El británico John Michael McDonagh, figura importante de la cinematografía de las islas, hizo historia con "The Guard", allá por 2011, al obtener el reconocimiento de ser la cinta de mejor performance independiente en Irlanda a lo largo de toda su historia. En aquel film, ya se perfilaba su asociación con Brendan Gleeson como una alianza que daría que hablar, hecho que se confirma, en este "Calvary" y seguramente se profundizará en el próximo emprendimiento conjunto: "The Lame Shall Enter First" (no confundir con la del 93). Aquí, la historia que trae es realmente controversial. Densa, lacerante. Decididamente no deja indiferente al espectador desde el primer cuadro. James (Gleeson) es un sacerdote de una ciudad irlandesa costera, en la que no pasa demasiado. Como cualquier otro día, nuestro protagonista va al confesionario a hacer su trabajo, pero encontrará allí una tremenda sorpresa. Del otro lado de su ventana, alguien le transmite su intención de matarlo el próximo domingo. Este sujeto que hace la amenaza le pone en palabras la razón de esa condena: él ha sido víctima de abuso por parte de un religioso y siente que su vida, está perdida. Ese dolor, quiere hacerlo visible a través de la muerte de un buen párroco, para que la gente preste atención a su mensaje. Tiene entonces sólo 7 días James, para descubrir y desactivar su amenaza o terminará muerto a manos de este sujeto. El sabe que su potencial asesino es miembro de su comunidad y tendrá entonces algo de tiempo para descubirlo y convencerlo de detener su plan criminal. "Calvary" hay que decirlo, tiene un trailer engañoso. Parece a simple vista un ingenioso thriller negro, con mucho humor y no lo es. Es un drama de aquellos. Y la situación que aborda (el destino de las víctimas de abuso por parte de sacerdotes en Irlanda) es una herida abierta en esa sociedad que se puede apreciar en la atmósfera del film. Supura. Molesta. Y aunque muchos intenten ignorarla, parece estar presente con todo su dolor y furia. McDonagh se apoya en el aplomo y el carisma de Gleeson para sacar un film complejo, lleno de matices y que demanda mucho trabajo interno al espectador. Puede decirse que a cada paso del camino, no sólo acompañamos la búsqueda del potencial matador, sino que también instalamos la cuestión de fondo en toda su extensión. Hay debate y reflexión, que se agigantan en el tremendo climax de la historia. La banda de sonido y la fotografía son puntos altos aquí. Tampoco hay que dejar de destacar la segunda línea de personajes (con Kelly Reilly y Chris O'Dowd en grandes papeles) y los aciertos de McDonagh para transmitir su idea, sin caer en lugares comunes. Podemos decir que "Calvario" es un producto serio, controversial y humano, por donde lo abordes. En el debe, la primera parte del film es demasiado laxa y contemplativa, siendo que la noticia de apertura es una bomba y al protagonista le cuesta hacer pie en este primer tramo. Por otra parte, el paisaje irlandés es bello pero... no para justificar tantos minutos en el metraje. Muy buena propuesta (les repito, es un dramón, a tener en cuenta), incluso, para debatirla a la salida de sala. A tener en cuenta.
Sigilo sacramental. ¿Cuántas veces hemos depositado grandes esperanzas en una película que -palabras más, palabras menos- finalmente resultó una decepción? En muchas ocasiones ese amasijo intelectual de prejuicios y expectativas nos juega una mala pasada, derivando por lo general en un repliegue hacia el momento previo al visionado, cuando las obras anteriores de los responsables de turno aún nos ofrecían una promesa: es allí donde descubrimos las razones de un “fracaso” que suele ser por demás relativo. Específicamente hablamos de Calvario (Calvary, 2014), el segundo opus de John Michael McDonagh y su reencuentro con Brendan Gleeson luego de aquella ópera prima intitulada El Guardia (The Guard, 2011). Ahora bien, la presente duplica con dedicación todas las fortalezas y debilidades de su predecesora e invierte la tonalidad de la trama: mientras que El Guardia era una comedia negra similar en estructura a sus homólogas de los hermanos Joel y Ethan Coen, pero marcada por detalles costumbristas irlandeses y una parodia mordaz de la idiosincrasia nacional, Calvario continúa en esa senda aunque en esta oportunidad volcando la tesitura hacia el drama de ribetes existencialistas, lo que demuestra cierta incapacidad a la hora de llevar más allá el ingenio implícito en la anterior. De hecho, aquí el problema pasa por esta superación truncada en función de un convite correcto que definitivamente daba para más. El catalizador principal es una amenaza de muerte al Padre James (Gleeson), un sacerdote de un pequeño pueblo costero de Irlanda, durante una confesión dominical. A pesar de que el clérigo reconoce la voz detrás de la intimidación, decide proseguir con sus tareas habituales, no obstante los feligreses no le simplificarán las cosas ya que deberá enfrentar una serie de ataques a su rol en la comunidad y los basamentos de su fe. Desde un caleidoscopio bergmaniano, el director construye una historia en mosaico que si bien hace eje en el cura, en realidad gusta de pasearse por las miserias de todos los vecinos del lugar, quienes tienen por fetiche descargar su cólera contra James sólo porque es un blanco fácil. Por suerte esta ausencia de un verdadero móvil que justifique la vehemencia detrás de los intercambios entre los personajes está compensada por los maravillosos diálogos del guión del propio McDonagh y el extraordinario desempeño del elenco (no sólo vuelve a brillar Gleeson, hoy lo acompañan grandes actores como M. Emmet Walsh, Dylan Moran, Kelly Reilly, Chris O’Dowd y Isaach De Bankolé). Quizás lo más curioso del film es que en el balance final termina arrojando un saldo positivo, pero no por el sigilo sacramental, al cual el realizador le asigna la mayor importancia narrativa posible: una vez más la irreverencia salva a un relato que se bifurca en demasía bajo el tópico quemado de la crisis religiosa…
No debe ser nada fácil tener ascendencia irlandesa (con todo el peso religioso y tradicionalista que eso implica) y realizar una película con un tema tan fuerte como “Calvario” (Calvary, 2014), que pone la mira en la iglesia católica y en los abusos a menores perpetrados por los curas en ese país (y en todas partes) desde hace más de cincuenta años. El director y guionista John Michael McDonagh -quien debutara tras las cámaras con la comedia policial “El Guardia” (The Guard, 2011)- se la juega y traza una historia dramática y controvertida, que no deja de lado la ironía y el humor. No, no estamos hablando de una comedia, ni tampoco de argumentos tomados a la ligera, pero este equilibrio que logra en el “tono” es perfecto para llevar estos temas tan jodidos al público en general y que se pueda fomentar el debate sin caer en generalidades o censuras de ningún tipo. El Padre James (Brendan Gleeson) trata de llevar adelante la parroquia de su pequeña comunidad en alguna apartada y bella región de Irlanda. Dedicado a su gente y a su vocación, hace lo que puede en estas épocas de pérdida de fe y de suspicacias contra la iglesia. Su domingo es rutinario hasta que recibe una terrible confidencia: uno de sus feligreses le confiesa que de pequeño fue abusado por un cura y piensa tomar revancha contra su persona. ¿Por qué? Porque matar a un cura bueno enviará un mensaje más directo (o confuso) que acabar con alguien que sí se lo merece. Es sólo una cuestión de principios, nada personal y el religioso, sin saber que responder o como reaccionar, tendrá una semana para poner sus asuntos en orden o, quien sabe, tratar de salvar esta alma atormentada y su propia vida. Así comienza “Calvario” y así se desarrolla. Con un increíble Brendan Gleeson que se carga la película al hombro con un personaje de buenas intenciones, pero que no deja de tener sus propios demonios ocultos y sus dudas. En algún punto nos recuerda al Ken de “Perdidos en Brujas” (In Bruges, 2008), un tipo que hará lo correcto hasta el final, sin importar las consecuencias. Durante los próximos siete días el Padre James tendrá que lidiar con la visita de su hija Fiona (Kelly Reilly), una joven con tendencias suicidas y unos cuantos asuntos pendientes con su progenitor, y los extraños personajes de su comunidad que van desde una ninfómana (Orla O'Rourke), su esposo golpeador (Chris O'Dowd) y su amante (Isaach De Bankolé); un multimillonario excéntrico (Dylan Moran) que cree poder comprar su entrada al paraíso, un viejo escritor que espera con ansias a la muerte (M. Emmet Walsh) y un doctor que dejó de creer hace rato (Aidan Gillen), entre otros. Este rejunte de personalidades pone a prueba la paciencia y la moral del cura que desea ayudar (y rescatar) a cada uno, incluso aquellos que no quieren ser salvados. Acá lo que interesa es la postura del abnegado protagonista y su interacción con cada una de sus ovejas descarriadas. Tal vez no importa quien será su verdugo, sino con que carga decide llegar hasta el cadalso… si es que la amenaza se cumple. McDonagh no hace hincapié en los abusos, sino en las heridas (físicas y psicológicas) que dejan tanto en las víctimas como en la sociedad. Como se sigue adelante y que postura ética y moral nos corresponde tomar. Una película chiquita, profunda e interesante, con los bellos paisajes y la música local de fondo, que nos obliga, si o sí, a involucrarnos.
Un excelente conjunto de actores con un notable Brendan Gleeson La primera escena de “Calvario” (“Calvary”) hace honor al título del segundo largometraje de John Michael McDonagh. El Padre James (Brendan Gleeson), a quien vemos confesando a un aparente desconocido, recibe de éste una amenaza que afectará de allí en más profundamente su vida. Más aún al prevenirle que el domingo, dentro de ocho días, lo asesinará en la playa para vengar la violación que le ocasionó otro sacerdote cuando tenía apenas siete años. Durante algo más de media hora irán desfilando una decena de personajes mayormente inquietantes pero también llegará Fiona, su hija con un vendaje en la mano que delatará su nuevo intento de suicidio. James, antes de ser cura estuvo casado pero su esposa murió, lo que lo impulsó a tomar los hábitos. Kelly Reilly, conocida por la trilogía de Klapisch (“Piso compartido”, “Las muñecas rusas”, “El mejor de nuestras vidas”) compone a uno de los pocos seres rescatables de la trama. McDonagh ha realizado un notable trabajo de casting recurriendo nuevamente a varios de los actores de su opera prima “El guardia”, donde el protagónico era también asumido por Gleeson. Su hermano menor Michael McDonagh ya lo había incluido en “Perdidos en Brujas” y no sería de extrañar que el actor, nacido en Dublín en 1955, reciba una nominación al Oscar. Lo de “pueblo chico infierno grande” sería perfectamente aplicable al lugar (Sligo, al noroeste de la república de Irlanda) donde transcurre la acción en bellísimos paisajes bien aprovechados por el director de fotografía Larry Smith. Es un placer ver al veterano M.Emmet Walsh (“Simplemente sangre”, “Buscando a Arizona”) componiendo a un escritor pesimista que se solaza cuando el cura lo visita y le aporta dos libros. Uno de estos fue reconocido por este cronista al llevar como título “HHHH”, nada menos que una biografía de Heydrich, el terrible lugarteniente de Heinrich Himmler. Entre la fauna humana habrá un violador condenado a perpetua (Domhnall Gleason, hijo de Brendan), el carnicero del pueblo Jack (Chris O´Dowd) cuya esposa Verónica (Ovla O’Rourke) sostiene abiertamente un affaire con un mecánico nacido en Costa de Marfil (Isaac de Bankole). Y también el inspector de policía Stanton (Gary Lidon) que no se destaca por su moral, al igual que el barman y el médico del hospital. Tampoco resulta muy descatable la figura del millonario Michael Fitzgerald que muy bien interpreta Dylan Moran (“Un lugar llamado Notting Hill”) y que en un momento dado hará “ostentación” de su riqueza delante de una de sus costosas pinturas. Entre tanta lacra sólo se rescata alguna figura femenina como la de Fiona o también la de Teresa (Marie-Josée Croze), que viene de sufrir un tremendo accidente vial. “Calvario” no resulta sólo un thriller donde se ignora hasta el final quien es la amenazante figura de la cual sólo se escucha la voz al inicio de la acción. Es también un cuestionamiento a cierta fracción de la iglesia católica de Irlanda, que no logra encauzar las vidas descarriadas de varios de los personajes que pueblan este relato. Algunos dirán que la visión es pesimista y otros la compartirán. Como dato de interés y destacable es la participación de una mujer argentina (Flora Fernández-Marengo) y su marido inglés (Chris Clark) en la producción de “Calvario”. Ambos estuvieron presentes durante la presentación de la película en el Cineclub Núcleo, el martes 8 de diciembre pasado. La película fue muy bien recibida por los numerosos cinéfilos y críticos que se hicieron presentes durante la última proyección del año de la entidad que fuera fundada por Salvador Samaritano hace algo más de 60 años.
Sobre santos, pecadores y vengadores No hace falta creer en Dios para disfrutar de este dramón de conciencia, que se ve más que contrapesado por un afilado, certero sentido del humor, por un elenco notable y, finalmente, por una construcción clásica que remite a John Ford. Básicamente un drama de conciencia, la peculiaridad de Calvario es que, tal como el título indica, lo atraviesa un cura católico irlandés. Absolutamente identificado con el punto de vista del protagonista –que es, como se dice en un momento, el buen pastor, esa rareza a esta altura–, Calvario no podía no ser un film confesional. Confesional en el sentido de que el mundo contemporáneo se ve en él a través del filtro de la fe católica, y también en el sentido más específico de la palabra. La película empieza con una confesión y casi todos los personajes, si no todos, tarde o temprano terminan confesando su dolor. Sus pecados, por qué no. Sintetizada así, Calvario parecería un film no apto para no católicos. Lo es, sin embargo, por varias razones.La primera y principal es que en ella la fe es una pregunta, una duda incluso, más que una certeza. Pero también ayuda mucho que quien la escribió y dirigió –el irlandés John Michael McDonagh– es un tipo inteligente, que maneja la clásica ironía británica como Messi la pelota. Dueño, por lo visto, de un ojo infalible a la hora de elegir actores, McDonagh tiene además el suficiente buen gusto como para retomar el desprestigiado modelo del cine-novela, sin que resulte un plomo o una antigualla. Aunque algunas costuras de la encuadernación queden un poco demasiado a la vista. La premisa es como de Dostoievsky. En la escena inicial, el padre James (el siempre imponente Brendan Gleeson, cuyo aspecto de leñador o capitán de barco es clave en términos de empatía) recibe la confesión de un parroquiano que, de pequeño, durante años y con regularidad semanal, fue violado por un cura. Como vengarse no puede porque el cura murió, va a ejecutar en su lugar al padre James, por bueno que éste sea, como forma de hacer carne la injusticia del mundo.La ejecución tendrá lugar una semana más tarde (“matar a un cura un domingo, ¿no es precioso?”, se pregunta el cínico penitente) y el primer dilema que el padre James deberá resolver es el que tiene que ver con los votos referidos al secreto de confesión. El segundo es, claro, si hacer de esa cita frente al mar algo parecido a un duelo de western (fortachón, vital, popular, excéntrico y ex alcohólico, el padre James parece un cura de Chesterton o de John Ford). De que se va a presentar no hay dudas: el padre es uno de esos curas que no le sacan el cuerpo a las balas. De hecho, en un momento se le va la mano con el scotch y la Guinness y empieza a los tiros en un pub, otra vez alla John Ford. Como en una novela del siglo XIX, frente al héroe se extiende el mundo. El mundo moral, más que el físico, materializado por la gente del pueblo. El ricachón decadente, el médico cínico y cocainómano, el pobre tipo al que la esposa cuernea, la mujer que intenta llenar su vacío con sexo, el fortachón que le hace de sex toy, el inspector de policía gay y su chongo, el asesino serial en prisión, el escritor a punto de morir, la mater dolorosa y hasta el pusilánime y corrompible representante de la Iglesia.Si se quiere sobreinterpretar (o no) podría verse en el padre James un alter ego del papa Francisco. Como él, James es pura buena voluntad, puro regreso al cristianismo puro. Con todos dialoga, a todos escucha, siempre y cuando estén dispuestos a arrepentirse. Incluido él mismo: la llegada de su hija Fiona (el bombón pelirrojo de Kelly Reilly) lo pone frente a sus pecados, como hombre y como padre. El padre James es también un Cristo, un mártir que acepta su cruz con coraje y aguante y va hacia ella. Masticando dolor por sí mismo y por el valle de lágrimas que lo rodea, hasta último momento cumplirá con sus votos, instando al arrepentimiento del pecador.OK: Calvario es una película recatólica. También una en la que cada personaje “representa” algo, está puesto allí como encarnación de un pecado o una tentación. El tema es que no por eso dejan de ser personajes, y eso permite disfrutar del armado de este tapiz tan clásico. Si se le suma la inteligencia y el muy británico understatement o sobreentendido de los diálogos, así como un elenco en el que se lucen todos, conocidos (entre ellos, el genial M. Emmet Walsh, detective-monstruo de Simplemente sangre, y el morocho Isaach de Bankolé, actor fetiche de Claire Denis) o no (imperdibles, los comediantes Chris O’Dowd y Dylan Moran), se comprenderá que no hace falta creer en Dios para disfrutar de ella. Y que el dramón de conciencia se ve más que contrapesado por un afilado, certero sentido del humor.
La expiación del pecado ajeno Brendan Gleeson es uno de esos actores de los que ya casi no hay; uno de esos gigantes que por más que la película sea mala o el diálogo insulso, hacen que se conviertan en cuasi-arte. Éste no es el caso de Calvario, una película que funciona perfectamente en distintos niveles y que se nutre aún más gracias al león irlandés. El filme abre con una cita de San Agustín: “No desesperes, uno de los ladrones fue salvado; no presumas, uno de los ladrones fue condenado”. Esta dualidad y bifurcación de los caminos, que bien podría ser una versión un poco más simbólica de que nada está escrito y que cualquier cosa puede llegar a pasar, es el eje fundamental que recorre la película de John Michael McDonagh, que escribe y dirige una pieza cinematográfica que merece ser vista y tenida en cuenta. Calvario empieza y termina con un boom. El padre James es un cura irlandés viviendo en un pequeño pueblo. Todo es tranquilo y más o menos predecible, pero un domingo que empieza como cualquier otro da una vuelta inesperada cuando, durante una confesión, un hombre le cuenta con detalle abusos sexuales sufridos durante su niñez a manos de otro sacerdote, que ya falleció. Pero para vengarse de aquel destructor que le robó la niñez, este misterioso individuo –cuya identidad conoce el padre James pero que la audiencia descubre mucho después- le advierte que en una semana lo asesinará a él y le pide que se encuentre con él el próximo domingo a orillas del mar. Un cura bueno para expiar los pecados de uno malo. Sin embargo, James no lo denuncia a la policía ni lo enfrenta, sino que pasa esa última semana atendiendo a su comunidad y a los problemas que la acojan, mientras trata de decidir qué hacer y qué decirle a este futuro asesino, víctima de un violador y de la indiferencia de una Iglesia impune y siniestra. Con una fotografía excepcional que retrata unaa Irlanda majestuosa y rural, Calvario es una obra de arte que impacta y conmueve con cada cuadro y con cada línea de diálogo. Y con un elenco encabezado por el gigante de Gleeson, pero que también está compuesto por un grupo de talentos cinematográficos - Chris O’Dowd, Oria O’Rourke, M. Emmett Walsh, Kelly Reilly, Aidan Gillen, Domhnall Gleeson y el comediante Dylan Moran-, la película logra una profundidad inacabable que debe ser analizada una y otra vez, al mismo tiempo que demuestra que el cine que entretiene también puede ser inteligente.
John Michael McDonagh es uno de los realizadores contemporáneos más importantes, y sin embargo y de manera harto injusta, carga con la cruz artística de ser "el hermano de". Su misma sangre en cuestión es Martin McDonagh, realizador de Escondidos en Brujas (2008) y Siete Psicópatas (2012), también uno de los más reconocidos dramaturgos de la actualidad. No obstante, John, ante una pelea fraternal tendría con qué competirle: su anterior película, El Guardia (2011) rápidamente se convirtió en un film de culto y es, francamente, uno de los mejores exponentes del cine independiente de los últimos tiempos, y ésta, su segunda obra como director y guionista, es la confirmación de un evidente talento. Claro que dicha disputa entre hermanos afortunadamente no existe, y tan buena es la relación entre ellos que se producen films entre sí, comparten actores principales (Brendan Gleeson), pero no se pisan ni reparten la autoría de ellos. Eso es una excelente noticia para el cine: imaginen si los Coen dirigiesen por separado, cuánto más feliz sería el mundo, ya que probablemente tendría el doble de películas con ellos detrás de cámara. Aunque no sucede aún en América, el milagro ya ocurre en el Reino Unido, y tiene de apellido McDonagh. Calvary no es una continuación de El Guardia, pese a tener al mismo actor como protagonista, ni mucho menos comparte tono y forma con los films del hermano del director. Es un drama con todas las letras, con apenas algún que otro toque de humor negro esporádico que no distrae de su línea argumental central. Aquí se relata el infierno en la Tierra para un sacerdote noble, de esos que aún saben poner la otra mejilla cuando se los agrede y, aunque no ignora los problemas actuales de la Iglesia como Institución y los reconoce como tal, comprende que dar el ejemplo es lo mejor que pude hacerse ante la adversidad. Cuando el rechazo es casi unánime en un pueblo enajenado por el vicio y los malos hábitos, sin predicar desde la ceguera y aún luchando contra el menosprecio, el Padre James da la cara y ayuda, escucha y aconseja, sin jamás intentar convencer al prójimo a través de una doctrina lapidaria. Habla desde el amor y la compasión natural, no desde los Diez Mandamientos rígidos. La película comienza con una amenaza anónima envuelta en el misterio de una oscura confesión, de un ser traumado de por vida que jura venganza, y que sostiene que "no tiene sentido matar a un cura malvado porque eso es obvio", pero sí lo tiene matar a uno que es realmente bueno, porque eso sí es un verdadero crimen. La amenaza, para colmo, trae consigo una cuenta regresiva: el Padre contará con algunos días de gracia como para armar las maletas y huir o, por el contrario, afrontar su inevitable destino. Es esta una interesante variante de A La Hora Señalada con un Frank Miller que no está llegando sino que, para peor, ya está ahí en el Pueblo. Calvary (Calvario) es una película ácida, densa en su dramatismo (no podía ser de otra manera), que se toma muy en serio un conflicto latente en el seno mismo de una Institución que busca lavar su imagen de pasados (y también aún, presentes) pecados, pero que afortunadamente no juzga ni señala con el dedo héroes ni villanos. Ahí reside su grandeza: no cae en la idiotez soberbia del ateísmo barato (no el real, sino el de los jóvenes irrespetuosos nomás) aunque sepamos, en el fondo, que el realizador no pertenece justamente al Opus Dei, ni pretende tampoco evangelizar a nadie. Detrás de esta historia hay humanos, ni buenos ni malos, que cargan responsabilidades desiguales y sobrellevan su angustia como pueden. No por mandato, no por culpa ni pecado original, sino porque la vida sigue (hasta que uno mismo o la naturaleza lo permita) y a eso no hay vuelta ni explicación que darle, sea terrenal o celestial.
John Michael McDonagh es un irlandés que no anda con rodeos. Allá por el 2011, se animó a realizar una comedia con bastante humor negro poniendo a otro par en el papel protagónico como Brendan Gleeson, en El Guardia (The Guard). Por aquel entonces, Gleeson interpretaba a un policía piola, corrupto cuando la ilegalidad se ponía en servicio para ayudar al otro, cliente de la prostitución pero defensor de mujeres maltratadas, difícil de corromper hasta en su más profunda borrachera. Este prototipo desencajado de policía velaba por la seguridad en un pueblo irlandés, perdido en el mapa. Ahora McDonagh, se aleja un poco de la comedia negra para centrarse en otro personaje, un sacerdote, también, poco ortodoxo pero sin alejarse del mismo pueblo, de los mismos paisajes y hasta de los mismos personajes/actores (como el pequeño monaguillo, descomunal actuación). Calvario (Calvary) comienza sin vueltas. Desde el primer minuto sabemos cómo terminara la película. Con un primer plano, encerrado dentro del confesionario Gleeson -otra vez nuestro personaje principal- vestido de sotana escuchara su sentencia. Ya no importa el comienzo o el final, lo que nutre la película es justamente la peregrinación que hará el párroco, condenado por ser bueno, para sanar a los habitantes de esa comunidad. Cada personaje que rodea al Padre, será una representación en su máximo exponente: la prostituta, el golpeador, el promiscuo, el viejo, el sádico, entre otros más. Cada uno ocupará su rol del mismo modo que cada apóstol ocupó un lugar en la Última Cena. Calvario, el hombre frente al destino. McDonagh no propone con Calvario realizar una película religiosa sino todo lo contrario. Desde el primer momento juzga a los curas pedófilos, ataca las investiduras religiosas, pone en duda el papel de la iglesia como institución y hasta manda arder una iglesia. Pero tanto en El Guardia como en Calvario, existe un personaje femenino que brinda al protagonista un momento de distracción o de paz, como el de su madre -en el primer caso- o el de su hija. Ellas también tienen sus problemas, pero cuando interceden actuarán como el único momento de respiro para quién lleva la historia adelante. Calvario, es de ese tipo de películas que se siente la pesadez en el cuerpo, que juega con el estado emocional del espectador pero sin caer en la cursilería barata. Con toques de humor, espléndidos paisajes irlandeses y una banda sonora que también hará de lo suyo. Cuando la historia haya concluido, vendrá un segundo final, lo cual sugiero esperar los títulos finales.
Mi futuro me condena El prólogo es tan fuerte que el espectador solo podria plantearse el asunto en clave de comedia negra, pero comedia al fin. Pero salvo los diálogos irónicos que van y vienen, no hay mucha comedia en este oscurísimo drama religioso-existencialista, que usa y abusa del talento de su protagonista, Brendan Gleeson, de principio a fin. Ese prólogo es un largo primer plano del protagonista, un cura católico irlandés en el confesionario, que recibe una amenaza de muerte de un feligrés abusado sexualmente durante años por otro sacerdote ya difunto, y decidido a desquitarse con un buen hombre de Dios. Inclusive el asesino en potencia le da tiempo a su víctima para que ponga sus asuntos en paz. Está claro que el protagonista sabe quién lo amenaza, pero dado que el espectador lo ignora, y teniendo en cuenta que en esos parajes irlandeses casi todo el mundo tiene conflictos más bien serios, "Calvario" por momentos funciona como un extrañísimo thriller donde cada nueva escena puede dar una pista acerca de la identidad del asesino. Sólo que, por otro lado, el sacerdote también se toma en serio eso de de dejar sus cosas resueltas, con el aporte especial de la llegada de su hija que no supo cortarse las venas correctamente la presencia de la hija de un cura católico está perfectamente explicada en el guión. Nunca una película fue titulada mejor: "Calvario" es un terrible drama lleno de gags que no hacen reír, no por que no sean buenos, sino porque se aplican de modo literal a las intensas situaciones que plantea el argumento, tipo: "Padre, su iglesia esta en llamas". En su segunda película, el director de la negrísima y disparatada comedia policial "El guardia" (con Gleeson acompañado por Don Cheadle y Mark Strong), se anima a explorar temas realmente ásperos, que no suelen aparecer en ningun film. "Calvario", además, incluye una sorprendente aparición de un gran actor como M. Emmet Walsh ("SImplemente sangre").
Calvario posee una de las mejores secuencias iniciales que dio el cine dramático en años. Un confesionario, un sacerdote que escucha desgarradoras declaraciones del confesante (a quien nunca vemos) y una amenaza con fecha y lugar. A partir de ese momento somos testigos de una semana muy particular en la vida del protagonista donde los días están muy marcados, y es allí donde la película baja el nivel y no logra mantener su gran apertura. Muchas situaciones de la historia se ven bastante forzadas para encajar en el planteado esquema de “un último día en la vida” y hace que la historia derive y con ella los mismísimos pensamientos del espectador porque por muchos momentos su mente volará como consecuencia de lo que se ve en pantalla que puede resultar bastante aburrido. Ahora bien, la actuación del gran Brendan Gleeson es espectacular y transmite todo tipo de sensaciones: dudas, inquietudes, rabia, alegría y desolación, esta última a tal punto que logra mimetizarse con el desértico pueblo en donde transcurre la historia. El director John Michael McDonagh (The guard, 2011) cumple su cometido de querer generar lo que el título del film anuncia: un calvario, y lo hace a través de su protagonista y una hermosa fotografía que aprovecha muy bien las locaciones y escenarios naturales. Más allá de su final anunciado y la manera en la cual se llega al mismo, que puede gustar o no, lo que genera un poco de bronca es pensar que el film se pierde una buena oportunidad en explorar aún más el tema de los abusos sexuales por parte de los sacerdotes, porque es algo trascendental en la trama y aún así se usa únicamente como disparador y luego se lo esquiva. Calvario es un film muy profesional y con gran nivel actoral por parte de su protagonista pero cuya historia deja gusto a poco.
Crítica emitida por radio.
Publicada en edición impresa.
Crónica de una muerte anunciada Un hombre le avisa a un cura que lo matará en una semana. Historia con humor ácido y varios interrogantes. En un pequeño pueblo irlandés, en el confesionario de una iglesia, el cura escucha a uno de sus habituales parroquianos. Este le revela un secreto que jamás contó. De niño era abusado por un sacerdote, semana tras semana durante años y años. Y por ello ha madurado una decisión. Matar. Matar a un cura. Pero no al cura pedófilo, que ya ha muerto, sino a quien lo escucha, al padre James (extraordinaria actuación de Brendan Gleeson) un buen tipo que no sabe cómo tomarse la amenaza de este hombre misterioso que le dará una semana para poner sus cosas en orden, antes de la planeada ejecución. Así comienza Calvario, la inquietante e hilarante historia que dirige John Michael McDonagh. Siete días en un pueblo infernal, un lugar en el que la espiritualidad de sus pobladores se mide a cuentagotas, donde la iglesia podría encontrar pecados capitales en cada uno de sus habitantes, donde ningún sermón produce el eco que se espera. Hay sorpresa también en el calvario, y ese es otro mérito del filme. De a ratos la película parece una suerte de Trainspotting rural o Los siete pecados capitales, contado todo con humor ácido, humor necesario pero nunca forzado. Fluyen las miserias humanas insertas en paisajes majestuosos. Hombres de negocios que no creen en nada, asesinos, alcohólicos, drogadictos, taxi boys, adúlteros, víctimas y victimarios todos, deshumanizados al punto de volver letra vana una charla cualquiera. Así y todo hay profundidad en la historia, y preguntas. Sobre el rol de la religión, en muchos lugares sentenciada a muerte, como James. Sobre las relaciones humanas, ya dijiimos, cada vez más deshumanizadas. Y allí está James, reconstruyendo la relación con su hija, asumiendo su papel de guía espiritual a veces con convicción, a veces por inercia. Tratando él de conectar con la gente, y de transitar su propio calvario, día a día hasta el próximo domingo, cuando supuestamente morirá. ¿Por qué este hombre bueno pagará por los crímenes de la iglesia? ¿Por qué la historia del cura pedófilo queda subsumida en este pequeño infierno irlandés? ¿Por qué las palabras conectar y perdonar son claves en este cuento y en el mundo de hoy? ¿Por qué podemos reírnos de todo esto? Es una historia ancestral, mirada cínica de un calvario global, que curiosamente tienen lugar en un pequeño pueblo, en un país, Irlanda, cuya historia de luchas religiosas y políticas no pasará desapercibida. Un hombre sentenciado, como todos lo hombres, que mira su mundo con los ojos de un final anticipado, adelantado por un accidente con causa y consecuencias que hay que asumir. O no.
Tragicomedia existencial Tras su promisoria ópera prima de 2011, El guardia (también protagonizada por Brendan Gleeson), el británico John Michael McDonagh entrega un muy interesante segundo largometraje sobre un cura de un pequeño pueblo marítimo de Irlanda que -en la primera escena- es amenazado de muerte mientras toma confesión por parte de un hombre (al que no vemos) que asegura haber sido abusado de niño por un sacerdote. Le dice, además, que sólo le quedan siete días de vida. Lo que sigue es la descripción de esa semana (de domingo a domingo) en la que el protagonista deberá transitar el calvario del título, pagar las cuentas pendientes, sumergirse en sus propias miserias y lidiar con los otros personajes (Chris O'Dowd, Isaach De Bankole, Aidan Gillen, M. Emmet Walsh, Domhall Gleeson, Kelly Reilly y Marie-Josee Croze integran el espléndido elenco) de su bastante excéntrica comunidad. Relectura de Diario de un cura de campaña, de Robert Bresson, con la trascendencia del maestro francés, una despiadada mirada a los excesos contemporáneos, una formidable estilización visual para retratar la violencia extrema con elementos propios del western, y un muy logrado sentido del humor (negrísimo), esta tragicomedia ratifica a McDonagh como un talento a seguir muy de cerca.
Pagando por los pecados de otros En un pueblo pequeño en el norte de Irlanda, un sacerdote escucha una tras otra las confesiones de los habitantes del lugar como si supiera de memoria los pecados de cada uno. Hasta que un extraño personaje, luego de narrarle los aberrantes hechos que sufrió en su infancia a manos de sacerdotes, le dice que exactamente en una semana va a matarlo. Así se inicia la semana del padre James (Brendan Gleeson), como una cuenta regresiva, esperando el día de su muerte. James no parece desesperado, no hace ninguna denuncia, y parece más interesado en salvar su alma, que su vida. La amenaza latente provoca en él la necesidad de revisar sus asuntos y sus vínculos con los habitantes del pueblo, tratar de ayudarlos, de cumplir su rol de sacerdote, ante una galería de pecadores que no parecen poder o querer abandonar sus pecados. Hay personajes violentos, infieles, mentirosos, avaros, frente a los que cada día ve como su iglesia ha perdido valor. La gente del pueblo no siempre lo respeta, incluso hasta lo increpan, y él por momentos más hombre que sacerdote responde con ironía, sarcasmo y a veces hasta con violencia. La historia es intimista, pequeña, y no pretende ser una reflexión sobre la situación actual de la iglesia católica; es una foto, un retrato de un pueblo que podría estar en Irlanda o en cualquier otro país católico, pero que muestra la relación que las personas comunes tienen con la religión que han heredado, de la que a veces dudan, o a la que a veces se aferran, y quienes pagan las consecuencias son los empleados que atienden al público, en este caso, el cura del pueblo. Puede que el final de la historia no colme del todo las expectativas, pero Brendan Gleeson compone extraordinariamente al padre James, y los elaborados diálogos le dan un enfoque interesante a un tema tan tratado como la crisis religiosa, lejos de lugares comunes, y cargados de cinismo.
Con un enorme actor como Brendan Gleeson como el padre James, esta película, distinta por muchos motivos, comienza de una manera contundente. Para este cura, que supo ser borracho, que tiene una hija con intento de suicidio, que vive en una pequeña comunidad irlandesa (en el tiempo en que se descubrieron muchos casos de pedofilia en la iglesia), un hombre le anuncia que lo va a matar. A un buen cura, a un inocente. Suspenso, profundidad humana y religiosa. Conmovedora.
Si algo hay que destacar de esta gran gran gran película es el personaje que interpreta Brendan Gleeson - James Lavelle - que es magistral. McDonagh, su director, nos entrega una película en donde el humor y el drama encuentran un lugar insólito que genera que uno como espectador no pueda desprenderse de la pantalla queriendo saber que pasa día a día (porque está relatada en una semana real de vida del Padre James). Kelly Reilly y el resto del elenco atrapan tanto como la historia central. "Calvario" es una gran historia con un final super potente, que seguro, como digo siempre, dará lugar a debate si vas con amigos al cine.
Desde la primera línea presente en Calvary se nota qué tipo de propuesta estamos presenciando. Esa extravagante frase, dentro de la primera y reveladora escena, marca el ritmo y el tono del segundo film del inglés John Michael McDonagh, que vuelve a tener como protagonista al excelente Brendan Gleeson luego de la laureada The Guard. Con un sentido del humor muy puntilloso, Calvary claramente no es una película para todo tipo de público, ya que los trascendentales temas que toca con su abanico de personajes puede verse aplastados por un sentido dramático exacerbado. Siempre se supo que el humor inglés es demasiado particular, en las antípodas por ejemplo de la nueva comedia americana, pero en esta ocasión, la combinación de humor negro y drama pueden ser un cóctel que le juegue en contra a la película. No estamos frente a una comedia hecha y derecha, y aunque las situaciones y conversaciones dramáticas se apilen unas tras otras, tampoco es un drama existencialista del todo. Es un claro híbrido, potenciado por sobresalientes actuaciones de parte de un elenco fogueado con los años, en donde cada uno ejerce su rol con las mejores intenciones. Con una pesada carga y un severo ultimátum a cuestas, el padre James de Gleeson excede las expectativas con su defectuoso personaje, refugiado en la iglesia luego de la muerte de su esposa y dejando la vida de su hija Fiona -Kelly Reilly- en ciernes. Alcohólico en recuperación, James es un párroco bonachón, que debe soportar el calvario del grupo de habitantes locales. Uno más irreverente que el otro, escuchando las confesiones y anécdotas de personas detestables, seres que están perdidos en sus propias miserias y que, al final, será uno de ellos el que atente contra la vida del padre. Las caras conocidas abundan, desde el cínico médico ateo de Aidan "Meñique" Gillen, el carnicero del pueblo interpretado por Chris O'Dowd y el millonario perverso de Dylan Moran, todos aumentando poco a poco esa sensación de perdición en la locación tan remota como hermosa que presenta McDonagh. Con el correr de los minutos, la amenaza latente va estirándose, y si bien diferentes charlas exploran los conflictos de la fe -o la falta de la misma- y el siempre presente estigma de los abusos sexuales en la iglesia, el objetivo final parece deslucido, el golpe final carente de efecto. Gracias al gran empuje de Gleeson en un protagónico excepcional es que Calvary no termina por agobiar al espectador.
Con la fuerza de una plegaria. El padre James se queda sin palabras cuando en el confesionario escucha una declaración de guerra, una amenaza y el anuncio de un acto de justicia tardía contra el hombre equivocado. Brendan Gleeson protagoniza Calvario, la película del británico John Michael McDonagh, una historia sobre las penurias de un cura que ejerce la acción pastoral en una pequeña comunidad irlandesa. Nada más lejos del paraíso como ese lugar habitado por hombres y mujeres que parecen la encarnación de los siete pecados capitales. Pero la película asume ese relato desde el punto de vista de un hombre piadoso, que prefiere confiar y no delata al agresor. El padre James vive y siente las pruebas impuestas por una fuerza superior, superando la frialdad del dogma. Un hecho aberrante, cometido en el pasado, busca expiación. No hay como un ser bueno para dar rienda suelta a la violencia contenida, alentada por un contexto hostil. La película recorre las estaciones del calvario personal del padre James. En la relación con la feligresía que ha adoptado el cinismo como forma de vida, el cura va descubriendo aspectos del mal, y los límites de su propia fortaleza, aunque la fe no decae. Será el cordero sin reclamar nada. El actor mantiene al espectador atento y emocionado. Inmenso su trabajo con el rostro que remite a los dramas de Bergman. En la soledad del paisaje, tan grande como la tristeza del sacerdote, aparecen otros personajes complejos y difíciles de catalogar, que alimentan el thriller con sus miradas y diálogos. Cada uno de ellos abre la perspectiva de una reflexión sobre temas que trascienden la anécdota. En las distintas estaciones del calvario se alude al suicidio, la violencia de género, la lascivia y la soberbia, el racismo, la doble moral, el miedo a la muerte, su aceptación; la posición acomodaticia del clero; la falta de devoción. Los personajes ostentan un humor soez y provocativo que aporta más desesperación que simpatía. Van al grano, sin pudor, mientras el padre James piensa una y otra vez en el mandamiento que señala "no matarás". Gleeson está acompañado de un elenco notable: Kelly Reilly es Fiona, la hija de James y su esposa fallecida antes de consagrarse sacerdote. La actriz juega el rol de quien ama e interpela. Chris O'Dowd es Jack, el carnicero; Dylan Moran, el millonario impune; Aidan Gillen, el médico ateo; Emmet Walsh, el escritor anciano. La costa oeste de Irlanda y la asombrosa montaña Benbulben son fotografiadas por Larry Smith, inmensidad también bergmaniana que permanece impasible ante el dolor humano. Brendan Gleeson, en el rol del cura de anticuada sotana negra, protagoniza una película reveladora, que plantea, sin concesiones, el tema de la pedofilia en el seno de la Iglesia y sus consecuencias irreparables en la feligresía decepcionada. Calvario Drama Excelente Guion y dirección: John Michael McDonagh. Fotografía: Larry Smith. Con Brendan Gleeson, Kelly Reilly, Chris O'Dowd, Dylan Moran, Aidan Gillen, Emmet Walsh. Para mayores de 16 años. Duración: 110 minutos. Complejidad: media. Sexo: nulo. Violencia: media.
Curas, feligreses y pecados Muy importante es el aporte de Brendan Gleeson en este film llamado Calvario cuyo desarrollo le hace honor a su título. Guión y dirección de John Michael McDonagh, hermano de Martin, aquel encargado de cintas como In Bruges y Seven Psychopaths. Ambos directores tienen un modo similar en cuanto al tono con el que tiñen sus productos, con pinceladas de un singular humor negro de esos que no suscitan risas pero definen un estilo. James (Gleeson) es un cura que un día recibe una amenaza de un sujeto que acusa haber sido víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote cuando era pequeño. Así comienza Calvario, con una escena inicial que impacta apenas pronunciada la primera frase de la narración. Crudas y fuertes son las confesiones que da este feligrés, incomodando además al espectador. Lo provee a nuestro protagonista de unos días para que ponga en orden sus asuntos y luego lo asesinaría el domingo porque “matar a un cura inocente sí sería noticia”. Tras ese chocante prólogo, la cámara no se aleja de Brendan Gleeson y nos invita a seguirlo en cada uno de sus movimientos y visitas a diferentes sitios e individuos con los que se encuentra. John Michael McDonagh aborda las identidades de una serie de personajes bastante excéntricos, desde un barman, pasando por un millonario acongojado hasta llegar a un taxi boy. Cada uno de ellos posee un comportamiento casi de rebeldía o de desazón, en mayor o menor grado, hacia la iglesia y las cuestiones que rodean a esta. La ironía y la acidez están a la orden del día en los desprejuiciados diálogos que mantienen entre los participantes, pero también existe un enfoque más profundo y reflexivo, sacando a relucir el drama, el género que predomina en el relato. El perdón está subestimado, parece ser uno de los lemas de nuestro intérprete principal. James escucha y atiende a distintas personas que confirman y cuentan que han pecado. No siempre su presencia y sus sugerencias llegan a buen puerto. El pesimismo y la deshumanización por momentos reinan en las expresiones de quienes se ven implicados en los eventos. Remordimientos y arrepentimientos, algunos, pero a la vez la duda hacia los postulados religiosos. En la proyección de McDonagh, tanto la crítica contra la iglesia como el cuestionamiento y el prejuicio en torno al sacerdocio tienen sus apariciones. Con un Gleeson sobresaliente, Calvario resulta interesante y dura en partes iguales. Una cinta en la que muchas de sus líneas o conversaciones quedan retumbando en la mente del observador. LO MEJOR: Brendan Gleeson, de convincente y entrañable interpretación. Acompaña en buena forma Kelly Reilly. Los diálogos, la forma en que está contada la historia. LO PEOR: algunas secuencias tal vez de relleno. PUNTAJE: 7
Con las horas contadas Calvario es la segunda película de John Michael McDonagh, tras su debut con la magnífica El guardia (The Guard, 2011). De nuevo, con la presencia destacada de un alud de diálogos irónicos y bastante humor negro. Aquí se nos cuenta la desesperante peripecia de un clérigo irlandés (impresionante Brendan Gleeson, un actor a reivindicar que merecería ganar todos los premios por esta ajustada y a la vez potente interpretación) al que su último confeso, violado de pequeño por un sacerdote, no se le ocurre otra cosa que decirle que le va a matar en siete días, ya que como no sabe quien fue el causante de su traumática experiencia, y como simple acto poético vengativo (una ira acumulada durante largo tiempo de silencio, sufrimiento y vergüenza, ha decidido que pague el representante de Dios que le pilla más a mano, en este caso el cura de su parroquia. Con un inicio tan potente y original, lo que deviene a partir del anuncio trágico que traerá de cabeza al protagonista es el ordenar todo su universo, desde ir poniendo más o menos en orden a su comunidad de feligreses y agnósticos (repleta de variopintos y muy bien trazados personajes); la relación con su hija Fiona (una sobresaliente Kelly Reilly, vista recientemente en Eden Lake y Lo mejor de nuestras vidas) y sus propias ideas (la pérdida de la fe o la decisión de convertirse en cura tras la muerte de su mujer). Destacable sin duda el torrente de réplicas afiladas teñidas de una emocionalidad que va creciendo conforme avanza una trama que bebe directamente de los preceptos del cine negro. McDonagh va alternando ambos tonos consiguiendo un equilibro general difícil de conseguir, merced sobre todo a una banda sonora de Patrick Cassidy (No todo es lo que parece; Las reglas de la mafia) que hace gran parte del trabajo. El aspecto criminal, sin embargo, no es más que una excusa, un “mcguffin” del que servirse para acentuar la mirada sobre unas individualidades concretas: un reducido grupo con el que el padre James se va reuniendo durante toda la semana buscando algún indicio de quién puede ser el futuro asesino. El filme es una declaración de principios desde su primera frase. Y es consecuente con su discurso hasta el último plano. Calvary es el viaje de un personaje a través de lo que ha sido su vida, de las decisiones que ha tomado y lo que ha dejado atrás, pero también es una proclama a la defunción de la fe. Una visión cercana a Nietszche sobre la pérdida de valores y la desaparición de la Iglesia, abarcando matices sobre la moralidad de una institución que durante siglos ha regido la vida las personas, y que en localidades tan pequeñas como las de este trabajo, sigue siendo el motor de la vida diaria de muchas personas. Una película dotada de una fuerza arrebatadora y que es muy difícil que deje a nadie indiferente. Cine del bueno en una época en la que, por desgracia, no abundan este tipo de propuestas tan atrayentes y compactas.
Entre pesares y perdones Un hombre acude al confesionario. Le anuncia al padre James (gran trabajo de Brendan Gleeson) que se prepare, porque el domingo lo va a matar. ¿Por qué? El feligrés le cuenta que fue violado durante toda su niñez por un cura. Y que como ese sacerdote murió, se vengará matando a este buen cura para subrayar la injusticia de este mundo. Ese es el punto de partida de este drama de conciencia, tan desolado como el paisaje de este pueblito irlandés. Aquí, cada uno vive su calvario. Y buscan con ese padre algún alivio. Pero “el perdón está devaluado”, dice este sacerdote que se hizo cura siendo grande, que recibe la visita de una hija que quiso suicidarse y que anda por el pueblo juntando las penas y las frustraciones de unos seres extraviados que convierten a cada encuentro en un gran confesionario. Película densa, recargada en su retórica, que dice cosas interesantes sobre el pecado, la fe, el desánimo de esas vidas sin salidas, el dolor y la esperanza. Pero los personajes son esquemáticos, las palabras sobran, es discursiva y no hay emoción entre tanta angustia. Así y todo, con cinismo y algo de humor negro, explora los caminos del dolor y el olvido, para decirnos que la mejor forma de redimirse es a través del perdón.
Pinta tu aldea y pintarás el mundo El film de John Michael McDonagh, “Calvario”, cuenta la historia de un cura irlandés que tiene a cargo la parroquia de un pueblito costero de pocos habitantes a quien de repente, un día, uno de los feligreses lo coloca en una situación grave y compleja de la cual no sabe cómo salir. La película comienza con una cita de San Agustín: “No desesperes, uno de los ladrones fue salvado; no presumas, uno de los ladrones fue condenado”. Un enigma, evidentemente, que dispara la intriga. De inmediato, la cámara enfoca al padre James en un primer plano fijo, sentado en el confesionario, y fuera de campo, el penitente, de quien solamente se escucha su voz, que lanza una primera frase que por su crudeza inesperada, toma al sacerdote con la guardia baja, quien se muestra incómodo, muy a su pesar. Y sin respiro, el hombre, a quien el espectador nunca puede ver, le advierte al cura que ha decidido matarlo y que tiene una semana para acomodar sus asuntos. El rostro del padre James se va transfigurando en esos interminables minutos, pasando por distintos estados de ánimo, indudablemente shockeado por la actitud del feligrés. A partir de ese impactante comienzo, el relato muestra día por día las diferentes acciones que encara el protagonista para tratar de resolver la cuestión, mientras no deja de atender sus obligaciones al frente de la parroquia, como asistir a los necesitados, entre quienes se cuentan un anciano solitario y un joven criminal recluido en prisión. Pero sin dudas que se ha tomado muy en serio la amenaza y conversa sobre el tema con otro sacerdote, que es su superior. El padre James se encuentra ante un dilema crucial y debe decidir al respecto: si hiciera la denuncia ante la policía, ¿estaría violando el secreto de confesión? Ése y otros interrogantes empiezan a acosar al religioso, mientras transcurren los días y se aproxima la fecha anunciada por el supuesto homicida. En apenas una semana, toda la vida del padre James parece darse vuelta. Su pasado, su presente y su improbable futuro. “Calvario” responde al género de comedia negra y constituye un relato áspero, impregnado de color local. Cada uno de los personajes que conforman esa pequeña comunidad presenta alguna característica psicológica y social muy particular, y un desafío diferente para la acción pastoral: el pícaro monaguillo, el ricachón prepotente, el policía gay y corrupto, la mujer golpeada, el inmigrante oportunista, el médico drogadicto... Y por si fuera poco, aparece la hija del padre James, quien vive en otra ciudad, con sus reclamos afectivos, su padre se ordenó sacerdote al morir su madre y ella todavía no tiene bien asimilado el asunto. El film abunda en diálogos que, aunque breves y concisos, están construidos de tal manera que en apenas 100 minutos es capaz de mostrar una pintura costumbrista y de revelar un modo de ser y de sentir, al tiempo que recorre el entorno del paisaje, donde la presencia inconmensurable del mar es dominante. En ese pueblito de casas bajas y callecitas sinuosas, todos se conocen y no es posible tener secretos. Pese a todo, alguien es capaz de guardar un rencor durante años y al parecer, ha decidido cobrarse venganza y poner al pueblo patas para arriba. Se trata de una película diferente, que se destaca por su singularidad en cuanto al tema y al estilo, y por sus excelentes actores. Así como empieza con una cita inquietante, también para el cierre, McDonagh tiene reservada una sorpresa que deja pensando al espectador (viene después de los primeros títulos finales). Además, quedan algunos cabos sueltos, como para acentuar la sensación de soledad y de misterio que rodea a toda existencia humana, en todo tiempo y lugar, capaz de admitir distintas lecturas y de asumir que muchas cosas podrían quedar sin resolverse.
Pueblo chico, cura grande En todos lados se cuecen habas, incluso en pequeños pueblos irlandeses. Una mezcla de cuestionamientos religiosos, expiación de culpas y la búsqueda de una salida a través de la redención se dan lugar en Calvario (Calvary, 2014) segundo largometraje del inglés John Michael McDonagh, más acostumbrado a la escritura de guiones que a la dirección detrás de cámara. Todo en Calvario gira en torno del Padre James, cura de un pequeño pueblo irlandés perdido en el medio de la nada. Y no perdido simplemente en el sentido geográfico de la palabra. El párroco es interpretado por el también irlandés Brendan Gleeson, un actor de extensísima trayectoria y mayormente conocido por sus papeles en Corazón Valiente(Braveheart, 1995), Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008) y la saga de Harry Potter. Una sucesión de hechos confusos y circunstancias poco claras comienzan a tener lugar en el pueblo después de que un hombre confiesa al Padre James que planea asesinarlo el próximo domingo, y no porque dicho eclesiástico le haya hecho el mal directamente, sino en represalia por los abusos sexuales que el hombre ha sufrido de pequeño por parte de un miembro de la iglesia. Al haber sucedido dentro de la privacidad del confesionario, la identidad del hombre amenazante se vuelve un misterio. El Padre James decide contar el hecho al obispo del pueblo pero sin tomar medida alguna y los días transcurren en dirección a ese domingo cargado de incertidumbre. El relato se nutre de una multiplicidad de personajes que componen el núcleo central del pueblo, todos con sus coloridas particularidades: la mujer adúltera, el carnicero golpeador, el inmigrante africano, el dueño del bar, el anciano ermitaño, el enfermero sádico y algunos más. Sus lineas argumentales siempre tendrán como elemento común al Padre James, un hombre que con la palabra siempre intenta mediar y ser un hombro en el cual pueda apoyarse su comunidad. Es curioso que John Michael McDonagh -aquí en rol de director/escritor- haya elegido desarrollar una historia que cuestiona la Fe y el papel de la iglesia dentro de la comunidad actual, en particular un país tan devoto como es la República de Irlanda. Si bien el film concentra pequeñas dosis de un humor bastante negro, con la sólida labor de un Gleeson con un timming impecable al momento de sacarnos una sonrisa socarrona o transmitirnos seriedad, conforme la trama avanza se puede percibir como la pesadez del drama representado va ganándole terreno al humor y al cinismo. Párrafo aparte para el diseño de arte y las increíbles locaciones naturales, que sabe explotar en pantalla toda la belleza de la isla y sus paisajes característicos. Calvario es de esas películas que a primera instancia no parecen tener grandes aspiraciones ni momentos memorables, pero conforme el espectador se adentra en la historia comienza a descubrir todo aquello que se esconde más allá de lo que dictan las primeras impresiones. Si, también en una pequeña isla perdida al noroeste del Reino Unido los habitantes tiene planteos teológicos y crisis existenciales, no todo es beber pintas y tocar la gaita muchachos.
Dolor lo que sangra “Probé semen por primera vez a los siete años”, dice en el confesionario de una iglesia un hombre fuera de campo. El rostro del padre James (Brendan Gleeson), en primer plano, absorbe la confesión con sorpresa, disgusto y sentido del deber. Y después agrega: “Como frase de apertura es bastante buena”. La escena es extraordinaria. Es la primera, anterior a los títulos, y ya demuestra las virtudes de la película: buenos diálogos, un humor irónico finísimo, y el buceo en temas oscuros. También hay algo de autoconciencia. El comentario del cura sin dudas es el comentario del espectador: “Como frase de apertura es bastante buena”. Y lo que sigue es mejor: el confesor relata que fue violado por un cura cuando era chico y que ahora llegó el momento de la venganza. Quiere matar al padre James, aunque sabe que es inocente, no importa, su objetivo es matarlo el próximo domingo. La película es Calvario, de John Michael McDonagh, y retrata justamente eso: el calvario del padre James, la última semana de su vida. Sacerdote de un pequeño pueblo irlandés, está enfrentado al Mal, al pecado de otro cura que en algún momento abusó de un niño. Y ese niño volvió, ahora mayor, para matarlo. Edificio Alas Después de la amenaza del desconocido abusado, la película va avanzando día por día, capítulo a capítulo, lunes, martes, miércoles, hasta llegar al final previsible. Y abre el juego retratando un pequeño mundo, aquel pueblo repleto de pecadores. El guión toma una decisión inteligente: el padre James tiene una hija, estuvo casado y cuando su mujer murió se hizo cura. Eso explica que sea un tipo comprensivo y cercano a nosotros, a los pecadores. El cura recorre a los distintos personajes del pueblo: un moribundo que se quiere suicidar, una adúltera que disfruta del sexo sadomaso, un detective de policía homosexual que requiere los servicios de un taxi boy extravagante. La historia avanza en escenas sueltas, con cierto humor seco y por momentos algo de gravedad -los peores momentos-. El padre James se ve enfrentado a los pecadores de su pueblo con la espada de Damocles que lo espera al final de la semana. Calvario es una película -como se habrán dado cuenta- sumamente religiosa. Y aunque un abuso sexual por parte de un cura ponga a la Iglesia en la picota, lo cierto es que el hecho de que el protagonista sea el padre James hace que la Iglesia o al menos el catolicismo pueda ser observado desde afuera, comprensivamente. Soy judío, pero antes que eso soy ateo. Ni siquiera soy ateo: la religión me resbala. Y Calavary, una película religiosa, logró introducirme en la lógica católica gracias a su protagonista y al guión. Después están los momentos exagerados, caricaturescos, algo graves. McDonagh y Gleeson logran llevar adelante la película la mayor parte del tiempo pero por instantes resbalan y la música o ciertas elecciones estéticas cerca del final llevan al filme más para el lado de la solemnidad que del humor. Es una opción complicada y es cierto que la película no es una comedia, pero es muy evidente todo lo que pierde cuando se pone grave. Aún así, es inteligente e interesante, aún para los que no somos religiosos y mucho menos cristianos.
Los días que quedan El cine de John Michael McDonagh (hermano de Martin, director de Siete psicópatas y Escondido en Brujas, y también como él un “niño terrible” del cine británico) tiene sus singularidades aunque no termina por redondearse en sus formas. Le pasaba con El guardia, que por un lado era una extraña sátira sobre la sociedad irlandesa mientras se volvía un poco reaccionaria a su pesar, y le vuelve a ocurrir con Calvario, aunque aquí la notable presencia de Brendan Gleeson y un humor negrísimo hacen que el producto crezca notablemente y se convierta en un más que interesante acercamiento a la experiencia humana de enfrentarse al propio destino, mientras en el camino se van depurando algunas culpas y pecados. Si bien el protagonista es un cura y la temática de la pedofilia anda dando vueltas por ahí, McDonagh está lejos de elaborar un film de denuncia y más cerca del abordaje filosófico acerca de cómo el hombre enfrenta aquello que parece inexorable. Que sea párroco es una casualidad aunque, claro que sí, le aporta mayor carga trágica, reflexiva y simbólica. Al padre James, un feligrés lo amenaza en el confesionario con que lo va a matar dentro de siete días, un domingo, para de alguna manera vengar las vejaciones que sufrió de chico a mano de otro cura. Ese momento, el mismísimo arranque del film, es una demostración de la fuerza y originalidad del cine del director: la cámara está fija en un plano corto con el rostro de Gleeson; no vemos al potencial victimario, sólo a la posible víctima. El segundo sabe quién es el primero; nosotros, espectadores, lo desconocemos. Esa información que se nos escatima, más que potenciar el misterio o el clima de thriller suma para la experiencia reflexiva del film sin una lectura prefijada para lo que viene. Y nos sirve para no ver los vínculos que se forman con un juicio de valor. Calvario es esos días posteriores, la recorrida que hace el cura sobre el pueblito costero irlandés donde imparte la fe. O al menos lo intenta. Porque el nutrido panorama de habitantes es un muestrario de personalidades en conflicto, a los que el padre James contactará para deducir qué está pasando en aquella comunidad, mientras va poniendo en crisis su propio discurso, su sistema de ideas con el que se ha refugiado de un pasado un tanto turbulento. McDonagh tiene una rara virtud, que lo emparienta también al cine de los Coen, y es un aura de comedia lunática, enroscada, que aporta niveles a una superficie nutrida por una normalidad desenfocada. Si por un lado las imágenes, su textura, y el tono pausado de la película reposan en un sentido litúrgico, con una luz que ingresa de la misma forma marmórea que lo hace en las estampitas, el humor negrísimo le quita solemnidad y deja en evidencia el tono satírico de la mirada del director. A diferencia de El guardia, donde el humor no terminaba de cuajar con la crítica, aquí sirve para reforzar el absurdo trágico de la historia. Y todo aquello que no termina por redondearse, logra encausarse con la presencia magnética del gigantesco Gleeson: su actuación, totalmente desafectada, humanísima y potente -sin caer en histrionismos innecesarios- permite ver las dudas del padre James como algo terrenal. La clave del film está en su actuación y en su personaje, en cómo decide enfrentar esas últimas horas que -le han prometido- le quedan. En sus decisiones finales, el film se convierte en un western. Claro está que Calvario se presta a la discusión religiosa, y en ese territorio no sale tan airosa. Es una película con diálogos que presumen cierta inteligencia y rebeldía pero no pueden eludir el lugar común, algunas imágenes pecan de una explicitud innecesaria, sus ideas están demasiado claras de antemano y construye personajes excesivamente simbólicos y a la vez muy sobreescritos, puestos para impactar con la experiencia del protagonista. En las actuaciones de todo el elenco de reparto -afectadas- y la de Gleeson hay un abismo que es el mismo que separa a la forma de enfrentar el destino por parte del cura y del resto. Cuando el personaje más coherente es el párroco y cuando la fe termina siendo, de algún modo, reafirmada, es cuando se clarifica que Calvario no intenta tomar una postura demasiado crítica del cristianismo, sino todo lo contrario. El final, amén de un exceso alegórico, es el más claro resumen del viaje que emprende el protagonista, y que es lo que realmente importa. El gran acierto de McDonagh aquí es dejar de lado la narración derivativa y anti-climática de su anterior película, y posarse en el mismísimo meollo del asunto: esos días que le quedan al protagonista.
Entre lo mejor que vi en la Berlinale estuvo este filme, el segundo dirigido por el escritor y autor teatral inglés John Michael McDonagh, quien debutó hace pocos años con THE GUARD. El protagonista vuelve a ser aquí el extraordinario Brendan Gleeson, quien compone a un cura de un pequeño pueblo en Irlanda, quien es amenazado de muerte por un hombre en el confesionario (por haber sido violado de chico por otro cura) y le dice que lo matará en una semana, ya que quiere vengarse de la institución. El cura no sabe quién es ese hombre y el filme se desarrollará a lo largo de esa tensa semana en la que “el padre Gleeson” irá interactuando con los distintos y bastante perturbados miembros de su aparentemente calma comunidad, algo que servirá además como “investigación” de ese posible crimen. Ese “disparador” narrativo sirve, más que nada, para trazar una pintura bastante dura de la vida en ese pueblo, de la relación de la comunidad con la religión y de las propias luchas internas (y familiares) del perturbado cura, un ex alcohólico que además tiene una hija (Kelly Reilly) que, luego de un intento de suicidio, lo viene a visitar. La película suena durísima y lo es, aunque el tono es por momentos bastante liviano (el propio director la definió como “DIARIO DE UN CURA DE CAMPAÑA, de Robert Bresson, con algunos gags en el medio”) que por momentos recuerda a las películas (y los personajes) irlandesas de John Ford, con personajes que pueden ser tanto simpáticos como psicóticos, o acaso las dos cosas a la vez. CalvaryLas sorpresas son constantes y el tono relajado de CALVARIO disimula por momentos lo sombrío de la propuesta. Si bien la resolución no es del todo lograda, el filme resulta atrapante de principio a fin, especialmente gracias a un notable guión, a una extraordinaria composición de lugar y a Gleeson, cuyo pesado cuerpo parece cargar encima los pecados de todo el mundo. Lo acompaña un gran elenco (Chris O’Dowd, Isaach De Bankole, Aidan “Little Finger” Gillen, M. Emmet Walsh, Domhall Gleeson, la citada Reilly y Marie-Josee Croze, entre otros) en un filme que trata un tema bastante similar a la reciente PHILOMENA (las consecuencias que tienen en las personas algunos crímenes cometidos por la Iglesia en el pasado), pero de un modo mucho más austero y con un cambio de punta de vista interesante, ya que aquí el protagonista es un cura igualmente conflictuado por esa situación. Una de las productoras del filme es la argentina Flora Fernandez Marengo y el muy emotivo tema del final no está, como pensé en su momento, cantado por Mercedes Sosa sino por el grupo paraguayo Los Chiriguanos cuyo cantante, admitámoslo, suena un tanto parecido a “la Negra”…
EN EL SÉPTIMO DÍA En un pequeño pueblo costero de Irlanda, una comunidad de estrafalarios vecinos viven al margen de la vorágine citadina en una falsa tranquilidad. Bajo las reglas de un estricto, pero menospreciado catolicismo, estos seres atormentados exponen sus dolencias y preocupaciones a la bondad del Padre James (Brendan Gleeson), el cura rural a cargo de la zona. La pasividad del ambiente (muy bien representada en esas secuencias aéreas en las que, con funcionalidad de segmentar, se retratan bellos rincones paisajísticos) nunca se exaltará, excepto en tres momentos (el incendio de la iglesia, la borrachera de James y su muerte) en los que necesariamente la furia de la catarsis debe aparecer a modo de alivio para la estructura de un guión sencillo que se re inventa cada vez que un nuevo personaje aparece en escena. Calvario vive de la interacción entre la actuación de Gleeson y los demás personajes, a quienes como excusa dramática el cura visita en cada uno de sus domicilios o lugares de trabajo con el fin de exponer situaciones concretas como el adulterio, la avaricia, la codicia, y así, la lista completa de casi todos los pecados capitales. De forma muy teatral y con una fotografía que deslumbra en virtuosismo de color y composición de encuadres, el filme logra ventilar algunos secretos íntimos de un conjunto de personajes que parecen vivir de prestado en un escenario ficticio que sólo se accionan al momento de que la filmación comience. Fuera del espacio fílmico podrían dejar de existir para pasar a ser sólo fantasmagorías de aquellos conceptos católicos que es menester de la iglesia apostólica romana resolver, o al menos, enmendar. Momentos para destacar son los pasajes en los que la ciencia de la medicina y la fe logran hacer un contrapunto dialogado, en el que el ateísmo profeso y la divinidad parecen batirse en un duelo infinito que no logra concluir jamás. También es propio mencionar el caso del accidente automovilístico y la posterior muerte de un extranjero. La viuda debe volar con el cadáver de su marido en la bodega de un avión en el que también viaja el mismo cura que no logró consolarla. Rozando la línea de la obviedad, la película peca, en reiteradas oportunidades, de moralista. Pero esta situación disminuye una vez que el espectador se compenetra con el relato. Un relato fluido y preocupado por la estética no sólo visual sino también dramática. Varios son los que podrán sentirse ofendidos por lo que Calvario intenta transmitir, de todos modos, las múltiples lecturas se encuentran habilitadas para dejar avanzar un filme que no sólo habla de la religión sino más bien de las personas y sus debilidades. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
CALVARIO LÍBRANOS DEL MAL... Sergio “Brujito” Olivera Al pensar en cómo comenzar estala primera frase de la película. Decidí no hacerlo porque creo que parte de la experiencia cinematográfica que CALVARIO (CALVARY, 2014) ofrece se canaliza a través de este inicio. Las luces de la sala se apagan, se suceden las placas de los estudios involucrados en la producción e, inmersos en el silencio, esta línea de diálogo llega a nosotros desde el fuera de campo. La potencia de lo que se dice se ve incrementada al sernos vedada la cara de quien lo dice. Sólo vemos al Padre James (un enorme Brendan Gleeson) y el torbellino de sensaciones que esta frase genera en él. Ahora bien, no soy un tipo religioso ni mucho menos. Suelo despreciar fuertemente las películas adoctrinantes u ortodoxas de las arcaicas normativas de la iglesia católica. Felizmente, ésta no es una de ellas. De hecho, si bien la presentación del Padre James logra que el espectador empatice inmediatamente con él, el guion no lo expía de sus culpas como padre ausente y como representante de una institución sacudida por los casos de abuso sexual infantil que, cada vez con más fuerza, salen a la luz. La película no se centra en el James-Cura, sino en el James-Hombre, con toda la complejidad que esta simple condición le otorga al personaje. Así, el Padre James se mueve por el barro de su pueblo, no como un ejemplo de los buenos valores, sino como un optimista cansino. Una suerte de personaje trágico que intenta mantenerse fiel a sus valores, más allá de los fantasmas propios y ajenos que lo rodean. El pueblo entero ve en él un elemento de burla y descarga de odios, frustraciones y violencia. Él, un ex-alcohólico que se ordenó a la Iglesia luego de la muerte de su esposa, abandonando a su hija, soporta este maltrato intentando alejar a los pobladores de sus propias miserias. Uno de estos pobladores anuncia al Padre James que va a matarlo en el transcurso de una semana. La narración no nos permite ver quién es el que profiere dicha amenaza. Y detrás de esta omisión se oculta una de las grandes virtudes del guion de la película. Por su construcción inicial, la historia podría haberse desarrollado como un thriller en el que se busca la identidad del futuro asesino. Contrario a esto, el guion se encarga de construir al personaje del Padre James en su derrotero durante esta semana de vida y sus constantes roces con los habitantes de un pueblo desde una mirada tan feroz y cruel que, finalmente, la identidad del asesino deja de ser un factor importante. La película acierta en no centrarse en la búsqueda del asesino, sino en el calvario del cura mientras se acerca al día fijado para su ejecución. El gran punto a favor del guionista y director John Michael McDonagh (THE GUARD) es el haber abordado esta historia tan oscura y opresiva desde un lugar descomprimido. El dejar de lado la solemnidad al tocar temas tan punzantes dota a la película de cierta frescura. Ojo, esto no debe malentenderse. McDonagh no trata estos temas livianamente, sino que los aborda desde una ironía salvaje, la construcción del drama se da con intervalos de un humor tan negro como sobrecogedor. Todo esto convierte a CALVARIO en una película incómoda, si. Pero también fascinante. Una película que deambula por múltiples caminos, generando estados de ánimos fluctuantes en el espectador. Es una grata sorpresa que las distribuidoras hayan decidido estrenar este film en el país, aún sabiendo que no será un gran éxito y que –casi, con seguridad– no durará mucho más de una semana o dos en las carteleras. Al menos tenemos unos días para aprovechar y verla.
La segunda película de John Michael McDonagh (El guardia) puede convencer a una gran mayoría debido a las virtudes dramáticas de Brendan Glesson, pero esta comedia teológica afectada por su compulsión a conmover con algunos aciertos ocasionales, ciertos encuadres enrarecidos y un punto de vista difuso devela finalmente su confusión ideológica cuando en su desenlace bressoniano el rostro elegido para denotar la gracia recae en el que puede perdonar y no en quien ha sido condenado, que, en última instancia, es una víctima de la institución eclesiástica antes que un asesino. Tras unos precisos siete planos en el inicio, en los que el cura interpretado por Glesson es interpelado (y también amenazado) en el confesionario por un adulto que fue sistemáticamente abusado por un cura en su infancia, al clérigo le quedará una semana para ponerse al día con sus propias deudas, en especial con su hija (a quien tuvo antes de convertirse en cura), quien acaba de intentar quitarse la vida. Así descripta, Calvario puede sugerir un drama irrespirable y pletórico de situaciones extremas, pero McDonagh apuesta por poblar su relato con personajes conceptuales tan cómicos como patéticos que ilustran todos los vicios de un mundo incrédulo, al cual el héroe vertical vestido de negro jamás juzga, sino que más bien intenta contrarrestarlo, habilitando así varios pasajes humorísticos (la mejor línea pasa por la presunta imposibilidad de los budistas para ejercer la violencia). El problema de Calvario reside en la inadecuación entre sus elementos diversos y antitéticos, como si la propia crisis de fe generalizada de ese pueblo marítimo de Irlanda alcanzara a la película misma, incapaz de asumir la confrontación entre la razón cínica que organiza la función dramática de la mayoría de sus personajes y la abnegación humanista del cura que cree sabiendo que cree en lo que cree. La conveniente referencia a Diario de un cura rural por parte de McDonagh puede llegar a seducir y surtir efectos laudatorios, pero del cine de Bresson han quedado aquí virtudes mínimas.
El pueblo de los malditos Como ocurría con El guardián, la anterior y muy recomendable película de John Michael McDonagh, protagonizada también por Brendan Gleeson, la acción de Calvario tiene lugar en un pueblo costero irlandés. Se trata probablemente del pueblo más triste del mundo. El personaje principal es un cura que en plena confesión recibe una sentencia de muerte. Como la amenaza no viene acompañada de una muestra de arrepentimiento, ni contiene por tanto un pedido de absolución, no se encuentra sujeta al protocolo del sacramento de la confesión, de modo que el confesor no se ve obligado a guardar silencio. El cura sin embargo no hace ninguna denuncia; solo deja pasar el plazo de siete días anunciado para su cumplimiento, inmerso en sus rutinas y en su soledad. La localidad es chica pero el trabajo no falta. Como es de rigor, las confesiones abundan sobre casos de adulterio, golpizas y algunas formas más o menos variadas de concupiscencia. El Padre recorre las casas tratando de arreglar lo que oye en confesión, pero nadie le hace mucho caso. El lacónico negro con quien una mujer golpeada le mete los cuernos a su marido le dice que mejor se ocupe de sus propios asuntos, que a las mujeres irlandesas les gusta que les peguen. La incorrección política que flota en el aire en el cine de McDonagh es menos una muestra de humor bárbaro que una manera de que la vida en la que están inmersos los personajes se exprese con un grado de complejidad desusado. La hija que el sacerdote tuvo antes de ordenarse, una colorada presuntamente recuperada luego de una historia de drogas y depresión, hace su llegada al pueblo como un miembro más de esa grey que parece todo el tiempo penar en silencio, no siempre convencida de que la salvación de las almas es recompensa suficiente para el tránsito gris por ese lugar olvidado sin remedio que les ha tocado en suerte en esta vida. El joven ricachón, que se acerca a caballo al cura y su hija que pasean tratando de ponerse al día después de meses de no saber nada el uno del otro, exhibe una arrogancia solipsista y un desencanto aristocrático a los que la tristeza penetra con un filo secreto: los personajes de Calvario están solos y condenados, la resignación los carcome y apenas atinan a rondar por los mismos sitios, el bar, la iglesia, el boliche modesto, buscando una confirmación del sinsentido con el que parece girar el mundo. El director ha filmado unas cuantas escenas secas, sorprendentemente elusivas, sobre las cuales se deposita siempre una mota de comicidad extraña, que aligera el tono melancólico con el que se desenvuelven los protagonistas, al tiempo que les otorga el beneficio de un misterio que no aparenta derivarse de la letra prescripta por el guión sino del estado de estupefacción con el que se perciben a sí mismos y al lugar que ocupan en el mundo. La referencia a Georges Bernanos establece una relación lejana con Diario de un cura rural, pero la espiritualidad dolorosa de Bresson, o su ascetismo programático (es decir, la otra cara de la misma moneda), no son parte del andamiaje de McDonagh: Calvario es poco sofisticada, tiene menos aspiraciones, sus trucos están demasiado a la vista; el vehemente esplendor pop de la película anterior del director cede el paso a la materialidad discreta con la que se construyen algunas tomas bastante convencionales (esos planos aéreos de transición sobre el mar, ambientados con música de relleno). La película tiene en el fondo una obsesión humilde, un ejercicio que nada le debe al ideario católico que sobrevuela en la superficie: la espera inmóvil del momento en que un hombre se enfrenta a una muerte violenta, bastante esperable si se ausculta con cierta perspicacia el clima de sentimientos larvados que late desde el minuto uno de película. Cuando el cura mira a la cara a su agresor, a pesar de lo que este le ordena (o le ruega: “No me mire, Padre, no me mire”), se puede ver con claridad que el futuro estaba marcado. En Calvario, la muerte a manos de nuestro prójimo es aquello para lo cual solo hay que tener un poco paciencia.
Mi sacerdocio me condena El Padre James escucha una confesión (y también una sentencia de muerte). Hundido en magistrales claroscuros, como un retratado de Rembrandt, el hombre oye no sin sorpresa (y no sin fastidio) la confesión de alguien que fue violado repetidas veces por un sacerdote durante su niñez. Ese sacerdote está muerto. El padre confesor no puede dar por sentencia una expiación. ¿Cuál y para quién? Para el Padre James, víctima inocente, no hay expiación sino una sentencia que se hará efectiva el siguiente domingo. A la mañana siguiente, el Padre James tendrá un vía crucis semanal para expiar los pecados de su iglesia; está en él, en cambio, aprovechar la semana para descubrir al futuro asesino. Obviamente, intentará ambos caminos. Con el enorme Brandan Gleeson como el sacerdote, cargando la película cual cruz al hombro, Calvario muestra cómo un idílico pueblito de Irlanda abandona paulatinamente su apego a la religión y las buenas costumbres, en sincronía con el trayecto del sacerdote hacia su hora señalada. La obvia metáfora sobre la penitencia de la Iglesia Católica, en torno a su fe y a los excesos de sus líderes (es decir, la temática que preocupa a Francisco), también provoca un doble efecto, ya que mueve la trama con inteligencia pero con ocasional pompa dramática, lindante con el telefilm.
Calvario (Calvary, 2014), la segunda película del director irlandés John Michael McDonagh, comienza con una escena por demás habitual: un sacerdote espera en un confesionario. Parece como si esperase leyendo, pues si bien no observamos ningún libro, el sacerdote conserva la mirada hacia abajo. Es cierto: podría estar reflexionando, o tal vez conversando con Dios –lo que no supondría, en su caso, diferencia alguna-. Sin embargo, de pronto, un hombre entra en el confesionario –en ningún momento lo vemos, pero sí lo escuchamos-, y es ahí cuando el sacerdote efectúa el inconfundible gesto del lector que con cierto fastidio marca el lugar donde suspende su lectura. Si estaba leyendo (hipótesis que nunca podremos confirmar y tampoco hace falta), no podría ser otra cosa sino la Biblia. Es precisamente un epígrafe religioso el que anticipa la primera imagen del film; una sentencia de San Agustín: “No desesperes; uno de los ladrones fue salvado. No presumas; uno de los ladrones fue condenado". Acaso la sentencia que leía con gravedad el padre James (otra gran actuación de Brendan Gleeson, quien ya había protagonizado la película anterior de McDonagh; El guardia, 2011) antes que ese hombre lo interrumpiese para confesarle que fue abusado por otro sacerdote cuando era chico y para amenazarlo –sentenciarlo- con la muerte dentro de siete días. Él escucha la confesión apesadumbrado, en silencio, como un condenado que busca –y no encuentra- las últimas palabras antes de su sacrificio. La escena es breve pero decisiva por su proyección narrativa, porque también presenta con sutileza el estilo despojado que el film sostendrá en su mayor parte -hasta la recta final, en donde desbarranca un poco y arruina a medias lo construido desde el principio-. El despliegue de unos pocos pero suficientes gestos alcanzará para significar el devenir desconsolado del protagonista, el cura de un pequeño pueblo de Irlanda que deberá en una semana encontrar una respuesta al crimen atroz que involucra en su conjunto a la institución que representa. He allí el fundamento de la historia: la búsqueda –inútil- de una palabra divina que logre con su eficacia hacer desaparecer un tormento insoluble. Durante siete días, el sacerdote caminará por las calles de su congregación y por sus ojos desfilarán otros personajes desdichados, cuya confianza en el Señor se ha perdido hace tiempo. La segunda película de McDonagh configura un sosegado pequeño infierno, una comunidad de miserables que ostenta casi con orgullo la falta de fe y el cinismo, como si fuese la única reacción posible para evidenciar los horrores consumados en silencio por los perversos diablos vestidos de sotana. Y lo hace mediante una sobria disposición formal y narrativa. Tal vez sea por eso que sorprenda, e incluso decepcione, una resolución que por su aliento complaciente y lacrimógeno termina desvaneciendo la elocuencia de sus principios fundamentales. Al menos de su contundente secuencia inicial.
Pueblo chico, infierno grande. La frase es vieja y se uso mil veces para describir películas, tal vez lo que pueda diferenciar a Calvario de otras producciones, es la forma en la que el infierno habita dentro de cada uno de sus habitantes. El padre James es el párroco principal de un muy pequeño pueblito en Irlanda, y es quien debe recibir la más extraña confesión un domingo después de la misa. El hombre confesándose, lo pone sobre aviso que dentro de una semana exacta, lo asesinaráa. James sabe quién es el autor de la amenaza, pero ya sea por sentir empatía, culpa, o simplemente por conocerse parte de un plan superior, deja pasar la amenaza, aun sabiendo que es real y que su muerte se aproxima. El cura comienza así un proceso de sanación personal y contacto con el resto de los feligreses, que abrirá el abanico de situaciones para el espectador. Muy apoyada en las actuaciones, con un guión correcto y una fotografía majestuosa, esta película contemplativa va a hacer las delicias de aquel público habido de relatos cinematográficos que puedan llevar el realismo a su punto culminante. Una magnífica interpretación de Brendan Gleeson, quien tiene la cámara todo el tiempo colocada a centímetros de su rostro, complementada por Chris O’Dowd y Kelly Reilly y un elenco de actores secundarios que harían palidecer la performance de muchos actores principales de Hollywood, hacen de esta película una de esas joyitas cinematográficas en las cuales el limite entre obra teatral y película casi no se distingue. Algunos minutos de mas hacen que por partes la trama se note un tanto estancada, pero mas allá de eso, es una película que se muestra muy interesante en su planteo, sin llegar nunca al ridículo, aunque se encuentre muy cerca de él en mas de una ocasión.
Un hombre atormentado por su muerte inminente anunciada por una extraña voz, sus fantasmas, un pueblo chico y un infierno grande, paisajes tan hermosos como abrumadores y un catálogo de personajes representando pecados capitales. James es un sacerdote atípico. Se mezcla entre los mundanos, bebe alcohol, pierde sus estribos pero se empeña en expiar sus pecados y servir al prójimo antes de su anunciada muerte. En una semana deberá realizar todas las materias pendientes de su vida porque en pleno confesionario, un ciudadano misterioso le avisa que lo va a matar el día domingo como venganza de haber sido violado por un sacerdote. Mientras tanto, nos vamos topando con una variedad de caracteres bastante patéticos, dejando al descubierto sus miserias. Estos, a su vez son todos los sospechosos que tenemos en la lista y que, inevitablemente vamos analizando para encontrar el futuro asesino. Cada uno de los personajes deja ver espacios de sí mismos que nos llevan a sospechar de todos. En este punto, el film toma una suerte de dirección policial, aunque su clima es el de un hondo drama; sin embargo, este aspecto no evita que el humor y la ironía estén presentes por momentos y hagan el ritmo muy llevadero e interesante. Así mismo, la cuota de suspenso que supone no saber quién lo quiere matar y si de hecho sucederá, le otorga a la historia un costado dinámico al dramatismo que la reviste, que en buena medida esta sostenido por una banda de sonido a la altura y una virtuosa fotografía. Los escenarios son los imponentes paisajes irlandeses, que ya han sido visitados por otros filmes por su enorme atractivo, que logran dar un clima que acompaña el vértigo de la historia. Se puede decir, entonces, que McDonagh logra crear un esquema narrativo fuerte a través del gran armazón de personajes. Si bien el protagonista es James y llegamos a conocer mucho de su historia y por ende, entender su presente, el resto de los caracteres también contiene mucha profundidad. Por supuesto que esta maestría en la creación de personajes queda redondeada con las actuaciones de primera línea. No hay duda que Brendan Gleeson se lleva los aplausos y corazones de todos, porque logra pasar por todos los estados de manera natural, creíble y profunda, pero sus compañeros de elenco también brillan con sus particularidades. La historia de esa última semana de James, parece ser la historia de Cristo. Morirá el bueno para que el malo sea vengado. Su futuro asesino, en el confesionario le dice con fuerte convicción que matar al malo no tendría sentido, pero que matar a un cura bueno por los pecados de otro, eso sí sería importante. Así es que las críticas a la institución eclesiástica quedan planteadas desde el minuto uno y se van desarrollando y complejizando a medida que avanza la película. Además de esto, el film está plagado de referencias bíblicas e imaginario religioso. También logramos encariñarnos con este sacerdote singular, nos compadecemos y caemos ante su enorme bondad, mas allá de que para muchos de nosotros los curas no nos parezcan muy simpáticos.
Aborda un tema muy actual: la pedofilia en la iglesia. Es un drama negro. Todo comienza en el confesionario de una iglesia, el padre James Lavelle (el irlandés Brendan Gleeson, brillante y muy sólida su interpretación), es amenazado por un integrante de una comunidad irlandesa en un pequeño pueblo, lo amenaza de muerte para el próximo domingo. Le dice que esto lo hace porque fue abusado por un cura cuando era un niño por lo tanto decide hacer justicia por mano propia, matando a un sacerdote bueno, de esta forma pagaría las culpas del abusador que ya murió. Pero en ese lugar no tiene que afrontar solo eso, también existen otros problemas en este pueblo irlandés y se van presentando varios personajes bien diferentes entre sí (el golpeador, el adulterio, la riqueza de la iglesia y el cuestionamiento de la fe). Se reflejan situaciones similares a las que ocurrieron en la época de Cristo, donde los pobladores se encontraban inmersos en el pecado y él llega para salvarlos. La trama se desarrolla en la costa oeste de Irlanda del norte, donde los habitantes del lugar también se mimetizan con el ese paisaje helado y las rocas del lugar tan duras como ellos. Violentos como las olas del mar embravecido, sus cuerpos se encuentran despojados, en ese lugar desértico, duro seco, los pobladores responden a ese lugar. El clima y el lugar se encuentran relacionados con quienes habitan la zona y va mostrando el amor y odio hacia este representante de la iglesia. Toca un temas universales, su narración resulta ser inteligente en todo momento va marcando muchas similitudes con Cristo, este simbólicamente debe ser crucificado, morir por todos los pecados de los demás para salvarlos, ayudar a estas almas, marcados por la pérdida de la fe, el resentimiento y en muchas escenas te lleva a la reflexión. Él tiene una dura misión: poner orden en esa comunidad y recomponer la relación con su hija que acaba de llegar: Fiona Lavelle (inglesa Kelly Reilly) quien viene de un intento de suicidio, y aún le cuestiona a su padre que después de la muerte de su madre, él se alejó de ella. Contiene algunos pasajes llenos de ironía, con muy buenos diálogos, con momentos emocionantes, muestra la conducta humana, se va matizando sobre la moralidad, los valores, las mentiras y los secretos. Tiene un gran valor en la historia, la fotografía de Larry Smith y la banda sonora de Patrick Cassidy, ambos ofrecen un estupendo trabajo.
La dureza del paisaje de Irlanda acompaña al personaje principal de “Calvario” (Irlanda, 2014), un cura al que una confesión inesperada lo hará debatirse entre el deber de la fe y sus miserias personales, expuestas por cada uno de los habitantes del lugar. Cumpliendo con su tarea habitual un extraño se acerca al confesionario del padre James (Brendan Gleeson) y le revela un profundo secreto del pasado que aún lo aqueja. El Padre no tiene palabras para decirle, por lo que recibe una amenaza sobre la que deberá temer. A partir de ese momento John Michael McDonagh construye un relato paralelo, uno sobre la conjetura acerca de la autoría de la sentencia de muerte que le acaban de dar, sobre cada uno de los personajes que se presentan, y otra sobre el debate moral que aqueja a James a partir de la amenaza. También hay un tratamiento tangencial sobre la sombra que amenaza siempre a la religión y es aquella idea relacionada a la pedofilia y el abuso infantil por parte de los curas. Este tema no sólo es trabajado desde la confesión del misterioso pecador, sino que también a lo largo del metraje con escenas claves que refuerzan el sentido de denuncia necesaria de “Calvario”. “No alcanza con que muera un mal cura” le indican en el confesionario al padre, y el sabe que en esas palabras se esconde un trasfondo que trasciende su posición sobre la culpabilidad o no relacionada con el hecho de los abusos cometidos por la Iglesia. El padre James está representado desde un lugar más cercano a la debacle que a la gloria, y a pesar de la investidura, el hecho de la amenaza sobre su vida le hace reflexionar sobre sí mismo, su pasado, sus temores y sus vicios. La naturaleza enmarca la historia y a su vez determina el límite de los protagonistas y actantes, que aun siendo, como en el caso de James, cercano a la fe, resalta su mortalidad y también el límite sobre el cual se construye la relación de este con los demás. James no tiene miedo de morir, el misterioso amenazador le dice que le da una semana para que pueda cerrar sus asuntos, pero él no tiene más que sincerarse consigo mismo para poder así enfrentarse a la verdad que lo acecha. Los planos aéreos y la música de cámara además dotan de cierta aura mística a un filme que, si bien reflexiona sobre la condición humana y la fe, no deja de ser un filme de género, duro y oscura, con personajes toscos, parcos y con pocas palabras. El mayor hallazgo de “Calvario” es su protagonista, enorme y ajustado Brendan Gleeson, apoyado a su vez en buenas actuaciones secundarias que profundizan la compleja trama psicológica de la propuesta, en la que nada ni nadie está libre de ser objeto de sospecha.
Este es un filme muy particular, tiene el sacerdote más realista que jamás haya visto en el cine, tiene un premisa muy particular, un cura que es amenazado de muerte por una víctima de abuso, pero no víctima de este cura, sino de otro; y lo curioso es que quien hace la amenaza dice que lo va a matar no porque sea malo, sino porque es bueno, porque es inocente, lo cual le da el toque original al filme. Con un guion sólido, personajes muy coloridos y excelentes interpretaciones, en el marco de una irlanda casi rural, con magníficos paisajes de fondo, es un filme que vale la pena ver, pero tiene un humor muy particular, tiene momento muy duros y puede no ser del agrado de muchos. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.
La miseria el clave de comedia "Calvario" es la nueva película en conjunto del director John Michael McDonagh ("El Guardia") y el actor Brendan Gleeson ("Corazón Valiente", "Troya"). En esta ocasión nos traen otra historia empapada de cultura irlandesa y miseria humana, un sello fílmico que ya se está volviendo su marca personal. El film nos presenta la historia del Padre James, un cura católico que preside una problemática parroquia de un pueblo costero en Irlanda. Un día, el buen padre recibe la confesión terrible de un feligrés que sufrió en la niñez (durante muchos años) el abuso sexual de otro sacerdote que ya murió y le comunica que en una semana a partir de ese día, lo asesinará como venganza hacia la institución de la Iglesia, otorgándole esos 7 días para que ponga sus asuntos en orden. La trama sigue el calvario de este personaje a través de esa semana hasta llegar a la jornada fatídica y constatar si la amenaza recibida en el confesionario se hará realidad o fue sólo una broma de mal gusto. A diferencia de la comedia "El Guardia", fallida en mi opinión, este nuevo trabajo de McDonagh es mucho más maduro, inteligente y con un humor negro que funciona cuantiosamente mejor, manifestando a través de la comicidad y el ridículo, el drama que atraviesa la sociedad, sumergida en el desamor, la hipocresía y la violencia. El padre James es un idealista, un hombre de fe, que más allá del deterioro de la comunidad en la que vive y no estar del todo de acuerdo con la doctrina, trata todos los días de transmitir el amor de su Dios, a veces duro y otras veces paternal. En una ocasión visita a una de la mujeres de pueblo porque se percata de que ha sido golpeada y trata de aconsejarla con paciencia y ayudarla a que eso no vuelva a suceder. En otra oportunidad, increpando duramente y a los gritos a un cura colega, lo hace ver su falta de pasión por la vocación que eligió vivir. El padre James compuesto por Gleeson parece ser una representación de esas personas que incansablemente tratan de salvar a la humanidad, de la manera correcta o equivocada, pero siempre sin dar paso atrás aunque la realidad los trompee todos los días. Este es el rasgo de su personalidad que nos hace llegar a quererlo e involucrarnos con lo que le pasa. Todos los personajes a su alrededor son despreciables aunque con algunos toques hipnóticos de simpatía. De una manera u otra nos recuerdan a nosotros mismos como sociedad y nos divierten y asquean al mismo tiempo. McDonagh hace una dura crítica de la sociedad, irlandesa y mundial, que cada vez estás más desequilibrada. Su puesta en escena es relajada pero con mensajes durísimos al espectador camuflados en diálogos ácidos y perspicaces. "Calvario" es justamente eso, una serie de pesadumbres cargadas sobre el lomo del protagonista, que entre los tonos dramáticos y de comedia logra mantener al público atento y entretenido con lo que nos quiere transmitir. Muy recomendable.
Grata sorpresa me he llevado con Calvary, una comedia negra escrita y dirigida por el irlandés John Michael McDonaugh. En este film (su segundo largometraje), McDonaugh nos invita a reflexionar sobre el rol que cumple la iglesia frente a la comunidad en estos tiempos modernos. Al igual que a su hermano Martin (In Bruges), a Michael le gusta filmar en lugares asi super copados. En este caso, la historia se sitúa en un pueblito costero de Irlanda. Allí, el Padre James, interpretado por el siempre cumplidor Brendan Gleeson, recibe a un miembro de la comunidad quién le confiesa haber sido abusado por un cura durante su infancia. Como su agresor falleció hace años, este hombre decide tomar su venganza asesinando a otro cura, al propio James (un poco retorcido el muchacho ¿no?) y le dice que lo va a finar dentro de una semana en la playa del pueblo. Con el leitmotiv resuelto a los 5 minutos de película, McDonaugh decide ponerse a jugar un poco con el espectador. Desde el primer momento, el Padre James dice conocer la identidad del probable asesino, pero esta información se nos esconde hasta los minutos finales del film. Este recurso hace que cada miembro de la comunidad que aparece frente al padre sea un potencial sospechoso para nosotros. Y acá es donde me quiero explayar un poco, porque sin lugar a dudas, el aspecto más rico de la película es cómo se retrata la relación entre la iglesia y sus fieles. Acá se nos muestra a una iglesia que intenta estar presente entre los miembros de la comunidad, pero sin un gramo de poder. James trata de ser un guía, un confesor, un compañero... ¿Pero que pasa cuando tu rebaño no te necesita? La gente de este pueblo no se avergüenza de sus pecados, sino que algunas veces hasta se jacta de ellos. Entonces lo tenemos al pobre cura que anda por ahí paseando, visitando a sus vecinos y ellos medio que no se lo bancan. Lo bardean, lo ningunean, algunos hasta lo llaman para humillarlo. La verdad es que se la hacen difícil. Retomando el argumento, los días pasan y la tensión de James se va acrecentando hasta que llegamos al tan anticipado desenlace. Esa tarde de domingo en la playa, en donde se resuelve el pleito entre el cura y su acosador. Es notable como todo el relato, y más todavía su resolución, está sumido en una oscuridad y un cinismo muy palpables. No hay ninguna bajada de línea moral ni nada por el estilo. Las cosas pasan porque pasan y chau. Como mencioné al principio, el papel del padre es interpretado por el consagrado actor irlandés Brendan Gleeson a quién seguramente viste en Gangs of New York o 28 Days Later... y acá la descose. El papel está hecho a su medida. El padre James es un tipo íntegro, con fallas como cualquier otro, que conoce lo bueno y malo que hay en el mundo. La caracterización de Gleeson es impecable. Cuando tiene que transmitir serenidad, lo hace; cuando la cosa se pone un poco más violenta, te tira esa pose de gordo irlandés escabio que te dan ganas de correr a esconderte. También sale airosa del pleito la actriz Kelly Reilly (Eden Lake, Sherlock Holmes) que interpreta a la hija del cura, y por ahí también está Aidan Gillan (Claro... Meñique de Game of Thrones con mismo peinado y todo) entre los habitantes del pueblo. En un año bastante flojo en materia de cine, Calvary se alza como una de mis películas preferidas del año. Si te gustan los dramas piolas en lugares flasheros y con un mínimo trasfondo religioso, no te la pierdas ¡Todavía estás a tiempo de verla en el cine! VEREDICTO: 8 - GRAN FILM De lo mejorcito de este año que ya se va. Una peli oscura que nos plantea preguntas un tanto incómodas y con una excelente actuación de Brendan Gleeson, caracterizando a un cura sin rebaño, y perseguido por la sombra de la muerte.
Sin lugar para bonachones La película Calvario, de John Michael McDonagh, estrenada el año pasado, posee un inicio original. En una parroquia de un perdido pueblo costero de Irlanda, un sacerdote está confesando a los fieles. Un hombre, cuyo rostro no vemos, le cuenta en el confesionario que siendo niño ha sido violado durante cinco años por un cura. El violador ha muerto tiempo atrás, de modo que no es posible un juicio o una denuncia contra él. La víctima decide entonces vengarse con el padre de la parroquia. El motivo parece sencillo: es un cura bueno. “Voy a matarlo a usted, padre”, le avisa, “Lo mataré porque no ha hecho nada malo. Lo mataré porque es inocente”. La amenaza incluye la fecha y el lugar: el domingo siguiente, en la playa. Fuera del ámbito de la confesión, sin el arrepentimiento y la solicitud del perdón divido, lo que el penitente hace no es una confesión, sino una amenaza. Un hombre abusado por un cura perverso decide castigar por el hecho a un cura ejemplar. Sin embargo, lo más singular del film, no es tanto las motivaciones psicológicas y sociales del asesino sino el consentimiento con que le reverendo acepta el destino impuesto por la amenaza. Una pregunta emana de la estructura de esta trama. ¿Por qué acepta condescendientemente la ejecución? ¿Qué lo lleva a tomar ese camino? ¿Por qué, teniendo una hija de la que se ha distanciado, y con quien luego de mucho tiempo logra volver a encontrarse y a “perdonarse” mutuamente para reiniciar la relación, sin embargo, vuelve a abandonarla al optar por ir a la ejecución? La decisión que el sacerdote toma no es impulsiva ni abrupta. Hay una meditación y un tiempo de reflexión al respecto. También sabe que lo espera la muerte. Lo advertimos por la respuesta que le da al asesino cuando éste, antes de ejecutarlo, le pide que “Diga sus plegarias”. “Ya lo hice”, responde el cura. Si bien no es posible conocer las razones de esta parsimonia marcha hacia la ejecución, sí es fácil observar la recepción hostil que la pequeña comunidad de ese pueblo tiene con la iglesia y con su mensajero. A partir de la amenaza inicial, la película describe un itinerario semanal en el que se presentan una seguidilla de situaciones que convierten esos días en una especie de vía crucis. En este periplo se nos revela una comunidad desintegrada. El rebaño que James, ese es su nombre, tiene la misión encomendada de cuidar, está sin esperanzas y desperdigado, y espiritualmente arrasado. Un hombre viejo quiere despedirse de la vida voluntariamente, para evitar el deterioro corporal que una muerte lenta implica y con este propósito solicita un arma a James, si es posible una Walter PPK, con la que se mató Hitler. Verónica, una mujer golpeada y adicta a la cocaína, se muestra decidida a persistir en el camino de vida que ha tomado. El millonario Michael Fitzgerald, que se ha enriquecido gracias a retirarse a tiempo de los negocios de la finanzas antes que el sistema cayera y entrara en crisis, está sumergido en una depresión tras ser abandonado por su esposa y sus hijos. El joven Milo, hundido en el aburrimiento y el esplín existencial, no encuentra motivaciones para seguir adelante con su vida, y se debate entre suicidarse y alistarse en el ejército. Jack, quien luego descubriremos que era quien amenazó al padre, vive un presente atribulado, perseguido por los fantasmas de abuso y violación de su pasado. El dueño del bar del pueblo posee una hipoteca que los bancos le van a ejecutar. Como para agregar cinismo a esta hecatombe existencial, la única pareja que se ama y que parecía vivir feliz, es separada por el destino mediante un accidente vial. Quien muere es un biólogo marino francés que choca en la ruta contra un auto en el que viajaban cinco adolescentes borrachos. Muere el marido y los cinco adolescentes. La esposa del biólogo lo acompaña y comienza esa noche su viudez. Un dato a resaltar de este dantesco cuadro del devenir humano, es que la mayoría de los personajes de este pueblo rondan los cuarenta años. Los muchachos de “Transpoiting” han crecido. Ya no estamos en el mundo de los adolescentes heroinómanos del film de Boyle, emblemáticos de la cultura del reviente. El momento apocalíptico ha pasado. El film muestra, tal vez hasta la hipérbole, una comunidad en cenizas. ¿Qué sucede con el mensaje de la iglesia en este contexto? La búsqueda de comprensión del reverendo y su insistencia en acercarse a las ovejas descarriadas, es rechazada de plano por la mayoría de los pueblerinos. “Esta no es una misión. Su sermón terminó”, le dice el negro Simon, ante el pedido de explicaciones del cura. “¿Por qué ustedes nunca dicen nada sobre eso?”, le recrimina el budista tibetano dueño del bar, a quien los bancos le acaban de ejecutar su hipoteca. Verónica, la mujer golpeada, le recomienda no insistir para ayudarla porque “Soy un caso perdido”. El rebaño se comporta como si hubiese una actitud empedernida en permanecer en su estado, satisfechos de su ruina vital. “Todas las cosas quieren perseverar en su ser”, interpreta Borges que dice Spinoza. En este contexto, el padre James simplemente está de más. Se transforma, de un reverendo buscando guiar a las ovejas, en un cura cargoso. El colmo del rechazo se observa cuando, en una corta caminata que James hace con una niña que se ha separado de la playa y con quien entabla una breve conversación, es sorprendido por el padre de ésta, quien enardecido de bronca y sospechando alguna mala intención le grita a la hija que se suba al auto. El film nos expone una comunidad deshilachada, sin filiación al prójimo, que requiere algún tipo de reorganizador, pero ese lugar no está previsto para ser ocupado por un cura, y menos por un cura miembro de una iglesia que ha dado las espaldas a la devastación económica que ha sufrido esa sociedad en los años posteriores a la crisis. Al respecto valen las asociaciones que se puedan establecer entre la bronca y decepción de ese pequeño pueblo de Irlanda, y el discurso que sostiene la iglesia sobre el capitalismo a partir de la elección de su último Papa. Una enseñanza nos deja el film. El discurso de la iglesia es el discurso del amor, pero la iglesia no genera el amor, sino que se nutre de él. Una población deshilachada, que ha perdido los lazos básicos de comunidad y filiación al prójimo, no es tierra fértil para su discurso. Es posible entonces que una de sus condiciones de posibilidad sea la existencia de la familia como célula germinal de la sociedad, y de allí que tantos esfuerzos realice para restituir esta célula fundamental. Finalmente, hacemos un lugar aquí para un comentario respecto a la escena más brutal de la película. Antes de partir su hija, en el aeropuerto, el padre James observa cómo trasladan el ataúd en que llevan los restos del biólogo francés. El personal a cargo se detiene en medio de la plataforma, y uno de ellos se pone a conversar con el otro, apoyado sobre el ataúd como si se tratase de una barra o una mesa de pool. James mira por tres veces la escena, el director la muestra otras tantas. Una escena tan impactante como la innecesaria repetición del final, con el tiro tres veces repetido sobre el cráneo del padre James. Brutal en el relato, brutal en las formas, la pregunta final que podemos realizar es si el director nos deja una descripción escéptica de una realidad para observarla, o para generarnos algún tipo de movilización interna al respecto.