¿Reconstrucción de un amor? Luego de un más que interesante documental como Sofía cumple 100 años, Hernán Belón debuta en el largometraje de ficción con este film que llega a los cines comerciales luego de haber participado en la Semana de la Crítica de la Mostra de Venecia y en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata. Elisa (Dolores Fonzi) y Santiago (Leonardo Sbaraglia) compran una casa de campo bastante venida a menos luego de cinco años de abandono con la idea de recuperar en contacto con la naturaleza y lejos del stress urbano los bríos perdidos, la pasión en merma de su matrimonio, y criar allí a su pequeña hija. Pero los jóvenes padres nunca encuentran la tranquilidad deseada: el frío, los ruidos, los animales, una tormenta, la aparición de otra persona... cualquier mínimo desajuste sirve para que vuelva toda la carga de incomodidad, de angustia, de miedo, de desconfianza, de tensión y de reproches que hay entre ellos. Del sexo como intento de volver a conectar afectivamente a la agresión y violencia que los vuelve a separar, Belón propone un juego pendular bien trabajado en sus contradicciones junto a los dos sólidos protagonistas. Hay en esta "fuga hacia adelante" algo del cine de Michael Haneke en la exploración bastante perturbadora del fracaso, la frustración burguesa y un gran trabajo de ese virtuoso director de fotografía que es Guillermo "Bill" Nieto. En definitiva, una muy auspiciosa ópera prima.
Lejos del ideal La primera película de ficción de Hernán Belón (El tango de mi vida, 2009 y Sofía, cumple 100 años, 2009 ), El campo (2011), es protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi. El film contrapone la imagen ideal del campo para expresar la crisis de una pareja de treinta y pico. El campo cuenta la historia de un matrimonio que se muda a una vieja casona de campo con intenciones de criar allí a su pequeña hija y vivir una vida ideal. Lejos de la realidad, los golpea una crisis de pareja que pondrá en jaque la relación. La película representa a la perfección las sensaciones de la incomunicación en la pareja. Una vieja casona semi abandonada en el medio del campo, es el espacio de distanciamiento de la feliz pareja. Las expectativas de él se oponen radicalmente a las de ella. En el medio, el abismo del espacio. [nid:1222,override="Belón"] se apoya en los protagonistas para representar una etapa de incomunicación en la pareja. Y lo hace promoviendo la tensión entre las partes a partir de la deconstrucción de los ideales. El campo es el tercer personaje del film, el espacio, el contexto hostil percibido por ella, el contexto ideal percibido por él. Pero el film está focalizado en el personaje de Dolores Fonzi. Por ende, la casona a donde se mudará la pareja es un lugar sombrío, despojado de toda calidez. La falta de calor y contención que percibe ella interiormente quedan representados en la escenografía. Sensorial, profunda y magníficamente actuada por la dupla compuesta por Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi, El campo es una película de momentos, etapas de transición donde lo dicho dista de lo emotivo.
arejas visibles, padres y madres invisibles Sin explicitar la ubicación geográfica en la que se desarrolla la historia -apenas sabemos que estamos en un campo, tal como lo indica el propio título de la película- y sin que se nos de información sobre la historia previa de los personajes, El Campo va introduciéndonos en uno de los conflictos más determinantes en la vida de toda pareja: la maternidad/paternidad...
“¡Fuera, chancho, fuera!”, grita el hombre frente al cerdo y frente a su esposa, asustada como siempre. El chancho está pisoteando una pequeña huerta que luce abandonada. El hombre intenta ahuyentar al animal pero enseguida comprueba lo vano del esfuerzo. “Ya está, es así. Es el campo”, dice Santiago (Leonardo Sbaraglia) para tranquilizar a Eli (Dolores Fonzi). En esa escena nos reímos un poco porque sabemos que el personaje se refiere al campo desde el prejuicio, desde la mentalidad del sujeto de ciudad. Sin embargo, Santiago no exhibe la arrogancia del hombre civilizado que viene a lidiar con “la barbarie”. Al contrario, a él se lo ve disfrutar de esta nueva lógica a descubrir. El conflicto lo padece su mujer, que no puede evitar escuchar ecos ominosos en todo lo que la rodea. Recordarle a Eli que “el campo es así” implica pedirle, de alguna manera, que deje de sobreinterpretarlo todo y acepte las cosas como son. Simplemente así, distintas. Pero ella ya tiene una idea armada sobre ese espacio-otro y hace de esa idea su bastión, protegida por una cultura y una clase que le impide medir hasta qué punto su mirada es víctima de su inconsciente. Santiago y Eli vienen de Buenos Aires y se instalan en una casona aislada en algún lugar no especificado. Tienen una hija, Matilde, que aún no cumplió dos años pero ya entró en esa etapa de imperiosa curiosidad que exige la constante vigilancia del adulto. De a poco se advierte la crisis que el matrimonio arrastra desde hace un tiempo, y cada acercamiento se vive como un tenso examen para la reconstrucción de la pareja. Él es entusiasta y se dedica a refaccionar la desvencijada casa. Ella está sumida en una continua inquietud y no entiende qué están haciendo ahí. El campo es el relato de esa adaptación, un proceso complejo que Hernán Belón explora con sorprendente solidez narrativa. La película parte de una premisa seductora (el género) para llevarnos por senderos inesperados: amanece entre los muros del suspenso y se desliza delicadamente hacia una suerte de drama de iniciación en la madurez, en el que la protagonista deberá asumir sus temores más íntimos para empezar a leer los signos del entorno desde otra perspectiva, y hacerse cargo de las decisiones tomadas. El director aprovecha el prejuicio generalizado comentado en el párrafo anterior para sembrar peligro por todos lados y luego descolocarnos al transformar cada amenaza en un sutil extrañamiento, manipulando las inevitables prevenciones del propio espectador en torno de la inseguridad, la periferia, “los otros” (fue imposible olvidar el inicio de El tiempo del lobo, de Michael Haneke, pero el de Belón es otro planeta). Todos miramos desde algún centro, aunque ese centro sea tan solo una precaria convención. El campo invita a ensayar aquello que alguna vez sugirió Federico Fellini: abrirnos a las cosas, quitarnos del medio, dejar de empapar todo con nuestra persona. Y recordar que todo es efímero.
Aires renovados, nuevos conflictos La idea de hacer un cambio en la vida suele tener sus complicaciones y eso es lo que les ocurre a los personajes encarnados por Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi. Elisa (Fonzi) y Santiago (Sbaraglia), compran una casa en el campo y se establecen allí junto a su pequeña hija con el fin de pasar unos días rodeados por la naturaleza. Con este comienzo cualquier espectador podría pensar que está frente a una película de terror o suspenso, pero el director Hernán Belón mueve el timón de este drama psicológico que se toma sus tiempos para hacer estallar el conflicto central del relato. Mientras Santiago está entusiasmado con el "nuego hogar" (repara la casa, sale de caza), Elisa muestra su incomodidad frente a los nuevos cambios que tiene su vida. Esas diferencias, más la de un entorno amenazante, se convierten también en obstáculos para la joven pareja. El campo habla sobre las relaciones del matrimonio que se van tornando oscuras por diversos motivos y por la presencia de "extraños" (los vecinos) que disparan también el clima de desconfianza que sobrevuela la casona. Con un cuidado marco formal, Belón intenta correr el velo sobre los problemas de pareja en un ámbito que les es ajeno y que deja al descubierto lo peor de cada uno de ellos. Personas que vivían en armónía y que ahora presentan un punto de quiebre. Para su tarea contó con la buena dulpla actoral que conforman Sbaraglia (siempre convincente) y Fonzi (sorprende con su trabajo lleno de matices), además de la pequeña Matilda Manzano. Logrados trabajos actorales al servicio de una historia intimista.
Una melodía de imágenes en donde las creativas decisiones de arte, fotografía, sonido y montaje, producen una homogénea y armónica composición de gran calidad. El próximo 3 de mayo tendrá su debut comercial el primer largometraje de ficción de Hernán Belón* que viene de ser exhibido y premiado en numerosos festivales**. Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia, que por primera vez trabajan juntos en cine y a quienes podremos ver también como matrimonio en la serie En Terapia, próxima estrenarse en Canal 7, conforman una pareja sólida en lo actoral y totalmente consustanciada en la ficción, acompañados por Matilda Manzano como la hija, una hermosa niña de tan solo 18 meses al momento del rodaje. Actúan además, Pochi Ducasse (Nueve reinas, Un cuento chino, Mi primera Boda) y Juan Villegas (El perro, El camino de San Diego). La historia remite a la pareja de Santiago y Elisa quienes deciden alejarse de la ciudad e ir a vivir juntos con su pequeña hija Mati a una propiedad en el campo que acaban de adquirir. Los cambios no siempre traen las consecuencias esperadas y deberán adaptarse a situaciones en donde la naturaleza los enfrentará con sus propios conflictos, miedos e inseguridades. Una casa que habrá que acondicionar y el nuevo entorno que lejos de las comodidades y distracciones de la ciudad los colocará uno frente a otro, con sus necesidades y sus temas a resolver. Una hija que demanda y un amor que tal vez no sea suficiente para enfrentar una nueva vida aparentemente más tranquila pero que puede presentarse amable u hostil, acogedora o amenazante, de acuerdo a como se la mire y a como se desarrollen los acontecimientos. Al mejor estilo chejoviano, la narración y las características de los personajes se va construyendo de a poco. El director, quien además es responsable junto a Valeria Radivo de un sólido guión, logra como si fuera una pieza musical, una melodía de imágenes en donde las creativas decisiones de arte, fotografía, sonido y montaje, producen una homogénea y armónica composición de gran calidad. La textura narrativa crece momento a momento con logrados e intensos climas, imágenes de gran expresividad y clásicos y reconocibles toques de suspenso. El campo fílmico se extiende más allá de lo que muestran las imágenes proyectándose hacia un afuera que el espectador imagina, en donde la naturaleza parece imponer su propio ritmo y en el que las sombras, los ruidos de la casa, el viento y las presencias reales o imaginadas que lo desconocido produce en cada uno agregarán su cuota de inquietante tensión. “A veces hay que salir para volver a encontrarse” aunque no sepamos muy bien con que nos enfrentamos ni donde está el verdadero enemigo.
Un día largo todo y me voy a vivir al campo…. Es muy probable que la frase que da título a esta nota haya salido alguna vez de nuestra boca. Si no es así, es posible que la hayamos oído, pronunciada por algún conocido alguna vez. Es un lugar común que asocia el clima rural a la armonía y la introspección. Sin embargo, El Campo pone en duda ese lugar común mientras nos relata una historia sobre la maternidad y la intimidad de una pareja...
Una pareja y una hija pequeña en viaje hacia una casa en "el campo". Invierno. La casa, se ve claramente, necesita refacciones. La pareja se ve mejor que la casa, y definitivamente tienen buena química sexual. Pero, como en casi todas las parejas, hay riesgos, asechanzas de tormentas. La casa en el campo -en las afueras de algún pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires- es más un sueño de él que de ella. Es él quien pone el entusiasmo, el que intenta limar las asperezas de la adaptación al nuevo medio. La casa de campo/sueño masculino es un lugar agregado, y siempre está en el horizonte el refugio, la vuelta a la ciudad. Con este planteo, desgranado en una narrativa que no cae en informaciones groseras ni en líneas previsibles, Hernán Belón debuta en la ficción mediante un relato de una intensidad emocional llamativa para el cine argentino actual. Aquí hay buenas escenas de sexo, frustraciones y discusiones fuertes, gritos bien dados. Hay una pareja al borde del abismo, en el sube y baja emocional. Ella es ciclotímica; él intenta dominarla sin que se note, llevarla a vivir su propio proyecto. Todo esto, que podría haber derivado en un drama con visos de obra de teatro de tesis o drama costumbrista oxidado, está procesado aquí cinematográficamente, en una película reconcentrada, espesa, que sitúa las acciones en espacios con lúcidas ideas de puesta en escena: por ejemplo, el momento de los perritos inicial, cual cuento de hadas macabro. O la lluvia como principio de una aventura con pronóstico reservado. O la fiesta como momento de movimiento inestable, en el que ella revela su fragilidad y agresividad seductoras. Ella es Dolores Fonzi, dueña de una electricidad particular, de una fotogenia que la agiganta, de una presencia tan misteriosa como terrenal, que pasa de la vulgaridad a la belleza inalcanzable en segundos: en El aura supo afearse para un rol secundario pero crucial, en El campo es el imán protagónico. Leonardo Sbaraglia maneja con profesionalismo un tono de sobria oscuridad y sostiene un personaje menos imprevisible, con más anteojeras, más decidido y a la vez más negador -esa vitalidad más directa, menos vueltera, esconde una violencia que puede emerger en cualquier momento-. El campo , lejos de apostar a ser una gran película y fracasar en el intento, es una pequeña película compacta (sobre el final, la brevedad del relato tal vez amontone de más ciertas peripecias un tanto abruptas), en la que las imágenes y las palabras permanecen inquietas e inquietantes en la memoria. Con ese sueño de otra vida en el campo, con su reconstrucción del espacio y las relaciones como objetivo, El campo podría pensarse como la versión neurótica y pesimista de la optimista y ejemplar Un zoológico en casa, de Cameron Crowe. Si la película de Crowe mostraba a un viudo en la búsqueda de refundar su vida y su familia y, de paso, el sueño americano, El campo procede al revés, echando luz (y sombras) sobre una familia de apariencia perfecta. Esa forma completa que, bien mirada, revela grietas peligrosas como precipicios.
Cuando la angustia toca a la puerta Presentada en la Mostra de Venecia 2011, la ópera prima de Belón, que describe la crisis de un matrimonio frente a la llegada del primer hijo, puede ser vista como versión realista o atenuada de distintas películas o variantes del terror. El auto atraviesa el campo en medio de la noche cerrada, y la mujer rubia mira por la ventanilla. Afuera es la calma total, el cero kilómetro ofrece seguridad y confort, se advierte que para la mujer y su marido es un viaje de relax. Sin embargo, el gesto de ella deja ver un rastro de inquietud. Enseguida se oye el llanto desaforado de una niña. Es Mati, que viaja en el asiento de atrás y tiene hambre, o sueño, o ambas cosas. Un caramelo basta para calmarla, pero el sacudón que generó el llanto queda como suspendido en el aire. Como también queda el extraño eco que se produjo entre la traza de angustia de Elisa y la brusca rabieta de su hija. Como si estuvieran conectadas por un hilo invisible. En los noventa y pico de minutos restantes, El campo no consistirá en otra cosa que en la expansión de esa breve introducción, en la que la planificada calma recibe la inoportuna visita de la angustia. Presentada en la Settimana della Critica de Venecia 2011 y dos meses más tarde en el Festival de Mar del Plata, el primer film de ficción de Hernán Belón (realizador del premiado corto Aluap y del documental Sofía cumple 100 años) es uno en el que más que la trama importa el subtexto emocional. O tal vez de lo que trata El campo es del modo en que el subtexto corroe el texto, hasta contaminarlo por completo. Santiago y Elisa son lo que una revista frívola definiría como “jóvenes, lindos y exitosos”. Para decirlo en una palabra, Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi, visitando por primera vez la casa que acaban de comprar en el campo. El está exultante, seguramente porque fue quien impulsó la idea de la compra. Para Elisa, la nueva casa está lejos de ser un amor a primera vista. La siente fría y húmeda, la nota algo venida abajo. Basta sin embargo que Santiago la busque un poco para que un juego sexual le devuelva la sonrisa. Pero Mati llora. El campo puede ser vista como versión realista o atenuada de distintas películas o variantes del terror. Una versión de Eraserhead, si uno se guía por el malestar que genera el llanto de la nena. Una de esas de “casas malditas”, con música de cañerías produciendo sobresaltos en medio de la noche. Una de intrusos malignos, de acuerdo con el rechazo que a Elisa le produce la casera (Pochi Duchasse), por esa costumbre que tiene de entrar sin avisar o dar consejos de crianza que nadie le pide. Hasta una de terror ecológico, a estar por el entendible trauma que produce la caza de una liebre grávida. Hay un momento –cuando la rubísima Elisa se pone a bardear, en medio de un baile de pueblo, después de haber tomado un poco de más– en que la película vecina o inminente parecería ser Los perros de paja. De hecho, Elisa parecería vivir lo real a la luz de esos géneros o películas. Hasta el punto de cometer alguna injusticia visible, como el modo en que trata a la casera. Que será medio metida, pero nunca al punto de merecer que se la eche de casa, como la vecina de al lado de El bebé de Rosemary. La hipersensibilidad de Elisa llega, por lo visto, al grado de la precognición: en una escena sale disparada, aparentemente sin motivo, por haber presentido una muerte. Hay un riesgo en ese desbalance emocional y es el de que Elisa aparezca no como emergente (¿vidente, tal vez?) de un estado de malestar familiar, sino como la hinchapelotas arquetípica. La que le pincha, al entusiasta del marido, el costoso globo que cuidadosamente infló, para ambos y la nena. Sí, es verdad que en una escena Santiago se pone violento, dejando ver que tampoco es un santito. Pero es una sola escena, y además a la mañana siguiente Santiago se arrepiente y pide perdón. En cualquier caso, Belón maneja esa latencia de modo tan sobrio como certero, sin ceder al facilismo de la sobreexplicación o el psicologismo. Lo ayudan dos actores magníficos. Sbaraglia comunica puro entusiasmo viril, mientras que Dolores Fonzi –pulidas las afectaciones bián que en sus comienzos producían algún ruido– se confirma capaz de comunicar una andanada de sentimientos encontrados, sin necesidad de un solo gesto. Desde ya que la atmósfera de El campo no sería la misma sin la notable fotografía de Guillermo Nieto (fotógrafo de cabecera de Pablo Trapero) y el sonido de Fernando Soldevila, que hace que una cañería suene a explosión y un llanto a crisis de nervios.
Primeras escenas de la vida conyugal Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia interpretan a una joven pareja que con su pequeña hija se muda a una casa a reconstruir en el campo. Sutil estudio de los caracteres y de los conflictos del matrimonio en esta nueva geografía. Un matrimonio, una pequeña hija y un paisaje a descubrir que provocará extrañamientos, desencuentros, malentendidos, reproches y un volver a empezar en la aún joven pareja. Con sólo esos elementos, la segunda película de Hernán Belón (Sofía cumple cien años) construye una pequeña historia donde las palabras son remplazadas por los silencios y los subrayados que explicarían la crisis matrimonial se comprenden a través de juegos de miradas y escenas donde se prevé, pero pocas veces ocurre, la catarsis estentórea que borra todo enigma y pregunta sin resolver. A Elisa (Dolores Fonzi) y a Santiago (Leonardo Sbaraglia) se los ve satisfechos con su nuevo hábitat, alejados del mundanal ruido y con el afán de (con)vivir con ese paisaje a reciclar, como si se tratara de una nueva vida que está a punto de empezar. La pequeña hija de ambos –un año y medio– actúa como interrogadora de la pareja, observando el comportamiento de los padres que ingresan en una crisis que la película jamás enfatiza, esquivando los lugares comunes. En efecto, el paisaje a reconstruir es uno de los temas de El campo, y la presencia de la niña, fusionada a esa nueva morada, representa la vida que debería (re)comenzar entre Elisa y Santiago. En la intimidad sexual no se perciben malestares pero Elisa no puede acostumbrarse a ese lugar desolado y solo habitado por ocasionales vecinos, que viven lejos del caserón a reconstruir. Su esposo, en cambio, propone la espera, como si al día siguiente las tensiones que manifiesta Elisa pasaran al recuerdo. Por eso, El campo habla del renacer de una pareja con una pequeña hija que fluctúa entre la paciencia de Elisa y la calma de Santiago, entre los enojos de ella y la supuesta paz interior de él. Film sutil en cuanto al estudio de caracteres de dos personajes que se plantean interrogantes sin alzar la voz, la cámara de Belón invade con pudor a un joven matrimonio en crisis, acaso la primera en importancia, tal vez a raíz de la presencia de la pequeña hija. Sin embargo, nada más lejos que la exposición del conflicto a través de la interpretación psicoanalítica; todo lo contrario, valiéndose de dos buenos trabajos actorales, el director narra su historia fijando la atención en mínimos detalles, en aquellos pequeños momentos donde la crisis aflora por medio de una acción imprevisible. En ese sentido, la inesperada alegría de Elisa bailando en una ocasional fiesta del pueblo, mientras su esposo la observa con extrañamiento y curiosidad, sintetiza las decisiones de puesta en escena del director. Elisa baila, Santiago mira y Belón nos cuenta que algo anda mal en una pareja que hace un rato estrenaba con felicidad sus roles de padres en ese nuevo e inhóspito territorio.
Lejos del mundanal ruido Sólido drama con Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi. Para Santiago y Elisa, la posibilidad de irse “a vivir al campo” parece la mejor opción para este momento de sus vidas. Padres de una niña pequeña, suponen que encontrarán allí un remanso, un lugar calmo para criar a su hija lejos de la furia y las tensiones de la gran ciudad. Pero tan sólo al llegar allí se dan cuenta que las cosas no serán tan sencillas. El caserón al que se están mudando está bastante destruido y no es ni cómodo ni cálido. Y por más que Santiago intente demostrar que él será capaz de transformar ese ambiente tirando a hostil en un paraíso familiar, Elisa empieza a deprimirse y a sentir no sólo que se han equivocado en la decisión, sino que hasta algo extraño podría estar pasando allí y en los alrededores. En El campo , el director y coguionista Hernán Belón se maneja en el límite entre el drama y el terror psicológico, bordeando un territorio cercano al de Roman Polanski pero prefiriendo el tono menor y evitando casi todo efectismo de género. Con algunas señales externas equivocas (el sonido es un aporte fundamental), Belón intenta hacernos experimentar como una progresiva perturbación psicológica pone en riesgo a una familia, a partir de un enfrentamiento con la naturaleza (tanto la del campo, como la de la propia naturaleza humana) con la que el hombre y la mujer toman diferentes posturas. O bien, porque se topan con sus miedos más profundos y previos. Es Elisa (Dolores Fonzi, una presencia siempre intensa en la pantalla) la que lleva el peso de esa perturbación. Lo suyo puede ser frustración habitacional, dificultades con la maternidad o fricciones matrimoniales, pero también Belón deja entrever que los ruidos pueden ser reales, que hay personajes que pueden tener extrañas intenciones y que, más que nada, Eli no estaba realmente preparada para enfrentarse a tamaños cambios. Santiago (Leonardo Sbaraglia, más controlado, como su personaje lo requiere) puede parecer el hombre aventurero y emprendedor, pero también deja entrever una zona oscura, terca, hasta violenta; le cuesta ceder a los reclamos de su mujer y entender que tal vez ese sueño de irse al campo sea suyo y de nadie más. Uno podría esperar que el ritmo y la tensión se intensifiquen aún más con el correr del relato, pero el nervio de la película no pasa jamás por el impacto y la búsqueda del shock. Así, esta película ominosa, sugerente, muy bien fotografiada por Bill Nieto, se agrega a la lista de promisorias operas primas del cine nacional, ya que al menos en el terreno de la ficción Belón es un debutante. Presentada en el pasado Festival de Venecia, premiada en varios encuentros internacionales, El campo seduce con la idea de que la violencia y el temor pocas veces están en el afuera. Se llevan como marcas en la piel.
Cuando el final feliz es un triste presente La ópera prima de Hernán Belón comienza su relato en el exacto momento en que las historias mainstream terminan: una pareja feliz de dos jóvenes bellos, sanos y sexualmente activos, se instalan en una casa en las afueras con su hija para comenzar una nueva vida. Pero en lugar de partir de presupuestos instalados en la sociedad, los confronta: ¿La maternidad es un estado ideal en la pareja y en la mujer? ¿Con ella llega la sapiencia suficiente para encaminar una nueva vida? La trama nos sitúa frente a Elisa (Dolores Fonzi) y Santiago (Leonardo Sbaraglia), una joven pareja que decide irse a vivir al campo junto a su pequeña hija de menos de dos años. No obstante, desde el desembarco en la casa en una cerrada noche de tiniebla, Elisa ya se siente descolocada y temerosa, mientras que su marido Santiago tiene toda la pulsión que le da el entusiasmo por la nueva empresa familiar. La luz del día siguiente no hace más que aumentar las reservas de Elisa sobre el nuevo hogar; todo le parece sucio, vejado e inhóspito a sus planes familiares y pese a la buena voluntad la conexión con el nuevo ámbito le resulta impensable. Así, el campo va convirtiéndose en un personaje más del relato que cumple la función de desestabilizar la endeble situación emocional de Elisa y ponerla de frente a su incompetencia para llevar adelante el proyecto que tan fervientemente encara su marido. La opresión de ese ambiente natural y cruento no hace otra cosa que acelerar la incipiente crisis de la pareja, tal vez devenida de la falta de adaptación de Elisa a su nueva faceta materna o quizás de una desorientación intima de la joven mujer a sus circunstancias. Parafraseando al genial Charly Garcia la frágil Elisa, interpretada magistralmente por Dolores Fonzi (es destacable la dirección de actores del film) no aprendió a vivir y la soledad del campo la pone frente a frente con esa realidad, obligándola a reconocerse en ella. A su lado, Santiago con toda la fuerza motora de sus sueños, personificados en esa casa abandonada en la que el ve un potencial hogar -metáfora tal vez del estado de Elisa- se sitúa como un observador del proceso que su esposa atraviesa sin demasiada posibilidad de interacción. Entre ambos, se creará la incómoda distancia que se genera entre los ideales cuando son opuestos, más insalvable aún cuando la idea es tener un futuro juntos. Así quedará planteado el dilema: ¿ceder frente a las necesidades del otro es ignorar las propias pulsiones? Un film interesante donde las actuaciones son la clave del relato y el ambiente nos condiciona a enfrentar cara a cara a nuestros propios demonios.
Refugio engañoso para una crisis conyugal Una crisis conyugal puede representarse de varias maneras. Hernán Belón, medianamente novato en el cine ficcional, pero hábil observador, como lo prueban sus documentales con historias de personas anónimas, desarrolla su propia forma apoyado en un buen equipo, un reflejo condicionado del público ante las casonas apartadas, y dos intérpretes hábiles para sugerir con mínimas expresiones más de lo que dicen. Puede objetarse un par de escenas artificiosas, pero no mucho más. Con el equipo, Belón logra climas inquietantes sin salirse de lo natural, ya que quiere acercarnos a la mente de alguien que percibe peligros donde los otros no ven nada raro. Con el público empieza un diálogo cómplice: sabemos que en las películas, si una pareja con hijita que ya camina se instala en una casa alejada, descuidada, en pleno invierno, o la casa o el campo circundante encierran cosas feas, o la cabeza de alguien funciona medio torcida. Ni qué hablar del aporte que hacen Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi, que casualmente el sábado pasado se ganó el premio a mejor actriz latinoamericana en Málaga por este personaje. Completan el reparto la pequeña Matilda Manzano como encantadora nena en peligro latente, y Pochi Ducasse con Juan Villegas como los inocentes vecinos bonachones o los vecinos perversos y entrometidos, según quien los vea. Y quien los ve es la mujer que detesta el campo y anda paranoica con cualquier cosa: una sombra, un ruidito, la falta de ruiditos, la soledad, la lejanía, en fin, el campo no es para todos y menos en invierno. El hombre metió la pata comprando esa casa, y sospechamos que la mujer es de esas manejadoras que dejan que el marido meta la pata para después victimizarse, acusarlo ad eternum y salirse con la suya haciéndose las buenitas. Los problemas ya venían de antes, y la ilusión de solucionarlos refugiándose en un ámbito bucólico va a hacerse añicos. Y nosotros veremos cómo ocurre, y a quién beneficia. Pero antes, también veremos unas cuantas escenas de sexo, porque es sabido que las parejas jóvenes emplean esa agradable forma de comunicación cuando quieren resolver algún problema, y también cuando no tienen ningún problema. Y éstos tienen varios, incluyendo uno que anda en dos patitas y arriesga meterse en berenjenales.
Los peligros del aislamiento Una pareja joven y su bebé. La llegada a su futuro hogar, un lugar elegido en el medio del campo por el marido. No se habla mucho de las razones que los llevan allí, pero sin lugar a dudas, la necesidad de tranquilidad, la cercanía de la naturaleza. Ya la llegada presagia angustia. Una noche de tormenta desatada, una casa vieja, fría, inhóspita. Los dioses en las épocas en que se preocupaban más de la gente, descargaban rayos, centellas y lluvias desorbitadas para indicar que el caos estaba presente. O sea que, más que un anticipo de angustia, el temporal revela algo ya presente que sólo el tiempo se ocupará de desarrollar. Mientras Santiago defiende la elección del lugar, Elisa se angustia, no sólo por la casa que grita por mejoras, sino la soledad, la, para ella, amenazadora vecina que vaya a saber qué recuerdos le despierta. Un ruido en la noche, la desaparición momentánea de su pequeña, asume en Elisa proporciones fantasmáticas. DOS MUNDOS La película de Hernán Bellon logra transmitir a través de su drama íntimo toda la fuerza de la angustia y los primeros atisbos de falta de comunicación de una pareja joven. Las diferencias entre ambos sólo olvidables por el sexo, los quién sabe si imposibles acercamientos de dos mundos distintos son señales que, a pesar del final, apuntan a momentos límites de una relación de pareja, quién sabe si solucionables a través del tiempo. Las palabras de la vieja vecina son claves "es la vida". Sí, sólo se trata de vivir, y nada menos que vivir!. Se debe aprender a soportar, a conciliar, a olvidar, a resignarse y a vivir el momento, Santiago y Elisa no saben que todavía son demasiado jóvenes para tanta aventura. Una fotografía de fascinantes contrastes, un sonido cortante y denso, la aridez de la naturaleza y la vieja casa en medio de la nada. Todo eso y dos actores sensibles, profundamente inmersos en sus personajes con la colaboración de una niña y una excelente actriz de carácter son elementos de un filme diferente.
Este film fue premiado en Mar del Plata, Amiens y Leipzig, y viene de ser exhibida en Venecia, Doha, La Habana, Málaga entre otros festivales. Algunos de los espectadores en un punto se encontrarán identificados, cuántos de ellos pensaron ir a vivir al campo y dejar un poco la locura de la ciudad, buscando un poco de tranquilidad, tener caballos, gallinas, entre otros animales, cosechar algo y que sus hijos se críen en ese lugar. Los protagonistas de esta historia tienen esa idea, compran una casa en el campo, este matrimonio Elisa (Fonzi) y Santiago (Sbaraglia), tienen una pequeña hija de 18 meses Matilda (Matilda Manzano), con el fin de instalarse y vivir rodeados por una bella naturaleza. Todo cambio tiene sus complicaciones, puede llegar a ser desequilibrante; aquí vemos a Santiago haciendo planes constantemente para mejorar la casa, porque esta necesita varios arreglos y se encuentra algo deteriorada. En todo momento intenta poner buena onda, busca sociabilizar con las personas del lugar y ansía integrar a su familia al lugar. Elisa en cambio se siente intranquila, insegura, perturbada, llena de miedos. Se la ve nerviosa, y esa casa para ella comienza siendo fría, lúgubre y algo oscura, en un principio se encuentra preocupada por su pequeña, después la inquietan los ruidos del lugar, en medio de la noche escucha el viento, el rugir de la madera, sonidos de pájaros, las hojas de los arboles, entre otros, y es cuando comienzan a aflorar acontecimientos que tenía muy escondidos. La historia transcurre con un bosque alrededor de la casa. La sólida dirección de Hernán Belón que además escribió junto a Valeria Radivo el guión, va creando estupendos climas, con toques de suspenso, hay cierta melodía en las imágenes ya desde la portada, hay momentos llenos de ternura, está muy lograda: la dirección de arte, fotografía, sonido y montaje. La película es un drama psicológico, El campo es otro de los personajes, este lugar puede hacerles sacar lo más oscuro, lo más salvaje de cada uno, una noche de caza puede llegar a ser un gran detonante, y ciertas experiencias no siempre son placenteras. Goza de muy buenas actuaciones y los protagonistas tan solo con miradas y gestos pueden llegar a transmitir más que cien palabras.
Anexo de crítica: -En su paso por la ficción, Hernán Belón (Sofía cumple 100 años y Aluap) toma como punto de partida el sutil resquebrajamiento de una pareja joven que busca recomponer en el afuera para no indagar sobre el adentro donde se tensan aquellos nudos invisibles que vinculan a las personas antes y después de quebrarse; las ligaduras a los sueños ajenos para evitar la soledad o el fracaso al no tener claro lo que se desea.-
Una pareja bajo influencia Debutante en el terreno de la ficción (hasta ahora había realizado tres documentales), Hernán Belón sorprende en El campo, un film que trabaja sobre la dicotomía campo/ciudad y que aborda el conflicto de pareja con grandes recursos cinematográficos y dos actuaciones sobresalientes. Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia interpretan a ese matrimonio joven, con su pequeña hija de año y medio, que decide dejar atrás la ciudad y comprar una casa rural para criar a su pequeña en un entorno tranquilo. Sin embargo la calma campestre hará que sus conflictos de pareja se agraven y comience a acelerar el desgate de la relación. Con un buen trabajo de fotografía, la película de Belón apunta a narrar de manera pausada, pero firme, cómo poco a poco la química de la pareja se va desgastando con el correr de los días en el campo. Con un manejo magistral de la puesta en escena, de la tensión, la disconformidad y las sensaciones encontradas, el film se construye en base a la brillante tarea de los protagonistas: Sbaraglia vuelve a confirmar su gran talento actoral y Fonzi realiza una de sus mejores labores, construyendo un personaje conflictuado y miedoso, de una forma gratamente sorprendente. Si bien lo que sobresale en El campo es su acertada construcción narrativa y sus climas bien dosificados, hay que reconocer que los resultados no serían tan redondos de no tener ese minuto final en el que todo se resignifica. El desenlace, sin diálogos, le da un sentido y entidad a todo lo narrado anteriormente: gracias a él es que comprendemos el complejo entramado que existe detrás de esta simpe historia. El campo tiene un cierre notable y es el detalle que termina por redondear una película más que interesante.
Reconozco que "El campo" me costó. Llegué a sala sin haber leído nada de prensa (saben que prefiero que me sorprendan) aunque presentí que iba a ver un thriller psicológico, por la gráfica y lo poco que me había llegado. Me equivoqué, esta primera ficción de Hernán Belón es un relato sobre la pareja, la paternidad y la adaptación a lugares potencialmente hostiles. Convengamos, no porque el medio rural sea un enemigo natural, sino porque para quienes vivimos en las grandes ciudades, las características que adopta la vida en lugares alejados y abiertos, supone complicaciones. La historia arranca con la llegada de Santiago (Leonardo Sbaraglia) y Eli (Dolores Fonzi) a una casa, en el medio de la nada. Bueno, no es tan así. Pero parece! Su arribo se produce de noche y la oscuridad del lugar shockea bastante. La vivienda lleva 5 años deshabitada y se nota. Hace frío y la pregunta no se hace esperar: por qué están ahí? Tienen un hija, Matilde, que no llega a los 2 años de edad y a la que los dos se dedican mucho (se ve que entró en la etapa deambuladora y hay que prestarle mucha atención). Podemos decir (además) que percibimos distintas expectativas hacia lo que esta mudanza representa y una manera de enfrentar las eventualidades que no los muestra sólidos como familia. Hay ruidos, externos e internos (se imaginan la paranoia en un lugar así, tan aislado) en cada uno de los protagonistas. Es cierto que comenzar a encarar la reforma de la casa es tarea ardua, pero más allá de eso, Eli elige disentir con muchas de las decisiones de Santiago... Seguido. La convivencia se complejiza cuando los días pasan y la adaptación no se produce... "El campo" relata con cuidado detalle el devenir de los hechos en la pareja, focalizando la mirada en lo vincular. Aunque sin dejar de lado el marco donde se da, es decir, el espacio rural que funciona como medio donde se mueven los protagonistas. Es cierto que la atmósfera importa, pero no hay que dejarse atrapar por ella: lo importante se da en la intimidad del matrimonio: es ahí donde hay espacio por explorar. Dentro del mismo, hay índices que ayudan a entender la naturaleza de cada discusión... Las actuaciones de Sbaraglia y Fonzi son impecables. Sin ellos, no se podría contar esta historia. Su química es desbordante y el imán que generán desde la pantalla sostiene el metraje para quienes no están acostumbrados a este tipo de peliculas. Es cierto que Belón sabe transmitir y cuenta con un equipo técnico de primera, en el que se destaca la dirección de fotografía, central para retratar el ámbito donde esto los hechos se suceden. En el debe, la película se toma un tiempo excesivo para narrar ciertos eventos, en los cuales el espectador es capaz de anticipar la resolución. También hay un desgaste en esta "espera" que el público "tradicional" sufre, quien aguarda una direccionalidad que a la larga el film no le va a dar...(es decir, muchos elementos utilizados -la señora mayor de presencia oscura, por ejemplo-, se corresponden con otras asociaciones de género). "El campo" es un película que (definitivamente) hay que ver libre de influencias y que cobra fuerza si lo ves, como un complejo drama familiar, antes que cualquier otra cosa.
Los extraños No tuve oportunidad de ver las películas anteriores de Hernán Belón, pero todo parece indicar que el director se decidió a dar un golpe de timón para inclinarse esta vez por una variante que no es difícil asociar con ciertas formas de un cine que a falta de un nombre mejor podría denominarse, con la aplicación de las comillas que se quieran, contemporáneo. Un matrimonio joven aterriza con su pequeña hija en algún paraje en medio del campo de la provincia de Buenos Aires. La falta de detalles reconocibles a simple vista para cualquiera que no pertenezca a la zona no parece una casualidad: Belón postula de manera contundente el carácter esencialmente ajeno de ese lugar perdido. Cuando durante el primer minuto de película la familia llega en mitad de la noche, la casa rechina, parece quejarse, produce sonidos como los de un animal herido. La mujer se muestra desde el vamos reticente y amarga mientras el hombre despliega un entusiasmo en el que se adelanta ya el fervor de una contienda futura, el campo de batalla en el que dos personas se vuelven progresivamente desconocidas una de la otra. La película esgrime casi siempre una discreta elegancia en su vocación por no saturar el relato con un sistema de señalización sumario, en el que el malestar salte como una fiera sobre la atención del espectador. De a poco, como conducida lentamente a través de una corriente secreta, empieza a tomar forma la sensación de que la casa, pero especialmente el lugar en general –el campo, justamente, esa entidad tan imprecisa como dada por hecha– es un estado mental, diferente para cada uno de los integrantes de la pareja según una percepción intransferible donde se pone en juego todo un mundo de aspiraciones, voluntad, recuerdo y pesadilla. El campo es en la visión del director un espejo interior mediante el cual el matrimonio mide fuerzas hasta ese momento insospechadas, afila sus armas y vela inclinado sobre la propia perplejidad frente esa criatura extraña que resulta ser nada menos que el que yace a nuestro lado. La película traza el mapa nocturno de una pareja en crisis de un modo que no tiene casi antecedentes en el cine argentino reciente. Dos o tres escenas eróticas puntúan el relato y parecen establecer de manera definitiva la confrontación sorda de los protagonistas, arrojados desnudos a una tierra yerma en la que los proyectos íntimos buscan imponerse uno sobre el otro pero que terminan constituyendo, acaso, una condena vuelta de golpe sobre el propio contendiente que cree haber ganado (la mujer se siente arrastrada por su marido a ese destino alejado, pero el hombre triunfante entiende pronto que operó con fuerzas que ahora no sabe del todo cómo manejar). El director describe el sexo como un escenario donde reina una suspensión melancólica, una cesión provisoria de la voluntad desde la cual se emerge sin embargo con una insatisfacción y un encono mayores aun: de ahí que los agonistas regresen al frente de batalla con un impulso nuevo y una ansiedad fortalecida por saber quiénes son para sí mismos y para los demás. Belón filma primeros planos inquietos y se preocupa poco por capturar la amplitud del paisaje que rodea a los protagonistas, como si se tratara en verdad de una emanación nerviosa y en carne viva salida del cerebro de los personajes. Por eso sorprenden y molestan algunos de sus parlamentos, sus bruscos desajustes y defecciones en los que el sentido parece querer imponerse como una condición necesaria del guión para optimizar la legibilidad plena de la película. Por momentos El campo acusa caídas de tensión tremendas: la presencia de una mujer mayor que irrumpe en la casa, perturba al personaje de Dolores Fonzi y ofrece luego instrucciones acerca del carácter inevitable de la vida, refuerza innecesariamente el costado metafórico menos eficaz de la película y diluye en parte la atención con el esbozo poco convincente de una subtrama reparadora. Algo parecido ocurre con el detalle de truculencia inocua de la liebre preñada. Por el contrario en sus mejores escenas, en sus destellos más logrados y genuinos –la secuencia del baile en la fiesta del pueblo que concluye con una caída anunciada desde arriba de un toro mecánico por parte de Fonzi es admirable–, El campo prescinde de subrayados y se dedica en cambio a establecer una especie de terreno minado de inquietud y aspereza. Belón se mete en el juego de la pareja a punto de quebrarse y que amenaza con arrastrar en su temblor y tambaleo todos los signos del mundo circundante. Su deuda con el cine de la disolución progresiva –esa tara moderna, o mejor ese fetiche que acompaña la conciencia y la sensibilidad modernas– es notable, como el de una lección aprendida y asimilada con aplicación. Pero la película se las arregla para disponer de un arsenal propio y particular, un dispensario de energía capaz de maniobrar entre la autonomía y la concesión debida al texto madre. Belón hace una película distintiva en el panorama del cine argentino actual y consigue un triunfo nada desdeñable, a espaldas de la originalidad absoluta pero con la convicción suficiente para imponerse sobre sus deslices con una rara autoridad.
Una pareja en una situación límite. El proyecto de él de mudarse a una casa de campo, la docilidad furiosa de ella, los dos frente a la paternidad sin poder resolverlo. Unidos por el deseo, separados por la desorientación. Con un buen trabajo de Leonardo Sbaraglia y la presencia fuerte de Dolores Fonzi. El debutante Hernán Belon maneja con muy buen criterio estético una película con aciertos y algunas vacilaciones y reiteraciones.
Si alguien se pregunta cómo sería un film de suspenso o de terror sobre algo bien arraigado en el alma argentino, la respuesta podría ser El Campo. Que carece de escenas fantasiosas, que quede claro: el terror es parte de lo que los personajes experimentan. Aquí es una pareja (Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia, muy justos y sin desbordes injustificados ambos) que cumple aquella fantasía de dejar la ciudad por el campo. Pero los problemas del traslado generan tensiones, y las tensiones enrarecen, poco a poco y hasta llegar a la violencia, la relación entre ambos y con su pequeña hija, que pasa de ser una felicidad a una molestia. La mayor virtud de Hernán Belón en este debut en el largo de ficción consiste en evitar la sorpresa: justamente, en dosificar las acciones y los gestos de modo tal de generar un clima enrarecido y temible de modo creciente hasta envolver al espectador en una situación anómala y casi irreal. Una película de una sequedad notable.
LA IMAGEN Y EL SONIDO Sobre lo verdadero Hay hechos gratificantes en la vida. Uno de ellos, quizá uno de las más placenteros, es la sorpresa. El acto de verse sorprendido por un factor externo a uno renueva y revitaliza- resulta una bocanada de aire fresco. Y cuando este aire fresco se encuentra encapsulado en el vehículo de una película, la sensación de sorpresa es aún mayor. Como es sabido, hay fórmulas detrás de todo, estrategias que se utilizan para optimizar procesos; es entonces que debo recomendar un método. Ir a ver El campo sin comentarios previos, sin referencias. Ir y entregarse a lo que vemos, dejarnos llevar. Sin ver trailers, sin leer críticas, sin leer entrevistas. Todo eso vendrá después. Hay un ritmo y una cadencia notables impregnados en el film, y esto se potencia si no sabemos hacia dónde vamos, si no tenemos ni la más remota idea de si El campo se trata de un film romántico, de un drama, de una película de terror o de una mezcla de todas. Antes de entrar a la sala, no había visto ninguna película de Hernán Belón; luego- ahora- es un director al que pienso seguir. Leí que ha dirigido un par de films documentales, y de que El campo se trata de su primer largometraje de ficción (en este caso, al igual que con El tango de mi vida, el guión fue co-escrito con Valeria Radivo). La mano ajustada con la que lleva a cabo la acción, los tiempos que maneja y la tensión que logra transmitir dicen otra cosa. Hablan de alguien con una precisa visión de qué contar, y de un ojo entrenado para narrar magistralmente con recursos mínimos- un poder de síntesis que resulta llamativo y reconfortante en el panorama actual. Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia, muy sólidos en sus respectivos papeles. En la superficie, el relato es sencillo: Santiago (personificado por Leonardo Sbaraglia) y Elisa (Dolores Fonzi) son un matrimonio que viaja junto a su hijita Matilda a una casa ubicada en el campo, con la intención de asentarse allí y comenzar una vida en familia. Así, intentan instalarse en aquella antigua casa y adaptarse al ambiente del campo y a la vida de pueblo, con todo lo que ello conlleva. A medida que nos adentramos en el film comprendemos que en esas dos personas (en el espacio entre las dos) hay incomodidad y lejanía, y que lo creímos que era una relación estable es en realidad un grito desesperado. De esta manera, El campo logra tomar un tema harto visto y renovarlo, escapando a cualquier convencionalismo y previsibilidad. Su condición de rara avis tiene base en su capacidad de fundir sus excelentes recursos formales en un retrato homogéneo, sólido, sin desequilibrios, cargado de una intencionalidad clarísima que hace imposible que el espectador permanezca ajeno. Nos arrastra junto con su relato- logra, como si se tratara de una gran sinécdoque, mostrarnos apenas una parte y significarlo todo. En este poder de síntesis es en donde se ve, como mencionamos antes, el poder de un muy buen film: su densidad es indiscutible, y en lo profundo de su esencia es sumamente compleja. Vemos a un padre que juega con su hija, a una madre que baila borracha en una peña, a un auto semienterrado en el medio de un camino, pero comprendemos mucho más. Con una gran carga simbólica, El campo nos señala grandilocuentemente acciones y hechos mientras por detrás, mediante diversos elementos audiovisuales, nos susurra su verdadera intencionalidad. Ya desde el comienzo, desde el primer encuadre, esto está claro. Se trata de un primer plano de Elisa sentada en un auto, con la mirada perdida en el horizonte. El plano cerrado implica una mínima profundidad de campo: ella se encuentra a izquierda de cuadro, y a su lado, de fondo, vemos la silueta de un hombre fuera de foco. Desde este instante comprendemos que el relato, aunque más no sea por el momento, se centrará en Elisa. Será su percepción la que predomine, no la de su marido, el hombre del fondo, fuera de foco, desdibujado. A lo largo de todo el film, la puesta en cuadro es minuciosa y precisa, el uso de la cámara jamás se torna monótono. Se desliza mediante travellings, cámara en mano, o fija (creando, en este último caso, escenarios de gran belleza, explotando al máximo posible la naturaleza que rodea a los protagonistas), logrando ensalzarse con sus planos pero, de alguna manera mágica, sin caer jamás en el regodeo visual. Hay, sin embargo, una constante que pareciera regir el emplazamiento de la cámara: en la mayor parte de los planos, la misma se encuentra alejada físicamente de la acción (ya sea un plano general o un plano más cerrado) y en gran parte de los mismos media, entre el personaje y la cámara, un objeto, ya sea una silla, el marco de una puerta o una ventana, que impone distancia, que nos separa (aunque más no sea con un filo al borde del plano) de los protagonistas. Casi como si estuviésemos mirando algo a escondidas- un constante reencuadre- inmiscuidos en una vida que no es la nuestra, presenciando lo privado de una pareja. Como inmiscuida en la vida de los personajes, la cámara se dedica a retratar con excelencia esas escenas conyugales. El sexo es retratado sin pudor, sin interferencias en el cuadro, porque allí, en esos momentos (esto lo iremos descubriendo a medida que se desarrolla la trama), es en donde menos comunicación hay entre los personajes. Cuando la acción se desarrolla afuera, en el campo, los árboles invaden la escena, hacen que nos perdamos parte de los recorridos de las acciones. Y todo con esa tonalidad lavada y contrastada que caracteriza a la fotografía de El campo, característica de ese clima nublado que invade al film, y que logra no resultar tedioso en ningún momento. Otro factor de gran importancia dentro de El campo es el sonido. Nuevamente, este recurso está implementado con intencionalidad: claramente se erige un objetivo y, en parte, lo logra. Y digo en parte porque con el sonido me pasó algo que no me sucedió con la fotografía: por momentos lo sentí demasiado presente, demasiado cercano, y por más que esto fuera intencional (como lo es), me produjo una cierta distancia con la película. Me alejó de los climas que lograba crear por su evidencia en querer mostrarnos un determinado foley, en querer hacernos ver la intención detrás de cada sonido; por momentos parecía que importaba más la decisión que el hecho. Allí en donde la fotografía fluía en conjunto con el film, el sonido presentaba sus trabas, se ocupaba demasiado en hacerse notar, y algunas decisiones estilísticas no fueron de mi agrado, sobretodo en un tema de planos sonoros (y por momentos el doblaje era evidente, lo cual también contribuyó a mi distanciamiento). Aún así, dejando de lado este detalle, tiene pasajes muy bien creados, y ciertas atmósferas que construye resultan sobresalientes. Y, al igual que la fotografía, presenta una constante, algo que hace evidente la marca de estilo: su función de precursor de la acción. El sonido funciona como disparador de lo que sucede; o mejor dicho, lo que sucede se anticipa (y anticipa al espectador) en el sonido. A lo largo de todo el film, primero escuchamos y después vemos, primero escuchamos a los cerdos y luego los vemos comiéndose los cultivos de la huerta, primero escuchamos el estruendo de los platos rotos y luego vemos a la anciana frente a Elisa, primero oímos el llanto de Matilda y luego la vemos regresar llorando. Es casi como si el sonido guiara a la cámara, como si le señalase qué filmar y qué no. Esto presenta su clímax a nivel narrativo hacia el final, cuando esos sonidos que Elisa escucha en su casa tienen su desenlace en la acción- todos esos sonidos a lo largo de las diversas noches no eran otra cosa que una gran premonición. Es en este momento en que la tesis cobra forma y subraya su intencionalidad. La música utilizado (piezas lentas en piano) resulta correcta, acompaña bien la acción. En ningún momento desentona, sino que logra una mayor unidad en el resultado final. El acto de correr. Elisa corre en dos ocasiones, la primera vez escapa de algo, la segunda corre hacia algo. Hay que mencionar, no por costumbre sino porque de veras valen la pena, las actuaciones de los tres protagonistas. La pequeña Matilda se lleva todos los aplausos, posee un carisma que es incapaz de reproducir por ser tan innato, tan natural. Es una de las bases de que el film funcione, teniendo en cuenta lo complicado que puede resultar el hecho de filmar con una niña de tan poca edad. Y en cuanto a Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia, resultaron, al menos en mi caso (debo admitir que entré a al sala con cierto prejuicio), una gran sorpresa. En sus actuaciones hay una naturalidad increíble, casi subyugante, completamente lograda. Casi no tienen fisuras; les creemos desde el comienzo que son lo que dicen ser, y este es uno de los grandes logros del film. También resalta muchísimo Pochi Ducasse; le imprima una fluidez a un personaje ya desde el vamos complicado. En este aspecto se ve claramente que detrás de El campo hay un muy buen director, alguien que sabe guiar a los actores, marcarles el camino para que se desarrollen. Alguien que sabe transmitir. Porque eso es lo que logra El campo. Transmite, y mucho. Logra, en la primera parte del film, guiarnos en la visión de Elisa. Así, cuando Santiago se va para Buenos Aires, el film toma otro aspecto, lo que vemos es distinto. Esto es porque, desde los recursos que mencionamos, se imprime en la película una visión, un reencuadre muy determinado, sujeto a mutaciones a lo largo del film. Justo antes de esa acción habíamos presenciado un cambio de eje vital en la estructura de El campo: el momento en que Santiago acepta ir a cazar y deja a Elisa sola en la casa con Matilda. A partir de aquí, cuando nos vamos con ambos hombres en su camioneta, el film toma un tinte distinto. Ya no es Elisa la referencia de los sucesos. Cuando Santiago vuelve, ella se encuentra en la cocina. Primero, oímos el sonido de la puerta (el sonido como anunciante). Luego oímos a Santiago. Y luego vemos al conejo, inerte, colgando de sus manos. Esta secuencia, de gran importancia a nivel del relato, y de gran carga simbólica, funciona como punto de quiebre. Santiago comienza a despellejar al conejo, y se entera de que se trataba de una hembra preñada. Asesino de madre e hijo. Al momento de enterrarla, decide, en vez de hacer esto, arrojarla a un costado. Luego de esto se da la pelea. La discusión. La crisis expuesta, evidente. Por eso, con su ida a Buenos Aires, el aire del film es distinto. Y verdadero. El campo es verdadera. Tan verdadera como las naranjas que Elisa recoge de un árbol y los recuerdos de su infancia. Tan cierta como el sonido de una hamaca o un limpiaparabrisas. Tan palpable como las hojas pegadas al suéter de Santiago luego de jugar con su hija, revolcándose en el pasto de algún parque olvidado (y ahora recordado).
Publicada en la edición impresa de la revista.
Con una pareja protagónica de gran expresividad, El campo es un film nacional de sólida manufactura que logra atrapar al espectador, aún adoleciendo de una clara línea narrativa. Su trama está sostenida por buenos diálogos, logradas situaciones dramáticas e intensos climas, aciertos que sin embargo no desembocan en un conflicto argumental concreto. El problema esencial que presenta la película, con su sucinta historia de una pareja urbana y su nenita que se mudan al campo de un tirón, es el hecho de plantear amagues genéricos que no se cristalizan. Porque el cineasta Hernán Belón, en su primer largometraje de ficción, apela a recursos del suspenso y el terror que no tienen mucho que ver con las intenciones generales de la narración y que no se sustentan. Belón, con dos excelentes trabajos previos como para mencionar como el histórico cortometraje de los 90 Aluap y el formidable largo documental Sofía cumple 100 años, consigue de todos modos una gran semblanza psicológica de una pareja en crisis. Un párrafo aparte merecen las espléndidas tareas de Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi, él exacto en cada mirada y cada frase y ella enigmática y de gran energía gestual. La niña Matilda Manzano es un prodigio, mérito atribuible a la coach infantil María Laura Berch.
Amen de las loables labores de Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi, la historia planteada tiene, a mi criterio, dos grandes inconvenientes que merman la buena recepción del film. En primer lugar, resulta demasiado elemental el tratamiento rítmico del relato: se entiende que la placidez rítmica y cansina de las acciones y los sucesos están vinculados, o pretenden estarlo, con una vida más relajada, menos estresante, etc. Esta literalidad entre contenido y forma consiste en que, con el objetivo de mostrar que la protagonista se aburre porque allí no pasa nada y el tiempo se detiene, el enunciador ha decidido que su estrategia narrativa sea la de identificarnos con ese estado emocional: el aburrimiento. El espectador debe vivir el mismo tedio que la protagonista. Pienso que como estrategia no sólo es elemental, sino fundamentalmente ineficaz desde el punto de vista del fenómeno de la expectación cinematográfica. Por otro lado, uno de los pocos elementos de interés del relato, la relación con la casera, concluye apenas se inicia por la muerte de la mujer. Del mismo modo el film decide dar por terminado el relato precisamente cuando empieza a ocurrir algo significativo desde la perspectiva de los personajes, y esto sin justificación dramática alguna. Estos componentes son precisamente los que podrían haber levantado la película y reforzado su dramaticidad, y el hecho de que el enunciador haya decidido dejarlos sin efecto, más allá de un vistazo, resulta inexplicable. En segundo lugar, el conflicto no termina de consustanciarse porque el diseño narrativo de los personajes es demasiado pobre y superficial: no conocemos las razones que han llevado al protagonista a querer mudarse a un escenario tan diferente de su cotidianidad, ni mucho menos cómo es que su mujer ha aceptado acompañarle siendo que casi desde el inicio se muestra insatisfecha y desgraciada. Esta ausencia de contexto impide que el drama se encarne de modo verosímil y que se pueda profundizar.
Donde la maleza crece libre "El Campo" es una película que a pesar de su eslogan "A veces hay que salir para volver a encontrarse", habla en realidad sobre el desencuentro con el otro, quizás encontrarse con el verdadero "yo", pero definitivamente sobre las diferencias con el otro como parte ¿complementaria? de la vida de una persona. Santiago (Leonardo Sbaraglia) y Elisa (Dolores Fonzi) se están mudando al campo con su hijita, él con muchas pilas y ganas de construir la vida perfecta que venden esos folletos de countries nuevos, mientras que ella se muestra media reacia, desconfiada y con reservas a comenzar una vida campestre. El problema no es el desacuerdo sobre vivir o no en el medio de la nada con chanchos e insectos que ofrecen una verdadera orquesta nocturna, sino que el nudo de la cuestión está en verse el uno al otro de manera obligada sin ruidos y distracciones citadinas que desvíen los pensamientos que se producen, tanto los buenos como especialmente los malos. En el campo la maleza crece libre, los mismo sucede con los aspectos inconclusos de esta pareja que comienza a tener que vivir realmente con el otro, descubriendo egoísmos, carencias, agendas propias y lados oscuros que muchas veces uno quiere enterrar en lo más profundo del ser. No es un film fácil de enganchar, pero si te dejás llevar vas a poder vivir un cine que transforma al espectador, al menos durante una hora y media, y lo mueve emocionalmente por las pobrezas humanas. Si te cerrás quizás pienses que se trata de dos forros de ciudad medio egoístas que no saben vivir como pareja funcional y probablemente te aburras bastante, ya que la fotografía, la edición de sonido y los planos están preparados para hacerte sentir la incomodidad y la alienación de la protagonista Elisa, que va volviéndose más paranoica con cada minuto que pasa. Una peli para explorar esos aspectos internos que muchas veces están anestesiados por el efecto "metrópolis", pero que cuando florecen golpean el ser al punto de no poder volver nunca más hacia atrás.
Entre la calma y la tormenta interior Lejos de un entorno apacible y bucólico, este nuevo film de Belón nos interna en un progresivo conflicto emocional, a partir de un traslado que, en principio, se piensa como la apuesta a la concreción de un cambio de vida. Ambito mítico y legendario, espacio y extensión geográfica, escenario de tantas historias que transitan gran parte de la historia de la literatura, sea en su manifestación oral o escrita, la figura de El Campo ha activado toda una serie de imágenes en el orden de lo social. Y particularmente para el hombre de nuestro tiempo, el que vive movido por el torbellino y las urgencias del frenético ritmo cotidiano, el que se mueve en ese mundo urbano de la gran ciudad, el espacio abierto del campo, el que se dibuja más allá de cierta frontera, reviste esa atmósfera de armonía y placidez que ya cantaron los antiguos poetas latinos y los poetas renacentistas. Pero a diferencia de toda visión que un cine de paleta costumbrista podría llegar a ofrecer, este nuevo film de Hernán Belón (el primero fue "Sofia cumple cien años", una historia del 2009 que desde su personaje permite revisitar a varias generaciones desde perspectivas históricas y sociales) nos interna en un progresivo conflicto emocional, a partir de un traslado; que, en principio, se piensa como la apuesta a la concreción de un cambio de un vida. En la vida de esta joven pareja de mediana edad, de Elisa y Santiago, padres de Matilda, quien ha cumplido ya el año y medio, hay una zona en la que se evidencia cierto desgaste y fisuras. En la nueva vieja casona, semiperdida; en ese paraje, soñado por él, la opacidad de una luz se volverá presencia constante, desde la perspectiva de ella, excepto en los momentos de gran intimidad en donde la calidez los abraza y abrasa como en tiempos idos. Pero en ese presente hay silencios y vacíos. Y en ese alejado nuevo territorio todo parecerá agigantarse. Desde el punto de vista de Elisa el relato vas tomando dimensiones amenazantes. Y mientras que para él, ese es el lugar que tanto lo identifica, sus animales y los juegos de cacería; para ella siempre hay algo diferente,inquietante, que acecha. Desde sus miedos, temores, vacilaciones, los sonidos del medio ambiente se amplifican hasta provocar extremos grados de angustia. Despojado, con un trabajo de montaje que tiende a presentar una naturaleza que roza una configuración abstracta, el film de Hernán Belón diseña una concepción dramática de todos los niveles organizativos del discurso fílmico, en los que las presencia igualmente del trabajo del sonido permite caracterizar la perspectiva vivencial, la prolongación de estados de ánimo, esa tensión que se prolonga como un eco. Señalábamos en el primer párrafo, como marco de esta crítica, que si algo se asocia al vocablo campo es ese epíteto que se conoce e identifica como lo bucólico. En las imágenes más reconocibles, así se lo presenta. Desde otro lugar, es decir desde una mirada interior, y desde la exploración de sus personajes, desde otra orilla, este film se atreve a quebrar con este modo de percepción y a reformular las lecturas ya instituidas. A lo largo del film, hay situaciones en la que pequeños hechos cotidianos devuelven otro rostro. Y aquí su realizador presenta esa huella de los grandes maestros. Podríamos pensar que allí, en esos minutos de tensión, donde parece que algo terrible va a suceder, sin que ningún tipo de efectismo se manifieste, están las voces de Fritz Lang, Alfred Hitchcock y el mismo Roman Polanski. En esos contados momentos, como los que tienen lugar en el paseo en el río o bien en el momento en el que van a ese lugar del pueblo vecino, en el que, esa noche, se celebra un baile. O lo que representa para Elisa, la llegada abrupta, sin anunciarse de la vecina, esa anciana mujer, que comienza a despertarle sospechas. Una doble visión de esa realidad, de ese lugar, de ese ámbito, es la que nos permite este film que, desde su título, El Campo, juega con la tradición de un imaginario que va abriéndose a los miedos, que va agrietando lo que apenas se insinuaba y se pretendía enmascarar y en la que tanto los temas del viaje y del espacio no sólo son realidades en sí misma, sino que al mismo tiempo, nos permiten descubrir aspectos simbólicos y proyectar interrogantes. En una entrevista realizada a su director, en la que narra ese acercamiento a estos lugares rurales desde los días de la infancia junto a su padre, cuando iban a cazar y pescar, podemos ver que desde su deseo, a la hora de transmitir su imagen y su visión sobre el campo funcionara como "El corazón de las tinieblas".
Publicada en la edición digital de la revista.
Cantando bajito me voy para el campo Eliza (Dolores Fonzi) y Santiago (Leonardo Sbaraglia) van en un auto, junto con su hija en el asiento de atrás. Conducen de noche por una carretera hasta llegar a una casa de campo. Abren la tranquera y parecen haber llegado al punto de destino. ¿Descanso del stress de la ciudad por unos dias? ¿Un fin de semana (largo) lejos de la rutina? ¿Visitarán algunos amigos? A la siguiente escena nos daremos cuenta que no pasa nada de eso. Pareciera que Santiago y Eliza están transitando ese momento preciso en que quieren dar una vuelta de página, arrancar nuevamente su historia ahi, en esa casa de campo que compraron por algunas fotos que vieron y se lanzaron a la aventura. Una casa completamente alejada de todo. Algo que a primera vista se presenta como idea para poder empezar de cero. El guión de Hernán Belón y Valeria Radivo elige contarnos la historia, desarrollando diferentes situaciones de la pareja -los vinculos de cada uno con su hija, su intimidad, la llegada al lugar, sus inquietudes- pero sin poner demasiadas palabras para dejar expresamente citado nada. Es básicamente el gran mérito de la película, el hecho de ir entretejiendo muy sutilmente el entramado de esta pareja a modo de un collage con las sensaciones de cada uno de ellos. Cómo perciben el lugar, la casa, el nuevo entorno, este nuevo territorio en el que comienzan a jugarse situaciones nuevas y otras ya muy conocidas por ambos se reviven, sólo que en un nuevo escenario. A primera vista, para Santiago, todo parece ser para mejor. Es imposible que este proyecto haya sido generado sin su fuerza. Y aún cuando la casa está completamente abandona, con muchos arreglos para hacer, poco acogedora sobre todo para ir en una época de invierno y con una criatura, aún cuando el ambiente no parece ser el adecuado, su interés por apostar a ese nuevo proyecto como salvataje es evidente. Hace grandes esfuerzos por convencer a Eliza que será lo mejor para ellos. Eliza -que es claramente el personaje al que el guión atiende constantemente y sobre el que recarga el peso de la trama-, por su parte, deposita en esa casa todos sus miedos, su ambivalencia, sus imposibilidades, su inseguridad. Para Eliza el campo se presenta agresivo, salvaje, un terreno plagado de incertidumbre. Y hasta los vecinos que puedan llegar a acercarse (un interesante trabajo de Pochi Ducase como la vecina) le plantean una desconfianza, llegan a desestabilizarla, la enfrentan con sus partes más oscuras. El aire que se respira en "El Campo" es un aire de tensión, casi de peligro permanente. En cualquier momento alguna de sus criaturas pareciera que van a ser surcadas por la tragedia y eso es lo que mantiene en vilo al espectador. Se respira un aire enrarecido, un extraña violencia -que pareciera ya conocida por la pareja en su manera de vincularse- que se desata solapadamente en algunas situaciones, aún cuando en la superficie y en algunas otras escenas, pareciera que reina la armonía. Dosificando los elementos que muestra y en función a que cada espectador pueda ir armando con su propia mirada ese nuevo mapa, el guión y la dirección de Belón tiene un fuerte apoyo en dos actuaciones impecables. Leonardo Sbaraglia como Santiago transmite esa fuerza de encarar un nuevo proyecto, de salvar sus afectos y darle curso a su vida aún cuando percibe que quizás pueda estar equivocado. Construye a Santiago con esa violencia contenida frente a algunas cuestiones con Eliza mientras y a su vez, un hombre que despliega muchísima dulzura en el vínculo con su hija (son realmente notables algunas miradas y gestos de Matilda Manzano en algunas escenas que comparten). Pero el lucimiento, con mayores matices -como ya fuera apuntado desde una mirada más compleja que le aporta el guión-, con muchos más repliegues, con una constante ambivalencia es la Eliza de Dolores Fonzi en un punto de madurez como actriz, notable para su carrera. Temerosa en ese ambiente que le resulta sumamente hostil, que la angustia y la atrapa, liberada en sus momentos de "locura", sumisa ante la violencia escondida de los otros personajes se permite habilitar varios registros y todos los transita con mucha convicción y con un rostro sumamente cinematográfico que la cámara sabe destacar. Con un amplio recorrido por diversos festivales (Venecia, Settimana della Critica / Mar del Plata 2011, en Competencia latinoamericana Premio Feisal (Mejor director) / Amiens, Competencia oficial Premio especial del jurado y Premio Mejor Actor para Leonardo Sbaraglia / Flandes, Premio Mejor Sonido / Reikjavik, Selección Oficial / Muestra de cine Argentino de Leipzig, Primer premio (Mejor película) / Doha, Competencia Oficial / La Habana, Panorama Latinoamericano / Trondheim, Selección Oficial / Ultrech, Selección Oficial / Málaga, Competencia Latinoamericana) "El Campo" se convierte en un pequeño ejercicio cinematográfico notable, delicado. Una historia que permite varias lecturas desde la conquista de un nuevo lugar hasta la radiografía de una pareja en crisis que apela a esa casa, ya destruida, para volver a recomponerse. Y Belón logra transmitirnos toda esa complejidad ante la tomar de una (o más) decisiones de las que en el momento de tomarlas, parecen trascendentales.
¡Adiós cielo! Apartado de la placidez bucólica que un cine costumbrista podría llegar a ofrecer, las imágenes de “El campo” nos internan en un progresivo conflicto emocional, a partir de una mudanza con la que una joven pareja apuesta a un cambio de vida. Precisamente el film se inicia con el traslado de los protagonistas: Santiago (Leonardo Sbaraglia), Elisa (Dolores Fonzi) y su pequeña hija (Matilda Manzano), viajando en su auto hacia afuera de la ciudad, mientras la banda sonora alterna una música exquisitamente intimista con el ruido de la ruta. Los personajes se dirigen hacia una casa comprada por Internet, situada en la zona rural. El hombre exterioriza mucho entusiasmo y ganas de construir una nueva vida más en contacto con la naturaleza. La mujer, en cambio, se muestra desconfiada y su mirada huraña y retraimiento hostil indican que no está cómoda. La llegada en plena noche tormentosa a una casona mucho menos confortable que la entrevista en los folletos comerciales, ya anticipan que la experiencia va a estar lejos de las idealizaciones posibles de imaginar en torno a la vida campestre. Elisa se angustia, no sólo por la casa vieja, húmeda, inhóspita... sino por la soledad profunda, donde los ruidos, los animales y hasta una vecina entrometida toman para ella dimensiones amenazantes, replicadas por la imagen y el sonido ambiente. En un contexto donde no hay señal de celular, los silencios se agigantan y también las carencias y lados oscuros que habitualmente quedan tapados por el ajetreo estresante de las megalópolis. El centro poblado más próximo ofrece muy poco para las costumbres citadinas pero la pareja buscará salir e integrarse en una fiesta popular, también apelan al sexo más que a las palabras para sentirse menos solos aunque el problema no pasa tanto por el desacuerdo sobre vivir o no una vida retirada y rústica, sino que ese ámbito los hace mirarse el uno al otro y descubrir las diferencias que los separan. Exploración perturbadora En el film existe una inquietante indagación respecto de la frustración burguesa del sujeto de ciudad que al salir de su burbuja artificial no puede interactuar con lo salvaje. “El campo” no podría entenderse fuera del marco de lo psicológico y lo sociocultural, con una fuerte mirada de género que cuestiona, desde la protagonista, esa deliberada iniciativa masculina cuando se da por sentado que no queda otro camino que seguirla. Al respecto, hay dos escenas clave: una cuando él planifica tener un nuevo hijo y ella afirma que antes debe retomar su carrera interrumpida por el embarazo anterior. Y la otra, cuando Santiago se va de cacería y trae una liebre que finalmente él termina destripando afuera y descubriendo que está preñada. Tanto en la pareja urbanizada de Elisa y Santiago como en la de sus vecinos maduros, los caseros que viven en las cercanías pero que sí están acostumbrados a la rudeza de la vida en el campo, hay algo en común: la incomunicación. Elisa rechaza inicialmente a esa mujer para luego cambiar su visión al encontrar puntos de encuentro y hasta llega a confiarle su angustia. Pero queda claro que no quiere identificarse con ella, por lo que cuando este personaje desaparece, ella toma una decisión sin retorno y ahora es su marido quien la sigue, mientras se despiden con la pequeña niña de ese cielo y ese paisaje no hecho para ellos. Estéticamente, la película es irreprochable, con un gran trabajo del virtuoso director de fotografía Guillermo Nieto. Además de las destacables actuaciones de Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi. Sin embargo, la historia planteada tiene algunos problemas para una mejor recepción: en primer lugar, el tratamiento rítmico, con sus atmósferas densas que conspiran para la pura fluidez cinematográfica. La historia descarta factores que podrían haber reforzado su dramaticidad, dice muy poco de los personajes. Cuando empieza a ocurrir algo significativo, el relato se clausura abruptamente. Se escatiman demasiados datos, falta información. De esta forma, paradójicamente, la intensidad buscada en el despojamiento conspira contra la profundidad y los conflictos quedan en la superficie, en la incomodidad y en una excesiva frialdad o sequedad que se transmite al espectador.
Éramos tan felices... La opera prima de ficción del hasta ahora documentalista Hernán Belón es un filme con una premisa muy sencilla y que -quizás como todas las películas, en parte-, tendrá éxito entre los espectadores dependiendo de qué fibras intimas logre tocar en ellos con la historia que abarca. Al atravesar un buen pasar económico, Santiago, Elisa y su pequeña hija cumplen su sueño de irse a vivir al campo: compran una casa vieja en medio de la nada, se mudan y comienzan a ponerla en condiciones. Sin embargo, eso que parecía un sueño familiar, el ideal para los tres, comienza a mostrarse más cerca de un capricho de Santiago o de una idea que suena muy linda de pensar pero no tanto de realizar. A Elisa no le gusta tanto la rusticidad de la casa, la cercanía de los animales, el frío de la falta de calefacción, el campo, que ante todo se impone como inabarcable. La inesperada aparición de una vecina vieja y metiche complicará aún más la situación. Planteada por momentos como un filme de intriga o de suspenso, El campo no llega a cumplir en ningún momento con ninguna de esas sensaciones, sino que se dedica enteramente a describir y analizar los sentimientos profundos, las situaciones de pareja, la vida en compañía de otro, esa que nos hace elegir determinadas cosas o precindir de elecciones en pos de otro miembro de la familia. El campo no cuenta la historia de cómo la vida lejos de la ciudad nos transforma como personas, si no más bien de cómo un cambio de aires y perspectivas puede desnudar falencias que parecían ocultas o superadas en una pareja bien establecida. Sbaraglia y Fonzi se destacan obligatoriamente en este filme -especialmente porque aparecen durante el 90 por ciento del metraje- con labores muy sólidas y creíbles. A medida que avanza el relato y la relación de pareja se va complicando, los personajes se ven obligados a lastimarse, a forzar los límites para imponerse en una discusión x que en realidad representa a todas sus discusiones. Cada pérdida de los estribos de Fonsi y cada exagerada reacción de Sbaraglia son coherentes (acierto del guión) y logrados (acierto de los intérpretes y su director) e ilustran a la perfección el sufrimiento de los dos. Hernán Belón, un director con poca trayectoria, toma las riendas de su guión coescrito por Valeria Radivo y con armas muy nobles como una cuidada fotografía y una puesta en escena bien seleccionada, hace brillar un a historia profunda, contenida, realista que no necesita de grandes picos narrativos para buscar gustarle al espectador. Sin grandes pretensiones, sin giros rebuscados, cuenta esta historia de altibajos de una pareja enamorada que se va a vivir al campo. Hay veces que solo hace falta eso...
El film lleva recorridos media docena de festivales internacionales con premios a la pareja protagónica y al director. Elisa y Santiago, joven matrimonio con una nena, compran una casa en el campo y se establecen allí con la idea de mejorar su calidad de vida y sin las presiones que impone la ciudad. Para Santiago, es el sueño largamente acariciado. De inmediato, hace planes para reacondicionar el lugar, sale de caza, explora la zona con avidez. A Elisa, en cambio, se la nota nerviosa, exasperada, como no terminando de adaptarse al cambio. La nena llora fastidiada y la casa está lejos de parecerle confortable. Decididamente, no es lo que imaginaba. Ese campo le resulta extraño y amenazante. La tensión va en aumento y la pareja discute por cualquier cosa. El clima se torna violento, irrespirable. Nada está resultando como lo pensaron. En su búsqueda de novedades, encontrarán más de lo que pueden soportar. Notable trabajo de Dolores Fonzi.
Una enorme intensidad dramática Es la ópera prima de Hernán Belón en el cine de ficción, cuyo escenario casi excluyente es una antigua casa de campo, cerca de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Los protagonistas son Santiago y Elisa, casados y padres de Matilda, una hermosa niña de un año y medio. Viven en la ciudad, pero por iniciativa de Santiago compran esa casa de campo en busca de un remanso lejos de las neurosis urbanas y para comenzar un nuevo proyecto de vida. Esos personajes fueron interpretados con solvencia por Sbaraglia y Fonzi. Santiago es todo impulso, inclusive en el plano afectivo, mientras Elisa demuestra ser una mujer aún afectada por el embarazo y el nacimiento de su hija. Es hipersensible, ciclotímica y temerosa (el clásico miedo a lo desconocido), porque siente que el campo y la nueva casa no le reportan seguridad y más bien los observa como ambientes hostiles. El filme nunca explicita cuáles eran sus actividades anteriores y en qué consiste el proyecto laboral que pretenden desarrollar en el campo. De algo sí están convencidos: que la casa reclama urgentes refacciones. Para colmo el cambio de vida ocurre en pleno invierno. Aparte de un paseo por una laguna cercana y una salida nocturna al pueblo cercano, el relato centra la atención sobre la pareja, dentro y fuera de la casa. Cuando ella ya no puede ocultar su frustración, después de un inicio donde sobreabundan los besos y arrumacos, estallan las diferencias de criterio, que a su vez derivan en discusiones, gritos y esporádicas expresiones de violencia. Y todo eso agravado por la inoportuna visita de una vecina, anciana y solidaria, que produce rechazo en Elisa. Más que una historia de amor, el filme propone un relato sobre la construcción de una pareja. El campo fue la primera película interpretada por Fonzi después de haber sido madre y esa experiencia se introduce subrepticiamente en la historia, quizás a pesar suyo. Lo que sí aparece claro es que ninguno de los dos personajes tienen idea de lo que es el campo y la vida en ese ámbito. Tampoco la tiene el director. Y si se informó previamente, ese conocimiento no aparece traducido o proyectado en la película. La naturaleza puede resultar una amenaza si no se la sabe dominar. Y esto no es un juego de niños. ¿El campo es la historia de un fracaso? No exactamente. Es la historia de dos improvisados insertos en una universo desconocido, que los altera y conduce a un aparente callejón sin salida. La película ostenta una enorme intensidad dramática, incluso con algunas pizcas de terror psicológico. El espectador siente que en cualquier momento puede surgir alguna sorpresa o estallar la violencia. El relato se sostiene sobre una buena estructura narrativa y un excelente trabajo del fotógrafo Guillermo Nieto.