Disney ya dejó de adaptar cuentos populares hace mucho, y actualmente está más volcado a versar sobre minorías o tradiciones locales de diferentes partes del mundo, como por ejemplo fue el caso de Moana el año pasado. En esta ocasión, Coco se adentra en la tradición mexicana del Día de los Muertos, pero todo el color y los pétalos de flores que la decoran ocultan un batacazo muy duro al corazón... Miguel es el más pequeño de una familia con dos grandes tradiciones: el trabajo como fabricantes artesanales de zapatos y la prohibición de la música. Por supuesto, el principal deseo de nuestro amiguito es desoír ese mandato familiar y convertirse en una estrella de la canción, siguiendo así los pasos de Ernesto de la Cruz, el cantautor más popular del país. Cuando el niño intenta conseguir una guitarra para participar de un concurso de talentos, termina en la Tierra de los Muertos. Y solamente la bendición de uno de sus familiares fallecidos le permitirá regresar al mundo de los vivos, retorno para el cual tiene las horas contadas. A esta altura no hace falta mencionar lo espectacular que puede ser visualmente Pixar-Disney. Ya la secuencia de créditos iniciales te deja sin aire. El pueblito donde vive Miguelito se ve soñado, con numerosos detalles y texturas. Y la Tierra de los Muertos es un festival. Pero, porque siempre hay un pero, hay detalles en las temporalidades que distraen. Se mezclan elementos de diferentes épocas que, sí, es una película para chicos, pero definitivamente hacen ruido. Ya desde el planteamiento del conflicto muchas cuestiones argumentales se ven algo obvias: el joven que decide romper el legado familiar, la censura, la falta de apoyo... nada que no hayamos visto o nos resulte sorpresivo. Pero justo cuando se pone a indagar verdaderamente sobre la tradición, sobre el olvido, la identidad, el amor... ahí vuelve a ser el Disney que mató a Mufasa y a la mamá de Bambi. Si bien la trama logra secuencias cómicas que arrancan carcajadas, la catarsis termina siendo a moco tendido. Por ahí la estás pasando re bien, con alguna canción pegadiza o disfrutando las payasadas de Dante, el perro, cuando de pronto... ¡plaf!, golpe bajo. Pero creo que ya les conté demasiado: Coco es una montaña rusa. VEREDICTO: 7 - SINFONÍA AGRIDULCE Con una trama previsible, una temporalidad que tiene algunos huecos, personajes entrañables, canciones pegadizas y un derroche visual que es pura fiesta, Coco podría catalogarse de "traicionera": así como te abraza, te clava un puñal en la espalda. Pero mejor vayan a verla cuando se estrene y saquen sus propias conclusiones.
La memoria social al rescate Apenas tres años después de la maravillosa El Libro de la Vida (The Book of Life, 2014), aquella propuesta de la 20th Century Fox dirigida y escrita por Jorge R. Gutiérrez y producida por Guillermo del Toro, ahora Pixar también nos ofrece una película que gira alrededor de la cultura mexicana y las resonancias simbólicas del Día de Muertos, una celebración tradicional de origen precolombino en la que -una vez al año y durante un par de jornadas- los parientes de los difuntos construyen bellos altares para sus seres queridos fallecidos con ofrendas que incluyen fotos, velas, flores, alimentos y distintos objetos que pertenecieron a los susodichos. Nuevamente la reafirmación de la identidad cultural mexicana adquiere un rol preponderante en esta semblanza acerca de las perspectivas/ sensibilidades a veces opuestas entre las diferentes generaciones de una misma familia, un panorama con muchos puntos de conflicto que asimismo suelen provocar “cimbronazos” en el clan de turno cuando las posiciones resultan irreconciliables y el quiebre parece próximo. Hoy la fortuna nos sonríe porque Coco (2017) es un convite excelente que recupera -en versión dulzona e hiper emotiva, bien a la Pixar- la premisa fundamental de El Libro de la Vida, léase la historia de un personaje tierno, al que el amor a la música le gana el rechazo de su familia, que eventualmente termina del “otro lado” del Día de Muertos, el correspondiente a los finados, por lo que se ve obligado a solicitar la asistencia de uno o varios fantasmas/ entidades/ cadáveres parlantes con el fin de regresar a la comarca de los vivos. Mientras que antes era Manolo Sánchez (Diego Luna) el que debía resistir los embates de sus ancestros, una tradición de toreros que nada tenía que ver con los sueños musicales del joven, ahora es el pequeño Miguel Rivera (Anthony González) quien padece la negativa de su linaje en cuanto a la disciplina de tocar la guitarra, en esta oportunidad por una obsesión con continuar con el oficio de la familia, la zapatería artesanal, y prohibir la música como hobby, trabajo o lo que sea, un esquema fatalista que se remonta al pasado. Nada menos que la matriarca de los Rivera, Imelda (Alanna Ubach), fue abandonada décadas atrás por su esposo cantante/ guitarrista, dejándola sola con la obligación de criar a la hija de ambos, Coco (Ana Ofelia Murguía), una situación que resultó en extremo traumática para la mujer y de la que pudo salir mediante la fabricación y venta de calzados. Miguel es precisamente el bisnieto de Coco, ahora una señora mayor que no recuerda casi nada, en términos concretos la única de la familia que no alza su voz contra el chiquillo por su predilección por la música y en especial el popular cantante y actor de cine Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt), una vieja gloria de la canción mexicana que murió accidentalmente al caérsele encima una campana durante un recital. Cuando Miguel descubre que la guitarra que aparece en la foto sin rostro de su olvidado bisabuelo, colocada en un altar con motivo del Día de los Muertos, es la misma que utilizó De la Cruz en sus films, el niño opta por desentenderse de la oposición familiar para con la música y participar de un show de talentos. La “nona” del clan, Elena (Renee Victor), a su vez se entera de todo y destroza la guitarra de Miguel, frente a lo cual el protagonista decide robar la que corona el mausoleo del propio De la Cruz, detalle que desencadena una maldición sobre el muchacho centrada en quedar atrapado en la Tierra de los Muertos a menos que uno de sus familiares lo libere antes de que finalice la jornada de conmemoración fúnebre, en la que por cierto sólo los espectros con altares y ofrendas erigidos por sus seres queridos pueden visitar la Tierra de los Vivos para ver a la parentela y además llevarse los regalos que les prepararon con amor. En este punto se podría aclarar que Coco invierte la fórmula de El Libro de la Vida una vez que el héroe arriba al “más allá”: si bien en ambas obras el protagonista recibe la ayuda de sus consanguíneos, en la primera Miguel se consagra a la búsqueda de De la Cruz porque es su único allegado con sensibilidad artística (el resto de los familiares muertos están empecinados -como los vivos- en prohibirle cualquier actividad musical) y en la segunda Manolo depende exclusivamente de La Muerte (Kate del Castillo) para regresar a la vida ya que es la única que puede encarar semejantes menesteres (aquí sí todos los benditos parientes ensalzan la horrenda tauromaquia). Por supuesto que el triángulo romántico y la apuesta entre La Muerte y Xibalba (Ron Perlman), los regentes de las Tierras de los Recordados y de los Olvidados respectivamente, de El Libro de la Vida poco tienen que ver con el paradigma narrativo más sencillo de Coco, homologado al viaje de autoafirmación vocacional de Miguel a la par del experto de turno, Héctor (Gael García Bernal), un pobre músico que está al borde de la desaparición definitiva porque ya casi nadie lo atesora entre los vivos; no obstante es en el segmento post mortem del metraje cuando afloran las inquietudes conceptuales de la epopeya identitaria propiamente dicha, enarbolando a la verdadera memoria social -no la que abarca olvidos convenientes, recuerdos al paso o automatismos irreflexivos de diversa índole- como un mecanismo para rescatarnos del ninguneo simplista e inmutable por parte de las figuras de autoridad, sean éstas miembros de nuestra progenie, esbirros institucionales o cualquier ser humano que no nos respete. Por suerte se nota muchísimo la intención de los realizadores Lee Unkrich y Adrián Molina de homenajear a lo grande a la cultura mexicana a través de la constante y exquisita introducción de palabras en castellano en cada una de las conversaciones, a lo que se añade un prodigioso trabajo en el diseño general de personajes y fondos: como era de esperar, sobresalen nuevamente los colores pasteles de siempre de Pixar y no hay indicios del inmundo whitewashing típico del mainstream norteamericano (todos los personajes son morochos y los tics/ facciones/ detalles corporales son muy parecidos a los de los aztecas), amén de que los responsables de la producción se propusieron despegarse lo más posible del aspecto hilarantemente grotesco y pomposo -símil marionetas- del opus de Del Toro y compañía. Otro factor que suma mucho en Coco, más allá de ese clásico humanismo a flor de piel de los convites de Pixar, pasa por la presencia de los dos acompañantes centrales de Miguel en su periplo, nos referimos a Dante, un perro xoloitzcuintle callejero que termina siendo un alebrije viviente de naturaleza mágica y misteriosa, y el genial Héctor, todo un representante de las secuelas de las injusticias sociales, la rapiña del mercado capitalista y en especial el culto a figuras desdeñables incentivado desde el “sentido común” más acrítico e inerte, siempre igual a sí mismo en una eterna espiral de mediocridad disfrazada de algarabía popular. De hecho, Coco sabe reforzar la idiosincrasia de un país a pura garra y a puro corazón pero sin caer en el elogio barato de tipo turístico o la ponderación de costumbres caprichosas, anacrónicas y/ o regresivas vinculadas a la derecha vernácula y sus carcamanes filofascistas de siempre, ya que aquí en cambio se pretende retratar -paradoja mediante, porque al fin y al cabo hablamos de un mega tanque de uno de los gigantes de la industria cinematográfica internacional- una celebración como el Día de los Muertos que remite a un pasado reconvertido en eje de ese cariño que desde la vida apunta a un óbito que se aleja de la depresión y se ubica en sintonía con una afinidad que asimismo resalta los rasgos más positivos -los creativos, los pasionales, los tolerantes- de nuestros antepasados, condenando su catálogo de mentiras para aprender de los errores y nunca más repetirlos…
La última entrega de Pixar demuestra calidad y pasión en un historia que nos da un paseo por la tradición mexicana. En estos momentos de la animación, todos nos preguntamos qué tiene Pixar que hace la diferencia con otras compañías de dibujos animados. La respuesta más efectiva y rápida recae en las obras mismas y en especial foco de constancia como signo. Para ellos, y por suerte, no todo tiene que ser secuela o precuela por lo que Disney dispuso entre sus últimas ideas la ceremonia del Día de los Muertos, una jornada muy popular e importante en México. El nacimiento de la obra de "Coco" que, no solo se compromete como una película animada para conquistar taquilla, se solidariza con un mundo cada vez más cínico,más salvaje y destructivo. Nos alimenta como niños mientras nos ofrece una obra honesta y necesario para la infancia. Algo que va más allá del puro entretenimiento. El veterano director Lee Unkrich (Monster, Inc; Buscando a Nemo), junto al debut de Adrián Molina como codirector, pone sus manos al fuego al realizar una propuesta contextualidad fuera de su país de origen (Estados Unidos); un riesgo que podría conllevar una mala mirada de otra cultura como también la posible negligencia de las virtudes a destacar. Es en estos momentos donde la empresa del ratón nos demuestra el porqué de su prestigio y de su magnitud. Desde los escenarios, los personajes (tanto humanos, animales y esqueletos), las canciones, las parodias, los objetos, las extravagantes comidas y los dialectos (contiene diálogos hablados en español y sin subtitular en su idioma original) nos demuestran, dan, otorgan un gran homenaje a un país que para algunos de los norteamericanos que en estos momentos más que ser su país hermano es el enemigo a liquidar. Memoria familiar. Los sueños de los chicos son una de las virtudes más importantes a defender. El de Miguel es la de ser el mejor músico del mundo al igual que su ídolo Ernesto de la Cruz. Sin embargo, en su familia hay una censura total al mundo musical heredada de su abuela quien controla sin cesar todo tipo de instrumentos ajenos que se pueda incorporar o cualquier cosa que genere melodías en su recinto. A pesar de semejante autoridad, al pequeño Miguel a quien todo este escándalo familiar no le afecta (o directamente no cree que sea un inconveniente) quiere participar en un festival de nuevos talentos que se hace en la ciudad a todo costa y, sin pensarlo, toma su guitarra a cometer tal odisea. Toda la ilusión se cae a pedazos cuando su abuela lo descubre y le rompe el instrumento. Es así que el soñador decide tomar, de la tumba de De la Cruz, la guitarra de su ídolo que desencadenará el contacto de dos mundos, ya que roba el objeto de forma indebida, quedando maldito; y es obligado a resolver su acción profana en el mundo de los no vivos unido a su fiel acompañante de cuatro patas Dante. Los directores toman en cuenta, en cada plano, el hermoso lenguaje mítico de una ciudad prohibida que saca lo mejor de la tradición mexicana. El detallismo con la que se maneja la obra es la esencia de una buena narración, los colores y el diseño de cada de una de las estructuras de los dos mundos está hecha a medida de un cuidado histórico y pasional. Tranquilamente podría tratarse de una biografía a grandes rasgos de las civilizaciones. En cambio, el mayor cuidado que tuvieron los realizadores fue al hablar de los temas principales que son la memoria y la de muerte de la mejor manera posible. Sentimental, jocosa y colorida son los apuntes necesario para este largometraje nos explique el por qué de que Pixar este en otro nivel de las demás compañías de animación.
La lágrima fácil: Prometí no llorar, me lo juré a mí misma, pero con una película de Disney nunca se sabe y con Coco es imposible no lagrimear. Contar demasiado sobre la película no me parecería honesto, pero sí voy a decir que tuve el mismo sentimiento que cuando vi Pinocho allá en los ochenta, cuando era una niña. La historia gira en torno a Miguel, un niño mexicano, inquieto, amante de la música que vive en una familia en donde justamente la música está prohibida, pero en una festividad del Día de los Muerto, Miguel comienza un viaje iniciático en donde se topará con sus familiares fallecidos. Lee Unkrich y Adrian Molina (Toy Story 3) encaran con un profundo sentido del humor el tema de la muerte y de la pérdida, y exploran los conflictos familiares sin drama y esto es interesante y le da un respiro moderno al cuento clásico de familia. El colorido de la celebración es llevado al extremo, la fantasía se torna lisérgica y divertida. El género de aventura es bien explotado: Miguel recorre con su perrito Dante, este limbo colorido en donde los muertos batallan en contra del olvido, sólo se desaparece cuando una persona ya no los recuerda. La búsqueda por conocer los secretos familiares y la relación compinche entre Miguel y Héctor (Gael García Bernal) un muerto oustsider al que no lo quiere ni en el paraíso, completan un pasaje narrativo perfecto. Unrich y Molina toman lo más telúrico de la celebración, e incluyen cameos de extintas celebridades mexicanas. En su versión original el spanglish se torna divertido, y original en una película con sangre hispana. Coco es una gran película que apela a la sentimiento ante la ausencia de un ser querido, pero también es alegre y entretenida para un público infantil que pone su mirada en los gags y el slapstick de los personajes. Le aviso lleve kilos de pañuelos descartables porque algunos pasajes son hermosamente demoledores.
Impecable film para disfrutar de punta a punta tengas la edad que tengas. La historia es sencilla pero sumamente encantadora, con un giro en la trama no esperado por la mayoría y con un desenlace que...
Honrar la muerte Si en Intensamente, los creativos de Pixar se animaban a establecer un vínculo dramático con las emociones y desacralizar la negatividad de la tristeza ante un fracaso, es en Coco donde realmente se consagran al escudriñar, bajo el pretexto de una historia que gira en torno al sentido homenaje del Día de los Muertos mexicano, nada menos que en los mecanismos de la memoria y su contraparte: el olvido. En ese lugar, la muerte y el recuerdo tampoco se banalizan y es entonces donde gracias a un relato iniciático, bajo el modelo Pixar de búsqueda de un referente -ya sea Padre, hijo o Familiar- las etapas de aprendizaje y duelo marcan el proceso de transformación de Miguel, un niño que rompe el mandato familiar de dedicarse a la zapatería porque su pasión es tocar la guitarra como otrora hiciesen sus antepasados. Abuelos, bisabuelos, tíos, tías, se encontrarán con Miguel en el mundo de los muertos, tan colorido y mágico como aquel que pensara Tim Burton para su aproximación al universo de los muertos en El cadáver de la novia. En ese plano de los muertos operan los recuerdos de los vivos, la savia que alimenta el árbol de la vida, por así decirlo, se encuentra presente en la memoria y es por eso que la celebración mexicana viene teñida de homenaje reparador pero al mismo tiempo recuperador de los momentos en que la vida se expresaba desde los sentimientos. El grado de humanidad de Coco, nombre que hace referencia a una mujer, bisabuela del protagonista, con demencia senil, es su mayor caudal desde el punto de vista conceptual porque son precisamente los sentimientos de los vivos aquellos que van de la pureza a la impureza. Hay amor, rencor, envidia, odio, pero todo ello mezclado en dosis equitativas, nunca con maniqueísmos a cuestas o caricaturizaciones reduccionistas de los personajes chicanos y su rica y profunda cultura, completamente distante a la de Estados Unidos, que sin ir más lejos exportaron Halloween a varias geografías desde la banalidad de llenarse el estómago con dulces como trueque para no caer en el espanto de infantes crueles y extorsionadores. Sin embargo, al tratarse de un film orientado a la platea menuda y a sus acompañantes, la nueva propuesta de Pixar no carece de atractivo visual ni tampoco musical. Esos elementos se amoldan eficazmente al universo de los vivos y los muertos, que se yuxtaponen desde la mirada del niño, en el umbral de los dos mundos. El grado de detalle para construir el mundo de los muertos, no sólo en los colores pasteles sino desde las reglas y lógica que atraviesa la aventura es sin lugar a dudas deslumbrante. Si alcanza con una canción para hacer bailar a los muertos o al menos con recordarlos una vez al año la nueva apuesta de Pixar consigue emocionar y dejar un esperanzador mensaje a cualquiera que se atreva a reflexionar con una animación más ligada al entretenimiento que a otra cosa.
El nuevo film de Disney Pixar es una fantástica historia sobre el amor, los recuerdos y la importancia de la familia. Como ya es costumbre, Pixar nos vuelve a sorprender con un relato que desborda originalidad. El contexto elegido para desarrollar esta fábula es en la tierra de México y más precisamente, durante la popular festividad de “el día de los muertos”. Allí conoceremos a Miguel (Anthony González), un joven con el sueño de convertirse en leyenda de la música, al igual que su referente musical Ernesto De La Cruz (Benjamin Bratt). A pesar de la peculiar prohibición de sus parientes, su pasión lo llevará a adentrarse en la extravagante y por demás colorida “Tierra de los Muertos” para conocer su verdadero legado familiar. Para ello contará con la ayuda de Dante, el perro callejero del pueblo, y Héctor (Gael García Bernal) un adorable timador que también lo acompañará en la epopeya por motivos poco altruistas. Al igual que estos queribles personajes que vuelven del más allá, la historia presenta un alma enorme, garantizando la presencia en la memoria tanto en chicos como en adultos, siendo testigos de una narrativa interesante, entretenida, tierna y reflexiva (gran composición de Adrián Molina y Matthew Aldrich, guionistas de la película). Además, podrán disfrutar de un trabajo de animación impecable, plagado de colores vivos, un diseño de personajes atractivo y una detallada labor de texturas y fondos. Por otro lado, Michael Giacchino (“Up”, “Inside Out”) nos otorga una excelente banda sonora que nos introduce en melodías de origen latino que acompañan muy bien al maravilloso aspecto visual de la historia. El elenco que aporta sus voces a los personajes está muy bien seleccionado y fue verdaderamente un acierto buscar actores latinos o hispanohablantes, ya que le dan un toque personalizado y más fiel, que intérpretes norteamericanos no hubieran podido otorgarle (probablemente cayendo en estereotipos). Se destacan las labores de Anthony González y Gael García Bernal. Las canciones y los números musicales son verdaderamente atractivos y no llegan a causar agotamiento como solía pasar en las películas más clásicas de Disney. Lo interesante y más destacable de la producción tiene que ver con algo que Pixar sabe hacer muy bien, y que muchos otros estudios no hacen. Y es la cuestión de no subestimar a los chicos. El relato que presenta “Coco” es realmente atractivo y complejo, debido a que intenta introducir a los niños a temáticas más adultas como por ejemplo: la muerte, la recordación de los seres queridos y la importancia de los vínculos familiares. Es muy difícil explicarles a los más pequeños qué es la muerte y qué pasa con las personas luego de fallecer. Es ahí cuando Pixar (muchas veces al borde de caer en lo macabro pero saliendo airoso) logra ofrecer una mirada respetuosa, conmovedora y entretenida sobre el final de la vida. La realidad alternativa que crea es divertida, tierna e inteligente, dejando también guiños para los adultos, recordemos que ese perro/guía espiritual lleva el nombre Dante haciendo alusión al poeta italiano Dante Alighieri, quien en “La Divina Comedia” narró una historia sobre la vida después de la muerte. Con este libro que se divide en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso, podríamos decir que esas separaciones se condicen con los tres actos del relato. En la primera parte Miguel tiene prohibido ser quien quiere ser, un músico y tocar para la gente. Es ahí cuando vive un verdadero infierno. Luego en el segundo acto se ve llevado involuntariamente a la tierra de los muertos donde debe conseguir la forma de volver a la vida (purgatorio) y en el desenlace comenzará el ascenso al paraíso donde intente alcanzar su objetivo. “Coco” representa una travesía extraordinaria que gustará a todas las edades. Un trabajo sumamente cuidado tanto desde la narrativa como desde la animación, que si bien puede tener algunos conceptos que nos recuerden a la mitología Burtoniana (en especial a “El Cadáver de la Novia” y a “Beetlejuice”, ambos films también trataban sobre la vida después de la muerte), logra desarrollar una voz propia por medio de un cuidado estudio de la cultura mexicana. Es la película más importante de la era Trump, mostrando que el arte busca romper muros en vez de crearlos. Un film sincero, lleno de corazón y personajes dimensionales muy atractivos. Nuevamente Pixar vuelve a triunfar por medio de una historia original, franca y emocionante.
El Día de los Muertos es una festividad típica de México, en la cual las familias se reúnen para hacerle honor a aquellos que ya no están, poniendo sus fotos en un altar y dejándoles alimentos. En este contexto se lleva a cabo “Coco”, nueva película de Pixar, que se centra en Miguel, un niño que ama la música pero que debe seguir el mandato familiar de hacer zapatos, ya que su pasión está prohibida. Tiempo atrás, su tatarabuela se casó con un artista que la abandonó junto a su pequeña hija por una gira. Es por eso que todo lo relacionado con la sonoridad es una mala palabra. Durante el Día de los Muertos, Miguel se rebela contra su familia y decide tocar la guitarra en un concurso del pueblo. Pero las cosas se complican cuando un error lo lleva a pasar al mundo de los no vivientes. “Coco” es la primera película de Disney-Pixar ambientada en México, proporcionándonos una celebración de su cultura y tradiciones. Esto se transmite a través de una gran cantidad de colores vívidos y una animación excelente de la ambientación y los distintos personajes (sobre todo de los que se encuentran del otro lado). Con respecto a la historia, no sólo se busca transmitir las costumbres mexicanas, sino que se resaltan los valores de la familia, la persecución de los sueños, los límites entre lo individual y lo comunitario, la vida y la muerte, entre otras cuestiones. Como suele suceder con la compañía, en “Coco” también tenemos mensajes para los más pequeños (donde la aventura es lo más llamativo) y para los adultos, que disfrutarán el film desde un lado más profundo y emotivo. La película no solo presenta diversión y risas, sino que también permite un espacio para los sentimientos, dándonos ese toque final donde se mezcla la angustia con la alegría (y unas cuantas lágrimas). La música es uno de los ejes del film, debido a la pasión del protagonista y su obsesión con el artista famoso del pueblo Ernesto de la Cruz. Es por eso que se le da un tratamiento especial, nuevamente otorgándonos parte de la cultura mexicana a través de las canciones y el ritmo alegre y emotivo. En cuanto a las voces, siempre es mejor disfrutar de un film en su idioma original, y en este caso sucede que la cinta combina constantemente el inglés con el español, para seguir contribuyendo al estilo mexicano. Entre los actores nos encontramos con Gael García Bernal, Jaime Camil, Benjamin Bratt, Anthony González, etc. En síntesis, “Coco” significa una apuesta arriesgada por parte de Pixar, que sale del confort norteamericano para proporcionar una historia con pura cepa mexicana, para exaltar y dar a conocer su cultura y tradiciones, a través de un argumento original, animación de calidad, buena música y emociones de todo tipo, dejando conformes tanto a chicos como a grandes.
Coco, de Lee Unkrich y Adrián Molina Por Paula Caffaro La nueva película de Pixar es un estallido de colores y una fiesta musical. Ambientada durante el popular festejo de El Día de los Muertos, el film es atractivo desde todo punto de vista. Pixar ha recuperado su vitalidad de la mano de esta pequeña joyita emocional. Miguel Rivera es un pequeño niño mexicano que sueña con ser músico, pero desgraciadamente le tocó nacer en una familia en la que esa disciplina artística se encuentra estrictamente prohibida. Una larga tradición familiar puso a la música como el espacio de significación del desamor y el abandono. Cinco generaciones atrás, el padre de Mama Coco abandonó a su pequeña hija e esposa tras perseguir el gran sueño de alcanzar la fama con sus canciones. A partir de allí la música sólo recuerda lo cruel que puede llegar a ser la vida, y es así como Miguel ve su sueño desvanecerse detrás del mandato familiar. Sin embargo, eventos sobrenaturales y misteriosos darán comienzo a la peripecia del protagonista cuando el niño haga caso omiso a la tradición y decida escapar tras su anhelo. Es en este viaje iniciático que emprende Miguel en el que se desplegará todo el esplendor audiovisual del film, además de brindar escenas de gran comicidad y entusiasmo a través de carismáticos personajes que sólo la animación de calidad y sentido del gusto de Pixar pueden ofrecer. Dosificando la carcajada y la emoción que brota hasta las lágrimas, Coco presenta enmascarado en un film para niños, un drama que reflexiona sobre la soledad y olvido, así también como la traición y el precio de la fama. Coco es cruel, pero a la vez es una película que se anima al estallido de color y a imaginar un mundo imaginario que más de uno considera oscuro, solitario e irreversible. La música y la mística mexicana son el condimento que se agrega a la genialidad de un guion que eriza la piel e invita a compartir por 105 minutos un viaje colorido a través de mundos fantásticos e imaginarios. COCO Coco. Estados Unidos, 2017. Dirección: Lee Unkrich y Adrián Molina. Guión: Adrián Molina y Matthew Aldrich. Intérpretes: Anthony González, Gael García Bernal, Benjamin Bratt, Alanna Ubach, Renee Victor, Jaime Camil, Alfonso Arau, Edward James Olmos, Gabriel Iglesias, Ana Ofelia Murguía. Producción: Darla K. Anderson. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 105 minutos.
Coco transmite todo lo que se propone. Valores familiares, tradición, cultura y sobre todo, corazón. Pixar sabe como tocar la fibra íntima y en los momentos justos, sin golpes bajos ni momentos extremadamente sensibles. A lo largo de los años, la compañía de animación más importante del mundo ha regalado al séptimo arte historias y personajes maravillosos de toda clase, colores, especies y motores. Desde sus primeros trabajos en conjunto con Disney, con Toy Story en 1995, Pixar enseñó un antes y un después en cuanto a películas animadas, dejando atrás, las viejas animaciónes en solitario del estudio del ratón. Además de seguir demostrando que son los mejores en cuanto a detalles y paisajes animados, un aspecto que siempre destacó de la empresa de la lamparita son las historias, Pixar tiene la facilidad natural para hacer historias conmovedoras que dan en el punto justo del alma y que involucran al espectador con la película, como en el caso de UP: Una aventura de altura. En esta oportunidad, la empresa fundada por Edwin Catmull y Alvy Ryan Smith vuelve con una historia que tiene como protagonista a un latinoamericano en una de las festividades más importantes de la cultura mexicana: el día de los muertos. Esta fiesta popular de México va mucho más allá que una simple excusa para disfrazarse y pedir dulces como sus hermanos del norte. En las tierras de Chespirito y Luis Miguel, el día de los muertos se festeja con mucho corazón y respeto por aquellos que ya no están y enalteciendo sus espíritus. Otorgando ofrendas y haciendo distintos tipos de rituales y “fiestas” en su honor, el pueblo mexicano pasa días y noches preparando este momento especial del año. Coco, es la película que presenta a Miguel Rivera, un muchachito que pertenece a la familia zapatera por excelencia de su ciudad natal. Pero lejos de querer ser un experto zapatero, Miguel tiene un don que en su familia no es bien visto, el de ser un hábil guitarrista y amante de la música, inspirado sobre todo por el gran Ernesto de la Cruz, un mariachi super famoso. Hace varias generaciones que los Rivera tienen prohibido acercarse al mundo del espectáculo, por un motivo bastante sensible. En su lucha por querer salirse del estricto régimen de su hogar, Miguel contará con la ayuda de su fiel y simpático amigo Dante, un perrito que es tan servicial y amistoso como torpe y hambriento. Como último “requerimiento” el pequeño aspirante a músico necesita el instrumento indicado para poder tocar y destacarse. En su intento desesperado por poseer el instrumento, y en medio de la celebración del día de los muertos, Miguel es llevado junto a su amigo a la tierra de los muertos. Miguel deberá volver a su hogar antes del amanecer si no quiere permanecer allí para siempre y junto con Dante, recibirá la ayuda de un errante y desafortunado sujeto, llamado Héctor. Coco no es una “peli de dibujitos más”, todo lo contrario. Está todo tan perfectamente logrado que uno pierde la noción que está en presencia de una historia animada. Esta sensación, a la que Diney y Pixar tienen a todos acostumbrados, no puede dejar de destacarse y se tiene que valorar como se debe. No se puede juzgar este film como una película infantil, porque no lo es. Hace rato que las producciones animadas dejaron de ser solo para los más chicos y cada vez son más los adultos que se acercan por motus propio a ver estas historias. La historia está perfectamente relatada. Cada acto se toma su tiempo necesario para desarrollar la idea que logra quedarse en la mente del espectador. En ningún momento se la siente larga, pesada o aburrida, todo lo contrario. Es tan alto el nivel de esta narración que si la peli durase tres horas y media, nadie lo notaría. Coco transmite todo lo que se propone. Valores familiares, tradición, cultura y sobre todo, corazón. Pixar sabe como tocar la fibra íntima y en los momentos justos, sin golpes bajos ni momentos extremadamente sensibles. Los personajes enamoran. Desde el primero hasta el último, pasando por los que tienen más protagonismo hasta el que menos segundos tiene en pantalla. Cada uno de estos nuevos personajes están tan bien presentados e introducidos en el metraje que no se les puede criticar nada, sólo disfrutar de la aventura de un pequeñito que quiere cumplir sus sueños, pese a la constante prohibición que lo rodea. Otro elemento que tiene un papel preponderante en el film, son las canciones. Ellas cumplen su función como un personaje más en la historia. Fáciles de encariñar y ni hablar de repetirlas. Visualmente la cinta es una maravilla, candidata para ganar en la categoría de Mejor Animación en todos los premios que se la nomine. Es una experiencia visual que llena la retina y deja la vara demasiado alta para el resto. Pixar logra superarse a sí mismo, una y otra vez. Los paisajes, la fotografía y la textura de cada plano son ideales para tenerlas de fondo de pantalla. No hay un solo momento en el que algo quede fuera de tono. En cuanto al director Lee Unkrich, aquel que supo hacer llorar a más de uno con Toy Story 3 (2010), la única manchita que se le puede atribuir en esta gran película es su previsibilidad. En ocaciones muy puntuales, peca del lugar común y hace que el final decante solo, quitando un poco de expectativa y sorpresa. La película es un goze total de casi dos horas en donde se logrará emocionar a grandes y chicos. Latinos, europeos y norte americanos. La empatía es algo universal y más cuando se trata de la familia y de la aventura al ir contra todos por lo que más amas, para concretar el sueño prohibido.
Disney-Píxar lo ha vuelto a conseguir. Las diferentes culturas de todo el mundo celebran la muerte de muchas maneras, y la forma en que rendimos tributo a nuestros antepasados también varía enormemente. En todas las partes del universo hallamos un crisol de culturas donde el culto a la muerte tiene igual o mayor importancia que en México. Sin embargo, si estás expuesto a la cultura pop, el concepto del Día de los Muertos seguro que no les debe pasar desapercibido, ya que se ha podido comprobar recientemente en películas como el Spectre, la última aventura de James Bond en videojuegos de la play como Grim Fandango. En esencia, Coco se puede considerar un refinamiento de los preceptos por los que Pixar ha llegado a ser conocida. Al igual que ocurre con todos los adultos en casi todas los largometrajes de Pixar, siempre son las mismas personas mayores las que intentan imponer su voluntad y sus valores a los niños, algo que seguramente los más pequeños reconocerán en su día a día. Miguel, el protagonista, de, dígamoslo ya, esta soberbia obra maestra de la animación, no es tan diferente, ya que su Abuelita se opone violentamente a sus sueños de convertirse en músico, llegando incluso en un momento a aplastar su guitarra de mala manera. Escogiendo hacer todo lo posible por seguir los pasos de su héroe de la guitarra, el difunto Ernesto de la Cruz (Benjamín Bratt), Miguel descubre que no todo lo que se coloca en un pedestal es lo que parece. Mientras roba la tumba de Ernesto de la Cruz, se abre una maldición y Miguel tiene que enmendar las cosas. No importa la cultura o el contexto, el acto de profanar una tumba tiene sus consecuencias, y el héroe de nuestra historia se verá inmerso en una especie de limbo donde tendrá que lidiar tanto con los vivos como con los muertos. Aunque algunos críticos se han ensañado con la primera parte del metraje, resaltando su falta de ritmo, lo cierto es que uno ya está un tanto saturado de montañas rusas que a los diez minutos ya tienen a todos los protagonistas dando tumbos y piruetas entre fotogramas. Aquí todo se va cociendo a fuego lento ensamblando sin fisuras los dos mundos (el de aquí y el del más allá) para regalarnos un último tramo de auténtica antología. Aviso para navegantes: si se les saltaron las lágrimas viendo Del Revés o Up, ya pueden ir al cine con una abundante provisión de pañuelos de papel, porque en el último cuarto de hora los hacedores del film no tienen piedad alguna con los más sensibleros (y con los menos tampoco). Considerando todo, Pixar demuestra que todavía es capaz de crear grandes historias sin importar el contexto. Es cierto que si se escarba un poco se podrá encontrar cierto aire de pretendido formulismo, pero en este caso el fin justifica -y de qué manera- los medios, y el resultado final es tan apabullante y tan satisfactorio que lo positivo gana por goleada a lo negativo. No es la película más redonda del estudio, pero sin duda éste todavía es capaz de mantener un estándar donde pueden deleitar, sorprender y tirar de las fibras emocionales del público con un simple chasquido de dedos. La lección que se nos da una vez disfrutado del visionado es de las de tomar el pan y mojar. Los niños de hoy en día están tan fascinados por sus héroes catódicos que no se dan cuenta de que tienen una familia llena de amor que necesita ser respetada. Un aplauso unánime para dos directores de la talla de Lee Unkrich (Toy Story 3 y Monstruos S.A, ahí es nada) y Adrián Molina (guionista a su vez de El Viaje de Arlo) quienes hacen todo lo posible para mostrar sin trampa ni cartón miedos y emociones tangibles sobre la muerte, la vida y el amor, todo ello bañado con un espíritu colorista y un gusto por el más mínimo detalle que engrandece un conjunto visualmente arrollador.
Un conglomerado de la cultura popular mexicana Coco (2017) es la última animación creada por el estudio Pixar, en la cual un pequeño niño mexicano llamado Miguel desea ser músico pese a la oposición familiar. El problema es ancestral, todas las generaciones anteriores a Miguel odian la música, puesto que el marido de la matriarca Imelda y su hija Coco han sido abandonadas por su marido, quien dejó a su familia para probar suerte en la música. A partir de allí, si el espectador se permite reflexionar en profundidad acerca de las temáticas esbozadas en el film, tenemos en primer lugar una reivindicación de la mujer, como autosuficiente y proveedora del oficio y del sostén familiar transmitido de generación en generación. Lo cual no es casual en una época en donde el reclamo por la igualdad de derechos de las mujeres se hace cada vez más presente. Por otro lado, también el contexto social se expresará a partir de la diversidad cultural e inmigratoria. Coco es una producción norteamericana que reafirma la cultura popular mexicana haciendo visible la voz de los inmigrantes latinoamericanos. Si bien el relato transcurre en México, los personajes hablan tanto el español como el inglés, enfatizando el multiculturalismo actual. Incluso, en escenas posteriores de un traspaso de espacio físico en el universo diegético, los personajes deben pasar por una especie de control inmigratorio similar al de los aeropuertos actuales. Un recurso que aporta comicidad al relato, pero que no es para nada inocente. Retomando los aspectos narrativos y estéticos del film, es importante mencionar que posee grandes similitudes con una animación previa: El Libro de la Vida (The Book of Life, 2014), ambos relatos giran alrededor del Día de Muertos. Coco se parece a esta última tanto a nivel estético como narrativo. A nivel estético también se puede vincular ambas animaciones a la que es quizás la influencia principal en términos visuales, El Cadáver de la Novia (Corpse Bride, 2005) de Tim Burton. En consecuencia, por más que la calidad de animación de Coco es notable, no posee tanta originalidad como otras creaciones de Pixar. La utilización de El Día de Muertos en Coco permite dividir el espacio en dos núcleos conectados entre sí a través de un puente, un plano terrenal y otro plano eterno con edificaciones ascendentes que representa el “más allá”. En ese “más allá” el pasado mexicano son sus cimientos principales, las bases de su edificación son pirámides arcaicas que remiten a las realizadas por mayas y aztecas, cuyo objetivo era justamente acercarse al cielo. En Coco hay una reafirmación de las tradiciones culturales mexicanas y quizás una crítica a una cultura popular más reciente. En dicho sentido, puede pensarse que la fuerte crítica para con el villano en cuestión, el personaje de Ernesto de la Cruz, ídolo popular de ese México ficcional a quien Miguel admira tanto, puede leerse como una crítica a aquellos artistas populares que si bien representaban lo mexicano, sus modos de triunfar o de consagrarse provenían de modelos norteamericanos. En la película constantemente se remite a figuras populares de la cultura mexicana: el susodicho Ernesto de la Cruz es una estrella de la música y del cine que tiene un gran parecido al real Pedro Infante. También aparecen representados de forma explícita el luchador y actor El Santo y la artista plástica Frida Kahlo, cuyo personaje aporta gran comicidad al relato. Incluso Frida llamará al perro de Miguel con un apodo similar a Xolotl, ya que este era el nombre real de su perro, el cual no casualmente remite en la mitología mexicana al Dios de los espíritus y del inframundo y que aquí será un acompañante espiritual para Miguel. También se alude a otros elementos de la cultura popular como la canción La Llorona y se nombra a las almas que ya no son evocadas en el Día de Muertos, esas que desaparecerán del “más allá”, como “los olvidados”, título también -salvando las distancias- de la película que Buñuel realizó en México en 1950, la cual hablaba sobre la marginalidad de unos niños pobres. Por último, Coco es un relato lleno de emoción que logrará quebrar al espectador hasta las lágrimas sin dejar una sensación angustiosa, sino por el contrario ofrecerá un profundo entretenimiento. La propuesta enfatiza la importancia de las tradiciones y de la familia, pero despojándolas de sus mandatos para ofrecer a sus integrantes la escucha y el entendimiento: esa es la enseñanza que posee para el público, que como toda película de Pixar es para grandes y chicos.
México lindo animado El sueño de Miguel por convertirse en una etstrella de la música va de contramano con la posición de su familia, que la prohíbe a toda costa. En su afán por alcanzar su sueño, Miguel visita la “Tierra de los Muertos” para descubrir más sobre sí mismo como también sobre su legado familiar. La dupla creativa de Lee Unkrich y Adrián Molina presentan a Coco (2017) como un viaje por la tradición, el amor por la música, el legado y la familia. Bajo estas características, México sirve como un escenario pintoresco para desarrollar un film entretenido, emocionante y con muchos matices. En su narración, Coco nunca pierde impulso y su argumento va mutando y cambiando a medida que también lo hacen los personajes. En esta perspectiva, Coco revierta las dudas, afirmaciones y complejos de Miguel mientras poco a poco descubre más las motivaciones y trasfondo de cada uno de los protagonistas. A simple vista, lineales y superficiales pero que en realidad ocultan una historia por detrás de lo levemente visible que nutre al argumento y desarrolla el film de forma más eficaz y fluida. Tanto el carisma de Miguel como el de Héctor están a la altura del gran trato por respetar las tradiciones mexicanas y expresar la celebración del “Día de los muertos” de manera ejemplar al mundo. En esta originalidad de Coco por brindarle otro valor e importancia a los antepasados, recrea un ambiente llena de texturas, colores e imágenes diferentes a lo que ya se vio anteriormente. Otro valor aparte es la música de Michael Giacchino (UP), el motor que mueve a la película y que va cobrando otro color según en qué momento se encuentre el film y así su significado. Por otro lado, Remember me, el tema principal de la película, fue compuesto por Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez, el dúo ganador de un Oscar por la canción Let It Go de Frozen (2013). Los giros argumentales y una resolución conmovedora, personal y muy íntima cumplen con un desenlace a la altura de lo mejor de Pixar. La cercanía y el amor por la familia, la música emociona hasta las lágrimas en Coco sin utilizar golpes bajos ni un sentimentalismo carente de fundamentos. El fin de Coco es desarrollar estos sentimientos en cada diálogo, gesto y canción que llega a su clímax en los momentos finales para dotar de otro color a cada momento y escena. Coco (2017), ganadora como Mejor film de animación de los Globos de Oro es una historia imperdible para dejarse llevar por la música, sus escenarios y personajes pintorescos como también por una trama que no da respiro y deja hasta los últimos momentos mucho hilos -y pañuelos- para utilizar.
Disney trae el mundo de los muertos a la pantalla grande, pero a no alarmarse. La poesía y belleza con la muestra este mundo es sublime. Hubo una vez una mujer llamada Imelda que tenía una niña: Coco y un marido que un día se fue y nunca más regreso. Él era músico y por eso, en su familia, se odiaba la música. Años más tarde nació Miguel, bisnieto de Coco, un niño que lleva la música en la sangre. La hija de Coco, Elena, una especie de matriarca, lo censura, no le deja tocar la guitarra, la música está prohibida en la familia. Estamos en México y se celebra el día de muertos, tradición mexicana que honra a los ancestros. Este es el marco e inicio de esta historia llena de bellos mensajes: El valor de la familia, las tradiciones, la fidelidad de los animales, el amor. Coco nos acerca a esta tradición que nos aproxima a la muerte de una manera única, como lo festejan los mexicanos. La animación de Pixar tiene una precisión y colores que nos meten en México. El manejo de luces, sombras, miradas es alucinante. La música es bella y los personajes tienen alma. Aún o mejor dicho, justamente por estar muertos. El guión es sobresaliente, los giros inesperados que tiene, son para un público adulto que va a disfrutar la película de principio a fin. Imposible no recordar a quienes ya no están y no soñar con que nos pase lo que le pasa a Miguel. Una película entrañable. La van a amar.
LA CANCIÓN QUE PARA EL TIEMPO POR UN INSTANTE En sus Obras incompletas, un compilado de seis discos que incluye a todos los Calamaro’s que habitan en el salmónido Andrés Calamaro, el músico edita finalmente No tiene perdón -entre otras canciones inéditas-, un tema que había compuesto especialmente para Norberto “Pappo” Napolitano. El tema es bellísimo y habla de canciones que dan la impresión de “poder parar el tiempo por un instante” y de guitarras que son “un pensamiento” para “enfrentar a los indiferentes”. Sin embargo, la anécdota que cuenta el propio Calamaro (el monumental disco incluye un libro con todas las letras y explicaciones de cada tema a cargo del artista) es hermosa y le agrega tensión emotiva al asunto: dice que le hizo escuchar la canción a “Pappo” y que éste pidió ir al baño “para esconder, con pudor, lágrimas de varón”. Esa anécdota y esa canción se me vinieron a la cabeza ni bien terminé de ver Coco, la nueva película de Pixar, que también habla de canciones, de canciones que emocionan, pero especialmente de cómo una canción es una parte de una historia que nos unifica como pueblo, como herencia cultural, y nos encuentra en algún espacio del tiempo a todos: a los que somos y a los que fueron. Por suerte, Calamaro y Pixar tienen la capacidad de reflexionar y reproducir estos conceptos a través del arte más noble que es el arte popular. Son, claro que sí, lenguas populares. En Coco, el protagonista es Miguel, un chico que desea más que nada en el mundo ser músico. El problema es que su familia le impide tocar la guitarra, instrumento que relacionan con su huidizo padre, y prefieren que siga la tradición familiar de la confección de calzado. Hay en la base de Coco un conflicto similar al de Ratatouille, en el sentido de cómo el deseo se enfrenta al designio familiar, aunque no serán los únicos lazos que el film trace con buena parte de la historia de Pixar: por ejemplo, a partir que Miguel, por acción de un elemento fantástico, ingrese en el mundo de los muertos, la película nos sumergirá en un universo con reglas propias en la senda de Monsters Inc. Pero si hay un tema recurrente, y que Coco no sólo replica sino que hace material fundamental de su andamiaje y expande, es el de la memoria y la construcción del mito a partir del relato social. No olvidar que estamos ante una película de Lee Unkrich, quien ya abordó estas cuestiones en obras anteriores: en Toy Story 3 los muñecos eran supervivientes que se enfrentaban a su propia extinción y al dolor del olvido; en Buscando a Nemo, la figura del pececito se engrandece hacia el final por un relato social que resignifica su viaje y su heroísmo; en la citada Monsters Inc., es Sully quien corre el riesgo de no poder volver al lugar donde ha sido feliz. Detrás del colorido, la alegría y el humor perfecto que las películas exhiben, hay una melancolía enorme porque básicamente revelan la tragedia de nuestra propia extinción. El tema del olvido es clave en Coco: el conflicto de los muertos es que del lado de los vivos nadie los recuerde. De ser así, terminarán extinguiéndose inexorablemente. Miguel luchará contra ese olvido, pero fundamentalmente buscará por medio del arte, de ser cantor y guitarrista, una forma de trascender a la rutina, a lo mundano. El arte es siempre un elemento revelador en Pixar. WALL-E conectaba con el mundo mirando repetidamente un viejo musical en blanco y negro; Miguel mira a escondidas películas de su ídolo, Ernesto de la Cruz, y se inspira. No de casualidad, el arte donde ambos personajes se respaldan es un arte del pasado, un lugar donde la nostalgia sólo halla lo bueno, el candor de un tiempo perdido que siempre pensamos como mejor. Y ahí Pixar imprime otra noción: el cine, la música, como soportes que nos permiten la eternidad. Ese es, al fin de cuentas, el mayor secreto y el más grande descubrimiento de la humanidad. Y el de Coco: las imágenes como nexo hacia nuestra herencia, aunque esas imágenes precisen las lecturas correctas. Como ciertas fotos, como ciertas canciones… A todo este asunto, Coco le suma el mayor componente político de la historia de Pixar: la película no podía transcurrir en otro lugar que no fuera México, ya que la celebración del Día de los Muertos aportaba el colorido y la lógica necesaria. Y si bien hay referencias más que explícitas a las políticas migratorias en el pasaje de universos, lo que hacen Unkrich y su codirector Adrián Molina es utilizar la cultura mexicana no como un saqueo pintoresquista para enrostrarle en la cara a la administración Trump, sino como justificación narrativa. Si en la superficie la película explota el concepto de valores tradicionales y familia, lo hace a partir de recurrir a elementos melodramáticos bien presentes en la cultura mexicana, muy especialmente el folletín. Esto se puede observar en uno de los giros más oscuros que recuerde el mainstream animado, y que incluye traiciones y fatalidad. Es decir, Coco no toma lo foráneo como envoltorio for export, sino que asume que esa historia sólo puede ser narrada con las tonalidades adecuadas y que se encuentran en ese lugar. Claro que Coco acompaña todo esto con un diseño visual impresionante, personajes dimensionales y carismáticos, y números musicales coloridos e imaginativos. Pero Coco no sería Coco sin ese giro final que pone patas para arriba todo lo que habíamos visto hasta entonces. En esa voltereta wellesiana (wellesiana de Orson), la película de Unkrich y Molina trabaja con una sensibilidad increíble lo idílico de la infancia, pero también los rasgos culturales e identitarios con los que una canción nos impide evaporarnos y nos mantiene vivos en el recuerdo. Y hace confluir sus dos líneas argumentales principales en un último acto donde la emoción luce genuina: porque el drama de Miguel atraviesa la pantalla y se apodera del espectador, que comprende con claridad la tragedia a la que se abisman los personajes: la muerte, el adiós definitivo. Una canción es la clave que desentraña el misterio y que hace de Coco uno de los mayores Rosebud de la historia del cine. Una canción que nos conecta con toda la historia que nos antecedió y que nos conectará hasta el último momento. Una canción que nos obliga a esconder, con pudor, las lágrimas. Porque como dice lacónicamente y hacia el final aquella canción de Calamaro: “el olvido no tiene perdón, no tiene perdón…”. Coco lo sabe.
Vida y música del lado de los muertos. El film se sumerge en una centenaria tradición mexicana, aunque con cierta sobrecarga argumental y visual. Ganador del Globo de Oro al Mejor Largometraje Animado y seguro nominado al Oscar en el mismo rubro, el nuevo tanque de Disney-Pixar tiene tanto gancho que fue despedido con aplausos en una de las funciones de prensa que se hicieron en Buenos Aires. Se podría proyectar que de esos aplausos a los dos millones de espectadores, Coco no va a parar. Al fin y al cabo, cuenta con todos los componentes que convierten en éxito a un film infantil, lleve o no la marca Pixar en el orillo. La película es codirigida por el novato Adrian Molina y Lee Unkrich –que había correalizado Toy Story 2, Monsters Inc y Buscando a Nemo, y Toy Story 3 en solitario–, y narra la misma fábula que La bella y la bestia, Moana, Brave y Happy Feet, entre otras. La de la desobediencia de un niño, niña, adolescente o cría al mandato familiar o de la especie, su posterior aventura en solitario, su consagración como héroe y la reconciliación final con los suyos, que lo aceptan ahora tal como es y hasta tal vez pueden llegar a tirar al tacho las tradiciones para abrazar la novedad que el héroe trae consigo. Así como Mulan se sumergía en la cultura milenaria de la China, ahora la fusión de los estudios Pixar-Disney hace lo propio con un México de tiempo indeterminado, a medio camino entre el folklore y el cliché de consumo internacional. En la primera, deslumbrante secuencia, el protagonista, un niño de 12 años llamado Miguel narra en off la historia de su familia de mujeres bravas, puesta en imágenes por la animación de unos hilados ornamentales, cada uno de los cuales representa una escena de la historia de los Rivera. En ese núcleo hay un momento traumático: ése en el que el tatarabuelo de Miguel deja a su esposa e hijos para probar fortuna como músico en la ciudad, para ya no volver. A partir de entonces, la música queda prohibida en casa de los Rivera, quienes gracias al esfuerzo de la mujer abandonada por sostener a los suyos se dedicarán de allí en más a la confección de zapatos. Miguel tiene un problema: le encanta cantar y además encontró escondida en el desván una hermosa guitarra, con la que no puede dejar de acompañarse. Un poco como Alicia o la Dorothy Gale de El mago de Oz, en una fecha clave para la cultura tradicional mexicana como es el Día de los Muertos, Miguel atravesará en este caso un puente, pasando del otro lado, a la tierra de los muertos. Un lugar que, como la ciudad de Monsters Inc, bulle de animación. Allí están sus mayores y también su ídolo, el cantante de rancheras y boleros Ernesto de la Cruz, que supo protagonizar decenas de películas en blanco y negro, y tiene monumentos en su homenaje. De todos ellos, lo que vive de aquel lado son, claro, los esqueletos. Así como también los de Frida Kahlo, Diego Rivera, Cantinflas y otros mexicanos de fama internacional. Como Tintín, a Miguel lo acompaña un perro, callejero y de lengua bamboleante, al que él nombró Dante, como el caballo del ídolo. A partir de determinado momento, se le sumará un vagabundo llamado Héctor, aparente vivillo que esconde sin embargo un secreto que hará dar un giro copernicano a la película entera. De modo semejante a El mago de Oz, el “otro lado” tiene un brillo y color del que el mundo real carece. La paradoja es que en este caso ese mundo que brilla y refulge es la tierra de los muertos. Pensando tal vez en compensar la oscuridad producida por los anteojos 3-D, esa necrópolis viviente brilla mil veces más que el Barrio Chino en Año Nuevo, con tantas luces como en un aviso de lamparitas y predominancia de rojos en la paleta cromática. Sumado a una marcada tendencia al gigantismo (el impresionante estadio donde va a presentarse De la Cruz, especialmente, donde tiene lugar la escena culminante), todo esto tiende a hacer de Coco una película visualmente abrumadora. En el plano argumental, que contiene buena cantidad de subtramas y vueltas de tuerca, la sobrecarga no es menor, de modo que en medio de ese permanente exceso el espectador puede llegar a agradecer algún detalle sensible en medio del plano. La notable expresividad del perro Dante, por ejemplo, o la sensibilidad enterrada de la bisabuela Coco, dueña de un rostro cuyo detalle lleno de arrugas puede recordar a algunos del japonés Hayao Miyazaki, ídolo de quienes trabajan en Pixar. Si al crítico lo corrieran un poco, podría decir que ellos dos son, junto con Héctor, los mejores personajes de Coco. Que al fin y al cabo, y con un detalle muy delicado, se llama Coco, y no Miguel.
De eso no se habla Coco (COCO, 2017), la última película animada de Disney/Pixar dirigida por Lee Unkrich (Buscando a Nemo), es un viaje a la cultura mexicana sin estereotipos, tomando lo mejor y más representativo de lo popular para volcarlo en un colorido cuento sobre las metas y objetivos de cumplir los sueños pese a las trabas y obstáculos que aparezcan. Miguel comparte tiempo con Coco, su bisabuela, una anciana que practica con una guitarra improvisada las melodías de Ernesto de la Cruz. Por la devoción de su música, Miguel se verá envuelto en un misterioso viaje al día de los muertos, celebración en la que los vivos recuerdan con panes, velas y fotografías a quienes ya no están. Cuando “profane” la tumba del artista para probar suerte en un concurso de talentos, el relato virará hacia la búsqueda de, por un lado el regreso sano y salvo de Miguel hacia la vida, y por el otro, la posibilidad de ser recordado como se merece por sus familiares y perpetuar en otro nivel su existencia. Al igual que El libro de la vida (The Book of life, 2014), producida por Guillermo del Toro, la utilización del día de los muertos como disparador de la narración, hace que Coco juegue entre esos dos planos, el humor y la música, pero sin desatender, algo que tal vez no hacía la anterior apuesta, la nostalgia. Por primera vez Disney/Pixar generan un producto multi target, con la posibilidad de identificación por parte de todos los públicos, al tratar al espectador infantil con seriedad, sin menospreciarlo ni ofrecerle un relato simple y pasatista. Coco al igual que narraciones literarias clásicas de Andersen y los hermanos Grimm, le habla al niño con respeto, como un par, de manera entrañable, sin pedagogismos ni ocultarles que la muerte es la etapa final de un recorrido pero que, sin sobresaltarlo ni asustarlo, gracias al recuerdo, se puede estar aún vivos en aquellos que nombran, que prenden una vela para celebrar o que colocan una fotografía en un portarretrato para rememorar. Y cuando el respeto se traduce en poder contar la historia sin eufemismos, sin lugares comunes, con alegría, humor y nostalgia, el producto final termina por trascender su origen y perdurar en el tiempo para, por ejemplo, poder explicar cuestiones un poco complicadas para los más pequeños, o permitirle a los adultos conectarse nuevamente con sus orígenes. Coco logra manejar el humor y la música en dosis exactas, sin transformar el relato en función de éstos, sino que los utiliza como materia expresiva para continuar avanzando en el viaje de Miguel hacia la liberación y su conexión con lazos familiares que inevitablemente le demuestran que esa pasión no le ha nacido sin fundamentos.
Coco es hermosa. No hay otra palabra para describirla mejor que hermosa. Y juro que no le tenía fe a Pixar metiéndose en una historia mexicana, pero realmente logró muchas un par de cosas en mi, primero entender el día de los muertos, segundo que me pase a parecer simpático ese festejo mexicano. Pude verla en 3D y en el arranque ya muestra la riqueza de texturas que logró Pixar y el uso de las profundidades de los objetos de una manera perfecta. Ya podríamos no sorprendernos por estas mejoras contantes, pero creo que lo de Coco no hay que dejar de mencionarlo porque el trabajo hecho es hermoso (en un todo) Tampoco soy fan de la música folclórica mexicana, pero acá no queda otra que mover la patita. El humor de la película es muy simpático. Incluso logra hablar de la muerte de una manera que los chicos en la sala prestan atención y luego, como fue en mi caso, se puede hablar de ello sin problemas ni miedos ni sustos, porque la película no cae en esas cosas para nada. Todo pasa por el recuerdo y ese es uno de los mensajes que brinda. Pero es inevitable que también la película te de tres trompadas que te van a sacudir por más que estés preparado para recibirlas. Y esos tres golpes es lo que hacen cuadrar de manera contundente a toda la historia. Coco es sin lugar a dudas para mi una de las películas más lindas, emotivas y perfectas que ha brindado Pixar en su historia.
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Coco: la colorida fantasía animada de Pixar Más allá del respeto que Pixar exhibe en cada uno de sus proyectos, el acercamiento a la tradición mexicana y en particular a la celebración del Día de los Muertos podía generar cierta desconfianza. Y más allá de alguna simplificación o de cierto inevitable pintoresquismo, cabe indicar que Coco resulta una bella y querible mirada a ese pueblo, que contó con la participación de Adrian Molina, un estadounidense de padres mexicanos, como coguionista y codirector junto a Lee Unrich (responsable de Toy Story 3). No extraña entonces que el film haya sido muy bien recibido en ese país -donde se estrenó mucho antes que en el resto del mundo- hasta el punto de convertirse allí en el más taquillero de la historia. Pese a lidiar con el universo de los muertos y de apelar a ciertos elementos fantásticos que pueden resultar un poco aterradores para los más pequeños, Coco es siempre una película luminosa, lúdica y colorida, casi el reverso perfecto de los films animados de Tim Burton que también proponen viajes al más allá. El protagonista es un niño de 12 años que vive en la aldea de Santa Cecilia y con el que no es difícil identificarse. Criado sobre todo por mujeres (la presencia de la abuela es fundamental), Miguel Rivera es obligado desde pequeño a trabajar en el taller de calzados de la familia y su pasión por la guitarra es reprimida a cada instante (aunque la sigue cultivando de forma obsesiva a escondidas), ya que la música está prohibida en ese ámbito por un trauma que se remonta a varias generaciones anteriores. Hasta que, fruto de una combinación de casualidades, llegará la visita al universo paralelo de los muertos, donde no solo encontrará exóticos personajes, sino que además irá desentrañando cuestiones ocultas ligadas a sus ancestros. La factoría Pixar vuelve a hacer gala de toda su creatividad (ya no quedan adjetivos para elogiar la maestría de la animación) a la hora de reconstruir la iconografía pueblerina de México (y hasta homenajear la estética de Frida Kahlo) e imaginar cómo podría funcionar el tragicómico y fantasmal universo de los que ya no están (pero están). Para completar la más latina de sus producciones contrató para las voces de los personajes a reconocidas figuras con esas raíces como Gael García Bernal, Benjamin Bratt, Alfonso Arau y Edward James Olmos, entre otros. Cartón lleno.
Historias de vidas pasadas Lo sobrenatural está latente en este filme de Disney/Pixar. Pero se han cuidado de no asustar mucho a los niños. Hacía tiempo que la dupla Disney/Pixar no ofrecía una película que implicara un tema profundo como la muerte. Up nos hizo llorar a moco tendido, pero Coco, en su onda de comedia musical, aborda también asuntos y contenidos bien de Disney -la familia; la solidaridad; el altruismo-. Y es una película, así, para chicos y grandes. Arranca con una ruptura sentimental, la de los tatarabuelos de Miguel, el niño mexicano protagonista. Parece que el ancestro abandonó a su esposa y su hija para dedicarse a la música, de ahí que el clan familiar aborrezca las rancheras y se dedique de lleno a la industria del calzado. Hasta que Miguel advierte en él un germen de su antepasado. Quiere hacer música, que es el alma de su vida. De almas y de vidas pasadas trata “Coco” -el nombre de una pariente de Miguel-. Hay un concurso en el pueblo el Día de los Muertos, para descubrir a un nuevo talento. Pero Miguel no tiene guitarra y opta por robar la del fallecido Ernesto de la Cruz, ídolo popular que se convierte en fantasma, y si no logra obtener la bendición de su familia que vive en el Más Allá, antes de que termine la jornada, quedará así. Fantasma. Lo sobrenatural no está latente, sino que es más que el corazón en Coco. Pero se han cuidado de que el mundo de los muertos no sea lo suficientemente macabro como para atemorizar -de más- a los más pequeños. Que igual tendrán sus buenos sustos. La potente paleta de colores que utilizan los animadores -presumiblemente tomada de los muralistas mexicanos- es muy válida en las manos de los realizadores Lee Unkrich (estuvo en la dirección de Toy Story 2 y 3 y Buscando a Nemo) y Adrián Molina. Hay cierta moraleja que por momentos parece más moralina, como una máxima o una lección de honor. Disney suele hacer bajadas de líneas más sutiles, pero aquí intentaron balancear lo lúgubre y siniestro con mensaje moral. Lo cierto es que lo vívido de la animación hace que los muertos se animen -así como el agua en Buscando a Nemo y el pelaje de Sullivan en Monsters, Inc., los huesos pueden parecer reales. Se podrá optar por la versión original subtitulada y la hablada en castellano (Gael García Bernal le prestó la voz a Héctor) y hay un número musical inspirado en Frida Kahlo. En fin, que quien quiera ver más allá de lo superficial, se dará un banquete.
Cantando bajo, con una guitarra bajo los brazos y un sombrero de gran ala que la hace pasar desapercibida es que llega Coco, la nueva creación de Pixar co-dirigida por Lee Unkrich (Toy Story 3) y Adrian Molina, una promesa del estudio que debuta en la dirección de un largometraje. La película se aleja de tierras estadounidenses y aterriza en la tan conocida celebración de la cultura centroamericana: el Día de los Muertos. Este aire fresco en la narración es el primer paso, entre muchos, que llevan a que el film se convierta en la obra de Pixar más bella y emocionante en mucho tiempo.
COCO: Solo los olvidados están realmente muertos. “Vivir en los corazones que dejamos atrás no es morir”. Thomas Campbell Convivir con la noción de la muerte no siempre fue placentero para los vivos. Para muchos, en la actualidad que vivimos, es casi un anatema, una suerte de mal ojo moderno al que despistamos sumergiéndonos en lo que si podemos tocar y ver. No siempre fue así, la festividad de los muertos ha sido parte de las culturas a lo largo de sus historias. Algunas lo han olvidado, otras lo conservan como parte de su acervo cultural. México es una de ellas y lo ha hecho hasta transformarla en una atracción internacional. Lo que a muchos puede sonarle como algo escalofriante, es para ellos una festividad que reúne a la familia y que da identidad a su pasado, atándolos a una larga línea de hombres y mujeres. Son los herederos, sus descendientes. No es de extrañar entonces que Pixar, en su primer y directo acercamiento a las culturas latinoamericanas, busque en esta tradición una significación de lo que es pertenecer, sobre la identidad construida a partir de muchos. Miguel es un joven con el sueño de convertirse en leyenda de la música a pesar de la prohibición de su familia. Su pasión le llevará a adentrarse en la “Tierra de los Muertos” para conocer su verdadero legado familiar. El niño nos habla de ruptura de una herencia, del quiebre dentro de una tradición que se remonta mucho más lejos que el desaire de una anciana dolida, y es la esperanza como toda juventud, de que todo puede reparase, que para eso están los niños aquí. También es la piedra fundacional de un punto de vista idealizado donde el dolor y la frustración no tienen cabida, casi un santo que sana y reconforta. Los niños son la esperanza, rezamos a diario; son eso y la capacidad de comprender a veces sin siquiera ser capaces de entender la totalidad del conflicto que enfrentan. Miguel es la cura, como la abuela la memoria, y podrá no solo conocer su historia in situ visitando el mundo de los muertos, sino también develar el misterio que hizo a la familia aborrecer algo tan nuestro como es la música, esa poesía en notas que utilizamos para expresar, para honrar y, porque no, sostenerlo todo: vida y muerte, entrelazando ambos mundos, legando. Interesante es la aproximación que crearon en el guion Adrián Molina y Matthew Aldrich, porque enfrenta a una festividad a la que honran como el Día de los muertos con la música, parte fundamental de esta. Y es a cuento de ese, ya bastante comentado, nuevo punto de vista que la casa del ratoncito viene llevando a cabo desde hace un tiempo al crear personajes capaces de sentir tanto el amor como el odio, sumiéndolos en un gris real de personas que se contradicen y yerran. Claro que tampoco olvidarán su tradición de revindicar a los que lo merecen, de hacer brillar el triunfo de no solo quien persevera, también del que es capaz de enfrentar sus miedos y sombras y vencerlas. COCO es una aproximación a nuestras culturas latinoamericanas, es una propuesta interesante que hayan dado lugar a eso, como lo hicieran con Moana, que vuelvan sobre la búsqueda de quiénes somos y qué nos define, al estilo Intensamente, de que lo viejo no es obsoleto, es pasado nuestro, es base fundacional del futuro que queramos crear. A estas alturas hablar de la calidad cinematográfica de PIXAR, puede sonar algo redundante, pero siguen sorprendiendo las posibilidades en imágenes que son capaces de conjugar. La dirección de fotografía de Matt Aspbury y Danielle Feinberg y el diseño de personajes de Carter Goodrich (The Prince of Egypt – 1998 y Ratatouille – 2007) se sitúan en lo mejor del film, que lejos de toda solemnidad nos presenta un universo, el mundo de los muertos, colorido y extraordinariamente vivo. No es una película en la que nos será fácil identificarnos, tan australes como somos en esta gigantesca y variada Latinoamérica, pero sí seremos capaces de conmovernos y reír, disfrutando esta historia que puede parecer una aventura más, pero que en realidad habla de la identidad y de la capacidad de perdonar los desaciertos, porque al hacerlo nos reintegramos a un larga tradición que no abandonamos. COCO aleja los miedos y reúne a la familia. Irónicamente, nunca la muerte te hace amar tanto estar vivo.
COCO: Un canto a la vida, una celebración de la muerte. Disney y Pixar, vuelve a generar aquellas emociones entrelazadas de nostalgia y felicidad que nos regaló la maravillosa Toy Story 3. Ahora con COCO, la magia está de vuelta. “Soy mexicano. En cierto sentido nadie ama la vida más que nosotros, porque somos muy conscientes de la muerte. La belleza de la vida convive de cerca junto al único lugar al que todos vamos a ir: todos en este planeta estamos en un tren cuyo destino final es la muerte. Así que durante el camino vamos a vivir: tendremos belleza y amor y libertad. Guillermo del Toro El realizador mexicano, ganador reciente del Globo de Oro por su película “La forma del agua” pronunció estas palabras en la conferencia de prensa posterior a alzarse con el galardón de mejor director. En dicha ceremonia COCO fue la ganadora en la categoría de mejor película animada. Y aquí todo confluye, ya que con esas palabras, aún sin referirse a la película de animación, del Toro definió de manera fantástica lo que COCO representa: la belleza de la vida a través de la celebración de la muerte. Los directores Lee Unkrich (Toy Story 3) y Adrián Molina (coordinador de sets en Monster University) crean un mundo fantástico, dos en realidad, aquel que sucede en el pueblo de Santa Cecilia en la ciudad de México, donde vive Miguel, el pequeño de 12 años, protagonista de esta historia y la Tierra de los muertos, un lugar fascinante, colorido y brillante, ambientado con la arquitectura típica mexicana y pensado y diseñado para lograr algo que solo Disney puede, que la muerte sea una fiesta en todos su esplendor. Mucho de ello tiene que ver que México sea el mejor escenario posible donde desarrollar la historia, a través del emblemático día de muertos, donde la creencia indica que los espíritus de quienes ya no están, cruzan un umbral para visitar a sus familias a través de altares de fotografías que estos arman en lo que llama “la ofrenda”. El argumento presenta a Miguel, un simpático niño apasionado por la música, cuyo único sueño en la vida es convertirse en un gran músico, como lo era su tatarabuelo el gran Ernesto de la Cruz, un hombre que dejó a su familia para dedicarse por completo a vivir de sus canciones y del amor del público, razón por la cual en la familia de Miguel todos detestan la música, el único sonido que se escucha es el de los martillos que fabrican zapatos en el negocio familiar que se ha mantenido por años. Por diferentes razones que se irán develando a lo largo del recorrido, Miguel llegará a la Tierra de los Muertos en busca de su héroe y familiar de la Cruz, lo hará acompañado de su fiel amigo Dante, un perro de raza Xolo (típica de México) quien tiene la lengua todo el tiempo colgando de su boca, casi como si fuera un personaje más. Una vez en la tierra donde todos son unos simpáticos esqueletos, algunos con mucha más vida que varios en la tierra de los vivos, Miguel se encontrará con su familia (aquellos que murieron tiempo atrás y no conoció) y con Héctor (voz de Gael García Bernal)un timador bonachón quien lo ayudará a conocer a su ídolo y a descubrir la verdad sobre el odio de su familia hacia algo que el tanto ama como es la música. Coco logra hacernos olvidar que estamos ante una película animada, la calidad de la estética propuesta es impresionante, sublime, con un trabajo maravillo en cada detalle de la ropa de los personajes, de las características físicas, la construcción tanto de los vivos como de los muertos. Queda de manifiesto el excepcional trabajo de investigación que han hecho desde Pixar para emocionar desde lo visual con un estilo superlativo, detalles como los pétalos naranjas, llamados Cempasúchiles, de los que se considera que el aroma y el color guían a los espíritus para visitar a las familias que los recuerdan, el detalle del perro Xolo que casi no tiene pelos, la presencia de los alebrijes en al Tierra de los muertos, estas criaturas que combinan animales reales y fantásticos dotados de una piel y/o pelaje con colores vibrantes, los carteles de papel picado con el que inicia la película con una animación dentro de otra animación. Todo fluye hacia una fiesta de belleza de texturas, colores, escenarios y luces, la cual destaca a COCO por sobre las anteriores películas y nos lleva a esas sensaciones de encanto puro, que supimos vivir con la inolvidable Toy Story 3. A través de melodías típicas de la época de oro mexicana y de canciones originales, el viaje que propone COCO es un disfrute de principio a final, con la música como excusa resalta los valores esenciales de la importancia de la familia, el respeto tanto hacia la vida (vivir nuestro momento) como hacia los muertos y el recuerdo de nuestros familiares y de las cosas que realmente importan, vivir un sueño y dejarlo todo por ello. Mágica película donde la risa y el llanto se mezclan, como la vida y la muerte, en una explosión de colores.
Pixar nos trae otra maravillosa experiencia cinematográfica para disfrutar y también para sufrir. Y quiero dejar bien en claro eso de entrada: Coco te hace llorar y mucho. No con golpes bajos, pero al ser una película que se trata sobre la muerte de familiares y presentado en un contexto de cariño, es imposible no levar la historia a uno mismo y las experiencias (recuerdos) personales. Por ello te desarmás. Asimismo, también hay que decir que posee un mensaje muy esperanzador y hasta didáctico para los más chicos. Una manera de naturalizar a la muerte. Así me lo comentó Sir Chandler, que vio el film con sus hijas. Otro tema que se venía diciendo de este retrasadísimo estreno (que acaba de ganar el Globo de Oro a mejor película animada) era su parecido con el film El libro de la vida (2014), y si bien hay paralelismos fáciles de trazar por el Día de los muertos, la historia y composición de personajes, van por otro lado. Coco aborda la tradición mexicana desde un punto muy sincero y con mucho sentimiento. Vi la película en su idioma original y me chocó bastante, creo que por primera vez deseé ver un film doblado. Esto debido a la gran identidad que pose y que choca mucho con el inglés. El estudio Pixar hace buen uso (y alarde) de todas sus técnicas, que ya no puede superar. Han llegado a una meseta de maravillas en las cuales se han estancado. No es una queja, solo una observación de que nos tienen acostumbrados a lo mejor en deleite visual, y la costumbre no es buena a largo plazo… Los directores Lee Unkrich y Adrian Molina, de este último su ópera prima, componen un mundo fantástico al compás de la música magistralmente utilizada. Y como si fuera poco hay algunos puntos de giro en el guión que logran sorprender, pero contrarrestados por algunos obvios. En definitiva, Coco es un film maravilloso. Una animación que solo Pixar puede brindar. Pero estén advertidos que van a llorar mucho…
Recuérdame y viviré para siempre Sensible, colorida, musical… Y a la vez un drama. Coco es todo eso y mucho más. Miguel Rivera vive en Santa Cecilia y solamente quiere hacer música, no le importa nada más. ¿Quién no soñó hacer algo de chico aunque esté prohibido? Para Miguel ser artista es su mayor deseo, pero su familia no se lo permite porque cree que la música los maldijo. El niño se encuentra entre la satisfacción de servir en una tradición familiar y por el otro lado su emoción de dejar esa herencia familiar de zapateros para compartir la música de su guitarra con el mundo. Es así que para parecerse a su cantante favorito, Ernesto de la Cruz, por obra de un encantamiento ingresa al mundo de los muertos, que existe gracias al culto que el pueblo tiene con sus familiares fallecidos y donde conocerá a un esqueleto vividor llamado Héctor que lo guiará en busca de su ídolo. Y es allí donde Pixar desplega todo su mundo visual: el diseño de ese universo es extraordinario. Respetando el folklore mexicano, juega con el humor, la psicodelia y la autenticidad, incluso rindiendo homenaje a Frida Kahlo y El Santo. Será en la tierra de los muertos donde Miguel aprenda a crecer a la vez que descubra a su familia. Podrá decirse que Pixar es repetitivo con su tono sentimental (pelea con UP el mar de lágrimas que dejamos sobre la butaca), pero lo interesante de Coco, es que desnaturaliza lo macabro que puede resultarnos la muerte (sobre todo para los más pequeños) y la transforma en un carnaval constante. Incluso el tema central de la película, “Recuérdame”, por momentos se vive como un canto de alegría. “Remember Me” (en su versión original), es una canción original de Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez (el exitoso matrimonio detrás de la banda sonora de Frozen), y se suma a otras composiciones escritas y producidas por un equipo de compositores y consultores mexicanos. Es así que Coco mezcla una banda sonora original y una partitura inmejorable del compositor Michael Giacchino. Dirigida por Lee Unkrich y Adrián Molina, Coco consigue el equilibrio entre la animación clásica (lo vemos por ejemplo en el perro Dante), la más innovadora (el arte de las criaturas que forman parte del mundo de los muertos) y la más desarrollada técnica (el rostro de Coco, la bisabuela). Además cuenta con un elenco de voces en versión original en el que encontramos las de los actores Benjamin Bratt y Gael García Bernal (también en su versión doblada), además de la Anthony González como Miguel. Las escenas de Miguel con su bisabuela y las más simples de la cotidianeidad del niño de 12 años (por ejemplo cuando afina su guitarra, en una clara similitud con la escena de WALL·E frente al televisor) sin dudas nos traen las mayores lágrimas. Entre alebrijes, xoloitzcuintles, tamales y banderines, Coco es capaz de conmover a cualquier persona que la vea. Es una historia sobre la vejez, las tradiciones, el perdón y el poder de las relaciones y por qué la familia es tan importante. Recuérdame y viviré para siempre.
El nuevo filme animado, dirigido por Lee Unkrich, está sumergido en la cultura, la espiritualidad y el amor por la familia existente en México. "Nadie ama la vida más que los mexicanos, porque somos muy concientes de la muerte. La belleza de la vida convive de cerca junto al único lugar al que todos vamos a ir. Todos estamos en un tren cuyo destino final es la muerte. Así que durante el camino en el tren, vamos a vivir, con belleza, amor y libertad". La reflexión le pertenece al director mexicano Guillermo del Toro, tras ganar el Globo de Oro por "La forma del agua". Si bien el filme no tiene nada que ver con "Coco", ese vínculo dual del que habla el cineasta, de la vida atada a la muerte que no se teme, es uno de los atractivos principales de la producción de Disney-Pixar. Si hay algo que sabe hacer la franquicia de animación más importante del mundo, es darle humanidad a cualquier historia. Con buen tino, en tiempos en los que los latinos se multiplican de a millones en Estados Unidos, con gran porcentaje de mexicanos, Disney-Pixar produce un filme dirigido por Lee Unkrich, que respeta sus tradiciones y se alimenta de ellas: todo el metraje está sumergido en la cultura, la espiritualidad y el amor por la familia existente en México, en una historia universal. Miguel es un niño que tiene el sueño de convertirse en cantante, pero su familia se lo prohíbe porque odia la música. Cuando tiene la posibilidad de probar su talento en un concurso del pueblo, le rompen la guitarra y desesperado por tocar, el mismo día que se celebra el Día de los Muertos en México, entra al cementerio y roba la famosa seis cuerdas de su ídolo Ernesto de la Cruz. Pero cuando las toca, mágicamente viaja a la Tierra de los muertos, encontrándose con sus familiares fallecidos. Sus antepasados lo recibirán pero se enojarán cuando él pida su bendición para transformarse en músico, por lo que Miguel se quedará en el lugar, buscando a su tatarabuelo, única persona que le daría el visto bueno a su sueño. Allí, conoce a Héctor (voz original en inglés y español de Gael García Bernal), un simpático vagabundo que lo ayudará a conseguir su objetivo. Con una ambientación muy bien lograda y una historia conmovedora, "Coco" atrapa desde su universalidad sobre la familia, hasta sus peculiaridades (comida, costumbres, folclore), sus colores y su trabajo digital. Si bien podría observarse que guarda algunas semejanzas con la historia de "Moana", anterior producción de Pixar en cuanto a la búsqueda de raíces, "Coco" es, por fuera de su carácter familiar y género animado, uno de los grandes estrenos de 2018.
Otra maravilla animada de Pixar La nueva cinta de los creadores de "Toy Story" se inspira en la celebración mexicana del Día de los Muertos Miguel es un niño que ama la música, su sueño es ser un artista como su ídolo Ernesto de la Cruz. Pero su familia se opone, un viejo mandato familiar le impide cumplir sus deseos. Claro que todo cambiará cuando en medio de la celebración de los Santos Difuntos, el niño ingrese en la fantástica tierra de los muertos. Esta nueva cinta de Pixar, es un verdadero prodigio visual, una cinta plagada de imágenes impactantes, colores vivaces y clima festivo. El diseño de los decorados, vestuario y parafernalia general, tiene una perfecta inspiración en la cultura mexicana, pero pese a esto, logra lucir universal y cautivante. Los personajes son empáticos, despliegan carisma, y es difícil no sentirse atraído ante los diálogos y movimientos de cada uno de ellos. Desde el niño Miguel, pasando por Abuela Coco (un personaje que arrancará más de una lágrima de emoción) llegando hasta el enorme De La Cruz (un claro homenaje a Pedro Infante). La utilización de calaveras, esqueletos y maquillaje tradicional de la celebración profundiza la experiencia. Hay una lograda textura en los huesos de los "difuntos", como también se pueden palpar los tejidos de los vestuarios y las flores que adornan los escenarios. Parecía difícil que después de El libro de la vida, otra película ambientada en la misma celebración pudiera funcionar, pero Coco es tan original y divertida, que logra ganar un lugar importante dentro de las producciones animadas de los últimos tiempos, convirtiéndose en una de las mejores fantasías animadas jamás rodadas. Hermosas y pegadizas canciones, números musicales impactantes, algunos golpes bajos, sí, pero sobre todo, un bello mensaje sobre el amor familiar, hacen de Coco, un filme irresistible, un clásico instantáneo para grandes y chicos.
LOS QUE SE VAN NUNCA NOS ABANDONAN Pixar se despacha con una historia familiar bien a la mexicana, y nos emociona hasta las lágrimas. No vamos a negar que gran parte de las películas de Pixar se rigen por un mismo formato. La misma que comparten otras historias animadas, y aquellas que no lo son, porque “el viaje” en sí, es una de las estructuras (y metáforas) más antiguas de la narrativa. Los protagonistas del estudio de la lamparita (ya sean juguetes, autitos, peces o emociones) suelen perderse, y alejados de su hogar encuentran aventuras, pero en esa búsqueda por encontrar el camino de regreso, también encuentran identidad y ese propósito que andaban necesitando, muchas veces, sin siquiera saberlo. Lo más importante no es tanto el cómo, sino los temas que estas odiseas traen aparejados. En el caso de “Coco” (2017), Lee Unkrich (“Toy Story 3”) y el debutante Adrian Molina se la juegan e introducen el concepto de la muerte como celebración y no tanto como golpe bajo, al que tan mal nos tiene acostumbrados la compañía del ratón. Para ello, los realizadores tuvieron que mirar para otro lado, y otra cultura, y quienes mejores que los mexicanos con sus tradiciones y su Día de los Muertos para ambientar una de las aventuras más coloridas y emotivas del estudio. El tema de la muerte y esta celebración tan particular ya habían sido explorados por Jorge R. Gutiérrez en “El Libro de la Vida” (The Book of Life, 2014), pero a pesar de lo que muchos quieren creer, “Coco” no guarda similitudes con esa gran película animada, más allá de algunas referencias culturales. Desde su título, “Coco” (la bisabuela del pequeño protagonista) nos dice que esta historia viene por el lado familiar, el legado muchas veces imborrable, y esas costumbres que no podemos dejar pasar, aunque hagamos nuestro mayor esfuerzo. Los Rivera son una familia enorme y muy unida dedicada a la fabricación de zapatos, una “tradición” que comenzó con mamá Imelda tras ser abandonada por su marido, un músico que partió para hacer realidad sus sueños. De ahí, que las melodías de cualquier tipo estén prohibidas en la casa Rivera desde hace varias generaciones, una negativa que va en contra de todos los impulsos de Miguel, pequeñito que anhela con convertirse en estrella, al igual que su ídolo Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt), el músico más grande de la historia mexicana, justamente, oriundo de Santa Cecilia, este ficticio pueblito. Miguel está dispuesto a romper las reglas y probar suerte en un concurso de talentos que se lleva a cabo el Día de los Muertos, un día especial para pasarlo en familia y recordar (y reencontrarse) con aquellos que ya no forman parte del mundo de los vivos. La tradición dicta que en la ofrenda deben estar las fotos de los seres queridos, así pueden encontrar el camino a casa. Pero sin querer queriendo, el nene descubre un supuesto secreto sobre el pasado de los Rivera, y decide robar la guitarra del fallecido De la Cruz para participar en el concurso. Ahí es donde entra en juego la fantasía pixariana. Con el primer acorde, Miguel queda atrapado entre los dos mundos, y debe viajar a la Tierra de los Muertos para recibir la bendición familiar y poder volver a casa con los suyos. Nada fácil, ya que la aprobación tiene que venir de parte de mamá Imelda, que no pudo visitar a su familia por culpa de Miguel y quien, obviamente, no aprueba su gusto por la música. El nene pasa al plan B: conseguir la ayuda de Héctor (Gael García Bernal), un simpático esqueleto embustero quien promete llevarlo con De la Cruz (para Miguel, su tatarabuelo), a cambio de que ponga su foto en la ofrenda y que no “muera” en el olvido. Las reglas son simples, si del otro lado no hay nadie que los recuerde, los espíritus se van para siempre, y por eso el tiempo de Héctor es crucial, así como el del nene que debe volver a casa antes del amanecer, si no quiere convertirse en esqueleto. Lo que sigue es pura aventura llena de colores, rancheras y referencias mexicanas. Pixar se la juega de lleno con la cultura latinoamericana con un respeto poco visto, más si tenemos en cuenta la estereotipada historia de Walt Disney. Michael Giacchino, Kristen Anderson-Lopez y Robert Lopez son los responsables de cada una de las canciones, cruciales para esta historia, la más musical en el repertorio del estudio. Pero la idiosincrasia latina, la unión familiar tan propia de nuestra parte del continente, y los aspectos más tradicionales son la verdadera columna vertebral de este relato que no nos puede resultar indiferente. Lo de Anthony Gonzalez como Miguel es maravillosamente auténtico, pero lo mejor de todo es cuando su protagonismo se convierte en nexo entre presente y pasado, con la intensión de cambiar el futuro. “Coco” tiene un poco para cada uno: humor (aunque esta vez la cultura pop queda reemplazada por la mexicana de forma genial, incluyendo artistas y su propia historia del cine), canciones pegadizas y lacrimógenas, un poco de misterio (¿y trama policial?) y esta hermosa ventana hacia algunas tradiciones que no conocemos. La Tierra de los Muertos es caótica, colorida e imparcial, tanto así que Unkrich y Molina se atreven a poner pequeñines tan curiosos e hiperquinéticos como cuando estaban con vida. Tal vez, la estructura sigue siendo la misma –el viaje y el regreso a casa-, pero son los pequeños detalles que van apareciendo por el camino, lo que sigue aportando originalidad, ternura y reflexión (ni hablemos de los pañuelos que gastamos en el proceso) a un género que, en su versión más mainstream, no logra escapar de los animalitos parlanchines, las moralejas deslucidas y todos los lugares comunes.
“Coco”: un emotivo y lúcido tributo a México Se trata de un formidable, cálido y respetuoso homenaje a la cultura mexicana, muy lejos de lo que podría sospecharse como una “americanada”. Sobre la rica tradición mexicana del Día de Muertos, ¿podía haber un dibujo tan bueno como "El libro de la vida"? ¿Y que además fuera tan emotivo como "El rey león", hasta ahora también rey de los pañuelos de papel? ¿Y que sea un dibujo divertido, colorido, poético, y cumbre de la animación digital? Bueno, acá está. Y suma otros méritos: devuelve la corona a Lee Unkrich, el director de "Toy Story 3"; afirma la presencia latina en Pixar, desde el codirector chicano Andrés Molina para abajo; destaca el valor de la familia y los recuerdos y, en particular, rinde formidable, cálido y respetuoso homenaje a la cultura mexicana. Seis años anduvo esta gente visitando pueblos, fiestas, museos, talleres de artesanos, consultando asesores, seis años, y recién después hizo el dibujo, con esqueletos fiesteros al modo de José Guadalupe Posada y el primer Walt Disney; alebrijes como dragones alados, "cameos" del Santo y otras glorias, caminos de luminosas flores de cempasúchil (gran momento Pixar), pilares de la música ranchera en el estilo de Jorge Negrete y Pedro Infante, y hasta un perro zoloitzcuintle, de esos sin pelo, tan feo que parece lindo. Conviene atender el arreglo musical del comienzo y la breve historia inicial con papeles recortados. En la presentación de personajes y conflicto, suspender el miedo lógico a que esto sea apenas otra americanada de tantas. Ese miedo se diluye a los pocos minutos, cuando empiezan las andanzas de un niño de asombro en asombro, la alegría, el suspenso, las canciones bien colocadas, los giros argumentales y secretos revelados, y recién hacia el final la razón del título de la película, lo que impulsa una relectura, potencia la emoción, y no debería contarse para nada. Tras eso hay dos o tres finales, a cuál más lindo, y después de unos créditos infinitos viene el remate, que no es un chiste sino que pega hondo. Pero hay que verlo en el cine, porque en pantalla chica no se aprecia. En síntesis: peliculón para todas las edades (y también para grandes que ya están pensando cosas de grandes).
Es difícil no emocionarse cuando Disney estrena una película en asociación con Pixar, por lo general esta dupla siempre cumple y logra emocionar a los espectadores, pero desde “Intensamente” no me lograba generar estos sentimientos, ahora redoblan la apuesta y nos traen “Coco”, se podría decir que es una de las más hermosas películas de estos últimos tiempos, un film cargado de emociones y valores familiares. En el pequeño pueblo de Santa Cecilia ubicada en Mexico, vive Miguel junto a toda su familia, ellos se dedican a fabricar calzados de manera artesanal, pero Miguel siente que no nació para dedicarse a ese oficio, sino a cantar y tocar la guitarra, pero por desgracia toda su familia se opone a esta profesión ya que la tatarabuela de Miguel fue abandona por su marido para ser un músico reconocido, esta historia comienza con el festejo del Día de los Muertos, cuando nuestro pequeño protagonista escapa de su hogar para participar en un concurso de talentos, pero como su guitarra fue destruida, este se infiltra en el mausoleo de Ernesto de la Cruz, un popular cantante que murió hace ya varias décadas atrás en un trágico accidente, Miguel toma la guitarra del difunto y al posar sus dedos sobre ella logra ingresar al mundo de los muertos y conocer a sus antesapasados, Miguel rápidamente deberá volver al mundo de los vivos antes del amanecer, o de lo contario jamás regresara con su familia, pero antes de todo eso indagara sobre aquel pasado familiar y buscar a su tatarabuelo entre los muertos. No es la primera vez que el cine de animación hace hincapié con los muertos, dos ejemplos muy claro son “El Cadáver de la Novia” o “Frankenweenie”, ambas dirigidas por Tim Burton, también se asemeja bastante a “El Libro de la Vida”, otra película animada que hace reflejo a las costumbres mexicanas con respecto al Día de los Muertos. “Coco” es de esas películas que generan en el espectador un sinfín de emociones y que nos dejan un bello mensaje, valorar la vida y recordar a esos seres queridos que ya no están presentes de forma física, el director Lee Unkrinch (responsable de la tercera entrega de Toy Story) logra que su película respete fielmente las costumbres mexicanas con respecto a la celebración del Día de los Muertos, varios personas que integran el equipo técnico del film fueron a México para cuidar cada detalle que se viera en la película, y vaya lo bien que lo hicieron, “Coco” es una película sumamente cuidada en todos los aspectos posibles, la paleta de colores, las referencias a la cultura de aquel país, la música y todo lo demás. “Coco” es en definitiva es la nueva obra maestra que llega por parte de Disney/Pixar, un film que merece apreciarse en una sala de cine, una película cargada de emociones tanto para grandes como para los más chicos.
La muy emotiva nueva película de Pixar es también una maravilla audiovisual y narrativa que se las arregla para contar la compleja trama de un niño que quiere tocar música y que debe viajar a la Tierra de los Muertos para alcanzar sus sueños. Una película sobre y para la familia, que trasciende generaciones. Un clásico del futuro. Normalmente, cuando un gran estudio de Hollywood se mete a hacer algo ligado con algún aspecto de la cultura latinoamericana la cantidad de cosas que suelen salir mal –desde el concepto mismo o ya desde la producción– es tremenda. Las confusiones y errores abundan, el desinterés por los detalles también (a mí me gusta NARCOS, por ejemplo, pero no puedo tolerar que tengamos que creernos que el brasileño Wagner Moura sea el traficante colombiano Pablo Escobar, especialmente en el marco realista que propone esa serie) y lo que prima es una especie de turismo cultural un tanto patético. Casi nada de eso está presente en COCO. Si bien algunos especialistas en detalles de la cultura y los mitos mexicanos, especialmente los ligados al Día de los Muertos, puedan criticar algunos detalles, la película de Lee Unkrich y Adrián Molina supera casi todos los escollos del turismo cultural gracias a dos grandes aciertos: una historia de una increíble complejidad narrada con una gran claridad y enorme potencia emocional, y una puesta en escena ambiciosa que permite –gracias a las “facilidades” específicas que permite la animación– que seamos testigos de un filme bellísimo desde el punto de vista puramente audiovisual. La complicada trama es difícil de resumir pero, simplificando, se puede adelantar que es la historia de un niño, Miguel, que vive en la pequeña y pintoresca ciudad de Santa Cecilia. Es un enamorado de la música pero en su familia está directamente prohibido tocar y cantar ya que, décadas atrás, el tatarabuelo dejó a su mujer y a su hija siguiendo su musa musical. Hoy sobrevive la niña, la Coco del título, convertida en una anciana senil y silenciosa, y la que manda en el hogar familiar es la abuela de Miguel. Ella no quiere saber nada con que el niño se acerque a una guitarra. Pero Miguel es fanático de la música de Ernesto de la Cruz, un popular cantautor clásico amado en el lugar, y está dispuesto a enfrentar el mandato familiar participando en un concurso. En el Día de los Muertos, por motivos complicados de explicar, Miguel termina pasando a la Tierra de los Muertos. Y es allí donde deberá, en el poco tiempo que tiene ya que al amanecer morirá de verdad, resolver el complicado trauma familiar, con la “ayuda” de un solitario y un tanto alocado personaje llamado Héctor, y con el resto de sus familiares (los muertos, los que viven de este otro lado) participando también en su exploración, hasta llegar a conocer al famoso De la Cruz y determinar o clarificar la historia. Todo esto, que en realidad es mucho más complejo, es un juego narrativo más que ingenioso para plantear temáticas ligadas a la construcción familiar (cuando ningún vivo recuerda a un muerto dicho muerto desaparece de ese mundo paralelo), al amor por la música y por los orígenes culturales dentro de una trama que podría considerarse como una versión surrealista de un policial de Raymond Chandler, más cercana a EL GRAN LEBOWSKI que a AL BORDE DEL ABISMO/EL SUEÑO ETERNO, digamos. Visualmente, la película es impresionante, especialmente en las secuencias que tienen lugar en la Tierra de los Muertos, que dominan la película a partir de la media hora. Una creación animada asombrosa, que bebe tanto de la locura furiosa y veloz de los clásicos de animación norteamericana tipo Looney Tunes/Chuck Jones como de la ambición fantasmagórica del cine de Hayao Miyazaki, COCO es un deleite visual. Tomando en cuenta que la animación permite despegarse del realismo de maneras que serían difíciles en otro tipo de películas, lo que Pixar ha hecho aquí es una suerte de mash up de motivos mexicanos (los alebrijes, por ejemplo, son asombrosos, aunque hay referencias un tanto más banales a Frida Kahlo) que funciona a la perfección, no importa lo que puedan pensar algunos puristas que no logren ver más allá de la posible “apropiación cultural” de una gran compañía como Disney metida a “reflejar” la cultura mexicana. Lo han hecho con cuidado, dedicación y magia cinematográfica. Un importante punto a favor extra de la película es lo bien tratado que está el tema de la muerte y la relación entre ambos lados del universo del filme, un poco el anti Upside Down de STRANGER THINGS por lo luminoso y colorido. Tomando en cuenta lo delicado que puede llegar a ser el tema para una película de animación infantil, lo que logra COCO es en ese sentido también más que valioso. Se trata de una película que, metiéndose en el mundo de los muertos, refuerza la continuidad y la ligación con el de los vivos para llegar –de manera, además, tremendamente emotiva– a una idea de familia en la que el pasado y el presente no solo conviven en armonía sino que se necesitan, los unos a los otros, para permanecer.
Con la música a otra parte… Aunque su familia prohíbe la música en todas sus formas, Miguel desea ser como su ídolo: la leyenda musical Ernesto de la Cruz. Cuando su abuela le destruye la guitarra que le permitiría participar en un concurso de talentos, busca frenéticamente una y no la encuentra en ningún lado, excepto en la bóveda donde está enterrado su ídolo. Al intentar tocarla, mágicamente se encontrará transferido al mundo de los muertos, y allí empezará su odisea por regresar al mundo de los vivos antes de que sea demasiado tarde. En materia guion, la historia está correctamente planificada. El arco del protagonista es bien desarrollado y se encuentra con obstáculos a cada paso del camino, consiguiendo ser una lograda aventura que no aburre en ninguna instancia. Por otro lado, esto no sería una película de Pixar si no se hiciera un énfasis en sus objetivos emocionales. Aunque la película indaga en cuestiones como el dilema entre la vocación personal y la priorización de la familia, el verdadero punto al que se dirige es el tema del olvido como la verdadera muerte. Sin embargo, me veo obligado a señalar una cuestión que a mi parecer le juega en contra a la historia: el personaje de Héctor. Este secundario, si bien tiene el objetivo concreto de materializar el tema de la película, aporta una cuota de predictibilidad que debilita a la trama como un todo. No solo eso, si uno empieza a hilar fino todo lo que hace, dice y propone el personaje (o lo que se menciona sobre él) no puedo evitar percibirlos como agujeros de guion. Ahondaría en específico, paso a paso, pero sería entrar en terreno de spoilers y eso no corresponde a esta crítica. Visualmente hablando la película es impecable; el sentido del color y el espacio efectivamente consiguen sumergir al espectador en otro mundo. Coco es el ejemplo más pleno de una de las grandes virtudes de Pixar: su implacable nivel de investigación para crear el verosímil de sus mundos. El compromiso con la cultura latina es asumido a tal extremo que se ve ilustrado en sus elecciones actorales. Es de destacar que prácticamente todas las voces en la versión original en inglés son de actores latinos o con ascendencia latina. Se percibe una fluida naturalidad cuando pasan del inglés a utilizar expresiones en español. Conclusión Coco se prueba como un efectivo entretenimiento. A pesar de algunas desventajas narrativas, resulta ser visualmente deslumbrante y está lejos de ser aburrida. No estará entre lo mejor de Pixar, pero es otro ejemplo rotundo del enorme compromiso artístico que el estudio pone película tras película.
Es la primera vez que la poderosa Pixar dedica un film a la cultura mexicana, en especial a las creencias del reino de los muertos, pero también es una mirada a las tradiciones familiares más afirmadas. Recibida con un éxito impresionante en México, con las de Gael García Bernal y Marco Antonio Solís. Y ganadora al mejor film de animación de los Golden Globe. Es la historia de un niño de 12 años que decide averiguar porque en su familia no se permite la música, que quiere huir de su destino familiar de zapatero y que sin temor se filtra en esa tierra desconocida del mas allá. Para la cultura mexicana se muere varias veces, cuando deja de latir el corazón y la última y más dolorosa cuando los “vivos” se olvidan de sus antepasados y ellos dejan de existir en ese reino paralelo que Pixar presenta como un parque de diversiones gigante y colorido. El resultado de todo un equipo comandado por su director Lee Unkrich y su co-director (mexicano) Adrián Molina, que investigó por años en distintas regiones del país y sus tradiciones sobre ese “reino”. Lo cierto es que el muchachito desentraña toda una trama policial que implica derribar a un falso ídolo, descubrir un fraude y un asesinato en una verdadera hoguera de vanidades. Pero además atreverse a llevar adelante su vocación contra las férreas reglas familiares. Algunos momentos son un tanto siniestros, no aptos para los más chiquitos. Pero el resultado general es una fiesta colorida, con aventuras, entretenimiento y muchos exotismo.
Dirigida por Lee Unkrich (“Toy Story 3”), co-dirigida por Adrian Molina (diseñador de storyboard de “Monsters University”) y la productora Darla K. Anderson que ganaron el Oscar y el Globo de Oro en 2010 con “Toy Story 3”. Toda la primera parte nos lleva a conocer la familia de Miguel, sus festejos, sus tradiciones, las costumbres que pasan de generación en generación, sus frustraciones y sus secretos. Ellos presentan sus respetos a los ancestros en el “Día de los muertos”. A la foto del difunto se le coloca su comida y bebida favorita, frutas, calaveritas de dulce, coloridas flores, y en ciertos casos, juguetes para los niños. Honrar a sus muertos es muy importante, visitan los cementerios durante el día o la noche, los familiares colocan velas sobre las tumbas, iluminando el camino de las almas y en algunos casos hasta pueden llegar a contratar músicos para que interpreten sus canciones preferidas, este hecho está prohibido hacerlo en la familia de Miguel algo sucedió en el pasado y debe seguir el mandato familiar dedicándose a la zapatería y dejar sus sueños porque justo está relacionado con la música. Miguel termina llegando a la Tierra de los Muertos, se encuentra con sus: abuelos, bisabuelos, tíos, tías, entre otros, una serie de aventuras y desventuras vivirán todos los personajes y saldrá la luz la verdad. El film resulta visualmente, estéticamente y técnicamente muy atractivo, con una estupenda gama de colores, emotiva, llena de mensajes, que te llegan al corazón, tiene mucha frescura y un gran homenaje a la figura de Frida Kahlo. Acompaña una gran banda sonora, fotografía y aunque resulte muy previsible entretiene. Tiene alguna similitud a: “El libro de la vida” del cineasta mexicano Jorge R. Gutiérrez, y recientemente ganó el globo de oro en el rubro Mejor película de animación.
“Las que hoy son empolvadas garbanceras, pararán en deformes calaveras”. Así rezaba la Calavera Catrina, la más icónica creación de José Guadalupe Posada, posiblemente el dibujante de caricaturas, litografías e impresiones mexicanas más conocido, cuyo nombre se terminó viendo al lado de otros grandes como Diego Rivera, David Alfredo Siqueiros y Frida Kahlo. Coco, la nueva película de los estudios Pixar rinde tributo al Día de los Muertos mexicano (de hecho, sucede a lo largo de toda la jornada) y por ende, inevitablemente, a las miles de Catrinas que se pasean por la ciudad luciendo su esqueleto. Sin embargo, pese a que la muerte está presente de principio a fin en esta película de Lee Unkrich (el mismo de Toy Story 3, y co-director de Buscando a Nemo), no se trata de una animación oscura para niños, al mejor estilo Tim Burton. En cambio, es una película con el espíritu de la muerte según como la entienden los mexicanos: alegre, festiva y conmemorativa. El argumento se basa, directamente, en las creencias de una cultura rica y colorida, que sostiene que los muertos no lo están tanto y nos acompañan desde el más allá, siempre y cuando los recordemos y llevemos ofrendas. De alguna manera, son quienes nos siguen guiando desde el otro lado, y cruzan el puente de la vida/muerte una vez al año para encontrarse con nosotros e iluminarnos desde el recuerdo. Coco parte de esta premisa, que utiliza como excusa para contar la historia del pequeño Miguel (Anthony Gonzalez), un chico empecinado en convertirse en el mejor guitarrista cantautor folklórico mexicano, que debe afrontar un enorme desafío para llegar a ello: su familia no le permite acercarse a un instrumento, ni mucho menos escuchar o disfrutar de la música. Sucede que una tragedia familiar se remonta a tiempos de la tatarabuela, hija de un fallecido “gran cantante” que se fue a conquistar el mundo de la canción y nunca regresó, abandonando así a su familia. La historia de desarraigo musical pesa en la familia de generación en generación, y ha mutado en un legado que Miguel busca evitar: la fabricación y venta de zapatos. Pero no todo está perdido para el niño, ya que una descabellada teoría surge, luego de un imprevisto: ¿y si el gran Ernesto de la Cruz, el cantante e intérprete mexicano más grande de todos los tiempos, es en verdad su tatarabuelo que nunca regresó y nadie lo sabe? Unkrich se vale de imágenes de un preciosismo increíble a la hora de esbozar el mundo de los muertos, y hace despliegue de una de las animaciones más perfectas de Pixar hasta la fecha. Todo resplandece y los paisajes de la Tierra de Muertos son imponentes y verdaderamente mágicos, con una atención al detalle obsesiva. Hay, sin embargo, un problema “menor” que ,si analizamos la película en profundidad, emerge y contradice el primer párrafo de este texto, que arrancó con una cita. Las empolvadas garbanceras aquí siguen siendo la clase social alta, que conviven no tan armoniosamente con la clase media y baja, aún en el más allá. Hay una fila para migraciones, derecho de admisión y hasta una suerte de “villa miseria” donde las calaveras olvidadas terminan muriendo. Y son, casualmente, las más pobres. Para Posadas después de la muerte, las clases sociales no importaban porque todos vamos a parar al mismo lugar. Para Disney/Pixar sí, y más vale tener pasaporte al día. BONUS TRACK: Aunque Coco es mayormente una fiel interpretación de la festividad mexicana, la anterior El Libro de la Vida (The Book of Life) de Jorge R. Gutiérrez y producida por Guillermo del Toro es una fábula que se siente aún más mexicana, y precisa en la descripción de esta Fiesta.
En un nuevo aporte al cine familiar, Pixar consigue ganarse otra vez los corazones del espectador con Coco, una mirada hacia una de las festividades más importantes de Centroamérica: el Día de Muertos. La historia sigue al pequeño Miguel (Anthony Gonzalez) , un joven que aspira a ser músico en secreto y seguir los pasos de su ídolo – ya fallecido – : Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt). Pero el sueño de Miguel resulta casi imposible ya que su tatarabuela, Imelda (Alanna Ubach), apartó la música de la familia por problemas personales. A todo esto, tras la sospecha de ser un descendiente de Ernesto de la Cruz, Miguel se inscribe en un concurso de música y decide “pedir prestada” su famosa guitarra para ganarlo. Como pueden adivinar, las cosas no salen muy bien para él, y desde ese momento Pixar pone a funcionar la magia de Coco. La película es una carta de amor hacia las tradiciones de la cultura mexicana, no obstante está repleta de situaciones que traspasan las barreras geográficas e introducen al espectador en un viaje nostálgico sobre pasiones de la infancia. Como es costumbre de Pixar, este film juega – y anota una y otra vez – con las emociones para impactar al público de una manera contundente y efectiva. Con una historia simple, COCO traslada la acción a la tierra de los muertos; este hogar “postvida” es una maravilla colorida y en contraste con su nombre se ve llena de vida. Tal vez las similitudes con la película de Jorge R. Gutiérrez (The Book of Life, 2014) sean extensas, pero no hay que confundirse: quitando el día de celebración, Coco es una aventura totalmente diferente. El cast va con las raíces de esta película y grandes nombres latinos se dejan ver en este viaje al inframundo; Gael García Bernal, Benjamin Bratt, Edward James Olmos, Gabriel Iglesias, Alanna Ubach y el magnifico debut en la pantalla grande de Anthony Gonzalez como Miguel logran que los personajes se instalen en el corazón de la sala. Tampoco se puede dejar pasar la banda sonora repleta de canciones con alma latinoamericana. El conjunto de canciones consigue instalarse en la cabeza del espectador por un largo tiempo. La apuesta máxima: se van a encontrar silbando o tarareando tarde o temprano “Un poco loco” o “Recuérdame”, marquen mis palabras. Hay que aclarar que estamos hablando de una película dirigida por Lee Unkrich y co-dirigida por Adrian Molina, dos individuos con experiencia en este estilo de películas (Unkrich dirigió Toy Story 3 y Molina rotó en varios roles desde Ratatouille hasta The Good Dinosaur). La calidad del proyecto está en todo rincón y nombre visible. Entre chancletas voladoras, homenajes hilarantes a Frida Kahlo, animales fantásticos y un mensaje realizado a puro corazón sobre las tradiciones y la familia, Coco es una gran sorpresa que se posiciona como una de las mejores películas que Pixar haya realizado. Vayan a verla al cine y disfruten del espectáculo. Es increíble.
De los creadores de Toy Story 3, finalmente llega la proyección del esperado largometraje de animación COCO. La historia refleja el espíritu de Pixar y Walt Disney Pictures: transmite la magia entre el híbrido del mundo terrenal y fantasía. El guión aborda la cultura mexicana, más precisamente la celebración del Día de Muertos. Así, el espectador se sumerge de lleno al colorido mundo de tradición y ofrendas en la piel de un niño mexicano apasionado por la música que desea seguir los pasos de su ídolo: Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt en la voz original en inglés). Sin embargo, su familia se opone a que desarrolle su talento sin darle explicaciones. Miguel lucha por cumplir su sueño mientras le rinde homenaje en vida a este ícono musical, manteniendo viva su música tocando a escondidas de su familia las canciones con su guitarra… ¿Logrará hacer entrar en razón a su familia y cumplir su deseo? Así el guión a cargo de Lee Unkrich y Adrián Molina centran la trama en tender un puente entre las dimensiones de la vida y la muerte a partir de los recuerdos fotográficos. Este recurso es el elemento simbólico que refleja momentos felices y es el puntapié de un encadenamiento de flashbacks que explican por qué la familia del pequeño se resiste a que conozca quién era Ernesto de la Cruz y le prohíben imitarlo. En esta suerte de cruce de universos, Miguel conocerá en la Tierra de los Muertos al simpático músico frustrado Héctor (Gael García Bernal) que será el encargado de revelarle el lado B de su sueño. Entretanto, el arte del metraje da ritmo a la narración mediante una colorida paleta de colores y música al ritmo de los mariachis. Coco logra su objetivo: emociona y entretiene. Su mensaje lineal tiene por objetivo remarcar que el tiempo en la tierra es un tesoro. No se limita al público infantil y como contrapunto enfatiza que el amor y apoyo de la familia es la clave para cumplir metas sin descuidar en el camino los valores que definen la esencia del ser humano.
Ayer se estrenó en las salas argentinas Coco, la última película animada de Pixar, dirigida por Lee Unkrich y Adrián Molina. En ella, Miguel (Anthony González), llevado por su pasión hacia la música y censurado por su familia que la rechaza por malos recuerdos del pasado, entra sin querer al mundo de los muertos, donde va en busca de su tatarabuelo cantante. Como guiño para trazar la simbología de la película está el nombre de la mascota que lo sigue a todos lados: Dante. Un guiño para no tomarse demasiado en serio, que está ahí como también lo está Frida Kahlo. Con mucho humor y colores, el filme fluye entre los vivos y los muertos para indagar en la travesía de Miguel. Lo acompaña Héctor (Gael García Bernal), alguien que está por ser olvidado del todo. La casualidad de que Héctor resulte siendo tan crucial se borronea un poco al advertir cuánto humor brinda a la historia, sin dejar de lado una dosis de soledad suficiente como para pensar que las películas de Pixar invitan a su público infantil a imaginar las experiencias difíciles de la vida. No sólo la muerte, sino también la soledad y el olvido (da cuenta de dicho aspecto, por ejemplo, la visita al amigo de Héctor). Y lo hacen como si nos dieran un saludo a nosotros, los que ya hemos crecido con sus filmes, un saludo a la vez gozoso y recordatorio de nuestras inquietudes más hondas. Como ocurre con las mejores películas de Pixar, el guión de Coco ubica la emoción del personaje en reconocer que su búsqueda creativa es un rescate de la tradición profunda de su familia; tradición rechazada por varias generaciones debido a una amarga experiencia. Al igual que sucede con toda vena artística, esa revelación implica un conflicto para Miguel. Porque hacer arte supone siempre arriesgar lo que se deja atrás. Para comprobar este reconocimiento de la emoción, basta la escena final donde Miguel le canta a quien más tiene que agradecerle su pasión. En tales momentos de afectividad, sabemos que la música nos devuelve a lo más hondo de nosotros, ahí donde las palabras y el silencio se conjugan con sonidos ancestrales. En ese sentido, “Recuérdame” es clave para esta escena y, en realidad, para toda la película. En su letra y en su narración se halla el reconocimiento de que incluso en la tradición familiar existe material de donde trabajar la música. Si bien el guion da varias vueltas con respecto a la trama que desemboca en el descubrimiento del ancestro musical perdido (ese de la foto rota que guarda Miguel), las fortalezas del trabajo mancomunado de los guionistas dan sus frutos en diversas ocasiones, por ejemplo, la parodia a Frida Kahlo, que baja del pedestal al ícono del arte mexicano para volverlo más palpable. Como si el coqueteo con la muerte que hace toda la película fuese por sí sola una celebración a las pasiones que hacen la vida perdurable.
PIXAR A REGLAMENTO Las películas de Pixar revolucionaron la historia de la animación a nivel mundial. Un puñado de obras maestras y varias películas efectivas lograron cambiarle la cara al género. Coco llega tarde a todo, lamentablemente. Llega tarde a las ya muy previsibles vueltas de tuerca del estudio, llega tarde a mostrar el mundo de los muertos y llega también tarde a reivindicar a la cultura mexicana de cara a Estados Unidos. Pero no importa, porque cuando se tiene una maquinaria tan poderosa y un público cautivo tan grande, todo pasa a segundo plano y Coco podrá pasar con una novedad, cuando en realidad es un refrito entretenido y con muchos colores. Un poco ofende que una obra maestra absoluta como El libro de la vida haya quedado algo relegada mientras otra que tanto le saca termine quedándose con tanto crédito. Tampoco Coco se priva de robar todo lo que puede de El cadáver de la novia, de Tim Burton. Pero imaginemos, no es tan complicado, un público que no ha visto ninguna de esas dos películas y pensemos en que solo existe Coco. Pasemos por alto también la mencionada vuelta de tuerca que Pixar ha cultivado en por lo menos dos films anteriores y que aquí es prácticamente igual. Haciendo estos dos ejercicios nos queda un film divertida, visualmente impactante, con poca originalidad a la hora de producir risas y emociones. También queda una idea demasiado tradicional de entender la animación, colocando a Pixar lejos de la vanguardia del género. Pixar supo ser novedad, ahora es lo establecido. Ah, sí, hay docenas de referencias cinematográficas. ¡Qué gracioso, citan otras películas! Estamos en el siglo XXI, citar y hacer referencias a otras películas puede ser entretenido y un juego, pero ya no le suma a una película. Pixar podrá tener un reinado comercial, pero a nivel artístico claramente se ha estancado.
Hace unos años el director Guillermo del Toro produjo para los estudios Fox una gran película de animación como fue El libro de la vida que pasó prácticamente desapercibida en los cines. Una comedia romántica centrada en la celebración mexicana del Día de los Muertos que presentó con mucha creatividad e imaginación un retrato original de la cultura de ese país. En Coco el estudio Pixar vuelve a trabajar la misma temática en un film más serio y emocional que robará algunas lágrimas a los espectadores. Si bien hay numerosos puntos en común entre las dos películas, la temática de los conflictos aborda temas diferentes. Mientras que El libro de la vida era una historia de amor centrada en un triángulo amoroso, Coco se enfoca más en los vínculos familiares y las tradiciones. La representación de la cultura mexicana en esta película es impecable y una de las grandes virtudes de esta producción es la claridad con la que traslada el concepto de esta festividad que podría resultar extraña para el público de otros países. La puesta en escena del mundo de los muertos y el manejo de los elementos espirituales es muy atractiva desde los aspectos visuales, donde se destacan los colores vibrantes de los detallados escenarios que ambientan la historia. Lamentablemente Coco no pudo escaparle a gran talón de Aquiles del estudio Pixar que es el constante refrito de las trilladas fórmulas argumentales. La aventura que en este caso emprende Miguel, el niño protagonista, vuelve a copiar un concepto que ya vimos en otros filmes del estudio numerosas veces. Algo que se convirtió en un patrón de Pixar del que los realizadores no pueden desprenderse. Al igual que en Toy Story, Intensa-mente y otras historias, otra vez tenemos a dos personajes que unen fuerzas para llegar a un destino puntual con el objetivo de resolver un conflicto en un tiempo limitado. Esto genera que Coco sea bastante predecible en la aventura que ofrece y el viaje del personaje principal por consiguiente resulta bastante convencional. No obstante, los realizadores compensan esta cuestión con los aspectos emocionales de las historias que son efectivos y hacen del visionado de Coco una experiencia muy amena y entretenida.
Obra fílmica fundamental, emotiva hasta las lágrimas” El día de los muertos es, en México, una de las celebraciones más coloridas y alegres a las que se puede asistir en el mundo, y sin embargo también tiene una agridulce impronta en el hecho de visitar los cementerios para dejar flores y ofrendas de todo tipo a aquellos parientes que ya no están. El ritual persigue una mística de preciosa concepción y virtuosismo humano: no es la muerte el momento de la desaparición, sino el olvido. Hace apenas poco más de tres años la brillante realización animada “El libro de la vida” (Jorge R. Gutierrez, 2014) ponía esta temática de manifiesto cuando, un grupo de chicos de colegio asistía a un museo y se encontraban con una particular guía que les contaba esta leyenda desde el punto de vista de las deidades involucradas en los universos antagónicos: el recuerdo y el olvido. Tres años después, los estudios Pixar rescatan el mismo tema. Extraña coincidencia porque no parecía haber mucho más para contar. Pero estamos frente a los hacedores de verdaderas obras maestras del cine como para andar dudando del estreno de “Coco”. Y sí. Es otra genialidad. Coco es una casi centenaria mujer con la cual su bisnieto Miguel siente una conexión especial. Como sucedía en “Up, una aventura de altura” (Pete Docter y Bob Peterson, 2009) los primeros cinco minutos son un corto en sí mismo de una inusitada potencia narrativa y poder de síntesis para presentarnos un divertido árbol genealógico que nos lleva hasta el niño protagonista. El origen del conflicto es, aparentemente, la música. Esta forma de arte, según sus padres y parientes, es la causante de los males de la familia que luego de una tremenda decepción, provocada por un ancestro que perseguía su sueño de cantar, se dedicó a fabricar zapatos firmes y duraderos, lo cual parece ser también el destino de las generaciones venideras. Sin embargo, el llamado espiritual de Miguel no es hacer calzados sino la música. Ese día de los muertos hay un concurso de cantantes en la plaza y el chico hará lo posible por participar. Pero algo sale mal, la abuela lo descubre y rompe su guitarra por lo cual habrá de conseguir una a como dé lugar. No tiene mejor idea que entrar en el mausoleo del más grande músico de ese lugar para “tomar prestado” el instrumento. Un acorde es suficiente para conectarlo con el mundo de los muertos y ver como hace para salir de allí antes que sea demasiado tarde. Es imperativo no revelar más que esto de la trama porque al ser uno de los guiones mejor escritos en este género lo mejor está por descubrirse. De pie para aplaudir a Adrian Molina y Matthew Aldrich quienes, luego de cinco años de viajes por todo México investigando; recolectando historias, imágenes y sonidos, han logrado captar a la perfección la esencia misma de una mitología única que ante todo, rescata el valor inestimable del recuerdo generacional para mantener vivos a los muertos que, a su vez, es servil a la construcción de la verdadera fortaleza de mantener vigente la memoria. Como sucedía (salvando alguna distancia) en el libreto escrito por Bob Gale y Robert Zemeckis de “Volver al futuro” (Robert Zemeckis, 1985), cada elemento en la imagen, cada palabra dicha en el mundo de los de carne y hueso, tiene su réplica en universo de los (llamémoslos) no olvidados y por esta razón es menester prestar atención porque en los detalles está el secreto. Y si nos ponemos exigentes, la bisabuela Coco, tiene una implicancia parecida a la famosa palabra “Rosebud” que cerraba el guión perfecto de “El ciudadano” (Orson Welles, 1941). Es más, queda a deliberar si la referencia al clásico es por Coco misma o por la canción “Recuérdame” (ya sabrán por qué). Hay gags para tirar para arriba (imperdible momento entre un aduanero y el personaje de Héctor vestido de Frida Khalo), otras claras referencias a la cultura mexicana, canciones inolvidables más allá de la citada, un diseño de arte que hace culto del color y sus combinaciones, pero también a la arquitectura (ver como se parecen los puentes de un mundo al otro con los centenarios acueductos). Todos estos factores hacen de “Coco” una obra fenomenal, emotiva hasta las lágrimas por la enorme cantidad de referencias a los “personajes” que cada una de nuestras familias tiene (y que también son leyendas a rememorar en cada reunión), pero sobre todo por abrazarse de forma genuina a la virtud de contar una historia en forma de cine. Se puede cerrar de muchas maneras el comentario de una película. A veces no hace falta pensarlo mucho. Es bastante simple si uno se aferra a la placentera sensación que deja un viaje emocionante: ¡Gracias!
Pixar lo hizo otra vez, "Coco" de Lee Unkrich y Adrián Molina es una celebración del arte de la animación, de la diversión, de la emoción, y de la vida en el mundo de los muertos. Hace más de veinte años, casi sin darnos cuenta, nacía en el mundo del cine – no solo de la animación – un nuevo horizonte. Con el estreno de "Toy Story", Pixar lograba su primer largometraje, y las pantallas de llenaban de luz, magia y genialidad. Desde entonces no han parado de sacar obras formidables que cautivan tanto al público como a la crítica por igual, con apenas unos pocos puntos por debajo de otras de la misma factoría, pero igual por encima de cualquiera del resto que quiera hacerle competencia en el mismo territorio. Aún dentro de esa maquinaria imparable de creatividad inagotable, cada tanto hay un film que marca un nuevo punto máximo. El último había sido Intesa-Mente, allá por 2015. Su nueva producción, "Coco", significa otro de esos highlights. Detrás de "Coco" encontramos a Lee Unkrich, nombre detrás de Toy Story 2 y 3, Monsters Inc., y Buscando a Nemo ¿Había alguna posibilidad de que esto salga mal? Coco tiene la capacidad de introducirse dentro de una cultura que le es ajena, como la mexicana, y aún tomándose millones de libertades y reinterpretaciones a su antojo, jamás se siente que le falte el respeto, la menosprecie, o vulnere. Es la historia Miguel, un chico cuyo mayor sueño es convertirse en un gran cantante y guitarrista. Claro, hay un inconveniente mayor, en su familia está prohibido ser músico, ni se les cruza por la cabeza ni siquiera agarrar una guitarra; o sentirán el rigor de la abuela, una matriarca adorable y con los pantalones – o polleras – bien puestos. Los hombres deben seguir el legado familiar de aprender el oficio de zapatero y alejarse de la distracción de la música. Claro, Miguel tiene un ídolo. Ernesto de la Cruz, un músico muy popular, avivador de pasiones femeninas, que falleció durante un trágico y muy particular accidente. Es el día de todos los muertos, una celebración muy típica y festiva de México, y Miguel lo ve como una oportunidad para anotarse en el concurso local de música. Pero le falta una guitarra. ¿En dónde hay una guitarra? En el panteón de Ernesto de la cruz, y hacia allá va Miguel para tomarla prestada por un rato. No se debe perturbar la tranquilidad de los muertos. Cuando Miguel tome la guitarra y ose tocar los primeros acordes dentro del panteón, inmediatamente pasará al mundo de los muertos, y allí comienza la aventura. Con la ayuda de todos sus ancestros, y el bribón de Héctor – qué también maneja sus propios intereses – Miguel corre contra el tiempo para regresar al mundo de los vivos, emprendiendo un viaje muy especial lleno de enseñanzas y secretos por descubrir. La descripción de la historia fue larga, y aun así es corta en comparación a todo lo que Coco tiene para ofrecer. El guion de Unkrick, Molina, Jason Katz, y Matthew Aldrich se encarga de darle personalidad y corazón a cada uno de los personajes, desde los protagonistas a los más secundarios, todos tienen sus características particulares bien definidas y estarán dispuestos a ganarse nuestros corazones. La paleta de colores es amplia y conquista desde los matices cálidos con destellos de luz. Cada plano es un festejo a la vista, y ni siquiera hay necesidad esta vez de hacer algo realista. Todo es juguetón, desde los trazos hasta el ritmo permanentemente activo. Coco es una verdadera montaña rusa, pero de esas que jamás marean ni apabullan. Su propuestas es dinámica al estilo de una caricatura, posee un humor inmenso en forma de torbellino que no frena, podemos estar llorando de la risa con las ocurrencias de ese mundo, y de golpe, sentir que esas lágrimas de risa se convierten en lágrimas de emoción. Sin necesidad de rozar el golpe bajo ni la sensiblería a traición, "Coco" emociona con la sensibilidad de su historia, con lo profundamente humana que puede llegar a ser. Pixar se caracterizó por darle a sus films siempre un entorno en el que podemos imaginar que, con pequeños cambios, podrían ser films con humanos sin nada de animación, convertirse en comedias “tradicionales” sin perder nada de su encanto. "Coco" no es la excepción, y eso la hace aún más encantadora. Nuevamente nos demuestran que parra cautivar al público adulto, además del infantil, no hace falta recurrir ni al chiste fácil, ni a la referencia pop metida con fórceps, ni al doble sentido desubicado, ni a un frenesí desquiciado y psicótico. Alcanza con una historia sólida que no subestime ni a unos ni a otros. La comparación con "El libro de la vida" es inevitable. Allí donde la película de Jorge R. Gutiérrez producida por Guillermo del Toro era más fiel a la tradición del día de los muertos y la cultura mexicana; Coco gana en luminosidad, transparencia y armonía. Ambas son propuestas muy dignas y logradas, pero "Coco" es superadora de la valla de tradición mexicana. Pese adentrarse dentro del mundo de los muertos, jamás en tenebrosa, ni juega con elementos oscuros al estilo "El cadáver de la novia". Todo es un juego, colorido, divertido, e inocente. Sí maneja un hilo de humor negro interesantísimo que, como dijimos, la acerca a la caricatura, siendo capaz de reírnos a carcajadas de accidentes realmente muy trágicos. Cálida, luminosa, divertidísima, emocionante, y profundamente humana. No hace falta decirlo, Coco es la gran propuesta animada del año. Como plus nos queda una banda sonora de lo más pegadiza que nos dejará tarareando para la eternidad.
Dirigida por Lee Unkrich (un asiduo de Pixar, habiendo dirigido entre otras, Toy Story 3) en conjunto con el animador Adrian Molina, quien escribe el guión junto a Matthew Aldrich, lo nuevo de Disney y Pixar es un homenaje a la cultura mexicana y, como siempre, una historia llena de amor y ternura. En “Coco”, Miguel es un niño que viene de una familia que, a diferencia de todo mexicano, odia la música. Todo se debe a que su tatarabuela fue abandonada por un músico que la dejó con una hija pequeña sólo para perseguir su carrera musical y sus sueños de ser reconocido. Ésa es la historia que Miguel conoce aunque ése sea un tema del que prácticamente no se habla en su familia. Pero Miguel no es como el resto de su familia. Aunque es un niño pequeño ya entiende que no puede seguir mandatos, que tiene que vivir su vida, que no puede ser un zapatero como el resto de su linaje, aquellos que posan en sus retratos con los rostros más aburridos y resignados. La vida puede ser algo más, diferente. Y él encuentra toda esa inspiración que necesita en la figura de Eduardo de la Fuente, un músico ya fallecido pero siempre admirado, que además actuó en varias películas que Miguel ve y revé a escondidas. Se avecina el Día de los Muertos y Miguel decide jugársela. Se considera a sí mismo un músico aunque nunca haya cantado frente a nadie pero eso se va a terminar. No obstante, un percance lo termina arrastrando hacia el mundo de los muertos, donde terminará de reencontrarse con lazos familiares y, claro, con él mismo. Es que allí descubre secretos familiares y, también, que no todo lo que brilla es oro. Además tiene que conseguir la bendición de su familia (y no cualquiera bendición, porque cualquiera lo dejaría sin su preciada música) para no quedar atrapado en ese mundo. Si bien desde el vamos “Coco” rememora demasiado a la película mexicana “El libro de la vida”, lo cierto es que ambas utilizan una misma temática, la cultura mexicana en esa celebración anual tan especial, pero más allá de algunos puntos en común narrativos, difieren bastante. También es cierto que en cierto modo “Coco” es más simple y menos profunda, sin necesidad de que esto suene como una crítica negativa. Así, lo nuevo de Pixar nos permite adentrarnos en parte de esta cultura sin dejar de lado esas historias que tanto aman contar y que tan buen resultado les da, porque a la larga nosotros las seguimos disfrutando. Estamos entonces ante una película divertida y conmovedora al mismo tiempo, de esas que emocionan porque tocan las fibras sensibles de cualquier persona que tenga un poquito de corazón, que crea en seguir lo que éste nos dicte, que tenga una familia a la que quiera aunque no siempre entienda, y que tenga también a aquellas personas que por más que no estén en este nivel terrenal siguen estando con uno a medida que los recordamos. Justamente lo interesante que tiene esta celebración, y por lo tanto la película, es que se festeja el Día de los Muertos desde la alegría. No es un lamento para quienes no están, sino que es un festejo por quiénes fueron y cómo los recordamos. Tim Burton ya lo había entendido muy bien cuando se inspiró en este día para su retrato del mundo de los muertos en “El cadáver de la novia” (que en su película contrastaba con el de los vivos al que presentaba oscuro y aburrido). A la larga, “Coco” es una historia bonita y contada como siempre con una magistral visual, canciones pegadizas, buenos gags y personajes queribles. Y, como pocas veces, es una película que podría verse doblada sin problemas ya que en realidad acá tiene mucho más sentido que hablen en español, por supuesto.
Lee Unkrich, el director de Toy Story 3, estrena su segunda película para Pixar: Coco, con el debutante Adrian Molina. Miguel vive en un típico pueblo mexicano y forma parte de una tradicional familia de zapateros compuesta por su abuela y su bisabuela Coco. En su casa la música está prohibida pero el joven no puede dejar de pensar en su ídolo Ernesto de la Cruz, un famoso cantante y parte de la historia del lugar. En la noche de los muertos, Miguel entra en el mundo del más allá, junto a sus antepasados, mientras intenta descubrir cómo regresar y revelar el misterio que esconde su familia. Con Coco Pixar se arriesga al contar un relato sobre la famosa noche de los muertos en México, algo que El libro de la vida (Jorge R. Gutiérrez, 2014) ya había hecho. Pero, mientras que en esa película el conflicto se apoyaba en una historia romántica, aquí el eje es el valor de la familia y la importancia de las raíces. Unkrich ya había sorprendido a todos al presentar el cierre perfecto para la saga de Toy Story, con una dosis justa entre la aventura y la emoción en la construcción de personajes y situaciones. En Coco vuelve a lograr el mismo balance. Mientras que gran parte de su historia se basa en la delirante aventura de Miguel por el mundo de los muertos, acompañado de una exquisita banda sonora, el director no se olvida que por debajo de esta película animada para chicos hay un conflicto real y humano: el olvido. Curiosamente, el director ya había tocado de cierta manera este tema en Toy Story 3. Los juguetes tenían miedo a ser olvidados por Andy, ser parte del desván o terminar en la basura. Mientras que el recuerdo de nuestros juguetes en la infancia nos trae más nostalgia que otra cosa, en Coco tocan un tema tan delicado como el de aquellos familiares que ya no están y que sólo viven a través de nuestra memoria. En lo que respecta a su apartado visual la película está llena de colores y extravagancia: la noche de los muertos es una fiesta para los mexicanos y en Coco hay un trabajo muy respetuoso por captar la verdadera esencia de esa noche.
A más de dos décadas de su lanzamiento como productora, Pixar conquista con Coco uno de sus títulos cumbre; y demuestra que la llama del desafío sigue más encendida que nunca. En los últimos años, la factoría que produjo el cambio más trascendental en el cine sobre fines del siglo XX y comienzos del XXI, que fue el de inaugurar la era de los largometrajes realizados completamente por animación digital, ha tenido puntos altísimos como el de Intensa-Mente, y otros como el de Mi gran dinosaurio; que hacían temer un regreso a las fórmulas más conservadoras y aleccionadoras de Disney. Desde hace un tiempo, ambas usinas se fusionaron bajo el tándem Disney/Pixar, y Coco es sin dudas la primera creación que reúne lo mejor de las dos potencias. A puro motor de exploración visual y apuesta a la emoción, el film logra una triple proeza: bucear en una celebración clave en la cultura mexicana como el Día de los Muertos sin caer en papelones ni estereotipos, narrar apasionadamente una historia que tiene más de una capa de lectura; y plantear una fábula familiar que combina las metas personales con la viva herencia de los antepasados. Miguel, un niño fascinado por la música, está inserto en una dinastía de trabajadores dedicados a fabricar zapatos; y fuertemente decididos a que ninguna canción suene en el hogar. La tatarabuela del chico sufrió el abandono de un músico, que se alejó del clan para concretar su sueño de triunfar como artista. A partir de ahí, las generaciones siguientes se encargaron de perdurar en una batalla contra toda melodía, pero Miguel, que comparte horas hablando con su bisabuela Coco; tiene un plan. Para cumplir su sueño de consagrarse como cantante en un concurso local, no le queda más remedio que ir por la guitarra que se encuentra en el mausoleo de Ernesto de la Cruz, un ídolo popular al que la comunidad le rinde permanente culto. Al saquear la guitarra del fallecido astro para participar del evento que se desarrolla en la plaza de su pueblo, el niño experimenta un misterioso paso a la Tierra de los Muertos. Su única chance para regresar a la vida, será la de conseguir la bendición de algún familiar difunto. A partir de aquí, se desata una poderosa y desbordante odisea. Más allá de un guión meticulosamente craneado, Coco es una de las películas más libres en la historia de Pixar/Disney. Visualmente, explora matices que van de una una cálida paleta de colores en la casa de Miguel, hasta una fabulosa explosión cromática en aquel enigmático y festivo "Más Allá". Narrativamente, el film pendula entre la férrea defensa de los sueños individuales, aún a costa de romper con el mandato familiar; y un encendido recuerdo hacia aquellos que ya no están. La celebración del Día de los Muertos precisamente honra a quienes partieron a otra dimensión, con la firme convicción de mantenerlos vivos en la memoria. A pesar de los múltiples giros y vueltas de tuerca en la trama, Coco jamás abandona esa premisa. Repartiendo exactas dosis humor, canciones e instancias reflexivas, esta joya dirigida por Lee Unkrich y Adrian Molina, coloca al público infantil y también al adulto, frente a premisas tan inquietantes como la de que algún día todos seremos olvido. Si Disney ha construido buena parte de su arsenal de clásicos, que van desde Bambi hasta el El rey león, alrededor de una noción de la muerte que se debate entre la desolación y el desafío de seguir adelante; Coco da un volantazo y se atreve a zambullirse de lleno en la Tierra de los Muertos, desatando un suculento banquete de luces y sombras. La audacia en varios de los planteos narrativos de este film, tiene su correlato con un estilo de animación que se atreve a combinar exuberantes escenas musicales, con algunos despojados pasajes de tono intimista. Si bien algunas "enseñanzas" se presentan en un subrayado tono explícito, los contrastes entre las dramáticas zonas en penumbras, con las luminosas bocanadas de humor y aventura; hacen que este frondoso relato salga triunfal en todas sus encrucijadas. Porque sobre todas las cosas, y más allá de su calculado guión, Coco logra despegarse en varios momentos del manual de fórmulas, y cada vez que asoma el lastre de la solemnidad, la película está dispuesta a estallar en la más absoluta desmesura. En tiempos en los que el olvido está a minutos de cada experiencia vivida, la nueva maravilla de Disney/Pixar no sólo moviliza a recordar a aquellos seres queridos que ya no están, sino que a la vez honra a un cine que se resiste a ser pulverizado apenas los créditos de cierre lleguen a su final. Coco / Estados Unidos / 2017 / 105 minutos / Apta para todo público / Dirección: Lee Unkrich y Adrian Molina.
“RECUÉRDAME” La Factoría Pixar arremete con este nuevo filme de la mano de Lee Unrick (Toy Story 3) junto a Adrián Molina un realizador estadounidense de ascendencia Mexicana, y en esta fusión logran crear una historia sobre nuestro universo de creencias latinoamericanas lleno de creatividad. Ambos ponen en la mesa un acertado homenaje a ciertos valores culturales y estéticos que realmente nos representan como el concepto de familia, el peso de los mandatos, los roles parentales y el sentido de la muerte. Obviamente desde la mirada Pixar, con sus ingenuidades y reducciones, pero planteado con precisión y emotividad. La historia se instala en un México bello y folklórico donde se desarrolla una trama fantástica a partir de ciertos mitos locales, aquellos relacionados con la muerte: como la vida después de la muerte y los rituales que se despliegan a su alrededor. Crean así, en Coco, un mito del mito con mucho respeto y creatividad, exaltando el valor de la memoria y la identidad enmarcadas en el paradigmático Día de los muertos. Miguel es un pequeño de 12 años, es inevitable ver este filme como un coming of age, pues el pequeño varón que va en camino a ser hombrecito se cría como hijo de una familia de tradición de zapateros de fuerte corte matriarcal, y ama lo que está prohibido para todo el clan: la música. Vive con su abuela, sus padres y su bisabuela, una anciana silenciosa y tierna llamada “Coco”. Una breve y bella secuencia de presentación se arma utilizando las formas de unas guirnaldas festivas que funcionan como viñetas narrativas, y se despliegan varias escenas animadas para describirnos la historia de esta familia, los Rivera. Había una vez, allá lejos y hace tiempo, una mujer casada que se queda sola con una niña frente a la partida de su esposo, un bohemio y talentoso cantante que va tras los pasos de ser “un músico del mundo”. Tras su partida sin retorno, la fuerte mujer se decide a salir adelante sola y comienza a hacer zapatos para terminar creando una estirpe familiar de zapateros que solo tienen un enemigo acérrimo en la vida: la música. Miguel es el tataranieto de aquella poderosa mujer, desea ante todo aquello imposible: vivir con su guitarra y sus canciones, ese es el mundo que lo enamora. Escondido entre unos trastos, con su perro y su guitarra juega a cantar las canciones de su ídolo, Ernesto de la Cruz, un famoso cantautor, fallecido ya, que es su referente, aquel a quien querría parecerse más que a nadie, a quien ve como el perfecto caballero y el rey de la canción. La aventura estalla cuando Miguel escapa de las reiteradas prohibiciones de su abuela y busca una guitarra para competir en un concurso musical en homenaje al Día de los muertos, este día que es el leit motiv de toda la trama. El Mundo de los muertos que la película reinventa, tiene decenas de detalles originales, como plantea su paleta de colores, sus diseños de personajes y lugares, sus caracteres y sus fantasiosas figuras. Claramente hay mucho estudio del universo de la estética mexicana y del folklore de esta festividad en particular. Desde los esqueletos humanos hasta un homenaje divertido al mundo plástico de Frida Kahlo hacen de esta aventura un viaje de una vasta riqueza narrativa. La tecnología Pixar funciona al servicio de la historia dejando ver que trabajan con una calidad cada vez más elevada en la construcción de figuras, de sus movimientos, de los decorados, o sea la dinámica de las escenas y la puesta general. Quienes la vean posiblemente vivencien esa sensación de conmoverse, con o sin lágrimas, sientan esa emocionalidad que transmiten estos pequeños personajes y el ritual que une esos vínculos. Como cuando se juega la idea de la familia como espacio de pertenencia o del acto de recordar como una forma de capturar lo ausente para que se haga presente. La reflexión sobre la identidad se nos muestra como una construcción asociada a la historia de cada individuo, lo que sucedió antes de su existencia y lo que sucede ahora que estamos aquí tratando de entenderla. Si hablamos de la muerte y jugamos a pensar que no es esa nube oscura o esa parca siniestra, aparece la imagen festiva de que tal vez nuestros muertos bailan aquí a nuestro alrededor gracias al recuerdo vívido y vigente que nos une a ellos. Entonces la tragedia de una vida que se acaba ya no sería un final sino una continuidad, un devenir sin principio ni fin, una fuerza eterna unida de lado a lado por un hilo de oro invisible y trascendente: la memoria. Y Coco es sin duda alguna un homenaje a la memoria. Por Victoria Leven @victorialeven
Al comienzo, en adornos de papel que funcionan como viñetas, se cuenta la saga familiar de los Rivera, que empieza cuando un hombre abandona a su mujer y a sus hijos para seguir una carrera como músico. La historia es menos interesante que la orfebrería con la que se la narra: en recuadritos de papel agujereados que cuelgan en la calle y que, además del drama de los Rivera, presentan un universo colorido y con figuras recortadas que se mueven con gracia de un papelito a otro. Coco nos recuerda que los placeres de la animación pueden ubicarse más allá de los relatos. El viaje del protagonista, su reencuentro con sus antepasados y los peligros a los que se enfrenta parecen poca cosa ante la maravilla del mundo (los mundos) que presenta Lee Unkrich: el de un México atemporal estallado de colores vibrantes que chocan unos con otros, y el de la tierra de los muertos, más apagado y nocturno, que se enciende fugazmente el Día de los Muertos y que condensa la miseria que le falta al otro. Coco y sus ocasionales compañeros corren entre aventuras siempre contrarreloj, pero uno se distrae mirando la calles, las casas, los esqueletos, la elegancia de los animales (sobre todo de los guías espirituales, bestias fantásticas hechas de colores brillantes que capturan el ojo en el acto). El drama del pasaje entre mundos queda opacado por la belleza del camino de hojas que oficia de puente. El carácter artesanal con el que Unkrich concibe la película se nota especialmente en el cuidado obsesivo puesto en el detalle de los dedos pisando las cuerdas, dibujando acordes sobre el diapasón, y de la otra mano que rasguea; pocas se vio semejante prodigio animado. El compromiso con el universo material de los personajes conmueve tanto o más que la historia. Sobre el final, en la escena más emotiva de la película, el director se arriesga y apuesta a una operación inversa: ya no se trata de sorprender con la profusión de formas y cromatismos, sino de devolverle el movimiento a un personaje vaciado de gestos, quieto (que en animación es lo mismo que estar muerto). El personaje emerge de su sopor y recupera de a poco la sonrisa, hincha los pómulos, muestra los dientes, las arrugas de la cara se aprietan y amontonan en señal de un cambio de estado. El milagro es menos narrativo que cinematográfico; la magia de devolverle el movimiento a los que lo perdieron.
Pixar lo hizo de nuevo. Un nuevo film que llega al corazón hasta de la persona más fría y hace que se te piante un lagrimón. Una película que tiene todo llanto, risa, drama y sobre todo nudo en la garganta. La historia comienza algo común, el niño que enfrenta a la familia y quiere hacer lo que él quiere, luego con el correr de los minutos nos vamos adentrando a un guion interesante que se desarrolla con mucha sutileza delante de nuestros ojos y nos dejamos llevar por ese mundo. La animación es impecable. La banda sonora acompaña muy bien el film, no subraya nada y dan ganas de escuchar y más, también uno sale cantando las canciones (no es de esas canciones que se te pegan por meses, como Lego Movie y su “Everything is awsome”) No conozco mucho sobre la cultura mexicana pero todo lo que es vestuario y ambientación parecen estar muy bien logrados, con los colores clásicos del día de los muertos y elementos mexicanos bien logrados. El desarrollo del personaje Miguel es muy atractivo, vemos como pasa por varios cambios de ánimo y sin darnos cuenta madura frente a nuestros ojos, empujándonos a madurar también y valorar la familia. Hubo algunos momentos en los cuales los mensajes que deja la película parecían un poco raros para ser un film que está apuntado al público más pequeño, pero son los menos. Como siempre la metáfora que acompaña al mensaje positivo siempre tapa a estos pequeños momentos extraños. Cuenta con muchos chistes divertidos, algunos inocentes y otros un poco más para adultos. La comedia va acompañada del drama y el maldito nudo en la garganta al final de la película, fui advertido de la posibilidad de lágrimas y por eso no lleve nada para comer, no hubiera podido tragar nada al final. Mi recomendación: Hermosa película para toda la familia que vale la pena ir a ver al cine para disfrutar de la excelente animación y la banda sonora. Mi puntuación: 8.5/10
Imparable, cálida, emotiva Que es una época de radical monotonía para el cine de Hollywood es algo comprobable en la profusión de películas de superhéroes, remakes, secuelas y continuaciones interminables, spinoffs y reboots de sagas añejas. Pero en los últimos años el cine de animación familiar se ha convertido en uno de sus nichos más creativos (y lucrativos). La excelencia de los estudios Pixar abrió mercados y al mismo tiempo colocó el listón de la creatividad tan alto que Disney (sin Pixar), Dreamworks y otros estudios debieron volcar todo su empeño para competir a su altura. Pero para la industria es imperioso buscar constantemente fuentes de inspiración, y hoy parece tocarle el turno al exotismo de la cultura de otros países; por fortuna en la actualidad ya no tiene cabida una mirada paternalista como las de antes, y ni en Moana, (ambientada en las islas del Pacífico), ni en Kubo (en el Japón feudal), ni en El árbol de la vida (México) hay personajes estadounidenses que aparezcan como vehículos de identificación con el mundo “civilizado”. Incluso Disney sacó el año pasado la película de acción real Reina de Katwe (ubicada en Uganda), haciendo otro aporte a la diversidad; cierto es que el idioma hablado en todas estas películas es un inglés con entonación, pero esto parece inevitable en productos orientados principalmente al público infantil.
Es difícil ver Coco, la nueva película de Pixar sobre un nene que incursiona en la Tierra de los Muertos –tal como la concibe la visión de ese estudio sobre la cultura mexicana al menos– sin pensar en la carencia de imágenes que caracteriza a la muerte en nuestra cultura. ¿Qué recursos tenemos para imaginar la muerte? Para los que vienen del catolicismo a lo sumo hay un cielo ya demasiado difuso; para los que no, la solidez de la piedra, o apenas un abismo negro, sin más. Visiones que, en todo caso, no se condicen con la exuberancia imaginativa de lxs niñxs, y por eso Coco llega como una fiesta para los sentidos, como la posibilidad de concebir, aunque sea a través de una cultura ajena, otro más allá posible. Esqueletos que bailan y entrechocan sus huesos, negro sobre colores fluo, puentes de pétalos de flores que conectan, frágil pero efectivamente, la quietud del cementerio con este más allá bullicioso y festivo. Con mucho del espíritu jocoso de El cadáver de la novia (2005) de Tim Burton antes que el más siniestro de El extraño mundo de Jack (1993) de Henry Selick, Coco también asume, como la más reciente El libro de la vida (2014), la distinción entre la muerte física y esa otra muerte mucho más definitiva que en esa película estaba representada por Xibalba: la disolución en el olvido. Porque al protagonista de Coco, un nene de doce años llamado Miguel al que se ha enseñado según indica la tradición a recordar y venerar a los ancestros muertos, se le explica frente al altar de la familia –poblado de retratos de los que cada pariente puede contar una pequeña historia, vivida o heredada–que mientras ellos, los vivos, los puedan recordar, los muertos no están del todo muertos. Solo que dentro de la calidez de la familia de Miguel, compuesta por una bisabuela ya demasiado viejita y en silla de ruedas llamada Coco, una abuela enérgica que alimenta y dirige a la tropa, una dulce mamá embarazada y un núcleo familiar donde todos han seguido el oficio heredado de zapateros, hay una fisura. Miguel quiere dedicarse a la música y por alguna razón, cuyo autoritarismo contrasta con la dulzura del entorno en que vive, se lo prohíben tajantemente. En lo que constituye un motivo tanto de películas de anteriores de Pixar como Buscando a Nemo (2003) y Ratatouille (2007), como de la más reciente Moana de Disney (2016) en las que la aventura comenzaba cuando una prohibición se transgredía, Miguel no hace caso y visita la tumba de su ídolo Ernesto de la cruz para robarle su guitarra, lo cual lo lleva, hechizo mediante, a la Tierra de los muertos, de la que deberá encontrar el camino de vuelta si no quiere él también quedar convertido en esqueleto. Con ingenio, astucia y la ayuda de un inesperado antihéroe que tiene la voz de Diego Luna y está a cargo de la canción más honda de la película, “Recuérdame” (no es posible subrayar demasiado el cambio que representa para Pixar, por otra parte, no solo esta incursión vivaz y festiva en la cultura mexicana sino en sus canciones populares, sus acentos y ritmos), lo que Miguel aprende tiene que ver con la movilidad esencial de las historias, cuyo final no está escrito ni siquiera por esa pausa que es la muerte. La redención existe, y también el cuestionar las historias heredadas por nuestros mayores en la búsqueda de otra verdad. Y en una película que extrañamente toma su título, no del protagonista sino de un personaje bastante secundario como es la bisabuela de Miguel, que apenas habla pero es un cuerpo histórico que representa el último puente entre generaciones, Coco habla sobre el recuerdo y la memoria como potencias creativas, como capacidades de hacer donde la muerte parecería condenarnos a ya no hacer nada. Y del misterio por el cual los muertos pasan a ser esa sustancia, preciosa y volátil, que queda en manos de los que estamos vivos.
Volvió Pixar con una película que no es una secuela. Es más: volvió con una gran película (aunque Un buen dinosaurio estaba cerca de serlo). Coco se ha vendido como “la película sobre México” y es un error: como en los grandes cuentos bien contados, primero se elige el tema (aquí hay dos: el peso de la memoria y el eterno conflicto entre la vida de artista y la cotidiana) y luego, dado que también la muerte es parte del asunto, se elige el lugar, y el Día de los Muertos mexicano es el mejor para esta trama sobre el pequeño descendiente de una famlia que rechaza la música y que, por accidentes que no conviene revelar, termina buscando la salida de la Tierra de los Muertos. Lo interesante es que el paisaje mexicano aparece sin subrayados “típicos” (es muy bueno el humor sobre Frida Kahlo) aunque el elemento melodramático -esencial en la cinematografía que nos dio a Pedro Armendáriz, María Féliz y (que nadie olvide) el mejor Buñuel- es tan efectivo como la música, otro acierto del ya genial Michael Giacchino. La película no carece de motivos para la emoción (se llora) ni para la risa, y narra su historia con un rigor absoluto, sin evitar tampoco los momentos difíciles. La animación es de una perfección y una belleza absolutas. Mucho más cerca -en más de un sentido- de Ratatouille que de esas cosas de autos que hablan.
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Odisea después de la muerte El mundo de los muertos nunca se mostró con tanta ternura como en "Coco", la nueva producción de Disney- Pixar ganadora del Globo de Oro al mejor largometraje animado y seguramente nominada al Oscar en el mismo rubro. El filme se sumerge en la centenaria tradición mexicana del Día de los Muertos, en el que el pueblo realiza un altar con las fotos de sus seres queridos para rendirles homenaje y mantener viva su memoria. A partir de este ritual, el pequeño Miguel, el más joven del clan Rivera, descubre un secreto jamás contado que lo hace reforzar su pasión por la música y luchar contra los mandatos familiares para desarrollar su talento artístico. De este modo, Miguel se revela contra su familia y emprende una aventura en solitario en la que conocerá a sus antecesores, quienes se convertirán en grandes maestros y hasta en guías espirituales de su vida para que pueda llegar a la consagración como héroe. Lo cierto es que el película codirigida por el novato Adrián Molina y Lee Unkrich, responsable de "Toy Story 2", "Monsters Inc" y" Buscando a Nemo", y "Toy Story 3", logra fusionar la vida y la muerte de una manera poética, profunda y hasta bella, dejando un aroma esperanzador para los pequeños y grandes espectadores, que hace que valga la pena cada minuto.
Viva México cab... Pixar y Disney vuelven al ataque con una historia efectiva, oportunista y redonda por donde se la mire. "Coco" es la nueva apuesta de los estudios de animación para seguir enamorando a su público fiel. En esta ocasión el relato nos habla de Miguel, un niño mexicano con aspiraciones de ser un gran cantautor que recorra el mundo como lo hicieron otros de ese gran país musical. El problema que se presenta es que la familia de Miguel es anti música, la odia y la aborrece por la historia de despecho que sufrió la tatarabuela Imelda. Por esto es que su familia completa se dedica a la fabricación y ventas de zapatos. En el mismísimo "Día de los Muertos", una fecha muy popular y sagrada en México, nuestro protagonista se escapa de su casa para anotarse en un concurso amateur de talento musical y a partir de ahí comienza la gran y colorida aventura de Miguel en el mundo de los muertos. Lo primero que hay que reconocerle a Pixar y sobre todo a Disney, es que son expertos en el arte de la emotividad. Casi con 100 años de experiencia, la casa del ratón ha aprendido muy bien cómo contar historias, con una fórmula segura que no varía demasiado de film a film, es cierto, pero que no deja de ser efectiva en cuanto a lo que el espectador espera ver cuando va a disfrutar una de sus películas. Tenemos al protagonista diseñado pixel por pixel para ser adorable, al divertido y fiel compañero secundario que aporta los momentos de ridiculez personificados en el perro Dante, el despliegue espectacular de colores hermosamente combinados y por supuesto una historia de enseñanza que te da una caricia tibia al corazón. En este último recurso paro un poquito y aplaudo que durante la mayor parte del relato no se busque el golpe bajo emocional, aunque cuando llegan los últimos 10 minutos, no hay lagrimal que aguante semejante embestida al alma. Una secuencia de escenas que estrujan al espectador sin piedad. Cuando la vean entenderán de qué les hablo. Por último quiero resaltar el oportunismo de esta historia, y ojo que no lo digo como algo negativo, sino como una buena lectura del humor social en los Estados Unidos. La historia no es de un niño norteamericano o inglés, sino que la aventura la tiene un niño mexicano que vive en México y con las costumbres e idiosincrasia mexicanas. Hay algunas carencias con respecto a esto, claro está, pero tampoco es para ponerse en gil y criticar que se americanicen un poquito algunos aspectos. Después de todo los que están haciendo el film son estadounidenses. Esta película llega durante la presidencia de uno de los más acérrimos combatientes de la migración en el país del norte, que hasta prometió hacer un muro que separe a Estados Unidos de los "bandidos" mexicanos. Aplausos para los estudios en este sentido. Una historia efectista, de fórmula, que se las ingenia para seguir vigente y para que los espectadores sigamos disfrutando del mundo mágico que nos propone Disney.
Crítica emitida por radio.