La mano de Dios A los 77 años, Ridley Scott presenta una carrera oscilante, incluso desconcertante si se quiere, pero -aun en sus films más fallidos- siempre con elementos valiosos para el análisis. Tras un arranque esplendoroso con Los duelistas, Alien: El octavo pasajero y Blade Runner, rodó títulos tan disímiles como Thelma & Louise, Gladiador o Gánster americano. Ahora, tras la incomprendida El abogado del diablo, llega la épica bíblica Exodo: Dioses y Reyes, para la que contó con un generoso presupuesto de 140 millones de dólares y con Christian “Batman” Bale como un Moisés que va del susurro al grito sin escalas intermedias. La primera parte (la presentación de los personajes y del conflicto dramático) es más bien esquemática y poco interesante. Estamos en el antiguo Egipto, en el 1.300 antes de Cristo, con el emperador Seti (John Turturro) al frente de un poderoso imperio que durante 400 años viene esclavizando a los hebreos. Su hijo de sangre es Ramsés (Joel Edgerton), pero el faraón tiene predilección por Moisés, quien salvará a su “medio hermano” en pleno campo de batalla. Tras la muerte de Seti y tras conocer de primera mano el trato inhumano que reciben los esclavos en las canteras y las construcciones, Moisés se entera de su origen hebreo, es desterrado y se termina casando y armando una familia con Séfora (María Valverde). Hasta allí lo más flojo del film, con situaciones elementales y personajes secundarios demasiado unidimensionales y recortados en el montaje final (totalmente desperdiciados Sigourney Weaver, Aaron Paul y Ben Kingsley, entre otros) para una película que parece hecha para el lucimiento exclusivo de Bale. Por suerte, en la segunda mitad la cosa mejora porque Scott se dedica al cine de aventuras de proporciones bíblicas a-lo-Cecil B. DeMille en Los Diez Mandamientos: un festival de CGI con las plagas de cocodrilos en el Nilo enrojecido, langostas, moscas, granizo, tormentas perfectas (no es spoiler lo de las aguas del mar que se abren, ¿no?) y escenas de masas. Y hasta hay unas cuantas charlas de Moisés con Dios encarnado en un niño… Bastante mejor que la reciente Noé (no hacía falta demasiado), Exodo… es un discreto melodrama que luego deviene en imponente épica. En sus propias contradicciones y desniveles están las dos caras, las múltiples facetas de un director como Ridley Scott, que probablemente haya concretados hace ya mucho tiempo sus principales aportes al cine, pero que en la etapa final de su carrera no deja de ser un realizador valioso y al que vale la pena seguir.
Entre las últimas Prometheus y The Counselor, Ridley Scott no estaría pasando un gran momento para con la pantalla grande. Volver al universo xenomorfo le trajo más de un dolor de cabeza, y adaptar el guión del escritor Cormac McCarthy tuvo demasiadas contiendas negativas. ¿La solución de Scott? Volver al terreno de la épica histórica, que ya dominó con la excelente Gladiator, la soporífera Kingdom of Heaven y la reciente adaptación de Robin Hood. El resultado es Exodus: Gods and Kings, una nueva visión de la reconocida historia bíblica que hace bastantes aguas (sic). Escrita a ocho manos entre Jeffrey Caine, Adam Cooper, Bill Collage y el reconocido Steve Zaillian, lo bueno de Exodus llega tarde, cuando ha pasado más de una hora y media de metraje. No hay mucha reimaginación en la historia del libertador Moisés, encarnado por el recio , sino una excelente puesta en escena y un gran trabajo con el uso del 3D en los primeros momentos del film, lugar donde Scott se siente muy cómodo y es lo que mejor le sale. No hay diferencia alguna entre éste producto y una Son of God, con excepción de un elevado coste de producción y un elenco de primer nivel, mayormente desperdiciado o relegado a diferentes cortes de edición en el mercado del DVD. Con esto no se quiere decir que Exodus sea mala: cuando finalmente llega a dejar de lado las cartas de presentación de los personajes y llegamos a los momentos bíblicos más interesantes -léase, las diez plagas- es donde la película se permite alejarse del típico cuento religioso. Hay una inquietud por mostrar a Moisés como un personaje que podría o no delirar el llamado de Dios a ser el líder semita que todos conocemos, y hasta un costado vengativo de parte del Todopoderoso, encarnado en la imagen de un niño en este caso, que hacen que no todo esté perdido -o contado, en este caso-. Mas allá de la fuerte crítica al elenco del film, que mayormente está protagonizado por actores blancos en varios estadíos de bronceado egipcio, lo que importa es el talento desperdiciado en pantalla. Y no es que hay pequeñas partes encarnadas por grandes actores, se nota a la legua que Sigourney Weaver tenía un papel de peso que quedó increíblemente recortado a un puñado de escenas, así como también Ben Kingsley, Aaron "bitch" Paul y hasta el cameo de peso, prácticamente, de John Turturro. El contrapeso de Bale lo hace el australiano Joel Edgerton como el maníaco Ramsés II, que comporta el paso dramático por parte de los esclavistas egipcios. A esta altura, hay muy pocas personas que no sepan cómo comienza y termina la historia de Moisés. Si bien los pequeños cambios son interesantes, llegan tarde para elevar la propuesta épica a otro nivel, a uno más profundo, mas allá de los fantásticos efectos especiales que recrean las plagas y separamientos marítimos.
La revolución monoteísta. La primera incursión de Ridley Scott en el terreno de los relatos bíblicos en realidad posee muchos puntos en común con sus otras epopeyas de época, léase Gladiador (Gladiator, 2000), Cruzada (Kingdom of Heaven, 2005) y hasta Robin Hood (2010): hablamos de obras caracterizadas por un anclaje preciosista, una construcción formalmente tradicional, la relectura respetuosa de motivos clásicos del cine de aventuras y una severidad narrativa que parece maldecir en cada fotograma la estupidez del Hollywood contemporáneo y su dependencia para con mamarrachos individualistas basados en los CGI. Así las cosas, tanta ambición funciona como un bálsamo que inyecta vitalidad a una industria empobrecida. Sin dudas uno de los elementos determinantes en el rejuvenecimiento del señor pasó por la estrategia de distanciarse de Russell Crowe, en lo que fue una sociedad relativamente eficaz aunque agotada en su última etapa. La propuesta es el eslabón final de un tríptico que nos retrotrae a los mejores momentos de su carrera y que comenzó con las maravillosas Prometeo (Prometheus, 2012), su gran regreso al horror de ciencia ficción, y El Abogado del Crimen (The Counselor, 2013), un film noir irreverente y de una enorme riqueza conceptual. Éxodo: Dioses y Reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014) es de alguna manera la culminación de un periplo glorioso orientado a garantizar continuas sorpresas expositivas. No obstante esta imprevisibilidad hoy está un poco atenuada porque desde el vamos todos sabemos que estamos ante una crónica centrada en Moisés (interpretado por un impecable Christian Bale): el título de por sí establece el “tope” de la trama, sólo restaría aclarar que la historia comienza cuando el susodicho aún es príncipe tácito de Egipto, a la par de su hermanastro Ramsés (Joel Edgerton). Más allá de las libertades del guión de Adam Cooper, Bill Collage, Jeffrey Caine y Steven Zaillian, aquí lo verdaderamente fascinante es la tesitura -tan paciente como meditabunda- a partir de la cual Scott traduce en imágenes la lógica del destierro, las revelaciones, la lucha fraternal y el lúgubre azote de las diez plagas. El proceso de humanización de Moisés y Ramsés, alejado de las caricaturas del mainstream de nuestros días, hace posible el apuntalamiento de personajes contradictorios que parecen prisioneros de su contexto inmediato y el cúmulo de acontecimientos sociales. Éxodo: Dioses y Reyes iguala en crueldad a las huestes del Faraón y Jehová, emparejando sin pudor un sistema esclavista con la locura homicida de la divinidad hebrea. De hecho, otro de los factores principales en lo que respecta al éxito del convite abarca el haber comprendido que el objetivo por antonomasia de la fábula bíblica del peregrinaje es ilustrar la triste victoria del monoteísmo y su arrogancia por sobre la multiplicidad religiosa de la Antigüedad…
El cine bíblico existe desde el período mudo. Basta con citar las supreproducciones de Cecil B. DeMille, como Los Diez Mandamientos, de 1923… readaptada por el mismo en 1956, en colores, con Charlton Heston como Moisés, responsable de liberar al pueblo judío. Es justamente este pasaje del Viejo Testamento -con sus plagas y el Mar Rojo abriéndose- que Ridley Scott, el DeMille contemporáneo, recrea en Éxodo: Dioses y Reyes. Estamos en el Antiguo Egipto. Moisés (Christian Bale) y Ramsés (Joel Edgerton) crecieron juntos, como príncipes, pero son muy distintos. Uno es más racional y comienza a cuestionar los manejos de los faraones; el otro es más creyente, pero cuando llega a lo más alto del poder, pronto se irá convenciendo de que él mismo es una deidad. Cuando Moisés descubra sus verdaderos orígenes hebreos, será exiliado del reino. Pero será en su nueva vida, lejos de la ostentación y cerca del amor de su nueva y genuina familia, que recibirá una misión del mismísimo Dios: luchar por la libertad de los israelíes que su ex familia real viene esclavizando desde hace 400 años. Una tarea nada fácil, en la que también intervendrán hechos de carácter divino. Al igual que en sus anteriores films épicos-históricos, el director plasma una impactante recreación de época al servicio de un drama con intrigas, batallas y, esta vez, fenómenos divinos. Como en los films de DeMille, las secuencias de las Diez Plagas de Egipto y las de infinidad de judíos atravesando el Mar Rojo seco eran las que más prometían, y Scott cumple con creces. De todas maneras, nunca abandona los temas centrales: la tirante relación entre Moisés y Ramsés (con muchos puntos en común con la de Máximo y Cómodo en Gladiador) y la impunidad de los manejos de las altas esferas y cómo ellos mismos se creían dioses, al punto de hacer construir ciclópeas estatuas para imponerse ante la tierra y el cielo. Christian Bale es el Moisés perfecto, convincente como un individuo que debe asumir su rol de profeta y también a la hora de combatir a los espadazos. Sin duda, su presencia le suma a la película, de la misma manera que Russell Crowe sumaba en Gladiador y Robin Hood y que Orlando Bloom restaba en Cruzada. Le sigue de cerca el australiano Joel Edgerton, quien compone a un Ramsés más frágil y menos inteligente, siempre un déspota. Ambos actores les imprimen humanidad a personajes muchas veces interpretados en las pantallas. En papeles secundarios pero claves se encuentran Ben Kingsley, John Turturro, Ben Mendelsohn, María Valverde y Aaron Paul. Y Sigourney Weaver como Tuya, la madre de Ramsés; una intervención demasiado mínima, pero la actriz catapultada por Scott en Alien impone toda su presencia. Éxodo: Dioses y Reyes ya no sorprende desde la capacidad de Ridley Scott para rescatar períodos olvidados (aunque algunas veces le fue mejor que otras, queda clara su mano para esta clase de films), pero los aciertos de casting y las logradas secuencias cruciales la convierten en uno de sus mejores trabajos de una trayectoria irregular. Además, junto con Noé, de Darren Aronofsky, marca el regreso de las aventuras bíblicas, provocando que Las Sagradas Escrituras vuelvan a devenir en Las Sagradas Pantallas.
Una épica bíblica que funciona mejor en sus momento menos épicos. Ridley Scott dirige Éxodo: Dioses y Reyes, una nueva adaptación de la historia de Moises, esta vez con Christian Bale en el papel principal. La película cuenta la historia del destierro que sufre al enterarse su verdadero origen hasta la liberación del pueblo judío y la búsquela de la tierra prometida. El Príncipe de Egipto Éxodo: Dioses y Reyes llega en uno año donde tuvimos una cantidad inusual de película bíblicas. Noe, Hijo de Dios, El Cielo Sí Existe y Tierra de María pasaron por nuestra cartelera con mayor y mejor suerte, ¿Que puede ofrecernos esta nueva película de Ridley Scott que aborda un tema ya conocido y en un año donde ya pudimos saciar nuestra sed de fe en el Señor? La respuesta es: Una buena cuota de naturalidad. En Éxodo no van a encontrar un Moises clavando su bastón a orillas del Mar Rojo y a este abriéndose al medio para permitir el paso al pueblo judío. Aquí todo está trabajando de una forma más sutil, o más “realista” si se quiere. Especialmente las escenas que involucran a las plagas o el recién mencionado cruce del Rojo Rojo, todos estos actos de Dios se muestran como fuerzas de la naturaleza, muy diferente a como se dan en anteriores épicas bíblicas como Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille o hasta la más reciente en el tiempo Noe, de Darren Aronofsky. Scott también decide tener a Dios representado por un niño de 11 años que solo el personaje de Bale puede ver. Todo esto hace que el relato esté teñido de una naturalidad extraña para este tipo de películas, cosa que al mismo tiempo abre algunas interrogantes y la interpretación de los hechos quedarán a discreción del espectador. Si bien la espectacularidad de sus escenas épicas dejará contentos a quienes vayan de eso, Éxodo mejor funciona cuando apela a su costado más intimo. Christian Bale como Moises y Joel Edgerton como Ramsés II se sacan chispas en los papeles principales. La relación entre ambos está marcada por la preferencia del Faraón Seti (John Turturro) de Moises, su hijo adoptivo, por sobre Ramsés, su hijo natural. Esta competencia y envidia entre ambos hace que los mejores momentos del film lleguen en aquellas pequeñas escenas en la que los dos actores comparten la pantalla y crean un interesante clima de tensión. Si bien en los papeles principales es donde vamos a encontrar lo mejor que Éxodo tiene para ofrecer en el plano actoral, resulta extraño lo desaprovechado que están casi todos los personajes secundarios del film. A excepción quizás de John Turturro y Ben Kingsley, ninguno de los otros personajes secundarios tiene mucho peso en la trama. La esposa de Moises, interpretada por Golshifteh Farahani, pareciera servir solo como excusa para explicar qué estuvo haciendo durante su exilio. Sigourney Weaver parece ser simplemente “la madre y esposa de…”, ya que no tiene ningún otro rasgo, y pudo haber gravado sus escenas en una tarde. Pero peor es el caso de Aaron Paul, quien pareciera estar solo para mirar a otros personajes (literalmente MIRA a otros personajes, solo eso hace) y repetir en forma de pregunta lo que Moises le afirma. Para ser una épica bíblica de 150 minutos, hay que admitir que la película resulta lo suficientemente entretenida para no aburrir en ningún momento. Aunque las escenas entre el exilio obligado de Moises y su vuelta como salvador del pueblo judío se hacen sentir, sobre todo porque se dan hechos que uno creería que al menos tendrán más peso en el futuro y al final resulta que no es así. Conclusión El paso de Ridley Scott por el género de las épicas bíblicas lejos está de ser algo olvidable, pero tampoco tiene demasiadas virtudes para ser recordada como una película emblemática en la carrera de su director. Si bien las escenas entre Christian Bale y Joel Edgerton son su punto más alto y se agradece la vuelta de tuercas racional que se buscó, la historia ya la conocemos todos y no hay demasiado que Scott pueda hacer respecto para cambiar eso.
La Biblia y las plagas de Hollywood Después de Noé, la Meca presenta su segunda superproducción bíblica 2014. Superespectáculo impávido y ultradigitalizado, el nuevo mamotreto del director de Gladiador es un concentrado de problemas del Hollywood contemporáneo. Cuando anda necesitado de espectáculo, Hollywood lee La Biblia. Lo hizo en tiempos del cine mudo, cuando se consolidaba como el entretenimiento más popular del planeta, y echó (cuatro) mano(s) de ella en los años ’50, cuando recurrió al CinemaScope para pelearle público a la tele. Buscando otra vez un tamaño que pantallas cada vez más chicas no puedan reproducir, unos meses después de Noé la Meca presenta su segunda superproducción bíblica del 2014. Superespectáculo impávido, orquestado por un Ridley Scott cada vez más a años luz de Alien y Blade Runner, Exodo: dioses y hombres es un concentrado de problemas del Hollywood contemporáneo. Problemas que por su carácter modélico es útil catalogar.1) Gran espectáculo sin sentido del espectáculo. En la primera parte de Exodo: dioses y monstruos, que transcurre en la Corte del faraón Seti (John Turturro), Ridley Scott cultiva de a ratos cierto lujo visual en interiores, de la mano de su director de fotografía, el polaco Dariusz Wolski. Así como un amago de monumentalismo en exteriores. Monumentalismo culposo, que deja a los gigantescos ídolos egipcios de fondo y al paso, para peor digitalizados (ver punto 5). Por huir de la espectacularización, el film de Scott cae –contando paradójicamente con un presupuesto de cientos de millones de dólares– en la menesterosidad escenográfica. En términos dramáticos, el cruce del Mar Rojo, que en la versión De Mille era memorable, en la de Scott es patético. En lugar de partirse espectacularmente en dos, como en Los diez mandamientos (1956), el mar de Exodo se va secando de a poquito, hasta quedar convertido en un charco como de Pampa Húmeda.2) ¿Historia, mito, aventura? Típico guión en el que intervinieron demasiadas manos (cuatro pares), Exodo: dioses y hombres no termina de decidir qué está contando y cómo quiere hacerlo. Siempre muy serio, Scott se mantiene preso de un realismo en el que sin embargo termina poniendo en escena a... ¡Dios! Cuando Moisés se va a pensar al desierto y se le aparece la famosa zarza ardiente, los guionistas y Scott corrigen La Biblia, porque les resulta demasiado ridícula. En lugar de hacer hablar a la zarza, hacen aparecer a un chico bastante insoportable, que mandonea a Moisés (Christian Bale, que en casi toda la película luce un cortecito de pelo muy cuidado, mientras a su alrededor todos llevan las mechas más arenosas del mundo). Ese chico, al que sólo el protagonista ve, es, sí, el Señor.3) Ojo con ofender a alguien. Si a algo teme Hollywood son los juicios, por lo cual todas sus grandes producciones se esmeran en borrar con el codo lo que escriben con la mano. Acá es todo un problema el carácter vengador del Dios de los hebreos, que desata sobre Egipto las famosas doce plagas, que terminan nada menos que con el asesinato de todos los niños que no sean miembros del Pueblo Elegido. Antes de ello, el bueno de Dios destruye todo y a todos: cosechas, plantaciones, campesinos. ¿Cómo defender a un Dios así? Recurriendo al “aquí no ha pasado nada”. Después de ese ataque de ira, el Pueblo Elegido, hasta entonces pueblo esclavo, marcha a la Tierra Prometida, gracias a la labor previa del Niño (otra que la corriente del mismo nombre). La propia película no sabe si simpatizar con sus héroes: el elegido Moisés y Ramsés, su medio hermano, nuevo faraón, actual rival a muerte y castigo del pueblo hebreo (el insoportable sobreactor británico Joel Edgerton), parecen intercambiables.4) Cómo (no) construir personajes. En alguna enterrada napa del guión se entrevén dos elementos básicos del personaje Moisés. Uno es su problema identitario, a partir del momento en que descubre que no es de origen egipcio, como siempre creyó, sino hebreo. El otro es que, más que creer en Dios, como Charlton Heston, este Moisés se limita a seguir su mandato, sin entenderlo mucho ni saber muy bien a dónde lo lleva. Interesantes ambas características, en tanto harían de él un héroe moderno. El escaso desarrollo las disuelve en la arena. Aún más subdesarrollados están los personajes de Josué (Aaron Paul, socio de Walter White en Breaking Bad), Sigourney Weaver (esposa de Seti y mamá de Ramsés) y Nun, líder de los ancianos sabios hebreos (Ben Kingsley). Ninguno de ellos hace nada.5) Digital es no-real. Lo único para lo que sirven los baños de digitalización en los que Hollywood sumerge a sus grandes productos es para borrar de ellos toda sensación de realidad, materialidad, fisicidad. Es lo que sucede aquí con los ídolos y monumentos egipcios y, sobre todo, con la escena de la caída al vacío de medio ejército egipcio, que debería ser sobrecogedora y espectacular y sin embargo no genera nada, porque es evidente que esos caballos y jinetes están digitalizados, no corren ningún peligro y no caen a ningún vacío.Indecisa, desdramatizada, digital, dramática y visualmente pobre, contando algo más grande que la vida como si fuera más pequeño. Así es Exodo: dioses y hombres, epítome del Hollywood contemporáneo. 4-EXODO: DIOSES Y REYES (Exodus: Gods and Kings, G.B./EE.UU./España, 2014.)Dirección: Ridley Scott.Guión: Adam Cooper, Bill Collage, Jeffrey Caine y Steve Zaillian.Fotografía: Dariusz Wolski.Música: Alberto Iglesias.Duración: 150 minutos.Intérpretes: Christian Bale, Joel Edgerton, Aaron Paul, Sigourney Weaver, Ben Kingsley, Indira Varma, María Valverde, John Turturro.
Las películas bíblicas, al igual que las historias relacionadas con el Holocausto, en la actualidad se volvieron una temática complicada para trabajar. Se filmaron tantas producciones con los mismos personajes que no es sencillo hacer algo interesante, salvo que se aborden los temas desde una óptica diferente. El caso de Moisés es bastante particular porque los filmes que se hicieron en el pasado con su historia hoy son clásicos indiscutidos del cine. Cecil B.DeMille brindó la primera versión de Los Diez Mandamientos en 1923 y luego hizo la remake en 1956, con Charlton Heston y Yul Brynner, que es la versión más popular de todas. Burt Lancaster, Ben Kinsgley y Mel Brooks también interpretaron a Moisés en otras películas conocidas, pero la más recordada sigue siendo la segunda producción de DeMille. En Éxodo, Ridley Scott volvió a trabajar este clásico relato con la intención de ofrecer una interpretación más oscura de la relación que se gesta entre Moisés y Ramsés II, interpretados por Christian Bale y Joel Edgerton (El gran Gatsby) respectivamente. La película comienza con fuerza y secuencias emocionantes de acción, donde el director presenta la génesis de lo que luego será el conflicto entre los dos protagonistas. Moisés en este caso fue retratado como un héroe más humano e imperfecto que es uno de los pocos elementos novedosos que ofrece esta versión de la historia. Éxodo es una propuesta que logra ser atractiva desde los aspectos visuales, pero el argumento nunca llega a ser emocionante, pese a todas las situaciones intensas que viven los personajes principales. Un inconveniente que no es un detalle menor cuando se trata de un relato emblemático de este calibre. La secuencias de las batallas épicas, que son el fuerte de director, no defraudan y están impecablemente realizadas, junto con las escenas de las famosas plagas bíblicas. Scott incluyó también los ataques de unos cocodrilos que no formaban parte del Antiguo Testamento, pero brindan un buen momento. Sin embargo, más allá de algunas situaciones de acción o escenas dramáticas que comparten los protagonistas, el film se vuelve bastante denso a medida que se desarrolla el conflicto y el trabajo de Scott no aporta ningún elemento interesante que no se haya visto en otros clásicos. Bale y Edgerton son las figuras que llevan adelante la trama con sus interpretaciones, mientras que el resto de los actores no tuvieron demasiado espacio para lucirse. En ese sentido, resulta algo decepcionante la aparición de Sigourney Weaver, cuyo personaje quedó relegado a un cameo. Algo similar ocurrió también con la figura de Breaking Bad, Aaron Paul. Ridley Scott evocó muy bien en Éxodo el cine hollywoodense de los años ´50, pero su visión de esta clásica historia carece de la pasión y energía que tuvieron otras propuestas épicas de su filmografía.
Espectacular “Éxodo”, con cruce de mar a pie explicado Como la historia es bien sabida, síntesis: cuarenta años en el desierto pasan en 10 minutos, a pesar de que la película dura más de dos horas y media. Faltan especificar mandamientos y orgías con becerros de colores, pero las plagas de Egipto generan un formidable climax dramático que culmina en el episodio marítimo de marras, filmado y narrado por Ridley Scott en su mejor forma. La gran cualidad del cine religioso es su necesidad de generar escenas sobrenaturales concebidas y percibidas como ciertas por cineastas y espectadores, convencidos de que esos milagros en la pantalla son parte del misterio de su fe, lo que en manos de un experto como Cecil B. DeMille podía generar películas increíblemente audaces, tanto en sus niveles épicos, efectos especiales e imagineria fantástica, como en su fiel lectura de las Sagradas Escrituras, sin obviar detalles de sexo y violencia capaces de devolver la fe a los mas incrédulos productores. Aplicada a publico y cineastas del siglo XXI, esta teoría podria resultar risible. Quizá no tanto para el público sino por la idea de que el director de obras maestras de ciencia ficción como "Alien" y "Blade Runner" sea el indicado para plasmar varios de los máximos milagros del Antiguo Testamento en el cine. Luego de su taquillero péplum "Gladiador", versión impresentable de "La Caida del Imperio Romano" de Anthony Mann que, de todos modos, tiene el mérito de iniciar el cine épico de la era de los efectos digitales, Ridley Scott cada tanto vuelve a proyectos que podrían acarrearle el rotulo del Cecil B. DeMille moderno. Como autoconfesión en este sentido, se puede citar la soslayada pero formidable "Cruzadas" que filmó Scott en el momento adecuado, para dar un mensaje posterior a los atentados musulmanes ("Las Cruzadas" fue justamente el film que, por su espíritu ecuménico, le permitio a DeMille filmar escenas de "Los diez mandamientos" en tierra egipcia). Hasta ahora los momentos realmente misticos del cine de Ridley Scott tenían que ver con la capacidad de demostrar que los replicantes de "Blade Runner" tenían alma, o con Tom Cruise salvando a Sean Young del Malvado en la antológica y subvaluada "Leyenda". Este "Exodo..." mueve a Scott a tratar la fe de un modo aceptable tanto para él como para el público moderno: el film empieza como deben empezarse los films épicos, con una minima presentación del mundo antiguo que, inmediatamente, da lugar a una batalla que supera, lejos, la del comienzo de "Gladiador". Christian Bale es un Moises agnóstico, casi ateo, que descree del relato de cómo se salvó de la masacre de recién nacidos del faraón John Turturro. Aun ahorrándose ese prólogo y toda la agonía y el éxtasis de los 40 años en el desierto que ocuparon tanto a DeMille en 1956 (no así en 1923, ver Recuadro), esta película se hace un poco larga al principio, sobre todo durante la primera hora, y se acaba demasiado abruptamente en un final sólo aceptable para aquellos espectadores que se equivocaron de sala y esperaban ver "Quiero matar a mi jefe 2". Cuando Bale casi empieza a parecerse al mas icónico Charlton Heston, surge la zarza ardiente bíblica, con la esposa del profeta (una extraordinaria Maria Valverde, dueña de cada escena en la que aparece) asumiendo que Moisés no habla con Dios, sino que está alucinando luego de recibir un golpe en la cabeza. Sólo que luego de un buen y tal vez excesivo- rato de proyección, cada plaga contra el Egipto de Ramses (Joel Edgerton) implica una prueba del poder divino para todos los personajes, y es a partir de este momento cuando Scott formula una magistral relectura del Éxodo bíblico, aparentemente más naturalista -y menos colorida, y mucho menos kitsch- que culmina en una larga, elaborada y antológica reelaboración de cómo cruzar el mar a pie. "La mas grande historia jamas contada" de George Stevens narraba el Evangelio de modo tal que el más agnóstico no pasara mas de un rato de proyección sin volverse más o menos creyente. Entendiendo que la película de Scott es más corta o sea, menos larguísima-, el truco del guión para que el mismo Moisés no pueda negar el milagro que experimenta junto a todo su pueblo merece celebrarse como un raro ejemplo del talento de contar una viejisima historia de un modo novedoso, convincente, y emocionante. Falta una calvicie épica comparable a la de Yul Brynner, pero al menos hay novedosos cocodrilos gigantes en 3 D.
Un drama eterno en version espectacular y grandilocuente En un legendario artículo de demolición sarcástica, el crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet citaba palabras de Cecil B. DeMille: "No conozco un drama mayor que la historia de Moisés. Piensen en él; un niño condenado a morir y puesto a la deriva en un canasto. Es encontrado por la hija del mismo rey que lo había condenado. Lo lleva al palacio, donde es educado como un noble de la corte. Entonces, él descubre que no tiene sangre real. ¿Cómo se siente? ¿Qué hace? Aquí están todos los elementos de un drama magnífico". Ese es el punto de partida de las dos versiones de DeMille de Los diez mandamientos y de Éxodo: dioses y reyes, de Ridley Scott. Alsina Thevenet se burlaba de DeMille desde diversos ángulos, como éste: "Para revelar este suspenso brutal, que estaba resuelto hace 3200 años?". Claro, la historia de Moisés y el éxodo ya la sabemos. Lo que importa, como siempre, es el cómo. Entonces, ¿cómo procede hoy Scott? Con esa confianza que le da haber viajado con su cine tantas veces al pasado (y al futuro): puede pasar del diálogo intimista a una secuencia de batalla a viajes por el desierto y a casi cualquier tipo de situación, y siempre apostará por la intensidad, la grandilocuencia y la inteligibilidad. Estas decisiones generan que las secuencias de acción sean espectaculares y claras, incluso muy potentes, pero también que cada diálogo que no necesite mayor movimiento quede aplastado por el peso atronador de su idea elefantiásica del cine: la parafernalia de la gran producción se cuela incluso en las habitaciones de los habitantes de Éxodo... y hasta en sus diálogos más íntimos. Todo tiene que estar grabado en bronce, solidificado. Así, es lógico que se pase de la fascinación por la batalla inicial al humor seguramente involuntario de John Turturro como faraón en cada frase-sentencia, y del asombro ante la perfección digital al asombro ante los diversos trazos gruesos de muchas situaciones tanto divinas como terrenales. Entre todo este movimiento, los actores a veces juegan el juego y a veces se pasan de seriedad en esta película de gran traqueteo: se pone seria, solemne, espectacular, andrajosa, lujosa y dorada, ridícula en el paso del tiempo para algunos y se vuelve cruel (claro, esto es el Antiguo Testamento) y también musculosa con Bale y Edgerton. Scott hace una superproducción oscilante y un poco atolondrada, con menos cohesión que su propio Gladiador, aunque con mayores atractivos que el Noé de Aronofsky de este año. El largo segmento de las plagas tiene un nivel de demencia espectacular ¡esos cocodrilos!- que justifica todo lo que está a su alrededor. Quizás en unas décadas este cine quede tan vetusto como el de DeMille, pero por ahora ofrece algunos ganchos espectaculares 3D incluido para un drama bíblico que, sí, atrae eternamente.
Más revisionismo bíblico El film dirigido por Ridley Scott toma la etapa adulta de Moisés para contar su enfrentamiento con el rey Ramsés. La recurrente historia, esta vez solemne, sin humor y en versión extendida. Las llamadas películas bíblicas parecen haber tenido un renacer en este 2014. Primero fue Noé, con Russell Crowe y ahora Éxodo: Dioses y reyes, con Christian Bale interpretando a Moisés bajo la dirección de Ridley Scott (Alien, Blade Runner, Gladiador). La narración de Moisés y el éxodo es bastante conocida, la película decide contar la historia del protagonista no desde su nacimiento, sino ya de adulto, con su enfrentamiento con Ramsés, ambos príncipes de Egipto hasta que el verdadero origen de Moisés se descubre y este se rebela a favor de su pueblo. La película de Scott forma parte de lo que parece ser una inevitable corriente de revisionismo bíblico. Lo mismo ocurría con la mencionada Noé aunque aquí el guion y el trabajo del director nunca llegan a caer en las escenas lamentables de aquel film. Pero sí, todo tiene un pequeño aire de verosimilitud cinematográfica que invita al espectador a que se crea un poco más las escenas. En ese aspecto es lo contrario al insuperable film sobre Moisés llamado Los diez mandamientos (1956) de Cecil B. DeMille, con Charlton Heston en el rol principal y un inolvidable Yul Brinner en el papel de Ramsés. En aquel film los milagros era directos y debían ser aceptados, acá se le busca –dentro de lo posible– cierto toque plausible, aunque finalmente no lo sea. Scott no se siente del todo cómodo con esa parte y la película se complica en ese aspecto. Donde Scott sí logra estar a gusto es en las escenas de acción y de batalla, donde hace un despliegue digno de la historia que cuenta. Scott hace una película para que los no religiosos disfruten de las batallas y de la acción, y lo religioso tiene por momentos un lugar un tanto superficial y secundario. Aunque la historia es muy conocida, las licencias poéticas que se toman los guionistas y el director, hace importante no contar nada sobre ellas, así hasta el más conocedor de la historia se puede sorprender. Algunos lujos actorales como Sigourney Weaver y Ben Kingsley acompañan a los protagonistas. Christian Bale sale airoso, aun cuando está lejos de Charlton Heston y Joel Edgerton tiene serios problemas para dotar a su Ramsés de algo de interés, lo que le quita mucha fuerza a esa parte de la historia. La duración de 150 minutos se siente a la mitad de la trama, pero pasada esa parte la película adquiere cierto ritmo y al menos entretiene. Solemne y carente de cualquier sentido del humor, la película hace extrañar al clásico con Heston, cuyos brazos extendidos frente al mar Rojo jamás serán olvidados.
"Exodo: Dioses y Reyes" es la nueva mega producción de Ridley Scott, un director que nos sorprendió con grandes títulos como "Alien", "Blade Runner", "Thelma & Louise", "Gladiador", "Prometheus" y varias más... En esta oportunidad nos metemos en el mundo del segundo libro del antiguo testamento de la mano de Scott y de un elenco más que interesante como lo es Christian Bale, Sigourney Weaver, Ben Kingsley y más. El guión (yo) no lo sentí recargado como debería haberlo sido teniendo en cuenta que la peli dura dos horas veinte. El arte, vestuario y locaciones no me sumaron absolutamente nada, tooodo, absolutamente todo lo hemos visto en otras películas... El momento de la llegada de las plagas es de lo mejor que tiene (y que estuve esperando durante 1 hora) - aplausos a los creadores de los efectos especiales - En síntesis... Te podría decir que la segunda parte de la historia es mucho más interesante que la primera hora, pero en general no me voló la cabeza. El momento de la verdad lo vas a tener vos cuando vayas a verla... Lo más importante es que se deja ver.
Crítica emitida por radio.
Épica pura, la cinta es un deleite para los sentidos. CHRISTIAN BALE, nos ofrece un MOISÉS alejado de las estampitas! Humano, piadoso y terrorífico a la vez. Su caracterización es monumental. Algo similar ocurre con JOEL EDGERTON en la piel del faraón, en una transformación física y psíquica admirable. Visualmente imponente, SCOTT firma esta cinta plagada de escenas de alto impacto, una historia que pese a nunca perder las fuentes bíblicas se permite elaborar teorías terrenales para cada uno de los sucesos fantásticos que la componen. En la línea del mejor cine épico clásico, entretenimiento puro que nos devuelve lo mejor de un género único. Una epopeya fílmica que sacudirá a cada uno de los espectadores.
Héroe con un destino marcado. El filme reúne todos los elementos que generan un cine popular, partiendo de su espectacularidad y vistosidad formal. A esto se suma un buen grupo de actores, aglutinados alrededor del protagonista Christian Bale (Moisés). Epopeya bíblica que incorpora a su monumentalidad escénica, todos los elementos que atraen al espectador, pasiones, amores, traiciones, enfrentamientos, sumado al héroe en busca de su destino y los obstáculos que se le anteponen.Esta es la versión que da Ridley Scott de ‘El Exodo’ y algunas de las historias bíblicas del Antiguo Testamento. La acción se desarrolla durante el imperio de Set, perteneciente a una familia de reyes guerreros.Moisés (Christian Bale) es su hijo preferido, adoptado y sobreviviente de la célebre orden que mandaba ajusticiar a todo hebreo recién nacido; mientras Ramsés, verdadero hijo del faraón será el heredero final de la dinastía.LA VUELTA DE MOISESEl exilio de Moisés y su conocimiento de origen hebreo, sumado a las injusticias relacionadas con sus ‘hermanos’, precipitan las acciones posteriores de enfrentamiento y rebelión. La sucesión de plagas, permiten el buen uso de los efectos especiales con algunas ingenuidades incluídas (representación del niño Dios), pero resalta el cine de acción bienvenido por el público, modalidad que se acentúa con el éxodo hebreo hacia Egipto, punto culminante de la trama.El filme reúne todos los elementos que generan un cine popular, partiendo de su espectacularidad y vistosidad formal. A esto se suma un buen grupo de actores, aglutinados alrededor del protagonista Christian Bale (Moisés), que concentra los mejores momentos de un guión que no puede superar ciertas ingenuidades temáticas, así como la preferencia por lo mítico y fabuloso en relación con lo histórico.Su puesta en escena, con sus desplazamientos de masas y efectos especiales hacen por momentos distraer la atención de los problemas de credibilidad y respeto histórico del que adolece el guión.‘Exodo...’ tiene un sólido equipo actoral, entre ellos John Turturro en el papel del Faraón, Joel Edgerton como Ramsés y la madrileña María Valverde.
Éxodo: Dioses y reyes: A Ridley Scott la épica le sienta bien El inglés Ridley Scott es uno de los directores emblemáticos que nos ha dado la industria del cine. Este señor tiene en su haber películas como Alien, el Octavo Pasajero" o "Blade Runner" -por nombrar sólo un par-, y con eso es suficiente para rendirle pleitesía. Y seguramente es uno de los pocos realizadores que filma lo que quiere. En esta oportunidad, Scott decidió que quería contar la historia de Moisés (vale aclarar que es un agnóstico reconocido). Alguien podría pensar que la década de oro de este tipo de films fue en la década del cincuenta, y seguramente tenga razón, pero no se olviden que en abril también se estrenó "Noé", con Russell Crowe. ¿Estamos ante una nueva oleada de films religiosos? Todavía es temprano para decirlo, lo cierto es que ahora otro personaje bíblico desembarca en la pantalla grande. La película se centra en la figura de Moisés (Christian Bale), específicamente en su etapa adulta. Explora su relación con la familia real egipcia, el exilio que le impone el faraón Ramsés (Joel Edgerton) al conocer sus orígenes, la vida que inicia como pastor, la "revelación" que tiene y su posterior hazaña de liberar a los miles de esclavos hebreos para guiarlos a la tierra prometida a través del desierto del Sinaí. "Éxodo" es un largometraje que tiene muchos puntos a destacar. La importancia de la historia que cuenta era digna de una superproducción, que Scott se encarga de brindarnos. Los sets impresionan, el vestuario es fabuloso, la cantidad de extras es descomunal, todas son cosas que nos dejan con la boca abierta. Pero el problema de la película es que parece fragmentada, como dividida en dos. La "primera parte" sería la vida de Moisés viviendo con la familia real, que se entiende que el realizador haya elegido contar su historia desde ese punto, pero deja al espectador zozobrando. Lo que quiero decir es que no todo el mundo tiene que saber quién fue este personaje, por lo cual falta la explicación de cómo es que llega ahí. La "segunda parte" sería del exilio para adelante, que es donde Ridley Scott hace gala de todo su talento y nos brinda un espectáculo maravilloso. El punto realmente interesante del filme es que para cada cosa "milagrosa", por decirlo de alguna manera (sus charlas con Dios, las plagas, las aguas del Mar Rojo que se abren, etc.), hay una explicación lógica o científica. Deja al espectador que tome su propia decisión; y cada uno pondrá su fe o su racionalidad en el tema. No sorprende Bale por su actuación, ya que nos tiene acostumbrados a su talento, pero su Moisés es excelente. Así como también el Ramsés de Joel Edgerton, más una víctima de su entorno que un clásico villano. En cuanto a los actores secundarios: John Turturro (rey Seti), Ben Kingsley (Nun), Aaron Paul (Josué), María Valverde (Séfora), Sigourney Weaver (reina Tuya), evidentemente parte de su trabajo quedó en la isla de edición, sino no se entiende por qué tanto nombre para papeles tan pequeños y, en algunos casos, insignificantes. Con esta obra Ridley Scott no intenta reafirmar las creencias religiosas, más bien sacudirlas, pero sin jugarse del todo y tomar un bando. Es un filme interesante que, como dije, es increíblemente intenso y espectacular en su "segunda parte" pero que deja manco al espectador en su primera. Gladiador", "Cruzada", "Éxodo, evidentemente a Ridley Scott la épica le sienta bien. Tiene el talento y profesionalismo necesarios para rodar este tipo de historias. Sólo hay que tenerle fe.
En el antiguo Egipto… ¡qué tiempo loco! El relato de Ridley Scott está realizado técnicamente con corrección y los efectos visuales, sin ser descollantes o siquiera novedosos, son atractivos y cumplen su función. Lo más flojo del film, a mi entender, es el desaprovechamiento de recursos dramáticos, presentes pero no explotados, y la increíble seguidilla de errores históricos, inexactitudes sobre la cultura egipcia. Es razonable, esperable, y hasta relativamente justificable, que un film de ficción no constituye per se un documento histórico de lo narrado, ni deba hacerse cargo de la rigurosidad minuciosa de la reconstrucción de los eventos que allí se reseñan. Sin embargo, una mínima atención, y cuidado por el período y sus características singulares, por parte de un film que parece tener alguna pretensión de viso historicista, por moderada que ésta sea. Éxodo no sólo no pretende pasar por un documento, diría incluso que el film no tiene idea del período que está queriendo representar, o no ha querido tener idea alguna sobre el mismo. Algunas situaciones y circunstancias son tan absurdas que alcanzan el límite de lo cómico hasta traspasar al universo de lo meramente inexplicable. Citamos sólo algunos ejemplos puntuales de este tipo de errores: 1. Modalidad de erección de las estautas monumentales: el film muestra estructuras de andamiaje por donde los esclavos se trepan para terminar las construcciones, como actualmente se construyen los edificios. (Error compartido por el film animado de DreamWorks Príncipe de Egipto). Sin embargo en el Egipto antiguo las construcciones monumentales se hacían recostadas en el suelo, y ya finalizadas se erigían. 2. Vestuario de los egipcios: los egipcios representados aparecen utilizando pecheras y todo tipo de ropas que les cubren pectorales tanto en hombres como en mujeres. Los egipcios antiguos no cubrían su pecho en ninguna circunstancia, bajo ninguna excepción. 3. Pelo: los egipcios eran todos pelados incluso las mujeres. En todo caso utilizaban pelucas para nada realistas, más parecidas a los accesorios de las pelucas de la aristocracia inglesa o francesa del Barroco. 4. Etnias: el film utiliza prácticamente a actores de etnias caucásicas (blancos de ojos azules) para representar a los egipcios. Los egipcios antiguos pertenecieron a una etnia hoy desaparecida, pero con seguridad no eran caucásicos, no eran de piel oscura, no eran árabes. En todo caso eran más semejantes a los semitas, sin ser ellos mismos semitas. 5. Proceso de momificación: el film muestra al hijo del faraón ya momificado como si lo hubieran cubierto con los brazos extendidos, y luego cruzado sus brazos. Los muertos egipcios de la en la antigüedad eran colocados con los brazos cruzados y recién entonces vendados, de modo tal que los brazos quedaban pegados al cuerpo y sobre el pecho. 6. Sarcófagos: el cofre mortuorio en donde colocan al niño es una caja, sin embargo todos los sarcófagos de los egipcios eran antropomorfos. 7. Escritura antigua: En la película en dos ocasiones aparece representada la escritura antigua, jeroglífica y semítica. En el primer caso se muestra a un escriba narrando la batalla contra los Hititas y leyendo al faraón, su hijo y Moisés. Cuando lee lee en sentido horizontal y de izquierda a derecha (como nuestras oraciones actuales). La escritura oriental antigua, egipcia y semítica se escribe de derecha a izquierda. Los jeroglíficos se leen en sentido vertical, como la escritura china, y las figuras que se leen de modo horizontal son prácticamente excepcionales. Finalmente, resulta un poco torpe la representación de los funcionarios egipcios buscando explicar las plagas en términos estrictamente naturalistas, sobre todo teniendo en cuenta que a Egipto, aún en su increíble desarrollo de las Ciencias Matemáticas y Astronómicas, no le eran ajenas las explicaciones sobrenaturales referidas a las voluntades divinas fundamentalmente cuando se trata de desastres naturales de gran magnitud, y sobre todo en el marco de un film no esencialmente escéptico en cuestiones teológicas. Pienso que esa decisión se ha tomado para poder justificar narrativamente el punto de partida de un Moises escéptico, excesivamente racionalista, empirista, etc. para que su epifanía y su revelación de Dios adquiera mayor impacto, cosa que no ocurre. Por otra parte, a mi entender el film se ensimisma de modo exagerado en una relación cerrada entre Ramsés y Moisés, justificada por supuesto, pues son los protagonistas inevitables, pero evitando cuidadosamente desarrollar o enriquecer el núcleo de la trama con personajes que podrían haber tenido un contrapeso interesante en los hechos que se desencadenan. El más notable de estos desaprovechamientos es la figura del regente, quien finalmente participa al Faraón de los orígenes semitas de Moisés. Pienso que este personaje, y eventualmente otros miembros de la clase privilegiada egipcia, podrían haber tenido una mayor participación en la elaboración de la trama que queda muy empobrecida en el reduccionismo de un duelo. Ni siquiera la pretensión de humanizar al Faraón, tematizar su rencor hacia el padre, su amor hacia su propio hijo en el que busca resarcir lo que a él no le han brindado, etc. hacen de la trama mucho más que un tosco enfrentamiento entre dos individualidades. Una paleta dramática más generosa hubiera dado al relato un carácter más interesante al conflicto, no reduciéndolo de un modo tan groseramente maniqueísta. Es justo decir que en gran medida el film se sostiene (en lo que se puede sostener) por el carisma actoral de Christian Bale. Dos elementos resultan sin embargo positivamente llamativos del film sobre todo teniendo en consideración el contexto histórico actual del conflicto palestino-israelí: el momento de la conversación entre el Faraón y Moisés luego de la muerte de los primogénitos, donde el Faraón, con el cuerpo de su hijo muerto, increpa a Moisés: “¿Qué clase de pueblo adora a un Dios que es capaz de matar a niños recién nacidos?” a lo que Moisés responde lacónicamente “ningún niño hebreo murió”, habilitando de ese modo la interpretación que la película hace según la cual el pueblo hebreo está conformado por personas oportunistas, que siguen a este Dios porque no ha matado a sus propios niños. El segundo elemento es la charla casi final entre Moisés y Aaron en torno a la situación del pueblo israelí en Canaán. Allí Moisés deja entredicho que los hebreos no están meramente regresando a su tierra, si no también invadiendo una tierra de otros, pues explícitamente se menciona que los que ahora viven los considerarán a ellos invasores. Finalmente concluye con una interesante reflexión en torno a su preocupación sobre lo que sucederá cuando su pueblo llegue a la tierra prometida y deje de huir y de ser perseguido, ¿qué hará entonces ese pueblo?
Parte de la religión Ridley Scott se anima a otra película de sangre, sandalias arenas, con el relato bíblico. Protagoniza Christian Bale, el último Batman. Hay que tener coraje para meterse con Moisés, las plagas de Egipto, Ramsés, el cruce de las aguas y los Diez mandamientos. Ridley Scott lo tiene, y hasta para hacer poner los pelos de punta a más de un líder religioso, del credo que sea, mostrando a Dios como un niño engreído y vengativo. El director de Blade Runner tiene debilidad por las historias épicas, sean en un futuro más o menos lejano y en el espacio exterior (Alien, Prometeo, o The Martian, que está rodando ahora con Matt Damon) y por las películas con sandalias y arena (la ganadora del Oscar Gladiador). Y aquí Scott se muestra a sus anchas, con esas batallas cuerpo a cuerpo que tanto le gusta filmar (de nuevo, Gladiador, más Robin Hood) y hasta hacer su propia interpretación del relato bíblico. Vean por qué las aguas del Nilo se tiñeron de rojo, su color favorito. No es Exodo una versión Siglo XXI de Los diez mandamientos, de Cecil B. De Mille. Scott puede -y quiere, y le sale- ser grandilocuente, pero en su afán por mostrar más, se olvida un poco de sus personajes. Algunos terminan recitando, y a otros directamente los deja perdidos entre las pirámides y desaprovechados (Sigourney Weaver como la madre de Ramsés). Para quienes no saben que Moisés fue el elegido de Dios, en la famosa escena del arbusto quemado en el desierto le va dictando -según Scott- todo lo que debe hacer. Y si no lo hace, se encargará de que paguen por la esclavitud de los hebreos. Es una película símil mamut, en la cual visualmente no hay objeciones -la reconstrucción de las ciudades, las pirámides, el desierto, los efectos visuales con la apertura de las aguas-, pero lo que le quedó en la cabeza, en la mesa del guión (y hubo cuatro coguionistas, Scott no escribe guiones) o en la edición fue más carnadura a sus personajes. Christian Bale ejercitó su cuerpo, y recita. John Turturro no está cómodo como el faraón que prefiere que Moisés y no su hijo Ramsés (un acobardado Joel Edgerton) dirija en el futuro a su pueblo, y hasta el australiano Aaron Paul, de Breaking Bad, como Joshua, pasa desapercibido. Ya dijimos que esto no es Los diez mandamientos, ni lo quiere ser. DeMille había optado por la voz en off de Dios, y Scott lo muestra como un niño casi caprichoso. Y Yul Brynner como Ramsés inspiraba de todo, desde temor hasta cierta compasión. Scott pudo terminar su relato tras la epopeya de 600.000 esclavos en el cruce de las aguas, pero su película tiene como tres finales posibles más. No siempre más es mejor, algo que Darren Aronofsky olvidó en Noé, otro estreno bíblico de este año. Masacres, cadáveres de niños, aves de rapiña mordisqueando por ahí, como una mezcla de cine bíblico y catástrofe. Cada uno relata la historia como quiere, y en 3D, para que lo grande sea más grande.
Moisés digital Hay numerosos clásicos de mitad del siglo XX en adelante donde se pueden ver diferentes versiones de Moisés, pero sólo con las posibilidades tecnológicas actuales se podían mostrar las plagas de Egipto con la eficacia y la grandilocuencia que se pintan en la Biblia. Éxodo: Dioses y Reyes, es una superproducción que costó más de 140 millones de dólares y eso está trasladado a la pantalla, por lo que no cabe reproche al respecto. De todas maneras, para un proyecto de esta naturaleza, no se entienden demasiado bien ciertas decisiones tomadas por el director Ridley Scott al momento de su realización. Para empezar, surge el interrogante de por qué se contrata a actores de la talla de John Turturro, Sigourney Weaver o el veterano Ben Kingsley, si después los van a mostrar apenas en fragmentos de la cinta. Otra de las cuestiones es que si bien al comienzo son disfrutables las secuencias para lucimiento del 3D, casi la primera hora completa tiene un ritmo bastante anodino que contrasta con lo que se aprecia a partir de la segunda mitad. Todo para Christian. Un porcentaje desmesurado de la película tiene al rostro de Christian Bale en algún lugar de la pantalla. Si bien muchos conocen la historia, la acción transcurre 1.300 años antes del nacimiento de Cristo, en tierras del antiguo Egipto, donde un emperador mantiene esclavizados a los hebreos. Cuando Moisés cae en la cuenta de su origen, se alza contra Ramsés y comienza su periplo al frente de más de medio millón de personas para escapar de ahí. Por supuesto, además tendrá que hacerle frente al desafío de las famosas plagas, segmento en el que Scott pega un viraje, con ayuda de la magia digital, hacia el viejo cine de aventuras que nos mantenía entretenidos los sábados a la tarde, en un acierto que eleva la puntuación de una película cuyo comienzo no prometía demasiado. La contraparte de Bale recae en Joel Edgerton (Warrior, El gran Gatsby) y se suma la participación de Aaron Paul (el Jesse Pinkman de la serie Breaking Bad). Éxodo: Dioses y Reyes es un tanque pochoclero en todo el sentido de la clasificación, de manera que los que disfrutan sin prejuicios del puro entretenimiento industrial, se van a encontrar con dos horas y media de un producto de manual y no saldrán defraudados de la sala.
Cuando el cine es cuestión de fe Ante un título como Éxodo: dioses y reyes, referido al pasaje de La Biblia, la pregunta gira en torno al modo en que un director puede abordar la épica de inspiración religiosa. En la película, salvo por la polémica con respecto a la ausencia de actores egipcios en los roles principales (ligada al ‘color' del dinero que financia), no hay sorpresas ni interpelación al Antiguo Testamento. Ridley Scott aborda el largo pasaje en el que el pueblo hebreo es sojuzgado por el rey egipcio, Ramsés, quien le impone tareas en las construcciones faraónicas. Moisés es el primo dilecto del heredero, el joven e indeciso Ramsés II, y el favorito del rey anciano. Christian Bale interpreta el hombre que conoce el poder, ignorante de los padecimientos del pueblo que está llamado a conducir. El antagonista es el príncipe Ramsés, interpretado por Joel Edgerton. La pareja actoral sostiene la película en el plano de los personajes, con matices y evoluciones, cada uno según los designios del dios hebreo y los presagios de la sacerdotisa. Éxodo es ante todo, una película de Ridley Scott, con la capacidad del director para recrear escenas monumentales, con ejércitos y plagas a grandísima escala. Scott es un gran creador de ilusiones y movimientos escénicos, de colores y juegos de edición.La película deslumbra en cada fotograma, con un preciosismo que por momentos parece una provocación. Estetizar el relato del éxodo que marca la historia del pueblo elegido es una decisión de Scott. Hay mucho de fábula y cuento didáctico bajo las órdenes de un artista enamorado de la imagen. Los hebreos viven hacinados en Pitón, campamento de esclavos en el que trabajan día y noche. Allí Moisés comenzará a descubrir su verdadera identidad, conmovido por la palabra de Nun (Ben Kinsley) que mantiene la esperanza en la comunidad y sueña con el regreso a Canaán.La película reproduce cada uno de los momentos de revelación y despertar de la fe en Moisés, hasta asumir el rol de líder.Scott ha dedicado todo su talento a las plagas bíblicas, las señales de Dios en defensa de su pueblo, que funcionan como escarmientos que minan el poder y la voluntad de Ramsés. Sangre, ranas, langostas, pestes, desesperación y muerte a escala faraónica, sin piedad ni pausa son expuestos por el director que, además, mantiene la tensión entre golpe y golpe. Mientras tanto, Moisés espera y clama. Imperdible el pasaje del Mar Rojo. Scott resuelve los diálogos de Moisés con Dios de manera naif, elección que puede convencer o no al espectador. El cine también es cuestión de fe.Las escenas de Moisés con su mujer Séfora no terminan de complementar la figura del hombre con su destino de padre espiritual. Hay en la estética del oasis donde Moisés encuentra a la joven y en la composición de la española María Valverde, un registro superficial, sofisticado y romántico, en relación a la vida de los pastores. En Éxodo Scott demuestra con su épica formidable que el poder siempre provoca dolor y que el cine, en sus manos, sigue siendo una revelación.
Que Hollywood anda escaso de ideas no es ninguna novedad. Naufragando entre secuelas, spin-off y remakes nos avasalla cada jueves llenando las pantallas de tanques, -en su inmensa mayoría-, prescindibles pero llenos de efectos cada vez más logrados y vacíos. Últimamente se le ha dado por revisitar las historias bíblicas y, después del aburrido e inverosímil Noé de Darren Aronofsky, ahora recurre a otro director de renombre para filmar la historia de Moisés: Ridley Scott, quien arrastra el prestigio de sus primeros filmes (Blade Runner, Alien, el octavo pasajero y especialmente Los duelistas) y el éxito de sus bodrios taquilleros (incluyendo la oscarizable y sobrevalorada Gladiador). Ciento cincuenta minutos le lleva a Éxodo: Dioses y Reyes narrar una épica donde se erige un Moisés a la altura de un modelo cinematográfico (MRI) donde se crean y ensalzan los héroes individuales, aunque para ello haya que intervenir libremente en las fuentes originales, lo que no sería un problema si por lo menos se respetara la verosimilitud propia del relato que se procura construir. Éxodo: Dioses y Reyes- vision del cine Éxodo: Dioses y Reyes- vision del cine Todo parece tan de piedra y acartonado como las monumentales escenografías levantadas para recrear el Antiguo Egipto. Las escenas íntimas y a escala humana adolecen de diálogos solidificados y estatuarios, el montaje y la edición se llevan puestos tramos enteros de lógica y sentido (especialmente en el desarrollo de las plagas y en el final), la decisión de representar a Dios como un niño caprichoso (lo de “vengativo” se entiende más estando dentro del Antiguo Testamento) no encuentra justificación y el reparto actoral hace agua aún antes de cerrarse el Mar Rojo (lo de John Turturro y Sigourney Weaver haciendo de faraones es el punto más alto de la ridiculez por no hablar de Christian “Moisés” Bale como líder de la revuelta violenta entrenando a los esclavos judíos hambrientos y hambreados para la batalla final). El derroche de CGI puede llamar la atención por momentos pero es imposible no reírse, por ejemplo, con lo de los cocodrilos como resolución de la plaga que tiñe de sangre al Nilo. Y ni que hablar de lo mal filmada que está la escena de las aguas primero secándose y luego volviendo a cerrarse sobre el ejército egipcio, donde si no se supiera cuál es el resultado final poco entenderíamos sobre quiénes se abaten las olas gigantescas y mucho menos por qué sobreviven los que lo logran. Aburrido, insípido, vacío, entretenimiento mal entendido, Éxodo: Dioses y Reyes es otra muestra más de la prepotencia del dinero (la película costó 140 millones de dólares). Y sólo nos hace volver a preguntarnos ¿qué busca Hollywood retomando y reactualizando estos mitos? Uno sabe, sin ejercicio de paranoia, que en semejante industria no se da puntada sin hilo En conclusión Aburrido, insípido, vacío, entretenimiento mal entendido, Éxodo: Dioses y Reyes es otra muestra más de la prepotencia del dinero (la película costó 140 millones de dólares). Y sólo nos hace volver a preguntarnos ¿qué busca Hollywood retomando y reactualizando estos mitos? Uno sabe, sin ejercicio de paranoia, que en semejante industria no se da puntada sin hilo
Llega a la pantalla otro clásico de los relatos Bíblicos. Esta una superproducción que conto con un presupuesto de unos 140 millones de dólares y está dirigida por el talentoso Ridley Scott (“Thelma & Louise”; “El abogado del crimen”), quien en esta oportunidad se la dedicó a su hermano. Llega con una épica bíblica, con una historia que casi todos conocemos y que logra mantener al espectador atento a lo largo de dos horas y treinta minutos, por diversas razones, aunque contiene algunos desniveles. Este film está relacionado con la historia de Moisés: un personaje importante que lideró el éxodo de los judíos por Egipto. Como se suele decir las comparaciones son odiosas, sobre todo al intentar comparar esta película con el gran clásico de Hollywood “Los diez Mandamientos” con el actor Charlton Herston como Moisés y Yul Brynner como Ramsés, que quedó grabado en la retina de muchos. Nos encontramos en el antiguo Egipto en el año 1300 antes de Cristo, el emperador Seti (John Turturro), tenía un hijo de sangre, Ramsés (el actor australiano Joel Edgerton, “El gran Gatsby”) y su hijo adoptivo Moisés (Christian Bale, más humano, pero también temible. Su aspecto demasiado prolijo), quien era su predilecto (algo similar sucedía en “Gladiador” el Rey apreciaba más a Maximus (R. Crowe) que a su hijo Commodus (J. Phoenix)). Aquí Dios se encuentra representado por un niño, con el dialoga en varios momentos Moisés. El resto del elenco está compuesto por: Sigourney Weaver (esposa de Seti y mamá de Ramsés), Aaron Paul (su personaje de Joshua), John Turturro, Ben Kingsley (líder de los hebreos) y la española María Valverde (como Séfora), esta última no sobresale demasiado. Lo que cabe destacar es que visualmente es estupenda, impactante, contiene grandes momentos que incluyen relatos bíblicos (como cuando se representan las diez plagas que atacan a Egipto), un gran despliegue en las escenas de acción y batallas, impresionante el ataque de unos cocodrilos gigantes (aunque no estén en el Antiguo Testamento), gran trabajo para la utilización del 3D, puro entretenimiento, aunque se olvidaron algún toque que emocione. Además se destaca la ambientación, la dirección de arte, la buena música de Alberto Iglesias (“El jardinero fiel”) y la fotografía del polaco Dariusz Wolski. Uno de los problemas que tiene es que no logra mantener el ritmo, con algunos desniveles, fallas en el guión y actuaciones poco aprovechadas.
Las siete plagas según Scott Después de conocer Noé, de Darren Aronofsky, el director Ridley Scott se anima con otro relato bíblico y le imprime una visión violenta y apocalíptica a partir de una maldición que se extiende como una plaga. En ese sentido, la relacion con otra de sus grandes películas, Alien, el octavo pasajero, no parece tan lejana, Éxodo: Dioses y Reyes, cuenta la historia de Moisés (Christian Bale), un hebreo rescatado de las aguas que vivió como un príncipe hasta que descubrió la verdad sobre su origen y sacrificó todo por su pueblo al comandar una rebelión contra el faraón Ramsés (Joel Edgerton). La película expone con la violencia de Gladiador el enfrentamientos de cuádrigas en pleno campo de combate, la feroz lucha contra Ramsés y la proliferación de las Siete Plagas de Egipto seguidas por la liberación de los 600.000 esclavos en una épica huida. Con estos elementos Scott se las ingenia para entregar un relato que combina acción, aventuras y cine catástrofe del mejor cuño en una historia que condena al hombre que se creyó un Dios. El film acumula secuencias espectaculares y sangrientas, no se ahorra truculencias y exhibe a un elenco sin fisuras: desde el protagónico de Bale, escondido detrás de una espesa barba; el villano encarnado por Edgerton y la participación de John Turtutto y Sigourney Weaver.
Los hermanos sean unidos Ridley Scott es probablemente lo más cercano que el mundo moderno tiene a un orfebre de épicas estilo Cecil B. DeMille, sólo que siempre ha favorecido la épica histórica por sobre la bíblica. En su haber tiene Gladiador (Gladiator, 2000), Cruzada (Kingdom of Heaven, 2005) y Robin Hood (2010). Ahora se aventura en las páginas apócrifas de la historia con Exodo: DIoses y Reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014). Christian Bale hace de Moisés, quien no es menos judío que Charlton Heston o Burt Lancaster, con lo que increpar controversia por ese lado es inútil. Según esta versión del relato bíblico, Moisés es un general a las órdenes de Seti I (John Turturro) y el hermano adoptivo de su hijo Ramsés II (Joel Edgerton). La película comienza con los hermanos luchando contra las huestes hititas durante una batalla en la que Moisés humilla a Ramsés al salvarle la vida. Al regresar de la campaña, el anciano regente confiesa a su general favorito lo mucho que lo ama y cuánto lamenta que su débil hijo sanguíneo heredará el trono en su lugar, y… … ¿les suena todo esto? Estamos viendo Gladiador de vuelta. El emperador que se muere, su amor por el hijo que merece pero no tiene, el odio del hijo que tiene pero no merece, el exilio del primero a manos del segundo y su triunfal retorno a una polis corrupta en pos de redención… Ridley Scott ha vuelto a dirigir Gladiador. La misma premisa da lugar al mismo conflicto entre los mismos personajes que hasta recitan el mismo diálogo. En Gladiador, el resentido Cómodo observa a su sobrino mientras duerme y dice: “Duerme tan bien porque es amado”. En Exodo: DIoses y Reyes, el resentido Ramsés observa a su hijo mientras duerme y dice: “Duermes tan bien porque sabes que eres amado”. Copiar a Gladiador es un pecado menor al de parecerse a Gladiador, sobre todo cuando lo comete el mismo director que dirigió Gladiador y el resultado es una película igual de entretenida, más por la inmensidad de la producción que otra cosa. El drama de los hermanos querellantes se hizo mejor en la cinta animada El príncipe de Egipto (The Prince of Egypt, 1998). Allí vemos crecer a Moisés y a Ramsés, y les conocemos como hermanos antes de verles como enemigos. Las versiones de Éxodo son cruelmente monótonas: Bale interpreta a Moisés como un santurrón colérico ya esté del lado de los egipcios o de los judíos, Edgerton es inseguro y reaccionario como Ramsés, y entre los dos hay muy poca química o tensión. Del resto del elenco resulta casi imposible opinar, ya que se presta muy poca atención a todo lo que ocurre más allá del duelo de voluntades entre Moisés y Ramsés. Ben Kingsley y Aaron Paul tienen papeles ínfimos como dos de los seguidores de Moisés. Sigourney Weaver debe tener unas tres líneas de diálogo sumadas entre sus tres míseras apariciones. María Valverde hace de la esposa de Moisés, pero el guión la hace a un lado al rato de introducirla. No hay personajes interesantes o memorables y rara vez afectan el curso de la trama: son parte del decorado. Si no reconocieran a las celebridades que los interpretan, ni los notarían. La única diferencia notable con Gladiador es el componente religioso, y la película ciertamente innova (aunque sea tímidamente) al guardar un atisbo de realismo y ofrecer explicaciones con las que se podrían racionalizar todas las partes fabulosas y sobrenaturales de la historia. Moisés sufre una terrible conclusión momentos antes de hablar con Dios por primera vez. De ahí en más, cada vez que habla con Dios (representado por un niño caprichoso que no sabe muy bien lo que quiere) la película cambia ocasionalmente al punto de vista de un personaje secundario para mostrarnos que Moisés para hablar solo. Las extraordinarias diez plagas que azotan a Egipto (de lo mejorcito de la película, por cierto, y el justificativo ideal para verla en 3D) son todas racionalizadas científicamente por los sacerdotes del faraón. Incluso los momentos más increíbles, como la muerte súbita de todo primogénito egipcio o la división del Mar Rojo, son anticipados sutilmente: de entrada confirmamos la infirme salud del hijo de Ramsés; asimismo se demuestra que el Mar Rojo es capaz de decrecer dramáticamente de la noche a la mañana. Esta lectura del Exodo: DIoses y Reyes es original (en lo que concierne al cine) pero se mantiene en candilejas a lo largo de toda la película, como una especie de premio consuelo para ateos y agnósticos (entre los que podemos contar al propio director). Ridley Scott ha dirigido una versión entretenida y competente de la historia que todos conocemos, y la ha imbuido con el “realismo” con el que acostumbramos edulcorar hoy en día en los relatos fantásticos de antaño. Se extraña el elemento de una película más audaz y personal como Noé (Noah, 2014), aunque Scott probablemente difiere sobre esto último. Ha elegido dedicar Exodo: DIoses y Reyes y reyes a la memoria de Tony Scott, su hermano. No puede ser una coincidencia que elija homenajearle con la historia de dos hermanos por siempre separados por el destino.
La pregunta que uno se hace cuando ve películas como EXODO: DIOSES Y REYES es… ¿para qué? Pueden ser mejores o peores, estar realizadas con mayor o menor pericia técnica y talento actoral, pero la pregunta persiste: ¿Tiene sentido volver a contar otra vez la misma historia para ver de qué manera diferente se filman las mismas cosas? No estamos ante una versión radical ni extremadamente revisionista –solo un fundamentalista del Viejo Testamento puede verlo así–, sino simplemente se vuelve a contar la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto, de la relación entre los medio hermanos Ramsés y Moisés, las conocidas plagas, el Mar Rojo y todo lo que ya saben los que alguna vez escucharon una de las más básicas y conocidas historias de la Biblia. En ese sentido, NOE, de Darren Aronofsky, al menos se presentaba como una rareza desde algunas elecciones estéticas. La película de Ridley Scott no lo hace, prefiere ser fiel a la trama conocida con una primera mitad de casi pura exposición del conflicto dramático y una segunda a puro lanzamiento de rana, tormenta y salto de lagarto ensangrentado. La primera parte es claramente la más floja ya que no logra involucrarnos del todo dramáticamente en las intrigas y conflictos palaciegos y en la segunda, el veterano realizador inglés saca a la luz toda su pericia técnica y logra generar suspenso hasta en una situación que conocemos al dedillo. exodus-gods-and-kings-df-01354_rgbDicho esto, el ángulo más interesante que se me ocurre analizar de la historia tiene que ver con la relación entre el personaje de Moisés y Dios, o el enviado de Dios, que toma la figura de un niño bastante duro y severo –el Dios enojado del Viejo Testamento, impiadoso y violento–, que no tiene reparos en masacrar a miles de egipcios (incluyendo, claro, los célebres primogénitos) para liberar al pueblo judío de los siglos de esclavitud. El ángulo se completa con un Moisés que, en la piel de Bale, se lo ve torturado, no solo por cambiar de filiación religiosa de golpe sino por tener encima que subirse al carro del héroe (trata de no serlo hasta que le es imposible evitarlo) y por algunos de los actos que el calmadamente furioso Baby God comete contra su ex familia y pueblo. Sí, chiste fácil, Moisés es un rusito con culpa… De hecho, es más rica y curiosa la relación entre ellos dos que la que hay entre Moisés y Ramsés (Joel Edgerton, siempre un tono más arriba de lo necesario), que parece más cercana a la del filme de animación PRINCIPE DE EGIPTO que a un drama/thriller adulto. Con muchos actores casi desaprovechados (John Turturro, Ben Kingsley, Aaron Paul y Sigourney Weaver, entre otros), el filme avanza lenta y metódicamente hacia el imperio del CGI de la segunda mitad. Y si ese es el objetivo de todo el filme –plantear una versión más espectacular pero a la vez más realista y plausible de las plagas– hay que decir que Scott lo ha logrado: algunas imágenes y escenas son realmente espectaculares, especialmente en el continuo ataque de las conocidas plagas. Lo que no logra es recuperar esa magia casi infantil de películas como LOS DIEZ MANDAMIENTOS de Cecil B. de Mille, que lo que perdían en perfección lo ganaban en ilusión, en juego. christian_bale_in_exodusBale luce, como siempre, severo y preocupado desde que arranca la película hasta cuando, cerca del final, uno imagina le tocará poner en la tabla de los Diez Mandamientos cosas como “no harás más películas de Batman” o “Why So Serious?” Su aparición en este tipo de superproducciones épicas parece asegurarnos que el asunto en el que participa siempre será grave, severo y oscuro y no habrá casi momentos ligeros, más allá de algunos atisbos telenovelescos que aparecen en la relación con su mujer. Bale parece funcionar cuando tiene el peso del mundo sobre sus hombros. Y eso es lo que tenía Moisés que, a falta de Alfred, se tuvo que consieguir a un niño irritado que no necesitaba de gadgets para poner el mundo patas para arriba. En EXODO lo hacía, literalmente, en un abrir y cerrar de ojos. “Poderoso el chiquitín”, como decía la publicidad…
¿Cuantas veces se contara esta historia? ¿Qué aporta Sir. Ridley Scott con "Éxodo" al cine denominado "bíblico"? Poco y nada, y esto es lamentable, porque con un cast encabezado por Christian Bale la propuesta bien podría haber sido otra y la estructura narrativa reforzada y reinventada para contar la historia de Moisés, su pueblo, la división de agua y la escritura de los diez mandamientos.. Scott se ciñe a las reglas de este tipo de cine, y excepto en las multitudinarias escenas en las que la confrontación entre bandos apela a la utilización de imágenes generadas por computadora no hay otro aditamento para que "Éxodo" pueda trascender. Cuando hace unos meses Darren Aranofsky construía su versión del diluvio universal en "Noé", con la utilización de la repetición como recurso estilístico y narrativo, muchos alzaron la voz en contra del film principalmente porque lo tildaban de blasfemo. Pero justamente en ese filme lo interesante era la particular mirada del director para algo que ya se había narrando de diferente manera y en diferentes soportes, algo que Scott no puede comprender y avanzar en este punto. La trama se presenta y va sucediendo en la pantalla como un manual de catecismo sin aportar, más que académicamente, una reflexión. Y si bien los efectos dotan de verosimil a alguna que otra escena, tampoco alcanzan para despertar interés en una historia extensa por demás. "Éxodo", aburre y posee mesetas de las que no puede levantar y excepto por la utilización del 3D, que dota de un realismo increíble a la acción, y la escena magnánima de la separación de aguas, nada hacía suponer tamaño fiasco. "Éxodo” trabaja sobre Moisés y descarga todo el peso de la historia en la actuación de Bale, abatido por la culpa y el sentimiento inexpugnable de la distancia con su pueblo, y salvo este punto y el anterior, nada nada hace suponer que se trate de un filme producido en el siglo XXI, todo lo contrario. Scott aporta una visión periférica y una habilidad para las imágenes de los enfrentamientos entre los bandos opuestos, pero sacando esto nada hará trascender al filme de su chata y vaga propuesta.
Un relato épico llevado al cine repetidas veces, un director con probada experiencia en relatos de épocas anteriores a la modernidad, un elenco de primeras figuras, y un presupuesto acorde a semejante circunstancias; esto conforma Éxodo, nuevo opus del fluctuante Ridley Scott. Como se adivina desde el título, no es más ni menos que una adaptación del Éxodo del Pueblo Judio. La historia de cómo Moises reveló a los suyos frente a la esclavitud a la que fueron sometidos por el Faraón Ramses y ya desde antes, desatando las siete plagas y llevándolos a vagar por el desierto. Pero Scott y su equipo tienen su visón de las cosas. Éxodo podría dividirse en dos partes, con una duración que alcanza las dos horas y media, asistiremos ya de entrada a un Moises adulto, general de los egipcios, en quien el Faraón confía más que en su propio hijo de sangre, Ramses; más aún cuando el primero salva al segundo de una muerte inminente en plena batalla… pero la ambición de Ramses es grande, así como también de quienes lo rodean. Efectivamente, la intención pareciera la de llevar Gladiador al período egipcio, las similitudes son varias, sobre todo cuando ya sabemos cómo continúa la historia. En una de sus diligencias, a Moises se le revelan sus orígenes, él pertenece al pueblo judío, aquel que es esclavizado desde hace añares por los egipcios para que construya sus monumentos y haga todo tipo de tareas inhumanas sin la menor recompensa. Más tarde, frente a la traición de Ramses que le erigirá como Faraón, Moises será desterrado y ante una revelación divina pasará a defender a su pueblo frente a la tiranía. Aquí comienza la segunda etapa del relato, que contendrá mayores elementos bíblicos, y un despliegue de efectos digitales para mostrar las enormes plagas. Claramente esta segunda parte funciona mejor que el inicio aún sin ser perfecta. Durante la primera mitad, Éxodo demuestra varios baches narrativos y hasta algunos personajes que no tienen el desarrollo necesario y simplemente desaparecen de la escena; lo cual es más llamativo ya que distan de ser personajes secundarios y son interpretados por actores de fuste como Sigourney Weaver, John Turturro, y hasta el propio Ben Kingsley en el rol que le revela su origen a Moises. Hay tramos conocidos de la historia que aquí se ausentan, se omite la niñez de Moises, cómo él es enviado por su familia en un moises por el Nilo y es rescatado por la familia del Faraón que lo cuidará como un hijo sin ser tal; todo esta cuestión de la relación entre Moises y Ramses no tiene el peso suficiente y se reduce a anécdotas que bien podrían haber sido suprimidas del todo. Esto hace que el ritmo se fragmente y sea más lento de lo debido; todo lo contrario con lo que vendrá. Una vez que a Moises le sea revelado su destino, en una catarata de CGI que llega a empelagar veremos ranas, lluvia, langostas, océanos, y hasta pescados digitales; y a la par, todo comienza a suceder de manera mucho más rápida. Probablemente se trate de asuntos de montaje (lo cual se revelaría, como es usual, en los típicos cortes extendidos de director), pero entre uno y otro, Éxodo no fluye como debería. Inmortalizado por las versiones de Cecil B. DeMille y hasta la versión animada de 1998, esta narración siempre se caracterizó por una fuerte épica, asunto que aquí pareciera faltar por momentos; Moises y Ramses no tienen el peso antogónico suficiente y hay más importancia en lo que padecen los egipcios por obra divina (las plagas) que en las acciones de liberación de Moises. Christian Bale es un Moises a lo Christian Bale, ya se sabe, rostro pétreo, voz carrasposa, pocos gestos y adustos; hay más rudeza que carisma, aún en su etapa anciana. Joel Edgerton como Ramses muestra ser pérfido con un permanente gesto de oler feo. Ambos actores cumplen con su roles de modo correcto sin necesidad de destacarse. La puesta en escena, si bien en menor medida de lo visto en Gladiador, le imprime cierto aire de modernidad solapada al relato. Todo es enorme, grandilocuente, y desde la fotografía, muy dorado. En un año en el que se vieron varias películas cristianas evangélicas,"Éxodo" termina el período con un relato de exaltación del pueblo judío. Es una película correcta, dispuesta al pochoclo y la gaseosa, en donde la extensa duración pasa rápido; pero lejos está de ser una película inmortal, eterna. Un buen tanque de fin de año, ni más ni menos.
Ridley Scott nunca se caracterizó por ser un director sutil o demasiado elegante, por eso su encuentro con el cine épico (un cine en general poco sofisticado, más preocupado por el tamaño que por la terminación de los materiales empleados), desde 1492: La conquista del paraíso, sería uno fortuito y duradero. Varios años después seguiría con Gladiador y más tarde con Cruzada y Robin Hood hasta llegar a Éxodo: Dioses y reyes. Pero tratemos de explicar brevemente a qué nos referimos cuando hablamos de épica: no se trata de la forma narrativa descrita, entre otros, por Aristóteles, ni de un género en sí mismo (las películas mencionadas, de hecho, pertenecen a géneros distintos), y tampoco es solo de una cuestión de tamaño (aunque el tamaño importe) sino, sobre todo, de un cambio de escala, de un giro que se produce en la forma de mirar antes que en aquello que se observa. El cine de Scott previo a 1492, en películas como Lluvia negra o Alien, exhibió siempre un formato de pantalla anchísimo que no terminaba de encajar del todo con esas historias, pero que años después resultó fundamental para retratar, por ejemplo, el viaje de Colón y el espíritu de conquista y descubrimiento de la expedición. Por eso es que 1492 o Gladiador representaron un quiebre en su filmografía, porque los mundos de esas películas, con sus cantidades gigantescas de hombres, paisajes y acción, pedían un formato bien largo, acorde a la vastedad del relato. De ahí en más, Scott, un director seguro de su lugar de artesano que rara vez intenta dejar una huella reconocible en lo que hace, volvería una y otra vez a historias que le permitieran desplegar ese dispositivo cinematográfico tamaño XL hasta volverse una suerte de especialista; es que lo épico en cine reclama, además de la comprensión acerca de la escala, un estilo más o menos neutro, invisible, sin signos demasiado evidentes, lo que explicaría en parte el fracaso de Noé, en la que Darren Aronofsky, veleidoso como de costumbre, es incapaz de borrarse a sí mismo de las imágenes y la trama. Scott actualiza el relato bíblico desde su ya conocido interés por el realismo: los asesinatos son brutales, a veces en masa y hasta pueden ser perpetrados contra niños; las plagas dejan secuelas irreparables en la sociedad egipcia; las aguas del Mar Rojo, lejos de abrirse en forma espectacular, simplemente bajan hasta que el pueblo hebreo puede cruzar. Incluso Dios, después de una aparición más bien rutinaria de la zarza en llamas, es representado de la manera más despojada posible cuando toma el cuerpo de un niño, el que le habla a Moisés y al que solo puede ver el protagonista. El realismo no impide, sin embargo, que el director aproveche majestuosamente el digital para engrandecer batallas, escenas de exteriores e incluso los diálogos más bien intimistas del palacio de Seti, en los que se nota enseguida la opulencia y el lujo que ninguna otra película sobre el tema había conseguido plasmar así antes, y que logran un retrato del imperio egipcio incluso más ajustado a la verdad histórica: la trama sigue a una casta gobernante en decadenca que gusta de los excesos y placeres suntuosos pero que, consciente del derroche que estos implican, realiza un seguimiento obsesivo de gastos en las provincias y casas de mandatarios corruptos y subalternos que malgastan impuestos para vivir con la misma ostentación de riqueza que sus superiores. Éxodo tiene sus altibajos, sobre todo narrativos, propios de cualquier película de proporciones semejantes: los diálogos muchas veces son torpes y reiterativos, y la trama vuelve una y otra vez a los mismos motivos como si temiera que el público se pierda en la inmensidad de la película (la identidad, el origen; la identidad, el origen, etc.). Sin embargo, Scott tiene la oportunidad poco común de corregir y mejorar sensiblemente lo hecho en otra película suya, Gladiador, de la que Éxodo toma no solo la figura del héroe caído y despojado de todo sino también el triángulo de intrigas y celos compuesto por un rey sabio a punto de morir, un hijo ambicioso incapacitado para sucederlo en el trono, y un hermano adoptado que cuenta con las aptitudes necesarias de las que carece el hijo, y que consecuentemente se transforma en un peligro a exterminar. Así, a los tumbos entre escenas logradas que pierden algo de efectividad por obra de un guion machacón y reiterativo, la película se las arregla para maniobrar la solemnidad del relato bíblico con una impronta realista que parece ser la única marca más o menos visible del director. Por lo menos hasta que llegan las plagas, y la película, olvidada por un rato de la trama, da rienda suelta a la reconstrucción de los daños y la locura que producen tanto en las calles como en el palacio real. En ese momento parece que Éxodo se tomara una pausa para regodearse detenidamente en el espectáculo de destrucción y muerte que asolan Egipto por obra de un Dios cruel y vengativo; se nota que la idea fascina al director, y que ahora, suspendido el avance de la historia, deja que la imagen se adueñe por completo de la película, como cuando un mar infestado de cocodrilos, que en su frenesí devorador hasta se comen unos a otros, se tiñe entero de sangre.
Al estudio se le debe haber ocurrido hacer una nueva adaptación de la clásica historia de Moisés (Christian Bale) debido al tono épico, los efectos especiales y por el hecho de que los relatos bíblicos suelen generar grandes recaudaciones. Para llevar a cabo esta empresa con celeridad necesitaban a alguien versado en lo que a film épico, grandes sets, muchos efectos generados digitalmente, gran cantidad de extras ypara lo que a escenas de acción se refiere... La decisión fue obvia: había que contratar a Ridley Scott (Gladiador, La Caída del Halcón Negro). El segundo paso fue la escritura del guión, el cual debía ser diferente a la versión anterior protagonizada por Charlton Heston (Ben-Hur) y dirigida por Cecil B. DeMille, en 1956. Otro desafío fue adecuarlo a los fortalezas de Scott, y por eso se agregó un tono más cercano a Gladiador, incluyendo escenas de batallas y otras características de aquel film, como el personaje principal siendo favorecido por el emperador de Egipto (interpretado por John Turturro) por sobre su hijo biológico Ramsés (Joel Edgerton). El protagonista siendo traicionado y dado por muerto, quien luego debe abandonar el lugar, y años más tarde vuelve para derrotar al gobierno, es una constante de esta historia bíblica. La historia narrada por Scott se concentra en Moisés y su enfrentamiento con su hermano adoptivo Ramsés sin detenerse a mostrar en pantalla el nacimiento del protagonista ni otros eventos significativos en la vida del personaje bíblico. Esta decisión de concentrarse en sólo algunos aspectos de Moisés puede decepcionar a algunos como agradar a otros. Por suerte el film Exodo: Dioses Y Reyes jamás se convierte en una clase de religión, sino que logra ser un relato capaz de generar diversas emociones en su público. Por otro lado, la película sufre de una extensa duración (unos 150 minutos aprox.) a pesar de su ajustado relato y de también de alguna debilidad narrativa, como personajes poco desarrollados o innecesarios (como el consejero, interpretado por Ewan Bremmer, que explica "científicamente" los eventos al emperador) pero es probable que para el mercado hogareño aparezca una versión extendida de este largometraje, supervisada por el mismo Scott. El film hace algunos cambios al relato bíblico pero es largamente es, al fin y al cabo, fiel a los sucesos contados en la Biblia y no por ello deja de ser entretenido.
De Ridley Scott, famoso por épicas como Gladiador, Blade Runner o Robin Hood, llega Exodus, historia que narra el conflicto bíblico entre Moisés y Ramsés por la liberación del pueblo Hebreo del yugo de los Egipcios. Sabemos que históricamente, la biblia es de los libros más leídos en el mundo, y como tal, las adaptaciones abundan al por mayor (tan solo este año nos llegaron 3 a las pantallas de cine). Y la historia de Moisés no es la excepción. Por nombrar a las más famosas, tenemos Los Diez Mandamientos o El Príncipe de Egipto. Al igual que Noé de Darren Aronofsky, Exodus se toma muchas libertades con respecto a lo que dice la biblia. Sin embargo, el problema no son los cambios que le hicieron en la pantalla grande (justificar el río de sangre, la revelación de Dios y muchos otros detalles que no revelaremos hasta que vean el filme), sino lo mal que es llevada la historia. Ok, entendemos que volver a contar la infancia de Moisés y Ramsés puede resultar tedioso después de lo bien que nos conocemos esa historia, pero hay que entender que en cualquier adaptación hay cosas que son tan básicas que cambiarlas no solo resulta perjudicial para los “fans” sino para la historia en si. Y es que la química de hermanos entre Moisés (Christian Bale) y Ramsés (Joel Edgerton) es tan inexistente como la simpatía de Séphora (María Valverde). Seamos honestos. No importa que la misma historia se haya contado muchas veces (remakes), el espectador busca encontrar por lo menos el espíritu del director o la reinterpretación de los actores, algo que haga memorable la nueva versión y que valga la pena pagar el alto costo del boleto en México. Acá lo único que hay es la esencia del director, que está tan marcada que incluso parece que en vez de egipcios, estamos viendo de nuevo al pueblo romano de Gladiador. Demasiadas inexactitudes históricas (avaladas por mi compañera experta en historia Egipcia), demasiados, fallos, demasiadas esperanzas en un filme que se queda lejos, muy lejos de algo que podemos esperar en un director al que se le dan bien las batallas épicas. Vamos, resultan más creíbles los efectos del mar rojo con Charlton Heston que estos de Christian Bale. Por donde la veamos, un filme aburrido, antipático y plano que no vale la pena gastar las más de dos horas que dura el filme en una historia que conocemos ya demasiado bien.
El Moisés de Scott Ridley Scott demuestra con Exodo: dioses y reyes lo que es hacer cine épico a lo grande y de una manera realista junto a la estrella británica Christian Bale, quien interpreta aquí a Moisés en el relato histórico más conocido de la Humanidad: la liberación de 600.000 esclavos hebreos de la tiranía egipcia. Esta nueva ola de género conocida como neo péplum que en los 60’ estaba representada por Espartaco, de Stanley Kubrick; y en los 70’ por películas con relatos bíblicos de Jesús, de faraones o la misma vida de Moisés, supo encontrar su regreso desde la exitosa Gladiador (2000) -también de Scott-, donde Russell Crowe encarnaba a un ex general devenido en luchador de arenas que buscaba vengar a su familia. A este cine de aventuras e historia se suma una entretenida saga como Furia de titanes; las magníficas 300 que bordan el buen estilo comic; una aburrida Pompeii o la versión libre y poco afortunada de Noé junto a un arca al mejor estilo conteiner pesquero aunque de madera. Sin dudas el neo péplum volvió para quedarse ahora gozando de modernos efectos visuales que rozan el realismo, mucha épica y guiños a ese cine histórico y colosal de hombres guerreros o vidas bíblicas ya mencionadas, obras que buscan las fechas cercanas a la Navidad o las Pascuas para estrenarse. En el caso de Exodo, que contiene una importante factura cinematográfica, se relata el enfrentamiento de dos “hermanos del corazón” como Moisés y Ramsés II, este último el nuevo rey de Egipto y antagonista del pueblo hebreo. Algunos historiadores no están de acuerdo con el enfoque tirano con el que se destacó al personaje, explicando que la Historia no argumenta lo mismo y vinculan a este faraón con la mayor prosperidad que hubo en aquella región. Volviendo a Exodo, Scott presenta su recorte dejando de lado el episodio de la veneración del Becerro de Oro que ofendía a Dios y evita la profundidad en la cuestión de los Diez Mandamientos que son mencionados “tímidamente” en el trayecto final del film. Detalle que poco puede interesar ya que la obra no corre para esos caminos o puede enojar a quienes buscaban la inclusión y/o comparación con aquellas majestuosas escenas religiosas de Los diez mandamientos (1956), de Cecil B. DeMille. Una referencialidad detallista que tampoco logra encontrarse en el actual héroe protagónico, cuya única ostentación reside en su espada de acero y oro a comparación de aquel humilde bastón/rama del Moisés de Charlton Heston. Pero sin dudas que el sello de Bale suple estas cuestiones y el film se vende por esta gran figura actoral. Y sin ánimos de spoilear, lo mismo sucede con el escape israelita frente al Mar Rojo donde el director apostó por una destacada veracidad. Esto sucede por el valor histórico de un personaje como el de Moisés, venerado por cuatro religiones distintas entre ellas -judaísmo, cristianismo, Islam y bahaísmo- y que tiene un peso figurativo imprescindible. Tomar este relato desde la visión de un director de cine sólo logra dos cosas en el público: el rechazo total o una nueva y positiva revisión. Por suerte, Scott no es un amateur en el tema y sale bien parado de la cuestión. La versión del exitoso director de Alien, el octavo pasajero opta por el crudo realismo con el que eran tratados los judíos hasta la brutalidad con la que son arrojadas las famosas siete plagas sobre Egipto, muy lejana a la continua pomposidad inmaculada del film de DeMille donde hasta la vestimenta de los diferentes estratos sociales -con más brillo o mayor austeridad- era homogénea y visualmente pulcra. En cambio Exodo presenta espacios sucios reflejando en las condiciones insalubres donde el pueblo esclavista trabajaba y una extrema miseria referenciada en sus hogares contrastando con el lujo del palacio de Ramsés II. En conclusión y a favor de Exodo, se destaca la majestuosidad con la que son presentadas las diferentes locaciones del relato -los desiertos de España-, una banda de sonido de buen folklore árabe realizado por el compositor español Alberto Iglesias (El jardinero fiel, Cometas en el cielo) y elogiables actuaciones tanto de Bale como el australiano que la viene pegando fuerte Joel Edgerton (El gran Gastby). En contra -y aleatoriamente- se puede apuntar a la poca profundización sobre ciertos hechos bíblicos pero lo que no es sencillo de digerir son los personajes secundarios con actores renombrados como Aaron Paul (Breaking bad, Need for speed) que hace del famoso discípulo José quién seguiría al mando de los judíos luego de la muerte de Moisés, y Sigourney Weaver (Alien) como la madre de Ramsés II, que están totalmente desdibujados dentro de la historia. Por suerte la formula Scott/Bale es lo que garantiza la calidad de este espectáculo.
El maestro Ridley Scott (sí, le perdonamos “Prometeo”) ya demostró que es capaz de contar una buena historia sin importar su género. La verdad es que ya se paseó por (casi) todos y suele salir bien parado al momento de su ejecución. En el nuevo milenio le agarró el gustito a la épica a gran escala, primero con la oscarizada “Gladiador” (Gladiator, 2000) y más tarde con “Cruzada” (Kingdom of Heaven, 2005) que lo acerca un poco más al tópico religioso. Ahora, toma la posta de directores clásicos como Cecil B. DeMille y William Wyler, y se mete de lleno con el cine bíblico y las historias del Antiguo Testamento. “Éxodo: Dioses y Reyes” (Exodus: Gods and Kings, 2014) rescata ese espectáculo que, a todo color, supo convertir a Charlton Heston en estrella y héroe histórico indiscutido de la gran pantalla. Con toda la parafernalia, escenarios, puesta en escena y efectos (tanto físicos como en CGI) que un film de esta magnitud se merece (y necesita), el drama protagonizado por Christian Bale y Joel Edgerton, también entra en esta nueva ola que iniciara Darren Aronofsky con “Noé” (Noah, 2014) y su versión del diluvio universal, donde lo histórico casi roza lo fantástico. Pero como buen ateo que es, Scott no se pone místico, sino todo lo contrario y trata de darle al relato de Moisés y la liberación del pueblo judío un contexto racional, casi científico si se quiere, para explicar los sucesos que acompañaron la expulsión de los esclavos de Egipto. La historia es bien conocida y Ridley no se aparta de ella en ningún momento, sólo la expande mostrando a un adulto Moisés (Bale) comandando los ejércitos del faraón Seti (John Turturro) mano a mano con su primo Ramsés (Edgerton). Existe una relación paternal mucho más fuerte con este “hijo adoptivo” que con el de carne y hueso, lo que va provocando cierto resentimiento en el joven heredero que prefiere la frivolidad y los lujos antes de preocuparse por su futuro como gobernante de la próspera nación. Los paralelismos con “Gladiador” y el triángulo Maximus - Marcus Aurelius – Commodus son inevitables, así como los que se puedan establecer entre Ramsés y cualquier dictador moderno, digamos un Adolf Hitler. La megalomanía de este muchacho se intensifica cuando Seti muere y debe asumir el mando. Es ahí cuando empiezan a surgir los verdaderos quilombos familiares. A Moisés lo mandan a inspeccionar la zona de canteras donde viven los esclavos hebreos y donde, “accidentalmente”, descubre su verdadero origen. El guerrero aclamado por los egipcios, criado en palacios faraónicos es, en realidad un judío más que, de bebé, fue rescatado de las aguas del Nilo por la hermana del Faraón y criado como propio. Esto no le mueve un pelo al futuro liberador, pero crea una gran conmoción en el palacio que obliga a Ramsés a exiliarlo lo más lejos posible. Así empieza la odisea de Moisés (o mejor dicho Moshe, su verdadero nombre) que, no sólo deberá reconciliarse con su pasado, sino con su nueva fe. Aquel hombre que no creía en designios y en los dioses ahora empezará una nueva conexión religiosa que no logra entender del todo y que debe aceptar para poder cumplir con su verdadero propósito en este mundo. A diferencia de la versión de Heston, el Moshe de Bale es todo un guerrero con la violencia y la racionalidad a flor de piel y alguna que otra actitud que roza la locura. Sus actos son guiados por Dios, pero a los ojos de muchos, podrían tener una explicación mucho más secular. Esto mismo es lo que convierte a este film en algo tan particular. Ahí están las espectaculares batallas entre ejércitos multitudinarios, el lujo de los palacios, el poderío de una escuadra de cuadrigas, las diez plagas, el éxodo a través del desierto y el infaltable cruce del Mar Rojo. Ahí están todos los elementos de la épica bíblica y sus personajes, pero lo religioso se diluye en un océano de explicaciones mucho más interesantes que intentan darle sentido a más de cinco mil años de tradición, sin ser ofensivo en lo absoluto y sin caer en divagues místicas. La película funciona desde lo histórico, desde la rivalidad de estos dos “hermanos”, desde la espectacularidad de las imágenes y desde un ángulo más “educacional” para aquellos no iniciados. Una puesta en escena monumental, unos lindos efectos que, desde el vamos, justifican la entrada de cine (aunque el 3D no aporte mucho que digamos), la música de Alberto Iglesias y unas actuaciones correctísimas como se suele esperar de Bale (intenso y melancólico, como siempre), Edgerton (con su Ramsés súper inseguro y fascista) –son ellos dos los que llevan adelante la historia-, Ben Kingsley, María Valverde y Ben Mendelsohn entre tantos otros. Podríamos reprocharle que esté tan desaprovechada la figura de Sigourney Weaver como Tuya (madre de Ramsés), que apenas aparece unos minutos en pantalla. “Éxodo: Dioses y Reyes” rescata ese clasicismo de la épica y le da una vuelta de tuerca. No rompe grandes esquemas y no pasará a la posteridad como lo mejor de Ridley Scott, pero es sumamente disfrutable para el practicante de cualquier credo y, sobre todo, amante del cine como entretenimiento y espectáculo. PUNTAJE: 8
La reescritura de las escrituras Aquellos que alguna vez leímos la historia de Moisés según la cuenta el Éxodo en la Biblia, teníamos una imagen de Moisés de un hombre, que después de la aparición de Dios, de fe y esperanza que esta totalmente confiado en lo que hace, así como un hombre, de paz. Uno también recuerda ese film memorable con Charlton Heston y Yul Brinner dirigido por Cecil B. de Mille llamado “Los 10 mandamientos”. Incluso viene a la memoria el primer film animado de DreamWorks que fue “El Príncipe de Egipto”. Por lo tanto uno creía que en este nuevo film, y teniendo como director a Ridley Scott (“Blade Runner”, “Alien, El octavo pasajero”, “Gladiador”, entre otras) la novedad iba a ser la espectacularidad que este director le impone a sus films, su gran ritmo, y los efectos especiales. En estos tres aspectos Scott no defrauda, pero el guión deja mucho que desear. Aquí Moisés es un guerrero del principio al final, Ramsés es un ser corto de carácter que todo lo que realiza es para demostrar que es más que Moisés, por quien tiene un complejo grande de inferioridad, y un Dios que se materializa en un niño, pareciendo más un chico caprichoso que un Dios que busca la justicia. Las interpretaciones son excelentes, el ritmo por momentos es vertiginoso, pero algunos de los efectos están en pos de una puesta de cámara del director que en vez de ayudar resta. E inclusive, queriendo hacer una película lo mas realista posible, hay cosas que parecen sacadas de una película de superhéroes. Incluso el cruce del mar Rojo, uno esperaba mucho más en el principio. A pesar de esto, aquellos que quieren ver un film de acción situado en esa época, la va a disfrutar, si uno quiere ver un film de acción, tomada de un hecho bíblico reconocido por varias religiones, de la vida de un hombre de fe y que conocen la historia, este no es el film que esperaba.
Por muchas razones (en su mayoría técnicas) sería injusto comparar “Exodo: Dioses y reyes”, de Ridley Scott, con el clásico “Los diez mandamientos” (1956), de Cecil B. DeMille. Ambos artistas son grandes narradores, pero pertenecen a distintas épocas. Haciendo un juego hipotético (basado en el análisis de la filmografía de ambos), imaginemos que les hubiera tocado vivir a cada uno en el tiempo del otro. Desde lo estético, narrativo y conceptual, si DeMille hubiera tenido en sus manos el guión de “Exodo: Dioses y reyes”, seguramente habría filmado de la misma manera que rodó “Los diez mandamientos”, y viceversa. Entonces, ¿por qué tiene tantos puntos flojos? Para empezar, el principal punto dramático que sostiene la historia ya fue contado por el mismo director hace catorce años. Hablamos de “Gladiador” (2000), por supuesto. ¿Hace falta mencionar la cantidad de merecidísimos premios que ganó, incluyendo varios Oscar? Los primeros minutos (siempre desde el punto de vista del conflicto) son casi calcados. Un Emperador en sus últimos días de vida debe decidir la sucesión entre su hijo legítimo o el adoptivo, teniendo más admiración por éste último. Muere, y el poder queda en manos del menos indicado, el que menos valores y virtudes ha cultivado durante los años. Sin embargo, hay una suerte de obediencia a los mandatos que hay que respetar. Todo esto enmarcado en una escena posterior a una batalla, que en éste caso es del ejército egipcio contra los Hititas. A partir de aquí se distancian los argumentos, pero esa relación entre ambos será el eje dramático-narrativo hasta el final. Al descubrir esto en “Exodo: Dioses y reyes”, podría dar lo mismo si se llama Moisés (Christian Bale) o Máximus (Russell Crowe). Lo raro es que teniendo una referencia tan a mano haya tan abismal diferencia en la construcción de los personajes y su forma de vincularse. Ligado a ello hay una causa natural: el casting. Habremos de salvar la gigantesca distancia entre los actores Joaquin Phoenix (antagónico de Máximus) y quien hace de Ramsés, Joel Edgerton. La tibieza de su composición, la falta de decisión, o acaso la poca convicción en su propuesta, le quita “ángel” a su personaje. Se lo ve en las escenas, pero no “está”, como, por ejemplo, en las escenas en las que manda familias a la horca. Allí esto se ve muy claro. No es un problema de dirección actoral, simplemente el personaje le queda gigante. Bale, por su parte, compone a un guerrero que nunca deja de serlo. Nueve años después del exilio lo vemos igual. Agazapado. Tenso. Hay pocos matices en su trabajo en contraste con los que ofrece su personaje. Más allá de los trabajos, ambos actores enfrentan un guión que no se preocupa lo suficiente por establecer claramente (o al menos mejor de lo que se ve, con mayor fuerza) la relación entre ambos en los primeros minutos, cosa que sí sucedía en la referencia anterior y también (mucho mejor) en “El príncipe de Egipto” (1998), la producción animada producida por Steven Spielberg. Tampoco pasa mucho con el resto del elenco. Ni con John Turturro, ni con Ben Kingsley (en menor medida), en tanto Sigourney Waver debe estar preguntándose todavía para qué fue. No es el único problema de éste estreno. Los efectos visuales hacen del CGI una estrella más para recrear la imponencia de la arquitectura egipcia, lo cual no juega a favor cuando éste tipo de recursos ocupa el 70 % de lo que vemos en pantalla (acercado al ojo por el uso del 3D). Puede ser espectacular el encuadre, pero se siente lo artificial, y no deja de serlo por más logrado que esté el efecto en post-producción. Es un relato lleno de acción decorada por una banda sonora ambiciosa de Alberto Iglesias, habitual compositor de las producciones de Pedro Almodóvar, por momentos con un registro más emparentado con la emoción de la aventura que de lo épico, aunque es cierto que es difícil encontrar un leit-motive a lo largo de las más de dos horas de duración. Todos estos factores dejan una sensación de estar viendo lo que todo el mundo da por sentado de la gesta de Moisés. No es que esté mal, simplemente le quita profundidad. Es tan extraño que uno se pregunta si estamos frente a la versión completa, o es un recorte para que entren más funciones por día en las cadenas de cine. Es Ridley Scott, de manera tal que no todas son pálidas. Hay una jugada interesante al reemplazar “La voz de Dios” que Charlton Heston escuchaba, por la presencia de un niño. Recio, duro, respondón, casi impiadoso. Que Dios y su voluntad estén representados por un chico es, sin dudas, uno de los temas que dará para la polémica. La concepción visual está claramente a la altura de las circunstancias exigidas por la historia, es decir, esta es de las obras que justifica la entrada por el concepto del cine espectáculo. En especial un par de secuencias que se roban la tensión, como la de las siete plagas que está realmente bien lograda y, por supuesto, el cruce del Mar Rojo, más allá de una resolución más cerca de Marvel que de la biblia. Por otra parte está claro que se cuenta una historia, no hay cabos sueltos, ni errores en el timing de la compaginación, en este aspecto hablamos de un producto que cumple en líneas generales con entretener. En todo caso habría que preguntarse por la necesidad de estirar el final con una elipsis violenta que en un minuto saltea los cuarenta años de periplo por el desierto; pero es lo menos significativo. Es Ridley Scott. Uno espera más. Punto.
Revisando al profeta Hubo una época en que durante Semana Santa la televisión era colonizada por películas bíblicas. Lo cual era como decir que la cara de Charlton Heston se multiplicaba en las pantallas, especialmente con “Ben Hur” y la infaltable “Los Diez Mandamientos”, la legendaria película que Cecil B. DeMille estrenó en 1956, con Yul Brynner como Ramsés II y los efectos especiales de John P. Fulton, con su bullente mar dividido hecho de aceite hirviendo. Sacando la miniserie de 360 minutos con Burt Lancaster como el “dador de la Ley”, casi nadie se animó a desafiar esa presencia canónica. Pero Ridley Scott no es alguien que se deje amilanar. En “Cruzada” y “Gladiador” había mostrado su gusto y habilidad para filmar películas “grandes” de las de antes: sword & sandals (espadas y sandalias), plano abierto y aéreo, cientos de extras en trajes de épocas, batallas épicas y exigente diseño de producción. Todas esas cosas que el Hollywood legendario hizo brillar en sus épocas doradas. Pero en estos tiempos posmodernos, la forma tiene que contemplar una confrontación del contenido: más allá de una revisión etnocultural (en estos tiempos globales es más accesible la diversidad étnica en un elenco, o filmar una película en arameo, como Mel Gibson), se vuelve necesaria una relectura que deconstruya o reinterprete a los personajes y relatos. Por dos razones: porque cada tiempo demanda nuevas miradas, y también porque carecería de sentido volver sobre lo ya hecho. Dicho esto, no está mal recordar que además se está metiendo con uno de los relatos fundantes de la civilización occidental judeocristiana, lo que no es una pavada. Entre dos mundos El líder hebreo es aquí desmontado y humanizado. El guión de Adam Cooper, Bill Collage, Jeffrey Caine y Steven Zaillian construye dos juegos de oposiciones: la obvia es con Ramsés: “primos” con Moisés, criado como hermanos el faraón Seti, quien confía más en su supuesto sobrino que en su propio hijo, lo que mete una cuestión de autoestima en el medio. La otra oposición es nada más y nada menos que con el Morador de la Zarza, Yahvé de los Ejércitos: —No siempre estás de acuerdo conmigo -le dice Malak, el mensajero de Yahvé. —Tu tampoco -le cuestiona el mortal. Moisés quiere gestar una guerra de guerrillas de liberación, y “de arriba” le avisan que la cosa tiene que ir más rápido. —¿Qué haces? -pregunta el hebreo. —Verte fallar -es la respuesta. Al ex príncipe no le gusta ver sufrir al que fuera su pueblo adoptivo, y no se siente demasiado cómodo con “medidas extremas” como la muerte de los primogénitos. El relato achica los roles de Aarón y Miriam, y hace crecer a Seti, que termina quedando como un buen tipo en sus circunstancias; a Séfora, el amor terrenal del gran hombre, y a Josué, el elegido para seguir la marcha. También innova en la presentación de la apertura del paso en el mar, y bastante en el grabado de las Tablas, aunque el cambio en la imaginería no afecte lo medular. En cuanto a la puesta visual, ya algo dijimos: es una superproducción de Hollywood a la altura de la historia de este tipo de filmes, que Scott maneja con precisión para hacer de todo esto una narración entretenida como los clásicos: las justas tensiones y distensiones entre momentos reflexivos y duelos, entre disputas verbales y persecuciones de masas. La reconstrucción de época no desmerece lo que los arqueólogos nos contaron vía The History Channel (salvo por los estribos), y las locaciones mezclan ambos mundos: entre el Egipto “verdadero” y la Almería donde se filmaban los spaghetti westerns (es una coproducción con España). De cara al futuro Este tipo de filmes es de los que suman muchos rostros pero quizás un puñado de lucimientos. Christian Bale se pone el filme al hombro como el Moisés revisionista, aunque para algunos sea el que menos mediooriental luce. Joel Edgerton construye un Ramsés creíble: todo faraón fue en algún punto criado a la sombra (literal) de sus antecesores. John Turturro se vuelve un Seti querible, casado con una Tuya pérfida que Sigourney Weaver esboza en dos trazos. Hiam Abbass le pone el cuerpo a Bitia, la madre de crianza que Moisés no deja de querer, más que a la Miriam que Tara Fitzgerald encarna por un ratito. Ben Mendelsohn hace interesante y detestable a su virrey Hegep, más vistoso que el Josué de Aaron Paul. Ben Kingsley no necesita esforzarse mucho para mostrarnos al sacerdote Nun. La española María Valverde está adorable como Séfora, que luce como una judía mizrahi del Yemen, o como la sobrina de Ofra Haza. Dar Salim tiene onda como Khyan, el ex ladero de Moisés. Y el pequeño Isaac Andrews le pone picardía a Malak, el infatigable mensajero de Dios. Hablábamos de debates sobre métodos y fines, y para el final, el líder tendrá sus dudas sobre qué pasará cuando lleguen a la Tierra Prometida, donde ya vive gente y seguramente habrá que luchar de nuevo: un debate que más de tres milenios después parece seguir candente. No somos menos que cualquier otra tribu, responde Josué: parece tener menos dudas, y sabrá hacer tronar las trompetas cuando llegue la hora.
Catecismo para Todos El mejor libro de historietas sigue siendo la sagrada biblia, tan es así que hay mucha gente que cree que todo lo que alli se escribe fué cierto o lo es. Uno de chico cinéfilo creía que el rostro de Moisés era el mismo de Charlton Heston, después se dió cuenta que era todo bluff cinematográfico (Los 10 Mandamientos, 1956, Cecil B. De Mille), y dentro de los grandes géneros clásicos del cine hay que incluir: el bíblico. Esta nueva aventura todo terreno (y excedida de efectos especiales que a poco aburren y son la nada misma), está dirigida por el prolífico Ridley Scott (conoció épocas mejores con "Alien", "Los Duelistas", "Blade Runner"), y troca el rostro del personaje del líder rebelde por el más actual de Christian Bale, quien le aporta su carnadura y fuerza como para estar nominado a los próximos Oscars. El peor pecado de este tipo de superproducciones es que de tanto recargarlas de cosas, y efectos agotadores, se convierten en plomizas, largas...esta dura nada menos que 150 minutos!. Otro error mayúsculo en el guión, es que aquella zarza ardiente -que le hablaba a Moises como Dios-, ahora es un niño...bastante insufrible y con demasiado acento yanqui(da para la carcajada). Acción hay, si en eso zafa, es la típica "pochoclera". El guión está lleno de baches narrativos, hay bastante cosa suelta que no emparcha ni cierra, y la apertura del Mar Rojo no llega ni a los talones a aquella de Heston y De Mille, y vease finalmente a Moises cuando talla a piedra los mandamientos que solo, tan solo le falta un auricular en sus oidos y estar oyendo música de un MP3.
Exodo, Dioses y Reyes, es una producción innecesaria y millones de dólares desperdiciados. El que vaya atraído por los nombres de los actores de primera línea, va a salir un tanto decepcionado pues se va quedar con ganas de verlos mucho más tiempo que unos pocos minutos. El que vaya en busca de la historia bíblica, exactamente como está narrada...
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Realista y sin mandamientos Esta película trae de todo: lagartos asesinos, plagas bíblicas, ríos de sangre, ejércitos que se dan de palos, un dictador malévolo que esclaviza y ejecuta gente de a decenas y se confronta con un profeta libertario confabulado con un dios vengativo. Qué más podría pedirse. Vista esta acumulación de elementos, podría pensarse que se trata del típico blockbuster divagante, ruidoso, de montaje hiperveloz, repleto de efectos especiales. Y la verdad es que se encuentra bastante lejos de eso. Como en la reciente Hércules, la historia mítica se aborda desde una perspectiva realista (claro que con salvedades; por ejemplo hay que hacer caso omiso a que tanto hebreos como egipcios hablen todos buen inglés), algo así como una especulación racional de cómo podría haber sido, de haber existido, el relato bíblico de Moisés y su rebelión. Así, las 10 plagas son terroríficas (los mejores tramos de la película) pero carecen de componentes fantásticos, la apertura de las aguas del Mar Rojo no se presenta como un milagro divino sino como una circunstancial bajada de la marea, la escritura de los mandamientos no acontece gracias a un rayo celestial sino que es el mismo Moisés que los esculpe a mano y Dios está representado por un niño que sólo el profeta puede ver, lo que deja abierta la posibilidad de que el protagonista esté desvariando por haber recibido muchos golpes en la cabeza. El veterano Ridley Scott (Blade Runner, Alien, Gladiador, Prometeus) plantea una trama en el que se da tiempo para el desarrollo de personajes, con un relato lineal, clásico, cristalino. En su primera mitad este desarrollo puede resultar un tanto lento y tedioso, pero una vez que Ramsés el faraón se convierte en el villano que amamos detestar, la guerra está declarada y acometen las terribles plagas, se entra de lleno en un relato contundente, sustentado en un texto original imperecedero y en el buen pulso de Scott para plasmar deslumbrantes escenas en exteriores. No deja de ser llamativo que a diferencia de otras aproximaciones fílmicas al personaje, aquí no tenga lugar una lectura de las tablas sagradas, lo que parece ser todo un síntoma de la corrección política imperante en Hollywood. Quizá hoy ya no suenen tan bien un puñado de mandamientos que machacan con la existencia de un único dios, o uno más bien orientado al sexo masculino: "no codiciarás la mujer de tu prójimo", bastante cosificador para los tiempos que corren. De todos modos Scott, agnóstico declarado, se las ha ingeniado para herir sensibilidades, y la película no se proyecta en Egipto, Marruecos y los Emiratos Árabes por falsificar la "historia" y personificar la imagen de Dios. También vale decir que debe de ser difícil concebir hoy en día una película centrada en un personaje de crucial importancia para el judaísmo, el islam, el cristianismo y el bahaísmo, y hacerlo sin ofender a nadie.
Esta crítica analiza el guion y ciertas planteos morales que hace la película; como la misma está basada en la Biblia, y el filme es en cierta forma crítico sobre la acción de Dios en el texto en el cual está basado, eso se traduce en un análisis crítico por parte de nuestro Profe de Cine a algunos pasajes del texto bíblico. Por lo tanto si quien lee estas líneas toma la Biblia en el sentido literal, o considera que la misma no puede ser analizada críticamente, puede sentirse tocado por lo que se discute aquí. Están advertidos. La crítica radial completa se puede escuchar en el reproductor debajo de la foto.
El costado humano Riddley Scott, un director aclamado por sus historias de ciencia ficción como “Blade Runner” y “Alien: el octavo pasajero“, regresa a la Tierra en esta interpretación libre de la clásica historia del antiguo testamento. Volviendo a orígenes como los que vio al dirigir “Gladiador“, Scott elige a Chistian Bale para interpretar a Moisés, y a Joel Edgerton para su antagonista, Ramses. Aunque la historia es clásica, no hace falta conocerla para comprender el filme. Scott narra sobre dos primos criados como hermanos, dos príncipes de Egipto. Todo es gloria hasta que a Moisés le revelan el secreto de su identidad: nació en el pueblo hebreo. Esto le vale la expulsión de Egipto al desierto. El director se ha tomado unas ciertas libertades en cuanto a la letra dura de la Biblia, y probablemente la más fuerte de ellas sea representar físicamente a Dios. Probablemente todos recordemos la prueba de fe del olivo en llamas, cuando Dios habla con Moisés por primera vez. Pero aquí el olivo no está sólo, y Moisés ve a un niño pequeño y humilde que habla con la voz de Dios. También sabemos que ningún otro puede ver a ese niño. No me molestó particularmente la representación, pero sí resulta chocante. ¿Lo tomarán bien grupos religiosos judíos y católicos? Uno sabe qué riesgos corre cuando se mete en temas religiosos. Por otro lado, la interpretación de Bale nos muestra a un Moisés con un costado humano: duda, se enfada, se equivoca, e incluso contradice a Dios. Es un hombre contradictorio, puede ser un guerrero pero aún flaquea, ser un hombre de fe pero dudar. Sin embargo, no tiene un completo éxito en transmitir la transformación espiritual de este personaje, sino que la mayor parte del tiempo vemos a un hombre muy confundido. El Ramses de Joel Edgerton tiene más éxito en transmitirnos las contradicciones internas. Un personaje con la soberbia propia de alguien que fue criado como un dios, pero con las inseguridades de alguien que se desespera por mantener el poder. Puede ser despiadado, pero es dulce y amoroso con su esposa y su hijo. Empatizamos con él como no lo hacemos con Bale. Probablemente el director quiso despegar a estos del antagonismo del héroe y el villano, pero no lo logran. Encontramos actores importantes en papeles menores como John Turturro, Sigourney Weaver, y Aaron Paul; pero lamentablemente no tienen ni tiempo en pantalla ni una cantidad digna de líneas de diálogo. Una pena, podrían haber construido personajes fuertes que aportaran muchísimos a la trama, pero quedan en sólo poner su rostro más que sus interpretaciones. Incluso Indira Varma tiene un papel más importante que estos tres, eso es inusual. Sin embargo, tenemos que hacer mención a la excelencia de los efectos visuales. Las diez plagas de Egipto aparecen de una forma menos mística de lo que se relata en la Biblia, pero aún así impactante y digna de unos buenos escalofríos. Pero es en este punto que se vuelva más marcada la división entre héroe y villano, un bueno y un malo. Adiós contradicciones internas de cada uno. El abrir de las aguas comienza de una forma sutil pero acaba en el gran efecto de la película, haciendo de ese episodio un gran espectáculo. Esta obra no es lo mejor de Riddley Scott, no llega al nivel que logró con Gladiador o Blade Runner. Pero él también es un hombre de contrastes, que ha hecho películas dignas de recordar y otras que mejor olvidar. Se toma muchas libertades respecto a la historia clásica, los personajes no están cerrados del todo y eso resiente el guión. Los efectos son excelentes pero no alcanzan por sí solos para hacer de esta una gran película. Agustina Tajtelbaum
¿Va perdiendo el pulso Ridley? "Éxodo: Dioses y Reyes" es el nuevo trabajo épico del afamado director Ridley Scott. Lamentablemente no se acerca a la grandeza y la calidad que tuvo uno de sus trabajos insignia en este género, "Gladiador". Incluso "Kingdom of Heaven", aventura épica sobre las cruzadas, que decepcionó en taquilla allá por 2005, es también un mejor exponente del género. Este nuevo trabajo de Ridley no se puede catalogar como malo; el viejo tiene sus años de experiencia y siempre algunos trucos bajo la manga para inclinar la balanza a su favor, pero tampoco se puede afirmar que estemos ante una película trascendente, que pueda convertirse en un clásico del cine épico y mucho menos bíblico. Un problema a resaltar sin dudas es el hecho de haber utilizado todos actores occidentales para interpretar roles de personajes egipcios y hebreos. Ver a John Turturro haciendo del faraón Seti fue realmente tragicómico. No es porque sea mal actor, lejos de eso, pero estamos hablando de una estrella de cine italoamericana, conocida por caracterizar italoamericanos y participar en muchas comedias americanas, que acá trata de dar vida a uno de los tiranos de oriente con más poder en la historia de la humanidad... como que no le va el rol. Lo mismo sucedió con Sigourney Weaver, Aaron Paul y otras caras conocidas como Ewen Bremmer. Al menos para estos roles secundarios deberían haber contratado actores de oriente. Otra cuestión criticable fue el idioma utilizado en el film. Si hacen un poco de memoria recordarán que Mel Gibson llevó dos de sus películas a un nivel realmente interesante cuando decidió armar los diálogos de, por ejemplo, "La pasión de Cristo", en arameo, latín y hebreo. Lo mismo hizo con "Apocalypto" cuyos diálogos se pensaron en maya yucateco. ¿Tanto costaba hacerles aprender a los actores de "Éxodo" algunas líneas en egipcio antiguo? Creo que hasta en la franquicia pochoclera de "La Momia" hay aunque sea algunas frases en egipcio. Pareciera que no son cuestiones tan determinantes, pero para este caso en particular creo que fue un verdadero error americanizar todo y pensar que iba a pasar desapercibido. Otra cuestión reprochable de la película es la mala edición que se hizo del material final. Se nota mucho que hubo bastantes recortes, hay desprolijidades en la continuidad de las secuencias y actores que fueron anunciados como parte importante del cast aparecen contadas veces para tirar alguna frase intrascendente. Del lado de los aspectos positivos, tenemos a un Christian Bale que cumple y hasta excede las expectativas de los espectadores, brindando una interpretación muy profesional y humana de un personaje tan icónico como Moisés. Su presencia en pantalla se adueña de las escenas y las eleva a un nivel de mayor calidad. Por su parte Joel Edgerton cumple con su rol de Ramsés pero no maravilla como contraparte de Bale. Como que le faltó un poco más de dramatismo. Los acontecimientos fantásticos como las plagas que azotaron a Egipto, la división del mar rojo y las batallas armadas están muy bien realizadas y llevan el sello estético de Scott. Hay peleas épicas, cruce de ejércitos, plagas mortíferas y muchas cosas más que no deben faltar en una aventura grandilocuente como esta. Una cuestión positiva que incorporó, fue el hecho de darle una explicación más real a la sucesión de penurias que le tocó vivir a los egipcios. Toma algunas teorías naturales que podrían explicar las plagas de manera más científica y las adapta para darle un aura de mayor realismo a todo, sin dejar de lado el elemento místico de la historia religiosa. En esto si acertó con la puesta en escena. En conclusión se podría decir que "Éxodo: Dioses y Reyes" es un producto disparejo. Con aciertos en la parte interpretativa, la puesta en escena y en materia de efectos audiovisuales, pero por el lado de lo técnico (como la edición), el casting en su mayoría y el guión presenta varios baches que uno preferiría se hubieran cubierto antes del estreno. Una película épica aceptable que no trascenderá demasiado.
Epopeya visual, pero no narrativa. Ridley Scott es sin dudas unos de los mejores directores de la historia del cine, y como todo genio, tiene en su extenso curriculum cinematográfico algunos pocos fracasos. Exodus no está dentro de lo mejor de su filmografía, pero tampoco es de lo peor. Descartemos lo sospechado: la película es técnicamente imponente, como todos sus trabajos anteriores. La recreación de la civilización egipcia es épica y monumental, al menos en lo arquitectónico. Scott ya tiene mucha experiencia en construir viejos imperios y darle la dimensión que merece a los ojos del espectador. Ciertamente, Exodus no defrauda para nada en ese aspecto. Hay epopeya visual, no sólo en lo escénico, sino también en algunas fantásticas escenas, como lo son las plagas. Los errores de la propuesta radican en lo estrictamente narrativo. Sinceramente a mí no me importa la ortodoxia bíblica, porque el cine es una expresión artística y cada realizador tiene la libertad de versionar la historia como le plazca. Pero más allá la trama en sí, Exodus falla en el trámite de contarla a través de sus protagonistas. En primer lugar, el filme sufre de un evidente anacronismo en el lenguaje y en el modo en que los personajes interactúan entre sí, quienes parecieran ser ciudadanos occidentales del mundo contemporáneo incrustados en un escenario bíblico. En segundo lugar, hay una notoria carencia de dramatismo en el argumento, lo que resulta en diálogos escuetos y falta de desarrollo del conflicto principal. Es inevitable concluir que tan magnífico reparto ha quedado recluido a un segundo plano, y que el foco del proyecto se ha puesto exclusivamente en el despliegue visual. Es una pena, porque una historia tan rica en contenido podría haber sido magnánima con un guión más elaborado. Exodus cumple en lo técnico pero defrauda en lo narrativo. Un relato épico de fe ha quedado reducido a un importante compendio de imágenes de escasa sustancia dramática. Como escribí en el primer párrafo, no es lo peor que ha hecho Scott, pero dista leguas de los grandes trabajos que le han valido su merecido reconocimiento.
Publicada en la edición digital #269 de la revista.