Basada en hechos reales, la película explora suposiciones sostenidas desde hace tiempo sobre el último duelo autorizado en suelo francés entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris, dos amigos que se convirtieron en encarnizados rivales.
Un relato épico con tintes de modernidad La última película de Ridley Scott (Los duelistas, Gladiador, Cruzada), basada en la obra homónima de Eric Jager y realizada en plena pandemia, si bien está lejos de ubicarse entre sus mejores títulos, devuelve a la pantalla grande un género que desde hace un tiempo considerable no ocupa lugar en la cartelera. El resultado es una producción indiscutible en términos de realización y narración, aunque las búsquedas del guion coescrito por Ben Affleck, Matt Damon y Nicole Holofcener resulten bastante irregulares. Mucho fue el lamento por que no llegue a los cines argentinos The Green Knight, la última película de David Lowery que reversionaba el mito artúrico de Sir Gawain y el caballero verde, basado en una leyenda anónima del siglo XIV. Claro que, acorde a las tendencias, el film protagonizado por Dev Patel podría haber significado un fracaso absoluto en la taquilla a raíz de su estructura poco convencional. No obstante, El último duelo, además de ser el ansiado regreso de Scott al ruedo (y esto no es lo último, ya que en diciembre llegará al país House of Gucci, película de la que se acaba de confirmar una duración de ¡200 minutos!) significa una nueva oportunidad para que los relatos épicos históricos vuelvan a ser una opción para presenciar frente a la pantalla grande. El último duelo comienza en el año 1386 en París, con un flash-forward que anticipa el duelo entre el caballero Jean de Carrouges (Damon) y su antiguo escudero Jacques LeGris (Adam Driver), mientras la joven Marguerite (Jodie Comer), junto con una desaforada multitud, presencia de manera afligida el inmediato enfrentamiento. Acto seguido, la historia se fragmentará en el relato de estos tres personajes respecto a un hecho en común: la violación de Marguerite, esposa de Carrouges, por parte de LeGris. Con una estructura claramente influenciada por Rashomon, de Akira Kurosawa, en El último duelo cada relato, y especialmente los dos primeros, en el que las perspectivas de Carrouges y LeGris tienen su desarrollo, no solo se abordará la visión de los hechos en cuanto al abuso de Marguerite, sino que también se profundizará en los episodios que devinieron en rivalidad la inicial amistad entre los dos caballeros. Sus combates en las campañas ordenadas por el Rey Carlos VI (Alex Lawther) y, fundamentalmente, las asperezas que surgen con la llegada del Conde D’Alençon (Affleck) y su preferencia por LeGris serán los ejes que antecedan al insalvable duelo que se producirá luego de que Marguerite confiese a su esposo la violación. Sin lugar a dudas, la narración de las tres perspectivas, repitiendo situaciones y lugares, pero alterando los acontecimientos según el interés de cada protagonista (a veces con cambios radicales en los hechos y otras, con notables sutilezas, por ejemplo, en relación a un zapato) es uno de los puntos mas fuertes de la película, que a lo largo de sus 2 horas y media de duración logra mantener el suspenso de manera efectiva, y hasta conduce a las inevitables y anticipadas conjeturas respecto a las versiones de Carrouges y LeGris, las cuales, indudablemente, son resultado de un desarrollo más que interesante. Claro que hay algunas cuestiones que resultan un tanto alarmantes, especialmente en lo que refiere a las extravagantes caracterizaciones e interpretaciones de Matt Damon y Ben Affleck, bastante contradictorias con el opresivo tono dramático que posee la película en la mayoría de su metraje. Pero, en definitiva, nada que descoloque por completo. Sin embargo, el tercer relato, en el que el punto de vista de Marguerite inicia con un contundente intertítulo, descoloca con algunas decisiones un tanto objetables. En reiteradas oportunidades, la forma en que la protagonista afronta el conflicto, y los diálogos que surgen en base a él, parecen responder a una lógica propia de tiempos del #MeToo y no así a la de la época medieval. Claro que el foco está puesto en apartarse de la tradicional y noble imagen que le es asignada a los caballeros, pero varias de las decisiones adoptadas para ello se aprecian totalmente incompatibles con el contexto histórico al que alude la obra. Finalmente, el enfrentamiento que tanto se hace esperar entre Carrouges y LeGris es sencillamente magnífico y explota en majestuosidad no solo aprovechando toda la carga dramática que meritaba en razón de la rivalidad in crescendo de ambas figuras, sino también gracias al ya conocido virtuosismo de Ridley Scott para este tipo de secuencias y a la tan atractiva como opresiva fotografía de Dariusz Wolski, habitual colaborador del realizador que también dotó de paletas oscuras y azuladas al penúltimo film del director, Todo el dinero del mundo (2017). En términos generales, El último duelo es una interesante superproducción digna de disfrutarse en la pantalla grande, especialmente a raíz de la carencia de este tipo de estrenos, y que encuentra sus mejores resultados cuando escapa a las extravagancias de algunos de sus personajes y, principalmente, a intenciones que amén de ser loables y estar basadas en un caso real, mucho se relacionan a la actualidad, pero poco tienen que ver en su ejecución con el contexto histórico representado en la película.
Rashomon medieval El film escrito por Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener sigue la estructura de la clásica película de Akira Kurosawa al narrar un crimen a través de perspectivas contradictorias. Ridley Scott inició su carrera como director con la excelente Los duelistas (The Duellists, 1977). Aquella crónica de la rivalidad y el capricho masculino es fundamental en El último duelo (The Last Duel, 2021), su película más reciente. Pero la influencia definitiva en el guión de Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener mana de Rashomon (1950), reconstruyendo un relato fatídico - el feudo entre dos hombres y la violación de una mujer - a través de perspectivas contradictorias. Ambientado a fines del siglo XIV y basado en hechos reales, el film muestra el comienzo del duelo climático - el último en la historia en ser sancionado legalmente en Francia - y luego retrocede en el tiempo para contar la versión de los hechos según Jean de Carrouges (Matt Damon), un impetuoso guerrero. Para cuando comienza la versión del carismático escudero Jacques Le Gris (Adam Driver), de nuevo desde el principio, descubrimos que los hechos en sí no se contradicen, pero es la perspectiva individual la que cambia su esencia, los tiñe de significado y tiende a justificar las acciones de la persona. Las mentiras de Carrouges y Le Gris nacen de las limitaciones de su bruto dogma y no tienen nada que ver con la astucia. No pueden ver otra cosa. La idiosincrasia del guión resulta en tres versiones de la misma historia contadas en sucesión y con suficientes cambios en cada una como para mantenerlas interesantes. Pero para cuando el relato ha reiniciado una tercera vez desde la perspectiva de Marguerite (Jodie Comer), la esposa de Carrouges que acusa a Le Gris de una violación (que él niega), la ambigüedad de la historia ha desaparecido. En una decisión moralmente impecable pero dramáticamente enclenque, la película elige una de las tres versiones de la realidad como la definitiva mucho antes del clímax del duelo. Quizás es una decisión adrede restarle poder catártico al duelo, que a ojos del público medieval definiría la verdad según la voluntad de Dios, pero para una audiencia moderna sólo importa como espectáculo. Ridley Scott entiende algo de pan y circo y escenifica un combate crudo y violento, con especial atención al fragor del acero y el tintineo de las cotas de malla, así como alguna que otra escena de batalla encarnizada a lo largo del film. El cruento realismo del combate contrasta con una puesta en escena en ocasiones menos convincente, con detalles anacrónicos o descuidados mechando los diálogos y las actuaciones. Damon y Driver componen a sus odiosos guerreros cargados de ultraje, y del lado de Le Gris también sobresale el noble libertino Pierre (Ben Affleck, canalizando gustosamente el hedonismo yuppie), pero la estrella de la película y la heroína de su propia historia termina siendo Jodie Comer. La trama representa honestamente el trato y lugar de la mujer en una época donde era poco más que la posesión de su marido - canjeada por tierras, encerrada en un castillo y con la obligación fiscal de parir un heredero - y un crimen contra ella era un crimen contra el hombre. Limitada y humillada por un sistema nefastamente patriarcal, el guión no traiciona nunca esta realidad y la trata como la víctima que es. Pero aún a través del sufrimiento y con la poquísima acción que se le permitiría, la actriz encuentra la forma de comunicar su fuerza interna y el sosiego de su determinación.
El Ultimo Duelo es una historia basada en hechos reales que involucra un delito que derivó en escándalo y juicio en la Francia medieval. Esto sirvió como fuente de inspiración para la última película de Ridley Scott, el director ideal para traer a la pantalla grande el último duelo por combate en el siglo XIV, también llamado "Juicio de Dios". La historia abarca el período comprendido entre 1370 y el año del duelo que nos ocupa, en 1386. Todo comienza con la amistad entre el respetado e impulsivo Jean de Carrouges (Matt Damon) y el ambicioso y fascinante Jacques Le Gris (Adam Driver) mejores amigos y valientes Caballeros de la Corona Francesa, que pasan a convertirse en acérrimos rivales al batirse a duelo como respuesta a la denuncia de Lady Marguerite de Thibouville (Jodie Comer) esposa de Jean, quien acusa a Jacques de haberla violado en ausencia de su esposo, en ese entonces en Normandía por negocios. Completa este talentoso elenco Ben Affleck en el rol del manipulador y hedonista Pierre d'Alençon, primo del Rey Carlos IV (Alex Lawther). Recordemos que la dupla Damon-Affleck es responsable de la gran "Good Will Hunting" por la que recibieron un Oscar al Mejor Guion, pero desde allí no volvieron a escribir juntos. Ahora, la gran historia basada en la novela de Eric Jager requirió de la colaboración de Nicole Holofcener, la mirada femenina que necesitaba esta historia. Ya desde la primera escena es recreada con rigor la preparación que antecede al combate, armas y vestimenta de los caballeros, como así también la importancia del público presente en el acto duelístico. Es un viaje atrapante que logra encender un suspenso que no decae en ningún momento. Como el suceso que se plantea está sembrado de dudas el guión puede verse desde tres miradas distintas, la de Jean, la de Jacques y la de Marguerite, ofreciéndonos así, distintos aportes muy valiosos y con pequeños detalles que los espectadores avezados van a apreciar, por lo que no resulta repetitiva, todo lo contrario. Sutil, épico, con escenas de combate impresionantes y un elenco excepcional que brilla en todo momento. De lo mejor que hemos visto en este 2021
El mítico director de Alien, el octavo pasajero, Blade Runner, Thelma & Louise y Gladiador construye una notable película que de alguna manera cierra un círculo iniciado con su brillante ópera prima Los duelistas, a partir de un guion firmado por Nicole Holofcener, Ben Affleck y Matt Damon. Precisamente Damon y Affleck forman parte del elenco de este film de época que tuvo su estreno mundial en la reciente Mostra de Venecia. Las buenas y malas gentes de la ciudad se han reunido para presenciar el acontecimiento social del momento: un ritual que se daba por muerto, pero que ha resucitado para dirimir las diferencias insalvables entre dos hombres. En un campo de barro acotado por cuatro graderías, Jean de Carrouges y Jacques Le Gris van a batirse en un combate mortal. O sea, que cuando este termine, solo quedará uno con vida. Dramático encuentro que sirve como preludio para una función que se pregunta, durante las dos horas y media que están por venir, cómo demonios se ha llegado a este punto. El año de este in media res es 1386 y el lugar es París, una ciudad todavía en construcción. Y en el preciso instante en que escribo estas líneas, la carrera cinematográfica de Ridley Scott es una especie de círculo tan perfecto como el punto en que, ahora mismo, esta empieza y acaba. Cuarenta y cuatro años después de Los duelistas, su impresionante ópera prima en la que Keith Carradine y Harvey Keitel estaban condenados a ir cruzando sus respectivos caminos de manera violenta, llega El último duelo, drama histórico donde a Matt Damon y Adam Driver les sucede exactamente lo mismo. Instantes antes de que los dos jinetes hagan chocar sus lanzas, la película nos transporta unos años atrás, cuando lo que les unía no era ese rencor irreparable, sino una amistad que, por este entonces, parecía irrompible. Y ahora sí, avanzamos en el tiempo. Una escena nos lleva a la siguiente y, entre una y la otra, han pasado días, o semanas, o incluso años. Todo avanza a una velocidad demencial, hasta el punto en que se impone cierta sensación de descontrol. Pero son solo las apariencias, que como bien sabemos, engañan. De repente, se produce una situación de alta tensión y, cuando esta parece que va a estallar, saltamos otra vez en el tiempo. “¿Qué ha pasado aquí?”, tenemos que preguntarnos continuamente. Y para salir de dudas, no queda otra que atender al relato de quien dice haberlo visto todo. Jean de Carrouges y Jacques Le Gris se juran lealtad y, en un abrir y cerrar de ojos, se desean la muerte. “¿Por qué?”, volvemos a inquerir, y ahí estamos, una vez más, atendiendo a las explicaciones de otro personaje; de otro parche en una narración que, muy a propósito, ha decidido alejarse de la omnisciencia. El punto está en negar la existencia de una única (y por esto irrefutable) verdad. Hay muchas, más aún en los temas que llaman a la controversia. Aunque, claro, lo normal es que solo haya una que importe. Esta es la búsqueda que motiva los saltos, las idas y venidas en las que se mueve El último duelo. El grueso de la película está partido en tres episodios, cada uno de ellos dedicado a una de las piezas cuyo destino depende del resultado final de la contienda que ha servido de apertura. En un lado está Jean de Carrouges y en el otro Jacques Le Gris, ya lo sabemos… pero es que en medio está Marguerite de Carrouges, esposa del primero, quien jura que el segundo la ha violado. La verdad de lo acontecido va basculando, como lo hacía en Rashomon, de Akira Kurosawa, dependiendo quien esté en posesión de la narración; de un relato que se blande cual arma de doble filo. El último duelo es cine de repeticiones y variaciones; de esos detalles que vienen cargados por el mismísimo Diablo. Como si de un juicio se tratara (como de hecho está planteada la novela homónima de Eric Jager, adaptada aquí a partir de un guion escrito por Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener), se nos invita a inspeccionar detalladamente los indicios, las evidencias y, por supuesto, los testimonios. Las escenas que marcan los puntos de inflexión en este drama son revisitadas, esto sí, en cada ocasión desde un punto de vista distinto. Desde una perspectiva que condiciona todo lo que vemos y oímos. Importa quién habla, por supuesto, y por esto es de suma importancia escuchar a todo el mundo. Incluso a aquellas personas a las que se quiere privar de voz propia. Especialmente a las personas a las que se quiere privar de voz propia. Moviéndose en las arenas de ese cine de época que pide épica, Ridley Scott toma la sabia decisión de dejar la espectacularidad para ocasiones más adecuadas. El último duelo es una película que se apoya principalmente en el texto y el elenco actoral, pero también en una puesta en escena que sabe que los choques más memorables se deciden en las distancias cortas. Cine de interiores y tomas cercanass; allí donde la esfera íntima puede convertirse en la peor de las cárceles. Uno de los pocos planos generales que vemos, nos descubre una catedral de Notre-Dame con su esqueleto todavía al descubierto. Y, efectivamente, la acción transcurre durante el levantamiento y consolidación de los fundamentos de ese templo para unos… y prisión para otras: la sociedad (y la retórica) patriarcal. Allí donde no hay amor, solo el honor -mancillable- de los machos, de los dueños de todo esto: un castillo, unos campos de cultivo, un ejército, una mujer. Ahí, entre tanto escombro (moral) se levanta la figura de Marguerite, encarnada por Jodie Comer. La que más importa. La única que importa. Acompañándola está un director que, a sus 83 años de edad, se reencuentra con su versión más magistral. Bestial solo cuando quiere herir al que hiere; atento y contenido el resto del tiempo, para que los actos retratados se expliquen ellos solos. Porque maestro es quien sabe escuchar; quien deja hablar.
Ustedes tal vez no lo recuerden, pero allá por 1977 Ridley Scott debutaba en la dirección de largometrajes -ya era un afamado director de cine publicitario en Inglaterra, junto a Alan Parker y a Adrian Lyne- con otra película de época, que también transcurría en Francia, pero en 1801, y que se titulaba… Los duelistas. Ahora estrena El último duelo, y no es el momento de abrir un arco sobre lo que hizo y significó el director de Alien, Blade Runner y Gladiador, entre otros filmes, en la renovación del cine. Es hora de abocarnos a la película que coescribieron Matt Damon y Ben Affleck, junto a Nicole Holofcener (Una segunda oportunidad, con James Gandolfini; ¿Podrás perdonarme?), sobre un hecho real que marcó, como indica el título, el último juicio por combate a duelo en Francia. Fue en 1386, y la disputa se libra porque Marguerite (Jodie Comer, de Killing Eve y Free Guy), esposa del caballero Jean de Carrouges (Damon, en un rol que no era para él: no resulta creíble), dice y jura ante el rey Carlos VI que el escudero Jacques le Gris (Adam Driver, demostrando que es el más versátil de todo el elenco) la violó. Vidas en juego Hoy puede parecer ridículo, pero por aquel entonces si Jean vencía en el duelo a Jacques demostraría que el escudero era culpable. Pero si el que terminaba muerto era él, Marguerite iba a ser prendida en la hoguera, porque habría mentido. Y ya la habían humillado. Así se llega al desenlace, pero mucho antes -la película dura dos horas y media- asistiremos a los relatos, las versiones de lo que en verdad sucedió, de acuerdo a lo que dicen Jean, Jacques y Marguerite, en ese orden. Nada de las damas primero. Es más: en el filme queda clarísimo que Marguerite es siempre un objeto. Primero, de su padre, y luego, de su esposo. Bien dicen que menos es más, y tal vez si nos hubieran ahorrado una de las tres versiones de la misma historia, bastaba. Más si a una de ellas (las tres empiezan con el título “La verdad según…”) le disfuman el nombre del personaje que la cuenta, y queda claro que ésa, y no otra, es la verdad. Como en Rashomon, del maestro Akira Kurosawa, que distintos personajes dan su versión de una violación. La película es, por momentos, como una telenovela de la tarde, con romance, traiciones, engaños, mentiras y soliloquios explicativos. Por suerte Scott está allí, para que en las escenas de acción, de batalla y de combate cuerpo a cuerpo haya vigor, fiereza y copos de nieve, o gotas de agua, o sangre o barro salpicando el encuadre. Pocos realizadores, y a sus 83 años, filman como él. También está Ben Affleck, quien iba a interpretar a Jacques Le Gris, pero por problemas de agenda sólo se tiñó de rubio y se quedó con Pierre, el noble, un papel más chico, pero relevante.
No demasiadas veces la Edad Media adquirió en el cine su verdadera dimensión económica. No solo en lo que se refiere a las batallas territoriales, la administración de justicia y la adquisición de títulos y honores, sino fundamentalmente en la concepción de sus alianzas matrimoniales como claves de expansión. Esa centralidad de Dios y de la divinidad del rey expone en este duelo final no solo la disputa entre dos egos que buscan su gracia, sino la demostración de cómo el poder de la fuerza alcanza el valor de verdad. La verdad es lo que está en juego en El último duelo. Por ello Ridley Scott y su tríada de guionistas –Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener- deciden dividir la historia en sus tres versiones, tres miradas que aspiran a afirmar la última verdad de lo acontecido. La primera responde al punto de vista de Jean de Carrouges (Damon), escudero orgulloso y algo temerario, cuyas campañas militares en nombre del rey Carlos VI de Francia le granjean la fama de buen soldado y el desprecio del platinado señor feudal Pierre d’Alencon (Affleck); la segunda es la de Jacques Le Gris (Adam Driver), otro escudero pero arribista, que supo ser buen amigo en la guerra y contrincante feroz en las disputas por los bienes del condado; y por último Marguerite de Thibouville (Jodie Comer), hija de un traidor al reino convertida en la segunda esposa de Carrouges y en la voz que se niega a perpetuar el secreto de su ofensa. Más allá de su ímpetu clásico en el relato, y la constante exploración de las relaciones de poder en la época, lo que define a la película de Scott, espejo inverso de aquella épica de su ópera prima Los duelistas (1977), afirmada en el crepúsculo de la gran Armada Napoleónica, es la deconstrucción de los verdaderos intereses detrás de la retórica del honor mancillado. “La violación nunca es una ataque a la mujer sino un delito contra la propiedad”, afirma el clérigo defensor de Le Gris como síntesis del sustrato moral del mundo medieval. Aún a partir de los términos anacrónicos que los guionistas colocan en las voces de sus personajes –que de hecho opera como ejercicio de modernización del relato histórico, no desde la parodia como lo hiciera La favorita, sino desde su conciencia trágica-, El último duelo observa su época de cerca con la lupa de su ventaja histórica. Como era de esperar en la decisión de su abordaje, Scott empieza y termina su película con la imagen de Jodie Comer, cuya mezcla exquisita de fortaleza y fragilidad queda expuesta con grandeza en la escena del juicio. Una partida de caballeros que conserva a su dama para la última jugada.
En la Buenos Aires cada vez más llena de una oferta cultural diversa, sucede por estos días, en la Sala Lugones, el ciclo dedicado a Akira Kurosawa. Acaso, el más “americano” de los directores de cine japonés, sobre todo después del estreno de Rashomon (1950). La película, con la estrella Toshiro Mifune, que se estructuraba en base a cuatro versiones distintas de un mismo hecho, una violación, según la contaran los distintos personajes. Setenta años después, Ridley Scott cita ese clásico. Así como también su propia carrera, iniciada con la excelente Los Duelistas (1977). Aquel film en el que dos hombres (Harvey Keitel, Keith Carradine) viven una serie de encuentros, por supuesto violentos, como les pasa, en El último duelo, los personajes de Adam Driver y Matt Damon. Son 150 minutos de lo que se intuye como una épica medieval de acción espectacular. Pero que, aún con esa acción presente, se trata, más bien, del despliegue de un relato íntimo. Una verdad y sus distintas versiones, sobre lo que llevó a que esos dos hombres, Jean de Carrouges (Damon) y Jacques Le Gris (Driver), se enfrenten en combate mortal. El último duelo es una historia acerca de cómo se llega a la violencia en un mundo hiperviolento. Uno a la Game of Thrones (sin elementos fantásticos) donde la brutalidad es norma. Junto al extraño, y rubio, Ben Affleck (que escribió el guion junto a Damon y Nicole Holofcener), y la británica Jodie Comer (Killing Eve) como Marguerite, el elenco interpreta a los involucrados que alternarán su mirada de lo que llevó las cosas hasta ahí. Cuando una especie de amistad entre los dos hombres derivó en rivalidad y, finalmente, cuando Marguerite le cuente a su marido que el otro la violó, en una cuestión de vida o muerte. De manera notable, Scott y su equipo de actores-guionistas construye una película a la antigua, en la que los efectos especiales están a un costado y el placer de la narración en el centro. Capaz de meterse, a través de un texto basado en hechos reales, sucedidos hace varios cientos de años, en temas de agenda actual. Como los abusos y sus efectos, o la urgencia por una verdad que puede tener consecuencias pero es mejor que el silencio. Un feminismo, que puede percibirse algo forzado, dadas las circunstancias históricas, pero invita a una mirada moderna. Mientras guarda la potencia del enfrentamiento entre dos hombres como una apuesta visual que vale la pena ver.
I don’t what to do you don’t know what to say the scars on my mind are on replay HISTORIAS INNECESARIAS The Last Duel parecería, a priori, una película perfecta para que los talentos de Ridley Scott se luzcan: el escenario medieval, sus batallas y castillos, ofrece todas las posibilidades para que el diseño de producción brille; la historia enfrenta al caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) con su escudero Jacques Le Gris (Adam Driver) y está llena de momentos de alta intensidad dramática para el lucimiento actoral; por último, la presencia de un personaje femenino potente como Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) no sólo le permite a la actriz demostrar su capacidad en la pantalla grande sino que se suma a las heroínas que pueblan la filmografía del director desde que Ellen Ripley puso sus pies en la Nostromo. Los condimentos estaban. Sin embargo, el plato final no es sólo una película atípica en la filmografía de Ridley Scott –lo cual, a sus 83 años, siempre resulta bienvenido-, sino una película fallida, redundante al borde del tedio, tironeada por su intención de ser varias cosas al mismo tiempo y, en última instancia, anticuada e ingenua. Tomando en cuenta los principales nombres involucrados en la producción de The Last Duel, resulta tentador atribuirle a cada uno las distintas intenciones que atraviesan la narrativa de esta película. Podría especular con que las escenas de mayor aliento épico y nervio a la hora de filmar –que son pocas y, por nada del mundo, las más relevantes para la historia- fueron las que atrajeron a Scott a esta propuesta; que el relato de una amistad que se rompe, de alianzas y traiciones entre hombres, fueron el motor para Matt Damon y Ben Affleck (que también habrán visto la oportunidad de otorgarse dos buenos papeles); que la mirada de Marguerite de Carrouges -finalmente, el corazón de la película- debe haberse beneficiado sustancialmente con la escritura de Nicole Holofcener (dos de las seis manos involucradas en el guion). Opto por desconfiar de una lectura tan unidimensional de un proceso creativo y prefiero postular que, si The Last Duel es una película fallida, es porque pretende generar una intriga que no sostiene, porque se adjudica una profundidad psicológica que no es tal. The Last Duel cuenta tres veces la misma historia, a través de tres capítulos con miradas contrapuestas: una, la del caballero Jean de Carrouges, un hombre valiente y cabeza dura que considera que sus esfuerzos no son debidamente reconocidos; Jacques Le Gris, su escudero compañero de batallas, seductor y hábil para ganarse la confianza de los nobles; Marguerite, esposa de Jean, hija de un noble en bancarrota, una mujer que nunca pudo elegir nada. Una noche, mientras Jean está en una batalla muy lejos, Le Gris se mete en su casa y viola a Marguerite. Ella lo acusa públicamente y Jean lo reta a un duelo a muerte para que sea Dios quien elija al ganador (por ende, al portador de la Verdad). Le Gris, que se proclama inocente, acepta. Si Jean de Carrouges -que ya tiene sus achaques fruto de un sinfín de batallas- llegara a perder, la única damnificada sería Marguerite, condenada a morir en la hoguera con el hijo del caballero en su vientre. Marguerite es el trampolín para introducir una lectura feminista y convertir a The Last Duel en una suerte de anti-épica. Lo que se presenta como una disputa por el honor entre dos hombres se convierte gradualmente en el relato claustrofóbico de una mujer atrapada en una disputa brutal entre hombres patéticos: un mimado de la corte convencido de que su labia lo hará salir impune y un marido dispuesto a sacrificarla para salvar su orgullo. El capítulo que narra el punto de vista de Marguerite es el más sólido y potente. También es el que hace tambalear toda su estructura: viéndolo, uno se pregunta por qué la película demora tanto en arribar a este punto. En algún lado leí que los autores se inspiraron en Rashomon a la hora de plantear esta estructura tripartita, pero sólo una lectura muy superficial de Rashomon permitiría vincular a The Last Duel con la película de Kurosawa (además de un ego un tanto inflado). Si en Rashomon las miradas extremadamente contrapuestas sobre un mismo hecho (también una violación) permitían alimentar la tensión y ofrecer una reflexión sobre la dificultad de acercarse a la verdad en el marco de un juicio, en The Last Duel, ese marco está ausente: los tres puntos de vista se suceden de manera arbitraria, separados por una placa negra con la leyenda: “la verdad según…”. Al llegar al segmento de Marguerite, la sección que reza “según Marguerite” se esfuma en un fundido, quedando sólo en pantalla: “la verdad”. La pregunta es, entonces: ¿por qué The Last Duel se toma dos tercios de su duración para construir una intriga que no es tal?. Nunca parece estar en cuestión que la violación haya ocurrido: la misma película nos señala que es a Marguerite a quien tenemos que creerle. ¿Por qué, entonces, la película se extiende sobre la mirada de los dos personajes masculinos? Podría tratarse de una película polémica e incluso reaccionaria, que propusiera una multiplicidad de miradas sobre un mismo hecho, pero se detona a sí misma cuando abraza la mirada de Marguerite como el verdadero punto de vista de la historia. Una decisión narrativa que evidencia que todo lo anterior no ha sido más que una gran dilatación, no más que una extensa y lujosa pérdida de tiempo. De paso, Scott filma dos veces la escena de la violación enfatizando la violencia del ataque las segunda vez, achatando la incomodidad en favor de cierta crueldad. Eventualmente, llega el duelo del título y gana Carrouges. Una carreta arrastra el cuerpo inerte de Le Gris y el guerrero Jean cabalga de regreso a su hogar, su honor restaurado. En el horizonte, se construye la Catedral de Notre Dame. Detrás, en un segundo plano, cabalga Marguerite que acaba de salvar su vida; una vida siempre a merced de los caprichos de los hombres. Es un final amargo, que la película decide resolver con un sobre-final en el cual se nos explica que Jean de Carrouges murió en las Cruzadas y que Marguerite crio a su hijo pero nunca se volvió a casar. Un final que quizás sería apropiado si la película se abocara totalmente al punto de vista de Marguerite pero que acá se siente trunco, incompleto. Extraño, tratándose de una película de dos horas y media que sólo en su último tercio parece encontrar una gran historia para contar y, sin embargo, nunca termina de decidir qué hacer con ella.
En el clásico “Rashomon”, Akira Kurosawa contaba los pormenores de una violación y un asesinato desde los puntos de vista de los distintos testigos del hecho, incluyendo el del fantasma de la víctima del homicidio. En el clásico épico hollywoodense “Ivanhoe”, de Richard Thorpe, lo más memorable eran las formidables batallas medievales, pero que estaban brillantemente unidas por una trama dramática contra la intolerancia y el antisemitismo con una joven Elizabeth Taylor encarnando a una princesa judía, acusada de brujería, por cuyo honor se batían a duelo dos caballeros. La nueva película de Ridley Scott, “El último duelo”, es como “Rashomon” pero sin el fantasma, y como “Ivanhoe” pero sin batallas memorables. Además, tanto los dos clásicos citados rondaban razonablemente la hora y media de metraje, mientras que esta superproducción no ahorra en tiempo con sus dos horas y media de duración. Entendiendo que, así presentada, “El ultimo duelo” no parece muy prometedora, lo cierto es que Ridley Scott es un director capaz de soslayar los momentos más torpes del guion del protagonista Matt Damon, junto a su amigo Ben Affleck –quien seguramente debió reprimir las ganas de hacer de caballero medieval ya que el público se habría reído al verlo dentro de una armadura-. Basada en una novela de Eric Jager, a su vez inspirada en una historia real del siglo XIV, la sorprendente tesis del guion es que en la Edad Media había mucho machirulismo. La trama gira en torno a la rivalidad entre dos amigos escuderos, Matt Damon y Adam Driver, que escala a su máximo nivel cuando la mujer de uno de ellos, ya nombrado caballero, asegura haber sido violada por el otro. Como la mujer no tiene entidad como persona jurídica, para pedir justicia debe intervenir su marido, sin otra opción que reclamar ante el rey Carlos VI el “juicio de Dios”, o sea un duelo de caballería. La historia esta contada al estilo “Rashomon” en tres partes con el punto de vista primero de ambos guerreros y luego de la mujer violada. Si bien Scott marca sutiles diferencias visuales, en los dos primeros relatos del mismo hecho no hay demasiadas cosas distintas, que recién aparecen en la versión femenina. Lo que por supuesto deriva en gran pérdida de tiempo narrativo; por suerte, cuando Scott maneja un gran presupuestos como éste, siempre habrá cosas atractivas para ver, y aquí brillan las descripciones de la corte y sus costumbres cortesanas, más los exteriores con castillos magníficos. Las actuaciones del trío estelar, Damon, Driver y Jodie Comer son buenas, y ayudan a sobrellevar los momentos desparejos de este épico melodrama que no podrá ensombrecer la memoria de aquella extraordinaria opera prima de Ridley Scott sobre una rivalidad perdurable, “Los duelistas”.
A los 83 años Ridley Scott regresa a los cines con su mejor película desde American Gangster, donde ofrece un interesante drama medieval basado en hechos reales. La trama de El último duelo es apasionante porque se relaciona con un misterio sin resolver de la historia francesa. En 1386 un caballero llamado Jean de Carrouge se enfrentó en un duelo contra el hombre acusado de haber violado a su esposa. Sin embargo el supuesto agresor se presentó a la contienda con el apoyo de un montón de gente que creía en su inocencia. ¿Sir Jacques Le Gris realmente violó a Marguerite de Carrouges o le tendieron una trampa? Desde entonces esta cuestión se debate entre los historiadores y juristas donde existen varias interpretaciones sobre el caso. La película de Scott, que cuenta con el guión a cargo de Ben Affleck, Matt Damon y Nicole Holofcener, toma como fuente los análisis más contemporáneos que inclinan la balanza a favor de Marguerite. Durante siglos historiadores aferrados a una cultura machista intentaron retratarla como una especie de Lady McBeth conspiradora con el fin de condenar a quien había sido la víctima del abuso. Una versión que nunca tuvo demasiado sentido. Las investigaciones más recientes rescatan la figura de esta mujer que se animó denunciar ante la Ley la agresión que había sufrido ocurrido con toda la monarquía francesa y la Iglesia en su contra. En este proyecto Scott adoptó una estructura narrativa que evoca el clásico Rashomon, de Akira Kurosawa, donde el conflicto se narra de las perspectivas de los tres personajes principales. El tercer episodio centrado en el punto de vista de Marguerite, a cargo de una excelente Jody Comer, es el más interesante ya que ahonda en profundidad en esa cultura misógina de la antigüedad que poco tiene que ver con los romances literarios de la época o las posteriores visiones hollywoodenses con caballeros honorables. Hay una intención del film en ese sentido de explorar el concepto de la masculinidad tóxica y ese sistema que lo amparó durante siglos. Affleck y Damon, cuyo último guión en conjunto había sido Good Will Hunting (por el que ganaron un Oscar en 1998) ofrecen interpretaciones estupendas junto a Adam Driver, a quien siempre le sienta bien los personajes despreciables. Sin embargo, la gran figura del film es Jody Comer, quien a partir de la segunda mitad del relato sobresale con los momentos más destacados. En materia de realización nos encontramos ante un Scott inspirado que ofrece una experiencia cinematográfica para ser disfrutada en la pantalla grande. Desde los aspectos visuales El último duelo es la mejor obra que brindó en la última década y llama la atención por un detalle en particular. Las secuencias de acción presentan una violencia visceral que por lo general solemos encontrar en las ediciones en dvd del corte del director o las versiones extendidas. Por alguna razón, Ridley logró imponer su visión en el corte para cines y todas las secuencias de batalla son de una crudeza impactante. Durante el clímax ofrece el mejor combate de justa de la historia del cine y no es una exageración, cuando vean la película lo van a comprobar por su cuenta. Scott despoja el combate de todo entretenimiento pochoclero para retratar con realismo esa brutalidad primitiva que tenían esos encuentros. Una elección del director que le aporta al momento un enorme impacto emocional, ya que la pelea no se narra como una coreografía estilizada. En resumen, El último duelo es un gran trabajo de este maestro del cine que en breve regresará a las salas con una propuesta diferente protagonizada por Lady Gaga. Hasta ese momento esta producción sobresale entre las mejores opciones de la cartelera.
En 1977 y tomando como base un cuento de Joseph Conrad, Ridley Scott rodó Los duelistas, la película que lo hizo conocido a nivel internacional. A partir de allí, comenzó una carrera prolífica que combina clásicos imperecederos como Blade Runner o Alien y también, algunos papelones que no vamos a nombrar. Las carreras de los artistas (y en otros ámbitos es igual), en general combinan aciertos y errores así que no hay nada que enrostrarle a Ridley que está transitando su octava década de vida y todavía tienen ganas de filmar. Aquella película entre otras cosas seguía la idea de iluminación “de época” que había impuesto Kubrick un par de años antes para Barry Lyndon. Scott arrancó con premios y fama de ser artístico. Ahora llega el estreno de El último duelo, una de las últimas películas que estuvo filmando Scott que varias décadas después de su debut, es una verdadera máquina de producir. Lo cierto es que muchos resaltaron el hecho de que su primera película fuera sobre un duelo que se prolongaba a través de los años, y ahora, en el SXXI, vuelve con otro relato sobre un enfrentamiento pero esta vez ambientado en la edad media. Olvídense de Los duelistas porque no puede se puede pensar en algo más opuesto que aquella película que este verdadero tanque de la industria, que llega de la mano de un guión de Matt Damon y Ben Afleck, un dúo que logró un éxito resonante con el guion de En busca del destino y que además, apuntaló sus carreras como actores, cuando exigieron interpretar a los personajes de su propio guion, siempre teniendo presente a su héroe en eso de imponerse la industria, Sylvester Stallone, que marcó el camino con Rocky. Hoy Scott, Afleck y Damon son pesos pesados de Hollywood y acá están con una película que viene a contar la historia real de un duelo ocurrido entre dos miembros de la corte francesa. Sir Jean de Courreges (Matt Damon) y Jaques Le Gris (Adam Driver) eran re amigotes y luchaban juntos por su rey, pero también tenían una especie de duelo menor por los favores de Pierre de Alencón (Ben Afleck), que era un noble libertino y caprichoso de mucha influencia en la corte del rey Charles IV (Alex Lawther), que no era mucho más que un adolescente recién casado que no tenía demasiada experiencia en eso de ser rey. Los dos amigos comienzan a competir cada vez más, el noble Alencón simpatiza con el joven y ardoroso Le Gris y recela o directamente detesta a Jean de Courreges. El pobre Jean además está pasando por una mala época y también hay que decir que es un tipo resentido y para nada divertido ni afecto a la vida en la corte. Las decisiones del rey y del noble influyente son cada vez más parciales en sus decisiones y favorecen a De Gris en contra de los intereses de De Correges. La frutilla del postre de todo este entramado de problemas cortesanos es la mujer de De Courreges, Margueritte (Jodie Comer) que es fiel a su marido y sufrida consultora de las dudas de su consorte (consultora en la medida en que lo podía ser una mujer en la edad media, digamos). Margueritte es realmente de la realeza mientras que su marido se siente un intruso en ese mundo quizás porque es noble pero sostener ese espacio le cuesta mucho y para pagarlo debe salir a luchar por su rey. El asunto es que Le Gris va ganando espacio y además se siente cada vez más seguro en lo suyo. Le Gris no es Caballero pero tiene los favores de la corte, mientras que De Courreges es despreciado en ese ámbito. Margueritte se ve atraída en cierta manera por De Gris, algo que comparte con el resto de las mujeres de la corte, hace un par de comentarios con algunas mujeres un poco “imprudentes” para el clima que se vivía en ese lugar. Le Gris se enamora y la aborda un par de veces y en una de las ausencias de De Courreges no tiene mejor idea que concretar la cosas y viola a Margueritte. El Caballero De Courreges vuelve de una campaña agotadora y solo quiere comer, descansar y tener sexo con su esposa para intentar procrear un heredero. Pero Margueritte le cuenta que fue violada por el ahora definitivamente ex amigo de su marido. La película es interesante, violenta y con buenas actuaciones. El guión tuvo un tratamiento especial, ya que Dammon y Afleck se repartieron los testimonios de la época y le dieron un formato estilo Rashomon y la película está dividida en capítulos que corresponden a los distintos testimonios. Scott filma bien y la violencia de las escenas de lucha es verosímil, o todo lo verosímil que puede ser Hollywwod con respecto a la Edad Media. Hay además una leve bajada muy de época actual con respecto a las mujeres. De todas maneras ese abordamiento del tema no termina de molestar y en todo caso, la película deja en claro que Margueritte si bien fue violada por Le Gris, también era sometida por su esposo De Courreges algo que era lo que pasaba más o menos normalmente en aquella época en la que el sometimiento al marido era lo que se aceptaba socialmente. EL ÚLTIMO DUELO The Last Duel. Estados Unidos/Reino Unido, 2021. Dirección: Ridley Scott. Intérpretes: Matt Damon, Adam Driver, Jodie Comer, Ben Affleck, Harriet Walter, Marton Csokas y Nathaniel Parker. Guion: Nicole Holofcener, Ben Affleck y Matt Damon. Fotografía: Dariusz Wolski. Edición: Claire Simpson. Música: Harry Gregson-Williams. Distribuidora: Disney (20th Century Studios). Duración: 152 minutos.
EL ÚLTIMO DUELO llegó a los cines para relatar una historia medieval basada en hechos reales. Bajo la dirección del gran Ridley Scott (Gladiator & Alien) y un cast impresionante compuesto por Jodie Comer, Adam Driver, Matt Damon y Ben Affleck. La película está basada en la verídica historia de rivalidad que existió entre Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver), a partir del acoso de Le Gris a Marguerite (Jodie Comer), mujer de Carrouges en ese entonces. El film tiene una narrativa muy interesante. Me gustó mucho la construcción de los sucesos a partir de los puntos de vista de cada uno de los protagonistas. El relato se hace repetitivo por momentos, pero eso no le quita lo fresco y novedoso. Las estéticas son perfectas. Ridley Scott es un hombre muy capaz de representar el género “épico” en el cine. Las escenas de acción son muy potentes e impactantes. Los momentos de emoción violenta o tristeza son perfectos, generan en el espectador una sensación terrible de dolor e injusticia. Es una gran representación de lo que se vivía en esas épocas. Las actuaciones son extraordinarias. Adam Driver y Matt Damon hacen unos papeles impecables, aunque el premio mayor se lo lleva Jodie Comer. Su interpretación de Marguerite es brillante. Emotiva, auténtica y con una fuerza actoral descomunal, de las mejores interpretaciones del año. La historia es interesante y muy cruda. A todos aquellos que les interesan las historias basadas en hechos reales, esta película transmite todas esas características típicas que generan un impacto enorme en la reflexión del espectador. Concluyendo esta reseña debo decir que “El último duelo” es una gran película. Su fuerza narrativa y su impacto visual hacen que sea una obra muy interesante de ver. Se mete directo entre lo mejor de este 2021. Como siempre, aconsejo verla en cines para un mayor disfrute. Por Leandro Gioia
Crítica de El último duelo. Ridley Scott trata de reinventar el cine de época medieval con un cast de lujo. Joaquín Viloria Hace 1 semana 0 41 La mayoría de las películas que retratan la edad media tienen un eje claro: las guerras. Esto se da comunmente porque es lo que más caracterizó a esta oscura época de la humanidad, junto con las grandes pestes. El último duelo, bajo la dirección de Ridley Scott, está cruzado naturalmente por los conflictos bélicos, pero la historia que cuenta pasa por otro lado. El último duelo', el primer caso de 'Me Too' de la historia que se resolvió a golpe de espada El filme retrata la historia, basada en hechos reales, de Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), que acusa de violación a Jacques Le Gris (Adam Driver). Debido a que no le creen, el esposo de Marguerite, Jean de Carrouges (Matt Damon) retará a un duelo a muerte a su mejor amigo, para demostrar que su mujer tiene razón. Lo mejor de esta cinta, además de un fabuloso elenco, que tiene a Ben Affleck haciendo un papel de reparto como Conde Pierre d’Alençon, es la manera en la que cuenta este relato. En vez de hacerlo de forma lineal, con un principio, un desarrollo y un final, contado desde una sola perspectiva, Scott prefiere contar la historia de Marguerite desde tres miradas distintas. Tras mostrarnos una imagen de lo que luego sería el duelo entre Le Gris y Carrouges, el guion se encarga de mostrar, detalladamente, como fue la secuencia desde que estos dos se hicieron amigos hasta el momento del duelo, desde la mirada de cada uno. Además, cuenta con una tercera mirada, la de la mismísima Marguerite. Es innegable que por momentos ciertas escenas se vuelven aburridas, sobre todo cuandoCrítica de 'El último duelo', de Ridley Scott, desde Venecia aparecen en la pantalla por tercera vez, pero la riqueza se encuentra en las pequeñas diferencias que se pueden encontrar en los relatos de cada personaje: en cada versión, cambia quién es el villano, el culpable, el violento o el héroe, pero los hechos en general son los mismos. Con momentos de relleno que la estiran demasiado, El último duelo resulta ser una muy buena obra para Ridley Scott, ya que logra graficar lo que tuvo que padecer Marguerite de Carrouges desde 3 perspectivas distintas, lo que da mucha claridad en los hechos. Con aciertos y errores, logra su cometido, entretiene y va un poco más allá de lo tradicional.
Si hay un director que divide bastante las aguas en el mundo cinéfilo es Ridley Scott. Amado por muchos, pensado como sobrevalorado por otros; nadie puede negar que sus últimos proyectos venían dejando bastante que desear. Pero cuando se supo que su nuevo film iba a ser de corte medieval, y con guión de Matt Damon y Ben Affleck, El Ultimo Duelo ya se había ganado toda nuestra atención. La historia transcurre en la Francia del 1300. Dos escuderos que eran amigos, comienzan a distanciarse cuando el Duque Pierre empieza a favorecer a uno de ellos mientras denigra al otro. Pero la enemistad se acrecienta cuando la esposa de uno de ellos, confiesa que fue abusada por parte del otro hombre. No son pocas las películas que proponen una misma historia, narrada desde varios puntos de vista. Quizás la pionera de ellas fue Rashomon, de Akira Kurosawa, pero a día de hoy, hasta tenemos series como The Affaire, que tienen la misma dinámica. Pero El Ultimo Duelo agrega a la fórmula, un mensaje actual de feminismo, en una trama que sucede en la edad media. ¿El resultado? Veremos. Vale aclarar que sí, estamos ante una buena película, donde el apartado técnico cumple con creces en todos los campos, aunque sí podríamos decir que la fotografía peca un poco de limpia, siendo que todo pasa en una de las épocas más sucias de la historia. Pero todo esto se compensa con un tridente de actuaciones que levean todo para arriba, y que no sería raro si alguno de estos tres intérpretes, termina con alguna nominación al Oscar. Matt Damon cumple muy bien su rol de hombre tosco y de no muchas luces, pero que se va a mantener firme en su posición hasta las últimas consecuencias. Adam Driver sigue demostrando que es uno de los mejores actores del momento, cargándose el rol de villano con una soltura bastante sorprendente. En cuanto a Jodie Comer, a quienes vemos Killing Eve nos da gusto ver cómo la joven actriz empieza su carrera en Hollywood a base de buenos proyectos. Incluso el siempre discutido Ben Affleck está a la altura, aunque su personaje no tiene el peso de los tres ya mencionados. Aunque también vale decir, que se ve raro a actores gringos, falseando acento británico, mientras interpretan a franceses medievales. Pero no todo es bueno en El Último Duelo. Si bien la historia central está narrada desde tres puntos de vista distintos, la repetición de escenas a la larga se termina haciendo cansina, logrando que la película alcance unas innecesarias dos horas y media que se terminan sintiendo. Y es que entendemos que cada uno de los personajes cuenta su verdad (o su mentira), pero muchas veces la reiteración de situaciones no aporta nada nuevo al espectador. A esto hay que sumarle que, si bien se intentó mostrar lo que tenían que padecer las mujeres en esa época, siendo sometidas a más no poder y con su palabra puesta en duda siempre; el hecho que algunos personajes digan ciertas cosas, choca bastante con el contexto histórico donde todo sucede, y puede llegar a descolocar a más de un uno. En conclusión, El Último Duelo es una buena película que cumple en casi todos los apartados, pero que por varios detalles y pese a tener buen puntaje, dudamos que logre colarse entre lo mejor del 2021.
El cine de Ridley Scott quizá sea más reconocido en la escena mainstream por su espectacularidad y su estilo visual que por lo que logra cuando se adentra en dilemas morales y aquello que toca la fibra más humana de sus personajes. El director de gemas como Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), sabe perfectamente cómo camuflar de pochoclos relatos que plantean un redescubrimiento del mundo por parte de sus protagonistas y que permiten profundizar en temas como los peligros del «progreso» humano, la finitud de la vida, la libertad y, por supuesto también, la violencia machista. Así es como, en esta oportunidad, nos encontramos ante otro film cuyo diseño de producción grandilocuente es solo una excusa para contar un drama intimista, que se cuece a fuego lento y que tiene como objetivo una revisión, justa y realista, de un hecho histórico. Luego de cuatro años alejado de la gran pantalla, en donde supo lucirse con dramas televisivos como The Terror, Scott vuelve al ruedo en El Último Duelo (The Last Duel), presentada fuera de concurso en la última edición del Festival de Cine de Venecia. El cineasta británico cierra de alguna forma un ciclo con otro relato impregnado por aquel viejo ritual masculino en defensa del honor, como ya lo había hecho en su ópera prima, Los Duelistas (1977). Sin embargo, aquí Scott decide hacer foco en la ancestral violencia patriarcal mediante un relato verídico que conversa muy bien con las actuales denuncias de las mujeres en el mundo. Todo sea por el honor (el de ellos) Ambientada en el año 1386 en París, durante la turbulenta época de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, El Último Duelo presenta a Jean De Carrouges (interpretado por Matt Damon), un caballero sin descendencia y sofocado por la crisis económica que ha perdido el status que su apellido solía otorgarle. Su amigo y compañero, el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver), es el encargado de visitarlo para exigirle que pague sus deudas a la corona. Mientras Le Gris toma cada vez más poder a partir de su vínculo con el hedonista Conde Pierre d’Alençon (Ben Affleck), Jean decide resolver sus problemas financieros y para ello se casa nuevamente con una bella e inteligente joven llamada Marguerite (Jodie Comer), haciéndose así con las tierras de su familia. Tras librar una batalla en Escocia, De Carrouges regresa a su hogar y se entera por boca de su esposa que, en su ausencia, Le Gris ha aprovechado para violarla. Aquella situación lleva al caballero a pedirle al Rey Carlos VI que le permita recuperar su honor ultrajado a través de un duelo con espadas entre él y su antiguo colega. La nueva película de Scott (quien este año estrena también La Casa Gucci), está basada en el libro homónimo de Eric Jager y narra la historia real del famoso duelo que acabó con todos los duelos. Una historia quizá desconocida en nuestra región pero que en Francia forma parte del acervo cultural y suele ser citada en múltiples debates. El film, además, cuenta con un guion escrito en conjunto entre la novelista Nicole Holofcener, Affleck y Damon, estos dos últimos reunidos nuevamente para la escritura tras su oscarizado guion en En Busca del Destino (1997) de Gus van Sant. La referencia obvia a la que alude El Último Duelo es Rashomon (1950), obra maestra de Akira Kurosawa. Su estructura clásica, dividida en 3 capítulos, en donde cada uno cuenta la misma historia pero desde la perspectiva única de los tres protagonistas, podría haber sido una buena herramienta. Lejos de la ambigüedad y el excelente manejo del suspenso que presentaba el film de Kurosawa, la narrativa de El Último Duelo solo se limita a emular la estructura sin jugar nunca psicológicamente con la cuestión crucial del relato: la violación de Marguerite. Algo que podría haber sido atractivo pero a lo que el director renuncia con toda vehemencia, presentando a uno de los capítulos como «La Verdad«. Ante la falta de riesgo, Ridley Scott ofrece a cambio un interesante drama épico y reflexivo en clave feminista, aunque innecesariamente repetitivo, con sus numerosos subrayados y su escasa economía del relato. Tampoco es que la representación del patriarcado y la masculinidad tóxica en un film ambientado en la edad media sea algo revelador para el público adulto al punto de necesitar tanta sobreexplicación en cada detalle. En el terreno de la acción, estamos ante una clásica obra de Scott, con su brillante pulso que mantiene la atención a pesar de su excesiva duración y los puntos flojos del guion. Las batallas quizá no ocupen tantos minutos de pantalla pero, cuando lo hacen, el cineasta regresa a su zona de confort con secuencias emocionantes que no se privan de la sangrienta violencia gráfica. Hay que decir que el film se beneficia desde el minuto cero por una correcta y realista ambientación de época, con majestuosos exteriores cubiertos de nieve, a la que acompaña una fotografía gélida en paletas azules. A sus 80 años, podemos afirmar que el director de Gladiador (2000) deja pedaleando en el aire a la mayoría de los blockbusters actuales saturados de CGI que valen fortunas pero cuyo dinero nunca se ve traducido en imágenes de calidad. Ridley, al igual que otros colegas taquilleros como Steven Spielberg, es un tipo que ha demostrado desde sus inicios que sabe cómo manejar grandes presupuestos y eso se nota. En cuanto a las actuaciones, siempre resulta grato ver a Matt Damon en acción y más cuando se trata de un papel que le permite mostrar diversas caras. Una performance correcta pero que fácilmente destaca ante un Adam Driver monótono, cuyo única expresión facial compite con el rubio noventoso de Ben Affleck por ver quien aporta menos a la trama. Por último, y no menos importante, Jodie Comer (a quien posiblemente hayan visto en Killing Eve), sorprende con un personaje estoico, desafiante, al que dota de cierta astucia silenciada. Queda claro que si el guion le hubiese permitido jugar más, podríamos estar hablando de Comer como la actuación femenina del año. En definitiva, podemos decir que El Último Duelo de Ridley Scott cumple al presentar una epopeya histórica bien ejecutada, inmersiva y técnicamente más que digna de visionado. No obstante, esta suerte de revisionismo con perspectiva de género carente de sutilezas y repetitiva, falla profundamente en su obsesión por guiar de la mano al espectador aclarando todo el tiempo lo que este tiene que pensar y sentir, subestimando su propia construcción.
Ridley Scott con su sapiencia acumulada, desde 1977 cuando presento su opera prima, también de de duelos y obsesiones, nos brinda una superproducción con muchas virtudes, y de alguna manera completa un ciclo. Es una historia verdadera, de Paris, del 1300, que fue escrita por Eric Jager pero para llevarla al cine adoptó la idea de Kurosawa, en Roshomon, de cortar desde diferentes personajes una misma historia. Matt Damon se hizo cargo de su propia historia. Ben Afleck del punto de vista del personaje de Adam Driver. Y Nicole Holofcener del tercer y máas importante tramo, del personaje de Jody Comer. La película comienza con un enfrentamiento medieval casi en desuso para la época, un último duelo a muerte. Se enfrentan dos compañeros de armas, amigos que luego por cuestión de propiedades, de hombres que no tienen matices, terminan enfrentados. Primero por territorios y ambiciones. Segundo por injusticias de favores de nobles. Y tercero por una mujer, esposa de Jean de Carrouges (Matt Damon) que denuncia haber sido violada por el rival de años de su marido Jacques Le Gris (Adam Driver). Una mirada de empoderamiento femenino en un mundo de hombres que consideraban a la mujer como una propiedad más. La denuncia de violación es tenida en cuenta porque se considera una ofensa para el marido. El marido le cree a su esposa porque le permite arremeter con todo contra el hombre que mas odia. Este nunca consideró la violación sino una negativa actuada según las normas de la época, en definitiva un consentimiento. Hasta que llega la voz de la víctima. Un interesante, aunque largo juego de detalles de una historia que se cuenta tres veces con sutiles diferencias y en un mundo cerrado por convenciones y conveniencias. También hay increíbles escenas de acción y todas se sienten verdaderas, lejos de los efectos especiales, cerca de la solidez de construcción de cada momento. Jodie Comer y Adrian Drives brindas sus mejores actuaciones.
"El último duelo", de Ridley Scott: más drama cortesano que espectáculo épico El director de Los duelistas y Blade Runner regresa a la idea del enfrentamiento de dos hombres a lo largo de los años, esta vez en 1386 y en suelo francés. A punto de cumplir 84 años, el realizador británico Ridley Scott sigue en estado de hiperactividad, embarcado en proyectos de gran envergadura, como viene haciéndolo desde su debut, Los duelistas. Prolífico y ecléctico, el director de Blade Runner alternó durante los últimos años la realización de dramas realistas (Todo el dinero del mundo) con producciones sci-fi originales o deudoras de la famosa saga originada en 1979 (Misión rescate, Alien: Covenant), además de oficiar como productor ejecutivo de un par de series de alto perfil como Criado por lobos y la primera temporada de The Terror. El último duelo, que tuvo su estreno mundial en el Festival de Venecia, regresa a algunas de las ideas presentes en su ópera prima –el enfrentamiento de dos hombres a lo largo de los años– reutilizando la estructura básica de Rashomon, la película de Akira Kurosawa basada en un par de cuentos de Ryunosuke Akutagawa. Aquí también hay tres versiones diferentes de los mismos hechos, claramente señalizadas por sendas placas en pantalla. Aunque, a diferencia del film japonés, que abordaba la complejidad inherente al concepto mismo de “verdad”, una de ellas es presentada sin rodeos como la verídica. Hay razones lógicas para que eso ocurra, todas ligadas al rol de la mujer en la sociedad europea del siglo XIV, y que hoy sólo pueden ser bautizadas como feministas. El año es 1386 y en suelo francés está a punto de tener lugar el último reto a muerte de origen judicial en ese país, siguiendo la descripción del libro El último duelo, del escritor y especialista en ese período histórico Eric Jager. El guion, escrito a seis manos por dos viejos amigos, los protagonistas y coguionistas de En busca del destino, Ben Affleck y Matt Damon, y la cineasta Nicole Holofcener, parten del texto de Jager y estructuran un relato que, más allá del duelo en sí mismo –abandonado en el prólogo y recuperado sobre el final– y un par de breves pero intensas escenas de batalla, está más cerca del drama cortesano que del gran espectáculo épico. Jean de Carrouges (Damon) salva la vida de Jacques Le Gris (Adam Driver) en el fragor de una cruenta batalla. Comienzo de una amistad de apariencia duradera que será horadada hasta la putrefacción luego de que Le Gris es elegido favorito por el conde Pierre d'Alençon (Affleck). Claro que esa es la versión de Carrouges; en la de Le Gris, es él quien empala con su lanza a un enemigo, evitando la muerte del compañero de armas. Lejos de los campos de batalla, El último duelo se ocupa en la descripción de los modos financieros entre nobles, vasallos y plebe: el cobro de impuestos, la lucha por territorios explotables, el matrimonio como alianza de poder y dinero (y la mujer como propiedad, desde luego), la guerra como mecanismo de supervivencia económica. Luego de desposar a la joven Marguerite (Jodie Comer), Carrouges patalea ante lo que considera una injusticia, transformándose en una suerte de paria en la sociedad francesa, todavía poderoso pero observado con recelo e incluso sorna. Hasta que un hecho despreciable, la aparente violación de Jodie a manos de Le Gris, dispone la alfombra roja para el enfrentamiento judicial y el posterior duelo a caballo, lanza, sable, hacha y cuchillo, entre otros elementos cortantes. Pero, ¿fue Marguerite realmente abusada o se trata de una mentira pergeñada por interés? Cada una de las versiones ofrece divergencias y variaciones sobre el hecho, aunque sólo el tercero es presentado como “la verdad” a partir de un pequeño truco visual. A partir de ese momento, el regreso del lance de honor y sus corolarios, que Scott filma a puro pulso violento y sangriento, en la tradición de Gladiador. Afortunadamente, El último duelo, pequeña gran sorpresa en la filmografía tardía del realizador, no se deja seducir por las ansiedades del gran espectáculo y propone un film que reflexiona no sin amargura sobre el poder (los pequeños y los grandes poderes) y el honor como espejo deforme de zonas inequívocamente erróneas del ser humano.
Juicio por combate Jacques Le Gris y Jean de Carrouges fueron un par de escuderos franceses del Siglo XIV que dentro del sistema feudal sirvieron a nivel conceptual al Rey Carlos VI o Carlos el Loco, quien progresivamente padecería un serio caso de psicosis, y a nivel más mundano primero al Conde Robert d’Alençon y después a su hermano, el Conde Pierre d’Alençon, cuando el anterior fallece. Le Gris, un hombre corpulento, alfabetizado, mujeriego y muy inteligente y un clérigo menor dentro de la iglesia cuando joven, y Carrouges, un sujeto temerario y porfiado que sirvió fielmente a la realeza en las muchas carnicerías del período, no sólo eran colegas militares sino también amigos y vecinos y el primero incluso ofició de padrino del hijo del segundo. La disputa entre ambos crece de a poco y abarca diferentes facetas y hechos: al fallecimiento repentino e inexplicable del vástago de Carrouges y su esposa, Jeanne de Tilly, hija de un señor feudal cuya dote incluía tierras y rentas varias, se suman celos evidentes por parte de Jean para con su amigo, un Le Gris que se vuelve el favorito de Pierre d’Alençon, especie de mandamás administrativo de sus propiedades, adquiere preeminencia entre la nobleza, fruto de su educación eclesiástica y garantía tácita de evitar todas las campañas castrenses, es designado a cargo de un importante castillo de montaña en Bellême, jerarquía que fue del padre de Carrouges, y finalmente recibe del Conde una enorme finca en Arnou-le-Faucon, confiscada por Pierre a raíz de deudas y disfrazada de venta, que supo ser de Robert de Thibouville, un noble que se situó dos veces en contra de la corona gala en conflictos bélicos y entregó en matrimonio a Jean a su única hija, Marguerite de Thibouville, todo por una nueva dote de tierras y rentas que Carrouges decía que incluían el paraje de Arnou-le-Faucon. Luego de juicios que se resolvieron a favor de Le Gris y del amo de ambos, uno por la finca y otro por el castillo, y una mínima reconciliación en el hogar de un amigo mutuo, Jean Crespin, el odio se hace carne cuando la segunda esposa de Carrouges, Marguerite, acusa de violación a Jacques, quien ingresó en la morada de su ex cofrade cuando éste estaba ausente con la ayuda de un sirviente, Adam Louvel, lo que generaría que el marido agraviado reclame ante el monarca y el Parlamento de París un juicio por combate para saltearse la autoridad de Pierre d’Alençon, aliado de siempre de un Le Gris que prefería la alternativa del duelo antes que la cobardía de solicitar un tribunal religioso por su pasado como clérigo, jugada que implicaría no arriesgar la vida. De un modo similar a la aparición de sus obras previas, las muy cercanas Alien: Covenant (2017) y Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017), o a aquel doble regreso luego del exitazo de Gladiador (Gladiator, 2000), nos referimos a Hannibal (2001) y La Caída del Halcón Negro (Black Hawk Down, 2001), El Último Duelo (The Last Duel, 2021), la última maravilla de Ridley Scott, se anticipa a La Casa Gucci (House of Gucci, 2021) y hasta nos retrotrae a la ópera prima del célebre cineasta inglés, Los Duelistas (The Duellists, 1977), ahora leída desde la arquitectura dramática fragmentada de Rashômon (1950), de Akira Kurosawa, aquella gloriosa reincidencia sobre los mismos hechos para explicitar las diversas perspectivas ante un caso criminal bastante polémico. Así como Los Duelistas estaba basada en el cuento El Duelo: Una Historia Militar (The Duel: A Military Story), de Joseph Conrad, incluido en la antología literaria Un Juego de Seis (A Set of Six, 1908) e inspirado en las batallas que protagonizaron dos militares galos que vivieron entre el Siglo XVIII y el Siglo XIX y llegaron a ser generales, Pierre-Antoine Dupont de l’Étang y François Fournier Sarlovèze, colegas oficiales que lucharon en las Guerras Napoleónicas y se batieron unas 30 veces a lo largo de dos extensas décadas -tanto a pie como montando caballos- con sables, espadas y pistolas, en pantalla rebautizados respectivamente Armand d’Hubert (Keith Carradine) y Gabriel Feraud (Harvey Keitel), la película que nos ocupa está basada en El Último Duelo: Una Historia Verdadera de Juicio por Combate en la Francia Medieval (The Last Duel: A True Story of Trial by Combat in Medieval France, 2004), libro de investigación del norteamericano Eric Jager, un crítico literario y especialista en literatura de la Edad Media que exploró los pormenores previos a la refriega en sí del 29 de diciembre de 1386 entre los dos militares al servicio del Conde Pierre d’Alençon, Carrouges ya convertido en Caballero con anterioridad y Le Gris transformándose en uno justo antes de la contienda para equilibrar el asunto y evitar hipotéticas rebeliones de un vulgo que podría defender al escudero Jacques por sobre su superior formal Jean, todo dentro de una concepción legal/ estatal que ponderaba al ganador como una señal de la voluntad de Dios y que condenaba a la hembra que brindase falso testimonio en un caso de violación a ser quemada en la hoguera, amén de armaduras aparatosas, corceles a tono y cruentos juguetes del óbito como lanzas, espadas, hachas y hasta una daga larga conocida como misericordia. El guión de Nicole Holofcener, Matt Damon y Ben Affleck, primera colaboración de estos dos últimos desde En Busca del Destino (Good Will Hunting, 1997), opus de Gus Van Sant, respeta a rajatabla la andanada de situaciones in crescendo y además, como decíamos antes, apuesta por ofrecer los puntos de vista complementarios de Carrouges (Damon), Le Gris (Adam Driver) y Marguerite de Thibouville, llamada luego del matrimonio Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), en esencia la misma exacta retahíla de sucesos bajo tres capítulos aunque con una acentuación reveladora de la tendencia del ser humano a autovictimizarse como una estrategia de supervivencia mientras utiliza al prójimo según los intereses de turno o muta en su verdugo de la mano de la paranoia, el desapego, la ambición, el frenesí erótico y/ o esa costumbre social de buscar enemigos cíclicos para autoafirmarse a escala identitaria. Carrouges se pinta a sí mismo como mucho más amoroso de lo que en realidad es, un hombre duro y posesivo y soldado de toda la vida que estima mucho más a su madre, Nicole de Buchard (Harriet Walter), que a la anodina de su esposa, una muchacha joven y muy bella que no puede entregarle un hijo, ese anhelado heredero varón que reemplace al fallecido, y que para colmo de males queda embarazada luego de la violación, por ello en parte el escudero redirecciona hacia Le Gris su enorme animadversión para con Pierre d’Alençon (Affleck), el cual le negó la capitanía del castillo de Bellême, tomó posesión de los valiosos terrenos en Arnou-le-Faucon y hasta le prohibía aumentar su patrimonio vía la compra de fincas lindantes, esquema que le permite canalizar el odio en los procedimientos jurídicos y atacar subrepticiamente al Conde mediante sus múltiples injurias contra su mano derecha, Jacques, un señor que se autoconvence tanto de su buena voluntad frente a los embates de su amigo, incluso evitando una confiscación por deudas contraídas ante Pierre, como de su enamoramiento sincero en relación a la ninfa a partir de un beso inusualmente apasionado entre ambos en casa de Crespin (Marton Csokas), quien celebraba el nacimiento de su hijo, llevando a que se imponga sobre la fémina en la intimidad gracias a un Louvel (Adam Nagaitis) que utiliza para ingresar con mendacidad en los dominios de Carrouges, dejándonos en última instancia con la perspectiva de una Marguerite cosificada que pasa de ser propiedad de su padre a objeto tutelado por su esposo, quien no aprecia su destreza para la administración y le reclama un vástago, por ello en apariencia ella coquetea con Le Gris. Una vez más el Scott veterano vuelve a demostrar su maestría visual y narrativa, ahora apoyándose en la fotografía de Dariusz Wolski, la música de Harry Gregson-Williams, la edición de Claire Simpson y el diseño de producción de Arthur Max, todos rubros en verdad exquisitos, para construir un lienzo histórico muy complejo en el que no sólo los protagonistas son en simultáneo víctimas y victimarios sino unos cómplices más o menos pomposos de un estado de cosas que se duplica en injusticias de todo tipo que por supuesto tienen que ver con la red de fondo del poder aristocrático, el oscurantismo cristiano y la sociedad hiper segmentada y estructurada de entonces, así Carrouges puede ser un tirano caprichoso de entrecasa pero también un adalid de esa moral y confianza irrestricta capaz de luchar hasta las últimas consecuencias en gestas enraizadas en la ofuscación y en las inequidades de su tiempo, etapa que no se diferencia demasiado de nuestro presente y que tiende a privilegiar al puterío de las elites políticas y económicas por sobre las batallas para sobrevivir de la plebe y sus homólogas bien literales de los ejércitos locales que combatían sin cesar contra el Reino de Inglaterra y el Imperio Otomano, y Jacques Le Gris, por su parte, funciona como una metamorfosis espiritual del advenedizo eterno de Los Duelistas, ese Armand d’Hubert de Carradine, aunque ahora llevado al terreno de un militar que muta primero en burócrata, esbirro y tesorero y luego en noble de cotillón en la corte de Carlos VI (Alex Lawther) y en compinche de un Pierre d’Alençon siempre hedonista, el cual por un lado engendraba muchos vástagos con su esposa y por el otro se consagraba a orgías con prostitutas en su castillo en las que participaba su segundo, Jacques. La realización sigue el parecer general en Francia, donde el caso trepó con los siglos al estrato de leyenda cultural y signo absoluto de época, en materia de considerar a la violación como incuestionable, de allí que lo más cercano a la verdad definitiva sea la óptica particular de Marguerite, una proto burguesa aburrida, frígida y ricachona de mierda aunque asimismo una marginada dentro del escalafón del poder patriarcal, panorama que no obstante por suerte nos evita cualquier planteo feminazi marketinero, el estándar de nuestros días en el mainstream y el indie, y nos coloca frente a un retrato multifacético de la hegemonía gubernamental y sus pugnas internas, unas ridículas y frustrantes porque el canibalismo es moneda corriente, la mayoría de los atropellos caen en la impunidad e incluso Carlos VI ya mostraba signos de ser un mega imbécil en camino hacia la locura. Damon, Driver, Comer, Affleck, Walter y Lawther entregan un desempeño excelente, al igual que el resto del elenco, y se agradece mucho el sustrato de fábula para adultos pensantes de la película en su conjunto, metáfora tanto del odio absurdo, la competencia masculina ad infinitum y la crueldad humana en general como de los cambios y las cicatrices que los años y la misma idiosincrasia de los individuos imponen a una existencia que por momentos parece en control de sí misma y en otras ocasiones se asemeja a un títere en una coyuntura comunal que escapa por completo a su dominio, algo representado en la contraposición simbólica entre el trasfondo heroico del principio, cuando Carrouges le salva la vida a Le Gris en combate contra los ingleses, y el cuasi lirismo de la carnicería desproporcionada del desenlace, instante en el que el primero se carga al segundo a posteriori de que Jacques volviese a negar el asalto sexual contra la hembra, insistencia discursiva por parte del acusado que acrecienta la desconfianza hacia el histeriqueo y la palabra de Marguerite debido a una solidaridad masculina que resurge silente en ese último y muy amargo encuentro entre ambos, choque que marcaría el final de los duelos auspiciados por el Estado Francés -o reconocidos por el aparato legal- y que le daría a Jean sus ansiadas fama y fortuna para eventualmente perderlas cuando su vida se extingue una década después en las cruzadas contra los turcos y concretamente en la Batalla de Nicópolis del 25 de septiembre de 1396, luego del tratado de paz con Inglaterra. En sintonía con el Feraud de Keitel de Los Duelistas, Carrouges lucha constantemente contra la pobreza acechante a pesar de su condición de militar de la capa aristocrática de la fuerza y toma de ejemplo negativo a un Le Gris en el que se resumen los rasgos más repugnantes y pragmáticos del poder, un ventajista que nunca deja de trepar en la pirámide institucional, al punto de pasar por alto a otrora amigos que dice respetar, y un violador autoindulgente que disfraza la arremetida con el ropaje burdo del amor y que es perdonado de inmediato por una Iglesia Católica a la que supo pertenecer y por ello lo cobija alejando cualquier atisbo de perturbación a nivel de su conciencia y su responsabilidad en el hecho, apenas la punta de un iceberg que abarca la disputa destructiva en sí, el circo popular a su alrededor, la farsa del sistema jurídico, el compañerismo deshecho, la hipocresía sexual, el estatuto del placer femenino, la memoria de los abusos sistemáticos, los pormenores de la obediencia debida al superior y desde ya el culto fanático para con valores como la osadía, el orgullo y un honor malsano que se olvida del humanismo y del detalle de que casi nunca vale la pena inmolarse por la contraparte romántica o lo que ella represente, esté ésta cosificada o no…
Tras su estreno en la Mostra de Venecia este año, llega a las salas de cine 'El último duelo', basada en la novela homonima Eric Jager, en la cual Ridley Scott lleva a la pantalla grande la historia de Jean de Carrouages, su esposa Marguerite y Jacques Le Gris. Francia, 1384. En los primeros planos de la película dos caballeros se preparan con sus armaduras, cascos y lanzas. Las escenas sucesivas dan a conocer que quienes están a punto de batirse a duelo son Matt Damon y Adam Driver, protagonistas de este filme. La escena con la que Scott ('Alien, el octavo pasajero', 'Blade Runner') decide comenzar la película atrapa al espectador y lo coloca frente al primer interrogante: ¿qué pasó para que esto terminara así? A lo largo de las siguientes dos horas y media, Scott nos traslada unos años atrás para contar la relación entre Jean de Carrouages (Damon) y Jaques Le Gris (Driver), entrañables camaradas que batallaron juntos en el marco de la Guerra de los Cien Años hasta que el destino y las elecciones personales (conveniencia de por medio) los separaron. El devenir de diferentes hechos ensanchó el vínculo entre ambos, y esas diferencias que los caracterizaban se volvieron irreconciliables. Scott se basa en la novela de Jager para construir con precisión no sólo el vínculo de los dos protagonistas sino también el contexto que los atraviesa, sus ideales y búsquedas (económicas, morales, sentimentales). Un hecho puntual funciona como detonante de la trama: la confesión de la tercera gran protagonista de esta historia, Marguerite de Carrouages (Jodie Comer), esposa de Jean y víctima de un acto salvaje cometido por Jacques Le Gris. VERSIONES Como en la vida misma, cuando un hecho grave ocurre lo más lógico es escuchar los diferentes testimonios sobre lo acontecido, las posibles verdades e impresiones. Scott, de manera precisa e inteligente, estructura la narración en tres para que el espectador pueda ver las versiones de los hechos de acuerdo a la voz y la cabeza de cada uno de los protagonistas: Jean, Jacques y Marguerite. Así, cada versión se tiñe con las valoraciones de cada uno de los personajes, ciertos detalles se harán presente en una versión y permanecerán ocultos en otra. Lo que funciona como una repetición se convierte en una versión similar -pero distinta- de lo que acontece. El desenlace nos lleva al comienzo del filme, a aquella primera escena, para exponer cómo el honor, el poder y la gloria frente a los otros se materializan en una batalla a muerte. Scott, experimentado y notable director, muestra su habilidad para narrar historias, dirigir actores y recrear épocas. RECREACION Todo en esta película funciona como un reloj y el espectador se adentra en la trama desde el comienzo. La recreación de Francia en el contexto de la Guerra de los Cien Años es impecable, así como las escenas de acción y batallas cuerpo a cuerpo, y las escenas rutinarias dentro de los castillos, donde los hombres poderosos y déspotas controlaban todo y disponían de lo que querían cuando querían. Jodie Comer interpreta un personaje sensible pero con una convicción y fuerza notable. Su rol le da sentido a la historia pues es su palabra, su verdad, la que altera el status quo y estalla el conflicto. El trabajo de la actriz de 'Killing Eve', junto al de Matt Damon, Adam Driver y en un rol más pequeño pero destacable Ben Affleck (Pierre d'Alençon en la ficción), hacen de `El último duelo' una película magistral desde el punto de vista actoral. Scott se apoya en los actores y en un sólido guion para dedicarse a narrar esta historia. Cuida los detalles, las formas y los momentos clave para generar en el espectador la angustia y la adrenalina constante que el filme ofrece. 'El último duelo' es una película que retrata de forma notable un caso conocido en la historia de Francia en donde el valor de la palabra y la acción de la justicia resonaron. Una historia que pone el foco en la voz de la mujer, pero también en lo que los hombres son capaces de hacer para defender su palabra y su honorabilidad. Calificación: Excelente
Ridley Scott tiene casi ochenta y cuatro años. Se ha pasado la mitad de su vida dirigiendo películas. Su palmarés nos arroja un resumen de obras maestras incontrastables: “Alien” (1979), “Blade Runner” (1982), “Thelma & Louis” (1991), “Gladiador” (2000), “Black Hawk Down” (2001). Un cine mainstream, grandilocuente, fastuoso. Pero, quizás, la línea paralela que más claramente pueda establecerse con su trayecto cinematográfico sea con su ópera prima “Los Duelistas” (1977), una fantástica recreación de época protagonizada por Harvey Keitel y Keith Carradine. Aquí, otra producción vuelve a colocar al realizador británico, ganador del Premio Oscar, en el centro de atención de la cartelera local. Basada en el libro “The Last Duel: A True Story of Trial de Combat in Medieval France”, de Eric Jager, el veterano Scott nos sumerge en la apasionante historia del último juicio por combate a duelo celebrado en París. Para ello, nos sitúa en el invierno del año 1386. Estamos en plena Edad Media, una era en donde las relaciones humanas se regían por en teocentrismo. Un tiempo brutal, en donde multitudes vivaban duelos a muerte. Pan y circo para el festín de tiempos perversos. Nunca se agota el apetito humano para contemplar a los de su especie masacrarse, unos a otros. El conocimiento carnal, estamos concebidos para dominar, aunque el acto no amerite placer. El terror engendrado en la aniquilación del prójimo, estamos hechos para aparentar y amañar vínculos. No debería de sonarnos lejano o pasado de moda: aunque en nuestras coordenadas temporales se viralicen hechos brutales a través de una pantalla virtual, puede cambiar la forma, pero no el sentido. Old habits die hard, hay hogueras que siguen avivando el fuego. Es ese nervio el que sabe pulsar el benemérito Scott. Existen cuestiones de la condición humana que son atávicas y que hablan acerca de nuestra esencia. ¿Cuánto importa la vida? Allí está el hombre de aquel tiempo (o de este tiempo) pugnando por poder, justicia y honor; corrompiéndose, midiendo su orgullo mirándose al espejo (o al ombligo), inmolándose por una causa (¿valedera?) o hablando con Dios…con ese Dios al que nos fuera inculcado temer. Formas atroces de castigo, como un duelo a capa y espada. Enceguecidos en combate, la vida pende de un hilo o se apaga mediante un golpe de gracia veloz como un relámpago. Arder. Lapidar. Demoler. Desgarrar. Atar. Vejar. Torturar. Apenas un juego para aquella perversa plebe que vitoreaba al verdugo y condenaba a la víctima desde su confortable platea. Reyes y lacayos. La perversión que no distingue clases. No hay aprecio por la vida, solo ansias de dominación que se miden en acres de tierra. Intereses sádicos, enfrentamientos salvajes. Modos de entretenimiento para la masividad. La exhibición de la muerte era un espectáculo que ‘pagaba’. Y que solía comprarse a raudales. El castigo penal, disfrazado de elección por mandato divino ¿Ven lo que puede ocurrir si transgreden la frontera estipulada por hombres jugando a ser Dios? “El Último Duelo” es una gran película y posee una serie de aspectos dignos de destacar. No resulta menor observar que los créditos de guion corresponden a Ben Affleck y Matt Damon. Vaya si la dupla posee suficiente historia firmando argumentos para la gran pantalla. Amigos carnales en la vida real desde la adolescencia, han prolongado su camaradería al plano profesional, obteniendo, hace más de dos décadas ya, un galardón de la Academia por “En Busca del Destino” (1997), de Gus Van Sant. El hecho de hacerse cargo de la presente adaptación (en tripartito con Nicole Holofcener) añade nostalgia y talento en dosis equitativas al suculento plato servido por Scott. El film nos trae la historia real de Jean de Carrouges, quien luchaba por su vida en el frente de batalla, desde un arco cronológico que comienza en 1370. Durante una de sus expediciones, su esposa, Marguerite, había sido víctima de una violación, perpetrada por el mejor amigo de Jean, el escudero Jacques Le Gris. Cine de época como hace tiempo no se veía. Caballos cabalgando surcando el viento, espadas atravesando cuerpos, armaduras chocando, fuego crepitando, multitudes enfervorizadas. Ridley Scott filma una reproducción histórica con tremenda visceralidad. Coloca la cámara de un modo prodigioso; resulta exagerado enumerar las virtudes de un cineasta experto en el cine épico y el drama histórico. La puesta en escena no escatima detallismo, acorde a una tremenda superproducción. Obras arquitectónicas del medioevo capturan nuestra atención. En sus interiores, se nos hace partícipes del banquete orgiástico. No faltarán bebidas espirituosas ni velas que se consuman al amanecer. Scott filma cada cuadro como si de una pintura en claroscuro se tratara. Conocido por su estilismo visual, el inagotable realizador intenta en esta ocasión un recurso inaudito en los más de treinta largometrajes que a la fecha ha dirigido. Recurre al punto de vista múltiple que volviera a “Rashomon” (1950), de Akira Kurosawa, un auténtico precursor. Es decir, un mismo acontecimiento es narrado de forma singular, desde el punto de vista de aquellos involucrados. Puede que la técnica aquí resulte (levemente) reiterativa en su puesta en práctica; puede también que ciertos desniveles narrativos (y alguna que otra licencia idiomática de dudosa elección) resientan la mecánica de adaptación. No está exenta de polémicas decisiones históricas, como el lugar que ocupaba la mujer desde la visión de la Iglesia. Anacronías aparte, lo cierto es que “El Último Duelo” es lo suficientemente detallista como para otorgar a cada reconstrucción ofrecida (a manera de capítulos que vertebran el film) la singularidad necesaria que grafica a cada porción de ‘verdad’. Y en dicha autenticidad radica la belleza imperfecta de la memoria. Habrá sutiles diferencias que el espectador deberá saber codificar. Sabemos que los recuerdos, a veces, suelen mentir un poco. Pura cuestión de subjetividad; en absoluto afán de descuido. No desperdiciemos un segundo de atención y notaremos, por ejemplo, las similitudes y diferencias que guarda la tan valiente como incómoda escenificación de un acto sexual sin consentimiento. Un sólido elenco actoral otorga calidad al relato. Allí está Matt Damon (de regreso con Scott, desde “The Martian”, 2015), exhibiendo en cada gesto la ferocidad física y el primitivismo mental de su engreído personaje. Allí está Adam Driver, sosteniendo hasta último momento su inocencia. Allí está un ¡¿platinado?! Ben Affleck, portando la investidura de un conde tan incapaz de arriesgar su pellejo como sí de perderse juerga alguna. Allí está Jodie Comer, cumpliendo una inmejorable presentación ante la platea cinéfila, luego de una dilatada incursión en series de TV. Comer es la encargada de otorgar a la película un giro fundamental y principal sustancia de su discurso de hondo compromiso social: la valentía de la denuncia pronunciada por Margueritte nos brinda certezas acerca del postergado rol de la mujer del medioevo. Una postergación que no es solo generacional, podemos escuchar de su boca frases que nos resultan extrañamente familiares. Hablando de valores arcaicos, es interesante la examinación que la película hace acerca de la mirada científica. Confrontando la vertiente médica, inserta en aquel paradigma amparado en verdades oxidadas, con la coyuntura actual que debate nuevas perspectivas para la educación sexual y el aborto legalizado. Con menos decoro y más honestidad, Scott expone sin tapujos los crímenes sexuales perpetrados por la Iglesia durante un tiempo. El clero opina, sin decoro alguno en inmiscuirse en la privacidad de un dormitorio, acerca de relaciones sexuales por puro placer…al servicio de la asegurada herencia. ¿Cuánto es que realmente hemos evolucionado como especie? Para ello, resulta vital el capítulo en donde se otorga voz y voto al personaje femenino. Un testimonio necesario de ser escuchado, atendido y cotejado. Vale la pena reflexionar acerca del endeble lugar que ocupaba la mujer, inmersa en un panorama social patriarcal y autoritario. Puede la osadía de Margueritte no limitarse a colocarla tanto en el lugar de mártir social, como de esposa insatisfecha, como de rebelde precursora. Puede que determinadas dinámicas sociales estén afortunadamente cambiando para que absorbamos aquellos que escuchamos no con la indignación de tiempos con menos apertura ideológica, sino con cierto aire de incredulidad: dichos obsoletos valores son los que se homologaron como válidos, ayer nomás. La dominancia masculina y la sumisión femenina era algo, simplemente, dado por sentado, en el siglo XIV…y en el XX también. Humanos, seamos conscientes de la brutalidad y la banalidad que, sistemáticamente, aceptamos, homologamos y reproducimos en cada centuria. En “El Último Duelo”, el cine dialoga con la condición humana de modo convincente. Es un film poderoso que nos interroga. Cuánto daño hemos hecho, cuánto más por corregir aún.
LA VERDAD ES DE LA VÍCTIMA El último duelo, la más reciente película de Ridley Scott, adapta un hecho verídico: la violación de una joven perteneciente a la baja nobleza francesa del Siglo XIV, así como la posterior denuncia que ella lleva a cabo y el duelo a muerte que esto provoca. Temáticamente, la película aborda específicamente la pregunta acerca de la voz de la víctima, tal y como lo hacía otra película reciente: Hermosa venganza. Se trata de una narración densa y compleja, no tanto por lo que trata sino por las elecciones narrativas que toma para hacerlo. El guion se divide en tres partes que se corresponden con tres versiones del crimen, contadas por el esposo de Marguerite, el victimario y, finalmente, la propia Marguerite. En este sentido, la película es un remake espiritual del clásico de Kurosawa, Rashomon, que trataba también sobre distintas versiones de una violación. Lo interesante de este tipo de relato (y lo que hace que esta película sostenga sin dificultades su larga duración), aunque resulte obvio decirlo, es la posibilidad de revisitar un suceso desde distintas perspectivas. Se trata este, además, de un método provechoso a la hora de contrastar personajes con cosmovisiones distintas, lo cual es de una importancia mayúscula a la hora de tratar el tema en cuestión. Entonces, aquello en lo que la película brilla es en la construcción de una estructura narrativa que apunta a normalizar, en un primer momento, la cosmovisión e ideología dominantes, es decir la de los varones, para luego desbaratarla o desmontarla al enfrentar al espectador a la palabra contra-hegemónica de la mujer. Lo que logra es un doble compromiso por parte del espectador: como testigo de un crimen desde la perspectiva de la víctima, pero también como testigo del sistema político y social que lo posibilita y reproduce. Con todo esto, El último duelo no es una película perfecta. Con el objetivo de dejar en claro aquello que quiere declarar, el guion sacrifica verosimilitud en la construcción de Marguerite, confundiendo en el proceso al espectador acerca de su propósito: se trata de construir un enunciado puramente direccionado hacia el presente, valiéndose del escenario histórico como decorado o, al contrario, quiere plasmar un retrato verosímil de la sociedad de la época. Parece que quisiera hacer las dos cosas al mismo tiempo, mostrando un retrato verosímil de dos varones de la época y luego construyendo una protagonista cuyo discurso recuerda al de una persona del Siglo XXI. En todo caso, se trata de una película movilizante y que introduce matices de los que muchas otras carecen.
La importancia del discurso y las dinámicas de poder en relación a la verdad se ponen de manifiesto en la nueva película de Ridley Scott, una de las dos que estrenará en 2021, a sus casi 84 años. Un director que tiene la extraordinaria capacidad de navegar casi todos los géneros, sin encasillarse en ninguno, complaciendo a la industria y a los amantes del séptimo arte por igual. Su filmografía es tan irregular como brillante y ha demostrado que puede cargarse al hombro tanto un drama existencialista de ciencia ficción como una épica histórica de gran presupuesto, entregando dos clásicos hollywoodenses que resisten el paso del tiempo, ya sea que el público los acompañe en taquilla o no. En el caso de The Last Duel (2021), la nula campaña publicitaria de la película, enmarcada en un género desgastado que parece no tener mucho más que decir, junto a una elección muy llamativa del elenco, le jugó en contra en su desempeño en las salas en su fin de semana de estreno. Pero si hay algo que Scott demostró es que todavía puede sorprendernos y entregar una magnífica obra que de alguna manera resuena con aquel primer duelo con el que ganó el premio a mejor ópera prima con The Duellists (1977) en el Festival de Cannes que vio nacer su carrera. En este caso, vuelve a conjugar un guion basado en una novela histórica con su virtuosismo para la puesta en escena en el contexto de una Francia pasada. Ambientada en el siglo XIV, en los albores de una de las más importantes sociedades modernas, The Last Duel nos presenta el último juicio por combate que se llevó a cabo para definir una disputa legal. Pero antes de poder presenciar la definición de esta brutal y sangrienta contienda, somos testigos de los hechos que llevaron a ese momento cúlmine a través de los ojos de sus tres protagonistas: el escudero Jacques Le Gris, su amigo y rival; el caballero Jean de Carrouges, y la esposa de éste, Marguerite de Carrouges, quien acusa al primero de haberla violada. Valiéndose del efecto Rashōmon (nombrado así en honor a la película homónima de 1950 de Akira Kurosawa que utilizaba este recurso), Scott nos presenta las tres versiones de lo ocurrido desde la perspectiva de cada uno de estos personajes. Este juego de subjetividades y verdades a medias podría haber caído en un montón de lugares comunes en manos de un director menos experto, especialmente en un contexto como el de Hollywood post-era Mee Too. Sin embargo, bajo la dirección de este consagrado realizador, es un desfile de sutilezas que optimiza cada recurso narrativo y visual para que el espectador pueda interpretar los matices de la historia y sacar sus propias conclusiones. Dividida en tres capítulos, el indicio más transparente de la visión detrás de estas versiones es la placa que da inicio al relato de Marguerite de Carrouges. Quien, en cualquier otro acercamiento a esta historia, debería ser la protagonista, pero en el ingenioso guion de Nicole Holofcener (junto a Ben Affleck y Matt Damon) es una espectadora pasiva de su propia vida hasta llegar a este punto. El primer capítulo dedicado a Jean de Carrouges, que ocupa la media hora inicial de la película, es igual que su personaje: parco, básico y lineal, con el honor y el orgullo ciego como guías del relato, características que se reflejan en los diálogos, en las actuaciones y hasta en la elección de los planos. El segundo capítulo, desde los ojos de Jean Le Gris, tiñe todo el relato de un romanticismo impostado, de una pasión vehemente y una ambigüedad moral que convierte una persecución en un juego, una amistad en rivalidad y un no en un sí. Cada detalle cambia sutilmente, cada palabra adquiere una entonación distinta, cada mirada evoca sensaciones más intensas. Y en este sentido, las actuaciones de Matt Damon y Adam Driver transmiten a la perfección los matices de sus personajes. Pero quién se lleva todas las palmas es Jodie Comer por su poderosa interpretación en el papel de Marguerite de Carrouges, una mujer condenada desde el inicio por su época, así como por su involuntaria belleza y candidez. Atrapada en un sistema regido por la ley del hombre, solo hay un papel reservado y aceptable para ella: el de esposa y madre devota. Comer transmite con austeros gestos el esfuerzo y la impotencia de Marguerite, su negociación constante entre su autonomía como individuo, su dependencia de su esposo y su condición de objeto de deseo por parte de hombres que no la ven como otra cosa que como un adorno, una mercancía de cambio. El duelo interno de Marguerite por convivir con las circunstancias (contrastado con la frígida madre de su esposo, resignada a las reglas del juego, y la actitud de otras mujeres de su edad y clase social) es un visceral reflejo del duelo externo de dos hombres que no luchan por otra cosa que su propio orgullo. Y representa un despliegue de talento que seguramente le valdrá a Comer una o varias nominaciones en la temporada de premios. Pero más allá de la frivolidad de los galardones, lo que nos queda de The Last Duel es el retrato de una problemática que resuena fuerte en nuestros días y la vigencia de un cineasta que maneja tanto las sutilezas como la espectacularidad de la narración audiovisual con el mismo virtuosismo que viene desplegando desde hace más de cuatro décadas.
Es una extraña historia este cuento medieval. Por un lado, la historia cuasi real del último duelo autorizado en suelo francés entre dos amigos que se vuelven enemigos porque uno de ellos ataca a la mujer del otro. Y la mujer no calla, una fábula por lo tanto que reverbera en tiempos del Mee Too. Por supuesto, lo mencionamos porque es como debe leerse la intención “de superficie” de esta película. Pero estamos hablando de un filme de Ridley Scott. Scott tiene un tema: el enfrentamiento eterno entre un hombre y su doble, un doble que lo complementa y se le opone. Eso es lo que aparece en su opera prima (no casualmente) llamada "Los Duelistas", en Alien -entre Ripley y el Monstruo-, en Blade Runner, en Gladiador, en Gánster Americano, incuso en Misión Rescate, entre el científico y el planeta hostil. Así que en ese sentido debe mirarse, dejando de lado la vibración “de actualidad” de la historia, esta película. Por cierto, no significa que el gran espectáculo (otra de las constantes de Scott: el espectáculo y la fantasía de los géneros amplifica lo real) siempre produzca una buena película (ahí están Cruzada o Éxodo), pero aquí, en la medida en que Scott puede complementar la actualidad con sus preocupaciones más universales, las cosas funcionan.
Este ultimo épico e impactante filme del director Ridley Scott (Alien, el octavo pasajero) nos lleva a tierras lejanas en Paris en el año 1300 donde dos grandes antagonistas abren el relato para enfrentarse a ese ultimo duelo, que da nombre al filme. Son Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver) quienes van a enfrentarse a este combate mortal. Tal como en su ópera prima, la magistral Los duelistas (The Duellists, 1977) el drama se jugaba por la lucha entre dos hombres entre la vida y la muerte en un encuentro fatal. A la narrativa de El ultimo duelo como figura de la triangulación central se suma Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), esposa de Jean uno de los duelistas. Entre otras aristas el drama y el enfrentamiento en el relato se juega una carta letal, Marguerite acusa a Le Gris de haberla violado. Ella es una pieza fundamental para contar esta trama que pone en juego los mecanismos de funcionamiento del poder, no importa la época ni el lugar. Es el poder en todas sus dimensiones dramáticas. El guion está escrito por Matt Damon y Ben Affleck, que también interpretan personajes del filme, junto a Nicole Holofcener. La elección estructural del relato articulado con muchas idas y venidas, pero en tres claros episodios dominados por distintos puntos de vista es una clave para que esta película de extensión generosa no decaiga narrativamente a lo largo de cada escena. El clima de violencia enlaza toda la trama. La violencia funciona como otro tema del filme, poder y violencia en un universo sostenido por una moral en crisis. Como han elegido contar la historia y jugar con el tema de la verdad “¿Jura usted por su vida que lo que dice es verdad ?”, el nudo crítico de quien es el dueño y como se revela nos evoca aunque lejanamente a la magistral Rashomon (Íd.,1950) de Akira Kurosawa y sus múltiples puntos de vista. Scott maneja muy bien las ambigüedades de las miradas posibles y sus certezas. El despliegue visual que tan bien domina en la batalla y sus formas Ridley Scott va de la mano de la fotografía de Dariusz Wolski que juega en esa paleta de azules y tonos fríos, metálicos creando un ambiente atractivo y verosímil. Si con algo dialoga este filme en la misma carrera de Scott es con su opera prima, y vale la pena ver el camino de una a otra 44 años más tarde.
Ridley Scott y su producción medieval que opaca a la cartelera plagada de secuelas El mítico director regresa a las películas largas y dramáticas para contar una historia cargada de drama, agenda política y actuaciones soberbias. En medio de una época en donde la cartelera de los cines del mundo entero están plagadas de secuelas y spin offs, de universos extendidos y de remakes o reboots de grandes clásicos, Ridley Scott (Gladiador, Alien, The Martian, Etc), se encarga de llevar a la gran pantalla una historia verídica sobre dos hombres (Matt Damon y Adam Driver) se baten a duelo por una mujer (Jodie Comer) ante los ojos del Rey Carlos VI y los oídos de toda una nación. Ahora claro, contado así uno puede inducir que la película no tiene ningún aspecto demasiado sorprendente y que el foco estará puesto en un combate sangriento y mortal entre dos buenos actores y en donde la destreza física y las coreografías será la única interesante. Bueno, para fortuna de aquellos que prefieren una historia bien contada, Ridley Scott se luce dirigiendo una película que tiene cómo foco principal un duelo, pero no uno de espadas, sino un duelo de honores, de verdades y de creencias, en donde el hecho en sí que produce ese gran duelo a muerte entre Damon y Driver es sólo el perfecto desenlace de una historia que es contada desde tres puntos de vista diferentes pasando por todos los estados posibles. Ahí es donde la verdadera virtud de la película se asoma y una vez que el espectador logra entrar de forma total a la historia no hay retorno y la atención es total. A tal punto la narrativa es tan precisa y exacta que sus dos horas y media de duración apenas se sienten y al llegar al clímax uno quiere ver más y seguir experimentando dentro de este mundo medieval, de caballeros, reyes, escuderos y traiciones. Por supuesto que al tratarse de una época violenta, en todos los sentidos posibles, todo lo que se muestra tiene ese todo “violento” y sin pelos en la lengua. Si bien el subtexto es algo que bien podría pasar, y pasa lamentablemente, aún en nuestros tiempos su visceralidad lo hace atractivo y capta al instante al espectador. Algo no tan positivo para la historia, que igualmente luego termina siendo anecdótico, es que su primer acto es un tanto confuso en cuanto a ubicarnos históricamente y hay muchos saltos en el tiempo que no permiten afianzarse con la historia, lógicamente con tal los minutos pasan y la historia avanza esas dudas se disipan y esas primeras sensaciones no tan positivas quedan en el olvido. Lo mismo sucede con la caracterización de los personajes que en un comienzo dan la impresión de ser algo exageradas, sobre todo en los looks de Matt Damon y Ben Affleck– sobre todo este último- pero que por cómo está contada la historia y si bien impresiona a cada momento uno se acostumbra y lo acepta (aunque siempre termina haciendo ruido) Las actuaciones son un pilar fundamental en The Last Duel. Cada uno de los actores y actrices involucrados están a la altura de las circunstancias y logran performances casi inolvidables, rompiendo con lo usual de sus rangos y creando sensaciones confusas en sus respectivos fanáticos. Comenzando con la estrella en ascenso, en cines, de Jodie Comer que con un personaje mucho más sutil que el resto demuestra todas sus cualidades en el momento en el que cambia radicalmente esa sutileza por una de las actuaciones más dramáticas y duras que se hayan visto en el último tiempo. Luego está el trío de actores compuesto por Ben Affleck, Matt Damon y Adam Driver de los que ya se conocen todas sus aptitudes y puntos débiles pero el que más se destaca de ellos es Driver, por el rol que le toca ocupar y por cómo se diferencia este papel del resto de su carrera. Lo que él logra es impresionante a tal punto de ser irreconocible para con la audiencia, un gran cambio para él y aún más alentador todavía sabiendo que este año aún falta ver una nueva película suya, también con Ridley Scott como director, Son Of Gucci (2021). El Último Duelo es una gran película épica medieval que por fortuna no sólo aprovecha su nivel visceral de violencia para mostrar peleas sangrientas sino que esa violencia se ve representada en hechos más “comunes y normales” que eran para la época y logra un viaje inmersivo total a otros tiempos, pero que a fin de cuentas habla sobre temas reales de estos tiempos y no se calla nada, todo lo contrario, propone que se grite y que se haga fuerte estruendosamente. Definitivamente una de las películas del año.
Alegato medieval anti-machista En 1977, el icónico cineasta británico Ridley Scott, autor de Alien (1979), Blade Runner (1982) y Gladiador (2000), entre otras, debutó en la gran pantalla con su ópera prima Los Duelistas (1977). Protagonizada por Harvey Keitel y Keith Carradine, se basó en la novela de Joseph Conrad -que se inspira en hechos reales de la Francia napoleónica- y cuenta sobre la rivalidad y el capricho entre dos hombres por su honor. Ahora, en El Último Duelo, su trabajo más reciente y basado en el libro de Eric Jager, esa crónica resulta fundamental para realizar una revisión histórica de una época aún más anterior, la Francia del Siglo XIV, y reposicionar a los caballeros medievales de ese entonces en clave de los tiempos que corren. El guion a cargo de Matt Damon, Ben Affleck (esa dupla que conquistó Hollywood al coescribir Good Will Hunting y que aquí también forma parte del elenco) y Nicole Holofcener reconstruye la historia de una manera similar a la Rashomon (1950), de Akira Kurosowa. La película comienza en el año 1386, a punto de que tenga lugar el último duelo a muerte de origen judicial en el mencionado país, con Jean de Carrouges (Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver) como protagonistas. A partir de allí iremos para atrás en el tiempo para entender cómo es que hemos llegado a esta situación, con tres versiones de los mismos hechos prolijamente divididos en capítulos: la historia según Carrouges, Le Gris, y la esposa del primero, Margueritte (interpretada por una sensacional Jodie Comer). En El Último Duelo, la verdad, y la vida de los protagonistas, es la que está en juego. Y aunque esta película épica cuente con escenas de acción totalmente remarcables -a sus 83 años, Scott filma como nadie lo hace- se acerca más a un melodrama cortesano que posa su atención en las relaciones económicas y de poder de la época. En búsqueda de modernizar lo que se está contando, abundan anacronismos en los diálogos de los personajes que distraen un poco la atención de manera negativa, y no permite que la obra termine de tomarse en serio. De todas formas no es nada comparado con los “raros peinados nuevos” de Damon y Affleck, y ni hablar de la interpretación como noble de este último. Dentro del elenco, destacan la versatilidad y la convicción de Driver y la expresividad de Comer, que domina el último tramo de la narración. Una vez más, Scott ha vuelto a demostrar que no importa la ambientación y la época en la que se desarrollen sus películas, siempre nos sorprenderá con su estilo visual altamente concentrado y totalmente protagonista. Un film para adultos que invita a reflexionar sobre las miserias del pasado, que a veces cambia sus formas y mantiene su contenido, y a veces ni siquiera eso. Puntaje: 7/10 Por Federico Perez Vecchio
Ridley Scott se luce con un formidable drama medieval Matt Damon, Jodie Comer y Adam Driver protagonizan lo nuevo del director de Gladiator. ¿De qué va? Cuenta la historia del duelo entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris, dos amigos que se convirtieron en rivales. Cuando la mujer de Carrouges es acosada por Le Gris, algo que él niega, ella no se queda callada y lo acusa. El consiguiente duelo a muerte determina el destino de los tres. Ridley Scott está en plena forma. Sí, el gran cineasta que revolucionó a la ciencia ficción en la pantalla grande y que es aclamado por sus obras de época -pocos dan un retrato tan inspirado del medievo- nunca ha dejado de trabajar. Puede que en ocasiones entregue alguno de los mejores proyectos de alto presupuesto en al año -cómo olvidar su The Martian– y, en otras oportunidades, apuesta a arriesgadas producciones con un resultado desigual; pero rara vez se puede decir que desaprovecha todo el potencial con el que trabaja. Nunca ha dejado de dirigir y no parece que lo hará pronto, por lo que resulta especial que para su nueva película, The Last Duel, cruce camino con una dupla que llevaba años sin reunirse: la de los guionistas y actores Matt Damon y Ben Affleck. Adaptando el libro homónimo de Eric Jager, El Último Duelo no es una historia fácil de abordar. En la violenta y ciertamente despiadada Francia medieval, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) tiene una acusación muy seria por hacer: el viejo amigo de su esposo, el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver), abusó de ella. La consecuencia de dicho acto es, en una época gobernada por la estupidez y donde la barbarie fungía como autora de la ley, un combate a muerte donde Jean de Carrouges (Matt Damon) enfrentará a su antes hermano de armas, para confirmar que la voluntad de algún poder superior está de su lado. La película abre enseñándonos los primeros compases de dicho duelo y, tras tocar la lanza con el escudo, se nos redirige a un primer capítulo donde la percepción de su personaje central -inicialmente el de Damon- va moldeando los detalles del evento que desencadenó todo. La película toma la decisión de adentrarse en la mente de sus personajes con tres capítulos que narran fundamentalmente lo mismo pese a sus complementarias diferencias. Inicialmente tenemos «la verdad de acuerdo a Jean de Carrouges«, una historia de un hombre al que su gobierno hizo a un lado y que su gran habilidad en combate es lo único que tiene a favor para sobrevivir en un mundo que le arrebató lo que buscaba. Después, está la versión de Le Gris, donde el personaje de Driver se mueve por los elegantes castillos del conde Pierre de Alençon -un sorprendentemente entretenido Ben Affleck-, creando un camino que lo llevará a cometer un acto imperdonable. Y finalmente, escrita por la guionista Nicole Holofcener, llega el momento de que se le de voz al personaje de Marguerite de Carrouges y se conozca la dolorosa realidad de una mujer atrapada en un impío sistema puesto a prueba por su valiente confrontación. En papel puede sonar repetitivo el tener que pasar por el mismo camino tres veces. Sin embargo, el guion escrito por Damon, Affleck y Holofcener sabe sortear con habilidad este obstáculo al tener una enorme atención a sus detalles. Lo que un personaje dice inteligentemente en un relato lo puede decir otro en su propia visión, mientras que quizás la tercera revela que ninguno de los dos estuvo cerca de mostrar tanta elocuencia. Además, estos caminos suelen divergir en varios puntos del trayecto y, lo vivido por cada uno de ellos en esos momentos de combate, o de lujuria, o de soledad, construye un muy potente resultado que jamás pierde el ritmo. Es un gran libreto que dialoga todo el tiempo con el espectador y saca mucho provecho de enlazar lo sucedido en algún punto del siglo XIV con lo que se vive actualmente, dándole un toque de relevancia bastante bienvenido. Es dolorosa, atrapante, íntima y, cuando llega el momento de la justa, electrizante. Claro que un gran guion pudo haber sido diluido -o mucho peor, moderado- por algún director sin experiencia, pero por suerte ese no es Scott. A sus 82 años de edad su grandilocuencia para narrar sigue más que pulida, siendo la pieza que le falta a una gran historia para convertirse en una gran película. No es solo que el veterano cineasta encare sin miedo las secuencias más duras del relato, sino que pocos como él saben cargar de tanta emoción una serie de escenas que, en su mayoría, se desarrollan dentro de castillos donde las palabras de sus personajes son tan contundentes como el quebrar de los huesos en pleno combate. Ni hablar de su impecable diseño de producción -de su usual colaborador Arthur Max-, el emocional score musical de Harry Gregson-Williams y de la suntuosa fotografía de Dariusz Wolski en uno de sus mejores trabajos en su extensa carrera. The Last Duel es una belleza técnica que merece verse en la gran pantalla. Claro que, los principales ganadores de la justa, son los actores y actrices frente a cámara. Matt Damon se luce dándole varias caras a su De Carrouges, de heroico caballero a vengativo esposo, y complementa a la perfección a Driver, quien una vez más confirma que es uno de los mejores actores trabajando. No es solo que su conocido carisma ya sea marca registrada -y aquí se explota para hacerlo aún más desagradable-, es que el actor de Marriage Story sabe manejar muy bien la intensidad de sus palabras y se adapta a la perfección a lo que le pide el guion, por más detestable que sea. No se puede ignorar a Affleck, que pese a dar una fuerte primera impresión por su aspecto, va creciendo en su papel de influyente y excesivo conde hasta que, finalmente, se luce como una de las piezas más solventes de la película, Quien merece su párrafo individual es la ascendente Jodie Comer como Marguerite. La actriz ya había conquistado a la pantalla chica con Killing Eve, dominó la taquilla con su divertido personaje en Free Guy, y ahora viene a demostrar que está a la altura de una gran producción de Scott. Inicialmente observada desde el punto de vista de los hombres, Comer tiene la oportunidad de crecer junto al personaje para que, al llegar su momento de tomar el control de cómo se narra su historia, sean las sutiles diferencias en su rostro las que demuestran las verdaderas intenciones de su actuación. Descubrirla una vez más en cada escena es un regalo que eleva a la película y que prueba que, sin ella, las cosas no funcionarían igual del bien. Puede que sea su primer acercamiento a una temporada de premios que promete ser competida, pero no hay duda de que no será su último. The Last Duel es un regalo para todo el que crea que se puede contar una gran historia con un presupuesto elevado de por medio. Su impecable producción, más que crear espectáculo -que lo hay, y se refleja en su grandioso combate final- es el envoltorio ideal para una producción de gran nivel, de esas que nos recuerdan que Scott y compañía son enormes talentos a los que hay que ver en su merecido espacio: la sala de cine. No hay duda de que se trata de un gran acierto en la carrera del mencionado cineasta, quien entrega su primera gran película de la década.
Este épico relato histórico protagonizado por Matt Damon, Adam Driver, Jodie Comer y Ben Affleck cuenta tres versiones distintas de los hechos que llevaron a dos caballeros medievales a enfrentarse entre sí. Una película épica bastante más íntima de lo que parece en función de las pocas pero espectaculares escenas de acción que tiene diseminadas a lo largo de sus extensos 150 minutos, EL ULTIMO DUELO es un drama de traiciones y engaños, una obra de revisionismo histórico que reposiciona a los caballeros del siglo XIV como las versiones medievales de los hombres tóxicos de ayer, de hoy y de siempre. Una mezcla del RASHOMON de Akira Kurosawa con LOS DUELISTAS, del propio Scott, salpicada por la iconografía de las campañas bélicas de la época, la película protagonizada por Matt Damon, Adam Driver y Jodie Comer tiene el suficiente atractivo ‘old school‘ como para fascinar a los espectadores más interesados en la fiereza y brusquedad de GAME OF THRONES que la más plástica y anodina acción del cine dominado por los efectos visuales. No es que EL ÚLTIMO DUELO no los tenga pero aquí los «efectos» más llamativos están ligados al un tanto absurdo peinado de Damon, al teñido de rubio de Ben Affleck (coguionista con su amigo Matt y con un rol por suerte tan solo secundario aquí) y a planos de miles de personas que claramente no estuvieron tan juntas y sin respetar la distancia social durante una película que fue filmada en plena pandemia. Pero no hay dragones, ni superhéroes. Eso, de por sí, ya es una rareza en una película de multimillonaria producción. Es que, como comentaba al principio, en realidad no es una película de acción. Empieza, sí, como si fuese a serlo, con un flash-forward al duelo en cuestión que enfrenta al caballero Jean de Carrouges (Damon) con su más joven escudero Jacques LeGris (Driver) por alguna disputa relacionada con Marguerite (Comer), esposa del primero, que mira con angustia como los dos tipos se miden las lanzas. La película intentará narrar cómo la situación escaló hasta ese brutal enfrentamiento pero lo hará a partir del conocido recurso de visualizar la versión de cada uno de los involucrados. El primero en contarla será Carrouges y en su versión él será el héroe de la historia. Un soldado hosco, duro e intenso, el tipo combate sacrificadamente en diversas campañas a las órdenes del jovencísimo Rey Carlos VI (Alex Lawther), que ya daba indicios de los problemas mentales que lo acecharían a lo largo de su vida. En paralelo, entabla una muy buena relación con el tal LeGris, a quien ayuda y salva en medio de violentos combates más de una vez. Pero LeGris empezará a transformarse en el elegido del Conde D’Alençon (Affleck), primo del rey, pasándolo de largo a Carrouges, lo que generará su previsible fastidio. Y eso se agrandará cuando, al casarse con Marguerite, descubra que parte de las tierras que el hombre esperaba tener incluidas en la dote le han sido otorgadas a LeGris. Y cuando todo empiece a calmarse un poco entre ellos sucederá lo peor: Marguerite le dirá a su marido que el tipo la ha violado. Para Carrouges, que ya venía enojado y con varias amenazas de juicio, será hora de un reto a duelo. La película, a partir de ahí, volverá a contar la historia dos veces más, desde los otros puntos de vista de los involucrados. No se repetirá escena por escena: algunas serán nuevas, otras mostrarán partes no vistas de las anteriores y, sobre todo, lo que habrá es un cambio de perspectiva respecto a héroes y villanos, sobre qué pasó y cómo pasó. Lo «nuevo» que veremos en estás versiones es la supuesta violación, que para LeGris –en una versión que se extendió mucho más allá del medioevo de la idea de «consenso»– no fue tal y para Marguerite, claramente sí. El film del director de GLADIADOR, que se basa en un caso real recuperado en el libro de Eric Jager «The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat in Medieval France», logra ir entrelazando cuestiones históricas, políticas y hasta económicas desde una perspectiva indudablemente moderna. Cuando llega la versión de Marguerite (el trío de guionistas lo completa Nicole Holofcener, que se ocupó del punto de vista de la dama), la película no duda en dar a entender que esa es la manera verdadera en la que sucedieron las cosas. Y su pintura de estos caballeros desagradables, agresivos, celosos y miserables representa esa relectura de los códigos de la época que de caballerosa no parece haber tenido mucho. Y si bien es cierto que, en algún punto, EL ULTIMO DUELO es más que nada un drama con elementos de intriga política, Scott se reserva momentos para escenas de acción de alto impacto. Además de las que involucran los enfrentamientos bélicos –quizás más convencionales–, el duelo final entre Damon y Driver bien vale la espera: es realmente impactante. Como la trama en sí, es una pelea brutal, violenta y desaforada, mucho más sucia y agresiva que las que existían en las novelas sobre caballeros que leíamos de niños. Más allá de su absurdo corte de pelo que le da un look de guitarrista de banda de death metal, Damon logra convencer con este personaje ensimismado y tenso, un experto en las batallas que no tiene mucha elegancia ni ductilidad a la hora de moverse en la vida civil. Por el contrario, al siempre «gallardo» Driver le queda a la perfección este soldado entre arrogante y refinado, un galán que deja a las chicas del condado suspirando, un tipo opuesto a su rival ya que se mueve mejor en los pasillos y eventos sociales que en el frente de batalla. O eso parece, dependiendo de las versiones. Comer, en tanto, domina la última parte del relato con sus experiencias de abusos varios, hasta entonces pasados por alto. Y si bien su personaje está creado de un modo un tanto ambiguo (algunas de sus actitudes son casi feministas para la época, otras son mucho más tradicionales y fieles a las costumbres medievales), la actriz de KILLING EVE logra darle entidad a una Marguerite que es más una construcción teórica que un personaje real. El que tiene que lidiar con los límites de su talento actoral, otra vez, es Affleck, que por momentos se parece más a un padre actuando en una obra escolar de su hijo que a alguien que se dedica a esto profesionalmente. A algunos les podrá resultar divertida su interpretación un tanto camp del personaje, pero queda fuera de contexto en una película que se toma muy en serio (demasiado, acaso) a sí misma. Quizás por su espesor físico, por la sensación de materialidad que emerge en casi todas sus escenas, EL ÚLTIMO DUELO aparenta una solidez y asume una seriedad que pocas superproducciones actuales tienen. No posee el ingenio ni la creatividad visual de la asombrosa THE GREEN KNIGHT pero tiene una presencia y una fisicalidad tal que la hacen creíble aún con su relectura en clave moderna de un hecho que seguramente fue tratado de otra manera en su época. Y aunque el brillo de las gestas de antaño esté opacada al mostrarse su oscurísima naturaleza, la esencia y brutalidad de la época está capturada a la perfección. Así en el campo de batalla como en la alcoba.
Ridley Scott es uno de esos grandes directores que somos afortunados de tener conforme van pasando las décadas. Con 84 años sigue rodando sin respiro y antes de que llegue la esperada House of Gucci se estrenó El último duelo, un drama que sucede previo a las cruzadas pero puede engañar a simple vista. La historia está dividida a través de tres capítulos, tres verdades, es decir tres versiones. Los protagonistas son dos hombres, amigos que pronto se enemistan tras una traición, y la mujer de uno de ellos. A lo largo de dos horas y media seremos testigos de una historia contada desde tres perspectivas, aunque se resalta la verdad de la última, la de la mujer. Así, lo que podría parecer una lucha de masculinidades, que en efecto lo es pero no sólo eso, en el fondo es la lucha de una mujer por no ser silenciada en una época donde la mujer no sólo tenía destino válido de esposa y madre sino que era tratada como mero objeto. Basada en un caso real y acá escrita por el dúo Ben Affleck y Matt Damon junto a Nicole Holofcener, El último duelo comienza con impactantes imágenes de batalla que muestran a un Ridley Scott muy hábil para retratar la crudeza y bestialidad de la época. Pero de a poco abandona la batalla para ir profundizando un poco más en los personajes. Dos viejos amigos que de repente se encuentran en situaciones de poder muy distintas y la distancia entre ellos se acrecienta a medida que surgen mentiras y traiciones hasta llegar al momento que lo define todo: Jean de Carrouges y Jacques Le Gris se enfrentan luego de que éste último violara a la mujer del primero. Hablamos de una época de duelos a muerte en la que lo que más importa es el honor pero también donde la mujer no tenía voz. Está muy bien narrado cómo se relaciona la época con este tipo de situaciones de género: la violación como un ataque no hacia ella sino hacia su marido, las cuestiones de poder que permiten proteger al agresor, las instituciones acostumbradas a esconder este tipo de situaciones recurrentes, la mujer a la que aconsejan callar porque a la larga les pasa a casi todas y qué tiene ella de especial. Así hay muchas escenas que generan impotencia y al mismo tiempo permiten pensar un presente que está adelante pero al que todavía le quedan muchas cosas por cuestionar. Aunque es cierto que algunos discursos suenan demasiado actuales y por lo tanto fuera de la época que se decide retratar, la película tiene buen ritmo y genera un interés que no decae, aun cuando, a través de las tres versiones en que la película se divide, algunas escenas se hacen reiterativas o poco soportables -como la de la violación que se repite con cambios muy sutiles lo que pone en evidencia que el agresor puede disfrazar su ataque de seducción con el discurso pero en realidad sabe bien lo que está haciendo. El último duelo consigue su interés desde su impactante comienzo y no lo pierde nunca, ni siquiera cuando se deja de lado lo épico para narrar la cotidianeidad de otra época o aquel momento en que parece convertirse en una película de juicios. Hay mano en la dirección pero también en los aspectos que rodean un guion sólido sin necesidad de apelar a grandes sorpresas. La música de Hans Zimmer aquí suena con mucha fuerza. Las interpretaciones están todas a tono: Adam Driver como un macho consciente del poder que va adquiriendo, Matt Damon con su tosquedad e inseguridad disfrazada, Jodie Comer desde la delicadeza hacia la fortaleza de la que tiene que hacerse para poder sobrevivir en un mundo que no parece diseñado para la mujer, incluso un Ben Affleck casi ridículo funciona dentro de la historia. Con un paso casi desapercibido por la cartelera que la convirtió en su país en un fracaso de taquilla, El último duelo es una película que vale la pena aprovechar para ir a ver en salas porque demuestra que el éxito no determina nada, en especial en épocas complicadas para el cine en el cine. Porque Ridley Scott no sólo aparece con toda la solidez que su experiencia le brindó sino que detrás hay una historia de esas que valen la pena ser contadas. Y acá aparece con un relato que hace transitar un montón de emociones de principio a fin. Quizás le sobren algunas escenas -más que nada las que se sienten reiterativas- y quizás a veces el tono tan actual de los discursos parezca demasiado impostado para la época pero El último duelo no deja de ser una experiencia cinematográfica movilizadora y gratificante
Luego de haber leído el libro ‘The Last Duel’ de Eric Jager, un clásico francés sobre el último duelo judicial del Siglo XIV, Matt Damon se contacta con Ridley Scott, director con el que ya había trabajado en ‘The Martian’, para poder darle vida a este relato. Sin embargo, esta obra se construyó en equipo. Damon y Ben Affleck fueron los encargados de escribir el guion junto con la directora y guionista Nicole Holofcener. Quien, según Affleck, es la ‘Jane Austen de estos tiempos’ , ayudó en el famoso female gaze, la mirada femenina que tan imprescindible es en esta historia. Allá por el año 2000, fuimos testigos de uno de los grandes clásicos del cine: ‘Gladiador’. El director británico Ridley Scott nos demostró su gran talento para remontar a través de la cámara un pasado histórico, real y minucioso en el que el espectador logra entrar a ese universo y entender los códigos de ese pretérito mundo que alguna vez fue real. En ‘Gladiador‘, fuimos envueltos en el sufrimiento del traicionado general hispano Máximo quien anhelaba recuperar la familia y la felicidad que alguna vez poseyó. Años más tarde, sin tantos bombos y platillos, Ridley Scott nos trae lo que mejor sabe hacer: inmiscuirnos en una sociedad pasada para revelarnos esta vez el agobiante sufrimiento y abuso de una mujer en el medioevo francés. Una sociedad patriarcal donde la mujer no era más que un objeto y propiedad, que solo por decir su verdad podía terminar quemada en la hoguera. ‘The Last Duel’ sigue la historia de Jean de Carrouges, un caballero francés, que lucha y pelea con fervor para mantener su orgullo, su dinero y defender a su rey. Su amigo Jacques Le Gris, quien a costa de ganar poder y altanería, se convertirá en su enemigo por diferentes traiciones. Pero todo llega a su epítome cuando la mujer de Jean de Carrouges, Marguerite de Carrouges, le confiesa a su marido que fue violada por su enemigo Jacques Le Gris. El film comienza con lo que luego será parte de un final. Podemos sentir la adrenalina que envuelve a esa escena. La cual nos zambulle al retrato de un público expectante que está a punto de ver el combate judicial de dos hombres que pelearán por sus vidas. Un combate que no tiene desperdicio, es para ser visto en la pantalla grande. Luego la película toma el estilo ‘Rashomon’, término que se atribuye en el cine cuando un evento se explora a través de la mirada de los distintos personajes involucrados. Tendremos los tres puntos de vista. Jean de Carrouges, interpretado por Matt Damon, un marido celoso y solo preocupado por su honor. El punto de vista de Jacques Le Gris, interpretado como solo Adam Driver sabe hacer, un hombre soberbio y sin escrúpulos. Y por último el punto de vista, más bien, los sentimientos de Margarite, interpretada por Jodie Cormer quien es la gran revelación de la película. Su actuación es magnífica. Está en el tono perfecto de una mujer que no puede gritar pero no quiere callar. La manera en que revela su angustia en su rostro es digno de aplausos. El efecto de las distintas miradas cumple para subrayar que en realidad hay una sola verdad y es el desgarrador relato de esta mujer que sólo quería lo que le pertenecía: ella misma. Su verdad, su justicia. Se puede decir que ‘The Last Duel’ es un enfrentamiento entre el pasado y el presente como sociedad. ¿Hasta cuándo seguiremos dudando de la verdad?
"Depende, de según cómo se mire, todo depende" Después de transcurridos varios años de trabajar juntos escribiendo y protagonizando una película, Matt Damon y Ben Affleck, vuelven a reunirse en El último duelo, una historia de época dirigida por el gran Ridley Scott. Por Denise Pieniazek El Último Duelo (The Last Duel, 2021) es una película basada en la novela The Last Duel: A True Story of Trial de Combat in Medieval France (2004) de Eric Jager, la cual a su vez narra los acontecimientos reales que tuvo como protagonistas al escudero Jacques Le Gris, y al matrimonio de Jean y Marguerite de Carrouges. La historia está ambientada en Francia durante el siglo XIV, en pleno reinado de Carlos VI, en consecuencia, estamos frente a una película de época que se luce mediante sus maravillosos decorados y vestuarios. A pesar de ser una película histórica, El Último Duelo está a tono con la ola feminista actual, logrando que un relato del pasado haga eco en el presente, y sin forzar este recurso como la mayoría de las películas actuales que quieren hacer encajar sus discursos en lo políticamente correcto, sin tratar las temáticas en profundidad. Al respecto es importante mencionar que el guión coescrito entre Ben Affleck y Matt Damon, quienes ya habían escrito y protagonizado juntos el guión del notable largometraje En busca del destino (Good Will Hunting, 1997), tiene además el aporte femenino de Nicole Holofcener (guionista y directora). Lo cual es crucial, dada la temática del relato en la cual no quiero explayarme porque creo que al público que no conoce la historia, la película le impactará aún más. Lo que es evidente dado el título (que refiere al último duelo judicial permitido por el parlamento parisino) es que hay un duelo declarado por el rey Carlos VI como resolución al conflicto entre dos escuderos y caballeros. Dejaré como dije recientemente cuál es el conflicto en cuestión en suspenso. Uno de los aciertos de la película es dividirse estructuralmente a groso modo en tres segmentos o actos, según el punto de vista de cada uno de los tres protagonistas de esta historia. En dicho sentido, El Último Duelo aunque a algunos pueda llamarle la atención su extensa duración -a diferencia de la mayoría de los filmes actuales que duran lo mismo- aquí se justifica, ya que cada acto es un microcosmos en sí mismo que hace un buen uso de ese tiempo y que a su vez se irá completando y superponiendo con el segmento siguiente. Los dos primeros capítulos corresponden a los puntos de vista masculinos de Jacques Le Gris (Adam Driver) y Jean de Carrouges (Matt Damon), mientras que el tercero pertenece a la óptica mujeril de Marguerite de Carrouges. Este tercer acto es clave para la narrativa puesto que resignifica toda la película, dándole una potencia interpretativa enorme. En consecuencia, es evidente que tanto desde la concepción del guión como desde la audaz dirección a cargo del célebre Ridley Scott (Thelma y Louise, Blade Runner, Gladiador, Gánster Americano, etc.) se tiene muy presente una de las premisas fundamentales del lenguaje cinematográfico: “el espectador de cine trabaja por acumulación”. Asimismo, el tercer acto a tono con la ola feminista actual que se mencionaba al inicio, posee una aproximación desde la perspectiva de género, es decir, una visión feminista de los hechos, debido a que mediante gestos sutiles del personaje de Marguerite de Carrouges (interpretado de forma conmovedora por Jodie Comer) se marca el contraste con el universo masculino y su patriarcado. Dicho segmento, cuestiona todo lo narrado anteriormente y mediante detalles muy sutiles que van desde quitarse lentamente unos zapatos, o por el contrario trastabillarse con los mismos al intentar huir, hasta subir lentamente una escalera o correr de prisa por la misma buscando el refugio, o la interpretación de una mirada o un beso. En conclusión, El Último Duelo posee una equilibrada y semánticamente potente unión entre la forma y su contenido, entre el cómo se dice y lo qué se dice. Su estética cinematográfica refuerza cada uno de los actos según avanza la acción, superponiendo cada uno de los tres relatos dentro de esta gran narrativa, que por su excelencia como obra total -a pesar de su lento ritmo inicial- logra posicionarla dentro de uno de los mejores estrenos de este año.
En 1977 Ridley Scott se dio a conocer en todo el mundo por su opera prima, llamada Los duelistas, un film de época basado en el libro de Joseph Conrad. En el 2021, uno de los films que estrenó el realizador se llama El último duelo y vuelve a ser un film de época. En el medio dirigió títulos tan diferentes como Alien (1978), Blade Runner (1982), Thelma & Louise (1991), Gladiator (2000) y The Martian (2015), dentro de docenas de títulos con los más variados resultados. Un realizador con una carrera gigantesca y despareja, que en el 2021 volvió a dar que hablar. El último duelo transcurre en Francia en el año 1386. Comienza con un duelo entre el caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) y el escudero Jacques LeGris (Adam Driver), al acusar el primero al segundo de abusar de su esposa, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer). El Rey Carlos VI (Alex Lawther) ha decidido que la mejor forma de solucionar el conflicto es un duelo a muerte. El que gane será el poseedor de la verdad y, en caso de que venza LeGris, la esposa del caballero será quemada como castigo por falsas acusaciones, ya que es ella quien denunció al escudero. El guión está basado en una historia real escrita por Eric Jager: The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat. El guión lo escribieron Ben Affleck, quien en la película interpreta a Pierre d’Alençon, y Matt Damon, los mismos que ganaron el Oscar a mejor guión por Good Will Hunting (1997). En esta ocasión, sin embargo, sumaron al equipo a la guionista y directora Nicole Holofcener para lograr un punto de vista femenino en la historia. Un guión escrito de a tres para una historia que está narrada tres veces, con tres puntos de vista diferentes. De hecho, ese es el gran hallazgo e interés de El último duelo. Lo que se podría llamar narración estilo Rashomon (1950) de Akira Kurosawa. El prólogo y el epílogo están fuera de esta estructura que es menos ambigua que en otros films de este estilo. Se podría imaginar que toma partido y que de las tres verdades una es la que vale. La escena final, sin embargo, es bastante ambigua, pero no la anticiparemos aquí. Lo que Scott y la historia buscan destacar es la estructura medieval donde las mujeres se encontraban en una situación de mercancía y que, como en este caso, su única posibilidad de defenderse era la victoria de su marido. La derrota de él, puede ser la muerte de ambos. Las ideas medievales, no muy alejadas a las de algunas culturas actuales, están captadas por el guión. Podrá tomarse como un film a la moda y de acuerdo a los vientos que soplan, pero occidente no está tan mal en ese tema, si acaso existe una denuncia, debe ser apuntada a los medievales del siglo XXI, que los hay en muchos países todavía. Sin embargo el corazón de la película, mal que le pese a los guionistas, está en como Ridley Scott filma la acción. El duelo es espectacular, dramático, lleno de suspenso. El director regresa a su mejor forma y demuestra porque ha llegado hasta aquí. Incluso su trabajo le aporta una mayor riqueza al discurso y lo vuelve más complejo. Ridley Scott es un director muy visual, por eso sus mejores películas son las que deslumbran por ese lado. El último duelo, es un espectáculo de primer nivel, de lo más sólido que ha hecho Scott en los últimos años. Qué le haya ido mejor a la mediocre La casa Gucci (2021) que este film, no dice nada malo del veterano director, sino más bien de los espectadores y de la forma en la que actualmente se piensa el cine.
Seguramente lo mejor que le pasó en mucho tiempo a Ridley Scott fue trabajar sobre un guión tan solido como el que consiguieron Matt Damon y Ben Affleck. Se le notan los gestos para empoderar a la mujer pero a fin de cuentas sale ganando.
El fracaso de "El último duelo" en taquilla ha sido estrepitoso, negarlo sería faltar a la realidad. Y aunque Ridley Scott haya cargado contra los millenials, lo cierto es que debería mirar más a Disney y la falta de promoción que a un público en particular. El problema que ha habido con esta película es que no se le dió la publicidad suficiente y para una obra que reconstruye una historia del s. XIV, eso puede ser condenarla a la ignominia. Lo cual es realmente una pena, ya que se trata de una de los mejores films del año. El tiempo suele ser un gran ordenador y no sería raro que en un futuro consiga el reconocimiento que merece. • Para hablar de "Él último duelo" hay que viajar a la Francia del siglo XIV, en plena Guerra de los Cien Años ante Inglaterra. Ridley Scott nos contará una historia particular, que incluirá tres puntos de vista ordenadores de los hechos. El primero es el de Jean de Carrouges, un escudero de raíces nobles, tan orgulloso como descuidado. El segundo es el de Jacques Le Gris, un vasallo del Conde Pierre, calculador y ambicioso. Y el tercero y central, el de Lady Marguerite, esposa de de Carrouges, una mujer inteligente y con personalidad. A partir de un hecho brutal hacia Marguerite, la historia se vuelve tan dolorosa como atrapante. Como Kurosawa en Rashomon, Scott, aprovecha las distintas miradas para aportar nuevos elementos y crear una narrativa exquisita. Aunque es verdad que el truco narrativo enceguece, sería un error quedarnos solo con eso. En esta película se ponen en juego la honorabilidad, el orgullo, y sobre todo las características de un régimen donde la palabra de la mujer tiene un valor nulo. La verdad, entonces, solo parece resumirse a un juego de poder, donde Dios es tan solo una excusa. • En 'El último duelo' no resuena fuerte el ruido de las espadas, ni los ríos se tiñen de sangre, pero la violencia está presente en todo momento. Violencias que hoy no son ajenas a nuestro presente, aún habiendo pasado casi 700 años. Una invitación a la reflexión, poderosa e imprescindible.
Reseña emitida al aire en la radio
Con 84 años el director de clásicos como «Alien» (1979), «Blade Runner» (1981) y «Thelma & Louis» (1991) por solo nombrar algunos, sigue en plena vigencia. Este mismo año estrenó 2 grandes producciones tan disímiles como personales, mostrando su versatilidad como narrador y sus ganas de seguir metiéndose en historias heterogéneas que todavía tengan varias cuestiones para denunciar o decir sobre la actualidad. Si en «House of Gucci», Ridley Scott quería hacer una observación sobre el despiadado mundo de la moda, aquí vuelve al drama histórico basado en hechos reales (y en una novela escrita por Eric Jager titulada «The Last Duel: A True Story of Trial de Combat in Medieval France») situada a fines del siglo XIV en Francia, donde busca plasmar una historia épica, pero a su vez intimista, con una perspectiva feminista a tono con los tiempos que corren, que contrasta el pasado con el presente, de una manera motivada e inspirada. El largometraje se sitúa en el año 1386 y cuenta el enfrentamiento entre el caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) y el escudero Jacques LeGris (Adam Driver). Ambos poseían una relación cordial y casi de amistad, hasta que el primero acusa al segundo de haber violado a su esposa, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer). El Rey Carlos VI propone solucionar este conflicto mediante un duelo a muerte. El que venza representará el deseo divino y será una «clara» expresión de la veracidad de los hechos. Sin embargo, si el escudero sale victorioso, la esposa del caballero será quemada como castigo por falsas acusaciones. Ridley Scott además de mostrarse en gran forma, con su estilizada narración clásica, parece estar cerrando un ciclo que inició con su ópera prima en 1977 titulada «The Duellists» y donde también se plasmaba una disputa entre dos oficiales del ejercito de Napoleón cuyo enfrentamiento marcará sus vidas para siempre. Lo interesante del film de 2021, no solo es que ya se puede ver una mirada mucho más madura de Scott como director, sino que, además, la historia se divide en 3 partes, donde se narran los hechos desde la perspectiva de los personajes involucrados. Tendremos las miradas de los dos caballeros enfrentados y el punto de vista de Marguerite. Así es como poco a poco se irá develando qué fue lo que en realidad pasó entre estos individuos y cómo su relación se fue deteriorando a lo largo del tiempo, entre intereses materiales y la búsqueda de poder en la sociedad francesa del siglo XIV. Lo atractivo de la propuesta narrativa de Scott, es que las distintas versiones de los hechos poseen ligeros y sutiles cambios, no anulando por completo la visión anterior sino complementándola y demostrando que la propia subjetividad a veces enceguece a los involucrados. Adam Driver y Jodie Comer ofrecen dos interpretaciones sublimes, al igual que Matt Damon que además de interpretar a Corrouges participó en la coescritura del guion junto a su compañero Ben Affleck con quien ya había escrito el guion de «Good Will Hunting» (1997), obteniendo el Oscar a Mejor Guion. Completa el trío de guionistas, Nicole Holofcener («The Land of Steady Habits»). Demás esta decir que el vestuario, el diseño de producción y todo lo que respecta a la reconstrucción de época es realmente maravilloso, así como también la fotografía de Dariusz Wolski, que hace tiempo se convirtió en un habitual colaborador de Scott. «El Último Duelo» es una película atrapante, bellamente narrada y filmada que se beneficia de un trío protagónico maravilloso, de una historia atractiva y de una necesaria deconstrucción de ciertos mitos, prácticas y otras cuestiones. Un relato que sobresale por su inspirada estructura narrativa que no fue puesta arbitrariamente sino en función de lo que se cuenta, redondeando una de las producciones más destacadas de este 2021.