Otras historias extraordinarias Hace algo más de tres años, Mariano Llinás estrenaba Historias extraordinarias en el BAFICI. Fue una modesta revolución dentro del cine independiente argentino. Modesta pero revolución al fin. Sin embargo, hubo que esperar tres ediciones más del festival porteño para encontrar otra película que retomara el método de producción, las ambiciones (las ínfulas de GRAN cine), el talento y la audacia de aquella épica. El estudiante es una enorme película concebida con absoluta libertad y por fuera de los pasillos y oficinas del INCAA (es decir, sin la mirada puesta en los subsidios oficiales) y una ratificación de que hay otras formas de hacer cine en nuestro país. Por otra parte, viene a demoler los prejuicios de los sirvenes y los carnevales que caen en el lugar común (a esta altura, aburrido y perezoso) de sostener que todo el nuevo cine argentino es minimalista, intelectualoso, que en sus historias "no pasa nada". Espero que esos agoreros, esos que exaltan películas mediocres como Viudas, se animen a concurrir a los "antros" del MALBA o la Lugones para ver todo lo que pasa en los intensos, cautivantes, demoledores, fascinantes 124 minutos de El estudiante. No creo que la película sea perfecta (incluso tengo algunos reparos con su secuencia final, que para mi gusto no está a la altura del resto), pero desde OtrosCines.com creemos que hay que jugarse -desde la pasión cinéfila, claro, no tenemos nada que ver con la producción- cuando aparecen films como El estudiante. Y, por si hace falta, aclaro que no soy un dogmático, que no todos tienen que trabajar como Mitre (aquí con la ayuda de Llinás y Pablo Trapero, y la convicción de sus fieles laderos en la producción como Agustina Llambí Campbell, Laura Citarella y Fernando Brom). Sin ir más lejos, en simultáneo con esta película ultraindependiente se estrena la hipercomercial comedia Mi primera boda. Y está muy bien que así sea, que estos dos "modelos" convivan y que cada uno tenga su segmento de público (1.000 espectadores le sirven a los números de El estudiante tanto como 50.000 al largometraje de Ariel Winograd). No es uno u otro sino uno y otro. Sin aliento Codirector del film colectivo El amor (primera parte) y coguionista de Leonera y Carancho, ambas de Trapero, Mitre debuta en la realización en solitario con un thriller ambientado en el convulsionado mundo de la política en la Universidad de Buenos Aires. Roque (Esteban Lamothe) llega a la ciudad desde un pueblo del interior para retomar sus estudios y, poco a poco, irá escalando posiciones dentro de una agrupación progre de Ciencias Sociales. Con una narración seca y vertiginosa, de esas que dejan sin aliento, Mitre disecciona de forma implacable, con gran profundidad e inteligencia, las relaciones humanas y expone todo el cinismo, la hipocresía (y las traiciones cruzadas) de estos profesionales del poder para quienes la ideología, la lealtad y las convicciones hace mucho que dejaron de tener sentido. En el film hay una obsesiva búsqueda de realismo (el realizador incorpora incluso a su ficción imágenes documentales de asambleas y manifestaciones), un gran cuidado para cada diálogo, cada palabra de la "jerga" suene creíble (las frases son tan punzantes que algún crítico extranjero hizo una comparación con Aaron Sorkin, el guionista de The West Wing y Red Social) y un trabajo impecable con un elenco sin fisuras con intérpretes que en muchos casos provienen del teatro off. Como en toda gran película, en El estudiante no sólo se luce su protagonista -y motor de la narración- sino también cada uno de sus secundarios. Mitre le dedica el tiempo necesario a esos operadores políticos que anudan y desanudan todo en las sombras (los herederos de los Cotis Nosiglias) y a los jóvenes militantes que hoy manejan una fotocopiadora y mañana son grupo de choque o pasado mañana aparecen como candidatos en una lista o en un cargo rentado. El estudiante -quedó dicho- tiene algo de impronta documental, de ensayo sociológico, pero Mitre se arriesga también con una subtrama romántica entre Roque y Paula (Romina Paula) que no desentona y va construyendo una tensión y un suspenso propios del thriller que -como admitió el propio director- tuvo como uno de sus referentes a la filmografía del francés Jacques Audiard (El latido de mi corazón, Lee mis labios, Un profeta). Lamento que El estudiante no llegue al circuito "comercial". Como comentábamos hace algún tiempo con Gustavo Noriega en Twitter, un film de estas dimensiones artísticas debería estrenarse, por ejemplo, en una sala digital del Hoyts Abasto (se rodó en HD), pero hoy -con el caniblismo y la miopía del mercado local- eso suena a quimera, a utopía. Habrá que contentarse, entonces, con que este joya tenga su recorrido por el MALBA y la Lugones. Ojalá la gente que no es "del palo" venza sus pruritos y se acerque, que la película crezca con el boca en boca y se sostenga en el tiempo. Así, la mencionada Historias extraordinarias se mantuvo varios meses en cartel y fue vista por bastante más de 30.000 espectadores. El estudiante debería llegar a un destino similar. Se lo merece.
Entre muros Santiago Mitre, co-guionista de Carancho (2010) y Leonera (2008) de Pablo Trapero, entrega con El estudiante (2011) un ambicioso e implacable relato sobre el aprendizaje de la política estudiantil a través de la experiencia de un joven. Durante mucho tiempo circuló la idea de que los emergentes cineastas locales se desentendían de las problemáticas sociales o políticas, más interesados por un cine de observación y tiempos muertos. Si bien hay varios ejemplos que desmienten esta idea, en este caso (primera obra en solitario de Mitre, luego de co-dirigir El amor (Primera parte), 2005) el eje político es central. Específicamente la militancia política en la Universidad de Buenos Aires, micro-cosmos de tensiones que dan cuenta del afuera, cómo no, pero que al mismo tiempo están reguladas por cierto hermetismo. Roque (preciso y convincente trabajo de Esteban Lamothe) es un joven del interior que acaba de llegar a Buenos Aires para hacer una carrera en la Facultad de Ciencias Sociales. Lo espera un edificio enorme, plagado de carteles con consignas políticas y aulas en las que se dictan clases pero también se debaten ideas en asambleas. Nada de ese universo extraño y a la vez fascinante lo abruma, pues Roque es “entrador”, seductor, características que lo llevarán a una joven profesora militante interpretada por Romina Paula, una de las mejores actrices de su generación. Lo que sigue es un relato intenso, en el que prima la “novela de aprendizaje”, aderezada con romance y una buena cuota de intriga. Cuando la profesora le presente a su mentor y titular de cátedra (“coge con él”, le advierte despectivamente una amante-amiga) Roque ingresará a un mundo en el que se mueve como pez en el agua. La cámara de Mitre sigue obsesivamente (algunas secuencias rememoran al cine de Luc y Jean-Pierre Dardenne) al personaje central, reservando el punto de vista a su mirada. Una mirada aguda, que le proveerá de nuevos saberes a la hora de llevar la ideología a la praxis política. Y allí comienza otra película, abocada a desentrañar los pactos, traiciones, miserias e hipocresías que emergen en la lucha por claustros y puestos administrativos. El guión se cuida de no hacer una referencia directa a algún partido o facción política de alcance nacional, tampoco lo necesita. Esto conlleva a cierto grado de abstracción que “envuelve” al espectador en una vorágine de códigos y jergas que ofician como marco ideal para el resto del relato. La voz en off resulta pertinente, pues si bien no agrega información nuclear para el desarrollo de la trama, va muy a tono con esa mirada tan precisa, documental y en cierta manera determinista para dar cuenta de esta especie de sub-mundo. El film muestra a los militantes (los docentes y los no docentes, los jóvenes y lomás adultos) sin idealizarlos. Algunos consumen drogas, traicionan la ética que defienden, pactan y toman decisiones muy cuestionables. Militancia, pedagogía y vida cotidiana aparecen unidas en una forma indisoluble, aspecto que hace verosímil el drama, en un gesto de coherencia estética que encuentra parangón en El bonaerense (Pablo Trapero, 2002) y Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000), dos films que exploraban mundos (la policía del conurbano y el mundo de la delincuencia urbana) con una fluidez y clasicismo notables. Mitre, surgido de la FUC, mantiene la sociedad artística iniciada con El amor (Primera parte), contando con Mariano Llinás como co-productor y co-guionista. Es estimulante que en las ambigüedades de los personajes se definan ideas, campos de batalla ideológica, procedimientos viciados que también dan cuenta de nuestra realidad nacional, transmitidas con solvencia técnica. La película está hecha en HD y cuenta con un excelente trabajo fotográfico hecho a seis manos (Agustina Llambi Campbell, el mismo realizador y Fernando Brom) Film de tesis y dilemático, apasionante retrato de la militancia estudiantil, El estudiante, por su ambición y cuidada factura técnica, está destinado a convertirse en un clásico. El tiempo lo dirá.
Una de las dos películas argentinas que formaron parte de la Competencia Internacional del BAFICI fue El Estudiante, primera en solitario de Santiago Mitre, uno de los cuatro directores de El Amor (Primera Parte) y guionista junto a Pablo Trapero de Carancho y Leonera. Hay cierto contacto con el cine de este realizador, en la construcción de un relato con algo de suspenso centrado en un hombre común que debe hacer frente a situaciones que lo superan y para las que no está preparado. Un intensivo trabajo de guión, junto a otro pilar del Nuevo Cine Argentino como es Mariano Llinás, se traduce en una película capaz de articular un profundo contenido político para generar una historia vibrante. Si hay algo evidente al finalizar la proyección es que sus 124 minutos de duración no suponen una carga, al no disminuir su intensidad en ningún momento, no solo no decae sino que logra mantenerse apasionante a lo largo de dos horas. Es interesante el punto de vista que ofrece sobre la militancia estudiantil, dirigencias harto conocidas por todo aquel que alguna vez pisó una Facultad o escuchó las noticias. A la cara visible del folleto y el pasillo, el director pone el foco en el lado oculto, en el de los entramados políticos, negociados y acuerdos de los que el 95% del estudiantado no se entera. En ese sentido puede ser vinculada con El Bonaerense, película de Trapero del 2002, en la que un hombre del Interior llega a Buenos Aires para desempeñarse como Policía y libera al monstruo que lleva dentro cuando empieza a desenvolverse en el mundo de la corrupción. Sólida desde cualquier punto de vista, hay un gran trabajo de actores, dirección, guión, música, fotografía y demás aspectos técnicos. Sin duda es una de esas escasas realizaciones argentinas que por año logran, en forma equitativa, el visto bueno del público y la crítica. Este gran trabajo de Santiago Mitre fue, en lo que a mí respecta, la mejor película que ofreció el festival.
Estrenado dentro de la Competencia Argentina de la última edición del Bafici, El Estudiante es un film que coloca sobre el tapete, la realidad de los centros de estudiantes pertenecientes a las Universidades Nacionales. El relato está centrado en la historia de un joven que viene de Ameghino, pasa por La Plata y llega a estudiar a la capital, no teniendo claro que es lo que quiere, ya que proviene de varias elecciones abortadas. Poco a poco en contacto con los compañeros de la Universidad irá encontrándose a sí mismo en la figura de un militante carente de ideales, aunque de eso sea de lo que se hable. Por otra parte, aunque no sabe bien qué, ni cómo va a defenderse en ese mundo, la mecánica de éste lo excita lo suficiente ya que le ha permitido descubrir/se una habilidad que además reconocen rápidamente quienes lo rodean. Actividad para la cual es casi imprescindible carecer de principios y de ética. Actitud que obviamente practica en todas las relaciones que establece. Y que son las inexorables reglas del juego con que mueven, la mayoría de las personas que hacen política dentro de la Universidad. Algo así maquiavélicamente hablando, de que: “el fin siempre justifica los medios”. Lo más logrado del film es la agilidad de sus diálogos, la acción que no decae en ningún momento y la idea de colocar la cámara en el interior de ese mundo que se suele mostrarse desde el afuera. Sumado a excelentes actuaciones, en particular la de su protagonista principal en un film recién sacado del horno, ya que los afiches dan cuenta de la reciente muerte del presidente Kirchner. Al margen de que todos sepamos claramente, que ese es el usual modo, en que se mueven la mayoría de las personas que hacen “política”, aunque haya surgido como una actividad humana en beneficio de la sociedad. Y en este caso estemos hablando del contexto universitario. En esta perspectiva, El estudiante muestra, como ese beneficio se transforma, en el uso/abuso de un poder público organizado, para lograr objetivos provechosos para su grupo de pertenencia. Un muy buen film, que en este momento compite en el Festival Internacional de Locarno.
La política por otros medios Acreedora del Premio Especial del Jurado de la Competencia Internacional, y ovni que introduce la política universitaria en el cine argentino, El estudiante fue una de las más gratas sorpresas de este BAFICI 13. La acusación que muchas veces recibió el Nuevo Cine Argentino de una supuesta falta de compromiso político siempre fue torpe e infundada. La política es más que discursos, agitar banderas o vociferar consignas. El estudiante, que se pudo ver en la competencia internacional del último BAFICI, es una película que habla y practica la política por canales múltiples. Uno de esos canales es el hecho de elegir recorrer un mundo nuevo, el de la universidad, terreno desconocido para el cine argentino de cualquier época, ahora abordado y observado por Santiago Mitre sin ánimos reduccionistas: su cámara escruta pasillos, aulas, alumnos y docentes siempre con la conciencia de estar haciendo un recorte, sin intentar agotar la riqueza de su objeto ni hacer sociología fácil. Otra es la imagen que se construye de la militancia. Lejos del cine edulcorado de los 80, El estudiante entiende la política no como un ejercicio impoluto y meramente discursivo sino como una actividad corporal, diaria, constante. Meterse en la militancia universitaria implica conocer el barro, trazar alianzas, pactos, idear traiciones, anticipar movimientos. Las caras que filma Mitre dejan ver las huellas de ese desgaste: rostros cansados, demacrados, acostumbrados al café, al mate, al frío de las aulas de la UBA o a los amores fugaces. Por último, El estudiante actúa de manera política cuando elige contar una historia entremezclando género y modernidad. Relato iniciático, la película de Mitre encuentra su tono justo entre el nervio de los géneros y la libertad contemplativa y narrativa del cine contemporáneo. Mitre forja su película tomando lo mejor de cada universo sin preocuparse por atentar contra ambos. Personal, cruda, novedosa, El estudiante es, seguramente, felizmente, la primera película argentina en pensar la política con tanta altanería y lucidez.
El otro puntero de la pantalla Cuenta la historia del despertar político de un alumno. Roque atraviesa los pasillos de la facultad como un forastero recién llegado a un mundo apocalíptico en pleno caos. Ve paredes con pintadas que no comprende del todo, gente que va y viene pegando carteles y escucha diálogos que lo dejan frío. En realidad está más interesado en las chicas: en una compañera de cursada, primero, y luego en una profesora adjunta que milita en una agrupación (llamada “Brecha”) a la que empieza a frecuentar hasta involucrarse de lleno en la política universitaria. “La Walsh, La Vertiente, Prisma, La Juntada, Contrahegemonia”, cita la voz en off que, de tanto en tanto, organiza el relato. Para Roque (Esteban Lamothe), esas referencias no significan demasiado. Pero Santiago Mitre, director que debuta “en solitario” con este largo, va a ir velozmente metiéndonos en tema. En plan de seguir a Paula (Romina Paula), Roque se descubre como un inteligente operador político. De hecho, lo descubre Acevedo (Ricardo Felix), profesor y cerebro de esa agrupación, cuando Roque hace una jugada inteligente que le permite a Brecha una “salvación política”. Roque se convierte en el puntero de Acevedo. Pero ambos tienen un interés común: Paula. El juego crecerá cuando lleguen las elecciones del Rectorado. Roque, el provinciano, acaso no tiene la “labia” de sus compañeros, pero es resolutivo. Cuando un amigo suyo se roba la plata de la fotocopiadora, hace las conexiones necesarias para hacerlo zafar. Usa a un compañero de facultad para hacer andar rumores que lo benefician. Y Acevedo lo nota. Y Paula también. Ahora, ¿quién juega con quién? ¿Hasta dónde se puede llegar con la rosca, la devolución de favores? ¿Hay un límite moral, ético? El estudiante se mete en este mundo y en estas preguntas, pero jamás desde un lugar dogmático o en forma de debate. Como su protagonista, Mitre analiza en acción: son los hechos, las miradas cruzadas –en cómo Paula camina al lado de Roque y luego hace unos pasos para no dejar solo a Acevedo, en un llamado telefónico de un locutorio- donde la película cuenta de verdad. La captura es casi documentalista. Cualquiera que haya atravesado una universidad pública se sentirá transportado. No sólo por el bullicio político permanente, sino en las fiestas, los diálogos, los detalles que Mitre incorpora y que le dan ese toque de verdad que la película tiene en casi todo su metraje. La más claramente guionada escena final dará lugar a debates, pero queda claro que ese final es más abierto y enrarecido de lo que parece en primera instancia. Como Pizza, birra, faso , Mundo grúa o Historias extraordinarias , la película de Mitre es un hito del joven cine argentino. En este caso, porque habilita la entrada de un cineasta de esta generación a un universo que parecía vedado: poder conjugar ese ya dominado realismo cotidiano con una historia atrapante, tipo thriller, donde las piezas y los elementos funcionan a la perfección. Un párrafo aparte merecen los actores. Si el universo y el tono pueden ser pensables como un combo entre los mundos de Mariano Llinás y Pablo Trapero (el primero colaboró en la historia, el segundo es parte de la producción, pero trabaja con Mitre en sus propias películas desde Leonera), la dirección actoral es un mérito sin deudas aparentes. Lamothe, Paula, Felix, además de Agustín Rittano, Julian Larquier Tellarini, Valeria Correa y todos los demás, hacen de El estudiante no sólo una película intensa y atrapante, sino creíble en cada uno de sus diálogos. El estudiante es una película de iniciación, de aprendizaje. Es sumergirse en un mundo extraño hasta aprender a dominarlo.
En el laberinto de espejos Este film ultraindependiente inventa una ética y estética a las que podría definirse como “realismo idealista”. El protagonista es un muchacho del interior que perderá la inocencia al ingresar en un sistema, el de la política universitaria, que excede su propia ambición. Suele suceder que en el Bafici surja una película argentina que establece un nuevo paradigma, dicho esto tanto en términos de calidad como de enfoque, de concepción y modo de producción. Ocurrió en su momento con Mundo grúa y más recientemente con Historias extraordinarias. Pasó en la edición 2010, aunque tal vez de modo más secreto, con Los labios. En la última edición del festival porteño la película-hito fue, sin duda, El estudiante, que terminó ganando tres premios, entre ellos el Especial del Jurado, galardón que repetiría más tarde en Locarno. Se trata de la ópera prima en solitario de Santiago Mitre, quien en 2004 había coescrito y codirigido el film grupal El amor (primera parte), tras lo cual coescribió también para Pablo Trapero los guiones de Leonera y Carancho. Hay algo de la primera de ellas en El estudiante –ciertas técnicas de distanciamiento, sobre todo–, pero más de las otras dos, en tanto el film de Mitre representa, como ellas, una inmersión a fondo en un mundo con reglas propias. Producida en forma ultraindependiente (con aporte de las productoras de Pablo Trapero y Mariano Llinás) y filmada en HD digital, El estudiante investiga un mundo que no es el de la prisión o la accidentología lucrativa, sino uno que el cine argentino no abordaba plenamente desde Dar la cara (1962): el de la política universitaria. Tal vez también, por metonimia, el de la política nacional en su conjunto. Imponiendo un sobrio clasicismo ya desde el diseño y tipo de letra de los títulos, El estudiante es un relato de formación en el que el formado es tanto el protagonista como el espectador. Como el Zapa en El bonaerense –otra película con la que no faltan puntos de contacto–, Roque Espinosa (Esteban Lamothe, en actuación definitivamente consagratoria) es un muchacho del interior que perderá la inocencia al ingresar en un sistema que excede su propia ambición. Que no es escasa, por cierto. Como Ilich Ramírez Sánchez en Carlos, el ascenso de Roque Espinosa en el mundo de la política estudiantil parecería ir en paralelo con su magnetismo para con el sexo opuesto. No terminó la secuencia de créditos que el muchacho se está curtiendo ya, en su piecita de pensión, a Valeria (Valeria Correa), compañera de facultad, de allí en más rara combinación de noviecita tolerante, compañera de asados, amante matutina y locadora. Ejemplar en su concisión, edición (gentileza de Delfina Castagnino, realizadora de la reciente Lo que más quiero) y fluido manejo de los saltos temporales, a El estudiante le bastan unos pocos minutos para narrar la llegada del protagonista a la ciudad, su primer ingreso a la jungla de carteles, pancartas y pintadas de Sociales, su tímido asomarse al aula, su participación algo cohibida en las primeras discusiones políticas, su debut sexual porteño. Narrada como una subjetiva, ese punto de vista será la palanca narrativa del relato. Pero se trata de una subjetiva distanciada, que tanto se contagia de las maneras del héroe como se corre un paso para verlo en contexto. Que el contexto importa, que lo real también, lo indica el tiempo invertido por Mitre y sus asistentes en investigar la interna universitaria, así como el carácter documental con que registra reuniones, discusiones y asambleas, desde la entrada de Marcelo T. de Alvear al 2200 y a través del laberinto de pasillos, escaleras y vericuetos. Laberinto que, como se verá, no es solo espacial. Hay un grado de concentración, de intensidad y determinación analítica en ese modo de ver y de filmar que se corresponden con los del protagonista. La mirada de Roque y, en ocasiones, su modo de acechar al adversario, delatan al cazador. Aunque nunca antes haya militado, se aprecia que Roque es un animal político, tanto por la velocidad con que se integra a una agrupación (la ficcional Brecha) como en su capacidad para pensar en términos pragmáticos. En su primera acción “de guerra”, apela a la misma táctica que Sam Spade en Cosecha roja, cortando de un solo tajo lo que para sus compañeros más experimentados era un nudo gordiano. Pero en esa jungla hay un cazador más curtido, Acevedo (Ricardo Félix, actor de teatro, tan notable como el resto del elenco), capaz de reconocer en él la clase de animal que es. Y de domesticarlo, claro. Referente de Brecha en el olimpo de la alta política universitaria, Acevedo será pieza clave dentro de la red de intereses, eventualmente despiadada, que la elección de nuevo rector de la UBA intrinca aceleradamente. En medio de esa red asoma la sensible e inteligente Paula (Romina Paula, puro magnetismo), profesora y militante sobre la que Roque apunta su ojo de predador, y que quizá represente el centro moral de la película. El estudiante no comete el error de querer “copiar” la realidad, esa corta ambición costumbrista. Hace algo infinitamente superior: la recrea, la deforma, la reconstruye mediante un elaborado laberinto de alusiones. Laberinto de espejos: espejismo de ser y no ser lo que se refleja. Los otros palitos que la muy lúcida ópera prima de Santiago Mitre no se permite pisar son los que suelen minar el cine político: la denuncia moral formulada desde un lugar de falsa superioridad, el escepticismo descomprometido, el cómodo cinismo. Resuelta a mirar con los propios ojos, El estudiante inventa quizás una ética y estética a las que podría definirse como “realismo idealista”. Tal vez suene a oxímoron: es lo que sucede con todo nuevo paradigma.
Aulas agitadas El esperado debut en solitario del guionista Santiago Mitre (uno de los directores de El amor (primera parte) y guionista de Carancho y Leonera junto a Pablo Trapero) con la inestimable colaboración autoral de Mariano Llinás llega en esta vigorizante película concentrada en el microcosmos de la militancia estudiantil bajo el punto de vista exclusivo de un estudiante del interior, Roque (brillante actuación de Esteban Lamothe), quien paulatinamente se va involucrando en las internas de la agrupación estudiantil Brecha, quienes detentan el poder en la Universidad de Buenos Aires. El retrato descarnado sobre la política en sus primeros estadios a través del sucio juego de intereses entre docentes, estudiantes y representantes de los poderes del Estado se desarrolla de manera lúcida a partir de un guión sólido que incorpora elementos de un thriller en los abarrotados pasillos universitarios para enriquecer la trama y abrir el juego de las traiciones y operaciones políticas -tanto dentro como fuera de las aulas- en el convulsionado escenario de la dirigencia estudiantil. Despojado de un enfoque romántico o reivindicativo de viejos ideales pero con una saludable dosis de cinismo y crítica política; sutiles apuntes humorísticos y por sobre todas las cosas un enfoque honesto a la hora de mostrar contradicciones, lealtades, relaciones utilitarias y porqué no decir esperanza e ingenuidad en algunos personajes con vocación política, Santiago Mitre no abusa de lo discursivo -pese a que se habla constantemente en acaloradas discusiones y debates- y busca enérgicamente con la cámara el espacio adecuado para volverse testigo de las acciones logrando momentos de tensión notables tratándose de un universo tan reducido como insondable para el espectador. El estudiante, luego de un exitoso recorrido por diferentes festivales internacionales como Locarno -incluido el último BAFICI-, finalmente se estrena en un acotado circuito cinematográfico (Malba y la Sala Lugones durante el mes de septiembre) y obliga a repensar el cine argentino y a preguntarse si este no es el camino acertado para una necesaria renovación.
Ideología Líquida Santiago Mitre da cuenta de cómo hacer que una película pequeña, independiente y supuestamente modesta se transforme en un enorme y épico largometraje. Aclamada en la última edición del BAFICI, tanto por el público como por la crítica; ganadora del premio especial del jurado en el Festival de cine de Locarno, Suiza; el coguionista de Trapero en Leonera y Carancho, y también codirector de la muy interesante El Amor (Primera Parte), demuestra su inmenso talento narrativo en un thriller político, tan ágil y vertiginoso que mantiene la atención expectante de principio a fin. Doble es el mérito cuando sabemos que se trata de un trabajo hecho a pulmón, con un muy recortado presupuesto, detalle que no se nota en el producto final, que ni siquiera gozó de los subsidios del INCAA. También porque da por tierra aquel prejuicio que rotula al cine argentino independiente como lento, costumbrista y minimalista; todo lo contrario: estamos frente a una película grande y absolutamente dinámica. No se trata de un filme político que deja un mensaje ideologizado, se trata de una obra que pone la política en el tapete, desde su versión más micro como podría ser la militancia universitaria, y que sirve como metáfora de la más macro, aquello que nos termina definiendo e influenciando como sociedad. Roque (Esteban Lamothe) es un joven del interior que viene a probar suerte a la gran Universidad de Buenos Aires, como modo de socializar y seducir a chicas, ingresa en grupos militantes. Así, de a poco, va a ir ganando popularidad y poder dentro del sistema académico, para terminar de ocupar un rol de puntero político, donde manipula y es manipulado. Todos los que alguna vez circulamos por los pasillos de la UBA experimentaremos vivencias conocidas donde la política no queda afuera de nuestra formación. La ideología es sólo el escalón que visibiliza a través de un discurso, muchas veces romántico y hasta utópico, cierto lugar de poder. Es así como los ideales suelen ser olvidados a la hora de manipular, cosificar y ganar posiciones dentro de la carrera política. Con un enfoque realista, Mitre se vale del seguimiento de cámaras que nos posibilita mirar con los ojos del protagonista; un narrador omnisciente que nos introduce en el relato, imágenes de archivo donde se muestran verdaderas marchas universitarias, y una impecable puesta en escena que retrata con gran ductilidad de planos el interior de la vida en la universidad pública. Las actuaciones son notables; Lamothe se destaca en su primer protagónico y Romina Paula está impecable en el rol de esa joven docente apasionada pero a la vez insegura. La historia de amor que se desarrolla en el medio no desvía la trama sino que la intensifica aun más. El relato da cuenta de cómo se desarrolla la dinámica en un grupo humano donde no faltan los líderes y chivos expiatorios. Un filme que posibilita un sinfín de análisis sociológicos y psicológicos de cómo actúa el hombre y la cultura frente a la necesidad de imponerse sobre el otro. Varios aspectos interesantes. La historia en ningún momento explicita algún partido o agrupación política en particular, sólo se centra en desarrollar cómo son los mecanismos y las relaciones que se tejen en la ambiciosa competencia política. Tampoco nos dice de qué carrera universitaria se trata; por las locaciones podemos inferir que es dentro de la Facultad de Sociales, pero no es necesario aclarar porque estas luchas se pueden aplicar a cualquier espacio de la militancia universitaria. Otro dato es que mientras fue rodada el año pasado hubo dos acontecimientos que marcaron claramente la vida política y social de nuestro país: uno fue el asesinato del militante Mariano Ferreyra y el otro la muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Tampoco se los menciona en el film pero están presentes a través de cameos que muestran afiches y panfletos que apelan directamente a nuestro inconsciente colectivo. El Estudiante, va en camino a hacer historia en nuestro cine; nuevamente se demuestra que para hacer una obra de alta calidad artística no se necesita ni mucho dinero ni una gran campaña de marketing, solo la mirada talentosa y la narración notable de un cineasta que promete. Podría decirse que es un filme casi de visión obligatoria para todo aquel que le interese la realidad política que lo rodea. Nos despierta de cierta ingenuidad y fanatismo, aunque lamentablemente no llegue a exhibirse en las salas comerciales, quizá no sea muy conveniente para aquellos a los que el mismo filme denuncia.
Estudiantes, estudiantes, a militar Alto, flaco, de rasgos faciales filosos y perfil seductor, Roque Espinosa (Esteban Lamothe) llegó de un pueblito del interior para cursar sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Desde el comienzo, la película de Santiago Mitre (director de El Amor [1ra parte] y guionista de Leonera y Carancho) nos sumerge en el inhóspito y hormonal entorno de esa universidad. Roque no parece estar muy cómodo en el aula, se lo ve más interesado en recorrer los pasillos de la sede, repletos de carteles políticos. En este deambular de aparente abulia comienza a conocer gente, a relacionarse con chicas. Una de ellas es Paula (Romina Paula), una joven profesora adjunta que además de convertirse en su amante lo introduce en el mundo de la política universitaria. En ese momento el protagonista termina de comprender qué es lo que desea ser realmente y cuál será su papel en la vida que le espera. El film de Mitre refleja de manera notable la condición de microcosmos que la universidad pública siempre ha exhibido con respecto a la totalidad de las esferas institucionales y políticas de nuestro país. Lo que prevalece ante todo es la lucha por un poder material y simbólico que puede escaparse tan pronto como se obtiene. Roque debe arriesgar el capital político ganado en cada compromiso asumido, en cada batalla. El director lo acompaña con su cámara a lo Dardenne en pos de un realismo duro, seco. Los diálogos, por cierto, refuerzan dicha búsqueda. Allí donde se desarrolla la lucha por la supremacía también se mezcla el resto de las vivencias, por eso los personajes secundarios, animales de la misma selva, resultan tan atractivos como el protagonista. Los centros estudiantiles se incorporan a la política nacional por medio de pactos fugaces, traiciones, secretos y miserias. Ideología y jerga para los plenarios, vivacidad e instinto para los encuentros reservados con rectores, ministros y demás popes de la estructura. El Estudiante es, antes que nada, un tremendo relato de iniciación. Roque no puede ni quiere estudiar, puesto que el descubrimiento de una implacable habilidad de negociación con sus adversarios ocasionales le reveló esa verdad oculta que rige el sistema. Una vez que hizo pie en el fango debe hacerse fuerte y ser rápido. Sólo así podrá sobrevivir y él lo sabe. Por otra parte, aquí se refuta categóricamente el supuesto carácter "apolítico" que muchos le atribuyen al Nuevo Cine Argentino. En su libro Otros Mundos Gonzalo Aguilar señaló en relación con este cine el ocaso de una idea que hasta ese entonces, durante las décadas del 70 y del 80, había sido predominante: la del pueblo como actor principal del escenario político. La patética movilización de las promotoras en Silvia Prieto, de Martín Rejtman, funciona como ejemplo de esto. La política, ajena a la vida cotidiana de las masas, se refugia actualmente en los oscuros recovecos de la burocracia estatal y privada. El mecanismo interno de la policía, la universidad y otras instituciones pasa a ocupar el centro de la escena y los nuevos cineastas argentinos se limitan a dar cuenta de ello, algo que, en definitiva, no es poco. Si se tiene en cuenta los films locales de mayor renombre y menor calidad que inundan las salas comerciales, es una lástima que películas como la de Mitre -por lejos, la mejor del último BAFICI- padezcan una difusión tan limitada. El problema del consumo de cine nacional parece ser menos una cuestión de espacios disponibles que de inequidad en la distribución de sus productos. Por el momento queda claro que con películas brillantes como ésta no alcanza para modificar ese triste panorama.
Infernal Affairs Al igual que en El amor (primera parte) -donde Santiago Mitre era uno de los codirectores- El estudiante arranca con una voz en off que describe la situación: Roque viene desde un pueblo a estudiar a Capital Federal, y en sus primeros días dentro de la Universidad fija su atención en Paula, una joven profesora. Para conocerla se apunta en la materia que ella dicta como una mera excusa, se involucra y milita junto a ella en el mismo partido, paso inicial que lo vincula con los sectores más importantes de la política universitaria y le permite ascender velozmente y también ser manipulado/traicionado por sus superiores. El estudiante es una película política sobre la política como medio y forma. Evidentemente, el meterse en este terreno puede sonar poco interesante para algunos, pero el film demuestra que la política se entromete en nuestras vidas más allá de las ideologías: en El estudiante, el protagonista comienza a lidiar con el mundo de la militancia, intenta meter a alguno de los suyos en la fotocopiadora, tranza con la oposición para salvar a un amigo que robó dinero, se olvida por completo de la carrera para dedicarse a ser la mano derecha de un futuro candidato a rector. Más allá de estas circunstancias, Mitre lleva con buen pulso la narración y también construye una subtrama amorosa creíble: como -de nuevo- en El amor (primera parte), la troupe de Mariano Llinás vuelve a mostrar escenas de sexo que resultan verosímiles. Durante el último BAFICI -donde la película se estrenó-, algunos colegas como Daniel Cholakian y Javier Luzi se mostraron disconformes por el retrato que hace el film de Mitre sobre la política universitaria, desconociendo su estructura real, dejando en off al peronismo, actualizando prejuicios. Si bien es cierto que el director se encarga de hacer un retrato bastante pesimista de la política como herramienta para escalar y que su mensaje se asemeja a aquello que se decía en El padrino -“no es nada personal, sólo son negocios”-, también es cierto que se abre un abanico bastante amplio de puntos de vista, con lo bueno y lo malo de cada caso, hasta un final que puede sonar bastante idealista. Más allá de estas cuestiones, al igual que pasó con producciones como Balnearios, Historias extraordinarias o El amor (primera parte), el grupo que rodea a Llinás, y del que Mitre forma parte, demuestra nuevamente que saben filmar, que tienen un amplio conocimiento de las formas cinematográficas y que trabajan las herramientas del cine con gran fluidez. El estudiante es una película entretenida, con buen ritmo y que tranquilamente podría tener un lugar en la cartelera comercial en vez de ubicarse en circuitos independientes. Y por si esto no fuera suficiente, filman con poco dinero y dejan en evidencia que hay vida por fuera de las grandes producciones que precisan subsidios del INCAA. En El estudiante, los aspectos técnicos y formales están perfectamente trabajados, aunque uno puede achacarle cierta redundancia a la voz en off, la cual resulta por momentos bastante innecesaria y explicita la poca confianza que hay en las imágenes. De todos modos, la puesta en escena es impecable, las dos horas fluyen con mucha agilidad, y Mitre demuestra que tiene una gran pericia para filmar diálogos y construir espacios. El estudiante es un film interesante por lo que propone temática y formalmente.
Filme tan logrado desde lo técnico y lo formal pero tramposa, soberbia y antipolítica. Roque llega del interior hasta Buenos Aires para intentar, por tercera vez, encaminar sus estudios universitarios. Ingresa en la Facultad de ciencias sociales de la Universidad de esta ciudad. Una vez allí, un poco por su facilidad para involucrarse con chicas, otro poco por un atractivo real y cierta cuota de idealismo, ingresa en el mundo de la política estudiantil. Con creatividad e intrepidez para armar y desarmar entuertos y alianzas, Roque asciende en el pequeño espacio de su agrupación, la que llega, casi sorprendentemente, a poder sentar en el rectorado de la Universidad al profesor que la conduce. La película relata de cerca la vida de Roque y sus parejas, amigos y compañeros de militancia. Cuenta desde la intimidad el modo en que se articulan las políticas y la vida romántica, con muy buen ojo reconstruye este espacio del mundo universitario, las identidades y las pertenencias. El tono de El estudiante es plenamente vital, real, incluso aceptando el falsete de las locuciones en off, viejo recurso de fábrica de la escuela Llinás, a la que Santiago Mitre pertenece. Pero… Siempre hay un pero. Artera como los personajes que presenta, de un modo pretendidamente realista, El estudiante utiliza el recurso de hablar de la política, para enarbolar un discurso anti político. La trama realiza un sagaz recorrido por los más falsos discursos del sentido común, utilizando un conjunto de tópicos para promover el repudio por toda forma de militancia. En este sentido varias son las notas distintivas. La primera e insoslayable es la fijación del corazón de la acción política en la traición. Todo dirigente (en la película) que pueda acceder a un cargo, cualquiera sea su importancia, traiciona a sus compañeros de militancia para acceder al mismo. De este modo, con un chapucero análisis de la realidad, se define las condiciones de todos militantes políticos: individualistas, oportunistas y traidores. Lo político, por tanto, no puede escapar a esa condición. Los que no acceden a los cargos o no participan de la posibilidad real de hacerlo, son unos ingenuos izquierdistas que carecen de todo conocimiento histórico y teórico, y en toda discusión intentan imponer su voz de modo prepotente. Los “troskos” son irremediables, inútiles y decorativos. El segundo punto distintivo es la negación del peronismo como actor de la política argentina. Los peronistas carecen de identidad propia, pueden pasar de partido en partido y de cargo en cargo, pero además son los otros, los no nombrados, los no representados. Sin ningún pudor, la voz del peronismo es puesta en personajes que, en el mejor de los casos, admiten con sorna haber sido durante tres horas peronistas. ¿Es menor que el discurso del 1ro de mayo de 1974 en el cual Perón calificó de idiotas e imberbes a los Montoneros sea dicho por un militante de la agrupación de centro izquierda? ¿O qué la marcha peronista sea cantada como cierre de una borrachera entre dos supuestos izquierdistas que apenas rozaron al movimiento? No lo es. La desapropiación de su voz al peronismo, el traslado del enunciador sin modificar el enunciado lo vacía de contenido, lo dispara a un lugar de la estética alejado del sentido político. He aquí una operación calculada, que remite ciertamente a las otras intervenciones políticas del grupo en que podemos inscribir a Mitre. Un tercer punto interesante son las referencias concretas que permiten intuir las identidades del realizador. Una manifiesta es Lisandro de la Torre. La voz en off introduce, sin motivo aparente, un relato sobre el duelo entre quien fuera senador nacional y el líder de la UCR, Hipólito Yrigoyen. Simplemente menciona que el duelo fue porque el primero no quiso aceptar el manejo del segundo, dejando entender que hubo allí una cuestión de principios. Cabe destacar que en el relato popular que se conserva de él, De la Torre es el senador que desnudó la corrupción detrás de permisos especiales de exportación para los frigoríficos ingleses durante la década del ’30. De allí que la referencia a ese duelo, también implique confrontar al hombre probo y digno contra el que finalmente, a costa de ¿traicionar? a sus compañeros de ruta, llegó al poder. Lo cierto es que De La Torre fue un político conservador, que se alejó de la UCR porque Yrigoyen se negó a su propuesta de aliarse con Mitre para derrocar a Roca y llegar al poder de ese modo. Quien luego fuera el presidente electo prefirió esperar y construir el poder con las bases. De La Torre profundizó su conservadurismo hasta que, en 1931 fue candidato a presidente de la nación, cuando las mayorías se negaban a convalidar la elección amañada por los militares, dando aval al comienzo de lo que conocemos como la “década infame”. ¿Es entonces este político conservador el que constituye la referencia impoluta de Santiago Mitre? La otra referencia es implícita. En las instancias previas a la elección de rector de la universidad llegan dos candidatos. Acevedo, acompañado por Roque y sus compañeros, un intelectual que fue de izquierda durante los setenta y adscribió al alfonsinismo con el retorno de la democracia (1). El opositor, nunca presente, se llama Viñas. Él es a todas luces un traidor y corrupto. Hasta Horacio, un outsider de izquierda, padre de la amiga de Roque dirá que Acevedo no le gusta, pero tiene que admitir que Viñas es aun mucho peor. De hecho Acevedo se convierte en un traidor, a partir que negocia su acceso al rectorado con el propio Viñas. ¿Por qué esta referencia es implícita? Porque – y lo saben solamente espectadores avisados – un Viñas real, David, fue en la facultad de Filosofía y Letras el oponente académico histórico de Beatriz Sarlo, de algún modo mentora intelectual del grupo Llinás junto a su pareja, Rafael Fillipelli, profesor en la universidad del cine. He aquí, entonces, la propuesta de abordar El estudiante de otro modo. Una película impecable en lo formal, con un guión sumamente bien construido, con personajes vitales, actuaciones muy promisorias, ajustado ensamble rítmico y una correctísima reconstrucción de escenarios y uso de la lengua. Pero… siempre hay un pero. Tramposa, antipolítica, soberbia. Una pena, Santiago Mitre parece estar para mucho más. Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar (1) Entre las acotaciones políticas – de marca autoral – es la frase que Acevedo dice cuando le preguntan por el tiempo en que no tiene cargos públicos. “Desde que nos echaron, hace 21 años”, haciendo referencia al momento en que Alfonsín tuvo que dejar anticipadamente el poder por la hiperinflación y la incapacidad de gobernar.
Santiago Mitre, codirector de El amor (primera parte), comienza su carrera como director en solitario con la historia de iniciación de un estudiante del interior que se zambulle en el mundo de la política universitaria. Esteban Lamothe brilla como Roque Espinosa, un joven del interior que sólo busca sexo hasta que encuentra su lugar en un mundo repleto de traiciones. El estudiante es un thriller político riguroso como pocos y, sin dudas, el mejor estreno nacional de la temporada.
Asistí a la proyección de este film durante el último BAFICI. En su momento, pensé en escribir de inmediato unas líneas para aclarar ciertos comentarios de mi parte que pudieron haber resultado impertinentes -a pesar de las animadas felicitaciones que proferí. Pero entonces medité y consideré absolutamente imposible que este film no llegara a las salas comerciales, y aquí lo tenemos para el bien de todos los cinéfilos. Mi pregunta al director Santiago Mitre había sido si acaso conocía los riesgos de la abstracción y la falsa neutralidad de la historia que proponía. Él me contestó que esto no era así, ya que había alusiones a la coyuntura del momento. Estas disponen, por supuesto, un escenario temporal contemporáneo y otorgan la credibilidad suficiente para generar una identificación perfecta con el estudiante universitario actual o, al menos, el ámbito en el que convive dentro de la universidad pública. No obstante, hay un particular empeño tácito de Mitre en centrarse en el ala de uno de los partidos que alguien con su mismo apellido ayudó a crear: la Unión Cívica Radical. Que podría haber sido otro signo político nadie lo pone en duda; sin embargo, para ello habría hecho falta otra obra completamente distinta. Por ejemplo, respecto del tema de los cargos públicos. En el intento de eludir al kirchnerismo y a la izquierda trotskista, Mitre genera todo tipo de fascinantes aires en el que sea probablemente el mejor thriller argentino de los últimos diez años, sin que ello signifique que haya hablado de "la política en general". Pues si deseáramos atenernos a esta línea de análisis, concluiríamos en vanas frases como "la política es sucia" y "los que se meten en política universitaria suelen abandonar sus estudios". Discutir aquí la veracidad de estas sentencias no es el punto, sólo se pretende enfatizar en este pequeño texto crítico que, si esa es la abstracción o generalidad conceptual de Mitre, esta no resulta inocua y se halla ligada al partido en el que el protagonista decide participar (innombrable, separado de los otros por una delgada franja morada). Tampoco se puede decir que Roque (Esteban Lamothe) haya elegido iniciar su vida política tras una determinada ideología. Esas cosas apenas se eligen, más aun cuando el amor y los deseos carnales se suman a la nueva experiencia de vivir en la gran ciudad porteña. De hecho, fueron los deseos hacia una ayudante de cátedra de la Facultad de Ciencias Sociales (Paula, interpretada por Romina Paula) los que motivaron su ingreso en la agrupación. A partir de allí, la carrera de Roque irá en ascenso, aunque con los mismos ingredientes que la suscitaron -y que signarán el patrón espiritual del film-, las pasiones bajas y una inteligencia absolutamente apartada de los cánones académicos. Así es como el joven pueblerino -nada ingenuo, por otra parte- se transforma en un outsider del partido: el que hace el trabajo sucio. Pero todo nido de ratas tiene algún ofidio que come sus huevos. En cuanto descripción de la política universitaria actual -en relación con los altos cargos- se pone a Acevedo (Ricardo Félix) como un profesor de amplia trayectoria política, respecto del cual se deja entrever que la admiración incondicionada que se le profiere va acompañada de la inevitabilidad de esta ceguera laudatoria. El sentido de la inclusión de Acevedo es simple: todas las marionetas requieren un titiritero. Este thriller se encuentra en un plano general de la historia del cine en la línea de Todos los hombres del presidente, y en el vernáculo responde a la escuela de Mariano Llinás, que tuvo a Alejo Moguillansky como discípulo -excelentes trabajos de montaje, pero en Castro ha tenido un mal paso por la dirección. Además, se nota la estirpe de Pablo Trapero, a quien en mayor parte se deben las influencias. No hay forma de negar la labor de una obra que será única, y que hoy enorgullece a nuestro cada vez más creciente cine (¿hablamos de los impuestos a los "tanques" de Hollywood? Bueno, mejor dejémoslo para alguien no tan antikirchnerista como Mitre). En El estudiante no aparecen muchas moralejas nuevas: las tramas políticas son viejas conocidas. No se desarrollan tampoco temas concretos, se los elude y se apela a la moralidad de unos principios que finalmente se quebrantan. No obstante, estos vientos casi reaccionarios de la película de Mitre no empañan el atractivo del producto y, dejan, tal como lo hace Secuestro y muerte, atisbos de una neutralidad que rápidamente toma el caudal de la incitación a lo apolítico. Pocas cosas son menos neutrales que los intentos de abstracción, en un ámbito que es concreción pura. Pero no podemos hacer nada: no hay thriller sin vicios.
Buen espejo de la política general El tema interesa: la política estudiantil como espejo de la política general, con sus chicanas, roscas, traiciones, etc. y la única obsesión de ganar elecciones. La producción luce bien hecha y se declara totalmente ajena a los trámites habituales del Incaa, vale decir, es independiente de veras. Los actores son buenos, los diálogos acertados, casi todas las situaciones parecen verosímiles e ilustrativas. Podría objetarse que un perejil recién levantado por una docente participe y opine en una reunión de dirigentes, pero, en fin, la síntesis narrativa obliga a apurar las cosas. El ritmo es entretenido, y detalles como ese apenas molestan. Además, se entiende que el personaje es entrador, cae bien parado en todas partes, y lo acompaña la suerte, como a ciertos políticos. En suma, la obra vale la pena y es digna de un buen estreno. Sin embargo, sale contados días por semana en dos salas culturales, eso es todo. Seguramente se eternizará en una de esas salas, pero, ¿no hubo un distribuidor interesado?, ¿o quizá carece del «libre deuda» firmado por los técnicos, requisito indispensable para todo estreno comercial? O alguien dedujo que sólo interesaría a quienes conocen medianamente el paño. Puede ser. El espectador común bien puede cansarse un poco frente a tantos gritones de asamblea y profesores de la blableta que pululan por la UBA, y termine diciendo, como Piñera, «¿a estos tipos también hay que mantenerlos?». Así parece, qué podemos hacer. Autor, Santiago Mitre, coguionista de «Leonera» y «Carancho». Un antecedente cinematográfico sobre el tema, «Dar la cara», de Martínez Suárez, con los entonces jovencitos Pino Solanas y Adolfo Aristarain haciendo de estudiantes. Vale la pena.
Clasicista y combativa. Breve repaso (efímero) de un cine inasible. Si hay algo que realmente caracteriza al cine nacional de los últimos quince o veinte años es que siempre parece estar empezando de nuevo, renaciendo, marcando un nuevo territorio a seguir. Algunos realizadores continúan ese nuevo camino, potenciándolo o ennobleciéndolo, y otros no: van hacia nuevas direcciones, descubriendo más posibilidades. Así, los territorios retransitados y/o descubiertos se multiplican y bifurcan, expandiendo las fronteras de nuestro cine hacia límites que hasta ayer apenas parecían impensados. Esta expansión permanente conlleva muchas veces a una indefinición constante, que ni siquiera le da tiempo a la crítica de etiquetarla, de ponerla en palabras, que ya aparece otra película y replantea todo otra vez. Y un cine que obliga a sus escribas y estudiosos a esforzarse por seguirlo de atrás e intentar detenerlo en el tiempo (es decir, ensayar una instantánea antagónica al cine, que es puro movimiento); un cine que escapa a los encasillamientos fáciles, o que como mínimo los replantea o pone en crisis en un período de pocos meses; un cine así es el mejor cine posible. Porque es un cine vivo, orgánico, que no se deja atrapar por rótulos o academicismos (incluso de los más lúcidos). Un cine así pide, ante todo, ser disfrutado sin más (lo cual no excluye la reflexión), por el espectador y por el crítico-espectador, y sólo el tiempo lo pondrá en su correcta perspectiva. Pero ante todo, es un cine que hace rato prohíbe, clausura eso de que “el cine argentino es todo igual”. Y no, no lo es: este mismo cine del que no paro de hablar -e intento, también en vano, poner en palabras- es el que ha propiciado, por un lado, películas como Pizza, Birra, Faso, Mundo Grúa, La Ciénaga, Los Rubios, pero también y sobre todo, el que ha tenido el valor de codearse con el género o con eso que ha dado de llamarse industria (Un Oso Rojo, Nueve Reinas, El Aura, Los Paranoicos, Leonera, Carancho, Rompecabezas) sin perder una pizca de pureza o “autorismo”, sin renunciar a una sabiduría cinematográfica propia o heredada. Es, también, el que ha parido a esa maravillosa Babel llamada Historias Extraordinarias. Y me detengo en Llinás porque su película no sólo parece contener el mundo entero, sino también todo este cine antes mencionado; y que a base de cientos de historias, de sucesos, de canciones cursis de los ochenta o de una voz en off casi “prohibida”, ha confrontado o puesto en una sana tensión a cada una de esas obras. Y sin embargo ahí está, formando parte de la cima: es el gol de Maradona contra los ingleses del bien o mal llamado -Llinás nos deja la pregunta- Nuevo Cine Argentino. Un cine que, lejos de ser contradictorio, es tan fértil que simplemente genera nuevas especies antes que el zoólogo de turno alcance a ponerles un rótulo. Tanto el nombre de Llinás como el de Trapero (colaboradores ambos en la génesis y materialización de l film) tienen mucho que ver con El Estudiante, esta nueva encrucijada, esta última película-paradigma, y ese dato nos ayuda (apenas) a entenderla un poco mejor. La película de Santiago Mitre ya pertenece a este selecto y heterogéneo grupo antes mencionado, incorporando algunos de sus rasgos, desechando sabiamente otros y señalando, otra vez, un nuevo horizonte en el cine nacional. Cine presente. ¿Cuál es entonces la novedad, la última audacia de El Estudiante? Sin lugar a dudas, su temática, pero sobre todo su manera de afrontarla. En ella se trata la política, más precisamente la política nacional, y más aún la política universitaria. Un desafío enorme. El cine argentino más valioso, al menos en su veta ficcional, es un cine que cuando ha hablado de política lo ha hecho generalmente en pasado (más allá de que ese pasado reverbere en el presente, como casi siempre sucede), con escasos resultados felices; y si lo ha hecho en presente ha sido de manera lateral, sea ésta implícita o alegórica. En un acto de mayor compromiso, El Estudiante va derecho a los bifes, no sólo en presente puro sino que se mete (nos mete), aunque más no sea a través de la ficción, en el ámbito de la militancia universitaria, precisamente en el “nido” de la política, o de una(s) manera(s) de hacer política, revelando sus virtudes y miserias. Un nido de halcones y palomas pasolinianas, o, si se quiere ser menos rebuscado, de halcones y palomas de vestuario futbolero. Se trata de un cine presente, con una enorme –tal es su mecanismo narrativo- proyección hacia el futuro, una decisión que sólo puede venir acompañada de un coraje autoconciente igualmente enorme. Es, políticamente, un cine que no mira de reojo, sino de frente, que se involucra (y nos involucra) apasionadamente con su tema. Y que como país, parafraseando a Daney, nos mira. Lo primero que llama la atención de la ópera prima de Mitre es la cantidad de fantochadas en las que podría haber incurrido y que evita con una inteligencia notoria: personajes estereotipados, una visión de la militancia naif y panfletaria, o una concepción de la política unívoca, maniquea y dogmática. En suma, lo que habría sido una película decrépita, discursivamente débil, que hubiera tambaleado o envejecido aún más ante el mínimo avatar político. Según palabras del propio director, durante el rodaje se produjeron tanto el asesinato de Mariano Ferreyra como la muerte de Kirchner, y el film, ya encaminado, no sufrió cambios demasiado significativos, excepto en algunas (sabias) decisiones de puesta en escena que la dotan de un mayor realismo. Moraleja: El Estudiante ya estaba preparada de fábrica no sólo para enfrentarse con la ideología de cualquier espectador, sino también para afrontar la coyuntura sin tener que cambiar la esencia de su estrategia narrativa. Eso es lo que se dice tener espaldas, aunque otros anatomistas, más vulgares, prefieran llamarlo “cintura política”. La osadía del film se acentúa -imposible no destacarlo- por el momento en que llega, del que no hace falta decir mucho, sino tan sólo hacer un rápido zapping para comprobar la ya alarmante similitud entre los programas de chimentos y los “serios” programas políticos; la tinellización de la política. Pero, lo más grave, un momento de violencia y odio polarizados nunca antes visto en la última democracia, por más esquizofrénica que ésta sea. Es una osadía que recuerda, ya que hablamos del reciente cine argentino, a otro corajudo, Enrique Piñeyro. Aunque El Estudiante no es, y esta vez se agradece, un film de denuncia. Juegos de poder. Santiago Mitre no subestima ni sobrestima al espectador. Sabe que éste está inundado de política, que “conoce”, pero se acerca a él sin vueltas ni snobismos, sin pedantería o sofisticación, pero también sin subrayados o “mensajes” innecesarios. Entiende que -como la política-, su película debe estar al alcance de todos, o al menos no dejar a nadie afuera. Por eso su lógica narrativa no es la de la denuncia ni la mera observación distante, sino la de la fábula de neto corte clasicista, y nos sumerge con pasión y admirable realismo en un ámbito que (quizás) desconocemos, pero del cual nos apropiamos al instante. Por eso hay actos bien marcados, un “viaje” de aprendizaje, subtramas pertinentes, giros verosímiles, y un final bien clásico con un sentido fuerte y claro. Y por eso hay un personaje central que no es alguien, como en tanto cine nacional, “al que las cosas le suceden”, sino que -como la película misma- sale a buscarlas, hace, acciona. Ah, la “sinopsis”. El estudiante en cuestión es Roque (interpretado por el excelente Esteban Lamothe, un actor que con un solo monólogo de Lo que más Quiero de Delfina Castagnino ya era la revelación del Bafici 2010), un chico del interior que ingresa a estudiar a la UBA, pero que de repente se ve inmerso más y más en la vida política de la Universidad, participando activa y exitosamente en una de sus agrupaciones. Punto. ¿Punto? No, claro que no, porque en El Estudiante todo esto sucede en unos 20 o 30 minutos, y durante su hora y media restante la película despliega vertiginosa pero pacientemente (paradoja posible), a pura seducción, su entramado de alianzas, traiciones, amiguismos, transas y discusiones para llevarnos de la mano, inexorablemente (y esto es vital) hacia un final del que no se puede decir una sola palabra, literalmente hablando. Como sostiene mi amigo y ahora colega José Luis de Lorenzo, la historia presenta más de un punto en común con la imperdible (y no estrenada, para variar) Un Profeta, de Jacques Audiard, y concuerdo plenamente: hay un héroe (o antihéroe) que pasa muy rápidamente de la observación pasiva a la acción, y que va consiguiendo un poder -es decir, respeto- que tiene mucho de instinto de supervivencia (en la cárcel o en la universidad, lo mismo da); que aprende reglas y ejecuta; que tiene suerte, y que poco a poco va conquistando ese poder, entre otras cosas gracias a un carisma poco común. De hecho, la manera en que Roque va obteniendo ese poder es casi la misma que la de Malik en su cárcel parisina: haciendo alianzas, negociando, aguantando, mostrando la carta justa; es decir, haciendo política. En ambas, además, hay algo clave: se trata de un micromundo (el delito carcelario, la política universitaria) con una conexión real, tangible con el afuera, con el exterior: en la francesa es el crimen organizado; en la argentina, la política estatal, la dirigencia de Primera A. Me reservo, para evitar el spoiler, otras similitudes que tienen que ver con lo que ambos personajes van descubriendo y con la resolución del argumento. Pero en El Estudiante, además (y porque esto no es una cárcel masculina), hay una historia de amor (o dos, o tres). Una que no es esquemática, ni gratuita, ni “demasiado guionada”, y que conduce a la acción de manera sólida y genuina. Una que motiva, influye y hasta confronta con el otro amor, que es el amor por el poder. En este cruce, en sus pliegues sabiamente construidos, se encuentra el tramado más inteligente de la película, y el que dará lugar a un final memorable, uno en el que una sola palabra (e imagen) alcanzará para decir miles. En suma, clasicismo puro. De hecho, en la película hay tanta adrenalina fílmica como en esas primeras entregas de superhéroes, donde asistimos a la “transformación” del personaje como tal y gozamos a la par con su nuevo poder. (O, si se quiere, con el Scorsese más gansteril). La música, trepidante y casi épica, refuerza esa sensación. Y es que, sin pretender sonar naif, algo de eso hay: existen pocos campos del “mundo real” tan comparables a dicho universo mítico como el de la política: en esencia, la posibilidad de convertirse, a través del poder, en héroe o en villano para las masas. Porque poder, repito, es la palabra clave. En El Estudiante todos están en su busca, y la diferencia radica, como siempre, en cuánto (o qué) están dispuestos a pagar por éste. Lo que no sabemos es si Roque nació para tener y detentar ese poder, si es su don innato, o si simplemente se va contagiando de ese juego materializado en una chica preciosa, comprometida y valiente. Un acto de fe. Admito cierto rechazo por muchas de las películas realizadas con “apoyo” del INCAA, pero también por varias que no lo reciben, por lo que no me parece pertinente evaluar a unas y otras con este aspecto en relieve. Sin embargo, este dato toma una relevancia inusitada en un film como el de Mitre: como leí por ahí y me hago eco, el hecho no buscar ni recibir este apoyo es un acto político en sí mismo que no puede ser desdeñado y que va a la par de la ética de la película (y también, por qué no, de su estética: sólo basta recordar esos pasillos marmolados, impolutos del colegio de La Mirada Invisible, una película que representa lo peor de un cine arcaico, pétreo, incapaz de mover una mueca de la cara, para entender la diferencia). Si jugamos a comparar el film con su tema, y a su difusión con una “campaña política”, debido a esta apuesta El Estudiante (al igual que Los Labios, otra película imprescindible y honesta que ayuda a entender mejor un país y una época, lejos de cualquier partidismo) no tendrá afiches por todos lados, ni spots televisivos, ni presencia mediática desmesurada, ni mucho menos va a ser parte importante de la “agenda cultural”. Esta película tan necesaria como pequeña no será estrenada en un shopping, y casi es justo que así sea (estoy siendo cínico, ya que sus realizadores merecen que sea vista en todas partes): lo hará en dos espacios siempre resistentes -Malba y Lugones-, y lo hará a espaldas (y esto que quede claro: no por sí misma o por su postura, sino porque quienes debieron apoyarla y difundirla siguen mirando para el lado opuesto). Una película que habrá que salir a buscar a lugares donde no venden pochocho, lo cual es casi una justicia poética. Una que responde a la cuestión política primigenia -“Algo hay que hacer”- con un acto en sí mismo (el de su logro quijotesco) y extiende al espectador, en su excitación e integridad, una invitación a hacer lo mismo, aunque más no sea acercarse a una sala de cine a ver una película, reflexionarla y debatirla. El contagio y entusiasmo que causa El Estudiante es tal que vuelve casi imposible no adoptar el tono autobiográfico. Por eso, me permito decir que todo lo anterior fue escrito por alguien que no cree que las cosas “vayan a cambiar demasiado”. Por alguien desencantado (o peor, que prefiere esconderse en la indiferencia) que no les cree a sus allegados oficialistas, a sus amigos opositores, y menos que menos a los medios con idénticas tendencias (es decir, tendenciosos). Por eso, y espero equivocarme feo, feísimo, tampoco creo que mucha gente vea esta película, ni que genere el debate que merece. Pero sí creo en el cine, y más que nada le creo a El Estudiante. Y que un cine así, y una película así sean realizados en nuestro país, me (re)habilita a creer que no todo está perdido. Hay un presente grandioso en el cine argentino, y un futuro más que promisorio. Un cine que crece, que es inclusivo, generoso, lúcido, y que puede ser popular, mientras su país de origen parece hundirse cada vez más en los antónimos exactos de estos adjetivos. Un cine (y un público) de estas características merece tener un país mejor. Con obras (con actos) como El Estudiante quizás pueda lograrlo.
Cuando el cine, la política y la realidad van de la mano, sin sobresaltos. La opera prima de Santiago Mitre es una joya del cine argentino que ha demostrado ser una obra comprometida con su época, con su guión y con su esencia. Es la historia del joven Roque Espinosa, que viene del interior a estudiar a la Universidad De Buenos Aires y encuentra en un partido político de la Facultad de Ciencias Sociales su espacio en ese mundo extraño, burocrático y académico que nada tiene de atractivo para él hasta que conoce a la bella profesora y militante Paula. De ese paso por la atracción, amor y vocación, el director nos lleva por los entramados más complejos que tiene la política argentina y por sobretodo la universitaria, donde el amor por los ideales pueden a veces ser la carnada perfecta para caer en redes más complejas y donde la salida puede ser la que uno no desea y espera. “El estudiante” ha demostrado ser una obra independiente, alejada de las subvenciones del INCAA, que obtuvo no sólo una mención especial por el jurado del último BAFICI y en el festival de Locarno, sino también que logró atrapar a toda la crítica por su gran trabajo para reflejar un mundo tan profundo y complejo como lo es la política estudiantil. Una obra de un realismo que por momentos, se presiente la idea de un documental adaptado a la ficción y no al revés. Las actuaciones del actor Esteban Lamothe -lo vimos ya en “Lo que más quiero”- y Romina Paula, son excelentes, el guión del propio director – que dirigió en el film colectivo El amor (primera parte) y es coguionista de Leonera y Carancho, ambas de Pablo Trapero- es sólido, sin huecos y muy acertado para lograr una identificación real con los escenarios, hechos y actitudes de quienes militan en la UBA. Aquí puedo dar mi opinión como estudiante de Sociales, donde nunca me sentí tan identificada en el cine como con esta cinta. Hay un gran trabajo de conocimiento y reconocimiento del campo para lograr un acercamiento tan correcto, prolijo y certero de otro, sin exageraciones ni usos narrativos ficcionales tan aplicados. Todo parecer ser así, sin artificio, todo muy real. En el Aquí y en el Ahora. Realmente El estudiante sale de las clásicas estructuras narrativas que nos suele tener acostumbrado el cine argentino en general. Y nos pone en otra dimensión, en otro tipo de cine más comprometido con lo social, sin dejar de ser pensada como una obra de arte desde su momento cero. Mitre ha demostrado con su primer película estar avanzando en una nueva dirección sobre lo que es el cine nacional, no puedo manifestar que será lo que se viene pero si sé que es lo que hay y realmente es excepcional. A pesar de estrenarse fuera de las salas comerciales, no dejen de asistir al MALBA y a la sala Lugones de Centro Cultural San Martín para apostar a estos nuevos directores que hacen crecer nuestro arte, sino también para que no se pierdan lo que puede decirse que es, sin miedo a equivocarme, la mejor película independiente argentina del año.
Renovación y cambio (con coda sobre el INCAA) Vuelvo a ser enfático: hay que ver El estudiante, de Santiago Mitre. ¿Usted le tiene miedo al cine argentino? ¿Teme aburrirse? ¿Tiene miedo de la abulia de los personajes? ¿De los guiones a medio cocer y mal cosidos? ¿Le tiene miedo al cine argentino independiente? ¿Cree que las carencias de presupuesto generan necesariamente películas pobres? No tenga miedos, no tenga dudas: El estudiante es una película pletórica de ideas, entretenida, aguda, inteligente, con gran ritmo. Una película rica hecha con mucha menos plata que Mi primera boda, una película pobre. Repito: hay que ver El estudiante. El estudiante es la historia de Roque, un joven que llega a la Universidad de Buenos Aires y comienza a militar en política. Los detalles no se los cuento, pero hay atracciones, romances, peleas por el poder, traiciones, seducciones, trampas. Hay algo de Buenos muchachos, de Scorsese: alguien tiene talento, poder de seducción, habilidad, ambición para escalar los peldaños de una organización. A Mitre le gusta el cine de Jacques Audiard, director francés con buenas dosis de Scorsese. A Scorsese, seguramente, le guste El estudiante. Tal vez Scorsese la vea en el festival de Nueva York, porque su documental sobre George Harrison está en la misma sección que El estudiante. El New York Film Festival es un festival selectivo, de pocas películas, en general de nombres consagrados más algunas novedades rutilantes. El estudiante, un verdadero thriller político, con un final extraordinario, con diálogos brillantes, es una de las novedades más relevantes del cine mundial en 2011. De eso se dieron cuenta también, entre otros, los festivales de Locarno y Toronto. Mientras, tanto, en Argentina… El estudiante se estrena esta semana. De esta manera, según dice el mail de prensa: 2 salas (TEATRO GENERAL SAN MARTÍN, SALA LUGONES). Funciones Lugones: desde el jueves 1°al lunes 5/9 a las 14:30, 17, 19:30 y 22h, y resto del mes viernes, sábados y domingos a las 22h. Funciones MALBA CINE (Av. Figueroa Alcorta 3415): jueves 22h durante todo el mes. Ah, Usted pensará: es un estreno minoritario, exclusivo para seguidores acérrimos del cine independiente argentino. No, repito, es una película fascinante, atrapante, con atractivos potenciales para públicos más amplios (incluso para muchos que no fueron jamás ni al Malba Cine ni a la Lugones). Pero se estrena así, de forma limitada, casi sigilosa. ¿El INCAA no tiene posibilidades legales, técnicas y reglamentarias para apoyar e impulsar esta película generando copias en 35mm para que llegue a más salas, a más gente, a más lugares del país? Bueno, pues debería tener esas posibilidades. Debería orientar sus políticas para tener herramientas para poder reconocer y amplificar aquellas películas que –aunque no hayan pasado por sus sistemas de subsidios– son insoslayables. En lugar de esto, el INCAA lanza una tosca resolución para cobrar aranceles a las películas extranjeras. Parece que luego de ¡publicarlo en el Boletín Oficial! alguien les hizo notar que era un poco disparatado y que atentaba contra la diversidad cultural cobrarle un arancel de 300 entradas a una película extranjera estrenada con una sola copia (“Películas extranjeras hasta inclusive la exhibición en 40 pantallas: un valor equivalente a 300 entradas de cine por el total de las pantallas utilizadas.”). Ahora se dice que eximirán del arancel a estrenos pequeños: ya veremos qué es pequeño, porque cobrarle arancel a un estreno que sale con 30 copias no es alentar la diversidad sino atentar contra ella. Hace muchos años que advierto, por ejemplo acá sobre la concentración del mercado cinematográfico. Ese artículo, del año 2006, habla sobre un mercado distinto al de 2011 (me parece que hoy en día un estreno de 80 copias ya no es demasiado grande, y que la concentración se juega por distintos canales), y propone diversos ángulos para abordar ciertas realidades del cine, que hoy ya son otras. Lo mejor que puedo decir de la Resolución Nº 2114/2011 de los aranceles a películas extranjeras es que generó discusiones e instaló el tema. Pero instalar el tema y generar discusiones deberían ser pasos previos a redactar y publicar medidas desprolijas y de muy dudosa efectividad.
Política, universidad, negociados y militancia Ya han corrido ríos de tinta sobre "El estudiante". Muchos colegas dicen sin dudar, que es "la mejor película argentina del año". Otros, piden su nominación para que nos represente en los premios de la Academia. Dudé mucho sobre escribir de ella, no iba a hacerlo...pero creo, que una opinión más, suma, y en este caso particular tiende puentes con la realidad comercial a la que se enfrenta este gran film de Santiago Mitre. Desde ya, si son cinéfilos de ley, lo que cuento aquí no es novedad para ustedes. Pero como nuestro público no es sólo gente del ambiente, es bueno que ellos sepan algunas cosas sobre "El estudiante". Primero, está filmada en HD digital, su presupuesto de producción fue muy bajo, recibió menciones y reconocimiento en el BAFICI y también en el festival de Locarno este año y la opinión unánime de los periodistas especializados la unigieron como lo mejor de nuestra producción local en mucho tiempo. Distribuirla fue un tema. No tiene copias en 35mm (¿El INCAA dispone de presupuesto para convertirla?) Sólo pueden verla esta semana hasta el 5 de setiembre en la sala Leopoldo Lugones (4 funciones diarias) y luego hay exhibiciones los fines de semana por la noche en el Malba y en la misma sala. Una pena, pero no consideramos que es un estreno propiamente dicho (ni siquiera llegó al Gaumont, por ejemplo) aunque sí vamos a coincidir en lo general, que es destacar sus valores y sólidos argumentos fìlmicos. Es un drama político potente, atrapante aunque, según mi apreciación, un poco largo y cíclico en su desarrollo. Santiago Mitre (ex coguionista de Pablo Trapero en trabajos anteriores), su director, investigó mucho sobre el tema que presenta. No se hace una película de este calibre sin dominar el escenario por completo hasta en sus más oscuros recovecos. Logró una radiografía perfecta (sí, así, con todas las letras) de cómo funciona la política en los claustros de la Universidad de Buenos Aires. Todos los que pasamos por sus aulas nos quedamos admirados de la precisión con la que Mitre compone cada cuadro: sabe, conoce y va más allá, porque las usa como marco, para contar una historia atrapante sobre las encrucijadas de la militancia en los jóvenes que transitan sus abarrotados pasillos. Roque Espinosa (Estaban Lamothe), llega a Buenos Aires para retomar sus estudios universitarios. Es la tercera vez que lo hace, con lo cual, a los pocos minutos de metraje ya tenemos un dato importante: Roque busca algo más que estudiar, sus condiciones naturales no están relacionadas con lo intelectual. El tipo es un intuitivo. Tiene panorama, visión y gran sentido de la oportunidad. No tiene una gran oratoria, pero sabe como acomodarse con los que sí la tienen. Mientras comienza su cursada, percibe que su lugar podría estar en la política. La UBA ofrece un amplio abanico de ofertas en ese sentido y él buscará alinearse con gente que le permita ir escalando en dirección a su objetivo, ser un referente de peso en el armado partidario y vivir de su actividad. Nuestro "estudiante" se le pegará a una profesora, Paula (Romina Paula) ayudante de cátedra, para comenzar a militar en la agrupación Brecha. Se vincularán afectivamente y en ese devenir, tendrá su primer contacto con Acevedo (Ricardo Félix), docente de prestigio que actúa como consejero del grupo de Paula y hombre que también busca su lugar en estratos superiores. Los tres atravesarán un sinuoso camino para llegar a donde quieren llegar. La película cuenta el cómo y lo hace de una manera atrapante. Parece un thriller, por momentos, por lo bien contado que está y el suspenso trepidante de algunas escenas. Pero no hay que clasificarla así porque la película se resiste a los rótulos. "El estudiante" es un film potente, agudo y radical: dice lo que piensa siempre. Le pone palabras, gestos o acciones, pero nunca se queda en medias tintas. Muestra descarnadamente la división entre los ideales de la militancia pura (desde lo ideológico) y su confrontación con la experiencia de la negociación, vital a la hora de los acuerdos políticos. Santiago Mitre explora sus personajes con dedicación y los deja crecer (en todo sentido) y vincularse con sus anhelos más íntimos. Su elenco hace carne su guión y logra que el espectador se sumerja en las complejas cavilaciones de su trama. Todos somos estudiantes y transitamos esos largos corredores cargados de pancartas y pintadas. En ese sentido, pocas veces una película argentina logra ese efecto: la sala se vuelve un claustro y todos estamos expectantes al desarrollo de los vaivenes de la cátedra... El único punto en discusión con mis colegas es su duración. Creo que la película es un poco extensa y para quienes no transitaron los pasillos de una universidad como la que la historia presenta, se hace larga. De cara a algún tipo de salida en 35 mm, quizás unos minutos menos estarían bien. También para reforzar sus chances en el afuera, porque el principal problema es que "El estudiante" es muy específica. Es la historia del nacimiento de un puntero político, (como la que la gente ve en TV en Argentina) pero su contexto es mucho más demandante para el público medio y representa un gran desafío hacer su llegada masiva. Vuelvo a decir, es una enorme película, pero para que la gente la haga propia (hasta ahora, los críticos la han adoptado como emblema del cine que queremos ver), hace falta un largo camino y quizás esa no sea la convicción de Mitre, luego de analizar sus posibilidades. Indudablemente, es cine arte y creo que un ajuste del corte final podría (como el pasaje a fílmico) ayudarla a ganar audiencia. Que es en definitiva, lo todo cineasta quiere (supongo), que a su trabajo lo vea la mayor cantidad de gente posible.
Tenga en cuenta lo siguiente: este film solo se proyecta en el Malba y en la Sala Lugones. Olvídese de lo que dicen por ahí del cine independiente argentino –que es lento, que no pasa nada, que sus criaturas son abúlicas: todo falso– y piense que va a ver un thriller político de esos llenos de suspenso, de zancadillas, de pequeñas victorias, de traiciones, de sexo, de manipulaciones. No hay tiros ni sangre, es cierto: solo se trata de una dinámica y despiadada radiografía del poder que utiliza como escenario la universidad. Aquí no hay partidos políticos –o sí, pero operan en las sombras– sino agrupaciones estudiantiles. Es la historia de Roque Espinosa –si viviera en los EE.UU., Esteban Lamothe se transformaría por este trabajo, inmediatamente, en estrella–, el “estudiante” del título, un muchacho del interior que poco a poco descubre su talento para manejar gente y se vuelve imprescindible como puntero. Más allá de lo preciso –hasta la sátira– del retrato de la UBA –a la que nunca se nombra–, más allá de que son reconocibles los modos y léxicos de peronismos, radicalismos, izquierdas y derechas varias, lo importante es cómo, de modo transparente, se comprende la miseria y la grandeza de nuestra vida política. O más allá: de la naturaleza y el manejo del poder, un tema que excede cualquier coyuntura. Opera prima del guionista de “Leonera” y “Carancho”, Santiago Mitre, realizada con un profesionalismo abrumador sin los subsidios del INCAA, “El estudiante” no solo es el mejor film argentino del año, sino una obra histórica. En este espacio no damos órdenes, pero permítanos una: véala.
Punto de partida. El Estudiante es una de esas, pocas, películas argentinas que no lo parecen. Puedo citar algunas como Por tu Culpa o Cerro Bayo. Pero en este caso estamos hablando de la ópera prima de Santiago Mitre, quién fue co-guionista junto con Pablo Trapero (productor ahora) en Carancho y Leonera. Esta película nos presenta a Roque, un chico que viene de un pueblo muy chico, Ameghino, a estudiar a Capital. Pero este es su tercer intento y decide anotarse en la carrera de sociología. - ¿Porqué? - Por que me gusta lo social. Es una de las respuestas que le dá Roque a Paula, profesora adjunta y militante, ante la incertidumbre de la elección. A simple vista parece una respuesta muy vaga pero de a poco tomará sentido. Al estar cerca de ella Roque comienza a introducirse en el ámbito político de la facultad: elecciones, tranzas, plenarios, chamullo, robo... él mantiene el acento provinciano pero cambia su lenguaje, sabe como moverse, poco a poco se convierte en un hombre político juntándose con las personas adecuadas cuyo plan está armado para conseguir el poder y Roque sabe que ahí tiene un lugar. Con proyección en dos salas El Estudiante obtuvo el Premio Especial del Jurado en la última edición del BAFICI y en Locarno, y acaba de ser seleccionada para los festivales de Toronto y Nueva York.
Mucho se habló durante años de la militancia política en la Universidad de Buenos Aires, entre otras Universidades, Roque Espinosa (Esteban Lamothe), un joven del interior (de Ameghino), viene a Buenos Aires a estudiar en la universidad y cuando parece que sólo le interesa conocer chicas. Su primer contacto es con Valeria (Valeria Correa), compañera de facultad, con quien mantiene una relación pasional en la pensión, y luego comenzara a vincularse intensamente con la política y a ascender como dirigente estudiantil. Vemos un edificio enorme, plagado de carteles, pintadas, consignas políticas, asambleas, y está siempre presente el debate, es “entrador”, seductor, características que lo llevarán a una joven profesora militante Paula (Romina Paula), un operador político Acevedo (Ricardo Felix) quien es amante de esta última; donde Roque se va transformando en su puntero y termina abandonado sus estudios como en otras ocasiones, aquí cada uno tiene su objetivo, pero también se irá vinculando con Paula, se mezcla en un triángulo amoroso y político. El estudiante ,con un sólido guión, es una película argentina, que habla mucho de nosotros, el mate, el frío de las aulas, el café, los amores fugaces, la pasión, refleja a un estudiante que debe hacer concesiones dentro del escenario de la dirigencia estudiantil, su ritmo es pausado y posee una limitada dicción actoral. Este es el debut del guionista Santiago Mitre (uno de los directores de El amor (primera parte) y guionista de Carancho y Leonera junto a Pablo Trapero); esta producida en forma independiente, filmada en HD digital; el film tuvo un exitoso recorrido por diferentes festivales internacionales como Locarno, inclusive en el último BAFICI, ahora se estrena en un limitado circuito cinematográfico Malba y la Sala Lugones durante el mes de septiembre.
La ópera prima de Santiago Mitre –coguionista de Pablo Trapero en Carancho y Leonera– El estudiante, muestra las vicisitudes (o mejor: la trayectoria) de un joven del interior (Ameghino), de apariencia impasible, quien cursa por tercera vez en la Universidad de Buenos Aires, en este caso en la Facultad de Ciencias Sociales. Y allí, “enamorado” de una docente, terminará ingresando a la militancia política. Pero no a cualquier militancia: Roque se sumará, desde la Brecha (agrupación –de ficción– de perfil centroizquierdista), a lo que se conoce como “rosca”. Desde allí comenzará, junto a la organización de estudiantes –muy pocos: unos 30 que terminan yendo a un campamento un fin de semana–, las negociaciones con otras agrupaciones y autoridades, tanto universitarias como de los partidos “tradicionales”, para las elecciones a Centro de Estudiantes y de Rectorado. Una voz en off explicará que Roque dejará de cursar materias para priorizar “la militancia”: una donde se negocia, hay dinero (los servicios de bar y fotocopiadoras), se organiza gente, se reciben y dan órdenes. Esto, acompañado de una vida social “normal”, donde Roque va a fiestas, tiene relaciones con varias chicas, etcétera. Se puede afirmar que el registro de la película es el de un “relato realista” (de ahí las imágenes reales filmadas), contemporáneo, al mismo tiempo enfocado en el micromundo de “la rosca” universitaria. Christian Castillo, docente de la misma Facultad de Ciencias Sociales, en un diálogo con el director (publicado en Tiempo Argentino) ha dicho, refiriéndose a la relación entre la realidad y el film: “el sistema sigue siendo completamente anti democrático y oligárquico, donde muy pocas personas tienen una capacidad de decisión política enorme y los más acomodados, los más conservadores, tienen la mayor capacidad de representación. La película muestra muy bien cómo se hace esa negociación y eso me parece un hallazgo” [1]. Toda la acción de El estudiante está instalada en el presente: se ven, como “telón de fondo”, mientras los protagonistas recorren los pasillos de la facultad, los carteles donde se reclama por la muerte de Mariano Ferreyra, así como otros que denuncian la judicialización a Juan Oribe, Jesica Calcagno y Patricio del Corro, encausados por luchar contra los despidos en la fábrica Kraft-Terrabusi. Es decir, todo otro sector del estudiantado que no hace política clientelar y, por el contrario, impulsa asambleas, luchas y acciones solidarias con los trabajadores. Y también se ve una pintada con un “fuerza Cristina”. Asambleas y tomas, sin mucho contexto, son otros momentos-situaciones que vive Roque, ya transformado en puntero profesional... finalmente traicionado por su dirigente –quien a su vez es traicionado por Roque–. La historia es compacta, sin fisuras, aunque hacia el final tiende a hacerse un tanto densa y decae un poco: Roque es un joven sin mayor ambición que hacer lo suyo “bien”, por fuera de cualquier objetivo político; así lo que quiere mostrar Mitre –como dijo en varios reportajes–, “cómo la política se apodera de las personas”, queda bien claro: es un aparato (que vive de la universidad y de la política burguesa) lo que atrapa a Roque. Al mismo tiempo, el director ha dicho que la suya es una película “abstracta políticamente” [2], aunque algunas, muy pocas críticas [3] han señalado la imposibilidad de esta inocencia y más bien el trazo grueso en que cae varias veces Mitre, desde el punto de vista del contenido general. Yo en particular resalto el estereotipo que se hace del militante de izquierda, como una especie de necio o fanático que se desvive por ligar cualquier tema (materia) a la explotación capitalista [4] –incluso, este militante termina siendo funcional a las maniobras de Roque contra un ex militante-candidato de Brecha–. En general, en El estudiante el mundo de las ideas políticas es sumamente difuso; y así, la política clientelar-burguesa es la que prima, por fuera de toda ideología (cuestión que, explicó el realizador, va en función del personaje “pragmático”, “de acción” que es Roque, y de hacer “universal” la película, para que funcione en el exterior). Pese a todo, con buenos planos y sólidas actuaciones, con un buen guión (es una historia bien contada: intensa desde el inicio, con un suspense que atrapa al espectador) y recursos técnicos, El estudiante relata uno (pero sólo uno) de los caminos que transita hoy un sector de la juventud en la universidad pública.
Los nuevos traidores Cuando el documentalista Raymundo Gleyzer gestó la ficción de “Los traidores”, generó una historia organizada en torno a sus convicciones políticas. Así, narró la historia de un muchacho que ingresó a la vida sindical como delegado en los años de proscripción del peronismo, para terminar convertido en un sindicalista corrupto. Para la visión del realizador (vinculado con el PRT-ERP) era claro que esa degeneración era producto de la falta de la guía “científica” del marxismo. El protagonista terminaba convirtiendo la política como reivindicación de lo popular en una fuente de privilegios, y pagaba por ello. En “El estudiante” también hay un muchacho voluntarioso. Roque Espinosa, joven que ya ha empezado y abandonado un par de carreras (no sabemos dónde las estudió), llega a Capital Federal desde la provincia profunda de Buenos Aires (esa tierra que tanto parece atraer a Mariano Llinás y sus secuaces, responsables de “Historias extraordinarias”), para estudiar en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Se instala en una pensión, se acuesta con una chica (Valeria), que lo lleva a vivir a su casa en Avellaneda, se fascina con una ayudante de cátedra (Paula), con la que se acuesta, y por la militancia de ella termina metido en una agrupación llamada Brecha, cuyo cerebro no tan en las sombras es un profesor llamado Alberto Acevedo, que domestica cual monje budista a esa caterva de muchachos acosados por traiciones internas. Roque terminará siendo el hombre de confianza de Acevedo, con excelentes dotes de organizador y operador político. Pero la propia rosca lo excederá, y descubrirá que las cosas no son como creía que eran. O sea: entra a la militancia por la “vía vaginal” (fea expresión muy usada en la política estudiantil; dato curioso: el Centro de Estudiantes de Sociales se abrevia Cecso), hace lo que le dice su jefe, hasta que cae en la trampa del sistema. Punto. Vacío político Santiago Mitre cocreador de la genial “El amor (primera parte)”, como Verónica Chen en “Agua” (esa incomprensible historia ambientada en la Santa Fe-Coronda), sitúa un relato en un contexto que parece no terminar de conocer; contexto que no es externo sino intrínseco al relato. Podríamos pensar que la confusión entre la estudiantil Brecha y el grupo que impulsa la candidatura de Acevedo al rectorado es una simplificación de vínculos más complejos que se dan en la realidad (de igual manera, a ninguna agrupación estudiantil se le ocurriría mostrar a sus líderes extraestudiantiles alegremente en un encuentro con otras fuerzas). El problema reside en la poca claridad en la orientación política de los protagonistas. Por ejemplo: Acevedo estuvo vinculado a proyectos del alfonsinismo y tiene amigos que estuvieron en la Coordinadora; por lo demás parece un peronista, y a la vez es el referente de Brecha, una pandilla mezcla de voluntariosos y rosqueros, que usan estrellas rojas en la remera y jamás se sabe bien cuál es su composición ideológica o programática. El único personaje que parece tener en claro su posición es el compañero trotkista de Roque, que pega sus afiches entre pintadas con el rostro de Cristina Fernández de Kirchner (parte de la escenografía que brinda la verdadera facultad). El problema es que la política universitaria (como toda la política) nada significa sin la variedad de matices que ofrecen las distintas agrupaciones: pensemos en el variopinto armado que significó el Movimiento para la Refundación de Sociales a principios de la década, o la kirchnerización de algunas agrupaciones que participaron del Espacio Nacional Independiente en aquel entonces. En definitiva: la política estudiantil sin distinciones entre independientes y “orgánicas”, entre “los de Octubre del ‘17 y los del 17 de Octubre” (como diría un veterano académico), es tan incomprensible como las historias de la Tierra Media sin entender la diferencia entre hombres, elfos y enanos, o un documental sobre la vida marítima sin entender qué hace distinto a un delfín de una ballena o un atún. Tal vez nos sea casual la vinculación artística y académica del director y su staff con Pablo Trapero. Roque, como el Zapa de “El bonaerense” o incluso la Julia de “Leonera”, son más adaptativos que volitivos. “A donde fueres, haz lo que vieres”, podría ser el lema de los personajes traperianos. Así, Roque parece tomar pocas decisiones, y la más trascendental que tomará, hacia el final del relato, parece más motivada por revancha o despecho que por una cuestión de ideas. Narración Por lo demás, la construcción del relato es formalmente muy lograda, muy atrapante para el espectador, con un buen uso de la voz en off, a cargo de Esteban Bigliardi. Esteban Lamothe está correcto como Roque, con esa rusticidad que mostró en la obra “El tiempo todo entero” (en la que junto con Bigliardi se puso justamente a las órdenes de Romina Paula). Y bueno, Romina Paula es Paula, construida como una seductora militante, casi salida de una historia ambientada en los ‘70. Por lo demás, las actuaciones más vistosas son las de Valeria Correa como Valeria (la amante/casera/amiga), pícara y llena de matices, y Ricardo Félix como Acevedo, mezcla de sabio oriental con el Palpatine de “Star Wars”. Si “Los traidores” de Gleyzer lo eran por convertir la política (entendida como una herramienta para transformar el mundo) en una porquería, en “El estudiante” la política es una porquería más o menos desde el principio del metraje. En ese aspecto (ni siquiera hay una “defraudación” profunda) el filme se torna un poco monótono. Si el resultado es funcional a la antipolítica, excede los límites del análisis artístico. Pero tampoco podemos culpar a Mitre por eso: la década del ‘90 no pasó en vano.
Un retrato preciso del poder Un joven de Ameghino, un provinciano, empieza a estudiar en la UBA. No se especificará qué estudia, pero sin duda son materias de Ciencias Sociales. Discutir sobre Marx, Rousseau, Kant y el capitalismo son señas intelectuales que signan el relato y trazan una zona simbólica y una posible protección ideológica. Pero éstos son rudimentos secundarios, porque la película se focaliza en la militancia universitaria. Roque Espinosa, políticamente ingenuo aunque lúcido observador y veloz aprendiz, se convertirá pronto en la mano derecha de un famoso líder de una agrupación llamada Brecha, Alberto Acevedo, que pretende dirigir el Rectorado. Roque hará proselitismo y campaña, será quien organice jornadas juveniles, negocie acuerdos, piense en la táctica y ponga el cuerpo. La otra pasión de Roque son las mujeres, y la modalidad de su vínculo con ellas define sesgadamente las contradicciones del personaje. Roque elegirá estar con Paula, una profesora, quizá amante pretérita de Acevedo, pero futura novia y compañera. Erotismo y militancia, las pasiones de Roque son inconfundibles y se fusionan. Sobre este relato de ascensión se ha hablado mucho. A menudo, se señala una paradoja: un filme político sin política. En efecto, el discurso político explícito está protegido por cierta abstracción: los nombres de las agrupaciones son ficticios y la rivalidad ideológica es demasiado general. El peronismo es un fantasma difuso que se entromete cada tanto, pero el presente con sus actores centrales está interdicto, excepto por una decisión de puesta en escena: el discurso político se dice y se ve en las paredes de la universidad. El mobiliario es más político que los personajes. El plano final, la última palabra que dice el protagonista, es clave y quizá define la posición del filme: ¿Una suspensión ética de la política? Pero una mirada más atenta descubrirá una ambigüedad mayor en ese monosílabo de Roque. El estudiante destila una tesis: la traición es un artilugio casi excluyente que articula un siglo de vida política nacional. Es una lectura atendible, pero no es ahí donde el filme resulta esclarecedor y políticamente relevante. Si la película es política es por su retrato preciso del poder; atraviesa todas las relaciones, es lo que constituye la naturaleza de los vínculos, el fenómeno por el que se miden las fuerzas humanas y se combinan los intereses, y en donde surgen las prácticas, las decisiones y los límites de lo posible.
Al cine argentino le costó muchos años encontrar la forma de hablar de política. Desde el panfleto descarado hasta la metáfora fácil, la política espantó a millones de espectadores de las salas durante décadas. Presentar ideas (ideologías) en pantalla requiere de mucho cuidado para alcanzar el delicado equilibrio donde la ficción que sustenta no pase a ser una mera excusa, y para que el contenido estético (y sobre todo cinematográfico) no pierda terreno frente a las buenas (o malas, según el caso) intensiones ideológicas. También es una cuenta pendiente para el cine argentino animarse a hablar de la izquierda. En el cine post ‘70s, la presencia de la dictadura y el fantasma de sus persecuciones hacían peligroso problematizar a la política de izquierda sin que pareciera que el director se calzaba las botas. Por eso, encontrar en los cines a El estudiante nos hace pensar que todo este camino no fue en vano. Apadrinado por los representantes más pesados del Nuevo (nuevo) Cine Argentino, Trapero y Llinás, esta película parece haber aprendido bien la enseñanza de los dos maestros: tiene la marca social que identifica a Trapero y su agudeza para hacer un reflejo realista de los pequeños entornos que reconocemos fácilmente, pero comparte con Llinás su talento implacable para contar historias perfectamente escandidas. Mitre construye con mucho empeño la trama: los personajes están inteligentemente diseñados para moverse con fluidez entre el estereotipo (el estudiante del interior, el militante, los hijos de troscos, el egresado de El colegio) y el carácter individual. Escapando a un maniqueísmo que podría haber marcado el límite entre los buenos y los malos, el guión nos muestra personajes dinámicos que evolucionan, se salpican y se limpian y que cambian de victima a victimario permanentemente como cualquier hijo de vecino. Pero, decididamente, el personaje más interesante es el espacio. Con algo de documental, El estudiante recorre las aulas de Sociales y nos lanza en la locación real y reconocible, con sus pintadas, capas y capas de carteles y pegotes superpuestos de generaciones de cinta scotch (se dice que el director filmó en secreto las escenas de la asamblea para aprovechar así a los extras hiperrealistas que pueblan los pasillos de una de las más militantes universidades de la UBA). El espacio no es una simple locación, es, como decíamos, un personaje más y casi podríamos afirmar que uno de los protagónicos. La facultad actúa sobre las personas, las condiciona, las trasforma y las significa permanentemente. Es un espacio lleno de información donde el discurso político circula en varios niveles: en las aulas, en la voz de los profesores, en las charlas de los cafés, en los debates de la asamblea, en las campañas de los pasillos. Navegar en estos niveles cambia a los personajes. La película aprovecha astutamente la estructura laberíntica de Sociales, con sus paredes cubiertas de pancartas y las aulas abarrotadas y caóticas, para meternos en el clima enroscado de la historia que se nos está contado. Algo se vuelve inentendible e inútil en esa superposición de discursos, igual que pierden sentido ciertas palabras que alguna vez fueron revolucionarias repetidas una y otra vez como una retórica vacía. Pero pasada la novedad del “es tal cual”, felizmente la película no se agota: el espectador se encuentra llevado por una narrativa bien controlada que maneja la tensión con inteligencia. Los intríngulis de los laberintos de la política universitaria se extienden también hacia el exterior, hacia el mundo del afuera y, con mucha naturalidad, se proyectan en recodos más oscuros y menos bien intencionados que la pequeña política de base. Este salto al mundo, este cambio de perspectiva, se sostiene en una estructura de thriller que hace accesorio el conocimiento de primera mano del ambiente universitario. Estos personajes que hacen equilibrio entre el idealismo y el cinismo, y cambian permanentemente montados en ingenuidades de diverso grado y diferente tipo, parecen estar presos de un sistema que ellos impulsan pero los devora. Las razones cinematográficas de la película son intachables y, de puertas adentro de la sala, el espectados no encuentra nada que objetar. Pero existe otra dimensión que puede ser pensada con respecto a la película. Puede pensarse fácilmente (y quizá con bastante razón) que El estudiante, ideológicamente hablando, no es más que una versión estetizada del viejo discurso que reza que en la universidad pública nadie estudia y que a lo único que se va es a hacer política. Es posible que haya bastante de esto en el corazón de este muchachito de la FUC con apellido patricio que firma como director. Pero montada en la desconfianza a la política universitaria y la crítica a una izquierda omnipresente y plural que nunca llega a nada, duerme una idea cínica sobre la política en general que podemos rastrear como marca estética en la obra de Mitre. Así como en El amor primera parte (colectivo que Mitre integró) la trama descansaba sobre la tesis cínico biológica de que, terminado el proceso químico, aquello que llamamos amor no es más que un derrotero hacia la separación; en El estudiante este lado cínico ataca a las lucha política y la describe, sin atenuantes, como una maquinaria kafkiana que se alimenta de idealismo para transformar las buenas intensiones en intriga y corrupción. Queda para el lector resolver el tema de cuánto le interesa ir al cine para que le afirmen o le nieguen las propias convicciones y si es válido juzgar los méritos de una obra artística por sus intensiones ideológicas pero, cualquiera sea la lectura, ver El estudiante es una experiencia interesante para pensar de dónde viene y a dónde va el cine político argentino.
QUE SE VAYAN TODOS DEL CINE El Estudiante como mercadería artística es estrategia pura. La maximización de sus recursos es guacha, precisa y astuta. Narrativamente absorbente. Sus personajes, carismáticos todos. Sus giros, desconcertantes y coherentes. Suspenso, ironía, gracia; todo combinado por un químico meticuloso. Pero esta perfección no se debe a la reproducción de una fórmula estándar; El Estudiante se estructura con exactitud porque Santiago Mitre permanece alerta manipulando al espectador. Su agudeza narrativa asusta. Entiende tiempos, elipsis y su puesta en escena es clara. Santiago Mitre goza teniéndote al borde de la butaca. Otro factor que completa a El Estudiante como producto irresistible es su tópico: la política. Jamás una política de cartulina para armar un thriller de secretos, dólares y mentiras. La política, en lugar de ser un marco contenedor o un encasillamiento genérico, se convierte en objeto obsesivo de estudio. Santiago Mitre se pregunta qué es la política, cómo se ejerce, para qué, por qué y bajo qué consecuencias. Por eso El Estudiante es tan acertada: interpela con violencia al espectador, sobre todo al espectador joven, ese que se narcotizó con la militancia de los últimos años. El Estudiante no te obliga a tomar una postura maniquea, te obliga a algo peor: pensar y retorcer lo que viste. Cuando terminó la proyección en el Hugo del Carril, el director habló con el público. Una jubilada con alzheimer quiso saber a qué partido pertenecía Santiago Mitre, y Santiago Mitre, que tiene una neurosis hermosa, se precipitó explicando que su pasión es hacer cine, no política. Entonces me pregunté cómo funcionaba la dupla cine-política acá. Bueno, para mí el asunto es éste: El Estudiante es una película antipolítica. Explico porqué. Roque, el protagonista, es un boludo que va de carrera en carrera sin terminar ninguna. De pronto se mete en una agrupación estudiantil para garcharse una mina. En esta agrupación surge un entramado shakespereano y todo avanza por dinámica humana: celos, traiciones, simpatías, ambiciones y venganzas. Las convicciones ideológicas jamás están presentes y ganar una elección es una patología narcisista. Además, Roque descubre su talento manipulador y ante cada buena jugada su gratificación y confianza aumenta. Existe una silenciosa caricaturización del sujeto político; o es un descerebrado que escupe frases de Galeano o es un ajedrecista sombrío. Y esta ironía del sujeto político pone en jaque la práctica política en general. Pero la clave está sin dudas en el final. ¿Qué significa?, ¿dos formas de hacer política? No; Roque jamás podrá escapar de un andamiaje instaurado. Su última estrategia no tiene nada innovador y es guiada una vez más por su descontrol humano. Lo que se escucha en la toma final es un verdadero acto performático del habla: implica la clausura del ser político. Gesto de anarquía y renuncia. En ese final, El Estudiante corta sus lazos con la política para quedarse con la grandeza del relato. ¿Quién tiene el poder, quién gana, qué hacer? ¡No importa! Suprimiendo la manía del discurso político nos llevamos una película contundente y perfecta.
Roque es un chico que viene de un pueblo a la capital a estudiar. Elige hacer una carrera en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Camina despacio por una Universidad, compleja y convulsionada. La gente camina por sus pasillos, se agolpa en las escaleras y cursa en aulas un poco deterioradas. Las materias se dictan en ese contexto, rodeados de carteles que invitan a apoyar a causas sociales, a recordar a Mariano Ferreyra, un joven muerto durante una emboscada sindical o a Néstor Kirchner. Entre Teoría Política y la vida en la pensión de estudiantes, típico lugar en donde los jóvenes del interior aterrizan en Buenos Aires, Roque empieza sus días de estudiante. Su vocación de galán tímido, lo lleva a conocer a una chica, una compañera. Gracias a ella abandona la pensión para irse a vivir en una habitación suburbana en la casa que ella comparte con su padre. Roque es un inquieto, y como buen picaflor, ya tiene en la mira su próxima víctima. Paula, ayudante de cátedra, su profesora de Teoría Política, de a poco se va acercando. Paula, también es militante de Brecha, una de las tantas agrupaciones que se disputan por manejar la Facultad de Sociales. Casi sin darse cuenta, Roque se da cuenta que no solo es el “amante” de Paula, sino uno más dentro de la agrupación. Roque, ya no es solo estudiante, ahora es militante, y encuentra en la política el lugar en donde él sabe que quiere desarrollarse, pero no todo es fácil y transparente. La política es acción y también traición y eso Roque lo irá aprendiendo con el paso de los acontecimientos. La película es a nivel técnico y artístico impecable, la decisión de los planos es la indicada para generar este tipo de relaciones que la película cuenta. La manera realista en que esta filmado, hace dudar a más de uno sobre qué cosas del universo de El estudiante son ficción y que cosas son reales. La trama atrapa, aún así para aquellos que están fuera del tema, porque está bien contada y actuada. La película de Santiago Mitre quedó segunda en la preselección de películas para competir por el Oscar, pese a ser una producción totalmente independiente.
Si en los últimos años buena parte de los jóvenes volvieron a acercarse a la política, era sólo cuestión de tiempo hasta que el cine joven hiciera lo propio. La ópera prima en solitario de Santiago Mitre -codirector de El amor (primera parte) y guionista de Leonera y Carancho, de Pablo Trapero- no sólo es una película política, sino que tiene a la política como tema. La apuesta era arriesgada. El estudiante, premiada en el Bafici y en el Festival de Locarno, cuenta la historia de Roque (Esteban Lamothe), un chico del interior que viene a estudiar a Buenos Aires y recala en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Pero a Roque no le interesa mucho estudiar, al menos no tanto como conocer chicas. Y gracias a una de ellas descubre que lo suyo es la militancia. Apoyada en un buen guión y en actuaciones sólidas, El estudiante ofrece una mirada tan apasionada como crítica de un universo poco frecuentado por el cine argentino, del que ya se había ocupado José Martínez Suárez en Dar la Cara (1962). Mitre retrata con precisión el mundo de la política universitaria, repleto de ideales pero también de rosca, traiciones y cinismo. Como Roque, la película es pura acción y evidencia una comprensión profunda de la lógica de poder que domina ese ámbito. Pero además, El estudiante logra sacar provecho de ciertas limitaciones de producción. Filmada con un presupuesto mínimo y sin subsidios oficiales, el registro de situaciones reales como telón de fondo de varias escenas de ficción potencia la historia narrada. ¿Cómo surgió el proyecto? Cuando empecé a escribir, quería filmar la UBA como institución, algo del movimiento de los pasillos, y tenía una idea en torno a la vocación: un personaje que iba saltando de una carrera a la otra, que no sabía qué hacer de su vida. Al principio la película era mucho más episódica. Se me ocurrió que el personaje empezara a militar, porque la política está muy presente en la UBA, y eso fue convirtiéndose en el centro de la película. La política no fue el punto de partida, pero es un interés que tengo hace mucho tiempo. Nunca milité formalmente, pero vengo de una familia en la que casi todos se han dedicado a la política. Mi bisabuelo fue ministro de Agricultura de Yrigoyen y diputado, mi abuelo fue funcionario y embajador durante el primer peronismo, mis viejos militaron en los 70 y pertenecieron al Frente Grande y al Frepaso. ¿Cómo fue el trabajo sobre el guion? Trabajé cerca de tres años. Me juntaba una vez por semana con Mariano Llinás (uno de los productores del film y director de Historias extraordinarias) y él iba leyendo lo que escribía. Me di cuenta de que la película tenía que narrar la política en la universidad para referir a la política en general. La película es de ficción, pero investigué mucho: fui a asambleas, hice entrevistas, filmé movilizaciones. ¿Por qué decidiste incluir secuencias documentales? Cuando terminé de escribir, el guión era muy largo. A mí me parecía que estaba bien para filmarlo así, pero era un guión complejísimo de realización, que nadie hubiese querido financiar, y tuvimos que optar por un mecanismo de rodaje mixto. Si bien las escenas se trabajan como escenas de ficción, había una idea de registro documental. Íbamos a las situaciones reales, insertábamos a los actores e intentábamos incorporar el movimiento de las asambleas o de la calle. Si hubiésemos tenido que reproducir todo de modo ficcional hubiese sido imposible. ¿Cómo fue el trabajo con los actores?¿Improvisaban? Trabajamos con el guión, con un texto fijo. Yo quería improvisar más, pero es muy difícil con un tema tan complejo. Ensayamos durante seis meses, y la metodología de rodaje que teníamos -por ahí filmábamos dos jornadas y frenábamos dos semanas- permitió ensayar durante el proceso. De hecho, incorporé bastante a los actores al proceso de realización. Esteban Lamothe venía a la isla de edición y veíamos juntos lo que mejor funcionaba. También me obsesionaba el tema del habla específica de los militantes de la UBA, y eso lo trabajé con un amigo que militó durante toda la carrera. Si bien tiene un registro realista, la película no hace referencia a identidades y sucesos políticos reales. ¿Por qué? Yo quería hacer un relato político lo más universal posible. Y el entramado político que tiene la universidad, con esos nombres extrañísimos que tienen las agrupaciones, que no se repiten en ningún lado, nos daba la posibilidad de retratar un universo extraño para la mayoría. Tampoco quería anclarlo temporalmente, si bien es claro que transcurre en esta época, sobre todo porque se filtra a través de las paredes de la facultad, que son como una gran cartelera de los sucesos políticos. Ahí se ve el asesinato de Mariano Ferreyra y la muerte de Néstor Kirchner. ¿Cómo influyeron esos hechos en la realización? Durante el rodaje (de agosto de 2010 a marzo de 2011) sucedieron hechos increíbles, como si la vida política argentina se hubiera revolucionado. Empezamos filmando en paralelo con la toma de los colegios y facultades. Después asesinaron a Mariano Ferreyra y a la semana murió Kirchner. Era raro: estábamos haciendo una película sobre política y eran hechos muy trascendentes para la política estudiantil. Filmé movilizaciones, el entierro de Kirchner, las tomas. Pero son tantos los sucesos, y es tan fluctuante la vida política argentina, que nos pareció mejor centrarnos en la cuestión moral y no pegarlo a hechos concretos que, por cómo se lee la política en Argentina hubiesen enmarcado la película en algo que yo no quería. Todo se busca leer como kirchnerista o antikirchnerista, y yo no quería que la película se leyera en esa dirección. ¿Que expectativas tenés con respecto al estreno? Por ahora las cosas que vienen sucediendo son buenas, hay interés. Supongo que también tiene que ver con esta repolitización que hay en la sociedad. Me parece que es un buen momento para que haya una película sobre el modo en que los jóvenes nos acercamos a la política.
Mundo político visto en clave universitaria Habrán de ser muchos los lugares desde los cuales abordar la ópera prima de Santiago Mitre (guionista de Leonera y de Carancho, de Pablo Trapero), pero primero mejor detenerse, por regocijo de espectador, en su puesta en escena, en sus planos cerrados, opresivos, de dislocación espacial. Es decir, El estudiante transcurre en la UBA o en lo que se intuye como un espacio público, universitario, politizado, y laberíntico. Más importa saber que es la tercera vez de Roque (Esteban Lamothe) en Buenos Aires. Que viene de Ameghino. Más tantos otros datos que la voz en off ofrecerá como ilación necesaria, desde un fuera de campo de reminiscencia literaria. Mejor estos datos sueltos, justos, que un saber convencional, que poco agregaría mientras mucho se lo escucha en tanto otro cine. Roque ingresa al microcosmos que componen docentes, aulas y estudiantes. Entra y sale de los diálogos de clase, entre las paredes atestadas de carteles y consignas, con la mirada puesta en otra parte, en consecuencias previstas, como piezas de un ajedrez en el que él, por lo pronto, inicia como peón, después como alfil, y quizás mucho más. Como si encontrara, por fin, un lugar donde --él sabe- puede y sabe manejarse. Hay una mujer -varias más también- que será lugar de encuentro afectivo, de decisión personal. Es docente y participa de manera activa en los procesos eleccionarios de la Universidad. A través de ella, Roque conocerá otros peldaños, que le llevarán hacia un "arriba" o hacia un "abajo". En fin, todo es relativo, dependerá de las consecuencias aludidas, de los acuerdos pautados, de los diálogos elípticos. Es por eso que todo lo que suceda habrá de ser comprendido y aprendido como parte del denominado juego de la política. Y sólo cuando asuma tal lección, será entonces que el estudiante pueda graduarse hacia rumbos sólo sospechados. Es en ese punto donde la película de Mitre se distingue como conflicto, como momento fusible entre dos generaciones, entre dos miradas. Es por eso también que, puede señalarse, El estudiante transcurre de veras en ese hiato, en ese momento suspendido al que finalmente el espectador es arrojado. En ese posible reordenamiento de piezas o de cambio de fisonomía. Poco importa saber más, sino mucho mejor sentirlo. Momento esencial, se diría, dentro del film todo. A destacar, por fin, los gestos de un guión seguro de sí. Tal como lo señala el propio Roque al cebar mate, durante ese momento suspendido, pero con pleno dominio de la situación. Los galardones, respuestas bienvenidas, vienen acompañando El estudiante desde rubros tales como Premio Especial del Jurado, Premio ADF Mejor Fotografía, Premio FEISAL (BAFICI), y Premio Especial del Jurado (Festival de Locarno).
Animales políticos El cine joven argentino tuvo en este 2011 un nuevo hito cinematográfico: la película El Estudiante, de Santiago Mitre, ha vuelto a revolucionar el ambiente como hace unos años lo hiciera Historias Extraordinarias, de Mariano Llinás, no por casualidad uno de los padrinos de este filme junto a Pablo Trapero (ambos oficiaron de productores). El Estudiante es un filme político en toda la dimensión de la palabra, no tanto porque su tema explícito sea la militancia en la Universidad de Buenos Aires (UBA), sino porque su propuesta estética y formal es esencialmente política, y porque también lo son sus repercusiones (que trascienden el ámbito cinematográfico). Filmada de manera absolutamente independiente por fuera de los clásicos circuitos de financiación, en especial por fuera del sistema de créditos del INCAA, El Estudiante viene a ratificar que se puede hacer otro cine en Argentina, con grandes ambiciones por más escasez de medios que exista. Pero su independencia la condena a exhibirse sólo en los circuitos alternativos del país, sin siquiera acceder a las salas INCAA: en Capital Federal se presentó sólo en dos espacios (donde hubo que agregar funciones por la gran demanda del público), y aquí se estrenará desde el jueves en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, donde se proyectará hasta el domingo, en la que seguramente será la única posibilidad para verla en nuestra ciudad (el 19 de este mes, se exhibirá también en la sala Luis Berti de la Cumbre, en el Cineclub Con los Ojos Abiertos). Lo más importante, en todo caso, es qué propone el filme de Mitre, que como ya se adelantó no es político tanto por su tema como por su planteo: su gran virtud es descubrir un mundo nuevo para el cine argentino y recorrerlo en toda su amplitud, intentando captar sus complejidades, flaquezas y riquezas, sin imponer lecturas previas ni intentar bajadas de líneas. El Estudiante encuentra así su base (política) en la honestidad de su propuesta, y es desde esa posición que puede abordar de manera directa la militancia universitaria, que aparece despojada de toda idealización pero también de todo prejuicio clasista o ideológico. Lo curioso es que lo haga además desde un formato de género, porque El Estudiante se aleja tanto del cine industrial como del llamado “cine arte”: se trata de un trhiller hecho y derecho, de aliento clásico, que explora con particular precisión no sólo la vida política en la universidad, sino los modos y mecanismos del poder, o cómo esas prácticas terminan funcionando como una escuela informal para preparar y seleccionar a los futuros dirigentes del país (y acaso la película toda, que se abstrae intencionalmente de toda referencia partidaria, pueda funcionar como una síntesis de la política nacional). Su protagonista excluyente, eje absoluto del filme, es Roque Espinosa (Esteban Lamothe, una revelación), un joven de pueblo que llega a Buenos Aires para probar suerte, por tercera vez, en la carrera de Ciencias Sociales. Sus intereses están absolutamente alejados de la política, y pasan por divertirse o conquistar alguna compañera, hasta que se topa con Paula Castillo (Romina Paula), profesora y militante de la agrupación Brecha, a quien pronto intentará seducir. Casi sin darse cuenta, el joven estará militando en la misma agrupación, y su vida comenzará a girar en torno a la política universitaria, donde podrá ejercer su particular capacidad de seducción. Algo que será detectado por el líder de Brecha, el experimentado profesor Acevedo (Ricardo Félix, notable), posible amante de Paula, que pronto lo ubicará bajo su ala y lo utilizará como operador político en la facultad. Relato de exploración y aprendizaje, filmada en una cámara digital HD, El Estudiante apuesta a un registro documental, aunque privilegie los planos cerrados sobre Roque, cuya mirada estructura la película. Claro que a Mitre no le temblará el pulso para mostrar las mezquindades de la vida política: lo primero que aprenderá Roque es la posibilidad de la traición, y en su desarrollo verá cómo la praxis se puede alejar fácilmente de los ideales románticos de sus compañeros. Pero esto no hace que El Estudiante se vuelva una película anti política, más bien al contrario: su excepcionalidad está en cómo logra capturar un universo en toda su complejidad, sin juzgar ni adoptar posturas moralistas, sino simplemente desde una mirada atenta, libre y desprejuiciada. La política no sólo es discusión de ideas, su praxis se basa en la negociación, los pactos, alianzas a veces inesperadas, acaso un eterno toma y daca para llegar a (o conservar) el poder. Muy pocas películas han logrado plasmar esta naturaleza bifronte de la política, pues El Estudiante es a fin de cuentas un filme que entiende a esta actividad como una pasión legítima, y su mayor virtud acaso esté en actualizar aquel viejo adagio aristotélico que define al hombre como un animal político.
Es un verdadero orgullo ver películas como "El Estudiante", propuestas originales, bien pensadas, redondas, directas en intenciones, muy bien dirigidas, con un esfuerzo de producción que se nota en cada toma y escena, con un tecnicismo muy bueno y con temáticas que se alejan de las convencionales y que aportan una auténtica experiencia cinematográfica. Esta cinta independiente de Santiago Mitre tiene todo eso y mucho más, convirtiéndola en un interesante film sobre la política, la educación y la vida.
Confieso que antes de disponerme a escribir sobre la película de Santiago Mitre, que vi en el MALBA el viernes anterior a la Nochebuena, estuve dando vueltas, gracias a los amigos de todaslas criticas.com que recopilan los comentarios de los medios argentinos sobre las peliculas estrenadas, por algunas críticas que se publicaron cuando se estrenó En principio, debo decir que Mitre, (guionista de Leonera y Carancho por ejemplo) logró que una película argentina figure cómodamente en el top five de los gustos de los críticos este año, con 31 críticas favorables sobre 33 (cuando digo favorables digo al 100%, cosa que no es menor). Dejo a los lectores cuestiones de argumento que seguramente podrán leer o escuchar en otros medios, y elijo dos críticas para modelar este comentario tardío sobre una película cuyo derrotero es, al menos, singular. Primero, la que aparece en el sitio web cordobés Bitácora de vuelo (lo recomiendo, me sorprendió gratamente). El comentario de Lucas Moreno empieza diciendo: El Estudiante como mercadería artística es estrategia pura. La maximización de sus recursos es guacha, precisa y astuta. Verdad: hay ciertamente una estrategia, entre lúcida y hábil, diría yo: el tema del entusiasmo contemporáneo por el fenómeno de la politización estudiantil y por el de la politización en general. Los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA son, por momentos una recreación de los años 70. A veces, incluso, podemos confundirnos.” El estudiante es una película de guión, pero sus planos sellados, el movimiento de cámara entrecortados, las elipsis y el modo narrativo la distinguen por sobre el resto. La nota del amigo cordobés ya me enganchó. Sigo leyendo: "Su agudeza narrativa asusta. Entiende tiempos, elipsis y su puesta en escena es clara. Santiago Mitre goza teniéndote al borde de la butaca." Y me pregunto: ¿una película argentina haciendo esto? ¿Atrapando al espectador con artilugios retóricos? ¿Haciendonos entrar y salir durante sus casi dos horas en un sistema de manejos temporales y estructura de ocultamientos?: En El estudiante todo parece ser lo que en realidad no es: un estudiante que no estudia, una carrera que no se precisa, una temporalidad anacrónica, una "política abstracta", signo de una contradicción central como señaló en algún momento el director-guionista, un "no" que puede ser "sí". Y que en realidad parece (también acá) descentrar el tema de la política argentina, correrlo al status de mero recurso dramático, fílmico diría mejor. Sigo leyendo a Lucas Moreno: “Lo que se escucha en la toma final es un verdadero acto performático del habla: implica la clausura del ser político. Gesto de anarquía y renuncia. En ese final, El Estudiante corta sus lazos con la política para quedarse con la grandeza del relato. ¿Quién tiene el poder, quién gana, qué hacer? ¡No importa! Suprimiendo la manía del discurso político nos llevamos una película contundente y perfecta.” Me gustó esto de la grandeza del relato, evidenciado de manera contundente sobre todo en el final del último plano de El estudiante. Y enfatizando aún más lo que decía más arriba: por relato hablamos del modo, los modos en los que el film se hace sustancia fílmica. Una palabra no dicha, sino pensada en término de constitución de planos (cerradísimos), montaje en función de una narración rítmica y un punto de vista central. De la critica de Horacio Bernades en Pagina 12 rescato una cosa: la referencia a la invención del paradigma que produce un Festival como el BAFICI, puerto para la partida de las peliculas del cine argentino desde 1998 (coincidentemente con la aparición del Nuevo Cine Argentino): Mundo Grúa a Los labios, la comparación con El bonaerense, donde se cuela la cita de la participación de Pablo Trapero en la producción de este film. ¿Es El estudiante, el nuevo paradigma del cine argentino? No me parece, pero la película es inteligente, nos acecha, saca conclusiones visibles, no se queda en las maneras. No es paradigma, como tampoco parece serlo Abrir puertas y ventanas pero tal vez es un punto de atención y marcan una saludable continuidad de ciertos cines al margen. BAFICI- Premio Especial del Jurado/ Premio ADF Mejor Fotografía/ Premio FEISAL FESTIVAL DE LOCARNO- Premio Especial del Jurado FESTIVAL DE TORONTO Publicado en Leedor el 28-12-2011
Como pasó hace unos años con Historias extraordinarias, este año El estudiante es saludada por muchos críticos como una renovación de ese Nuevo Cine Argentino que ellos mismos canonizaron: y en cierto modo ambas películas proponen esa lectura, al ir contra todos los tópicos del NCA, de los que ahora se reniega ante su evidente agotamiento. Pero el modo en que el film los elude no es menos paradójico que esa acrítica recepción crítica. Veamos: 1) Si la película de Llinás remitía a una genealogía literaria y teatral antes que cinematográfica, El estudiante propone una conexión con el paradigma clásico del cine de Hollywood (que no es lo mismo que el paradigma del cine clásico de Hollywood…). Esa diferencia formal no rehuye sin embargo una cercanía que (incluida la colaboración autoral de ambos directores) permite las efusiones canonizadoras: si Llinás se proponía hacer implosionar las formas “mínimas” del NCA, Mitre propone implosionar sus “mínimos” temas (así, por ejemplo, la languidez y la parquedad habituales dejan paso a una vitalidad y verbosidad que antes parecían prohibidas). El resultado es ciertamente notable (como toda implosión), pero a la vez deja la sensación de que sólo reemplaza un mundo cerrado por otro (en ese sentido, no es casual que el film narre la entrada a un círculo áulico). 2) El estudiante se entrega a la exploración de un mundo cerrado asumiendo el punto de vista de un protagonista que viene de afuera. Pero esa abstracción sólo habla de la propia mirada, de aquello que es visto como ajeno: en este caso, el mundo de la política (según el sentido común dominante que la reduce a su expresión más maquiavélica: la “rosca”). La omnisciente voz en off funciona así reponiendo el punto de vista “externo” que sostiene la película: así, luego de una enumeración (parcial e inevitablemente ideológica) que se asume redundante, el narrador resume esa pragmática serialidad con un “…en suma, la política”. 3) “La política” se convierte entonces en puro tema (“nuevo” sólo para el NCA): se trata pues de un film sobre la política, más que de un film político (es decir: que asumiera lo político como dimensión de lo humano más que como historia extraordinaria…). Por eso El estudiante no intenta salir del mecanismo formal de la lucha por el poder, estructurada como novela de aprendizaje (una especie de Wall Street argenta, sostenida en el mismo pacto faústico). Se entiende entonces porque hasta ahora ese mundo quedaba afuera del registro del NCA: “la política” aparece como territorio contaminado del que no se puede salir limpio, algo que es en sí toda una declaración (anti)política. 4) El estudiante es la política según El príncipe: el pragmatismo de la lucha por conservar y aumentar el poder. Acevedo aplica las máximas de Maquiavelo o del Manual de conducción política de Perón, mientras que su discípulo hace su aprendizaje por fuera de los libros, como si en ese abandono se cifrara también la clave de una dicotomía que intenta resolver sin suerte el giro final, de la pragmática a la ética (sin que nada explique el viraje final del personaje). 5) Al “aislar la política de su coyuntura” (como ha declarado el director en alguna entrevista) esa mirada abstracta le impide la vocación (clara en el mismo film) de funcionar como metáfora mayor del país, desde el momento en que, por ejemplo, elude el “problema” del peronismo (sin dejar de citarlo lateralmente, con la conciencia de una falta): un notable acto de prestidigitación, siendo su mundo tan concreto (¡es como hacer una película sobre el cine argentino y no hablar del INCAA!). De hecho, todas las menciones “historicas” (a Lisandro de la Torre, etc.) no hacen sino aislarlas de lo político (para invocar un “honor” irremediablemente perdido, que el gesto final trata inexplicablemente de reparar). Como si eso fuera posible en la “realidad” (esa que su realismo impenitente evoca), a la que termina traicionando (y en esto es consecuente, como no lo es su protagonista): la realidad siempre es política por definición (salvo en las películas que se abstraen de ella, hasta cuando pretenden sumergirse en “las heladas aguas del cálculo egoísta”). 6) Más que con Dar la cara (una película con la cual se la ha relacionado por su ambiente universitario) habría que comparar El estudiante con Los traidores: no sólo porque también va a ser leída en el futuro como manifiesto de un clima epocal (ya son notables las lecturas que se hacen de ella desde el kirchnerismo), sino por su notable insistencia en el tema de la traición (tal vez lo único que une ambas películas, como solitario ejemplo de perspicacia, en un país que ha hecho del “tema del traidor y del héroe” toda una secreta mitología). Pero si en el film de Gleyzer la pragmática se volvía una ética discutible (la pública defensa del crimen político), en el de Mitre la ética queda presa de su discutible pragmática (la íntima recusación de la política como crimen).