La lógica social es la lógica museística La última obra de Ruben Östlund, el director sueco que se hizo conocido a nivel global con la interesante Force Majeure (Turist, 2014), es uno de los trabajos más ambiciosos que haya dado el cine reciente. A diferencia de las exploraciones monotemáticas de aquel film, centradas en una metáfora sobre el egoísmo e irresponsabilidad de la burguesía europea vía la actitud de autopreservación de un hombre ante una avalancha, huyendo en soledad y abandonando a su esposa e hijos, ahora en cambio nos topamos con una pequeña epopeya conceptual con distintas aristas que abarcan la hipocresía del ambiente artístico, los entretelones del patronazgo de los museos, la banalidad y estupidez de los profetas del marketing, el elitismo de las clases altas y finalmente la vacuidad -en muchas ocasiones cercana a la farsa más patética- que anida en las poses y los opus del arte contemporáneo. El disparador narrativo es doble porque si bien el relato se concentra mayormente en Christian (Claes Bang), el curador en jefe de un museo de arte moderno de Estocolmo, el devenir corre en paralelo por dos ejes: por un lado tenemos la nueva instalación que presentará la institución dentro de poco, The Square, para la cual el protagonista contrata a unos típicos imbéciles del mercado publicitario para la campaña de lanzamiento, y por el otro lado está el robo de billetera y teléfono que el susodicho padece en la calle, en función del cual decide implementar una idea de su asistente para recuperar lo sustraído mediante una especie de “amenaza” a los ladrones, a quienes ubica a través del localizador on line de su celular. La propuesta juega de manera magistral con el individualismo y la mezquindad que se esconden detrás de las decisiones de las capas dominantes de la sociedad y el estado. Mientras que The Square es una instalación de por sí un tanto ridícula (un cuadrado en el suelo delimitado con luces de neón y una frase que nos informa que el lugar es un santuario de confianza e igualdad de derechos y obligaciones), el clip/ spot que diseñan los autómatas de marketing causa indignación (suben a YouTube el video de una nenita rubia linyera que explota al entrar al sitio en cuestión, provocando una catarata de insultos en las redes sociales contra el museo). Para colmo de males a Christian se le va de las manos lo del acecho al carterista porque deriva en corolarios imprevistos: al no saber el domicilio exacto del susodicho, reparte una nota intimidatoria a todos los habitantes de un edificio de los suburbios de Estocolmo, movida que en primera instancia le devuelve sus pertenencias y luego despierta la ira de un niño que exige sí o sí una disculpa por la acusación de ladrón. Östlund va intercalando a lo largo del desarrollo una serie de escenas más o menos inconexas que construyen progresivamente un lienzo general vía tomas fijas y un puñado de movimientos quirúrgicos de cámara, todo a su vez siempre orientado a reforzar un tono impiadoso y sumamente heterogéneo que se pasea por diversas vertientes de la comedia, muchas de las cuales ya casi no son trabajadas por el cine de nuestros días: de esta forma desfilan la comedia satírica, la surrealista, la absurda, la familiar, la romántica y hasta la dramática clásica. El guión, también del propio realizador, consigue balancear este glorioso mejunje gracias a una astucia de fondo que hace de la exuberancia y la virulencia irónica sus armas fundamentales, las que por cierto le permiten encender el ventilador y lanzar dardos a todas direcciones con una comodidad, sutileza y desenfreno en verdad envidiables. Como todo convite arty de autocrítica, la película escala por momentos a un sustrato bien agresivo que incomoda al espectador combinando lo inesperado con secundarios geniales como el que interpreta Elisabeth Moss o el “hombre mono” de Terry Notary, eje de la emblemática secuencia de la cena de la execrable alta burguesía, cuya contraparte parece ser una animalización sincera del ser humano y la renuncia a las ficciones de inclusión que no incluyen a nadie porque sólo satisfacen el ego del diletante de la corrección política de turno dentro de la cacofonía de la información/ desinformación actual (en este sentido, la especulación eterna se unifica con la ausencia de solidaridad real). En The Square (2017) la lógica social se termina asemejando a su homóloga museística por la sencilla razón de que reproduce una ristra de sonseras de toda índole que bajo la máscara de las abstracciones sociales/ comerciales y la supuesta “iluminación” de los artistas y sus mecenas ocultan una esencia espantosa vinculada con el acopio de ventajas en consonancia con la manipulación más burda, con un desinterés total hacia el prójimo y asimismo con la falta de un arco ético para el desempeño en las esferas de poder, privilegio o vaga influencia comunicacional…
The Square: El arte es cosa de primates. Llega la ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, dónde la vida del director de un museo de arte en Estocolmo cambiará para siempre por la exhibición de una obra de arte de origen argentino. Uno de los nombres más interesantes y que mayor éxitos viene juntando en el cine europeo es el del sueco Ruben Östlund. Joven director que apenas comenzada su cuarta década de vida ha creado un interesante cuerpo filmográfico explorando el comportamiento humano. En 2008 dirigió Involuntary, cinco historias reflejando la perversión de la dinámica de grupos, en 2011 trajo a la gran pantalla la historia de unos jóvenes vándalos que robaban sin violencia sino con trucos psicológicos con Play, y recientemente deleito a los cinéfilos del mundo con Force Majeure (o como destruir la dinámica patriarcal de una familia en un segundo de mal juicio). ¿De que se trata su último trabajo? La ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes invita a que se la comente de una forma sencilla: la exploración de la vida del encargado de un museo de arte contemporáneo en Estocolmo mientras prepara la exhibición de una obra titulada The Square, o más precisamente cómo su persona irá cayéndose a pedazos. Una sátira que busca complicidad en la condena e invita con humor negro a incomodarse un rato. Christian es el curador del museo, su principal responsable así como también su más importante exhibición. Venderse es vender las obras al publico, y este film ubica a la publicidad en el centro del arte moderno. La trama sirve como excusa (sin restarle ninguna importancia) para establecer un sinfín de escenarios explorando las temáticas como el arte, el ego, la responsabilidad y las apariencias. Una vez planteados, todos juntos sirven para impulsar unos días bastante movidos en la vida de Christian, utilizando como disparador la campaña publicitaria para una nueva exhibición creada por una artista argentina. El guion y la dirección a manos de Östlund se encuentran en el centro de esta puesta cinematográfica. Con las actuaciones, la fotografía, el montaje y el sonido limitándose con un gran nivel a acompañar y servir en pos de crear una historia que permita brindar la precisa experiencia que un auteur invita a explorar. La mayoría de los films que podemos ver utilizan la expectativa e “ignorancia” de la audiencia para manipular y generar giros de tuerca para compensar con algo de impacto el dinero gastado en pochoclo. Pero Östlund rechaza el uso ordinario de estas herramientas para entregar pequeñas sorpresas que de manera cruda dejan al espectador descolocado y disparando especulaciones. Si Hollywood te grita en la cara para que “reacciones” por unos seg y sigas tu camino como si nada, cintas como esta se limitan a chasquear los dedos desde una dirección incierta para dejarte moviendo el cuello un buen rato. El film busca que comprendamos y juzguemos a su personaje principal durante más de dos horas, pero aún así no termina de sentirse como alguien definitivamente central. No por deficiencia sino por una elección, la película decide usar a una (pobre) persona para juzgar las sociedades que se generan en torno al arte, a los artistas y al negocio de las apariencias. El reloj corre ligero sin que nos demos cuenta, y todos los fuegos de artificio del cine se pierden en el todo de la historia y los escenarios planteados. Es una entretenida y atrapante experiencia para todo curioso de la gran pantalla. Una sana opción que a muy pocos les vendría mal.
The Square, de Ruben Östlund Por Hugo F. Sanchez Desde el urinario de Marcel Duchamp para acá, el tema de qué es una obra de arte y las posibles respuestas, deriva en otra serie de interrogantes como la cuestión prosaica pero no por eso menos importante que tiene que ver con la asignación de su valor monetario. Y de allí, todo el universo, muchas veces ininteligible y cerrado sobre si mismo, sobre de la validación de las obras, su circulación y el vínculo con el espectador o amante de las artes. Todos estos temas están presentes en The Square, Palma de Oro en la última edición de Cannes. Después de la extraordinaria Fuerza mayor, el sueco Ruben Östlund pone su atención en el mundillo de los museos, las contradicciones de las sociedades opulentas que se interesan y consumen arte a partir de un aceitado mecanismo -de oferta, demanda, marketing, oportunismo y chantadas- de determinados productos culturales. Con un humor feroz, efectivo a pesar de unas cuantas obviedades que conviven sin contradicción con una interesante cantidad de aciertos, Östlund pone en el centro del relato a Cristian (gran trabajo del danés Claes Bang), curador de un prestigioso y muy opulento museo de arte contemporáneo, un buen tipo satisfecho de su trabajo y de su posición del poder dentro de su profesión, que un día sufre un robo menor y a partir de allí todas sus certezas empiezan a virar al absurdo y a la incertidumbre, sobre todo cuando se cuela en su ámbito ordenado y europeo, el tercer mundo, con sus miserias, su falta de educación y sobre todo, con sus necesidades. Sin embargo, The Square no es una película que se asienta sobre el arte para hablar sobre lo mal que está el mundo, por el contrario, no hay ni un momento del relato en donde no se reflexione , con mayor o menor exactitud, sobre qué significa lo artístico y cuál es su sentido, un espiral que recorre buena parte del camino para volver al principio, las personas, destinatarios de las obras que deberían enriquecer la existencia. En ese sentido el director sueco apuesta por un humanismo aquí, ahora y a pesar de, en tanto The Square recrea en todo tipo de ambientes -la escalera en un sombrío edificio de inmigrantes, la cama en donde Cristian hace lo suyo con una amante ocasional, una cancha de basquet donde sus hijas hacen una demostración de gym acrobático-, la muestra de una artista argentina (una tal Lola Arias ¡?) que consiste en un rectángulo de luz como “un santuario de confianza y contención”. El humor corrosivo de la película entonces, esconde en el hueso una mezcla de compasión y desasosiego por una sociedad marchita y anestesiada por el confort, que necesita estímulos y flashes en formato de obras de arte para que les iluminen el resto del mundo. Al menos por un rato. THE SQUARE The Square. Suecia, 2017. Dirección y guion: Ruben Östlund. Intérpretes: Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West, Terry Notary, Christopher Læssø, Marina Schiptjenko, Elijandro Edouard, Daniel Hallberg, Martin Sööder, Linda Anborg, Emelie Beckius, Peter Diaz, Sarah Giercksky, Jan Lindwall. Fotografía: Fredrik Wenzel. Edición: Jacob Secher Schulsinger y Ruben Östlund. Diseño de vestuario: Sofie Krunegård. Diseño de producción: Josefin Åsberg. Música: Rasmus Thord. Duración: 142 minutos.
La gente camina apurada, enfundada en sus trajes elegantes, con sus celulares, sin prestar atención más que a sí mismos. Algunos mendigos solicitan una ayuda, o algún voluntario de alguna organización, pero son ignorados por los transeúntes. Una mañana cualquiera, una chica aparece a los gritos escapando de alguien que la quiere matar. Christian (Claes Bang) es como todos, prefiere seguir de largo, pero se ve prácticamente obligado a ayudar intentando frenar al frenético hombre que la persigue. La situación es confusa, y muy breve. Se soluciona rápidamente y Christian se siente muy raro pero algo emocionado por haber sido parte de aquello. Hasta que se da cuenta de que las cosas no eran exactamente como las había experimentado y en ese arrebato le roban el celular, la billetera y hasta unos gemelos que le habían pertenecido a su abuelo. Este es uno de los inicios que tiene "The Square", poniendo en foco el conflicto principal y también a su protagonista, un curador de un importante museo en Suecia a punto de inaugurar una instalación llamada como la película creada por una artista argentina. Un cuadrado en el suelo que por supuesto va a ser el reflejo de otros límites. La nueva película de Ruben Östlund, quien se hizo conocido por su sólida película anterior "Force Majeure", abre muchas aristas sobre el mundo de la alta sociedad, los artistas pseudo intelectuales, la solidaridad, los prejuicios e incluso hasta dónde pueden llegar algunas estrategias publicitarias con tal de lograr la atención buscada. La película deambula entonces entre el Christian que para conseguir lo robado apela a acciones absurdas y dudosas, y su trabajo en el museo, trabajando especialmente en la próxima presentación de la atracción “The Square”. En el medio su vida personal, íntima y social, con otros personajes (destacándose una periodista interpretada por la siempre brillante Elisabeth Moss) y situaciones, algunos pareciendo en un primer momento algo aleatorios, para después comprobar que en realidad todo está medidamente calculado. Como en la que los invitados a una presentación se abalanzan sobre la comida sin importarles el chef que la está presentando, o la charla de un artista con el público siendo interrumpida constantemente por un miembro que padece el síndrome de Tourette. Todo esto le sirve a Östlund para retratar este mundo banal y superficial, lleno de hipocresías y contradicciones, y lo hace a través de escenas tan divertidas como incómodas, llegando en la segunda mitad de una película de dos horas y media, a una de las secuencias más impactantes (aquella a la que hace referencia el póster). Como en "Force Majeure" y ya con un presupuesto mayor, la cinematografía del film nos regala algunos planos hermosos y muy cuidados. El cuadrado se hace presente en el film mucho más que lo que uno ve a simple vista. Tanto en forma como en cuanto a la representación de sus límites. Entretenida e impactante, tan divertida como perturbadora, provocativa y quizás algo excesiva, la ganadora de la Palma de Oro en el último festival de Cannes es una gran película llena de ideas que nos plantea y replantea cuestiones todo el tiempo. ¿Se le puede poner un límite a la libertad de expresión? ¿Podemos confiar en las personas que nos rodean? ¿Llevamos a la práctica todo lo que predicamos? La película como un reflejo en el que no nos va a gustar demasiado mirarnos.
Arte Letal Dirigida por Ruben Östlund (Force Majeure: La traición del instinto) y ganadora de la Palma Oro en el 70 Festival de Cannes, The Square (2017) es una mirada particular, simple y provocadora, que a través del humor negro intenta conectar al mundo del arte -desde su lado más rígido poblado de personajes de calibre elitista- con la vida cotidiana, lo marginal, la tecnología, la pobreza y el actual revuelo de las redes sociales. Sin duda resulta polémica en su propuesta, y arriesgada aun cuando pareciera tener cierto ritmo lánguido e irse por las ramas. Todo comienza con la llegada a un museo de arte en Estocolmo de una exposición-instalación llamada “The Square”, que se trata de un cuadrado sobre el suelo en donde las personas posan para conversar y compartir sus confesiones, es decir, una obra que promueve sentimientos comunitarios y altruistas donde todos se vean de manera igualitaria. Christian (Claes Bang), manager y curador principal de la institución, se encuentra en la búsqueda de la agencia de difusión publicitaria para la inauguración del evento, pero paralelamente sufre el robo de su celular y billetera y por recuperar lo robado, comienza a relacionarse con gente opuesta a su status social, y eso le hará descuidar la difusión de la presentación de “The Square” y de otras obras del museo, y con ello su imagen de curador inalterable empezará a resquebrajarse. Desde que se inicia la película muestra lo que será su marca más importante y, al mismo tiempo, lo más valorable: la construcción de lo extraño desde una atmósfera particular. En todo momento hay un aire raro que inexplicablemente resulta cautivante y atractivo y esto tiene que ver porque toda escena está planteada desde lo absurdo y desde la parodia. Sin perder su cuota de realidad, todo el tiempo se representa desde un distanciamiento que quiere no sólo adentrarnos en un suceso de vida, sino en una estética sobre el arte moderno, que es más conceptual, minimalista, etéreo. Esto hace que el espectador, a pesar de esta rareza visual y de todos los comportamientos que observa, nunca pierda su atención a las imágenes, principalmente porque de esa distancia surge el humor negro, arma tan importante cuando de parodia se trata. Todo el sinfín de personajes que se relacionan alrededor del curador general, dan la impresión de ser materiales documentales tratándose de acercarnos a lo real pero que, en un momento, la película abandona el registro verídico para volcarse de lleno a una ficción más absurda donde el humor negro se explaya con espontaneidad y frescura. También cabe señalar cómo cambia el concepto que en su momento propuso El arca rusa (Русский ковчег, 2002) de Alexander Sokurov, donde una sola imagen apelaba a un revisionismo histórico, y el tiempo podía unir distintas civilizaciones en el interior del museo. En The Square (2017) se fuerza, de manera polémica, la unión del mundo inmaculado del museo (donde los personajes parecen impolutos y lejos de cualquier sufrimiento), con el registro de la pobreza, de los vagabundos. Sin conexión entre ambos universos se separa la mirada del arte moderno minimalista y conceptual de la gente común. El drama está ahí, en el malhumor de las personas, en la violencia que viene de afuera, en las redes sociales, verdaderas fuentes de poder ante lo que sucede adentro del museo. Walter Benjamin postulaba que el arte pierde su aura y deja de ser un ente que solo existe en el museo como tal. Esta película supera esa idea, las obras no se saben exactamente qué son y poco importa. Se centra más en la tensión con el afuera para, finalmente, hacer un relato perturbador y lleno de fuerza. Si bien tiene cierta languidez y un ritmo cansino, e incluso puede pecar de excesiva duración y apelar en demasiadas ocasiones al melodrama, no deja de ser un film contundente que no decepciona ni decae hasta el final.
Finalmente llega a nuestro país “The Square”, la película ganadora de la Palma de Oro en el prestigioso Festival de Cannes. Esta interesante propuesta fue dirigida por Ruben Östlund, que se ganó a la crítica con “Force Majeure” (“Turist”, 2014), su film anterior al que se estrena esta semana, que también fue galardonado con el premio del jurado en el mismo festival. Resulta muy complicado escribir acerca de la obra que aquí nos convoca. Principalmente porque es mucho más compleja de lo que aparenta y toca varios temas relacionados con el mundo del arte pero también con el panorama social y cultural actual. El film sigue la historia de Christian (Claes Bang), el mánager de un museo de arte contemporáneo en Estocolmo, que se prepara para estrenar una nueva exhibición titulada “The Square”, la cual fomenta valores humanos y altruistas, y que pertenece a una artista argentina. Cuando contrata a una agencia de relaciones públicas para difundir el evento, la publicidad produce malestar en el público. A su vez, la cinta desarrolla paralelamente una segunda línea narrativa que tiene que ver con un robo que sufre Christian (celular y billetera) y cómo decide tomar cartas en el asunto. El sujeto es impulsado por un asistente, al enterarse del paradero de sus pertenencias mediante un software de ubicación del aparato, a intentar recuperarlas. Así es como una trama terminará convergiendo con la otra al ver cómo ciertos eventos de su vida personal influyen en la obra que estrenará el museo. En el medio aparecerán algunas escenas que parecen no tener relación, pero servirán como plataforma para que el director (también guionista del relato) pueda desarrollar un mensaje y una visión del mundo artístico en general y la cultura sueca en particular. Ruben Östlund hace uso de la comedia y la sátira para realizar una profunda crítica social a lo largo de todo el metraje. En realidad todos los elementos, la fotografía, la música, el montaje, y la cuidada composición se limitan a estar en función de la narrativa que propone brindarnos este autor. Las actuaciones también giran en torno al objetivo mayor del cineasta, el cual consiste en plantear cuestiones como el egoísmo, la petulancia, el individualismo, el abuso de poder y la egolatría de los personajes que se ven como elementos exagerados ante las situaciones que les toca vivir. Por otro lado, el humor negro y la comicidad en general juegan un papel importante a la hora de juzgar al ambiente artístico y su idiosincrasia. Se ponen en tela de juicio algunos temas relacionados con la crisis del arte moderno contemporáneo, la hipocresía del submundo que rodea a los artífices creativos, la eterna puja entre el arte y el negocio, entre otras cosas. También se hace mención a la aplicación del marketing en función de generar una estúpida y banal controversia, restándole importancia a la creatividad/originalidad de la obra y solo buscando la trascendencia y la viralización de la exposición. Un momento muy interesante tiene lugar en el comienzo de la cinta cuando Anne, el personaje secundario compuesto Elisabeth Moss, entrevista a Christian y le pregunta sobre un concepto de lo que es arte y lo que no, a partir de una exposición del museo. En aquel momento se deja en evidencia que el curador del museo tampoco tiene bien en clara la respuesta y comienza a responder otra cosa. Una vez más podemos ver cómo el autor nos deja bien en claro su opinión sobre la forma en que estos individuos conciben al arte. El film exuda irreverencia e inteligencia en sus planteos sobre ese sector elitista de la población en contraste con la vida cotidiana, las redes sociales, el arte propiamente dicho y lo superficial. Lo interesante es ese aire polémico, arriesgado y transgresor que busca sorprender y provocar cierto extrañamiento en el espectador. El propio protagonista busca alcanzar algo utópico con su exhibición, “tener un espacio, un santuario de confianza e igualdad de derechos y obligaciones”. Algo totalmente contradictorio si se analiza su accionar y algo difícilmente alcanzable. A lo largo del relato vamos viendo varios “cuadrados” donde se desarrollan diversas situaciones, y es quizás en los niños (las hijas del protagonista y sus compañeras de colegio) que ese sentimiento de igualdad y camaradería se pueda llegar a conseguir (revisar la escena de la rutina de porrista de las nenas). Los límites del cuadrado irán cambiando a lo largo de las dos horas y media que dura la película, según vayan mostrándose las verdaderas caras de los personajes. “The Square” resulta una propuesta cinematográfica diferente. Una cinta entretenida, por momentos sórdida y ácida pero siempre genialmente calculada e invitando a la reflexión del público. Ruben Östlund brinda un film de autor, muy personal que fue perfecta y fríamente ejecutado.
Feroz crítica sobre el mundo del arte, con su snobismo a flor de piel y la denuncia de clase desde una clase. Algo parecido había hecho la local “El Ciudadano Ilustre”, pero acá todo se potencia y explota de una manera insospechada. Algunas contradicciones, principalmente en su personaje protagónico, no resienten igualmente a la mordacidad de un director que nos tiene acostumbrados cada vez más a reflexionar sobre nosotros, nuestras reacciones, y nuestras miserias.
Una sátira feroz al mundo del arte moderno, a lo políticamente correcto, a los valores “humanos”, a la necesidad de publicitar de cualquier manera, a la provocación absurda, a las culpas de los opulentos frente a los más pobres, al mundo supuesta “culto” y de avanzada. De guionista y director Rubén Ostlund, el mismo que tanto efecto logró con su film anterior “Force Majeure: la traición del instinto”. En este caso su trabajo le significó obtener la Palma de Oro del festival de Cannes. Y es un extenso muestrario de lo que le ocurre a un curador, muy pagado de si mismo, de un museo de arte moderno, cuya vida se complica y demuestra siempre su indiferencia, su vanidad, su habitual aprovechamiento del prójimo, y en el fondo su total desprecio hacia las obras de arte que el mismo eligió. Muchas historias se cruzan sin tener que ver unas con otras, pero con el objetivo de describir a ese protagonista. El robo de su celular, las decisiones que toma para recuperarlo, las consecuencias de lo que ocurre. Un encuentro sexual con una periodista y la pelea por un preservativo usado y el temor de que su esperma sirva para que sea extorsionado. Y la campaña para promocionar un cuadrado trazado en la entrada del museo, la gran convocatoria, un lugar donde todos tiene los mismos derechos y obligaciones, y se sentirán felices y seguros. Para promocionarlo contrataran a jóvenes publicistas que pergeñan un video violento con el solo objetivo de que se viralice. Y una demostración final donde los ricos y poderosos son agredidos por un hombre casi simiesco hasta lograr las reacciones mas enloquecidas. El resultado es atractivo, rezuma ironía, un humor feroz e incómodo, en una sociedad opulenta que simula no ver a los numerosos mendigos que pueblan sus espacios emblemáticos.
Desconfía del prójimo como de ti mismo. El realizador sueco, recordado por Force Majeure, es alguien que observa el mundo contemporáneo con una mezcla de amargura, distancia, crueldad y corrosión, como vuelve a probarlo con esta fábula misantrópica, que le valió su consagración internacional. Cortejado por Cannes desde su segunda película de ficción, Involuntario (2008), el realizador sueco Ruben Östlund alcanzó su primera Palma de Oro este año con The Square, film prototípico de su visión del mundo y sus preferencias cinematográficas. Östlund, de quien tres temporadas atrás se había estrenado en nuestro país la previa Force Majeure (2013), que ya había obtenido en el festival cannoise el premio mayor de la segunda sección en importancia de ese evento, la paralela Un Certain Regard. En otras palabras, a esta altura Östlund ya es un auteur internacional de primera fila, al que de aquí en más se disputarán los otros festivales de cabecera y cuyas obras (las películas de estos autores se llaman “obras”, más que películas) tienen exportación asegurada a todo el mundo. ¿Qué clase de autor es Ruben Östlund? Uno de la liga Michael Haneke, para decirlo rápido. Esto es, alguien que observa el mundo contemporáneo con una mezcla de amargura, distancia, crueldad y corrosión. “Desconfía de tu prójimo como de ti mismo”, parece decir la secuencia inicial, en la que una chica pide ayuda con desesperación en una plaza pública, perseguida por un presunto agresor violento, y finalmente el hombre que acepta acercarse a dar una mano –frente a la indiferencia de todo el resto de los paseantes– termina despojado de celular, billetera y documentos, gracias a la genialidad dactilar de una bandita de punguistas. De inmediato se suma otro de los temas de The Square, la oposición entre la dura realidad y el arte bien pensante, cuando este hombre, un curador de museo llamado Christian (“cristiano”, para sumar corrosión) discute con unos publicistas el marketing de una obra de nombre “The Square”, presentación multimedia que hace foco en la posibilidad de convertir un pequeño espacio urbano en una suerte de utopía convivencial. Curiosamente, la obra es atribuida a la artista argentina Lola Arias (“Arías”, según la pronunciación sueca), que en verdad es actriz y dramaturga, y que jamás aparece en la película, como tampoco la propia obra. Recordando alguna película del dúo Mariano Cohn & Gastón Duprat (El artista, básicamente), Östlund hace del mundo del museísmo y las artes plásticas el centro de su ensayo sobre la impostura, el doble discurso, la hipocresía, la animalidad y criminalidad latentes incluso, en el episodio que sirve como colofón. Mundo hermético y para esos pocos que son “como uno” (capaces de salir disparados cuando se anuncia que un coctel ya está servido), siempre pendiente de sus espónsors de alta gama y preocupado por no herir las leyes del consenso, alrededor de ese centro Östlund hace orbitar ciertos satélites narrativos, vinculados con la figura de Christian. Por un lado está la relación de éste con el otro mundo, el de la clase desposeída, la Suecia pobre de inmigrantes y monoblocks, al que Christian llega en plan más o menos bélico, intentando recuperar las pertenencias robadas y aconsejado por uno de esos personajes que en estas situaciones siempre aconsejan para mal. Terminará enfrentado con un pobre chico de origen musulmán, empujado gradualmente a su parte más oscura, la de blanco dominante. La otra relación problemática es la que establece de modo casual con una chica (la gran Elisabeth Moss), que para su desgracia resulta querer algo más que sexo de una noche. Östlund es la clase de narrador a quien le interesa dar una visión del mundo, y parecería que para esto no hay nada mejor que multiplicar historias, como en más de una ocasión lo hizo el propio Haneke, o como diez o quince años atrás lo hacían Alejandro González Iñárritu y otros aseveradores seriales. El realizador sueco también lo intentó en films previos y vuelve a hacerlo ahora. Más allá de que una visión del mundo puede ensayarse desde la más pequeña de las historias, sin necesidad de multiplicaciones, lo cierto es que lo de Östlund es menos asertivo y menos punitivo que lo de Iñárritu y sus secuaces. Aunque viendo la película es difícil evitar la sensación de que “ah, está hablando de esto y de lo de más allá”. ¿El tema por sobre las historias? Digamos que The Square camina ahí, por ese riesgoso filo. Y si de filos se trata, Östlund se cortajea todo en una escena en la que comete uno de esos golpes bajos que ningún artista debería cometer jamás.
En los límites del arte Estamos ante una tónica y generosa comedia de tono un tanto surrealista, en la que Ostlund denuncia la hipocresía de nuestras sociedades occidentales sobre el muy universal tema de la tolerancia, la solidaridad, la convivencia social, la confianza en el prójimo y los mecanismos del miedo y del a menudo cobarde comportamiento humano. Su protagonista, el excelente actor danés Claes Bang, es Christian, un hombre divorciado con dos hijas pequeñas, conservador de un gran museo de arte contemporáneo, que prepara una exposición sobre la tolerancia y la confianza mutua, con una instalación artística denominada “The square”. El proyecto de esta película nació de hecho de la exposición artística organizada por Ruben Ostlund y Kalle Borman en el Museo del diseño en la ciudad sueca de Varnamo. Se trata de un cuadrado dibujado en el suelo, de cuatro metros sobre cuatro, que es simbólicamente un santuario o espacio de libertad, altruismo y fraternidad, en el interior del cual “todos tenemos los mismos derechos y deberes”. Una invitación a mejorar la actitud de los ciudadanos con los extranjeros. Con claves de comedia satírica, Ostlund pone a prueba los nervios y las convicciones progresistas de Christian, ese intelectual al que un día le roban en la calle su teléfono móvil, su billetera y hasta los gemelos de la camisa, cuando generosamente creía ayudar a una joven perseguida por un energúmeno. La protagonista femenina es la americana Elisabeth Moss, en el papel de una joven periodista que vive con un chimpancé, y participa en dos de los mejores momentos cómicos del film: una entrevista al conservador del museo, sobre los términos tan sabios como poco comprensibles con que se anuncia la exposición, y una escena de cama anti romántica, con discusión sobre cómo deshacerse de un preservativo. Ostlund describe con ironía esa fractura social existente entre los barrios burgueses y las barriadas populares, que el protagonista se ve obligado a visitar en busca de su teléfono móvil, localizado con el ordenador. El miedo al otro, al extranjero, al que es diferente, o que forma parte de otra clase social, y la cuestión de la confianza en el prójimo está presente con humor a lo largo de la película. ¿Intervendría usted para ayudar alguien que sea agredido?, ¿se fía usted de alguien que no conoce? ¿Hasta dónde llega su generosidad y su altruismo? Todas esas preguntas que se plantea el protagonista, invitan al espectador a la reflexión. La picaresca de los mendigos en la calle, la indiferencia de los ciudadanos que prefieren ignorar la miseria que les rodea, pero también la parodia de ciertas concepciones del arte contemporáneo, alimentan este guion que culmina con una secuencia mucho más corrosiva de “performance” artística totalmente surrealista, dirigida a evidenciar la cobardía y el miedo del ser humano, en una cena mundana, digna de película de Luis Buñuel, pero estilo sueco. El único punto discordante de la propuesta es que, en su voluntad de ser didáctico, en esta especie de parábola del buen samaritano, Ostlund alarga innecesariamente el desenlace en sus 2h 22 minutos de metraje. Ganador del premio del jurado en 2014, en la sección un certain regard con su película “Snow terapy”, Ruben Ostlun era la primera vez que competía en la carrera por la Palma de Oro, y se llevó el premio gordo. Pedro Almodóvar, presidente del Jurado del Festival de Cannes 2017 (en sustitución de Roman Polansky, quien tuvo que dimitir porque cada vez que intenta protagonizar algo resucitan los fantasmas de sus violaciones de menores, cometidas en Estados Unidos en los años 1970), explicó por qué “The Square” se alzaba con el máximo galardón: “Habla de la dictadura de lo políticamente correcto. Una dictadura tan terrorífica y asesina como cualquier otra. Los personajes viven un infierno porque intentan ser políticamente correctos. Es una película contemporánea, realzada por una mano maestra, tan rica, con tantos niveles de lectura que yo la volveré a ver muchas veces”.
El siempre provocativo director de Involuntario, Play y Force Majeure: La traición del instinto ganó nada menos que la Palma de Oro a la Mejor Película del último Festival de Cannes con una propuesta en la que el capricho, el regodeo, la manipulación emocional y hasta el sadismo le quitan interés a otra de sus miradas desoladoras sobre las miserias de la burguesía intelectual y el estado de las cosas en una Europa dominada por la xenofobia, la paranoia y las diferencias de clase. Más allá del innegable talento del cineasta sueco, se trata de un film al que tamaño premio le queda demasiado grande. La multifacética artista argentina Lola Arias, es la inspiración (en la ficción, claro) de The Square. El nuevo largometraje del sueco Ruben Östlund debe su título, su germen y su dimensión moral a una instalación que -según indica el protagonista (Claes Bang) en varias oportunidades- es de Arias, aunque en verdad se trata de una idea original del propio Östlund. Christian -un tipo brillante, elegante y narcisista- es el nuevo director de un museo de arte contemporáneo al que en plena calle y a partir de un típico “cuento del tío” le roban su celular y su billetera. Tras rastrear con un dispositivo GPS el paradero del teléfono móvil, apela a una maniobra poco ortodoxa para recuperarlo con resultados que es mejor no adelantar. El film trabaja -con mayor presupuesto y más ínfulas- cuestiones ya transitadas por el director como las diferencias sociales, la hipocresía y el cinismo de la clase acomodada, el desapego emocional, la cobardía masculina, la incomunicación de una sociedad hipercomunicada (con la viralización de un video políticamente incorrecto), los límites éticos frente a la libertad de expresión, la xenofobia y otras miserias de la Europa otrora opulenta y hoy en plena decadencia. El resultado es algo decepcionante porque, si bien mantiene el espíritu provocador, la creatividad y la capacidad de sorpresa de sus films anteriores, la manipulación, el sadismo y cierto regodeo con el patetismo hacen que el talento que evidentemente tiene Östlund esta vez quede sepultado por una acumulación pretenciosa de “performances” (por momentos en la línea de su compatriota Roy Andersson) muchas veces extremas y caprichosas.
The square, una película que dispara acaloradas discusiones La decisión de otorgarle la Palma de Oro a The Square en la última edición del Festival de Cannes provocó una enorme polémica. Cineasta adicto a la provocación -muchos ya se habían indignado con Play (2011), la historia de un grupo de niños negros pobres que robaban a otros de su misma edad, pero blancos y de clase media-, el sueco Ruben Östlund había logrado un punto de equilibrio con Force Majeure: la traición del instinto, un film sobre el matrimonio como cataclismo. Esta vez, el blanco de sus dardos envenenados es el mundo del arte contemporáneo, sintetizado en la figura del particular director de un museo sueco que no tiene presupuesto para estar a la altura de sus competidores internacionales. Torpe para entablar relaciones, egomaníaco, más de una vez indolente y ciertamente paranoico, Cristian (el personaje interpretado con mucha eficacia por el danés Claes Bang) se ve envuelto en una serie de episodios problemáticos que Östlund narra con humor y un evidente cinismo: desde el montaje de una obra de aspiración altruista de una artista argentina que empieza con la desprejuiciada destrucción de la estatua de un monarca hasta la virulenta aparición en escena de un apremiante hombre-mono que produce una verdadera debacle en una cena de burgueses aterrados, pasando por una insólita trama persecutoria contra un niño, desatada para recuperar un teléfono celular que le roban al protagonista en un confuso incidente callejero. No hay tópico al que el director se acerque sin mordacidad: la sexualidad (es tan tensa como hilarante la escena que protagoniza con el personaje de Elizabeth Moss en torno al destino de un preservativo usado), las relaciones familiares, la hipocresía de las clases acomodadas... En una entrevista reciente, Östlund explicó que uno de los modelos para su película fue Cuento de Navidad, una novela de Charles Dickens también cargada de críticos simbolismos relacionados con la sociedad de su época. Publicada en 1843, el relato de Dickens cuenta la historia de un hombre avaro y egoísta que que transforma tras ser visitado por una serie de fantasmas en Nochebuena. La novela consiguió un inmediato éxito y el aplauso de la crítica.. En la línea de colegas como Michael Haneke y Lars von Trier, pero con aún menos sutilezas, el realizador sueco enfoca la mala conciencia de sus personajes para erigirse en un nuevo misántropo del cine. Aún con sus excesos -en el tono insolente y descarnado de la sátira y también en el largo del film, que originalmente duraba más de tres horas y tuvo que cortar para poder desembarcar en Cannes-, lo cierto es que siempre logra disparar acaloradas discusiones, algo que no deja de ser saludable.
De arte somos Con mucho de sátira, el filme premiado en Cannes plantea encrucijadas morales a su protagonista. La escena pinta y es un resumen de lo que plantea The Square. Transcurre en un salón, en medio de una gala en un museo en Estocolmo. Se hace una performance ante lo más alto de la sociedad sueca. Es un juego de caza, con un animal salvaje (en verdad, un hombre con el torso desnudo, que anda en cuatro patas con unas muletas y parece un orangután) que los amenaza, y si los invitados se quedan quietos y no reaccionan, esto es, si se quedan con la manada, nada les sucederá. ¿Rupturista? Seguramente. ¿Buñuelesco? Puede ser. El cine de Ruben Östlund, como lo demostró Force Majeure, pone a sus protagonistas en una encrucijada, generalmente moral. En aquella película el padre que abandonaba a su familia cuando se venía una avalancha de nieve, y luego negaba el hecho, debía confrontar con sus propios miedos, sus limitaciones, su cobardía. Con lo que era. Christian, el curador del museo en Estocolmo (un Claes Bang casi omnipresente, y muy bien), también. Pero tal vez le sucedan demasiadas cosas a Christian. Está por abrir una exposición, de la obra que lleva el título de la película ganadora en Cannes de la Palma de Oro este año, y nada parece salirle bien. Le roban el celular, la billetera y los gemelos en la calle, sin que se dé cuenta, y entra en un espiral de agresión y violencia para recuperarlos, a partir de una carta, que le traerán consecuencias. Lo mismo que lo que haga la agencia de marketing para publicitar The Square. Y la relación que trabe con una periodista estadounidense un tanto hueca (Elisabeth Moss, de Mad Men). Christian presenta así a The Square, un cuadrado de 4 x 4: “Es un santuario de confianza y cariño. Dentro de sus límites todos compartimos derechos y obligaciones iguales”. Esa carta amenazadora, ¿no es una exageración? La violencia, o un delito, ¿justifica una mala acción? Östlund plantea la corrección política y la embarra aún más con los despropósitos de la clase poderosa, sea como la manada que marcha a comer, o ataca, o que aplaude obras que son más para la sátira que otra cosa. El director tiene maestría a la hora de generar tensión, poner a Christian contra la pared y demostrar que la libertad y la creación no son infinitas, que en la sociedad tienen, lamentablemente o no, un límite. O al menos un costo, cuando las cosas a uno se le van de las manos, sea un performance o una apuesta a un video viral. Östlund es consecuente con esto. Trata temas como el arte moderno, la banalización y bastardeo del periodismo, los vagabundos, el racismo. Quizás abarque demasiado, aunque su relato dure casi dos horas y media. En fin, que nos lleva a argumentar sobre lo que vemos y a preguntarnos por nosotros mismos, y hace preguntas a las que no muchos querrán responder en voz alta.
El film toca varios temas sobre: la hipocresía, las banalidades, el egoísmo, las diferencias sociales, el desprecio de la clase acomodada y los refugiados en Europa. Pasando por distintas situaciones por ejemplo cuando una joven pide ayuda y la indiferencia de los transeúntes; a este hombre que ofrece su ayuda le terminan robando su billetera, sus gemelos y celular y una serie de incomodidades que sufrirá; el encuentro sexual del manager Christian con una periodista Anne (Elizabeth Moss); la tensión durante una cena de etiqueta en el museo cuando un actor que simula ser un simio y traspasa los límites, todo esto entre sarcasmos a los cuales recurre el director utilizándolos como recurso. El cineasta sueco Östlund presenta una fuerte crítica a los valores sociales, económicos y culturales, con pinceladas de humor absurdo, grotesco, sátira y sarcasmo. Para prestar atención a varias referencias y simbolismos. Recordemos que en mayo este film ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y ahora espera ser elegida en los Premios Oscar en el rubro Mejor película hablada en lengua extranjera.
Una nueva exposición comienza a organizarse en el museo X-Royal, en Estocolmo. Se trata de un cuadrado blanco ideado por Lola Arias, una artista argentina quien propone que “dentro de él, todos compartimos derechos y obligaciones por igual”, planteando la importancia del contrato implícito de cuidarnos unos a otros. En medio de los preparativos, a Christian (Claes Bang),
El mundillo del arte, o por lo menos aquel considerado “de vanguardia”, tiene una serie de códigos para su llegada al público. Nocrítica de The Square obstante, no pocas veces termina tratándose en realidad de códigos entendidos solamente por aquellos versados en el tema. En este universo se mueve The Square, la flamante ganadora de la Palma de Oro en la más reciente edición del Festival de Cannes. Me gusssta el arrrte… Christian es el curador de un museo que expone piezas de arte vanguardista. Un día le roban su celular y billetera en la calle. A través del chip que está instalado en el celular consigue averiguar que se encuentra en un edificio de departamentos. Entonces, para coaccionar al ladrón a que le devuelva sus pertenencias, decide escribir una carta amenazante y dejarla en todos los buzones de ese edificio. Christian enfrentará a las respuestas de los receptores mientras debe lidiar con la difusión pública de una nueva obra. El guion de The Square nos introduce en un mundo de códigos elitistas a los que exitosamente consigue satirizar. Una gran parte de dicha sátira la tiene representada en su protagonista: un ser engreído, egoísta, en la permanente búsqueda de la autosatisfacción, que se aísla completamente de cualquier emoción humana que no lo beneficie directamente, y que parece más empecinado en vender el personaje de un conocedor de arte cuando en realidad no podría estar más alejado de ese concepto, tanto en definición como en plenitud. Un ser que se cree superior y la realidad en contraste a esa creencia, es la que genera suficientes risas en el metraje. Aunque aprueba sonoramente en materia sátira, a la película le falta un entramado argumental más claro, más fluido. Al espectador, naturalmente, le va a encantar ver como un grupo de seres supuestamente superiores son ridiculizados al mismo tiempo que se expone su total falta de empatía ante el mundo que los rodea. Sin embargo, la falta de una estructura clara la reduce a una simple concatenación de hechos que se hacen difíciles y cansadores de sostener siendo una película de 140 minutos. En materia actoral tenemos correctas actuaciones de Claes Bang como el egocéntrico curador protagonista, y Elisabeth Moss (Mad Men, The Handmaid’s Tale) como una periodista con quien tiene un breve idilio. Cabe destacar la performance física de Terry Notary (Rocket de la reciente trilogía de El Planeta de los Simios) en una escena donde simula ser un simio en un comedor lleno de elegantes comensales. Por el costado de la técnica, la película tiene cuidadas composiciones de cuadro y un ojo detallista para la dirección de arte. Conclusión: Si bien acierta rotundamente como sátira, la falta de una línea narrativa clara representa un impedimento para que The Square pueda brillar, y es la que contribuye a que su duración se sienta como pesada. Si se la piensa como una serie de situaciones en donde se ridiculiza a una clase sofisticada, se la puede llegar a disfrutar. Ahora, si lo que se busca es una noción clásica de estructura narrativa puede llegar a aburrir. Está en usted, lector/a, decidir a qué grupo pertenece.
Cómo ser un experto en arte conceptual El snobismo y la corrección política bajo la lupa del director Ruben Ostlund, a través de un sujeto que finge ser experto en el mundillo de los fanfarrones. Nuestro público ya conoce a Ruben Ostlund. De él se estrenó aquí esa comedia amarga, incisiva, llamada "Force Majeure: la traición del instinto", sobre un padre de familia que, frente a una avalancha, en vez de salvar a los hijos agarra el celular y sale corriendo antes que nadie. Ahora nos trae una sátira refinada que bien podría subtitularse "La traición de los modales". Un poco larga, lo que diluye su fuerza, pero apropiada como crítica de ciertas actitudes "políticamente correctas" regidas por la hipocresía. Fantoche principal, un carilindo medio hueco, atento a las formas, muestra la hilacha cuando pierde algo y debe enfrentarse a la realidad que dice comprender. Bueno, también muestra la hilacha en varias otras circunstancias, por ejemplo cuando le piden que explique una blableta que acaba de recitar sobre arte conceptual. Ese es el otro blanco de los dardos de Ostlund, el arte conceptual. Y el mundillo que lo rodea y lo festeja. El autor sabe de qué está hablando, porque él mismo hizo años atrás una exposición de esa clase, con un cuadrado en el piso como centro simbólico de un discurso sobre la sociedad. De ahí surgió la idea de esta película. Hay palos surtidos para todos lados, bastante sorna, a veces difícil de compartir, ridiculeces y humillaciones de diverso calibre, buenas observaciones y alguna maldad. Ostlund sigue el camino de Roy Andersson, pero menos estilizado y con un sentido hiriente del humor. Protagonista, Claes Bang. En el reparto, Elizabeth Moss y Dominic West, estrellas televisivas, y, semidesnudo en una cena de gala, Terry Notary, el coreógrafo de las películas de simios belicosos, transformers y otros estrépitos de la vida moderna. Muy buena su participación (pero medio larga).
Ganadora del premio mayor en Cannes, esta película sueca del director de Fuerza Mayor/El Turista es un largo comentario ácido sobre el snobismo del mundo del arte. El director de un museo, a partir de una obra de la argentina Lola Arias, termina metido en problemas por la agresiva campaña de marketing del lanzamiento. Hay varias secuencias de eficaz provocación, pero en conjunto, la experiencia peca de aquello mismo que pretende, sin demasiada sutileza: criticar.
En The Square, la última ganadora de la Palma de Oro en Cannes, el director Ruben Östlund presenta un film experimental que critica el mundo del arte moderno y los comportamientos contradictorios de la alta burguesía sueca. “The Square es un santuario de confianza y cariño. Dentro de él todos compartimos derechos y obligaciones por igual”. Este es el lema de la nueva obra de la artista argentina Lola Arias. Y es también la nueva exposición del museo de arte moderno de Estocolmo a cargo de Christian (Claes Bang), el curador y director artístico. El cuadrado en cuestión es a simple vista una metáfora. Se trata de un espacio de 4 x 4 metros en los que, supuestamente, la gente que entra debe respetar las reglas de convivencia civil. Son los límites físicos que propone la sociedad y por lo tanto los que rigen en las relaciones humanas. A partir de esta frase, el director sueco Ruben Östlund construye en su último largometraje una crítica aguda sobre los límites del arte y el absurdo y se convierte inevitablemente en un discurso moralista sobre la humanidad. Entre los desafíos que Christian tiene en su trabajo, uno de ellos, es buscar cómo vender esta nueva atracción del museo, por lo que contrata a dos jóvenes agentes publicitarios que proponen hacer un video que se viralice por las redes sociales y así llevar más gente al lugar. Sin embargo, su problema principal pasa por otro lado. En medio de una situación rara y sin darse cuenta a Christian le roban su billetera y su celular. Esto le genera malestar y pierde de a poco su civilidad, su confianza en el mundo correcto en el que cree y quiere vivir. Y el que quiere difundir en el museo. Con la ayuda de uno de sus empleados empieza a buscar el teléfono y llegan a un edificio de un barrio humilde y dejan cartas amenazantes en cada uno de los departamentos. Esta absurda idea lo meterá en problemas y cuando se suba el video promocional de The Square, las complicaciones aumentarán. Lo más interesante del film es la provocación constante y cómo juega con la incomodidad del espectador. Pero sus provocaciones tienen un claro objetivo: deconstruir el arte moderno y fijar la vista en un mundo donde todo movimiento puede ser criticado abiertamente como algo fuera de lugar y en donde las diversas opiniones conviven en una falsa libertad de expresión. Hay escenas que son un ejercicio de ironía y sarcasmo que no abundan en la actualidad cinematográfica: la rueda de prensa, el anuncio y, especialmente, la cena, donde sale a la luz cómo la clase alta vive totalmente apartada del mundo real. Pese a algunas dificultades narrativas, Östlund sabe cómo crear suspenso y tensión a partir del uso de los espacios y del sonido. Al correr de los minutos se va expandiendo entre varias situaciones, muchas de ellas salidas de la nada, algunas divertidas y otras sin sentido alguno. Y es que The Square no pretende en ningún momento ser una comedia ni mucho menos ficción, su parodia y variedad de tramas son sólo elementos para abordar diversas temáticas con un punto en común: la sociedad moderna. Es por esto que se lo podría comparar con una tesis. Los problemas que trata son demasiados y amplios, como la relación de burguesía con el arte moderno, el marketing de la cultura, internet y, por sobre todo, la inmigración ilegal y la gente que vive en la calle. El film pone en cuestionamiento varios de los prejuicios, miedos y egoísmo que esconde la “políticamente correcta” sociedad sueca.
La tradición satírica corroe las certidumbres y revuelve las miserias de cualquier discurso autosuficiente y triunfante, a menudo de naturaleza tautológico. Entre las primeras escenas de The Square, el director de un museo de arte contemporáneo de Estocolmo es entrevistado por una periodista estadounidense. Al preguntar sobre viejas declaraciones del funcionario acerca del arte, la jeringonza resplandece en todo su esplendor. Embestir contra la institución del arte y los burgueses que lo consumen parece el objetivo del film. ¿Lo es?
El infierno son los otros The Square tiene algunas escenas que funcionan muy bien por sí solas, pero el todo no termina de parecerse a una película. En la segunda mitad de The Square hay una escena extensa que resulta muy efectiva por sí misma y que podría ser un cortometraje. Es una cena de gala en un museo repleta de artistas y viejos adinerados. El curador, que es el protagonista de la película, presenta una performance que consiste en un hombre en cuero que entra en la sala simulando ser un gorila. El tipo (el gorila) pasa entre las mesas haciendo sonidos de gorila, ante la risas algo nerviosas de los presentes, actitud que probablemente se suela repetir en los ámbitos del arte ante esta clase de performances. Pero el artista que hace de gorila no se sale de su personaje, y empieza a agredir a los invitados. Primero toca a algunos, ante la incomodidad general; pero después llega a arrastrar a una mujer de los pelos para intentar violarla. Es en ese momento recién que varios de los invitados se abalanzan sobre él para detenerlo. La escena es extraordinaria y clave (es la que ilustra el afiche de la película). El artista-gorila es está interpretado por Terry Notary, el actor que hizo de King Kong en la última película sobre el monstruo, y lo que hace acá es impresionante. Pero también está el director Ruben Östlund, que construye una escena en la que la tensión va creciendo, incómoda e inolvidable. El problema está en que esa escena está en una película. Una película que tiene varias escenas un poco arbitrarias como esa, que pueden funcionar por sí mismas. Y cuando las vemos en conjunto, no nos queda otra que preguntarnos: ¿qué nos quiere decir Östlund? Probablemente en esa escena del gorila haya por un lado una reflexión sobre el arte, quizás a la manera de ciertas películas de Cohn y Duprat (el humor de The Square se parece un poco). Y también, un poco debajo de la superficie, haya cierta reflexión (o crítica) a la indolencia de la gente con su prójimo, que después de todo es, aparentemente, el tema de la película. El argumento se podría resumir así: a Christian (Claes Bang), un curador de un museo, le roban el celular y la billetera; mediante el GPS logra individualizar el edificio en el que está el ladrón, aunque obviamente no el departamento; un amigo le sugiere dejar una carta amenazante en cada departamento ordenándole al ladrón que le devuelva sus cosas; así lo hace, pero cae en la volteada un chico inocente, al que sus padres castigan porque creen que es el ladrón. Este es el arco narrativo, pero la película está compuesta por escenas más o menos sueltas como la del gorila, y todas van en el sentido de la tesis central de la película: ¿podemos confiar en el prójimo? ¿Somos confiables nosotros mismos? Quizás en definitiva el problema de The Square sea que la “idea” está por delante de la historia. En eso se diferencia de los guiones de las películas de Cohn y Duprat, que suelen ser redondos, maquinitas narrativas. Acá hay digresiones, buenas escenas desperdigadas por ahí (y otras no tanto) que no dan como resultado una película muy coherente. Por eso por momentos levanta cierto vuelo (como en la escena del gorila, o en la subtrama protagonizada por Elisabeth Moss) y por otros cae en un pozo, y nosotros con ella, un poco hastiados y confundidos. Porque es cierto, la escena del espectador con Tourette es graciosa; y es cierto también que quizás ilustre las contradicciones de la solidaridad; pero es un poco agotador tener que estar buscando constantemente el significado oculto detrás de cada escena. El cine es otra cosa.
El director de “Force Majeure” vuelve con otra película que analiza los contradictorios comportamientos de la alta burguesía de su país. A partir de los efectos causados por una obra de arte moderno de “la artista argentina Lola Arias” (sic), el filme pone en cuestionamiento varios de los prejuicios, miedos y egoísmos que esconde la supuestamente cultivada y políticamente correcta sociedad sueca. Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes. El sueco Ruben Östlund es un cineasta que trabaja sobre hipótesis. Sus películas se plantean siempre en función de un concepto central y otros que giran a su alrededor. Son como grandes “what ifs” a los que somete a sus personajes: tests, pruebas, desafíos. “¿Qué harías si hay una tormenta de nieve que amenaza a tu familia?”, parecía ser el motor principal de su filme más famoso y logrado, FORCE MAJEURE. En general esas hipótesis intentan desenmascarar hábitos y costumbres sociales de la burguesía sueca, especialmente las ligadas a su corrección política, a su imposibilidad de demostrar sus sentimientos, a su incapacidad de reconocer que bajo esa prolijidad y esa sonrisa amable se esconden seres con características potencialmente horribles. En THE SQUARE el elemento que se suma a la cuestión es la relación de esa clase social con “el arte”. A partir de eso, se disparan muchos temas. Demasiados. La historia se centra en Christian (Claes Bang), el curador de un museo de arte moderno de Estocolmo, que está por inaugurar una nueva obra que se llama, como la película, The Square. Como dato curioso, la obra es de “la artista y socióloga argentina Lola Arias”, aunque entiendo que no es una obra que tenga nada que ver con la verdadera escritora, directora y dramaturga. De todos modos, “el cuadrado” en cuestión (ver foto) es la metáfora más obvia que el filme dispara: se trata de un espacio de 4×4 metros en los que, supuestamente, la gente que entra debe respetar las reglas de convivencia civil. Podrían haberle puesto a la obra “The Society” y era aún más claro. Como ésa, hay otras obras en el museo que pueden ser usadas para intentar ridiculizar las pretensiones de cierta burguesía intelectual, al estilo de “Art”. Entre los desafíos que Christian tiene en su trabajo uno de ellos es encontrar como “vender” esta nueva atracción del museo (otro elemento que entra en juego es la marketinización de la cultura), por lo que contrata a una agencia publicitaria joven que quiere hacer un video que se viralice por las redes sociales y así llevar más gente al lugar. Pero su problema principal pasa por otro lado. A Christian le hacen una especie de “performance art” muy realista en plena calle, cuando tres personas simulan una pelea, él intenta ayudar y detenerla, para darse cuenta luego que era un “cuento del tío” y le robaron el celular y la billetera. Christian se molesta y parece perder su civilidad, su confianza en ese mundo “correcto” en el que el cree y quiere vivir. Y el que quiere llevar al museo. Es entonces que con la ayuda de uno de sus empleados empieza a buscar el teléfono en cuestión y llegan a un edificio de un barrio humilde, lleno de inmigrantes, y dejan amenazadoras cartas en cada departamento. Esa absurda idea lo meterá en problemas. Y cuando se viralice el video promocional de “The Square” –otra terrible idea–, las complicaciones se le duplicarán. En una película de 140 minutos a la que le sobran 40, hay otras subtramas que giran alrededor. Una ligada a la relación de Christian con Anne (Elisabeth Moss, de MAD MEN), una periodista norteamericana con la que tiene un raro pero gracioso affaire. Y, en medio de la película, tendrá lugar una cena de gala de sponsors del Museo en la que una “performance” artística se irá un poco de las manos, provocando un caos. O acaso no. Acaso ese caos sea parte de la obra. Ese juego es tal vez el más interesante del filme. La sensación permanente que los desafíos performáticos o las apuestas “virales” siempre pueden pasarse de rosca, ofender a algunos y, a la vez, estar enmarcados dentro de la “libertad de expresión”. En esa libertad quiere creer Christian, pero la realidad le demuestra que poner un artista performático a golpear invitados o montar un acto falso de violencia contra un bebé en un video tiene sus contratiempos y sus enemigos. Y que el propio curador no sabe bien cuáles son sus límites ni cómo utilizarlos. De todos modos, pese a sus serias dificultades narrativas y su excesiva misantropía, Östlund sabe montar escenas de suspenso y tensión a partir del uso de los espacios y del sonido. Es más sutil por ese lado que cuando sus personajes abren la boca para decir una y otra vez variantes de las mismas ideas. La película se expande y expande generando más y más situaciones de “what if”, muchas de ellas salidas de la nada, algunas divertidas y otras sin sentido alguno. La película nunca termina de funcionar en el terreno de la ficción –como sí lo hacía FORCE MAJEURE— y se queda en una suerte de elegantemente filmada película de tesis sobre “¿qué nos pasa a los suecos?”. Los problemas que trata –además de la relación con el arte moderno, con internet y con la corrección política entran el periodismo, la inmigración ilegal, los vagabundos callejeros y otros– son demasiados y muy amplios. En el fondo, sobre lo que la película quiere hablar y no termina de poder hacerlo bien debido al (literal) ruído que la rodea es sobre la confianza. ¿Podemos seguir confiando en nosotros, en nuestros vecinos, en las bases en la que está constituida nuestro “square”? A juzgar por los resultados electorales de los últimos tiempos da la impresión que esa idea de qué es lo que constituye esas sociedades es cada vez más difuso e indefinible. Lástima que la película no encuentre una manera más ajustada de tratarla.
ESTAR ADENTRO O ESTAR AFUERA El director sueco Ruben Ostlund nos propone en este filme, su cuarto largometraje de ficción y con tan solo 43 años, arriesgarse con otra hipótesis a comprobar sobre el comportamiento del hombre en la sociedad moderna del primer mundo, y cuando digo hombre enfatizo la mirada en el género masculino como epicentro de las filosas indagaciones que teje este realizador. Así como en “Fuerza mayor” lo hizo en el marco de una familia tipo, sueca y burguesa que vacaciona como si el mundo fuera perfecto hasta el “¿qué pasaría si un padre abandona a su familia frente al peligro de muerte?”, bien, de este filme ya sabemos su respuesta o su intención de arribar a una conclusión sobre esta encrucijada. En este caso, “The Square” traza el vínculo entre el nuevo curador de un museo de arte moderno muy top en Estocolmo y la burguesía sueca contemporánea, funcionando finalmente ambos como espejos uno del otro. En el museo residen los “dueños del saber” esos representantes de un discurso único: “el del arte”, y frente a ellos el mundo, los otros, la sociedad ya que ricos o pobres siempre son o serán “los ignorantes” los hambrientos de una cultura dignificante que solo la institución sagrada del museo les puede proveer. Christian (Claes Bang) es un ególatra, atractivo e hiper burgués que busca ante todo el éxito sin importar cuál sea la empresa que se proponga, y tener a sus pies a toda la fauna social, desde los ricos que aportan al museo millones y fantasías de grandeza, hasta la gran masa general. Ellos son las nuevas presas de este cazador profesional, un ideal del sujeto modelo del sistema capitalista en su apogeo. Su obsesión y desmesura se aplican tanto como para recuperar su celular y su billetera que le roban en un descuido al estilo “cuento del tío” por lo que será capaz de trazar un plan demencial y abominable para recuperarlos, plan y resultado que no puedo develar porque son una de las claves críticas de la temática y de la hipótesis en juego de esta narración. Su misma modalidad sin límites queda a la luz también en la estrategia de marketing que termina aplicando como sin saberlo para lograr una convocatoria masiva a la nueva muestra del museo que es el gran evento del año, o más bien la metáfora del fenómeno social del que habla el filme. La muestra mencionada le es adjudicada a la artista argentina Lola Arias (algo totalmente ficcional) y se titula: “The square” como la propia película, lo que en inglés significa “el cuadrado”, que es en sí la estructura de la instalación: un cuadrado de 4 por 4 metros de lado. Una serie de cuadrados serán el despliegue de esa muestra, y quienes entren allí deberán respetar las reglas de convivencia que para esos espacios fueron creadas. Estas “reglas” se basan en: la aceptación, la confianza y la solidaridad. Toda una ironía para una película donde si hay algo que no existe y que ni esboza aparecer, son algunos de estos tres valores éticos y morales del ser humano. El relato presenta varias sub tramas, algunas hilarantes, otras impactantes, armando un tejido de vínculos o trazos argumentales que quedan abiertos o abandonados, parte del gran caos narrativo, del gran caos social, ideológico y ante todo de la gran impronta de post modernidad que destila toda la trama y su estructura, su ética y estética integral. Una de las escenas de mayor despliegue teatral, si así pudiera decirlo, es el acting que se lleva a cabo en una cena de gala con los grandes benefactores del museo y un grupo de gente diversa emperifollada con lujosos atavíos y plagados de joyas que son parte de este juego. Pero la payasesca puesta deviene en una suerte de descontrol, perverso y salvaje. Todo un juego simbólico del lugar de poder de esta élite y de todas las élite del mundo que sufren y disfrutan a la vez poniendo a la luz sus vacíos de sentido, sus agujeros existenciales, sus miserias aberrantes y su capacidad de denigración. El eterno juego del amo y el esclavo. El filme de 140 minutos es excesivo tanto por su metraje como por la cantidad de relatos que se abren del núcleo. Estos generan la posibilidad de pensar que hay más de una posible hipótesis a indagar, pero esto no es algo seguro . Entonces defenderíamos la idea de que hay una sola, y que las tramas y sub tramas dan al mismo tiempo una diversidad de respuestas y no respuestas para la misma pregunta: ¿Qué sucedería si un hombre para vender una falsa verdad es capaz de mostrarle a la sociedad su misma imagen, la más abominable transformada en un video inmoral? Si esta es una de las posibles hipótesis acerca de la sociedad y el hombre post moderno y primer mundista, no es la central y no es la única sin duda. Inevitablemente hay más de una pregunta crítica en danza ¿más de una hipótesis, más de una respuesta? El filme se hace barroco ante tantas capas de elementos superpuestos y exige del espectador un desmembramiento de cada parte, sin quedarse en los golpes de efecto que son muchos, exigiéndole sacar el hilo fino subtextual que la película quiere claramente que sea encontrado por el observador. Un desafío para los que gustan de estos juegos del pensamiento crítico más que de las emociones. Por Victoria Leven @victorialeven
¿Qué he hecho yo para merecer esto? El director de “Fuerza Mayor” (2014) vuelve al ruedo multiplicando su propia apuesta. Si la primera era desnudar a la hipocresía de cierta clase social, y simultáneamente una radiografía del comportamiento humano en términos de drama, en ésta circula por la sátira para burlarse de todo, con tres variables principales. Por un lado, la inoperancia y el ignominia de las clases sociales en la punta superior del triangulo sobre el resto de la humanidad, en segundo lugar, al arte contemporáneo que se auto sustenta y se adjudica los criterios sobre el arte en general y, por ultimo, una mirada muy despreciativa del 4to poder, el periodismo, por momentos de manera muy cruda, en otros con rodeos semánticas, nunca de manera sutil. Christian (Claes Bang) es un hombre que parece haberse ganado el lugar en la sociedad, trabaja como curador en jefe en un museo de arte contemporáneo en Estocolmo, situación que es todo un estandarte social. La sola presentación del personaje parecería dar por tierra eso mismo que propone halagar, toda una contradicción, de las muchas que plantea el filme, constituyendo las mismas una gran parodia. Padre de dos hijos, acaba de divorciarse. Duerme en su oficina del museo. Dueño de un coche eléctrico y, por sobre todas las cosas, se muestra compenetrado de las grandes causas humanitarias. La próxima exposición que prepara se titula 'The Square', es una instalación que invita a los visitantes al altruismo y les recuerda que deben respetar a sus semejantes, una obra que de no ser explicada no seria una obra de arte, por lo que no se merecerío el lugar que ocupa. Para justificar la idea Christian es capaz de hablar en un reportaje durante media hora sin decir nada, mientras la entrevistadora, por ignorancia, no habla, dice nada. Todo cambia cuando a Christian le roban su teléfono, pues se ve impelido a escenarios impensados, ese discurso humanista que profesaba se deshace como castillo de naipes por la irrupción de su narcisismo sin filtro. A partir de este hecho el filme se estructura en dos variables de acción, por un lado, el profesional, debe tener lista la muestra, y por otro el personal, el recuperar su celular, su agenda y la relación con sus hijos. Ambas se entrecruzan, y la segunda termina por relegar a la primera. El texto parece estructurarse narrativamente de manera progresiva, sin embargo algo hay de las acciones y las secuencias que se constituyen como apuntes aislados que conforman un todo. Ese todo es lo que el personaje no puede terminar de controlar, y es el vehiculo por el cual comienza a transitar su descenso al infierno personal, nunca perdiendo la idea de poder reírse de lo patético de la vida actual. (*) Dirigida por Pedro Almodóvar, en 1984
Meses atrás viajé a Nueva York. Fui al Guggenheim, ese museo redondo por el que corre Will Smith en Men in Black. En la tienda de regalos, había una bufanda que debí haber comprado que decía: "ARTE MODERNO = YO PODRÍA HABERLO HECHO + SÍ, PERO NO LO HICISTE". Muchas personas dicen que "el arte moderno apesta", que no significa nada, que está sobrevalorado. A veces agregan cosas como "arte es otra cosa, arte son los videojuegos", o "arte es Salta la Banca". Pero ese es el tema con el arte moderno: está condenado, por sus propias características intrínsecas, a ser malinterpretado, ignorado y detestado. La gran mayoría de los artistas (en especial los mejores) no piensan su obra exclusivamente para el público reducido de la escena, sino que buscan crear piezas que sean accesibles hasta para el más ignorante. El famoso estereotipo de artista describe a un sujeto de treinta-cuarenta años, de barbita cuidada y con el mentón cortando el viento, que defenestra los medios populares como el cine, la televisión y los videojuegos por ser "escapistas". Sucede que el arte anterior al Siglo XX, si bien era bellísimo, también era "escapista". Cuando el nacimiento de los formatos audiovisuales permitió al arte desligarse de su compromiso con la realidad (un compromiso que existía más que nada por razones financieras), los artistas obtuvieron sin previo aviso la libertad para ahondar en los más profundos sentimientos del ser humano. Y eso a la gente no le gustó; el estereotipo de "artista" en realidad dice más de nosotros que de ellos. Pero esa libertad no fue exclusiva de los artistas: los comerciantes de arte usaron esas obras que nadie entendía para especular financieramente y decorar el super-capitalismo del Siglo XX. Que a vos una pintura de Picasso te parezca una mierda está perfecto, pero no cambia que esa misma pintura valga millones. La (hmmm) grieta entre el arte moderno y el público masivo es más una consecuencia de la división de clases que de la obra de los artistas. Todos culpan al arte, cuando el arte es hijx de la sociedad. Se podría decir que The Square habla sobre eso. También se podría decir que no habla sobre nada en particular, lo cual es más acertado. Y es imprescindible decir que esta es de esas películas que causarán reacciones diferentes en cada espectador. Christian (Claes Bang), protagonista del film, es el curador de un museo de arte contemporáneo en Estocolmo. Cuando le preguntan qué es lo más difícil de su trabajo, Christian contesta: "el dinero". No es una mala respuesta, pero la dice con algo de vergüenza, como si le pegara más profundo. Parece que algo carcome a Christian pero nunca sabemos exactamente qué. Quizás odia su trabajo, quizás no entiende las obras que exhibe, quizás le incomoda no usar su "posición de poder" (como él la llama) para ayudar a otros. Así es, chabón: The Square es una película que exige una interpretación personal. Es un mérito del director y escritor Ruben Östlund que The Square logra crear un espacio cómodo para pensar. Ningún tema recibe más atención que otro. Hay viñetas que hablan de las redes sociales, la maldición del "políticamente correcto", el relación del arte y la publicidad, y hasta el choque generacional. El director es ayudado por la actuación de Bang, que causa empatía sin revelar nada, y por las apariciones de Elisabeth Moss (The Handmaid's Tale, Mad Men) y de Terry Notary, quien protagoniza la mejor escena del filme, la que por sí sola justifica que haya ganado la Palma de Oro en Cannes. Las cosas que puse al principio de esta review (porque esto sigue siendo una review, eh) fueron cosas que pensé después de la función privada. Pero no me surgieron por ver The Square, sino más bien porque eso es lo que pienso sobre todo el tema del arte contemporáneo. Y eso es lo que cuenta. No hay mucho más que decir: esta es una película para pensar, así que a muchos los va a dejar gusto a poco. Lo que importa es lo que uno saque de sí mismo para llenar los huecos. OK, you got me: soy un apologista del arte moderno. Pero el diletante en mí (esa es la palabra para los que aman el arte, ¿no?) no amó The Square, porque no habla sobre el arte en sí. El arte es un reflejo de la sociedad, y la película de Östlund es un reflejo de la sociedad que cree verse reflejada en el arte y sonríe y después mira para otro lado. Por suerte, sus dos horas y media de duración son increíblemente llevaderas. VEREDICTO: 8 - ME GUUUSTA EL ARRRTE El director de Force Majeure crea con The Square una sátira sobre el extraño mundo del arte moderno y sobre un hombre que se encuentra perdido en el medio. Si no es la película mejor "pensada" del año, tal vez sea la que más te haga pensar: es imposible mirarla sin reaccionar de alguna manera visceral.
The Square (2017), la última ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, lleva un título geométrico que, en español, podríamos traducir como El cuadrado. Ahora bien, en inglés, “square” también se le dice a una plaza. Y en la película, efectivamente, el cuadrado en cuestión es una obra de arte instalada en una plaza, en frente de un museo de arte moderno en Estocolmo. La obra consiste en un pequeño perímetro de luz. Todo peatón puede ingresar en su espacio, que vendría a representar algo así como un lugar de bondad y cariño. Lo que hace -o lo que debería hacer- el perímetro es transformar a cada habitante transitorio en un punto de referencia. Del anonimato urbano, el transeúnte encuadrado se vuelve el protagonista de la vía pública. Al menos, ese es el plan, que escuchamos en boca de Christian, el administrador del museo, y de sus subordinados y superiores. Pero nunca vemos a la obra en acción. Sirve, sin embargo, para introducir el tema del film, que Christian, como quien no quiere la cosa, resume ante una periodista estadounidense, Anne, a quien le pregunta: “Si apoyás tu cartera en el piso de un museo, ¿se convierte en una obra de arte?” El cuadrado en la plaza, entonces, es sólo un tipo de marco. Otro, como sugiere Christian, es la institución misma del museo. Y hay más, en esta propuesta del director sueco Ruben Östlund, el de la brillante Force Majeure. Existe, por ejemplo, el marco de la pantalla en el cine. Y en el contexto de la ficción, hay pantallas adicionales: celulares, videos de YouTube. Sin embargo, entre tantos cuadrados y rectángulos, surge otra cuestión: el límite, el perímetro que resignifica lo que hay adentro pero también lo separa de lo que hay afuera. Östlund se pregunta si la obra de arte ha perdido su capacidad de transgredir, de romper barreras, al quedar encerrada en los límites de su propia y confortable función social. Es lo mismo que se le puede recriminar a la película: galardonada en festivales internacionales, aplaudida por públicos y críticos, ¿hasta qué punto The Square puede perturbarnos, sacudirnos o alterarnos? El film, de alguna manera, se sabe irrelevante e inofensivo. Y ese es el problema que plantea: su propia intrascendencia y su búsqueda de una alternativa o salida. Christian, a lo largo de la trama, aunque siempre está rodeado de obras supuestamente vanguardistas y transgresoras, solo es interpelado por lo que no es arte, o lo que no se considera como tal. Por ejemplo, cuando una pareja de desconocidos, que simula una violenta pelea en la calle, le roba el celular. O más tarde, cuando Anne, con quien tiene una aventura, le reprocha su falta de atención. Es más incómodo este desencuentro romántico, o la actuación callejera de los ladrones, que muchas de las piezas expuestas, entre ellas una pila de sillas y una cordillera de montículos de tierra. En cuanto al cuadrado del título, termina siendo noticia y escandalizando a la sociedad sueca, pero no por sus propios méritos. Sucede que el museo trabaja con una agencia de publicidad para promocionar la obra, y los creativos de la agencia deciden subir un video espeluznante a YouTube. Se viraliza y genera interminables debates, indeseados e incontrolables. Ocurre algo parecido con otro espectáculo que ofrece el museo: el hombre-mono Oleg, una performance salvaje que se va de las manos -en más de un sentido- durante una cena de gala. The Square a veces incurre en lugares comunes. Después de todo, no se requiere mucha imaginación o valentía para burlarse del arte moderno. Y también, hay que decirlo, el arte viene cuestionando su propia función y definición desde hace un tiempo. (La fuente de Duchamp acaba de cumplir cien años). En este sentido, Östlund no nos dice nada nuevo. Pero la mirada del director no es enteramente condescendiente. Christian a veces nos resulta antipático, pero es genuinamente inteligente y ocasionalmente autoconsciente. Y algunas de las ofertas culturales del museo, como la de Oleg, son verdaderamente atractivas, si bien alcanzan su esplendor recién cuando derraman sentido, cuando se viralizan en videos ridículos, cuando el actor-sujeto-salvaje se torna abusivo y criminal. Es decir, cuando la obra se escapa del marco y se disuelve en el caos de la vida cotidiana. El caos, justamente, que quiere evitar Christian. Luego de perder su celular, geo-localiza el paradero de su dispositivo y llega a un edificio en un barrio de clase media baja. Quiere dejar un mensaje desafiante en el buzón del departamento de los ladrones, pero no sabe cuál es. Así que deposita mensajes en todos los buzones. La travesura funciona y, al otro día, recupera su celular. Pero también insulta a muchos inquilinos inocentes, entre ellos a un adolescente, acusado de ser un delincuente por sus propios padres, que lo acorrala a Christian y lo amenaza con el caos. Los marcos y perímetros no son solo los del arte y las instituciones, sino también los que median entre un edificio de clase media baja y un museo de lujo en un antiguo palacio; o los de la apacible vida privada de Christian, que no quiere complicarse con la intimidad que le exige Anne o la conciencia de clase a la que lo obliga el adolescente agredido. Más que una sátira sobre el arte moderno, The Square es una reflexión sobre la descomposición del espacio del arte y sobre esa descomposición como metáfora de otras posibles descomposiciones (de límites sociales y económicos). Volviendo sobre las palabras de Christian, la pregunta ya no sería si una cartera, en un museo, se convierte en obra, sino si esa cartera, en un museo, transformada en obra, luego filmada por un celular y subida a las redes sociales, donde desencadena una larga conversación entre usuarios digitales, si esa cartera sigue siendo una cartera u otra cosa, parte de un flujo desordenado y caótico, sin cuadrados o marcos que valgan.
Ruben Östlund retrató la problemática del bullying en los niños en Play (2011), con un realismo social que desnudaba las falencias del sistema en Suecia. Hasta el momento en que pude ver The Square, Play era lo más destacado en su filmografía. No habría que ignorar su laureada Force Majeure (2014), pero es que aún cuesta creer que su película menos arriesgada sea la más reconocida. Ahora no hay chicos peleando en las calles o una pareja en conflicto. The Square es protagonizada por Christian (un notable Claes Bang), un curador de un museo de arte contemporáneo que expone obras destinadas a fomentar valores humanos como la solidaridad y la empatía. The Square (la obra del museo que le da el título a la película) quiere mostrarnos que la bondad humana todavía existe, y está representada por un perímetro cuadrado luminoso de 4×4, ahí dentro todos están a salvo del mundo exterior. Como si de una burbuja protectora se tratase, The Square es el futuro perfecto. En paralelo, en un intento por ganar mayor notoriedad para el museo, unos jóvenes pasantes logran viralizar lo controversial en YouTube. Un video que por violento y gráfico va en contra del ideal del museo. Surge el conflicto. Östlund narra los hechos con la corrección técnica sueca que lo representa: planos milimétricamente estudiados, un guión férreo y el infaltable estilo nórdico. Hay escenas muy logradas sobre la marcha y funciona como una radiografía del comportamiento humano. Es una sátira que bastardea la corrección política, muchas veces de manera shockeante (memorable la escena del poster). No es para el público masivo, recomendable para quien quiera ver una historia bien contada y lejos de la risa fácil.
Sin ningún ruido (así estamos) se estrena este film, nada menos que la última Palma de Oro en Cannes. Su realizador es el sueon Ruben Ostlund, un tipo ingenioso que nos había dado ya una sátira inquietante, Force Majeure. Aquí tenemos al respetadísimo curador de un museo de arte moderno que pone una obra sobre valores humanos, pero tiene que lidiar más de una vez con los problemas del mundo, algo que vuelve la película algo mucho más irónico (además de la parodia sobre el arte performático y contemporáneo, que de todos modos es bastante evidente). Problemas: Ostlund quiere decirlo y mostrarlo todo, todo aquello que pasa por su cabeza. Lo que implica que la película se extienda innecesariamente dos horas y media. El otro problema es que muchas de sus ironías son un poco fáciles, un poco el chiste que cualquiera podría hacer en Twitter. Si el asunto es condenar la impostura, sí, ahí está. Y hay varias secuencias muy buenas. Pero nos quedamos en el borde del asunto.
Nominada al Oscar 2018 entre las candidatas a Mejor Película en Lengua Extranjera, The Square tiene en su historial haber obtenido la Palma de Oro a Mejor Película el pasado mayo de 2017 en el Festival de Cannes. - Publicidad - Se trata de una producción sueca, dirigida por Ruben Östlund, quien en cuenta en su haber las películas The Guitar Mongoloid (2004), Involuntary (2008), Play (2011) y Force Majeure (2014) esta última estrenada en Argentina como La traición del instinto, y candidata al Oscar extranjero también en su momento. Centrada en la figura de un director artístico / curador de un museo de arte contemporáneo en Suecia interpretado por Claes Bang, la película se articula narrativamente sobre dos hechos en paralelo: el robo de la billetera de este personaje y la inauguración de una instalación, llamada the square (el cuadrado), como gran hecho expositivo del museo. Ambos hechos producen reflexiones sobre una cuestión básica de las comunidades: la confianza, la solidaridad y la pose publicitaria tan actual de pensar al arte como un medio de transformación social, pero siempre puertas adentro de instituciones de élite adonde jamás ingresan las clases cuya realidad el arte exhibe, denuncia y busca transformar. Llena de guiños al delirante star system del arte, los artistas, los curadores, el mercado, los amigos de los museos y benefactores, y, un elemento clave, el marketing y el área de comunicación y prensa, The square plantea un tema clave en las sectores de alto ingreso que se mueven en relación al arte: la falta de empatía con la marginalidad, la cuestión del gusto como rasgo de superioridad y el museo como una isla adonde es difícil que sectores intersectados por diferencias de poder adquisitivo, raza, migraciones, conflictos, pueden acceder. Todos los temas que dejan en claro, de manera paródica en la película, que el arte es hoy y más que nunca una cuestión de clase. La articulación entre el pequeño incidente personal del robo de su billetera del protagonista y lo que hará para recuperarla y las tensiones de inaugurar la exhibición marcan toda la película. Todos los demás personajes giran en torno a su deseo, su mirada, su capricho y sus necesidades: sus hijas en el shopping en contraposición a otras infancias como el niño al que acusa, al voleo, de ladrón, sus empleados del museo y hasta una periodista interpretada por Elisabeth Moss con la que tendrá una escena sexual en clave de absurdo, memorable, con quien disputa el semen de su preservativo por miedo a que sea usado sin su consentimiento, la marca de un narciso deslumbrante y patético a la vez, que quizás sea una de las metáforas del arte contemporáneo mejor planteadas de los pocos relatos críticos, metalenguístico y autoreferencial que la institucionalidad ha producido. The Square, para quienes pasamos muchas horas de nuestras vidas visitando museos, bienales y galerías, tiene escenas inolvidables. Una en particular, que es el paroxismo de estas contradicciones que señalamos, la que protagoniza Terry Notary en la cena de gala con benefactores, que pone de manifiesto la cuestión del acoso y la vulnerabilidad. Otra, la referida a la campaña publicitaria que se lanza en las redes para promocionar la muestra, que, para apelar a la necesidad de confiar, llega a simular la explosión de una niña dentro del cuadrado en cuestión, golpe bajo de una triste situación que existe en los innumerables conflictos que Occidente emprende contra las disidencias político sociales en su pelea por cada territorio del que se apodera cuando lo precisa (The Square es también una disputa de territorios, claro). Alguien me preguntó si el mundo de un Museo tan exquisito y refinado como el que muestra la película podría ser realmente así, y mi respuesta es que, conociendo el campo y las instituciones, la película era muy interesante y el verosímil, funcionaba ampliamente. Mostrar la conexión entre modos de representación y prácticas institucionales es otro de los méritos de esta historia. The Square habla de la violencia de toda una gestión contemporánea del arte. Y todo ello, en una narrativa impecable, ascéptica, minimalista y visualmente potente. La banda de sonido acompaña muy bien creando un clima entre existencial y vacuo, especialmente la genialidad de Bobby McFerrin, Improvisació 1, un fraseo que modula, cautiva y seduce, sostiene y ocupa, pero no dice nada. Se deja ver muy bien, más allá de que se vaya o no a los museos porque habla de la hipocresía, la superficialidad y la falta de compromiso. Veremos si se lleva el Oscar y vuelve a actualizar en los medios viejos debates que, por supuesto, el sistema también absorberá.
El límite de la vanguardia La cinematografía sueca despliega su esplendor en "The Square", un filme profundamente exótico y de vanguardia que apuesta al mundo del arte. La película, que recibió la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes es otra provocación del cineasta sueco Ruben Östlund ("Play" 2011). Christian es el presidente y curador del museo más importante de la ciudad. Un hombre frío y con un particular sentido de la estética. Sus valores se ponen en jaque cuando comete una falsa acusación contra un niño al que deberá rendirle cuentas de su irresponsable comportamiento adulto. Lo más interesante resulta en las obras de arte exhibidas en el museo, que se vuelven protagonistas del filme. La estrella es "The Square", una controversial obra que despertará polémica en el universo del arte ya que intenta fomentar valores humanos y altruistas de una manera muy particular. Pero cuando contrata a una agencia de relaciones públicas para difundir el evento, la publicidad produce malestar en el público. Así, entre cenas de élite que incluyen happening y performances experimentales y arriesgadas, este filme muestra un costado muy oscuro del mundo del arte que despierta el instinto de supervivencia e invita a repensar cuál es el límite en la libertad de expresión en los tiempos modernos.