Una lograda reconstrucción de época en la que el film noir se reinventa desde una puesta estilizada que se realza con el blanco y negro y soberbias actuaciones de Osmar Nuñez, Luciano Cáceres, Rodrigo Guirao Díaz, entre otros. Apuesta arriesgada pero victoriosa.
Detrás del crimen perfecto Con premios en el Buenos Aires Rojo Sangre, la película celebra el policial clásico y reflexiona sobre sus mecanismos. Con la atención puesta ahora en el policial, el realizador Daniel de la Vega logra un peldaño más en una filmografía que ha privilegiado al terror (La sombra de Jennifer, Hermanos de Sangre, Necrofobia, Ataúd Blanco). En todo caso, habrá que señalar que entre uno y otro género las puntas se tocan y muchas veces confunden. Allí, por eso, la figura señera de Edgar Allan Poe, a quien Punto Muerto rescata como efigie. Lo hace desde la recreación consciente de algunos de los elementos más clásicos de la narrativa detectivesca; el resultado es puro disfrute, y aquí lo mejor: logra un equilibrio entre las referencias que evoca y la historia que construye. De tal modo, Punto Muerto es propuesta detectivesca dual y orgánica; en otras palabras, y como desafío al espectador: adivine cuáles son los guiños que guardan los nombres y situaciones que el film esgrime (aquí se van a deschabar algunos), y a la vez, dilucide el misterio que ronda entre las paredes y los crímenes de un hotel. LEER MÁS El mismo color para recibir al otro Fernández | Acto en Salta LEER MÁS Alberto Fernández: "Nos dejan tierra arrasada" | Acto en Salta Punto Muerto podría suceder en una especie de limbo situado entre los años '40 y '50, en una reformulación que tiene al mismo cine como lugar de referencia. Allí, en ese hotel de cine, es donde convive la literatura y en todo caso desde donde ésta deba ser pensada. De esta manera, es sintomático que el ámbito en cuestión sean unas jornadas de literatura policial, cuyos atildados asistentes sean convocados por una suerte de Victoria Ocampo, anfitriona que interpreta Natalia Lobo. Pero para llegar allí, a ese hotel, primero hay que tomar un tren. Vale recordar que es en tren cómo llegó el cine a la gran pantalla, cortesía de los hermanos Lumière. Y, se sabe, es en los trenes donde las damas desaparecen y los pactos siniestros suceden. En tren, también, se encontraba aquella pareja en luna de miel, con Bela Lugosi y su sombra de angustia como compañía imprevista. Para arribar a un castillo modernista y usheriano, presidido por Boris Karloff. La película es El gato negro (1934), de Edgar Ulmer. De las mejores que hayan tenido a Poe como fuente de inspiración. Es ese hálito de cordura descompuesta el que ronda durante la travesía que el realizador Daniel de la Vega propone en Punto Muerto. El protagonista es el escritor Luis Peñafiel (Osmar Núñez), cuyas andanzas del detective ciego Boris Domenech en la colección El Séptimo Círculo le han labrado la simpatía de los lectores. Peñafiel (entre tanta referencia cruzada, vale recordar que es el seudónimo que utilizara el ilustre Chicho Ibáñez Serrador) es, por qué no, el "escritor de los pobres", el cultor empecinado en el policial perfecto, aquel que es tan leído y seguido así como cuestionado por una "prosa vacía". Su condición proletaria la delata el contraste que provocan su vestuario y comportamientos. Sobre todo con quien se revela como contrapunto, el ladino Edgar Dupuis (Luciano Cáceres), crítico literario a quien no le tiembla el pulso al momento de escribir para lacerar: la "prosa vacía" es una de sus sentencias. Entre ellos, destaca también el joven escritor Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), cuyas pesquisas literarias tiene a Peñafiel como una de sus plumas admiradas. ¿El crimen perfecto? Ése es el que tempranamente señalara Poe, en un cuarto cerrado. Tal vez con un orangután por protagonista. O en manos de un fantasma de guantes asesinos como seña. De la Vega se divierte en grande al escenificar las variantes, tanto desde la fantasía a la que aluden los relatos que el film mismo promueve, así como desde los que contiene la investigación que procura dar con el verdadero asesino. Porque la sangre comienza a correr, y nadie sabe por dónde entró ni salió el asesino en cuestión. El hotel se transforma en guarida criminal, y los sospechosos principales tal vez sean quienes tantas ficciones similares supieron promover. En otras palabras: de creadores y escritores, a personajes de sí mismos, atrapados en una telaraña que amenaza con volverles víctimas de sus propias fechorías imaginarias. Eso sí, Peñafiel y Lupus indagan fascinados, porque lo que está de por medio es la quimera, el sueño mayor, la posibilidad de finalmente dar con el desenlace perfecto. En este sentido, el manuscrito que Peñafiel guarda bajo el título "Punto Muerto" podría ser la consecución final de todo ello, el libro mejor escrito nunca, la llave secreta que salde la discusión de una buena vez y para siempre. Pero lo que sucede alrededor amenaza con ser todavía mejor, más perfecto. ¿Dónde mirar, en quiénes confiar? ¿Será "Punto Muerto" la novela tal vez mejor escrita sobre el dilema? (Digresión inevitable: existe en el cine argentino una muy atendible versión de El misterio del cuarto amarillo, dirigida por Julio Saraceni en 1947, con Rouletabille reconvertido en periodista e interpretado por Santiago Gómez Cou). LEER MÁS Mundial de rugby: Japón metió un batacazo ante Irlanda | Los anfitriones de la Copa del Mundo se impusieron 19 a 12 De algún modo, vale señalar, Punto Muerto es a su vez un film que rememora la tradición en la que se inscribe mientras señala un fulgor pretérito. Es decir, su puesta en escena recupera referencias estéticas idas, como pretexto fascinado. A la manera de una estrella fugaz. Es un recurso válido, que sabe que se consume a sí mismo, que no puede durar demasiado. Algo parecido sucede con el giallo (Sonno Profondo, Francesca) que cultivan Luciano y Nicolás Onetti (nada casualmente, Nicolás Onetti es productor asociado de Punto Muerto), pero en Punto Muerto la situación se percibe distinta: el giallo es italiano, mientras que el cine policial argentino posee (o tuvo) un repertorio de formas distinguibles, reminiscentes de un período que coincide con la época que se recrea. Vale decir, Punto Muerto guarda consigo un ápice melancólico, que surge del cariño puesto en la mímesis que evoca. Ahora bien, la mímesis dada en los clichés descubre una autonomía que hace del film un artefacto válido por sí mismo. Si hay una añoranza, ésta es involuntaria y apuesta por el desenfado, porque apunta a jugar con ella desde las posibilidades que abren los nuevos tiempos tecnológicos, capaces de despertar a aquel gigante que el cine argentino alguna vez fue. Por otra parte, y de manera fundamental, Punto Muerto se preocupa en indagar al género policial, lo hace cinéfilamente y dialécticamente: arribado el desenlace, la trampa estuvo siempre a la vista. No hubo engaño, sino cine.
Para los amantes del misterio, Agatha Cristhie, las historias de detectives y por supuesto la intriga de este tipo de cine tan particularmente literario, llega un proyecto nacional de alto vuelo, utilizando la estética en blanco y negro para entregar una trama cuidada al máximo y repleta de los crímenes que a todos nos gusta jugar a resolver. La falta de color y la forma tan melodramática, teatral al extremo, en que los personajes se manejan rápidamente le indican al público qué clase de libro están por leer. Cuenta con un gran elenco, en el que destaca el trío literario de Osmar Nuñez, como el autor consagrado, Luciano Cáceres, el despiadado crítico, y Rodrigo Guirao Díaz en el papel de un novelista novato. Los tres actores han sido victimas de un casting ideal y terminan disfrutando el juego en un mundo tan bien realizado, y con un tono tan particular, como éste. La reunión casual de estos tres personajes en el tren camino a una convención de autores va a iniciar una cuenta regresiva mortal. Una novela perfecta parece haber sido creada, pero lo que tendrá lugar es una carrera contrarreloj y contra la ley para concebir el relato detectivesco por excelencia: ¿Cómo realizar el crimen perfecto? Las huellas de su director se encuentran en toda la escena del crimen. Acreditado con la dirección, los encuadres y el guión de la película, Daniel de la Vega se encargó de que todo elemento se encuentre en su lugar, de la forma adecuada y combinándolos para que la experiencia sea verdaderamente la mejor posible. Mención especial para la excelentísima banda sonora, dirigida por Luciano Onetti, que definitivamente termina de darle forma de manera impecable a todos los juegos mentales, revelaciones y asesinatos. Con un ritmo lento por momentos pero siempre avanzando, da los suficientes respiros como para procesar el último giro narrativo y a la vez comenzar a adelantarse al siguiente. Abundan las sorpresas, los desarrollos inesperados. Una trama hecha por y para los amantes de las novelas de misterio llenas de sospechosos, asesinatos e intriga por doquier. Si te tientan las historias de detectives, sea en la literatura o en el cine, es imperdonable no buscar la forma de disfrutar de “Punto Muerto”.
Punto muerto: Audaz homenaje de un director fascinado con el género. Presentada en el 33° Festival de Mar del Plata y luego en el Buenos Aires Rojo Sangre, Punto Muerto (2019) es el nuevo policial de Daniel de la Vega que homenajea a los grandes clásicos del género, tanto de la literatura como del cine. En el imaginario popular, esta obra remite a las historias de Edgar Allan Poe, Sir Arthur Conan Doyle o Agatha Christie. Esta premisa supone una película arriesgada en la que el espectador se deja llevar por la estética, toda filmada en blanca y negro, la música orquestal, los títulos del comienzo, dejando paso a la acción que en sus 77 minutos se logra con creces. Décadas de 1940 o 1950. Luis Peñafiel (Osmar Núñez) es un escritor de novelas policiales que logró su fama a partir de su recurrente personaje, Boris Domenech, un detective ciego que resuelve los casos de sus historias. Peñafiel es invitado a una convención literaria en un hotel, al que llega en tren. En ese viaje se encuentra con Edgar Dupuis (Luciano Cáceres), un crítico cítrico que no tiene problema en despellejar a quien lea. Allí también coincide con Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), un escritor en ascenso que admira profundamente al escritor. Los tres hombres llegan al hotel donde los recibe su dueña (Natalia Lobo), otra fiel fanática de Peñafiel – tanto que su gato negro se llama Boris-. Después de la primera noche, ambos escritores encuentran un cadáver en la habitación cerrada por dentro, clásico enigma del género que Peñafiel ha utilizado en su última obra. A partir de este momento deberán averiguar qué sucedió. Osmar Nuñez (Relatos salvajes- 2014, Los padecientes – 2017) protagoniza la película como Luis Peñafiel, el escritor atormentado, y lo hace a la perfección. Rodrigo Guirao Díaz (Hasta que me desates, 2017) continúa desafiando los límites del “chico lindo” para ganarse un lugar en la pantalla grande. Luciano Cáceres (El hijo, 2019) muy versátil en sus interpretaciones, aquí lo demuestra una vez más. Natalia Lobo como femme fatale, Diego Cremonesi y Daniel Miglioranza acompañan muy bien. Daniel De la Vega, referente del cine de terror y comedia negra por títulos como Hermanos de sangre (2012), Necrofobia (2013) y Ataúd blanco (2016), ahora pone su atención en el policial, homenajeando a los grandes autores. El resultado es una película de narrativa clásica, sobre detectives, donde el gancho está en hacer que el espectador intente adivinar quién es el criminal dentro del hotel, y eso se disfruta mucho. La precisión que De la Vega le imprime a Punto muerto (2019) es inigualable, los planos parecen de otra época (no una recreación), los detalles de vestuario y peinados son exquisitos. La fotografía a cargo de Alejandro Giuliani realza la película logrando encierro en pocas locaciones y todo en blanco y negro, refiriendo al clásico film noir. De la Vega homenajea al policial clásico, como nunca en Argentina, con total respeto por el género. Con un guion sólido, la película funciona llena de enigmas a resolver, buenas actuaciones y giros inesperados. Los clichés son aplaudidos de pie en el juego dialéctico del gran director con el policial clásico.
Homenaje al policial Daniel de la Vega realiza con Punto muerto (2018) un film de época en clave policial, sobre un escritor cuya obra sobrevuela la literatura de Agatha Christie, Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, una excusa para ambientar en ese universo el enigma del cuarto cerrado. Un crimen en un cuarto cerrado es la única situación que el célebre escritor de policiales Luis Peñafiel (Osmar Núñez) aún no puede resolver. Un desalmado crítico literario (Luciano Cáceres) es el frío detractor que busca la oportunidad para humillarlo. Cuando éste desaparece, todos los dedos apuntan a Peñafiel quién, con ayuda de un discípulo (Rodrigo Guirao Díaz) tendrá que descifrar el misterio antes de que la policía lo acuse del crimen. La lógica deductiva de aquellos novelistas se hace presente en esta película, siendo el argumento con mayor precisión que haya escrito Daniel de la Vega a la fecha. Un mecanismo de relojería exacto para atar cabos sueltos y desestimar falsas pistas desperdigadas por la trama. Pero aquello que impacta es su destacado estilo visual, siempre con la cámara en movimiento y los planos en función de producir tensión narrativa, una marca distintiva del director de Ataúd Blanco: El juego diabólico (2016). Hay homenajes a los literatos mencionados y también a Jorge Luis Borges, Narciso Ibáñez Serrador (Luis Peñafiel es un seudónimo usado por Narciso Ibáñez Serrador en Historias para no dormir), Carlos Hugo Christensen (quizás el director argentino que más filmó policiales en el período clásico), y otros tantos para aquel que reconozca la referencia. Pero Punto muerto no deja de ser una película de Daniel de la Vega cuyo estilo fantástico impregna toda la historia. De este modo el “espectro” tiene connotación con el fantasma de la ópera dejando en algunos momentos la lógica realista de los relatos policiales de lado. Otro de los recursos con los que la película juega en un principio pero que luego abandona, es la historia dentro de la historia. El asesinato que vemos en un principio desplaza tantas pistas en la ficción escrita por Peñafiel como en la historia “real”, mezclando ambos universos y creando la psicosis de los protagonistas que no pueden distinguir fantasía de realidad, hecho que les provoca la locura tan habitual en el cine del director de Necrofobia (2014). Daniel de la Vega hace una de sus mejores películas a la fecha, en un estético blanco y negro para remitir a otra época. Las impecables actuaciones del trío protagónico cierran el clima alucinante de este relato cuyo crimen, recuerda a todos los crímenes y personajes del género policial.
Una apuesta arriesgada enfundada en un magnético blanco y negro es la que dispara Punto muerto, una historia de misterio, suspenso y terror plasmada a la vieja usanza como una evocación nostálgica por los relatos protagonizados por escritores y detectives. Luís Peñafiel -Osmar Nuñez, en un buen trabajo- acaba de finalizar una novela que plantea el crimen perfecto en una habitación cerrada. La resolución de su relato es reconocida por todos sus colegas escritores. Sin embargo, durante una convención desarrollada en un lúgubre hotel aparece el personaje Espectro, una figura escurridiza que comete crímenes sangrientos siguiendo el patrón de su historia y pone en jaque al mismo Peñafiel, a un joven escritor -Rodrigo Guirao Díaz- y a un crítico literario -un irreconocible Luciano Cáceres-. Peñafiel es acusado del crimen y deberá encontrar al verdadero asesino. Claro que en el lugar no falta una dama enigmática -Natalia Lobo-; un detective -Daniel Miglioranza- que sigue las pistas y un gato negro que presagia que lo peor está por ocurrir. Daniel De La Vega, un gran explorador del género de terror -La sombra de Jennifer, Necrofobia y Ataúd Blanco-, impacta con un caso policial que aparentemente no tiene solución y presenta hábiles giros de la trama, y a la manera de un ilusionista, confunde y engaña al público con las mejores armas narrativas. En la película se mezcla ficción y realidad con un comienzo atrapante que muestra el misterio de la habitación 217. El filme tiene el espíritu policial de Agatha Christie, ya que acumula sospechosos; el estilo visual del "Grand Guiñol" y también detalles macabros -el guante del asesino- como en las películas de Darío Argento. El montaje frenético, los encuadres y la envolvente y perturbadora banda sonora de Luciano Onetti también potencian y dan forma a todo el material presentado. Las referencias son amplias y abarcan desde los nombres de los personajes hasta el encuentro del trío protagónico que recuerda a Extraños en un tren. Punto muerto se disfruta de principio a fin y es una pieza clave en la filmografía del creador de Hermanos de Sangre, quien imprime tensión y unos paisajes de fondo que pasan tan rápido como el engaño al que se somete al espectador. El juego está bien servido entre una capa negra y afilados puntazos que salpican sangre.
Esta vez Daniel de la Vega (Hermanos de Sangre, Necrofobia, El ataúd blanco) se dedica al policial negro, el que homenajea a Edgar Allan Poe, al que recrea en ese gato negro, en el citado “El cuarto amarillo”, en el relato que recrea el policial clásico argentino de la época dorada de nuestra industria. A referencias literarias y preocupaciones de autores por lograr el cuento perfecto, que le da título a la película, se le articulan bien los hechos sangrientos. Un encuentro de autores de policiales que los lleva a un hotel es la excusa, el medio de transporte es un tren, un escenario donde tantos murieron y se amenazaron en films tan conocidos. Luis Peñafiel (El pseudónimo que usaba Chicho Serrador) es un autor obsesionado, un colega lo acosa, un crítico lo hostiga. En ese clima de discusiones sobre finales perfectos, el pasado admirado y la acción se suceden los cadáveres. Con una muy buena reconstrucción de época, en blanco y negro, buen vestuario, mejor sonido los protagonistas que se lucen con grandes actuaciones son Osmar Nuñez y Luciano Cáceres con dos personajes a los que le sacan el jugo. El buen elenco se completa con Natalia Lobo y Rodrigo Guirao Diaz.
En el más reciente film de Daniel de la Vega, Osmar Núñez (el abogado de Oscar Martínez en ‘Relatos Salvajes’) encarna al novelista detectivesco Luis Peñafiel, quien está de visita en un hotel para presentar su posible última obra: ‘Punto Muerto’, con la cual se convertiría en el primer autor literario en resolver el dilema narrativo de componer una explicación verosímil ante el concepto de una “habitación cerrada”. Durante su estancia, entablará una relación amistosa con su premiado discípulo Gregorio Lupus (Rodrigo Guirao Díaz) y padecerá de roces incómodos con su enemigo intelectual, el crítico de literatura Edgar Dupuin (Luciano Cáceres).
Un crimen imposible “Punto muerto” (2018) es un thriller nacional dirigido y escrito por Daniel de la Vega (“Necrofobia”, “Ataúd blanco”). Protagonizado por Osmar Núñez, el reparto se completa con Luciano Cáceres, Rodrigo Guirao Díaz, Natalia Lobo, Diego Cremonesi, Daniel Miglioranza, Enrique Liporace, entre otros. Filmada en una casona de tres pisos semi abandonada que está ubicada en San Telmo, la película ganó en las categorías de Mejor Director – Mejor Actor – Mejor Guión – Mejor Música del Festival Buenos Aires Rojo Sangre. Ambientada en los años 50, la historia gira en torno a Luis Peñafiel (Osmar Núñez), un famoso escritor de novelas policiales que viaja en tren para dar una charla organizada por la dueña de un hotel, la cual es admiradora de éste. En el recorrido, Peñafiel le muestra su última novela a un crítico literario (Luciano Cáceres) que pareciera nunca tener una opinión positiva sobre sus libros. Al encuentro se une un joven que es gran admirador de Peñafiel y quiere aprender de él, por lo que también se dirige al hotel. Luego de la presentación con los lectores, Luis se verá involucrado en un crimen que tiene aspectos muy parecidos a los que escribió en su última novela y encima sucedieron en la habitación contigua. De esta manera, Peñafiel y el aspirante escritor deberán descifrar quién fue el astuto asesino. Con claras referencias a los relatos de Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Alfred Hitchcock y Edgar Allan Poe, “Punto muerto” desde su comienzo nos introduce en un tipo de cine que en la actualidad ya no se realiza. Con los créditos puestos en el inicio, una música súper estridente y una fotografía en blanco y negro, la película busca homenajear en cada escena a los clásicos policiales negros de los años 40 y 50. ¿Lo consigue? Sí, pero a la vez resulta inevitable darse cuenta que por querer aclamar a las películas de antaño, en esta producción se pierde de vista la construcción de un buen guión. Aunque el filme capta la atención del espectador a partir de las actuaciones (que son más teatrales que cinematográficas), la puesta en escena y el misterio central que gira alrededor de cómo el asesino pudo escaparse de una habitación con ventanas y puertas cerradas por dentro, pronto la trama se vuelve más rebuscada que convincente. Esto contradice a lo planteado en los primeros minutos del filme, ya que es el propio protagonista el que explica que la resolución de una novela policial debe ser tan simple como sorprendente. Sin tener mucha lógica ni sentido, y con un gato negro que funciona solo como easter egg ya que tranquilamente podría no aparecer y la película sería lo mismo, “Punto muerto” lucía prometedora pero termina convirtiéndose en una chance desperdiciada por construir un apasionante relato de género. Eso sí: volver a ver cine en blanco y negro en la pantalla grande resulta una experiencia gratificante.
Daniel de la Vega es un director argentino arriesgado. Incursionó en los inicios en películas de terror directo a video en inglés para el mercado yanqui (con La muerte conoce tu nombre), hizo cine de terror en 3D (Necrofobia) o hasta películas de terror en inglés con Faye Dunaway (Jennifer´s Shadow, co-dirigida con Pablo Parés). Además humor negro (Hermanos de Sangre) y terror con caras reconocidas de la tele (Ataúd Blanco). Con este prontuario no es extraño que para su nueva película elija contar una historia en blanco y negro, un misterio Agatha-Christiano digno de Allan Poe con un asesinato y un gato negro incluído. Si pensás, salís… Punto Muerto cuenta la historia de un escritor (interpretado por el gigantesco Osmar Nuñez), que parece haber encontrado la solución al famoso misterio del cuarto cerrado: una muerte en un lugar cerrado, sin posibilidad de entrar o salir, y en el que nadie sabe quien fue el responsable. Claro que la crítica (representada por un muy buen Luciano Cáceres) no le cree y lo enfrenta a otro escritor (interpretado por dignamente por Rodrigo Guirao Díaz), uno más novel que el protagonista, que lo admira profundamente y que a su vez funciona como potencial amenaza. De repente, una muerte muy similar al escrito ocurre, y Luis Peñafiel (nuestro protagonista) queda en la mira como un posible asesino. La película, ambientada en una posible realidad entre los 40s y 50s, es un gran ejercicio de estilo; la música, el sonido, la composición y sobre todo la fotografía son pilares en los que se apoya una producción que ya de por sí se sabe que no tiene el presupuesto de las grandes producciones. Pero, por suerte, no es necesario justificarla: la película se mantiene por sí sola. Daniel de la Vega vuelve a apostar y vuelve a ganar, apoyado por un gran trabajo actoral, en el que también participan Natalia Lobo, Enrique Liporace y la bellísima María Eugenia Rigón. El gato estuvo aquí Punto Muerto es un mecanismo de relojería, cada uno de los elementos cinematográficos están a disposición del relato. Un relato que (como sus fuentes) se va cocinando a fuego lento, con una conclusión que nos hace pensar cuanta casualidad hay en que se estrene el mismo día que Guasón. En tiempos donde no es común ver muchos estrenos nacionales de género, es para festejar la aparición de un producto como éste, jugado, diferente, tan lleno de cine.
El director Daniel de la Vega es el responsable de, entre otras, Ataúd blanco, La muerte sabe tu nombre, Hermanos de sangre y Necrofobia. Con esas películas se convirtió en uno de los estandartes del Cine Independiente Fantástico Argentino (CIFA), corriente artística que, luego de la muy recomendable Aterrados, de Demián Rugna, encuentra en Punto muerto uno los puntos más altos de los últimos años. De la Vega –coguionista también de la inminente Soy tóxico– dice en las notas de prensa que Punto muerto es “un viaje a un tipo de cine no tan reconocible para muchos jóvenes”. Se refiere al noir de los años '40 y '50, aquel en el que detectives generalmente torturados intentaban resolver un crimen con la ayuda de un asistente. Sobre esa base parte esta historia que gira alrededor de Luis Peñafiel, un escritor de policiales que, a principios del siglo XX, asiste a una convención junto a varios colegas. Peñafiel (Osmar Nuñez) acaba de finalizar una novela que plantea el crimen perfecto en una habitación cerrada, resolviendo así uno de los grandes enigmas del policial. En el viaje en tren rumbo a la convención se cruza con un crítico literario (gran trabajo de Luciano Cáceres) y conoce a un joven escritor/admirador (Rodrigo Guirao Díaz). El asunto se complica cuando esa misma noche ocurra un crimen muy parecido al imaginado por Peñafiel, lo que lo convierte en principal sospechoso. Lo que sigue es un juego de intrigas que se nutre del imaginario habitual de Edgar Allan Poe, Agatha Christie y Arthur Conan Doyle, en tanto ambos escritores intentarán dilucidar qué tan viable de aplicar es la resolución propuesta por Peñafiel en su libro, todo en un contexto donde De la Vega cruza lo policiaco con lo fantástico. Con una fotografía en blanco y negro expresionista y deliberadamente artificiosa, Punto muerto es también una inteligente reflexión sobre el arte y los mecanismos de los procesos creativos. De la vega, además, es consciente del largo linaje en el que se encuadra su película, y por eso incluye múltiples referencias a figuras del policial y el cine de género. Referencias que, lejos del capricho, son funcionales a la construcción de un relato tan atrapante como original en el cine nacional.
El poeta Guillaume Apollinaire aseguraba que Fantômas, la saga literaria de los franceses Allain y Souvestre, había encontrado en el cine, merced a un público entusiasta, el poder imaginativo que sugería la letra. Y Daniel de la Vega, director argentino con buen ojo para captar la esencia popular de los géneros menospreciados, encuentra en la escurridiza figura del Fantômas cinematográfico la mejor inspiración para su villano Espectro, el enemigo mortal del sagaz detective Boris Domenech. Ese mundo de enigmas de alcoba, fronterizo con el horror, nutre la imaginación de Luis Peñafiel (Osmar Nuñez), escritor al que De la Vega viste de la ambigüedad prestada de la serie negra, del alcoholismo y el talento mancillado por las envidias públicas. Por ello la película, como un gran hallazgo, entrelaza el misterio literario del cuarto cerrado con la encrucijada creativa del escritor, la estética frontal del cine mudo de Feuillade con el contraluz del noir de los 40, las citas a la colección Séptimo Círculo con los dilemas de prestigio de todo autor de best sellers. Pese a algunas afectaciones de estilo y actuaciones dispares, la película se desprende de la cárcel del homenaje para nutrirse de energía a medida que se acerca al turbulento corazón de Peñafiel. Como su ciego detective, a tientas entre los hilos de la ficción, el héroe de De la Vega le debe más al cine que a la letra, a la paranoia de su mente que a la verdad de su creación.
Cultor del cine de género, especialista en terror, Daniel de la Vega (Hermanos de sangre, Necrofobia, Ataúd blanco) ahora ensaya un tributo a los relatos policiales clásicos. Punto muerto presenta una ambientación de Agatha Christie para contar una historia que homenajea a autores como Gastón Leroux o Edgar Allan Poe y sus misterios “del cuarto cerrado”, como El misterio del cuarto amarillo o Los crímenes de la calle Morgue. Todo transcurre a mediados del siglo XX, en un hotel ubicado en la montaña, a donde llegan escritores y críticos para participar de un congreso de literatura policial. Un autor prestigioso pero pasado de moda (Osmar Núñez) se jacta de haber encontrado la resolución perfecta para el "enigma de la habitación cerrada" en su nueva e inédita novela, ante la admiración de un ascendente y joven colega (Rodrigo Guirao Díaz) y el escepticismo de un crítico despiadado (Luciano Cáceres). Durante su estadía en el hotel, el escritor será el protagonista de un misterio como los que acostumbra a narrar. De la Vega hace de la notoria limitación presupuestaria una virtud y resuelve la puesta en escena de época con recursos simples pero efectivos -filmación en blanco y negro, imágenes fijas de paisajes y lugares-, que acertadamente no buscan disimular su carácter ficticio y teatral, sino que lo subrayan. En cuanto a lo narrativo, intenta seguir los principios que enumera el protagonista: el relato debe ser sencillo; el criminal debe tener un móvil secreto y estar siempre en primer plano; y la resolución debe ser sorprendente y verosímil. Digamos que el que menos se cumple es el primero: la historia se carga de explicaciones y se complica demasiado, pero no tanto como para arruinar este ejercicio de estilo.
Interior, años 30-40. En el mismo tren viajan el exitoso escritor de historias protagonizadas por un detective ciego, el joven colega que lo admira, y el presumido crítico que lo detesta. Presumido, almidonado, y dispuesto a demostrar in situ los errores lógicos y la supuesta torpeza del escritor exitoso. El tren, la estación, el paisaje de fondo, el hotel donde se desarrollará la intriga, todo es como en las películas de antes, entera y evidentemente filmadas en estudios, y todo disfruta de la amable “suspensión de la incredulidad” que le concede gustosamente el público. Quienes quizá no disfruten demasiado son los sucesivos muertos que van apareciendo. Bueno, es difícil conformar a todos. Nosotros, por ejemplo, en vez de la palabra “fin” habríamos preferido “continuará”, y que la película no terminara nunca. Así es “Punto muerto”, regocijante intriga policial de estilo clásico, que brinda con equipos modernos, un singular homenaje al cine de los viejos, hermosos tiempos, y a los novelistas de aquel entonces, cuyo ingenio se mantiene fresco. Hablamos de Agatha Christie con sus elegantes investigaciones de salón, de Poe y Gastón Leroux con el insondable misterio del cuarto cerrado para todos menos para el homicida; la dupla Allain-Souvestre, el primer Hitchcock, Christensen, Clouzot y otros buenos maestros que nos metían con todo cariño y precisión en un mundo inquietante y a la vez reconfortante de pura fantasía. Autor, el experto en cine “de género” Daniel de la Vega, que aquí abunda en guiños y homenajes (por caso, aparece el nombre de Luis Peñafiel, que era un seudónimo de Chicho Ibáñez Serrador) y dedica el resultado al venerable Richie, del videoclub de Liberarte, que muchas veces alentó su formación fiándole el alquiler de los videos. Luego, cuando hubo dinero, de la Vega supo dirigir a la propia Faye Dunaway. Lo acompañan Alejandro Giuliani, director de una excelente, muy adecuada fotografía en blanco y negro, el músico Luciano Onetti, técnicos fanáticos del cine y muy lindo elenco, encabezado por Osmar Núñez, Rodrigo Guirao Díaz, Luciano Cáceres y Natalia Lobo.
Ningún cuchillo de hielo En una época indefinida que suena a principios del siglo pasado, atravesando en tren una región que podría ser de las nuestras pero que recuerda a otras más británicas, un consagrado escritor de best sellers policiales adelanta a un ácido crítico su próxima novela, en la que su recurrente detective ciego se enfrenta al más difícil de los enigmas clásicos del género: un cadáver en una habitación cerrada por dentro. Otro pasajero los escucha y se acerca, presentándose como un escritor novel admirador del veterano Luis Peñafiel y con una similar enemistad por el crítico resentido al que nadie parece poder complacer. Los tres se dirigen a una serie de charlas organizadas por la dueña de un hotel, admiradora de Peñafiel al punto de bautizar a su gato Boris como su famoso detective. Las rispideces entre autor y crítico continúan durante la primera de las charlas, donde el primero provoca al escritor hasta que le entrega su última novela aún inédita, convencido de que esta vez logrará impresionarlo. Pero no es así y ambos se trenzan en una violenta discusión tras una devolución lapidaria del crítico que deja desesperado a Peñafiel, quien ebrio se propone reescribir su novela. A la mañana siguiente despierta disfrazado como el villano de su obra y sin recuerdos de lo sucedido, pero en la habitación de al lado el crítico yace muerto con varios detalles idénticos a como fueron escritos en su historia, incluyendo la puerta cerrada por dentro. Sabiéndose el principal sospechoso, Peñafiel y su joven discípulo se proponen resolver el misterio del cuarto cerrado antes de que alguien más descubra el crimen. Boris, un gato con perlas Aunque de antemano es una decisión arriesgada que puede alejar público, Punto Muertonecesariamente tenía que ser en blanco y negro. Desde la escena de créditos iniciales, con la imagen de un guante flotando en un barril y una música orquestal que recuerda al cine de mitad del siglo XX como marco al listado de elenco y equipo, se establecen las reglas de todo lo que se viene. Es necesario dejar inmediatamente todo esto en claro para que cuando comience la acción hagamos la vista gorda ante los ucronismos que se vienen, presentando ambientes y personajes que costaría ubicar en la Argentina de hace cien años pero que sin duda remiten en el imaginario popular a cualquier historia de Sir Arthur Conan Doyle o Agatha Christie. Las referencias son claras e intencionales mientras el dúo de escritores se embarca en la tarea simultánea de resolver y ocultar el crimen cometido; el veterano necesita probar su inocencia mientras que el joven busca un final para la novela que lo consagre, tan ansioso parece por poder hurgar en el genio de su admirado Peñafiel que bien podría estar dispuesto a cometer un crimen para incentivarlo. Varios sospechosos se suceden mientras intentan resolver satisfactoriamente el más difícil de los misterios, y De la Vega sin dudas lo hace de la mejor forma para cerrar su historia, una que sin embargo nos exige complicidad como público para que funcione. Porque si bien todo lo que sucede juega con las reglas del género que homenajea, también pide que olvidemos mucho de lo que aprendimos en el siglo posterior y no faltará quien denuncie haber sido engañado por algunos de los giros necesarios para finalizar la trama. Pero así como hay solidez en el guión y en muchas de las decisiones visuales que toma para representarlo, la dirección de arte es el punto más endeble de esta producción. Incluso en el caso de que se esté queriendo imitar el estilo del cine clásico, hay que ser generoso en la suspensión de la incredulidad para tomar por verosímil a buena parte del vestuario y la ambientación, departamentos nada menores a la hora de analizar una historia que recrea una época. Si bien se ven beneficiados por la monocromía, no alcanza para sugerir un verosímil sostenido a lo largo de toda la película. Esto se hace incluso más notorio en algunos innecesarios planos exteriores: ante las limitaciones para realizarlos de forma más efectiva podrían habérselos ahorrado y sumar solidez a un conjunto que de todas formas apuesta a la originalidad y acierta varias veces.
"Punto muerto": un policial chapado a la antigua El policial es una de las columnas sobre las que se apoyan las industrias del cine y la literatura, aprovechando una popularidad que parece inagotable. A casi 180 años de que Edgar Allan Poe redactara su acta de nacimiento con la trilogía de cuentos protagonizados por el detective Auguste Dupin, y luego de mil y una reencarnaciones, el género sigue gozando de buena salud. Por eso no es extraño que Daniel de la Vega, uno de los impulsores de la escena del cine de género en la Argentina, haya decidido abordarlo en su nueva película, Punto muerto. Aunque su nombre es reconocido sobre todo por su vínculo con el terror, De la Vega se permite aquí jugar con la variante detectivesca, expresión que estableció las reglas básicas de su funcionamiento narrativo. La estructura de Punto muerto se inspira y funciona como homenaje a esa estirpe clásica del policial, tanto en el campo cinematográfico como en el literario. La mención a Poe no es entonces caprichosa, como tampoco lo sería ensayar una lista que incluyera a Arthur C. Doyle, Agatha Christie o Emile Gaboriau, entre tantos que ayudaron a darle forma a la estética detectivesca en el campo literario. O mencionar los clásicos films de monstruos de los estudios Universal, algunas producciones de la británica Hammer o las películas del Doctor Phibes, protagonizadas por Vincent Price, como posibles fuentes de inspiración y objetos de reverencia en el terreno del cine. De la Vega busca que su propuesta encaje de forma precisa en ese molde que intenta replicar/ homenajear. La trama y el misterio se sostienen en torno de un crimen de cuarto cerrado, génesis del policial en tanto pertenece a la misma clase de enigma que debía ser resuelto en “Los crímenes de la calle Morgue” (1841), el primero de los cuentos de Poe protagonizado por Dupin (desafío que luego enfrentaron otros detectives, de Sherlock Holmes al Padre Brown). Además la historia se desarrolla en un escenario que termina de crear el ambiente adecuado: un seminario de literatura policial que se realiza en un señorial hotel de campo, donde un prestigioso escritor dará una charla sobre el género y presentará su último libro, en el cual el detective que lo protagoniza logra resolver, claro, un asesinato cometido en un cuarto cerrado. Filmada en un expresivo blanco y negro, De la Vega le insufla al relato cierto espíritu victoriano, al mismo tiempo que alude a la escena literaria local de la primera mitad del siglo XX (incluyendo citas directas, como la colección Séptimo Círculo creada por Borges y Bioy; o el personaje de una aristocrática gestora cultural de apellido Ocampo). El tono recargado de las actuaciones también remite a viejas estéticas cinematográficas, misma dirección en la que apunta el personaje de un inspector llamado Christensen. Más allá del juego alusivo, emergente de una voluntad celebratoria, Punto muerto se aferra demasiado a los trucos formalistas, así en lo narrativo como en lo visual, y por esa vía acaba retorciendo en exceso su propio imaginario. Es cierto que el detalle puede representar un lastre, pero no alcanza a arruinar la experiencia.
El crimen perfecto En un homenaje sentido a la literatura de misterio y terror, y excelentemente trabajado en su desarrollo para el camino final a una entrega magnifica y a la vez una clase perfecta de cine, Daniel de la Vega da origen y presenta Punto muerto; me atrevo a decir, considerando que su trabajo como director es impecable, estamos frente a una de sus mejores obras. De la Vega da en el punto en la búsqueda y trabajo del ritmo necesario, y trabaja, a partir de un elenco perfecto, resuelve, con la decisión de generar una película en B&N, un relato supremo que realmente es un gusto ver en la pantalla grande. El enfrentamiento entre los dos protagonistas principales, Osmar Nuñez como Peñafiel y Luciano Cáceres, como el afectado crítico que le propone el reto que genera el primer puntapié de la trama, es muy logrado. No se quedan atrás los restantes integrantes del elenco: Daniel Miglioranza, Enrique Liporace, Rodrigo Guirao Díaz, Diego Cremonesi, Sergio Boris y Natalia Lobo. Alejandro Giuliani realiza un perfecto trabajo con la fotografía y lo mismo ocurre con Luciano Onetti y la música creada exclusivamente para la película. Punto muerto es un maravilloso y sentido recordatorio del cine clásico y de la literatura de horror y de misterio, con la calidad de una película que puede perfectamente convertirse en un trabajo a la altura de las más grandes muestras del cine local.
RECUPERANDO EL POLICIAL CLÁSICO Un novelista de policiales (Osmar Núñez) viaja a una charla de escritores que se realiza en un hotel de la campiña. Un crítico (Luciano Cáceres) lo desafía para que le entregue su última novela inédita. Cuando espera la devolución de la crítica que este escribió, lo encuentra muerto en la habitación contigua del hotel. Junto a un escritor novato (Rodrigo Guirao Díaz) tendrán que resolver el misterio del crimen, ya que la habitación estaba cerrada por dentro: entonces cómo es posible hay entrada o salido el asesino. Se pueden encontrar muchas virtudes en Punto muerto, lo nuevo de Daniel de la Vega, un policial de enigma con atmósfera de cine clásico de los 30 y 40. Un film donde los diálogos son parte fundamental del entramado para que el guión sea sólido y fundamentado, acompañado de actuaciones sublimes como las de Núñez (entre los mejores actores de esta generación), Cáceres y la sorpresa de un Guirao Díaz que no desentona en ningún momento y termina funcionando apropiadamente como ese co-equiper en la línea Watson que estos relatos necesitan. Asimismo, los personajes secundarios están muy bien (cosa poco frecuente en el cine argentino, que no tiende a darle importancia a los papeles más chicos): por ahí pasan Natalia Lobo, Daniel Miglioranza y Diego Cremonesi, que acompañan con altura el relato, sin olvidarnos el papel fundamental que juega el personaje del gato Boris. Del mismo modo, los rubros técnicos se muestran sumamente sólidos: desde el sonido marcado/exagerado que tanto necesitan este tipo de películas, realizado por Germán Suracce; hasta la fotografía en blanco y negro de Alejandro Giuliani; pasando por la música de Luciano Onetti, que genera los climas de tensión, y la textura conseguida por la imagen gracias a Pablo Parés. Todo lo anteriormente mencionado se va complementando de forma fluida, decantando en un relato atrapante, que utiliza estereotipos y esquemas conocidos pero por vías realmente productivas y atractivas.
Tan negro como un gato negro. Mucho más que un juego de citas literarias y guiños cinéfilos, el policial negro y estilizado; el policial lógico deductivo al estilo Agatha Christie dicen presente en el nuevo opus de Daniel De la Vega, Punto muerto, refinado ejercicio de estilo para recorrer las instancias de una investigación policial, con un enigma a resolver, que tiene que ver con la habitación cerrada donde se encuentra la macabra obra de un asesino enmascarado. Cómo salir de una trampa mortal sin ser descubierto es en realidad el desafío intelectual que propone un crítico literario, (Luciano Cáceres como siempre sobrio y nada sobreactuado) pedante y escudado en su influencia en lectores mediante sus ensayos críticos, a su némesis, un escritor de policiales sobrevalorado (Osmar Núñez) según la mirada del propio crítico y que cuenta con la popularidad de lectores que no dejan de sucumbir ante sus historias protagonizadas por un detective ciego, quien no necesita ver una escena del crimen para resolver complicados asesinatos. Ese es el nudo que entrelaza esta trama donde rápidamente las cartas de la ficción y la realidad forman parte del mismo mazo. Pero a diferencia de un juego de naipes donde la tentación del azar desenmascara cualquier estrategia para ganar la partida, lo que prevalece aquí es la astucia y la inteligencia para sembrar pistas que alejen una resolución de un crimen y actúen como lanzas de provocación a los egos de dos escritores, el ya consagrado y el que busca la consagración (Rodrigo Guirao Díaz) en una sociedad absolutamente utilitaria, en la cual la dialéctica admiración-odio enturbia la pureza de las conductas humanas. Desde el punto de vista visual, estamos frente a una propuesta atractiva, cuidada y realmente estilizada. En cuanto a la historia, tampoco se encuentra en este film el trillado lugar común y las resoluciones a destiempo, sino todo lo contrario para redondear un relato de escritores detectives, digna de los mejores clasicistas de la trama policial.
Resolver el enigma de la habitación cerrada. Esta es la cuestión que define la relación entre el escritor Luis Peñafiel (Osmar Nuñez) y el crítico literario Edgar Dupuin (Luciano Cáceres), los protagonistas de la nueva película del director Daniel de la Vega (Necrofobia, Hermanos de Sangre, Ataúd Blanco). A estos dos personajes se sumará Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), un narrador principiante que asiste junto a ellos a un evento en el que Peñafiel expone sus apreciaciones y teorías sobre el género policial. Durante la ponencia del autor, Dupuin aprovecha para atacar su estilo literario y dejarlo en ridículo frente a todos los presentes. Esto provoca la ira de Peñafiel y lo incita a tomar la drástica decisión de entregarle al crítico el borrador de su futura publicación, en la que el novelista dice haber resuelto el arduo dilema del espacio aparentemente infranqueable. Y este tendrá la posibilidad de poner en práctica su teoría cuando un cuerpo aparezca asesinado en un cuarto cerrado por dentro, solo que esta vez el objetivo será demostrar su inocencia. A partir de ese momento en el que la resolución del homicidio se torna central, Peñafiel comienza a experimentar un estado de ceguera similar a la de su alter ego literario, el detective Boris Domenech. Este es uno de los tantos elementos que componen el «asalto» a la realidad por parte de la ficción en el film. Dicha cuestión se puede apreciar en otros detalles como, por ejemplo, el número del dormitorio en el que se hospeda Peñafiel, que coincide con el de la habitación en la que ocurre el asesinato de la mujer ciega -protagonista del relato que abre la película-, en la presencia de las máquinas de escribir como dispositivos que dejan pistas, y hasta en el nombre del gato que transita por las habitaciones del hotel llamado Boris. Sin embargo, la cúspide de este entrecruzamiento entre lo ficticio y la real se produce en el momento en el que Peñafiel despierta vestido como Espectro, el villano/asesino de sus relatos, durante la mañana en la que hallan el cadáver. Esas inteligentes decisiones de guion, junto con el gran trabajo de fotografía a cargo de Alejandro Giuliani y la banda sonora de Luciano Onetti, componen una atmósfera tan tétrica como desconcertante. Sumado a estos gestos estéticos, el trabajo con una temporalidad y una espacialidad indefinidas, además de provocar que la historia se sienta más apegada a Inglaterra de finales del siglo XIX que a Argentina de principios del XX, aportan al film una faceta entre fantasmagórica e inasible. El vínculo con la tradición británica no es un dato menor debido a que De la Vega recupera dos de los artilugios primordiales del universo literario, cercano a autores como Agatha Christie y Arthur Conan Doyle: el enigma y los procedimientos deductivos. Otros aspectos como el crimen organizado, los conflictos callejeros y el trasfondo social típicos del film noir norteamericano no están presentes aquí. Pero lejos de erigirse como una mera mueca celebratoria del acervo inglés, esta elección también encuentra sus inspiraciones e influencias en la herencia narrativa local, representada principalmente por autores como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Al mismo tiempo, existen puntos de contacto con las películas policiales argentinas de la década de 1930, sobre todo las dirigidas por Carlos Hugo Christensen y Manuel Romero. Ese diálogo con los clásicos del género no es meramente referencial, sino que también se manifiesta en dimensiones técnicas, como por ejemplo las formas casi teatrales de las actuaciones, la cualidad filosa y desafiante de los diálogos, o la gran cantidad de cliches que, lejos de resultar molestos, dotan de clase al film. Algunos de esos rasgos típicos son el uso del blanco y negro, el relato dentro del relato, el viaje en tren, la disposición de la acción en un sitio apartado y la presencia de detectives investigadores -interpretados por Daniel Migiloranza y Diego Cremonesi. La fortaleza de Punto Muerto se encuentra inclusive en la justificación de su título. Tanto el impedimento para captar lo que pasa alrededor como la incapacidad de afrontar los dilemas de la realidad mediante la lógica implementada en la ficción, además de funcionar como una urticante ironía respecto a la utilidad del oficio literario/artístico, arrastran la tensión a un escenario permanentemente impredecible e inquietante -sobre todo a partir de la constante utilización de los plot twist-. El director nunca nos sirve las respuestas en bandeja. Su gran manejo de los recursos formales le permite construir un film contundente y atrapante, que además cumple con los puntos que, según el propio Luis Peñafiel, son constitutivos de los buenos relatos policiales: la sencillez, el lugar en el que se ubica al asesino y un final predecible pero sorprendente.
Sexto largometraje de Daniel de la Vega, "Punto muerto", sigue indagando, con éxito, en los vericuetos del cine de género dentro de cine argentino, esta vez a modo de un gran homenaje al cine policial negro de los años ‘40 y ’50. Hubo un tiempo en que hacer cine de género en Argentina era todo un desafío de valientes. Una osadía en la que pocos se aventuraban. No es un tiempo tan lejano; los comienzos de este Siglo nos encontraron celebrando las primeras ediciones del festival Buenos Aires Rojo Sangre y junto a él la tímida aparición de una nueva generación de cineastas que no querían hacer el cine que se venía haciendo, pero tampoco les interesaba la solemnidad del Nuevo Cine Argentino (mamado en la FUC) tan en boga en esos momentos. Ellos querían cine de género, algo que acá hacía décadas que no se hacía (por lo menos no masivamente), y lo lograron a fuerza de empuje y un gran emprendimiento de colaboración conjunta. Entre los nombres de esa época – que sirvió de puntapié para esta actual más amigable y fructífera – sobresale el de Daniel de la Vega, un pionero con títulos como "Jennifer Shadow’s", "La muerte conoce tu nombre", y "Hermanos de sangre". De la Vega es un emblema de nuestro cine de género, y actualmente, cada película suya parece querer seguir descubriendo zonas ocultas. Lo hizo con el giallo (¡y en 3D!) en "Necrofobia", con el terror sobrenatural de carreteras y sectas en "Ataúd Blanco", y repite en la mejor de sus formas con "Punto Muerto", avocándose al policial negro. ¿Es posible en 2019 estrenar un policial noïr, negro como los que se habían en los años ’40 y’50? De la Vega nos dice que sí, y para probarlo, nos ofrece su mejor película hasta la fecha. "Punto Muerto" es una película de cacerías, de juegos de gato y ratón. El protagonista es Luis Peñafiel (Osmar Nuñez), un exitoso escritor de policiales de mucha fama rendida a sus pies, y un fuerte detractor, Edgar Dupuin (Luciano Cáceres) un crítico literario incisivo que hostiga a Peñafiel, y lo persigue con aquello que aun el escritor no pudo resolver en su vasta obra literaria, un crimen perfecto a puertas cerradas. Peñafiel, y su ayudante (Rodrigo Guirao Díaz), plantean todas las posibilidades frente a un Dupuin que lo rechaza y juega con su psiquis. Pero luego todo se desmadra, la ficción y la realidad confluyen como en Necrofobia, y Dupuin desaparece y se lo da por muerto, todo en un cuarto cerrado, tal cual el enigma sin resolver. Las miradas apuntan hacia Peñafiel, quien junto a su ayudante deberán resolver este ahora real crimen, antes de que la policía (Daniel Miglioranza) los acuse, y antes de que el enigmático hombre negro se siga cobrando víctimas. Un juego de gato y ratón de Peñafiel con sus antagonistas, y consigo mismo, su mente. "Punto muerto" acumula homenajes y referencias que hablan de un realizador muy a consciencia de lo que hacía. El más evidente es el nombre del protagonista, Luis Peñafiel es el seudónimo del gran Chicho Serrador en películas como "Obras maestras del terror". Pero no se limita a eso, podemos encontrar guiños que van desde el mundo del cine, al mundo literario, desde Narciso Ibañez Menta, Román Viñoli Barreto, y Carlos Hugo Christensen, a Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Ellery Queen, y Agatha Christie. Quizás todos nombres que al igual que el protagonista se plantearon una escena del crimen compleja que los aquejaba. Lo fabuloso y celebrable de De la Vega en "Punto muerto", es como no se queda en el homenaje extranjero (los hay también a Hitchcock y Lon Chaney, por ejemplo), sino que recurre a una época en la que en Argentina hacer cine de género era una fiesta; probablemente en un anhelo de que esas glorias regresen. De la vega bebe de los grandes, pero hace los elementos suyos, muchas de las constantes de su cine están acá. Los juegos de la mente, la noción perdida entre ficción y realidad, la mirada juzgada al propio protagonista, las claves del submundo, todo nos retrotrae a su propio cine, mezclándolo con el de los grandes maestros, del celuloide, y de la tinta. De la Vega es un sólido director de actores, y aquí lo vuelve a demostrar otorgándole espacio de lucimiento a todos sus personajes principales y secundarios. También se luce en el manejo del espacio y la puesta escenográfica. La fotografía en profundo blanco y negro de contraste, crea el clima ideal cortante como en la gran El vampiro negro. Los zooms y los primeros planos, nos llevarán hasta La bestia debe morir. Los duelos de a dos, recordarán a Obras maestras del terror. Nada está librado al azar. Osmar Nuñez no hay nada que no pueda hacer, su interpretación de este escritor es formidable. Lo mismo podemos decir de Luciano Cáceres y un Dupuy que incluye un cambio de pose y voz sorprendente. Si de sorpresas hablamos, Rodrigo Guirao Díaz deja al galán de lado, y entrega la mejor actuación de toda su carrera. El detective de Miglioranza, y la dama de Natalio Lobo también están en grades alturas de actuación. "Punto muerto" es otra muestra del momento de plena salud en que se encuentra nuestro cine de género. Un cine que se permite la experimentación, el (auto) homenaje, y la referencia cruzada. Daniel de la Vega atraviesa generaciones entre aquella primaria y esta que lo recibe como un experimentado que aún tiene mucho para entregar, "Punto muerto" lo encuentra en su mejor momento, salud.
El género policial siempre fue muy popular en la Argentina. Por el lado de la literatura, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares dirigieron, desde 1945, la colección Séptimo Círculo, provista de un catálogo que nunca deja de ser reeditado. En cuanto al cine, durante la época dorada se estrenaron películas con suspenso y asesinatos dirigidas por directores como Carlos Hugo Christensen, Román Viñoli Barreto y el Manuel Romero más inspirado. Con el correr de las décadas, el policial fue adoptando otras formas, aunque conservando su esencia. Punto muerto, de Daniel de la Vega, retoma el espíritu de aquellas grandes obras de antaño. La acción sucede en los años 50. Luis Peñafiel (Osmar Nuñez) es un afamado autor de novelas policiales. Gracias a Boris Domenech, el detective ciego y alter ego de las páginas, logró convertirse en un best seller, y es invitado a una conveción en un hotel alejado de la ciudad. Allí coincide con Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), un escritor ascendente que lo idolatra, y con Edgar Dupuis (Luciano Cáceres), crítico literario tan despiadado como cualquier villano de la ficción. Durante la primera noche, Peñafiel y Lupus Dupuis encuentran a Dupuis asesinado en el baño de su habitación. Según lo que pueden observar, nadie parece haber ingresado al lugar. A partir de este momento, deberán averiguar qué sucedió y sortear una creciente ola de crímenes. Para respetar el estilo de los film noir, la película cuenta con una secuencia de créditos propia de aquella época y luce toda en un impecable blanco y negro, cortesía del director de fotografía Alejandro Giuliani. De la Vega es conocido por dirigir películas de terror y comedias negras con momentos de violencia extrema. Aquí también hay unos pocos momentos gore, pero la propuesta se apoya mucho más en crear un clima de misterio, con una intriga digna de Agatha Christie y de los mejores exponentes literarios del género. Más precisamente, combina los subgéneros de “crímenes en habitaciones cerradas” (al que pertenece, por ejemplo, El misterio del cuatro amarillo, de Gaston Leroux) y de whodunit, que consiste en averiguar quién es el asesino. Predominan guiños para conocedores desde los nombres de los personajes, pero sobre todo, desde su esencia. Osmar Nuñez vuelve a dar cátedra a la hora de componer personajes atormentados pero con una fuerte presencia. Rodrigo Guirao Díaz, luego de Hasta que me desates, sigue en una senda interesante y desafiante de su carrera cinematográfica. Luciano Cáceres despeja toda duda sobre su versatilidad interpretativa. Natalia Lobo aporta una cuota de misterio propia de una femme fatale, pese a que su personaje no responde a ese estereotipo. Por su parte, Daniel Miglioranza y Diego Cremonesi parecen detectives sacados de cualquier buen clásico. Punto muerto funciona como un notable homenaje al policial clásico, pero no por eso deja de tener valor como policial en sí mismo, pleno de enigmas, vueltas de tuerca y estupendas actuaciones.
Luis Peñafiel, un escritor de renombre, parece haber resuelto uno de los "imposibles" de la literatura policial: un crimen cometido en una habitación cerrada por dentro. Durante una convención de literatura comparte el final de su novela con Gregorio Lupus, un joven escritor obsesionado con encontrar el mejor final para su próximo trabajo, y con el crítico literario Edgar Dupuin, una especie de Polino detestable. El tema es que Dupuin aparece muerto, y su muerte parece calcada de ese final que Peñafiel le había compartido. Grabada en un prolijo blanco y negro y recuperando la voz over de los detectives de las narraciones clásicas, Punto Muerto es una propuesta innovadora, con una marcada búsqueda autoral que se aleja de los trabajos anteriores de su director Daniel de la Vega (Ataúd Blanco, Necrofobia). Aborda el género conociendo sus convenciones y sus ritmos, y logra algo que muchas veces es difícil: manifestar amor por la literatura y el cine policial sin generar un texto por demás cerrado, que deja afuera a los espectadores que no son eruditos en la materia. Todo lo que toma Punto Muerto de sus predecesoras (y no hablo de ninguna película en particular, sino del corpus global del género) lo pone al servicio de contar una historia sólida, que desarrolla todos sus elementos y no depende de lo que pueda saber o no de policiales quien la está mirando. La otra gran pata en la que se apoya la solidez de la película son sus actuaciones: la tríada protagonista (Osmar Nuñez, Rodrigo Guirao Diaz y Luciano Cáceres) tiene muy buena química, ritmo en sus diálogos y naturalidad en sus interacciones, lo que se complementa con la sobriedad y el halo de misterio que aporta Natalia Lobo. Punto Muerto reúne y amalgama con equilibrio todos los elementos necesarios como para convertirse en una película que emula un canon genérico pero a pesar de eso es fresca y novedosa.
“Punto muerto” Crítica. El crimen perfecto Un policial negro intrigante que nos remonta a los años 50′ y que nos guiará a través de un homenaje literario lleno de nostalgia. por Juliana Ulariaga Punto Muerto nos presenta a Luis Peñafiel, un escritor de novelas de misterio que promete develar el famoso “crimen de la habitación cerrada” en su próxima obra. Abrumado y sin encontrar una respuesta satisfactoria para el enigma, se sorprende cuando el exigente crítico Edgar Dupuin es asesinado a puertas cerradas como las víctimas de sus libros. El escritor, principal sospechoso, deberá enfrentar una carrera contrarreloj y contra la ley para descubrir al verdadero culpable y obtener al mismo tiempo, la resolución perfecta para su novela. Daniel de la Vega describe a la perfección las emociones que transita cualquier escritor a la hora de sentarse frente a una hoja en blanco. La relación entre el autor, la crítica y los lectores es clave para entenderlo. La desesperación de sufrir el látigo del crítico consume al autor que lucha contra sus inseguridades y frustraciones. Al mismo tiempo, sus admiradores y el éxtasis de poner a prueba su talento, lo incentivan a no darse por vencido. Un análisis con el que cualquier artista creador se sentirá identificado. Y es así como esta película se convierte en un capricho obligatorio para los amantes de la literatura y el cine de género. La descripción del proceso creativo en sí mismo, y las constantes referencias a grandes escritores de misterio como Arthur Conan Doyle, Agatha Christie y Edgar Allan Poe hacen exquisito cada minuto del film que se complementa con los elementos del clásico policial negro. Los espacios cerrados, la oscuridad, los claroscuros, la banda sonora y los expresivos primeros planos de los actores nos sumergen en un guión intrigante que se revela pista a pista junto al espectador que puede jugar a resolver el crimen. El rol protagónico está a cargo del talentoso Osmar Nuñez como el escritor Luis Peñafiel, acompañado por un impecable trabajo de composición que sorprenderá a cargo de Luciano Cáceres y completan el elenco Natalia Lobo, Rodrigo Guirao Díaz, Sergio Boris, Daniel Miglioranza y Enrique Liporace. Daniel de la Vega logra la complicidad con el espectador. Comparte su amor por aquellas historias y referentes artísticos que lo inspiraron para convertirse en uno de los mejores directores argentinos de su especialidad. Demuestra, una vez más, el talento que nuestro país puede aportar a la gran pantalla. Calificación: 8 (ocho)
Director de films de terror y fantástico (Necrofobia, Ataúd blanco), Daniel de la Vega incursiona, con Punto Muerto, en el misterio clásico y el cine negro. Con un anclaje literario aquí: un escritor de novelas policiales, Peñafiel (Osmar Núñez) llega a un encuentro con lectores llevando su nueva novela, en la que resuelve el misterio de la habitación cerrada, una de las obsesiones en torno del crimen perfecto. Lo rodean un crítico feroz, capaz de pulverizar su obra (Luciano Cáceres) y un escritor joven que lo admira y ha leído todos sus libros. Pero en paralelo a ciertas ideas del papel, habrá un crimen y Peñafiel parece sospechoso. En blanco y negro, y en ambientes cerrados, con actores que parecen estar pasándolo bien, el puñado de personajes jugará un juego de enigma que bebe de fuentes conocidas, las guiña y homenajea. Mientras la historia, una vez aceptada su propuesta algo excéntrica, funciona y entretiene.
La nueva película escrita y dirigida por Daniel de la Vega es un policial negro, género al que emula y homenajea. Osmar Nuñez es Luis Peñafiel, un escritor de una famosa saga literaria que tiene como protagonista a un mismo detective que va sorteando los diferentes y difíciles casos que se le presentan. Es invitado por Irene Ocampo (Natalia Lobo), a un hotel del interior, para una serie de encuentros literarios. Ya en el viaje en tren se encuentra con su mayor enemigo: Edgar Dupuin (Luciano Cáceres), un despiadado crítico que siempre se encarga de destruir sus obras. No es el único encuentro que se da antes de llegar, también está Gregorio Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), un escritor más joven y ferviente admirador de Peñafiel. Durante todo el relato esos tres personajes, que a la larga se parecen mucho, discuten sobre la posibilidad de crear la gran obra literaria, como si todo se tratara simplemente de una fórmula. Y Peñafiel siente que está muy cerca, que sólo tiene que resolver el caso de la habitación cerrada: un crimen en el que no se entienda, pero sea probable contar cómo salió el asesino del lugar del crimen. Y que al mismo tiempo la resolución del misterio resulte satisfactoria, que haya estado ante nuestros ojos pero también nos sorprenda. Después de un prólogo intrigante y la escena que presenta a sus protagonistas en ese viaje en tren, en ese hotel comandado por Ocampo los personajes confluirán y seguirán discutiendo sobre el arte hasta que, de repente, aparece un muerto en una habitación cerrada y todo comienza sospechosamente a parecerse a una de sus novelas. De la Vega apuesta no sólo al blanco y negro para su película, sino a un estilo de cine clásico ya desde los créditos y la música. Con una puesta en escena que tiende a lo artificial, en el medio consigue generar misterio e incluso imprimirle humor y así consigue lo mejor de sus actores, donde sin dudas sobresalen Osmar Núñez y Luciano Cáceres, aunque otros como Sergio Boris y Diego Cremonesi quedan desaprovechados en el camino. La música compuesta por Luciano Onetti termina de completar la estética de película de una época pasada. Aunque el final se resuelve algo apresurado y embrollado haciendo, de todos modos, caso al estilo del tipo de policial que homenajea, Punto muerto resulta un film logrado y entretenido, atrapante y lleno de referencias, sobre todo literarias y victorianas (algunas muy evidentes, como las que conciernen al padre del policial: Edgar Allan Poe). Un importante punto a favor del film es que más allá del homenaje y de la cantidad de influencias a las que pretende referenciar, no por eso deja de lado la oportunidad de contar una buena historia, de manera cuidada y precisa; una cosa no se come a la otra. Después de las fallidas Necrofobia 3D y Ataúd blanco, Punto muerto muestra a un De la Vega más maduro tanto en su rol de director como en el de guionista. Una agradable experiencia en especial para quienes disfrutan de los policiales, tanto en cine como en literatura.
El cine negro de John Huston, con aquel Halcón Maltes de piloto y sombrero sobrevuela a “Punto muerto”, quizá la película más lograda y redondita de Daniel de la Vega en toda su filmografía. Ambientada en 1907, y con un blanco y negro determinante, la historia comienza con una voz en off que habla del “crimen más asombroso de la historia policial argentina”. Hay un encapuchado con capa llamado Espectro y un asesinato a una mujer ciega que escribe un mensaje en alfabeto braille. Desde allí la trama hace foco en una rivalidad feroz: la del consagrado escritor Luis Peñafiel (Osmar Nuñez), un especialista en novelas policiales, contra el crítico literario Edgar Dupuin (Luciano Cáceres). Peñafiel le teme a las críticas de Dupuin, en tiempos en que una mala reseña podía arruinar la carrera de un autor. Un tercer personaje, Gregorio Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), admirador de la obra de Peñafiel, será una suerte de comodín en esta historia donde ocurre un asesinato tras una discusión entre los dos rivales y al desaparecer Dupuin, todo indica que el asesino es Peñafiel. De la Vega tejió con precisión diálogos y situaciones, con un timing impecable, para que la trama lleve de las narices al espectador. Encima, la música incidental, los planos utilizados y una sutil iluminación remiten de inmediato a aquel cine noir, pero a la vez le agrega la impronta de estos tiempos. Se destacan las actuaciones impecables de Nuñez y Cáceres, bien secundados por Guirao Díaz y Natalia Lobo. Lejos del terror de “Necrofobia” y “Ataúd blanco”, De la Vega pega un salto de calidad con un policial de lujo. Para no perdérsela.
Otro gran homenaje al cine de siempre La película de Daniel de la Vega recobra un género tan olvidado en el arte local como el policial negro y consigue homenajear a los mejores exponentes del mismo Me voy a poner muy subjetivo al escribir esta crítica porque la absoluta verdad es que Punto Muerto es un film que de ninguna manera debería pasar desapercibido en su paso por la cartelera local. Y esto es porque en esta ocasión se nota que el director Daniel de la Vega se dio el gusto de hacer lo que realmente quería hacer: un gran homenaje al policial negro de época dorada del cine nacional e internacional. Filmada en blanco y negro, en un solo escenario, con los contrastes a pleno como no se veía desde Sin City (2005) de Robert Rodríguez, Punto Muerto cuenta una historia vista mil veces para los cinéfilos pero inédita para el público renovado. Luís Peñafiel (Osmar Nuñez) es un escritor que acaba de finalizar una novela que plantea un crimen perfecto cometido un hotel, en una habitación cerrada por dentro, y conocerá a un joven aspirante a escritor (Lupus, Rodrigo Guirao Díaz) y a un soberbio crítico literario (Luciano Cáceres) con quienes comparte el asombroso desenlace de su próxima novela. Esa misma noche uno de ellos morirá y el otro será sospechado de un crimen que parece el de su relato. Bajo este concepto, tan sencillo como atrapante, De la Vega construye un relato atrapante, como esas películas que vemos una y otra vez pero no cansan por la belleza del perfecto rompecabezas que construye su relato. En el apartado artístico, la fotografía de Alejandro Giuliani es soberbia como el crítico de la película, con claroscuros que magnifican cada escena a su máxima expresión y convierten cada escena en un cuadro por sí solos. Asimismo el sonido es claro y fuerte, no en vano los implementos técnicos que utiliza siempre este director son de lo más avanzado en la industria local. Esto permite también que se luzca a pleno la música incidental que compuso Luciano Onetti, otro gran amante de las películas de antaño junto con su hermano Nicolás con quienes realizaron Francesca y Abrakadabra, entre otras. En el reparto, se destacan los protagonistas Osmar Nuñez y Luciano Cáceres, que compone a una criatura digna de su galería de personajes, un odioso hombrecito. También se resalta el regreso de Daniel Miglioranza, Natalia Lobo y la siempre bienvenida presencia de Diego Cremonesi. Otro gran hallazgo es el de colocar a Rodrigo Guirao Díaz en un papel escrito a su medida, que lo saca del puesto de “galancete” de turno. Ojala Punto Muerto sea, paradójicamente, el momento más vívido de la carrera de este director, que apuesta una y otra vez al cine de género y esta vez optó (por suerte) a lo clásico en lugar del slasher, que suele marginar a una gran parte de su potencial público de las salas y en ocasiones, como en Ataúd Blanco (2016), no está a la altura de su verdadero talento.
Luis Peñafiel es un escritor que acaba de finalizar una novela que plantea el crimen perfecto en una habitación cerrada. La sorprendente resolución dramática de su relato le vale el respeto y la admiración de todos sus colegas escritores; y es que nunca nadie había encontrado, jamás, una resolución tan convincente como la suya. Esa misma noche, un escritor será asesinado siguiendo el mismo patrón de su historia. Peñafiel es acusado del crimen, y para probar su inocencia, deberá encontrar al verdadero asesino. En su afán por lograrlo, Peñafiel, descubrirá que nada es más engañoso que un hecho evidente. Estéticamente la película abreva en el policial negro, en el film noir, pero también en su relato consciente del género se parece a los films de Roger Corman y, yendo al cine más cercano, a El acto en cuestión de Alejandro Agresti. Este árbol genealógico sirve para guiar al lector por la estética expresionista en blanco y negro que la película tiene. Alejada de toda forma de realismo –algo muy raro en el cine argentino- y con ganas de jugar un poco en sus guiños a Agatha Christie y Arthur Conan Doyle. Y por supuesto, si de crímenes en cuartos vacíos se trata, también a Edgar Allan Poe y Gastón Leroux. Los personajes principales, el escritor, el crítico y el admirador conforman un triángulo cuya resolución mejor no anticipar acá. A pesar de que el film muestra no tener un enorme presupuesto, el trabajo para construir la estética de la historia está logrado. No es perfecta la película, porque no todo consigue la calidad cuya ambición parece intentar en cada plano. Daniel de la Vega, el director y guionista de la película, tiene una larga trayectoria en el cine de género, luchando a brazo partido para que esta clase de cine se instale en nuestra cinematografía. No todos sus film son igualmente buenos, pero en todos hay una búsqueda genuina. Acá los actores ayudan bastante. Además del trío protagónico formado por Osmar Nuñez, Luciano Cáceres y Rodrigo Guirao Díaz, están muy bien Natalia Lobo, Enrique Liporace y Daniel Miglioranza.