Hay directores que hacen películas para poder decir que son directores; y hay directores que son directores porque es la única forma posible que tienen de realizar una película, si el oficio para realizar una película se llamara carpintería serían carpinteros. Esto es muy simple, al menos a simple vista: en el primer caso, importa, básicamente, ponerse la gorrita que dice “director”. En el segundo caso, el fin último, el más importante, es la obra en sí misma: la película. El resto es solo un medio que no importa demasiado. Pero es fácil enamorarse y dejarse llevar por los rótulos, y, creo yo, más aún en el caso del cine, donde tanto brillo puede cegar la visión...
El tiempo se cotiza El tiempo se cotiza y los personajes de esta película de ciencia-ficción comienzan una carrera desesperada por la supervivencia. El escritor y director Andrew Niccol (Simone) abre un planteo inquietante (más que la película que tiene entre manos) concebido con aires "retro". En un futuro no muy lejano (y con un ambiente muy similar al actual) el tiempo es literalmente dinero y la gente necesita controlarlo mediante relojes implantados en sus brazos, antes que la cuenta llegue a 0. Con la búsqueda de la eterna juventud ("Si nadie muere no entraríamos en el planeta"), todos intentan heredar, robar o recibir segundos, minutos y horas de supervivencia. En El precio del mañana (In Time), Will Salas (Justin Timberlake) ayuda a un joven que escapa y, sorpresivamente, se hace acreedor de cien años de vida. Por supuesto que esto es sólo un privilegio de los ricos y comenazará a escapar con la ayuda de la hija (Amanda Seyfried) de un poderoso para luchar contra un sistema corrupto. El film no es otra cosa que un relato de acción con un envoltorio de ciencia futurista, ambiciones desmedidas y villanos que se lanzan tras los pasos de los protagonistas. El actor Cillian Murphy (otra vez en el rol de malo como en Vuelo nocturno) hará lo imposible (y no es el único) para atraparlo. El film de Andrew Niccol entretiene con sus cuotas de acción y persecuciones automovilísticas (autos acorazados) y, si por momentos se torna reiterativo, se debe a los recursos de las "muertes". El deseo de salvar al ser amado (¿De qué sirve vivir para siempre si no están todos los que uno quiere?") antes de que el tiempo expire encuentra en la historia un móvil poderoso para retener a madre, amigo o amante. Justin Timberlake se sigue consolidando en el mundo del cine, luego de La red social y la comedia Amigos con derechos, y está acompañado por Amanda Seyfried, una actriz en ascenso a quien pronto veremos en Gone. Acá ostenta pelo rojizo, corte carré y muchas ganas de correr.
Tiempo compartido Justin Timberlake. Mientras miraba esta película trataba de entender porque esa fascinación por Justin. Es cierto, se esperaba menos de su salto al ámbito cinematográfico. Pero cumplió. Y no solo eso, sorprendió. Frente a El Precio del Mañana uno puede darse cuenta de que todavía le falta. Aunque el resultado final de este film no resulta su culpa, todavía no esta a la altura para evitar que desbarranque. La premisa (un tanto absurda) no es una limitación per se. El género de ciencia ficción y fantástico siempre se alimento de estas. Ahí esta Daybreakers de hace unos pocos años para marcar el paso. Pero esa premisa debe ser aprovechada en favor de desarrollar una historia y no solo abusar de ella para intentar cargar de tensión porque "se acaba el tiempo". Porque además esa tensión no existe. Son relojes. Cada ser humano resulta un reloj. Así, cada muerte posible (y las que suceden) no nos importan demasiado. El otro apartado que molesta bastante es el caso de las decisiones y resoluciones. Algunas resultan irrisorias. Lo más buscados atraviesan un cerco policial... ¡Y no ponen autos delante para detenerlos! Guardaespaldas y policías que exponen una inutilidad exquisita. Si a eso sumamos comportamientos sin razón (Cillian Murphy contándole por teléfono la historia de su padre) tenemos una historia que no resulta, solo se convierte en una serie de eventos afortunados (o des) porque el show debe continuar. La puesta en escena de ese futuro es perezosa. La construcción de lo que se considera villas miserias está repleta de pulcritud. La dureza de ese mundo se limita a un carilindo mafioso que se roba el tiempo a desprevenidos. Esos pandilleros futuristas (en una supuesta realidad tan dura en la que todo el tiempo se puede morir) no asustan a nadie. Tan sencillo como comprarse un revolver para espantarlos. Una pobreza demasiado ascética. Faltaron ganas de ensuciarse las manos. Las actuaciones quedan en deuda. No se puede decir que Justin Timbarlake este mal en su papel, tampoco Amanda Seyfried en su "muñeca rebelde de ojos grandes", pero ninguno de los dos consigue cargarse al hombro el relato. El que sale mejor parado es Cillian Murphy, personaje convencido de que su labor esta por encima de su propia persona, y para colmo, su destino nos deja un sabor amargo. Andrew Niccol, director de Gattaca (1997) y El Señor de la Guerra (2005) hace agua esta vez. No logra convencernos de esa realidad futurista, y sin carnadura, resulta en un mero artefacto que ni para pasar el rato se recomienda.
El capitalismo del tiempo Imaginemos un futuro sin dinero en donde el tiempo se comercialice y uno pueda sumar o restar minutos de vida. Ese es el nudo de El precio del mañana (In Time – Now, 2011), film de acción en donde el capitalismo salvaje no utiliza el dinero sino que especula con el tiempo. Will Salas (Justin Timberlake) vive en un futuro cercano donde los seres humanos vienen con un reloj incluido en su cuerpo. Ese reloj será como una billetera. En sus trabajos les pagarán con minutos y sus consumos los abonarán con tiempo. Ya no importará el dinero ni ser millonario, la más importante será tener tanto tiempo que le asegure a uno la inmortalidad. Como en toda sociedad capitalista -de tiempo o dinero- habrá un monopolio que lo tendrá todo y será el encargado de decidir por sobre los demás. Will Salas se verá envuelto en una situación casual que lo hará actuar como un Robín Hood postmoderno pudiendo liberar el tiempo para entregárselo aquellos que menos tienen. El precio del mañana funciona como una metáfora de la sociedad actual. Todo puedo ser traslado al hoy y a las políticas neoliberales que gobiernan el mundo. El dinero no existirá pero si el tiempo que actúa de la misma manera. Hay quienes lo tendrán todo y quienes viven con minutos. Hay robos (de tiempos) para poder sobrevivir, bancos que lo prestan a una tasa de interés ilógica y zonas sociales divididas según el tiempo de cada uno. En síntesis todo igual que hoy. Resulta imposible, más allá del planteo moralizador y el mensaje un tanto subrayado, tomarse la trama seriamente. Hay acción al mejor estilo hollywoodense, entretenimiento por doquier, la belleza de Amanda Seyfried, como la hija rebelde del villano millonario o tiemponario de turno, que cumplirá el rol de heroína, y el carisma (con pelada de lomo incluida) de Justin Timberlake. Después no mucho más. Entretiene y punto. Si lo que busca es eso ha dado con la película indicada, de lo contrario recuerde que el tiempo vale oro.
El tiempo es dinero (y vida) Actores carilindos ideales para el marketing, una premisa potente y ganchera (en el futuro cercano las diferencias sociales están signadas por el tiempo que cada uno pueda comprar para mantenerse con vida) y un director con antecedentes en la ciencia ficción como el creador de Gattaca (además, coguionista de la emblemática The Truman Show). Sin embargo, tras las bellas presencias de Timberlake y Seyfried, del ingenio de la propuesta inicial con sus punzantes pinceladas sobre la sociedad que se nos viene y de la tensión contrarreloj que propone Niccol se esconde un film que resulta en su segunda mitad bastante elemental y anodino. Una pena.
El tiempo para el que lo disfruta En un futuro no determinado, a través de la biogenética se logra que los seres humanos crezcan solo hasta los 25 años y a partir de entonces mantenerse jóvenes todo el tiempo que consigan obtener. Sí, porque el tiempo pasa a ser una divisa. Una llamada telefónica, el almuerzo, el colectivo, todo se paga con tiempo que se descuenta del que queda de vida. Es decir, si te quedan dos horas y el taxi te cuesta tres, pagás dos, te morís y quedas debiendo. Will Salas (Justin Timberlake) es un obrero que vive en el ghetto y al día, literalmente, siempre tiene 24 horas para gastar hasta cobrar otras tantas por su trabajo. Pero un día su destino cambia al toparse con un sujeto que tiene en su haber nada menos que un siglo, es decir una fortuna. Sospechado de asesinato y portando algo que no debería, Salas es perseguido por el tenaz e incorruptible Leon, guardián del tiempo interpretado por el siempre destacado Cillian Murphy. En su huída, Will conoce a otras personas con mucho tiempo a su favor, entre ellos al magnate Weis y a su hija Sylvia (Amanda Seyfried). En épocas de indignados reclamando distribución más justa de la riqueza mundial, este filme plantea conceptos básicos de economía capitalista llevados al extremo con una vuelta de tuerca interesante. La pareja protagónica tiene química, y ofrece buenos momentos de acción y comedia dentro de una película que se diluye mientras avanza hacia la obviedad y la correción política. Es muy buena la cinematografía en general, con una estética cuasi apocalíptica, no muy futurista y de logrados contrastes entre las diferentes clases que se muestran. Entretenida, por momentos interesante y hasta casi provocadora, "El Precio del Mañana" no resulta tan caro.
Esta película es básicamente un buen cuento de ciencia ficción, que logra tener un muy buen suspenso a lo largo de todo su desarrollo. Apoyada en muy buenas escenas de acción y de actuaciones sólidas, se puede decir que es de esos buenos productos de Hollywood de vez en cuando da. Justin Timberlake se sigue consolidando como actor, y si uno viviera en una lamparita costaría creer que este tipo es en realidad un cantante. Amanda Seyfried está fantástica como siempre… Muy buenos actores secundarios, y es para destacar la elección de los dos “caras raras”, por un lado al irlandés Cillian Murphy y por el otro a Vincent Kartheiser (el padre del personaje de Amanda) que tiene facciones realmente muy particulares. Excelente la estética y los lugares donde la filmaron. Lindo juego es el que plantea sobre una economía basada en el tiempo. Es interesante y lógico como van planteando todo. Y lo logran mantener en todo momento. Si alguno le tiene miedo por no ser amigo de la ciencia ficción… puede entrar tranquilo ya que el suspenso manda en esta película. El precio del mañana es muy recomendable para una buena salida al cine.
Juventud, divino tesoro capitalista Tierra prometida para starlettes, políticos y vedettes contemporáneos, en el futuro la humanidad ha sido genéticamente programada para detener su envejecimiento a los 25 años. Todos lucen como de esa edad, algunos saben cuántos años deberían tener en realidad y muchos olvidaron cuándo los cumplen. La mala noticia es que, a partir del vigésimo quinto año, todo lo que queda por vivir son... doce meses. ¿Cómo se logra superar esa barrera? Acopiando años, horas o minutos en pago por determinados servicios o, lisa y llanamente, robándole al prójimo tiempo restante, mediante un aparatito que permite transferirlo de un cuerpo a otro. Como la justicia social escasea, hay inflación y los salarios están bajos. Claro que los resultados de esa política son ligeramente más despiadados que en el capitalismo salvaje tal como lo conocemos: llegar tarde al equivalente a un cajero automático, para cobrar una transferencia, puede representar la muerte instantánea (que sobreviene como un infarto) y lo mismo sucede si el café aumentó de precio y en la fábrica pospusieron el día de pago. El valor de cada uno está impreso en la muñeca, en forma de reloj digital y con el color del cuarzo: en esa impresión como de campo de concentración high-tech, cada minuto es un minuto menos. En esa sociedad, las diferencias de clase se miden en zonas horarias y el peaje para pasar de una a otra aumenta sideralmente, en la medida en que uno se traslada del ghetto a la ciudad de los ricos. Ese es el viaje que hace un operario llamado Will Salas (Justin Timberlake, con pocas ocasiones para lucir su sonrisa de dandy), con intención de vengar la muerte de su madre (Olivia Wilde, tres años menor que Timberlake en realidad) y aprovechando que un aristócrata decadente, harto de tener como cien años por delante, decidió dárselos todos a él. Llegado a New Greenwich, Will dará con el que parece ser el dueño de todo (Vincent Kartheiser, repitiendo su look de la serie Mad Men). Señalando a la chica que lo acompaña (Amanda Seyfried, que tiene no sólo ojos grandes), el ultra ricachón reflexiona, con la dosis de perversidad que sólo él es capaz de destilar: “Son tiempos confusos... ¿Quién será ella? ¿Mi hermana, mi hija, mi mamá o mi esposa?”. El resto es como la versión futurista de un thriller de persecución alla Hitchcock, con Will y la chica huyendo de la policía (guardianes del tiempo, se llaman aquí) y también de una suerte de patoteros mod que andan tras él, mientras intenta hacer algo de justicia en ese mundo cruel. Escrita y dirigida por el neozelandés Andrew Niccol (autor de The Truman Show, realizador de Gattaca y El señor de la guerra), durante más o menos media hora la premisa de El precio del mañana sostiene el interés. Hasta que se comprende que está basada en una operación tan simple y mecánica como la de sustituir dinero por tiempo. A partir de ese momento, la cosa tiende a tornarse algo redundante. Como además Niccol es un realizador más preocupado por la elegancia que por la tensión dramática, El precio del mañana se sigue con el interés parejo y distante de un sofisticado juego de video. Juego interesante, sí, pero nunca demasiado comprometedor.
Un planteo prometedor que no logra evitar la mediocridad y los lugares comunes En un futuro bastante cercano, cada persona lleva "impreso" en su brazo un reloj holográfico en el que figura el tiempo que le queda de vida. Los más pobres tienen unos pocos días y, cuando salen de su jornada laboral en una fábrica, reciben una recarga de algunas horas más, como si se tratara del crédito de un teléfono celular. Los más ricos, en cambio, disponen de muchos años y pueden "dilapidar" décadas para adquirir productos de lujo o ingresar a zonas exclusivas. El tiempo es dinero, dice el popular dicho, y en esta película escrita y dirigida por Andrew Niccol (el mismo de Gattaca y coguionista de The Truman Show) esa sentencia es llevada al extremo. La premisa es ingeniosa e inquietante (una suerte de impiadoso darwinismo temporal para evitar la superpoblación en el seno de una sociedad muy represiva) y Niccol la expone en los primeros minutos con un buen despliegue visual (contó con el gran director de fotografía Roger Deakins) y con Justin Timberlake (cada vez más seguro en pantalla luego de su promisorio secundario en Red Social) como el típico héroe de clase baja que enamora a una chica rica y aburrida (Amanda Seyfried). Sin embargo, luego de ese inteligente planteo inicial, a Niccol y compañía, parece, les dio miedo de que algún ejecutivo de Hollywood pensara que desarrollarían un sesudo tratado filosófico sobre la condición humana y, así, a los pocos minutos prácticamente abandonan cualquier atisbo de reflexión sobre temas como la búsqueda de la inmortalidad y la permanente juventud, la codicia o la manipulación de las masas para transformar a El precio del mañana en un mediocre y previsible producto que atraviesa los tópicos básicos y cumple con todos lugares comunes de los subgéneros que podrían definirse como "carrera contra el tiempo" y "juego de gato y ratón". Demasiado poco para un film que tenía todas las posibilidades de ingresar en la historia grande de la ciencia ficción.
Un film acerca del empleo del tiempo El planteo inicial de esta nueva realización del director Andrew Nicoll es interesante, pero la metáfora del capitalismo salvaje se agota rápidamente y la película opta por un thriller convencional y futurista. Hace apenas unos meses, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), programó un puñado de películas bajo el título de Distopías, que reflexionaban sobre posibles sociedades futuras cuyo funcionamiento se basa en diversas formas de control. En la lista figuraban títulos que iban desde La jetée (Chris Marker), pasando por Soylent Green (Richard Fleischer) e Invasión (Hugo Santiago), hasta Fahrenheit 451 (François Truffaut) y, claro, en tanto aborda las mismas cuestiones, El precio del mañana bien podría haber formado parte del ciclo, salvo que está bastante alejada de la calidad del resto de aquellos relatos extraordinarios. El film de Andrew Nicoll, que ya había incursionado con suerte diversa en futuros sombríos con Simone (2002) y Gattaca (1997), trata sobre una sociedad donde se acabaron las enfermedades y las personas detienen el proceso de envejecimiento a los 25 años. De ahí en más les queda un año de vida y cada cosa que consumen se paga con tiempo, es decir, segundos, minutos, horas o días, para adquirir desde una taza de café hasta un auto, mientras el contador que tienen implantado en el brazo va registrando las transacciones. Por supuesto, en este esquema hay miserables en una continua pelea por el tiempo y ricos que derrochan años enteros por un buen canapé de huevos de esturión. De ahí a la lucha de clases –que se plantea sólo al final– y la proliferación de viejos delincuentes con aspecto juvenil que le roban violentamente a los infelices la moneda de cambio en curso, hay un paso. El planteo inicial es interesante, pero la metáfora del capitalismo salvaje se agota rápidamente y la película opta por un thriller convencional, con Justin Timberlake saltando el destino del guetto para procurarse otro futuro y se encuentra con una viejita eterna encarnado en el vigoroso cuerpecito de Amanda Seyfried, una ricachona hastiada de privilegios que decide jugar a ser Robin Hood con el muchacho que no quería morir, mientras Cillian Murphy trata de impedírselos y hace de Cillian Murphy en el cine, es decir: personaje inquietante que nadie quiere tener de enemigo. Escenografía retro como para acentuar el peligro inminente que podría esperarle a la humanidad, diálogos trascendentes completan el cuadro de una película despareja, donde es lícito especular que muchos espectadores pensarán que el relato daba para más y que el tiempo es oro.
"In time" aparecía como original desde su gacetilla de prensa. Después de "The Social Network", hay que reconocer que las acciones de Timberlake estaban en alza y daba curiosidad ver si las había capitalizado o no. Un thriller siempre es buen vehículo para posicionar a un actor taquillero, requiere poco del intérprete y le brinda la posibilidad de apoyarse en el guión para seguir posicionándose en busca de guiones más jugados. Ahí estaba la expectativa que nos movilizaba acerca de "El precio del mañana"... Básicamente, esta película ofrece un planteo singular de un universo atado al uso del tiempo. Dentro de estos distritos o divisiones, la gente debe trabajar más a cambio de tiempo y el costo son minutos de vida. Así es como son genéticamente diseñados para no envejecer más después de los 25, pero... tenés un reloj incorporado que tenés que ir alimentando para seguir respirando (sino kaput). El conflicto central arranca como un film de gángsters en el que el joven iluso se mete en un mundo corrupto, con un detective que no se comprende siempre de qué lado está y con unos matones que se visten al estilo Bogart con trajes a rayas y sombreros (?). Eso no es todo: también tenemos autos de época para las habituales y consabidas persecuciones típicas del género. Este thriller de ciencia ficción fue escrito y dirigido por Andrew Niccol, el mismo que nos llevó al mundo del tráfico de armas en “El señor de la guerra”. La verdad es que el ritmo dramático y visual al estilo videoclip recuerda mucho a esa cinta. Toda la primera parte, en especial, hasta diría tiene un uso dramático de la luz, con grandes claroscuros y una paleta apagada, para dar ese toque como metálico de lo que nosotros creemos que será nuestro futuro. Will Salas (Justin Timberlake) es un joven que vive en el Ghetto con su madre. No son ricos y sobreviven día a día como pueden. Será a partir de la muerte de ella cuando Will empezará a buscar quebrar el sistema que tiene esclavizada a tanta gente. ¿Cómo lo logran? Simple, usan la ilusión de la inmortalidad porque no importa cuánto sepas que no podés conseguirla, siempre la vas a desear. Sylvia (Amanda Seyfried) es una chica rica que vive custodiada para que nadie le robe su tiempo, pero será su interés por Will la que la hará correr en dirección contraria. Para destacar, los efectos sonoros y la música electrónica mezclada con una gran orquesta que por un lado recuerdan a un videojuego (no debe olvidarse que los personajes se la pasan corriendo por las calles en este deseo de ganarle al tiempo) y por otro lado la hace imponente y dramática. Sinceramente, el casting cumple pero no destaca. Tal vez sólo rescataría a Cillian Murphy pero porque realmente no puede ser mezclado con el resto. Seyfried tiene una expresión dulce que va con el perfil pero no trae nada nuevo y Timberlake será agradable pero de actor tiene muy poco. La historia se empieza a caer en la segunda parte y termina siendo un thriller liviano donde pudo haber habido una película contundente. El conflicto principal recuerda algunos clásicos (Rodrigo me dice que le suena el tema a "Logan's run" de 1976, aunque ahí el tema comenzaba al cumplir los 30 años) pero la fuerza de la idea se desvanece en una realización previsible y sin matices. Sólo recomendable para fans acérrimos e incondicionales del género. El resto, abstenerse.
Autodepuración social En el futuro, la medida de todas las cosas será el tiempo. El dinero será reemplazado por una oferta y demanda de minutos, meses y años, donde la brecha entre ricos y pobres se ensanchará y las ciudades se dividirán de acuerdo a zonas horarias quedándose los excluidos en lo que se denomina guetto, donde todo se hace a las apuradas mientras que aquellos que acumulan años vivirán alejados de los márgenes en la cultura del consumismo y la lentitud, rodeados de guardaespaldas y sin preocuparse por sobrevivir. Bajo esa premisa se tejen las coordenadas de este interesante film futurista y distópico El precio del mañana, que por su riqueza de ideas permite una serie de lecturas por encima de la historia concreta, la cual abraza algunos elementos del thriller con ciertos rasgos de ciencia ficción cuando en realidad se trata nada menos que de una metáfora contundente sobre las leyes de la economía del capitalismo más salvaje, cuya faz más cruel no es otra que la del control social a partir de las variaciones del costo de vida con el objeto de preservar el estatus quo de los poderosos en detrimento de la miseria de los marginados. El tiempo se compra; se vende; se roba; se apuesta; se regala; y en definitiva se acopia en cápsulas que se guardan en cajas fuertes de los bancos para garantizar la inmortalidad de aquellos que tienen acceso en un mundo donde todos viven hasta los 25 años y luego de esa fecha tendrán un año de gracia en el que aparece un reloj digital en la muñeca y una cuenta regresiva que no se detiene y que si llega a cero significará la muerte. Nadie envejece en este universo artificial y frío por lo cual madres, hijas y abuelas conservan el mismo aspecto juvenil de los 25 años y lo mismo ocurre con los hombres. Por otra parte, la mayoría de los mortales vive en acotado margen de tiempo ya que las chances de acumular años son casi nulas salvo en luchas clandestinas o robos. Sin embargo, el destino del protagonista Will Salas (Justin Timberlake, muy mal elegido), -que tras sus 25 años ha logrado sobrevivir tres años más- cambia en un segundo cuando accidentalmente se cruza con un misterioso y desconocido hombre que está cansado de vivir y le entrega cien años gratuitamente y le revela las claves de un sistema perverso de autodepuración social para que intente destruirlo desde adentro. Pero pertenecer a una clase marginal y contar con un tiempo extra por un lado obliga a tomar precauciones al ser blanco fácil de ladrones y mafiosos y por otro levanta sospechas en las esferas de quienes se encargan de mantener el equilibrio del sistema cronometrando vidas ajenas. Esa es la tarea del cronometrador (Cilian Murphy), una suerte de policía que merodea la zona del guetto cada vez que algo se descontrola o aparece alguna anomalía como el caso de Will, quien logra infiltrarse en el grupo de los elegidos y conoce a la hija rebelde de uno de los hombres más poderosos (Amanda Seyfried) que busca emociones fuertes y se diferencia de su padre en relación a los conceptos de la desigualdad social. Si bien el relato no avanza en profundidad respecto a las ideas que esboza en un principio tampoco se desliza hacia el conformismo o la típica película de acción que hubiese significado el desperdicio total de una propuesta inteligente y atractiva que apuesta a satisfacer a todos los tipos de público sin la sensación de traicionar a nadie. Ese mérito se debe pura y exclusivamente al director Andrew Niccol, quien al igual que con Gattaca vuleve a contar una historia con un ojo puesto en el futuro y otro en el presente.
El tiempo es tirano En el futuro, si no se compra tiempo, se muere. Las películas que transcurren en el futuro pueden ser completamente alocadas o tener algo en común con los asuntos terrenales de hoy día. El precio del mañana juguetea con la premisa de que la vida puede ser eterna, pero sólo para algunos. Si la explosión demográfica continuara, ya no habría posibilidad de satisfacer y alimentar a todo el mundo. Entonces habrá vida hasta los 25 años. A partir de ahí, habrá un año para rebuscárselas y no morir, porque por una cuestión genética se activará en el antebrazo de cada uno una suerte de reloj digital –queda muy fashion- en el que uno puede ver cuántos días, horas, minutos y segundos le quedan de vida. Cuando el relojito queda en cero, el portador se desploma. Kaput. Pero claro que no todo está perdido. Por ejemplo, aquellos afortunados que puedan comprar (o matar o robar) “tiempo” en los bancos, ya que la moneda en curso es el tiempo, no el dinero, podrán permanecer jóvenes, con un cutis y rasgos de veinteañero, y tener, por ejemplo, 80 años. Así, ¿cómo discernir en una familia quién es mamá, la abuela o la hija? En eso está nuestro héroe, Will Salas (Justin Timberlake), trabajando en una fábrica en el gueto, cuando no llega, literalmente, a traspasarle unas horitas a su mamá –tocando brazo con brazo se donan hasta años-, quien muere. Y el joven (él sí tiene 25) jura venganza. A partir de allí, contará con la ayuda de la hija rebelde (Amanda Seyfried, de Mamma mía! ) del magnate y villano capitalista y codicioso que maneja el mayor banco de tiempo del país (Vincent Kartheiser, de Mad Men ) y tratará de ser un Robin Hood del futuro. El director Andrew Niccol ( Gattaca , y coguionista de The Truman Show ) no escatima energías. No sólo porque hace correr a Timberlake como si se perdiera el tren (de la vida), sino porque el guión está plagado de mojones y pruebas que deben resolver cual videogame alucinante. Cillian Murphy es el cuidador del tiempo, algo así como el policía, no de los sueños, sino de las horas, que va tras Will. Habrá quien esgrima que ver El precio del mañana le robará dos horas de su tiempo, otros argumentarán que ganaron diversión. Pero para los que se quejan de los precios de hoy, no saben lo que costará tomar un café en el futuro. Un ojo de la cara…
El argumento atrapa desde su primer minuto por la interesante idea que propone haciendo pensar al espectador que está en presencia de un peliculón. Pero lamentablemente esa idea no se explota del todo y se va diluyendo en el camino. Además de pronto el buen ritmo con el cual se venía contando la historia se quiebra y queda como estancada...
Ciencia ficción de la era de los indignados En el futuro en que transcurre esta película, en teoría todo el mundo tiene la opción de ser inmortal y eternamente joven. Nadie envejece más allá de los 25 años, pero el problema consiste en que, cumplida esa edad, sólo queda un año de gracia y, entonces, o se consigue más crédito de tiempo de cualquier manera, o se muere cuando el cronómetro encriptado en el brazo de todo ser humano llega a cero. Por algún motivo, los miembros de la elite, ricos en años y décadas, pueden ser casi inmortales, mientras la gente de los barrios bajos vive día a día. El concepto básico puede derivar del clásico setentista «Fuga en el siglo XXIII» (Logans Run), pero la idea de una sociedad donde el tiempo (fraccionado en horas, días, etc.) es la moneda de curso, resulta realmente original, además de bastante perturbadora. La película empieza con Justin Timberlake festejando los 50 años de su madre Olivia Wilde. Ella parece más joven que él. La extrañísima escena sirve como preámbulo para un film donde todos los actores deben lucir físicamente jóvenes, aun cuando sus personajes sean octogenarios y deban transmitir esa experiencia. En este sentido, se destaca Cillian Murphy como un obsesivo «policía del tiempo» con medio siglo de carrera. Este tour de force de cast y dirección de actores es sólo uno de los factores que convierten a este film en algo especial. Al respecto, habría que mencionar las imágenes increíbles logradas por el director de fotografía Roger Deakins, el de «Sid & Nancy» y algunas de las mejores peliculas de los hermanos Coen. Como para no angustiar totalmente al espectador, la trama se las arregla para llevar al protagonista al barrio de los ricos. De golpe todo el asunto se vuelve más divertido, como una especie de «Bonnie & Clyde» futurista (Timberlake y Amanda Seyfried caracterizada al estilo de la Ana Karina de Godard, hacen una gran pareja) y hasta un poco naif, algo así como ciencia ficción de la era de los indignados.
Andrew Niccol tanto como guionista como director se caracterizó por darle vida a una ciencia ficción que no se basaba en efectos especiales, o en grandes explosiones para poder transmitir con fuerza una mirada futurista, de la misma forma en que no necesitaba inventar razas, armas o tramas demasiado complejas para el otro lado del avance tecnológico, el lado deshumanizante. Al contrario, su estética retro-futurista, y la sensibilidad de sus personajes fueron la clave de su cine. Eso es lo que siempre hizo atractivas a sus películas y lo que los distinguía del resto de los visionarios de la ciencia ficción...
Tiempo de descuento El precio del mañana propone un mundo donde el tiempo es dinero. Lo bueno es que la edad de las personas se detiene a los 25 años y desde entonces pueden vivir enternamente iguales. Lo malo es que deben pagar con horas de vida cada cosa que consumen y sólo cuentan con un crédito de dos años adicionales. La idea es tan buena que por sí misma parece contener el potencial suficiente como para generar una gran historia. Sin embargo, nunca se puede confiar del todo en los creativos de Hollywood, quienes poseen la retorcida facultad alquímica de convertir el barro en oro y el oro en barro. El realizador Andrew Niccol es un especialista en esta clase de aventuras metafísicas. Pero El precio del mañana está lejos de sus hitos anteriores: Gattaca y del guión de El show de Truman. En este caso firma un producto que no consigue ser ni del todo entrenido ni del todo revolucionario. Will Salas, un obrero con escaso crédito vital, recibe 100 años de un magnate que ya no soporta vivir. Esa herencia lo impulsa a salir del barrio proletario donde ha nacido y combatir contra el sistema de distribución del tiempo. El sistema, por cierto, parece un calco infantil del capitalismo actual, y Will se convierte en una especie de Robin Hood moderno. Como suele suceder cuando el cine norteamericano se pone el sombrero de pensar políticamente, no distingue rebeldía de rebelión. Con todo su nuevo capital de tiempo disponible, Will va al centro financiero en busca de venganza. Conoce a su enemigo absoluto, que es el padre de la chica que se enamora de él, y se enfrenta al guardián del tiempo, un policía insobornable que lo persigue para reestablecer el orden. La trama es la progresión de esos conflictos hasta sus últimas consecuencias dramáticas. Avanza siempre en el sentido más previsible. Hay algunas persecuciones, peleas, breves escenas románticas y varias charlas cuyo contenido podría sintetizarse en la famosa pregunta retórica de Brecht "¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?" Si se dividiera El precio del mañana en tres grandes rubros, guión, interpretación e imagen, y hubiera que calificarlos como en un examen, el primero sería reprobado; el segundo aprobaría con lo justo, y el tercero merecería un sobresaliente. Lo mejor de El precio del mañana es la escenografía retrofuturista, con sus autos negros y plateados de la décadas de 1960 y 1970 y sus enormes edificios neoclásicos, que parecen sugerir que la belleza siempre es anacrónica y no está disponible para la revolución sino para la nostalgia.
VideoComentario (ver link).
En un futuro no demasiado alejado de nuestro presente, los niños nacen con un reloj digital grabado en su brazo. Este cronómetro fluorescente indica el bien más preciado con el que la humanidad cuenta: el tiempo. Hasta los veinticinco años, todos viven una existencia similar a la del siglo XXI, sin embargo, al llegar a la nueva mayoría de edad, comienza la cuenta regresiva: a partir de ese momento sólo les queda 365 días de vida. Cada trabajo que realicen, cada artículo que compren, cada viaje que hagan se abonará y cobrará en minutos, horas, días y años. El obrero Will Salas (Justin Timberlake) tendrá la ¿desgracia? de recibir más de un siglo de parte de un anciano cansado de la vida eterna. A partir de allí, iniciará una carrera contra el tiempo, tratará de proteger a su familia, se enamorará de la hija de un millonario de los segundos (Amanda Seyfried) e intentará hacer una repartición más justa del tiempo que sólo unos pocos guardaban para si.
"No tengo tiempo de preguntarme cómo pasó. Es lo que es". Dos líneas le bastan a Andrew Niccol para explicar que no explicará nada. Will Salas inaugura la película "reflexionando" sobre un presente cuyo futuro solo tiene un día, y como debe vivir con los ojos puestos en el ahora, de nada sirve explicar lo que ocurrió en el pasado. Esto no necesariamente significa un problema ya que constituye un punto de partida, la cuestión es que los interrogantes que abra la historia seguirán siendo interrogantes al terminarla. El padre de Will, el funcionamiento del sistema, los señores de arriba, todo parece ser válido para un film que, tan interesado por ganar tiempo, no se da cuenta de que lo está malgastando. El director de Gattaca o Lord of War ha demostrado en su carrera ser un hombre de grandes y originales ideas. In Time no es la excepción, su planteo es sin duda interesante. Parece ser además la única forma de juntar a un elenco de jóvenes estrellas en la misma pantalla, más allá de que el atractivo que puedan tener esté totalmente pasteurizado. Pero aquello que convoca en su premisa de a poco se diluye al encontrarnos frente a una película que flaquea a la hora de la ejecución. El tiempo lo es todo, no solo para los personajes, sino también para su realizador. Y con el tiempo tiene grandes problemas. En un film tan preocupado por el paso de los minutos es paradójicamente ello lo que falla. La obsesión sobre el mismo es constante, las decenas de planos a los relojes así lo atestiguan, lo que provoca una rigidez tal que le quita cualquier dejo de naturalidad. Las acartonadas actuaciones de Justin Timberlake, Amanda Seyfried o Alex Pettyfer no contribuyen a mejorar ese aspecto. In Time es la prueba de que una buena idea no siempre alcanza. Con irregulares actuaciones de sus jóvenes actores, bastantes escalones más arriba que el resto están Cillian Murphy y Vincent Kartheiser, escenas forzadas, numerosos baches en el guión y diálogos solemnes, se acaba por construir dos nociones simplificadas al extremo: que el tiempo es tirano y que el pobre es bueno y el rico es-- 00:00:00.
Un Robin Hood para el futuro El tiempo siempre ha sido un factor de preocupación para el hombre. En la actualidad, no sólo porque implica el irreversible y temido envejecimiento, también porque no alcanzan las horas, a veces, para producir todo lo que se necesita para vivir. Estos dos items son parte de "El precio del mañana", un thriller de ciencia ficción, de connotaciones ideológicas, que enfrenta a ricos y pobres, a partir de que unos y otros pertenecen a una sociedad, en la que el reloj biológico se detiene a los veinticinco años y sólo les queda un año de gracia, a los de menores recursos, para encontrar un trabajo que les permita ganar minutos, horas, para poder vivir un poco más. Porque en esa sociedad, en la que Will Salas, su protagonista es una especie de Robin Hood del futuro, el tiempo equivale al dinero. Se es millonario si se dispone de un siglo de tiempo, almacenado en la caja fuerte de un banco. El comienzo del filme aclara por qué Will Salas, se convierte en un justiciero. Ocurre que a su madre le quedan escasos minutos de vida en su reloj (el que como todos, lo lleva incrustado en uno de sus brazos) y llama a su hijo, para que la espere en la parada del micro que la trae de su trabajo. SUBIR LAS TARIFAS Pero como el micro subió de tarifa y la mujer no tiene cómo pagarla, corre por una calle y otra y cuando apenas le quedan pocos metros para alcanzar al chico, para que le traspase algo de tiempo, su reloj se detiene. Por lo que el muchacho se jura venganza y arremete contra los ricos. Una de las escenas más interesantes de la película es cuando el muchacho, seguro de ser un buen jugador, apuesta su escaso tiempo de vida con un millonario en una partida de póker. A partir de ese momento todo se transforma. Lo que sigue es una serie de escenas de acción que vive el joven héroe de esta historia, al que a partir de la mitad del filme, se le une una muchacha que aburrida de ser millonaria, apuesta a vivir una aventura única. Lo interesante para la mujer, es que en compañía del joven sentirá la adrenalina que corre por su cuerpo con tanta intensidad, que hasta percibe el vértigo de la muerte a la vuelta de una esquina, pero a la vez se anima a disparar un arma por primera vez. "El precio del mañana" tiene una buena cuota de acción, aceptables actuaciones de Justin Timberlake (mejor músico que actor) y Amanda Seyfried, junto a Cillian Murphy, un guardián del tiempo, que perseguirá a la pareja hasta lograr un desenlace a la medida de esta aventura que por momentos se vuelve algo monótona.
Anexo de crítica: Quizás lo más frustrante de El Precio del Mañana (In Time, 2011) es que a pesar de sus buenas intenciones nunca pasa de ser un exploitation de la ciencia ficción existencialista de Philip K. Dick. La edición deja bastante que desear, el guión acumula muchas situaciones forzadas y definitivamente Justin Timberlake todavía no está para encabezar una propuesta de este calibre: en suma, estamos ante otro caso de un concepto interesante mal ejecutado…-
En el futuro el tiempo es dinero. Debido a la superpoblación del planeta, el hombre ha sido genéticamente modificado y deja de crecer a los 25 años. Desde ese cumpleaños le queda un año de vida excepto que pueda comprar tiempo. De allí que los ricos vivan eternamente y los pobres no, claro. En ese contexto y tras la muerte de su madre, Will decide dar batalla e irá por todo. Secuestra a la hija de un banquero de tiempo y sale en busca del millón de años que guarda en un cofre. De esta manera se desata una persecución que va conformando una metáfora del presente. Hay gente que acapara y otra que debe vivir con las monedas que aquellos desechan. Timberlake no destila tanto glamour como dicen y su compañera hace exactamente de eso. Ciencia ficción para pensar en lo que viene.
Una posible buena historia del director de Gattaca, que esta vez queda en la nada. La nueva obra de Andrew Niccol, director de Gattaca, El señor de la guerra y escritor/director de esta nueva película, deja mucho que desear. El precio del mañana nos cuenta la historia de Will Salas (Justin Timberlake), un joven que vive en un futuro cercano donde la moneda de cambio es el tiempo, por lo cual los ricos se tornan inmortales y los pobres luchan día a día por su vida. Will se encontraba en ese lugar, hasta que un completo extraño le regala 100 años para luego suicidarse, pero la policía (o “time keepers” en este caso) va a pensar que fue un simple asesinato más para robar un poco de tiempo. Esta premisa suena prometedora, ya que el uso del tiempo como dinero es una metáfora que podría ser explotada perfectamente en una película de ciencia ficción, pero en este caso se queda ahí. La interesante historia que se cuenta en un principio deja de ser desarrollada ni bien empieza la “acción” del film, dejándonos solo con una hermosa pareja estilo Robin Hood, conformada por los hermosos Justin Timberlake y Amanda Seyfried que cumplen con sus papeles, pero no más que eso. Y esto pasa generalmente con todos los actores de la cinta, a excepción de Cillian Murphy, que por momentos trata de tener una mayor profundidad en su personaje, y un poco lo consigue. A nivel visual cumple, pero, como pasa en toda la película, podría haber sido mucho mejor. La “zona pobre” no parece serlo y los chicos lindos que viven en ella tampoco parecen ser muy amenazadores, le falta vida, oscuridad y suciedad. Las escenas de acción cumplen, pero ninguna se gana el precio de la entrada al cine. Una película que tal vez puede llegar a entretener a alguien, pero que termina quedando ahí, y es lamentable debido a que la punta de la historia era fascinante para una buena película de ciencia ficción/acción. Más que nunca el tiempo es suyo, ustedes decidirán si usarlo en esta película es perderlo o no.
"Time is Money" en el original y su traducción literal en castellano habría sido nombres más imaginativos para un film con excelente guión “El precio del mañana”, título local poco imaginativo del original “In Time”, desmerece una película cuyo primer y gran atributo es partir de una idea sumamente original. Acostumbrados, casi se podría decir resignados, a ver películas que parecen copiadas unas de otras y/o remakes de éxitos del pasado, cuál sería nuestra sorpresa al encontrarnos con una que sale totalmente del molde anterior. No parece casual la elección de Andrew Niccol como director del presente estreno ya que los dos primeros títulos de su corta filmografía, “Gattaca” y “SimOne”, pertenecen al mismo género que ésta. La ciencia ficción posee diversas vertientes dentro de las cuales las obras (y películas) sobre el futuro ocupan un importante lugar aunque no siempre con resultados elogiables. Imagine el espectador un mundo donde ya no circula el dinero y donde dicha mercancía ha sido reemplazada por el tiempo del que dispone cada uno de nosotros. Agréguese a esto que, como forma de combatir el crecimiento demográfico, todos los seres humanos estarán “programados” de igual manera. Y que tendremos la misma posibilidad de vivir primero 25 años y a partir de allí un año más pues comenzará a funcionar en nuestro brazo una especie de contador digital en que será posible ver como decrecen los días, horas, minutos y segundos de vida que nos quedan. Claro que el año de vida restante se verá reducido cada vez que consumamos ya que la única forma de pagar por un servicio o producto será usando los minutos disponibles. Y habrá también inflación y de golpe un café duplicará el número de minutos necesarios para su consumo. La trama es muy ingeniosa y difícil de resumir en el texto, pero anticipemos que habrá formas, muchas “non sanctas”, para conseguir años, días o horas de nuestros vecinos!. Habrá también un héroe, como es común en obras del cine fantástico. Su nombre es Will Salas y quien lo personifica es Justin Timberlake (“Red social”, “Malas enseñanzas”, “Amigos con beneficios”), en un personaje que bien podría haber sido interpretado por Jason Statham. El se vinculará con la hija de un magnate, dueño de un banco de tiempo. Ella, rol a cargo de Amanda Seyfried (“Mamma Mia”, “Cartas a Julieta”), al principio no lo apoyará en su lucha por repartir el tiempo que monopolizan gente como su padre, pero… No se trata de una obra mayor de la ciencia ficción. Pero la conjunción de un guión muy imaginativo, buenas interpretaciones y un ritmo que no decae hacen de este film un producto que será muy apreciado por los amantes del género.
Aunque Andrew Niccol es mucho mejor guionista que director (comparen su escritura de The Truman Show con su dirección de Gattacca), no se le puede negar talento para combinar problemas éticos surgidos del uso y abuso de la tecnología con las herramientas del entretenimiento. En este caso, se trata de un film de suspenso ambientado en un futuro donde todo el mundo aparenta como máximo 25 años, donde cada persona vive un tiempo determinado (el tiempo que vive es, literalmente, dinero) y donde alguien pobre es acusado de un crimen que no comete (el gran Justin Timberlake: estrella pop, comediante, actorazo, presencia cinematográfica pura). Hay un romance entre chico pobre-chica rica, y esto sirve para pintar no el mundo de mañana sino, por metáfora interpuesta, nuestro mundo. El “defecto guionista” de Niccol -frases de más, algún subrayado- no alcanza a invalidar una película interesante que, junto a thrillers como Los agentes del destino u Ocho minutos antes de morir, devuelven la ciencia ficción al campo de la especulación social y política.
Una baratija Andrew Niccol es un tipo interesante, incluso mucho más que las películas que termina dirigiendo. A ver, fue guionista de The Truman Show y La terminal, dos propuestas que tenían a sus protagonistas encerrados en un espacio, consciente o inconscientemente, presos de diversas burocracias y absurdos. Y esta mirada sobre el mundo, se fusiona en aquellas películas que sí dirige Niccol, con la ciencia ficción, las distopías y cierta amargura generalizada, especialmente Gattaca y esta, El precio del mañana. Simone es una variación sobre esto (aunque permanece la especulación científica) y El señor de la guerra, tal vez su film diferente, también tenía a un protagonista encerrado por límites especiales, en este caso el mundo del tráfico de armas y las propias encerronas morales a las que el propio personaje se rendía. Que encontremos todos estos elementos en su filmografía, no quiere decir que Niccol sea un director a tener en cuenta. Heredero de la peor escuela del cine hecho por guionistas, la ideas de Niccol sólo resultan agradables de ver cuando las toma un Spielberg o un Weir. Por el contrario, sus películas son como chiches ingeniosos, que una vez que se ponen a andar demuestran que tras la cáscara de la premisa, no hay nada. O no mucho más, como ocurre en El precio del mañana, que no obstante resulta su mejor film a la fecha. En el futuro que imagina El precio del mañana (bueno, nunca se nos dice qué año es, pero eso que se ve no se parece a nuestro presente. ¿O sí?) la gente envejece hasta los 25 años y, desde ahí, permanece igual físicamente, aunque con el apremio de saber que le queda un año de vida y que un reloj colocado en su brazo muestra la cuenta regresiva. Esto tiene una cosa a favor en el caso del personaje de Justin Timberlake: que su madre sea Olivia Wilde, pero una Olivia Wilde con la misma edad que tiene ahora (lo incestuoso que se puede poner el asunto es un subtexto interesante, pero que nunca se explota más allá de ciertas sugerencias). Pero tiene muchísimas en contra, como se imagina. Timberlake es un obrero que vive al día, es decir, con poco menos de 24 horas de vida, las cuales prolonga a partir de la retribución por su trabajo. La trampa del sistema es que metódicamente los costos en los barrios bajos se encarecen, y por eso la gente no puede vivir mucho tiempo. Hay dos sociedades: las ricas y exitosas, y las pobres que son, a la postre, las que sostienen los modos de producción. Will Salas (Timberlake) recibe la donación de un siglo de vida de un aristócrata depresivo y fatalista, que luego de pasarle todo su tiempo se termina suicidando. Llegado a los barrios altos, Salas comienza a ser perseguido por la muerte del aristócrata y el secuestro de la hija de un multimillonario. El precio del mañana transita sobre dos carriles: uno, el de su propia especulación con la lógica interna que el relato necesita; otro, el del thriller y sus constantes referencias cinéfilas que le dan un marco de contención, si se quiere, desde donde abordar su reflexión sobre el tiempo, el trabajo, la relación entre el dinero y el poder. Hay que decir que lo primero, funciona a medias: Niccol tiene una idea (que tampoco es tan novedosa o creativa, vea, porque lo que termina haciendo es cambiar dinero por tiempo, y no es más que otro thriller convencional), aunque es un poco más fluido que aquel experimento marmóreo de Gattaca y el film se permite un humor menos canchero que el de El señor de la guerra, que se pasaba de piola. Transitada su primera media hora (lo más interesante), El precio del mañana se convierte en una de gato y ratón, sin mayor virtuosismo, ni desde la temática ni desde el tratamiento de las relaciones entre los personajes: hay algo curioso en la violencia del personaje de Amanda Seyfried, deudora de la alta alcurnia a la que pertenece, y cierta nobleza del policía que interpreta Cillian Murphy, aunque todo no termina siendo más que algo de diseño, bien vinculable con el cine de guionista que ejecuta Niccol. En el territorio del thriller, El precio del mañana ofrece algo más: sin dudas, lo más atractivo es ese aire a lo James Bond que se desprende en la escena dentro de la mansión del malvado, con partida de póker incluida y presentación del protagonista con un “Salas, Will Salas”. Esa mirada decadente sobre los sectores de poder, aquí ultra tecnologizados, es atractiva porque permite tanto una mirada sobre el mundo actual pero además sobre el cine y el agotamiento de determinadas estéticas: esos momentos son mejores sátira al mundo Bond que las dos películas de Johnny English, por ejemplo, porque ya no importa tanto la parodia como el poner en crisis el modelo original. Lamentablemente hace poco vi por primera vez Cuando el destino nos alcance, un film de 1973 dirigido por Richard Fleischer y con Charlton Heston. Obra deudora de su tiempo, es una distopía amarga sobre un mundo en el que los alimentos escasean y lo que se consume es una especie de galletita hecha por una multinacional: lo fulminante -y atención que vienen los spoilers- es que esas galletitas están hechas de humanos y el que descubre el secreto, termina muriendo. Es imposible no ver a El precio del mañana, y a buena parte de las películas escritas por Niccol, como un temario que busca regresar a ese cine distópico de los setentas, donde el ser humano se veía enfrentado a un destino sin escapatoria. Sin embargo, de aquel Bond decadente que hablábamos antes, el director salta a una especie de Bonnie y Clyde mezclado con Robin Hood: matamos y robamos, pero para dárselo a los pobres. Ese final chapucero no sólo desluce algunas de las buenas cosas que había mostrado hasta allí el film, sino que al igual que con las películas de los 70’s, es también deudora de su tiempo, el hoy: una época políticamente correcta, donde la idea de un horizonte oscuro no se cruza por la mente de nadie, y el cine debe vender buenondismo canchero y bien ilustrado. Una pena.
Niccol es obvio y desapasionado y eso se nota tanto en su obra anterior cómo en El precio del mañana. Andrew Niccol es un cineasta que filma por concepto. Sus creaciones, como El señor de la guerra, Simone o Gattaca, son estructuras sostenidas primariamente por premisas en principio atractivas, un trabajo estético muy detallado y guiones con varias frases memorables. El problema es que en su cine no hay mucho más que eso. Los mundos que pretende construir son limitados, sus conclusiones y reflexiones bastante obvias, su estética pura superficie sin relleno y los diálogos de los personajes más importantes que los personajes en sí. De hecho, The Truman Show es su creación más compleja, pero eso se debe más que nada a la labor de Peter Weir, un director que busca siempre el costado humano en las historias y que aporta a la noción inicial del filme lo justo y necesario: el sentimiento. El precio del mañana es entonces una cinta muy representativa del cine de Niccol. Otra vez tenemos una sociedad distópica, donde el tiempo ha pasado a ser la moneda por la cual se adquieren bienes y servicios, pero también se puede acceder a una vida eterna o morir muy joven; personajes-actores (por momentos Justin Timberlake y Amanda Seyfried hacen de sí mismos y no mucho más) que apuntan claramente hacia el público joven; algunas ideas ingeniosas (como después de los veinticinco no se envejece más, los hijos lucen tan jóvenes como sus progenitores) y otras no tanto (las zonas horarias como divisoras de clases). El objetivo del realizador es bastante obvio: construir una alegoría sobre el capitalismo, literalizando los efectos de la economía monetaria a través del tiempo. Pero su estructura de reemplazo apenas le sirve para reproducir lo ya visto en la sociedad actual: los ricos gastando sin límites mientras los pobres viven día a día; la inflación como instrumento para preservar las diferencias de clases; las mafias que le roban a los pobres y viven como ricos; los organismos policiales (en este caso, los Guardianes del Tiempo) que sólo persiguen los pequeños robos de tiempo en los barrios bajos y nunca investigan a los que más tienen. El análisis de la sociedad que presenta El precio del mañana es esquemático, bidimensional, todo blanco sobre negro. Los pobres son toda buena gente oprimida, los ricos todos insensibles, y el que cambia las cosas es un héroe, el paradigma del individuo, que pasa de vivir una existencia insípida a convertirse en el hombre que cambia todo. Se le podría cuestionar nociones similares a un filme como Avatar, pero allí la diferencia la marca un director como James Cameron que narra con una pasión y convencimiento del cual Niccol carece. Aún así, El precio del mañana tiene algunos momentos entretenidos y algún que otro personaje atractivo. Pero la sensación final es que su falta de espesor la termina condenando a la mediocridad.
Estimo que debí haber supuesto lo que sucedería con esta producción. Venía ilusionado con la idea pero, como suele suceden en Hollywood, algunas propuestas están bien planteadas y son interesantes en su discurso; aunque luego en su continuidad se vayan desdibujando, para culminar desteñidas a raíz de la participación de ser muchas manos en el plato las que han tomando decisiones con la cabeza puesta en la boletería y no en la obra. Plantea una realidad alternativa con vistas a un futuro en el que la genética ha logrado detener el envejecimiento del ser humano a los 25 años. Luego a todos nos queda un año más de vida, de manera tal que lo más importante de nuestra existencia es el tiempo. La gente ya no comercia con dinero, ni oro, ni petróleo. Todos tienen un reloj digital tatuado en el antebrazo que cuenta en forma regresiva el tiempo remanente de vida que le queda. Cuando este se acaba, viene el infarto y uno queda fulminado sin remedio, salvo que alguien le done parte de su tiempo, y sin que a nadie parezca importarle demasiado. El trabajo se cobra con tiempo (que se suma en el antebrazo), en tanto la comida, el colectivo, el subte y demás se deduce del que le va quedando a cada individuo Para ello existen aparatos lectores, tipo caja de supermercado. O sea, la vida transcurre contra reloj y la sociedad está dividida en los que tienen tiempo para vivir ciento de años (la clase alta), y los que apenas llegan al fin del día (la clase trabajadora). Por cierto, en esta narración la clase media no existe, pero sí grupos marginales que se dedican a robar tiempo, lo cual ya es una bajada de línea. Asistimos, señores, a una versión sobre la muerte del capitalismo y de las ideologías en general. Will Salas (Justin Timberlake) trabaja en una fábrica y vive con su madre. Una noche cualquiera un hombre de clase alta está en el bar del gueto gastando su tiempo delante de todos los parroquianos. Evidentemente busca problemas, y los ladrones no se hacen esperar. Will sale en su ayuda. Logran escapar y Will escucha al yuppie confesarle su deseo de no vivir más. Ambos beben, Will se emborracha y el extraño personaje se suicida, transfiriéndole previamente al protagonista las millones de horas de la que era portador. Imagínese que para Will, con tanto tiempo disponible, quedarse donde vive resulta peligroso, por lo tanto resuelve ir escalando posiciones, superando barreras utilizando el tiempo heredado para cruzar fronteras, hasta incorporarse a la clase alta y comenzar a circular por ella. “El precio del mañana” comete dos errores a partir de este momento narrativo: primero, redundar sobre la idea del tiempo sobre-explicando el concepto; y segundo, transforma el relato en un juego del gato y el ratón en lugar de profundizar la propuesta. Como resultado termina por resultar una producción de acción, y como tal no aporta absolutamente nada nuevo al género, a no ser por una buena banda de sonido y una dirección de arte que transmite muy bien la atmósfera de frialdad e indiferencia en este mundo futuro que se quiere mostrar. El elenco cumple, nada más. Es evidente la intención de tener a Timberlake como la única estrella, por eso el resto está sólo operan para apuntalarlo a él. En definitiva, como discurso deja de funcionar a los 15 minutos, y como aventura es apenas una más del montón. Poco. Muy poco.
Después del avance que tuvieron los estudios de los genes en las últimas décadas, si alguien se detiene un minuto a pensar en todos los futuros posibles hacia los que camina la humanidad, ese alguien no puede imaginar un futuro que no sea distópico. Andrew Niccol se detuvo dos veces. La primera vez se hizo conocido con Gattaca, esa película en la que el personaje de Ethan Hawke, destinado a la vida proletaria por no haber sido modificado genéticamente, tiene que demostrar su verdadero valor para poder cumplir su sueño de viajar al espacio, un lugar reservado a la elite diseñada en los laboratorios. La segunda, más de una década después, Niccol llega a los cines con otro futuro aterrador. En El precio del mañana Justin Timberlake (¿el Ethan Hawke de esta era?) también tiene un destino que torcer a puro golpe. Su personaje vive en un mundo donde gracias a los avances de la ciencia los seres humanos detienen su envejecimiento a los 25 años. Pero no se trata del País de Jauja: después de los 25 años cada minuto que vivan deberán pagarlo con trabajo y si no tienen con qué, deberán afrontar la deuda con su propia vida. Cada uno de los habitantes lleva en su muñeca un reloj que marca el tiempo que le queda. Si trabajan, venden o roban, ese reloj aumenta sus números. Si compran, regalan o están desempleados, la hora de la muerte se acerca segundo tras segundo. En esta película el refrán que dice que el tiempo es dinero es llevado a su máxima expresión. El precio del mañana, como todo el cine de ciencia ficción, es una película política y, en este caso particular, hasta se podría decir que es una película económica. Durante la primera mitad ?la parte que más se disfruta? asistimos a los constantes intercambios monetarios de los personajes, a las consecuencias de la inflación o a la subsistencia diaria a la que están sometidas las clases más bajas, que siempre andan con el tiempo justo. Will Salas (Justin Timberlake) es un obrero que vive con su madre (Olivia Wilde, sí, es gracioso, pero recuerden que todos tienen 25 años corporales) en la zona más pobre y que por un golpe de suerte, como si ganara la lotería, recibe de parte de un millonario 100 años para gastar. Con ese tiempo de sobra inicia su incursión en el barrio de los ricos, un lugar vedado a la gente de su clase. Y la película cambia de rumbo. Se transforma en una de persecuciones cuando un cronometrador (algo así como un policía de los segundos) lo acusa de haber robado esa fortuna que cuenta el reloj de su muñeca. Hay que decirlo, El precio del futuro es bastante obvia cuando emite su discurso político: este, por ejemplo, que el policía cumple su benemérito rol de guardián del statu quo a pesar de su magro salario. Mientras siguen las persecuciones la película empieza a buscar la manera de cerrar el relato. El eterno gran problema de las historias grandilocuentes, muchas veces, el problema de la ciencia ficción. Para eso Niccol encuentra una luz al final del túnel en la belleza anime de Amanda Seyfried, que se transforma en la compañera de aventuras de Justin (primero forzada y luego voluntaria) en la huída que emprende de sus cazadores. Juntos se convertirán en una especie de Bonnie y Clyde futuristas, hijos de Robin Hood y el Che Guevara que tendrán por objetivo destruir el sistema. Se trata de la parte menos feliz. Una buena resolución para ese gran comienzo parece a todas vistas una misión imposible. A esa altura sólo resta contentarse con las composiciones visuales de ese futuro minimalista, despojado de cualquier belleza fortuita, a las que Niccol les pone todo su empeño. Aunque hay en la película otro atractivo visual mucho más interesante para prestarle atención: los ojos japoneses de Amanda Seyfried lo valen. Esos sí que son buenos genes.
¡A correr, que se acaba el tiempo! Las buenas películas de ciencia ficción necesitan más de ideas consistentes que de efectos especiales y grandes explosiones. Sin aparición de alienígenas, armas o tramas demasiado sofisticadas se puede construir una profunda mirada sobre el futuro, que por lo general tiende -en los mejores ejemplos- a una visión más sombría que esperanzada, mostrando el lado oscuro del avance tecnológico y científico, “distopías” que reflexionan sobre posibles sociedades posibles, cuyo funcionamiento se basa en alienantes formas de control. En la historia del cine existe una nutrida antología, donde sobresalen títulos como “Fahrenheit 451” de François Truffaut, “Soylent Green” de Richard Fleischer o “Blade runner” de Ridley Scott, entre otros paradigmas. “El precio del mañana” bien podría haber formado parte de este grupo, pero lamentablemente se aleja de la esencia genuina de aquellos relatos y si bien entretiene, carece de profundidad, aunque se rescata siempre por su estética deslumbrante y perfeccionista. Lo que pudo haber sido La estilizada película de Andrew Niccol trata sobre una sociedad donde se acabaron las enfermedades y las personas detienen el proceso de envejecimiento a los 25 años. Pero a partir de ahí, les queda solamente un año de vida y cada cosa que consumen se paga con tiempo (segundos, minutos, horas, días, décadas). Los avances genéticos traen como contrapartida la superpoblación y las medidas darwinistas de controlarla. “El precio del mañana” tiene ese toque autoral que hace esperar de ella mucho más de lo que termina ofreciendo. Su relevante hilo argumental plantea la acción en un futuro donde cada persona lleva impreso en su brazo un reloj en el que figura el tiempo que le queda de vida y que se recarga como si se tratara del crédito de un teléfono celular. Como en “Soylent Green”, los más ricos disponen de todos los recursos, pueden dilapidar todo el tiempo que quieran para adquirir productos de lujo y viven en zonas exclusivas. Los pobres viven en guetos y de allí surge el héroe joven y bello (Justin Timberlake) que como un Prometeo posmoderno intentará devolver el tiempo a los mortales. Una película despareja Con un argumento que funciona como una metáfora, o mejor dicho, como un eco de la sociedad actual, donde hay robos de tiempo para poder sobrevivir, bancos que lo prestan a una tasa de interés usuraria y zonas sociales divididas según el tiempo de cada uno, esta efectiva alegoría económica de resonancias cercanas descarrila cuando cada una de sus piezas entran en el andamiaje de una superproducción que se adapta a las reglas masivas y despliega todos los tics obvios de la acción y la aventura: persecuciones sobre techos, las clásicas esquivadas y choques sobre las rutas, con autos cayendo y sus héroes adentro, casi sin rasguños. Así, el film abandona la oportunidad de profundizar en un material que daba para abordar la condición humana, sus búsquedas y límites. Al recorrer y subrayar los tópicos básicos que cumplen con todos los lugares comunes de los subgéneros, lo que tenía todas las posibilidades de ingresar en la historia grande de la ciencia ficción sabe finalmente a poco, aunque atención: aunque está lejos de ser perfecta, tampoco es una película mediocre sino muy agradable, entretenida y particularmente recomendable.
Time is Money Un futuro donde nadie envejece pasado los 25 años de edad y donde el tiempo es lo más preciable de todo, ya que tiempo se cotiza, se paga con él, se gasta con él, se dilapida si se es de alta sociedad y asi. Es obvio que ante un supuesto futuro tan capitalista y jorobado, debe florecer en el guión un personaje que sea contestatario y de espíritu rebelde casi casi subversivo vea...y este es el rol que le toca jugar en suerte a Justin Timberlake(sobrio, nada sobreactuado)quién se fugará con una chica tan linda como conquistable y a la suerte tan iracunda como él, papel a cargo de Amanda Seyfried, la misma de "Mamma Mía!", que por ratos de ridiculez huye en despiadada carrera a pié con tacos altísimos o aún después de levantada de polvo y escapes mugrosos, lucirá siempre de "punta en blanco" con ni tan solo una mísera manchita. No obstante algunas pifiadas del guión, y alguna que otra aletargada situación en la historieta, la peli se sostiene como un mero entretenimiento, ni más ni menos. Y es atendible un cine concebido de esta manera, discutible para muchos y pasatista para otros.
Capitarwinismo El Precio del Mañana es una de esas pelis que uno quiere, añora, desea que esté buena y le gane a esa sensación de... "seguro es un moco más". Lamentablemente es otro caso fallido de deseos no cumplidos y expectativas demasiado altas. La idea es muy buena, innovadora y hasta con un poco de denuncia social, una premisa que podría haber resultado mucho mejor que lo que rindió realmente. Creo que el 1er error viene de haber querido mostrar una versión teen de una historia que podría haber sido tan seria y buena como la de "El Origen" o dinámica y adulta como "8 Minutos antes de Morir". Finalmente se queda muy corta, con escenas que tienen chistes que no suman nada al momento de tensión, diálogos superfluos y descerebrados, situaciones absurdas que en vez de maravillar provocan un "what the fuck?" en la mente del espectador. No todas las escenas son malas, de hecho tiene algunas secuencias de acción bastante buenas, pero por otro lado, hay otras que claramente fueron concebidas para esa nueva generación teen que ama las situaciones amorosas empalagantes y cursis. Como muchas otras producciones empieza bárbaro, con ritmo, secuencias que sitúan al público es ese nuevo mundo futurista donde el tiempo es dinero, pero poco a poco se va derrumbando hasta llegar a una construcción mediocre de lo que realmente podría haber sido. El 2do error es Amanda Seyfried... Amanda, Amanda... Tiene menos carisma que una babosa de jardín. En esta película elabora un personaje parecido al de "La Chica de la Capa Roja", pesado, artificial y que parece haber tenido un derrame cerebral que la dejó un poco lenta para moverse por la vida. Lo de Justin Timberlake es bastante aceptable y le suma algunos puntos a la peli, aunque aclaro que no es santo de mi devoción, ya que creo que le falta un poco de training para protagonizar grandes producciones de acción todavía. El resultado final es una muy buena historia mal contada (o mal mostrada). Habrá momentos que nos engañen y pensemos... "Esto va a estar bueno"... lamentablemente no termina siendo así. Hay buenos efectos, alguna que otra escena de acción picante y una idea dando vuelta por el aire que atrae por su creatividad. Lo demás... es tiempo perdido.
Alguna vez Steven Spielberg dijo que una película debe introducir al espectador en un universo diferente, y no caben dudas que Andrew Niccol lo ha logrado en su filmografía, más aún dentro del terreno de la ciencia-ficción y afines, especialidades suyas. Responsable de una obra maestra como Gattaca, uno de los mejores films contemporáneos del género, el guionista y realizador ha sido capaz de ofrecer un par de films fuera de serie como El señor de la guerra, que no a será de ciencia-ficción pero por su estética se le acerca y Nicole, otra pieza distintiva. También fue autor del emblemático The Truman Show de Peter Weir, y de La terminal del mencionado Spielberg. En El precio del mañana, con su creatividad habitual, logra agrupar un puñado de ideas atrayentes relacionadas con el control del envejecimiento humano, el concepto de “tiempo es dinero” y el poder hegemónico de los relojes inventados por el hombre, en este caso convertidos en cronómetros de la muerte, y a la vez de la vida. Muchos temas a la vez enmarcados con una estética singular que muestra un futurismo moderado, dentro de despojadas locaciones urbanas. Niccol incluye cierto contenido reflexivo y algún hálito de rebelión frente al sistema, pero apuesta en esta oportunidad a combinarlo con la acción y el entretenimiento. El resultado es ambiguo, da la sensación que se quedó a mitad de camino por no jugarse por entero por una de las opciones. Justin Timberlake, Amanda Seyfried y Cillian Murphy, tres buenos intérpretes jóvenes, no se destacan especialmente dentro de un film que pudo haber alcanzado mayor envergadura. Pero dotado de una trama de la que no vale la pena contar demasiado, como para internarse en ella, sorprenderse, y sacar conclusiones.
Este es otro nuevo invento de Andrew Niccol, el realizador de culto detrás de Gattaca y el libreto de El Show de Truman. Acá Niccol se mandó con otro futuro onda retro en donde la gente vive hasta los 25 años y, a partir de allí, cobra, roba o pide prestado tiempo para alimentar un reloj biológico que les impide morirse (y que les dice lo que les resta de vida). El resultado final es una pavada extremadamente elaborada, la cual resulta imposible tomar en serio a menos que uno la considere como una alegoría. A mi juicio, Niccol es un autor sobrevaluado. Mucha gente se desvive por Gattaca, y en mi opinión, es una obra cargada con una cuota de problemas importantes. Algo parecido ocurre con El Precio del Mañana: la premisa es extremadamente idiota - toda la gente anda con un relojito quartz implantado en el antebrazo, y usan sus manos como si fueran dispositivos USB para intercambiar tiempo como si fuera dinero -, pero es llevada a un grado de sofisticación tal que resulta digno de admirar (y lo digo con total sinceridad). Eso no quita que haya momentos en que la historia bordee lo ridiculo, tensando la cuerda de la credibilidad más allá del limite permitido. En un principio Niccol parece haberse inspirado en la premisa de Fuga en el Siglo XXIII (1976), en donde toda la gente tenía un plazo de caducidad genético e inevitable y que estaba plantado en la edad de 25 años. Pero en vez de obsesionarse por la existencia de dicho plazo (quién lo puso y por qué, etc), Niccol construye un universo alternativo en donde hay toda una sociedad lucrando con el intercambio del tiempo - indispensable para seguir alimentando el reloj biológico que las personas poseen implantadas de nacimiento -, y se dedica a mostrarnos el modelo en funcionamiento. Hay ladrones de tiempo, hay guardianes del tiempo (policías que investigan el tráfico ilegal del tiempo), hay banqueros que prestan tiempo, hay asalariados que cobran tiempo, y hay gastos que se pagan con tiempo... los cuales suben de precio todos los días. Toda esta gente vive en zonas divididas con murallas, como si las clases sociales estuvieran atrincheradas en guetos de mayor o menor lujo y resultara imposible cualquier tipo de intercambio entre ellos. Ya que la gente se desespera por el tiempo uno puede ver al mismo como si fuera una especie de droga, o bien, que todo esto se trata de una metáfora sobre la vida moderna. Los pobres corren, los ricos no saben qué es eso - ya que disponen de todo el tiempo del mundo y no padecen urgencias ni necesidades -, y las clases sociales son inmodificables como si fueran castas inexpugnables. A su vez está la imagen de la explotación de las clases bajas con precios cada vez más caros, lo que termina con gente muerta en las calles ya que precisa cada vez más tiempo para pagar sus deudas. Pero en el fondo lo que hace Andrew Niccol es despacharse con una alegoría sobre la sociedad norteamericana posterior al derrumbe financiero del 2008. Ricos explotando a los pobres, succionándoles la vida con productos y servicios sobrevaluados; generando un darwinismo social en donde la gente muere por millares debido a que se necesita un cierto equilibrio entre los recursos disponibles y los demandantes de los mismos. Los aristócratas como casta acomodada cuya existencia sólo puede ser amenazada por un golpe de mercado - una inyección millonaria de recursos que estaban fuera de circulación, como ocurre en la película -; y una rebelión masiva de los pobres contra el capitalismo salvaje que lo explota. En el fondo El Precio del Mañana es una alegoría marxista, en donde los dólares han sido sustituidos con dias, horas y minutos. Traduce - aunque de manera camuflada - el resquemor que los estadounidenses han desarrollado contra esos individuos que se han hecho obscenamente ricos gracias a una manipulación financiera despiadada. Gente que no ha fundado fábricas ni se dedica a comprar / vender nada, sino que son sanguijuelas chupasangres que han hecho fortuna lucrando de manera salvaje en la timba bancaria y bursátil que supone Wall Street. Mientras que todo ello suena muy bonito y hasta interesante, en la práctica deja bastante que desear. En un momento Justin Timberlake se convierte en una especie de James Bond con cronómetro incorporado - jugueteando con el villano millonario de turno y birlándose a la chica (bah, su hija) - , y en el otro compone con Amanda Seyfried una especie de duo a lo Bonnie & Clyde, sólo que con autos clásicos reestilizados y dotados de motores eléctricos. Detrás de ellos viene un policía (Cillian Murphy, al que nadie le informó que hace rato dejó de tener 25 años y, por lo tanto, no posee el physique du rol que requiere su papel) que parece tener su propia agenda, y hay momentos en que todo esto pareciera transformarse en una especie de Freejack (1992) - con otro oficial de la ley volviéndose cómplice de los fugitivos -. El problema es que tanto el policía como los mafiosos resultan ser artilugios insertados en el libreto como para ofrecer alguna que otra persecución interesante y, cuando llega el momento de resolver la suerte de dichos personajes, Niccol los aborta de una y de la manera más insulsa posible. ¿Para terminar así tuvieron tanto tiempo en pantalla?. El relato tiene su cuota importante de inconsistencias internas - empezando por los bancos ubicados en los guetos, los cuales carecen de la más mínima custodia policíaca -, y tampoco la relación amorosa entre Seyfried y Timberlake es algo que uno pueda catalogar de brillante o apasionante. Todo ello se decanta en un filme que tiene su cuota de extravagancias, de momentos muertos, de persecuciones rutinarias, de situaciones ridículas, y de resoluciones abruptas. Quizás lo que precisaba el filme hubiera sido un segundo guionista, un tipo que escribiera una mejor historia principal para ubicarla en el universo que inventó Niccol. El Precio del Mañana está ok. Tiene cosas interesantes y cosas ridículas, y depende del grado de tolerancia de cada uno para digerirlas o no. Pero como thriller futurista pochoclero zafa, y en el fondo eso es lo importante.
En un futuro no muy lejano, científicos lograron detener genéticamente el envejecimiento a la edad de 25 años, pero para evitar la superpoblación, se les otorga un año más de vida al cumplir esa edad, por lo que el tiempo ahora ha pasado a ser una especie de moneda de intercambio con la cual la gente cobra por su trabajo y paga sus impuestos, alimentos y demás necesidades o lujos. En esa realidad, los "ricos" pueden vivir para siempre, al punto tal de convertirse en -prácticamente- inmortales, mientras que los pobres y marginados de los guetos viven el día a día con sus minutos y segundos contados tratando de conseguir lo que más les hace falta: tiempo. En un lugar en el que tener muchos años encima por vivir significa ser presa de ladrones y asesinos que desean esos años para sí mismos, esta película escrita y dirigida por Andrew Niccol ("Gattaca"), narra la historia de Will Salas (Justin Timberlake), un joven idealista de los barrios bajos que busca la manera de sobrevivir y progresar, pero a veces sacrificando su propio tiempo para ayudar a personas aún más necesitadas que él. Will, un día se ve en involucrado en medio de una disputa de bar entre Henry Hamilton (Matt Bommer), un "rico" al que le quedan 116 años por delante, y unos pandilleros comandados por Fortis (Alex Pettyfer). Ambos logran escapar de una muerte segura y pasan la noche en un viejo edificio abandonado. El protagonista, al despertar, se da cuenta que en su reloj ahora tiene 116 años por vivir. Hamilton (en un acto suicida) le ha dejado su tiempo con la condición de que no lo desperdicie. En su camino hacia una mejor vida, el personaje interpretado por Timberlake conoce a todo tipo gente con mucho tiempo en su haber, pero que no disfruta de la vida por miedo a morir estúpidamente. Es en una de las zonas más ricas en la que Will conoce a Sylvia Weis (Amanda Seyfried), una joven idealista y rebelde como él. Buscado por el homicidio de Hamilton por la fuerza policial conocida como "Los Guardianes del Tiempo", Will escapa nuevamente hacia los barrios bajos teniendo como "rehén" a Sylvia, la que pronto se dará cuenta de que nunca había vivido hasta que lo conocío. Unidos por vencer al sistema, ambos inician una carrera criminal al mejor estilo "Bonnie and Clyde" pero con los principios de "Robin Hood", robando tiempo y distribuyéndolo entre los más pobres. Cillian Murphy como el guardián del tiempo Raymond Leon, Vincent Kartheiser como Philippe Weis, Olivia Wilde como la madre de Will y Johnny Galecki como su mejor amigo completan el reparto de esta excelente película de ciencia ficción que, salvando las distancias, por momentos me hace recordar a un clásico del género como "Logan's Run" (1976) y que seguramente hará pensar a los espectadores acerca del significado de la vida y nuestro tiempo en ella.