Desesperación a retazos El poderío de la danesa Culpable (Den Skyldige, 2018), dirigida y escrita por Gustav Möller e indudablemente una de las mejores óperas primas recientes de cine de género junto a Ingrid Goes West (2017) de Matt Spicer, Thoroughbreds (2017) de Cory Finley y Hereditary (2018) de Ari Aster, radica en su aparente simpleza retórica, lo que repercute de inmediato para bien del otro lado de la pantalla: en esencia estamos frente a 85 minutos de conversaciones telefónicas entre Asger Holm (el genial Jakob Cedergren), un policía que trabaja en la central de emergencias -un 112 equivalente al 911- de Copenhague, y diversos personajes a lo largo de una epopeya dolorosa y de una enorme autenticidad emocional en la que la cámara jamás sale del recinto de turno ni se despega del protagonista ni abandona el formato “tiempo real”, engranajes que obligan al espectador a imaginarse las distintas variantes del sutil infierno verbal desencadenado por una llamada de una tal Iben (Jessica Dinnage) diciendo que está siendo secuestrada por su ex esposo, Michael (Johan Olsen). Lejos de la catarata de idioteces de la formalmente similar 911: Llamada Mortal (The Call, 2013), típico producto hollywoodense en donde un comienzo interesante pronto daba paso a esos delirios rimbombantes de siempre que no sólo traicionan el espíritu inicial sino que vuelcan todo el asunto hacia la incredulidad basada en la premisa vetusta “hombre/ mujer común reconvertido en héroe improvisado”, aquí en cambio tenemos una situación bien mundana que deriva hacia el espanto dentro de los parámetros fijados por la misma profesión de Holm, la de atender pedidos de auxilio por sucesos varios que van desde una sobredosis y el robo por parte de una prostituta hasta peleas callejeras y una burguesa estúpida y borracha que se cayó de la bicicleta. La llamada central en cuestión, la que funciona como catalizador de un estado psicológico ya de por sí caldeado en lo que atañe al protagonista, gira alrededor del rapto de Iben, quien es amenazada por Michael con un cuchillo y conducida en una camioneta hacia un destino incierto durante una noche al azar. No pasa mucho tiempo hasta que descubrimos el verdadero eje de los acontecimientos a la distancia, producto del fluir de las charlas, los procedimientos estatales a seguir en la atención de emergencias y el mismo interés de un Asger exasperado que se va involucrando cada vez más en los incidentes a nivel personal: en la casa de la secuestrada quedaron los dos hijos de la pareja, una nena chiquita, Mathilde (Katinka Evers-Jahnsen), y un bebé que ha sido descuartizado, Oliver. Como ya avisó a los escuadrones de turno y en términos legales no puede más que aguardar un resultado positivo, Holm comienza a desesperarse porque -precisamente- la angustia de Iben y Mathilde es muy contagiosa y lo lleva a tratar de solucionar el embrollo controlando a los diferentes implicados, léase los integrantes de la atribulada familia, colegas del otro lado de la línea y un ex compañero de calle, Rashid (Omar Shargawi), con quien hasta hace poco patrullaba Copenhague cuando todo se vino abajo por un suceso que provocó el traslado del hombre al 112 y un “problemilla” judicial. Toda esa integridad narrativa y anímica que suele escasear en las películas mainstream contemporáneas encuentra nueva vida en las obras de cinematografías alternativas como la de los países nórdicos, la cual a su vez supera por mucho lo que suele ofrecer el resto de una Europa que gusta de copiar los elementos más pueriles del enclave norteamericano, como si la introducción de un mínimo acento local garantizase la eficacia de productos casi siempre tan redundantes como los yanquis. El realizador Möller no sólo mantiene alta la tensión desde un minimalismo exquisito, que curiosamente le escapa a las bellas argucias clase B de -por ejemplo- la recordada Enlace Mortal (Phone Booth, 2002), sino que además sabe construir un thriller abstracto y de entorno cerrado con una pata muy fuerte en el esperable trauma de base del protagonista, uno que no es tal ya que apunta a una suerte de disposición psicológica de larga data de Asger -representante de todo el aparato represivo- relacionada con el arte de trabajar bajo presión y con la impunidad al alcance de la mano. Más allá de una progresión muy lograda donde la pirotecnia está contenida y nunca se sale de cauce ni desemboca en lo inverosímil, el mayor mérito de Culpable es de hecho su talante naturalista y prosaico, cuyo objetivo fundamental está orientado a retratar tanto cómo funciona el ser humano cuando se siente agobiado como su tendencia a destruir todo lo que se interpone entre él y la paz deseada, ya sea a nivel consciente (el mismo Holm) o inconsciente (la familia de Iben y Michael). El debut de Möller enfatiza aquello de que no hace falta una colección de escenas de acción para enervar la dinámica del relato o un adalid de las “causas justas” maniqueas para despertar empatía o una serie de latiguillos caducos para justificar la redención de fondo, apenas si necesitamos un buen guión, una dirección firme y un actor como Cedergren, aquel de la también maravillosa Terriblemente Feliz (Frygtelig Lykkelig, 2008), intérprete taciturno que desparrama honestidad en cada secuencia a partir de pivotes escénicos bien austeros: el presente film enaltece la crudeza de la desesperación terrenal a retazos y pone de relieve la necesidad de recuperar el suspenso sustentado en el desarrollo de personajes y la inexistencia de eufemismos conservadores…
Asger Holm, un oficial de policía, ha sido suspendido temporalmente de sus funciones y relegado a operador del servicio de emergencias en el turno noche. Estando en su trabajo, notablemente angustiado por el juicio al que deberá someterse al día siguiente, Asger recibe una extraña llamada de una mujer. En la llamada él deduce que es una emergencia diferente a las de la rutina, la mujer al otro lado del teléfono ha sido secuestrada y se encuentra con su secuestrador en un auto. A partir de ahí comienza una búsqueda contrarreloj para descubrir donde está ella y quien es la persona que la ha secuestrado. Esta película de suspenso de origen danés juega, desde la escena inicial, a dos niveles: por un lado el caso que Asger deberá resolver (aunque no es su tarea) y el otro caso por el cual él ha sido suspendido y deberá comparecer frente a un tribunal. En la noche anterior a ese juicio él se enfrenta a un crimen sobre el cuál no tiene responsabilidad ninguna, pero del cual él decide igualmente hacerse cargo. Esos dos niveles potencian a una película que necesita de ambos para sostenerse. La primera parte, a puro suspenso, irá creciendo hasta cierto punto, pasando por alto la lógica y la verosimilitud, pero siendo igualmente efectiva. Desde el plano inicial se nota un gran trabajo del director, así como también el doble sentido del relato. Esas voces en la cabeza del protagonista terminarán siendo también una forma de conciencia para él. Lo que el reciba por sus auriculares y lo que le pase a él con su propia culpa están íntimamente vinculados. Si nos concentráramos solo en la parte policial, claramente la película se debilita, por momentos parece más ingeniosa que otra cosa, pero entonces le termina pasando el mando a la historia personal del protagonista, y eso le otorga a la historia un nuevo interés y un renovado valor. El plano final de la película, bello y significativo, muestra el camino que ha realizado Asger desde el inicio del relato hasta su culminación. No es necesario contar nada de la historia ni detalles de cómo ha sido filmada, parte del encanto de Culpable está también en su sólida puesta en escena y en su inteligente distribución de la información. Den skyldige es mucho más que un entretenido ejercicio cinematográfico.
Un hombre y un teléfono. Este danés se llama Gustav Möller, tiene solo treinta años y ha rodado su primer largometraje con un hombre y un par de teléfonos, convirtiéndose en un maestro del suspenso. La Culpa (The Guilty), una de las películas más potentes de los últimos meses, ha conquistado a la crítica y sobre todo al público que le ha otorgado sus premios en los festivales de Sundance (cine independiente) y Rotterdam 2018. En el de Valladolid (Seminci) le entregaron el Premio al Mejor Guión. Un premio más que merecido. El impecable guión de La Culpa narra una historia de suspenso aterrador, enteramente basada en los sonidos, que sucede en tiempo real durante algo menos de hora y media, con un personaje central, el exoficial Asger Holm, destinado (¿castigado?) a atender un centro de llamadas de emergencia, un 112, mientras se decide su futuro en un juicio por homicidio. Hora y media de cine negro y minimalista en la que el autor va construyendo primero, y después deconstruyendo, el personaje de ese policía paso a paso, matiz a matiz, mientras la acción transcurre fuera y el espectador va creando sus propios protagonistas en base de los diálogos del policía con los sucesivos interlocutores del otro lado de la línea. Asger Holm es el policía que pasa la jornada recibiendo llamadas que denuncian robos o accidentes, ocupándose de borrachos y drogadictos que recurren a emergencias cuando tienen una crisis. Hasta que llega esa llamada de una mujer que parece aterrada, que habla de forma incoherente, pide ayuda, le llama “cariño” dando a entender que se dirige a una niña, y se niega a colgar. Asger deduce que la han secuestrado, que se la llevan en un coche, y recurre a sus compañeros de distintas unidades para intentar encontrarla. Empiezan las persecuciones, los rastreos con GPS, las consultas a los archivos policiales, las llamadas a números de teléfono que van apareciendo a medida que se amplían las pistas, minuto a minuto se va construyendo el relato de la historia de la mujer, su pareja, los hijos solos en casa… pero no vemos nada de eso, la película no sale del centro de emergencia alumbrado por los tubos de neón, la cámara no se mueve del rostro de Asger y su centralita. Y nosotros aprendemos a interpretar las voces, a distinguir las entonaciones, a establecer los grados de interés, de duda, de confusión, en el drama que está ocurriendo en algún lugar, allí fuera… Mientras, aquí, el espectador está clavado en su butaca.
Asger Holm es un oficial de policía que fue suspendido temporalmente de sus funciones y reasignado como operador del servicio de emergencias de Copenhague. Un día antes de afrontar un juicio para volver a patrullar las calles, recibe la extraña llamada de una mujer que fue secuestrada. Es así como el protagonista tratará de ayudarla por sus propios medios, mientras que tendrá que enfrentarse a sus demonios internos. “La Culpa”, ópera prima danesa del director sueco Gustav Möller, nos presenta un thriller intenso, que se sustenta por su austera ambientación acotada a una sola locación, la sólida interpretación de su protagonista que se encuentra todo el tiempo en pantalla y la narración en tiempo real. Esto genera un clima más inquietante, desesperante y ágil, que va creciendo con el correr del relato, hasta llegar a un último giro narrativo sorprendente que le dará un nuevo sentido a la trama y que quedará resonando en la mente del espectador. En primer lugar, tenemos que destacar la labor de Jakob Cedergren, quien como mencionábamos, es un protagonista que está en escena durante toda la película. Casi no vemos a ningún otro personaje, y quienes aparecen en pantalla no tienen peso propio o mayor desarrollo individual, sino que intervienen únicamente para entablar alguna conversación con Asger. Asimismo, el director realiza muchos planos cortos hacia sus gestos y miradas (únicos recursos que tiene el intérprete para actuar, ya que no suele moverse de un asiento, es decir, que su cuerpo casi no lo usa), acrecentando la desesperación del protagonista y de la nuestra. Esto quiere decir que todo lo que sucede alrededor de Asger lo escuchamos solamente a través del teléfono, su herramienta de trabajo. De esta forma tenemos un gran trabajo de sonido, ya que se replican las voces de los personajes y los ruidos de objetos importantes para la trama. Las grandes revelaciones ocurren fuera de la pantalla, brindándonos un recurso atractivo y diferente. También debemos subrayar la buena interpretación del resto del elenco, que con su voz logran transmitir distintas emociones según su rol, como angustia, desesperación o indiferencia, sin usar su cuerpo o gestos. Pero además del asunto del secuestro, también tenemos la historia personal de protagonista, que profundiza sobre por qué está en este empleo y no en la calle como cualquier otro policía. Esta cuestión la iremos descubriendo poco a poco con el correr del film. Una subtrama interesante que se relaciona con la temática central y que le aporta una cuota de intimismo al relato. En síntesis, “La Culpa” nos ofrece un thriller intenso que se beneficia de muchos de los recursos de su relato: una narración en tiempo real, un único protagonista al que vemos todo el tiempo mientras que al resto de los personajes solo los escuchamos, revelaciones fuera de pantalla, planos cortos, una sola locación y la mezcla de una historia policial con una personal. Un film distinto que atrapará a todo tipo de audiencia.
Al otro lado del teléfono Un hombre en una única locación en tiempo real. Son los elementos mínimos que utiliza la película danesa La culpa (Den skyldigeaka, 2018) para construir un relato de máxima tensión cinematográfica. El mundo interno y el externo se fusionan en este thriller que no da respiro. Asger Holm (Jakob Cedergren), es un ex oficial de policía que atiende el servicio de emergencias tras ser suspendido por un delito que desconocemos. Al día siguiente es el juicio en el que deberá testificar lo ocurrido. Mientras tanto, pasa sus últimas horas en el call center policial atendiendo llamadas de auxilio. Una de ellas es de una mujer que acaba de ser secuestrada y transportada en una camioneta blanca. La obsesión por resolver el caso y lograr una suerte de redención personal, se apodera del protagonista. Este tipo de género “a contrarreloj” narrado en tiempo real llega a los límites del verosímil, puesto que las excusas para mantener “encerrado” al personaje principal todo el film van agotándose poco a poco. 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957) y Fail safe (1964), ambas de Sidney Lumet, son algunos casos gloriosos. La culpa trabaja al límite este recurso y supera el obstáculo porque usa el sonido para completar una historia que no vemos. Aquí el juego audiovisual supera a su par hollywoodense 911 Llamada Mortal (The Call, 2013) con Halle Berry, porque no se trata de mostrar sino de entender los sucesos como una parábola: aquella que mezcla el conflicto interno de Asger (propio de un cine europeo) con el llamado de auxilio. Asger es acusado y por eso debe declarar al día siguiente pero también es acusador al interpretar la ayuda de la mujer secuestrada. En ese rol salta la vaya no para solucionar el auxilio solicitado sino para buscar su propia salvación. La película de Gustav Möller pone al espectador en el punto de vista de Asger, accedemos a la información con él y sabemos lo mismo e incluso menos que el protagonista. Juzgamos los hechos con la misma distancia que el afectado protagonista. Al no ver los hechos los imaginamos pero siempre a través del filtro subjetivo del protagonista con quién nos identificamos en su afán de ayudar al prójimo, aunque percibimos cierto abuso de poder en su comportamiento. La culpa es una película inteligente, no sólo como recurso económico de producción, sino por explotar en su máxima expresión sus cualidades cinematográficas: convierte en virtud aquello que en otro film sería una carencia. El conflicto se transforma en McGuffin y el espacio adquiere toques expresionistas que visibilizan “la culpa” del título.
El film que nos ocupa, proveniente del cine danés, en nada puede envidiar a los thrillers de suspenso americanos, resultando dentro de ese rubro, una bocanada de aire fresco.“La Culpa”, nos mantiene en tensión durante 85 minutos, importando una historia atrapante, donde Asger Holm (Jakob Cedergren) a través de un problema laboral, resulta compelido a realizar tareas en lo que sería un call-center similar a nuestro 911. En éste orden de ideas se produce un llamado entre tantos al allí 112, que dispara la historia de éste film, en el cual una mujer llamada Iben (Jessica Dinnage) manifiesta estar siendo secuestrada por su esposo Michael (Johan Olsen) quedando en la casa sus dos hijos solos: Mathilde (Katinka Evers-Jahnsen) y un bebé de muy pocos meses de vida. Es obvio que quien escribe ésta reseña no spoileará ciertos sucesos que hacen al fondo de la historia policial, pero si aclara que el suspenso se mantiene durante toda la duración de la película, con un final más que inesperado. Es meritorio señalar que el rodaje se ha realizado con una cámara que jamás abandona al protagonista, manteniéndose todo el proceso de filmación en un único y mismo espacio. Puedo agregar que además de participar en numerosos Festivales y ganar varios Premios, recomiendo personalmente separarse del contexto de las películas tradicionales y permitirse disfrutar un cine diferente y con un resultado más que positivo. ---> https://www.youtube.com/watch?v=KwBqyO7c5Jo ACTORES: Jakob Cedergren, Jessica Dinnage. Omar Shargawi, Johan Olsen. GENERO: Policial , Drama . DIRECCION: Gustav Möller. ORIGEN: Dinamarca. DURACION: 88 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 25 de Abril de 2019 FORMATOS: 2D.
Asger Holm es un oficial de policía actualmente suspendido de sus funciones, degradado al rol de operador del servicio de emergencias. El trabajo es rutinario y tedioso para alguien acostumbrado a patear las calles de Copenhague, hasta que una noche recibe el desconcertante llamado de una mujer que le dice: “Hola cariño”. Para Asger se trata de la consecuencia de una borrachera, pero más pronto que tarde descubrirá que son mensajes cifrados y que esa mujer está secuestrada en una camioneta. Filmada íntegramente en la oficina del telefonista, La culpa mostrará los denodados intentos de Asger por salvar a la mujer movilizando a las fuerzas de seguridad de las localidades aledañas a la zona del secuestro. Lo hará a contrarreloj, con los nervios erizando su piel… y también la de los espectadores. La ópera prima de Gustav Moller es uno de los thrillers más originales de los últimos años. Una película tensa, bien armada, de suspenso creciente, con buen manejo del timing y hecha con plena conciencia del espacio opresivo y asfixiante en el que transcurre. En ese sentido, no parece casual que Asger y la mujer se enfrenten a situaciones similares de encierro. No conviene adelantar demasiado sobre las situaciones venideras, en tanto ellas son parte constitutiva del resultado final de la película. Sí puede decirse que, a medida que avance el relato, irá entrelazándose la situación personal del policía, en especial los motivos por los que está atendiendo un teléfono en lugar de patrullando, con la de víctima, construyendo así una espiral creciente cuyo destino final es imprevisible. Una sorpresa que muestra que hay vida en los cines por fuera de los Avengers.
En la última noche antes de su declaración en un caso policial, el oficial Asger atiende sucesivas llamadas de emergencia en una oficina de Copenhague. Su concentración se interrumpe en intempestivas ausencias, silencios que anuncian la tensión por la audiencia y su destino en la fuerza. En esa incómoda rutina, una llamada parece despertarlo: una mujer confusa y agitada le ofrece indicios de que ha sido secuestrada. Confinada a los interiores de la central de emergencias, La culpa se pliega a las reacciones de Asger a medida que su inmersión en el caso se hace irrenunciable. Los planos se cierran, los cambios de encuadre condensan la opresión, el silencio invade la película como la inquietud que corta su respiración. Como estudio de personaje, sostenido en la actuación de Jakob Cedergren, la película es efectiva, administra con astucia la elasticidad del tiempo cinematográfico y encuentra los ángulos justos para hacernos detectives. Sin embargo, cuando manipula los acontecimientos a partir de las voces telefónicas, el rumbo elegido por el director Gustav Möller se torna algo sermoneador. Las culpas y las dudas de su personaje son vitales para entender su mundo, pero se ven algo forzadas cuando de eso nace una lectura social definitiva. Es solo Asger, y su rostro demudado, quien mejor expresa los dilemas del detrás de cada decisión.
“La culpa”, de Gustav Möller Por Marcela Barbaro Un thriller minimalista, rodado en una misma locación y con un solo protagonista enfrentado a una tragedia que proviene del exterior. Bajo esas premisas, se presenta la película dinamarquesa La culpa, ópera prima del realizador Gustav Möller que, enfrenta esos límites de la puesta en escena, potenciando la imaginación en el espectador. El oficial de policía Asger Holm (Jakob Cedergren), suspendido temporalmente de sus funciones, es enviado a cumplir tareas como operador del servicio de emergencias 112. Durante su turno de noche, va recibiendo distintas llamadas que atiende y deriva, hasta que recibe la de una mujer aterrada. Asger se da cuenta de que la mujer ha sido secuestrada, y comenzará su búsqueda agotando los pocos recursos que tiene a su alcance, con la ayuda de otros operadores y policías distribuidos por el país. Esa situación límite, lo enfrentará a superar sus propias barreras, exceder las funciones que le adjudicaron y expiar una culpa que arrastra. Lo interesante del estreno es que, si bien hubo muchas películas rodadas en una sola locación o con el teléfono como intermediario,La culpapone el foco en el manejo y uso de los distintos planos sonoros y, en relación a la imagen, a lo no visto; ese fuera de campo que actúa sobre las escenas, generando una tensión que va in crescendoa medida que avanza el relato y se revelan cuestiones insospechadas. Como espectadores, sólo oímos las conversaciones, captamos el estado de desesperación de quien llama e imaginamos las situaciones o los escenarios posibles que atraviesa esa “¿víctima?”. Por otro lado, esa estimulación, se refuerza con la ambientación donde transcurre la historia, una oficina pequeña con distinta intensidad de luz, lo que genera un clima de mayor intimidad, opresión y de empatía con el trabajo del protagonista, a quien siempre vemos en cuadro, en plano medio o primer plano. Esa cercanía, permite revelar su estado anímico a través del lenguaje corporal y los cambios de tonos de la voz según la tensión de sus diálogos. Así, vamos internalizando el proceso que atraviesa el personaje, revelando que le sucedió antes de estar allí. El policía, Asger pone a prueba el costo de las decisiones que debe tomar en relación al otro pero, en esa responsabilidad, la ausencia del que no vemos, lo vuelve más presente y efectivo en la historia. Gustav Möller, realizador de origen sueco, presentó la película en distintos festivales internacionales con buena recepción. En el Sundance 2018 recibió el Premio del Público – Drama (World Cinema); en el Festival de Valladollid ganó el premio al mejor guion; quedó nominada a mejor película de habla no inglesa en los Satellite Awards; fue elegida por la National Board of Review (2018) como una de las mejor películas extranjeras del año y nominada al mejor actor, guion y premio Discovery en la ceremonia del Cine Europeo 2018. La Culpaes una propuesta interesante, simple en relación a los pocos elementos con lo que trabaja, de bajo presupuesto, que mantiene el suspenso desde lo narrativo, e invita a fantasear con lo que no vemos y escuchamos, dando lugar a que, cada espectador forme imágenes propias, sobre la película que construye. LA CULPA The Guilty. Dinamarca, 2018. Director: Gustav Möller. Guión: Emil Nygaard Albertsen, Gustav Möller.Intérprets: Jakob Cedergren, Jessica Dinnage, Omar Shargawi, Johan Olsen, Jacob Lohmann. Productores: Nordisk Film. Duración: 85 minutos
Pre-seleccionada a mejor película extranjera en los Oscar 2019, llega a la cartelera argentina el thriller danés, “La culpa”. No es novedad que el cine de Dinamarca sea sinónimo de garantía y propuestas interesantes, sobre todo porque se trata de una de las industrias que más se ha desarrollado en esta última década dentro de los países nórdicos de Europa. Con un amplio recorrido por festivales, Gustav Moller debuta con esta ópera prima pequeña, pero muy intensa, que puede funcionar como una gran alternativa de escape a los que no quieran ver la última entrega de “Avengers”. Asger es un oficial de policía que ha sido suspendido temporalmente de sus funciones y relegado a operador de servicio de emergencias. Cuando todo parecía avanzar como una noche tranquila, la misteriosa llamada de una mujer despertara una búsqueda frenética. “La culpa” aplica y entiende a la perfección la fórmula: menos, es más. Gustav Moller edifica un thriller tan sencillo como potente, que hace de su economía en escena una fortaleza. Dura solo 80 minutos, transcurre toda en un espacio (la oficina), y tiene a dos personajes, uno que vemos durante toda la película y otro del que nada más escuchamos su voz. Jakob Cedergren sostiene todo el peso del film con una interpretación notable en la que nos creemos su miedo, su frustración, su enojo y todo ese viaje de emociones al cual nos transporta la cinta. La virtud de “La culpa” está en, además de suministrar muy bien la tensión, la elección de esa duración que no estira nada más de la cuenta. Lo que Moller logra es complejo, y es meramente un acierto de dirección (el guión tiene lo suyo con sus vueltas de tuerca). Sin el correcto manejo de la trama, hubiera sido bien sencillo que la película caiga en una estructura monótona y soporífera, pero el trabajo rítmico es excelente y para que el film tenga ciertos cambios visuales, Moller produce una sola modificación de ‘espacio’, que se quiera o no, le da oxígeno y variante a la imagen. El cine danés lo vuelve a hacer. Interesantísimo thriller pese a lo sencillo de la propuesta. La limitación de salas hará que la película este muy poco en pantalla, así que hay que apurarse.
Un centro de emergencia danés, un policía que atiende llamadas y deriva servicios de emergencias, policías, el auxilio y la solución. Pero en este inteligente film del director Gustav Möler, con su guión escrito junto a Emil Nygaard Albersen, está el mecanismo exacto para retener la atención del espectador, mantenerlo cada veza más tenso y soltarlo solo cuando llega el final de destino incierto. Un policía que trabaja a disgusto en ese lugar, ama la acción de patrullar las calles. El llamado de una mujer desesperada que está siendo secuestrada por su marido, que debe fingir hablar con uno de sus hijas que quedó sola en el hogar, para que su marido no sospeche, despierta de su letargo al funcionario que hará todo lo posible por salvarla . Pero el film no solo se nutre de las sorprendentes vueltas de tuerca de esas voces en el teléfono visitadas por la desesperación, las situaciones límites, el peligro y la sangre. También está la fría burocracia que impide la celeridad necesaria, los compañeros que rodean a ese policía, pero por sobre todo un doble carril de angustia y culpa personal que confinó a ese policía a una tarea burocrática y un juicio eminente que puede o no servirle de pasaporte hacia una redención. Un film redondo de intriga y pasión, de voces que piden ayuda, comprensión y urgencias. Resuelto con una afinada utilización del ritmo y el tiempo, con momentos que se darán vuelta como un guante, pero que nunca invalidan la desesperación, el pedido de ayuda y una reflexión sobre la culpa y la justicia por mano propia. Un entretenimiento perfecto, bien actuado y con inteligentes aspiraciones.
Hay ciertos thrillers que se basan en la idea de un solo personaje puesto en una situación de riesgo y de tensión, que se sostiene a lo largo de toda la duración del filme. Casos como “Enterrado” con Ryan Reynolds, “All is true” con Robert Redford, “127 horas” de Danny Boyle con James Franco o la inédita “Locke” con Tom Hardy, son algunos de los ejemplos de este subgénero del thriller en el que también podríamos enmarcar en cierto modo a “LA CULPA”, la película debut de Gustav Möller, que llegó a estar entre las candidatas pre-nominadas al Oscar 2019 a la Mejor Película Extranjera, como representante de Dinamarca. En este caso, la presencia casi excluyente en la pantalla es la de Asger Holm (encarnado por Jakob Cedergren) un policía que tiene una particular capacidad al desarrollar sus funciones en su puesto de operador del servicio de emergencias. El capital con el que cuenta Möller para contar su historia, es el rostro comprometido de Cedergren y sus reacciones ante una llamada de auxilio con un relato completamente en tiempo real y que se sostiene con la potencia de lo que se escucha desde un simple auricular. Sólo con su rostro y la tensión que se va generando a través de esa llamada que vamos escuchando al detalle narrando ese momento de emergencia extrema, el guion del propio Möller y Emil Nygaard Albertsen va estructurando toda la historia, que, tal como sucede con los ejemplos antes citados, tiene la enorme virtud de atraparnos desde las primeras imágenes y sumergirnos en ese universo de percepciones y amplificación de los sentidos donde cada momento de la llamada, cuenta. Así es como el planteo inicial de un solo personaje encerrado en único espacio comienza a desvanecerse y no ser tan importante a medida que los planteos que hace “LA CULPA”, mientras la historia avanza, comiencen a aparecer. Si bien la estructura con la que se sostiene la historia es la de un thriller convencional, Möller va trabajando su ópera primera con un clima sumamente introspectivo y permitiendo que se conozcan datos del personaje central, de sus zonas más íntimas, de sus propias miserias que hacen que rápidamente el relato de suspenso e intriga, se convierta en una parábola moral de múltiples lecturas y de toma de posiciones. Si bien tanto el montaje como todo el preciosismo técnico están puestos al servicio de la acción de forma tal que como espectadores las imágenes no sean reiterativas, sino que ha logrado evitar casi enteramente la repetición de planos y que el ritmo de la película no decaiga, el relato central jamás abandona la receta más apegada al thriller, pero el gran juego del director pasa absolutamente por otro lado. Möller apunta sus cañones a las zonas más oscuras de Asger, todos esos complejos aspectos del protagonista, al que el relato no le pierde pisada. Cada uno de los datos que van completando la información referente al personaje, hace que la historia cobre un sentido diferente para alejarse del cine de género e ingresar en un terreno donde se dirimen cuestiones éticas, morales y evidenciar las propias limitaciones de Asger, aun cuando él las niegue. ¿Es posible despegarnos de nuestros propios prejuicios y preconceptos a la hora de dar una lectura de nuestro mundo? ¿Hay situaciones donde nuestro ego y nuestra supuesta búsqueda de perfección terminan jugándonos una mala pasada? ¿Hay que poner en duda nuestro primer impulso o hay que seguir el instinto de esa primer sensación, de ese primer sentimiento, a cualquier precio? ¿Es sencillo poder aceptar que todo lo que hemos construido puede haber sido un gran error y desandarlo? La principal virtud del filme de Möller es justamente abrir estas y otras tantas preguntas sobre nuestras propias zonas más complejas, sobre nuestro ego, sobre nuestro preconceptos. Sobre cómo nuestro esquema mental (lo hacemos inclusive como espectadores que vamos tomando partido a medida que avanza el relato y acompañamos en cierto modo a Asger y todas sus vivencias frente a un caso complejo) condiciona inevitablemente todo lo que pensamos y que, muchas veces, pensando que estamos en lo cierto, comienza a dispararse un mecanismo de toma de decisiones sobre la base de sentencias equivocadas y lo correcto termina poniéndose completamente en duda. El guion va imbricando las diferentes partes de la historia, con giros muy bien pensados que si bien no dejan de cumplir con el fin de ser efectistas y funcionales al relato, van demoliendo cualquier pensamiento preconcebido para obligarnos a reconstruir la historia, paso a paso, desde un nuevo punto de vista. Sumado a todo este planteo ético del film, Asger deberá lidiar con su culpa. Con la que trae de su pasado, la que se instala en su presente y la que, hasta casi inconscientemente, lo sigue condicionando en su accionar en el aquí y ahora: ese peso que en muchas ocasiones pensamos liberado y que, sin embargo, vuelve a hacerse presente y en situaciones extremas, aparece una vez más. Sorprendentemente, por una vez entre las miles que las traducciones de los títulos subvierten completamente el sentido del filme, llama la atención que del original “Culpable” en este caso se haya elegido que el film de Möller se estrene con el título de “LA CULPA”. Parece ser casi lo mismo, pero la sutil diferencia es enorme y le hace muy bien a la película y al debate que seguramente abrirá en cada uno de los espectadores terminado el film.
Suspenso entre cuatro paredes El director danés Gustav Möller propone un thriller minimalista en torno a un agente que trabaja como operador en el servicio de emergencias. Contar una historia en espacios reducidos es siempre un desafío que puede tener orígenes muy distintos. En el cine argentino, por ejemplo, durante los últimos cuatro años han aumentado las películas realizadas en apenas tres, dos y hasta en una sola locación, como única forma de seguir filmando en tiempos críticos y con presupuestos de emergencia. Ahí el recurso lo impone la economía. Pero a veces la decisión de limitar el espacio físico en el que transcurrirá el relato se plantea como un reto que no tiene nada que ver con esa escasez, sino que se trata de un recurso narrativo y estético. Esto último es lo que ocurre en La culpa, debut cinematográfico del danés Gustav Möller, un thriller minimalista en torno a un policía que trabaja como operador en el servicio de emergencias telefónicas de Copenhague, equivalente al 911. La historia transcurre en solo dos espacios, las dos salas donde los operadores reciben los pedidos de ayuda y desde donde informan al destacamento de cada zona, para que acudan a los lugares que demandan su intervención. Durante la primera media hora el protagonista, Asger, atenderá y hará distintos llamados que aportan información importante. Que lo acaba de dejar su pareja y que ese no es su puesto habitual, sino que está “castigado”, a la espera de que se resuelva un juicio que lo involucra y cuya audiencia final es al día siguiente. Es un momento sensible que él transita a disgusto, con enojo y respondiendo cada pedido de ayuda con fastidio. Hasta que atiende a una mujer que, simulando hablar con una hija chiquita, consigue hacerle saber que está siendo secuestrada por su ex marido. A medida que el caso se complejiza y la situación se pone más tensa, el enojo de Asger se va convirtiendo en impotencia y angustia. La decisión de no abandonarlo nunca y de mantener al relato siempre encerrado dentro del mismo espacio físico convierte a La culpa en una experiencia cinematográfica que implica una inmersión emotiva. Por simple acción empática, la impotencia y la angustia del protagonista se contagian al espectador de modo automático. Y a medida que los giros del caso (que no son otra cosa que giros de guión sincronizados con la acción) van impactando en Asger, esa limitación espacial se convierte en una claustrofobia que se traslada a la platea. El dispositivo funciona y los premios del público que la película ha ganado en festivales de prestigio como Sundance, Tesalónica o Rotterdam confirman su eficacia. La culpa parece basar su fórmula en la inversión de un patrón clásico del policial: el misterio del cuarto cerrado. En los relatos de su tipo, cuyo ejemplo emblemático es el cuento “Los crímenes de la calle Morgue” de Edgar Allan Poe, el investigador debe aclarar un crimen cometido en una habitación completamente cerrada por dentro. En este caso es al revés: es el investigador el quien se encuentra encerrado y se siente obligado a resolver a ciegas un crimen que está teniendo lugar afuera y lejos. Algo parecido a lo que hacía el Isidro Parodi de Borges y Bioy Casares, quien resolvía misterios lejanos pero encerrado en la cárcel. Los cerrojos que Möller utiliza para convertir a la dependencia policial en un claustro hermético son simbólicos y tienen que ver con el título de su ópera prima. Desde lo narrativo la película funciona como un mecanismo de precisión. Todos sus elementos trabajan de manera sincrónica, incluso cuando en algún momento puedan volverse algo predecibles. Bastante más complejo resulta el entramado ético sobre el cual se soporta el relato, pero incluso los dilemas que de ahí puedan surgir resultan funcionales en términos dramáticos. De este modo, La culpa vuelve a demostrar que no son necesarias ni toneladas de efectos especiales ni una montaña de dólares para hacer que el lenguaje del cine resulte complejo, dinámico y también entretenido.
Los primeros 25 minutos de “La culpa” son electrizantes. Un agente del 911 (en realidad en Dinamarca es el 112) atiende un par de casos rutinarios hasta que le entra un llamado que lo deja al borde de la desesperación: una mujer llama al número de emergencias simulando hablar con su hija, dado que está secuestrada a bordo de una camioneta con un hombre armado. El director y guionista Gustav Moller se las ingenia para que sólo utilizando primeros planos de un hombre al teléfono generar tanta tensión. El montaje, la ascética dirección de arte y, sobre todo, la actuación de Jakob Cedergren, contribuyen. Pero al estar la totalidad del film basado en un mismo recurso, a medida que pasan los minutos y el guión se torna más complejo, la armazón empieza a dejar ver los hilos, sobre todo a medida que el argumento devela distintos problemas que tiene el protagonista, y que lo empujan a obsesionarse con el caso de la mujer secuestrada. Si bien no logra mantener un suspenso parejo, nunca deja de ser interesante como un raro tour de force dramático policial diseñado para el lucimiento de un único actor.
Tenso thriller danés, que tiene en su centro a un hombre que puede salvar una vida para salvarse a sí mismo. Lo más difícil para alguien que desea redimirse es convencer. De que no está cometiendo nuevamente un error, de que es confiable, de que efectivamente puede redimirse. Esa premisa es la columna vertebral de este correcto y a veces muy tenso thriller danés, que tiene en su centro a un hombre que puede salvar una vida para salvarse a sí mismo. Los personajes parecen seres humanos reales y el suspenso se articula con notable pericia técnica, lo que permite un timing perfecto de las acciones y reacciones.
Una voz en el teléfono Al inicio escuchamos el sonido del teléfono llamando en fuera de campo y luego vemos el plano detalle de un auricular sobre una oreja. La cámara irá abriendo el cuadro para mostrarnos a un hombre que está sentado frente a una computadora en una oficina junto a otros en un centro de atención telefónica en el turno noche. El rostro se ve tenso y el hombre aprieta una pelota de goma para liberar sus emociones. Se trata, por sus primeras palabras al responder la llamada, de un Centro de Emergencias en Copenhague. La atención telefónica es de por sí misma estresante y mucho más si en ocasiones debe actuarse rápido ante situaciones que suponen riesgo de vida para alguna persona. Este comienzo de la opera prima del director danés Gustav Möller, aquí llamada La culpa (Den skyldige, 2018), ya nos sitúa en la situación de un hombre que no puede desprenderse del teléfono y que sólo puede guiarse para tomar decisiones en aquellos sonidos y palabras que escuche, quedando lo visual completamente fuera de campo. Ya es sabido que el sonido desprovisto de soporte visual es fuente privilegiada para crear una atmósfera inquietante, angustiante y ambigua, y de él se sirven tanto el buen cine de terror o el thriller psicológico para crear su efecto. A partir del llamado de una periodista a su teléfono celular y de la aparición de su ex-jefe en la línea, sabemos que Asger Holm (Jakob Cedergren), es un policía que está suspendido temporariamente de sus funciones patrullando las calles y que fue relegado al servicio de Emergencias, mientras se dirima su situación, por la cual al día siguiente debe presentarse a declarar en una audiencia en los tribunales junto a su compañero Rashid, que oficia como su testigo. Como consecuencia de esta situación laboral, se ha deteriorado también su relación de pareja, la cual ha dejado el hogar donde convivían. Tanto Asger como su jefe esperan que tras la audiencia, su caso se resuelva favorablemente, volviendo a reintegrarse en sus funciones. La mirada absorta de Asger, pensativo, debiendo ser palmeado por el compañero de al lado para volver a la realidad, revela que esta situación, no obstante, lo preocupa, le carcome sus pensamientos. Tras resolver varios llamados que no le presentarán dificultad, Asger recibe el de una mujer llamada Iben (Jessica Dinnage), que manifiesta haber sido secuestrada por su ex-esposo y que sus dos hijos pequeños han quedado solos en su casa, lo cual lo pone en jaque por el dramatismo de la situación, debiendo idear diversas estrategias para que la mujer continúe hablándole y poder deducir de qué furgoneta se trata y obtener alguna dirección o lugar hacia el que se dirijan, para poder enviar una patrulla a rescatarla. Es de saber que en este tipo de servicios de Emergencias, los llamados desde o hacia teléfonos personales están prohibidos y también que hay un protocolo de pasos a seguir que debe realizarse conforme a la ley. Es entonces que Asger se encontrará en una situación de encierro claustrofóbico, que los encuadres cerrados sobre su rostro así como la única locación empleada, logran transmitir. Como espectadores, merced a la interesante interpretación de Jakob Cedergren y a una narración que se desarrolla en tiempo real, sin elipsis temporales, vamos experimentando las emociones y dilemas del protagonista (¿me apego al programa o lo transgredo para salvar a Iben?) así como la adrenalina de la situación límite donde el tiempo es un factor vital. La historia personal de Asger, la culpa que carga por haber matado a un criminal en su afán de poner las cosas en orden, explica que se involucre con desesperación, empujado por su ira pasional, sin detenerse a pensar y sin cuestionar en ningún momento los dichos de la mujer. Rescatarla de las garras de su ex-esposo violento, aparece aquí como una posibilidad de redención. Pero aún partiendo de los retazos parciales de lo escuchado en el relato de Iben, en el relato de su pequeña hija Mathilde (a quien Asger le ha prometido restituirle su mamá sana y salva) y en los antecedentes penales del ex-marido, ¿es la única interpretación posible que Iben sea la víctima? ¿Es posible confiar a ciegas en un relato, del cual no participamos visualmente? ¿No es posible que haya un engaño? ¿Acaso no hay posibilidad de que sean nuestros prejuicios y aspectos personales no resueltos, los que dirijan nuestra acción, corriéndonos de nuestra función? Y hasta cierto punto como espectadores también nos vemos arrastrados por la situación, hasta que comenzamos a poder despegarnos del punto de vista del protagonista y a notar la incongruencia que surge de Iben esté encerrada en la parte de atrás de la camioneta, y el marido le permita permanecer allí con el celular y esté hablar largamente con Asger, si su verdadera intención es secuestrarla y eventualmente matarla. La trama entonces da un giro dramático hacia el final en la última conversación entre Asger e Iben, a partir de información que le proporcionará a Asger su compañero Rashid, la cual obtendrá por medios non sanctos. El diálogo telefónico entre el protagonista y la mujer funcionará a la vez como expiación para el protagonista, pues confesará su crimen, (que no tiene atenuante alguno), y también como redención, pues su honestidad al hacerse cargo de su error de interpretación, le permitirá salir airoso de la encrucijada final. En cuanto al título, tanto el original como el inglés (The Guilty) son más cercanos al espíritu del film que el que lleva en la cartelera local. La culpa es vaga, no especifica de quién es y podría ser adjudicada a cualquiera de los personajes en juego. En cambio, El culpable, adscribe la culpa a Asger. Se trata aquí de esa culpa que Asger arrastra por el acto amoral que ha cometido y que no lo deja en paz, porque apunta a no hacerse cargo de su exceso; como de su juicio apasionado y apresurado respecto del caso de Ibsen, que derivará en una coyuntura dramática para ella. El encuentro telefónico con Iben permitirá a Asger una transformación, una modificación de sus intenciones. Hay un pasaje de la culpa subjetiva y contenida, a la responsabilidad ética y pública de su crimen. Este cambio subjetivo es señalado desde la puesta en escena cuando Asger abandone la oscuridad de la oficina para dirigirse hacia la luz que emana de la puerta al cumplir con su turno laboral. La película tiene entonces la virtud de no convertir al protagonista en un héroe impoluto: su acto ha sido realizado con buenas intenciones y aunque lo expíe de su culpa, no lo libera de la responsabilidad por los métodos no ortodoxos y contrarios al orden que ha empleado y mediante los cuales buscaba hacer el bien. El justiciero, que se vale de su autoridad, de sus emblemas para hacer justicia, se distingue aquí del hombre justo, que se somete a la ley, y también de héroe, que puede redimirse; pero no sin experimentar en su travesía, una caída y hacerse cargo de ella. La culpa, del danés Gustav Möller, es una película que con pocos elementos de locación y producción, logra constituirse en una interesante propuesta en la cartelera. Se trata de un film de género policial narrado con los recursos del thriller, que se apoya en un guión bien construido, en una labor convincente del protagonista (que logra transmitirnos sus estados anímicos y su dilema acuciante), y en un muy buen trabajo con el sonido y las voces, que consiguen envolvernos en un clima de inquietud, intriga y apremio.
Tenso relato que se vale del fuera de campo y voces en off para construir una apasionante narración sobre los miedos y suposiciones del personaje principal (Jakob Cedergren) quien busca redención y expiación a partir de la resolución positica de un caso que llega a la central de emergencias. Gustav Muller brinda una clase magistral de dirección, y Cedergren compone con solvencia el rol de Asger, el hombre en pena que quiere reivindicarse.
Con mínimos recursos –pero mínimos de verdad–, el realizador danés consigue un intenso thriller cuyos elementos fundamentales son un rostro, un par de teléfonos y las voces de personas que, en su gran mayoría, no vemos. Sí, podría ser una obra teatral o un podcast o hasta un programa radial, pero LA CULPA (“El culpable”, en realidad, era mejor títulos) funciona muy bien cinematográficamente ya que Möller encuentra, a partir del uso de planos muy cercanos y un extraordinario manejo del sonido, maneras de que el espectador pueda en cierto modo crear la película entera en su cabeza. La película transcurre en algo que parece ser tiempo real y se centra en Asger Holm, un policía de Copenhague que trabaja atendiendo teléfonos en un centro de urgencias. Es claro al comenzar la película –por su forma entre impaciente e irritada de atender llamados rutinarios– que esa no fue siempre su función sino que ha sido “descendido” a esa tarea desde otra más importante después de algún tipo de falta que, al menos al principio, no conocemos. Pero la nueva tarea la presentará un desafío inesperado cuando reciba el llamado de Iben, una mujer que está siendo secuestrada y logra llamar desde el auto en el que la tienen atrapada. Esta información desata el espíritu detectivesco de Holm y pronto el hombre empieza, siempre telefónicamente, a hacer llamados y conexiones tratando de interceptar el coche en el que la mujer está y entender bien qué sucedió, quién y porqué la ha secuestrado y hacia donde están viajando. Revelar más sería arruinar las sorpresas narrativas del film ya que podrán imaginar que algunas cosas no son lo que parecen ser y las decisiones que Holm toma con la intención de resolverlas a veces resultan conraproducentes. De a poco, y en segundo plano, Möller va dando a entender qué es lo que llevó al intenso y dedicado policía a estar hoy en esa tarea nocturna poco atractiva. Lo que vuelve a interesante a este film está en la capacidad del director danés de evocar una situación sin mostrarla. Por un lado, claro, es la solidez de la historia en sí (un guion con algunas sorprendentes vueltas de tuerca) pero igual o más importante son decisiones dentro de su limitada puesta en escena: no salir casi nunca del mínimo escenario del escritorio (o los escritorios) de Holm, casi no perder tiempo en personajes secundarios (hay varios compañeros en esa oficina) y poner todo el relato en la cara de ese excelente actor que es Jakob Cedergren (SUBMARINO, RAGE), cuyo conflicto interior ligado con la situación en presente y lo que eso repercute en su pasado se transmite claramente al espectador. No se trata de un héroe ni de un antihéroe, es un hombre conflictuado superado por una situación que cree saber manejar pero acaso no esté del todo capacitado para hacerla. Pero lo principal de LA CULPA es la manera en la que, a través del uso de los efectos de sonido y las voces del otro lado de las líneas telefónicas, se va creando la película en la cabeza del espectador. Sin ver ninguna imagen de lo que sucede, podemos “ver” los sucesos: el auto, el secuestro, los otros escenarios, los lugares, las emociones de los distintos participantes. Aprovechando la cultura cinematográfica y hasta de series televisivas de los espectadores, Möller evoca desde el sonido las imágenes que la película no provee logrando involucrarnos en la historia oscura de un grupo de personajes que jamás vemos pero tenemos la sensación de conocer. Algún espectador podrá cuestionar algunas improbabilidades de la trama (algunas de ellas, de orden tecnológico, se podrían haber solucionado con un cartel al principio ubicando la historia una década o más atrás), pero más allá de esos detalles la película danesa, de muy efectivos y compactos 85 minutos y que ya tendrá su remake hollywoodense con Jake Gyllenhaal en el papel principal, funciona a la perfección como una historia, literalmente, muy bien “contada”.
Nos encontramos ante un thriller fuerte, intenso y con una gran carga dramática; esta es la ópera prima danesa del director sueco Gustav Möller, todo su desarrollo se limita a un solo espacio, una oficina de Copenhague, que con el correr de los minutos y las situaciones que vive el protagonista es muy asfixiante y hasta claustrofóbico, donde se va generando un clima angustiante, te mantiene alerta, expectante e incómodo. Se maneja bien la cámara, con buenos planos, pero uno en especial, el plano corto y detalle. Con el gran trabajo interpretativo de Jakob Cedergren, en cada gesto, miradas, silencio, traspiración, porque todo su desarrollo va a través de este personaje, el sonido y las voces del otro lado de la línea; tiene sus momentos lentos aunque otros resultan ágiles.
El cine de encierro es un subyugante recurso narrativo para crear tensión a la hora de narrar historias que centran su drama en conflictos internos más que en fuerzas externas. El encierro asfixia las almas de los personajes y parece empujarlos hacia sus demonios internos que muchas veces ganan la batalla y sus protagonistas vencidos se hunden en las aguas de la oscuridad que subyace en sus vidas internas. El filme La culpa apela a este procedimiento histórico para darle marco y sostén a una trama hilada tan solo entre dos personajes conectados por una línea telefónica y un conflicto circunstancial que los lleva hacia esos fantasmas íntimos. Asger Holm es un telefonista de la central de policía de Copenhague. Una noche recibe una llamada inusual, la voz de una mujer que le habla en primera persona de manera incomprensible lo deja estupefacto. Luego de intentos de decodificar que es lo que sucede, Asger descubre que esa mujer está secuestrada en una camioneta y busca auxilio a como de lugar. Pero la situación de ese rescate se va complejizando y más aún se va haciendo cada vez más confusa, pues la secuestrada no es la simple víctima que parece. El filme completo discurre en el recuadro que ocupan Asger, su butaca y le tablero de operaciones. Del espacio circundante vemos poco y se adivinan fragmentos fuera de campo. La meta de generar un encierro en la narración es la clave de la inmóvil tensión del filme que con una cámara móvil se ocupa de asfixiar al protagonista en su tarea dejando flotar en aire la voz de esa mujer que entra y sale de escena hecha de puro sonido sin imagen. La apuesta formal es ambiciosa, pues sostener el filme con tan pocos recursos visuales y sonoros roza muchas veces la sensación de empantanamiento dramático y discursivo. Aunque la fotografía es acertada y colabora en la oscura opresión del mundo oficinístico que es todo lo que opera en escena muchas veces lo asfixiante puede ser abúlico. Como el título de la película reza, La culpa, o más claramente como su traducción en inglés refiere “El culpable”, el tema del filme gira sobre la historia de Asger y de cómo ha llegado a su trabajo de telefonista dejando su tarea de policía en la calle. La línea temática que abre la puerta a la idea de culpa es la que determina la relación entre estos personajes y como cada uno de ellos padecen cierta condición de culpabilidad en sus propias historias de vida. La culpabilidad es la matriz subtextual de este filme. Qué es ser culpable y cómo soportar esa condición enlaza los oscuros sufrimientos de ambos personajes del relato. La meta es revisar como un hecho pone en crisis la estructura moral de un sujeto, como la condición de culpable opera como un castigo social y como un trauma no resuelto son las marcas narrativas de esta opera prima de Gustav Moller. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Un sólido guión eje clave de un tratamiento infrecuente Desde Dinamarca llega esta ópera prima de Gustav Möller. Una producción chica, ubicada en un espacio reducido, protagonizada por un solo actor, donde, prácticamente, no hay acción física, sólo gestual, porque aquí lo realmente importante son los diálogos y los audios telefónicos. Con estos escasos elementos y un gran guión, se describe el trabajo de un oficial de policía, Asger (Jakob Cedergren), que, al estar suspendido en sus funciones hasta que la justicia resuelva su situación, e impedido de recorrer las calles, fue destinado a atender telefónicamente el servicio de la central de emergencias. Una tarea difícil, estresante, que requiere tener la paciencia y los nervios de acero para tratar cada caso del mismo modo. En eso está Asger durante una noche, cuando recibe el llamado de una mujer que afirma estar secuestrada por un hombre y la llevan dentro de un vehículo. Encerrado en una pequeña oficina, con una computadora y un teléfono, intentará ayudarla. Aquí, lo valioso es el fuera de campo, lo que sucede del otro lado de la línea. Los sonidos y las charlas con la víctima, como así también con las otras personas que trabajan dentro de esa dependencia policial, generan sencillamente un buen relato con mínimos recursos. El ritmo se mantiene a lo largo del todo el film. No da respiro, como tampoco lo tiene el protagonista. Él, que es un hombre de acción, debe atenerse a los protocolos establecidos para estos casos y se siente incapaz de solucionarlo sentado en una silla giratoria mientras mira una pantalla. La angustia crece. Mucho más cuando la comunicación se corta y los silencios son eternos. La tensión está muy bien equilibrada, en dosis exactas para no saturar y poder acompañar los sentimientos del policía. No lo pretendía, pero Asger se involucró demasiado en la historia. Ante cada giro inesperado que da la narración, él está cada vez más comprometido. Seguramente lo que le sucede en su vida personal y laboral influye, y mucho, en tomar esta actitud que lo afecta enormemente. Cómo este caso que le dejará varias enseñanzas para el futuro. Especialmente el de agudizar los sentidos y no confiar ciegamente en lo que le cuentan o su intuición policíaca percibe
A casi noventa años de que Jean Cocteau le diera un rol protagónico al teléfono en La voz humana, el danés Gustav Moller le da una vuelta de tuerca policial a la idea y se la apropia para crear un suspenso impensado. Porque La culpa, que también podría ser una obra de teatro, transcurre en dos ambientes de una aséptica central de llamadas de emergencia: lo único que vemos es a un policía atendiendo el teléfono, pero el contenido de los diálogos alcanza para ponernos los nervios de punta. Algo así, pero a bordo de un auto, ensayó Steven Knight en la también angustiante Locke (2013). El mérito de Moller está en la eficacia de la realización: este atrapante relato nos hace viajar con la imaginación por Copenhague, siguiendo los pasos de una mujer que denuncia haber sido secuestrada por su marido. El hombre se la está llevando por la fuerza rumbo a un destino desconocido, presumiblemente fatal. Si la irrupción de los celulares había sido un problema antes que una solución para los guionistas (¿cuántas películas transcurren a finales de los ’90 o principios del 2000 sólo para evitar que el whatsapp, las redes sociales y demás yerbas estropeen la historia?), Moller -también coautor del guión- pone a la tecnología de su lado y explota todo su potencial para agregarle angustia a su opera prima, que estuvo entre las películas extranjeras prenominadas a los Oscar y tendrá una remake hollywoodense. Es notable el contraste entre la neutralidad de la oficina en la que se encuentra el policía -buen trabajo de Jakob Cedergren- y la intensidad de lo que ocurre en las calles. Los prejuicios, la empatía, la moralidad -hay una subtrama que quizá sea un tanto forzada- se ponen en juego sin que este oficial se levante de su silla. Y los espectadores tampoco.
La utilización en cine del teléfono como recurso dramático suele darse en las películas de suspenso, especialmente en las policiales como la recordada "Crimen perfecto" de Alfred Hitchcock, cuando Grace Kelly responde la llamada de su posible asesino. En esta producción danesa, un oficial de policía, Asger Holm, responde los pedidos de auxilio de usuarios en emergencia desde una centralita policial. Suspendido por un juicio de "abuso de autoridad", debe atender una actividad que no le es propia. Esto lo sabemos después, cuando sus expresiones faciales, su actitud con los que llaman vayan demostrando que no se siente bien en ese lugar. Hasta que la voz de una mujer lo hunde en una verdadera pesadilla. Aparentemente ella está secuestrada por un ex marido y quiere comunicarse con su pequeña hija. A partir de ese momento, Holm teje una verdadera red con policías, amigos y hasta la pequeña de seis años (todo desde la centralita y a través del teléfono) intentando liberar a la mujer. El espectador asiste como testigo a ese juego de tensión y suspenso encerrado claustrofóbicamente en la centralita, con la impotencia de no poder hacer nada por el drama que ocurre. LABERINTO El filme es un llamativo trabajo de guión que con sus varios puntos de quiebre va mostrando, poco a poco, un laberinto que no es el laberinto del que Asger Holm y los espectadores creían sacar a la pobre Iben y su desesperada llamada. Allí reside, puntualmente, junto con la notable interpretación de Jakob Ceredergran y la marcación de Moller, el director, el logro de esta producción danesa. Möllerr desplaza en algún momento el lugar de desarrollo de la acción, desde un cuarto a otro de la centralita de emergencia, para impedir que estalle esa insoportable tensión de los sucesos que se ocurren a través del teléfono. Un director de poco más de 30 años crea con el actor elegido, el guión del que fue co-autor y las expresivas voces que dialogan a través del teléfono, un apasionante thriller psicológico. Pocos imaginan que la historia se basa en la cruda realidad que involucró al gran cineasta danés Nils Mamros, su esposa, una joven maestra y su beba de nueve meses.
VER ES BUENO, IMAGINAR ES MEJOR La imaginación es un campo frondoso que va mucho más allá de lo que el humano pueda expresar. Gustav Möller se apoya en eso para invitarnos a jugar con nuestros sentidos. La culpa es un film que nos envuelve en incertidumbre y nos hace dudar de lo que pensamos. Asger es un policía que está en el puesto de atención telefónica para emergencias. No sabemos mucho de él, pero ya desde el principio lo vemos tenso e incómodo. Al entrar a su despacho la llamada de una mujer pidiendo ayuda lleva a que él haga todo lo posible para poder salvarla de un posible secuestro, aun teniendo que romper con ciertos protocolos. A medida que avanza el film vamos conociendo un poco más sobre Asger. Son sus acciones las que más información nos dan sobre quién es este personaje. Y aunque luego se aclaran algunos datos relevantes, todo el tiempo se nos lleva a un campo de duda, en el que no se logra tener certezas duraderas. La culpa se desarrolla en una oficina. Solo hay un cambio de lugar, pero ahí adentro. Asger pasa de estar en un escritorio rodeado de colegas a entrar, a tan solo unos metros, a un lugar cerrado en el que está sólo con la computadora. Pero más allá de eso el film se desarrolla todo en un mismo lugar. Sin embargo, la acción y la historia recorren muchos lugares en la imaginación de los espectadores. Las voces, los ruidos y los silencios componen una persecución admirable, en la que uno no puede hacer más que dejarse llevar por la curiosidad y el instinto humanitario. De esta forma, se construye una cercanía con el protagonista que permite justificar sus actos poco convencionales para el trabajo. Al mismo tiempo, la experiencia que vive a partir de la llamada nos permite conocerlo desde sus contradicciones y aun así tomarle cariño. Asimismo, las idas y vueltas que plantea la película son el gran eje que mantiene en vilo la intriga. Todo lo que se escucha en la llamada telefónica toma forma en la imaginación casi de forma automática y es eso lo que aprovecha el director para lograr sus engaños. La culpa, desde el principio, invita a un recorrido por lugares que no siempre son tan aprovechados por el cine, sí por la radio o la literatura. Los personajes que llegan mediante la voz de las llamadas toman forma a partir de nuestras expectativas y conocimientos previos: no los vemos, pero cada espectador les da un rostro.
Todo transcurre en una locación interior; lo que sucede en exteriores, nos lo imaginamos. El verdadero suspenso regresó a la pantalla grande en un magnífico ejemplo de cómo respetar y no subestimar al espectador. Cuando no podemos ver toda la película, tenemos que inventar; ésta es la propuesta de The Guilty en el que creamos diferentes imágenes al ver y sobre todo… al escuchar. Den skyldige (2018) es un thriller psicológico y de suspenso, en el que Asger Holm (Jakob Cedergren) un policía suspendido de la tarea de patrullaje en las calles se encuentra atendiendo la Central de Emergencias. Su tercer llamado es el de Iben (Jessica Dinnage), de quien sólo vamos a escuchar su voz, pero sentiremos que la conocemos a través de su relato y el tono de su voz. La mujer está siendo víctima de un secuestro. La línea se corta abruptamente y Asger sólo puede confiar en su intuición, imaginación, inteligencia, sensibilidad y su teléfono para ayudarla, a la vez que debe lidiar con la burocracia del sistema, la hipocresía de colegas y el tiempo que es crucial. A partir de este caso, el protagonista logra transformarse, lo cual indica que nosotros también podemos hacerlo. El director y co-guionista danés Gustav Möller logró un trabajo ejemplar, es obvio que conoce y sabe de lo que está hablando y resulta notable el trabajo de investigación y el compromiso de su parte y de todo el equipo para atrapar al espectador de comienzo a fin. Consiguió un impactante thriller que ofrece a cada espectador una experiencia propia. Con respecto al impecable trabajo de guion, cabe destacar que recibimos información al mismo tiempo que el protagonista; es por eso que resulta tan real y convincente, vivimos esta dramática experiencia junto a él. Lo interesante es que esa información fluctúa, cambiando las imágenes que teníamos del entorno en nuestra mente. El sonido es completamente esencial, crea un universo de cine y entorno realista. El actor Jakob Cedergren interpreta de manera brillante a un astuto y contenedor policía que está impaciente por algo, sabe manejar situaciones límites y, por sus ojos, podemos presumir que esconde un secreto; al mismo tiempo que representa un portal para el espectador, realmente cree en cada diálogo y las llamadas que escuchamos son de carácter real. Su personaje nos brinda pistas: mira sus manos con detenimiento totalmente abstraído, también cuando observa cómo se diluye un antiácido en un vaso de agua… sólo lo acompaña el silencio, tiene una curita en un dedo, utiliza una pelota antiestrés, entre otras. La iluminación es una protagonista más, contribuye al suspenso y a la sensación de peligro, explotando nuestras propias visiones de lo que ocurre en el exterior. Un film tan real como la naturaleza, con pocos recursos excelentemente aprovechados, con gran conocimiento de cine y del manejo del silencio, logra trasladarnos al exterior, conocer personas, sus casas y no solamente sus voces, y participar del film en el que cada espectador es libre de obtener sus propias imágenes de la historia, pasar por diferentes emociones y encontrarnos con nuestros prejuicios. Esa fue la intención del director y lo logró con éxito.
La Culpa: Ese dedo acusador siempre está. Este policial danés sorprende con su forma de ser narrado y la oscuridad de su único protagonista que lleva un llamado de emergencia a límites inimaginables. Se podría pensar, a priori, que la película sería un thriller más del montón, pero el nivel de profundidad al que llega no es tan común en esta época. El policía Asger Holm, castigado, debe “salir de las calles” y dedicarse a atender el teléfono de la central de emergencias. Hasta que recibe un llamado de una mujer secuestrada. El relato se circunscribe a esa oficina donde el policía en cuestión atiende llamados, sin mostrar una sola imagen de las otras personas implicadas en el hecho desgarrador que narra la historia, lo que supone una apuesta arriesgada por parte del director ya que corre el peligro de aburrir con su repetición de planos cortos. Sin apoyarse en imágenes, debe haber un excelente trabajo de guion para que se entienda lo que la película quiere contar, y sin embargo no resulta tedioso escuchar todo el tiempo la exposición de lo que acontece. Protagonizada por Jakob Cedergren (“Sadie”, 2016), es casi exclusivamente el único rostro que se ve a lo largo de toda la película. En él se entiende todo lo que va transcurriendo, a partir de sus nervios, angustias, inseguridades y brotes de ira. El policía ejemplar (del que ya queda poco) que quiere jugar a ser héroe y no lo dejan, termina arrastrado al infierno de sus propias miserias. En una de esas conversaciones, él termina lavando sus propias culpas y confesando la atrocidad por la que en unas horas será llevado a juicio. Claramente, las actuaciones fuera de campo son importantísimas para construir el relato. Esas voces al teléfono, desesperadas o desesperanzadas, dan un poco de calor a la frialdad de Cedergren. Así queda al desnudo la trama y la fascinación por el relato oral. Saber que se trata de la ópera prima de Gustav Moller le otorga una impronta más arriesgada a la película. Sin hablar de un cine experimental, el director se presenta con, lo que pareciera, nuevos aires para este género. No es fácil crear una historia donde no se exhiba casi pornográficamente todo lo que tiene que ser contado. Todo en este largometraje está medido a la perfección: el montaje, el dinamismo del guion, la pesadez del ambiente de la oficina, el hastío que sufre el protagonista, los silencios, la desesperación. Uno termina de verla y conoce datos que no vio, la furgoneta, el ladrillo, el cuarto con sangre, el departamento abandonado lleno de papeles tirados. Este voyeurismo se disfruta y mucho. Uno es juez y parte en esos llamados. Entre actor y espacio único, puede parecer un poco rara para el espectador en busca de la dinámica habitual, pero “La culpa” quita el aliento durante sus 90 minutos con una tensión destacable. Sumerge al público en una experiencia inmersiva, donde se acorta la distancia entre pantalla y butaca, generando una especie de claustrofobia. En esta historia, todo lo que pareciera ser, no es. Y el espectador comprende lo que sucede, al mismo tiempo que lo hace el protagonista, lo que da una cuota extra de suspenso. Todo es una trampa. En la era de la inmediatez, se prejuzga y se condena, antes de tener algún dato preciso. Eso es lo que lleva a Holm a equivocarse tanto. Eso es lo que lleva al público a equivocarse con él.
La ópera prima de Gustav Möller, un sueco que filma una producción danesa, es un thriller intenso e inteligente que promueve que el espectador le dé forma a personajes y situaciones que no ve. Asger Holm es un policía que fue degradado a atender llamadas de emergencia. Un aparente trabajo burocrático que lo congelará de sus tareas habituales, más acostumbrado a la calle y la acción, mientras espera declarar en un juicio por algún hecho que no conocemos. Una noche de rutina, recibe un llamado de una mujer que parece estar secuestrada a bordo de un auto, con dirección a las afueras de Copenhague. De ahí en más, todo es una carrera contra reloj para resolver esa situación, sin moverse de un escritorio. Gustav Möller escribió y dirigió un guion con el timming exacto, al que le toma una hora y veinticinco minutos para poner al borde un ataque de nervios al público, a la vez que les exige al protagonista y a los espectadores un estado de alerta permanente para darle forma a lugares y personajes que no vemos. Ejercicio de ingenio cinematográfico tomado de una idea que alguna vez esbozó Alfred Hitchock en la década del ’60. El maestro del suspenso decía que le hubiera gustado realizar una película que sólo transcurriera en una cabina telefónica. Möller parece haber recogido el guante y haciendo uso de las nuevas tecnologías (computadoras, celulares y GPS) exprime esa premisa en un único lugar: una central telefónica. Cristalizando una acción que transcurre en tiempo real. Agotando todas las instancias de un magnifico fuera de campo en el uso del sonido, que salta de la desesperación a la intriga con un giro que lo convierte todo en angustia. En La culpa hay un “afuera” sonoro que pone los pelos de punta. Y un inconmensurable actor, Jakob Cedergren, con la cámara pegada en cada plano. Su actuación es magnífica, con el nervio de quien intenta resolver el rompecabezas de una tragedia familiar. A la vez que lo que aparentemente descomprime esa desesperante situación es el incidente judicial del policía. “Estos dos niveles del relato aúnan temas como la culpa y el perdón, la redención, la violencia familiar y el aparato policial represivo. Zonas llenas de claroscuros que La culpa aborda con inteligencia y complejidad, sin necesidad de desplegar ninguna pirotecnia visual”.
Un teléfono suena en una pantalla oscura y se ilumina cuando un hombre contesta la llamada con la expresión “Emergencias”. Del otro lado se escucha una voz jadeante. De nuevo oímos “Emergencias, dígame” y entonces, sin dejar de jadear, alguien responde “ayúdenme”. Consumidores de drogas, algún hombre que presuntamente ha sido asaltado por la prostituta a la que él mismo le solicitó servicios o la voz desesperada de una mujer que en ese momento está en el auto de quien la secuestra forman parte de la cotidianidad de Asger, policía sancionado por una posible falta grave al reglamento y que por lo mismo está confinado a Emergencias de la Policía de Copenhague a la espera de la resolución que resulte del proceso que lleva adelante la investigación interna. Asger desarrollaba su actividad policial en las calles, recorriendo Copenhague en algún patrullero y de ese modo participando de las acciones más fuertes de la lucha contra el delito. Por lo mismo, su traslado a Emergencias se asume, tanto por la autoridad y el mismo, como un castigo. En diálogo con su jefe anterior queda de manifiesto la desvalorización que existe en torno a ocupar el lugar de Operador de la sección de Emergencias. Pero pronto Asger descubrirá la importancia que tiene esa sección tanto para la comunidad como para él. En el nuevo destino laboral el policía habrá de comunicarse por teléfono con las personas que requieran ayuda y sus únicas herramientas serán la palabra, una pantalla de un ordenador en la que aparecen los planos de la ciudad y puntualmente el lugar donde se encuentra la persona que pide el auxilio. El prolongado intercambio telefónico entre Asger e Iben y Asger y Mathilda, la hija de aquélla, tienen como propósito explícito el intento del policía de Emergencias por salvar las vidas de los integrantes del núcleo familiar. Pero las acciones inmediatas destinadas a proteger la familia, el ir y venir de esa dramática conversación entre Iben y Asger, y el descubrimiento de un asesinato, van hilvanándose hasta revelar otro proceso, más profundo y menos explícito, que se desarrolla por debajo de las vicisitudes del secuestro del que es víctima Iben. Y ese otro diálogo mudo, en ese trueque no totalmente consciente que operan las subjetividades del policía y de la mujer secuestrada, ya no se trata de manera exclusiva del rescate de Iben. ¿Cómo se expían las culpas? ¿Es el castigo externo la única vía de la reparación por la falta cometida? ¿Acaso la expiación interna forma parte del auténtico arrepentimiento? ¿Podemos aceptar que “hacer el bien” a otro se considere una acción reparadora de la falta cometida? ¿Compartir las culpas puede ser un camino para la expiación? Con enfoques de primeros planos o medios del policía y algunos otros generales, todos ellos obtenidos con una cámara que rota alrededor de él, Moller crea la columna vertebral de La culpa. El director genera el suspenso y los sostiene a lo largo del film con un único protagonista: Asger. Su rostro, la muy cuidada gestualidad, sus manos que en su conjunto están obedeciendo al devenir de los sucesos, así como el relato de los interlocutores y sus mandatos para tratar de salvar vidas, todos ellos los recursos que, tanto hacen avanzar la película como también le confieren dramatismo y un constante clima de zozobra que domina el relato. Al avance de los diálogos telefónicos se suman cambios en la ubicación física de Asger, la ira que exhibe ante el fracaso momentáneo de sus esfuerzos y de una manera especial el uso de la luz. Y esto último, luminosidad u oscuridad que reciben las diferentes situaciones, colaboran decididamente en la consolidación de las atmósferas que presenta el relato. Una vez más el cine de los países nórdicos vuelve a sorprendernos con una película que desafía a los espectadores. Entre las múltiples razones que hacen a ‘La culpa’ un film provocador está su muy original factura. Se trata de un thriller no convencional, una película de suspenso que no recurre a los caminos tradicionales del género. Entre sus novedades destaca la de sostenerse con un protagonista único en la pantalla y otros personajes a los que conocemos solo por sus voces.
Lo que ocurre por fuera de la central telefónica se construye en base a las descripciones, los sonidos que pueden oírse a través del tubo, al punto de que esas imágenes son únicamente plasmadas en la mente del espectador. Una Copenhague nocturna y lluviosa, una niña ensangrentada, una camioneta, un cúmulo de papeles tirados son varios de los cuadros vívidos que se van construyendo gracias a este sobresaliente artificio.
El director danés Gustav Möller, aún siendo un desconocido, hizo una carrera vertiginosa en la consideración de los festivales. Con “La culpa”, su ópera prima, obtuvo 30 premios internacionales, incluidos los certámenes de Sundance, Rotterdam, Valladolid, Turín, Washington y Zurich, entre otros. Y lo logró con una película que en sólo 85 minutos narra la historia de un secuestro, un crimen y su resolución sin salir del espacio limitado de una oficina de llamados de emergencia y sin otras imágenes que las de ese lugar. En este thriller enviado para representar a Dinamarca en la última entrega de los Oscar en la categoría mejor película extranjera, además, casi no hay música, cuenta con un minucioso trabajo de cámaras, efectos de sonido, iluminación, fotografía y un guión con apenas los diálogos necesarios y sutiles o a veces abruptos giros en la trama. Los impecables rubros técnicos están al servicio de un único protagonista, Jakob Cedergren. Cedergren, con una carrera limitada a su país en la que se destaca su colaboración con Thomas Vinterberg, fundador junto a Lars von Trier del famoso Dogma de los 90, interpreta a un oficial del servicio de emergencias de la policía de Copenhague y debe conducir desde su puesto la investigación de un pedido de auxilio. El resto del elenco sugiere los exteriores, las escenografías y las atmósferas sólo con sus voces a través de un teléfono en un ejercicio narrativo que sin ser experimental va a contracorriente de las convenciones. Este recurso ubica a “La culpa” en la línea de “La soga”, de Hitchcock, o “La habitación”, de Abrahamson, pero resulta más austero y más radical y transforma al filme en un trabajo audiovisual poco frecuente que privilegia el poder de sugestión de las palabras sobre las imágenes.
"Un thriller minimalista y claustrofóbico" Sabemos que contar historias en una sola locación o en espacios reducido no es algo original, pero a la vez, supone un difícil ejercicio que puede caer en el tedio y el aburrimiento. Este no es el caso de “La Culpa”, la ópera prima del director danés Gustav Möller, la cual ha cosechado varios premios internacionales y ha logrado superar en calidad a películas de temática similar. En una pequeña central dedicada a atender llamados de emergencia, ubicada en Copenhage, Asger Holm, un oficial que se encuentra suspendido y ha sido confinado a ese trabajo hasta que se aclare su caso, atiende diferentes situaciones. Dentro de la monotonía de contestar teléfonos, recibe una llamada que lo moviliza de manera distinta: una mujer le da pistas de que ha sido secuestrada y se encuentra aún con su captor. Sin poder salir de las oficinas, Holm intentará hacer todo lo que esté a su alcance para ayudarla. Jakob Cedergren, el actor que interpreta a Holm, cuenta con su voz, su mirada y sus gestos para transmitirnos toda la tensión, frustración y concentración que la historia conlleva. Apoyada en su actuación y el buen uso de los ruidos, sonidos y las voces en el teléfono, la película avanza generando suspenso, reteniéndonos hasta el final para saber cuál será el desenlace. La sensación de encierro y claustrofobia que siente el espectador no sólo se debe a la sencilla puesta en escena, sino que también se vale por los encuadres y los primeros planos y planos medios por los que opta Möller. Lo imaginado y lo oculto: el juego de Möller. Queriendo resolver, en contra del tiempo, un crimen urgente, nos hace olvidar la condición del oficial, quien lucha contra sus propios demonios internos movido por una de las motivaciones más fuertes que existe: el remordimiento. En definitiva, una gran película que libra a la imaginación del espectador diferentes situaciones que aumentan la tensión y la mantienen, dando giros y basándose en un guión excelente. Puntuación: 7/10 Federico Perez Vecchio
Alguien sugirió, no mucho tiempo atrás, que habíamos abandonado las sociedades disciplinarias por una nueva conformación de estas, signadas ahora por el control. El seguimiento de los otros es ahora al aire libre; no hay límite para la precisión satelital: un teléfono prendido basta para localizar a cualquier transeúnte. La proeza del film de Gustav Möller pasa por situar su relato en dos oficinas de un destacamento policial en el que se reciben llamados de urgencias. Los llamados pueden ser por robo, desesperación existencial o también secuestros. A juzgar por cada uno de los llamados, “algo está podrido en el Estado de Dinamarca”. Nadie llama por el extravío de un gato. El film se articula a propósito de un pedido desesperado: una mujer dice estar secuestrada, y el policía en cuestión, único protagonista principal en cuadro, intentará todo lo que esté a su alcance, desde su posición inmóvil, para rescatarla. Hay una trama secundaria que concierne al protagonista, quien al día siguiente deberá presentarse en un juzgado por un dudoso desenvolvimiento en servicio. El titulo del film deriva de ese dato, y es casi una distracción. El ingenio narrativo de La culpa es tan ostensible como discreto. Möller desarrolla una poética de gran vigor estético, que se beneficia de un trabajo preciso en todo el orden sonoro y donde la mayoría de los personajes permanecen en fuera de campo y son decisivos. La economía de recursos es evidente, y lo mismo puede decirse de la sagacidad combinatoria de lo que se dispone a la vista y lo que se escucha. A ese principio de composición se suman un ritmo parejo de montaje y la buena performance del intérprete excluyente del film. Hay un giro inesperado en el relato que extiende un poco más el suspenso requerido, hasta que la moraleja viene a reordenar simbólicamente el caótico microcosmos hasta ahí representado. El voluntario veredicto de la trama no es esencialmente del todo luminoso: en el corazón del sistema aún resplandece una discreta luz de humanismo, una ilusión comprensible en un tiempo en que todo es susceptible de seguimiento y vigilancia.