El empoderamiento femenino Francamente Lady Macbeth (2016) resulta toda una sorpresa ya que a pesar de que se trata de una película basada en una novela corta de 1865 del escritor ruso Nikolái Leskov que en esencia retoma muchos de los elementos de la famosa tragedia shakesperiana, el film consigue despegarse con inteligencia de su sustrato de base y redondear una propuesta retórica con personalidad propia y una energía de lo más inusitada que se juega de lleno por el influjo amoral de la narración para dejar de lado en buena medida todos los detalles de antaño relacionados con la culpa de los personajes: dicho de otro modo, la trama cambia sutilmente el eje de la obra británica, reemplazando la ambición en el seno de las cúpulas dirigentes por una especie de emancipación por parte de la protagonista principal, y de paso nos ahorra toda la escalada de corrupción subsiguiente para concentrar sus esfuerzos en un retrato minimalista de los efectos de nuestras decisiones y la valentía para llevarlas a cabo. En esta ocasión no tenemos un barón escocés que recibe la profecía de que un día será rey cortesía de un aquelarre aunque sí el asesinato posterior del monarca del momento y el ascenso al trono, todo de manera trastocada y un tanto tangencial. Estamos en la Inglaterra rural de 1865 y el núcleo de la acción es una señorita reconvertida en señora, Katherine (Florence Pugh), quien -palabras más, palabras menos- fue “comprada” por Boris Lester (Christopher Fairbank), el acaudalado dueño de una finca, para que la chica se case con su hijo Alexander (Paul Hilton), el cual dobla en edad a Katherine, y le dé un heredero. El proyecto pronto se viene abajo porque Alexander no está interesado en la joven y a lo sumo la utiliza para masturbarse desde lejos, lo que intensifica el ninguneo y maltrato típicos que padecían las mujeres en la Europa del Siglo XIX, consideradas “cosas” al servicio de los hombres y sin ningún atisbo de autonomía, ni siquiera puertas adentro del caserón de turno. Un día la protagonista encuentra a los asalariados de la propiedad divirtiéndose con Anna (Naomi Ackie), una empleada doméstica negra (denigrándola y a punto de violarla, a decir verdad), y en ese contexto le echa el ojo a uno de ellos, el pícaro Sebastian (Cosmo Jarvis), al cual transforma en su amante aprovechando que tanto su esposo como su suegro se encuentran fuera de la vivienda por negocios. Eventualmente Boris regresa ya enterado del affaire, golpea a Sebastian y lo encarcela en el establo, ella de inmediato le exige que lo libere y frente a la negativa envenena su comida, lo encierra en una habitación y espera a que muera mientras charla tranquilamente con Anna. El vejete amargo sucumbe, Katherine lo entierra sin sospechas y Anna se queda muda del miedo y por la frialdad de la patrona, la cual reanuda su romance con el muchacho rústico hasta que Alexander también vuelve al hogar. En este caso se desarrolla una pelea entre los tres involucrados que deriva en el asesinato del recién llegado por parte de Katherine con un atizador, el entierro del cuerpo en el bosque y hasta el sacrificio del caballo del finado para que nadie se entere del hecho. Por supuesto que la serie de homicidios no se queda allí y el asunto se vuelve más tétrico con el transcurso de los acontecimientos futuros. Recuperando lo que decíamos al inicio, la película sorprende para bien -entre otros factores- por la osadía de incluir un episodio de verdadero empoderamiento femenino en el que no hay nubarrones de remordimiento en el cielo porque ella sabe lo que quiere y no se detiene ante nada para materializarlo, incluso llevándose puestas a otras mujeres que se cruzan en su camino o resultan funcionales a sus planes: en este sentido, Lady Macbeth toma la forma de un análisis muy astuto de una psicópata maravillosa y con las ideas bien claras que se rebela contra sus opresores, quienes a su vez son retratados como patéticos, cobardes y con una soberbia de cotillón que les termina jugando en contra ya que lo último que esperan es que la menudita Katherine se alce contra ellos. Desde ya que la evolución de víctima a victimaria trae alguna que otra consecuencia psicológica pero la desazón va a parar a Anna primero, representante de las féminas de estómago muy blando, y a Sebastian a posteriori, a quien ella realmente ama. Si a lo anterior le sumamos que estamos ante la ópera prima del director William Oldroyd y la guionista Alice Birch y apenas el segundo trabajo en el séptimo arte de la propia Pugh, terminamos de tomar conciencia de lo bien que está encauzado el relato a través de un ritmo lento aunque meticuloso, planos fijos, la casi inexistencia de música incidental y una rigurosa economía en materia de diálogos, dejando que las imágenes y las acciones de los personajes hablen por sí mismas bajo un manto de parodia social preciosista a lo Stanley Kubrick (aquí se destaca en especial la fotografía de Ari Wegner). Se podría argumentar que uno ya sabe de antemano hacia qué regiones perfilará la historia pero eso no quita que el viaje valga la pena porque los 89 minutos constituyen el metraje exacto para la fábula de intrepidez y envilecimiento que se desea construir y porque el desempeño de Pugh es en verdad extraordinario, ya que la muchacha de 22 años se banca los desnudos y exprime al máximo su semblante glacial para esta antiheroína que no se conforma con lo establecido como sí lo hacen tantas otras mujeres que abrazan su lugar en la “sacrosanta” familia…
Pincelazos de thriller en un film de época Lady Macbeth (2016) narra la historia de la joven Katherine, quien impulsada por el miedo hacia su marido y suegro, se convertirá en una fría mujer dispuesta a todo. El film de época, premiado en los BAFTA 2017, intenta escapar constantemente del culebrón televisivo. Si bien está ambientado en el 1800, la película del operaprimista William Oldroyd, no tiene reparos en prescindir de los típicos formalismos a los que nos tienen acostumbrados otros films denominados “de época” (Barry Lyndon, por ejemplo). La habilidad del director galardonado en Inglaterra, consiste en injertar una especie de thriller dentro de la Gran Bretaña rural y de condes. Florence Pugh, es quien personifica a Katherine Lester, chica que es obligada a casarse con el hijo de un noble inglés. Serán los actos de violencia y denigración los que hagan implosionar a la mujer. Primero, cuando comienza a tener un amorío con un criado, durante la ausencia del esposo. Luego, para deshacerse del suegro y obligar a su sirvienta a ser testigo de cada acción. Los sin sonidos son otro punto favorable para el realizador. Y es que durante casi toda la película no existe la música extra diegética. Será la soledad de Katherine y el imperio del silencio los que invadan la cabeza su propia cabeza, con un rol femenino poco común para este tipo de películas. Somos nosotros ahora, los que tememos por los actos de Lady Macbeth. Así, el director nos irá arrinconando hasta ser testigos de este suspense sin los rigores específicos del género. Es justo allí cuando su director corre el riesgo de caer en un drama televisivo al estilo de las novelas turcas que habitan el prime time. Por suerte, logra sortear con algún esfuerzo el problema, gracias a la sólida actuación de su actriz y los espacios dominados por las perturbadoras ausencias de registros sonoros. Premiada también por el periodismo en el 64 San Sebastián, la realización demuestra que, a pesar de solidarizarnos al comienzo con la chica que sufre los embates patriarcales propios del 1800, cuando se trata de historias de traiciones y venganzas, no hay lugar para víctimas y villanos.
“Lady Macbeth” trata sobre una bella joven, infeliz en un matrimonio arreglado, que sufre diversas humillaciones por parte de su desdichado esposo y su violento suegro. Su relación no se basa en el afecto, sino en una especie de mandato-obediencia, donde el poder y la sumisión rigen. Un drama de época ambientado en el siglo XIX en la Inglaterra rural, donde Katherine Lester se embarca en un apasionado amorío con un trabajador de su finca. Es la ópera prima del director William Oldroyd, un productor teatral devenido a la pantalla grande. El film se basa en la novela “Lady Macbeth de Mtsensk” publicada por Nikolai Leskov en 1865. Es una interesante historia porque el título hace referencia al clásico de William Shakespeare, pero en este caso hay un giro a su trama tradicional. Recordemos que Lady Macbeth es un personaje que le incita a su esposo que cometa un homicidio para convertirse en reina de Escocia, pero luego la culpa la invade por su responsabilidad en el crimen. En su dirección, Oldroyd consigue mostrar hasta dónde llega la corrupción de los personajes y sus límites con respecto a conseguir lo que quieren. Es una gran película de silencios, ya que en este caso dicen más que los diálogos. Esto hace que la tensión y el drama vayan aumentando paulatinamente, confluyendo en un correcto clímax. También tiene momentos sutiles de comedia, cargados de una feroz ironía. Un tema aparte es la preciosa interpretación que hace la joven Florence Pugh del personaje principal. Por esta performance consiguió el premio FIPRESCI en el Festival de San Sebastián de 2016. Su actuación soporta el peso de la cinta en momentos donde la trama no lo consigue. La fotografía es sobria y elegante, quizás uno de los puntos más fuertes de “Lady Macbeth”. Junto con un gran trabajo de iluminación, diseño de interiores y vestuario. Hay varias secuencias que por medio de estos aspectos técnicos, proyectan a una Katherine totalmente distinta a otros encuadres anteriores. En resumen, Oldroyd junto con su figura principal logran conformar una película sencilla y corta pero poderosa, que consigue tocar temas con cierta profundidad como la opresión, la lujuria, los privilegios sociales y los prejuicios raciales. Buen debut en la pantalla grande para el cineasta británico.
Retrato de una dama inglesa. Amparándose en un título de nítidos ecos shakespearianos, cuya procedencia literaria se basa en una novela del escritor ruso Nikolái Leskov (Lady Macbeth de Mtsenks de 1865, transformada en homónima ópera por Shostakóvich en 1934 y adaptada ya para el cine en 1961 por el recientemente fallecido Andrzej Wajda como Lady Macbeth en Siberia), el debutante William Oldroyd orquesta una pieza de cámara de honda raigambre literaria, con el paraguas productor de la BBC: lo que se podría considerar una pièce bien faite. No obstante, Oldroyd se las apaña para no caer en el mero academicismo, tanto a nivel formal como conceptual. Aprovechándose del auge de lo histórico en su sentido más amplio (a nivel literario, cinematográfico, como elemento propio de la mixtura y mixtificación), utiliza la coartada literaria como un mero McGuffin para navegar por las aguas de la moda artística, al mismo tiempo que presenta una enmienda a la totalidad ideológica y formal que se esconde tras este revival de lo decimonónico. Y en este su empeño deshistorizador o, mejor, trashistorizador, maneja mejor y con mayor soltura las riendas del decir, la puesta en escena, la perspectiva y la mirada que el enunciado, el guión desde el que subvertir el discurso de profunda raigambre victoriana contra el que el director se alza. Pues poner en evidencia aquello que latía bajo los ropajes del mundo victoriano, tan aclamado y reivindicado hoy, en unos tiempos de turbulencias y lucha de clases sin aparentes clases, como período histórico donde la pax burguesa alcanzó su cenit y el mundo disponía de unos seguros y vigorosos valores en los que sustentarse; socavar el falso mundo de apariencias, la doble moral victoriana (algo en lo que ya profundizó el free cinema inglés en los años sesenta del siglo pasado) es el objetivo último de este filme, así como denunciar la persistencia de ciertos atavismos —el clasismo— congénitos a la sociedad inglesa. La historia de Katherine, la protagonista, está trenzada a partir de uno de los lugares comunes de la novelística del XIX: el tema de la mujer insatisfecha y, como corolario, el adulterio. Un mal matrimonio, concertado y no basado en el amor, ocasiona una ruptura de la institución matrimonial, subvierte la moral burguesa. Sin embargo, no será el bobarysmo el detonante del conflicto aquí. Katherine no ansía un mundo literaturizado, no es una heroína quijotesca que aspira a lograr materializar un modelo amoroso romántico procedente de sus fantasías librescas. Las transgresiones de Emma Bobary o de Ana Ozores o de Ana Karenina partían de un anhelo de realización romántica, idealista: la transgresión perseguía la plenitud amorosa. El guión de la película soslaya este apartado vetusto y obsoleto, sustituyéndolo por el ansia de poder que simboliza el nombre del título: Lady Macbeth, una Lady Macbeth muy del siglo XXI, una mujer que anhela cumplir y obtener ese amor mediante el encuentro carnal, si bien ha sido el deseo el detonante de su ambición de poder; el deseo y la frustración a que la condena la actitud de su marido, renuente a mantener relaciones sexuales con su esposa. La doble moral victoriana empieza a ser desmontada: el matrimonio y el placer sexual son aspectos antitéticos, es decir, el placer le está negado a la mujer (burguesa). La actitud del marido de Katherine resulta inexplicable y trasluce o bien cierta homosexualidad o bien cierta parafilia. Cuando la hace desnudar la noche de bodas, la contempla y se acuesta dándole la espalda y apagando la luz, mientras ella permanece de pie desnuda, es toda una declaración de intenciones que suscitan la duda en el espectador. Esta duda se acrecienta cuando, más tarde, en una secuencia casi análoga, el marido la obliga a desnudarse y situarse cara a la pared, mientras él, arrellanado en un sillón, comienza a masturbarse (fuera de plano). Todo este primer apartado es lo más logrado de la película: la parquedad verbal se compensa con una narración sobria y austera, reflejo de la severidad hipócrita de una sociedad y un modus vivendi en el que la mujer era un adorno más, comprado para realzar el hogar como porcelana decorativa que, en última instancia, debía prolongar la progenie y el apellido. Ciertos elementos adquieren incluso un carácter simbólico, como un gato que pulula por ahí y del que, desgraciadamente, a mitad de película el guión prescinde, incomprensiblemente, de él. No cabe duda de que el director se ha empapado de las últimas versiones cinematográficas de las novelas de las hermanas Brönte a la hora de planificar su puesta en escena. De hecho, la adaptación de Cumbres borrascosas que en 2011 dirigió Andrea Arnold sobrevuela en algunos aspectos, tales como que Arnold mostrara a un Heathcliff de color, negro, para remarcar y actualizar la transgresión subyacente en la novela. Ahora, el personaje de Sebastian tiene unos rasgos mitad latinos, mitad árabes, casi mestizo, que contrasta con la blancura impoluta y pálida de sus señores anglosajones. Arnold también convertía el paisaje en un elemento diegético más, como aquí, donde la naturaleza, el yermo páramo y la campiña inglesa son un reflejo en su desnudez, en el sonido del viento y de las aguas del río, de la severidad del espíritu protestante, de la carencia de afecto y ternura que lo habita. La única función que se le otorga a la mujer es desempeñar y acatar el rol establecido por la sociedad: de ahí la secuencia final con Katherine nuevamente aburguesada, ceñida por ese vestido azul que la ha acompañado en su condición de esposa, sentada en el sofá y mirando a cámara, interpelándonos, segura de sí misma y dispuesta a desempeñar el hipócrita rol que le otorga una hipócrita sociedad. Esperando nuestro ¿hipócrita? asentimiento.
Lady Macbeth, de William Oldroyd Por Ricardo Ottone El personaje de Lady Macbeth se transformó culturalmente en un villano femenino emblemático. Prototipo de un tipo de mujer fría, calculadora y despiadada, que se define además por su capacidad de manipular a los hombres, por lo general cobardes y pusilánimes, que se convierten en juguetes y ejecutores de sus planes. Y que van a ensuciarse las manos por ella, aunque a veces la mancha indeleble de sangre la venga finalmente a visitar. Convertida en una suerte de arquetipo, la vamos a encontrar en diferentes obras de diferente forma pero con una base común. Lady Macbeth, primer largo del británico William Olroyd, está basado no en el drama de Shakespeare sino en un cuento del ruso Nikolai Leskov de 1865 que ya tuvo unas cuantas adaptaciones, la más conocida quizás sea Lady Macbethen Siberia (1961) de Andrzej Wajda. Esta nueva versión, ambientada en la Inglaterra victoriana, transcurre completamente en una mansión rural y sus alrededores. La protagonista, Katherine (Florence Pugh), es una mujer joven metida a la fuerza en un matrimonio arreglado con un hombre mayor y amargado. Este solo espera de ella que le de un heredero y la trata como a otra de sus propiedades. Quien gobierna la casa es su suegro, un hombre aún más cruel, brutal y peligroso. En medio de una ausencia de varios dìas por parte de ambos amos y guardianes, ella arranca un idilio romántico con un joven trabajador de la propiedad que se convierte rápidamente en pasión irrefrenable. La situación obviamente no podría sostenerse por mucho tiempo, pero Katherine ya está decidida a no resignar su deseo y va hacer todo lo que haga falta para eliminar cualquier obstáculo que se le ponga delante. Lo cual, va a incluir hasta el crimen, en donde tendrá que tener participación, quiera o no, su plebeyo amante. Las primeras escenas dan cuenta de la situación de Catherine en la casa, de todas las humillaciones y desprecios que debe sufrir de parte de su nueva familia. Como para dar cuenta que un personaje así no sale de la nada. No para justificarla, sino para comprender que el monstruo, si es que tiene sentido llamarla así, no es más que un producto de esa organización social y de los mismos que luego serán sus víctimas. Catherine va a darse cuenta que si quiere ser libre tiene que devolver el golpe e invertir las relaciones de poder, dejar de ser objeto de la dominación para ejercerla ella. Para dejar de ser oprimida debe pasar a ser opresora. Al drama de época viene a superponerse la trama criminal, la cual le agrega un interés extra. Como si se tratara de un film noir victoriano, Catherine bien podría codearse con Barbara Stanwyck en Perdición (1944), como una de esas mujeres fatales que son el objeto de deseo y la ruina de los hombres que envuelve, en una intriga que le debe algo al suspenso de Hitchcock y de Henri-Georges Clouzot, con Las Diabólicas (1955) a la cabeza. El tema, igualmente, es la opresión, que es de género en un principio, pero fundamentalmente de clase. Katherine viene de una familia más humilde que la de su marido quien alardea de haberla “comprado” y debe soportar por ello todas las afrentas. Cuando se levante, va a ser ella la que va a ejercer esa dominación de clase sobre sus subordinados, sobre su criada (incómodo testigo) e incluso sobre su propio amante. A esto viene a sumarse a la cuestión racial, la opresión del amo blanco sobre la sirvienta negra (que además es mujer y pobre) y su amante que es mulato, quien al principio juega ingenuamente de seguro y provocador y termina dominado y aplastado por una voluntad que lo supera y, claro, por el poder de clase. La dirección de Oldroyd acompaña con una puesta fría y ascética, libre del manierismo muchas veces presente en el cine de época. Hay pocos pasajes musicales, una luz mortecina y predominio de los azules y los grises. Un cierto brillo inicial se va perdiendo paulatinamente y los tonos más oscuros van ganando terreno a medida que su protagonista se deja ganar por esa oscuridad. La actuación de Florence Pugh, que le valió el título de revelación en varios medios, maneja de manera muy convincente ese ir y venir entre el desenfreno que la arrebata y la necesidad que a veces tiene que reprimirse pero donde la pasión se adivina detrás de la máscara. Un ida y vuelta que combate en su interior y en el cual se consume cuando se pierde en una espiral de la cual ya no puede ni quiere salir. LADY MACBETH Lady Macbeth. Reino Unido. 2018. Dirección: William Oldroyd. Intérpretes: Florence Pugh, Christopher Fairbank, Cosmo Jarvis, Naomi Ackie, Bill Fellows. Guión: Alice Birch, sobre el cuento de Nikolai Leskov. Fotografía: Ari Wegner. Música: Dan Jones. Edición: Nick Emerson. Dirección de Arte: Thalia Ecclestone. Diseño de Producción: Jacqueline Abrahams. Producción: Fodhla Cronin O’Reilly. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 89 minutos.
Lady Macbeth: Ama de casa desesperada. Una interesante visión de la Inglaterra rural del siglo XIX, y el papel de una mujer que se niega a aceptar su rol relegado en un matrimonio arreglado que la tiene angustiada. La película británica resulta ser el primer largometraje de William Oldroyd, el cual adapta una novela corta escrita por Nikolai Leskov. Un drama poderoso que se apoya principalmente en su protagonista y en un cuidado uso de la composición y el encuadre para reflejar la interioridad de los personajes. El film tiene lugar en Inglaterra durante el año 1865 y cuenta la historia de Katherine (Florence Pugh) una mujer que es “vendida” y forzada a casarse con un hombre amargado que además de doblarla en edad, la ningunea y la trata con frialdad y descaro. Su marido decide emprender un viaje y durante su ausencia ella comenzará un apasionado affaire con un joven trabajador de la finca en la que residen. Allí emprenderá una especie de levantamiento gradual y silencioso que irá cobrando fuerza a medida que avance el relato. A diferencia de lo que se puede llegar a pensar por el título, la película no representa una adaptación de la tragedia shakesperiana pero sí tiene varios puntos en común con ella. Katherine tiene la determinación y la osadía de no conformarse con el destrato por parte del mundo masculino y decide alzarse y hacerle frente. Al igual que Lady Macbeth, ella irá controlando los hilos de las situaciones y será quien posea verdaderamente el poder o la ventaja. Es una forma de indagar sobre las actitudes modernas hacia la opresión, los prejuicios y la moralidad, por medio de un melodrama victoriano de corte clásico. Una especie de contraste muy atractivo y moderno. En lo que respecta a lo narrativo, resultan interesantes los mecanismos de suspense que utiliza el realizador para ir viendo cómo la película se va convirtiendo lentamente en un thriller. La tensión que rodea a la trama y cómo la protagonista va girando y transformándose de víctima en victimario es algo totalmente captado de forma armónica y sólida. Oldroyd corrió el riesgo de que la cinta caiga en el absurdo, pero sale airoso gracias a esas atmósferas fuertemente alcanzadas. Por otro lado, todo el esfuerzo hubiese sido en vano si no se hubiera contado con el gran elenco que tuvo a su disposición el director británico, en el que se destaca Florence Pugh, que se presenta y anuncia como una joven promesa para tener en cuenta. Una actriz sumamente expresiva, que logra el justo tono del relato, sabiendo qué matices darle a la interpretación y demostrando una extrema sensibilidad para manejar los silencios y los diálogos. Como bien adelantamos, la fotografía de Ari Wegner (The Girlfriend Experience) es una parte esencial para describirnos a nivel estético la psicología de los personajes, dando justo en la tecla de los climas gélidos, turbios e intrigantes que maneja la cinta. La simetría y la rigidez se ven alteradas por un cambio en la actitud del personaje principal que va demostrando una inestabilidad emocional y un oscuro camino hacia el empoderamiento que resulta ser poco común en un relato de esta índole. Lady Macbeth es un film sumamente interesante, que cuenta con grandes valores estéticos, narrativos e interpretativos. Una sorpresa dentro de la cartelera, que atrapará a aquellos espectadores que busquen un relato poderoso a nivel visual e interpretativo. Un largometraje que dejará meditando por su audacia, por la falta de compunción de esta mujer empoderada que hará lo necesario para alcanzar su objetivo sin importar quién se cruce en su camino y sin medir las consecuencias. Un relato osado para espectadores osados.
Contrariamente a lo que su título sugiere Lady Macbeth (2016, estreno que llega con cierto retraso) no es un título shakespereano, está basada en la obra Lady Macbeth de Mtsensk del escritor ruso Nikolái Leskov y tuvo adaptaciones teatrales. La historia nos remite a un matrimonio acordado en el viejo Reino Unido de 1865, ella es inmensamente infeliz y él le dobla en edad y le brinda más órdenes/mandatos que cariño. Él es un hombre importante que suele estar de viaje y ella habita la enorme casa como si fuese una especie de florero. La verdadera protagonista de este cuento gótico y rural es Katherine, una excepcional Florence Pugh que transmite ambivalencia con una facilidad llamativa. Lady Macbeth funciona porque se trata de una disección de época que tiende a bucear en la psiquis de la protagonista femenina, quien está oprimida como lo están casi todas las mujeres en el relato, no es casualidad que llegue el affaire con Sebastián (Cosmo Jarvis), un tosco peón que hace valer su masculinidad y se planta a la par e incluso desafía la posición de poder que Katherine ostenta. Alexander (Paul Hilton), quien oficia del esposo prepotente, es asesinado en complicidad con su consecuente amante tras descubrir la infidelidad, escalando así en la espiral de la psicopatía. En Lady Macbeth no hay grotescos, sino más bien insatisfacción sexual y ambición por el poder. Las sirvientas tienen menos derechos que los gatos y la estética arquitectónica acompaña/aprisiona a Katherine. Los campos son silenciosos y solitarios y siempre hay una sensación de pesadez atmosférica. No se ve la luz del sol a menudo y cuando se la ve es en la antesala de un acto nada agradable (un niño le pregunta a Katherine por qué es tan bonita). Las visitas son por compromiso (totalmente acartonadas y carentes de empatía humana, vale recordar la vieja idiosincrasia de la postura corporal y el té inglés) y no hay a quien acudir, ni siquiera al amor de una pareja (Sebastián parece más una vía de escape ante este conflicto interior que una relación significativa). Esta adaptación dirigida por William Oldroyd es acertada porque no se casa con nadie; es decir, filma un cuento amoral, implacablemente malsano y no busca justificar la postura de los personajes pues son como son por imposición de las clases sociales a las que pertenecen. Se trata de una muy interesante propuesta para quienes busquen un cuento de época bien ambientado y sin mayores vaivenes fuera de la narrativa tradicional, y no hay que obviar la presencia de Florence Pugh que seguramente dará buenos papeles en un futuro.
Ambientada en Inglaterra en 1865 y basada en la novela de Nikolai Leskov, la historia nos adentra en la vida de la joven Katherine (Florence Pugh) quien, como se acostumbraba en ese entonces contrae matrimonio mediante un “arreglo” con el hijo de un noble inglés muy soberbio y maltratador llamado Boris Lester (Christopher Fairbank). Su hijo, Alexander, (Paul Hilton) no se interesa en ningún aspecto de su mujer, no le interesa ni sexualmente ni tan solo para conversar. Por supuesto, sigue los pasos de su padre, la ignora y desprecia. Su esposa es tan sólo un objeto que está ahí. Cuando padre e hijo salen de viaje por negocios ella queda a cargo de todo y en una recorrida por la finca descubre que su empleada doméstica, Anna (Naomi Ackie) está siendo objeto de “jugueteos” inapropiados por parte de los criados y empleados de la estancia, por lo que la Sra. de la casa la defiende, pero también posa sus ojos sobre uno de los empleados... Sebastian (Cosmo Jarvis) quien se convierte en su amante y posteriormente “socio” en el crimen ya que una cosa llevará a otra y será irrefrenable. No conviene adelantar mucho más porque lo interesante es todo lo que sucede una vez que comienza la aventura amorosa. Y además de lo apasionante de la historia, la combinación de matices en la actuación de Pugh con tan sólo 22 años, en la dualidad dulce esposa/asesina a sangre fría es digno de destacar y sin dudas le aguarda una larga carrera en el cine. ---> https://www.youtube.com/watch?v=Cpk1Gd2Red0 ---> TITULO ORIGINAL: Lady Macbeth. ACTORES: Florence Pugh, Cosmo Jarvis. Paul Hilton, Naomi Ackie. GENERO: Drama . DIRECCION: William Oldroyd. ORIGEN: Reino Unido. DURACION: 89 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años. FECHA DE ESTRENO: 17 de Mayo de 2018
Propuesta que llega en el momento justo. Su impronta histórica no habla de otra cosa que de un patriarcado que perdura hasta la fecha a fuerza de sometimiento y dolor. El debutante William Oldroy construye una narración en donde el sonido y el fuera de campo son parte fundamentales para acompañar la historia de una joven que es obligada a cambiar de estado civil y sufrir, desde ese momento, los embates del destino.
Lo primero que recordé al comenzar Lady Macbeth no fue ninguna de las tragedias shakespeareanas sino la versión de Cumbres borrascosas que hace unos años dirigió Andrea Arnold. Si bien la película de William Oldroyd no tiene el radical y casi excesivo control audiovisual que tenía aquella propuesta, hay en la puesta en escena –seca, austera, realista, nunca teñida de falso prestigio académico o literario– muchas conexiones. De hecho, si uno entra sin saber que no se trata de una adaptación del Macbeth de Shakespeare sino de la novela rusa de 1865 Lady Macbeth en Mtsensk tal vez suponga que se equivocó de proyección. Pero no. La “Macbeth” que inspira a esta otra está presente en espíritu, aunque la historia, trama y circunstancias sean muy diferentes. Aquí se narran los cambios de Katherine (Florence Pugh), una mujer que, al iniciar el film, se casa forzadamente con Alexander (Paul Hilton) un heredero un tanto excéntrico, distante y agresivo que la ignora sexualmente, la maltrata y la desprecia, lo mismo que hace su suegro. Entre ambos la tienen casi como prisionera en la casa, con una dama de compañía a su cuidado y encorsetada hasta para ir al baño. Es evidente que Katherine no tardará mucho en rebelarse. Al principio, su única manera de hacerlo es quedarse dormida en cualquier circunstancia, una manifestación física clara de su malestar y desinterés por la vida en esa casona. Pero poco a poco empezará a soltar otro lado suyo, oculto hasta entonces. Todo empezará cuando su marido y su suegro se ausenten por un tiempo y Katherine empiece un affaire fogoso con uno de los empleados de la casa, Sebastian (Cosmo Jarvis), con quien encuentra la satisfacción sexual que no tiene con su marido. En ese período Katherine se irá soltando cada vez más y convirtiéndose en la verdadera dueña de la casa, en la voz de mando a cargo de todo, permitiéndose liberarse de tanto tiempo reprimida. Pero ellos en algún momento volverán y allí las cosas tomarán un cariz violento, a mitad de camino entre la película de suspenso y el drama psicológico. Oldroyd, que viene del teatro, logra que sus escenas jamás se sientan como puestas sobre un escenario. Sus decisiones estéticas, la paleta de colores, las actuaciones de los protagonistas y la austeridad del vestuario, la casa, los objetos y hasta el paisaje hablan de un realizador que tomó los mejores referentes del llamado “cine de época” evitando en todo momento el lustrado falso de la adaptación de prestigio. Aquí todo es un poco oscuro, desangelado, chato: la vida en un caserón de campo en el siglo XIX vista sin ningún romanticismo ni nostalgia. Y es a partir de esa situación y esos lugares que la transformación psicológica y hasta moral de Katherine, que pasa de timorata a dominante, es totalmente creíble. La película no tiene un score musical y las actuaciones son excelentes porque se ajustan siempre al tono asordinado dominante de la puesta en escena. Aún cuando, sobre el final, la tensión se vuelva casi hitchockiana, la película jamás perderá esa suerte de modestia formal. Lo cual hace más efectiva la propuesta. Es la historia de una mujer que, en su lucha por liberarse de la opresión masculina, termina volviéndose también una opresora. Y los cadáveres que quedan en su lucha por el poder son los testigos (mudos) de ese giro histórico y dramático. Es como una especie de timorata Cenicienta que, a lo largo de intensos 90 minutos, termina convirtiéndose en una pariente cercana de Cersei Lannister. Los fans de Game of Thrones entenderán lo ajustado de las similitudes.
A Katherine la casan con un hombre con el que no debería casarse. Es el siglo XIX, en el campo, en Inglaterra. El lugar es imponente, la mansión es imponente, y a Katherine se le imponen una vida y una familia que no quiere. Lady Macbeth no está basada en Shakespeare -aunque hay conexiones y reenvíos- sino en la nouvelle Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolai Leskov, que fue la base de una ópera con música de Shostakóvich. Y es una historia de desamor, amor y deseo. Esta ópera prima de William Oldroyd se parece muy poco a lo que uno teme al entrar en "una historia inglesa de época". Los motivos son varios. Uno es que Katherine está interpretada con carisma y dominio del espacio -tanto en el interior como en la naturaleza- por Florence Pugh, indómita combinación de rostro dulce y ferocidad múltiple. Otro es que Oldroyd (como Alice Rohrwacher en el cine italiano) despunta como alguien que puede combinar tradiciones de su cine nacional con una energía descomunal y una idea nada quietista de la puesta en escena. En Lady Macbeth todo encierro se resuelve hacia afuera: no hay implosión silenciosa sino explosión emocional y física. Esta es una película de apariencia gélida desde su afiche que se transforma ante nosotros en un relato ardiente, en un film vital cargado de muerte; una especie de homenaje retorcido a algunas de las dimensiones que ponía en juego otro inglés llamado Alfred Hitchcock.
Una proto femme fatale de pura cepa Los crímenes de la protagonista permiten tensar las discusiones de género pero también cuestiones ligadas a la idea clase y “raza”. No es la primera ni será la última vez que Lady Macbeth de Mtsensk –la novela corta del ruso Nikolai Leskov que, décadas después de su publicación en 1865 en la Rusia zarista, supo ser llevada a las tablas musicales por el mismísimo Shostakovich– llega de una forma o de otra a las pantallas de cine. Quizá la más famosa de las adaptaciones cinematográficas sea la particular coproducción polaco-yugoslava dirigida por Andrzej Wajda en 1962, con su pantalla scope en blanco y negro haciendo las veces de telón de fondo de alto contraste para los horribles crímenes de Katerina Lvovna Ismailova, una mujer cuya naturaleza “nunca es capaz de recordarse sin un escalofrío”, según la acerada definición de Leskov. Que este notable spin-off shakespeareano llegue ahora de la mano de un director británico debutante, la historia trasladada al interior profundo del norte inglés, casi en tierras escocesas, no debería llamar la atención: la anécdota central del relato original es lo suficientemente diáfana como para soportar toda clase de viajes y las lecturas posibles sobre el personaje habilitan miradas muy diversas acerca de su temible accionar. Los chismes corren rápido y todo aquel que haya oído hablar de Katerina (Katherine en esta nueva versión, comandada por el director teatral William Oldroyd) conoce los datos esenciales: apasionada por un empleado de la finca en la que pasa sus días, una mujer de clase acomodada asesina a su suegro a sangre fría, punto de inicio de una serie de correrías homicidas diseñadas para mantener el statu quo, tanto el amatorio como el social. En Lady Macbeth, Oldroyd y la guionista Alice Birch llevan al límite algunos de los conceptos expresados entre líneas en la novela: la jovencísima y bella esposa de un comerciante, “comprada” por su padre junto a un lote de tierra, atraviesa la noche de bodas como un experimento en frustraciones y humillaciones, su lugar en el mundo absolutamente prefijado a partir de esa unión comercial travestida de connubio. El momento del doloroso peinado de su cabello, la literalidad asfixiante del corsé, y las horas y lugares de la mansión en los cuales le es permitido caminar o sentarse preparan el terreno para dos posibilidades: la lógica sumisión luego de una ligera resistencia o la mucho menos usual rebeldía, total y absoluta. Ese es el camino elegido por Elizabeth luego de un primer encuentro con Sebastian, un mozo a cargo de los animales de la casa cuyo carácter un tanto bestial es, precisamente, lo primero que llama la atención de la joven. Ayudan en gran medida las ausencias del esposo y su padre, en viaje de negocios por tiempo indeterminado; la prisionera comienza así a ocupar aquellos lugares que siente le corresponden por derecho propio. De allí al primero de los crímenes hay apenas un par de pasos y la única testigo indirecto del hecho es una empleada doméstica de piel negra que tendrá un rol importante en el desarrollo de la intriga. Esta reluciente Lady Macbeth elige tensar las discusiones de género, pero también bucea en las profundidades de algunas cuestiones ligadas a la idea clase y “raza”, aunque lejos del terreno de la corrección política. El personaje de Elizabeth podrá ser en un primer momento el peón de identificación para el espectador, pero esa empatía se verá empañada inexorablemente por los acontecimientos que no tardarán en ocurrir. Las acusaciones de academicismo que el film recibió desde su estreno mundial en el Festival de Toronto hace casi dos años tienen sus fundamentos, pero no es menos cierto que por cada plano perfectamente iluminado y compuesto (hay aquí una proliferación de simetrías casi pictóricas), por cada mota de polvo en flotación puesta de relieve por la fotografía, hay también una rabia y rebeldía casi punk, un descenso a cierta categoría de purgatorio personal que sólo puede gestarse como reacción a un infierno infligido por terceros. En ese sentido, es más que notable la caracterización central de la casi debutante Florence Pugh, quien hace de sus rasgos casi aniñados el reservorio de una pulsión de vida y de muerte inextinguibles. El final de Lady Macbeth, libre de las ataduras del texto original y del recuerdo de la versión de Wajda, no hace más que guiñarle el ojo al espectador contemporáneo, transformando literalmente a la anti-heroína, con broche dorado, en lo siempre se imaginó que era: una proto femme fatale de pura cepa.
El dramaturgo William Oldroyd eligió para su opera prima en largometraje a una historia nacida de la novela del ruso Mikolai Leskov (“Lady Macbeth de Mtsensk) que con el guión de Alice Birch traslada su acción a una zona rural de Inglaterra. Todo comienza cuando una joven, luego sabremos que a cambio de un terreno miserable, fue vendida por su familia, se casa con un terrateniente que mal convive con su padre. Su marido no muestra ni un dejo de humanidad ni cariño, su suegro es peor, la insta a cumplir con sus deberes maritales con más “esfuerzo”. Pronto se da cuenta que esta presa en esa casa donde la servidumbre vigila sus pasos, no la dejan salir a tomar aire y la soledad no tiene para ella mejor consuelo que descubrir la sensualidad y el sexo con un campesino fogoso. Pero esta mujer joven y sin derechos, menospreciada y maltratada, interpretada por Florence Pugh, con mucho talento y juventud (tenia l9 años cuando realizó este trabajo) sabe como desenvolverse. Deshacerse de su suegro y finalmente de cualquier obstáculo que se le presente. Una lady Macbeth sin culpa, sin pausa, sin fantasmas, letal y voluptuosa, rebelde y asesina. Una reina sangrienta y bella digna de una pintura flamenca, que fascina y repele.
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Bella, joven e infeliz Dirigida por William Oldroyd, Lady Macbeth puede desorientar al espectador distraído que elige qué ver guiándose únicamente por el nombre. No está inspirada en el personaje de Shakespeare sino en la novela breve “Lady Macbeth de Mtserk” del ruso Nikolai Leskov. De ritmo lento y con una fuerte intención contemplativa va a fascinarte si amas el cine europeo. Inglaterra rural de mediados de 1800. Katherine (Florence Pugh) está casada con un hombre al que no ama, es mucho más grande que ella y no está nunca en la casa. Tratando de lidiar con su soledad y con los maltratos que recibe por ser mujer, comienza a explorar su sexualidad junto a Sebastian, quien trabaja en la estancia. Lo central de la historia es la transformación que opera en Katherine. Del personaje sumiso y callado que es en las primeras escenas muta, de modo paulatino, en una mujer decidida, dispuesta a todo. Como el director elige los planos largos y un montaje lento, además de prescindir prácticamente de los movimientos de cámara, toda la tensión se deposita en la performance de su protagonista. Pugh hace un trabajo lleno de matices que genera una empatía instantánea. No solo atrapa nuestra mirada sino que mantiene la atención sobre ella en la hora y media que dura la película. El resto del reparto, con menor tiempo en pantalla, acompaña este desempeño con interpretaciones sobrias y realistas. Asociadas al arco de transformación de su figura central, Oldroyd actualiza también una serie de temáticas que, por lo general, rozan el cliché cuando son tocadas en estas producciones de época. Cuestiones de género, raza y status sociales subyacen a tramas y personajes secundarios, más sutiles que explícitas, mostrando una visión crítica e inteligente del contexto donde se ubica la acción. Desde el aspecto visual se recrean tanto los ambientes y los vestuarios como una iluminación que aparenta ser de velas. La centralidad del personaje femenino se resalta mediante el uso de una gama de colores fríos en su vestuario, que se contraponen con la calidez tanto de los ambientes que predominan en madera como de la iluminación, generando un sutil pero efectivo contraste entre fondo y figura. De tiempos lentos, contemplativa pero contundente, Lady Macbeth nos propone acompañar la historia de la liberación de Katherine de la mano de una gran interpretación de su protagonista. Como decía en la introducción, no es una propuesta para todo el mundo. Si vas al cine esperando emociones fuertes, aventuras o descostillarte de la risa, metete en otra sala.
Lady Macbeth es la ópera prima de William Oldroyd, un drama poco convencional con una fuerte figura femenina como protagonista. En pleno siglo XIX, Katherine es desposada a la fuerza con Alexander. En una época donde lo que se espera de una mujer es su eterna devoción, sumisión y fidelidad a su marido y hogar, Katherine no logra hallarse. Especialmente con un marido que parece despreciarla y que ni siquiera la toca. Y si a eso le sumamos la figura de un suegro posesivo e igual (o más desagradable), la vida de Katherine no parece destinada al mejor de los finales. Pero entonces su marido viaja y se queda sola en esa enorme casa que la mantiene encerrada. Su única compañía por unos días es la fiel criada, presencia que luego se tornará vital. En esos momentos encuentra la libertad que necesitaba para poder respirar entre tanto corset y encierro. Y se deja llevar por Sebastian, uno de los empleados que se convertirá en su amante y objeto de deseo. Con él siente todo lo que nunca iba a sentir si seguía las reglas. No obstante hay dos figuras que siguen estando presentes y amenazan con quitarle toda libertad. Su suegro y su marido. Y Katherine, dejándose llevar por su pasión y deseo hacia Sebastian, tomará las decisiones más terribles e inesperadas. A la larga, Sebastian saca a la luz un costado de Katherine que ni ella misma conocía, primero a partir de lo que le hace sentir en la cama pero luego develándole de todo lo que es capaz. Como si todo esto fuera poco, la aparición de una mujer y un niño que dicen ser apadrinados por Alexander terminará de agregarle leña al fuego. Entonces Lady Macbeth (que está basada en la novela rusa "Lady Macbeth en Mtsensk" de Nikolái Leskov que adapta Alice Birch, que también es el primer largometraje que escribe y llega a las pantallas) comienza a tomar tintes más oscuros e inesperados. Florence Pugh como Katherine logra brindarle mucha fuerza y carácter a su personaje, aunque lo haga siempre desde un lado sutil, a través de miradas fuertes que dicen más que las palabras, y de gestos que ella misma logra creerse. Es una heroína atípica, porque al mismo tiempo es villana. Prácticamente sin una banda sonora, haciendo que el silencio (mejor dicho, los sonidos ambiente) lo torne todo más opresivo, el film cuenta además con una notable fotografía a cargo de Ari Wegner que hace un gran uso de locaciones e interiores más austeros de lo que uno podría esperar, lejos de toda ostentosidad. También el vestuario forma parte fundamental del retrato, desde los vestidos que la hacen sentir aprisionada al camisón que se quita con miedo frente a su marido. Un drama de época con agregados de suspenso, "Lady Macbeth" es un retrato por momentos algo frío y que va incrementando su tensión hasta llegar a la resolución. Aquella que la encuentra a Katherine en apariencia en un lugar parecido a donde empezó, pero con un viaje emocional a cuestas que la transformaron por completo. Así, no esperen encontrar ni una adaptación de Shakespeare ni un drama romántico de época. "Lady Macbeth"es más oscura y original en su idea de retratar el empoderamiento femenino.
La clásica historia de época inglesa con una vuelta de tuerca hitchcockiana y actuaciones deslumbrantes.
Corresponde aclararlo: no se trata de la ambiciosa mujer que imaginó Shakespeare, sino de otra, más bien empacada y rencorosa, que imaginó Nikolai Leskov en "Lady Macbeth del distrito Mtsensk", allá por 1865. Pero ambas tienen algo en común, algo terrible: ellas desprecian "la leche de la humana benevolencia". Luego, hay diferencias. Difiere un poco la patología, y el grado de conciencia de sus crímenes. Y también difiere mucho la clase de marido que les tocó en suerte. La de Leskov es, al comienzo, la pobre víctima inocente de un mal matrimonio, sufriendo para colmo a un suegro odioso. Hasta que encuentra un amante, saca las uñas y empieza a ser victimaria. No diremos si le va bien, pero sí que es todo un personaje, que inspiró la famosa ópera de Shostakovich y Preis, en 1934; una tremenda película del maestro Wajda, "Lady Macbeth en Siberia" con guión de la serbia Sveta Lukic, 1962; otra de Roman Balayan, 1989, y ahora ésta de William Oldroyd, director de ópera y cortometrajista que así debuta en el largo. Buen debut, porque muestra precisión, estilo, y maneja el drama de un modo seco, elegante, tomándose su tiempo para asestarle luego al espectador dos o tres de esas sorpresas que revuelven las tripas. Lo ayudan muy bien Ari Wegner, director de fotografía; Florence Pugh, jovencita que sabe representar muy bien a una hermosa y tenebrosa psicópata, y Alice Birch, guionista que, solo alterando dos caracteres y el final, hace al personaje más actual y más terrible. Quién sabe qué le dirán las neofeministas.
La novela corta Lady Macbeth de Mtsensk (1865), de Nikolai Leskov, resultó una poderosa fuente de inspiración artística: a su influjo nacieron una ópera de Shostakovich, un ballet de Brucci y una película de Wajda. Más de medio siglo después que el maestro polaco, y sin temor a las comparaciones, el director de teatro y ópera William Oldroyd la eligió como materia prima de su primer largometraje, con un resultado notable. En principio, la historia parece una más entre la oleada de reivindicaciones feministas que por estos días copa las pantallas: la vida de una joven que, en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, se ahoga en las aguas de un matrimonio arreglado, bajo la tiranía masculina de su marido y su suegro. Pero la película escapa a la mera denuncia del patriarcado y se va transformando en una tragedia que honra sus raíces shakespearianas. Sus orígenes teatrales llevaron a Oldroyd y su guionista, la dramaturga Alice Birch, a obsesionarse con que su opera prima no pecara de ser teatro filmado. Lo que lograron es una peculiar mixtura de una puesta en escena teatral con la economía del lenguaje cinematográfico. Nada sobra: los escuetos diálogos se combinan con la gestualidad de los personajes para insuflarle vida a una narración con un dramatismo de un lento pero inexorable in crescendo. La preocupación de Oldroyd por despegarse del lenguaje teatral también tuvo sus frutos en cuanto a la belleza visual, con interiores que, según admitió el director, se propusieron -y consiguieron- reproducir el espíritu de los cuadros del danés Vilhelm Hammershoi. Pero nada de esto hubiera funcionado sin un protagónico como el de Florence Pugh, que transmite el tedio, la vitalidad y la rabia de una heroína para amar y detestar.
Siglo XIX. Lujosa residencia rural en un campo de Inglaterra. Katherine ha sido casada con un hombre poderoso, que le impone modos, destino y familia. Su misión, según las costumbres de entonces, es permanecer encerrada, obediente y silenciosa, esperando cada noche a su hombre en el lecho. El suegro exige descendencia, pero no será posible porque el esposo no puede consumar el matrimonio. Ella cada noche deberá posar desnuda y de espaldas, para que él se pueda autcocomplacer. Pero Katherine aprenderá desde esas privaciones a no darle la espalda más a nada y a nadie. Y a través de ese deseo desatendido, se irá topando, entre arrebatos incontenibles, con la libertad, el sexo y el crimen. La historia, basada en una novela de Nikolai Leskov, podía haber quedado convertida en otra ilustración de época, prolija y acartonada, pero aquí se convierte en una tragedia de furiosos contornos, con traiciones, sangre, ecos de racismo y sugerentes toques de reivindicación femenina, todo en medio de un escenario que ve alterar sus rígidas costumbres ante la irrupción de un corazón incontrolable que desde su cama desafiaba al orden establecido. Es la crónica arrebatada entre amor, desamor, dolor y crimen. La fuerza nace justamente de una heroína que se presenta como un ser pasivo que de a poco, entre el inmovilismo de esa casona, se pregunta por qué tener que hacer lo que se debe hacer, cuando su cuerpo le pide otras luces desde ese lecho que abre su ventana cada mañana anunciando un nuevo día. ¿Cuál es la forma?, pregunta este realizador debutante, de origen teatral que, lejos de apoyarse en las palabras, deja que las imágenes vayan contando todo. Y será el deseo carnal lo que transforma a esta muchacha, preparada para ser sumisa, a convertirse en un pequeño demonio revulsivo, que cruza todos los límites del patriarcado más extremo para darse el gusto de ser una mujer desafiante en un mundo donde los hombres tenían bajo su control el látigo, el dinero y el sexo, pero no sabían que al deseo no se lo puede encerrar.
Se encuentra basada en Lady Macbeth de Mtsensk, un relato que el escritor ruso Nikolai Leskov publicó en 1865, la trama se sitúa en la Inglaterra rural de mediados del siglo XIX. Katherine (Florence Pugh, “El pasajero”. Muy bien interpretada te conmueve, la podes amar y odiar) es bella, joven, vive sometida a una serie de humillaciones y desprecio por parte de su esposo. Se encuentra en una enorme casona llena de empleados, un día su marido se va por un largo tiempo como es lógico sin dar ningún tipo de explicaciones. Ella está sola y abandonada, rodeada de un gran bosque, con el personal de limpieza y de mantenimiento, se aburre, pero sus días cambian cuando conoce a su sirviente Sebastián (Cosmo Jarvis), comienza a tener una relación tormentosa y se libera de todo. Su doncella Anna (Naomi Ackie) ante tal situación se queda muda de miedo. Katherine ya no tiene escrúpulos ante nadie, desconoce a su suegro Boris Lester (Christopher Fairbank), y a su marido Alexander (Paul Hilton). Su transformación impacta, Katherine, ya no tiene la misma mirada, es un ser perverso, egoísta, siniestro y malvado, está dispuesta a vengarse de quienes la trataron como un objeto y es capaz de cometer cualquier crueldad. Esta es la opera prima del director británico William Oldroyd y la guionista Alice Birch, quienes nos dan buenos planos generales, fijos, frontales, hasta por momentos se utiliza la cámara en mano, su iluminación de otorga cierta sobriedad y exalta ciertas situaciones. Lo que resulta más impactante son las acciones, las miradas, las imágenes más que los diálogos y cuenta con una buena dirección de actores. Podemos observar la destacada fotografía de Ari Wegner. Tiene algunos elementos de la tragedia de corte shakespeariano (“Lady Macbeth capaz de matar por el poder).
Estrenada en las salas argentinas con una pequeña demora, Lady Macbeth es la cinta debut del cineasta británico William Oldroyd, filmada en 2016, y basada en la novela corta del escritor ruso Nikolai Leskov. La misma ya cuenta con una versión anterior magistral, realizada en la vieja Yugoslavia y dirigida por el maestro polaco Andrzej Wajda en 1961, llamada Lady Macbeth en Siberia, con Olivera Markovic en el rol principal. Para establecer diferencias, Oldroyd traslada la historia de Lady Macbeth a la Inglaterra de 1865, y nos cuenta la instancia por la que pasa la joven Katherine (Florence Pugh), quien es obligada a casarse con un hombre que poco tiene que ver con ella, y que es mucho mayor en cuanto a edad. Se percibe una marcada crítica al sistema patriarcal, concepto que tanto se repite en nuestros días. Ella es esclava en algún sentido del sistema, de la forma de vida que otros eligieron por ella, y le toca esperar, mientras tolera las ocurrencias y aventuras de su marido, que se demuestra más interesado en otros asuntos. No tardará mucho en desviar su atención en Sebastian (Cosmo Jarvis), un joven que trabaja en la finca de su esposo, y que tras un enfrentamiento inicial, termina encendiendo un fuego que Katherine tenía reprimido en su interior. Conllevar una relación amorosa con un empleado a escondidas, mientras su esposo está ausente, será motivo suficiente para generar una serie de conflictos que la joven Katherine parece dispuesta a resolver de la manera que sea, dejando en claro que posee un carácter fuerte, y que no se asusta a la hora de asumir uno o varios riesgos. Lady Macbeth se nos presenta en un comienzo como un drama de época, dotado de todos los elementos característicos de dicho género, con una ambientación y puesta de escena a la altura, y una fotografía atractiva. No obstante, el realizador británico coquetea con otros géneros, logrando entremezclar pequeñas dosis humorísticas, y conforme avance la película, y la trama vaya variando su perspectiva inicial, se va impregnando de dosis más vinculadas al cine de suspenso, logrando articular certeramente las variaciones genéricas. La actuación de Florence Pugh es más que acertada, y logra darle las matices pertinentes al personaje, cargándolo de una sentida doble personalidad, más pasional por un lado, mientras que en otros momentos muta a una tonalidad más fría y especuladora. Como suele pasar con muchas producciones de actualidad, se percibe algún que otro exceso en el desenlace, pero por suerte, no llega a manchar una cinta netamente recomendable. También es un punto a favor la capacidad de resumen, pudiendo Oldroyrd realizar en poco menos de media hora de película una obra redonda, que logra dejar una huella y un mensaje en el imaginario del espectador.
En su ópera prima, el realizador William Oldroyd presenta Lady Macbeth. Lejos de tener relación alguna con la obra de William Shakespeare, esta película está basada en una novela corta del escritor ruso Nikolái Leskov. La historia transcurre en Inglaterra en el año 1865. La joven Katherine (Florence Pugh) es obligada a casarse con Alexander (Paul Hilton), el hijo del dueño de una finca. Éste no sólo le dobla la edad, sino que también la maltrata psicológicamente y la utiliza como un mero objeto. La protagonista no sólo deberá lidiar con los malos tratos de su ahora marido, sino también de los de Boris Lester (Christopher Fairbank), el padre de éste, quien en realidad compró a la joven con un único objetivo: conseguir un heredero. Durante la ausencia de ambos hombres (quienes se fueron unos días por temas de negocios), Katherine conoce a Sebastian (Cosmo Jarvis), un joven que junto a un grupo de compañeros maltrata -y todo indica que iban a violar- a una de las empleadas del hogar. La protagonista, aburrida de su monótona vida, comienza un romance con este joven. Lejos de ser un drama romántico de época, Lady Macbeth muestra la evolución de un personaje que pasó de ser víctima a victimario, de oprimida a opresora. Cansada de las humillaciones y de ser tratada como un objeto, Katherine pasará de ser una mujer sumisa a convertirse en alguien completamente fría y dispuesta a todo con tal de conseguir sus objetivos. Si bien Lady Macbeth toma los elementos básicos del cine de época (el vestuario, la casa, los objetos y hasta la paleta de colores), elimina por completo el romanticismo que suele predominar en este tipo de películas. William Oldroyd, lejos de tratar con un tono romántico aquella época, muestra una realidad diferente a la que suele predominar en estas historias: el maltrato constante, tanto físico como psicológico, al que eran sometidas las mujeres día a día, quienes sólo eran consideradas como objetos que tenían como única finalidad satisfacer/servir al hombre. La casi inexistente utilización de música extradiegética y los pocos diálogos generan un clima de opresión y de tensión constante. Las escenas además suelen tener una larga duración y estar acompañadas por planos fijos. Estas decisiones que toma el director van de la mano con la soledad y el aburrimiento constante que siente la protagonista por el estilo de vida que le quieren imponer.
Una mujer de cuidado Casi como una radiografía traspolada de varias vertientes analíticas de la obra “Macbeth” de William Shakespeare, en la que se antepone la figura de Lady Macbeth, como la de mayor peso en la obra. Basado en la novela del escritor ruso Nikolái Leskov, publicada en el siglo XIX, y que retoma los tópicos de la obra de teatro, para configurar otro orden. El espacio físico es la Inglaterra rural de 1865, Catherine (Florence Pugh) fue casi vendida para consumar un matrimonio con Alexander (Paúl Hilton), un hombre amargado que la dobla la edad, subsumido al deseo de Boris (Christopher Fairbank), su propio padre, el patriarca de la finca, con un único objetivo, la descendencia. Pero Alexander no la desea, ni desea nada de esa ninfa que obtuvo como esposa. Ante la ausencia de ambos, durante un periodo de tiempo más o menos prolongado, ella da cuenta que puede ejercer el poder que no sabia que tenia. Es así que conoce, casi por accidente, o no tanto, a Sebastian (Cosmo Jarvis), un joven trabajador de la finca, la atracción es mutua y comienzan un ardoroso romance con una testigo casi insospechada, Anna (Naomi Ackie). Los límites se han resquebrajado, la obediencia ha desparecido, y ya nada volverá a ser lo de antes. Constituida por medio de unos planos fijos, mayormente amplios, sin movimiento de cámara alguno, con un montaje que apunta a conjugar la simetría de los mismos, sin música de ninguna naturaleza, ni incidental ni diegetica, que pueda distraer o apaciguar el impacto tanto visual como del guión literario. Sólo esos planos secos, duros, rígidos, fríos, distantes, que se contraponen e impactan al ardiente interior de los personajes, con el formalismo narrativo que le imprime el realizadorr, su perfección estilística y su resolución no parece ser la de un director debutante, pero lo es. La obra original exuda su conflicto clasista, en ello el filme lo respeta, sólo que agrega cuestiones más contemporáneas, desde el lugar de las mujeres en la sociedad hasta el sexo casi como liberador, sumado a eso, la película incorpora asimismo sin sobresaltos la discriminación racial, lo que señala al relato como una representación más excesiva, sin dejar de lado la posibilidad de trabajar la ironía, sutil como punto de inflexión del texto fílmico. Todo ello sostenido por las excelentes actuaciones, sobresaliendo la también debutante en la actuación de Florence Pugh. (*) Realizada en 1957 por Frank Tashlin.
COSECHARÁS TU SIEMBRA Nos llega un tanto tardía, pero esta joyita de época es digna de verse en la pantalla grande. En tiempos de empoderamiento femenino, #MeToo, Time’s Up, #NiUnaMenos y la constante lucha por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, “Lady Macbeth” (2017) nos trae una visión diferente de los abusos (físicos y psicológicos) que debe afrontar la joven protagonista, una historia bastante fuerte de la que no podemos evitar tomar algún tipo de partido. El realizador debutante William Oldroyd y la guionista Alice Birch se hacen eco de los temas más coyunturales adaptando “Lady Macbeth of the Mtsensk District”, un cuento corto de Nikolai Leskov que, lo queramos o no, tiene muchos puntos en común con “El Seductor” (The Beguiled, 2017) de Sofia Coppola o “Alias Grace” (2017), basada en la novela de Margaret Atwood. Sí, todas estas mujeres tienen algo en común, aunque sus historias sean muy distintas. En el caso de la jovencísima Katherine (Florence Pugh), nos trasladamos a la Inglaterra rural de 1865 donde fue obligada a casarse con Alexander (Paul Hilton), un hombre bastante mayor que vive bajo los condicionamientos de su longevo padre Boris (Christopher Fairbank), dueño de la propiedad y de los negocios que debe manejar su hijo. Katherine parece una reclusa dentro de su propio hogar, obligada a seguir una estricta rutina, mantener las apariencias, no salir de la propiedad y, por supuesto, concebir un heredero lo antes posible. Algo que resulta un tanto complicado ya que su esposo no parece estar muy interesado en mantener relaciones sexuales. Por el contrario, le gusta observarla desnuda y humillarla de todas las formas posibles. Más que esposa, Katherine es una esclava con ciertos lujos que sólo ansía la libertad y satisfacer sus propias necesidades. Llega el día en que los dos hombres deben partir para ocuparse de sus asuntos y ahí es cuando Katherine, por primera vez, se libera de su aburrimiento y sale a explorar el área. En los establos conoce a Sebastian (Cosmo Jarvis), un criado violento, tosco e impulsivo que llama inmediatamente su atención. El romance (y sobre todo la pasión) entre los dos jóvenes no se hace esperar, como los planes de la chica para proyectar un futuro juntos lejos del yugo de su familia política. Pero hay sirvientas que lo ven y escuchan todo, un suegro cruel y entrometido, y manipulaciones de Katherine, que podría llegar hasta las últimas consecuencias para lograr sus objetivos. “Lady Macbeth” no es una historia de amor, y no por nada toma el mote del clásico personaje de William Shakespeare. Habla, sobre todo, de “la gota que rebalsa el vaso”, y de las pocas herramientas de las que puede echar mano una mujer cuando está verdaderamente atrapada por la desesperación y los condicionamientos. Sí, siempre hay otras opciones, pero en la cabeza de esta jovencita, la escapatoria es una sola. Oldroyd filma in crescendo, aunque sus imágenes sean austeras y muchas veces estáticas; otro amante de la llamada puesta en escena planimétrica –como el amigo Wes Anderson-, que consiste colocar la cámara en un ángulo de 90 grados. Hay una simplicidad y sobriedad en cada plano que, ciertamente, perturba y ayuda a exteriorizar la psicología de la protagonista. La casa (la prisión), la habitación principal la celda), esa escalera tan angosta (la vía de escape)… cada elemento tiene un peso y se convierte en un personaje más de este relato que habla mucho más desde lo visual que desde sus diálogos. Katherine no es un agente del mal, es un síntoma de un tiempo donde las mujeres ni siquiera podían heredar las propiedades familiares, sino había una figura masculina de por medio que las validara. Hay una necesidad de rebelión desbordada contra su propia realidad y la de muchas mujeres, que acá excede el relato victoriano. Oldroyd convierte el “romance de época” en un thriller dramático donde Florence Pugh (“Marcella”) se lleva todos los laureles con esa mezcla de inocencia, sensualidad y manipulaciones. Los tiranos están bien remarcados, con Fairbank a la cabeza, por eso no podemos evitar pararnos en la vereda de la “víctima” que quiere dejar de serlo para convertirse en victimario. O no tan así, ya que podríamos decir que sus acciones son sólo consecuencia de sus deseos inmediatos y un tanto primigenios, que se van saliendo de control cada vez que las cosas no salen como lo planeado. “Lady Macbeth” es una gran historia, inquietante, reflejo de una época pasada y de una lucha que, todavía, se perpetúa en el presente. Su trasfondo va más allá del drama que plantea, y nos obliga a reflexionar sobre cada una de las decisiones de la protagonista, aunque moralmente no podamos apañarla. No es un documental, no está basada en hechos reales, pero Oldroyd y Birch saben cómo pavimentar el terrero para que salgamos del cine y comencemos (o continuemos) el debate. LO MEJOR: - Queremos ver más seguido a Florence Pugh. - La austeridad y el impacto con el que filma Oldroyd. - Temas que hay que seguir explorando. LO PEOR: - Ese ritmo no es para cualquiera. - ¿Por qué la ignoraron los Oscar?
Es sorprendente la frecuencia con que las películas se toman como propuesta moral, una pequeña fábula que se ofrece a lxs espectadorxs para que luego puedan debatir al respecto y tomar partido en cuestiones tan punzantes como “¿Está bien o está mal lo que hizo este personaje?”. “¿Lo tengo que entender o lo tengo que odiar?”. “¿Es malx o buenx?”. Como si el personaje fuera un vecino, o un primo lejano, importa más dictaminar su culpabilidad o inocencia que comprender cómo funciona dentro de una historia que lo excede y que tiene sentido. En esto Lady Macbeth, la película de William Oldroyd, se distingue por la construcción de una protagonista que genera empatía desde el primer minuto pero que, puesta a hacer una verdadera revolución (sangrienta) y tomar el poder en la casa de su marido, se va deslizando progresivamente hacia un personaje de villana. De hecho si las películas de época tuvieran precuelas y secuelas como las de superhéroes, la protagonista de Oldroyd podría ser una gran villana poderosa y despiadada, y Lady Macbeth la precuela que muestra cómo, en algún momento de la juventud, se convirtió en semejante tirana. En esta que es la primera película de un director de teatro, la protagonista se llama Katherine y acaba de casarse con el dueño de una mina en el norte de Inglaterra al que ella le interesa poco y nada. Es evidente que el padre de flamante marido lo convenció de que tomara esposa y tuviera descendencia, pero las intenciones del hombre quedan claras desde la noche de bodas, cuando le ordena a Katherine que se saque el camisón, apenas le mira el cuerpo desnudo y a continuación se acuesta dándole la espalda. Lo que se percibe en esa escena con respecto a ella es todavía más significativo: es una verdadera esclava. ¿O qué otra cosa es un cuerpo que debe estar en disponibilidad absoluta para el amo? Katherine puede vestirse y desvestirse, dormir y salir a pasear, hablar o guardar silencio, solo cuando el marido y el suegro se lo permiten. El resto del personal de la casa, y hasta el cura del pueblo, forman parte de la misma cadena de control de una esposa que, pronto nos damos cuenta, lleva la existencia más insípida posible. Vestida y peinada por Anna, su criada negra, los días son una sucesión de poses y el matrimonio una puesta en escena en la que Katherine no existe más que como una muñeca de manitos cruzadas. Al menos hasta que una corriente de brutalidad, sexo y descontrol desatada por Katherine se apodera de la casa. Filmada en el norte de Inglaterra, la película de William Oldroyd está basada en Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, una nouvelle de Nikolái Leskov que transcurre en Rusia, aunque parece ambientada en Dinamarca y, al mismo tiempo, en ninguna parte más que el cine. Oldroyd eligió ambientar su película en 1865, año en que fue publicado el relato de Leskov, pero no tomó ninguna de las convenciones para representar la época y de hecho sus personajes, sobre todo Katherine (Florence Pugh), parecen increíblemente contemporáneos. El enrarecimiento de la época se debe en parte a que el director se inspiró –casi copió– las pinturas del danés Vilhelm Hammershøi (1864-1916), cuyos interiores despojados con mujeres retratadas de espalda generan una rara mezcla de domesticidad y distancia. Pero si los interiores son daneses, cuando Katherine atraviesa el umbral de esa jaula vidriada que es la casa parece ingresar directamente en los páramos de Cumbres borrascosas, ambientada en Yorkshire. Hay otra cosa que Lady Macbeth tiene en común con esta novela de Emily Brontë, a la que se consideró infernal: si en Cumbres borrascosas se despliega una historia familiar en el tiempo para mostrar, sobre todo en Heathcliff, bajo qué circunstancias se puede producir un tirano, Lady Macbeth comprime en 90 minutos un proceso parecido y deja abiertos algunos interrogantes, de los cuales el más actual quizás sea si es posible que una mujer lleve adelante una toma del poder sin convertirse en algo muy distinto a la idea de mujer que ese mismo orden le impuso.
Basada no en Shakespeare, sino en una novela rusa, Lady Macbeth de Mtsensk, y ubicada en una Inglaterra antigua y rural, esta es la muy intensa historia de pasión y sangre de una mujer joven, sometida e infeliz, que hará todo por vivir su romance con un empleado de la casa. Sí, remite a la historia de amor prohibido entre clases de Cumbres Borrascosas, en el clima ominoso de una gran casa decadente en medio de los campos nublados. Pero Lady Macbeth propone una crónica bastante cruda de ese crescendo, jugada por tres personajes centrales, atrapante como un buen policial. Como una tela de araña, la joven apasionada se irá ocupando de tragar a todos los que se interpongan en el camino al cuerpo de su amante, revelándose ante los demás personajes -y el espectador- como imperturbable fuerza oscura, un espectáculo, gracias al trabajo de Florence Pugh, digno de verse.
Lo primero que surge aclarar frente al título de este filme que evoca la tragedia Shakesperiana “Macbeth” (1620) es que la película de William Oldroyd no deviene como referencia de esa obra magistral sino que surge de la adaptación la una novela del escritor ruso Nikolai Leskov (1865) un hombre de letras contemporáneo a Tolstoi y Dostoievski entre otros. Por otra parte está inevitablemente conectada con la transposición que hizo de este mismo texto el director polaco Andrzej Wajda (1961) bajo el nombre de Lady Macbeth en Siberia instalando este relato en su misma época y protagonizado por Olivera Markovic en el rol de Katerina, la poderosa fémina que empuja la trama hacia la tragedia mientras, entre líneas, Wajda despliega una crítica frente a una sociedad que funciona como una máquina de represión. Si el cine ha comprobado algo es que en ciertos relatos femeninos no hay nada más peligroso que alimentar la bestia que nace de una mujer sexualmente reprimida. Pareciera que esta idea funciona como una metáfora del poder que tiene la fuerza de la líbido, esa pulsión que mueve cielo y tierra cuando sale de las entrañas de un personaje en estado de “cautiverio”. La historia presenta la vida de una joven comprada como mercancía y obligada a casarse con un hombre mucho mayor que ella en un pueblo de Inglaterra allá por el 1800. Su marido la tiene más como un objeto adquirido que como una mujer a su lado a la cual ni siquiera accede carnalmente. Cuando él mismo se ausenta por un viaje hacia otras tierras la joven queda sin la custodia opresiva de su marido y su suegro que la controla en sus “deberes maritales”. Así es que traba una relación de amantes con un empleado que será la piedra fundamental para que Lady Macbeth nazca desde sus entrañas y arrase con todo lo que se oponga a su deseo. El filme presenta elementos muy atractivos como película de época, en vez de estar cargado de diálogos y detalles del decorado que la quieran mostrar como una obra preciosista la narración se centra mucho más en el uso de la imagen que ostenta en silencio el poder del narrador usando con austeridad los planos fijos antes que los móviles. Expone sus ideas con encuadres contundentes, un montaje sintético que condensa todo el tiempo lo que vive dentro y fuera del cuadro. Para cerrar la claridad del uso de las herramientas clásicas vemos a sus personajes siempre en acción y exhibiéndose con pocos diálogos, los justos y necesarios para llevar el drama en la dirección que el personaje femenino la empuja. Lady Macbeth enarbola este título por presentar a una mujer que -como otras tantas figuras femeninas de la literatura– ha atacado las reglas del mundo que la rodea. Pero sus procedimientos no son solamente los de la rebeldía que aparece por la fuerza de la liberación sexual, los deseos de consolidar una identidad y la necesidad de romper con la opresión, hacen falta unos condimentos más para poder tirar abajo todas las murallas que esta mujer derriba y las vidas que esa épica de la locura lleva en su camino. Para ser una mujer Machbethiana hay que tener deseos radicales de manejar el poder, capacidad de ejecutar sin piedad lo más inconcebible, ambicionar sin límites y vivir según las leyes de la ceguera pasional, que no está solo puesta en la pasión del encuentro amoroso sino en la pasión como padecimiento insoportable, fuerza que lleva a una persona a cometer lo más inmoral con tal de salvarse de su trampa emocional. Es interesantísimo ver un relato que inspira empatía con su protagonista con quien seguimos el derrotero de “querer ser libres”, transformado luego en “a cualquier precio” donde el precio está puesto en la vida de los otros y los límites que la existencia de otros impone frente a la libertad absoluta que Lady M desea y busca imperiosamente, que siente de vida o muerte. Por eso y de manera arbitraria aun cuando la vemos esgrimir una crueldad de hielo pareciera que hasta podemos desear que triunfe y logre su liberación imposible y absoluta, definitivamente una fantasía de libertad aniquilante. Para ello solo le viene a la mano una amiga fiel y devastadora: la locura. El relato respira una tensión constante, el derrotero hacia la catástrofe y la inmoralidad permanente ponen a la luz un clima Hitchcockiano de oprobio y transgresión donde el espectador es testigo de lo más malicioso y perverso, mientras el narrador juega a hacernos cómplices de lo prohibido de manera tan inteligente en su puesta y su discurso visual que nos quedamos allí dentro viendo lo que no debemos ver, sabiendo lo que nadie sabe y sin escapatoria posible. Por Victoria Leven @victorialeven
El mal en las manos - Publicidad - Transposición de la novela Lady Macbeth de Mtsensk de Nikolai Leskov, Lady Macbeth es un sólido (y sórdido) relato que tiene como protagonista absoluta a una mujer que pasa de la sumisión al egoísmo. Para un espectador desprevenido, puede ser toda una sorpresa ingresar a la sala y, a los pocos minutos de iniciado el film, encontrarse con “otra Lady Macbeth”, ya no la que imaginó William Shakespeare en la era isabelina, sino la que inventó Leskov en la Rusia zarista. El realizador William Oldroyd toma esta fuente y construye un film tenso, implacable, concentrado esencialmente en la percepción de una mujer. No obstante, la relación entre las obras del dramaturgo inglés y del novelista ruso existen, sobre todo en cuanto al eje temático del poder (más específicamente, de saber mover los hilos del poder), la seducción, el crimen y la culpa. Oldroyd mantiene la época, siglo XIX, pero la traslada al norte de Inglaterra. En ese mundo opresivo habita Katherine (ya no Katerina), una joven comprada junto a un lote de tierra para “ocupar” su rol de esposa para un hombre frío, déspota, desapasionado. Reducida a una serie de rutinas prefijadas (no por ella, claro), la joven deberá soportar no sólo el corsé con el que la criada la estiliza, sino también el corsé social, aquel que intenta mantenerla en un estado de sumisión. Cuando su marido se va de viaje, Katherine (una estupenda Florence Pugh) queda bajo la órbita de su suegro; tal vez, peor que aquel. La muchacha se enamora de un empleado de la familia cuya rusticidad está en las antípodas de la aparente civilidad de la casa y, a la par de las voces ajenas que susurran ese romance, la situación con el padre de su marido se tornará aún peor. Bastará un primer crimen para reubicar su posición dentro de la casa y ya nada volverá a ser igual. La propuesta de Oldroyd es casi siempre pictórica; cada plano tiene la elaboración de un cuadro, sobre todo en la materialidad que adquiere la iluminación, capaz de definir cada estado de ánimo y un omnipresente sentimiento de asfixia. En esa amalgama expresionista entre lo que el personaje siente y lo que el entorno, reticente, se niega a reconocer como una genuina pasión se consolida la estética del film, que también sabe aprovechar los espacios interiores –desde la mansión en plenitud, hasta el rancho donde se teje el adulterio- en planos en su mayoría estáticos para dar cuenta del encierro. En cuanto a los aciertos temáticos, vale la pena mencionar la ambigüedad que define al personaje, capaz de tensar su interpretación bajo la luz de algunos debates actuales vinculados al rol de la mujer. Debates que aquí aparecen problematizados cuando se empieza a hacer indiscernible la distancia entre lo lícito y lo ilícito, el sacrificio y el crimen.
DEMASIADO TEATRO No se puede analizar Lady Macbeth sin insertarla en las discusiones que se han dado, en los últimos años, en el mundo del cine por las denuncias de abusos. Nos encontramos aquí con una mujer que se rebela al orden dado y se impone al rol que se espera socialmente de ella. Es imposible dudar que la historia es interesante, pero como ha sucedido siempre en la crítica, las discusiones políticas interfieren bien y mal en el análisis del arte. Un tema políticamente correcto no es sinónimo de una buena producción. Puede que ambos intereses se unan y eso es muy bueno, pero este no es el caso. A Lady Macbeth le falta fuerza, se apoya demasiado en la historia, pero no tanto en cómo se cuenta. Uno de los intereses que persigue el film es mostrar cómo la protagonista se rebela. Vemos así cómo cambia su forma de actuar ante los demás. Sin embargo, esto no se da de manera natural. Lo más notable es la imagen de ella en ese sillón, donde vemos a la protagonista mirar a la cámara y cómo su cara se va transformando a medida que ocurren diferentes acontecimientos. Se entiende perfectamente lo que se quiere mostrar, pero aparece de manera sobreactuada porque sus acciones se desarrollan casi sin emoción ni fuerza. Sin embargo, en el personaje del amante sí podemos observar cómo impacta el cambio. Las escenas en las que aparece muestran una evolución en él que dejan como consecuencia un personaje totalmente distinto al que fue presentado al principio del film. El hecho de que las relaciones entre los personajes no terminen de construirse del todo es otro de los puntos que quita solidez a la película. Las reacciones y acciones que realizan son, ante esto, muy artificiales. No es posible justificar cómo los personajes pasan de desconocidos a íntimos de un momento para otro. De esta manera, los diálogos aparecen forzados. Aun entendiendo que hay una intención notable de imitar el estilo de actuación teatral, el recurso queda forzado al no verse conectado con otra motivación más que el artificio mismo. Este estilo de escenas y actuaciones del tipo teatral tiene, aun así, sus pro y sus contra. No es un recurso que resulte novedoso, ni el mejor llevado a cabo. Tiene cierto impacto, es verdad, por momentos funciona. Pero el abuso tiene como resultado que las actuaciones pierdan peso. Especialmente en Lady Macbeth es difícil definir si su actuación es mala o es la intención que sea tan forzada, pero aun así el artificio no cumple con su objetivo. Otro de los grandes problemas de la película es la falta de fluidez. Incluso con su poca duración, parece extenderse demasiado. Son bastante previsibles las acciones de los personajes y esto le quita sorpresa. Si a esto sumamos que el cómo no termina cumpliendo su objetivo, nos encontramos con una película que se hace eterna.
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El director William Oldroyd debuta en el cine al igual que la guionista Alice Birch, ambos con gran experiencia en el ámbito teatral. Se basan libremente en la novela Lady Macbeth de Mtsensk (1865) de Nikolai Leskov, que fuera publicada en su momento en la revista Epoch de los hermanos Dostoyevsky, y que setenta años más tarde Dmitri Shostakovich la convirtiese en una de las páginas más bellas y controvertidas de la lírica mundial. La acción se traslada de la Rusia rural a la campiña inglesa en el mismo período en que se escribió el relato. Katherine, la protagonista, habita en una austera y vacía mansión junto a su reciente marido y su suegro, latifundistas avaros y calculadores. Fue comprada junto a un pedazo de tierra. Se encuentra sola, abandonada y encerrada en medio de un páramo, tratada como un mueble más o un objeto sin ningún cometido. Su función es dejarse atender (vestirla, desvestirla, servirle los alimentos en el comedor). Su esposo, un ser atormentado y disfuncional, la somete a una serie de desprecios y humillaciones. De a poco la antiheroína se irá rebelando, mostrará la hilacha, dejará de ser una mosquita muerta para mostrar su costado de “femme fatale”. La prolongada ausencia de su cónyuge le permitirá dejar de ser una víctima para convertirse en victimaria y apartar de su camino a todos aquellos hombres que impidan su liberación. Es ahí cuando aparece su costado perverso, egoísta y siniestro a través de una personalidad obstinada, provocadora, con tendencias psicópatas sin ningún tipo de remordimientos. Para ello se sirve de Sebastián, su amante, un peón de establo sexy y fuerte pero que no muestra nada fuera de su externa masculinidad. Presenta los mismos dilemas morales que Lord Macbeth en la obra de Shakespeare, es un concepto, un catalizador, un instrumento del cual se sirve Katherine para lograr sus objetivos. Otra mártir de su despotismo será la criada Anna, testigo de su aburrimiento y frustración en un comienzo, para más tarde azorada ante los hechos que observa, registrar todo sin palabras, solo con sus ojos y su presencia. La simetría en imágenes fijas de las tomas interiores contrasta con la cámara en mano y los planos generales de los prados y el mar. La opresión de la casa representada en esos corsés y fajas que la aprisionan, frente al cabello suelto y la ausencia de formalidades cuando se encuentra en espacios abiertos. La cinematografía evoca los silencios estáticos de los cuadros domésticos de Vermeer, la luz inquietante y opaca del pintor danés Hammershoi y los retratos del artista inglés Joshua Reynolds. Una característica del film es la sucesión de tomas cortas, el director recurre a la repetición de escenas, primero como medio para mostrar la monotonía en la vida de Katherine, y luego para marcar los cambios profundos y decisivos que introduce en su vida diaria. El desequilibrio de las clases sociales está marcado por el color de la piel: tez blanca para elle y su familia política como signo de poder y dominación; negra para la criada y el hijo bastardo del marido; intermedia con tendencia oscura la del amante. Otro elemento inquietante es la presencia de un gato que se desplaza con comodidad y libertad por todos los ámbitos. Goza de una mayor autonomía que la patrona, es la invasión de lo exterior, lo salvaje (come tranquilo los restos sobre un plato sobre la mesa de la cocina como apertura de un tramo de intensidad sexual), lo imprevisto que pulveriza movimientos reglados y circunspectos ( cruce en la parte inferior del cuadro delante del féretro del suegro en el registro fotográfico). Katherine triunfa sobre sus predecesoras. No muestra el costado femenino, la debilidad que derrumba al personaje de Shakespeare, ni tampoco obtiene un castigo penal por sus actos como la de Leskov. En la de Oldroyd, está presente el ansia de libertad prohibida más que la obtención del poder, despojarse del patriarcado que la rodea para lograr su independencia, su emancipación. Una extraordinaria realización que explora la progresiva rebeldía de la protagonista, desmontando los mecanismos narrativos de la tragedia, al situarse en los tonos del drama esquivando sus convenciones.
La complejidad de la ópera prima de William Oldroyd no se enuncia pero se muestra. En esta transposición del relato del escritor ruso Nikolái Leskov publicado en 1865 (“Lady Macbeth de Mtsensk”), la psicología y la política se leen en las acciones. Nadie pronuncia las palabras clase, aristocracia, género, pero esas categorías sostienen el fondo simbólico de cada acto, lo que no significa que orienten el pensamiento. La acción sin discurso o la prescindencia de cualquier explicación moral son una hostil pero estimulante provocación.
Crítica emitida por radio.