Deseo sin límites El desconocido del lago, la nueva película de Alain Guiraudie ( que puede verse hoy y la semana próxima en la Semana del Cine Francés-Les Avant Premières) tiene la habilidad de ser suave y provocadora a la vez. Sus planos extendidos nos permiten apreciar la belleza del lago silente, y que lejos de chocar, acompañan a la perfección la historia cargada de sexo que Alain nos presenta. Franck es un joven gay que cierto día descubre una playa nudista gay en un lugar paradisíaco de Francia; junto a ella el lago será el escenario donde este joven pasará sus vacaciones. Conoce allí a un hombre mayor heterosexual (el único que no va al lago a ligar) con quien entabla una amistad y relación de confianza cuasi fraternal. Allí Franck ocupará el exceso de tiempo libre y vacío charlas con este señor, y además en comenzar su obsesión por otro hombre, Michel, un hombre alto, fuerte y fornido con un cuerpo tan bello como deseado por varios habitúes del refugio veraniego, por quien desde un primer momento siente atracción incontrolable. Esta primera mitad de la película se desarrolla de forma lenta, los detalles visuales y narrativos están muy pensados y cuidados, brindando planos absolutamente bellos y armoniosos. Sin embargo todo cambia cuando Franck ve a su objeto de deseo cometer un crimen en pleno lago. A partir de eso, su deseo inconmensurable le hará frente a la realidad en peligro que él vive, pero la racionalidad perderá la batalla ante la pasión creciente entre ambos mientras la trapa policial comienza a hacerse presente. Si bien ésta es una película sexualmente intensa con un viraje argumental hacia lo policial: la temática de EL DESCONOCIDO DEL LAGO no es sólo sobre el sexo entre hombres, la pasión y el peligro. Desde su particular y admirable construcción, Guiraudie nos propone pensar en nuevas convenciones sobre la relación y vinculación con posibles partenaires, acercándonos más a una libertad y frescura que, al rozar el tópico de la muerte, podrían en una primera lectura parecer insólitas, o incluso irresponsables, pero aquí resultan coherentes al ver que en el protagonista y los demás actores secundarios, el deseo prima por sobre todo, por más riesgo de vida que esté en juego. El uso de los cuerpos, que podemos ver desnudos durante la mayor parte de la película, y las escenas recurrentes de sexo explícito, brindan una sensación de naturalismo que se corresponde con el espíritu de libertad que el film abraza. Obsesión, pasión y las idas y vueltas vinculares se entremezclan a la perfección en este pequeño paraíso donde diariamente hay sexo en medio del bosque y miradas cómplices a la hora de tomar sol, y donde sobre todo el deseo circula y se ve en mayor o menor medida en cada plano del film de Guiraudie.
El desconocido del lago (L’Inconnu du lac), del francés Alain Guiraudie, sobre homosexuales solitarios que se encuentran azarosamente en una plácida playa aislada, en la que, sorpresivamente, uno de ellos demuestra ser un sigiloso asesino. Con un prodigioso empleo de la luz y la composición de los planos, sin salirse de esa especie de paraíso perdido en el que palpitan todo el tiempo el placer y el peligro, Guiraudie (que priva a su film de música pero no de algunas escenas sexuales explícitas) explora con inquietante belleza la confrontación de la pureza de los sentimientos con la tentación de lo prohibido.
E Desconocido del Lago (L’inconnu du lac) de Alain Guiraudie es una historia de amistad y atracción sexual, repleta de tensión y muy bien contada. No culpes a la playa Franck (Pierre Deladonchamps) frecuenta una playa del lago, los hombres que van allí no sólo toman sol y se bañan en sus calmas aguas, sino que también van a “ligar”, a la búsqueda de un encuentro sexual con otros hombres. Los vemos mirarse, seducirse, conocerse para luego concretar el acto sexual bajo el reparo de los árboles. Como si nada, Franck se hace amigo de Henri (Patrick d’Assumçao), un hombre que se mantiene un poco alejado de esta movida, que simplemente va a disfrutar de la playa. También conoce a Michel (Christophe Paou), una especie de Tom Selleck francés de cuerpo atlético y moreno, y Franck se siente inmediatamente atraído. No obstante, Franck sabe que Michel es un hombre peligroso, y aún así se deja llevar por el deseo de poseer sexualmente el cuerpo de este hombre. La atracción y la amistad Así como La vida de Adèle no es sobre sexo entre mujeres o sobre el lesbianismo, en el caso de El desconocido del lago, si bien el tema está más que presente, la película no gira en torno al sexo ni de la homosexualidad, ni de la identidad, nada de eso. Guiraudie muestra con mucha libertad el sexo casual, la atracción de los cuerpos y la amistad. La relación de Henri y Franck es pura ternura. ¿Hasta dónde pesa más la atracción que el propio instinto de autoconservación? No sabemos si Franck confía en que está fuera de peligro, o si es conciente del peligro y no le importa. Al espectador sí le importa, y teme por el protagonista. Guiraudie maneja muy bien el suspenso y el clima de la película, más de una vez me encontré agarradísima a la butaca temiendo por lo que iba a pasar. Y hay un personaje (una especie de onanista, o quizá sólo un hombre desesperado) que funciona genial descomprimiendo un poco la tensión de la película. El lago, la playa y el bosque, y lo que alcance de la luz del día. Toda la película está filmada en exteriores, no necesitamos ver ninguna otra locación. La puesta en escena es austera, es tan buena la historia que no hace falta nada más. Son los hombres y el lago, y todo el misterio y tensión que existen entre ellos. No le sobra ningún plano, me parece correctísima desde lo visual. Conclusión El desconocido del lago es una película muy original por el modo libre y desprejuiciado en que está contada. Con una puesta en escena austera y de la mano de muy buenas actuaciones, Alain Guiraudie nos trae una historia atrapante. Retrata con mucha presteza temas como la amistad y el amor físico o atracción sexual.
Amor (locura y muerte) a primera vista Tras participar en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes con No Rest for the Braves/Pas de repos pour les braves (2003) y The King of Escape/Le roi de l'evasion (2009), el siempre provocativo director francés Alain Guiraudie saltó en 2013 a la sección oficial Un Certain Régard (donde fue consagrado como Mejor Director) con una película en varios aspectos perturbadora y extrema, pero de notable factura y múltiples alcances, matices y connotaciones. Ambientada íntegramente en una playa nudista frecuentada por gays y en los bosques adyacentes donde los habitués se encuentran cada tarde para mantener sexo casual, El desconocido del lago tiene como protagonista a Franck (Pierre Deladonchamps, Premio César al Actor Revelación), un joven que ingresa a ese universo y de inmediato se fascina con Michel (Christophe Paou), fornido nadador que ya tiene pareja. Al poco tiempo, siendo ya casi de noche, ve cómo su objeto del deseo ahoga a su compañero. Al día siguiente, aun sabiendo de los riesgos que corre, Franck inicia un apasionado romance con Michel, mientras la policía descubre el cadáver en el lago y un patético detective inicia la investigación del caso. El film se excede quizás un poco en las largas escenas de sexo explícito (de esas que incomodan al público "común" y genera en algunos casos el éxodo de la sala de ciertos espectadores), pero en los distintos terrenos es de una solidez encomiable. El largometraje funciona a la vez como melodrama romántico y tragedia griega, como película queer y comedia de enredos, y -sobre todo- como un clásico policial hollywoodense con una precisa construcción del suspenso, la intriga y los misterios, amplificada por el uso de locaciones en plena naturaleza. También, por supuesto, funciona como una incisiva mirada a los vericuetos del amor, la pasión, el placer, los celos y la obsesión (muchas veces lindante incluso con lo patológico). Una película que -es cierto- desafía e inquieta, un relato que construye un universo propio, con un tono y unos climas que no se parecen en nada al cine pasteurizado, superficial, previsible que tanto abunda en estos tiempos. Una de las gratas sorpresas de la producción francesa reciente. Un estreno... milagroso.
Cosa de hombres La desmesura en el tratamiento de las escenas de sexo explícito entre hombres puede resultar un tanto chocante al espectador que se acerque al universo de El desconocido del lago, film del realizador Alain Guiraudie que explora el mundo masculino a partir de los encuentros azarosos y furtivos de bañistas que buscan relaciones sexuales sin compromiso en una playa aislada del mundanal ruido de la sociedad francesa. El punto de encuentro siempre tiene al inmenso mar como testigo de charlas banales o intentos infructuosos de seducción entre los interlocutores. Luego, el ritual del chapuzón a las orillas de la playa o adentrarse mar adentro para encontrar otro tipo de intimidad o jugar peligrosamente a la muerte con un desconocido que atrae por su sexapeal, su virilidad pero también por ese misterio que expulsa todo intento de aproximación o compromiso de otro tipo. Los personajes de este relato cuidado desde los aspectos formales no tienen un pasado que pueda conocerse más allá de los escuetos indicios que revelan las conversaciones ocasionales. Están suspendidos en un aquí y ahora atravesado tangencialmente por la libre expresión del deseo y más específicamente por el instinto sexual a flor de piel. Esa desnudez de los cuerpos –frontales, genitales- se traduce también en otra menos visible cuando cada uno se expone tal cual es ante los ojos ajenos. Por eso el descubrimiento accidental de un asesino entre esos extraños no resulta tan anormal para aquellos que concurren a esa playa sin preguntarse con quien pasan el tiempo y menos cuándo se concreta el acto sexual. La naturalidad con la que van transcurriendo los pequeños hechos en esta historia es único mérito del tono elegido por el realizador para introducir algunos elementos genéricos del policial en un contexto que parece idílico o soñado. Alejado de todo convencionalismo y consciente del riesgo, el uso austero de los recursos cinematográficos aportan al film una atmósfera hipnótica donde cobra un protagonismo fundamental la luz y la oscuridad en una dialéctica interna que permite revelar y ocultar los cuerpos y sus actos para dejarse llevar por un tanteo sensible donde juegan todos los sentidos, especialmente el sonido y el silencio. El desconocido del lago no es un film de temática gay con otros aditamentos a pesar que el erotismo y el pornosoft dicen presente sino una película sobre las relaciones humanas, las máscaras sociales y la libertad del deseo.
Es verano y hay una isla paradisíaca donde unos hombres van a ser ellos mismos. Desnudos, o casi, pasean, coquetean, tienen sexo o conversan entre hombres con unas playas de ensueño como marco. Frank transita el lugar como alguien que ya lo conoce. No se sorprende de nada, excepto de ver a un señor solo, desconocido para él, aislado, vestido, tomando sol como quien va de vacaciones (en un lugar donde parece que hay un solo propósito para el que lo visita), observando. Por eso se le acerca y busca generar una relación inocente, de amistad. El hombre está ahí porque en su casa no puede ser él, con su mujer y sus hijos. No va a buscar sexo, como los demás, sino un lugar donde ser auténtico. Pero a Franck también le interesa otro hombre, uno manipulador y seductor. Y lo que empieza como algo pasajero, deriva en una relación pasional y oscura. El director Alan Guiraide entrega una propuesta arriesgada y filma con elegancia pero sin pudor un film sobre lo peligroso y excitante de las relaciones casuales. Se toma su tiempo para retratar el lugar y desarrollar estas relaciones transitorias pero por momentos se lo siente un poco reiterativo. Las escenas sexuales, eróticas y alguna pornográfica, inundan la pantalla largos minutos, pero sin todavía la tensión que sí va a estar ya más cerca del final, cuando ese policial que nos habían prometido por fin aparece. Es ahí cuando la película toma un giro ¿inesperado? y se torna desgarradora. La película que la Cahiers Du Cinema eligió como la mejor del año 2013 es más que escenas de hombres desnudos o teniendo sexo, es un debato sobre el amor y el sexo, juntos y por separado. No es sólo un retrato, sin prejuicios y natural claro, sobre la homosexualidad, sino sobre las relaciones en sí. Filmada enteramente en exteriores, en esta isla paradisíaca, el director incluso toma elementos de sonido como el viento, el agua, o el movimiento de los árboles como herramientas para acentuar el misterio que se va a venir. Planos fijos, largas miradas, y paneos para descubrir el hermoso y lleno de secretos lugar. Si bien las actuaciones se perciben muy naturales, como si muchas fueran improvisadas, lo cierto es que el director decidió seguir el guión de manera estricta. El desconocido del lago es una opción adecuada para el espectador que no se sienta molesto, incómodo, por la cantidad de escenas sexuales pero también para aquel que sabe apreciar un retrato por momentos muy crudo pero siempre honesto sobre la naturaleza (humana incluso).
Hay una provocación en “El desconocido del lago” (Francia, 2013) por parte de Alain Guiraudie (“El rey del escape”) que si uno puede superar, principalmente por el impacto de algunos planos que pueden llegar a incomodar, se termina asistiendo a uno de los mejores policiales de los últimos tiempos, con imágenes de una maestría y belleza únicas. En medio de la promiscuidad de una comunidad gay, que se frecuenta sin ningún tipo de prejuicio en un lago alejado de la ciudad, un joven llamado Franck (Pierre Deladonchamps) se sentirá atraído por Michel (Christophe Paou), alguien a quien esporádicamente ve en el lugar. El calor del sol y la cadencia con la que los cuerpos se iran mostrando, potencian la ansiedad con la que Franck querrá encontrarse con Michel (intimamente) será enorme. Y esto pesea a haber asisitido a un hecho que podría hacer a otra persona alejarse. A Franck lo que sabe sobre Michel lo impulsa a necesitar estar aún más cerca del misterio que envuelve a su objeto de deseo. Los cuerpos se muestran, se exhiben y en este mercado de carne humano en el que los espasmódicos gemidos acompasan el recorrido de las aguas cristalinas del lago, una nueva versión de “La ventana indiscreta” se gesta, con un inesperado interés por respetar las reglas y leyes del género. Además, Guiraudie no se queda sólo con el deseo de Franck, sino que profundiza en la complicidad que éste generará con Henri (Patrick D’assumcao) para poder así lograr cierta intersección entre la tranquilidad necesaria para asumir su relación con Michel, pero ni esta amistad podrá evitar que ambos se relacionen. Imágenes y enormes planos largos del paisajes, y silencios (no hay B.S.O.) con las que Guiraudie va construyendo la narración van quebrando la urgencia de los encuentros sexuales (explícitos) en el que el tánatos y el eros se oponen y se centrifugan entre los personajes de “El desconocido del lago”. El saber que posee Franck, y también nosotros, además de ubicarnos en un lugar de voyeurs con la preponderancia que la historia brindará a los indicios que se van desplegando a lo largo de la trama. La iteración de escenas (la llegada de los autos al lago, los rituales de conquista) como también la puesta al día de la sexualidad humana (acá al igual que en “La vida de Adele” se habla y se tiene sexo durante todo el largometraje), más allá de la vinculación social (en un momento el investigador le consulta a Franck “no les importa que uno de ustedes haya sido asesinado?”) y de cualquier sentimiento moral que se pueda llegar a tener. La exposición total de los actores, como así también la incorporación del lago como un actante más en la historia generan un interés sobre el devenir de la trama más allá de cualquier acto sexual que se exhiba. Queremos que Franck se aleje de Michel. Sabemos que su amistad con Henri no llegará a buen puerto. También reconocemos que el lago sabe más que nosotros, aún poniendo el director “todo” delante de nosotros la intriga y el suspenso avanzan de manera silenciosa. Subjetivas, travellings, planos amplios y la religiosidad con la que se respeta al género policial hacen de “El desconocido del lago” un acontecimiento digno de verse en pantalla grande y sacar conclusiones por sí mismo.
¿Qué buscas en la orilla? El desconocido del lago es de esas películas que alguien no puede anticiparte con qué te vas a encontrar, y que siempre tienden a estar mal apreciadas por su apuesta estética en vez de por sus logros narrativos y plásticos. Es que, más allá de algunas decisiones sobre dónde poner la cámara por parte de Alain Guiraudie, la película está dotada de una exquisita puesta en escena acompasada por un ritmo que no todos podrán soportar: sin música, con planos larguísimos y conversaciones casi banales, que no hacen más que formar parte de un conjunto de elementos que componen una película que rebosa cine por cada uno de sus fotogramas. Lo más notables es que Guiraudie logra una impronta propia dentro de un relato muy clásico, con elementos muy bien explotados como el suspense y la complicidad con el espectador, todo en medio de una historia sobre hombres que buscan complacer sus necesidades sexuales en un ambiente bellísimo pero a su vez desolador. La decisión del espacio de una playa y un bosque como único escenario donde transcurre la historia no es menor, y quizás es el acierto más importante de esta película devenida en thriller romántico. Los personajes, de quienes nunca vemos nada más allá que sus aventuras veraniegas, no tienen escapatoria en ese juego de roles y levante: el lago es un límite de peligro y profundidad, con el que muchos gustan coquetear, y el bosque –ese Edén promiscuo donde vale todo menos una higiene respetable- se plantea como un monstruo oscuro que conoce todos los secretos de sus potenciales víctimas, donde la naturaleza llega a niveles de omnipotencia casi temerarios. Y quien domina ese escenario es Michel (impresionante en su papel Christophe Paou), personaje misterioso e hipnótico, que se roba las miradas de Franck (Pierre Deladonchamps) hasta el punto de la obsesión. Y en ese juego de seducción y dominación sexual, una serie de otros personajes muy pintorescos pasan por cámara dotando de ritmo, sentimiento y hasta comicidad, un relato que se podría ver varias veces, más allá de su final esquivo y hasta casi embustero. El desconocido del lago es una historia clásica, trabajada brillantemente por su director con todas las herramientas para el aprovechamiento de sus distintos componentes narrativos (los espacios desde donde se manejan y desenvuelven los personajes entre sí, como esa escena en que Franck se mete al agua por primera vez con su amante después de conocer la verdad sobre él) y estéticos (la oscuridad en las escenas clave está usada con una sutileza plausible) que dan como resultado una trama de suspenso y perversión tan perturbadora como disfrutable.
En el fondo del lago Un verano cualquiera, a la orilla de un lago entre arena y rocas, descansan los cuerpos al sol de un grupo de hombres en busca de compañía, sexo y tranquilidad. La historia gira en torno a tres personajes: Henry, un sujeto deprimido y solitario, que pasa gran parte de sus vacaciones en la playa observando a quienes lo rodean pero sin entablar ningún vínculo con nadie, Franck, un atractivo joven gay, y Michel, un misterioso personaje de cuerpo bronceado y atlético. El desconocido del lago hace referencia a cada uno de los tres personajes mencionados, ninguno conoce demasiado al otro, así como nosotros tampoco sabemos nada de sus cotidianeidades, de sus familias, ni de sus intereses. La película va cambiando el tono a lo largo del metraje, comienzo como una historia intimista y se va transformando en un thriller donde el aire se ve enrareciendo de a poco. La ausencia de música y el sonido ambiente aporta la potencia suficiente para hacernos sentir parte de ese hábitat veraniego, plagado de zumbidos de moscas y del sonido calmo del viento. Es interesante la oposición entre la densidad y la liviandad, como si por debajo de la aparente tranquilidad hubiera una explosión contenida y latente; la calma que antecede a la tormenta. Y la brisa suave se va convirtiendo en nubes negras. La playa es la única locación de la historia; el lago y el bosque son los únicos lugares en donde los personajes parecen ser ellos mismos (con todo lo que esto implica). Su rutina consiste en llegar en auto, estos vehículos parecen ser una extensión de ellos mismos que esperan pacientemente durante todo el día hasta que sus dueños regresan. Luego se dirigen caminando hacia la playa, se recuestan en sus toallas, desnudos sobre la arena caliente, nadan, se miran, se saludan y cuando los ojos se cruzan durante un tiempo suficiente, van al bosque de a dos (o de a tres) para que los árboles y la vegetación los resguardan de las miradas ajenas. El deseo desborda, tanto que muchas veces no importa nada más que eso. Sí, nada. Henry y Franck dialogan, son los únicos sujetos en donde la tensión sexual no se vislumbra, aunque quizás corre por debajo, silenciosa. Pero la relación entre Franck y Michel es todo lo contrario. El lago es testigo de las desventuras amorosas, de las risas cómplices, de las soledades y de la miseria humana. Todo se circunscribe a esa cristalina agua estancada y a la imagen reflejada que les devuelve a esos hombres. Ellos se hunden, se refrescan, se unen como si no existiera vida más allá de ese lugar. Pero la tranquilidad es alterada por un hecho que sólo Franck presenció, escondido desde la oscuridad del bosque. El conflicto está planteado, pero parece que hay cosas que son más convenientes dejarlas de lado. ¿Pero realmente se puede hacerlo? El desconocido del lago es una historia que va creciendo de a poco, el suspenso va tomando protagonismo, y estos desconocidos van mostrando cada vez más las formas de su personalidad y sus reales intenciones. Definitivamente una película en la cual sumergirse.
Eros y Thanatos, una vez más En este film con ecos hitchcockianos, al ver cómo un desconocido asesina a sangre fría a su acompañante en una playa nudista gay, el protagonista, atraído por el fuego del peligro, convierte al criminal en su oscuro objeto del deseo. En una película como El desconocido del lago es quizá más importante que nunca que el árbol no impida ver el bosque, que aquello que está por delante y bien a la vista, y sin dejar de ser esencial, no obstaculice la riqueza formal y de sentidos que hay también más allá de lo evidente. La película del gran realizador francés Alain Guiraudie –premio a la mejor dirección en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes– está ambientada en su totalidad en una playa nudista gay, un sitio de levantes y encuentros casuales, y contiene escenas de sexo explícito. Pero es precisamente porque transcurre allí y en ningún otro lugar que el film de Guiraudie necesita de esas escenas y las incorpora naturalmente al relato, que nunca deja de ser –como él mismo lo reconoce en la entrevista que acompaña a esta nota– un thriller existencial, que vuelve a poner en escena el eterno combate entre Eros y Thanatos y que –como en El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima– no hace sino llevar hasta las últimas consecuencias la ley del deseo. ¿Quién es el desconocido del lago al que alude el título del film? De él, el espectador sólo sabrá lo que vaya sabiendo paulatinamente el protagonista de la película, Frank (Pierre Deladonchamps): que es un estupendo nadador, que tiene un cuerpo apolíneo, que se llama Michel, que tiene un compañero con el que comparte algunos momentos en la playa. Y a quien una tarde, cuando ya está cayendo la sombra de la noche, deliberadamente ahoga; lo mata con frialdad, ante la mirada petrificada de Frank. Como el personaje de James Stewart en La ventana indiscreta, de Hitchcock, Frank observa la escena de lejos, entre perplejo e impotente. Y el espectador será con él un voyeur culposo (magnífico plano secuencia sin cortes, que concentra la mirada en la acción). Pero a diferencia de lo que sucedía en el film de Hitchcock, esa inesperada acción de Michel (Christophe Paou) no hará sino encender aún más la llama de Frank, que atraído por el fuego del peligro convertirá a Michel en su oscuro objeto del deseo. Es sencillamente magistral la manera en que Guiraudie, con mínimos elementos, utiliza el espacio cinematográfico del que dispone. En primer lugar, está el estacionamiento, un claro en el bosque al final del camino al que cada mañana –de esta manera el film marca el paso del tiempo– llega Frank para encontrarse casi siempre con los mismos autos, en los mismos lugares. Y allí permanecerá durante varios días y noches el Peugeot rojo del muerto, como un incómodo recordatorio de lo que sólo Frank ha sido testigo y no ha dado cuenta. Luego está la playa, soleada, silenciosa, serena, donde los habitués dejan sus toallas y sus ropas y se abandonan a un ritual de saludos socarrones y miradas cómplices, que Guiraudie coreografía con exactitud y malicia. Los diálogos son tan escasos como ambiguos y sugieren mucho más de lo que enuncian. La única nota que perturba ese orden es Henri (Patrick d’Assumçao), un solitario depresivo que se ubica sistemáticamente en un rincón de la playa y que nunca se desnuda. Henri también despierta la curiosidad de Frank, que establecerá con él una relación inversamente proporcional a la que crea con Michel: aquí el motor no es el deseo, sino la amistad. El lago –siempre tan terso, cristalino y brillante a la luz del sol– es el lugar del crimen, allí donde surge la naturaleza del monstruo, tanto que hasta se menciona que el ahogado podría haber sido víctima de un enorme siluro, una suerte de bagre gigante que habita en las profundidades de algunas aguas, como si se tratara de alguna leyenda o cuento cruel infantil. Y finalmente, está el bosque que rodea a la playa, el espacio privilegiado para los encuentros sexuales, para la circulación del deseo, pero que como todo bosque, sobre todo cuando cae la noche, parece cobrar vida propia y estar habitado por el misterio. Si en un comienzo el film recuerda al mejor Hitchcock –por el rigor y la precisión de su puesta en escena, pero también por cierto humor absurdo (“¿No han visto mujeres por acá?”, pregunta un desubicado)–, hacia el final El desconocido del lago se transforma en una suerte de paráfrasis de La noche del cazador (1955), con Michel convertido en una reencarnación del predador que encarnaba Robert Mitchum y Frank en su aniñada presa. De estos ecos y sutilezas está hecho El desconocido del lago, que también podría titularse como aquella memorable, enfermiza novela de Patricia Highsmith, Ese dulce mal.
La ley del deseo A la hora de inscribir a El desconocido del lago dentro de un género, hay que inventar la categoría policial dramático, o drama policial, con la gran virtud de que atrapa tanto por la trama de suspenso como por la humana. Es una película sobre el deseo, la soledad y las relaciones amorosas, con dos ingredientes inusuales: un crimen y una importante dosis de sexo explícito entre hombres. Como en Cruising, aquel filme de William Friedkin de 1980, Alain Guiraudie nos muestra el submundo del levante y el sexo casual homosexual. Pero aquí todo sucede en un bosque y una playa junto a un lago; un hermoso entorno, muy bien fotografiado, que neutraliza la sordidez de la situación. Nada sabemos de los personajes más allá de lo que dicen y hacen en ese lugar, en días de verano que parecen siempre el mismo. En apariencia, nada cambia: la rutina es estacionar el auto, bajar a la playa, desnudarse, y buscar un compañero -o varios- para acostarse en el bosque, a menudo sin haberse dicho ni los nombres. En ese marco, Guiraudie -también autor del guión- va creando un clima propicio para reflexionar sobre los mecanismos del deseo. Y las conclusiones van más allá del mundillo homosexual retratado. Lo que plantea es cómo el deseo puede ser un motor que no se detiene ante nada, ni siquiera cuando el sujeto deseado es inmoral. Y cómo el peligro puede ser un poderoso estímulo; cómo aquél que es inasible y elusivo puede llegar a ejercer una atracción irresistible; cómo el temor a la soledad es el miedo que suele prevalecer por sobre los demás, incluso sobre el temor a la muerte. Es notable cómo todos estos temas, lejos de quedar eclipsados, se potencian por el elemento policial de la película. Que introduce un gran personaje: un desgarbado detective que funciona como la mirada heterosexual cuestionadora de ese submundo gay que hasta el momento del crimen parecía el reino del perfecto hedonismo. Si con La vida de Adèle los heterosexuales aprendimos cómo son las relaciones sexuales entre lesbianas, con El desconocido del lago aprendemos cómo son entre los gays (eso sí: siempre entre gente hermosa; la transgresión todavía no llega al extremo de exponer el sexo entre los feos). Más que narrativo, el objetivo de las largas, excesivas y explícitas -casi pornográficas- escenas eróticas parece ser provocar y derribar definitivamente los tabúes del cine masivo sobre el sexo en general y el sexo gay en particular. La cantidad de órganos masculinos que se ven parece estar diciendo: “¿Ven que no pasa nada por mostrar esto en una película? Es sólo otra parte del cuerpo humano”.
Placer y muerte, en un film diáfano Un lago de agua tentadora, su costa y el bosque adyacente como lugares de encuentro entre hombres, solamente hombres: sexo, conversación, compañía, sol, nudismo, observación, descanso. Un lugar único para una película singular. Alain Guiraudie (que tuvo una retrospectiva en el Bafici en 2010) ofrece su película más depurada, más austera, más concentrada en términos de puesta en escena: una locación, pocos personajes, nada de música, planos límpidos y una narrativa de una claridad asombrosa para esta historia de amor, amistad, sexo y crimen. En su aparente simplicidad, El desconocido del lago es una película que conecta firmemente con otras: con la propia obra de Guiraudie, ubicada en el sudoeste de Francia en un tiempo fuera del tiempo o al menos indefinido (no hay celulares en esta película) y en la que siempre los cuerpos -mayormente masculinos- se exhiben de forma luminosa, placentera, rotunda, libre. También, claro, conecta con Jean Renoir y Une partie de campagne: esa naturaleza espléndida, veraniega, en esplendor, y los sentimientos que propicia. También, claro, su título original -L'inconnu du lac- conecta con una película de Robert Bresson: Lancelot du lac. Y con Bresson El desconocido del lago comparte también las recurrencias en las acciones, cierta cadencia y la economía de recursos. Como decía el jansenista director de Un condenado a muerte escapa: "La facultad de hacer buen uso de mis medios disminuye cuando su número aumenta". Guiraudie hace una película sin adornos, a tal punto que se podría hacer el chiste de que usa un solo sexo: ésta es una película sin mujeres (quizá sean apenas una imagen fugaz en un barco que pasa en gran plano general). Otra conexión posible, por el lugar de encuentro gay, por el sexo y por el crimen, es Cruising, de William Friedkin, con Al Pacino. Pero hay una notoria diferencia: esa película de 1980 -una verdadera clausura de los setenta- era de una oscuridad, de una violencia y de una sordidez propicias para una historia de asesino serial y policía encubierto. En cambio, el aspecto luminoso y hasta diáfano de la película de Guiraudie hace que la muerte y, sobre todo, el asesino se integren al deseo de forma poco o nada sombría. Eros y Tánatos: la fascinación que ejerce Michel (con look setentoso y cierto parecido con Tom Selleck) sobre Franck es presentada por Guiraudie como inevitable, ineludible, irrenunciable. La amistad entre Franck y el entrañable Henri es la zona lateral de la película -de hecho, Henri está siempre a un costado-, pero es su base emocional. Cuando "los dos hombres" de Franck se junten, la película deberá cerrarse, y lo hace de forma rotunda. Antes de eso, Guiraudie nos ha llevado, con pinceladas de humor sincopado y mano segura, por un microcosmos tan definido que cuando entra alguien "de afuera" -ese investigador gris y que no se desnuda- parece un extraterrestre.
Amistad, sexo y un crimen Lo nuevo de Alain Guiraudie, premiado como mejor director en el último festival de Cannes. Playa, lago y bosque. Autos que llegan a la zona privada de mujeres. Los visitantes, los más jóvenes, y también los veteranos, disfrutan desnudos del lugar paradisíaco. Algunos en pareja, otros a la búsqueda del placer inmediato. Sólo es cuestión de mirar, acercarse y más tarde ir juntos al bosque, lejos de la mirada del resto, aunque por la zona anda un voyeur que se masturba mirando los besos de una pareja, una penetración o una eyaculación que la cámara registra al detalle. Allí llega Franck y conoce a Michel. Ambos se atraen de inmediato y tendrán sexo más de una vez en el espacio verde. Pero en esa geografía a pura exposición homoerótica también está Henri, un tipo con más años encima que Franck y Michel, un solitario que mira el lago y de en vez cuando hacia los costados; en realidad, un tipo con el que se puede establecer una conversación sin tener sexo en lo inmediato. O, por lo menos, eso da entender más de una vez charlando con el joven Franck. Premiada en el último festival de Cannes, El desconocido del lago narra sin prisa la atracción de los cuerpos, la amistad en un lugar de descanso, también de búsqueda de sexo, valiéndose de pocos elementos, ya que la historia transcurre en ese espacio único. Alain Guiraudie, en ese sentido, provoca con las escenas sexuales filmadas de manera minuciosa, pero esto no resulta lo más importante de la trama, ya que subyace una construcción dramática que poco a poco se dirige a un suspenso que modificará los comportamientos y los encuentros ocasionales de las parejas. Justo en la mitad del film se producirá un crimen o, en todo caso, saber quién mató a un joven ahogado en el lago. Allí la película deja lugar a otro personaje particular: un inspector de policía que con tres espontáneas apariciones modifica el punto de vista de la historia. Todos los que habitan el lugar pasan a ser sospechosos y los interrogatorios a la luz del día y en la misma playa provocan un giro no convencional en el relato. En esas escenas tensionantes, prontamente salpicadas de sangre, El desconocido del lago se convierte en un logrado ejemplo de "whodunit" en versión homo. Y sin vergüenza de ninguna clase.
Un "thriler" oscuro y sensual El sexo entre personas que no se conocen y sólo se relacionan para saciar sus deseos físicos, es el tema que aborda el francés Alain Guiraudie en este thriller tan oscuro, como provocador. "El desconocido del lago" ganó el premio a la mejor dirección en la sección "Un certain regard", en el Festival de Cannes del año pasado y es por cierto una película inquietante. Actuada solamente por un equipo de actores, el filme está ambientado a orillas de un gran lago de una localidad de Francia (que nunca se especifica cuál es), con una playa y un bosque cercanos. Hasta ese lugar van hombres solos, de distintas edades y físicos, que estacionan sus autos, se quitan la ropa y se ponen a tomar sol, se bañan o se internan en el bosque cercano, con el fin de encontrar un compañero para tener sexo. EN EL ANONIMATO En algunos casos, algunos se ponen a charlar, se dicen sus nombres, o comentan algo de su vida privada. Pero la mayoría prefiere mantener el anonimato. Frank (Pierre Deladonchamps), el protagonista tiene unos treinta años y es muy sociable. Saluda a algunos, cada tarde concurre al lago o se hace amigo de Henri (Patrick D"Assumao), un leñador separado de su mujer, que se sienta a ver como cae el día y que terminará enamorándose de Frank. Pero Frank se siente atraído por Michel (Christophe Paou), a pesar de que un día lo descubrió ahogando a su compañero circunstancial en el lago. EL PELIGRO El final de la película invita a reflexionar sobre distintos aspectos. Uno de ellos, es la manera en que Frank se siente atraído por el peligro, lo seduce la personalidad del asesino, al que le pide que formalicen la relación y éste se niega, porque prefiere mantener ese vínculo sólo en el espacio compartido entre muchos: la playa y el bosque. "El desconocido del lago" ofrece una historia de una pronunciada desolación, pero a la vez llama la atención el suspenso que es capaz de crear el director, a través de unas relaciones anónimas que se dan únicamente entre hombres. La figura de un inspector de policía, que intenta averiguar quién fue el asesino, completa esta historia, en la que contadas veces se ha exhibido el cuerpo masculino desnudo con tal nivel, si se quiere de sutil indiferencia y de un explícito erotismo a la vez. Los climas silenciosos, de pocas palabras, en que los personajes se comunican sólo a partir de las miradas, o de mínimos gestos, son parte del interés que despierta esta extraña y a la vez fascinante tragedia amorosa, magistralmente actuada por Pierre Deladonchamps (Frank), Christophe Paou (Michel) y Patrick d"Assumao (Henri).
Ese soleado objeto del deseo Franck (Pierre Deladonchamps) pasa sus tardes de verano a orillas del lago en un playa nudista gay, donde en los bosques de alrededor los concurrentes suelen tener sexo casual. Pronto se siente atraído por Michel (Christophe Paou), un hombre musculoso que es bastante requerido por los habitués del lugar, y no descansa hasta llamar su atención. Una noche, espiando a su objeto de deseo, lo ve cometer un crimen. Al otro día un cuerpo es rescatado del lago, y la policía comienza a investigar; Franck no habla, ni se aleja de Michel, pero pronto las cosas comienzan a complicarse. Las escenas de sexo son tan explicitas que es difícil pasarlas por alto, no parecen aportar demasiado a la trama, y podrían estar allí por el simple hecho de provocar o simplemente porque así son las cosas, y como son se filman. Como muchos habitués de la playa, que se deleitan espiando a los demás, por momentos así nos sentimos, más espías que espectadores. La película trata de ir más allá de la temática gay, y explora la tragedia y el suspenso, planteando que puede ser más fuerte: ¿el deseo o el peligro? Con sensibilidad y detallismo recorre los sentimientos de ambos protagonistas y sus pulsiones, su búsqueda de placer, sus deseos, y los riesgos de una relación que involucra un crimen. El resultado es una película poco común, con una estética que dice más que mil palabras, y que pasa del amor al thriller psicológico, sin necesidad de demasiados aditamentos cinematográficos para mostrar deseo, pasión, oscuridad y crimen. Una historia de suspenso bien construida, muy despojada visualmente tan simple como directa, donde las escenas de sexo tan frontales, no solo no agregan nada, sino que por momentos quitan la atención de lo importante, pero refuerzan la esencia de un protagonista que se debate entre el deseo y la autopreservación.
Un film que comienza de una manera, termina de otra y tiene sufiencientes escenas fuertes de sexo entre hombres que incomodan al público. Sin embargo es una indagación sólida sobre el amor, en un lugar de encuentros gays, la locura, la muerte y la soledad. Obviando la provocación que puede herir sensibilidades, la película avanza sólida e interesante.
El sol brilla sobre la superficie del lago y, en la costa, los chicos quieren divertirse. En un enclave tan deshabitado como paradisíaco transcurre El desconocido del lago, una lujuriosa historia que explora los límites del placer y la obsesión, y la oscura profundidad de la psiquis humana. Para entrar en el juego del absorbente film de Alan Guiraudie son necesarias dos cosas. La primera es tolerancia, poder soportar sus 97 minutos de duración en los cuales el 90% del tiempo los personajes deambulan por las rocosas playas como Dios los trajo al mundo, y más de una vez en tórridas escenas sexuales que nada tienen que envidiarle a La vida de Adéle. Tolerancia también es requerida por la continua repetición de escenas -el escenario es siempre el mismo, el automatismo narrativo es una herramienta que puede verse como arma de doble filo- que cimentan la acción. La segunda condición, tal vez más subjetiva, es prohibírse de ver el avance de la película y entrar a la sala vírgenes. Quizás no sea tan severo enterarse de un punto clave de inflexión en la trama, el efecto sorpresa es el mismo, pero creo que tiene mejor eficacia si no se sabe que sucede en dicho momento. Una vez entrados en territorio cenagoso, la trama de El desconocido del lago se enfoca en tres personajes. El primero es Franck, un joven entregado a la lujuria que viene a la playa a sumar conquistas a su vida. El segundo es Michel, un dios griego con mostacho que le quita el aliento a Franck pero que es muy buscado por entre los asistentes al lugar. El tercero pero no menos importante es Henri, un hombre de mediana edad, rellenito, recientemente abandonado por su esposa, que va a pasar el rato y entabla una simpática relación con uno de ellos. Es difícil declarar el género absoluto del film, pero definitivamente es un drama con elementos de suspenso que a la larga se transforma en una película de suspenso absoluta con toques dramáticos. El trabajo de Pierre Deladonchamps es de una entrega impresionante y comporta la arista más interesante y compleja, mientras que Christophe Paou y Patrick d'Assumçao lo secundan brillantemente, empujando poco a poco a sus personajes a situaciones límite, en un tercer acto no apto para cardíacos. El punto de no retorno en la trama vuelve asfixiante el aire del lago. Cada momento que pasa y cada elección que hacen los personajes genera miedo, angustia y desesperación, pero a su vez es imposible quitar los ojos de la pantalla y menos aún intentar encontrarle un razonamiento válido a las acciones de los protagonistas. El ser humano tiene una profundidad tan vasta como asombrosa y Guiraudie elige retratar los oscuros rincones de la mente de una manera callada pero avasallante. Sin utilizar banda sonora como soporte a las acciones en pantalla, el director se basta con los sonidos naturales y hasta la ausencia de ellos, para crear un clima de encierro al aire libre. El desconocido del lago es completamente sugerente, impresionante y de una calidad artística demoledora. Imperdible para aquellos que busquen una historia provocadora y para nada superficial.
Sé lo que hiciste el verano pasado En un año donde en Francia se aprobó el matrimonio igualitario, pero al mismo tiempo surgieron múltiples y violentas manifestaciones en su contra en varias ciudades del país, Alan Guiraudie presenta El Desconocido del Lago, un film que postula distintos tipos de relaciones –homosociales, homoeróticas y homosexuales) entre hombres. Franck (el flaquísimo y alto Pierre Deladonchamps) frecuenta durante el caluroso verano francés un parador en el lago local que hace las veces de punto de levante para los hombres gay de la zona. Allí se hace amigo de Henri (Patrick d’Assumçao) un hombre de mediana edad recientemente separado de su novia, que va al balneario por la tranquilidad. También conoce a Michel (Christophe Paou), un bigotón bronceado que parece la versión francesa de Rocco Siffredi y con el que flirtea frente al reproche del novio de este último. El film vira de un registro de la vida cotidiana en un balneario de levante a un policial, bajo el mismo tono realista y desprejuiciado. Conformada por viñetas que siguen siempre a Franck en sus encuentros furtivos (y explícitos) en los bosques, sus charlas con Henri y sus chapuzones bajo el sol sofocante que pega en los cuerpos colorados y desnudos de hombres -jóvenes y viejos, flacos y gordos- en El Desconocido del Lago los otros personajes entran y desaparecen de los planos sin que sepamos su origen ni su destino, como el protagonista que a duras penas sabe quiénes realmente son más allá de sus nombres. Entre estas escenas se cuela (desde la mirada de Franck) el asesinato del novio de Michel y el film vira de un registro de la vida cotidiana en un balneario de levante a un policial, bajo el mismo tono realista y desprejuiciado con que el director y escritor Alan Guiraudie filma las relaciones sexuales entre sus personajes. De la misma forma en que cada escena de El Desconocido del Lago implica una segmentación del registro prácticamente documental de la cotidianeidad de Franck y el parador, el director se acerca a los coitos del protagonista y sus conocidos como si los diseccionara. Como sintagmas sueltos, se suceden los planos fijos con torsos superpuestos, dos bocas que entrecruzan sus lenguas, una cara hundida entre las nalgas de otro, o una eyaculación sobre un abdomen. Paralelamente, el entorno natural recibe el mismo tratamiento, en el que cada plano queda enmarcado el follaje y el lago, filmado con luz diáfana durante el día y sumido en una casi plena oscuridad en las escenas nocturnas. Pareciera que Guiraudie estuviese ilustrando un libro de ciencias naturales con la sección “el hábitat balneario de levante gay: su flora y fauna”. Una afición por la biología (vegetativa y humana) no es el único indicio del siglo XIX en El Desconocido del Lago. Franck es un romántico que pide a sus partenaires sexuales del momento que lo besen cuando está por llegar al clímax y, como los del movimiento del siglo mencionado, no se pregunta a sí mismo por la linealidad con la que concibe a sus pulsiones eróticas y tanáticas al perseguir el cuerpo y el amor de Michel (el femme fatale con mostacho), pese a saberlo peligroso, y se arroja a él alegremente, dispuesto a destruir su ego en su unión. Henri funciona en este caso como un Ello, su protección y la autoconciencia que él no tiene. Con él, Franck explora –y Guiraudie propone- una noción del amor distinta, también muy presente en el romanticismo decimonónico: la de un amor puro, casto (Henri le reconoce haber estado con otros hombres en tríos que tuvo con su ex novia, pero no se identifica como gay), que inherentemente contiene un sacrificio potencial por parte de uno de los dos. El inspector Damroder (Jérôme Chappatte), quien investiga el asesinato -y el otro único personaje heterosexual- también le provee sus advertencias al protagonista, pero desde una institución; una completamente heteronormativa como lo es la policía, la misma que durante mucho tiempo ha reprimido a la comunidad LGBTQ y que ha reforzado –junto a otras instituciones sociales- su marginalización. Que Franck no lo escuche, por lo tanto, puede obedecer a su carácter del ingenué o a no querer hacerle caso a un representante de quienes han perseguido a quienes son como él. En la crítica original que escribí después de ver El Desconocido del Lago en el Festival de Mar del Plata, le reprochaba justamente el terminar sumándose a la (larga) lista de productos culturales que narran un romance gay dentro de una estructura trágica. Esto no quiere decir que El Desconocido del Lago no cuenta por momentos con un humor seco; desde los diálogos entre Franck y Henri hasta un gag con un masturbador serial, desarrollado a lo largo del film. Pero no puedo dejar de reconocer el equlibrado manejo del director para no establecer causas y consecuencias de forma lineal. Hay establecimiento sutil de cómo cierta clandestinidad –disfrazada bajo el tan francés laissez faire- en la que se enmarca, desde la organización de los paradores, a los hombres gays locales incide no sólo en las rutinas de éstos si no también en la posibilidad de que ocurra un asesinato y varios de los eventos posteriores a él. Pero Guiraudie jamás establece juicios al respecto, prefiriendo abrir el juego ante la mirada del espectador. Pese al planteo triangular muy de manual del ingenuo en peligro, potencial asesino y héroe con destino de sacrificio (y que el film termine siendo otro producto que asocia el romance gay a la tragedia) El Desconocido del Lago construye admirablemente el surgimiento de una amistad franca entre dos hombres, en paralelo al pasaje del bucolismo veraniego a la tensión de un noir a plena luz del sol, entre yuyos crecidos y con el lago del fondo.
Filmar el goce El desconocido del lago (L'inconnu du lac, 2013) fluctúa entre el melodrama y el policial, tamizados por un erotismo a flor de piel. Pocas veces el cine ofreció un testimonio tan fascinante sobre la sexualidad y la masculinidad, binomio que no significa lo mismo que “sexualidad masculina”. La película de Alain Guiraudie se niega a arrojar una mirada tautológica o clínica, cifra su encanto en lo inasible y en el roce, en la exposición del deseo en pleno tránsito. Porque de transitar se trata: el deambular de cuerpos hacia un lago bellísimo activa en los personajes distintas modalidades del goce; el del cuerpo desnudo en la naturaleza, el del voyeur, el goce del sexo entre varones, o el de la contemplación del otro. Está el lago, en donde se nada; la orilla, en donde se toma sol y se expone el cuerpo; y un bosque inmediatamente cercano en donde una buena parte de la comunidad gay aledaña se congrega para tener encuentros casuales o, simplemente, ponerse a mirar. Hacia ese espacio paradisíaco llega Frank (Pierre Deladonchamps, en una labor soberbia), joven gay que se enamora a primera vista de Michel (Christophe Paou), conocido por todos los que se bañan allí. Michel es un eximio nadador, y su cuerpo testimonia horas de entrenamiento. En un atardecer, Frank se queda observándolo y presencia el momento en el que ahoga a su pareja. Desconcertado, vuelve al otro día como si nada hubiera pasado y entabla un encuentro sexual que, poco a poco, mutará hacia un vínculo más estrecho. Nunca sabremos lo que ocurre fuera de aquel lugar; el espectador recibirá unos pocos datos a partir de las alusiones de los personajes. A los dos ya apuntados se agrega Henri, hombre poco agraciado y heterosexual que purga las penas de un amor que quedó en el tiempo sentándose frente al lago y meditando. Henri es uno de los personajes más melancólicos y fascinantes que arrojó el cine. En varios diálogos que mantiene con Frank surge una amistad singular, como no podía ser de otra forma en tamaño paisaje. Ese vínculo tiene mucho de El banquete, antiguo texto que versa sobre el amor. Porque de eso se trata: del amor que emerge de la palabra. Cual filósofo socrático, Henri niega al cuerpo e interpela al joven e idílico Frank. Y de alguna manera lo protege o alerta sobre el peligro que está allí, a unos pasos de distancia. Poco a poco, la trama potencia su intriga en el espectador y en la mente de Frank, sobre todo cuando un inspector comience a “inmiscuirse” en ese mundo que no le pertenece. Este personaje ofrece una mirada transversal sobre un fenoménica del goce entre varones que el film naturaliza durante la primera mitad. Es por eso que el juego de identificaciones entre la mirada de Frank y la del espectador se unifican; a Alain Guiraudie le interesa lo explícito como condensador de pasiones, no como signo pornográfico. Las escenas de sexo funcionan como modulaciones de ese deseo irrefrenable. Mientras que en el cine pornográfico son meros rituales para el receptor, aquí lo que se acentúa es su vinculación con la esfera emocional del personaje. Una decisión inteligente, que se integra a este universo tan fascinante e inevitable como el deseo mismo. Sin lugar a dudas, estamos frente a una de las obras maestras de esta temporada.
El escenario es casi fantástico: una playa nudista para homosexuales en torno a un lago, rodeada por un pequeño bosque. En el lago y sus lugares de acceso no hay rastro de chalets, pequeños mercados ni puestos de helados y gaseosas. El lago es una cita del océano, los bañistas deambulando evocan una historia de naufragio e isla desierta. Un edén inmóvil donde la existencia deviene deseo puro, los intercambios sexuales se funden con la carne verde del bosque, el viento pasa entre los árboles, la luz se mueve sin parar y el desorden y la muerte entran en resonancia con la armonía perfecta de un tiempo maravillosamente lánguido. En este fragmento de civilización sin mujeres, entre la vigía y el vacío, se destacan tres personajes. El principal es Franck, un habitué al que le gusta probar el agua fresca del lago antes de buscar la aventura en los arbustos calientes que bordean la playa. Franck repara en Henri, un hombre robusto y silencioso que mide el horizonte con un aire suspicaz, siempre aislado y jamás desnudo. Franck y Henri irán construyendo una conmovedora amistad forjada con diálogos sensibles y un cariño creciente que excluye el sexo. Una noche, Franck demora su partida y en el claroscuro del crepúsculo percibe a Michel forcejeando con otro hombre en el lago. Un grito cruza el aire seguido de un silencio mortal luego que Michel hunde la cabeza del desconocido bajo el agua. Franck no revela nada a nadie y se convierte casi inmediatamente en su amante. Tal como ocurre con el lago donde nada de manera elegante, la superficie centellante de Michel cubre una interioridad bien oscura. Franck es testigo directo de su violencia pero no se desvía del objeto de su deseo y comienza con él una relación apasionada, aunque limitada al marco del lago, el bosque y el estacionamiento improvisado. Esta geografía restringida pone fuera de campo parte de la vida cotidiana de los personajes. Las situaciones se repiten con una tonalidad siempre renovada según las variaciones de la luz natural. Las potencialidades expresivas de cada lugar son desplegadas minuciosamente. Los cuerpos que se mueven entre el follaje son filmados en una comunión plástica donde sombras y luz, hojas y piel devienen indistinguibles. Los espacios parecen capaces de generar criaturas fantásticas. Las ideas más abstractas afectadas por la materialidad más desnuda. La convergencia entre la materia y la idea alcanza todo su esplendor en la representación de la sexualidad. Las escenas de sexo son mucho más explícitas que en el cine tradicional pero a la vez resultan menos obscenas. La cámara adopta la mirada de Franck, siguiendo los movimientos de su deseo. La satisfacción de un deseo lentamente madurado no constituye el cierre de un episodio narrativo: la relación entre Franck y Michel continúa definiéndose, ampliándose o congelándose. Sabemos, como Franck, que Michel es peligroso. Pero compartimos la excitación sensorial y estamos implicados en el presente irresistible del encuentro con ese cuerpo de un modo que, para nosotros también, la búsqueda de placer prevalece sobre todo lo demás. Poco a poco, el sol se oculta y acentúa la soledad de cada uno: Franck petrificado entre los arbustos, Henri fuera de campo con la decepción a flor de piel y el coche abandonado en el estacionamiento. En este rincón aislado se baila una ronda entre la vida y la muerte, entre el erotismo y el peligro, entre la pasión y la amistad, entre la exaltación fugaz de la carne y la respiración durable de los sentimientos. Es el dilema de Franck, encarnado con una mezcla perfecta de inocencia, deseo y terror por Pierre Deladonchamps. El cineasta observa sin juzgar como un sismógrafo sensible de los lugares y de los elementos. La película despliega una dramaturgia tensa de intriga a cielo abierto, al tiempo que se interroga sobre la capacidad de los seres humanos para vivir juntos.
Ambigua historia entre el policial y el drama pasional gay La playa que rodea un lago y el bosquecito cercano son las únicas locaciones de una película que se queda a mitad de camino entre el drama pasional, el policial y el cine de autor con aspiraciones existencialistas. De todos modos, lo que es seguro es que como cult movie de temática gay podría ser toda una sensación, a pesar de que, aun en este sentido, ofrece lecturas ambiguas. Lo más interesante es el énfasis en describir la interacción entre la fauna gay que asiste a la costa de un lago a conocer amantes ocasionales en encuentros que mantienen entre los arbustos del bosque. La libertad y tranquilidad absoluta que en principio puede brindar un lugar donde los hombres pueden tomar sol y nadar desnudos pronto revela ciertos conflictos, celos y costumbres no siempre armoniosas ni compartidas por todos., E incluso, en determinado momento, el asunto incluye también el homicidio. Justamente, el conflicto esencial del film es la pasión que invade a un joven ex verdulero que, aun sabiendo que su nuevo amante es un asesino, no puede dejar de mantener esos fogosos encuentros furtivos, y sólo en determinado momento le recrimina no poder llevar esa relación a un plano más franco y romántico, que incluya un mayor compromiso. El estilo estático de Alain Giraudi no ayuda mucho. Hay una obsesión por las tomas largas de paisajes, alternando el lago, los árboles y el cielo que no imprimen ni ritmo ni intensidad al drama, lo que el director relega casi exclusivamente a las escenas sexuales, algunas realmente audaces y en un par de ocasiones directamente explícitas. Otras veces, las escenas más fuertes oscilan entre lo sórdido y el erotismo más edulcorado, con siluetas besándose en la puesta de sol, y sonidos de gemidos amorosos animando estéticas postales del brillo del sol sobre las aguas del lago. Pese a estos cambios conceptuales lo mejor es la fotografía, mientras que las actuaciones son muy esquemáticas y algunos diálogos son dignos de una telenovela. Luego de estirar demasiado las cosas, el desenlace se desencadena abruptamente y de un modo más pretencioso y menos convincente que las escapadas hacia los arbustos, que sin dudas es donde el director decidió concentrar toda la acción de su película.
Sin duda, la atractiva y desconcertante El desconocido del lago es el estreno del día. Alain Guiraudie director de El rey de la evasión que solo pudimos ver en BAFICI, logra una película atrapante, hecha de correspondencias de sensualidades. Primero, correspondencias entre dos paisajes: el paisaje natural y el paisaje humano. Luego correspondencias de opuestos: lo bueno, lo malo, lo bello, terrible apareciendo trasmutados detràs del brillo de ese paraìso perdido . Un lugar exclusivo para hombres, a orillas de un lago, una playa rodeada de bosque donde se producen reuniones sexuales y ocasionales. Cuerpos desnudos masculinos bronceados y al sol, que la cámara no teme encuadrar en toda su naturaleza, la mayoría de las veces en planos generales para que nunca se escape el entorno, tan significativo. Más alejado de ese espacio, debajo de un árbol, un hombre cuarentón, no tan adonis como el resto, se sienta todos los días mirando el lago. Franck no tarda en acercarse y comienza una amistad. Pero mas allá siguen pasando cosas y Michel, sugestivo y hermoso, es el personaje que va a atraer sexualmente a Franck. Un solo plano le basta a Guiraudie para decir mucho. (Excelente fotografia de Claire Mathon) En general, recurre a la frecuencia de un mismo plano como la de los autos estacionando todos los dias en el mismo lugar. A modo de mojones en la narración, estos planos hay que verlos en una totalidad mucho mas significativa: el juego-pelea de los amantes en el lago empieza siendo el encuadre de un voyeurista mirando un objeto de deseo y termina siendo la de un testigo asistiendo a un asesinato. Ese momento, brilla: Franck no puede evitar enamorarse de ese hombre (un asesino?)y todo entrará a partir de ahi en un embudo dificil y fascinante. Para Franck el hombre corpulento es menos importante pero en el juego narrativo del film parece ser el verdadero desconocido del lago: pregunta en todo caso qu que Guiraudie tambien se ocupará sistematicamenet de tirar abajo. El homoerotismo a pleno no es superficial, no cae en lugares comunes y que se introduce en vericuetos de un thriller apasionante. El desconocido del lago es uno de esos films “problemáticos” que interroga en lugar de dar respuestas, que hace que espectador sienta esa interpelación primero como un ataque a sus prejuicios y despues como un desafío a su propia inteligencia.
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Sexo sin tapujos Si hay algo que tiene la película francesa de Alain Guiraudie es que no da vueltas para mostrar la sexualidad. Algunos dirán que es provocativa y otros que sus escenas fuertes son gratuitas. El desconocido del lago juega con el sexo explícito sin rodeos (prejuiciosos abstenerse) y gira en torno a hombres que se reúnen a orillas de un lago de aguas turquesas de alguna región francesa para mantener encuentros sexuales ocasionales y pasar el día en ese lugar que, hasta la mitad de la película, parece paradisíaco. La acción va de la playa, visitada por hombres desnudos, hasta el enmarañado bosque que rodea el espejo de agua, donde los bañistas dan rienda suelta a sus deseos y sexualidad. Franck (Pierre Deladonchamps) es un joven que llega al lugar y mantiene conversaciones con Henri (Patrick d'Assumçao), un hombre maduro y solitario que concurre todos los días, aprovechando sus vacaciones. Sus encuentros quedan en palabras -pocas- hasta que en el camino de Franck se cruza Michel (Christophe Paou), un adonis con un costado oscuro y peligroso. El espectador descubrirá el por qué. El realizador logra un retrato naturalista, en el que el marco escenográfico cobra importancia como un personaje más dentro de la historia, y donde el sexo se vive sin culpas y con total libertad. Si bien resulta errático en su primer tramo, luego aparecen las aristas policiales cuando alguien se ahoga y llega un inspector para interrogar a sus visitantes. Ahí el film atrapa y seduce más que con sus tomas reiterativas de autos que llegan a la playa y de escenas que incluyen sexo oral, eyaculaciones, besos y masturbaciones. Un personaje "atrapado" por otro que lo "enreda" y que los encamina hacia la tragedia es uno de los recursos de esta película que explora un vínculo fuerte y sin límites. El estreno formó parte de la programación del reciente ciclo Les Avant Premieres.
Sexo, thriller y cine Entre dos amores está el protagonista de El desconocido del lago, excelente incursión del director francés Alain Guiraudie en el mundo gay. Pero el film no es solamente una trama osada y una exhibición sin tapujo de sexualidades, sino que ahonda en una trama policial sin la necesidad de condenar a los personajes ni potenciarlos con exaltación militante. El desconocido del lago es una película maravillosa, una exploración del deseo donde todos los hombres tienen ideas claras sobre cómo manifestarlo, más allá de las consecuencias. La historia transcurre en un mismo espacio dramático, bellamente filmado, con una luminosidad extraordinaria, en una playa nudista con un enorme lago, donde los personajes “van a ligar” o simplemente a mirar. Las escenas de sexo son lo que tienen que ser y la naturaleza se abre y se cierra cada día como un telón. Se respira libertad y se filman los cuerpos en fusión con el paisaje mismo. Nadie juzga, nadie reprime. Guirauide tiene la suficiente habilidad para no caer en la trampa innecesaria de los opuestos a fin de compensar a las mentes bien pensantes. Sexo, amistad, erotismo, deseo, sin tapujos y con la elegancia de los grandes.
"El director Alain Guiraudie retrata unos cuerpos masculinos en estado de éxtasis y los enmarca a través de una belleza anticanónica, un follaje envolvente mecido por el viento, la densidad de unas aguas extraviadas del mundo y un sol inéditamente esplendoroso. Así es como compone un escenario narrativo de cariz tan mítico (se hace alusión a la presencia de un pez gigante que se ha cobrado varias víctimas en el lago) como naturalista (ese “modo verdad” para encarar los diálogos, las relaciones sexuales, el acto de nadar)". (Fragmento de la crítica publicada en HC 145)
Este es unos de esos filmes que le dan la posibilidad al objeto critica-interpretación del texto que termine siendo más importante que el texto mismo. Si uno se coloca en el lugar de lo políticamente correcto hasta es posible dilucidar situaciones que en la realización no aparecen, o si lo hace es de manera demasiado superficial o sin buenos elementos que sostengan tal estructura de ideación. Podría ser catalogado de cine arte provocativo, de cine de autor, pero lo primero que surge es el estar expuesto como espectador al cruce constante de la delgada línea entre todas esas variables y el buen gusto. Hasta podría leerse desde el concepto de la ética, desde un punto de vista kantiano, que no esta basado en las consecuencias, “….la falta de decisión y de coraje para servirse de si mismo sin la orientación del otro…! Tenga el coraje de servirse de su propio entendimiento! Esa es la palabra del orden del iluminismo” Podría decir que el acercamiento del director hacia el tema que plantea estaría, o podría haber estado (cosa que no sucede en realidad), guiada por la autonomía, la libertad y la independencia, pero es hilar tan fino que ese hilo se rompe solo. Estamos frente a un exponente claro de la moda. Parecería que para ser vendido o estimado en todo filme hoy en día tiene que haber al menos un personaje homosexual, como cantaba el poeta Israel Rojas hace más de 15 años: “…Puede que la tolerancia sea al fin una norma universal puede que luego del prejuicio sea un día hasta moda ser homosexual…” He escuchado muchas elucubraciones y comparaciones de éste con otros tantos filmes desde lugares diferentes, desde el mundo homosexual hasta con el mundo hitchcockiano, sin dejar del pasar por el psicoanálisis, Eros y Tanatos, o la función del goce, entre muchas otras. Cualquiera es posible, ¿Pero aparecen en esta obra? A cuenta gotas, y no todas ni siquiera de manera justificada. Con “La vida de Adéle” (2013) la gran diferencia es que Adéle inicia una búsqueda de amor como concepto, y en esta producción lo que genera la acción es un objeto erotizado. La historia, muy pequeña por cierto, transcurre toda a orillas de un lago de aguas azules, transparentes, en torno al cual se congrega un grupo de hombres que encuentran su regocijo en esa orilla y la satisfacción sexual en el bosque lindante. Franck es un ex verdulero que pasa el tiempo entre la amistad con Henri y los escarceos con muchos otros, hasta que aparece Michel y queda prendido de la presencia de éste. Ahora el objetivo es seducirlo pero hay un impedimento, Michel tiene pareja, están allí juntos. Hasta este punto el realización se fue conformando a partir de una bella fotografía, nada dice de la bondad de la misma, esteticismo hueco, planos largos temporalmente, el paisaje, para el que un par de locaciones alcanza, y muchos penes en primeros planos, escenas de sexo casi explicito, como si eso fuera provocador, sólo eso, y es tan insistente que termina siendo en principio de mal gusto y luego exageradamente aburrido, mientras que de provocativo ni el titulo se le puede otorgar. Un tema aparte son los diálogos, en principio los cotidianos y coloquiales, todos, y durante casi todo el metraje, haciendo referencia al miembro sexual masculino, la diferencia sexual anatómica sólo aparece en dos momentos, uno visual, a lo lejos, en medio del lago se ve una lancha con una mujer en bikini, en la otra, dialogada casi promediando la historia cuando un personaje dice “acá no hay mujeres” ¡Chocolate por la noticia!. Luego, en orden de importancia, aparecen los diálogos entre Henry y Franck, no espere filosofía, ni nada de pensamiento profundo, todo coloquial y chabacano, casi pueril, que si lo pronunciara Juan Carlos Altavista con su personaje Minguito, produciría risa Ni que hablar cuando el género se ha degenerado y transformado en otro, y esto está dado únicamente por el recorrido de la historia, a la mitad de la narración, cuando Franck y los espectadores somos testigos del asesinato perpetrado por Michel ahogando en el lago a su pareja, eso en realidad no inmuta a Franck, en realidad le alisa el camino para conquistarlo, como el encuentro con el objeto libidinizado. Franck contra viento y marea sostendrá esa relación en la que su propia vida corre peligro. ¿El goce estaría allí? Si para muestra basta un botón recuerdo título con tema similar, “El portero de noche” (1974) de Liliana Cavani. El filme intentará instalarse en el genero del policial, thriller, sin dejar de lado lo antes expuesto, pero es muy mínimo, mal actuado, ni la presencia del detective (heterosexual) le puede dar otra dimensión, en parte por la mala caracterización de éste nuevo personaje, y luego por la paupérrima actuación, nadie puede creerse que ese sea un policía, (¡aguante Columbo!), ni siquiera se dan el tiempo de desarrollar el devenir de la investigación, nada pasa por ser justificado. Basta ya por caso la película protagonizado por Michael Douglas y Sharon Stone “Bajos Instintos” (1992, la que también ponía en juego el lugar del deseo como incontrolable y riesgoso. De esta manera nos enfrentamos en realidad a todo tipo estereotipo, rebosa por todos lados el rechoncho apocado, el galán vital, atrayente, el cuerpo del deseo poderoso y el malo por definición, el despreciado por insoportable y feo, (uno que circula todo el tiempo con el pene en la mano masturbándose, poesía pura, miren usted), y el policía con aspecto de Mister Bean. Esta producción no tiene casi ningún valor narrativo. Esteticismo vacuo puesto al servicio de la avant garde, no de lo narrado, planos largos, lentos, de plena actitud voyeurista, sí se puede decir que es interesante el diseño de sonido, casi sin música de ninguna naturaleza, sólo el sonido ambiente, una estructura convencional y bastante turbada, más en su esbozo de fábula, que precipita un final de manera tan abrupta desde lo temporal como esperable desde el relato. De suspenso, nada. Aburrida y de mal gusto
¿Cómo mostrar los placeres de la homosexualidad masculina sin plantear un discurso militante acerca de lo gay como política de la identidad? ¿Cómo filmar escenas de sexo ocasional sin asociarlo con el amor romántico y sin condenarlo como una perversión licenciosa? Los hombres pueden chupar, besar, hablar y acompañarse. El cuerpo puede ser vivido como una superficie absoluta de placer. En un pasaje glorioso en el que dos hombres se masturban gozosamente la amabilidad de la escena y el placer que transmite pueden remitir a esas secuencias hermosas del cine de Jean Renoir donde sus personajes se permiten sentir el placer del mero estar en la naturaleza. Un río, el viento, el pasto, elementos mínimos de un bienestar no mediado por el dinero y, en este caso, ni siquiera por el sexo. ¿Quién ha filmado esta genialidad? Alain Guiraudie. Película insólita y libre como pocas, L’inconnu du lac. Ya desde el plano de apertura estamos frente a un director que entiende la gramática del cine con una seguridad que no contrabandea pretensión alguna. Una panorámica presenta un bosque y una playa al lado de un lago. Ahí funciona una playa nudista para homosexuales. En la playa se toma sol, se habla y se practica natación. En el bosque, fundamentalmente, se coge. Los habitués llegan en autos que estacionan regularmente en un estacionamiento improvisado. Es verano. La luz del sol brilla de un modo peculiar y el viento sopla de una forma específica. Guiraudie pone especial atención en cómo capturar el ecosistema de este cosmos desnudo donde se desarrollará su comedia policial erótica. Las panorámicas de la playa, el bosque, los lagos y los cielos componen de inmediato un mapa visual. Cada día que pasa arranca con un plano general del estacionamiento, y otros planos generales sobre el territorio varían cada tanto. La naturaleza se repite pero también cambia, y lo que se ve se duplica en un trabajo sonoro formidable. Los sonidos se repiten pero también sufren cambios menores. Al ver el desplazamiento de un hombre nadando en el lago, en los primeros minutos del film, ya se percibe un código y una motivación estética: asombrarse frente a la vitalidad del cuerpo, celebrar un vitalismo al alcance de la mano. Primero será vía el deporte, luego el placer por el sexo. L’inconnu du lac / El desconocido del lago, Alain Guiraudie, Francia, 2013 (10) Franck suele ir todos los días. Nada, charla y coge. Los visitantes se conocen, lo que no implica que sepan sus nombres. Lo fugaz como tal colma la existencia: alcanza con estar, respirar, moverse y acabar. Franck conocerá a Henri, un hombre heterosexual de mayor edad que suele ir todas las tardes a contemplar el lago. Esa relación no pasará por el sexo sino por la amistad. Un pronunciamiento magnífico: los hombres pueden amarse de muchas maneras. La construcción de esa amistad es una de las revelaciones del film y el punto de mayor sofisticación afectiva, que en el desenlace policial alcanza el carácter de lo sublime. Los diálogos entre Franck y Henri son de una delicadeza admirable, y el crecimiento del cariño entre los dos es un pequeño milagro que sucede en pantalla. Se trata de exponer una política de la amistad entre hombres, una modalidad del cuidado del otro que no involucra la genitalidad. Lo homosexual pertenece a otra vía, y el propio Franck, siempre predispuesto a coger con extraños, reconoce de inmediato en Henri a un amigo. Franck, por otra parte, se enamorará paulatinamente de un tal Michel, aun sabiendo algo terrible de él: Michel ha matado a uno de sus amantes y Franck lo ha visto. Este hecho, lógicamente, abrirá la vía policial del film, que incluye a un maravilloso personaje tardío, el inspector, figura cómica que viene además a proponer una ética que trasciende las predilecciones sexuales. Y es genial porque su investigación es siempre jurídica, nunca moral. Ninguna escena está de más. Los tiempos son perfectos, las elecciones de luz y la apropiación de la oscuridad ambiente virtuosas, los toques humorísticos excepcionales. El erotismo sin concesiones conjura mágicamente la grosería y el exhibicionismo. La singularidad homosexual está subsumida en lo universal. Guiraudie ha hecho una película extraordinaria sobre la amistad y el amor físico entre hombres. Estamos frente a una película irrepetible, de las que faltan en los festivales y que aparecen cada tanto para renovar nuestra fe en el cine e incluso en los hombres.
Superficies de placer Surgido en la comunidad gay y actualmente extendido a círculos heterosexuales, el “cruising” es un estilo de levante entre desconocidos que se da en espacios abiertos y generalmente acordados. En esta interesante cinta francesa, los encuentros se dan alrededor de un lago y la cámara sigue a Franck, un estilizado nadador al que todos contemplan (cuando no lo encaran) sin la menor reserva. Alain Guiraudie, el director, armó dentro de este coto de caza una obra maestra de ingenio narrativo y visual, al principio mechando paradisíacas vistas con escenas de sexo explícito, al borde de la pornografía; luego, insertando la aparición de un crimen y la intrusión del supuesto asesino en la vida de Franck, con el contraste de una relación más profunda y platónica entre el nadador y Henri, un obeso marginal que progresivamente seduce al protagonista gracias a su aparente desinterés y su sabiduría. Dueño de un lirismo personal, Guiraudie genera en el cine la misma honestidad e imaginación que Alan Hollinghurst en la literatura; con su éxito artístico y comercial, El desconocido del lago promete más y mejores cosas en el futuro.
La película contiene escenas de sexo explícito. La película comienza cuando el espectador se encuentra frente a un lago atractivo, donde varios hombres gay se ven como hechizados frente a esas aguas durante la temporada de verano, allí no solo pasan gran parte del día sino que también en un sector del lugar dentro de la vegetación mantienen relaciones sexuales. En un principio no se conocen los nombres de ellos, todos son desconocidos, estos mantienen encuentros ocasionales y sexuales en silencio, todo es placer, poco son los diálogos, se ve el acto sexual (sexo oral, eyaculaciones, besos y masturbaciones. Si son prejuiciosos abstenerse, el director no se prohíbe de nada) y se escuchan los gemidos dentro de la vegetación junto a los sonidos de la naturaleza. La historia ira creando ciertas tensiones con la presencia de Michel (Christophe Paou) un hombre muy atractivo, que cautiva a quien desea, tiene un buen físico, es un buen nadador, con la capacidad de poder seducir a cualquiera. Se encuentra en ese lugar cada tarde con su pareja Pascal Ramière (François-Renaud Labarthe), este es celoso y mantienen encuentros carnales en cada ocasión ya sea en el bosque del lugar como así también en el lago. Allí concurre, como tantos otros, Franck (Pierre Deladonchamps) y mantiene asiduamente un dialogo con Henri (Patrick D'Assumçao) un gordito, solitario, que dice ser heterosexual, siempre se ubica en el mismo lugar, no se desnuda como el resto, no habla con nadie, ni se relaciona con los demás, solo intercala cada tarde una charla con Franck durante la cual ambos se cuentan sus cosas. La acción va lenta, mostrando a cada uno de los personajes que concurren al lugar y sus acciones. Franck observa en todo momento a Michel este hombre atractivo que se encuentra manteniendo una relación, a Franck no le interesa eso y lo sigue, lo espía y lo desea con toda su fuerza, hasta que una noche se esconde entre la vegetación del lugar y ve algo terrible pero a él no le interesa nada, quiere logar su objetivo. A partir de aquella noche su vida cambiará porque ahora se encuentra en los brazos de Michel y se aman en todo momento, la pasión crece a cada instante. La historia contiene escenas cargadas de sexo (esto es posible que en algún punto resulte un exceso), sus cuerpos al desnudo demuestran en gran parte como se encuentran sus vidas, desprovistos de amor, comprensión y a los que invade una terrible soledad. Los encuentros son apasionados e intensos, tiene cierta tensión, celos y deseos incontrolables, a pesar de ciertos temores que existen por un hecho clave aumenta la excitación. Uno de los personajes que está más tiempo de lo normal en el lago, los planos que se alargan con diálogos más intensos con Henri, los sospechosos y el Inspector que entra en acción por un hecho trágico. Aparecen tomas que detallan distintos objetos y situaciones, se va tornando en un film inquietante con tono de thriller, psicológico y transformándose en un drama negro, con actuaciones muy jugadas. Algunos espectadores se sentirán atrapados y otros no tanto, hasta el film puede resultar en algún punto polémico como así también provocador.
Una enorme suerte que se estrene en la Argentina este film de Alain Guiraudie, a quien conocemos por una retrospectiva en el Bafici de 2010. La película narra el amor y el sexo entre hombres en un lugar especialmente indicado para ello, pero también hay un misterio casi policial y un aire trágico que rodea a sus criaturas. Guiraudie filma con precisión y con gran dominio narrativo (digamos clásico) este mundo y mantiene siempre al espectador interesado. Casi una obra maestra.
Liturgia de la descomposición. Una de las características más lamentables de la coyuntura cinematográfica contemporánea es esa insistente unidimensionalidad a nivel del contenido, una miseria ideológica que deriva en films monotemáticos y cerrados a la pluralidad de lecturas que deberían habilitar las obras verdaderamente valiosas. La crítica de pocas luces y cierto sector del público suelen olvidar que la violencia enunciativa es uno de los mecanismos más interesantes para garantizar el debate, esa necesaria revulsión que nos aleja de la estupidez estándar y el conformismo de raigambre conservadora. El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, 2013) pone en perspectiva lo mucho que se extrañaban propuestas como la presente: estamos ante una anomalía que resulta exitosa desde diferentes puntos de vista, ya sea que consideremos su vehemencia pasional o el manejo de los resortes del género en cuestión. En esencia la historia adopta la configuración de los thrillers y nos ofrece una estructura cíclica construida en función de un entorno fijo, en esta oportunidad orientado a subvertir sutilmente las expectativas acumuladas. Franck (Pierre Deladonchamps) es uno más de un grupo de hombres que se reúnen a orillas de un lago con el fin de “conversar” y/ o mantener relaciones sexuales: mientras que por un lado inicia una amistad con el taciturno Henri (Patrick d'Assumçao), por el otro se siente cada vez más atraído a Michel (Christophe Paou), un personaje oscuro que desencadena la trama policial cuando decide “deshacerse” de su pareja anterior. Vale aclarar que la película no se centra en el misterio en sí sino en el comportamiento de los protagonistas ante el hecho consumado. Optando intermitentemente por la prudencia serena o el éxtasis del riesgo, Franck avanza hacia el abismo a conciencia. Aquí la habitual sequedad del cine francés de propensión arty está condimentada de manera extraordinaria con un existencialismo lúdico (emparentado al desparpajo retórico y la desnudez permanente de los personajes) y una colección de detalles muy graciosos (se destacan en especial el onanista itinerante, el episodio “sin condón” y la única escena en la que se menciona la “potencialidad erótica” de las mujeres). Más allá de la bienvenida ferocidad formal, que incluye pormenores explícitos como una eyaculación y una fellatio, el devenir no obedece a un patrón homofóbico ni tampoco “gay friendly”, ya que la homosexualidad sólo aporta un contexto circunstancial: aquí todos son hombres porque todos son iguales, la simetría y la paridad son los verdaderos ejes de un relato donde el individualismo, la sensualidad y la mirada legitimante del otro son factores excluyentes. Como si se tratase de una versión hardcore de Claude Chabrol, el director Alain Guiraudie reincide en sus obsesiones sexuales de antaño, ratifica su predilección por las tomas secuencia e impone ese típico ascetismo bressoniano, en esta ocasión combinado con el sustrato temático de la explosiva Cruising (1980), de William Friedkin. El film funciona como un análisis meticuloso de la descomposición social de nuestros días, haciendo foco en una serie de “rituales de apareamiento” con vistas a remarcar el retroceso de un humanismo hoy ajado (representado en Henri) en pos de un hedonismo malsano y egoísta (encarnado en Michel). En consonancia con la pulsión de muerte, el desenlace es maravilloso porque plantea que a nivel cotidiano desconocemos/ negamos el peligro subyacente en la praxis, llegando al punto de invocar -a los gritos- la amenaza que se cierne sobre nosotros…
La soledad del estar. Varios desconocidos se encuentran fortuitamente en un lago escondido por un bosque de Francia en verano, durante sus vacaciones. Allí los hombres se conocen, tienen relaciones sexuales, escapan de los prejuicios y nadan tranquilos en un lago que parece protegerlos. Alrededor de este paraíso nadie parece conocerse pero todos parecen saber lo que buscan aceptando al otro, incluso en sus perversiones, y disfrutando de las aventuras casuales y de las miradas de los voyeurs. Dirigida y escrita por Alain Guiraudie, El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, 2013) escenifica distintos tipos de soledad alrededor de un lago a través de unos personajes -con absoluta confianza en sus propósitos- que se enfrentan al deseo del otro, que se va convirtiendo en un peligro a medida que las verdaderas intenciones se van revelando. Con una fotografía excepcional a cargo de Claire Mathon, el film retrata cada rincón de un espacio escondido en el cual todos los hombres están dispuestos para la observación y el juego que comienza en el lago y termina en el bosque para recomenzar cada día en una búsqueda de compañía. En esta historia de anonimato, Franck (Pierre Deladonchamps), un joven homosexual, conoce a Henri (Patrick d'Assumçao), un hombre reservado que busca amistad en una suerte de paraíso gay. Henri se sienta alejado del resto de los bañistas y nunca entra en contacto con el agua, convirtiéndose en una suerte de personaje perturbador. Recientemente separado de su esposa, busca un lugar en el cual padecer sus vacaciones y pasar desapercibido, pero también busca una amistad casual sin ataduras o al menos alguien con quien hablar y compartir sus problemas. La relación deviene en una suerte de amistad en la cual se debaten filosóficamente los límites entre el amor, el deseo sexual y el afecto, pero la vida de Franck es sacudida cuando Michel (Christophe Paou) lo seduce. Así comienza entre los dos una pasión que los llevará hasta las profundidades de sus aprensiones.
El deseo desde las miradas en silencio Un relato con marcas de intriga, que despierta al suspenso, que se juega en la desnudez de un paisaje acentuado por matices lumínicos, eso nos entrega este director francés con su relato sobre la pasión amorosa masculina. En un único ambiente, que recorremos en su limitada extensión desde una planificación que tiende a repetir la acción de un ritual, que descubre no sólo cuerpos de hombres desnudos, sino una agreste naturaleza que se anima por el viento en el follaje, que descansa en la orilla de una límpida superficie de un espejo donde sólo reverbera el sol; en este único espacio, donde el silencio sólo se ve visitado por calladas voces de aquellos que sólo buscan fundir su mirada, sus manos, sus piernas, su ardiente sexo en ese paraje que da la espalda a la mirada de los otros, que se esconde en el seductor juego de seudónimos o falsas identidades, o de nombres que no acusan apellido; en esa fuente de paraíso olvidado, en su sexto largometraje, Alain Guiraudie, cuya obra en nuestro país sólo se conoció en festivales y muestras de films independientes, transcurre El desconocido del lago, un relato en el que se nos acerca una tensionante incursión sobre la mirada, que pendula entre el deseo que nos sacude, que nos confirma y una amenazante y sigilosa sospecha. Presentada en Cannes 2013, evento en el que La vida de Adele, de Abdellatif Kechiche (no estrenada en nuestra ciudad, ya editada en DVD), El desconocido del lago recupera en la instancia de aventura erótica el término "cruising", vocablo que igualmente nos lleva, en su acepción al vagabundeo, a la búsqueda sexual por lugares públicos y que fuera temabase del polémico film homónimo de William Friedkin de principios de los '80, con Al Pacino, Paul Sorvino y Karen Allen, modificado en su secuencia final cuando su estreno en nuestro país y que fuera censurado en algunas secuencias. Ahora, en el film que hoy visitamos, en esta playa nudista, en la que los cuerpos se exponen al sol, diferentes personajes se irán mirando, algunos entrelazarán sus cuerpos, otros estarán en la espera. Y en la calma del atardecer, cuando un silencio omnímodo se adueñe de la escena, algo extraño, captado desde la lejanía, acontece. En su total desnudez de playa, agua, boscaje y cuerpos masculinos, El desconocido del lago organiza el recorrido de sus personajes desde los cambios lumínicos, y sus visitados espacios, a los que se arriba, se abren a nuestros ojos, desde un repetido encuadre. La misma configuración ya está anticipada en el diseño del mismo afiche, subrayado en su geometrización, dividido en planos. En el superior, en el que organiza nuestra lectura vertical, vemos a alguien que observa, desde la playa, a otro que está internándose en las aguas. Y todo su cuerpo, toda su esculpida figura, rodeada de una luz que enceguece, aurática en su resplandor, nos remite al momento final del film de Luchino Visconti, Muerte en Venecia, de 1970. De una inusual estética habitada por sonidos ambientales, por lacónicas palabras pronunciadas en un medio tono; aquí, en este rincón y refugio, la misma desnudez se transmite al plano. Y el mismo arrojo de una pasión, movida por un sentimiento de hiriente soledad, transita por una esfera de matices lumínicos que orilla el mismo corazón de las tinieblas.
El cine según Guirardie El desconocido del lago (L’inconnu du lac, Francia/2013). Guión y dirección: Alain Guiraudie. Con Pierre Deladonchamps, Christophe Paou, Patrick D’Assumçao y Jérôme Chappatte. Distribuidora: LAT-E. Duración: 97 minutos. Por Gastón Molayoli Los mejores policiales son aquellos que pueden integrar en su desarrollo narrativo las características del espacio donde transcurren. Una ciudad, por ejemplo, puede ser no sólo el escenario de un crimen sino también uno de sus elementos causales: la mugre, el ruido y el tráfico podrían acentuar el carácter inestable de un personaje y empujarlo con más facilidad a realizar un hecho criminal. En El cine según Hitchcock, el director norteamericano sostiene -desde el orden cerrado que caracteriza al mejor cine clásico-, que hay que aprovechar todo lo que aparece en la pantalla o se sugiere fuera de ella, desde los grandes espacios urbanos hasta los detalles más insignificantes de una habitación. Si la historia transcurre en París, algún lugar de la ciudad debería funcionar narrativamente y no sólo como escenario (para un ejemplo contrario vean cómo los directores que no entienden esta suerte de requisito incrustan con obscenidad la Torre Eiffel en cualquier momento de la trama). Alain Guiraudie comparte la pericia de los grandes autores. En las primeras escenas de El desconocido del lago nos brinda las coordenadas dentro de las que se moverá la historia: vemos a un hombre (luego sabremos que se llama Franck) que estaciona su auto, camina unos metros a través de un bosque, llega a una playa nudista donde sólo hay hombres, se mete a un lago y se pone a nadar. Al estacionamiento, al bosque, a la playa y al lago, se vuelve una y otra vez. En las primeras ocasiones para darle forma a un paraíso en el que la luz del sol, el agua del lago y la textura de la arena sirven de escenario para que un grupo numeroso de hombres se encuentre, tenga sexo o converse. Cada uno de los espacios está signado por una lógica distinta: el estacionamiento, por ejemplo, marca el paso de los días. En el entramado del bosque, donde coquetean la luz y la oscuridad, los hombres cogen y observan. La playa es el escenario del levante, punto de encuentro y de partida que termina en el bosque. Pero la playa también es el escenario de la conversación. En ese lugar Franck conoce a Henri, un leñador heterosexual y recién separado que disfruta del paisaje sin sacarse la ropa. En algún momento de su vida participó de orgías junto con su ex mujer pero no entiende cómo puede ser que un hombre esté únicamente con otro hombre. “¿Nunca estuviste con una mujer?”, le pregunta sorprendido a Franck. El vínculo entre ambos no puede definirse fácilmente como una amistad; existe una atracción mutua, pero surge menos del contacto físico que de las palabras. Hogar de peces casi mitológicos como los siluros -que según Henri pueden alcanzar los cinco metros de largo-, el lago es el escenario de la muerte. Una tarde, Franck observa desde el bosque la manera en que Michel, hombre del que siente una fuerte atracción, nada junto con su amante y la manera en que, en un momento dado, lo ahoga. Filmada como la secuencia cumbre de La ventana indiscreta, la escena genera un contrapunto perfecto: Franck permanece escondido entre los árboles, asustado como James Stewart en su departamento, mientras que Michel sale del agua con la calma de un profesional. El hecho no hace más que profundizar la atracción, atravesada tanto por el placer como por la muerte, que Franck siente por Michel. Los lugares que el director elige para ubicar la cámara y el tiempo que le dedica a cada plano generan, por un lado, una integración notable del espacio: conocemos, sin preciosismo, todos los rincones de esa playa idílica. Por otro lado, nos permiten comprender hasta qué punto los personajes están alienados, hasta qué punto no pueden compartir la misma perspectiva. Quizás por eso, uno de los grandes méritos de la película sea la manera en que muestra la relación entre Franck y Henri, dos personas que comparten un código como si se conocieran desde hace mucho tiempo. La mirada de Guiraudie no celebra el paraíso que muestra pero tampoco le impone una moral. Una película de ostensible belleza que integra los cuerpos en el espacio que habitan.
Es recurrente el análisis superficial que se hace de las diferencias, entre el cine europeo respecto al norteamericano. A éste último, se le asocia con el cine de blockbuster (o palomitero), vinculado a grandes presupuestos, en donde una fórmula, casi matemática, debe rendir en boleterías de acuerdo a los cálculos que previamente procesan los estudios. Al europeo, por el contrario, se le vincula con un cine reflexivo, más de autor, en que las palabras importan más que la acción. Al primero, con entretenimiento y distracción. Al segundo, con largos diálogos y una puesta en escena austera. Todo lo anterior, en el marco de una caricatura que sabemos bien, no se ajusta la mayoría de las veces a la realidad. Los matices abundan en ambos cines, más aun conociendo la amplitud en el negocio que abren las nuevas tecnologías. No obstante, de la caricatura da cuenta el estreno hace una semana de la cuarta parte de “Tranformers”, que estalla en las boleterías, y en la crítica, una sonora rechifla unánime, aunque a Michael Bay poco parece importarle la verdad. Pero también, bajo el encuadre de esa misma regla, podría encasillarse a “El desconocido del lago”, una película francesa de bajo presupuesto, que sorprendió allá en cuanto festival se proyectó, partiendo por Cannes, en donde su director se alzó con el palmarés en “Una cierta mirada” el año pasado y finalizando en los Cesar, donde fue nominada en 8 categorías distintas. “L’ inconnu du lac” narra la historia de Franck, quien visita a diario, durante la época estival, un lago, en donde se funden las bondades de sus cristalinas aguas, con un frondoso bosque que lo rodea, y que sirve de albergue para el sexo casual, entre hombres exclusivamente. Cruising es el término que emplean los americanos para denominar esta práctica, la de tener sexo en lugares públicos, preferentemente gay, hecho que dio el nombre a una película del director William Friedkin, con Al Pacino como protagonista de esta historia policial. Sin embargo, el “Desconocido del lago” dista mucho del tinte que utilizó Friedkin en su film de 1980. En esta historia, son los silencios los que hablan por los personajes, es el acto sexual tras los arboles el que transmite hedonismo o dependencia, es la metáfora con que se construye la sensibilidad de los personajes, escondidos detrás de un bosque o que yacen al fondo del lago. Así como Michael Hanneke o los hermanos Dardenne desnudan de artificios la pantalla, sin música, sin efectos, para entregar el producto en bruto, Alain Guiraudie utiliza la contemplación serena en el personaje de Franck y las conversaciones con Henri, como un elemento a escudriñar en una historia que poco a poco se decanta en un thriller muy sui generis. Franck (Pierre Deladonchamps) en sus visitas diarias al lago, entabla amistad con Henri (Patrick d’Assumçao) un sujeto bucólico que contempla el lugar desde una punta de la playa, provisto de bañador (cuando lo usual es el nudismo) y sin dejar claro su orientación sexual. En estas circunstancias vamos entendiendo un poco quien es Franck y que busca no solo allí, sino en la vida, en sus relaciones. La gran virtud del film, es que no utiliza la temática homosexual como el nudo de conflicto argumental, sino que surge con naturalidad como parte del decorado, tal como lo son los juncos y árboles que sirven de fondo. No es tema, está allí, aún para incomodidad de muchos. Hablamos de una historia que hacia el tramo final va mostrando sus cartas, aún a tropiezos del sexo explícito, que a mi entender, a veces resulta excesivo, dejando a “La vida de Adele” casi como un ejercicio amateur de provocación. Una película que, me atrevo a pronosticar, difícilmente veremos estrenar en cines comerciales en América Latina, pero que gracias a los medios que provee la red, va a permitir apreciar, con todas sus fortalezas y debilidades, uno de los films más provocadores del año que ya se fue.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.