Superhéroe paternalista Al igual que Liam Neeson, Denzel Washington sigue rompiendo cuellos a pesar de la edad; el héroe sexagenario de la comunidad negra vuelve a llevar a la pantalla sus berretines de pastor y su acción paternalista en modo superhéroe: a la vista de todos, un tipo tranquilo, chofer de Lyft -servicio similiar al de Uber- y, en la oscuridad de la venganza, un asesino preciso y silencioso. Porque McCall (Denzel) es un Batman sin capa, un justiciero de las sombras en un contexto maniqueo análogo al de Gotham City. Nuestro héroe suburbano incluso tiene un cuarto oculto en su departamento, su baticueva, en el que guarda su traje de milico que ya no usa. Esta vez el bueno de McCall además de ajusticiar malvados ayuda a un pibe del barrio que quiere ser dibujante, personaje análogo a la prostituta con aspiraciones de cantante de la primera. La primera parte del 2014, adaptación de la serie americana homónima de los ochenta, era más fiel a su héroe, era precisa, directa, menos pretenciosa en sus locaciones, en sus subtramas, incluso en sus planos. Se desarrollaba en una misma ciudad, con los mismos villanos, con su joven de futuro promisorio. Esta segunda parte comienza en un tren (autoguiño denzeliano a Imparable), en Turquía, con McCall desplegando desde el minuto cero sus habilidades de asesino entrenado del imperio. De ahí pasamos a Boston, de ahí a Bélgica, y de vuelta a Estados Unidos. Por desgracia ya no están los ecos del solitario y filoincestuoso profesional de El Perfecto Asesino (Léon, 1994), y la historia se ubica más cerca de los cuestionamientos al enemigo interno de la saga Bourne, un lugar ya aburrido para las películas de acción contemporáneas. La desorganización del planteo (comparado con el de la primera) se da también en las historias de los amigos de McCall (que, en su mayoría, podrían ni estar) y en las subtramas de los que reciben sus dádivas de justicia social y letal: un viejo judío sobreviviente de un campo de concentración que no ve a su hermana hace décadas, una musulmana (para equilibrar religiones, recordemos que igualar es una de las acepciones de “equalizer”) a la que le destruyen la huerta, una escort a la que cagan a palos, y el mencionado dibujante al que McCall va a rescatar de los malandras del barrio en su gesto más paternal. El conflicto central es un asesinato que no hace falta spoilear, la posterior búsqueda del culpable y, claro, su correspondiente venganza que -para coronar el revoltijo- se da en medio de un huracán.
Mis amigos no se tocan El justiciero 2 (The Equalizer 2, 2018) es un thriller de acción que constituye la segunda parte de El justiciero (The Equalizer), estrenada en 2014. Antoine Fuqua vuelve a ser el encargado de la dirección, a la vez que Denzel Washington continúa poniéndose en la piel de Robert McCall, y Richard Wenk sigue siendo el guionista. Completan el reparto Pedro Pascal (Oberyn Martell en Game of Thrones), Melissa Leo, Ashton Sanders, Orson Bean, Bill Pullman, Garrett Golden y Jonathan Scarfe. Es la cuarta vez que Fuqua y Washington colaboran juntos, luego de Training Day (2001), el primer film de The Equalizer y The Magnificent Seven (2016). En esta oportunidad, Robert McCall (Washington) vive en Massachusetts y trabaja como conductor Lyft (parecido a lo que es Uber en nuestro país). En los recorridos escucha lo que les sucede en ese momento de sus vidas a los clientes, y cuando se da cuenta que las cosas andan mal, no duda en utilizar sus ultra habilidades de lucha para ayudar a los indefensos. Aún afectado por la muerte de su esposa, Robert tendrá que lidiar con otra desgracia: la muerte de una de sus colegas en Bruselas. El Agente de Inteligencia de Defensa no bajará los brazos hasta encontrar y matar violentamente a los responsables del asesinato. Nos encontramos ante una película que no busca innovar en ningún sentido lo ya construido por su predecesora. Al repetir la fórmula, todo se vuelve monótono y cero emocionante. No obstante, el mayor problema recae en la historia; esta tiene demasiadas subtramas que hacen que el conflicto central tarde demasiado en aparecer, haciendo que el film no tenga un rumbo fijo desde el principio. El protagonista nos continúa pareciendo un genio al acabar con la gente mala, pero aquí no hay un desarrollo tan bueno como lo fue en la primera entrega, cuando veíamos paso a paso cómo se afianzaba la relación entre Robert y Alina (Chloe Grace Moretz), prostituta que deseaba ser cantante. Las secuencias de acción no defraudan al ser súper sangrientas y violentas, sin embargo nunca llegamos a sentir la sensación de peligro por la vida de Robert (ni un rasguño le ocasionan los contrincantes). Esto hace que la tensión se desvanezca, además de que cuando entramos en el problema principal, el asesino se vuelve demasiado previsible así como también el desenlace. El recurso del zoom en el ojo de McCall (al analizar rápidamente cómo matar a sus enemigos) ya en la primera parte recordaba mucho a las películas de Sherlock Holmes. Por suerte aquí se decidió no usarlo tanto. En vez de tener una secuencia de acción súper extensa en un supermercado de productos para la construcción, ahora se decidió cambiar el escenario y que la lucha final se ocasione en el medio de una gran tormenta, con el mar súper revuelto y el viento en todo su esplendor. Lo único que se consigue aquí es que la inverosimilitud vaya en aumento. El justiciero 2 entra con facilidad en el grupo de secuelas innecesarias, en especial por no tener una trama lo suficientemente interesante ni un ritmo estable. Si querés ver una película de este estilo pero bien armada, mejor quedarse con John Wick.
Cuatro años atrás, Denzel Washington y el especialista en acción Antoine Fuqua nos presentaban a Robert McCall, un héroe silencioso basado en el personaje protagónico de una serie de los ’80. Mezcla de El vengador anónimo con el Ghost Dog de El camino del samurai y una pizca de Jason Bourne, este hombre intentaba dejar atrás un pasado turbulento y misterioso, pero no podía con su genio y terminaba haciendo justicia por mano propia. Ahora le tomó el gustito al asunto y se entretiene equilibrando las cuentas a favor de los más débiles, siempre desde el anonimato. Como en la anterior entrega, lo mejor de esta secuela está en la primera parte, donde lo vemos desplegando todas sus habilidades de Batman de la clase trabajadora. Charlando con los vecinos o los pasajeros del remís que maneja, se entera de conflictos que necesitan de su intervención y actúa en consecuencia, sin máscara, sin juguetes bélicos de alta gama y sin millones (pero con los recursos suficientes como para viajar al otro lado del mundo si es necesario). En su primera misión, aparece disfrazado de religioso. Y, de algún modo, lo es: un pastor que trata de sacar a los jóvenes de la calle, estimula la lectura y siempre está del lado de los desvalidos. Y, cada tanto, pega un par de trompadas, da un par de puñaladas o dispara unos tiros. Porque sólo con buenos modales y discursos morales no se llega a ningún lado. Está terminando una lista de los “Cien libros que debes leer antes de morir”, y no casualmente el último es En busca del tiempo perdido, de Proust. La referencia literaria se limita al título: McCall está decidido a volver a la acción. Por eso aparecen algunos datos más de sus días como agente de inteligencia, y por eso abandona su parquedad y perfil bajo, y sale más a la luz, con una bravuconada impropia de él. Y a partir de ese momento es que se estropea una película que, sin genialidades, venía consiguiendo balancear la acción con el drama, con algunos eficaces chispazos de humor. Porque el último plato, el del desenlace, está hecho con las sobras recalentadas de un western visto mil veces y se nota cargado de lugares comunes, resuelto como un trámite y con toques de clase B. De postre, hay un epílogo por demás almibarado que debería haberse evitado: si hay algo que a estos héroes no les sienta, es el azúcar.
Secuela por mano propia ¿Merecía un thriller de acción tan pedestre como El justiciero (The Equalizer, 2014) una secuela? El justiciero 2 (The Equalizer 2, 2018) reúne nuevamente al director Antoine Fuqua, el guionista Richard Wenk y la estrella Denzel Washington para continuar las aventuras del misterioso justiciero McCall, pero la película convida más de lo mismo sin elevar el concepto ni agregar nada nuevo sobre el personaje o su mundo. McCall (Washington) es un ex agente especial que dedica su austero retiro a hacer justicia por mano propia, cumpliendo favores para gente tan humilde que la mayoría de las veces ni se los pide. Ya sea recorrer medio mundo para rescatar a una niña de criminales turcos o repintar el grafiti de una pared, McCall está al servicio de quien lo conmueva. Su altruismo es balanceado por la condescendencia paternal con la que trata tanto a sus amigos como enemigos. No hay trama central per se, más bien un listado de cosas que McCall tiene que hacer, ninguna particularmente más importante que la otra. La cantidad de subtramas es un problema porque redunda en una historia desenfocada y casual, extendiendo tediosamente una película que no tiene centro. Para cuando todas las tramas terminan (sin necesariamente confluir) la suma es tan ridícula como pretenciosa. Quizás el ridículo va con el territorio de la película, a pesar de que se toma a sí misma muy, muy en serio. Como su antecesora, El justiciero 2 se basa libremente en la homónima serie de los 80s. Fiel a la década, la secuela parece haberse inspirado en los clichés que solían motorizar las cansadas franquicias de los 80s que ya no sabían que inventar para entretener a sus héroes: vengar la muerte de un viejo aliado, enfrentar fantasmas otrora mencionados, apadrinar un chico rodeado de malas influencias y orientarlo hacia el bien. La única justificación posible que explique la existencia de la película es la presencia de Denzel Washington, un protagonista efectivo y carismático, y la mano de Antoine Fuqua. Si el guión de la secuela no eleva el concepto de la original, la dirección eleva el guión de Richard Wenk. Fuqua dirige con estilo y mesura: sabe crear atmósfera y mantener tensión. Las escenas de acción son pocas pero intensas y todas ocurren en una clave entretenida. Quizás aún cebado tras realizar la remake de Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 2016), ha decido fotografiar la película como un Western idolatrando a su estrella. Esto es evidente desde la primera escena, en la que McCall pelea en el bar de un tren, y en el espectacular, tétrico clímax ambientado en un pueblo fantasma en proceso de ser azotado por un huracán. Los mejores momentos de El justiciero 2 - propulsados casi exclusivamente por su protagonista y la estética que lo ornamenta - quedan desperdiciados en una película que confunde personalidad con pretensión, en una historia demasiado frívola como para merecer el talento que la ha fraguado.
Cuatro años después de la exitosa (y discutida) El justiciero, dos auténticas figuras afroamericanas del Hollywood actual tanto delante de cámara (el actor Denzel Washington) como detrás de la misma (el director Antoine Fuqua) regresan con una secuela que seguramente resucitará la “grieta” cinéfila entre quienes reniegan de esta reivindicación de la justicia por mano propia y del ojo por ojo y aquellos que se sienten atraídos por su sólida apuesta dentro del cine de género. El realizador de Día de entrenamiento y Tirador propone en esta segunda entrega una mixtura entre la violencia brutal del Charles Bronson de El vengador anónimo y el existencialismo del Alain Delon de El samurái. A los 63 años, Washington -en la primera secuela de su carrera y en su cuarto trabajo para Fuqua- interpreta a Robert McCall, un hombre aparentemente común que trabaja como conductor de un servicio tipo Uber, pero que en verdad es un ex agente de la CIA que se dedica a ayudar a propios y extraños contra los excesos y abusos de la vida contemporánea. Claro que para ello es capaz de adoptar los métodos más extremos que puedan imaginarse. Viudo y solitario, McCall se empieza a interesar cada vez más por la suerte de Miles Whittaker (Ashton Sanders), un joven negro de buen corazón e inclinaciones artísticas que está a punto de ser captado por una pandilla armada y ligada al narcotráfico. Entre ambos surgirá una relación sustituta de padre e hijo y deberán luchar contra un sino trágico y un contexto desolador. Quienes esperen profundidad psicológica y sutilezas deberán buscar otros rumbos. Para los que, en cambio, se deleiten con duelos a los tiros en medio de un huracán que azota a una zona costera y con cierto humor negro a la hora de trabajar la violencia sádica, El justiciero 2 es una propuesta más que atendible.
“El Justiciero 2”, de Antoine Fuqua Por Hugo F. Sanchez Robert McCall (Denzel Washington) carga la pena de una pérdida y por alguna razón, para soportar ese dolor debe atravesar varias redenciones que en su lógica, solo fue posible ayudando personas al azar y sin ningún nexo, la mayoría de las veces expuestas a los diferentes grados de maldad del mundo. Estas líneas básicas sobre el personaje ya se trazaban en El Justiciero (2014), que se convirtió en un éxito y que claro, dio paso a esta segunda parte y probablemente a una saga. En la primera parte veíamos a McCall haciendo lo suyo y todo el relato era bastante oscuro, solemne y críptico en relación al pasado del protagonista. Por supuesto que estaban los elementos distintivos que sentaron las bases del personaje, en primer lugar la capacidad de ver los segundos del futuro inmediato, que comienzan a correr a partir del cronómetro que pone en funcionamiento él mismo antes de enfrentarse a los eventuales villanos que se cruzan en su camino. Antoine Fuqua (Los siete magníficos, Día de entrenamiento, Tirador, entre otras) ahora completa el perfil de McCall, lo ubica en Boston, una ciudad en donde convive la riqueza y la marginalidad, un territorio rico en contrastes de desigualdad que le aseguran a la figura del justiciero -tan estadounidense como el cereal por la mañana- material para justificar su existencia. Pero Fuqua se libera de la solemnidad de la primera parte e introduce la cotidianidad del protagonista, emplea con seriedad recursos del humor -el gadget del reloj ya es una tip reconocible y festejado y que el ex CIA sea un chofer de Uber, es otro guiño a la sociedad contemporánea- y sobre todo encamina el relato sobre la senda del western. Así que lo tenemos a McCall, ben vecino, que no duda en llevar su código de justicia hasta Estambul persiguiendo a un mal padre, tampoco intervenir en favor de una chica abusada y preocuparse por un muchacho del barrio que va por mal camino. Pero el pasado siempre vuelve y la venganza será bien personal, con un duelo en un pueblo abandonado, en donde el imperturbable protagonista va eliminando uno a uno a sus adversarios, ex compañeros de aventuras en “la agencia”. Más libre que la primera parte, con una puesta precisa y visualmente atractiva, El Justiciero 2 es un buen ejemplo de cine de acción en la actualidad. JUSTICIERO 2 The Equalizer 2. Estados Unidos, 2018. Dirección: Antoine Fuqua. Guión: Richard Wenk. Intérpretes: Denzel Washington, Pedro Pascal, Ashton Sanders, Orson Bean, Bill Pullman, Melissa Leo, Jonathan Scarfe, Sakina Jaffrey, Kazy Tauginas, Garrett Golden. Producción: Antoine Fuqua, Denzel Washington, Todd Black, Jason Blumenthal, Tony Eldridge, Mace Neufeld, Alex Siskin, Michael Sloan y Steve Tisch. Distribuidora: UIP. Duración: 121 minutos.
[REVIEW] El Justiciero 2: Y se va la segunda. “El Justiciero 2”, la secuela de la dupla Denzel Washington y Antoine Fuqua nos trae más fracturas, acción e intimidad, pero semejante a la primera. Que mejor que con el auge que hubo con John Wick y Charlize Theron con Atomic Blonde (2017) llegase el ecualizador de problemas, Robert McCall, interpretado por el siempre estupendo Denzel Washington. Lo bueno que tenía la primera película, que pueden ver en Netflix, era la simple estructura que la sostenía, con un ritmo que iba con la explicación del personaje. Luego, resolver algún problema de otra persona desconocida o conocida, para volver a explicar la situación del personaje, y otra vez resolver un problema. Todo atravesado por un trabajo a resolver que sirve como una trama principal que a la vez sostiene todo. Obviamente con una gran dosis de acción que no genera bostezos en el espectador, lo cual en esta nueva parte la fórmula no cambia. Sigue el mismo director, Antoine Fuqua, que luego de su gran éxito “Training Day (2001)” ha hecho películas con más acción descerebrada que profundidad, como “Olympus Has Fallen (2013)” o “The Magnificent Seven (2016)”. También continúa el mismo guionista Richard Wenk, quien se basa en los personajes de la serie de televisión homónima que duró de 1985 a 1989, creada por Richard Lindheim y Michael Sloan. En esta segunda parte Robert McCall (Denzel Wshington) sigue impartiendo su justicia a golpes y rompedura de huesos, otorgándole ayuda a los explotados u oprimidos seres humanos, pero ahora se volvió mucho más personal para él. La primera secuencia en un tren partiendo cabezas y huesos, marcando su cronometro y quedando frente a frente con el hombre al que fue a buscar, es el resumen de lo que uno espera de este film. Sin embargo “el justiciero” tendrá que resolver problemas más íntimos, lo que sería el aspecto que más aleja esta secuela con respecto a la primera. Anteriormente teníamos solo al personaje de Chloë Grace Moretz; ahora, en esta secuela, advertimos a actores y actrices como Orson Beam (Sam), Melissa Leo (Susan), Ashton Sanders (Miles) entre otros. Podría haber más desarrollo en ciertos personajes, pero el simple relato del abuelo Sam, el vínculo con su amiga Susan, y el padrinazgo con el joven Miles, son historias que ya hemos visto pero aun así son efectivas. Algunas más que otras. La crudeza de la violencia sobresale en la pantalla grande, con encuadres suntuosos por parte de Fuqua, que no tiene miedo en usar a su actor preferido, Denzel (en el cuarto film que colaboran juntos) para realizar tanto escenas de acción pura, como momentos oscuros y de introspección penetrante, que solo un actor como Washington pueden salvar. Sin embargo los villanos que Robert McCall debe derrotar podrían haber sido mejor desarrollados, para que el desenlace del film no decaiga, y tener antagonistas a la par de McCall. McCall tranquilamente podría ser parte de Los Simuladores pero mucho más agresivo, debido a la cantidad de sangre y fracturas que ha dejado, siendo este uno de los pocos factores de originalidad de la película. Además de una persecución en auto muy interesante, y del componente atmosférico que le otorga al clímax un toque diferente con respecto a la primera película. Siendo la primera secuela tanto para Antoine Fuqua como para Denzel Washington ambos salieron bien parados. No se arriesgaron, cumplieron con su cometido y con lo que saben hacer. Si les gustó la primera, “El Justiciero 2” también les parecerá interesante y muy entretenida.
Desde "Día de entrenamiento", Denzel Washington y el director Antoine Fuqua vienen formando un gran equipo que ha dado lugar a excelentes películas como la remake de "Los 7 Magnificos" o la taquillera "El justiciero". Justamente el éxito de esa película provocó que Washington encare por primera vez una secuela, y no por nada esta segunda parte es superior al original en varios sentidos, empezando por la profundización del carácter de samurai moderno del protagonista, un exagente del Gobierno ahora dedicado a "ecualizar" las injusticias que observa a su alrededor. "El justiciero 2" está estructurada en tres partes bien definidas, y la primera, en la que se describe la vida solitaria del personaje central y sus explosivos ataques a tipos horribles que, sin su intervención, se habrían salido con la suya, es de lo mejor del film. Por otro lado, la última media hora, con su tremendo enfrentamiento contra agentes del Gobierno tan aguerridos y expertos como él, en medio de una tempestad, está destinada a ser considerada un clásico del cine de acción moderno. En el medio, "El justiciero 2" se convierte en un intrincado e inteligente film de espías y conspiraciones que saca al personaje del retrato surgido de la serie de TV en la década de los '80 en la que se basan ésta y la anterior película. Es una variación inteligente sobre un personaje que, tal vez, vuelva a aparecer en una nueva secuela.
Retomando un tipo de personaje que supo construir relatos en los años setenta del siglo pasado, y también en los primeros ochenta, y que tuvo recientemente su primera aparición encarnado por Denzel Washington, “El justiciero 2”, de Antoine Fuqua, logra el equilibrio justo entre tensión, acción, y suspenso, sin evitar plasmar una marca de autor. Buceando en la misteriosa muerte de una colega, Robert McCall (Washington) comenzará a lidiar una vez más con asesinos y gente que creía de su lado, pero que demuestran, una vez más, que nadie puede confiar en nadie. Tras años de mantenerse en las sombras, estableciendo relaciones de amistad y honestidad con sus vecinos, y hasta intentando luchar para que los más jóvenes no se vean envueltos en la oscuridad, McCall verá trastocar su aparente equilibrio de un momento para otro. Hábilmente, el director reposa su mirada y lente en una inteligente construcción de vínculos entre los personajes, se toma toda la primera parte de la historia para avanzar lentamente en esto. Fuqua quiere cimentar el relato, con un contexto sólido y verosímil para que luego se desencadenen una serie de sucesos que atravesarán al protagonista, de una manera irreversible, y en consecuencia, a todos aquellos que lo rodean. Washington compone a McCall con solvencia, con mínimos y cuidados gestos, sumando la particularidad de posicionarse en un momento de la vida del protagonista en la que nada está librado al azar y la suerte. Si continua con su lectura empedernida, un rasgo que se reitera en la narración, para lograr terminar con los 100 libros que se había propuesto leer en la primera entrega, ese motivo es destacado para solventar la sabiduría y sapiencia con la que se mueve en todos los planos. El personaje no es un justiciero más, es un vengador que piensa todos los pasos a seguir. Si bien no tiene nada que perder, de hecho ya ha perdido a su mujer, su único y más preciado motivo de vida, el guion le sumará aparentes roles secundarios para que pueda avanzar en la historia y revelación. McCall es un hombre que medita, que está atento al mínimo cambio de entorno, porque sabe, seguramente, que en esas modificaciones puede encontrarse el final de su tranquila, en apariencia, vida. Manejando un auto respondiendo a una aplicación simil Uber, su trabajo como “chofer” no hace otra cosa que reivindicar su figura de vengador anónimo, algo que si bien en la primera entrega fue más trabajado, en esta oportunidad sus acciones de buen samaritano terminarán cuando se vea envuelto en una traición que llevó a la muerte a su amiga y colega. Lo que sigue es un raid de sangre y violencia que terminará en un épico enfrentamiento en medio de una tormenta, volviendo a afirmar que nada ni nadie se interpondrá entre él, los suyos, y sus objetivos.
Un superhéroe de lo cotidiano La segunda aparición cinematográfica de El justiciero, personaje basado en una serie de televisión poco conocida en la Argentina, confirma muchos elementos que ya eran parte del film original, protagonizado como este por Denzel Washington y ambos dirigidos por Antoine Fuqua. Para empezar, la efectividad del combo, cuyo primer encuentro en Día de entrenamiento (2001) terminaría representando el primer Oscar que un actor negro consiguió por un rol protagónico. El tándem volvió a juntarse en 2014 para aquel episodio inicial de El justiciero, volviendo a dar buenos réditos, esta vez en las boleterías, y la siguió en el remake del western Los 7 magníficos (2016). Pero también confirma mucho de lo que hacía de la primera una película entretenida. Robert McCall es un agente de inteligencia que fue dado por muerto en acción, quien lleva una vida anónima alejada de las misiones encubiertas. O al menos de las misiones oficiales: ahora es él quien elige sus propias misiones, en las cuales se dedica a ayudar a indefensos y desamparados. McCall es lo que el cine y la historieta llaman un vigilante nocturno, un ciudadano que toma la justicia en sus manos. Un punto interesante que explotaba el episodio original y que este retoma, es el carácter proletario del personaje, y si en aquella trabajaba en un home-depot ahora es chofer de Uber. Un remisero 2.0. El detalle no es menor, ya que ese oficio no solo provee al guion de algunos de los mejores gags, sino que es entre sus pasajeros y vecinos del barrio donde McCall encuentra gente a la cual ayudar. Una chica abusada por un grupo de chicos ricos; un viejito sobreviviente de los campos de concentración; una nena secuestrada por su propio padre; un adolescente con talento para el dibujo pero con las amistades incorrectas. De todo eso se sirve Fuqua para mostrar su inquietud por ciertos problemas sociales que, aunque de forma ligera, suele aparecer en muchos de sus trabajos. En paralelo, El Justiciero 2 desarrolla una segunda línea de acción, en la que McCall se ve obligado a retornar a su antigua vida a partir del asesinato de una ex compañera y amiga que, en la piel de la actriz Melissa Leo, ya había aparecido en la película anterior. Esta trama, más cercana al thriller geopolítico estilo Jason Bourne, es útil para que el director aborde su otra gran preocupación: la corrupción de las instituciones que deberían sostener el orden para que el sistema siga funcionando. Es ahí, en esa ausencia de un estado capaz de imponer una estructura ética y moral, donde la película hace el nido de su relato. Esto también da pie para tomar ciertos elementos del western, el género ideal para dirimir este tipo de cuestiones al margen de la ley. Ahí está la larga secuencia del final en la que McCall se “bate a duelo” con cuatro agentes corruptos, en un pueblo desierto y en medio de una tormenta. Un detalle importante es el cambio operado en el protagonista entre una película y la otra. Si en la primera debía luchar consigo mismo para “aceptar” su nuevo rol, en El justiciero 2 McCall se siente a gusto con su papel y ya no queda nada de los (leves) arrestos de culpa que antes lo asaltaban. Algo similar a lo que le ocurría a David Dunn, el personaje interpretado por Bruce Willis en El protegido (2000), aquel film en el que M. Night Shyamalan supo releer con inteligencia el tema del superhéroe. La cita es oportuna, porque ya no caben dudas de que la saga El justiciero es una vuelta de tuerca sobre ese mismo tópico, que echa mano de recursos similares para traer lo superheróico al terreno de lo cotidiano. Una de las escenas que forma parte de la coda final se encarga de hacer explícita esa lectura que, por otra parte, ya se encontraba presente de forma elíptica, pero muy clara, en la primera película.
Robert McCall ahora se dedica a trabajar como chofer en una aplicación telefónica, mientras decide ayudar de forma aleatoria a sus pasajeros. De a poco comienza a entablar una relación de amistad con uno de sus jóvenes vecinos, pero una desgracia lo hace volver a su antiguo trabajo cuando una ex compañera y amiga personal es asesinada. Luego de la apenas regular El Justiciero, pocos pensábamos que íbamos a tener una secuela, ya que a nivel criticas estábamos ante una película que no le voló la cabeza a nadie, además que en taquilla no fue un bombazo; todo sumado a que el propio Denzel Washington parecía que ya no estaba para estos trotes de héroe de acción de la tercera edad. Por suerte El justiciero 2 nos da una cachetada a todos. Parece que el realizador Antoine Fuqua aprendió de lo hecho en la anterior entrega, y eliminó algunas cosas que varios coincidieron como criticables. Una de ellas, y la que más molestaba, era su extensa duración, haciendo que estas dos horas se sientan mucho más cómodas, aunque así y todo a veces el film parece lagunear por momentos. La trama también es un poco más concisa, pero tenemos que recalcar en la palabra “poco”, ya que el conflicto principal tarda en hacerse presente, contando con un inicio que se siente largo sin necesidad, ya que conocemos al personaje de Rober McCall, sabemos de sus habilidades y su nula tolerancia a la injusticia. Demasiada introducción para ser una secuela. Sí tenemos que recalcar que Denzel Washington parece haberse tomado un tiempo para prepararse físicamente para El justiciero 2. Por suerte atrás quedan esas escenas de acción donde se lo notaba fuera de forma y viejo para estos trotes, y hoy el veterano Denzel vuelve a mostrar que, pese a su edad, aun puede dar buenos momentos de adrenalina. También a recalcar tenemos que mencionar la fotografía; sobre todo en su tramo final. No diremos que evento climático sucede en El justiciero 2, pero este influye en el clímax y la verdad que le da un tono y una ambientación muy superior a ese centro comercial de insumos de construcción que vimos en la primera entrega. El justiciero 2 termina siendo una entretenida película de acción, pero de esas que con el paso del as semanas quizás muchos no recuerden demasiados detalles luego de haberla visto. Entretiene, y solo eso. Queda en el espectador juzgar si esto es suficiente o no.
Recordemos que primera fue en el 2014 y mantiene el mismo director (“Los siete magnificos”). Uno de los puntos más altos de este film es que tiene como protagonista a Denzel Washington (63 años), la trama se toma su tiempo para arrancar, porque va presentando a cada uno de los personajes y a medida que pasan los minutos va creciendo, si bien tiene una trama central y las subtramas le dan un buen equilibrio. La actuación es excepcional, lo construye muy bien, es para sacarse el sombrero ante Denzel Washington, todo cronometrado, mezcla el drama con la acción, tiene mucho ritmo, maneja muy bien la intriga, los espectadores se conectan con el personaje, en algunos casos coinciden con sus valores y puntos de vista, contiene buenos diálogos, utiliza los planos cortos por ejemplo mostrando cómo se lava las manos manchadas de sangre, entre otras secuencias, también tiene su toque de humor cuando dialoga con el joven Miles Whittaker quien protege, en el momento que invita a comer un poco del arroz con pollo que prepara en su cocina. Cuenta con buenas actuaciones secundarias: Melissa Leo (de muy buena interpretación) como su amiga y compañera de la CIA, quien lo aconseja y lo ayuda en sus investigaciones; está muy bien Ashton Sanders (trabajo en “Luz de luna”), una pequeña participación de Bill Pullman y está correcto como villano Pedro Pascal. En algún momento peca porque no sorprende al espectador con escenas poco creíbles (cuando lleva a un viajero, la tormenta en el pueblo, entre otras). Sigue teniendo cierto hilo conductor con “El vengador anónimo”, pero con elementos diferentes.
Denzel Washington, mortífero con la daga, la trompada, el rifle y la sonrisa. La clave para que una película de una violencia que orilla –a veces traspasa– el sadismo nos resulte divertida y mantenga nuestro interés es el personaje. En realidad, todo cine narrativo tradicional requiere del personaje como puente. Y el personaje depende no sólo de cómo lo filma el director sino de cómo lo moldea el actor. Dicho de otro modo, sin Denzel Washington esta especie de “agarremos ‘El Vengador Anónimo’ y usemos la computadora para montar mejor y hacerlo más sangriento, violento y aparentemente realista” sería nada más que una especie de copia de “El vengador anónimo” con computadora para montar mejor y hacer más sangriento y realista el asunto. Como tomar una lámina para colorear y llenar los espacios con un color más fuerte que el del modelo. Pero Denzel, que es un señor que aprendió el arte de la autoironía, combina en su personaje de un tipo durísimo que sale a cazar agentes de la CIA y asesinos que le mataron a la mejor amiga, momentos de una dureza y peligro terribles con esos gestos de “no, esto es increíble pero me divierte”, que equilibran toda la película. El artesano Antoine Fuqua (que a veces la pega y otras veces no: “Día de entrenamiento” y “Shooter” están bien; “Lágrimas del Sol” y “Rey Arturo”, no) inventa algunos buenos momentos de acción que transforman el drama en un juego de parque de atracciones para adultos, y el carrito en el que nos subimos es el auto de don Denzel, mortífero con la daga, la trompada, el rifle y la sonrisa.
Robert McCall vuelve a la carga, sin la calva de la primera película, pero también sin un pelo de zonzo como para resolver de un puñetazo cualquier injusticia que se le presente al paso. Mientras que en el primer filme McCall (Washington, en un papel a su medida) se inmiscuía en la mafia rusa para salvar a una joven prostituta, aquí Antoine Fuqua toma algo de esa idea pero va un poco más allá. Es que este ex agente de la CIA devenido en taxista no puede evitar ponerse el traje de superhéroe, pese a que elude la capa y la máscara. Primero logrará recuperar de las malas amistades a un joven vecino y hará un desparramo quebrando dedos, brazos y cuellos en pocos segundos. Y después vendrá la apuesta más arriesgada. Su amiga Susan Plummer (Melissa Leo), ex agente de la CIA y la primera en estar al pie del cañón para acompañarlo en el duelo tras la muerte de su esposa, es asesinada en medio de una misión en Bruselas. Aquí McCall utilizará todo su potencial y su furia y hurgará hasta lo más profundo para encontrar a los culpables. Lo grave es que descubrirá que el jefe de esa brigada asesina no es otro que un ex compañero del servicio de inteligencia del Estado. Fuqua vuelve a apostar al thriller, pero lo hará con una trama atractiva y sensible, que lleva de las narices al espectador hasta un final que no da respiro. Denzel Washington se pone la película al hombro y hace lo suficiente para que nadie salga defraudado del cine.
La continuación de El justiciero no defraudará a los espectadores que hayan disfrutado la primera entrega del 2014, gracias a un inspirado Denzel Washington, quien vuelve a lucirse en el rol del vengador Robert McCall. Si bien la premisa es similar a los que fue la historia original, la dirección de Antoine Fuqua (en su cuarta colaboración con Washington) presenta un notable cambio en su narración. El argumento se desarrolla de un modo pausado con varias subtramas que por momentos generan una dispersión del conflicto central. La película es un poco más lenta de lo que fue la obra original, pese a que Fuqua añade las secuencias de acción necesarias para hacer entretenido su relato. La cuestión con estas subtramas, como la relación de McCall con un sobreviviente del Holocausto o un joven artista al que intenta alejar de una banda de criminales, es que si bien alargan el film de un modo innecesario al mismo tiempo brindan los mejores momentos dramáticos de Washington en este rol. En esta oportunidad se percibe una clara intención del director por explorar más a fondo la humanidad del personaje principal, con el objetivo que McCall no sea otro clon de los clásicos vengadores fríos que solía encarnar Charles Bronson. Algo que no está mal ya que contribuye a darle su propia identidad al film. Dentro del campo de la acción Fuqua se vuelve a lucir con algunas escenas intensas, que encuentran su mejor momento en un clímax influenciado por el género western. En la comparación creo que me quedo con la primera película, si bien El justiciero 2 es una secuela decente que se hace llevadera gracias a la interpretación de su protagonista.
Cuando en 2014 se estrenó El Justiciero tuvo una gran aceptación tanto en crítica como en público. Y si bien no rompió la taquilla, le fue bien, y a lo largo de los últimos años el personaje generó una base de fans muy interesante. El director Antoine Fuqua, tal vez uno de los mejores narradores de acción de los últimos tiempos, vuelve a tomar las riendas de este gran personaje. Lo único que aquí le juega en contra es que ya lo conocemos y por lo tanto falta el “factor sorpresa”. Más allá de eso, la historia fluye dentro de su simpleza, pero engancha donde tiene que enganchar. Denzel Washington posee todo el carisma del mundo en la piel de Robert McCall, quien en esta oportunidad sigue impartiendo justicia (en casos menores) cuando no conduce su Lyft. (Alto y reiterativo chivo a la competencia de Uber en Estados Unidos). Una vez que llega el conflicto central, el espectador puede vislumbrar cómo va a seguir todo, aunque los puntos de giro están bien puestos. Las escenas de acción y las peleas están muy bien. A la altura de la primera, con ese “especie de poder Jedi” que posee el protagonista, muy bien narrado en cámara lenta. El resto del elenco cumple, pero Pedro Pascal se destaca. Me gustaría escribir más sobre él, pero caería en el spoiler. El justiciero 2 es de esas muy buenas películas de acción, de esas que los que aman el género pueden repetir más de una vez. Un gran exponente que te deja con ganas de más secuelas.
UN HOMBRE APARTE El de Robert McCall no es el primer personaje interpretado por Denzel Washington que ejerce la justicia por mano propia, tuerce las reglas a su antojo o las pone en crisis desde el cuestionamiento. Ahí tenemos films como Día de entrenamiento, Malcom X, John Q, Deja vu, Hombre en llamas o Protegiendo al enemigo, que constituyen en su conjunto una marca de fábrica de un actor siempre dispuesto a ponerle el cuerpo a personajes ambivalentes y problemáticos. El justiciero fue el paso inicial para traducir esa marca, esa huella actoral y hasta autoral, en una franquicia. Lo cierto es que la adaptación de la serie de los ochenta funciona como un modelo a repetición –indudablemente serializado- que habilita numerosas entregas con ligeras variantes entre sí. El justiciero 2 elige profundizar en el pasado de McCall e indagar en cómo distintos sucesos de su pasado lo llevaron a un presente solitario, en el cual sus formas de conectarse con su entorno social se dan a través de instancias puntuales de ayuda a los demás. Durante gran parte del metraje (especialmente en la primera mitad) el film de Antoine Fuqua busca ser más un drama policial que una de acción estándar, tomándose unos cuantos minutos para activar el disparador del conflicto –la misteriosa muerte de una amiga de McCall, donde se pueden rastrear las huellas de viejos conocidos del protagonista- y posteriormente mostrar todas las cartas. Esa decisión de avanzar con un ritmo pausado en el retrato de la cotidianeidad personal y laboral de McCall –un tipo que parece capaz de llevarse bien con todo el mundo y a la vez ser un solitario empedernido- posee una cierta dosis de sabiduría, representa una continuidad respecto a la primera entrega y ubica a la secuela en un terreno adulto que evoca tonalidades setentosas. Sin embargo, se nota que Fuqua no llega a confiar del todo en sus propias herramientas como realizador o en el guión de Richard Wenk –que cae en unos cuantos momentos sentenciosos-, por lo que termina descansando en la presencia de Washington para construir el núcleo sensible del personaje. Y hay que reconocer que Washington puede sacar agua de las piedras, trabajando desde la corporalidad el carácter dual de McCall, su violencia contenida tras actitudes nobles, formas amables y rutinas intelectuales. Hay una secuencia corta pero potente, en las afueras de un típico hogar de esos suburbios de clase media alta, donde McCall tiene un diálogo con los que ya han quedado definidos como sus antagonistas. Es una conversación con actitudes corporales simples y relajadas, casi de buenos vecinos, pero cuyo contenido es violento y brutal, y donde McCall muestra que, aún con sus modales civilizados, puede ser tan o más sorete que sus enemigos. Es también un ejemplo de las potencialidades de la película que no terminan de estallar por completo, porque a partir de ahí el relato se ocupa mucho más de la tensión y la acción, hasta llegar a un duelo final pletórico en salvajismo, filmado con efectividad (porque es claramente el territorio donde Fuqua se siente más cómodo) pero sin ambiciones. El justiciero 2 es una secuela correcta, que sin embargo, cuando reflexiona sobre las consecuencias de los eventos pasados en el presente, no va mucho más allá de la superficie.
Denzel Washington vuelve a dar una actuación solida en un personaje que evidentemente le gusta interpretar. Es una historia cuyo argumento flota por los aires y la narrativa la hace lenta, aunque una buena dosis de acción siempre es bienvenida y más cuando se trata de películas que no van a los bifes directamente. Denzel Washington es uno de esos actores que siempre serán recordados, sobre todo por la intensidad con la que interpreta sus diferentes papeles y roles. Desde la dura Philadelphia (1998), pasando por Training Day (2001) y The Magnificent Seven (2016), las diferentes caracterizaciones del actor, siempre han estado en lo más alto de la consideración popular. En 2014 le llegó un rol caído del cielo, cuando le ofrecieron la oportunidad de protagonizar una nueva película de acción, bastante más madura que muchas de las de su repertorio. Bajo el nombre de The Equalizer (El Justiciero, 2014) Denzel se puso la 10 en la espalda y salió a patear traseros de rusos a lo largo y ancho de Chicago. Robert McCall (Denzel) un hombre de lo más común y corriente, tiene un amor sagrado por el orden, la rutina, la paz y sobre todas las cosas, la justicia. Toda esta aparente tranquilidad que el bueno de Bob demuestra en su día a día, se ve llevada al extremo cuando mafiosos rusos atacan a una adolescente que se vio casi obligada a ejercer la prostitución a manos de los rufianes europeos. Al enterarse de estos problemas, un lado oculto de Robert saldrá a la luz e intentará acabar con esta banda de mafiosos y extinguir el problema de raíz. Esa es la premisa básica de esta historia, un hombre que parece de lo más corriente, metódico y humanitario. En esta secuela, McCall regresa para seguir combatiendo por su cuenta a delincuentes, secuestradores o cualquier tipo de extorsionador, por muy arriesgados que sean. En esta ocasión, el justiciero va a tener que enfrentarse a un caso en el que entrarán en juego cuestiones muy personales. Y es que Susan Plummer (Melissa Leo), su ex-compañera y agente retirada, ha desaparecido. De esta manera, la misión hará que McCall se vea cara a cara con secuestradores y sicarios de alto nivel con los que nadie está a salvo, mientras que pone a prueba su tenacidad y habilidades ahora que alguien querido está en juego. Partiendo de la base de que una secuela no era del todo necesaria, hay que decir que ésta logra estar a la altura. Sin ser más que su primera entrega, esta nueva aventura reúne todos los elementos, buenos y malos, que hicieron de la original, una gran película de acción. Nuevamente bajo la dirección de Antoine Fuqua, la película retoma el nivel narrativo de su antecesora, creando un clima por momentos distendido con grandes coreografías de combate, balaceras, persecuciones y demás. Con una estructura y un guión bastante similar a la original (por no decir idénticos), el director cae en un error bastante grosero a la hora de querer desarrollar con profundidad la bondad y ganas de hacer justicia que tiene Robert. Si había algo que quedado claro en la primera película, era que él no busca nada a cambio de lo que hace, todo lo contrarío, lo toma como una “obligación” casi moral. Todo el buen ritmo que se muestra a la hora de la acción propiamente dicha, se ve por momentos hasta desperdiciada cuando cae en estos baches narrativos. Otra falla, es la rápida visualización del villano de turno, quitándole misterio e intriga al filme. Mientras que Denzel Washington vuelve a dar una actuación solida en un personaje que evidentemente le gusta interpretar, el resto del elenco cumple de buena manera pero sin generar ningún tipo de sorpresa. El cast se completa con actores de buen curriculum como Bill Pullman, Mellisa Leo, Ashtori Sanders y Pedro Pascal, pero que no terminan de explotar en ningún momento. Es posible que el guión no les da lugar a explayar sus personajes, aunque después de todo, la historia no se centra en ellos. Sin embargo le podrían haber dado una mayor responsabilidad, sobre todo teniendo en cuenta la calidad de actores que son. En una historia cuyo argumento flota por los aires y la narrativa la hace lenta, aunque una buena dosis de acción siempre es bienvenida y más cuando se trata de películas que no van a los bifes directamente. Hay un desarrollo de un personaje, una historia, un pasado oculto y una filosofía que, si bien puede ser cuestionable, es concreta y funciona. Sí pudieras hacer algo por alguien, sin esperar nada a cambio, ¿Lo harías? Bob lo tiene bien en claro y no se detendrá hasta que todos paguen por sus crímenes.
Es un placer verlo tranquear a Denzel Washington, actor de enorme presencia que hace intenso y creíble cualquier relato tenso y difícil. Esta vez vuelve con un personaje que había estrenado hace cuatro años: un ex agente, solitario, viudo, recordador y melancólico, que dedica sus últimos afanes a limpiar de canallas sus zonas cercanas. Trabajo, le sobra. Su formación militar lo hace infalible. Es un tipo sin afectos y de pocas palabras que sólo tiene un plan: hacer justicia por mano propia. Sereno, sensible, perspicaz, este remisero es menos anotador que el que te dije, pero más directo y peleador. Su olfato y sus deducciones son perfectos. Su misión es ir solucionando temas puntuales sin avisar a nadie. Y volver a su casa vacía. El libro tiene lugares comunes, por supuesto, porque no hay nada nuevo en esto de sumergirse en el barro de un mundo donde los dólares y la droga gobiernan todo. Lo que vale es disfrutar del oficio de Fucqua, un director que mejora cualquier escena. El ritmo, el diálogo, la banda sonora,la fuerza que le imprime a cada escena, las actuaciones, todo ayuda a sostener un relato que no aporta nada nuevo, pero que a los amantes del cine de acción los dejarán más que satisfechos. Lástima que la escena final, innecesaria y larga, le baja algunos puntos. Pero no llega a estropear el acabado profesional de un film concentrado que hasta se permite abordar sin tropiezos algún subtema (el joven vecino tentado por la droga) y que tiene, como dijimos, al gran Denzel Washington mirando desde el espejito de su remise las muchas caras de un mundo que viaja hacia lo peor.
EL EMBOSCADO Y LOS NIHILISTAS “Un emboscado es pues, quien posee una relación originaria con la libertad; vista en el plano temporal, esa relación se exterioriza en el hecho de que el emboscado piensa oponerse al automatismo y piensa no sacar la consecuencia ética de éste, a saber, el fatalismo”. Ernst Jünger, “La emboscadura”. El justiciero 2 pone en escena, más allá de ciertos y a veces varios balbuceos expresivos -escenas estiradas, montaje algo histérico que busca alertar al espectador de lo que ya es obvio-, aquello que Ernst Jünger -entre otros autores- denomina “la extrema posibilidad de enfrentamiento con el nihilismo”. A esta figura de oposición, que el mismo autor parangona a un último titán, la denomina el “anarca” o el “emboscado”. El “anarca” es quien se vale por sí mismo y que no representa más autoridad que aquella que se expresa en sus acciones y decisiones. No es una figura indiferente ni independiente. Pero sí aquella que elige cuáles son sus causas. Digamos que su elección y acción es constante. Vive para decidir y para enfrentar al nihilismo. Aquí McCall (Denzel Washington) vive una suerte de vida entre ermitaña y monacal, con un trabajo anónimo en un servicio de remise. Con algunos de los pasajeros decide involucrarse. Otros le sirven para observar, oír ciertas confesiones ocasionales que hacen hablando para sí, o para ese “otro sí”, que se ha vuelto el teléfono celular. Su anterior pertenencia a agencias de seguridad estatales, le da el plus de haber estado en el otro lado. Donde su sapiencia particular se ha perfeccionado en un profesionalismo al servicio del Estado. Ahora lo vemos como una suerte de secreto samurái urbano: las referencias que su director, Antoine Fuqua, hace al film ya clásico de Jean-Pierre Melville más que evidentes, son bienvenidas en este mundo donde la autoconciencia estética es otra herramienta de lucha contra el nihilismo. Pero aquí la ritualidad diaria o particular, la vida en la esfera privada de McCall no es mostrada con tanto detalle como en el film de Melville. A lo sumo son observaciones de una suerte de conservación de cierta privacidad que puede llamarse también “individualismo” frente al creciente desocultamiento de todo anterior retiro en la esfera privada. O esto, al menos, fue lo que se hizo creer como preparación para el nihilismo que se aprestaba a llegar a su extrema manifestación; cosa en la que estamos hace ya tiempo. La proyección que el director hace de McCall como una figura angélica apocalíptica se ve por momentos hábilmente puesta en escena, cuando su director no se ve urgido por razones ajenas a la misma puesta, como los vicios ya constitutivos del film otrora conocido como thriller. El centrarse o concentrarse en la acción física. Si bien ésta, desde las primeras articulaciones míticas del héroe, no son más que traducciones corporales de sentimientos subjetivos para que sean comprendidas universalmente en la horizontalidad corporal, en algunos de estos films, que indudablemente pertenecen a la cada vez más acotada territorialidad llamada cine, decaen en la desmarcación del género, o, como preferimos llamarlo, “estado de transparencia”, para arrojarse a una mera aceleración de las acciones físicas de manera autárquica. Cosa que también afea o disminuye los films de otro director contemporáneo como Jaume Collet Serra, en obras que ya hemos comentado aquí, como El pasajero (The Commuter). Una pena porque en cuanto a puesta en escena a Fuqua se lo ve hábil en simetrías que llevan al símbolo sin más y plácidamente, aunque el sentido buscado sea terriblemente dramático o hasta sentimental. El uso de la alianza matrimonial del héroe; el regreso a su territorialidad particular en medio de una tormenta marítima donde se dirimirá la batalla final; el derrame de la harina con la cual su esposa amasaba el pan; un muro tachonado de grafitti y garabatos que hace pendant con la intención de todo film que se precie de llegar a una representación ahora extraída del palimpsesto de manchas y signos arbitrarios que se multiplican en las paredes de toda gran ciudad. Como asegura alguien en este film -que no podemos develar para no arruinar el goce de su contenido-, ya no hay bien ni mal, solo afortunados y desafortunados. Este pragmatismo extremo es el que retira la última máscara de mundo que se exhibió como igualitario y se desnuda frente a la decisión insoslayable de amigo-enemigo.
Por primera vez Denzel Washington vuelve a interpretar a un personaje y lo hace en El justiciero 2 de Antoine Fuqua. Robert McCall regresa para ayudar a aquellos con problemas mientras ejerce como chofer. Este hombre con habilidades particulares recibe la visita de su única amiga, la agente Susan Plummer. Ella comienza a investigar el supuesto suicidio de un agente, cuando es abordada y asesinada por los verdaderos perpetradores del hecho. McCall no parará hasta descubrir la verdad detrás del asesinato de su amiga. Por algún motivo Denzel Washington nunca decidió interpretar por segunda vez uno de sus personajes (y eso que tiene una gran variedad). El director Antoine Fuqua, con el que había trabajado varias veces, lo convence pero por primera vez se nota cuando un personaje no daba para más. En El justiciero 2 el protagonista pasa gran parte de su tiempo escuchando los problemas de diversos estereotipos de personas para olvidarse completamente los hilos que mueven la trama principal. Y por si fuera poco, el thriller de espionaje cae en lugares comunes y vueltas de tuerca previsibles. Aunque las escenas de acción no predominan, sí están filmadas con la vertiginosa mano de Antoine Fuqua y son fiel a los conceptos que manejaba en la primera película: un hombre bajo una estructura tan meticulosa que cuenta cada segundo para realizar una acción. Aunque el clímax se olvida completamente de este modelo y cae en un cliché sin sentido de disparos y peleas en el medio de un huracán. Ni la carismática presencia de Denzel Washington puede salvar esta segunda parte que, sólo por momentos, trata de hacer reír al espectador o empatizar con un protagonista que no encuentra un equilibrio entre sus buenas acciones y lo salvaje de sus asesinatos.
Ya en el primer “El Justiciero”, Denzel Washingon asociado con el director Antoine Fuqua (“Día de entrenamiento”) habían construido un atractivo personaje, un agente retirado que lleva una vida ultra-ascética, que entra en acción cuando alguien desamparado necesita que se haga justicia (con libro Richard Wenk sobre la serie de televisión creada por Michael Sloan y Richard Lindheim). Les fue tan bien que por primera vez el actor aceptó hacer una segunda parte de un personaje en toda su larga carrera. Y aquí, si bien las cualidades del protagónico son las mismas, ya mudado y con otras lecturas, se involucra en historias que lo llevan de un tren en Turquía donde rápidamente despacha a los malos del momento y luego se dedica a ayudar a vecinos, a un encarrilar a un chico al borde la perdición, a un sobreviviente del holocausto y por fin en una historia propia. Es que la película es larga y por momentos, aunque las escenas de acción están muy bien filmadas y Washington le pone la onda a su MacCall, ya se parece a muchos personajes y películas de acción que hemos visto. La originalidad se esfuma muchas veces, aunque las persecuciones, tiroteos y acción en general luzcan. Hay momentos pretensiones que enfrían demasiado y otros donde se explican algunos porqués de la vida del personaje. Denzel Washington tiene una versatilidad a toda prueba y aquí con pequeños detalles, con intensidad y sobriedad al mismo tiempo sigue construyendo a su vengador anónimo con una constancia de samurai siempre listo exitosamente contundente, como si se hubiera pasado toda la vida haciendo películas de acción. Aún con sus falencias en film entretiene y será exitoso.
Los años no llegan solos El film, protagonizado por Denzel Washington, es sobre el regreso de Robert McCall, que no puede evitar involucrarse en algo injusto de manera anónima. Hay que saber cuándo retirarse. El ya longevo Denzel Washington, de larga carrera en el cine hollywoodense, protagonizó un centenar de películas, entre ellas varias recordadas en producciones de acción. “Protegiendo al enemigo”, “Hombre en llamas”, “Día de entrenamiento”, y obviamente la primera de “El Justiciero”, lo mostraron como héroe y villano y nos regalaron grandes secuencias dentro del género. Pero el gran Denzel ya cumplió 63, y si bien no existe edad que impida si el cuerpo lo resiste, verlo golpear a seis hombres en pocos movimientos parece un tanto forzado. Dentro de una estructura que lo acompañe, con un buen guión, coreografías bien realizadas y un relato digno, no sería gran problema, pero aquí el conflicto surge porque “El Justiciero 2” parece apoyarse sólo en la performance del artista, confiando en exceso en su capacidad para crear y convocar. El regreso de Robert McCall -en la primera secuela que Denzel realiza en su carrera- lo trae como un conductor de Uber (en 2014 trabajaba en una ferretería) que quiere vivir sin problemas, pero, como siempre, su moral lo obliga a involucrarse cuando siente que algo es injusto, siempre de manera anónima. En la primera escena, McCall está en Turquía para rescatar a una pequeña secuestrada por su padre. Luego, advertiremos que él se enteró del problema cuando fue a comprar un libro y la dueña del local estaba desesperada por su hija. Luego, irá tras un grupo de hombres que le pagaron para que lleve a su casa a una joven de la que ellos abusaron, y tras hacer justicia a su modo, les exige que le pongan una buena calificación en su viaje. Pero el conflicto principal -que tarda demasiado en llegar porque hay una historia secundaria en la que Robert se transforma en mentor de un joven sin rumbose da cuando su amiga, una ex agente de la CIA, es encontrada muerta. Si nuestro protagonista ya era temperamental por gente que no conocía, haber atacado a un ser querido es un pecado por el que no dudará en hacer pagar a cualquiera que se meta en su camino. Obviamente todo derivará en un juego de cacería en el que McCall demostrará todas sus cualidades para la violencia. Más allá de las probabilidades de que Denzel sea un héroe de acción a su edad, el filme es un típico largometraje de acción que cumple por momentos, con algunas secuencias decentes y otros cabos sueltos que pueden decepcionar al espectador.
La dupla de Antoine Fuqua como director y Denzel Washington se vuelven a juntar cuatro años después de la primera incursión del personaje extraído de la televisión y extrapolado al cine con buenos resultados. Nada fuera de lo común ni original o disruptivo, sólo entregan lo esperable. El personaje tiene muy pequeños cambios, ya no lee “El viejo y el mar” de Ernest Hemingwuay, ahora se las toma con Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, posiblemente la próxima tenga la necesidad de leer “El tiempo recobrado”, siempre y cuando esa sea la forma que encontraron guionista y director de querer dar cuenta en tanto construcción del personaje. Pues a nivel de relato estas variables se diluyen por los actos mismo muy lejos de los que se constituyen en las novelas que lee, salvo que uno de sus deberes sea completar la lista de los 100 libros que hay que leer antes de morir, o ¿Eran las 100 películas que hay que ver? Carece de importancia. Retornando. La misma historia del mismo hombre supuestamente casi espiritual, en la anterior salía de su “auto-exilio” para rescatar a una niña de las garras de un grupo de proxenetas. En esta “El justiciero”, arranca de lleno rescatando a una niña atrapada por terroristas/gangsters musulmanes donde, entre ellos, está el padre de la niña. Simultáneamente y de manera paternalista tratara que su vecino, un joven afroamericano, no dependa del pandillaje para ser. También ayuda a un anciano judío, victima del holocausto, en la búsqueda de un hermana perdida 70 años atrás. Sin olvidarse de hacer justicia por mano propia. La acción está garantizada, y en esas cuestiones el director despliega todo ese arsenal de conocimiento para filmar y montar escenas de gran despliegue. Asimismo se da tiempo para jugar en escenas de mucha tranquilidad a la observación del mundo que lo rodea, alternadas con largas y sensibles conversaciones, posiblemente los mejores diálogos del filme. Susan (Melissa Leo), su mejor amiga y compañera de la CIA, la única que sabe que sigue vivo, quien lo aconseja y lo asiste en conseguir información clasificada para poder ejercer el trabajo que supone su destino. Sólo que en esta oportunidad melancolía llevada al ostracismo y su perfil de huraño, nunca misántropo, se ve .puesto en tela de juicio cuando lo que lo empuja a hacer lo correcto se inviste de algo parecido a una venganza. Antoine Fuqua, ya había dirigido a Washington en “Día de entrenamiento” (2001) y en “Los siete magníficos” (2016). Este conocimiento mutuo entre director y actor parece darle un beneficio extra a la cinta, lo que se plasma en la naturalidad que se observa en pantalla. Habría cuestiones ideológicas puestas en juego, algunas del orden del mayor y retrogrado conservadorismo yankee, pero hasta podría ser darle una importancia que no tiene pues queda relegado por la acción misma. En la ultima secuencia de acción del filme se muestra casi una síntesis de todo ello, el punto de lo increíble es que la actuación de su protagonista lo transforma en verosímil. El resto, el cierre, es para dejar las aguas tranquilas y la puerta abierta a una tercera entrega. La taquilla manda.
Crítica emitida por radio.
EN TU CARA, LIAM Denzel se hace el buen samaritano... a las piñas. Denzel Washington no quiere perderse el tren de los héroes de acción maduritos y vuelve a la carga con “El Justiciero 2” (The Equalizer 2, 2018), secuela de la película de 2014, que trajo a la pantalla grande al personaje de la serie televisiva homónima de la década del ochenta. Robert McCall (Washington), ex black op jubilado (y dado por muerto en los papeles, ponele), cambió el trabajo en la ferretería por un remis, con el que alterna sus días de ocio y de buen samaritano. Después de ayudar a Alina (Chloë Moretz) en la película anterior, Bob le tomó el gustito a esto de salir de las sombras por un rato y poner sus habilidades al servicio de aquellos que lo necesitan. El resto del tiempo se dedica a transportar a los habitantes de Boston (Massachusetts), hacer buenas migas con los vecinos, mantener el perfil bajo y terminar una extensa lista de libros pendientes. Un tipo que vive tranquilo sin joder a nadie y, de vez en cuando, hace un trabajito anónimo y extraoficial en el extranjero. Así comienza la película de Antoine Fuqua -que repite tras las cámaras-, con McCall en un tren de camino a Estambul y una misión bastante clara. “El Justiciero 2” arranca bien arriba y a pura súper acción, mechando con la impasibilidad del protagonista y sus métodos tan refinados, aunque no menos violentos. En seguida volvemos a la tranquilidad del hogar, tal vez demasiado tranquilo, ya que el guión de Richard Wenk (“16 Calles2, “Los Siete Magníficos”) se toma su tiempo (demasiado) en sentar el verdadero conflicto de la historia, uno bastante flojo de papeles, por si preguntan. En algún lugar de Bruselas (Bélgica), Susan Plummer (Melissa Leo) y Dave York (Pedro Pascal), operativo de la Agencia de Inteligencia de Defensa, llegan para investigar el aparente homicidio/suicido de un agente y su esposa, un caso que pone en alerta a la vieja amiga de Robert, la única que, junto a su marido Brian (Bill Pullman), están al tanto de su paradero. Las cosas se complican y a McCall no le queda otra que salir a la luz e involucrarse para atrapar a los malos de turno. Nadie puede negar la elegancia con la que filma Fuqua -otro egresado de la escuelita de los videos musicales-, con principal atención a los espacios y las escenas de acción. Pero los principales problemas de esta secuela radican en el ritmo (dos horas que se sufren), y una justificación bastante tonta para todos los murtos que va dejando por el camino. “El Justiciero 2” nos presenta un montón de personajes secundarios –un anciano al cual transporta Robert; un joven vecino al que trata de alejar de la delincuencia- pequeñas conexiones que, en definitiva, resultan un estorbo para la trama principal y sólo sirve de excusa para reforzar las actitudes más nobles de nuestro héroe. La previsibilidad y los lugares comunes del género pronto se hacen presentes y no queda mucho más para disfrutar que el desenlace natural de los acontecimientos y ese encuentro final y violento, que nunca puede faltar en este tipo de películas, acá, con huracán incluido. Sabemos que Denzel, a esta altura, casi que actúa por inercia y la mayoría de las escenas le salen de taquito, pero tiene más de sesenta pirulos, y ni lo vemos sudar un poco a lo largo de la película. No queremos discriminar al héroe entrado en años, pero este tipo de historias cargadas de misterio y giros inesperados, piden a gritos cierta credibilidad, y no presentarnos a estos superhombres como el Bryan Mills de Liam Neeson. Pequeños detalles que se van sumando a esa trama flojita y al hecho de que, al igual que la película anterior, se nos hace un poco complicado relacionarnos con este personaje tan adusto y reservado. Se supone que debemos compadecernos de las víctimas que él busca ayudar, y así justificar hasta sus actos más violentos, pero acá no hay muchos elementos de los que podamos agarrar para tal fin o, tal vez, el problema reside en que, justamente, hay demasiados. Fuqua junta a un gran elenco, actores de primera línea que poco pueden hacer con un argumento trillado que repite fórmulas y el mismo esquema de la película anterior (no, no es un cumplido). “El Justiciero” no vino a cambiar las reglas del género, aunque uno esperaría, al menos, un poco de entretenimiento pasatista. Imposible cuando el ritmo va por un carril y los acontecimientos por otro muy diferente. No hay cohesión, pero sí demasiadas subtramas que distraen, o mejor dicho, que ocultan el hecho de que los “malos” tienen una motivaciones bastante vagas. Lo más lindo es ver como Pedro Pascal se sigue afianzando como protagonista de Hollywood, sumando papelitos por aquí y por allá (“La Gran Muralla”, “Kingsman: El Círculo Dorado”, “Wonder Woman 1984”), aunque lamentablemente este añade otro bodrio a su currículum. El director tampoco la viene pegando con sus elecciones más recientes, entre remakes injustificadas como “Los Siete Magníficos” (The Magnificent Seven, 2016), dramas sin mucho peso como “Revancha” (Southpaw, 2015) y esta secuela que, tranquilamente, podría haber dejado en otras manos y ocupar su tiempo en historias más interesantes. “El Justiciero 2” está bien filmada, Fuqua elige detenidamente los planos y le presta atención a los detalles. Pero en última instancia, no alcanza con que se vea linda y las escenas de acción queden bien delante de la cámara, tiene que haber una buena historia que lo sostenga todo. LO MEJOR: - A Denzel esto le sale de taquito. - Queremos a Pedro Pascal en todos lados. - Fuqua filma lindo. LO PEOR: - No hay una trama que sostenga tanto embole. - El ritmo desentona, como muchos de sus sub plots.
El Justiciero 2 sigue la historia de Robert MCcall (Denzel Washington) tras asumir su rol de vigilante después de los hechos de la primera película. Dirigida por Antoine Fuqua esta secuela cumple el rol de un cierto segundo capítulo en la vida de MCcall optimizando y sufriendo la suerte de la mayoría de secuelas. El Justiciero 2 enfoca su principal fuerza en contar una historia de venganza personal en la vida de MCcall. Ya no se busca realizar acciones justas para el bienestar ajeno y las acciones de buen samaritano se esfuman al ingresar en el plan maestro de venganza. Contrario a su fuente original – la serie The Equalizer – esta nueva visión crea una máxima de “violencia por violencia” para el público más allá del entretenimiento visceral. Es interesante que en esta secuela se utiliza un accionar masivo de letalidad absoluta, pero por razones de accesibilidad, la censura reina sobre las imágenes; el clásico desenfoque o acción fuera de cámara se ve continuamente y el factor shock desencadenado por un MCcall casi omnipotente – gracias a la absoluta presencia de Washington – pierde efecto por el toque light absurdo y nauseabundo que Fuqua explora en The Equalizer 2. Hay que destacar que la película es lenta en su desarrollo. Vemos a McCall en acciones innecesarias que conllevan a un objetivo en común; Resulta interesante ver la vida de este “antihéroe desconectado” en una rutina común no obstante la película sufre por ello y el cansancio del vuelterio no resulta atractivo. Otro punto en contra en The Equalizer 2 es que recurre a ensañarse con resoluciones vagas y, desafortunadamente, predecibles y desinteresantes antagonistas; MCcall necesita sentirse en sintonía con ellos – Marton Csokas brilló por esto en la primer película –, como si fuera una familia perdida por los años, pero el guión de Richard Wenk no deja que esto pase al apresurar un tercer acto que no se encuentra en el mismo nivel – y tampoco pacing – que los anteriores minutos de la película. The Equalizer 2 es entretenida y expande el universo e historia de Robert MCcall, lo hace sutilmente y al mismo tiempo no convence en la totalidad de sus diferentes apartados. Valoración: Buena.
Denzel Washington asume por primera vez en su carrera la participación en una secuela, un reto que le había resultado esquivo en anteriores ocasiones. Cuatro años después de su aparición en The Equalizer (2014), el intérprete vuelve a establecer dupla creativa con Antoine Fuqua, por cuarta vez en su trayectoria, luego de Training Day (2001), The Magnificent Seven (2015) y la mencionada adaptación cinematográfica del héroe urbano televisivo Robert McCall.
[¿Melissa Leo tiene algún tipo de fantasía masoquista?. Porque ésta debe ser la tercera película que veo en donde la c… a palos re-mal…] Cosas buenas y cosas malas se pueden decir de El Justiciero 2, la secuela de la versión para la pantalla grande de The Equalizer – esa serie ochentosa con Alfred Woodward haciendo de espía retirado devenido en justiciero barrial -. La primera es que aprendieron a filmar una película de acción de manera excitante y sin que Denzel Washington se vea como como un geronte gordo y de trasero grande que se mueve a dos por hora. Ahora sus peleas son creíbles y su letalidad es incuestionable. La segunda es que el gore empapa la pantalla, y eso también me pone contento. Pero, por contra el filme es lento como el demonio, con una parva de subtramas innecesarias – el sobreviviente del Holocausto que desea recuperar el cuadro de su hermana; el chico negro que pinta para Denzel pero es tentado por las pandillas -, y se toma su buena hora inicial para llegar al centro de la trama… la cual tampoco se entiende mucho. Esta gente mata para no dejar cabos sueltos. Pero si no hubieran llamado nunca a la Leo, ni ella ni su esposo Bill Pullman ni Denzel serían cabos sueltos. Mal día para tomar decisiones equivocadas y ofender al diablo. En lo personal, aún con sus problemas El Justiciero 2 me resulta mucho mejor película que la primera. Pero ya no se tratan de arreglitos barriales como pasaba en la serie, sino que Robert Mc Call es perseguido por su pasado – como operativo implacable de la CIA, cuya muerte simulada le permitió vivir en secreto todos estos años – y ahora debe enfrentarse con una banda de sicarios enquistados en la agencia. Cuando a la Leo la hacen boleta, Denzel sale de las sombras a convertir el planeta en tierra arrasada y hacer salir a los enemigos de sus madrigueras. Y es astuto, anticipando cada movida de los villanos con ingenio y letales consecuencias. Lamentablemente el otro drama que tiene el filme es su previsibilidad; invocando la Ley de Preservación de Caracteres (y la de Nombres Famosos en el Cast) uno puede saber quién es el villano sin viajar a Bruselas y sin chequear ni una gota de sangre en la escena del crimen. Al menos el final – que tiene mucho de duelo western en un pueblo fantasma, sólo que está ubicado en una isla y en medio de un huracán – engolosina las cosas de gran manera. Denzel se ha rehabilitado para mí como héroe de acción – sí, era bueno en la remake de Los 7 Magnificos, pero acá hablamos de combate cuerpo a cuerpo a lo Jason Bourne -, y The Equalizer 2 me resulta sólida, disfrutable y recomendable… aún cuando la primera hora sea un letargo que sólo te despierta fugazmente cuando Denzel debe rebanar malos tipos en menos de sus cronometrados treinta segundos de combate.
La secuela de “El justiciero” muestra a Denzel Washington atravesando nuevas aventuras tratando de vengar la muerte de un ser querido. A la vez, se ocupa de ayudar a sus vecinos y conocidos a mejorar sus vidas. Un policial que apuesta al clasicismo, funciona, pero no termina de brillar. Denzel Washington encarna otra vez al personaje que da título al filme, una suerte de superhéroe que no lo es (o, al menos, no lo es del todo) y que funciona, como el título local lo dice, como uno de esos justicieros que entienden que es justificable, muchas veces, hacer justicia por mano propia. En casos como éste, uno jamás desconfiaría. No solo porque Robert McCall parece ser el tipo más bueno, sabio y justo del mundo. Sino porque, bueno, es Denzel. Y, al menos de las películas, Denzel puede ser violento pero casi siempre es bueno, sabio y justo. Y letal. En la línea de ensamblaje del cine de género clásico, Washington es el menos problemático de los héroes, acaso junto a Tom Cruise. Otros, como Liam Neeson o Clint Eastwood, ocultan dobleces o zonas oscuras que Denzel no tiene (no pun intended) ya que él, acaso por esos mismos asuntos, debe siempre tener motivos nobles e intenciones claras. Eso queda en evidencia en la primera escena, en un tren rumbo a Turquía, en donde McCall despacha a una banda de turcos con cara de turcos malos de película porque uno de ellos le secuestró la hija a su esposa norteamericana. Este Santa Claus de los vengadores tiene otras causas nobles de las que ocuparse: un anciano sobreviviente del Holocausto que insiste en que su mujer está viva en alguna parte, una chica que es violada y agredida en una fiesta de millonarios y, especialmente, un joven afroamericano, talentoso dibujante, a quien trata de darle tareas artísticas para que no se deje llevar por “las malas influencias”, actuando casi como un padre sustituto para él. “No te quedés en las esquinas”, le dice. Y se entiende cuál es su misión ahí. Pero para que haya una película de acción tiene que haber una trama mas grande, internacional, con espías, operativos secretos, doble agentes y muertes en diversas locaciones. Y allí va McCall ante una situación, que no adelantaremos, pero que fuerza su presencia y acción. Hay unos asesinatos en Bruselas que investigan sus viejos compañeros y amigos de sus tiempos de agente de la DIA (Melissa Leo, su marido Bill Pullman, Pedro Pascal y otros), más muertes posteriores, y McCall debe descubrir y liquidar a los culpables. Como siempre. Como eternamente. Como en la misma película que hace cien años se viene filmando una y otra vez. La diferencia entre todas ellas está en los logros puramente cinematográficos de cada una. Y el combo Washington-Antoine Fuqua usualmente cumple, rinde, dignifica. El es un sólido director de violentas películas de acción, westerns y algunos dramas. Y con Washington se entienden a la perfección. Ambos eligen la acción seca, el suspenso efectivo, las tramas relativamente simples. Recuerdan, si se quiere, a la línea policial de Don Siegel con Eastwood en los ’60, pero con menos dobleces, salvo en DIA DE ENTRENAMIENTO. Y si bien todos los elementos funcionan como deberían funcionar, lo que falla en EL JUSTICIERO 2 es que esa falta de dobleces termina volviendo al material previsible y hasta cansino. Denzel pasa de ser un señor bondadoso que ayuda a los vecinos a un asesino furioso y luego vuelve al barrio a pintar una pared graffiteada o a leer a Proust en un sofá. No llega a la altura de un “sabio zen” al estilo de Forest Whitaker en GHOST DOG sino que se acerca más al guardia de seguridad de un country que ayuda a las ancianas a cruzar una calle y luego dispara salvajemente si viene un ladrón. Sin términos medios. Intermitentemente la película sube el ritmo, especialmente en las persecuciones (el trabajo “oficial” de McCall es manejar un Lyft, una empresa tipo Über, que parece haber puesto un buen dinero para publicidad en la película), en las escenas de suspenso (como una que tiene lugar en su casa con su “aprendiz” mientras él no está ahí) y en la secuencia final, que más allá de cierta buscada confusión visual (la secuencia transcurre en una ciudad abandonada en medio de un temporal) tiene reminiscencias más de western y de película bélica que de policial urbano. En ese final, Fuqua y Washington son conscientes de la relación y parentesco (curioso y cinéfilo, pero parentesco al fin) entre el actor y John Wayne, otro justiciero de armas tomar, y la película concluye como un homenaje a una escena clásica de Wayne con John Ford. EL JUSTICIERO 2 no tiene la intensidad, emocionalidad y esos “dobleces” que hacen de ese personaje y esa escena un clásico –ni siquiera significan lo mismo en términos narrativos– pero la imagen es fuerte. E icónica, en más de un sentido.
Vuelve el justiciero del pueblo Vuelve uno de nuestros justicieros callejeros favoritos, vuelven las quebraduras de huesos, los tiros y las trompadas a diestra y siniestra. Vuelve "The Equalizer" en su segunda entrega que, sorpresivamente, logra entretener bastante y sale airosa de la maldición de las secuelas flojas. Luego de la primera película uno no esperaba que la trama fuera a dar para mucho más, pero lograron exprimirle unas gotas más a la historia. En esta ocasión McCall (Denzel Washington) sigue haciendo su vida como chofer de Lift y defendiendo a los desvalidos. Su única amiga Susan (Melissa Leo), que sigue trabajando para el gobierno, toma un caso de asesinato a sangre fría en Bélgica y viaja allí para investigar lo sucedido. Una vez en el hotel, es atacada por lo que parecen ser dos asaltantes que terminan matándola. McCall no se cree lo sucedido y comienza a investigar el verdadero motivo de la muerte de su querida amiga. A medida que va avanzando en las averiguaciones, se va dando cuenta de que la cosa es bastante más turbia y compleja de lo que pensaba. Lo que sigue, ya lo sabemos todos. ¡Muchos huesos rotos, armas y sangre como Dios manda! Como debe tener un buen entretenimiento de acción que se precie. Ok, vamos con la reseña. La trama no es de lo más original pero aguanta como plataforma para desatar la furia de Denzel y nos brinda el espactáculo de violencia que estamos esperando. Es una historia prolija y no pretende ser más de lo que le da, aunque uno se vaya dando cuenta rápido por donde viene el desenlace. A mitad del film, el espactador ya puede dilucidar por donde viene la vuelta de rosca. A nivel interpretaciones, está bastante bien, con nombres de prestigio que permiten que toda la situación sea un poco más creíble. Por supuesto se destaca Denzel con su carisma característico. "The Equalizer" es todo Denzel, para bien y para mal. El problema es que su personaje es bastante de fórmula, personalista y se parece mucho a otros anti héroes de acción, como Liam Neeson en "Taken" por ejemplo. La fórmula que se repite claramente le baja algunos puntos a la propuesta. Los momentos de acción son bien violentos y crudos como nos vendieron en la primera entrega, y llegan a su clímax en los últimos 20 minutos del film, que termina bien arriba en el índice de acción. En este sentido no decepciona a sus seguidores que estarán contentos de ver las muertes horribles que tendrán los villanos. En resumen, una nueva entrega que entretiene y sirve para darle un cierre a la historia de McCall, eso espero. Una tercera entrega creo que sería un error.