Al revisitar la historia de las primeras damas norteamericanas queda claro que Jacqueline Kennedy no es Eleanor Roosevelt. Jackie no empujó políticas, no caminó entre los necesitados, no visitó otros países como embajadora, y ciertamente no aconsejó a su marido en cuestiones de guerra. El papel de Jackie Kennedy se limitó al de los quehaceres domésticos, el cuidado de sus hijos – dos de los cuales murieron siendo bebés – y la redecoración de la Casa Blanca. Jackie, del director Pablo Larraín, es un atrapante y por momentos aterrador viaje a través de la psique de una mujer muy especial, que sirve como recordatorio que la figura de JFK y su veneración le debe mucho a la mujer detrás del mito y la tragedia. Jackie es una audaz biopic que comienza apenas una semana después de que John F. Kennedy fuese asesinado en Dallas. Aunque recibe a un periodista (Billy Crudup) en una de las residencias de Kennedy, la ex primera dama, Jacqueline Bouvier Kennedy (Natalie Portman), no tiene un hogar permanente. La entrevista del periodista es una excusa para regresar a escenas como la fiel recreación de la gira televisiva por la Casa Blanca en 1962 que Jackie dió para la CBS. Larraín lo imagina como una experiencia tensa para ella, llena de nerviosismo en la que tropieza con sus descripciones de antigüedades y se fuerza a sonreír. En la primera toma era Natalie Portman, a partir de ese momento, es casi imposible separar a Portman de la mujer que encarna, ya que cada uno de los enunciados tiene la dicción perfecta de la Jackie Kennedy que todos recordamos. Portman camina con el elegante andar de Jackie de brazos inmóviles con la misma cualidad mecánica y ensayada de la primera dama. Incluso dentro del marco estructural en el que se desarrolla la historia -el tropo de la entrevista- resulta totalmente revigorizada por la conversación, que va y viene con frases punzantes de juegos verbales entre el poder y verdad. La brillantez de la Jackie de Larraín -asistido por un guión ingenioso de Noah Oppenheim– es que presenta un biopic que realmente está interesado en la persona, y no sólo en lo que le sucedió. La variada inventiva visual de Larraín y el dominio de la estructura sirven como un recordatorio de cómo un director creativo puede desviarse de lo que de otro modo podría haber sido otra biopic convencional. En este sentido el tono de Jackie es difícil de identificar, la película es un funeral, casi literalmente, y la música se encarga de remarcarlo con solvencia. Más que ofrecer simplemente una mirada al “detrás de escena” de la historia, Larraín nos muestra la singularidad de una situación en la que la pérdida personal y el deber nacional chocaron tan violentamente, que no se puede separar un evento del otro. Ninguna persona razonable puede absorber una tragedia de esa magnitud, de manera natural, pero Jackie toma decisiones políticas astutas y se mantiene firme cuando otros piden cautela. El shock y la lucidez parecen ser respuestas contradictorias, pero Jackie hace que la dualidad parezca posible y asombrosamente heroica. Jackie es un retrato agudo y obsesivo de una mujer con una pena tan grande como el magnicidio. Después de ver esta película, tal vez se analice desde una nueva mirada a la mujer que se mantuvo compuesta por el bien de Estados Unidos, justo cuando parte del sueño americano se empezaba a desmoronar.
Una muy buena propuesta en el cine que no se debe dejar pasar si sos amante de las biopics. Si bien lo que se cuenta es doloroso y es históricamente atractivo para el espectador, el avasallante y meticuloso trabajo...
‘Meticuloso’ es el adjetivo que mejor describe a Pablo Larraín como director de Jackie. De hecho el realizador chileno reconstruyó con pasmosa precisión los dos soportes mediáticos que sostienen este retrato ficcional de Jacqueline Bouvier de Kennedy: el reportaje exclusivo que la revista Life publicó quince días después de perpetrado el atentado fatal contra el esposo Presidente, y el Tour a la Casa Blanca que CBS News emitió un año antes. El problema con este talento es que a veces resulta contraproducente. Jackie seguro impresionará a los espectadores familiarizados con el especial televisivo que Charles Collingwood condujo en febrero de 1962, y con el artículo que Theodore White escribió a principios de diciembre de 1963 tras su visita a la residencia de Hyannis Port. Este público conocedor celebrará tanto la impecable recreación de los entretelones de ambas producciones periodísticas (y de la transmisión en vivo del cortejo fúnebre) como la camaleónica conversión de Natalie Portman en la joven viuda del asesinado John Fitzgerald. Sin dudas, la actriz se mueve y habla como Jacqueline se desenvolvía ante cámaras (atención a la imitación de esta recordada intervención en idioma español). Por otra parte, la vestuarista Madeline Fontaine y el equipo de maquillaje contribuyeron a engendrar la suerte de clon que el montajista Sebastián Sepúlveda habrá aprovechado al máximo a la hora de compaginar fragmentos de apariciones televisivas históricas con secuencias reconstruidas al pie de la letra. La promesa de un retrato enmarcado por un momento preciso -en este caso, las horas inmediatamente posteriores al magnicidio cometido en Dallas- podrá llamar la atención del público alérgico a las biografías tradicionales. Pero, acaso por el empeño puesto en la elaboración de réplicas perfectas, Larraín desatendió la pretensión de una semblanza capaz de destacarse en la extensa lista de (tele)films dedicados a los Kennedy. Los espectadores que desconocen el recorrido por la Casa Blanca y/o el reportaje incluido en este número monotemático de la revista Life encontrarán en Jackie una aproximación tan aparatosa como la mayoría de las biopics que narran una vida desde los años mozos hasta la vejez o muerte. La sensación de dejà vu aumentará ante el tenor de la conversación entre la protagonista y el sacerdote que interpretó el hace poco fallecido John Hurt. Es posible que a estos mismos espectadores les resulte insoportable lidiar durante cien largos minutos con la voz debidamente afectada de Portman. Por si hiciera falta, vale aclarar que la culpa no es de la actriz sino del modo de hablar del personaje imitado. Por razones obvias, la intensidad de los recuerdos en torno a la figura de Jacqueline Kennedy es mayor en Estados Unidos que en el resto del mundo. A lo mejor ese arrobamiento ayuda a explicar la abrumadora cantidad de críticas elogiosas que este largometraje cosechó en su país de origen así como las nominaciones a tres premios Oscar. A principio de año, nuestra prensa anunció el desembarco local de Jackie para el 23 de febrero, pero hoy la versión en castellano de Film Affinity lo agenda para el 9 de marzo. Quizás nuestros exhibidores decidieron postergarlo porque quisieron evitar la superposición con esta otra película de Larraín, porque conocen los límites del interés argentino por los Kennedy, porque confían en que alguna eventual distinción de la Academia de Hollywood contribuirá a aumentar la relativa capacidad de convocatoria de un clon cinematográfico.
La confusión del poder. Esta prodigiosa biopic sobre Jacqueline Kennedy esquiva los clichés del género y hace gala de un inconformismo excepcional dentro del Hollywood contemporáneo. Tanto el guión de Noah Oppenheim como la dirección de Pablo Larraín están orientados a evitar el bronce y complejizar las internas de los días posteriores al asesinato de John F. Kennedy… Y Pablo Larraín lo hizo de nuevo, circunstancia que en términos prácticos prolonga la maravillosa racha que comenzó con No (2012) y continuó con El Club (2015) y Neruda (2016), todos films que a su vez superaron lo hecho por esa trilogía inicial compuesta por Fuga (2006), Tony Manero (2008) y Post Mortem (2010). Jackie (2016) es el debut anglosajón del realizador chileno y lo que podría haber sido un simple trabajo por encargo del montón -al fin y al cabo, este es efectivamente un trabajo por encargo- se nos presenta como una obra personal y muy compleja, con muchas capas para examinar. De la misma forma en que la biopic sobre Pablo Neruda se apoyaba en un excelente guión de Guillermo Calderón, el cual obviaba el clasicismo rancio y opaco de los retratos modelo Hollywood, el esqueleto principal de la película que hoy nos ocupa es un extraordinario guión de Noah Oppenheim, punta de lanza de esta exégesis sobre la inefable Jacqueline Kennedy durante los días posteriores al asesinato de su marido John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963. El inconformismo vuelve a ser la característica distintiva porque aquí no se le lava el rostro a nadie y se ponen a la vista los entretelones y roces de la presidencia del demócrata, el traspaso del poder a Lyndon B. Johnson (John Carroll Lynch) y la negociación para el funeral de Kennedy (Caspar Phillipson), siempre haciendo foco en las virtudes y flaquezas de Jackie (Natalie Portman), su familia, su círculo íntimo y los depredadores políticos de turno. A través de una línea temporal que comienza una semana después del magnicidio en Dallas, el film construye un relato basado en una serie de flashbacks y flashforwards en el que varias figuras no son llamadas por su nombre pero remiten a personajes reales: así tenemos conversaciones de la protagonista con un reportero/ Theodore H. White (Billy Crudup), Robert Kennedy (Peter Sarsgaard), un sacerdote/ Richard McSorley (último rol del gran John Hurt), la Secretaria Social Nancy Tuckerman (Greta Gerwig) y el confidente del matrimonio presidencial William Walton (Richard E. Grant), entre otros involucrados. Portman, aquí entregando uno de los mejores trabajos de su prodigiosa carrera, concibe una Jacqueline bipolar que abarca en primera instancia ese ícono de la moda/ primera dama/ maniquí naif para el público en general, una faceta que contrasta con su personalidad puertas adentro y una cierta inteligencia que se vuelca hacia el nihilismo más profundo luego de la muerte de su esposo. Las dos caras de la mujer aparecen representadas por un lado vía el recorrido televisivo que ofreció con motivo de la restauración de la Casa Blanca, una obra encabezada por ella misma, y por otro lado mediante la entrevista con el personaje de Crudup en Hyannis Port, Massachusetts, un encuentro en el que queda asentado tanto el cinismo explotador y oportunista de la prensa como la pretensión política de edificar una elegía en torno al supuesto “legado” de la presidencia de Kennedy. De hecho, un pivote central de la película es su cuestionamiento de la memoria colectiva y las razones por las que sería recordado el mandatario, una jugada genial que suma al desconcierto de la etapa. Entre la crisis de los misiles en Cuba y la mera existencia de una troupe de “gente linda” que copó la administración estadounidense a principios de la década del 60, la propuesta analiza la búsqueda vacilante de una respuesta por parte de la familia Kennedy en los acontecimientos previos y en esa potencialidad echada a perder que persiste a posteriori de todo óbito, un sentimiento que recorre la trama no bajo la forma de una marcha mortuoria tradicional sino más bien en sintonía con una confusión y/ o sacudida que nadie esperaba, en función de la cual queda tambaleante una de las democracias presuntamente más “estables” del opulento hemisferio norte. Los desacuerdos entre Jackie y los representantes de Johnson alrededor de los cortejos fúnebres, al igual que las idas y vueltas de la propia protagonista en lo que atañe a los preparativos necesarios, son utilizados como marcos conceptuales para comprender la ridiculez y soberbia del poder, un esquema controlado por una oligarquía de parásitos sociales que pretenden el dominio perenne y total de la realeza. A contrapelo de esas biografías homologadas con las epopeyas por demás ingenuas, cuya meta es “humanizar” a los retratados a través de los mismos mecanismos narrativos convalidantes de siempre, el opus de Larraín apuesta a crear un camino aparte en el que un pulso onírico y por momentos abstracto se combina con una angustia arrastrada desde lejos y carente de resolución, vinculada al fallecimiento de los dos hijos de la pareja, Arabella y Patrick, y el dolor de tener que comunicarles a sus otros dos retoños, Caroline y John Jr., el deceso de su padre. El carácter manipulador de Robert, el fantasma de Abraham Lincoln y la sensación generalizada de peligro, que se magnifica luego del homicidio de Lee Harvey Oswald dos días después de la muerte de Kennedy, son otros puntos importantes de un lienzo que hace maravillas en sus apenas 100 minutos de duración, demostrando que no hacen falta horas de verborragia redundante para construir un retrato certero y abarcador de una figura social. Jackie pone el dedo en la llaga del estupor del saberse ya no idealizado…
Back and to the left De la mano del director chileno Pablo Larraín llega Jackie (2016), basada en la figura de Jacqueline Bouvier, luego de hacerse Kennedy pero antes de ser Onassis. Describir la película como una biopic quizás es un poco mucho. La historia se centra en las horas, días, semanas tras el súbito asesinato de JFK desde la perspectiva de su viuda, y sus esfuerzos por supervisar su legado. La trama está enmarcada por la entrevista entre Jackie (Natalie Portman) y un reportero (Billy Crudup), simplemente porque eso permite elipsar las partes aburridas o irrelevantes. El mayor logro de Jackie parece haber sido la organización del funeral de su marido. Según la lógica de la película, JFK logró tan poco en tan poco tiempo que al pueblo norteamericano no le quedó otra que celebrarlo como un símbolo más que por sus méritos. Ergo, Jackie fue igual de invaluable en asegurar su iconicidad. La película es quizás lineal en su preocupación por demostrar lo instrumental que fue Jackie en la historia de EEUU. No parece decidirse si Jackie está motivada por un iluso sentido de la vanidad (como sugiere el final, al verse reflejada en los maniquíes que imitan su estilo de moda) o grandilocuencia (se erigen varios paralelismos entre los Kennedy y la decadencia de la realeza) o si su preocupación nace en el altruismo que siente hacia el pueblo americano. En un momento conversa con un cura (John Hurt), quien sugiere que su calvario es una prueba de Dios para sacar a relucir lo mejor de sí misma. A efectos de la película, lo mejor de sí misma es organizar la procesión funeraria de “Jack”, sobre la cual Jackie cambia de parecer cada dos por tres, a veces sin motivo aparente. La película plantea una Jackie tan sabia que sabía que algún día harían una película sobre ella. En el centro y por sobre todo se destaca la labor de Natalie Portman, quien compone una Jackie digna, frágil y apasionada por cada palabra que le toca decir – el tipo de actuación que gana premios, si se entiende. Peter Sarsgaard interpreta a Bobby Kennedy, quien también sería asesinado algunos años más tarde. Tiene un monólogo bastante bueno en el que reflexiona que a JFK no le queda otra que ser recordado por su martirio que por otra cosa - que sus logros a menudo nacieron como enmiendas a problemas que él mismo había creado. Y que la posteridad se llevará la gloria de los derechos civiles, de la NASA, de Vietnam, etc. Jackie cuenta con grandes actuaciones, una banda sonora conmovedora y no mucho más que eso. Llega molestar la obsesión que la película tiene por su propia trascendencia, como si no confiara en la historia que le toca contar. El film no termina de decidirse sobre su objeto de estudio, aquella quien da nombre a la película. O bien Jackie era un personaje tan enigmático y contradictorio que esta es la película que se merece.
Mujeres al borde. Jackie acompaña la angustia de Jacqueline Bouvier (1929/1994) en los días posteriores al asesinato de su marido John F. Kennedy (1917/1963), presidente de Estados Unidos. A diferencia de lo que casi toda biopic provee, no hay flashbacks de la infancia, idealización de una historia de amor, una banda sonora efectista ni un director artístico engolosinado con vajillas y muebles de época. De hecho, es probable que algunos espectadores esperen ver a la actriz principal entregada a una performance melodramática, luciendo al mismo tiempo glamorosos trajes que acostumbraba usar la joven mujer de Kennedy: por el contrario, en el film dirigido por Pablo Larraín (1976, Santiago, Chile) se habla casi todo el tiempo en voz baja, los lujos propios de la vida de la Primera Dama se diluyen en un tono mortuorio (al que contribuye la música de Mica Levi) y el film todo termina expresando más el estado de ánimo de una mujer ante la pérdida de un ser querido que una historia de amor y poder en ambientes envidiables. “Debí casarme con un hombre feo, vulgar y perezoso” le dice en un momento Jackie (Natalie Portman) a un sacerdote (¡John Hurt!), pensamiento que se opone a tantas películas (sombras oscuras asoman por ahí) en las que un hombre apuesto y adinerado es presentado como ideal romántico. Larraín integra planos fijos con otros cercanos, con la cámara en ligero movimiento acercándose a los rostros de los personajes hablando o discutiendo, y pausados travellings hacia adelante o hacia atrás. Si no resultan novedosas las secuencias resueltas con plano-contraplano de las conversaciones con el periodista (Billy Crudup), asoman acertadas las inserciones de fragmentos documentales que se camuflan con la recreación dramática, la cual tiene mucho de invención también. Narrativamente algo vacilante (tal vez una marca de fábrica del director de No y Neruda), la película no se priva en un momento de una cruda descripción de la muerte de Kennedy, aunque opta por no representarla en imágenes. Es cierto que el recorrido de Jackie por el interior de la Casa Blanca podría recordar a las producciones fotográficas de revistas como Caras, pero el film toma distancia de la tentación de parecerse a una telenovela, desgranando reflexiones estimulantes sobre temas difíciles y centrándose en la congoja de su protagonista antes que acumular incidentes. La Jackie de Portman deambula por los ricos ambientes sin perder la elegancia pero casi trastabillante, como cargando con la soledad y la incertidumbre de los dolorosos momentos que debió vivir.
Tras una elogiada carrera en Chile, el director de Tony Manero, Post Mortem, No, El club y la reciente Neruda debutó en el cine norteamericano con un inusual y por momentos fascinante acercamiento a la figura de de Jacqueline Kennedy (Natalie Portman) durante las horas posteriores al asesinato de su marido y presidente de los Estados Unidos. El resultado de la película -nominada a tres premios Oscar- es en varios sentidos un poco desconcertante, pero -más allá de ciertos pasajes dominados por la frialdad y el cálculo- no deja de ser un film valioso. Cualquier cinéfilo estaría en su derecho -a partir del inevitable prejuicio que en mayor o menor grado todos tenemos- de sospechar de la necesidad de que un director chileno como Pablo Larraín concretara su debut en inglés con una película sobre Jacqueline Kennedy concentrada sobre todo en los días posteriores al magnicidio de su marido, JFK, hasta entonces presidente de los Estados Unidos. Pero, si se analiza este film en relación con su obra previa y las obsesiones que el realizador viene sosteniendo desde hace ya varios años, se podrá apreciar que la elección no fue antojadiza ni caprichosa. El arte de la política, las disputas intestinas por el poder, la muerte de los líderes y el destino de los cadáveres, las cuestiones de la fe y los dilemas morales son temas centrales que reaparecen en Jackie luego de haber surgido en Post Mortem, No y El club. Siguiendo con los prejuicios tampoco se podía esperar demasiado del guionista Noah Oppenheim, cuyos únicos antecedentes eran sendas incursiones en sagas adolescentes como Maze Runner: Correr o morir y Divergente la serie: Leal, pero -otra vez- el resultado es bastante más interesante de lo que se preveía. Fiel al estilo caleidoscópico y a la estructura de rompecabezas de buena parte de su filmografía, Larraín va y viene en el tiempo, pendula entre situaciones épicas y momentos íntimos (con los primerísimos primeros planos y las miradas de Natalie Portman como principal argumento), entre cierta distancia inescrutable y pasajes (como la reconstrucción del momento del asesinato) muy crudos y de una violencia gráfica. Esa apuesta contradictoria -casi esquizofrénica- entre escenas en las que imperan la sutileza, el pudor y la elegancia, y otros que lucen demasiado forzados impiden que el resultado sea del todo convincente, pero no por ello el film carece de aciertos y valores. El director de Tony Manero y Neruda (otra biopic muy poco convencional) propone como principal eje del relato una entrevista que un periodista a-la-Theodore White (Billy Crudup) le realiza a la flamante y atribulada viuda pocas horas después de la muerte de John Fitzgerald Kennedy. La charla -descarnada, desgarradora e “impublicable” en su mayor parte por los detalles escabrosos y las confesiones de Jackie- van dando lugar a distintos momentos: el momento de los disparos en aquel 22 de noviembre de 1963, el juramento y asunción de urgencia de Lyndon B. Johnson dentro de un avión, el momento en que ella se ducha y se saca la sangre del cuerpo, las imágenes en su casa fumando, bebiendo alcohol y escuchando a Richard Burton cantando como el rey Arturo en el musical Camelot, los preparativos del funeral que ella quiere sea similar al que tuvo Abraham Lincoln, el momento en que debe contarle la verdad a sus pequeños hijos, imágenes de archivo en los que ella aparece en un especial de la CBS en 1962 mostrando los interiores refaccionados de la Casa Blanca y así... El resultado de este patchwork es un poco desconcertante y cierta distancia, frialdad y excesos voyeurísticos dificultan la conexión emocional con el vía crucis personal de la heroína, pero también es cierto que Jackie tiene varias secuencias fascinantes. Lo mismo ocurre con el trabajo de Natalie Portman (algo sobrevalorado para mi gusto), ya que por momentos la imitación de gestos, actitudes y tonos de voces luce demasiado calculada, aunque en otros alcanza a transmitir el profundo dolor, la frustración, la incomodidad y el desagrado que siente antes los hechos ocurridos y todo lo que se genera a su alrededor. Para destacar también los aportes en papeles secundarios de Greta Gerwig (la incondicional asistenta de Jackie), Peter Sarsgaard (Bobby Kennedy), Max Casella (el manipulador asistente de Lyndon B. Johnson) y John Hurt (en uno de sus últimos trabajos como el cura con el que ella de alguna manera se confiesa), entre varios otros. La música climática de Mica Levi y la fotografía granulada y melancólica de Stéphane Fontaine ayudan a construir esas atmósferas donde imperan la tristeza y la certeza de un fin de ciclo (de una mujer y de todo un país) marcado por la violencia y la tragedia.
MITOS IMPUESTOS Y ENIGMAS IMPENETRABLES El trajecito Channel rosa manchado de sangre, el gigantesco funeral, JFK jr. despidiéndose de su padre con una venia. El asesinato de John Fitzgerald Kennedy fue uno de los primeros acontecimientos globales que generaron imágenes icónicas para la naciente cultura pop de los sesenta. Los medios que cubrieron el hecho minuto a minuto y la famosa película de Abraham Zapruder que filmó el magnicidio que se difundió hasta el hartazgo, fueron la cantera de la que se nutrió el cine para abordar la historia dura y las colaterales –JFK, de Oliver Stone; Ruby, de John Mackenzie; Parkland, de Peter Landesman-, pero ninguna película se había centrado específicamente en Jacqueline Kennedy inmediatamente después de la muerte de su esposo. Jackie entonces es la oportunidad de asomarse a la vida de la ex primera dama, pero el film del chileno Pablo Larraín (Neruda, El club, No, Tony Manero), que debuta a lo grande en Hollywood, se encarga de dejar en claro desde el primer minuto que el relato no se va a ocupar del desentrañar el enigma en torno a esta mujer, en todo caso, se hace cargo de la imposibilidad de indagar en su impenetrable personalidad. Y es desde allí que construye un fascinante artefacto voyeurista sobre la soledad del poder, los privilegios y el aislamiento, la imagen debida que se impone por su propia lógica ante el mundo aplastando cualquier posibilidad de un duelo íntimo. Formidable, Natalie Portman encarna a Jackie y le pone una voz en constante pelea con el colapso, un carácter duro que se impone sobre el entorno y el propio dolor, un lenguaje corporal que transmite tragedia en cada paso por las habitaciones vacías de la Casa Blanca. Larraín recurre a una puesta melancólica y a la vez distante -la puesta en escena que montó la propia Jackie para su vida- para contar cómo la mujer deja de lado su tragedia personal para encargarse de la tragedia colectiva. Tan frágil como estoica, su pérdida no cuenta a la hora de la pérdida de la Nación y la aún primera dama asume ese peso con eficiencia. Pero esa actitud, el deber y la obstinación para construir el mito -el funeral solemne y fastuoso a la altura de las exequias de Lincoln- son las que dejan a Jacqueline Kennedy vacía, con poco por revelar en la entrevista que da al periodista de la revista Life (Billy Crudup). Pero no, en realidad ese duelo, como en toda buena entrevista, es el hilo para tirar de la madeja y revelar la inteligencia emocional de un personaje ocupado en construir una leyenda y en el camino, encapsular la propia. JACKIE Jackie. Estados Unidos/Chile/Francia/Hong Kong, 2016. Dirección: Pablo Larraín. Intérpretes: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup, John Hurt, Richard E. Grant, John Carroll Lynch, Beth Grant, Max Casella y Caspar Phillipson. Guión: Noah Oppenheim. Fotografía: Stéphane Fontaine. Música: Mica Levi. Edición: Sebastián Sepúlveda. Diseño de producción: Jean Rabasse. Duración 100 minutos.
Jackie es una biopic acotada, sobre un hecho puntual, en donde la protagonista es Jaqceline Kennedy Onassis, la ex primera dama de los Estados Unidos (1961-1963). John F. Kennedy, (además de haber sido presidente) es conocido en el mundo porque fue asesinado por Lee Harvey Oswald, mientras realizaba una caravana en un descapotable en Dallas, Texas. Las imágenes de archivo hablan por sí solas y permanecerán en nuestra memoria por siempre. Jackie se centra en la única entrevista que dio al periodista de “Time” Theodore H White en la semana posterior al magnicidio. En el film, la entrevista conduce a la historia, en donde Jackie relata los momentos previos y posteriores al asesinato de su esposo. Natalie Portman, hace un gran trabajo, se aprecia su labor desde su andar, la postura y la voz (un tanto impostada, que por momentos molesta). Sin embargo, es una interpretación impactante. Jackie es un film sobre el duelo, ese momento en que la vida sucumbe con un hecho desgarrador. La atmósfera del film gira en torno a una mujer devastada, quebrada ante una situación que todos vivimos (el perder a un ser querido), pero que no todos transitamos en ese contexto de exposición, sobre todo siendo la mujer del presidente. La textura de las imágenes y los colores son maravillosas. Exquisita mezcla entre imágenes de archivo y las rodadas para la película. Todo se tiñe de esos colores lavados que dan la sensación de estar viendo un material de archivo invaluable. Se destacan las escenas del tour que Jackie Kennedy realizó por la Casa Blanca a la CBS, en donde el sonido acompaña y ayuda a generar esa atmósfera; y la del funeral de JFK, con imágenes que se ven exactas a las de archivo. Es memorable la actuación del recientemente fallecido John Hurt, quien interpreta a un cura confesor de Jackie. Jackie nos hace caminar entre niebla, nos tensa y nos muestra otro punto de vista de la historia que ya conocemos con una hábil dirección de Pablo Larraín, empleando recursos similares a Neruda, en este caso mejor aplicados, y una contundente actuación de Portman.
La biopic actual más que intentar abarcar toda la vida de un personaje relevante, toma un capitulo especifico de la misma y la usa como oportunidad para ilustrar (dramáticamente hablando) su carácter. Si bien Jackie se inscribe por meras cuestiones estructurales dentro de este grupo, el debut de Pablo Larraín en el cine anglo-parlante se muestra determinado desde su primer encuadre en retratar la importancia de dejar un legado. Que se trate de los Kennedys, es una excusa, una puerta de entrada a algo mucho más complejo y universal. ¿Usted sabe quién fue…? Con las repercusiones del asesinato de JFK como telón de fondo, un periodista visita la residencia Kennedy en Hyannis Port, Massachusetts para conducir una entrevista a Jackie Kennedy. En la misma, la ex-primera dama hace el racconto de la enorme odisea que significó organizar el funeral de su esposo; un evento que prueba ser menos una despedida y más la piedra fundacional de un legado, que de no haber intervenido ella hubiera pasado al olvido. La película tiene un guion adecuadamente estructurado, pero que tiene el tema de la memoria y el legado delante de todo. Te recuerda el hecho de que Kennedy estuvo sólo dos años como presidente, y su legado corría riesgo de caer en el olvido; no tanto por una conspiración de sus sucesores, sino por una actitud en clave política de “el show debe continuar”. La película ilustra, aunque sea dramáticamente, como al preservar el legado de su marido, Jackie, sin saberlo, creó el suyo propio. Aunque, claro está, el guion tampoco la pinta como una santa; no son pocas las escenas donde le pide al periodista que omita detalles. Estamos también ante la primera película que muestra en sangriento detalle cómo fue la muerte de JFK. En la reproducción de dicho asesinato es donde se ve que Pablo Larraín fue la mejor opción para dirigir; si bien estaba en el guion desde el vamos, un director norteamericano hubiera sido más pacato y se hubiera inclinado por un “intento de sutileza”, sin embargo aquí, dicha escena, y el modo en el que es retratada, adquiere una resonancia necesaria para el conflicto de la película. Es necesario aclarar lo que esta película es y lo que no es. El que espere ver una película de tinte conspirativo se va a desilusionar; tanto el marco narrativo como el racconto de los hechos transcurren en 1963, cuando el asesinato todavía estaba fresco en la memoria, y faltarían 6 años más para el juicio público que pondría en evidencia esa conspiración. Así que la pregunta de ¿Oswald actuó solo? esta película no se las va a contestar, porque ni siquiera plantea la pregunta. También es necesario aclarar que esta película no es un racconto de la vida de Jacqueline Kennedy, sino de un capitulo especifico y crucial de su vida, asi el que espere una escena por mínima que sea, que muestre su vida con el magnate Aristóteles Onassis también se va a desilusionar. Natalie Portman hace gala de una expresividad enorme a la hora de dar vida a esta ex-primera dama; los momentos privados los borda con una enorme sensibilidad. No obstante, esta lograda composición se da contra un muro cuando empieza a hablar; el intento de la actriz de hablar como Jackie Kennedy, reproduciendo el acento de Boston, es tan forzado que responde más a una imitación que a una interpretación. Por otro lado, Peter Sarsgaard, sin hacer ningún intento de reproducir ese acento, es un Bobby Kennedy creíble, pero por sus acciones y por la emoción que entrega con las líneas que el guion pone en su boca. Una hábil fotografía se concentra en los rostros de los personajes, apoyada por un montaje que solo corta cuando es necesario, pero que no por ello afecta al ritmo general de la película. El diseño de producción es uno prolijo, modesto y grandilocuente sólo cuando la escena lo exige; el único decorado que parece gritar “acá pusimos mucha plata” es el de la Casa Blanca. Un grito justificado; si bien no me sumergió del todo, me hizo creer en lo justo y necesario que estaba en la residencia del presidente norteamericano. Siento la necesidad de dedicar un párrafo aparte a la partitura musical de Mica Levi, mayoritariamente de instrumentos de cuerda, que subraya las emociones de la protagonista sin llegar a la exageración o el cliché en el que puede caer dicha instrumentación si no se la vigila. Un trabajo tan sutil como lo es intenso. Conclusión: Jackie es un biopic correcto desde lo dramático, pero que tiene a su temática como principal prioridad. A pesar de una labor por momentos forzada de su protagonista, la película consigue los objetivos que se propone, y nos permite apreciar (incluso siendo una dramatización) lo cerca que estuvo este importante capítulo de la historia de ser una nota al pie de la misma.
El 22 de septiembre de 1963 asesinaron al presidente Kennedy y el mundo contemplo anonadado lo que ocurrió. Ese día y los tres posteriores son los que toma la película de Pablo Larrain con una ficción que si bien toma datos concretos de la realidad, intenta recrear la intimidad de la joven viuda del presidente. Una mujer sola, destrozada pero con una conciencia única de la imagen, que la llevo a demorar cambiarse su traje manchado de sangre y la que se empeño en conservar el legado del presidente que solo estuvo en el poder durante dos años. Exigió la misma pompa y circunstancia que tuvo nada menos que Abraham Lincoln. Una mujer al borde del abismo pero con una misión, frágil como una hoja al viento y dura como el hielo. Un gran trabajo de Natalie Portman acompañada por Peter Sarsgaard y Greta Gerwing, que recreó con talento esa dualidad y ese cuidado extremo por conservar los mitos a costa de verdades. Un film distinto del director chileno que deja de lado su habitual ironía, su imaginación y se apega a mostrar los manejos del poder ante una tragedia y como se maneja una mujer que se sintió reina y perdió a su marido y a su corona.
Jackie: La dama de honor. Pablo Larraín se mete al mundo del cine hollywoodense con este biopic de la ex esposa de Kennedy donde hay más brillo que lucidez. Las biografías no son un tipo de género que se lleven muy bien con el cine. A menudo se habla que no forma parte de la cinematografía y que deberían considerarse un simple retrato. Además, de que en su gran mayoría pasan desapercibidos a menos que consigan alguna nominación a la Academia (como lo fue en este caso). Por lo que rendir homenaje, hoy en día, es bastante arriesgado como fue el caso de “Gilda: No me arrepiento de este amor” (2016) de Lorena Muñoz que aseguraba taquilla pero no el prejuicio de un público alejado de la cantante de cumbia. Y como fue el caso del documental chileno “Allende mi abuelo Allende” (2015) realizado por la misma nieta de Salvador Allende que retrata desde la mirada íntima para hacer una crítica a la situación social de su país. No es por poco que una de las frases más importante del film fuera: “Un líder nunca debe mostrarse triste, ni siquiera después de la muerte de un familiar”. Pablo Larraín queda también atrapado en esta telaraña de la mirada del otro. Hacer un biopic de la Jackie O en tierras lejanas no le juega muy a favor. Sin embargo, establece conexión con temas de su obsesión: la política, el poder, las traiciones y mentiras. La obra no se centra en la totalidad de la vida y obra de Jacqueline Kennedy, es el mismo recuerdo de la muerte de su esposo JFK y todo el luto que se sufrió luego del acto cometido, en Dallas, el 22 de noviembre del año 1963. Natalie Portman encarna el papel protagónico pero sólo resaltará las escenas de dolor, pánico, angustia y decepción ya que la otra mira será mostrada por los archivos televisivos. La actriz de “El cisne negro” (2011) solo debe mostrar lo sucedió detrás de cámara. Lo que nadie vio pero todos especularon. No mostrará el dolor al público, como todo dirigente masivo. El inicio del film es hipnótico donde la exmandataria contesta preguntas a un periodista selecto para entregar la exclusiva luego del accidente de la muerte de Kennedy. Las respuestas y las repreguntas van tirando de un lado a otro, como si fuese un juego de Ping-Pong y el ingenio de las palabras no tendrá fin gracias al guion de Noah Oppenheim. Este formato será el dará todo el desarrollo de la cinta con flashback y algunas acciones de la primera dama en cuanto el entierro de su exesposo. La banda sonora a cargo de Mica Levi y la excepcional fotografía y decorado le darán el ambiente tétrico y melancólico que tanto se desea manifestar, llegando hasta extremos claustrofóbicos. Y el enamoramiento del director chileno por la televisión se vuelve a reflejar pero de un modo diferente de su anterior obra “No” (2012), acá no juega como reflejo sino como completo como memoria ya sea a través de una vieja entrevista a Jackie mostrando la Casa blanca, o mostrando escenas del suceso que mueve a la película. La propuesta muestra que la tragedia ocurrida puede derivar en un hecho universal, lamentablemente no.
La puesta en escena de la primera dama El sorprendente debut en Hollywood del director de Neruda tiene como virtud la ambigüedad con que retrata a la viuda del presidente Kennedy en los días posteriores a su asesinato. Parece como si lo hubiera hecho más para mí que para homenajear a Jack”, se dice a sí misma Jackie Kennedy en un momento de honestidad brutal, en referencia al impresionante cortejo fúnebre que ella se obstinó en darle a su marido asesinado, a pesar de los recaudos aconsejados por los servicios de seguridad. En qué medida los actos públicos de esos cuatro días que van desde el magnicidio del 22 de noviembre de 1963 a la entrevista que Jackie concede a un periodista en la mansión familiar de Hyannis Port, Massachussets, son espontáneos o construidos, parte de un luto o un espectáculo, hechos o relato, ingenuidad o astucia es –más allá de ser la sustancia misma de la política– la materia de Jackie, curioso debut estadounidense del realizador chileno Pablo Larraín, cuya primera película hablada en inglés parecería privativa para un cineasta “de la casa”. Para un realizador poco amigo de la ambigüedad, la resbalosa Jackie es una rareza, y la lógica indica apuntar como responsable de esa ambigüedad al guionista Noah Oppenheim, entre cuyos antecedentes se cuenta uno francamente infrecuente: es el presidente de la cadena de televisión NBC. Pensada originalmente como una miniserie de HBO en cuatro episodios, con producción de Steven Spielberg, Jackie se convirtió en una película que dirigiría Darren Aronofsky y protagonizaría su esposa, la exquisita Rachel Weisz. En algún momento ambos abandonaron; Aronofosky quedó como productor y por algún motivo le ofreció la dirección a Larraín, que es más joven de lo que se supone (40 años, siete películas). Por algún motivo también, Larraín dijo que aceptaba si y sólo si Natalie Portman encarnaba a Jacqueline Lee Bouvier. Portman aceptó y eso es lo más comprensible de todo: no es un papel para andar rechazando. De hecho el papel la llevó hasta las puertas del Oscar, y si no lo ganó es por el viento de cola que traía La La Land, que elevó al escenario a la sin duda magnífica Emma Stone. Pero es que lo de Portman es un verdadero show del matiz. ¿Show? Sí, muy visible si se quiere, mientras que lo de Stone es un tipo de actuación más interno, más generoso en tanto menos ostentoso. En fin, cuestión de estilos. Ninguna novedad como estructura narrativa, la de Jackie se sostiene en la entrevista que un periodista innominado (podría ser perfectamente Theodore H. White, de la revista Life, quien reporteó a la ex primera dama días después del magnicidio) realiza a la señora Kennedy en su casa de Massachussets. Esa entrevista da lugar a que Jackie eche luz sobre ciertos recuerdos, que narrativamente se presentarán en forma de flashbacks, y del vaivén entre ese presente y esos flashbacks surgirá el andamiaje de la película. Hay otros hechos que el estado de shock de Jackie no le permite recordar. O eso dice: que ella misma admita un hiato entre su relato y la verdad habilita toda duda. La señora Kennedy aduce una tergiversación reciente de sus palabras para arrogarse el derecho a editar la entrevista, algo que hará lápiz en mano una vez terminada, de modo poco elegante para una dama de sus quilates. Pero esos quilates, ¿no eran ya una invención? A pesar de su apellido tan bián, Jacqueline Bouvier era hija de un corredor de Bolsa y un ama de casa de Southampton. Esos modales tan distinguidos, ¿no eran acaso aprendidos y mil veces ensayados? Natalie Portman los exagera, hasta el borde mismo de la caricatura. Allí está, en YouTube, el especial de televisión en el que Jackie, como una especie de Chiqui (Legrand), hace un tour por la Casa Blanca en 1961, mostrándose poco menos que como una reina, con su peinado bananita, su spray y una dicción entre aniñada y afectada. O afectando ingenuidad, más precisamente. Ese modo de hablar es el que Portman acentúa, hasta niveles irritantes. La idea de realeza aparece aquí y allá en la película, insinuada sobre todo por el periodista al que Billy Crudup interpreta como una roca. Lo impresionante es que cuando esa roca empieza a ver que detrás de esa aparente bobita chic hay una astuta mujer política, la roca empieza a desintegrarse. “Eso, por supuesto, no lo dije”, le dice Jackie, levantando el cigarrillo como en un aviso de Kent después de confesar que ella y Jack no dormían en la misma cama. “Por supuesto, no fumo”. Y fuma como un escuerzo. Esa mujer puede decidir no cambiarse el famoso conjunto Chanel rosa ensangrentado por la sangre del marido, “para que vean lo que hicieron a nuestra familia”. Hay que tener brillantez para decidir esa puesta en escena. Pero a la vez esa mujer puede ser tan frágil como para verse perdida, mareada, ausente, un poco loca incluso, inmediatamente después del asesinato, pidiéndole a un guardaespaldas que le cuente qué pasó, intentando hacer contacto con Lee Harvey Oswald, paseándose por los pasillos de la Casa Blanca como un fantasma. Y sin embargo, en la entrevista introduce la idea de que el gobierno de JFK era como el Camelot del Rey Arturo, confiándole al periodista que en el futuro “esos personajes serán más reales” que los de la realidad. Si eso no es construir un relato…
Natalie Portman logra una soberbia interpretación como la viuda de JFK en este intenso drama cargado de emoción y escenas efectivas 22 de noviembre de 1963. La vida de Jackie Kennedy cambia para siempre cuando su marido John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos, es asesinado en Dallas, Texas. Después de este dramático acontecimiento que conmovió al mundo, Jackie queda destrozada. Aun así, durante los días posteriores al asesinato, la Primera Dama demuestra un temple que pocos podrían haber tenido en esas circunstancias. Dirigida por el chileno Pablo Larraín (también responsable de la reciente Neruda) la película recrea casi a la perfección uno de los momentos más icónicos de la década del sesenta. La fusión de metraje documental verídico con las secuencias de ficción conviven con naturalidad, gracias a un diseño de producción que ha cuidado hasta el más mínimo detalle. Pero la película no solo es la reconstrucción del magnicidio, sino que además hace foco de manera cercana en las consecuencias que acarreó para esa mujer bella y de mirada profunda que aquí compone la enorme Natalie Portman. Su performance, cargada de sentimiento, está alejada de los lugares comunes y los facilismo de la imitación. La estructura narrativa, se vale de una entrevista a la protagonista, escenas que parecen estar concebidas para que sirvan de notas al pie, en un relato que no necesitaba explicitar tanto. Estas secuencias más discursivas y plagadas de datos, desentonan con el resto del filme. Y es que desde la puesta en escena, el tempo y las interpretaciones, hay una clara elección de Larraín por abordar una cinta dramática, intimista y poética más que por una biografía convencional. El guión no indaga en la vida de la Primera Dama, ni en los inicios de su relación con JFK, tampoco en su sufrimiento por las infidelidades de su esposo, sin embargo toda esa carga está presente, y el director y la protagonista se encargan de que lo sepamos. Es un retrato de una mujer que solo mostró públicamente una faceta, cuando en la intimidad convivían varias otras y muy distintas. No se trata de una película complaciente, ni de un personaje tallado en bronce, esta Jackie es humana, sufre, está desgarrada y nosotros podemos sentir y compartir ese dolor. Por eso, la película funciona y toca las fibras más íntimas de los espectadores.
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La dama de hierro Una de las primeras damas más reconocidas, no solo de Estados Unidos, sino del mundo, es Jackie Kennedy, quién acompañó a su esposo hasta que lo asesinaron en noviembre de 1963 y se convirtió en un icono de la década del 60. Ha pasado un tiempo del asesinato de JFK, Jackie (Natalie Portman) recibe la visita de un periodista (Billy Crudup) quien la va a entrevistar, durante esas horas la ex primera dama le contará cómo pasó esos fatídicos instantes. El chileno Pablo Larraín es el encargado de dirigir el film (primero lo iba a hacer Darren Aronofsky quien figura como productor), y su primera incursión en Hollywood es esta en la que cuenta un tramo de la vida de Jackie. Una de las decisiones más acertadas es la de contar los hechos de manera desordenada y no cronológicamente, lo que hace que la película fluya. Natalie Portman brilla, es en su actuación donde se sustenta el relato, una mujer que pasa por todos los estados. Otro de los trabajos destacados es el de Peter Sarsgaard como Robert Kennedy, hermano de John y quien ayuda a Jackie con los preparativos del funeral. Además, esta película es uno de los últimos trabajos del recientemente fallecido John Hurt como un sacerdote que intentará consolar a la viuda. La fotografía de Stéphane Fontaine y la música de Mica Levi (que le valió una nominación al Oscar) están entre los destacados pero lo mejor es el diseño de producción, desde la recreación de los 60 hasta la elección del vestuario, incluyendo la recreación de ese famoso vestido rosa Chanel que usaba en Dallas cuando mataron a su esposo y pasó a la historia. Jackie es una película metódica, en donde todo está en su lugar, todas las piezas encajan bien para dar un relato con sentimiento sobre una de las mujeres más influyentes del siglo XX.
Jackie: Claroscuros de una mujer capaz de crear un mito que aún hace soñar a su país Pablo Larraín y el guionista Noah Oppenheim intentan en Jackie bucear en el aspecto menos conocido de la ex primera dama norteamericana, ese que no tiene que ver con el glamour sino con su dolor y la obsesión por preservar el legado de JFK después de su asesinato. Para lograrlo, el director apela a un tono extraño, combinación de realismo y artificialidad, que permite acceder a una verdad que puede quedar opacada por los detalles históricos. En vez de utilizar la clásica estructura de contar la vida del personaje de la cuna a la tumba, la película se concentra en los pocos días siguientes al asesinato de Kennedy, con flashbacks a la grabación de un programa especial en el que Jackie presentaba un tour por la Casa Blanca. Además, como marco narrativo se utiliza la excusa de una entrevista a la primera dama -controladora aún en su tristeza- realizada una semana después de la tragedia. Este recorte resulta muy acertado porque permite retratar en profundidad cómo esta mujer enfrentó una situación tan dolorosa y extraordinaria. La película muestra a una Jackie no idealizada, viviendo la confusión y el enojo típicos del duelo, pero también desplegando una gran capacidad de manipulación para asegurarse de que JFK y su familia tuvieran en la historia el lugar que ella consideraba que merecían. Y así nos enteramos, por ejemplo, que la metáfora de la presidencia de Kennedy como el idílico Camelot fue una creación suya, un dato que ella se encargó de que quedara impreso para la posteridad. El centro de toda la película es Jackie y ni la narrativa ingeniosa ni la ajustada puesta en escena de Larraín hubiesen funcionado si no fuera por la actuación de Natalie Portman, que está sostenida por excelentes secundarios como John Hurt, Peter Sarsgaard y Greta Gerwig. La peculiar forma de hablar de Jackie que copia la actriz y el trabajo actoral subrayado en las escenas de mayor intimidad, en sus momentos más oscuros y más triunfantes, le permiten a Portman, a través de esa construcción lejos del naturalismo, descubrir a una mujer tan vulnerable como fuerte y capaz de crear su propio mito.
Nunca es triste la verdad, salvo si la cuenta Jackie Los días posteriores al asesinato de JFK, según la visión de su viuda, con una minuciosa Natalie Portman. “Hay una gran división entre lo que la gente cree y lo que yo sé que es verdad”, dice muy segura Jackie, la viuda de Kennedy. Es un punto de partida para entender qué es Jackie, la película, un acercamiento, una examinación del personaje y su necesidad de purgar o reparar su dolor. Hoy dirían que es la manera en que Jackie puede “soltar” a su marido. Acercarse a un personaje y a un hecho histórico desde una confesión suena a buscar complicidad con el espectador. Suele creerse que lo que se ve y escucha es la verdad, como dice Jacqueline al periodista que la entrevista en su mansión en Massachussets, días después del atentado que terminó con la vida del presidente Kennedy. Y como en Amadeus, y salvando las distancias artísticas e históricas, alguien que estuvo muy cerca de una celebridad da su versión de los acontecimientos. A Pablo Larraín le gusta inmiscuirse en los recovecos de la historia y dar, antes que una versión, una interpretación singular y/o distinta de cómo los hechos afectan a sus personajes. Y de cómo son sus protagonistas. Jackie muestra a una Jacqueline Kennedy devastada por el asesinato de su esposo, que cayó mortalmente herido en su falda en un auto descapotado el 22 de noviembre de 1963. Larraín reconstruirá el atentado y hasta mostrará a Jackie bañándose para quitarse la sangre pegajosa de Kennedy. Lo que sigue son los días posteriores al crimen, la emergencia de Jackie por decir lo suyo, su amor por John; esa distancia entre lo que la gente conoce o intuye y lo que Jackie guarda. Y por más que hable y cuente mucho, “esto es impublicable”, le espeta al periodista. Larraín (Tony Manero, No, Neruda, con la que guarda puntos de contacto al tomar un personaje, pero no ser una biopic) elige para narrar su primer filme hablado en inglés una profusión de primeros planos. Portman mira y habla a cámara, confrontándola con el periodista (nunca se lo menciona, pero estaría basado en Theodore White, de la revista Life), precisamente con la intención de acercarnos a ese formato, el de la entrevista cuasi documental. Como si fuera un patchwork, una colcha de retazos, se vale de imágenes de archivo, algunas recreadas, y mucho, mucho Jackie. Portman está el 95% del tiempo en pantalla. El director chileno aceptó dirigir el filme sólo si la ganadora del Oscar por El cisne negro lo protagonizaba. Ese fue un acierto. La ex Mathilda de El perfecto asesino ha seguido a Jacqueline Kennedy de manera escrupulosa. No lo ha hecho sola, ya que el diseño de vestuario y el peinado y maquillaje ayudan a reconocer en ella a la viuda de Kennedy desde lo externo. Con Billy Crudup como el periodista, Peter Sarsgaard como Robert Kennedy y John Hurt en una de sus últimas actuaciones como el sacerdote, es Greta Gerwig quien destaca como la amiga y secretaria Nancy Tuckerman.
Crítica emitida por radio.
FRAGMENTADA Contra la duda que surge siempre en relación a la necesidad que tienen ciertos directores ya consagrados de caer en las redes de Hollywood, el chileno Pablo Larraín redobla la apuesta y ofrece una película que no sólo resulta ciento por ciento suya, sino que además es muy poco complaciente con la historia de Estados Unidos, el país a donde fue a filmar en su primer proyecto internacional. El realizador aborda el crimen y las horas posteriores a la muerte del presidente John Fitzgerald Kennedy a partir de la experiencia y la mirada de Jackie, su esposa. Si destacamos por un lado la personalidad de la película y la presencia indudable de los toques autorales de Larraín, también tenemos que señalar que esa tendencia a la construcción fragmentada termina saturando por exceso: porque al montaje constante y al desarrollo en retazos (algo ya visto en la reciente Neruda) hay que sumarle la construcción fragmentada de la protagonista que hace Natalie Portman, en un unipersonal algo molesto de la actriz. En su película, Larraín muestra a la Jackie Kennedy íntima y a la pública: lo hace desdoblando la narración en múltiples segmentos. Parte de una entrevista que la primera dama concede a los pocos días de la muerte de su marido y viaja al pasado por medio de flashbacks que sintetizan su mirada sobre el imaginario norteamericano. Pero si al director le interesa ese juego de ambigüedad que se da en el poder y la política para comprobar la hipocresía y la duplicidad de los discursos, también se excede en las formas: en la película aparecerá una Jackie íntima arrogante y otra apesadumbrada por la reciente muerte y el peso del poder; mientras que también habrá varias Jackie’s públicas, desde la apasionada por los protocolos a la ingenua modelo de mujer Americana que aparecía en algunos informes televisivos. A este calidoscopio, hay que sumar la elaboración que hace Portman de su personaje, en una acumulación de gestos y afectaciones en el habla que convierten el patchwork que es la película en una experiencia barroca algo agotadora. Si por un lado celebramos la personalidad del director chileno en hacer una película que lo representa cabalmente, a la vez que arroja un retrato provocador sobre Norteamérica y sus mitos, también es cierto que en ese regodeo formal que es Jackie hay excesos que resultan un mero exhibicionismo. En el cine de Larraín muchas veces sucede esto que ocurre aquí: la pericia técnica, la fragmentación de los relatos, se ponen por delante de lo que se está contando. Y así la película pierde el norte de una manera bastante caprichosa: todo, incluso Portman, nos distrae, nos hace prestar atención más a los hilos que construyen el relato que al fondo que propone la película. De todos modos, y más allá de sus regodeos estéticos, no hay que quitarle mérito a la apuesta arriesgada y para nada simpática que hace Larraín. Tomando como centro la devoción de JFK por el mito de Camelot (que además durante su mandato se había convertido en una muy exitosa puesta en escena de Broadway), la película trabaja desde ahí la propia necesidad de una nación y de un colectivo social, los norteamericanos (pero podría ser cualquiera; por acá tenemos experiencia), por un relato constitutivo que tienda un imaginario sobre el cual pensarse y promocionarse hacia afuera. Lo neurálgico en Jackie, tanto en la película como en el personaje, es el relato. Para el director es eso, y no otra cosa, lo que termina formando la idea que cada uno tenemos acerca de un país. En la figura de Kennedy, tan cuestionable como tantas pero llamativamente idealizada, esa ficción piadosa alcanza cimas históricas dentro de la historia de los Estados Unidos, tal vez comparable con la figura de Franklin Delano Roosevelt. O, claro que sí, Abraham Lincoln, ese presidente con el que no curiosamente la buena de Jackie quiso empardar a su marido copiando el protocolo de su funeral. En esa tensión que se da puertas adentro entre la debilidad del poder y la necesidad de exteriorizar una fuerza inusual, representada en la quebradiza Jackie, está lo más suculento de una película que por otra parte se fragmenta tanto que parecen terminando varias películas a la vez.
La interpretación de Natalie Portman es la atracción más destacada en una película que no le hace justicia a la figura de Jackie Kennedy, cuya vida ofrecía un material interesante para una buena biografía. El film del director chileno Pablo Larraín sólo explora las tres semanas posteriores al asesinato del presidente norteamericano John F.Kennedy y nunca desarrolla las vivencias de una de las mujeres más populares del siglo 20. En esta producción el foco estuvo puesto en recrear el morbo del atentado en Dallas y los preparativos del funeral de Kennedy, más que en explorar en profundidad la historia de una mujer que cambió el rol de la Primera Dama en la Casa Blanca. Salvo por una buena escena que tiene Portman con John Hurt, quien interpreta a un sacerdote, no llegamos a conocer en detalle a Jackie. En la película la vemos reaccionar ante determinadas situaciones dolorosas, siempre acompañada con una melodramática banda de sonido, pero nunca se construye un relato que capture la personalidad y esencia de la protagonista. La mayor virtud del trabajo de Larraín pasa por la increíble puesta en escena que se ofrece de los años ´60. La fotografía, los vestuarios y el modo en que se recrea famosos materiales de archivo es impecable. No ocurre lo mismo con el argumento, que cae en algunas situaciones absurdas, como el retrato exagerado que se ofrece del vicepresidente Lyndon Johnson, quien por momentos parece el senador Palpatine de Star Wars. En la vida real Johnson estuvo cerca de Jackie en la horas posteriores al asesinato de Dallas y se negó a jurar como presidente hasta que el cuerpo de Kennedy volviera con él a Washington. Por motivos inexplicables, como si el film necesitara un villano, en esta producción se lo presenta como un frío halcón político que no tiene compasión por la protagonista. La principal atracción de este estreno pasa por la tremenda composición que presenta Natalie Portman de Jackie Kennedy. En el pasado varias actrices trabajaron el mismo rol en otras producciones, pero Portman fue la única que se convirtió literalmente en el personaje. Inclusive tomó el riesgo de replicar el mismo tono de voz y las expresiones corporales con una precisión escalofriante que no es sencillo de conseguir. Portman tiene algunas escenas brillantes en la película, como esos momentos de intimidad donde la protagonista se encuentra sola en su cuarto de la Casa Blanca tras el asesinato de su marido. La nominación al Oscar que recibió no fue en vano y su presencia en esta película logra que el relato genere interés. Si hay un motivo para recomendar Jackie es por la gran actuación de Natalie Portman, aunque la película no brinde el retrato más interesante del personaje que aborda.
Cuando me pongo a reflexionar sobre Jackie lo primero que viene a mi mente es la excelente recreación de época. Tanto el vestuario como el maquillaje fueron grandes merecedores de su nominación al Oscar. El diseño de producción también está a la altura y se manifiesta en las locaciones históricas y gran despliegue visual. Se nota mucho la mano de Pablo Larraín en los detalles y en incorporar encuadres (reales y falsos) de la época como material de archivo tal como hizo en No (2012), la película que lo lanzó a la fama. La premisa del film es buena porque no sé quedó con la figura histórica a lo largo de su vida sino más bien focalizando es el asesinato de JFK, a través de la primer entrevista que brindó luego del hecho. Está claro que el punto máximo de análisis tiene que ser sobre la performance de Natalie Portman. Se han hablado maravillas y también la han destrozado. Desde mi punto de vista hace un gran laburo salvo por un par de escenas donde la noté un poco sobreactuada. Su papel no era fácil y la mayoría de las actrices hubieran salido muy mal paradas con la cámara cien por ciento sobre ellas. Portman se adueñó del papel y le dio su toque. El resto del elenco está bien pero nada para destacar. En resumen, Jackie es una buena biopic y sirve para ampliar conocimientos para los que gustan del mito JFK.
Para los menores de 50 años y los no nacidos en Estados Unidos la primera duda puede surgir al oír lo que aparenta ser una impostada y sobreactuada voz de Natalie Portman (nominada al Oscar por su interpretación), es la fidelidad de la misma a la figura histórica. Entre las muchas ventajas que ofrece el siglo XXI, internet invita a la oportunidad de estar a tan solo un par de clicks de comprobar si la Jackie original realmente hablaba de ese modo. La respuesta corta es sí. Su increíblemente parecida es acompañada por un lenguaje corporal frágil y acertado de la ex primera dama del difunto presidente de los Estados Unidos. La película del director chileno Pablo Larraín sigue anacrónicamente las horas y días posteriores a uno de los magnicidios más impactantes del siglo XX. No estamos frente a una biopic convencional, sino ante el retrato de una tragedia que moldeó a Jacqueline Kennedy obligándola a abandonar la imagen de insustancial y fría que varios medios intentaron crear a su alrededor. Tampoco encontraremos en la historia el tradicional camino del héroe. La idea del director y sus guionistas no es ennoblecerla sino más bien humanizarla recreando el dolor y el vacío que le generó enviudar en tales circunstancias, de la manera más fiel y objetiva posible. A través de saltos temporales continuos, la historia consigue retratar a una mujer deshecha que es capaz de erigirse ante la adversidad en uno de los momentos más difíciles de su vida y del país. La muerte de JFK marcó no solo el fin del sueño de muchos y el comienzo de su leyenda, sino también un profundo cambio en la vida de su familia. Gracias a su protagonista, lejos de realizar un embellecimiento innecesario, se consigue un cautivador e intenso retrato.
Quien estaba al lado de John F. Kennedy al momento de su asesinato era Jackie, su mujer. Luego del disparo, la ex primera dama, inútilmente y doblada sobre él, intentaba recomponerlo. El director chileno Pablo Larraín entra en la industria norteamericana por la puerta grande y no tiene tapujos en mostrar uno de los costados más íntimos de la familia Kennedy que se hayan visto alguna vez en pantalla. Si bien la prodigiosa labor de Natalie Portman puede hacer olvidar cualquier desliz en la trama, Jackie llega al punto de perderse y volverse parsimoniosa entre sus reincidencias.
Los años en Camelot El asesinato de John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963 fue sin dudas uno de los momentos más icónicos de la historia política de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. En Jackie (2016), el director Pablo Larraín (Fuga, Tony Manero, El Club, Neruda) reconstruye el calvario suscitado en los días posteriores a su muerte desde la perspectiva de Jacqueline Kennedy, su esposa. Con una deslumbrante Natalie Portman y una puesta visual y sonora que retrata con precisión el elitismo y el despilfarro de las clases altas, la película describe la imponente personalidad de una mujer que se desenvolvió entre el marketing, la telegenia y la popularidad de la vida pública, y los esfuerzos por resguardar la intimidad de su familia en la vida privada. La narrativa del film se articula a partir de la entrevista que el periodista Theodore White (Billy Crudup), le realizó a Jackie una semana después del magnicidio. El contenido de esa charla es lo que le permite a Larraín ir y venir en el tiempo para relatar diferentes sucesos: la resonante redecoración de la Casa Blanca en 1962 por iniciativa de Jackie, la impactante reconstrucción paso a paso del asesinato de JFK, la relación con Bobby Kennedy (Peter Sarsgaard), las conversaciones con un cura quien le ayuda a procesar su trauma (John Hurt, en uno de sus últimas interpretaciones antes de su muerte), y la planificación del cortejo fúnebre presidencial que luego sería recordado durante décadas. Por momentos trágica, por momentos nostálgica y -también- un poco exagerada en su dramatismo, Jackie detenta pasajes de innegable calidad técnica y artística, aunque a su vez presenta cierta indefinición en cuanto a lo que tiene para decir sobre este particular personaje histórico. A la versátil interpretación de Portman se suma un excelente reparto integrado por Peter Sarsgaard, John Hurt, Greta Gerwig (la fiel asistente de Jackie) y Billy Crudup. Por su parte, la fotografía de Stephanie Fontaine y la música de Mica Levi ayudan a representar de forma excelsa la pomposidad y el lujo de las fiestas, cenas y conciertos que organizaba con asiduidad la familia presidencial en la Casa Blanca. Quizás ese tono nostálgico con el que la película recuerda la turbulenta presidencia de JFK es su mayor mérito, pues se corresponde con cierta imagen impoluta que aún persiste en la memoria colectiva de los norteamericanos en relación a su administración. Una imagen que asocia a los Kennedy con una suerte de época dorada que, como bien dice Jackie, remite a los años felices del reino de Camelot.
Correcta, emotiva, elegante y profunda. Jackie es una muy buena biopic que retrata la faceta desconocida y atrapante de un personaje histórico en su hora más oscura. El asesinato del presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy fue uno de los eventos más importantes de la historia del país del norte. No sólo por lo que implica el magnicidio del líder de una potencia mundial, ni por la enorme cantidad de teorías conspirativas que desató y hasta el día de hoy sigue despertando, sino por lo que Kennedy representó. Pese a que su gobierno duró apenas dos años, estuvo signado por importantes momentos para la política norteamericana y mundial: la consolidación del movimiento por los derechos civiles de la minoría afroamericana, la invasión en la Bahía de Cochinos, la Carrera Espacial, la crisis de los misiles de Cuba, el inicio de la Guerra de Vietnam y la construcción del Muro de Berlín. Su imagen podría haber desaparecido en las páginas más intrascendentes de la vasta historia norteamericana, sin embargo hasta el día de hoy se recuerda al mandatario y eso se debe a quienes dejó atrás después de su muerte. Los que construyeron su legado. La biopic de Jacqueline Kennedy no cuenta la historia completa de su vida, solo se centra en su capítulo más trágico e importante. Desde el asesinato de su esposo hasta su funeral en el Capitolio y el entierro en el cementerio de Arlington. Cuando uno evoca la imagen de Jackie, lo primero que viene a la mente es gracia, moda, belleza, estilo, arte, glamour, cultura y elitismo. La película logra capturar toda la esencia del personaje real, pero en un relato triste y melancólico signado por el dolor. La historia transcurre en el marco de una entrevista entre Jackie (Natalie Portman) y un periodista sin nombre (Billy Crudup), que intenta obtener la exclusiva de su carrera al retratar el dolor de la viuda del presidente. El principal recurso para presentar los eventos es el flashback: se ven los instantes previos y siguientes a la muerte del presidente, el duelo de Jackie durante sus últimos días viviendo en la Casa Blanca, el debate sobre qué hacer con el funeral y entierro de Kennedy, las charlas de Jackie con el sacerdote que conducirá el cotejo fúnebre (John Hurt), los días de gloria del matrimonio Kennedy entre bailes y conciertos y el tour especial de Jackie por la Casa Blanca que se trasmitió por televisión para todo el país. Natalie Portman se carga la película al hombro y brinda una muy emotiva interpretación en la piel de una mujer que tiene que sacar fuerzas de donde no las hay a la vez que intenta forjar el legado de su esposo, consolar a sus hijos y lidiar con los insensibles tiempos políticos de Washington (chocante la imagen de Jackie presenciando la jura del vicepresidente aún manchada con la sangre tibia de su marido). Lamentablemente cuando abre la boca se la nota demasiado forzada en su intento de sonar como Jackie, casi rozando la parodia. El resto del elenco acompaña muy bien, especialmente Peter Sarsgaard en el rol de Bobby Kennedy. El film hace gala de un diseño de producción y vestuario muy elegante y cuidado con gran atención al detalle, que se destaca especialmente en las escenas de fiesta en los salones de la Casa Blanca. La recreación del material documental real está correctamente lograda al igual que el guión, que por estar acotado a un capítulo específico y no la historia completa de una vida, puede darse el lujo de explorar momentos y temas con mayor profundidad. La calidad de la fotografía es excelente, elegante y muy estilizada. Una muy correcta labor de Pablo Larraín (Neruda, 2016) en la dirección y trabajo de cámara, que se anima a retratar la muerte del presidente con la crudeza necesaria para ser realista sin caer en el mal gusto. El tratamiento sonoro también funciona como relojito, con sonidos de cuerdas que acentúan las escenas dramáticas o de conflicto sin distraer, sumando al clima emotivo del film.
Este es el séptimo largo del cineasta chileno Pablo Larraín (“No”, “Neruda”), nos lleva a ver desde otro ángulo la vida de Jacqueline Kennedy (mostrando a la esposa de Kennedy durante la Presidencia entre el 20 de enero de 1961 y el 22 de noviembre de 1963; como vivió la mujer, madre y viuda. Quien luego fue la cónyuge del multimillonario Aristóteles Onassis 1968–1975). Todo comienza con una entrevista que dio Jackie (Natalie Portman, “"El cisne negro” donde nos ofrece una maravillosa interpretación en cada gesto, postura y el trabajo de su voz) a un periodista de la revista Life (Billy Crudup, "Casi famosos") una semana después del suceso. La historia contiene situaciones fuertes, desgarradoras y dolorosas. La película a medida que corren los minutos cobra mayor interés debido a como se va moviendo la cámara, las imágenes reales que se van entremezclando con los personajes y la buena utilización del flashback. Interesantes diálogos con un sacerdote (John Hurt, en uno de sus últimos trabajos, falleció este año); la preparación del funeral y entierro de John Fitzgerald Kennedy (Caspar Phillipson); Nancy Tuckerman, la asistente de Jackie (Greta Gerwig), Bobby Kennedy (Peter Sarsgaard); Max Casella (Jack Valenti), entre otros. La música, la ambientación y la fotografía con sus colores melancólicos creando interesantes climas. Bien intimista. Darren Aronofsky le ha dado al film ciertos toques muy particulares y termina elevándola. Recordemos que esta película se encontraba nominada en tres categorías en los Premios Oscar sin obtener ninguno.
Creíble Natalie Portman como Jackie Kennedy Natalie Portman es quien debió haberse llevado el Oscar este año. No sólo hizo una completa representación de Jackeline Kennedy (la mirada, la voz, el modo de caminar), sino una intensa, trágica representación del dolor, la incertidumbre, el vacío de una mujer a quien le mataron el marido y debe afrontar todo de golpe, velatorio, entierro, incluso el cumpleaños del más chiquito, apenas tres días más tarde, y la mudanza inmediata del hogar. Y además el despecho, la bronca y pelea contra los que rápidamente ocupan el lugar del finado sin respetar del todo la obra que dejó. Para entrar en su mente, Noah Oppenheim, periodista y libretista, se apoyó en un especial televisivo de 1961 muy inocente, un famoso reportaje a fondo de Theodore H. White para "Life", 1964, y las cartas de la viuda con varios sacerdotes, sintetizados en uno solo. Surge así un vaivén de cuatro días terribles, desde el asesinato de JFK hasta la despedida de la Casa Blanca. Algunas partes recrean anécdotas e imágenes que están grabadas desde 1963 en la mente de una generación. Otras partes nos dan a entender lo que pasó en privado. Vemos así la soledad de la mujer, su creciente fuerza de carácter, la conciencia de su rol, para imponer la altura y el legado de su esposo, y no aflojar a la vista de nadie. Y también vemos la paranoia de los funcionarios, deducimos las internas políticas. Tremenda, la escena en que recién al final del día se quita la ropa ensangrentada. O aquellas del pequeño y movedizo John-John, ignorante del drama. Y la del asesinato, que algunos consideran morbosa (deberían leer el informe aun más escalofriante del guardaespaldas Clint Hill). Ambientación y vestuario son excelentes. También algunas caracterizaciones, no todas. Párrafo especial, el creativo montaje de Sebastián Sepúlveda y la música lacerada y lacerante de Mica Levi, dos soportes que el director Pablo Larrain aprovecha muy bien para causar angustia y extrañeza en el público. Pero ahí surge un problema: la distancia. Otro detalle. En viejos tiempos, ella era una figura pública amada, prácticamente a la par de su marido. Amada, endiosada, envidiada, copiada (sus famosos trajecitos Chanel) y también compadecida, por la muerte de dos de sus pequeños y de su esposo. Pero ahora sólo es una mujer despreciada por gente que desconoce la historia. Son cosas que pasan. Para interesados, vale la pena ver el documental "Años de relámpagos, día de redobles" (Bruce Herschensohn, 1965, narrado por Gregory Peck, o por César Montalbán en la versión doblada) y el más reciente drama "Parkland" (Peter Landesman, 2013), donde se revela otro punto de vista: el de la familia de Lee Harvey Oswald, enterrado sin acompañamiento alguno el mismo día que John F. Kennedy.
La película con la que el chileno Pablo Larraín hace su ingreso a Hollywood muestra como éste se mantiene firme en sus convicciones narrativas. Natalie Portman, impecable. Si hay un detalle que siempre llamó la atención de Natalie Portman es que, más allá de su innegable belleza, siempre mantuvo un nivel actoral de primera línea, aún en trabajos detestables como su papel en la segunda trilogía de “Star Wars”. Por suerte, en Jackie, aparece la Natalie Portman que conquistó al público en “El Perfecto Asesino” aunque ahora convertida en una mujer hecha y derecha, que despliega todo su carisma interpretando a la viuda de John Fitzgerald Kennedy de una manera tan visceral que se hizo acreedora de una merecida nominación al Oscar y a otros prestigiosos galardones. Sin embargo esta historia, que retrata los días posteriores de Jacqueline Bouvier Kennedy al asesinato del expresidente norteamericano y una recapitulación de los hechos frente a un periodista (Billy Crudup) que consigue entrevistarla, tiene otro gran protagonista y es Pablo Larraín. El realizador chileno, de quien se estrenó en los últimos días en este país su filme “Neruda”, realiza un interesante collage visual de la vida de la ex primera dama yendo y viniendo en la línea temporal pero con la pericia suficiente para que las cosas no se le salgan de control. De esta manera, la película “mecha” el detrás de la escena de un documental que Jackie realizó para la TV estadounidense mostrando su vida en la Casa Blanca con escenas de la vida íntima familiar, luchas intestinas dentro del partido por el poder y también una recreación –muy cruda por cierto- del asesinato de JFK. En esta línea la película gana en intimidad lo que pierde en visión general de los acontecimientos pero como la película se llama “Jackie” y no “El asesinato de JFK contado por Jackie”, el objetivo de Larraín se completa. Y a pesar de que los manejos del director en lo referente a la constante ida y vuelta temporal pueda resultar algo confusa en un comienzo, con el tiempo eso se subsana debido a la selección de momentos de todo tipo que desfilan por la pantalla y eso convierte a Jackie no en un filme imprescindible pero sí interesante para ver y valioso para alguien que disfruta del cine de autor. ¿Y por qué entonces no es Jackie imprescindible? El guión de Noah Oppenheim es el principal defecto de este film. El escriba de películas que adaptan best sellers para adolescentes como “Maze Runner” no está en esta ocasión a la altura de las circunstancias y por eso, entre la mezcolanza de momentos por momentos la cosa se enfría mucho y cuesta retomar el interés. Por el lado de las actuaciones, las intervenciones de Peter Sarsgaard como Robert Kennedy y el fallecido John Hurt como un sacerdote que ayuda a Jackie a echar algo de luz y encontrar la paz entre los acontecimientos que vive se complementan a la perfección con Portman, a quien la cámara ama de todas las maneras posibles y retrata con lujosos primeros planos toda la galería de expresiones que ella tiene para dar.
La película del director chileno de “No”, protagonizada por la nominada al Oscar Natalie Portman, se centra en los días posteriores al asesinato de John F. Kennedy desde el punto de vista de su esposa, Jacqueline Kennedy. Se trata de un filme que indaga sobre la diferencia entre lo privado y lo público, y sobre la cuidada construcción de los mitos sobre los que se fundan y se perpetúan las naciones. Pablo Larraín –o, al menos, su cine– parece muy interesado por la forma en la que los mitos se propagan reemplazando a la historia, convirtiéndose en ella. Casi todas sus películas proponen husmear por debajo de lo que se conoce de ciertos temas o personajes, una labor casi detectivesca dedicada a separar la verdad de lo que hoy conocemos embellecido o disfrazado por años o décadas de versiones oficiales. En NO intentaba, finalmente, revelar las zonas ambiguas y no tan lineales (como la historia las recuerda) de una etapa específica de la historia chilena durante la dictadura de Pinochet, mientras que su NERUDA es también una deconstrucción del mito: sacar al escritor del lugar del prócer y devolverle su forma humana, compleja y contradictoria, a través del juego con la ficción. JACKIE, en ese sentido, es muy similar. Es un filme acerca de la construcción de una ficción política –de un “relato”, diríamos en Argentina– que arma Jacqueline Kennedy para sostener y hasta crear una mitología alrededor de la figura de su marido, John F. Kennedy, y de su presidencia, en los días subsiguientes a su asesinato. El mito, se sabe, es el de Camelot, el castillo del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda, un tiempo y lugar idealizados como perfectos con el correr de la historia aunque, en realidad, es muy probable que sea puro folclore y no haber existido jamás. Y si hoy mucha gente utiliza esa expresión para referirse a los años de los Kennedy en la Casa Blanca, JACKIE hace su apuesta por demostrar que fue ella quien se ocupó de crear el mito. A él sólo le gustaba esa leyenda que leía de pequeño y el musical (CAMELOT, de Lerner y Loewe), que fue un éxito en Broadway entre 1960 y 1963, los años de su presidencia. En su estructura impresionista, de escenas y momentos mezclados en el tiempo, Larraín intenta develar algunos costados no necesariamente oscuros pero sí un tanto más ambiguos de ese idealizado y finalmente trágico período. El punto de partida (de la película y del mito) es una entrevista que Jackie Kennedy da a un periodista de la revista Life (Billy Crudup), entrevista que va organizando los flashbacks y que ella “edita” al ir contándole cosas al reportero para luego pedirle que muchas de ellas no queden en la nota. En la película, en cambio, sí vemos ese off the record. Y ese parece ser el dispositivo central con el que Larraín y el guionista Noah Oppenheim construyen esa diferencia entre realidad y mito/relato. Los relatos de Jackie elegidos en la película se centrarán en dos momentos fundamentales, con iguales connotaciones. El más breve, pero significativo, es el especial de televisión en el que la entonces Primera Dama abrió las puertas de la Casa Blanca para mostrarle por primera vez a los estadounidenses muchos de los detalles de lo que había ahí, detalles que –claramente– ella se había ocupado de cuidar y organizar para que lucieran prístinos, bellos y elegantes, casi como un palacio real pero a la vez accesible a la gente. Una idea, digamos, televisiva de la verdad, que se parece mucho a esas notas que se hacían en revistas tipo Caras donde algún famoso mostraba su casa. Larraín muestra ese TV Special –metiendo a Natalie Portman en medio del material de archivo– pero también el detrás de escena, ensayado hasta el último detalle, con calculados pasos y movimientos para que todo luzca perfecto. El otro momento es más confuso y caótico: son los días posteriores al asesinato de JFK, desde aquel fatídico viernes en Dallas hasta el funeral, el lunes, en Washington. En esos días, que la película recupera un tanto desorganizadamente tratando de capturar la sensación de caos y confusión que todos –y especialmente ella– vivían, lo que se verá es una suerte de “detrás de escena” desde su punto de vista, menos centrado en cuestiones políticas (casi no se habla de Lee Harvey Oswald ni hay muchas teorías conspirativas circulando) y más en sensaciones específicas: la cesión de poder a Lyndon Johnson con el consiguiente desmantelamiento de “su” Casa Blanca, las consecuencias físicas y emocionales de la experiencia del atentado (incluyendo la relación con sus hijos vivos y fallecidos), el duelo, el dolor y, finalmente, su concentrado esfuerzo por transformar ese caos en leyenda. Es la propia Jackie la que, pese a las dudas y temores de más atentados de parte de ministros y especialistas en seguridad nacional e internacional, decide e insiste en hacer un funeral masivo como el que se hizo, con una larga (y potencialmente peligrosa) caminata a lo largo de varios kilómetros por Washington. Y es ese funeral –como lo fue el especial de televisión, en los años dorados de la presidencia, ambos transmitidos por televisión y vistos por millones y millones de personas– lo que terminará por cementar el mito tan extendido de esa presidencia perfecta, ideal e irrecuperable. Larraín no busca deconstruirlo mediante los recursos más obvios (las partes más duras, como sus supuestas infidelidades, se mencionan solo al pasar, lo mismo que los dos hijos de la pareja fallecidos al nacer) sino, acaso, a través de cierta frialdad en los comportamientos, en la presencia del cálculo ante cualquier movimiento, el de preservar la impoluta imagen pública. En la interpretación mimética de Portman –imitando muy bien el extraño acento y la forma de hablar de Jacqueline, aunque corriendo el riesgo que se note mucho la “actuación”– lo que sobresale es la mezcla de fiereza y fragilidad, la manera en la que en un momento puede parecer visiblemente conmovida, literalmente desnuda y ensangrentada, para en el siguiente estar manipulando los acontecimientos con una sorprendente compostura. De vuelta, el eje aquí son las puertas cerradas y las abiertas que separan los actos privados de los públicos, especialmente para figuras con este tipo de exposición. Pero más allá de lo descripto, JACKIE funciona de una manera curiosa, casi como una marcha fúnebre de 100 minutos. El uso de la música de Mica Levi, en ese sentido, aporta a generar esa sensación, ya que está utilizada a la manera de un paisaje tonal que no busca dramatizar momentos específicos del relato sino que, más bien, funciona como contrapunto, como permanente melodía elegíaca de esos días de dolor, caos y confusión. Es similar, en cierto modo, a la manera en la que funciona la música (y las voces en off) en el cine de Terrence Malick, estilo con el que en algún momento –sobre el final, la parte más subrayada del filme, que incluye los ficcionales diálogos entre Jackie y un cura interpretado por el recientemente fallecido John Hurt– la película coquetea. JACKIE es una película concentrada (casi un unipersonal), de dimensiones pequeñas para el común de este tipo de biopics hollywoodenses, y en esa concentración está gran parte de su fuerza, su potencia y su diferencia con lo que normalmente se hace allí con figuras célebres. Está, además, filmada en un formato y con una estética que recrea muy bien el look de las grabaciones de la época, lo cual le da una gran credibilidad. Ambas elecciones, es cierto, también limitan las posibilidades comerciales del filme, pero ese no parece ser un tema que le preocupe al director a lo largo de su carrera. JACKIE no es una película “fácil” y su protagonista –como sucede en otros filmes de Larraín– puede parecer distante, impenetrable. Es difícil empatizar con ella aún en sus momentos más duros, ya que hay una distancia que se interpone entre sus comportamientos, la mirada de Larraín y los espectadores. Es una distancia que, a lo largo de su carrera, el realizador de TONY MANERO fue acortando de manera notoria –los protagonistas de sus películas como TONY MANERO y POST-MORTEM eran mucho más tenebrosos y crueles que los de las posteriores, que son oscuros y ambiguos pero con facetas redimibles–, pero todavía falta mucho para que tengamos un protagonista de una película suya que sea algo así como… querible. Es ese el universo en el que se mueve el realizador de EL CLUB y el que le interesa iluminar: esa zona donde lo público se choca con lo privado, donde todos esconden algún secreto o fragilidad personal y en el que la “cara visible” suele ser una puesta en escena tan armada como la de cualquier película. Acaso por venir de una familia cuyos padres se han dedicado a la política, hay algo que conecta a Larraín con esta historia, por más lejana que parezca a su experiencia de vida. Pero su conexión más profunda está en otro lado: en su interés por iluminar, a su manera, el lado B de la historia, el off the record, eso que no queda registrado en los manuales escolares ni en la mitología popular. Eso que sucede detrás de escena, cuando las cámaras se apagan y los personajes se miran largamente al espejo y se preguntan quienes realmente son.
Detrás de la Historia La película de Pablo Larraín sobre Jackie Kennedy, protagonizada por Natalie Portman, intenta recuperar los momentos privados de una tragedia pública. Jackie no es la película que uno imagina. No es una biopic sobre Jackie Kennedy, en primer lugar porque cuenta apenas unos pocos días de su vida: los previos y posteriores al asesinato de su marido, JFK. Tampoco es convencional: está contada en forma fragmentada, sin crescendo dramático, sin utilizar el momento del asesinato en forma efectista. Es una película que hace un esfuerzo consciente por evitar la demagogia y por eso puede desorientar. Pero si uno baja sus defensas y se entrega a la propuesta del chileno Pablo Larraín, la experiencia puede ser fascinante. Lo primero son las ráfagas de cuerdas disonantes compuestas por Mica Levi -nominada al Oscar por este trabajo- sobre la pantalla negra. En seguida aparece el primer plano de Natalie Portman caminando por el jardín de la residencia Kennedy. La cámara la observa, indaga, hurga en sus gestos. Toda la película parece ser un intento infructuoso por descifrar qué pasaba por la cabeza de esa mujer, la esposa del hombre más poderoso del mundo, asesinado en sus brazos, que tuvo que exponerse al mundo y la opinión pública simulando entereza en unas horas inciertas, en las que no se sabía siquiera si era seguro para ella y los otros miembros del gobierno hacer una procesión a la catedral con el ataúd. Jackie funciona por acumulación. Su charla con el periodista que la va a entrevistar unos días después del asesinato (Billy Crudup) da paso al rodaje del tour por la Casa Blanca que filma unos días antes, coacheada por su secretaria (Greta Gerwig), y después Jackie maquillándose en el baño del Air Force One antes de aterrizar en Dallas para el viaje fatídico. Lo que sucede está en los detalles: Jackie practicando el saludo en castellano, su mirada confundida y abrumada ante los vítores de la multitud -Larraín elige sacar el sonido ambiente y poner la música enigmática de Mica Levi para enrarecer la escena- y después su llanto a medida que se limpia la sangre ante el mismo espejo ante el que se había maquillado un rato antes, todo está en función de mostrar la vida íntima del personaje público, la tragedia de una mujer que perdió a su hombre y no la tragedia de un país que perdió a su presidente. Pero esto no significa que la reconstrucción histórica no sea precisa hasta la obsesión. Basta ver la escena en la que Lyndon Johnson (John Carroll Lynch) jura como presidente, pocos minutos después de la muerte de Kennedy, a bordo del avión presidencial. La habitación minúscula atestada de funcionarios conmocionados y aturdidos fue inmortalizada por una foto célebre y el plano de Larraín es idéntico. Pero lo vemos en movimiento, obviamente, y apenas termina el juramento, vuelven las ráfagas de cuerdas y la cámara se cierra en Jackie. Jackie. Natalie Portman. La protagonista absoluta de la película, nominada al Oscar y al Globo de Oro por este papel, es la materia prima de Larraín, su Falconetti. Pero si bien logra imprimirle a su Jackie todos los matices, la insistencia por imitar el acento de la original resiente bastante el resultado. Distrae como si tuviera una careta. Quizás la película, en última instancia, sea una reflexión acerca de la imposibilidad de recuperar para el público los momentos privados de la Historia. Ese acento resulta disonante: como si Portman y Larraín no se hubieran dado cuenta de esa imposibilidad.
Puntaje 55% -Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Es cierto que le falta intensidad y que la mirada algo superficial del chileno Pablo Larrain (que nos había defraudado con la convencional “Neruda”) le quita espesor trágico a una historia tan potente. Pero más allá de algunos reparos, el filme importa porque trae un curioso y atrevido retrato de Jackie. Relata los cuatro días que van desde el 22 de noviembre de 1963, fecha del magnicidio en Dallas, hasta el funeral en Washington. Y va y viene en el tiempo. Retrocede para mostrarnos a una Jackie titubeante en una recorrida para la TV por la Casa Blanca; y avanza al verla, meses después de la tragedia, respondiendo a un periodista desde su residencia. Larrain ha dicho que no quería hacer un documental, sino animarse a imaginar lo que pasó dentro del corazón y la cabeza de esa muchacha que parecía ser una figura decorativa pero a la que el dolor la va convirtiendo en una mujer con ciertas ínfulas de grandiosidad, resuelta y cambiante, deseosa por darle futuro al legado de su marido y decidida a prestarse a las exigencias de una posterioridad que también exige exponer cuidadosamente su dolor (como ese vestido con sangre), para que los asesinos -dice- “vean lo que han hecho”. ¿Fue sincera? “Parece como si al funeral lo hubiera hecho más para mí que para homenajear a Jack”, le dice al periodista. Un oscilante retrato de Jackie, ambiguo y contradictorio. El filme no pierde interés porque cuenta un suceso inolvidable. Pero le falta garra y fuerza emocional. Natalie Portman compone una Jackie aniñada que, al corregir permanentemente al periodista que la entrevista, parece enseñar que toda existencia necesita secretos y correcciones. Larrain ha contado que su intención “no es explicar quién fue, sino acercarse a una narración emocional que nos permita estar dentro de ella”. Pero por supuesto no todo es imaginación. Están las lágrimas y la desesperación; la cruda y lograda reconstrucción de ese instante fatal, con la muerte en su regazo; el impresionante cortejo fúnebre; y el presidente Johnson y Bob Kennedy jugando su parte. Y asoma entre bambalinas el efímero resplandor del poder, que en pocas horas convierte a una orgullosa primera dama en el mito sufriente de un crimen que alumbró a una Jackie Kennedy desolada, confundida e inesperada. En una de los paseos con el sacerdote que la consuela, Jackie escucha cómo Jesús le enseñó a un ciego que el sufrimiento puede ser una forma del aprendizaje. Esos balazos que cambiaron quizá el destino del mundo, sin duda cambió para siempre el alma de esta mujer ensangrentada que no abandonaría jamás la gran escena mundial. Tras ese tul que la cubre en la marcha fúnebre, asoma otra vez la olvidada Jacqueline Bouvier, una mujer distinta, que se sintió una Kennedy más, pero que después de la tragedia se lanzó a los brazos de Onassis para darle otro final a su vida.
El chileno Pablo Larraín logra un estupendo trabajo de Natalie Portman en una película sin vuelo narrativo. Un primerísimo del rostro de una mujer inicia la película de Pablo Larraín, Jackie. Para la platea adulta queda claro que la dama triste que camina hacia la cámara es Jacqueline Bouvier Kennedy, viuda de John Fitzgerald Kennedy. El magnetismo del personaje histórico se potencia con la fotogenia y el trabajo actoral de Natalie Portman, un hallazgo para la interpretación de la mujer que presenció el asesinato de su marido el 22 de noviembre de 1963 en Dallas. El guionista y periodista Noah Oppenheim reescribe los días siguientes a la muerte de Kennedy, con la estrategia de la entrevista a Jackie, quien encuentra en esa conversación, la posibilidad de crear algo propio, a partir de la memoria de sí misma y de esa especie de Reino de Camelot (la fortaleza del Rey Arturo) como se identificó el momento político del presidente demócrata. Larraín relaciona una visita guiada por la Casa Blanca restaurada, episodio previo al asesinato filmado en blanco y negro, con el entierro, el cambio abrupto de estado de Jackie y su voz narrando. El gesto intenta establecer el mito sin fisura. Aporta a esa construcción la figura de Abraham Lincoln, también víctima de magnicidio. La casa es el lugar donde vivieron dos mandatarios venerados. La película no se aparta de la viuda. "Creen que soy una tonta. Me conformo con una historia creíble", dice a su interlocutor. Jackie habla también con su cuñado Bobby Kennedy (Peter Sarsgaard) y con el sacerdote (John Hurt). La postal es de una soledad infinita cuando camina por la casa donde, presurosos, los responsables de la nueva administración embalan las cosas de la familia Kennedy. Mientras la cámara merodea por los salones lujosos, hay flashes del asesinato. Conmueven las escenas silenciosas de Jackie frente al espejo, con el rostro y la ropa ensangrentados. El paralelismo con Lincoln alcanza el cortejo, en el material gráfico de la época. En ese zapping temporal, el director sigue a Jackie caminando a tropiezos por el cementerio donde elige el lugar para la tumba, o junto a sus hijos. Hay en la película una reconstrucción fiel de los documentos de aquellos días, mientras, en registro intimista, ficcional, Larraín acerca la cámara a la viuda. "Nunca quise ser famosa", dice, con el vestido negro que instaló una tendencia en la moda mundial. Jackie tararea la canción popular que le gustaba a JFK y concluye: "No habrá otro Camelot". En la película de Larraín, la literalidad acompaña al personaje sin variaciones o sorpresas.
Bajo la dirección de Pablo Larraín, lo mejor de Jackie (Jackie, 2016) es la actuación de Natalie Portman y el hecho de mostrar aristas privadas y probablemente desconocidas de la vida de la mujer de John F. Kennedy. Jacqueline Kennedy (Natalie Portman) acepta ser entrevistada por un periodista gráfico (Billy Crudup) después de que su marido fuera asesinado. Tomando ese punto de partida, la película indaga los sentimientos de la ex primera dama de los Estados Unidos, luego del atentado. Larraín recrea a la perfección la época, valiéndose tanto de los sitios como de la vestimenta y el peinado correspondientes. Además mimetiza dentro del film algunos fragmentos reales en blanco y negro que fueron televisados en ese momento. También utiliza el recurso de ir y venir en el tiempo para dar como resultado un rompecabezas entendible, que es acompañado por una gran banda sonora. La actuación de Portman es formidable. Y se nota que los gestos y movimientos de Jackie fueron estudiados al detalle por la joven actriz para que su personaje tuviera credibilidad. Jackie es un film intimista y desconcertante. Porque si bien la historia es conocida mundialmente, Larraín destaca los entretelones que no se hicieron visibles: el carácter, los sentimientos, la frialdad y las debilidades de una mujer que dejó huella en la política y sociedad norteamericana.
“¿Cómo cree que me verá la gente?”, pregunta Jackie Kennedy a su padre confesor. Ellos son Natalie Portman, en un rol hecho a medida por algún sastre mágico, y él es John Hurt, meses antes de su muerte. El confesor le responde: “con tristeza, compasión… incluso deseo. Usted es aún una mujer joven”. Eso es lo que la actriz plasma (y el guión subraya en palabras) en la pantalla: una viuda desencantada con la vida pero aun así glamorosa en un grado superlativo. Obvio, nadie lo hubiera hecho mejor que Portman. Y lo mismo va para Hurt. Minutos antes, Jackie observa: “Creo que Dios es cruel”. A lo que su confesor responde, con los brazos entrelazados por detrás: “ahora se está metiendo en problemas”. Es que tras todo el drama hay una Jackie juguetona, rebelde, una fanática del musical Camelot dispuesta a incorporarlo en la biografía de su marido. Con saltos sutiles de edición, la mayor parte de la película transcurre entre el momento del magnicidio más famoso del siglo XX y la ceremonia funeral de JFK, y la película transcurre como esa marcha funeraria, densa, opaca pero lustrosa, con el porte de un semental multipremiado y las lágrimas inconsolables de Jackie. El guion de Noah Oppenheim es perfecto, así como lo son las borrascas y bruscas detenciones de la banda instrumental compuesta por Mica Levi. Fuera de ese momento congelado –donde la protagonista comparte su angustia con su mejor amiga, Nancy Tuckerman (Greta Gerwig) –, hay otro confesor aparte del padre católico, con un breve fast forward en el tiempo, y es el testimonio que Jackie otorga a un reportero interpretado por Billy Crudup, con el rostro y las expresiones más neutras y criteriosas que puedan verse actualmente en el cine. El reportaje es el que marca el tiempo del film, y es tan frío como un cronómetro. El tercer y más relevante muro de contención es el que compone Peter Sarsgaard como Bobby Kennedy. Entre Jackie y Bobby se sacuden toda la bronca, el dolor y la indignación como dos dolientes en una guerra de almohadas. La ex primera dama se consuela recibiendo información sobre el magnicidio de Abraham Lincoln y otros presidentes que murieron jóvenes durante su mandato, como James Garfield (4 de marzo al 19 de septiembre de 1881). Incluso, pide datos de las exequias de aquel que abolió la esclavitud, para emular el mismo recorrido hacia el Capitolio, junto al féretro de su marido. La dirección del chileno Pablo Larraín la sigue siempre por amplios pasillos, lujosos, kubrickeanos, espacios que tengan el suficiente aire como para contener la angustia de un grito latente. Jackie es una película de alto voltaje histórico, eso es innegable, pero Larrain se permitió hacerla al mismo tiempo necesaria.
El realizador chileno Pablo Larraín (“No”, la reciente “Neruda”) dirige este drama biográfico poco convencional sobre la figura de Jacqueline “Jackie” Kennedy durante los días inmediatamente posteriores al asesinato del presidente de los Estados Unidos, JFK (papel a cargo de Caspar Phillipson), en Dallas, el 22 de noviembre de 1963. Durante una hora y media, que se hacen interminables, la producción recientemente nominada a tres premios Oscar (no logró ninguno) centra su argumento en cómo vive la Primera Dama ese momento tan doloroso para ella y para la sociedad norteamericana, y cómo prepara el funeral de su esposo (uno que sea similar al que tuvo Abraham Lincoln), mientras trata de recuperar su fe, consuela a sus dos pequeños hijos y define el legado histórico del carismático primer mandatario. La narración está enmarcada durante una entrevista entre Jackie (una sobreactuada e insufrible Natalie Portman) y un periodista de la revista Time interpretado por Billy Cudrup, quien -se supone- es el biógrafo Theodore H. White, ya que este personaje no es presentado como tal sino como “El Periodista”. Su encuentro, durante la primera semana luego de la muerte de Kennedy, se produce en la mansión de la familia en Hyannis Port, Masschusetts. A partir de la entrevista, se originan varios flashbacks que trasladan al espectador a determinados momentos, como el mismísimo día del asesinato, las horas y días posteriores al magnicidio, su televisado tour por la Casa Blanca (que se combina con material de archivo del especial de la cadena CBS), entre otros. Es innegable que la talentosa Natalie Portman es el centro de la película pero su nominación al Oscar como Mejor Actriz Protagónica, en mi opinión, no fue merecida. Es destacable su trabajo por haber estudiado a fondo su acento, sus gestos y su manera de moverse pero se nota que su interpretación es una mera imitación friamente calculada y ésto… se nota. No es la mejor performance de la actriz que ya ganó una estatuilla por “El Cisne Negro”. Los papeles secundarios están a cargo de Peter Sarsgaard (Bobby Kennedy), Greta Gerwig (la asistente personal de Jackie, Nancy Tuckerman), John Carroll Lynch (Lyndon B. Johnson) y John Hurt, como su confesor personal, en uno de sus últimos trabajos antes de fallecer. Si bien se entiende que Larrain quiso darle a este hecho histórico un enfoque poco ortodoxo y mostrar el coraje, la entereza y la dignidad de esta mujer mientras atravesaba semejante situación, el resultado es lento y tedioso, con primerísimos primeros planos que cansan y una molesta banda sonora que innecesariamente musicaliza el cien por ciento del metraje. Fallido biopic para el mito de “Camelot” que no aporta absolutamente nada.
Natalie Portman se pone en la piel de una de las mujeres más influyentes de los Estados Unidos. El chileno Pablo Larraín (“Neruda”) irrumpe en Hollywood para contar una parte de la dolorosa historia norteamericana, esta vez, no desde el lado de la política o las conspiraciones, sino desde la perspectiva de la mujer que más sufrió el asesinato del presidente John F. Kennedy. Este es el gran acierto del director, y del guionista Noah Oppenheim, que nos ponen en los zapatos de Jackie (Natalie Portman), su consternación, su dolor y la incertidumbre que le depara el futuro fuera de la Casa Blanca y su querido “Camelot”, ese pequeño imperio cultural que logró construir a su alrededor y representa, a su entender, su único legado. El relato arranca una semana después de los terribles acontecimientos, con Jackie tratando de recopilar lo sucedido para un insistente periodista (Billy Crudup) desde su vivienda de Massachusetts. La viuda trata de mantener la compostura y las apariencias, pero a medida que avanza la entrevista no puede evitar exponer su lado más vulnerable. Larraín no se desvía de los hechos históricos que ya conocemos, y reconstruye la época hasta el más milimétrico detalle. Las imágenes que recorrieron el mundo, acá, vuelven a cobrar vida desde la ficción con el único propósito de mostrarnos que detrás de estas grandes personalidades hay seres humanos con virtudes y defectos. La narración va y vuelve en el tiempo, desde un opulento recorrido por los salones de la Casa Blanca, hasta las sangrientas calles de Dallas. Desde la angustia y el caos dentro del avión presidencial, hasta las avenidas de Washington DC donde se realiza la caravana previa al entierro. A Jackie no le queda mucho de dónde aferrarse y lucha por conservar, aunque más no sea, su fe y el legado histórico de los Kennedy, mientras se debate entre la figura pública y la madre que debe proteger a sus hijos. La idea es interesante, pero Portman no llega a conmover completamente con su actuación. Nadie duda del compromiso de la actriz para representar a Jacqueline en su esplendor, pero ni ese marcado acento impostado logra hacernos olvidar que tras los trajecitos Chanel y los peinados elaborados se asoma la intérprete de “Star Wars” o “El Cisne Negro” (Black Swan, 2010). Portan no llega a diluirse en su personaje y cuesta mucho separar a una mujer de la otra. “Jackie” no tiene mucho más para decir u ofrecer más allá de la anécdota y el recuento de un instante en la historia de los Estados Unidos, de esta mujer en particular, y de todos aquellos que la rodearon antes, durante y después de este momento. Imágenes bellas, un relato bien contado, una banda sonora que emociona, pero en general, una película que no logra conmover y ni sacudirnosa pesar de algunas de sus escenas. Hay demasiada pulcritud y, tanto la narración como la actuación de Portman terminan siendo tan frías como la Jackie que se presentó ante el mundo tras la trágica muerte de su esposo aquel 22 de noviembre de 1963.
Se estrenó la séptima película del aclamado director chileno Pablo Larrarín, quién tal vez haya tomado un camino inusual como realizador al encarar un proyecto como Jackie, la biopic que tiene como protagonista a Jacqueline Kennedy, la ex esposa del presidente asesinado. Y desde allí, justamente, es de donde la película parte: los días posteriores al fatídico 22 de noviembre de 1963, desde la perspectiva de la primera dama. El hilo conductor de la película consta del reportaje que Jackie supo dar para la revista Life una semana luego de la muerte de su esposo. Las respuestas a las preguntas del periodista (Billy Crudup, con una interpretación efectiva) disparan flashbacks a la visita guiada de la Casa Blanca a cargo de Jackie misma para la CBS en 1962, al asesinato de Kennedy y a los momentos instantáneamente posteriores. En Jackie encontramos desde un principio una película que se presupone documentalista, por lo que ello enfrenta al público al problema de la comprensión histórica que el film ofrece. Tal vez sea un poco más complejo que esto, pero para comprender un cine de ésta índole, el espectador no necesariamente debe conocer en profundidad al personaje al que la película alude sino que el completo entendimiento de ella recae, simplemente, en vivir y convivir con la realidad en la que se enmarca. Por eso quizás sea difícil de comprometerse a fondo con esta historia no para quién no la conozca de antemano, pero sí para el que no dialoga con este mundo cotidianamente. Jackie es una película que lógicamente se apoya en su personaje principal, tal vez con exceso ya que Natalie Portman, a pesar de las innumerables críticas positivas que ha recibido por su interpretación, por momentos parece exagerar de manera casi cómica los movimientos, el habla y el andar de la verdadera Jackie Kennedy. No obstante, teniendo la responsabilidad de cargar sola la emoción de la película en su espalda, el trabajo de Portman es digno de destacar. Con respecto a la narrativa, tal vez es una película un poco pegajosa, pesada, que se vale de la palabra como herramienta fundamental en un contexto en donde todo parece estar dicho. Además, Jackie dispone de una estética por lo menos discutible, con una rigurosidad de cámara por momentos escasa y con poco cariño por el lenguaje. Sí, claro, queremos ver a una actriz de primer nivel como Portman interpretando a una figura tan reconocida pero el abuso de primeros planos resulta agobiante e insulso. Con un tono un poco humorístico, Jackie se vale de algunos momentos interesantes de narrativa e interpretaciones destacadas, junto a una dirección de arte impecable. Es una película que no destaca, ni mucho menos, pero está lejos de ser un film fallido. 6 puntos.
Historia de un duelo Ante todo hay que aclarar que "Jackie" no es una biopic de Jacqueline Kennedy Onassis. Y tampoco es un típico producto hollywoodense que busca redimir famosos o exaltar sus hazañas. La primera película hablada en inglés del director chileno Pablo Larraín se concentra en un período puntual: los días inmediatamente posteriores al asesinato de John F. Kennedy, cuando Jackie se convirtió en la viuda más famosa del planeta. Construida sobre una estructura de flashbacks y flashforwards, la película muestra el calvario que siguió al terrible asesinato: desde la primera dama duchándose y sacándose la sangre del cuerpo hasta la asunción de urgencia de Lyndon B. Johnson dentro de un avión, pasando por los entretelones de la preparación del funeral y el momento en que Jackie le comunica la noticia a sus pequeños hijos. Larraín muestra a una Jackie casi bipolar: a veces frágil y perdida, y otras veces caprichosa, autoritaria y ególatra. Pero en general su retrato es el de una mujer decidida más allá de la imagen de muñeca fashion de elite que ella misma construyó con esmero. Son varios los temas que el director analiza: la fragilidad del poder, la ambición de trascender, las puestas en escena de la política y los límites entre lo público y lo privado. Pero en ese afán Larraín se vuelve un tanto reiterativo y la película se torna densa y monótona. Aún así, "Jackie" tiene grandes momentos, sobre todo cuando el realizador chileno logra un prodigioso equilibrio entre lo desgarrador y lo delicado, lo profundo y lo banal. La elogiada actuación de Natalie Portman (fue nominada a un Oscar) se lleva todos los aplausos, aunque también es cierto que tiende a exagerar ciertos gestos y eso le juega en contra.
Lo mejor de esta biografía de Jacqueline Bouvier-Kennedy-Onassis consiste en circunscribir el relato a un momento clave: el tiempo inmediatamente posterior tras el asesinato de JFK. En realidad el film está construido como una serie de conversaciones dentro de conversaciones, donde aparecen juegos de poder íntimos que develan qué implica la política, todo conducido por ese personaje un poco inasible, de imagen etérea y destino trunco que es el de Jackie. Por supuesto que se trata de un trabajo monumental de Natalie Portman, pero lo más interesante es que su estructura un poco laberíntica en principio logra retratar su verdad y lo que ese personaje implica. Es cierto que se trata también del mismo tipo de relato fragmentado e interconectado que Pablo Larraín utilizó en Neruda; también que Neruda es un borrador de esta película, que está mucho mejor
Jackie, la primer película dirigida en Hollywood por el chileno Pablo Larrain (El Club, No, Neruda) relata el íntimo drama de Jackie Kennedy, en los días que siguieron al Magnicidio de su marido. En un intento por preservar su legado, y ayudar al país entero a lidiar con la tragedia, los momentos íntimos contrastan con lo público en un 100%. Con un tono intimista, la película se basa enteramente en la actuación de Natalie Portman. Dicha actuación se eleva a través del manejo de los silencios y el manejo de climas que son, a esta altura, la firma del director. El único problema que le encontré a la película es, extrañamente, los puntos fuertes. Si uno no tiene interés o conocimiento sobre Jackie, los Kennedys, o lo que significo para los estadounidenses la parábola de “Camelot” que creo esta pareja, no hay nada que nos comprometa o de alguna manera genere interés, ya que la cinta cuenta con que nosotros ya tenemos ese interés, y claramente fue concebida solamente pensando en el publico de ese país. Bien actuada, bien dirigida y bien escrita, termina siendo solo un vehiculo para que se luzca Natalie Portman, y apreciemos la gran actriz que es. - See more at: http://www.citricon.com/cine/criticas/212-Jackie.#sthash.psDJuL2m.dpuf
Hay veces que una película impacta no por su narración, sino por las interpretaciones de sus protagonistas. Con “Jackie” (USA, 2016), primera incursión en el cine americano de Pablo Larraín estamos ante este caso, ya que la ajustada y calculada actuación de Natalie Portman como Jacqueline Kennedy potencia una propuesta que sin ese aditamento, tal vez, hubiese caído en el cúmulo de biografías que sobre ella y su marido se produjeron en los últimos 30 años. “Jackie” bucea en las desesperadas horas tras el asesinato de JFK. Larraín inicia el recorrido a partir de la llegada de un periodista (Billy Cudrup) a la mansión en la que se encuentra la mujer para realizarle una entrevista. Desde el primer momento ella impone sus condiciones, fuma, llora, grita, se emociona, esconde en algunas ocasiones sus verdades, pero en otros se muestra vulnerable y a su vez calculadora, porque si bien se abre, tampoco esa apertura es tan significativa como para permitirle al entrevistador hacer su trabajo. Larraín no es tan condescendiente con Jackie como se podría imaginar, al contrario, la muestra con sus miserias y con las dudas propias de una mujer que de un momento para otro debe cambiar su destino. Tangencialmente se tocan algunos tópicos oscuros de la vida de ella y JFK como matrimonio, las peleas por el dinero, la insinuación de amores ocultos, pero rápidamente la historia retoma el punto de partida, el de una mujer en caída a un abismo plagado de políticos, estrellas y gente que quiere tomar una tajada de todo lo que se pone en danza. Si en “Neruda” el director estaba mucho más preocupado por la forma de narrar, acá la mirada recae mucho más en la historia, la que, claramente, no podría haber encontrado portador más ideal que el de Portman. La cuidada reconstrucción de época, el juego con el material de archivo (más de uno saldrá del cine con ganas de ver el programa especial de Jacqueline Kennedy mostrando la Casa Blanca), y también la multiplicidad de texturas con las que Larraín juegan, elevan este biopic. Una serie de personajes secundarios, interpretados por actores como Greta Gerwig, Peter Sarsgaard, Richard E. Grant o John Hurt (en su última participación cinematográfica), configuran la red necesaria para que “Jackie” no quede sola ante todo aquello que le toca vivir. Hay algunos vicios recurrentes en la obra de Larraín que se repiten también acá, como el salto de eje durante las entrevistas, el abuso del granulado y blanco y negro para algunas escenas cuasi oníricas, pero hay también mucho de crudeza y realidad en algunas escenas claves como la del tiroteo y muerte de Kennedy o la bajada del avión posterior al asesinato. “Jackie” es una película pequeña, íntima, incómoda por momentos, porque desnuda con planos detalles el dolor de una mujer que tuvo que afrontar una pérdida y reinventarse para salir adelante, imponiéndose a todos aquellos que la querían correr rápidamente de su lugar y sin tiempo para pensar en sí misma.
Esta biopic se enfoca en qué sucedió con ella una vez que asesinaron a Kennedy. Jackie es un símbolo de moda, de estilo, de una renovación en la Casa Blanca en los 60s que la convirtieron en un ícono y por eso un guion que la involucre siempre resulta atractivo. El film muestra desde la perspectiva de ella, los días que siguen a la pérdida de su marido. El foco más interesante, probablemente, es que parece tan enamorada de su rol y su influencia como de él. La falta de su marido la hace volver a una escala de vida que ya no le resulta atractiva. con algunos sets majestuosos y unos planos simétricos hipnotizantes y un vestuario que le ganó una nominación a los Oscars, esta viuda se pasea cual fantasma por esa casa que ya se le escapa. Como si fuera una María Antonieta despidiéndose de su corona. La dirección de Pablo Larraín es íntima. Con planos cerrados y claustrofóbicos nos metemos en la intimidad de alguien que no quiere que espiemos. Escuchamos respuestas a preguntas que ella no hubiera permitido que se publicaran en un artículo, no que un cura podría revelar. Esto es lo que hace que Natalie Portman parezca destacarse más de lo que (en la perspectiva de esta cronista), no es más que un sinfín de clichés y tics. Si bien la lógica es hablar del legado, de lo que se construyó en política mundial a través de este asesinato y cómo pensarlo en el mismo nivel que Lincoln, la película es plástica, dejando al espectador en el mismo estado de sopor en el que se encuentra ella. Preciosa cáscara, pero cáscara al fin. El problema, es que intenta tener revelaciones: si hasta viene un cura a decirte el sentido de la vida. No sé tanto de política como para decir el tipo de film que se merecía Kennedy, pero les puedo asegurar que Jackie merecía mucho más.
Si no hay amor, que no haya nada entonces. Fitzgerald Kennedy. O sea, deberíamos situarnos en noviembre de 1963. La excusa narrativa es la entrevista que un periodista hace a la viuda Jackeline Kennedy (Natalie Portman) un tiempo después. Aquí no encontramos teorías conspirativas, grandes cuestionamientos políticos ni pretensiones históricas como en JFK. Sino que se centra en los instantes previos y posteriores al magnicidio, en una suerte de imágenes y líneas temporales desordenadas con alguna supuesta gracia. Entre tantas idas y vueltas visuales se pierde un poco el objetivo de la película, el para qué nos trajeron a esta sala de cine. Podemos disfrutar de cómo Jackie le pone glamour y buen gusto a la Casa Blanca. Pero pronto, lo más importante parece ser la proeza de la reconstrucción. La imitación de la persona real y la imitación de archivos fílmicos de la época. Esa imitación es lo que más llama la atención, se convierte en el camino visual a seguir. Entonces, ¿esta película existe sólo para que se luzca Natalie Portman? ¿Para que gane el Oscar? Sin dudas se trata de una gran actriz. De todas maneras, en este caso, no despliega necesariamente un trabajo mejor al de Star Wars, El Cisne Negro o El Perfecto Asesino. Es difícil disociar si se trata de una buena actuación o una gran imitación. La falsificación es muy buena, pero no alcanza. Tal vez el arduo trabajo de imitación le hace dejar de lado un progreso emocional del personaje, un trabajo actoral íntegro. ¿Al chileno Pablo Larraín le apasiona en particular este aspecto de EEUU o sólo dirige Jackie como carta de presentación para Hollywood? No parece estar cómodo con el tratamiento visual como sí lo estaba en Neruda. Allí se notaba el amor por esas imágenes, conocía (quería) los paisajes de Chile. A veces se nota cuando el director no está disfrutando. Y así es más difícil que lo disfrutemos nosotros. También podemos llegar a notar cuando hay mucho trabajo en la puesta en escena pero se queda a medio camino de la “puesta en vida” de un personaje. Si se pierde la emoción artística la imitación se vuelve más fría, y empieza a caducar. Cuando las pasiones artísticas se dejan de lado mejor no asistir a este tipo de espectáculos.
Este filme enrolado en lo que dio por llamar películas biográficas centradas en alguna figura, en este caso Jackie Kennedy, en tiempos del dolor, en un espacio especifico nunca propio. Uno de los logros del filme es mostrarla desconcertada sobre su posible futuro con tanta muerte a su alrededor, ya habían fallecido dos de sus hijos. Pareciera ser que el director chileno Pablo Larraín constituyo todo en derredor de Natalie Portman para su exclusivo lucimiento. Y la actriz no defrauda, se carga al hombro casi de manera exclusiva los 100 minutos que dura. Desde el principio, con la primera imagen, damos cuenta que Natalie es Jackie, así de presencia que abarca la pantalla. Para tal fin el guionista pergeña la estructura del relato en dos columnas vertebrales, hechos reales, el reportaje que la viuda otorgo a la revista “Life”,15 días después del asesinato de su esposo. Paralelamente un programa emitido por la televisión yankee en el que la primera dama era la anfitriona y guía turística de la casa de gobierno exhibiendo las reformas, mejoras que ella había realizado. La realización hace un despliegue de los sucesos antes, durante y después del atentado, a manera de recuerdos que ella va traduciendo en palabras el dolor que se ve en su rostro, pero que contiene en su cuerpo. Toda lo ponderable que tiene la interpretación se ve secundada por tres maravillosos partenaires, en principio Billy Cudrup como el periodista que la entrevista, ciñéndose a las reglas establecidas por Jackie, la incomodidad de tener que contenerse desde el respeto del dolor ajeno y del propio. En segundo lugar Peter Saarsgard, en la piel de Bobby Kennedy, el hermano del presidente asesinado, dolor compartido y protector acérrimo de su cuñada. Por último, el gran John Hurt, recientemente fallecido, componiendo al cura que estará a cargo del entierro y confesor de Jackie. Filme de factura casi clásica, que termina por no ser una biográfica tal cual demanda el subgénero, ya que lo que se huele en cada plano es una joven mujer haciéndole frente a una situación extraordinaria que nunca imaginó que podría suceder. Una radiografía del personaje, un viaje a su interior más que su recorrido por ese espacio temporal. Todo lo demás que construye el relato va de la mano de la minuciosidad del director por los detalles, como si todo lo planeado fue respetado obsesivamente. Lo cual no es por definición nada que vaya en favor valoración final del texto. Desde el vestuario y peinado del personaje, la forma de hablar, gestos, timbre y tono de voz, la recreación de época, en general, sustentados en una buena dirección de arte en general, una buena dirección de fotografía. Lo único que va a contramano, un poco del resto es el diseño de sonido, principalmente la banda de sonido, que termina por ser más omnipresente que necesaria. Una producción especial para aquellos que quieran saber de aquel icono de los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, despejándose del mito luego instituido.
Todo lo que tenga relación con el asesinato de JFK es interesante, el cómo y porque siempre van a estar atados al día 22 de Noviembre de 1963. El director chileno Pablo Larraìn muestra los sucesos previos y posteriores centrando la cámara en la viuda Kennedy, Jackie. Jackie es un film complicado por el hecho de ser otro caso de “Oscar Bait” – películas predilectas a entregas de premios – la película pone todo su peso sobre la actuación de Natalie Portman (de hecho fue nominada). Podemos aplaudir y gritar sobre su actuación y lo bien que se ve Portman en pantalla, pero al minuto de terminar de hablar sobre ella viene lo interesante: el film no va hacia ningún lado. 100 minutos de idas y vueltas que terminan siendo eternos e insufribles. Si no hablamos de Portman hay que subrayar las presencias de Billy Cudrup, Peter Sarsgaard y un grande que se nos fue hace poco, John Hurt. Otra de las cosas que superficialmente se destaca en la película es el trabajo de su compositora, Mica Levi. Levi hace un gran trabajo con lo que se le da, calca movimientos y estados de ánimo y los traslada a los sonidos; el problema es que la dirección de Larraín por centrase exclusivamente en Jackie no deja “avanzar” un grado al personaje, o sea que vemos y oímos tristeza a lo largo de toda la película y finalmente hacen que Jackie, a pesar de ser el personaje principal, se sienta como una presencia unidimensional. Tampoco ayuda el uso de flashback previos al atentado que muestran una época feliz de Jackie, estos se sienten forzados y ponen a la ex primera dama en un papel al estilo “Robotina” de los Supersónicos. Jackie es una película “dueña de nada” – justamente citando a su protagonista – es un proyecto desinteresado y forzado, se excusa solamente en una buena actuación pero el resto se siente mediocre y fuera de lugar.
El biopic es un género que suele abarcar una porción importante en la vida de alguien célebre. El caso de Jackie es particular, porque sólo se enfoca en los días posteriores al asesinato de JFK, cuando la Primera Dama dejó de serlo y pasó de ser la mujer más joven de un presidente a ser la viuda más joven de un presidente. Teniendo en frente un personaje tan interesante e influyente para la época, la verdad es que hubiese sido acertado ahondar más en la vida de quien fuese también un icono de la moda. Sin embargo, es difícil juzgar desde afuera, pues quién puede asegurar qué pensaba Jacqueline para sus adentros cuando la tragedia ocurrió. La película comienza justamente con una entrevista personal que un periodista le hace a pedido de ella misma, que tiene la intención de dar su propia versión de los hechos, como para dejar bien parada a la familia Kennedy. En ese relato, vivenciamos todas las reacciones que tuvo alrededor del incidente, que se convierte en un duelo constante acompañado de una música que por momentos resulta hasta incómoda. Vemos a esta refinada mujer cubierta con la sangre de su marido en su nuevo traje de Chanel, la vemos llorando desconsolada, fumando incontrolablemente, consolando a sus hijos, peleando, bebiendo alcohol… Sin embargo, nunca llegamos a conocerla. La labor de Natalie Portman es impecable e incluso es difícil imaginar a otra actriz haciendo el papel, pero el cine sigue en deuda con el público a la hora de entregar una verdadera historia interesante sobre Jackie. De todo esto, rescato que la visión sea la de un director chileno, porque si bien trata con respeto y seriedad la trama, el ser ajeno a esta maldición norteamericana le dio un poco más de libertad, aunque la adaptación es una obra del guionista Noah Oppenheim. O sea, no tenemos el testimonio del reportero que se reunió con Miss Kennedy en su casa de Massachusetts, por lo que no podemos corroborar que las actitudes de Jackie hayan sido las que vemos en pantalla, eso está claro. El resto del film es un compendio de instantes que bien podrían figurar en cualquier recorte periodístico; desde el juramento del nuevo Jefe de Estado a bordo del avión presidencial y con el cajón de JFK a su lado, hasta los diversos funerales que hicieron en su honor. El costado humano de la First Lady no alcanza a conmover al espectador como para sentir esa soledad que invadió a una persona que más allá de lo superficial que pudiera mostrarse era un ser humano como cualquiera de nosotros, teniendo que lidiar con una pérdida durísima que la dejó a merced de la mirada del mundo entero. Pablo Larraín optó por utilizar un tipo de cámara que ya no se usa hoy día pero que él conserva entre sus equipos de cineasta. Una muy buena decisión del director, ya que el aspecto estético de la película es diferente a todo lo que se ve, sacando provecho de las imágenes de archivo casi sin que podamos notar la diferencia. Los 95 minutos de Jackie están plagados de primeros planos en los que caminamos junto a la protagonista, y esa es casi la única herramienta que justifica que el título lleve su nombre. Pulgar arriba para el vestuario, que fue merecidamente nominado al Premio de la Academia y recrea con textura y delicadeza vestidos y trajes tan icónicos. ¿Mi recomendación? Para conocer más sobre la fragante biografía de Jacqueline Lee Bouvier, es mejor sentarse a leer una buena versión de su vida. Ahora, para seguir admirando el infinito talento de Natalie Portman, no estará mal echar un vistazo al film.
El dolor y las formas protocolares La película desarma a su personaje en un contexto complejo. Referencias a Camelot trazan las analogías de un sueño compartido. Es una buena oportunidad poder contrastar dos películas recientes de un mismo realizador. Porque Jackie funciona, casi, como un díptico con Neruda; ambas, del chileno Pablo Larraín. Las dos, biopics que comparten, si se quiere, un mismo espíritu de recreación, poética o mítica. Y sin embargo, sólo una de ellas sale bien parada. Vale decir, mientras Neruda se enreda en la misma telaraña que esmeradamente construye, donde la fábula es preeminente, Jackie, por el contrario, arriba al mito casi sin habérselo propuesto. El camino dramático es inverso, como así también las implicancias formales: Neruda es rígida, reiterativa, discursiva; Jackie es diáfana, lúdica, sorprendente. ¿Cuáles son las razones por las cuales Larraín provoca el contraste? Podrían especularse, pero lo cierto es que Jackie responde a un cuño narrador que no se cree rimbombante, con el afán puesto en hacer avanzar la historia para arribar a un desenlace que no sólo resuelve sino que abre puntos suspensivos. Al revés, Neruda culmina con una prédica ampulosa, que estira hasta el hartazgo lo que no debiera explicarse. Puestos de lleno en Jackie, la vida de Jacqueline Kennedy oficia como un resorte que retrata no sólo al personaje protagonista, sino también a su época. Desde el ardid de la entrevista, con Billy Crudup en el papel de un periodista receloso pero predispuesto a las objeciones de la otrora primera dama, la entrevistada recorre los días del episodio fatal, donde JFK es asesinado, pero desde los contornos. En este sentido, el film de Larraín aborda el hecho a partir de diálogos susurrados, confesiones solitarias, lágrimas retenidas, manchas de sangre reseca. Una combustión de momentos alterados que procuran un equilibrio entre el desquicio y la sujeción a la que obligan las formas protocolares. A su vez, y sin detenimiento exclusivo, el film de Larraín es capaz de deslizar sutilmente observaciones respecto de la relación entre los Kennedy y los Johnson, así como de atisbarel carácter ambivalente de éste (vale completar la figura de Lyndon Johnson con el cortometraje profundamente crítico que el cubano Santiago Alvarez le dedicara en 1968: LBJ). La película es capaz de provocar un sismo dual: mientras está atenta al episodio traumático de la muerte del mandatario, sobreimprime la asunción del nuevo presidente y sus consortes. Tamaño contraste repercute en quien fuera ama y señora de una Casa Blanca que ahora habitarán otros. Y esto es algo notable, porque produce un comentario irónico, que inevitablemente resuena ante el rol de algunas mujeres en su sujeción al poder patriarcal; es decir, ante la asunción del papel de "primera dama" como arlequín y adorno masculino. Pero cuidado, la Jackie de Larraín se sabe personaje de apellido adosado, y esto es algo que inevitablemente interpela, de cara a una costumbre institucionalizada que bien vendría desterrar. En rasgos generales, la (de)construcción que de Jackie Kennedy practica el film es la de un bisturí que separa capas. Desde luego, en esto tiene que ver el hacer narrativo de Larraín ‑adepto al desmantelamiento del tiempo, con saltos de continuidad, capaz de lograr articulación entre escenas discordantes‑ y la muñeca de cera y acero que logra Natalie Portman. La Portman puede llorar, pero no por eso perder noción del lugar que ocupa, de la imagen que comunica, de las cámaras que la miran, del periodista que le pregunta. Serán varias las instancias a superar, las superficies que desarmar, para alcanzar un lugar verdadero, íntimo, por fuera de las veleidades. Es allí cuando aparece el mito. Y lo hace bajo el nombre de "Camelot", en tanto paraíso perdido, secreto de alcoba, melodía, alegoría multifacética. En otro orden, hay un aspecto que logra sensibilizar de cara al gran actor que ha sido John Hurt, recientemente fallecido. Su caracterización del sacerdote confesor de Jackie no sólo permite revivir su figura y palabras. Cuando se le escucha, los parlamentos inevitablemente se confunden con su pronta muerte: habla desde una comprensión serena, nada fatal. El cine, intacto en su victoria contra el tiempo, permite al actor una sobrevida. Y él, profesional como pocos, le ha dado sabiduría.
Nos encontramos con una película sobre la vida antes, durante y un poco después de la muerte de John F. Kennedy, pero enfocada sobre Jackie, la primera dama. Película que le otorgó una nominación al Oscar a la gran Natalie Portman, es destacable su papel en esta película. Es la segunda película que veo de Pablo Larraín, el director, y usa el mismo recurso que en “Neruda” para los momentos de charlas entre dos personajes: están en un lugar, y de la nada están en otro pero la conversación sigue sin hacer reparo en el cambio de lugar. En “Neruda” me pareció muy interesante ese recurso, pero el volverlo a usar en esta película le resta interés. Se puede debatir largo y tendido sobre si uno debe cambiar algo que parece ser su “marca registrada” o su “firma”, también entra en discusión si es un recurso que le funciona y por eso “debe” repetirlo. Por momentos densa, por momentos entretenida. Es una película que no termina de atrapar mi atención, pero que está bien. Es una especie de biopic, en ningún momento se lee la leyenda “basada en hechos reales” pero por lo que leí se asemeja mucho a la historia. La película dura 95 minutos, a mí me parecieron muchos más, la sentí larga y por momentos tediosa. Momentos crudos pasa la primera dama, situaciones como decirle a sus hijos que su padre a muerto, es algo que a cualquiera le llega, pero en este caso no me toco ni de cerca. Es interesante el uso del recurso de los flashbacks, nos llevan a momentos felices y al mismo momento de la tragedia, para luego ir al luto. Una vez destaco a Portman que fue lo mejor de Jackie. Mi recomendación: Si queres ver un documental en forma de película con planos cortos y queres conocer un poco de la historia de esta mujer estadounidense, descargala un finde.
“Jackie” es una película discreta. Esa es la manera más sólida de definirla. Cuenta con unos diálogos precisos, con un trasfondo histórico y político muy fuerte, y técnicamente es muy buena: Su vestuario, la recreación de época, las excelentes actuaciones y el peso del drama en el espectador es lo que más caracterizan a esta película a la hora de describirla por sus atributos. Todos y cada uno de los mismos son muy destacables en lo suyo y si no estás muy aburrido para prestarles atención vas a notar lo mismo que yo. Aplausos de pie para Natalie Portman que se convirtió literalmente en Jackie para retratar a esta personalidad que hoy en día es algo mucho más grande que una ex-primera dama y lo hace saber en la manera en la que se la retrata. A destacar muy bien también la dirección de Pablo Larraín, quien hace muy poco sorprendió al público local con “Neruda”. Larraín es un hombre de narraciones destacadas y de profundidad de personajes y eso se nota, y al ser casi un especialista en eso sale muy bien parado. Es una película que se disfruta si sos de ver films con climas propios, pausados y que tengan su propia impronta. De ser así, creo que la vas a disfrutar a pleno, pero si sos del lado opuesto de la ocasión, creo firmemente que “Jackie” no es tu opción más potable en el cine, ya que también (como todo) tiene su sabor amargo y es que por momentos miras el reloj más de una vez esperando tener algo más para disfrutar. En resumen, “Jackie” es una buena película. Cumple con su objetivo de entretenerte con una historia que quizás no todos conozcamos y que muchos se van a sorprender de encontrar: El lado b de la tragedia Kennedy. Puntaje: 3/5
EEUU ha tenido en sus historia cuatro magnicidios, pero en la memoria de la nación han dejado huella profunda dos: el asesinato de Lincoln, el líder que llevó adelante una guerra civil para abolir la esclavitud (e imponer un capitalismo industrial frente a la producción agrícola –latifundista), y el de John F. de Kennedy, asesinado en circunstancias oscuras y por móviles nunca aclarados. - Publicidad - Estos asesinatos, más el ataque a Pearl Harbour que decidió a Norteamérica a ingresar a la Segunda Guerra Mundial, y el atentado a las Torres Gemelas el 11 de setiembre del 2001 son de los grandes acontecimientos de la historia de EEUU y por qué no, de toda la humanidad.jackie x dos Jackie la última película de Pablo Larraín (conocida casi en paralelo con la controversial Neruda) se centra en la historia de la mujer símbolo del magnicidio, no sólo por ser esposa y primera dama sino también por ser la testigo directa de la agonía de su marido en ese angustioso raid en Dallas con un Kennedy con el cerebro destrozado por los disparos. Mostrar a Jacqueline Kennedy durante buena parte de la cinta paseando por la Casa Blanca con su vestido rosa manchado de la sangre es una forma de evidenciar la vulnerabilidad de un imperio, una mirada post 11S que el establishment mediático norteamericano prefiere ocultar. La cronista Jay Ledbetter del Film Inquiry, indica que “La película es un examen extremadamente oportuno de cómo el público ve a los ricos, famosos e influyentes como algo más allá de lo humano.” El asesinato de Kennedy fue tan masivamente shockeante porque fue el primero en ser televisado en vivo y en directo y esa conciencia del protocolo audiovisual que deben seguir las personas famosas tienen en Jacqueline Kennedy a una de sus pioneras.Jackie Jacqueline busca el espejo pero no por narcisismo, busca una forma de ser para otros ¿Cómo verse ante la tragedia? ¿Qué se espera de una primera dama ante la muerte de su marido, el presidente? La muerte como acto político y mediático, la muerte y la solejackie-1dad devastadora del poder, aún caliente el cuerpo de John F. ya se piensa en la sucesión. Los mecanismos del poder como los mecanismos del espectáculo se homologan: el show debe continuar. Su imagen pública es su obsesión no sólo cuando corrige y censura las notas del periodista (Bill Cudrup), escena que se impone como el presente de la filmación, sino también cómo organiza el funeral para colocar a su marido a la altura de un estadista como Lincoln. Si bien la presencia de Darren Aronofski es a titulo de productor, se nota su influencia en el tono del film (un registro emocional y directo, inusual en Larrain) y en la actuación de Natalie Portman que recuerda mucho a la intensidad de esa bailarina del film El Cisne Negro. Jackie2 Portman es brillante, encarna una Jackie que puede a travesar el horror sin un grito, sin estallar en llanto o angustia y a la vez mostrar que todo está soterrado, reprimido. Su rostro es el símbolo de la desolación en primerísimos planos que ocupan gran parte del metraje. Como ya sabemos el film no ha ganado ningún galardón en la noche de los #oscar2017 pero además de Portman es remarcable tanto el vestuario (nominada), iluminación, diseño de producción y la música de Mica Levi (también nominado) que es bellamente apropiada para ese registro del film que oscila entre lo dramático, lo solemne y lo sobrenatural. Jackie nos muestra una ventana al abismo del dolor, del duelo como infierno visto por el otro, donde ni siquiera la familia, los amigos o los hijos nos salvan de la desolación ante la muerte.Jackie in the dining room, recording the documentary film A Tour of the White House, broadcast on CBS in February 1962. Jackie creía en el mito artúrico de la utópica Camelot creyendo que el mandato de su marido la convertía en la era dorada de la democracia norteamericana por eso quiso convertir a Kennedy en un mito, que tras su asesinato clausure cualquier posibilidad de grandeza ética para los EEUU. La actualidad del país del norte muestra que no estaba lejos de la verdad.
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La mirada indiscreta El chileno Pablo Larraín da su primer paso en el cine angloparlante con una interesante película sobre Jackie Kennedy. ¿De qué se trata Jackie? “Jackie” recorre los días posteriores al asesinato de John F. Kennedy a través de los ojos de Jackie, su esposa y Primera Dama de Estados Unidos. El ícono, en primera persona Quizás notes que la mayoría de las fotos promocionales de la película muestran a Natalie Portman de frente a cámara. Ese detalle no es coincidencia sino la muestra de la acertada decisión estética de Larraín que, durante numerosas tomas, elige mostrar a Jackie así, de frente o de espaldas a cámara, como en un intento de captarla por completo. Natalie Portman está maravillosa, resiste con gracia primeros planos una y otra vez, habla con acento, transmite pura angustia contenida, pero también la esencia de una mujer inteligente que debía medir cada movimiento, con los ojos del mundo mirándola. Los aciertos de ‘Jackie’ Además de la sólida interpretación que ofrece Natalie Portman, Larraín sale ileso -y triunfante- ante el desafío de contar una historia conocida y de conflicto débil. No hay nada por resolver, no hay meta que alcanzar. Ante la ausencia de esa tensión, es un verdadero mérito cómo logra mantenerte atrapado y, por qué no decirlo, angustiado. Todo lo que hace a la época también se destaca. Jackie, entre tantas cosas, fue un ícono de estilo y la película lo sabe. El relato permite que la veamos con espléndidos vestidos una y otra vez, sin hacer de esto un frívolo desfile de moda. Luego de esa genialidad que fue “No” (si no la viste, hacelo ya), Pablo Larraín sigue demostrando que sabe contar historias reales con un toque distinto, aportando personalidad a todo lo que hace. “Jackie” es una gran película, ¡no te la pierdas! Puntaje: 8/10 Duración: 100 minutos País: Estados Unidos / Chile / Francia Año: 2016