Querido amigo cuadrúpedo Las expectativas acumuladas frente al nuevo proyecto de Wes Anderson eran cuantiosas desde el vamos debido a que su opus previo, El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), fue una obra maestra extraordinaria que incluso superó a las mejores creaciones del realizador de lustros anteriores, léase Tres son Multitud (Rushmore, 1998), Los Excéntricos Tenenbaums (The Royal Tenenbaums, 2001), El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009) y Un Reino bajo la Luna (Moonrise Kingdom, 2012). El trabajo que da por terminada la espera de los fans, Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018), no llega al nivel de calidad de El Gran Hotel Budapest pero tampoco podemos decir que defrauda ya que hablamos de una película encantadora e inteligente que combina el extrañamiento narrativo de siempre del director con otra fábula acerca de la defensa de los marginados sociales, la importancia de los seres queridos y la necesidad de luchar contra las injusticias. En esta oportunidad el norteamericano retoma el maravilloso stop motion de El Fantástico Sr. Zorro para contarnos el hostigamiento que padecen los perros en el futuro en la ciudad de Megasaki, en Japón, donde el alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura) decreta que todos los canes deben ser exiliados en la llamada “Isla de la Basura” bajo la excusa de que los cuadrúpedos se multiplican a una tasa más que alarmante y están casi todos abichados con una gripe muy peligrosa. La trama sigue el derrotero de Atari (Koyu Rankin), nada menos que el sobrino huérfano de 12 años de Kobayashi, en pos de hallar y rescatar a su mascota guardaespaldas Spots, quien junto con los demás perros de Megasaki fue trasladado sin piedad en una jaula y depositado entre montañas de residuos humanos. Ayudado por una jauría de cuatro canes domesticados y uno callejero con quien termina entablando un tierno vínculo, Chief (Bryan Cranston), el muchacho emprende la odisea de encontrar a su amigo. Sin dudas este es el film más ambicioso a nivel temático de Anderson porque la impronta bien agitada del curioso devenir habilita diversas lecturas que variarán -y mucho- según los intereses de cada espectador: tomando el trasfondo de Los Perros de la Plaga (The Plague Dogs, 1982), aquel clásico de izquierda de Martin Rosen anti maltrato animal, y algo de las alegorías alrededor del nazismo de Maus, la genial novela gráfica de Art Spiegelman sobre un Holocausto representado vía una colección de especies animales, hoy el cineasta vuelca gran parte de lo anterior hacia el absurdo aunque manteniendo la seriedad en varios pasajes de la historia, los cuales por cierto pueden ser interpretados como una denuncia de la crueldad y los abusos de los seres humanos contra la naturaleza y/ o como un análisis sutil de esas “limpiezas” étnicas/ raciales/ religiosas/ culturales encaradas por determinados sectores en el poder contra colectivos sociales vistos como chivos expiatorios convenientes. Ahora bien, considerando la permanente aclaración a lo largo del metraje en torno a que Kobayashi fue elegido por las mayorías, también puede trazarse un paralelo entre el villano y Donald Trump, otro payaso fascistoide convalidado por el voto popular, circunstancia que nos deja al amparo de opositores individuales como Atari o de pequeñas organizaciones como la aquí encabezada por la estudiante de intercambio Tracy (Greta Gerwig), quien se planta junto a unos jóvenes japoneses contra la escalada persecutoria de Kobayashi y su “solución final” de gasear a todos los canes de la Isla de la Basura. Un elemento muy grato del convite pasa por el hecho de que los humanos hablan japonés y los perros un perfecto inglés, una jugada que no tiene nada de imperialismo cultural y que funciona como una simple oposición retórica desde el respeto que subraya que todos los seres vivos se pueden entender si quieren, más allá de los modismos y mecanismos de comunicación de cada uno. El elenco vuelve a estar plagado de muchos colaboradores habituales del realizador (Bill Murray, Edward Norton, Jeff Goldblum, Frances McDormand, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Tilda Swinton, Anjelica Huston, etc.) y la obra nos regala una nueva y hermosa tanda de tomas simétricas con los colores pasteles y el “diálogo” entre sujetos y fondos como ingredientes distintivos (además del stop motion tenemos segmentos animados tradicionales para las situaciones más difíciles de lograr con los muñecos, utilizando a la televisión como soporte). Anderson pierde en ocasiones la brújula narrativa y descuida un poco personajes secundarios que daban para más, sin embargo Isla de Perros es una joyita freak dentro del almidonado contexto cinematográfico contemporáneo, recordándonos que la experimentación formal y temática debería ser el horizonte del arte y que nunca debemos acostumbrarnos al delirio homicida de los engendros estatales y sus arrebatos mesiánicos…
No hay futuro en Isla Basura Hay pocas técnicas que sean tan propicias al cine de Wes Anderson como la animación. Lo demostró en Fantastic Mr. Fox, y hasta cierto punto también en alguna película posterior, caso de El gran hotel Budapest, contagiada por un modelo de representación antinaturalista que debía mucho al mundo del comic. Al fin y al cabo, a un creador de mundos tan excéntricos y naifs como Anderson la animación, y más concretamente la stop-motion, le proporciona la oportunidad de controlar el universo: un mundo creado a su imagen y semejanza. Lejos del minimalismo de Fantastic Mr. Fox, lejos también de su ternura y calidez, debida en buena parte al original de Roald Dahl, Anderson crea en Isla de perros un mundo extraordinariamente complejo, un universo que, en su horror vacui, parece más cercano a un cuadro renacentista que a una película del propio Anderson. Son solo dos escenarios principales, ambos japoneses, una ciudad liderada por un despótico alcalde y una isla cercana en la que se acumula la basura y a la que han sido desterrados todos los perros, portadores de una enfermedad incurable que algún día podría contagiarse a los humanos. Pero solo la presentación de ambos espacios requiere un importante consumo de información. Todo en Isla de perros precisa de distintas capas de datos, como si Anderson, más que articular un relato, quisiera proponer una taxonomía de ese mundo surgido de la imaginación de los cuatro guionistas: Roman Coppola, Jason Schwartzman, Kunichi Nomura y él mismo. En Isla de perros se respetan los idiomas de sus personajes, lo que quiere decir que los japoneses hablan en japonés y los ladridos de los perros se “representan” en inglés. El japonés no se subtitula, pues la película recurre a “traductores” o comentaristas que participan de la misma historia, ellos mismos conformando una de esas muchas capas de información que la película necesita para traducir todo su artificio. Hasta los créditos y todos los rótulos temporales o de situación están en japonés e inglés. Súmesele a esto los subtítulos en castellano y uno podría llegar a pensar que quizás una buena versión doblada (la francesa incorpora las voces más representativas de su cine, incluso a Jean-Pierre Léaud) podría solventar muchos de estos problemas. El virtuosismo de la operación es innegable, la inteligencia de muchas soluciones visuales, por no hablar de los diálogos cáusticos y desencantados, no pueden ponerse en cuestión… y, sin embargo, Isla de perros parece querer imponerse en todo momento por aplastamiento, como si se tratase de una de esas películas que lo fían todo a la acumulación de superhéroes. Con respecto a Fantastic Mr. Fox el número de escritores se ha multiplicado por dos, pero la impresión es que los personajes lo han hecho incluso en mayor medida: no solo sobran perros (fuera de Spots y Chief, ¿eran necesarios más?), buena parte de los problemas de Isla de perros radican en la escasa empatía que genera el protagonista humano, Atari. Quedan, eso sí, momentos puntuales en los que se trasluce un inspirado homenaje a los pioneros Chuck Jones y Tex Avery (las peleas entre nubes de polvo-algodón) y alguna escena construida sobre el rescate de alguna bella canción olvidada (“I Won’t Hurt You”, de The West Coast Pop Art Experimental Band), una de las especialidades de Anderson, lo que nos hace añorar, precisamente, el tan entrañable espíritu musical de Fantastic Mr. Fox.
La resistencia canina El talentoso director norteamericano Wes Anderson regresa, tras el gran éxito de El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), a la animación propiamente dicha y el stop motion que utilizó en El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009), film también protagonizado por animales con características humanas, recurso tomado de las fábulas, uno de los géneros literarios y orales más antiguos, que cultivó intenciones didácticas a través de moralejas con contenidos implícitos éticos y morales sobre el comportamiento y la convivencia. Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018) combina la cultura y el arte pictórico japonés con la legendaria historia samurái del país del sol naciente para crear una distopia en la que los perros son condenados en una ciudad del futuro en Japón, Megasaki, al exilio en una isla abandonada que se usa como depósito de desperdicios. La historia se sitúa a su vez dentro de un antiguo enfrentamiento entre las personas que prefieren a los gatos o a los perros en una fábula sobre las características de ambos animales y su relación con el ser humano. En un enfrentamiento milenario entre perros y gatos, los defensores de la supremacía felina consiguen que se apruebe por mayoría simple un decreto para expulsar de la ciudad a todos los canes debido a diversas infecciones y virus de los son portadores. Ante la epidemia, el partido gobernante toma la drástica e injustificada acción de enviarlos a una isla, mientras que la minoría, el partido científico, promete desarrollar una vacuna a la brevedad. Ya desde el comienzo se plantea así una dicotomía entre la apelación a la emoción y a la razón, como dos argumentos políticos contrapuestos, marcado un triunfo momentáneo del discurso emocional por sobre la racionalidad del discurso científico. El sobrino huérfano del alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura), Atari (Koyu Rankin), un niño de doce años, se rebela contra la decisión de su tío y vuela en una endeble avioneta hacía la isla para buscar a su perro guardaespaldas y amigo, Spots (Liev Schreiber) encaminándose en una odisea junto a Chief (Bryan Cranston), un perro callejero y su manada de perros mascota hambrientos, Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Boss (Bill Murray) y Duke (Jeff Goldblum), quienes lo socorren y deciden acompañarlo en su travesía. Mientras tanto, la rebelión de Atari se convierte en una inspiración para los estudiantes liderados por la alumna de intercambio norteamericana, Tracy Walker (Greta Gerwig), que se organizan para protestar contra la solución final que busca implementar el partido gobernante para eliminar a la raza canina de Megasaki. Con esta historia Wes Anderson construye una apología sobre la amistad incondicional, la necesidad de resistir y combatir el autoritarismo ante la manipulación que los medios realizan de la información conjuntamente con el poder hegemónico y el contubernio entre los políticos, los empresarios, la mafia y las fuerzas represivas para controlar a la sociedad en pos de su beneficio. Coescrita junto a Roman Coppola, Jason Schwartzman, dos de sus colaboradores habituales, y Kunichi Nomura, el film también retoma la búsqueda de una isla de perros, tema central de la gran película de Martin Rosen Los Perros de la Plaga (The Plague Dogs, 1982), adaptación de la novela de Richard Adams, para dar vuelta su carácter utópico y convertirlo en una especie de campo de concentración, en una clara alusión a las practicas del nazismo, el apartheid, pero también a todos los gobiernos que hoy encarcelan en centros de reclusión a los refugiados que huyen de las guerras y la pobreza en el mundo entero. Un punto aparte es la banda sonora del film, nuevamente a cargo de Alexandre Desplat, responsable de la composición de la banda sonora de La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017), El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), El Gran Hotel Budapest, Moonrise Kingdom (2012) y Fantástico Sr. Zorro, por nombrar algunas extraordinarias películas en las que participó con su música. Aquí el francés retoma pasajes sonoros de dos films de Akira Kurosawa, Los Siete Samuráis (1954) y Drunken Angel (1948), para crear una mezcla en armonía de idiosincrasia japonesa y carácter indie, con una orientación cálida y melancólica. Manteniendo la misma estética de sus films anteriores, la preeminencia del color como característica vital de su propuesta, la calidez cómica e inocente que lo identifica, una perfecta dosis de divertida acción, un elenco realmente extraordinario, que incluye a Bryan Cranston, Greta Gerwig, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, Yoko Ono, Tilda Swinton y Anjelica Huston, entre otros, Isla de Perros construye una gran alegoría en forma de fábula animal sobre los caminos de la libertad, el sacrificio personal como prueba última de la amistad y la lealtad, la organización ante la desesperación y la persecución y la solidaridad ante la injusticia como ejes de una ética y una moral indeclinables ante los embates del autoritarismo que siempre busca un resquicio para avanzar sobre nuestras conquistas.
Stop-motion en estado de gracia. Retorna Wes Anderson al mundo de la animación y lo hace de nuevo con una película sobre cánidos, empleando otra vez la técnica del stop motioncon marionetas de gran nivel de detalle. La diferencia es que esta vez los protagonistas son perros, y no zorros, y que se ha optado mayoritariamente por los 24 fotogramas por segundo en lugar de los 12 que empleó hace nueve años. Eso da un nivel de animación mucho más afinado y realista, y también, por supuesto, requiere del doble de tiempo para conseguir el resultado final. Así como en Fantástico Sr. Fox Anderson requirió de 29 sets de rodaje, ahora fueron necesarios 43. Mientras en 2009 el director se sincronizaba con cada uno de ellos mediante emails, ahora lo hacía por Skype. El resultado es, como cabía esperar, estéticamente superior. El de Houston no ha renunciado a sus obsesiones, como el empleo de pelo natural para los animales y el de realizarlo todo de un modo absolutamente artesanal (sin máquinas articuladas o infografía), pero ello no redunda, contrariamente a lo que cabría esperar, en una mayor calidad artística. Uno de los puntós más débiles de esta singular propuesta reside en que el esteticismo lo impregna todo, en efecto, con esa querencia por la simetría, ese gusto excesivo por el detalle, esa conseguida sensación de que cada objeto en pantalla se puede tocar... pero lo simple de la historia no acaba de casar con todo con el barroquismo de la puesta en escena. Anderson ha construido un cuento clásico aderezado con elementos contemporáneos, muy típicos de su filmografía: los personajes dolientes, atormentados, las familias desestructuradas, la sociedad opresiva, los amores casi mecánicos en su cortejo decimonónico... y esa extraña narración en la que la historia no avanza por sí misma si no es con la ayuda de las explicaciones de los personajes. Cualquier otro que hiciera esto sería tachado de torpe contador de historias; Anderson ha hecho de esa torpeza un estilo, un recurso naif que consigue sorprender por atrevido e inesperado en un creador de élite. Esta paradoja se muestra también en el tipo de público objetivo que podría disfrutar de sus películas. Tanto Fantástico Sr. Foxcomo Isla de perros son obras de animación protagonizadas por animales, con un desarrollo típico, moraleja y un final fácilmente esperable. Son estos casi todos los elementos que podrían convertirla en una película infantil. A lo largo del metraje se incluyen suficientes escenas enigmáticas o inquietantes (cuando no palabras malsonantes y escenas de crudeza no sólo simbólica) como para pensar que nos hallamos ante un nuevo truco escénico: Anderson dirige sus filmes al niño que los adultos fuimos, no a los niños que un día serán adultos (como sucede en los cuentos clásicos). Como película adulta asisitimos a un aluvión de escenas realmente logradas, de recurrente humor negro y de belleza estética innegable, cumpliendo con creces con todas las expectatives creades antes del estreno (cada trabajo del cineasta se está convirtiendo paulatinamente en un acontecimiento). El apartado de crítica social (siempre desde la particular cosmovisión de Anderson) resulta tan inocente como su estructura narrativa... pero ¡ay!, no parece que en este sentido sea ocurrente aplaudir tópicos infantiloides sobre marginación social, los pogromos o manipulación mediática, sencillamente porque son temas que están tratados con originalidad y profundidad, eludiendo eso sí el tópico conspiranoico. En definitiva, Isla de perros tiene muchas virtudes estéticas. Supone una fiesta para los sentidos y arranca alguna complicidad con el espectador, que no puede negar la validez de sus ocurrencias argumentales. Una combinación perfecta del estilo pop del director con una historia emocionante y divertida.
Único e inconfundible. Así podríamos describir a Wes Anderson (“The Grand Budapest Hotel”, “Moonrise Kingdom”), un autor con todas las letras que hace un cine tan personal como atrapante y característico. Un cine donde predomina la simetría, los travellings laterales, hacia arriba y hacia abajo. Un cine construido a fuerza de buenas historias y personajes tan únicos como peculiares. Sus relatos parecen cuentos que pertenecen a un mismo libro, ya sea por las temáticas que toca o por sus recursos estéticos o estilísticos. “Isle of Dogs” es su segunda incursión en el cine de animación mediante la técnica de Stop Motion, la primera película fue “Fantastic Mr. Fox” (2009), basada en el libro homónimo de Roald Dahl. La fábula que nos presenta este año se sitúa en un futuro distópico cercano de carácter retrofuturista, que nos recuerda al Japón de los años ’60 por los diseños, las publicidades, los carteles y todos sus aspectos visuales. La acción transcurre en la ciudad de Megasaki, donde todos los perros poseen una especie de gripe canina bastante extraña que los afecta con distintos síntomas. Ante este panorama desalentador, el alcalde Kobayashi decide deportar a todos los canes a la Isla de la Basura. Aquella isla fue el destino de Spots (Liev Schreiber), el perro del pequeño Atari (Koyu Ranki), el protegido de la máxima autoridad que se embarcará en una peligrosa misión de rescate para recuperar a su amado guardaspaldadas/mascota. En aquella isla tendrá la ayuda de otros perros que lo acompañarán en la pesada tarea de dar con el paradero de Spots, ellos son: Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y Nutmeg (Scarlett Johansson). Wes Anderson vuelve a regalarnos otra de sus joyas, visual y estéticamente imponentes, sofisticadas y logradas. Un vistazo a otro de sus microcosmos que se enfoca en los decorados y en la dirección de arte, que en esta oportunidad corrió a cargo de Curt Enderle (“The Boxtrolls”). También, con un tremendo diseño de producción por parte de Paul Harrod y Adam Stockhausen, siendo este último un habitual colaborador del director habiendo trabajado en películas como “The Grand Budapest Hotel” (2014) y “Moonrise Kingdom” (2012). Otro aspecto destacado y no menos importante de la película es el de la dirección de fotografía que juega un papel preponderante en la animación de stop motion, contribuyendo a la creación de los climas y atmósferas que rodean a los personajes. Para ello, Anderson contó con la pericia de Tristan Oliver, con quien ya tuvo la oportunidad de trabajar en “Fantastic Mr. Fox”, pero que tiene una amplia experiencia en el campo de la animación habiendo participado de proyectos como: “Loving Vincent”, “Paranorman”, “Wallace & Gromit” y “Chicken Run”. Por el lado de la banda sonora, el director también incorporó a otro de sus viejos contribuyentes, el compositor francés Alexandre Desplat (“The Shape of Water”) que es una pieza clave en la creación de este universo tan personal y abarrotado en detalles. Argumentalmente, el film es sobresaliente y cuenta con el guion del mismo Anderson, basado en una historia que escribió en colaboración con Roman Coppola, Kunichi Nomura y Jason Schwartzman. Una película que sirve como una oda a la cultura japonesa, desde el cine de Akira Kurosawa hasta las pinturas de Hokusai (incluso en el film podemos ver una reproducción de La gran ola de Kanagawa pero reimaginada con perros). “Isle of Dogs” representa otro impecable trabajo de Wes Anderson donde vuelve a hacer gala de su sello distintivo y su estilo personal. Una historia realmente cautivadora que encantará tanto a grandes como a chicos a fuerza de personajes con psicologías bien definidas y un diseño brillante. Una linda locura cinematográfica para disfrutar en pantalla grande.
Uno de los directores más destacados de la actualidad fue elegido para cerrar la última edición del BAFICI con su obra “Isla de Perros”, y ahora llega a las salas comerciales con esta película animada donde se utiliza la técnica stop motion para retratar una historia emotiva, divertida y con un gran despliegue visual. “Isla de Perros” de Wes Anderson se centra en un mundo distópico en Japón, el cual se ve afectado por el crecimiento de la gripe canina. Es así como el alcalde tomó la decisión de mandar a todas las mascotas a la Isla de la Basura. Pero no todos estarán conformes con esta medida. Un niño de 12 años viajará hasta el lugar para encontrar a su mejor amigo Spots. Para hacerlo, tendrá la ayuda de cinco perros, quienes arriesgarán su vida para conseguir esta meta. Lo que se puede destacar del film a simple vista es la belleza visual que siempre abunda en las películas de Wes Anderson. La estética elegida mezcla rasgos del futuro con elementos del pasado, generando un híbrido atractivo. El director confió nuevamente en Tristan Oliver para realizar la fotografía de la cinta, luego de colaborar juntos en “Fantastic Mr. Fox” (2009). Oliver, además, presenta una gran experiencia en cuanto al trabajo con largometrajes animados en stop motion. Asimismo, tanto el diseño de los personajes como del contexto son sobresalientes. Siguiendo con los aspectos técnicos, hay que resaltar la banda sonora, que sirve de gran acompañamiento. El encargado de esta labor fue nada más y nada menos que el último ganador del Oscar Alexandre Desplat (“La forma del agua”), quien también había trabajado anteriormente con Anderson, no sólo en su película animada sino también en “Moonrise Kingdom” (2012) y “El Gran Hotel Budapest” (2014). Las voces están realizadas por personalidades de renombre como Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, quienes le aportan cierta adultez y experiencia a los animales. La particularidad que tiene el film es que los ladridos perrunos fueron “traducidos” al inglés para que podamos enterarnos de sus conversaciones, como también se respetó el idioma japonés para los humanos. Muchas veces no sabemos qué están diciendo y otras tantas son comentadas por otra persona o incluso algún perro para entender los diálogos. Por otro lado, tenemos una constante narración en off de una de las mascotas que va llevando el relato. Con respecto a la historia en sí, nos encontramos con una trama emotiva y fuerte por momentos (deshacerse del mejor amigo del hombre únicamente por una enfermedad) y divertida y graciosa por otros. Este equilibro entre ambas sensaciones se da gracias a un guión preciso e inteligente que sabe manejar la dosis justa de cada uno de estos instantes. Incluso existen situaciones graciosas que en realidad sirven como crítica a la forma en la que se tratan a los animales. En síntesis, Wes Anderson nos ofrece una de sus mejores obras, donde a través de la animación con stop motion logra brindarnos una historia emotiva y graciosa, con un gran despliegue visual, una hermosa banda sonora y un elenco de voces conformados por reconocidos y talentosos actores.
A lo largo de su carrera Wes Anderson ha hecho películas que pueden ser consideradas raras, extrañas, hasta herméticas. Quizás Isla de peros (Isle of Dogs) sea la más extrema de todas ellas. Se trata de un film animado para adultos (o niños con el IQ del protagonista de Rushmore), radical desde su misma propuesta, su lógica ilógica, la manera en la que la belleza visual y la creatividad en la puesta en escena se llevan por delante casi todo. La nueva película del director de Los excéntricos Tenembaums y El gran hotel Budapest hace que El fantástico Mr. Fox parezca una película convencional de Disney, tal es el grado de radicalidad de la puesta en escena y de la imaginación desplegada aquí. Si bien eso, es cierto, puede costarle una buena cantidad de público o accesibilidad comercial, finalmente lo que importa es la obra en sí. Y esta película es una pequeña maravilla. Así como su colega Paul Thomas Anderson, Wes parece encerrarse cada vez más en un mundo propio y hermético que fascinará a los estudiosos de su obra y de los detalles de su puesta en escena, aún a riesgo de alienar a un público más casual. Aquí la historia puede parecer sencilla, pero es lo único sencillo del film: la trama de cómo un niño japonés viaja a la isla del título a rescatar a su perro para terminar volviéndose una suerte de defensor del "oprimido pueblo canino" es un deleite de imaginación y magia. La historia transcurre en una ciudad japonesa en el futuro cercano en la cual los perros se han vuelto demasiado salvajes por una enfermedad y el Mayor Kabayashi decidió exiliarlos a la isla en cuestión para que no molesten más a nadie. Pero hay un grupo que considera no solo es un error y una desgraciada decisión política sino que existe además una cura para esos problemas, a la que el gobierno no está prestando atención. Es así como toda la comunidad perruna de Megasaki City termina en una isla que no es otra cosa que un enorme basural. Usando figuras visuales del cine japonés clásico (Ozu, Kurosawa, manga, Miyazaki) y composiciones de cuadro de llamativa originalidad (los perros tienden a hablar mirando a cámara muchas veces), además de jugar con los idiomas y subtítulos (la voz de Frances McDormand como traductora no tiene precio), Anderson muestra la vida complicada y belicosa de los perros en esa isla -con conflictos internos y hasta romances- hasta que aparece Atari, un niño (sobrino del Mayor) que llega allí a buscar a su perro, algo que no será tan sencillo. Y allí aparecerán más complicaciones, sorpresas y vueltas de tuerca. Este universo de canes que hablan en tono seco y monocorde, con chistes dichos tan como si nada que la mayoría del público ni advierte que lo son, está construido de manera tal que uno se pierde en los detalles, desde los juegos con los textos, capítulos y subtitulados hasta los diálogos ácidos que tienen entre los perros, los más salvajes y los que no lo son tanto. Todo esto contado, otra vez, con esa estilo "libro troquelado" tan clasico a Anderson. No es una película sencilla ni convencional. No va a pelear en la taquilla con Coco por más que lidie con temas bastante similares. Y es cierto también que por momentos se excede en sus jueguitos a lo "casita de muñecas" de Anderson, pero el impacto visual del film es tal que uno rápidamente olvida sus zonas un poco confusas, fascinado por el universo que el hombre ha construido con el viejo sistema de animación con muñequitos. El elenco de voces es extraordinario, pero uno está tan seducido visualmente con lo que el film ofrece que ni siquiera se detiene a reconocer a celebridades como Bryan Cranston, Edward Norton, Scarlett Johansson, Bill Murray, Greta Gerwig, Tilda Swinton o la propia Yoko Ono, que hacen las principales voces junto a algunos actores japoneses. Es cierto que Isla de perros puede no ser para todos los gustos ni todos los públicos y que a los que les fastidia el sistema idiosincrático de puesta en escena de Anderson esto no hará más que llevarlos a la furia pura y dura, pero para los que apreciamos su fina y elegante creatividad, su formalismo juguetón y su manera en la que, en sus manos, algo puede ser a la vez excesivamente elaborado y preciso sin por eso dejar de ser emotivo, la película es un deleite de principio al fin. De esas que requieren ser vistas varias veces para apreciar todos sus detalles.
Isla de Perros: ¿Qué pasó con el mejor amigo del hombre? Lo nuevo de Wes Anderson es un fábula cargada de emoción, que será el disfrute para toda persona, pero sobre todo, para los amantes de los canes. La ciudad de Megasaki es asediada por una super población perruna y, sobre todo, por la gripe que estos animales traen y amenazan con infectar a los seres humanos. Al alcalde no le queda más remedio que emitir un decreto en el que los perros serán exiliados a la “Isla Basura” sin excepción. Como prueba de ello, el primero en ser deportado es el guardaespaldas de Atari, el protegido del alcalde de Megasaki. Así, comienza Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018), aunque mejor dicho, comienza con un prólogo en el que se da a conocer como Megasaki fue infectada desde hace siglos por un odio irracional hacia los canes y, es trasladado hasta el presente en forma de segregación por la política corrupta. Si bien la nueva obra de Wes Anderson ahonda en estos temas, poniendo como protagonista al mejor amigo del hombre, también es una historia de lealtad, no de los animales hacia los humanos, sino al revés: de como este joven, Atari, enfrentará a la sociedad y al establishment para cambiar el prejuicio de la gente hacia los perros. Pero también, Isla de Perros es una gran nueva obra con el sello Anderson (que por segunda vez trabaja con la técnica stop-motion), embelleciendo cada fotograma con su simetría en los planos y su paleta de colores saturados. Además, cada perro y su personalidad es única, pero conforman un grupo de Alfas que nos remite a esos personajes heroicos del japón y el cine de samurais de Kurosawa, o incluso a los westerns de John Ford, en el que el realizador estadounidense dice haberse inspirado. Esta vez la partitura está a cargo de Alexandre Desplat, ganador del Oscar por “La Forma del Agua”, y compone un ritmo de tambores a la vez que beat el cual es imposible que no se te quede en la cabeza por un largo tiempo. Los humanos hablarán en japonés y pocas veces serán traducidos, hecho que pone énfasis en las voces en inglés y la impronta de los canes, interpretados por Edward Norton, el gran Bryan Cranston, Bill Murray, Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Frances McDormand, Tilda Swinton y de Scarlett Johansson. Isla de Perros no es perfecta, pero es un bella película que toma lo mejor de la tradición japonesa y la trannsforma en un fábula respetuosa y maravillosa.
Isla de Perros El prodigioso autor estadounidense ya había demostrado con su último largometraje, El gran hotel Budapest, que podía de alguna manera convertir a su elenco humano en marionetas cómicas, ubicadas en un universo magníficamente construido de hoteles lujosos en las montañas de Europa del Este. Ahora lo demuestra de nuevo, de forma un poco más extravagante, con Isla de perros: una animación que, al igual que su predecesora, sirvió de apertura para el Festival de cine de Berlín. Naturaleza y espiritualidad se combinan en otro cuento más de Anderson, su segunda incursión en el stop motion luego de Fantastic Mr. Fox, sin contar las veces que utilizó esta técnica para evitar los efectos especiales mediante computadora (como en la persecución en esquíes en El gran hotel Budapest). Según Paul Harrod, director de arte, la idea en Isla de perros era crear una estética situada veinte años en el futuro, pero “no veinte años a partir de hoy. La idea era imaginar cómo sería el futuro del Japón de 1964”. El urbanismo de los 60 dice presente con colores desaturados, metales ferrosos y oxidados. Esta nueva incursión en el hacer hablar a los animales es considerablemente más sofisticada y ambiciosa que la versión acontecida en Fantastic Mr. Fox (basada en el libro homónimo de Roald Dahl). En Isla de perros, Kobayashi (voz de Kunichi Nomura, uno de los co-guionistas de la película), el corrupto alcalde -y amante de los gatos- de la ciudad ficticia de Megasaki, ha tomado medidas severas para frenar la propagación de diversas enfermedades caninas, incluida la temida Fiebre del hocico. Ordena que todos los perros de Megasaki sean exiliados a una isla desolada: la isla de la basura. Aquella isla será el destino de Spots (Liev Schreiber), el perro del pequeño Atari (Koyu Ranki), sobrino/pupilo del alcalde que se embarcará en una peligrosa misión de rescate para recuperar a su amado guardaespaldas/mascota. En aquella isla tendrá la ayuda de una pequeña manada de perros que lo acompañarán en la pesada tarea de dar con el paradero de Spots, ellos son: Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y Nutmeg (Scarlett Johansson). Isla de perros comienza con una pequeña advertencia graciosa sobre el mecanismo que se usará para comprender todos los idiomas: el japonés (mediante intérprete), el inglés y el de los canes. Seguido de esta advertencia comienza el recorrido que en principio resulta vertiginoso por la cantidad de información junta. Nuestra vista se tiene que amoldar a tanta belleza visual, a muchos personajes y a tantos títulos y subtítulos en pantalla. En esta película, Wes Anderson desnuda el artificio, ya que la misma arranca con un prólogo (“El niño samurái y el ancestro sin cabeza”) para luego dividirse en capítulos, además de que cada flashback será anunciado. Perro que habla no muerde Los perros en esta película son perros, con todas sus actitudes normales y habituales incluidas… pero hablan. Lo difícil en este caso fue lograr capturar el movimiento animal para trasladarlo al stop-motion. Nuestro grupo de protagonistas lo conforman cinco perros que han sido apartados de las manos de sus dueños y recluidos en la infame isla. Cranston, Norton, Goldblum, Murray y Bob Balaban ponen voz al inquieto quinteto canino, mientras que Frances McDormand y Greta Gerwig dan vida a una locutora de radio y a una joven estudiante y activista que busca restituir todos los perros a sus hogares. Johansson, Tilda Swinton, Harvey Keitel y Ken Watanabe completan la lista de voces famosas. La expresión lograda en las caras de los perros, sus ojos colmados de lágrimas, son artificiosas aunque tan reales que nos acongojan, porque Anderson consigue hacerles transmitir emociones reales. Pero hay algo que Anderson y sus colaboradores, Roman Coppola y Jason Schwartzman, evitaron firmemente: el culto japonés al kawaii o ternura. Visualmente, el diseño de Isla de perros favorece lo brusco: vamos a ver abundantes costras, orejas rotas y pieles desgarradas. El mundo es hostil, y en la isla de la basura los perros están sucios y son bastante feos. Vamos a toparnos con cuotas exactas de ternura, humor y conciencia social. Se trata de un trabajo redondo que puede ser leído en varias capas. Desde la más sencilla al acompañar a Atari en su viaje por encontrar a Spot, hasta conceptos más profundos como la sutil manipulación política, el prejuicio hacia los que son diferentes, el poder de los medios de comunicación, los intereses de las clases que manipulan el poder, y un sinfín de referencias más. Isla de perros es stop-motion para adultos, no al estilo de Anomalisa pero tampoco es apta para niños muy pequeños, en este caso tiene calificación para mayores de 13 años. Cine personal con personajes únicos y particulares, con el sello distintivo y estilo personalísimo de Anderson en cada escena. El trabajo nuevamente junto a Tristan Oliver como director de fotografía (quien ya había ocupado ese lugar en Fantastic Mr Fox) nos brinda un impecable resultado final. La banda sonora existe gracias a Alexander Desplat, ganador del Oscar por su trabajo musical en El Gran Hotel Budapest y La forma del agua, quien también trabajó con Anderson en Fantastic Mr Fox. En esta distopía retro la animación es impecable, el guión es inteligente e incluye eficazmente la crítica social; sin embargo el apartado artístico resulta tan deslumbrante que atrapa más que su guión. Conclusión Naturaleza, amor y amistad. Unos perros sucios pero tiernos, una isla llena de basura en Japón, stop-motion logrado a la perfección con la firma de Wes Anderson en cada plano: nada puede salir mal. Ingeniosa, bella, fantástica, realista, conmovedora, para dejarse maravillar con cada escena. Con obras como Isla de Perros, el cine demuestra que todavía tiene mucho para sorprendernos.
Festival de canes. Es un lugar común decir que una película va contra los tiempos que corren. Es una expresión para decir que es una película original o que al menos le ha resultado original para quien está usando la frase. Es arriesgado lanzar tendencias y evaluaciones acerca del cine actual. Sí es cierto que desde siempre el realismo ha sido tomado en serio por muchos y que la crudeza y la crueldad se han convertido en monedas de enorme valor. El arte cinematográfico y más aun hoy el de las series de televisión, suele ser medido a partir de esos parámetros. Un mundo feo, sin esperanzas, sórdido y realista, parece ser la manera en la que los que producen relatos audiovisuales se ganan el título de artistas que no hacen concesiones. Wes Anderson, ahora sí, van en dirección contraria a esta idea. No es el único y seguro hay muchos cineastas que siguen algunos de los rumbos de este director. Pero sí Wes Anderson es uno de los más coherentes, original y osados directores actuales, no solo porque hace un cine sin concesiones, sino porque además no se lo puede encajar ni como cineasta difícil, ni como cineasta fácil. No es clásico, no es del todo moderno, no es infantil pero tampoco es adulto. Isla de perros es la expresión más clara de todo lo dicho hasta ahora. La película cuenta una historia de ciencia ficción donde en un futuro muy cercano la ciudad ficticia de Megasaki, Japón, ha sufrido una epidemia de gripe canina. El alcalde Kobayashi decidió exiliar a todos los perros a una isla deshabitada que funciona como basurero. Los protagonistas son cinco perros que habitan en esa isla y que reciben la inesperada llegada de Atari, un niño que huye de su hogar y arriba en su avión a la isla, buscando a su perro. El alcalde ordena que vayan a buscar al niño, al mismo tiempo que en la ciudad comienzan a alzarse voces a favor de los perros. La historia es ciencia ficción, también es aventura, tiene mucha comedia e incluso tiene romance. Es un relato de amistad, lealtad, coraje y camaradería. También reflexiona acerca del poder y de los manejos políticos para generar fobias y prejuicios. Pero jamás, en ningún momento, deja de ser la película más adorable del mundo. Ese es el gran mérito de su director, Wes Anderson. La película tiene varias técnicas de animación, pero los personajes protagónicos, tanto perros como humanos, está animados con la técnica de stop motion, es decir de animación cuadro a cuadro. Wes Anderson ya había hecho un film de estas características, El fantástico Mr. Fox. Pero a diferencia de aquel, Isla de perros abreva en un estilo visual menos clásico, con una fuerte influencia de todo el arte japonés. Tanto en pintura, como en teatro, como en arquitectura y fundamentalmente en cine. Mezclando clásicos como los maestros Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu con figuras fundamentales de la animación como Hayao Miyasaki y Katsuhiro Otomo. Y por supuesto sin perder el estilo de composición y montaje propios de Anderson, así como también la dirección de actores, aunque aquí sean muñecos con voces de famosas estrellas. Se ve como una película de Wes Anderson, pero también como una recreación de la cultura visual japonesa. La banda de sonido posee el mismo concepto, mezclando el gran trabajo de Alexander Desplat con piezas clásicas de películas japonesas, como Los siete samuráis, compuesta por Fumio Hayasaka. También aparecen The Sauter-Finegan Orchestra o The West Coast Pop Art Experimental Band, que se integran de forma increíble a la banda de sonido. Así funciona Anderson y su cine, así se mezclan épocas, estilos, formas y el resultado es igualmente armonioso y bello. En medio de un basural transcurre una de las películas más bellas de los últimos años. Un poco de melancolía siempre atraviesa el relato a pesar del enorme sentido del humor y la cantidad de gags y chistes de una línea que tiene la película. Su espectacular delicadeza artesanal la convierte es una de esas piezas de arte japonesas que merecen muchas visiones para poder disfrutar de todos y cada uno de sus maravillosos detalles. No es un sentimiento raro extrañar la película al terminar de verla. El mundo de Isla de perros es un mundo muy bello y muy humano, incluso tratándose de una historia protagonizada mayormente por perros. La belleza, la ternura y la alegría de la película no importa si están a favor o en contra de los tiempos que corren, la película en sí misma es una isla con reglas propias y un lugar en el que los espectadores pueden vivir felices para siempre.
Wes Anderson y los perros que hablan Por décadas, las películas de perros que hablan se convirtieron en todo un género dentro de la comedia familiar. El chiste consta en ponerle ropa y anteojos al mejor amigo del hombre y no mucho más. Pero por suerte llegó Wes Anderson para tomar el género y transformarlo en una divertida rareza, de esas a las que nos tiene acostumbrados. Su segunda película de animación (la primera es El Fantástico Sr. Zorro) va a contramano de todo el cine de animación / familiar contemporáneo: filma en stop motion para un público adulto, no esquiva ningún tipo de crudeza en la representación, y tiñe de angustias existenciales a personajes inocentes que viven en un mundo hostil. Sólo que esta vez, ese mundo es una futurista Japón con atisbos imperiales. La cuestión empieza con un prólogo que cuenta la expulsión de todos los perros de la ciudad japonesa de Megasaki City por una gripe canina. El malvado Kobayashi, líder furioso de la ciudad y amante de los gatos, se excusa en la enfermedad para enviar a la isla de la basura a los perros. Pero su sobrino Atari, único heredero del hombre, quiere recuperar a su perro Spot y viaja al lugar para emprender su búsqueda. Ahí hace amistad con la pandilla de perros Alfa (quienes llevan la narración de la historia) y ayudan al pequeño humano. Wes Anderson logra adaptar la historia de animación y estilo del film, a su cine. No hay duda de que estamos frente a una película del director de Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna) (2012): siempre somos conscientes del artificio de la historia: se divide en capítulos, los falshbacks son anunciados con placas al comienzo y al final, y la puesta en escena está armada con todos los personajes mirando a cámara. Una marca distintiva de su cine. Los perros son mugrientos y feos y al mismo tiempo, seres especiales que sufren, como todos en el universo del director. La ciudad de Japón presenta su iconografía como sucedía con la India en Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007): un escenario exótico e incómodo para plantear temas universales de individuos cosmopolitas. Aparecen las costumbres de fidelidad del perro a su amo, las empresas de alimentos balanceados, y el amor tanto entre niño y mascota como entre perros. Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018) tal vez no consiga la gracia de otras películas de Wes Anderson, pero sigue la línea de un cine tan extraño como lleno de ternura y crueldad, como la visión de mundo que representa.
En busca de su mascota “Isla de Perros” es una comedia de aventuras, animada con la técnica stop motion, dirigida, escrita y producida por Wes Anderson. Las voces originales están puestas por actores estadounidenses tales como Bryan Cranston, Liev Schreiber, Edward Norton, Bob Balaban, Bill Murray, Jeff Goldblum, Greta Gerwig, Tilda Swinton y Scarlett Johansson. Además cuenta con las voces japonesas de Koyu Rankin, Kunichi Nomura, Akira Takayama y Akira Ito. La película abrió el Festival de Cine de Berlín, donde Wes Anderson ganó el Oso de Plata a la Mejor Dirección. Ambientada en un futuro cercano de Japón, la cinta se centra en Atari (Koyu Rankin), un niño de 12 años que tuvo un pasado trágico y ahora vive con su tío Kobayashi (Kunichi Nomur), alcalde de la ciudad de Megasaki. Debido a un virus que se esparce entre los perros, Kobayashi decreta que los canes deben ser exiliados a la Isla Basura. El primer animal que es mandado allí es Spots (Liev Schreiber), mascota de Atari. Al ser arrebatado su mejor amigo, el chico robará una avioneta y aterrizará dificultosamente en la isla con el objetivo de encontrarlo. Para eso contará con la ayuda de Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Duke (Jeff Goldblum) y Boss (Bill Murray), un grupo de perros alfa que se la rebusca como puede para sobrevivir. Siempre que aparece una producción animada que no fue hecha por computadora es para celebrar. Y más si es en stop motion, donde el movimiento del objeto estático se construye manipulándolo entre tomas, trabajo que requiere de una máxima atención por los detalles. Wes Anderson ya había realizado con esta técnica “Fantastic Mr. Fox” (2009), y como era de esperarse, con “Isla de Perros” vuelve a lucirse. Por empezar, cada imagen resulta una maravilla visual que da ganas de pausar para poder apreciar todos los objetos colocados a la perfección, sin dejar nada librado al azar. Imposible no pensar en la cantidad de tiempo que debe haber llevado construir cada escenario como personaje, con pequeñas particularidades que hacen a cada elemento único. En especial la locación de la isla, en donde la soledad se palpita en el aire mientras alguna que otra hoja de periódico vuela entre montañas de residuos. O el aspecto de los animales, algunos esqueléticos como otros en los que el pelaje llega a parecer súper real, tanto es así que hasta se pueden observar las pequeñas pulgas. Además de la cuidada composición en cada escena, lo que nos hace empatizar con los perros (como si fuera difícil hacerlo) son sus ojos, que producen las más acuosas lágrimas o que con una mirada fija ya nos hacen captar cuál es su cometido. La forma en la que se mueven también los hace diferenciarse entre sí. Sin dudas el animal con mejor desarrollo es Chief, un can callejero que se muestra fuerte y valiente ya que en el fondo tiene motivos para preferir la vida sin dueño. La cinta está dividida por capítulos con títulos, así como los flashbacks son notoriamente aclarados lo que puede sacarnos un poco de la trama que veníamos apreciando. La música, compuesta por el galardonado Alexandre Desplat, es toda una exquisitez, llena de profundidad y concordancia con la aventura de Atari. Desde el guión, “Isla de Perros” tiene variadas situaciones que, por cómo están planteadas, provocarán muchísima risa y ternura. No obstante lo más satisfactorio resulta la temática, ya que no sólo es la historia de un chico buscando a su perro sino que Anderson mete a la política de por medio, dejando un claro mensaje de cómo a veces los líderes ocultan información a su pueblo y son los ciudadanos los que deben hacerse escuchar. A pesar de que su trama sea sencilla, para ver “Isla de Perros”, sabiendo que es de Wes Anderson, hay que ir completamente despabilado para no perderse nada, por lo que no es recomendable llevar a chicos muy chiquitos. Si sos amante de los animales, definitivamente la vas a disfrutar.
LA REVOLUCIÓN SERÁ TELEVISADA Wes Anderson, perritos en stop motion y Japón. ¿Ya estás convencido de esta genialidad? El mundo se divide (¿?) entre aquellos que aman los “universos” creados por Wes Anderson y los que no. Para muchos, un realizador con un estilo único, para el resto, un hipster que se repite a sí mismo. Acá estamos del lado del bien, de la simetría, las cuidadas puestas en escena, las paletas de colores pasteles y las estrambóticas relaciones familiares. ¿Cómo no amar a cada uno de sus personajes y esas historias que, a pesar de parecer un tanto ficticias, logran conectar con los sentimientos más reales? Tras un hiato de cuatro años, y después de la premiadísima “El Gran Hotel Budapest” (The Grand Budapest Hotel, 2014), Anderson vuelve a juntarse con su amigazo Roman Coppola para darle forma a esta nueva aventura animada en stop-motion. La dupla de realizadores dejó escapar todo su amor por la cultura y el cine japonés en está particular visión distópica que mezcla aventura, humor, perritos y algunas reflexiones políticas. Estamos en Megasaki, una ficticia ciudad costera de Japón donde, a raíz de un brote de “gripe canina” que se convirtió en epidemia, todos los caninos fueron exiliados a una isla deshabitada que, además, funciona como basurero. Detrás de esta medida se encuentra el tiránico alcalde Kobayashi (Ken Watanabe), cuyo sobrino Atari decide tomar medidas extremas para rescatar a Spots (Liev Schreiber), su mejor amigo cuadrúpedo. En la isla, ahora apodada “Isla de Perros”, los bichitos hacen lo posible para sobrevivir, alejados del cariño de sus dueños y el confort de la vida doméstica. Chief (Bryan Cranston) –el callejero del grupo-, Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y King (Bob Balaban) forman una manada de perros alfa muy particular que se apoya y contiene en los peores momentos, evitando bajar los brazos patas ante la adversidad. Las cosas cambian cuando el pequeño Atari roba un aeroplano y se estrella en la isla. Claro que los canes no pueden entender una palabra de lo que dice, pero sí que anda buscando a uno de los suyos. Un tanto reticentes al principio -sobre todo Chief, un perrito bastante desconfiado-, el grupo decide ayudarlo y atravesar los peligros del vertedero (se dice que hay cuadrúpedos caníbales) para intentar encontrar al escurridizo Spots. Pero las acciones de Atari no pasan desapercibidas para el gobierno de su tío que manda a un equipo de rescate. Tampoco para la joven Tracy Walker (Greta Gerwig), estudiante de intercambio que, junto con sus compañeros, encabezan el “Pro Dog”, un movimiento en favor de los animalitos que sigue los avances en la búsqueda de un antídoto, y las aventuras de Atari, que no piensa abandonar la isla sin su peludo amigo. “Isla de Perros” (Isle of Dogs, 2018) nos ofrece todos esos elementos a los que nos tiene bien acostumbrados el realizador: una milimétrica atención a los detalles; una historia dramática y al mismo tiempo hilarante (no, no es para los más pequeñines, incluso tiene momentos un tanto violentos); personajes imperfectos, pero súper queribles, y un poquito (bastante) de emoción sin necesidad de caer en el golpe bajo. No podemos evitar enamorarnos de cada una de estas “marionetas”, más humanas y reflexivas que la mayoría de los protagonistas de otras películas live action. Acá, sumen el atractivo de la cultura japonesa –las tradiciones, el idioma, la música cortesía del oscarizado Alexandre Desplat-, que nunca pretende caer en estereotipos, ni apropiación (como se insinuó por ahí), más bien revelarse a través de la visión de Anderson. Este es un Japón distópico salido de su cabecita, con la influencia de Akira Kurosawa por sobre todas las cosas, y de los relatos de Hayao Miyazaki. Wes se rodea de sus actores fetiche (y suma otros nuevos), indispensables para definir no sólo la voz, sino la actitud de cada uno de sus protagonistas. Divide la acción entre lo que pasa en la isla (la odisea de Atari y el universo de los perritos) y lo que acontece en el continente, una narración plagada de conspiraciones, atentados y confrontaciones políticas. Ambas tramas van a terminar colisionando con unos cuantos giros sorpresivos, pero nunca se pierde de vista lo más importante: la relación de los humanos con los canes y aquellos que se oponen porque, entre otras cosas, son amantes de los gatos. Claro que “Isla de Perros” siempre indaga más profundo y entre las aventuras, las revoluciones y los escenarios post-apocalípticos nos habla de cosas más sencillas como la lealtad, la soledad, los lazos que forjamos a lo largo de nuestras vidas y los errores que, casi siempre, pueden ser subsanados. Anderson suele volver una y otra vez sobre estos temas a lo largo de su filmografía, pero acá parece jugársela un poco más desde un humor más negro y una historia más contundente. El mejor Wes Anderson, aunque se valga de “muñequitos” para explorar estas cuestiones. Derechito al top 10 de lo mejor del año (quien dijo que soy objetiva) porque una película es realmente buena cuando nos pasea por un montón de situaciones y emociones, y da en el clavo con cada una de ellas. Si no se te mueve un pelo con estos perritos, mejor que te hagas chequear ese alma.
Segundo largo de animación (el primero fue el no estrenado aquí Fantastic Mr. Fox) de Wes Anderson, esta fábula sobre el exilio canino en una remota isla y la relación de los animales con la infancia no solo es técnicamente bellísima (con su empleo tradicional del stop motion) sino que potencia el humor irónico y tierno a la vez propio del director. Un film de enorme originalidad y ternura sin caer ni en lo trivial ni en lo pueril. Es decir, una película inteligente.
El artista Wes Anderson, porque no hay otra definición que le quede mejor que esa para hablar de su trabajo, vuelve a reincidir en la animación con una propuesta que trasciende su impronta. En la historia de Atari y los perros aislados, Anderson nos habla de una realidad aplicable a cualquier ser vivo. Una distopía con reminiscencias de épica samurái que roza lo sublime por momentos.
Cuando lo humano camina en cuatro patas El realizador le da forma a un film que es a la vez una fábula, una comedia naïf y una reflexión sobre lo que significa ser humano. Como esos juegos de ingenio en el que dos clavos retorcidos sobre sí mismos sólo pueden ser separados a partir de un movimiento secreto, tan delicado como preciso, así es el cine de Wes Anderson. De apariencia simple pero de una complejidad difícil de asimilar, alcanza con descubrir los sencillos mecanismos que impulsan sus películas, escondidos a la vista de todos, para aceptar sus virtudes y ser cautivados para siempre. Se trata de mecanismos de orden estético que, sin embargo, tienen su sostén más firme en lo emotivo, en las redes sensibles que signan los vínculos del amplio espectro de sus personajes. Todo eso vuelve a ser parte de Isla de perros, su noveno trabajo y segundo realizado con la técnica de animación cuadro por cuadro, que es a la vez una fábula, una comedia naïf, un cuento infantil y una reflexión sobre lo que significa ser humano, pero a partir de una película de aventuras protagonizada por una jauría de perros abandonados y un nene de 12 años. Construida sobre un sentido del humor de pequeños gestos que va de lo delicadamente ácido a una ingenuidad sobreactuada (pero nunca forzada), y una inteligencia minimalista que no necesita de movimientos ampulosos para quedar en evidencia, Isla de perros transcurre en un Japón ligeramente futurista. Ahí, en la ciudad de Megasaki, todos los perros han sido desterrados a raíz de una epidemia que las autoridades temen pueda expandirse a los humanos. Claro que detrás de esta decisión en realidad hay una conspiración de origen ancestral, que incluye dinastías amantes de los gatos, guerras míticas y niños samurai, y que en el presente de la película involucra a la política, la ciencia y hasta la yakuza, la mafia japonesa. Abandonados en la misma isla a donde se envía la basura, un grupo de machos alfa sobrevive disputando con otras manadas los restos de comida que hallan entre los desperdicios, hasta que la accidentada aparición de un chico que llega para buscar a su mascota vuelve a contactarlos con el mundo que perdieron. Hay algo del orden de lo plástico y lo musical en la forma en que Anderson compone sus relatos e Isla de perros no es la excepción de la regla. En este caso el ya no tan joven director, nacido en 1969 en Houston, Texas (igual que Richard Linklater, cuyas películas no por casualidad exhiben una sensibilidad en muchos puntos análoga a la de Anderson), aprovecha las herramientas de distintas tradiciones artísticas del Japón para volver a construir un universo híper estilizado, pero que nunca se cierra sobre sí mismo. De modo que si por un lado la película le saca provecho a recursos como la percusión taiko, la poesía haiku, el teatro kabuki, la pintura tradicional nipona (o nihonga) e incluso al manga, el animé y el cine japonés, por el otro no deja de ser un relato de características reconociblemente occidentales. Un mash–up que, es cierto, también dialoga explícitamente con la hibridez de la cultura japonesa contemporánea. Como ocurre con Ready Player One, último trabajo de Steven Spielberg, Isla de perros incluye un juego de referencias que en lugar de concentrarse en la cultura pop de los años ‘80 se mueve sobre la cultura japonesa. Así es posible reconocer en la figura del alcalde Kobayashi los rasgos de Toshiro Mifune o en los nombres de ciertos personajes secundarios hallar homenajes a distintas personas o instituciones japonesas muy reconocibles en occidente, como Kitano (por el director Takeshi ídem) o Toho (por los famosos estudios de cine homónimos). O directamente Yoko Ono, que es como se llama una ayudante de laboratorio cuya voz interpreta, claro, la propia viuda de John Lennon. A diferencia de Spielberg, Anderson no convierte a este juego referencial en protagonista de su película, sino que apenas es uno más de los recursos que despliega con un gran sentido de la oportunidad. Pero esta compleja e ingeniosa estructura tiene su motor en ese rat pack canino que Anderson construye dentro de los límites inexpugnables de la isla, demostrando otra vez una solvencia notable en el manejo de las estructuras narrativas. A partir de un sencillo juego de inversión el director consigue que la parte humana del relato recaiga sobre ese grupo increíble de perros, haciendo que los hombres (o la sociedad humana) cargue con la parte más bestial. Sin ello, la compleja ingeniería estética de Isla de perros no sería más que una cáscara vacía.
Si bien la nueva película de Wes Anderson está prácticamente protagonizada por perros, que viven en un basural, el filme animado del director de Los excéntricos Tenenbaums habla del basural en el que vivimos hoy los humanos. No, no es Isla de perros una película de animación para chicos. O al menos no para los más pequeños. No tiene nada que ver con Coco, no está emparentada con Disney ni con Pixar. Como en El Fantástico Señor Fox, Anderson utiliza la animación para hablar de las relaciones humanas, a partir, sí, de las relaciones caninas. Hasta con un niño. ¿Es una película tragicómica? Sí. Como lo son la mayoría de su autoría. En un futuro no demasiado lejano, un niño japonés emprende un viaje hacia la isla del título. ¿El motivo? Desea rescatar a su perro, que ha sido enviado hasta allí, junto a otros que portan una enfermedad que los habría puesto salvajes. Allá los envió el Mayor Kabayashi. Mejor solución burocrática que relocalizarlos, no hay. Se sabe: cuanto más lejos se tenga lo que a uno lo molesta, mejor. Pero hay una resistencia, no canina sino humana. Los jóvenes creen que es un error confinar a los animales y, además, están seguros de que hay una cura para esa extraña enfermedad. Anderson apeló a un grupo de talentos de voces extraordinario (si encuentran una copia subtitulada, escucharán a Bryan Cranston, Edward Norton, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Bill Murray, Greta Gerwig, Tilda Swinton) para recrear esa comunión de personajes tan extraños como fascinantes. Es cierto: el estilo de Anderson es muy similar al que utiliza en sus largometrajes con actores (El gran hotel Budapest), con guiños en los diálogos y gags que no parecen serlo; aquí hasta los personajes perrunos hablan a cámara. Tiene un universo propio que quienes lo siguen, lo entienden. Pero no es que Isla de perros sea incomprensible. Sencillamente no está todo pre regurgitado, hay algunos momentos de particular violencia. Y hay unas vueltas de tuerca que se agradecen siempre, el tipo de género que sea la película. No es una película de gueto, pero ojalá sume adeptos a la causa Anderson. No se arrepentirán si quieren ver algo distinto, original y jugado.
El texano Wes Anderson es uno de los autores claves del cine contemporáneo. Isla de perros es una de sus grandes películas, una que no puede definirse como consagratoria porque Anderson es un cineasta consagrado desde hace dos décadas. Que haya mucho público que concurre al cine de manera regular que quizás no identifique su nombre y su cine habla más del estado alarmante de los vasos comunicantes del cine con el público contemporáneo que de la importancia del cine del director. Anderson, además, reafirma que está en un momento especial, en algo así como una segunda plenitud, iniciada con El Gran Hotel Budapest. Tanto en esa película de 2014 como en Isla de perros el director se sale con decisión del presente, o de ese mundo suyo un poco fuera del mundo pero, de alguna manera, con aires de contemporáneo. El Gran Hotel Budapest transcurría en la década del 30 del siglo XX, eIsla de perros en un futuro cercano, en una suerte -o desgracia- de distopía signada por un régimen populista y autoritario que decide enviar a todos los perros de Japón a una isla. El relato se centra en un chico, su perro y sobre un grupo de perros en esta nueva sociedad de canes aislados. De todos modos, como pasa con las grandes películas de los grandes autores, el tema y el argumento son las bases para desplegar una forma de entender el cine, un modo personal de transmitir una personalidad artística. Las películas de Wes Anderson son inconfundibles: sus nociones convencidas y convincentes -y muchas veces simétricas- sobre el plano, sus bandas sonoras sofisticadas, la melancolía infinita como mar de fondo, pero sabia y rítmicamente cortada por un humor sardónico -una paradoja andersoniana insoslayable-, el diseño como derecho humano (y perruno, en este caso) primordial y una serie de coordenadas que nos ofrecen un mundo propio que este cineasta único busca compartir con un público que debería ser cada vez más amplio. La noble y centenaria promesa del cine como arte sublime con posibilidades de ser popular -que no, claro, no es lo mismo que masivo- tiene en la Isla de perros de Wes Anderson un ejemplo ineludible. Y sí, esta es una película con múltiples referencias a la cultura japonesa y al cine japonés y está exquisitamente animada (la segunda en la carrera del director) en stop motion. Y, además, está también animada por el alma superior del cine perdurable.
Resistencia canina Un nuevo éxito rotundo se acerca y es traído ni más ni menos por el director estadounidense Wes Anderson. Con Isla de perros llega a las 10 películas dirigidas y cada una tiene un sello distintivo lo que las hace únicas. Si alguna vez vieron una película de él (sumamente recomendable), sabrán que la composición de cuadro es excelente. Formó su estilo propio, ubicando a los personajes u objetos de atención en el centro. Isla de perros es la segunda película de animación por stop motion creada por el autor (la anterior fue Fantastic Mr. Fox). El stop motion es una técnica sumamente difícil para darle movimiento a objetos estáticos. Y en este film está usado a la perfección, al punto de casi no alertarlo. La historia se narra en Japón, donde un alcalde dictador crea un plan de evacuación canina con la excusa de que contienen enfermedades mortales. Pero en realidad es un fanático de los gatos que busca la exterminación de los perros. Por esta razón decide ponerlos a todos en una isla donde solamente se usa para arrojar residuos. Para suerte de los animales, aparece un niño llamado Atari en rescate de su mascota. A partir de allí se generará un trato muy especial con los diferentes personajes que integran la isla, donde ponen como objetivo la salvación de la especie. Cuenta con un guion excelente que pasa de la carcajada constante a lágrimas de sentimentalismo y emoción. El desarrollo de los personajes está tan bien contado que se forma una conexión entre los protagonistas y el espectador, generando una empatía muy especial. Una comedia con tintes irónicos hilarantes y un mensaje importante sobre la protección animal. Es realmente valioso que detrás de los perros haya voces de actores tan reconocidos como Edward Norton, Bryan Cranston o Bill Murray. Está muy bien acompañado por la música compuesta por Alexandre Desplat. Párrafo aparte para la dirección de fotografía, que se asemeja a la perfección en cada plano, generando el ambiente necesario para la ocasión. El conocido centralismo de la imagen se hace presente, dejándonos deleitar con un largometraje de animación en stop motion difícil de superar.
¡Poder perruno! Estrenada recientemente en el último BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), ahora tiene su estreno comercial Isla de Perros (2018), la última película del ocurrente Wes Anderson. No es la primera vez que el director de El Gran Hotel Budapest (2014) y Los Excéntricos Tenenbaums (2001) incurre en la animación, recordemos que ya lo había hecho antes con Fantastic Mr. Fox (2009). En ambos casos los protagonistas son del reino animal y el vínculo entre animales y humanos es muy importante, representando a estos últimos como una amenaza para las criaturas peludas. Isla de Perros comienza con un tríptico que imita en un inicio el arcaico arte oriental y luego antiguos grabados japoneses de artistas como Hiroshige y Hokusai, cuya estética es citada y está presente durante todo el relato. La sucesión de imágenes es acompañada por una emocionante música de percusión que remite a rituales: dicha mixtura abre el relato de forma excitante, con cierta apoteosis que nos reenvía a los inicios del cine. La historia cuenta que en un futuro no muy lejano en Japón, el orden político de aquel entonces convenció a la gente de que había una epidemia en los perros que era incontrolable. Por esa razón deciden enviar a los canes a la “Isla de la Basura”, como si estos fuesen material de desecho. En esta isla desértica habitan una pandilla de perros rebeldes compuesta por Rex, King, Boss, Duke y Chief (su líder), todas las voces son interpretadas por reconocidos actores que dotan de gran carácter a sus personajes, como Bryan Cranston y Edward Norton, entre muchos otros. Aunque este relato pueda parecer inocente, esconde una clara metáfora acerca de la opresión de las minorías por parte de los órdenes dictatoriales, y la segregación de los aparentemente más “débiles”, puesto que puede trazarse un claro paralelismo entre la “Isla de la Basura” y un campo de concentración o una villa marginal. Además, como en la mayoría de las tiranías, los medios de comunicación o mecanismos de propaganda política tienen un rol fundamental. Un dato pintoresco es que el sirviente del gobernante está caracterizado como las criaturas temibles del cine de terror clásico, así una vez más el director nos recuerda que es un cinéfilo conocedor. Por otro lado, un niño rebelde, no azarosamente llamado Atari (al igual que la popular consola de video juego, la cual era de una empresa independiente y cuyo significado en japonés remite a “que una ficha o un grupo de fichas está en peligro de ser capturadas por un oponente”), quiere recuperar a su perro, que ha sido expulsado a dicha isla hace tiempo. Entonces, el joven emprenderá una odisea llena de aventuras acompañado de esta pandilla de simpáticos caninos. Hay varios estilemas de Wes Anderson que vuelven a aparecer en esta última creación: no es la primera vez que divide estructuralmente el relato en varias partes con sus respectivos subtítulos. Además, aparece otro rasgo que es evidenciar el artificio del discurso, es decir, es metadiscursivo y va guiando al espectador con el fin de producir comicidad, pues aquí aparece la característica más fuerte de este director, su peculiar sentido del humor que es inocente pero efectivo al mismo tiempo. En Isla de Perros, al igual que en la mayoría de sus películas, hay un narrador extradiegético que le da un carácter “infantil” como si se tratase de un cuento. Además, al igual que en Moonrise Kingdom (2012), está la presencia de un intenso amor infantil entre Atari y una estudiante de intercambio, Tracy, quien no casualmente será la líder de la anarquía. Es interesante profundizar en este aspecto de que quien lleva a cabo la rebelión es un extranjero, como si trajera los ideales revolucionarios de otro sitio. En este viaje de autoconocimiento para el pequeño Atari, hay una reflexión sobre quiénes somos y qué queremos ser, en este caso acompañados de “el mejor amigo del hombre”, el perro, cuya tradición en el film es contada a través de la historia del arte. En conclusión, Isla de Perros es un hermoso relato tanto a nivel formal como narrativo, que resulta entretenido pero inteligente a pesar de su poética naif y que sin dudas dejará satisfecho al espectador y sobre todo a los admiradores del trabajo del original Wes Anderson, y también a los amantes de las mascotas.
Hace veinte años, el primer BAFICI nos regalaba “RUSHMORE – Tres son multitud”, el primer título de Wes Anderson que se asomaba en la Argentina, haciéndonos conocer a un director que se convertiría en un obligado referente del cine americano contemporáneo. Y a lo largo de sus diferentes obras, no dejaría indiferente ni a sus adeptos y fanáticos rabiosos, ni a sus detractores (si, parece increíble, pero los hay). Nos cautivó con su cine intenso, creativo, con personajes que se imponen con su estilo propio: nos presentó a “Los excéntricos Tenenbaums”, nos sumergimos en su “Vida Acuática”, imposible no recordar esa hermosa historia de amor adolescente de “Moonrise Kingdom” y se consagró definitivamente para la crítica internacional y el gran público con su última creación ganadora de 4 Oscar, “El Gran Hotel Budapest”. Con el estreno de “ISLA DE PERROS”, Anderson vuelve a la técnica que ya había utilizado en el “El Fantástico Señor Fox” (con la que también comparte a su director de fotografía Tristan Oliver): el complejo, artesanal y meticuloso arte del stop motion, convocando en esta ocasión a un equipo que incluyó 27 animadores y 10 asistentes que jugarían con casi 250 decorados y más de 1000 muñecos para una fábula visualmente fascinante y llena de detalles sumamente cuidados. Pero no nos confundamos. ISLA DE PERROS no es una película de animación en el sentido más estricto y acotado de la palabra, sino todo lo contrario. El stop motion es la técnica de la que se sirve Anderson para poder crear su universo futurista y distópico en una ciudad ficticia de Japón dentro de veinte años. Y nos zambulle en la historia con una escena de apertura deslumbrante y exquisita en donde nos cuenta la historia de Kobayashi, el alcalde de esa ciudad de Megasaki que frente a una epidemia de gripe canina, decide exiliar a todos los perros en la Isla Basura, despojándolos de su identidad como mascotas y expulsándolos a vivir entre los escombros y los desechos. Quien tomará el mando de este grupo de perros será Chief quien reorganizará un nuevo orden dentro del destierro hasta que llegue Atari, un niño de 12 años, justamente sobrino del alcalde, que emprenda su viaje personal al encuentro de su fiel amigo Spots, su perro guardián. El sentido del humor irreverente, la crítica social siempre presente y las personalidades que cada uno de los perros ponen de manifiesto permite a Anderson tejer, por debajo del clima de fábula que sobrevuela toda la película, una mirada aguda y certera sobre la política, el poder, el exilio y el volver a empezar. La trama gira en varias direcciones y junto con la historia central del universo canino en esta Isla, tendremos la de los científicos que buscan la cura de esta epidemia y la de la creación de un movimiento a favor de los perros (ProDog) comandado por una niña, la particular Tracy Walker. Cada uno de los perros protagonistas impondrá su personalidad y aún moviéndose dentro de ciertos estereotipos muy marcados, Wes Anderson instala su poesía y su creatividad al servicio de la historia, para que la película pueda disfrutarse de principio a fin, deslumbrando no solamente con una técnica perfecta, sino con un desarrollo de personajes que generan varias lecturas. Y más allá del cuento que Anderson pretende contar, abre múltiples lecturas y alegorías y es justamente esto, lo que más enriquece y hace una pequeña gema es esta “ISLA DE PERROS”. Desde el amor del niño por su mascota, el viaje iniciático que emprende para su rescate, la alegoría del poder y los imperios, lo caprichoso de algunas decisiones y los movimientos que pueden generarse a favor de la libertad y la pluralidad. Pero queda por señalar una de los puntos más atractivos de la propuesta: para dar vida a todos estos personajes, el gran Wes se ha rodeado de un elenco multi- estelar contando con las voces de Bryan Cranston (“Breaking Bad”) para Chief y Edward Norton, Bill Murray y Jeff Goldblum como los compañeros en la manada. Scarlett Johansson como la sensual perrita Nutmeg, Greta Gerwig como Tracy -la niña revolucionaria-, Tilda Swinton y Frances Mc Dormand en la piel de una intérprete imperial, conforman el escuadrón femenino del elenco. Pero hay mucho más: participan también Anjelica Houston, Harvey Keitel, Yoko Ono, Fisher Stevens y Liev Schreiber en pequeñas apariciones. Aún cuando el inicio a todo ritmo y con una artillería visual completamente deslumbrante, hace que luego sea difícil mantener el mismo encantamiento a lo largo de todo el film, “ISLA DE PERROS” es una fiesta cinéfila, esas películas que cada tanto nos hacen recordar la magia absoluta del cine y que demuestran que Wes Anderson sabe encontrar encanto y lirismo, aún en una isla llena de basura. Allí también hay poesía.
Primera aclaración: a los chicos, este dibujo animado en stop motion puede parecerles más raro que bueno. A los mayores también. Eso es típico de Wes Anderson, el autor de "Los excéntricos Tenembaum", "Vida acuática", y las más atractivas "Viaje a Darjeeling", "El Gran Hotel Budapest" y "El fantástico señor Zorro", dibujo basado en texto de Roald Dahl, que aquí no tuvo estreno comercial. Lo que ahora vemos se basa en textos propios, con ayuda de Kunichi Nomura y amigos, dirección de animación de Mark Waring, singular ingenio, y, por supuesto, perros. Veamos. Frente a un peligroso virus transmitido por los animales, y atento a la campaña electoral, el mandamás de una ciudad japonesa "salva" a la gente enviando a los mejores amigos del hombre a una isla que sirve de basurero. Hasta allí va un niño, para rescatar a su mascota. Mientras, un científico que encuentra el antivirus resulta envenenado, y una estudiante norteamericana de intercambio actúa como la conciencia cívica de la sociedad japonesa y lidera la reacción contra el malo de la película, que, sin embargo, también puede tener un gesto que lo honra (cuando se ve descubierto). Hay partes memorables, un sentido paródico que neutraliza toda posibilidad sentimental, y una frase irónica aplicable a muchas otras historias de trasfondo político: "El abuso de poder y corrupción se redujeron a niveles aceptables".
La última obra de Wes Anderson nos recuerda porque el perro es el mejor amigo del hombre. Durante los últimos años vimos una hilera de películas protagonizadas por niños en el mundo del stop motion asombran al mundo animado. Entre ellos, apreciamos los casos de “La vida de Calabacín” de Claude Barras, “El principito” de Mark Osborne y de “Kubo y la búsqueda del samurái” de Steve Knights. Wes Anderson no se queda afuera de esta lista y deposita al pequeño protagonista en una aventura canina en un Japón futurista. La trama comienza con la expulsión de los perros a una brasero en forma de isla por parte del gobernador de Megasaki City para que la enfermedad que esparcen no afecte a los habitantes de la ciudad. El exilio de los perrunos les exige una nueva forma de vida y una dualidad entre lo que deben hacer con sus vida desde adelante y sí su lealtad por sus amos debe mantenerse intacta. Con pequeño un guiño a “The plague dogs” de Martin Rosen en los perros fugitivos que se resguardan en la isla para escapar de los crueles experimentos que fueron sometidos. En otra medida destacable (y que está siendo muy oculto en el cine animado últimamente) es de la presencia del villano como enemigo temible desde la exposición. Los pilares de esta aislada sociedad son la diversidad, tamaños y personalidades que son manejados con astucia por Anderson colocando a cada uno de los personajes a merced de su cine, de su firma. A diferencia de Fantastic Mr. Fox (2009), su primer película animada, no contuvo el apoyo de su colega Noah Baumbach (Madagascar 3) en el guión ni es una adaptación de un cuento clásico; “Isle of dogs” es el puntapié para hablar del mundo actual, tal como se ven. Un Anderson más maduro y energúmeno de la política actual, aquel que pudimos apreciar hace poco en “El gran hotel de Budapest”. Cuando los ladridos son mucho más que las palabras. Asimismo, todo este mundo es una excusa del director para entrar y homenajear el cine de Hayao Miyazaki y de Akira Kurosawa que dentro de tanto festín oriental, el resultado terminando siendo un mix entre lo occidental y lo oriental, o mejor dicho, la postura de un consumo y admiración de Japón por la cultura anglosajona. Desde el principio del film se nos aclara que trama se desarrollará en con algunos traductores ocurrentes. ¿Una interpretación sobre otra sobre otra? Aquellas palabras no pierden fuerza ni desencanto por este juego del lenguaje que, además de ser el gran elemento con el que juego el guión, es su principal arma para hablar de los otros, de las incomprensiones, del resultado de interactuar con alguien de diferente lengua, tanto para bien como para mal. Sin recurrir en algún momento a los forzados subtítulos por debajo de los locutores, la compresión total pasa por las imágenes sobre la traducción. Los muñecos de los perros humanizados cobran fuerza y notoriedad en la cámara a medida que imagen y sonido se unen a la historia. La animación, que va de pequeños movimientos de los pelos de los personajes hasta toda una escena cruda y salvaje de la realización de un sushi, termina siendo no solo la elección necesario para el relato sino un interminable viaje para el gusto ocular donde la realización técnica destaca por momentos sobre la historia. Es por eso que, en el sentido humorístico, el largometraje se deja llevar por el sello del realizador con chistes sencillos pero efectivas donde lo visual es aprovechado de forma rápida y elocuente por una enorme cantidad de gags ingeniosos. Mordidas, perros robots, tambores, colegiales y un sin fin del folklore asiático que hipnotizan durantes los 100 minutos que dura “Isle of dogs” donde luego tendrá lugar las consecuencias de ese trance con preguntas que nos encierra y marcan de forma personal al final del recorrido.
Tras Fantástico Mr. Fox, su primera y acertada incursión en la animación stop-motion, Wes Anderson vuelve a imprimir su sello de calidad y originalidad sorprendiendo con una encantadora y divertida maravilla visual y narrativa, que le ha llevado a conquistar, entre otros premios, el Oso de Plata en la Berlinale. Una historia cautivadora impregnada de un lúdico sentido de la aventura, fantasía, el particular sentido del humor de Anderson e ingeniosos diálogos con una importante bajada de línea política y social, que se combina con un diseño de los personajes brillante y una estética inequívocamente nipona con imaginativos fondos y mezcla de estilos, repleta de detalles hermosos y enfocada a subrayar la perplejidad animal. Ambientada en Japón en futuro distópico, donde antiguamente los perros dominaban el mundo y en la actualidad los humanos, la saturación canina ha alcanzado nuevamente proporciones enormes y aprovechando un brote de gripe canina que se propaga los perros enfermos son enviados al exilio a la Isla de la Basura por Kobayashi el tirano alcalde de la ciudad. Pero su sobrino Atari parte para rescatar a su perro Spots y se une a los otros caninos de la isla para conseguir que los animales puedan volver a la ciudad, convirtiéndose en todo un símbolo de la rebelión. Anderson invoca el cine de Akira Kurosawa, Hayao Miyazaki y otros referentes fílmicos, musicales y visuales japoneses para componer una fabula en el que el uso de la lengua -los personajes humanos hablan en su idioma nativo y algunos de los diálogos no estén ni doblados ni subtitulados intencionalmente, mientras que los perros hablan en inglés- es tan significativo como la gestualidad de sus personajes. Cabe aclarar que el juego de traducciones sólo tiene sentido en versión original subtitulada. La técnica de stop motion sumada a la arriesgada y maravillosa propuesta estética junto a la banda sonora de Alexandre Desplat -ganador del Oscar por La forma del agua-, deleitan los sentidos con cada plano, donde el detalle o un simple movimiento de hocico o ceja cuenta, y con un reparto de estrellas cuyas voces -Scarlett Johansson, Jeff Goldblum, Edward Norton, Greta Gerwig, Harvey Keitel, Bill Murray y Frances McDormand- logran transmitir la naturaleza humana con gran elocuencia, dotando a cada uno de los perros con una personalidad distinguible destacándose Bryan Cranston como la voz del perro callejero Chief. Anderson atraviesa sus entrañables personajes con una mirada tierna y triste a la vez, ingenua pero sarcástica, que denotan la desolación y el vacío pero que aprovechan la aventura para renacer. Si en Fantástico Mr. Fox, confeccionaba una fábula precisa sobre el bien y el mal, en Isla de Perros entrelaza sus tópicos habituales, como los niños prodigio, el salto de la infancia a la edad adulta y el desamparo, con una fabula que busca reflexionar social y políticamente sobre los refugiados, los abusos del absolutismo, la xenofobia y la necesidad de revalorar la solidaridad y la democracia. Isla de Perros no es una película infantil en absoluto, sino una película animada que cautiva, sorprende y emociona, que se disfruta como un niño al que le cuentan una fabula que siempre recordara.
Wes Anderson y su película animada con la técnica del stop-motion nos brinda un disfrute sin igual. Escrita sobre una idea del director y de Kunici Nomura, con Román Coppola, Jason Scwarztman, concebida como un homenaje a Akira Kurosawa ( en especial a su film “Dodes Ka-den”) y a su forma de trabajo. En una ciudad japonesa un virus que llega por culpa de los perros hace que la autoridad decida, en una supuesta democracia que apenas disfraza el autoritarismo, que todas las mascotas sean deportadas a una isla donde solo se acumula la basura. Por un lado esta el despertar de esos perritos acostumbrados a las comodidades y a un amo proveedor que deben reinventarse para sobrevivir. En una nueva sociedad. Por el otro la mirada critica al poder que descubre corrupción y una peste inventada en un laboratorio. Al mismo tiempo una revuelta estudiantil reivindica la verdad y la necesidad de rescatar a un chico que viajo a la isla prohibida, sobrino del dictador, para encontrar a su amada mascota y reivindicar a la raza. Irónica, inteligente y conmovedora es la mirada del director, con un trabajo minucioso en los detalles, con la convocatoria de grandes actores para las voces (véala con subtítulos) que van desde Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Frances McDormand, y siguen los nombres. No tiene nada que ver con el típico producto para chicos, ni con las convenciones simplonas referidas al “mejor amigo del hombre”. Si se entrelaza con la sátira, las preocupaciones ecológicas, la búsqueda de la verdad con héroes de cuatro patas. No se la pierda.
Este film tiene todo el talento y la estética del gran cineasta Wes Anderson “El gran hotel Budapest” y “Un reino bajo la luna”, entre otras. Vale aclarar que esta historia es para mayores de 13 años. Muestra una civilización dividida: una parte era amante de los gatos y la otra amaba a los perros. Los que logran triunfar son los perros y son los dominantes, por un tiempo los gatos quedan excluidos. Pero un día el alcalde Kobayashi (Ken Watanabe) al que no le gustan los perros, a quienes acusa de contagiar enfermedades, los deporta y estos se instalan en un lugar denominado “isla de perros”. Todos los humanos deciden que es lo correcto y dejan a sus perritos en ese lugar. Comienza una gran aventura cuando un niño japonés Atari Kobayashi (Koyu Rankin) de unos 12 años, dice que hay una cura y decide ir a buscar a su perrito Spots, cuando llega al lugar se encuentra con cinco perros que lo ayudarán a buscarlo. Cuando se entera de esto el Alcalde intentará convencer a la población que esta especie no es confiable. Es una historia amena, maravillosa, tierna, simpática, esos perritos te dan ganas de mimarlos, hay de todo tipo y raza, estos hablan frente a cámara, hay varios guiños en los diálogos y gags, algunos momentos violentos y situaciones que te tocan el corazón cuando hablan sobre los perros callejeros. Para deleitarse con la animación en stop-motion, visual y técnicamente deslumbrante, impecable, llena de mensajes, con situaciones que pasan en la sociedad, la corrupción, la desigualdad, el diferente y varias metáforas, para reflexionar. Cuenta con alguna vuelta de tuerca, muy buena la paleta de colores, fotografía, banda sonora de Alexander Desplat y contiene algunas referencias de Kurosawa. Gracias por este maravilloso film que nos insta a que tengamos valores como seres humanos. En la versión original podemos escuchar las voces de: Bryan Cranston (voz de Chief), Edward Norton (voz de Rex), Bill Murray (voz de Boss), Jeff Goldblum (voz de Duke), Bob Balaban (voz de King), Liev Schreiber (voz de Spots), F. Murray Abraham (voz de Júpiter), Scarlett Johansson (voz de Nutmeg) y Greta Gerwig (voz de Tracy Walker).
Regresa Wes Anderson al cine de animación stop motion ahora con una historia situada en Japón que tiene como protagonistas a los perros. Una carta de amor al mejor amigo del hombre y a la cultura japonesa. El stop motion le sienta bien a un director perfeccionista y obsesivo del detalle estético como lo es Wes Anderson. No por nada el nombre del director ya parece ser un estilo en sí, con su determinada paleta de colores y simetrías perfectas. Escrita esta vez junto a dos frecuentes colaboradores, Roman Coppola y Jason Schwartzman, y a Kunichi Nomura (quien además da voz al malvado alcalde), Isla de perros es la manera que encontró el director de homenajear a la cultura de Japón. Estamos situados en una especie de futuro distópico en Japón, en una ciudad que se encuentra regida por el alcalde Kobayashi (Nomura), quien tras una epidemia de gripe perruna decreta mandar a todos los perros a la Isla de la Basura. Tras una eterna lucha entre perros y gatos, son estos últimos los que parecen haber ganado y los canes ahora sobreviven como pueden en esa isla, peleándose a mordidas por un poco de comida podrida, recordando tiempos mejores y hasta con alguna oportunidad para el flirteo de vez en cuando. Es acá donde Anderson despliega su galería más interesante de personajes: diferentes perros que provienen de diferentes entornos y cada uno con una personalidad muy definida. Entre ellos se generan las escenas más divertidas e ingeniosas, con voces de actores como Bryan Cranston, Edward Norton, Jeff Goldblum, Bill Murray, Liev Schreiber y Scarlett Johansson entre otros que van entrando y saliendo de escena. Pero la trama se pone en movimiento gracias a Atari (Koyu Rankin), un niño de doce años que llega en avión en busca de su querido perro Spots. Atari es huérfano y tras la muerte de sus padres quedó a cargo de su tío, ni más ni menos que el alcalde Kobayashi. Ahora, emprende la búsqueda de su perro en la Isla junto a una jauría de perros abandonados que serán sus cómplices. Sin embargo no toda la película gira en torno a los perros y la Isla de la Basura. En la ficticia ciudad de Megasaki también hay un grupo de jóvenes que quieren de nuevo a sus perros y a quienes les parece una crueldad deshacerse así como así de estos seres que son parte de la familia. Y una de las voces más fuertes y poderosas es la de Tracy Walker (Greta Gerwig), una estudiante de intercambio que también perdió a su perra y que lidera manifestaciones y protestas para poder recuperarla y para que ningún otro perro pase por eso. Ella no teme alzar la voz ante la solución final que planea el alcalde con aquellos perros. Así, los dos mundos se verán relacionados, los perros y los humanos, la isla y la ciudad. Aunque no puedan entenderse con palabras con Atari, estos personajes perrunos están dotados de mucho carácter y son con los que se genera empatía con una mayor facilidad y rapidez. Pero algo a destacar es que tanto personajes humanos como animales logran ser muy expresivos, hay un trabajo notable detrás de estos muñecos. Como acostumbra desde Los excéntricos Tenenbaums, la película cuenta con un elenco multiestelar: además de varios actores (entre colaboradores y nuevas incorporaciones) participa especialmente Yoko Ono, quien brinda su voz a un personaje que lleva su mismo nombre y sus iniciales en cada una de sus trenzas. Wes Anderson se permite homenajear a Japón también a través del retrato de sus tradiciones. La comida, el teatro de marionetas, el arte pictórico, los haikus (de los mejores pequeños momentos de la película). La banda sonora (de Alexandre Desplat, quien también hizo la de su anterior película El gran hotel Budapest) incluso toma prestado de películas de Akira Kurosawa. Isla de perros está plagada (como todas las películas del director) de influencias cinéfilas. Así como antes sus principales fuentes de inspiración eran mayormente provenientes de Francia, ahora son japonesas. A la larga es el cine que ama el que lo inspira. Teniendo en cuenta que estamos ante una película animada, es cierto que Isla de perros está concebida para toda la familia. No obstante para el público más pequeño resultará bastante compleja ya que hay muchas tramas e ideas expuestas detrás de la línea argumental de un niño en busca de su perro.
Isla de Perros marca el regreso de Wes Anderson (Rushmore, Los Excéntricos Tenembaum) a la animación, tras su auspicioso debut con El Fantástico Sr. Zorro (The Fantastic Mr. Fox), y la misma técnica: un stop motion extremadamente cuidado (su fluidez realmente asombra) y estilizado, pero jamás caprichoso. Sin embargo, no es esa la novedad aquí, sino el hecho de que el film rápidamente se constituye como una de las películas más sensibles de su carrera, lo cual de por sí, cualquiera que conozca la misma sabrá que es mucho. La aventura en Isla de Perros comienza cuando, en un Japón de un futuro distópico, un gobernante que pronto se alza como Dictador, erradica a todos los canes del territorio nipón, enviándolos a la isla del título, que es ni más ni menos que un juntadero de basura abandonado. Como es de esperarse una resistencia ante tal hecho, el plan incluye un lavado de cerebro a la sociedad que, manipulada, ve en dichas mascotas una amenaza a su salud pública. Amenaza que, lógicamente, no es tal, pero sirve de pretexto para elaborar un plan maestro de dominación política. Así, el mejor amigo del hombre queda relegado al status de plaga, y debe vérselas ante la adversidad de un territorio desconocido, solitario y sin amos. Esto último, por más que no quiebra el espíritu de los fieles compañeros, los termina volviendo más fuertes. Pero si bien la historia oficialmente arranca cuando un pequeño piloto de doce años llega en un maltrecho avión a la isla, los verdaderos protagonistas son los perros, y tanto es así que se nos aclara que sus ladridos serán traducidos a nuestro idioma, pero no así las palabras en japonés o cualquier otro lenguaje humano. Escuchamos en las voces a Bill Murray, Edward Norton, Bryan Cranston, Jeff Goldblum, Scarlett Johansson y Greta Gerwig, pero siempre lo hacemos detrás de sus simpáticos alter egos peludos. Isla de Perros se estrenó en una turbulencia de ideas políticamente correctas, y cayó presa de una acusación por momentos infundadas (uno de los personajes que “despierta” a la población adormecida es norteamericano) pero mayormente ridícula. Se dijo que el film de Anderson no respeta a la cultura asiática, como otro claro ejemplo de white-washing de Hollywood. Sin embargo, están ahí los hechos para contradecirlo: el protagonista humano, Atari, es encarnado por Koyu Rankin, un joven actor de origen japonés, a la vez que el reparto incluye múltiples talentos del País del Sol Naciente. La mayor parte de los diálogos, como se dijo antes, ni siquiera están doblados o subtitulados, como muestra de respeto a aquella cultura, y no como parodia, y forma parte de la idea de Anderson de que las diferencias idiomáticas aquí no importan. Múltiples situaciones cómicas suceden con referencia a la “interpretación” y diferencia entre lenguajes, cuando al final el único que importa es el del respeto y cariño que sienten unos seres a los otros.
“Isla de Perros”: una película dog friendly, con un amigable mensaje político hacia los descastados en tiempos de inmigraciones, que homenajea la cultura japonesa, realizada mediante animación stop motion, dirigida por Wes Anderson. Esta objetiva enumeración de características podría significar, desde ya, la cumbre del hipsterismo, esa vertiente joven y canchera (ya en retroceso) que se queda en las superficies bonitas y en las poses antes de explorar verdaderas bellezas y rebeldías. Pero Anderson vuelve a demostrar que es mucho más que lo que dicen que es, mucho más que un virtuoso cineasta intelectual con aires afectados, con una obsesión por los planos armónicos y las paletas de colores pastel, con una estética que desborda el cine y se convierte en diseño y, por lo tanto, en un artefacto prediseñado, frío. Es una sensación recurrente al visitar, sin prejuicios, el cine de cineasta tejano: no son pocos los que esperan personajes afectados y un culebrón “emo” que añora tiempos aristocráticos, y colisionan con un cine exquisitamente artesanal, rico en matices, personajes de dolorosa autoconciencia y una nostalgia que lejos de la pose chic es por momentos el anhelo descorazonante por una armonía, una belleza, perdida en el mundo hiper moderno. Una sensación que creció particularmente con “Budapest”, que volvió sus preocupaciones particularmente políticas, ampliando su cine desde conflictos aparentemente interiores a problemáticas globales: esta tendencia se profundiza en “Isla de Perros”, un alegato por la inclusión que es también, en días de avasallante hipermodernidad, una oda a tiempos artesanales (los del mítico Japón, los de la animación que podías tocar). Tiempos donde la basura no formaba islas. Tiempos probablemente míticos. Pero, además y sobre todo, “Isla de Perros” es una aventura clásica, preciosa (nunca preciosista), melancólica y burbujeante.
Wes Anderson es uno de los directores más originales de las últimas décadas. Con películas como “Los excéntricos Tenenbaum”, “Vida acuática”, y “Moonrise Kingdom”, Anderson construyó un universo cinematográfico propio, un mundo marcado por la melancolía, el humor ácido y una estética tan pintoresca como atemporal. Su última película, “Isla de perros”, podría considerarse una rareza dentro de su carrera, aunque al mismo tiempo es inconfundiblemente “andersoniana”. Retomando la técnica de stop motion (cuadro por cuadro) que ya utilizó en “El fantástico Mr. Fox”, el texano concibió esta película animada para adultos como una fábula de gran belleza visual, algo intrincada y hasta hermética. Para muestra basta la historia: en un futuro cercano, en la ciudad de Megasaki, en Japón, el autoritario alcalde Kobayashi decreta que todos los perros deben ser enviados a una isla (que es utilizada como basurero) bajo el pretexto de que los canes están infectados con una gripe muy peligrosa. Los perros exiliados de Anderson hablan en inglés, en un tono seco y monocorde, y dicen chistes ácidos pero sutiles. A esa isla tan particular llega un chico de 12 años que busca a su querido perro, y en la trama se irán sumando científicos asesinados, gobernantes corruptos y adolescentes rebeldes. Por momentos la narración se pierde en zonas confusas, y la estética de libro de cuento tan propia del director, combinada con elementos de la cultura japonesa, se vuelve un tanto densa. Pero Anderson sabe bien de qué quiere hablar (la amistad, la lealtad, los marginados y el poder) y lo hace a través de pequeños detalles, con una libertad creativa envidiable que lo separa de las estructuras rígidas del cine actual.
Si algo aprendimos de Wes Anderson es que la maravilla se siente más cómoda y respira mejor en un envase pequeño y simétrico que en cualquier otro escenario posible. Su mundo ideal sería una casa de muñecas o la maqueta de un teatro que se moviera al ritmo de ese arte de la paciencia que es la animación mediante la técnica del stop motion (imágenes fijas sucesivas). Cada más estilizado y cada vez más detallista, el director de El gran Hotel Budapest ha transformado a sus creaciones en uno de los últimos refugios del sueño y la melancolía en el cine del siglo 21. En el caso de Isla de perros, que acaba de estrenarse en la Argentina, habría que inventar una nueva calificación: no apta para sensibilidades mayores de 16 años (y no sólo porque se trata de un largometraje de animación). Hay un público, una comunidad imaginaria, a la que sin dudas se dirige esta película, aunque no es al niño interior que supuestamente todos llevamos dentro, sino al niño anacrónico, al niño desubicado, al niño que nunca fuimos pero que pudimos ser con un poco más de lógica y de tenacidad. El argumento se resume en una línea: las peripecias de un chico que busca a su perro en un isla colmada de basura. El escenario es un Japón futuro y alternativo donde impera un régimen que decidió expulsar a todos los perros del territorio y recluirlos en esa isla debido a una epidemia de gripe que puede afectar a la población. Si bien la intriga política (o la teoría de la conspiración, como la llaman los propios protagonista) ocupa buena parte de la historia, no deja de ser un elemento funcional a la trama, que no tiene peso por sí mismo, aun cuando los gestos y las acciones de dictador remitan a ciertos líderes populistas actuales. Esa distopía fantástica es la excusa perfecta para mostrar un mundo en el que los perros son los protagonistas casi exclusivos y retratarlos con tanta empatía, gracia y ternura que resulta imposible no llegar a la conclusión de que son más dignos que cualquier ser humano de tener un alma. Pero lo más fascinante de la película es la infinita sensibilidad plástica concentrada en cada imagen, verdaderas miniaturas que remiten a viñetas de cómics, a carteles de propagada, a pinturas naifs, a láminas japonesas y a decenas de otras tradiciones visuales de Oriente y Occidente. Todo eso unido por constantes peripecias en las que imperan el sentido del movimiento y los vehículos que lo hacen posible: aviones, funiculares, barcos, trenes (máquinas que pertenecen más al ámbito de las ensoñaciones que al de la mecánica). Las conocidas pasiones y manías del director norteamericano alcanzan aquí un punto de máxima condensación y a la vez se despliegan en un abanico de imágenes inolvidables que hacen de Isla de perros una experiencia única.
En 1999 Wes Anderson participó con su ópera prima Rushmore (Tres son multitud) en el primer BAFICI, el que abrió la hoja de estos 20 años de festival internacional de cine independiente. Este año, dos décadas después, el filme de clausura del evento fue Isle of dogs, obra que da cuenta de la creciente y magistral carrera de Wes, que pasó de ser un joven posmoderno algo irreverente y cinéfilo a este autor de cine en letras grandes. Su cinematografía es absolutamente personal y radicalmente contemporánea, aún con mayores presupuestos, grandes equipos y diversos modos narrativos la idea de director- autor no se opaca en ninguna de sus obras y en ninguno de sus fotogramas. Después de acercarnos a una primera incursión en la narrativa animada con su conocida película en stop motion El fantástico señor Fox (2009) Anderson ahora triplica la apuesta creando una estética Andersoniana pura pero en el mundo de lo animado. Es así que crea un universo distópico en una ciudad de una Japón futura, Megasaki city, actualmente contaminada por una epidemia canina. Su líder, el mayor Kabayashi, es un fascista de primera línea que decide exiliar a todos los perros infectados a una isla (la isla de la basura). Así convierte a estos míticos “mejores amigos del hombre” en una suerte de seres marginales, peligrosos y temidos por la masa popular que sigue a este siniestro líder totalitario en sus perversas decisiones. Elegir a la figura del perro como el mal amenazante en cuestión es de una ironía superlativa y de un subtexto impagable. Si la sociedad puede ver aquello que siempre ha connotado como tierno y protector, en algo que debe ser excluido de la vida de los hombres, es porque todos los elegidos en nuestra historia como “los diferentes” (comunistas, judíos, negros, extranjeros, refugiados) deberían terminar exportados a un gran basurero geográficamente alejado de la llamada civilización del poder. Para crear una trama central que revierta la imposición del líder de turno no hay nada mejor para Anderson que la figura de un niño, en todas sus historias la revolución está siempre en esos personajes diminutos, audaces y emocionales. El pequeño Atari, sobrino huérfano protegido de Mr. Kabayashi, escapa de la custodia de su poderoso tío y vuelve a la isla de los perros en busca de Spot, su perro guardián que más que custodia se ha convertido en su adorable mascota de quien no puede soportar separarse. En la isla se encuentra con un grupo de perros que se lucen cada uno con una personalidad diferente, y por supuesto con una de las voces actorales distintivas que los hace más atractivos e hilarantes. Ellos le salvarán la vida y emprenderán (típico en Anderson) la paródica ruta del camino héroe con el fin de encontrar a su pequeña mascota. Otros personajes de la trama se suman a esta puesta en escena entre la urbe y la periferia generando una historia con tantos escenarios cambiantes que la mirada del espectador acumula colores, formas, voces y gestos como una torre de elementos ad infinitum. La debilidad que podríamos ver en la película es cierto estereotipo en los personajes femeninos: la niña americana que descubre la idea salvadora, la ayudante del científico que descubrió la cura del mal, y hasta ciertos rasgos reiterativos en los pequeños perritos de carácter protagónico en la trama. Esto produce una diferencia de “intensidades” en un filme que comienza en la cima de las atracciones y se diluye un poco a través de su evolución. La germinal idea de perros que atacan la estabilidad del sistema es sin duda una apuesta inmejorable pero la poderosa fuerza cinética es sostenerla por una coreografía estética tan ecléctica como homogénea a la vez, con un trabajo a un nivel plástico impactante. Las figuras del relato nos remiten a la estética de Kurosawa y al manga, a Ozu y a Miyazaki, una fusión de formas con las que juega un cineasta como si fuera un niño en un collage bellamente cinéfilo, creando un gran cuadro animado. No hay dudas de que el humor y la fusión de estéticas son un sello en este realizador, un posmoderno a rabiar. Diseñador de espacios, de personajes, de relatos adentro de otros relatos, de juegos de imágenes entre sí, Anderson nos pasea en este filme donde despliega una crítica social de la mano de un cuento para niños creando un mágico viaje mucho más que disfrutable. Por Victoria Leven @victorialeven
Distopía canina para pensar la humanidad Desde su primera película, la deliciosa Bottle rocket (1996), Wes Anderson abrió un universo que expandió –con sus correspondientes variaciones, claro- a lo largo de su filmografía. Se podrá conjeturar que con Los excéntricos Tenenbaum (The royal Tenenbaum, 2001) este realizador texano se consagró como un verdadero autor, con sus obsesiones y estilo bien definidos y apreciados por la cinefilia mundial. Con Isla de perros (2018), Anderson ofrece su segundo film animado (el primero fue El fantástico Sr. Zorro, del año 2009), lo que implica una nueva ampliación de sus marcas autorales, sólo que a partir de las herramientas que la animación le provee. Lo interesante es que ambas partes ganan, porque no deja de ser muy atractivo ver cómo se refundan las imágenes que remiten a la iconografía nipona, en este relato que tiene aspiraciones (en todos los aspectos) universales. Y eso se debe a que Isla de perros es una utopía, una “melancólica utopía”, más precisamente, de esas que nos obligan a reflexionar sobre nuestro presente aquí y en el mundo entero. La película recurre a la técnica del stop motion con originalidad; tradición y modernidad son el alma que le da sustento a la historia, en la que late un gen mítico (explicitado en una bella secuencia en la que hay mucho de teatro oriental). A partir de ese componente que lleva el presente del relato hacia el pasado, queda claro que la película hace del tiempo histórico una clave de lectura, fértil para reflexionar sobre los mecanismos de poder y sobre cómo las comunidades encuentran en un determinado momento la capacidad de generar lazos y fundar un horizonte de prosperidad en común. Desatender esa deuda con el pasado sólo puede traer angustia. Y es así como empieza Isla de perros, con un dictador que decide enviar a todos los perros (enfermos con un virus para el que no se conoce vacuna) a una isla llena de residuos. Un chico que decide ir en búsqueda del suyo es la excusa narrativa para enfrentar “el tiempo feliz” con el presente infame. Más allá de sus sofisticados aciertos formales (algún experto en animación sabrá desglosarlos mejor), hay en las voces de la película una entrega y una composición formidables. De más está decir que había materia adecuada en ese rubro, con un casting integrado por Bryan Cranston, Koyu Rankin, Edward Norton, Bob Balaban, Bill Murray, Jeff Goldblum, Kunichi Nomura, Greta Gerwig, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Yoko Ono, Tilda Swinton, Ken Watanabe, Liev Schreiber, Roman Coppola y Anjelica Huston. Todos ellos demuestran cómo un actor es cuerpo y voz, porque por más que no los veamos es un regocijo para el oído la dimensión humana que adquieren los personajes (sobre todo, los perros, vaya paradoja) a partir del trabajo de los intérpretes. La melancolía, esa tinta que delinea los contornos de la “cartografía Anderson”, recorre toda la película, que no está exenta de aventura, romance y reflexión política. Está el tono parco, mesurado, con el que los personajes se comunican; las pinceladas de humor absurdo que exige un espectador sensible pero también inteligente, la alternancia entre plano y contraplano para oponer visiones radicalmente distintas, la paleta de colores que tiñó las secuencias de Los excéntricos Tenembaum, Vida acuática, El Gran Hotel Budapest y otras más. Queda claro que Isla de perros no es un film necesariamente indicado para los niños que disfrutan de la factoría Pixar. Como ocurre con sus películas no animadas, aquí Wes Anderson tensa el par forma/contenido siempre en función de su propia estética, lo que termina por definir una película compleja, nada complaciente, menos aún sensiblera pero notablemente sensible. Una proeza disfrutable aún para quienes preferimos a los gatos, qué más decir.
LA ESTÉTICA DE LOS DETALLES No se puede negar que Wes Anderson es todo un artista. Isla de perros está integrada por una composición minuciosa; los detalles son el predilecto de este director. La estética es el fuerte de este film y funciona junto con los diálogos que se perciben pulidos y disparadores. Se elige Japón como lugar en el que suceden los acontecimientos. Esta decisión da pie a generar una estética que tiene cierto diálogo con el animé. Por un lado, la utilización de ciertos colores como el rojo. Por el otro, una voz en off con un ritmo parecido a las narraciones de este estilo. Pero también da a lugar a un tipo de música muy interesante, apoyada principalmente en los tambores. Es muy contagioso el ritmo de los instrumentos, ayuda a generar el clima y cierta tensión. Con el pretexto de una gripe canina y una posible afección en los seres humanos es como se desplaza a todos los perros a la isla “basura”. Esta excusa le permite al film un acercamiento con estos animales y poder observar su relación con la gente. La expresividad de los perros y su buen sentido del humor, son los recursos que permiten un acercamiento directo a ellos. Un aporte importante del film es la personificación de los perros frente a una animalización de los humanos. El niño que fue a buscar a su mascota, que fue depositada en la isla, se comunica con expresiones mientras que los perros hablan. En primer plano a la cara del chico y su movimiento de dientes es un recurso que se utiliza en varias ocasiones para mostrar el nerviosismo del joven. Siguiendo con la estética que utiliza el film, podemos observar cómo aparece un registro propio de los libros-álbum. El stop motion se combina con dibujos para formar escenas cargadas de contenido. Es así como los diálogos toman vigor tras las imágenes. La utilización de diferentes tipos de visión de la cámara genera imágenes que parecen cuadros. Otro de los recursos que aparecen en la película es poner en paralelo dos escenas que se vinculan. Se dan así escenas de gran valor estético y sumamente bellas. Podemos observar la auto referencia, algunos de sus diálogos remiten a sus películas anteriores. Pero también, hay un dejo de otras obras. Un ejemplo es la relación que vemos en la amistad entre el perro y el niño, y el zorro y el principito. Se explora de esta manera la idea de dueño, no como quien posee al otro sino como compañero, amigo. Hay también referencias al estilo político y televisivo. Isla de perros combina una estética pensada y personal con un relato emotivo. Se da lugar tanto al intelecto como a los sentimientos. Uno de los aspectos más endebles del film son algunas de las historias que no marcan relevancia, que estiran un poco las situaciones y como así también la saturación de la estética. Sin quitar importancia a lo antes dicho, a veces, por el exceso de los recursos se pierde un poco de fuerza.
Elija su propio villano "Isla de perros” es el esperado filme del genial Wes Anderson, que tuvo estreno adelantado en BAFICI de este año. Y la ansiedad que produce en gran parte del público cinéfilo un director con marca registrada, pero a la vez que puede ser popular por su tipo de cine, puede volverse en contra para un cineasta. La costumbre por lo ya visto y digerido, hace que hasta los más adelantados y perturbados dentro de la industria, terminen amoldándose a eso que la audiencia quiere. "Isla de Perros", dirigida por Wes Anderson Pero en un equilibrio entre lo que esperamos de él, y la intención de seguir sorprendiendo, Anderson logra con “Isla de perros” una gran película animada. Realizada en stop motion, como la conocida “Fantástico Sr. Zorro” de su autoría, la nueva producción se embarca en la temática de la discriminación, como si se tratara de un cuento con moraleja tácita para adultos. En la ciudad de Megasaki, en Japón, el alcalde ordena que todos los perros sean trasladados a una isla de basura, bajo el pretexto de que los canes se multiplican muy rápido y contagian una gripe peligrosa para la población. Un pequeño huérfano, sobrino del alcalde, enfrentará varios obstáculos para ir a buscar a su mascota. El film lleva a cabo una fuerte moraleja para adultos. Implícitamente, la cabeza del público irá eligiendo qué personaje nefasto identifica a cada villano que aparece, y qué idea representa cada situación arquetípica que se viva en esta fábula. Los grandes monstruos pueden ser los que elegimos, o los que nos tocan por simple azar y los buenos pueden ser nuestros héroes o anónimos que vemos pasar o tratamos como locos. Más allá de la moraleja, que es una suerte de “elige tu propia aventura”, el filme es muy entretenido, cómico y hasta dramático, con un gran trabajo de edición esencial en el stop motion, y disfrutable para cinéfilos fundamentalistas y amantes del cine popular, tal como esperamos de Wes Anderson.
Amado por muchos, odiado por otros tantos. Wes Andeson hace un cine que no pasa desapercibido. Con sus encuadres perfectos y humor ácido, Anderson se mete una vez más en el mundo de la animación. Su experiencia anterior fue con técnica stop motion en Fantastic Mr Fox (2009), y tras el éxito y reconocimiento de Gran Hotel Budapest (2014) vuelve con esta gran propuesta. Si bien no es nada original tomar animales (mascotas), y darle voz y actitudes humanas tal como ocurre en este estreno, si lo es hacerlo de manera muy adulta y con problemas existenciales. Y a su vez en un concepto muy hostil, tanto que es hilarante. Esta película te hace reír mucho. En su tragicomedia radica la identidad de los personajes La guerra entre los perros y gatos, el exilio en una horrenda isla de basura para los caninos y la aventura de un chico para salvar a su mascota se narra a modo de epopeya épica a lo Kurosawa, pero con aires freudianos. La animación es muy buena. Te da la sensación de que es la primera vez que estás viendo algo así aunque en realidad no. Otro dato no menor para destacar es el tremendo cast que pone sus voces (en versión original por supuesto). Artistas tales como Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Greta Gerwig, Frances McDormand, Harvey Keitel, Liev Schreiber, Scarlett Johansson, Tilda Swinton, y Yoko Ono, inundan de manera muy precisa el oído del espectador. Mucha metáfora y metalenguaje sobre el mundo en el cual vivimos, el poder y la influencia de los medios de comunicación. Así como también la importancia de la amistad y la lealtad. Todo al compás de una gran banda sonora a cargo de Alexandre Desplat, quien acaba de ganar un Oscar por La forma del agua. Isla de perros es una gran película, algo diferente en animación y que tiene la característica de satisfacer al gran público, así como también a los cinéfilos más refinados.
Inteligente, sensible y emotiva obra de animación para adolescentes y adultos Por estas latitudes se sabe poco de la cultura japonesa. Siempre difundieron una imagen de ser estrictos y rígidos, con una conducta moral y ética intachable. El director estadounidense Wes Anderson toma esos vagos conocimientos que el resto del mundo percibe de ellos y realiza esta particular y original película de animación, destinada al público adolescente y adulto, porque hay dureza, crueldad, violencia, mordacidad, luchas políticas, etc., para retratar lo que hace el ser humano cuando no tolera lo distinto a uno y no sabe cómo manejarlo. Para ejemplificar la idea, el film relata un conflicto entre humanos y perros. Cuando el alcalde Kobayashi, de la ciudad japonesa de Megasaki, decide expulsar a todos los canes enfermos que se encuentran ahí y trasladarlos a una isla cercana, que funciona como un basural no atendido como corresponde. El pragmatismo del alcalde se contrapone con los científicos que en pocos días descubren una vacuna efectiva, pero éste la descarta para sostener su decreto, a la vez que se enfrenta a un grupo de jóvenes manifestantes que se oponen a la medida, aduciendo que la enfermedad fue creada a propósito por el mismo gobierno y, por si fuera poco, suma a un enemigo inesperado, su pupilo Atari, de 12 años, que vuela en una avioneta hacia la isla, para rescatar a su perro. El realizador se vale de la animación y esta original historia para denunciar abiertamente a los gobiernos inflexibles, totalitarios e insensibles, donde el héroe es un chico y quienes lo ayudan para intentar lograr su objetivo son cinco perros, que hablan entre ellos, con voces de actores famosos. Cada uno tiene un pasado disímil y el destino los llevó al destierro, pero no desean resignarse a pasar el resto de sus vidas en ese horrible y desamparado lugar. Pese a que suene absolutamente dramática, la realización mantiene un tono irónico-crítico y un espíritu de aventura, permitiendo que el espectador desee que Atari y los perros tengan éxito, y que el malo Kobayashi revierta su decisión. El trabajo impecable de producción, se nota, no sólo desde la técnica y la estética, sino también desde el guión, que recurre a varios flashbacks para explicar ciertos hechos y a dividir la historia en capítulos. Los personajes expuestos son sólo un ejemplo, porque podrían ser todas personas las que pertenezcan a los dos bandos, pero tal vez el impacto no sea el mismo puesto que la empatía existente entre los perros y los humanos, es mucho más sensible y emotiva.
Taikos, perros, Japón y una fábula. Esos cuatro elementos son parte de Isle of Dogs, pero Isla de Perros es más que esas cuatro cosas. Wes Anderson se pone político y construye una alegoría sobre la opresión y el autoritarismo, que dialoga mordazmente con la realidad indulgente de las masas para con los estados y los regímenes.
Una encantadora aventura llena de emoción, sensibilidad y apreciación cultural donde conviven las influencias de Miyazaki, Kurosawa y Katsuhiro Ōtomo junto a la estética y el estilo personal de Wes Anderson. Vas a salir del cine queriendo abrazar a tu perro. Wes Anderson, un prestigioso director que cosecha fans y detractores por igual. Mas allá de que digan sus haters, Anderson con su estilo visual único y particular, una gran maestría para desarrollar historias tragicómicas y la habilidad de crear personajes caricaturescos y con relaciones disfuncionales que se sienten increíblemente humanos logró hacerse de una legión de seguidores que consumen cada detalle de sus películas con avidez. Tras deslumbrar al mundo con el multipremiado film El Gran Hotel Budapest (2014) el director vuelve a dirigir una película de animación stop-motion después de Fantastic Mr. Fox (2009). Y es una genialidad. La ciudad japonesa de Megasaki sufre una superpoblación de perros y todos los canes desarrollan una extraña enfermedad. El alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura) decide exiliar a todos los perros enfermos a una isla de basura mientras los niños de la ciudad inician una resistencia, sosteniendo que la fiebre canina tiene cura y el gobierno oculta la verdad. El joven Atari (Koyu Rankin), sobrino del alcalde, decide robar un avión y volar a la isla de los perros para rescatar a Spots (Liev Schreiber), su fiel perro guardián. En el camino se encontrará con un grupo de perros alfa compuesto por Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y Chief (Bryan Cranston); un solitario y arisco perro callejero. La manada de perros parlantes acompaña al pequeño Atari mientras atraviesan los peligrosos terrenos de la isla de basura. Por otro lado, en Megasaki, el alcalde envía un equipo de rescate para traer a su sobrino a casa y la joven estudiante de intercambio Tracy Walker (Greta Gerwig) junto a su grupo de defensa de los derechos de los perros se ven inspirados por la cruzada de Atari. Isla de Perros es —por lejos— la película más ambiciosa de Wes Anderson hasta la fecha. No es una aventura animada convencional, de hecho, no es un film apuntado al público infantil. La belleza de las marionetas y la puesta en escena pueden hacer que parezca una producción para niños pero no hay nada más lejano a Disney que esta película. El humor ácido y sarcástico, su profundidad temática y las ocasionales situaciones violentas hacen que Isla de Perros sea una producción animada para adultos. El diseño de la ciudad (y los vestuarios, los escenarios, etc) evoca a un Japón distópico que se ve y se siente antiguo y a la vez futurista, clásico y moderno. A lo largo de la cinte veremos tal despliegue de amor y respeto a la cultura nipona que el espectador se olvidará que la película fue concebida por un americano blanco nacido en Texas. No solo las voces de los humanos de Megasaki (todas en Japonés y sin subtítulos) ayudan a esta inmersión en lo asiático, la banda sonora compuesta por el ganador del Oscar Alexandre Desplat (La Forma del Agua) nos remiten a las orquestas tradicionales de tambores y por momentos el beat de la música se sincroniza a la perfección con los movimientos de los personajes y los cortes de edición. El cuidadísimo diseño de producción, las marionetas hiperrealistas y el trabajo de animación que combina técnicas de stop-motion con animé tradicional son impactantes en su belleza y atención al detalle. Isla de Perros es una encantadora aventura llena de emoción y sensibilidad donde conviven las influencias de Hayao Miyazaki, Akira Kurosawa y Katsuhiro Ōtomo junto a la estética y el estilo personal de Wes Anderson.
En el cine estadounidense hay varios Anderson: están Wes, Paul Thomas, Paul W. S… No vamos decir cuál es el Anderson bueno: que cada uno elija el que prefiera. Pero también hay más de un Wes Anderson: está el director con un estilo inmediatamente reconocible, el autor, el que tiene una racha de películas algo escuálidas desde Viaje a Daarjeling y con un universo cada vez más infantilizado que parece haberse transformado en apenas un catálogo de planos simétricos y colores pasteles. Y está el otro, el que desde Fantástico Señor Zorro reencuentra en la animación la vitalidad de su obra previa, donde las historias son algo más que fábulas tristes filmadas en piloto automático. Pasan dos o tres planos de Isla de perros y Wes Anderson (el Wes Anderson el bueno) se sacude de un golpe la puerilidad forzada de sus últimas películas. Tres chicos hechos en stop motion, pero más reales y tangibles que los protagonistas de Moonrise Kingdom, tocan instrumentos de percusión y anuncian el comienzo de la historia; un presentador narra un mito de origen con imágenes de un tapiz y anticipa un un gusto evidente por la planitud, por la mostración del artificio. Pocas películas usan la animación de manera tan lúdica como Isla de perros, mezclando técnicas y haciéndolas convivir en el espacio de una misma imagen. La decisión va de la mano con el tono deadpan, marca indeleble del director que aleja al espectador, lo pone a resguardo de cualquier posible identificación y lo lanza todo el tiempo contra las imágenes y los sonidos, le recuerda que el cine es también eso, cuerpos (aunque sean animados) que se mueven de un lado para el otro, fondos chatos y sin profundidad, amasijo de técnicas, mescolanza de colores, superficies de placer. En esa propuesta se condensa la alquimia andersoniana: esos mundos visiblemente construidos, con sus cimientos expuestos, contra todo pronóstico, conmueven. Desde Viaje a Daarjeling y su sentimentalismo forzado, a Anderson se lo siente incómodo al momento de producir emoción y abundan los golpes de efecto y el abuso del drama, al punto que sus películas se vuelven manieristas, pecan de autoconscientes, hacen andersonismo de segunda. Solo con su premisa, Isla de perros barre todo eso. La animación le confiere a la historia una potencia inusitada: uno está perfectamente situado en la ficción en cuestión de segundos. El director no necesita forzar nada, el punto de partida (un chico que viaja a una isla de muerte a buscar a su perro) ya provee una notable cartografía sentimental. La película puede filmar (animar) cualquier cosa con gracia, como cuando se muestran los resultados de un experimento científico y el director recuerda por qué es un maestro del ritmo, ya no un autor que reproduce sus tics con complacencia, sino un artesano capaz de imbuir de elegancia y belleza cualquier material.
Pensé en estructurar esta crítica como una carta extensa agradeciendo al director Wes Anderson por Isla de Perros, “Estimado Wes”, o “Querido Wes Anderson” o simplemente, “Gracias groso”. El director de los mejores sacos de pana del mundo, filmó, hasta el día del hoy, la mejor película proyectada en el 2018. “La gente cree que la imaginación del escritor, siempre trabaja, que inventa constantemente una cantidad de incidentes y episodios, que simplemente sueña sus historias de la nada, pero la realidad es que sucede todo lo contrario. Cuando el público sabe que eres escritor, ellos te proporcionan personajes y hechos. Siempre que tengas la capacidad de escuchar y observar con atención, las historias continuaran buscándote el resto de tu vida”, dice el prólogo de El gran hotel Budapest, también del director y votada por mí como la mejor película del 2014 y este exordio, es el resumen exacto de toda la filmografía junta del director. A ver: Acaso no rememoran cada tanto al inefable Max Fischer, quien lejos de sentirse un perdedor, lustraba su ego con poemas románticos hacia su profesora y lideraba todos los grupos del colegio, o recordamos con mariposas en la panza a Sam y Suzy, unos púberes dispuestos a desafiarlo todo por su amor en Moonrise Kigndom. Wes busca historias, observa y nos regala sus fantasías y nosotros lo buscamos a él. “Aún hay vagos destellos de civilización, en este matadero salvaje que alguna vez fue la humanidad” este es el lema de M Gustave quien con su extrema cordialidad e idealismo, produce una empatía nostálgica con el espectador, todos terminamos amando a este ser entrañable, profundamente educado, que le enseña a Zero una lección que lo perseguirá toda su vida en Gran Hotel Budapest. Isla de Perros persigue esa idea de educación y buenos modales que tanto nos gusta y nos estremece. Porque sin perder el sentido del humor, el director construye lugares imaginarios, distópicos en donde lo que gana es la galantería, los “buenos” son gentiles, nobles y los “malos” aunque persiguen las características del clasicismo narrativo, al final tienen un sesgo de culpabilidad, y tratan de redimirse. En Isla de Perros todo funciona bien, el último largometraje de Anderson, está realizado en stop-motion, lo que hace Anderson es una artesanía tremenda. Esta vez su escenario colorido se traslada a Japón, y el director usa todo el misticismo del mundo oriental para contar una historia sencilla: El Mayor Kobayshi dictador de Japón, fiel amigo de los gatos y enemigos de los perros, manda a exilio a todos ser perruno a una isla confiscada en el olvido. “Un mundo sin perros”, sería el lema. En ese mundo, lejano, se encuentra la “jauría”. La historia cambia cuando Atari, un niño de doce años, aterriza en esta isla para buscar a su perro Spots (Liev Schreiber) quien era su única familia. El sentimentalismo recorre Isla de Perros y construye una fábula hipnótica. El taiko japonés le suma suspenso a una película de aventuras y otra vez, Anderson construye un relato perfectamente diagramado. Uno siente los compases de los bombos y va transitando los estados de ánimos de los protagonistas, porque en ese camino de búsqueda de Spots, Atari se topará con un grupo de perros que se convertirán en sus aliados. Mientras tanto en la periferia una pequeña revolución, comandado por una alumna de intercambio Tracy Walker – y quien otra que Greta Gerwig para interpretar a esta joven idealista- liderara la guerra contra Kobayshi. Los perros demostraran que son seres educados y que pueden vivir civilizadamente. Anderson, otra vez lo logra. Con una secuencia de créditos finales poética, Isla de Perros sin duda es una de las películas del año.
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Whatever Happened to Man’s Best Friend? ¿Qué pasó con el mejor amigo del hombre? La pregunta que Wes Anderson formula en forma de haiku es respondida dentro de un relato que reboza de belleza tanto estética como narrativa en Isle of Dogs (un juego fonético en el que se halla el mensaje de Anderson: I Love Dogs). El director regresa a hacer uso de la técnica de Stop-Motion, ya implementada en Fantastic Mr. Fox, y con ella captura en pantalla una cantidad de elementos que a través de su artesanía transforma al film, y los sentimientos en él, en algo puramente palpable. Y a la técnica de animación también se le suma una característica igual de importante: la iconografía japonesa. Hay quienes acusan al film de apropiación cultural pero lo cierto es que lejos de ello, Isle of Dogs recrea con respeto las costumbres y características de la cultura japonesa tanto para llevar su virtuosismo estético a otro nivel, como para también homenajear a uno de los más célebres directores de la historia del cine, Akira Kurosawa. Pero si bien la obra de Anderson se sirve principalmente de dichos elementos, se impone ante ellos dejando en claro que no se regodea en el mero homenaje o el exceso estético, sino que lo que une a ello y lo que se prioriza es el relato, el simple hecho de un niño en busca de su perro. El puntapié inicial de la historia se plantea en la leyenda del pequeño niño samurái que luchó por la liberación de los perros y el fracaso de éste cuando los canes fueron adoctrinados por el hombre. Establecido miles de años después en la ciudad futurista de Megasaki, el conflicto estalla cuando el dictatorial Mayor Kobayashi (Kunichi Nomura) debido a una gripe canina, con síntomas como la fiebre de hocico, decide exiliar a todos los perros a una isla de basura del otro lado de la costa. En un acto de compromiso total a la causa, el primer perro enviado es Spots (Liev Schreiber), el guardaespaldas de su pupilo Atari (Koyu Rankin). De esta manera, la odisea del film se divide entre lo que ocurre en Megasaki con un grupo de Pro Dogs que intentan derrocar a Kobayashi, y por otro lado toda la aventura de Atari intentando encontrar a Spots. El niño es acompañado por un grupo de perros alfa (el idioma perro es traducido al inglés, el resto de los personajes hablan en su idioma original) liderados por el salvaje e indomable Chief (Bryan Cranston), un perro callejero que no confía en los humanos. Él muerde, según sus propias palabras. Bill Murray, Bob Balaban, Edward Norton y Jeff Goldblum completan el equipo perruno, logrando que cada uno esté definido de manera brillante por diseño y personalidad. Anderson trabaja perfectamente la presencia de todos ellos y la característica personal de cada individuo entra en juego constante con la humanización de los aspectos perrunos. Algo que brinda un inventivo tono humorístico. Es así como la presencia del lenguaje extranjero y las costumbres propias de los perros, traducidas a elementos de personificación, funcionan como otro de los atractivos del film. Con ello como piedra angular y siempre en constante cambio, la historia logra apelar al corazón y ganárselo en la forma de una carta de amor a los perros. Lo cual hace que la conflictiva y entrañable relación entre Atari y Chief, su conformación y desarrollo, sea la columna vertebral que enternece y unifica al relato, convirtiendo en puro arte el fiel espíritu de los perros. Y es que el cambio es algo vital en esta aventura, y es traducido también en los distintos escenarios que se atraviesan. Todas las maquetas y la implementación de la fotografía están sujetas a la transformación y un efecto de asombro con cada nuevo espacio, impidiendo que ningún capítulo de la historia caiga en la reiteración. Cada zona de esa isla repleta de basura sirve para maravillar con una fuerza estética, marca registrada del director, que resulta nueva y poderosa. La unión del nivel de detalle y la calidad estética permiten que el film esté brindando minuto a minuto una impresionante cantidad de información (narrativa y visual) que resulta verdaderamente complejo poder apreciar el total de la belleza desmesurada que posee. Hace tiempo que Wes Anderson sabe demostrar su ingenio para construir mundos hermosos, y que en algunos casos se regodea más en ello que en la historia en sí, pero lo que logra con Isle of Dogs es conformar todo en sintonía sin que ningún elemento esté por sobre otro. Y es el poder de la animación lo que también permite que esa vorágine e inventiva visual alcance el nivel de excelencia junto al tono aventurero, sin resultar para nada artificial. El artificio de la animación en manos de Anderson hace que sus historias respiren originalidad, pero sobre todo una honestidad que el espectador puede abrazar en todas las formas en que el director de manera tierna ofrece. Para alguien tan detallista como Anderson, ese es el detalle más enriquecedor y valeroso que regala con su arte. Nosotros felices, movemos la cola.
Crítica emitida por radio.
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Isla de Perros me recordó, conceptualmente, a Click. Mientras que la película protagonizada por Adam Sandler parecía ser una más de sus comedias estúpidas y resultaba ser un golpe bajo nivel “muerte de Mufasa”, lo último de Wes Anderson me olía a propuesta infantil sin mucha profundidad. Pero, detrás de algo tan sencillo como un stop motion protagonizado por perritos, desarrolla una serie de reflexiones sobre el mundo contemporáneo que, si entrás en sintonía, te dejan perturbado.En la ciudad ficticia de Megasaki, situada en Japón, una epidemia de gripe canina se sale de control. El alcalde Kobayashi decide exiliar a todos los perros en una isla que se usaba para arrojar basura y dejarlos a su merced. La historia pone el foco en cinco de estos perros: Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y King (Bob Balaban)*. Atari Kobayashi, sobrino del alcalde, llega a la isla a buscar a su perro Spots, haciendo caso omiso del estado de cuarentena declarado por su tío. Por otro lado, en tierra, un movimiento liderado por Tracy Walker comienza a ganar lugar, buscando que los perros vuelvan a tener un trato digno. Obviamente, todas estas tramas terminan cruzándose. *Cuando pongo los nombres entre paréntesis me refiero a que son quienes hacen las voces, no es que sean los actores disfrazados, lo cual hubiera sido hermoso, sí. El rescate de Atari recibiendo ayuda de la jauría es una excusa para hablar de muchas otras cosas. Anderson arroja una visión crítica sobre una serie de temas tan universales como actuales, y esto es lo que hace de Isla de perros una película llena de sentidos. La supuesta conspiración de la industria farmacéutica para crear enfermedades en vez de curarlas por perpetrar sus ventas, la manera en que los medios orientan la información que dan con intenciones de manipular a la audiencia, el conocimiento (y aprovechamiento) de este poder mediático por parte de quienes toman las decisiones políticas, las problemáticas que suponen los diferentes idiomas, la tendencia a separar o eliminar lo que es diferente. El contenido de la película es riquísimo, casi inabarcable. Y su mensaje final, alentando el trabajo en equipo y la lucha por las convicciones la confirman como una pequeña gema en medio de tanta oferta cinematográfica vacía de contenido.Hay dos puntos que, en lo personal, sentí que empañaban la experiencia de una película perfecta. Uno atañe a cierta previsibilidad en el desarrollo del personaje de Chief. La construcción de cada perro está humanizada, con todas las contradicciones y defectos de las personas mezclada con comportamientos caninos. Este personaje en particular tiene miedo, fue marginado, actúa con dolor y un dejo de resentimiento, como haría cualquier persona herida. Pero, en un momento, se ve un pequeño hilo sobre su desarrollo que nos permite anticiparnos a lo que va a pasar. Y el otro punto en contra, meramente ideológico, es que coloca a los gatos en el bando de “los malos”, como mascotas de los perversos que detentan el poder. Anderson, venite a casa a jugar con Batman y McGonagall y decime si no son los dos gatos más preciosos del mundo, más geniales que cualquier perro ¿Qué bardeás?Sobre la estética, la técnica y la música, no hay mucho que decir al respecto: son una fiesta para los sentidos. De lo más precioso que ha dado el cine en los últimos años. Cada gesto, cada movimiento, cada encuadre, cada acorde, absolutamente todo es perfecto y armónico. Como en las grandes películas, la trama es sólo una excusa para hablar de grandes temas. Con personajes maravillosos, una estética que vuela pelucas, una musicalización que eriza la piel y una visión crítica de muchas problemáticas actuales, Isla de perros es lo mejor que vas a ver en cine en mucho tiempo. En serio.
Un lugar para todas las narices frías Con un cuidado meticuloso, donde cada encuadre obedece a un orden estético y simbólico, el mito se renueva entre perritos, un niño y el tío malvado, con la técnica del stop motion como herramienta ideal para el mundo que crea el director. Minimalismo y haiku por partes iguales. Ya está tan afilada y depurada la puesta en escena del director Wes Anderson que no hay manera de encontrar nada por fuera de su sitio. Prolijo, pragmático, poético. Así en cada una de sus películas. Isla de perros tiene, en este sentido, su síntesis en forma de prólogo. Lo que se verá después --extendido, expandido-‑ es esto mismo. Esta situación responde, en esencia, al equilibrio simétrico que Anderson desarrolla en todo el film. El prólogo cuenta, por defecto, lo que se habrá de ver. Lo que refiere el relato inicial tiene que ver con una historia lejana, que explica la decisión presente de exiliar a todos los perros de Japón a una isla de basura, merced a una enfermedad perruna que parece amenazar a la humanidad. Ese relato ya erige a sus personajes, como mitos que esperan renacer, en un pleito cuyo desenlace promete descansar en el reinicio. En otras palabras, la reiteración surge como matriz mítica. Porque sin ella no hay actualización de la historia y de sus símbolos. Por otra parte, es también réplica que se explica en la meticulosidad con la cual el film construye cada uno de sus planos. Isla de perros está realizada con la animación stop‑motion, cuadro por cuadro. Se entiende que Anderson elija esta técnica (ya lo hizo con El fantástico Sr. Zorro), porque le permite observar todos y cada uno de los detalles que hacen al frame, al cuadro detenido, y a partir de él custodiar también el movimiento. Por esto, la animación ofrece una particular manera cinematográfica, en donde movimiento y tiempo son simulados y obedecen al esmero con el cual se los piense y conciba. Al ser un director tan obsesionado por el cuidado formal --percepción que ya es milimétrica en Moonrise Kingdom y El gran hotel Budapest-‑, el stop‑motion aparece como el juguete perfecto. Wes Anderson es prolijo y poético, y para eso construye cada plano con meticulosidad. Pero no se trata de un alarde estético o epidérmico, sino de una herramienta y recurso que habilita a la temática y sus matices. De acuerdo con la historia que esgrime Isla de perros, es en un Japón de futuro cercano y residuos feudales en donde se decide la suerte trágica de la vida canina. Hacia esa isla de desperdicios habrá de dirigirse el sobrino protegido del alcalde, en busca de esa mascota‑guardaespaldas que extraña. Allí está el nudo verdadero, en el cariño profesado por este niño hacia su perro, en la mirada infantil como manera única de poder pensar un mundo diferente, mejor, algo por otra parte habitual al cine de Anderson, así como el retrato de los adultos en tanto meros estúpidos, llevados por sus odios y prejuicios al borde de la sinrazón. Cuando Atari, el niño héroe, tome en sus brazos a una de las crías de su querido "Spot", lo cubra con su campera y le dé de comer, se asiste a la verdad que anida en el cine del director. Es por esto que, para salvarse, los humanos deberán comportarse como niños, atenderles y escucharles. Allí, no es casual, la rebeldía como manera de poner en aprietos al entorno. Es por esto, también, cómo se explica el lugar creciente y protagónico del irascible perro callejero "Chief" (en la voz de Bryan Cranston), alguien que sabe de la vida de manera diferente, a quien la calle le ha enseñado a morder y desconfiar. ¿Por qué obedecer a un humano?, se pregunta. Porque es un niño de 12 años, le responden. A partir de allí, el cambio en el perrito y el descubrimiento de algo que subvertirá cualquier tipo de dominio: el afecto. En esta historia de descubrimientos, con la mira puesta en el paradero del desaparecido "Spot" --el primero de los perros enviados a esta isla de la perdición-‑, lo que culminará por suceder, se decía, es la reverberación de la simetría inicial. Cada encuadre en el cine de Anderson posee un eje central, e Isla de perros está lejos de ser la excepción. La línea vertical divide la imagen de forma interna, otras veces externa (será por esto, seguramente, que entre los agradecimientos del director aparezca el nombre referencial de Brian De Palma); en otras, el centro lo ocupa un círculo que irradia. Ese círculo puede tener forma de dispositivo electrónico o de núcleo humano/perruno. Esta fusión habrá de suceder a su vez en los cuerpos: tras un accidente, Atari, el niño, tendrá alojado en su cabeza parte de un embrague mecánico; los perros mecánicos no tardarán en aparecer; y la cirugía robótica sabrá ocupar un lugar de resolución argumental y armónico. La fusión entre hombre y máquina obedecerá a una relación fluctuante entre la escisión y la reunión. Una mixtura que cambia según las intenciones que se persigan. En cuanto al argumento, el desenlace habrá de rubricar la duplicidad entre el perro de la calle y el perro amaestrado, entre el humano y la máquina, entre el haiku inicial y el haiku final. Es decir, con otras palabras y otros personajes lo que sucedió oficia como remembranza profética, como recuerdo y como explicación. Con animalitos peludos a cuyas narices frías se les quiere culpar por las desgracias que los humanos --y nadie más que ellos-‑ supieron invocar. Es por esto que vale atender a los residuos que en la isla de la basura descansan, restos mecánicos e industriales dementes que nadie quiere ya recordar (entre los cuales se lee un apellido que todo lo puede, que es marca empresarial y nombre de político poderoso), capaces de destrozar los sueños alguna vez sentidos tal vez por esos mismos adultos, pero cuando fueron niños. Volver a ese mundo de posibilidades plenas pareciera ser el desafío que Wes Anderson ofrece y renueva con cada uno de sus films. Sin olvidar un sentido del humor que hace del gag un artificio distintivo, elaborado desde una perspicacia personal, en donde los tiempos para su resolución y gracia se han vuelto ya distintivos, cada vez más precisos. Se trata, en suma, de uno de los directores más relevantes dentro del panorama del cine contemporáneo.
El cine como aventura La fascinación que ejerce Wes Anderson en cada una de sus películas es, casi podríamos asegurar, inmediata. Como si fuera poco probable o incluso imposible prescindir de su encanto. No hace falta más que relevar el tipo de adjetivación que cada nueva propuesta del director norteamericano suscita en el espectador, en la crítica, en todos. El deslumbramiento: la reacción pareciera ser unánime e inevitable. En todo caso, el cine de Anderson evidencia, en primer lugar y antes que nada, una certeza difícil de contradecir: contar una historia es una aventura y el fundamento de su eficacia reside en el trabajo obsesivo en la puesta en escena. Una preocupación elocuente sobre la forma cinematográfica. Si detrás de una obsesión siempre es posible reconocer una idea, lo que hace el cineasta podría ser definido a partir de la siguiente: la narración de una historia es, fundamentalmente, una aventura formal. Como un artesano que interviene sobre el material específico de su práctica y que no persigue otra cosa que la forma más apropiada –o más conveniente– para su relato. Anderson es un cineasta notable por ese motivo, justamente por la idea que (pre) anuncia su tan aludida obsesión. Isla de perros (2018), su última película, en donde incursiona por segunda vez en la animación en stop motion (Fantastic Mr. Fox, en 2009, fue su antecedente), funciona como paradigma perfecto de su laborioso quehacer como director, aun cuando puedan marcarse pequeñas diferencias. El film presenta una historia distópica que sucede en Japón, veinte años en el futuro. Esta vez los protagonistas, como señala el título, son perros. “¿Qué pasó con el mejor amigo del hombre?”, se pregunta uno de ellos en el prólogo del film. Su pasado es sombrío: durante mucho tiempo han sido perseguidos por la dinastía Kobayashi, eternos dueños de la tierra y –peor aún– amantes de los gatos. Han sufrido sucesivas masacres, no obstante han podido sobrevivir y hasta se han multiplicando. Y sin embargo, en una nueva instancia de padecimiento, sufren un brote de gripe y Kobayashi (con la voz de Ken Watanabe), el alcalde de la ciudad ficticia de Megazaki, los expulsa a una isla de basura. La población, desesperada, traiciona a sus mascotas y acepta la expatriación. Meses después de la medida, la isla de basura es tierra de nadie. Los perros vagabundean en pandillas y pelean por restos de comida. Un grupo aparece en primer plano: un perro callejero llamado Chief (con la voz de Bryan Cranston) y cuatro mascotas: Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Duke (Jeff Goldblum) y Boss (Bill Murray). Las escenas que muestran su convivencia son geniales. La forma de ver el mundo del perro callejero difiere de la de sus adiestrados acompañantes. Chief muerde, es carroñero, un sobreviviente que no confía en los humanos. Las mascotas, a pesar de la traición de la que han sido víctimas, conservan su comportamiento servil hacia sus amos. La llegada de Atari, un joven pupilo de Kobayashi, que viaja clandestinamente a la isla para buscar a su perro guardián, modifica la complicada cotidianeidad de los canes. Tienen a partir de entonces un nuevo desafío: ayudar a un niño de 12 años a reencontrarse con su ser más querido. Desde el comienzo, desde la primera escena, la historia va a conquistar y mantener, sin problemas, un ritmo sostenido. Así y todo, en relación con otras películas del mismo director, el ímpetu casi adrenalínico, y a veces un tanto exacerbado, resulta apaciguado por escenas de cierta calma y silencio. En particular, aquellas que se detienen en la exposición de la melancolía y la tristeza de los perros. O cuando cuentan su pasado o inician un posible romance. Sus gestos, sus miradas, los ojos. La atención al detalle como marca reconocible de una poética. La capacidad narrativa de Wes Anderson es manifiesta. En ningún momento el film acudirá al subrayado ni al énfasis dramático. El diálogo ingenioso y el humor sustentan la composición de una historia emocionante. Lo antedicho: Isla de perros exhibe un diseño visual deslumbrante. Anderson juega con diversas formas y colores de la cultura japonesa (el cine de Kurosawa es, desde luego, una referencia insoslayable). Porque contar una historia también podría ser esto: una aventura en donde el juego ocupa un lugar predominante y en donde la disposición al mensaje permanece finamente controlada. El carácter alegórico del film –que cualquier otra película no tardaría en explotar sin vergüenza– se reducirá a lo que la historia por sí misma exige. Al momento en que los desterrados de un sistema autoritario deciden tomar con sus propias manos –más adecuado sería decir: con sus cuatro patas– el futuro y pelear todos juntos por una transformación.
Crítica emitida por radio.