Si buscas pasar un rato más que entretenido en el cine, Histeria es una muy buena elección. La historia es simple, sin profundizar en la psiquiatría ni en la medicina, pero está bien contada ya que lo que realmente se desea mostrar aquí es el origen de este aparatejo. Por eso si te acercás al cine para ver una película sobre el tratado de la histeria como enfermedad vas por....
La necesidad de “sexiar” Hoy en día resulta risible crear tabúes alrededor del sexo, pero todavía los prejuicios siguen estando y muchas veces, las desinhibiciones son castigadas duramente entre sectores conservadores y religiosos. Si una parte de la sociedad sigue atacando y temiendo a la liberación sexual, condenando prácticas que deberían ser naturales al comportamiento humano, hace dos siglos, se tomaba el libido como una aberración, y por lo tanto si una mujer sentía la necesidad de tener un orgasmo, se pensaba que sufría de alguna enfermedad. La cura de la “histeria” a fines del siglo XIX es lo que desencadena el argumento de Histeria - La Historia del Deseo. La prácticamente novel realizadora estadounidense, Tania Wexler, concreta esta comedia romántica no demasiado inspirada, acerca de la historia de un médico, Mortimer Granville (Hugh Dancy), que tras ser despedido del hospital donde trabajaba por diferencias en los métodos de tratar las enfermedades, (sus ideas eran demasiado “modernas” para la época), termina como ayudante de un doctor especialista en curar la “histeria”. La terapia del doctor Dalrymple consiste en introducir su mano dentro de la “pelvis” de sus pacientes (la mayoría viudas o solteronas) realizando “masajes” que calman la necesidad sexual de las mismas. Claro, que para ellas, es más estimulante la juventud de Granville que la frialdad de Dalrymple. El doctor (interpretado por un desaprovechado Jonathan Pryce) tiene dos hijas. Una es formal, elegante, culta (Jones), la otra es rebelde, trabaja en un hogar de beneficencia y tiene ideas demasiado “radicales” para las mujeres de la época. Granville se encuentra en medio de ambas, al mismo tiempo que busca una forma de mejorar el tratamiento, lo cuál lo llevará a inventar un instrumento, que sigue vigente hoy en día. Wexler logra un film demasiado cuidado en la reproducción histórica pero muy básico en lo narrativo. Si bien, el tono humorístico nunca cae en golpes bajos, sentimentalismo o melodramas, típicos de estos relatos, tampoco logra despegarse demasiado de lo que cuenta. No hay metáforas y el humor es bastante anticuado, predecible. Aburre por su falta de ambición o pretensión. Wexler no sabe como darle mayor relieve a las escenas. Cae en cada uno de los lugares comunes y clisés de las comedia de época. Es un chiste: “¿Cómo fue la historia del primer consolador?” y ahí se queda. Es demasiado inocente en sus intenciones y su puesta de cámara. Falta provocación, sensualidad. Para estar hablando de sexo, como diría el Maestro John Waters, hace falta “sexiar” (Ver Adictos al Sexo). La sátira hacia los prejuicios de la clase alta, se limita a un simpático retrato de época, con interpretaciones en piloto automático. No digo que Maggie Gyllenhaal, Dancy o Jones no logren darle cuerpo a sus personajes, porque son buenos actores, solventes, pero pareciera que se limitan a interpretar a sus personajes como lo dice el guión o se espera de parte de ellos. En ese sentido, el pequeño aporte de Rupert Everett logra destacarse sobre el resto. Aun cuando el mismo personaje, ya lo ha realizado en otras obras. Hay mucho de fórmula y menos de cinismo. El romance clásico atenta contra el mensaje antimisógino, convirtiéndola en una película prácticamente machista. Una película como Cuerpos Perfectos de Alan Parker (1994) se animaba a ser más crítico en relación a la mirada sobre el sexo a fines del 1800 y principios del 1900. En cambio, esta producción británica es muy naif, ingenua. No se anima a trascender la anécdota. Una bella fotografía y algún que otro chiste suelto, no rescatan una obra demasiado vista y monótona.
El lado divertido del placer Históricamente, la sexualidad es un tema tabú y lleno de prejuicios; ni hablar de la masturbación, más aún si se trata de esta práctica en la rama femenina. La represión del placer o la liberación de las mujeres en tal sentido son cuestiones que fueron evolucionando con el transcurso de los años, a pesar de que distintas ideologías retrógradas y religiosas sigan imponiéndose en muchos aspectos para que cierta prohibición moral se mantenga, en parte, latente en la actualidad. En Histeria, film de Tanya Wexler, la cuestión se traslada a fines del siglo XIX, para así explorar el interior femenino de una manera simple pero lo suficientemente paródica y entretenida para ser llevadera...
Érase una vez un médico que quiso dejar algo a la sociedad y concibió el vibrador, el juguete sexual más popular de la historia. La película de Tanya Wexler que vio la luz el año pasado en el festival de Toronto llega a los cines de Argentina el 13 de septiembre próximo. Cuenta con las actuaciones de Hugh Dancy, Jonathan Pryce (Gobernador Swan en Piratas del Caribe) y la hermosa Maggie Gyllenhaal. Vayan a verla… Sinopsis En la Inglaterra victoriana un joven médico, Mortimer Granville (Hugh Dancy), lleva consigo la inercia del progreso y la investigación científica moderna. Sus ideas radicales sobre la existencia de seres llamados gérmenes lo llevan a perder su trabajo en el hospital. Básicamente ningún dinosaurio está dispuesto a contratar a este joven hasta que da con el Dr. Robert Dalrymple quien en su consulta privada trata a las mujeres que padecen histeria. Mortimer comienza a trabajar en la clínica en donde lo único que hace es masturbar a las mujeres de clase media alta a quienes, en una época de suma represión para la mujer, no son bien atendidas por sus esposos. Durante su trabajo en la consulta se enamora de la hija perfecta del doctor Dalrymple, sin embargo su corazón (awwwww) lo lleva hacia la errática, rebelde y compasiva Charlotte Dalrymple, (Maggie Gyllenhaal), la otra hija del doctor, quien lejos de seguir los pasos conservadores de su padre, atiende una escuela en donde educan a los niños pobres a que se higienicen para prevenir enfermedades. Además les enseña a las mujeres que merecen los mismos méritos y respeto que cualquier hombre. Una comedia simple y básica pero hermosa y genial. Contexto La película transcurre en un momento de suma represión para la mujer ya que están destinadas a ser amas de casa, a no expresarse y no tienen ni voz ni voto en ningún asunto. Así y todo, deben proveer hijos para la familia y no mucho más. En la película, las mujeres que se hacen atender por el doctor Mortimer y Dalrymple, lo hacen porque no pueden desprenderse de las ataduras de la sociedad en la que están sumidas. Han existido casos en donde las mujeres sufrían parálisis, ceguera, etc. En la medida en que la sociedad progresó y la mujer fue ocupando un lugar más justo y equitativo en el mundo, la histeria como enfermedad fue desapareciendo hasta que en 1952 se declaró el último caso (punto para la humanidad). A priori, la antagonista de la película parece ser esta joven Charlotte a quien no le importan las formas de etiqueta de su época sino que piensa en el futuro de la mujer y de su país. El dinero sólo le interesa para proveer de todo lo que pueda a los niños y niñas de clases más bajas para que tengan algo, pero no sólo para ellos sino para el país y el mundo. La peli El momento quizá más interesante de la peli, además de las incontables escenas cómicas en las que estallé de risa, es, para mí, el encuentro entre Mortimer y Charlotte en la escuela. Allí, ella le muestra el trabajo que realiza en la escuela y por qué lo hace. Su pasión se basa en educar a los niños para que vivan limpios e impartirles el concepto de igualdad sin importar el género. Mortimer la acusa de socialista y ella le responde que el socialismo no es más que un grupo de gente preocupada por el otro y su comunidad. Creo que ese es el valor más destacable de la película. Charlotte piensa en el progreso, al igual que Mortimer, y esa idea se condensa en que pensar en el futuro es pensar en los demás. Podemos quedarnos con la comicidad de la peli que es genial, pero todo lo que trata de base me parece tanto o más interesante, quizá por eso me haya gustado tanto. Una peli redonda como una pizza. La comedia La peli maneja muy bien los tiempos, lo cual es clave para una buena comedia. Sin caer en lo burdo hace de las absurdas situaciones de tratamiento contra la histeria (masturbación de la mujer, básicamente), algo hilarante. Me gustaron muchos los diálogos, especialmente aquellos que ocurren entre Mortimer y su magnate amigo Edmund, un inventor que trabaja con la electricidad, pieza clave para desarrollar el vibrador. Conclusión No quiero spoilearles más de la peli pero la verdad es que tiene bastante tela para cortar. Es una comedia que pinta de lleno una época y, al tomar como punto de partida la invención del vibrador, nos permite pensar todo lo que como individuos podemos conseguir trabajando y pensando en los demás -lejos de la intolerancia- si nos basamos en el amor y el respeto. Esa idea de progreso es una mucho más interesante que la mayoría que pululan por ahí. PD: Se entiende que no es para llevar niños a verla.
El aparatito de la felicidad Ambientada en la Inglaterra de finales del siglo XIX, la película juega con la idea del placer como pecado en una sociedad que veía como enfermedad lo que se conocía como la "histeria" femenina. El film (una coproducción entre Reino Unido, Francia, Luxemburgo y Alemania) cuenta los días del doctor Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy), un hombre de métodos renovadores para su época, que se convierte primero en el asistente de Dalrymple (Jonathan Pryce) y luego en el inventor del consolador eléctrico que "calmaba" a las pacientes que hacían largas filas para atenderse. Histeria es una comedia romántica de Tanya Wexler que coloca al protagonista en el medio de dos mujeres, las hijas de su jefe encarnadas por Maggie Gyllenhaal y Felicity Jones, cobrando estos personajes y las subtramas románticas más peso que la invención del aparatito que tanta felicidad desparramó desde sus inicios. La película coloca su mirada crítica a los prejuicios de la época a través de una serie de situaciones que resultan simpáticas, pero que se vuelven reiterativas. La idea de perfeccionar "su invento" (según las reacciones y los gritos de las mujeres que estaban dispuestas a abrir sus piernas) construye el espíritu de esta propuesta que se queda a mitad de camino entre la mirada ácida, el romance formal y prolijo de la época, y un invento que gira y se "mueve" más rápido que la historia que presenta.
Histeria es una comedia romántica inglesa que trata sobre un tema atípico de ver en este género como la creación del consolador y el impacto que tuvo en la sociedad de finales del siglo 19. Hacia 1883 las mujeres que tenían problemas con desmayos, irritabilidad, retención de fluidos o espasmos musculares eran diagnosticadas con la enfermedad de histeria femenina. La medicina años después descartó estos síntomas como parte de una enfermedad y hacia 1950 el término de “histeria femenina” se eliminó por completo. Sin embargo en plena era Victoriana los médicos de entonces solían tratar a las pacientes que padecían estas cuestiones con un masaje en la zona genital. En este contexto apareció el doctor Mortimer Granville con el invento del consolador que fue toda una revolución cuando presentó este aparato, que en un principio era mecánico y terminó por generar que las mujeres comenzaran a conectarse con la sexualidad desde otro lugar. Histeria trata esta temática a través del género de la comedia romántica que tiene muy buenos momentos a cargo de Hugh Dancy (Rey Arturo) y Jonathan Price. Si bien no es una producción que profundice demasiado el tema de la sexualidad y como las mujeres comenzaban a rebelarse ante determinados tabúes sociales, estas cuestiones están presentes en la trama. El film de la directora Tanya Wexler se enfoca más en las situaciones de enredo y el romance, pero es el contexto histórico lo que termina por hacer a esta película interesante.
La banalización de los derechos de la mujer Difícil es entender qué quiso hacer Tanya Wexler. Lo que sí es posible entender es el resultado: un film que oscila entre lo cómico y lo serio, dejando por resultado la banalización de la lucha por los derechos de la mujer. Tenemos dos circunstancias o temas relevantes en esta película: por un lado el descubrimiento de los vibradores (consoladores) y por el otro el comienzo de pensamientos revolucionarios en torno al género femenino. El mayor problema de Histeria fue intentar juntar esos dos temas. La película está ambientada en la Inglaterra de finales del Siglo XIX, en plena expansión de la ciencia. La historia se centra en Mortimer Granville, un médico con gran vocación e interesado en los cambios medicinales del momento, y Charlotte Dalrymple, dedicada a la lucha en favor de los más desfavorecidos y a la implementación de una nueva visión de la mujer. Mortimer quiere vivir de su profesión y es por eso que acepta trabajar con el doctor Robert Dalrymple, que se dedica a la cura de la histeria. Este último es padre de Charlotte Dalrymple y Emily Dalrymple, dos mujeres completamente distintas. A pesar de estar centrado en la mujer y de tener algunos comentarios acertados acerca del género, el film termina minimizando un tema que es mucho más complejo. La histeria es planteada como falta de satisfacción sexual y no como un conflicto político que se centró en desacreditar a la mujer. Vuelvo a decir, hay partes del guión que sí parecen buscar la defensa de los derechos de la mujer, pero pronto todo lo dicho cae mediante la banalización. El film se desarrolla en una constante oscilación entre una película de compromiso y un entretenimiento ligero. Las poses de Rupert Everett, cual galán de novela barata, muestran su escasa profundidad. Pero más allá de su contenido, resulta desprolija la forma que se lleva a cabo Histeria. La ambientación de la época está bien, pero los diálogos están descuidados: si no fuera por la vestimenta, por momentos parecen estar situados en el Siglo XXI. Otra cosa que falla son las actuaciones, que rozan lo grotesco. Por ejemplo, Felicity Jones está peor que en otras películas, su actuación llega a impacientar y provocar tedio. Es difícil entender qué es lo que se buscó trasmitir. En el cierre, aparece una historia de amor que es simpática y busca el guiño del espectador, pero que evidencia que no hay un objetivo claro. Sirve sí como para finalizar, pero no tiene nada que ver con las aristas que se abren durante el desarrollo. Sin duda, Histeria intenta disimular su temática superficial y risueña, que es la invención de los consoladores, bajo la impronta de la lucha por los derechos de la mujer. Esta decisión de la directora resulta una mala jugada, dejando como saldo un film poco sólido.
El mito de la histeria Histeria - La historia del deseo (Hysteria, 2011), comedia romántica británica dirigida por Tanya Wexler, se sitúa en Londres a fines de la era victoriana y se centra sobre la invención del vibrador, tratada con más picardía que gracia y sin gran precisión histórica. No obstante, sienta precedentes sobre una temática largamente ignorada por otras películas parecidas, y a través de ella habla de cosas más relevantes que chico-conoce-chica. El Dr. Granville (Hugh Dancy), joven e idealista descorazonado ante la barbarie de la medicina decimonónica, entra al servicio del Dr. Dalrymple (Jonathan Pryce), dueño de una práctica privada dedicada a tratar la “histeria”. La histeria fue desacreditada como condición médica a mediados del siglo veinte, pero en su época fue un diagnóstico popular (y chauvinista) para explicar la frustración sexual femenina. El “tratamiento” era, esencialmente, la masturbación asistida. Una vez que Dalrymple ha dado una demostración práctica, Granville le suplanta y tan bueno es en la ciencia de “inducir paroxismos” que se pesca una tendinitis aguda. El tratamiento y las inusitadas reacciones de las pacientes constituyen el principal gag recurrente de la película, pronto agotado, secundado por Rupert Everett como una especie de Oscar Wilde amigo del protagonista. La dolida mano del buen doctor es el primero de muchos pasos que llevarán a la creación del “masajeador electromecánico”. Históricamente ya existían otras patentes similares a la que Mortimer Granville registró en 1883, y dícese que la suya nunca trató la histeria, pero la historicidad es la menor de las preocupaciones de la película, que así como se presenta, está “basada en hechos reales. En serio”. El costado romántico nos llega de mano de las hijas de Dalrymple, entre las cuales, es fácil predecir, Granville deberá elegir: ¿se quedará con la correcta y aburrida Emily (Felicity Jones) o la moderna y vivaz Charlotte (Maggie Gyllenhaal)? Suspenso. No es la decisión más intrigante, pero al menos Charlotte tiene otra razón de ser que la de un interés romántico, pues ella es la verdadera heroína de la película. Allí donde haya un papel para una mujer leonina, transgresora y cómoda con su sexualidad, Gyllenhaal le interpreta perfectamente. En este caso hace de una suerte de sufragista, y tanto su personaje como su causa dominan la película, para la cual Granville y su invento son meras acotaciones en la lucha por la igualdad de las mujeres, propulsada por las mujeres. No hay nada de malo en la actuación de Dancy, pero su personaje existe como los ojos y oídos de la audiencia (“eres tan clase media”, observa su amigo) y no tiene peso por sí mismo. Es Gyllenhaal la que conduce las escenas. El tercer acto es, por otra parte, el aspecto más débil del guión; nada menos inspirado que inventar un juicio al final de una película para defender los ideales que no ha sabido exponer o cree no haber dejado en claro, y a través de ello forzar una conclusión climática a la historia. Es una pena. Esta película no necesitaba uno.
Mujeres al borde de una ataque de histeria En 1890 se diagnosticaba "Epidemia de histeria" a aquellas mujeres que no podían sobrellevar los quehaceres hogareños o que padecían de algún molestar que las atormentaban diariamente. Un joven doctor, después de luchar contra mala práctica de su profesión en distintos nosocomios, llega al consultorio (ahora podría ser algo así como un psicólogo) de un especialista en el tema de la histeria. El método que aplica este habilidoso señor cuenta en brindarles aceitosos masajes a sus bellas pacientes en la zona más íntima y pudorosa, osea en su aparato reproductor. Con el pasar de los días, este joven médico irá tomándole la mano al trabajo a medida que lucha por el amor de dos hermanas, hijas de su empleador. Entre malos entendidos y discusiones con su jefe, el muchacho regresa a la casa de su viejo amigo, inventor de extraños dispositivos, y descubre que había creado un aparato que, además de girar, también producía una vibración. Con mano firme y seguro de su revolucionario quita-histeria, el joven regresa a su puesto de trabajo para demostrarle y reivindicarse con su empleador, retomar su trabajo y el corazón de su hija mayor. Si a finales del Siglo XIX este mecanismo tenía un nombre complicado, en la actualidad es conocido como vibrador y la histeria (en este contexto) se la conoce bajo otro nombre más popular, ya que en 1959 se dejó de diagnosticar de tal modo. Hugh Dancy (Conociendo a Jane Austen) es quién lleva simpáticamente la delantera y el guardapolvos en Histeria: La Historia del Deseo de la directora Tanya Wexler. Maggie Gyllenhaal (Loco Corazón) como la hija más grande, deslumbra con su actitud y temperamento devorando quién esté en el mismo cuadro con ella. Vale destacar una pequeña pero admirable participación del actor Rupert Everett (La Boda de mi Mejor Amigo). Para todos aquellos que desconocíamos los orígenes de los vibradores que tan fácilmente se consiguen en un sex-shop en estos tiempos, sepan que hasta la Reina puso el grito en el cielo.
Mujeres estimuladas Este tercer largometraje de la estadounidense Tanya Wexler es una pequeña (también modesta en hallazgos) comedia de enredos sobre la sexualidad femenina ambientada en la Londres victoriana. El film empieza con un tono algo grotesco que hace temer lo peor, pero -por suerte- con el correr del relato adquiere cierta gracia, interés y -digamos- complejidad, sobre todo gracias a los buenos aportes de intérpretes como Maggie Gyllenhaal y Rupert Everett. El protagonista, de todas maneras, es el inexpresivo Hugh Dancy, que interpreta a Mortimer Granville, un médico que se rebela contra el conservadurismo y la ignorancia de sus veteranos colegas y, por lo tanto, dura muy poco en cada uno de los hospitales que lo emplean. Rechazado una y otra vez, termina trabajando con Dr. Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), un facultativo que se ha especializado en tratar casos de histeria en insatisfechas mujeres maduras con una “técnica” que consiste en… masturbarlas. El agraciado Mortimer se convertirá en una “celebridad” entra las aristócratas inglesas al punto de sufrir tremendos dolores en sus manos tras las intensas sesiones. Además, Dalrymple tiene dos hijas: la cerebral y eficiente Emily (Felicity Jones) que vive con su padre y pronto se convertirá en prometida de Mortimer; y la impulsiva y contestataria Charlotte (Gyllenhaal), una mujer protofeminista y con ideas socialistas que se ocupa de ambiciosas y esforzadas tareas asistenciales. Todo está servido, entonces, para un triángulo afectivo entre el protagonista, la seguridad que ofrece Emily y la audacia de Charlotte. La otra vertiente de la historia tiene que ver con su amistad con el millonario Edmund St. John-Smythe (Everett), con quien irá desarrollando -un poco de casualidad- un invento que se convertirá en el… ¡vibrador! La película no ahorra en clichés, estereotipos y licencias históricas, pero aun con su vuelo bajo y sus altibajos (hay escenas bastante logradas y otras que bordean el ridículo) termina siendo medianamente eficaz y entretenida, sobre todo porque Wexler (Finding North, Ball in the House) supo contagiar a sus intérpretes del tono ligero, fluido, casi lúdico que le imprimió al relato. No es un logro notable, es cierto, pero termina compensando las limitaciones del material.
La excusa es la invención, en plena Inglaterra victoriana, del consolador. La historia en realidad es la de un médico idealista (Hugh Dancy) y una mujer idealista (Maggie Gyllenhaal) que busca romper -desde lo político hasta lo personal- con el corset de sometimiento de su época. Apelando a una reconstrucción de época precisa hasta el tedio, el film construye una comedia donde lo “gracioso” es que las mujeres logren orgasmos inducidos. Su problema no es el sexo -faltaría más- sino ser igual a mil otros films. Sin consuelo.
Entré a sala con mucho entusiasmo. Una comedia al estilo inglés clásico en el género (si bien la directora es americana, Tania Wexler), qué podía ofrecerme? La pensaba irónica, sutil, cuidada y me regodeaba en el hecho de saber que la temática era a priori, cuanto menos, original. Luego de terminada la proyección me fui con sensaciones encontradas: hay buen material aquí, sin dudas, pero no fue explotado como es debido. La trama se remonta a la cura con que se trataba a las “histéricas”, alla hacia fines del siglo XIX, era auténticamente “artesanal”. La hipótesis con la que trabajaba el doctor Dalrymple (Jonathan Pryce) era que la estimulación fría y calculada dentro de la zona genital femenina actuaba como control para cierto tipo de desbordes que sufrían las mujeres de la época. Claro, cuando llega al consultorio el novato Mortimer Granville (Hugh Darcy), quien viene de ser despedido de un hospital por tener “conciencia social” y desobedecer el tratamiento de otro colega de mayor rango, las cosas parecen cambiar para los pacientes. Rápidamente, el joven y atractivo doctor se perfecciona en el arte de mover sus manos con precisión y consigue empleo en lo de Dalrymple, quien tiene dos hijas. La primera es muy joven, modosita, callada. La otra, es nada menos que Charlotte (Maggie Gyllenhaal), comprometida con los humildes y desprotegidos en esa cruel sociedad, enfrentada al mandato familiar de seguir perteneciendo a la clase alta y no ocuparse en este tipo de asuntos. Lo cierto es que ella se lleva mal con su padre y esa relación va más allá de la anécdota. Al poco tiempo, Mortimer comenzará a sentir sentimientos encontrados con ámbas, de manera de que tendrá que resolverlos porque su intensidad podría complicarle la relación con el padre. Dónde está el giro de la trama original? Bueno, el carilindo Granville tiene un amigo excéntrico jugado por Rupert Everett, inventor aficionado, quien accidentalmente dará con un artefacto que podría ayudar mucho a la sexualidad femenina: el vibrador. Su entrada triunfal al mundo clínico, no se hará esperar y regalará los pocos momentos interesantes del film… Decía al principio que “Hysteria” pierde una gran oportunidad, cuenta con actores de prestigio, una gran ambientación de época y un guiño cómplice con el espectador antes de entrar a sala, que invitaba a creer en una gran película. Wexler elige transitar por caminos conocidos, desaprovecha la ironía de la idea que sostiene el andamiaje y dirige mirando a la comedia romántica local (a pesar de que sea coproducción con otros países) de manera convencional. Es decir, lo que debería conmover, apenas te saca una sonrisa y lo que es grave, jamás llega a ser lo suficientemente intenso para llamar la atención. En ese sentido, el profesionalismo del cast no alcanza para redonedear un film aceptable. Hay una elección determinada manifiesta en no dotar de delirio una situación que potencialmente daba para eso, y decidir siempre por el registro anodino y con pocos matices. Si, es cierto que Gyllenhaal y Everett hacen maravillas con las líneas que tienen pero… alcanzar, no alcanza. Provoca “Hysteria”, situaciones encontradas. Por un lado, ofrece una mirada liviana sobre la Inglaterra de esos días, de varias maneras (no todo es un tema de pobreza y dinero) pero se toma así misma como demasiado pequeña y elige no comprometerse ni profundizar un relato que tenía todo para hacerse fuerte ahí. En síntesis, una película despareja, muy cuidada desde lo técnico, pero fría para ser una comedia romántica pura, de esas que nos conmueven y cambian el día que vivimos.
El misterio del placer femenino El doctor Granville (Hugh Dancy) es un médico de avanzada para su época. Cree en el valor de la higiene para prevenir enfermedades, ya que comparte la teoría de los virus, algo que sus colegas más experimentados consideran tan cierto como que existen los fantasmas. Es por eso que no logra mantener ningún empleo. A pesar de que su amigo millonario (Rupert Everett) le ofrece instalar un consultorio, él insiste en su búsqueda y así encuentra al Dr. Dalrymple (Jonathan Pryce), médico de señoras. Esta comedia liviana está situada en plena época victoriana. Todos los males de las mujeres tienen una explicación: la histeria, que en los casos más graves encontraba su solución en la histerectomía, la extirpación del útero. Pero en casos más “normales”, Dalrymple aplica un método para aliviar sus síntomas, y que las mujeres, en general de clase alta, salgan felices de su consultorio. La única atrevida es una de las hijas del Dr Dalrymple, interpretada por Maggie Gyllenhall, con esa energía que la caracteriza, una precursora en defensa de los derechos de las mujeres, y el trabajo con gente de escasos recursos, algo que su padre no comprende y diagnostica, sí, como “histeria”. Ella es la única capaz de cuestionar estas teorías, y su personalidad se destaca como un torbellino en contraste con la quietud de los demás. Con un tono fresco y hasta algo ingenuo, este filme logra entretener trabajando el humor desde la complicidad con el espectador, ya que, considerando el momento histórico, de ciertas cosas no se hablaba, o hasta eran impensadas. El guión respeta esa limitación verbal: los orgasmos son “paroxismos”, y el propósito del tratamiento es puramente científico. Las actuaciones son también algo teatrales, exagerando las correcciones y formalidades de la época, pero en conjunto logran divertir. Una comedia bien inglesa, sin grandes pretensiones, y tal vez bastante previsible. Agradable, pero no trascendente.
Vibra, vibra y se apaga Histeria es una comedia anacrónica y naif que apela al tabú de la masturbación femenina y de la búsqueda del placer sexual, algo que en el siglo XIX era considerado poco más que una depravación, condenada por el saber médico y la religión. Más allá de la anécdota, cuando una mujer era diagnosticada de padecer la enfermedad de la histeria se llegaba a extremos tales como la extirpación del útero o eran encerradas en manicomios y sometidas a tortuosas prácticas poco santas. Pero la película que nos convoca, lejos de explorar sesudamente ese conflicto lo banaliza hasta transformarlo en una historia simple que da pie al humor blanco e ingenuo con el que la directora Tania Wexler parece sentirse a gusto y sólo se remite a un registro prolijo de la acción que plantea por un lado un triángulo amoroso donde dos hermanas, una sumisa y estudiosa de la frenología (Felicity Jones) y la otra rebelde y oveja negra de la familia (Maggie Gyllenhaal), temperamental y decidida a ir contra los mandatos paternos para ayudar a los más necesitados, se disputan la atención de un médico joven y con ideas demasiado modernas de la medicina (Hugh Dancy), quien comienza a trabajar como ayudante del padre médico (Jonathan Pryce), quien dice tener el método para curar el mal femenino con unos masajes manuales que alivian a sus pacientes hasta provocarles el orgasmo. Al quinto gemido de felicidad de una galería de mujeres de clase alta con características diferentes, la novedad de Histeria se agota para el público (por lo menos masculino) y el film pierde el rumbo y se torna predecible, con lugares comunes y estereotipos a granel. La reconstrucción de época es apenas un pretexto para darle trasfondo a una trama sencilla, que por momentos no acierta en los pasos de comedia dado que este género felizmente fue evolucionando de un siglo a otro, aunque parece que esta directora no se enteró todavía.
Cosita loca llamada amor Comedia jugada sobre la invención del vibrador, que habla de la emancipación femenina. Hace muchos años, y mucho antes de la revolución sexual de los ’60, se entendía que el deseo sexual femenino reprimido era una enfermedad, las mujeres que lo padecían eran denominadas histéricas y los médicos ofrecían, si no una cura, una manera de aplacar la histeria: largas sesiones acariciando el clítoris a sus pacientes. Esto no es invento del guión de Histeria, la historia del deseo . Es verdad. Como también lo es el nacimiento de cierto aparato (eléctrico, en tiempos de la era victoriana inglesa) cuya función no era otra que la de ser un práctico plumero, que se convirtió en el sustituto de las manos de un par de atribulados médicos. El origen, entonces, del aparatito que hoy se denomina vibrador anda por el centro de la cuestión en la película de Tanya Wexler. La directora le otorgó un tono de comedia ligera, pero jugada. En el fondo habla de la emancipación femenina encarnada en Charlotte (Maggie Gyllenhaal), una adelantada para su época, hija del doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), a quien asiste otro avanzado, Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy). Y también de cómo las ideas nuevas tienden a sobreponerse a los prejuicios, sean de la índole que fuesen. La película tiene un comienzo que podríamos considerar grotesco -la presentación de Granville, un médico que termina excluido de los hospitales por querer aplicar sus nuevos conocimientos en la salud- y va ganando forma con la irrupción de Gyllenhaal, la hija mayor de Dalrymple que se fue de la casa de su padre (!) y trabaja como voluntaria social cuidando y alimentando a los pobres. Hay escarceos románticos entre Granville y Emily (Felicity Jones), la otra hija más mojigata del dueño de casa, pero uno intuye que el encuentro de dos modernos progresistas “revolucionarios”, más que un choque va a provocar otra cosa. A diferencia de otros títulos en los que se cuentan historias del siglo XIX con personajes que parecen salidos del XXI, Histeria...mantiene la apariencia victoriana, se cuida en los diálogos y si bien no expone a Charlotte como una extraterrestre, el contraste logra la empatía del espectador con el personaje. En el reparto eminentemente británico a excepción de la neoyorquina Gyllenhal -y además de un siempre creíble Jonathan Pryce, alejado del Perón de Evita -, están Rupert Everett como el amigo de Granville y verdadero inventor del vibrador, y Sheridan Smith, una joven que viene de la TV y que está dando muestras de su talento. Aquí es Molly, la mucama con quien prueban por primera vez el instrumento, y demuestra no ser ningún aparato.
Una historia sobre la sexualidad Algunas cosas quedan claras muy rápido en Histeria. Por ejemplo, que en la Inglaterra victoriana la comprensión del alma femenina y el estado de la medicina están más cerca del medievo que del siglo XX. Otra certeza que aporta el guión de esta comedia que intenta ser romántica es que la represión es el único código de conducta aceptable para la época. Y la razón por la que todo el universo femenino se explica con una palabra: histeria. Las mujeres sufren de una aflicción uterina que sólo puede ser aliviada por los masajes genitales que aplica el doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pryce) en su consultorio poblado de señoras en busca del alivio que nadie registra como sexual. A ese lugar llega el joven e idealista Mortimer Granville, médico harto de que los gérmenes sean considerados poco más que un rumor por su conservadores colegas, que tratan las infecciones con la aplicación de sanguijuelas. Reconfortado por la posibilidad de "curar" pacientes que salen del consultorio felices por el tratamiento, el doctor reparte su tiempo entre el consultorio y la casa de su benefactor, el aristócrata e inventor Edmund St. John-Smythe (interpretado por un irreconocible Rupert Everett). CUESTIÓN DE GÉNERO Más allá de los despistados personajes masculinos de la trama, lo más interesante del cuento sobre la invención del vibrador, un feliz accidente provocado por la fatiga manual del buen doctor, lo más interesante de esta liviana comedia dirigida por Tanya Wexler son sus personajes femeninos. Desde la señoras que necesitan "curarse" de su histeria hasta las hijas del doctor dedicado a ese menester. Por un lado está Emily, papel a cargo de la ascendente actriz británica Felicity Jones, una joven que cumple con todos los designios de su tiempo y que termina comprometida con Granville porque es eso lo que hará feliz a su padre. Padre que sufre porque Charlotte, su hija mayor, hace todo lo contrario. Interpretada por Maggie Gyllenhaal, Charlotte es una proto feminista que se niega a aceptar lo que la sociedad de su tiempo impone como el ideal femenino, que lucha por los derechos de los desamparados y es capaz de reírse del envarado Granville. Claro que no se necesita ser un experto en comedias románticas para entender muy rápidamente que los supuestos opuestos terminarán por atraerse y que el doctor deberá decidir entre la esposa ideal y la mujer que describe como irritante y volátil. Una actriz tan inteligente como sensible, en esta oportunidad Gyllenhaal debe arreglárselas con un guión que tiende a colocar a su personaje en situaciones algo forzadas, especialmente en el tramo final de la película. En una escena de tribunal en el que la directora decide -sin demasiadas explicaciones ni lógica- reunir a todo el elenco del film, el personaje de Gyllenhaal se ve obligada a dar un sentido discurso que parece más apropiado para el escenario que para una película que hasta ese momento pretendía ser una comedia de modales sobre la historia de la satisfacción sexual femenina..
Una comedia que no abandona el lugar común Las histéricas no existen, pero que las hay, las hay. Así habla el falso ironista tratando de esconder su misoginia. Por cierto que en nuestra era nadie en su sano juicio es capaz de llamar “paroxismo histérico” a un buen orgasmo. Y ninguna mujer es diagnosticada con histeria desde hace varias décadas, pero el término ha permeado hasta las fibras más recónditas del habla cotidiana, transformándose en un epíteto de gran potencia ofensiva. El punto de partida humorístico de Histeria – La historia del deseo es ese choque frontal con una enfermedad inexistente hoy en día, otrora tan real como los gérmenes. En otras palabras, la hipotética superioridad en el discernimiento del espectador. Eso y el hecho de que el tratamiento terapéutico para paliar sus síntomas incluyera, en más de una eminente consulta, una buena sesión masturbatoria a cargo del galeno en cuestión. El film de Tanya Wexler, que usufructúa el telón de fondo de la pacata y represiva sociedad victoriana, no pretende ocupar el lugar del ensayo histórico o reconstruir cierta cosmovisión a partir de los vínculos personales, como sí lo hace Un método peligroso, la película de David Cronenberg que roza temas similares. Histeria toma la figura real de Joseph Mortimer Granville, el involuntario padre del vibrador (su función primigenia era el masaje de zonas menos íntimas) para crear una comedia romántica bastante clásica y relativamente conservadora. Este Mortimer de ficción, interpretado por Hugh Dancy, es un médico joven, elegante y buen mozo que, merced a su absoluta entrega al juramento hipocrático, se encuentra sin trabajo y con pocas posibilidades de encontrar un puesto ideal para sus competencias. Hasta que, destino o azar mediante, comienza a asistir al doctor Robert Dalrymple (el veterano actor británico Jonathan Pryce), un doctor de mujeres especializado en la casi milagrosa cura del “masaje terapéutico”. Que el viejo médico tenga además dos hijas, una bien modosita y de belleza clásica, la otra rebelde y protofeminista, deja sentadas las bases para una historia que no hace nada por evitar las tradicionales dicotomías del relato romántico. Los gags y situaciones de humor funcionan a medias y resultan particularmente elementales: la cantante lírica que entona las estrofas de “Sempre libera” ante las primeras vibraciones de la nueva invención; la creciente tendinitis de Granville por su excesiva actividad manual. Previsible por demás es el desarrollo de la historia, con su personaje dividido entre la ambición por el ascenso social y el deseo de entregar su mente y corazón a los ideales de pureza. Lo peor viene cerca del final, cuando el guión vuelve a reutilizar, sin mucho ingenio, los recursos de la fiesta de compromiso interrumpida, la escena de juicio, con su magistrado capaz de darse vuelta como una tortilla ante un breve discurso y la declaración amorosa en el lugar más inesperado. Sólo Maggie Gyllenhaal, como la sediciosa joven que dedica tiempo y dinero a las actividades de caridad, ayudando a las “madres solteras” y prostitutas de Londres, aporta un poco de energía a un film ramplón en su forma y titubeante en sus ideas. Como quien pasa de una conversación de salón a otra, Histeria gravita entre la apología del consolador y las ideas más tradicionales sobre el amor galante.
Fresco film de época tiene la actriz ideal Cada tanto el cine británico le echa socarronamente un vistazo a los tiempos de imperial esplendor de las islas, allá a fines del Siglo XIX, cuando Londres era el centro del mundo, y era también una mugre almidonada y encorsetada. Los avances científicos, técnicos y económicos y el aire de satisfacción y dominio de las clases pudientes daban admiración, envidia y odio a otros países, y también a unos cuantos británicos de las clases nada pudientes. El progreso evidente de la medicina chocaba con las mentalidades más retrógradas o el usufructo de los charlatanes. Etcétera, etcétera. Así conocemos al protagonista de esta historia, joven médico en lucha por la higiene pública, abatido por un jefe de hospital que se niega a creer en la existencia de los gérmenes. Y es jefe. Desplazado del hospital público, termina en la clínica privada de un chanta con diploma, especialista en la entonces llamada histeria femenina. El nuevo miembro de la clínica deberá aplicar las curaciones habituales a las pacientes histéricas, más bien a las clientas. Pudorosamente, no diremos en qué consisten esas curaciones. Pero a nuestro pobre doctorcito se le cansa la mano. Es ahí donde entran a tallar los otros dos héroes del relato: un amigo inventor que experimenta con la electricidad, y la hija del chanta diplomado. Aprendiendo del amigo, el médico empieza a desarrollar un aparato auxiliar para el tratamiento de la famosa histeria, y así sucede lo que sucede. Si, señor, esta película cuenta cómo el doctor Joseph Mortimer Granville creó el «nerve vibrator» y empezó a usar la mano para brindar con champán y vigilar su creciente cuenta bancaria, en vez de atender artesanalmente mujeres quejosas. Toda esa es la parte más divertida y llamativa de la película. Pero hay algo más: la mencionada hija. Ella no es histérica, para nada. Ella es alegre, lúcida, bonita, desenvuelta, avanzada, piensa con su propia cabeza y, además, es solidariamente activa con los niños pobres. A través de sus actividades, tendremos un mayor panorama de aquella época, y de la capacidad femenina para mejorar las cosas en el mundo. La parte suya es, simplemente, el corazón de la película, lo que le hace combinar comedia de costumbres, comedia romántica, y reflexión sobre modelos de vida, evitando que la obra quede sólo en lo amablemente picaresco. Maggie Gyllenhaal es la intérprete, y sin ella no saldría el sol. La acompañan Hugh Dancy, Rupert Everett, Jonathan Pryce y otros buenos artistas, haciendo lucir diálogos y momentos risueños, linda ambientación, personajes simpáticos, como para pasar un rato agradable, aprender algo y reirse de los tiempos pasados, que ésa es la idea. Dirección, Tanya Wexler, una cineasta que está haciendo carrera.
Un médico cómplice del placer Aunque la discriminación femenina tiene larga data, hubo momentos en que las cosas no fueron tan así. Si hasta Sorano de Efeso se especializaba en las características del organismo femenino en tiempos de Hipócrates y daba consejos para solucionar lo que el doctor Joseph Mortimer Granville (personificado en el filme por Hugh Dancy), en la época victoriana, aliviaba con masajes manuales. Hablamos de este doctor, porque en los últimos tiempos hubo intereses varios por conocer más sobre los instrumentos eróticos que utilizaba, especialmente, la mujer. TEATRO Y CINE En los dos últimos años, tuvieron bastante éxito, Sarah Rulh, que escribiera, sobre el tema, la obra teatral ‘El cuarto de al lado’, que fue estupendamente representada en Buenos Aires con la dirección de Helena Tritek y las notas del crítico de Newsweek, Howard Gensler, en las la que se inspira este filme. Brevemente, ‘Histeria. La historia del deseo’, cuenta lo que sucedió con el mencionado Granville (Hugh Dancy), que lograra industrializar con eficacia el vibrador, que a fines del XIX se utilizaría como paliativo de lo que se denominaba ‘histeria’, término eliminado médicamente en 1952, al considerar un mito la mencionada ‘dolencia femenina’. La película cuenta, con humor, las costumbres que los médicos de la época utilizaban para solucionar los casos ‘histéricos’ y la aparición del vibrador a pilas, pragmático aparatejo que las mujeres observaban con curiosidad primero y luego con simpatía. ‘Histeria...’ muestra algunas sesiones de práctica con damas de la sociedad victoriana y el encuentro del doctor Granville con Charlotte Dalrymple (Maggie Gyllenhaal), casi una sufragista en potencia, hija menor del dueño del consultorio en el que el bueno de Granville ejerció. LAS SESIONES La directora se inclinó por la clásica comedia romántica con algo de picardía y un liviano tono satírico, que grandes actores como Maggie Gyllenhaal (Charlotte Dalrymple) y Jonathan Pryce (Robert Dalrymple), acompañados por Ruper Everett (Edmund St. John- Smythe), Hugh Dancy (Mortimer Granville), se ocupan de transmitir. Tradicional, con buena reconstrucción de época e impecables rubros técnicos, el filme finaliza con un pedagógico recorrido por la historia del vibrador en el tiempo, que fluctúa entre los arqueológicos, accionados a pedal a los más actuales, disfrazados de patitos.
Una película que gira alrededor de la no tan cercana creación de un artefacto sexual femenino, parecía a priori una idea más apropiada para un telefilm a ser emitido en un canal erótico. Sin embargo la directora Tanya Wexler, en su tercer y más importante opus, se las arregla para otorgarle al asunto un interés argumental que escapa cómodamente a este concepto. Es más, Histeria, La historia del deseo no es precisamente un film erotizante, sí un retrato de época levemente psicologista e irónico, con algunos pasos de comedia y una subtrama romántica. Porque la película, fuera de sus connotaciones sexuales, no se destaca por su irreverencia, y trata la historia con cierto espíritu naif. Pierde en el recuerdo de Cuerpos perfectos de Alan Parker, ubicada en época similar y bastante más audaz y desprejuiciada. Aún así, trasladándose a la Inglaterra de finales del siglo XIX, el film ofrece apuntes y hechos llamativos, de los cuales no se tenía demasiada información. En su desarrollo curiosea en la peculiar trayectoria del doctor Joseph Mortimer Granville, que por aquellos años se sumaba un tratamiento médico -y con el cual se presenta la mayor sorpresa-, que indicaba que ciertos síntomas femeninos denominados comunmente como “hysteria”, se debían tratar con masajes en la zona genital. Esta suerte de hedonistas o masturbatorios ginecólogos del pasado empezaron a cobrar notoriedad entre las presuntas pacientes, y el especialista mencionado se atrevió a ir unos pasos más allá en lo suyo. Más allá de la jugosa anécdota, Histeria no ofrece mucho más, e incluso desaprovecha el personaje de la siempre convincente Maggie Gyllenhaal, una defensora de la igualdad de género, de clase y propulsora del sufragio femenino. Vale la pena apreciar el desfile de imágenes de utensilios que acompaña los títulos finales, en sintonía con la temática del film.
Siempre es sorprendente aprender cómo la ciencia médica se ha desarrollado a lo largo de muchas décadas con nuevos descubrimientos, tratamientos y curas. En pleno siglo XIX, la histeria femenina era tratada con lo que se conoce como masaje pélvico. Claramente estamos hablando de la masturbación, siendo un médico el realizador de dicha tarea, no como un acto sexual sino como medio para aliviar a estas mujeres de los síntomas que padecían. Escrita por Stephen y Jonah Lisa Dyer, Hysteria juega con la historia libremente inspirada en la creación del famoso consolador. De hecho, la mirada de la directora Tanya Wexler se enfoca en un aspecto más hilarante detrás del surgimiento del aparatejo, con los métodos manuales y los humildes orígenes de una idea impensable para la época. Tanto el doctor Mortimer Granville como el respetado Robert Dalrymple practican este nuevo método en su consulta privada, que acarrea más de un problema -y más de una situación cómica de por medio- y requiere una solución inmediata. En el medio se encuentran las hijas del veterano doctor, entre las cuales generarán un cuasi triángulo amoroso con el joven aprendiz. Hysteria concentra muchos tópicos en su narrativa, desde temas candentes como la división de clases hasta el romance de Mortimer entre las dos hermanas, hijas de su colega: la una de una naturaleza pura e impecable, la otra de una candidez e inteligencia intachables, entregada hacia los más necesitados y sin miedo a defender sus convicciones. Sumado a eso, una proposición a Mortimer para poner sus habilidades en practica suena demasiado bien como para ser verdad, a la vez que se genera una lucha interna por sobresalir y hacer aquello en lo que uno cree. Aunque puede resultar chocante al comienzo, dado que toca un tema picante y hasta tabú en algunos círculos sociales, la inteligencia de la directora a la hora de abordar la trama se agradece, así como también la elección de un elenco sobrio y comprometido. Hugh Dancy puede que no sea un gran nombre en Hollywood, pero se merece un par de aplausos por su encarnación amable del doctor Granville. Maggie Gyllenhaal no tiene un papel que haga destacar más su apabullante filmografía, pero su personaje se convierte en el catalizador de varios de los puntos claves de la película, mencionando ideas que en la época eran aborrecibles pero que hoy en día son más costumbre que otra cosa. Jonathan Price juega con aplomo al sobreprotector patriarca familiar, mientras que Rupert Everett encarna a un excéntrico magnate quien posibilita al joven protagonista la oportunidad de usar un artefacto de su creación para su propio provecho en un extravagante papel. Hay mucho para disfrutar en Hysteria, incluso si uno ya sabe el origen y la evolución de dicho aparato del placer. Con un delicado y sutil sentido del humor como solo los británicos saben ofrecer, aderezado con bastante detalle de la época y relleno de cálidos momentos encantadores. Es atrapante y bastante liviana durante todo su recorrido, e incluso si no lo deja a uno extasiado, sus infecciosas ínfulas positivas ofrecen bastante placer (sic) durante hora y media.
Un vibrador que sacudió a todos En la poderosa Inglaterra de finales del siglo XIX se ambienta esta historia. La medicina, el placer, la aparición del vibrador y el despertar de la mujer aparecen retratados en esta comedia costumbrista, bien vestida, simpática, pero leve y artificiosa. Cuenta cómo el Dr. Mortimer Granville descubre el vibrador, un artefacto que en plena era de la maquinización avisaba que hasta para disfrutar el imperio iba a necesitar de la electricidad. Pero hay otros asuntos dando vuelta alrededor del dichoso consolador: su sorpresiva y festejada aparición deja mal parada a los hombres casados, se suma al despertar de una conciencia feminista que pedía más votos y menos patriarcado y de paso posibilita que se le dé un nuevo encuadre a una histeria que, según el filme, se anunciaba bajo los miriñaques con molestias varias, pero se aliviaba con una masturbación hecha a mano por un médico imaginativo y artesanal. Hay, además, entre tanto manoseo, un poco de amor, gestos de rebeldía y algo de lucha de clases.
Partiendo un poco de la deformación profesional habría que, en principio, hacer un poco de historia sobre la histeria para ubicarnos en los momentos históricos en que se desarrolla la trama de esta película. La histeria es una de las formas de neurosis descriptas por Sigmund Freud cuya una de sus características principales reside en el mecanismo de represión, con síntomas corporales específicos. La historia se desarrolla en un espacio físico bien determinado, Londres a fines del siglo XIX. Allí nos encontramos con el joven doctor Mortimer Granville (Hugh Dancy), supuestamente influenciado por los escritos de Freud en el que determina que la existencia de enfermedades con manifestación física cuya etiología es psíquica. Razón por la cual al intentar romper con la medicina tradicional imperante hasta ese momento es echado del Hospital. Consigue trabajo como asistente del Dr. Robert Dalrymple, (Jonathan Pryce), un experimentado médico que se especializa en el tratamiento de la histeria, y su técnica esta basada en el contacto con las zonas genitales de sus pacientes, a los que le realiza masajes hasta llegar a una sensación de euforia (clímax) que las calma por un tiempo. La mayoría de las pacientes son viudas o solteronas, la llegada del joven doctor hace quien, por su sola lozanía, elijan para que las “atienda”. Pero esta es la broma inicial que dispara la idea, y que se cerrará con la creación del primer consolador eléctrico. La cuestión es que la idea y su resolución se disipa rápidamente para convertirse en una comedia romántica de características típicas en este tipo de construcciones fricciónales, donde lo sexual parecería ser la plataforma de una irreverencia que nunca se concreta y que termina por instalar un discurso bastante misógino. Uno de los “hallazgos” de Freud al respecto de la enfermedad fue despegar a la misma como típicamente femenina, demostrando que también puede ser padecida por los hombres, situación que el filme no toma en cuenta en ningún momento. El buen doctor Dalrymple ve con buenos ojos a su asistente, pero no pasa lo mismo con sus dos hijas, una, Emily (Felicity Jones) responde a los mandatos culturales de la época impuestos por su padre, la otra, Charlotte (Maggie Gyllenhaal), bastante alejada de la moralidad victoriana imperante, es quien pone en conflicto la estabilidad familiar con sus ideas renovadoras de liberación femenina. Posiblemente lo mejor del filme se encuentre en las actuaciones con una muy buena selección de actores, que cumplen con la construcción de sus personajes, pero que aparecen como muy contenidos en su expresividad regida desde el guión que no tiene ni demasiado vuelo y menos originalidad. De esta situación se despega el personaje de Ernest St. John-Smythe (Ruppert Evertt), quien simbolizaría a la clase alta en decadencia, el problema es que no esta demasiado tiempo en exposición, siendo otro de los desaprovechados, como el caso de Jonahan Pryce . El otro punto a favor es la reconstrucción de época, desde una dirección de arte, muy cuidada, detallista en los objetos, pero que termina siendo algo netamente decorativo ya que no tiene ningún otro significado que el del encuadre histórico temporal. Si bien la realizadora no cae en lo escatológico o pseudo provocativo que podría poseer la idea originaria, tampoco le imprime al relato nada que lo despegue de un texto de estructura clásica, demasiado previsible, sin metáfora, ni siquiera instalando un humor novedoso, ya que son de fácil resolución y bastante arcaicos. Tampoco ayuda demasiado la dirección de fotografía, casi neutra, sólo para mostrar lo observable, en tanto que la música empática nunca propone un contrapunto para provocar algo diferente a la imagen o a su posibilidad de lectura. Ciertamente que a medida que se va viendo el filme los 100 minutos de duración no se hacen insoportables, el espectador se pliega a ese paso de comedia y pasa un rato agradable. Demasiado poco respecto de lo que podría haber sido.
Esta comedia victoriana, deja de lado la solemnidad típica de las historias de época, para recrear y reivindicar con desenfado y el típico humor british, el papel de las mujeres tanto en el lecho como en la sociedad. Contiene, además tensión sexual no resuelta, humor, crítica social, personajes bien definidos y el ritmo bien marcado, en síntesis, y nunca mejor dicho: una comedia con buena vibra.
“Histeria” nos cuenta, esencialmente, el nacimiento del primer prototipo de consoladores femeninos, algo que con variantes de por medio también hizo la pieza teatral “En el cuarto de al lado”. Aquí el doctor Joseph Mortimer Granville, casi por casualidad, descubre que un artefacto eléctrico de limpieza produce un agradable cosquilleo en su cuerpo, algo que podría serle en extremo útil para aliviar la distensión muscular que sufre su mano al estar constantemente satisfaciendo el deseo sexual de las mujeres que se acercan hasta su consultorio en busca de un alivio para la histeria. Tristeza, insomnio, angustia, falta de deseo, irritabilidad o pérdida de apetito: sin importar los síntomas, la histeria era el diagnóstico. A finales del siglo XIX flotaba en el aire una necesidad de experimentar y descubrir nuevos dispositivos que mejoraran la calidad de vida, y este pequeñito aparato se convirtió en la revolución de la Inglaterra victoriana. Inspirada en hechos reales, lo que no significa que todos los sucesos de esta propuesta dirigida por Tanya Wexler sean verídicos, todo comienza en el Westminster Hospital en 1880 en el momento en que Granville decide renunciar ante la imposibilidad de educar a sus superiores en los peligros de las infecciones causadas por bacterias. Por aquel entonces, que los gérmenes fueran los responsables de infectar las heridas era considerado un sinsentido. El joven médico, agotado en su lucha por expandir sus creencias a fuerza de ser descalificado constantemente, decide emprender nuevos rumbos. Es aquí que la historia del deseo comienza. Esta época, en la cual los intelectuales se consideraban parte de una revolución médica de grandes avances, resultaba tener una mente bastante estrecha. Para darnos un baño de realidad y convicciones, allí está Charlotte, el fuerte personaje encarnado por Maggie Gyllenhaal, quien se revela ante la obligación de ser una mujer objeto, vacía y sin propósito en la vida. Histeria, a fin de cuentas, es una comedia que encuentra sus mejores momentos en la relación de Hugh Dancy (carismático, talentoso y atractivo actor) con sus insaciables pacientes y con un irreconocible Rupert Everett, hijo de su mecenas. Por el contrario, el nivel de la película cae en su última media hora, cuando se decide por un tono solemne alejado de lo visto en los primeros sesenta minutos.
La sexualidad, tema tabú en el acontecer de los tiempos y al parecer problemático. Esta película nos trae la historia de la invención de un aparato mágico. Se encuentra ambientada en el siglo XIX, donde muestra a varias mujeres que se encuentran afectadas por el mismo mal “la histeria”, sufriendo falta de apetito, insomnios, dolores musculares, retención de líquidos, entre otros. El diagnostico era: mujeres histéricas. Al ser calificado de esta forma, se recomienda a todas las mujeres que sufran estos síntomas un masaje pélvico (en realidad sería la masturbación), pero la solución aparece en la década de 1880, cuando el médico inglés Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy) inventó el primer vibrador eléctrico, de esta forma pasó a la historia como el inventor de este aparato revolucionario, que trajo la paz a muchos hogares. Su narración transcurre en la época victoriana, cuando los dispositivos eléctricos comienzan a mostrarse. El joven médico Joseph Mortimer Granville pierde su empleo en un hospital y se encuentra con el doctor Robert Dalrymple (Jonathan Price), muy importante conocedor en medicina femenina de todo Londres. Este se siente desbordado por atender tantas pacientes con histeria por lo tanto le pide ayuda a su colega Granville, pero surgen los problemas cuando esta de por medio Charlotte Dalrymple (Maggie Gyllenhaal), la hija mayor de Dalrymple, como así también la hija menor Emily Dalrymple (Felicity Jones); pero pronto surge la ayuda de su amigo inventor Edmund St. John-Smythe (Rupert Everett), con una gran idea convertir un nuevo plumero eléctrico en un masajeador para las zonas íntimas de la mujer. Se trata de una comedia romántica liviana, no hay morbosidad, y posee una buena reconstrucción de época con subtramas románticas que no terminan de convencer demasiado. Tiene humor, crítica social, interesantes personajes y buen ritmo.
Mujeres insatisfechas Frivolidad, crítica social y el reflejo de una época de gran atractivo son las características fundamentales que se desprenden de la película “Hysteria”. Para los que creen que van a ver un filme plagado de contenido sexual, se equivocan. Antes de sentarse a ver la película, las expectativas responden al anuncio de la misma que alude a la invención del vibrador. Pero la temática preponderante es mucho más profunda que un juguete sexual. Situada en la Inglaterra del siglo XIX, el filme cuenta la historia de cómo el doctor Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy) inventó el primer vibrador eléctrico para tratar lo que entonces se llamaba “histeria femenina”. Al principio, el doctor trataba esta supuesta enfermedad con masajes pélvicos de forma manual, pero tuvo que abandonar la práctica por un calambre persistente en su mano. A raíz de esta situación, el doctor enfoca su tiempo en ayudar a Charlotte Dalrymple (Maggie Gyllenhaal) en su proyecto benéfico. “Hysteria” persigue la igualdad del hombre y la mujer, en una época donde ésta era limitada a hacer las tareas domésticas y no eran “atendidas” sexualmente por sus maridos. La situación se modifica cuando se dan cuenta que la histeria no es una enfermedad sino pura ficción, una sensación de insatisfacción que tenían las mujeres por culpa de sus maridos. En resumen, eran unas insatisfechas. Pero el filme va más allá de concebir la igualdad a nivel sexual ya que plantea el rol de la mujer en áreas como la política, el trabajo y la familia. Aún así, termina siendo una comedia romántica simpática pero que parece ser algo que no es y cuyo desarrollo argumental es irregular.
Un cuento de hadas progresista El régimen victoriano, la Londres de 1880: una sociedad de modales refinados, demarcada por su diáfana división de clases y del trabajo, pendiente del lenguaje en público, obediente del orden imperial y civilizadamente curiosa. Los placeres de la carne, de existir, estaban localizados en la utopía conyugal, aunque aparentemente los hombres de aquel entonces no siempre reparaban en el bienestar erótico de sus esposas. Pero, como Histeria deja en claro desde sus planos iniciales, la represión no era del todo invencible. El deseo insistía, y las mujeres estigmatizadas como histéricas recurrían a un famoso médico cuyo tratamiento consistía en untarse las manos con aceites especiales y masajear la vulva de la paciente hasta que alcanzara un "paroxismo satisfactorio". Si el respetable doctor Dalrymple tuviera hoy un consultorio, su tratamiento poco tendría que ver con la medicina, pero unos 130 años atrás el orden simbólico legitimaba una masturbación aséptica, que era entendida como una terapéutica. Toda perspectiva es hija de su tiempo. Y no es todo, pues el tercer filme de Tanya Wexler, una comedia didáctica basada en un hecho real, también reconstruye la invención del vibrador. El juguete portátil capaz de ofrecer autonomía al placer femenino fue fruto de una intersección azarosa: un día, tras reiterados calambres por la frotación de las zonas íntimas de sus pacientes, al idealista doctor Mortimer Granville, asistente de Dalrymple, se le ocurrió aplicarse un plumero eléctrico sobre la mano para calmar el dolor. Dio resultado, pero también imaginó otras aplicaciones "médicas". Insólito pero real, el consolador es un producto de la época victoriana. Además, Wexler propone una agenda política combinada con la trama romántica. Una de las hijas de Dalrymple era socialista y feminista, trabajaba y vivía con los pobres y creía en la igualdad de géneros. De a poco, el corazón de Granville sería suyo. Lo mejor de Histeria pasa por validar el lugar del conocimiento en una sociedad. Discutir sobre la existencia "invisible" de los gérmenes y destituir la histeria nombrándola como una ficción resulta didáctico y simpático. Pero Histeria no es Un método peligroso, y Wexler no es Cronenberg. Es por eso que este cuento de hadas progresista, cuidadoso en su reconstrucción de época, abunda en lugares comunes y subraya en demasía su moraleja; hasta podría ser un filme de Disney o una producción de Billiken, aunque el deseo nunca ha sido el negocio predilecto de las buenas costumbres y los valores supremos.
Una fábula victoriana “Histeria” es un juego, es casi una representación escolar para ilustrar una clase de historia. El ojo de la directora Tanya Wexler se posa sobre un período: fines del siglo XIX en Gran Bretaña, y particularmente sobre la influencia de la medicina y otros avances científicos tecnológicos, en las costumbres de la época. El guión, responsabilidad de Jonah Lisa Dyer y Stephen Dyer, presenta a un joven médico, Mortimer Granville (Hugh Dancy), quien busca trabajo en hospitales y clínicas privadas de Londres, donde se debe enfrentar no solamente a las enfermedades sino a la ignorancia de los viejos doctores, aferrados a prácticas ya superadas por los nuevos descubrimientos de la ciencia. Entre ellos, tiene una escatológica discusión con un médico jefe en un hospital que niega la existencia de los gérmenes e ignora por completo las normas elementales de higiene. Esa discusión deja a Mortimer en la calle. Por suerte, el joven profesional tiene un amigo, que es también su mecenas, Edmund (Rupert Everett), un inventor que se la pasa experimentando con artefactos novedosos, como generadores de electricidad y teléfonos, dilapidando la fortuna familiar de esa manera. El médico, finalmente consigue trabajo en la clínica del Dr. Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), especialista en señoras, a quienes trata del mal conocido en la época como “histeria”. Su sala de espera está siempre repleta de mujeres que van a aliviar sus tensiones, de la mano del facultativo, quien recibe la llegada de Mortimer con un gesto de alivio, ya que no da abasto para atender satisfactoriamente a todas sus pacientes. Paralelamente, el joven le echa el ojo a una de las hijas del afamado profesional, Emily (Felicity Jones), una jovencita dedicada al piano y a algunas ramas del conocimiento científico, como la frenología, cosa que agrada mucho a su padre. Aunque también irrumpe en escena el torbellino llamado Charlotte (Maggie Gillenhaal), la hija mayor, considerada “un caso difícil” por su propio progenitor. Así, Mortimer aprende rápidamente a aplicar el método del Dr. Dalrymple a las atribuladas mujeres afectadas por el mal de la época, a quienes ayuda a aliviar los síntomas, siguiendo las indicaciones de su jefe. El trabajo, sin embargo, le causa algunos trastornos a su mano derecha, por lo que se siente cada vez más incómodo, pero como el sueldo es alto, y por si fuera poco, Dalrymple vería con agrado que Mortimer fuera el heredero del prestigioso consultorio, previo casamiento con Emily, el joven decide poner empeño en su tarea. En tanto Charlotte, la hija descarriada, avergüenza a su padre ocupándose de menesterosos en las zonas más humildes y peligrosas de la ciudad. La muchacha encarna las ideas incipientes acerca de la emancipación femenina y también adhiere a las nuevas tendencias en cuanto a higiene y educación, pretendiendo mejorar la condición de los menos favorecidos. De ahí que reciba el mote de “socialista”, posición que no se ajusta a los preceptos paternos. Al modo de una comedia de enredos, habrá idas y venidas, y finalmente, Mortimer perderá su empleo, no se casará con Emily y terminará enamorado de Charlotte. Y en medio de todo ese lío romántico y social, inventará casi por casualidad, con la ayuda de su amigo y mecenas, una aparatito que hará más fácil la tarea del especialista en señoras, y así dará origen al vibrador, objeto que al poco tiempo logrará hacerse muy popular en la sociedad de la época gracias al impulso de la industria. La propuesta de Wexler no pretende ir más allá que del entretenimiento liviano con algunos guiños picarescos, en donde los personajes se acercan a la caricatura en clave de humor naif.
Vibrando sin potencia "Hysteria" es una suerte de comedia romántica elegante que utiliza como trasfondo la historia de la invención del vibrador (sí, el artefacto sexual) para captar un poco más la atención del espectador, cuestión que en cierta forma logra, pero no es todo lo burbujeante que uno podría esperarse de una trama de este tipo. Su mayor logro y a la vez defecto, es la sobriedad y elegancia que tuvo la directora Tanya Wexler para tratar un tema que podría haber resultado delicado al momento de poner en pantalla. El tratamiento que se hace del tema es muy cuidado y de buen gusto, pero a la vez se mantiene en la senda segura y no arriesga nada para convertirse en una historia trascendente. Los actores son correctos, la ambientación es correcta, la trama es correcta, todo es correcto... ¿Entonces donde falla? Hay 2 grandes problemas que hacen que este film no sea un buen producto. En 1er lugar está el tema, no menor, del carisma. Salvo el personaje de Maggie Gyllenhaal, todos los demás protagonistas de la historia son insulsos, poco interesantes, aburridos. Están bien interpretados por figuras de talento como Jonathan Pryce, Hugh Dancy, Felicity Jones y Rupert Everett (una alegría verlo de nuevo en cine), pero el problema es que las personalidades de esos personajes que deben interpretar son chatas e irrelevantes. El 2do problema es que la parte amorosa de los protagonistas le hace sombra al tema de la invención del vibrador, algo que podría haber resultado mucho más interesante y divertido si se le prestaba la atención necesaria. Aquí creo que se equivocan los productores y la directora al optar por el camino más convencional, planteando una trama romántica en donde la cuestión del vibrador pasa a ser un artefacto secundario. Los momentos de comedia son apenas tibios, causando ese tipo de sonrisa débil que tiene lugar cuando uno tiene el gesto por amabilidad. Una peli que algunos podrán disfrutar, pero que a la mayoría le resultará efímera y desabrida, sobre todo para una temática que podría haber producido mucho más momentos cómicos y atractivos.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.