella de muy poco rendimiento en la escuela, que colabora en un merendero tiene un sueño que parece imposible, ser “botera”, un oficio en vías de extinción que es transportar a los lugareños de la isla hasta La Boca. En esta realidad de ambiciones, cambios en su cuerpo, deseos que se despiertan, necesidad de empoderamiento, el film se mete con seguridad y sentimiento en el mundo de esta niña mujer, para emocionarnos con su claridad y calidad. Un debut de Blanco para tener muy en cuenta. Igual que la labor de la protagonista.
"La botera": un mundo difícil Sobre la superficie de la materia bruta narrativa, la realizadora logra tallar los contornos de un universo que el film transforma en algo palpable, creando en el camino una pequeña heroína. La vida de Tati no es nada sencilla. Por razones ligadas al hecho mismo de crecer, de cambiar, de madurar, no suele serlo para ninguna chica de trece años. Pero en el caso de la protagonista de La botera –opera prima de la realizadora Sabrina Blanco , que viene de participar en la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata– algunas de sus dificultades son evidentes en términos estrictamente objetivos. En parte porque la relación con su padre no parece atravesar el mejor momento, en parte porque la rutina escolar incluye sesiones casi diarias de bullying, en parte porque el contexto social y laboral en Isla Maciel complica aún más las cosas. Todo eso ha generado en su cuerpo varias capas de protección, una dureza exterior que parece funcionar como dique de contención para los movimientos sísmicos internos. Una cara de perro que es reflejo de cierta fragilidad y escudo desafiante. A Tati, además, comienzan a interesarle los chicos (uno de ellos, en particular), otro foco posible de conflicto. Da la impresión de que nada es sencillo en el mundo. Sobre todo en su mundo. Ya desde las primeras escenas, que siguen a la protagonista desde la cocina hacia la cama y viceversa, la enorme influencia del cine de los hermanos Dardenne se hace palpable. La cámara, pegada a Tati, la acompaña mientras cena un par de huevos fritos de parada; a la mañana siguiente, hace lo propio cuando toma la leche e intenta despertar a su padre (el tucumano Sergio Prina, recordado por su papel en El motoarrebatador). El hombre es un “botero”, alguien que cruza pasajeros de un lado al otro del Riachuelo por un par de pesos, entre otros rebusques. Su hija desea seguir la tradición, usualmente reservada a los hombres, pero incluso eso parece estarle vedado, no sólo por su condición de mujer y por su edad sino por la venta reciente del bote familiar. En la actriz no profesional Nicole Rivadero, elegida luego de un casting en el que participaron jóvenes habitantes de Dock Sud, la realizadora halló el rostro ideal para componer a Tati, a quien sólo parece quedarle el camino de la rebeldía ligera mientras transita el comienzo de la adolescencia, a los tropezones y casi sin la ayuda ni el consejo de nadie. El sexo es todavía algo atractivo y repulsivo al mismo tiempo, como lo confirmará en su propio cuerpo o ante un atisbo de intimidad ajena. Ayudar en un merendero también forma parte de sus actividades sociales y en secuencias como esa –u otra en la cual visita una salita de primeros auxilios– Blanco logra registrar, con firmeza y justeza, el entorno de la protagonista, sin cargar las tintas ni transformar el relato en la ilustración de un programa sociológico o ideológico. Un entorno geográficamente --humanamente-- muy cercano, que suele estar cercado por estereotipos y fatalismos, tanto del orden mediático como aquellos que forman parte del imaginario colectivo. Ese es el mayor mérito de La botera: sobre la superficie de la materia bruta narrativa, la realizadora logra tallar los contornos de un universo que el film transforma en algo palpable, creando en el camino una pequeña heroína con la resistencia y el coraje suficientes para resistir y, tal vez, sobreponerse y vencer. La bella escena en la cual se anima, finalmente, a meterse en el ensayo de una coreografía practicada por sus vecinas parece señalar en esa dirección.
Texto publicado en edición impresa.
Tati está entrando en la adolescencia. Vive con su padre con el que tiene una relación a veces distante, a veces tirante. Vive en la Isla Maciel junto al riachuelo (desde su casa pueden verse el Puente Avellaneda y el Transbordador) y su deseo, su vocación si es que cabe el término, es ser botera, cruzar un pasajero con un pequeño bote por unos pesos. Cuenta para ello con el bote de su padre pero este no quiere que ella siga ese oficio y sin aviso lo vende. Pero ante el hecho consumado Tati no va a resignarse y va a insistir tenazmente con su idea. La botera, primer largometraje de Sabrina Blanco, es un coming of age, una película de iniciación y crecimiento. Tati lidia con buena parte de la problemática típica de la adolescencia: la búsqueda de la propia identidad, el sentimiento de inadecuación, la angustia ante el futuro. A esto se le suma además el hecho de atravesar esta etapa en medio de un contexto difícil, el de la pobreza y el de la incertidumbre diaria en el barrio. Tati carga con un sentimiento de inadecuación general: en su casa con su padre, en la escuela donde no rinde y con sus compañeras de colegio que muchas veces la acosan y maltratan. Apenas parece sentirse cómoda en un centro barrial donde algunos días va a colaborar o cuando sale a pasear con un amigo de su edad, un muchacho sensible y tímido que tampoco encaja bien en esa realidad y al que a veces la misma Tati tiene que defender. El otro lugar donde Tati parece sentirse en su elemento es en el río. Es por eso que, a espaldas de su padre, empieza a frecuentar al joven que compró el bote para que le enseñe a remar. Con los días se arma con este una relación de cierta amistad y también una cierta tensión sexual. El deseo de Tati de convertirse en botera y su insistencia pese todo tiene que ver en parte con una actitud de rebeldía ante su padre y también con una suerte de rebeldía de género, ya que este es un oficio que solo realizan hombres. En parte se trata del intento de encontrar un lugar propio, y quizás también esté presente allí la fantasía de salir de la Isla, un deseo que expresa de forma explícita. Tati además tiene que arreglárselas con su condición de mujer en ese contexto de precariedad y todo se le hace más difícil. Encontrarse con lo que quiere ser, con su deseo y su sexualidad. Un desafío que va resolviendo como puede, entre otras maneras, imitando. Convencida a medias pero con curiosidad, pintándose con el maquillaje que le roba a otras chicas o tratando de seducir tímidamente al chico del bote. Algo que se expresa bien en una sencilla y muy lograda escena donde primero observa a un grupo de chicas que ensayan una coreografía y luego lentamente se va sumando a ellas sin decir palabra. El film se sostiene además en un elenco sólido donde se destaca la protagonista, Nicole Rivadero, que encarna a Tati y se carga toda su conflictiva con naturalidad y sin excesos, con convicción y carácter, expresando de manera creíble ese permanente conflicto entre lo que su personaje quiere ser (aún si a veces tampoco sabe muy bien qué es) y lo que se espera de ella. Y también se destaca Sergio Prina (a quien vimos como protagonista de El motoarrebatador) como el padre de Tati, quien tiene que ejercer su rol como puede y como le sale ante una hija en plena rebeldía, a la que quiere y por la que se preocupa, pero a la que muchas veces no sabe cómo manejar, reaccionando de manera torpe o violenta. La cámara sigue a la protagonista por el barrio y sus diferentes espacios cotidianos en un registro realista y casi documental. El relato fluye y va construyendo un retrato sensible, sin forzar golpes bajos y con una posición que es solidaria con estos personajes en situaciones adversas, y a la vez sin ceder a la condescendencia. LA BOTERA La botera. Argentina. 2019 Guión y Dirección: Sabrina Blanco. Reparto: Nicole Rivadero, Alan Gómez, Sergio Prina, Gabriela Saidon. Fotografía: Constanza Sandoval. Dirección de Sonido: Tiago Bello. Montaje: Valeria Racioppi. Dirección de Arte: Diana Orduna. Producción: Georgina Baisch, Cecilia Salim, Sabrina Blanco, Jessica Luz. Distribuye: Compañía de cine. Duración: 75 minutos.
Contar la vida pobre tiene riesgos: sobre todo, hacer cine pobre (de ideas, de miradas). No es el caso: es más importante el deseo de la protagonista de 14 años en volverse botera que cualquier otra cosa, y aparece el gran tema (quizás el único) del arte. Es decir, el llamado inasible de la vocación. Incluso cuando la película quiere, por momentos, ir a la denuncia, esa voluntad sin causa termina imponiéndose.
Historia humana y sensible en la transición de niña a mujer A escasos metros de la ciudad de Buenos Aires, separada por un hilo de agua oscura y contaminada, se divisa la Isla Maciel, en la que vive gente de clase media baja. Una condición fundamental para subsistir allí es la de ser un duro, hacerse respetar forzosamente, no mostrar debilidad ni dudas. Bajo esas reglas de vida no escritas, pero asumidas prácticamente desde chicos, una adolescente de 14 años da sus primeros pasos hacia la adultez por un camino ríspido y sinuoso. Tati (Nicole Rivadero) no la tiene fácil, va al colegio secundario donde algunas compañeras le hacen bullying y otros vecinos del barrio la hostigan. Es por ese motivo que va forjando un carácter hosco y rudimentario. Y, como si fuese poco, vive con Osvaldo (Sergio Prina), un padre distante y poco afectuoso, en una humilde casita. Actualmente es remisero, pero antes tenía un bote que lo usaba para trabajar, cruzaba de orilla a orilla a la gente por unos pesos, que luego vendió. Su hija está obsesionada con esa pequeña embarcación y no sabe lo que hacer para recuperarla. En este nuevo mundo que emprende sola conoce a Maxi (Alan Gómez) de 17 años, quién es el que trabaja con el antiguo bote de su padre que, de tanto insistir en recuperarlo, el muchacho le enseña a remar. Tati, a su manera, quiere retomar la posta que abandonó su padre, aunque él no lo acepta. La ópera prima de Sabrina Blanco no cae en la tentación de regodearse mostrando violencia o marginalidad como otras producciones argentinas. La directora opta por contar una historia mucho más humana, sensible e intimista sobre la transformación de niña a mujer desde lo mental, emocional y sexual de la protagonista dentro de su ámbito, mientras el “afuera”, para nada amigable, la acecha peligrosamente. La directora amalgama muy bien los dos mundos y el peso que cae sobre los hombros de Nicole Rivadero para llevar adelante una historia difícil, quien lo hace con mucha eficiencia El ritmo narrativo es veloz, las escenas se suceden con breves diálogos, acciones rápidas y pocos momentos de quietud. El pulso lo marca el reggaetón, con varias canciones que hacen un poco más feliz la vida de Tati, junto con Maxi, que oficia como un maestro de vida, introduciéndola a algunos vicios y enamorándola por primera vez. Cruzar el Riachuelo es una necesidad para ella, no para escaparse, sino simplemente para sentir lo mismo que cuando era chica y la llevaba su padre. Podrá ser para cualquiera un humilde deseo, pero para Tati, es mucho más que eso, es volver a vivenciar momentos muchos más felices, aunque, seguramente, ella no se daba cuenta en aquél entonces.
La botera: Al otro lado del río. Esta ópera prima de una mujer protagonizada por otra mujer, ambientada en la Isla Maciel, muestra con emotividad, una realidad distinta: la de una adolescente que, a pesar de vivir todas las dificultades de su edad (y otras más), quiere lograr el sueño de ser botera en el Riachuelo. El cine argentino acostumbra, lamentablemente, a narrar las historias de gente de bajos recursos de una forma cruel y siempre centrándose en los mismos estereotipos y tópicos. Esta vez, lo marginal se muestra distinto en los gestos y actitudes de una nena que está aprendiendo a ser adulta sola, ya que ni su padre, ni la escuela, ni el barrio la ayudan en el proceso. En contraposición con los cánones establecidos para exponer la marginalidad, la directora Sabrina Blanco capta con ternura y simpleza la vida de la protagonista, quien no es actriz profesional y deslumbra con su naturalidad. La botera (2019) narra la vida de Tati (Nicole Rivadero), una nena de 13 años, que vive en la Isla Maciel con su padre (Sergio Prina). Suele colaborar con un comedor infantil y le va muy mal en el colegio. Su único anhelo es ser botera y trasladar a la gente de un lado al otro del río, aunque hay ciertos impedimentos, pero ella no renunciará a su sueño. Tati quiere tomar las riendas de su vida y luchar por sus deseos, aunque la búsqueda de la identidad adulta, en este Coming Of Age, es una tarea nefasta, sobre todo, debido al entorno hostil y la ausencia del modelo femenino familiar. Si algo resalta en la película es la fuerza que tienen las mujeres, sobre todo Tati que quiere cumplir su anhelo, contra viento y marea, además de los personajes femeninos que la rodean como su profesora o la encargada del comedor donde colabora. Por otro lado, los hombres se muestran débiles y casi sinsentido, como el propio papá de la nena, su amigo al que ella defiende y el chico que le gusta. Nicole Rivadero supera con creces el desafío de ponerse la película al hombro, más teniendo en cuenta que es su 1° vez frente a la cámara. Su intensa mirada y la naturalidad de sus movimientos hacen de ella una joven promesa. Acompañan de manera correcta Sergio Prina y Alan Gómez. La directora Sabrina Blanco sigue cámara en mano a la protagonista, sin juzgar sus decisiones ni remarcas sus falencias y sin remarcar los duros golpes que le suceden a Tati. El relato es sólido, llevado a cabo con un impecable guion y con interpretaciones que permiten adentrarse en el mundo de la pequeña botera. Cada uno de los diálogos y miradas de la protagonista, seguida con cámara en mano, le da esa naturalidad necesaria para que el espectador se sienta parte de lo que se vive en la Isla Maciel. El mensaje es claro: el bote es metáfora del transitar el camino a la madurez, un Coming of Age distinto, que muestra el deseo de superación de una chica abandonada por su familia, sus cercanos y el Estado. El deseo también es sexual, es de contención, de independencia, de ser adulto y tener con qué. Aprender a manejar el bote en las aguas turbias del Riachuelo. La botera (2019) es una ópera prima admirable, de esas que hacen que uno se anote el nombre de Sabrina Blanco para seguir de cerca. Interesante propuesta del cine nacional sobre las vicisitudes del crecer en un entorno marginal.
Al otro lado Muchas veces se cae en la tentación de retratar la marginalidad o pequeñas historias, protagonizadas por personajes que viven en la marginalidad, a partir de la mirada o visión del director. Tal vez ese defecto es lo que determina el grado de artificialidad que por más puntadas de guion se intenten no alcanza a repararse jamás. Por eso, retratar la marginalidad desde el punto de vista de un personaje y consignar un pacto tácito entre su mirada y la expresa distancia con el juicio es mucho más efectivo y enriquecedor desde dos elementos, por un lado que el contexto forma parte de lo cotidiano, y por otro la dinámica con el entorno en ese escenario, en pleno estado de ebullición, no es lo suficientemente fuerte para tumbar el péndulo de las decisiones o desvíos en el camino, aunque eso no signifique una afección directa y honesta con las emociones o los costados humanos y contradictorios. La transición que experimenta la protagonista de La botera, Taty (Nicole Rivadero), se encuentra atravesada por varias corrientes, las lógicas de cualquier adolescente en etapa de cambios corporales y despertares del deseo pero también la intensa necesidad de una identidad que no la ate a los roles convencionales de hija de un padre muy poco laborioso, o simplemente de amiga (aunque le cuesta conseguirlo). Su meta es aprender a manejar el bote para ganarse la vida transportando por el Riachuelo pasajeros. Isla Maciel, su lugar en el mundo, separado por ese gigante río de “el otro lado” le queda demasiado pequeño a Taty o por lo menos poco atractivo para sus ambiciones personales. Pero ella es consciente de que su padre violento dilapidará cualquiera de sus expectativas, hundirá -por decirlo metafóricamente- ese ímpetu aventurero para volverla utilitaria, sumisa, servicial, y así ese efecto dominante prolongarlo a cada segundo. Es la búsqueda incansable del cambio lo que motoriza al relato de Sabrina Blanco, directora que presentara La botera en el último Festival de Mar del Plata con gran recibimiento y que demuestra haber entendido que se puede abordar temas profundos, marginales y complejos sin hundirse en ríos de pretensión artística. Y así, al igual que su protagonista Taty, saber que el horizonte a veces es recto y solamente hay que remar hacia ese espejo.
Tati vive en la isla Maciel. Una madre ausente y un padre a veces colérico, presionado por las carencias económicas, no le están haciendo nada fácil la vida. Más ahora que se está convirtiendo en adolescente. Y las condiciones sociales en que crece Tati no son las mejores. Sin embargo, a pesar de las dificultades en la escuela, de sus enojos justificados o no, de la falta de comunicación, siempre habrá algo a que aferrarse. La que atiende el comedor, el chico del barrio cobardón pero solidario, y ese otro adolescente que le compró al padre un bote que la ayudará a crecer. "La botera" revela a una directora sensible, que maneja la historia con soltura y buen ritmo, que no entinta las situaciones y las muestra sin juzgarlas. No es nada fácil seguir el nacimiento de la adolescencia en un lugar de carencias sin melodramatizar o cargar las tintas. Pero la directora Sabrina Blanco, con una intérprete ideal, Nicole Rivadero, sin experiencia como actriz, la convierte en una Tati real, con todos los blancos y negros que puede tener su realidad. En las marcaciones actorales, la joven directora se acerca al neorrealismo italiano con su asombroso manejo de la realidad. Filme esperanzador, donde un bote puede simbolizar el futuro y un pequeño lápiz de labios o la rústica pintura de unas uñas nada armónicas son pequeñas aspiraciones a la belleza. Con aproximaciones especialmente a Truffaud ("Los cuatrocientos golpes") y los Dardenne ("Rosetta"), "La botera" revela a un equipo valioso que sintetiza en la escena final que Tati encontró un pequeño camino en su vida y la comprensión del valor de la familia es un sentimiento irreemplazable para iniciar un futuro.
Firmes con la campaña "dejemos de comparar dos de cada tres películas con las de los hermanos Dardenne", creemos que la empatía con que la película se acerca a la protagonista...
Retrato de una luchadora El cine nacional independiente se ha caracterizado por llevarnos a la gran pantalla contextos donde conviven personajes marginales de una sociedad desigual, como en El Polaquito, El motoarrebatador, El bonaerense, El estudiante y muchísimas otras películas de registro realistas. El caso de La Botera no es la excepción, si bien es una mirada más personal, resaltan los rasgos clásicos que reflejan miseria, marginalidad, un clima hostil, de un extracto económico de clase baja, los olvidados de siempre, aquellos que se la rebuscan día a día para sobrevivir, la acción en esta ocasión transcurre en la isla Maciel. Nuestra protagonista es una solida héroe, Tati, quien lleva una compleja vida rodeada de adversidades, con mucha carga interna, inmersa en esos primeros umbrales de la adolescencia, donde la inocencia juvenil se expone frente a la vida adulta y la relación emocional y sexual con los hombres. A Tati le cuesta expresarse y desenvolverse abiertamente, ya que es muy notoria la falta de apoyo femenino en su vida, y a la hora de poder conversar con alguien, su padre es alguien que no encuentra forma de generar un vinculo de confianza con su hija. El desarrollo de la acción es de un ritmo lento en la edición, con un seguimiento continuo de la protagonista, alternando en sitios carentes de atención gubernamental y estatal, típicos de lugares aislados del conurbano bonaerense, aquellos que no se promocionan en spots turísticos, El estilo planteado por la directora Sabrina Blanco se mantiene siempre dentro del respeto y seriedad para con sus personajes y la realidad que denuncia, sin golpes bajos ni situaciones cursis, más bien hay resoluciones lógicas acordes a lo acontecido, para que no se embarre el pintoresco y difícil andar de Tati, quien a medida que avanza la historia, con idas y vueltas, vaivenes y diferentes obstáculos, empieza a adentrarse en otro plano y etapa de su vida, ganando cierta madurez y dureza, indispensable para poder afrontar la pasión por los botes que esconde en un inicio pero que descubrimos luego. *Review de Gonzalo Schiffer
Se estrena esta muy buena opera prima argentina –que compitió en el Festival de Mar del Plata– que se centra en la vida de una adolescente que vive en Isla Maciel y debe lidiar con problemas personales y familiares Otra interesante opera prima argentina dirigida por una mujer, la película de Blanco cuenta las experiencias de Tati (Nicole Rivadero), una chica adolescente que vive en Isla Maciel, del otro lado del Riachuelo, frente a la Boca. Seca, seria, poco cómoda en su vida cotidiana, no se encuentra a gusto en la escuela y tiene una tensa relación con su padre remisero (Sergio Prina), con quien vive tras la muerte de su madre y quien prefiere pasar más tiempo bebiendo y mirando fútbol por TV que prestándole atención. Uno de los sueños de Tati es trabajar como “botera” (manejar un bote que cruce el Riachuelo de un lado a otro transportando personas u objetos, un trabajo que hacía su padre) pero todo el mundo piensa que no es una tarea para chicas. Hasta que aparece un chico mayor que ella que, a regañadientes, acepta enseñarle el oficio. Ella acepta pero la conexión con él traerá otras complicaciones que, quizás, Tati todavía no está del todo preparada para manejar. LA BOTERA es otro relato que se podría definir como “coming of age” en el que seguimos a una adolescente lidiando con sus primeras frustraciones de la edad y, también, algunos logros y alegrías. En el universo de barrio de clase obrera en el que transcurre la historia es claro que la vida de Tati es difícil y áspera (su aspecto varonil y su tono agresivo no le hace fácil hacerse de muchos amigos), pero lo que Blanco intenta contar tiene que ver, no ya con la posibilidad de escapar de ese ambiente, sino con hacerse cargo de lo que uno es y llevarlo con la frente en alto. Una película pequeña, realista y muy humana.
Retrato de una chica conflictiva en un entorno difícil, esta ópera prima de la guionista Sabrina Blanco, premiada en Mar del Plata y otros festivales, sigue a Tati (Nicole Rivadero) en sus rutinas en Isla Maciel. Allí vive con su padre, asiste distraídamente al colegio, donde le va muy mal, ayuda en un merendero, vive su despertar sexual y se pelea con algunas chicas de su edad. Es una adolescente solitaria y algo perdida, pero tiene un sueño: aprender a remar para convertirse en botera, una tarea de hombres. Sobre las aguas podridas del riachuelo, un chico termina por acceder a enseñarle los trucos, rendido por su insistencia. Quizá, para Tati, subirse al bote y remar hacia la oscuridad es una forma de escape, o posibilidad de ver su mundo, decadente y precario, a la distancia. Con un tono directo, seco, casi documental, Blanco logra una película simple y potente, que muestra y sugiere antes que explica, y no necesita adornos, ni música emotiva, ni apuntes sociales miserabilistas, para interesarnos en su relato. Con una protagonista áspera, fuera del registro esperable sobre lo "querible". Como una crónica de una niña sola llamada a perdurar.
AL OTRO LADO DEL RÍO De lo más interesante que se está viendo en el 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata es, sin duda, la Competencia Argentina y La Botera, ópera prima de Sabrina Blanco, lo confirma. Explorando un espacio marginal tanto para la ciudad como para las representaciones cinematográficas como es La Isla Maciel, nos acerca no sólo una geografía extraña al porteño e incluso al bonaerense sino que nos invita a descubrir una historia singular, interesante y de gran potencia emocional aunque contenida, casi reprimida. Tati es una adolescente que vive sola con su padre y tiene un sueño: conducir el bote que traslada a la gente de un lado al otro del río. Podría buscarse una obvia analogía con Caronte, quien trasladaba a los muertos a través del río Aqueronte a cambio de una moneda. Pero el bote no representa el paso de un mundo a otro, ni siquiera como cuestión aspiracional a llegar ser clase media de ciudad. Más bien el viaje representa el cambio interno y poder conducir ese viaje, tomar los remos, se torna en autoconciencia y autodeterminación. Tati quiere tomar las riendas de su vida, quiere pelear por sus deseos, quiere crecer en un entorno hostil en el que ser un niño no representa ni la felicidad ni la inocencia sino que la niñez es el universo de la debilidad, la desprotección. En ese periplo antoinedoinelesco (permítaseme el neologismo) iremos descubriendo a Tati al tiempo que ella misma. La solidez del relato descansa en un guion sutil, complejo y sin fisuras y en unas actuaciones muy naturales, de nivel extremadamente parejo que nos permite sumergirnos en las profundas aguas de su protagonista. Por Martín Miguel Pereira
QUIEN FILMA Y QUIEN ES FILMADO No es tarea fácil la de filmar la realidad argentina. El cine nacional (y en gran medida también el latinoamericano) que se propone retratar cierta coyuntura social cae muchas veces en diversos modos de apropiación, que van desde la romantización hasta el miserabilismo. Es, desde ya, todo un desafío evitar lugares comunes y construir relatos con matices. Se trata de un problema acerca de la relación entre quien filma y quien es filmado: ¿Qué lugar debe ocupar la cámara? ¿Cómo debe comportarse? ¿Cuál es la actitud que asume frente el otro? En La botera, Sabrina Blanco sigue un camino librado de estos vicios. Por un lado, evita la estilización, es decir, la apropiación absoluta de la voz ajena con el objetivo de transmitir una ideología o punto de vista propio. Por el otro, también elude un registro documental exageradamente neutral o apático. Se acerca a este, sí, en su afán por representar con cierta objetividad el ingreso a la pubertad de una chica que vive con su padre en Isla Maciel. Sin embargo, se aleja, por ejemplo, desde el montaje, elemento en el cual la mirada de la directora se deja ver un poco más. La historia de Tati se encuentra dividida en una serie de acciones concretas y significativas de las cuales la cámara va cortando, sin perder tiempo, para llevar al espectador a la siguiente, y sin permitirse en ningún momento dispersarse. En los recortes elegidos en la edición se observa el interés por construir un discurso sobre las dificultades de crecer en un entorno la mayoría del tiempo hostil. Sin embargo, La botera no termina de convertirse en un film de denuncia. En cambio, sabe sostener una tensión interesante entre el mostrar y dar lugar a la voz del otro y el decir algo; entre estética y política, por ponerlo de otro modo. Si bien las ausencias o problemas que atraviesa Tati en su encuentro con los demás y con su realidad no se ignoran, estos circulan como una suerte de trasfondo sin volverse nunca el foco central. En cambio, este es en todo momento Tati: sus frustraciones, alegrías y búsquedas. Y tal vez por esta razón la película se permite, aún sin ser ingenua, un final luminoso, en el que se resignifica ese objeto de deseo que ya aparece implicado en el título: el bote como punto de fuga.
“La Botera”, de Sabrina Blanco, retrata la etapa frágil de la adolescencia que podría reflejarse en tantos seres atravesando ese vital momento de apertura a la vida bajo condiciones en extremo dramáticas. Íntima y testimonial, sin aparentar decoro ni idealizar a su protagonista, el film se desarrolla en inmediaciones de la Isla Maciel. Este lugar nos provee de una serie de peculiaridades narrativas: lo atemporal de un entorno rodeado por un rio, contaminado y putrefacto, no resulta azaroso en lo más mínimo. Percibimos precariedades y marginalidad en un cuadro de situación que no escapa a una realidad socio-económica común y corriente. El oficio de botero, obsoleto y resistente, destaca estoico al paso del tiempo a la vera de un rio corrompido, en donde la protagonista encuentra refugio, paradójicamente. Un trabajo históricamente encarnado por hombres de tesón y oficio nos llega a preguntarnos qué sucede si una niña -o mujer- quisiera ser ‘botera’. Pero aquel deseo va más allá de lo puramente vocacional. La metáfora de una chica empoderada a la vez conviviendo con una profunda soledad y desprotección nos habla del deseo de la incipiente mujer, aún cuando no logra cristalizar con la mayor eficacia el poderoso testimonio dramático que pretende. Con sus altibajos, “La Botera” nos hace reflexionar acerca de cuantos mandatos se deben sortear, siendo el primero de todos una poderosa soledad. Estructural, se traslada de generación en generación, desde lo paternal hasta la ausencia de instituciones. La de su personaje es una búsqueda compleja y errática, proyectada en objetivos -un bote, un lugar, el chico que la enamora-, confluyendo en un anhelo por demás irracional: Tati quiere al bote de una forma tan inconsciente como verdadera, construyendo así su deseo. Finalmente, ella es su propia herramienta para insertarse en el sistema.