La persistencia de la memoria. A esta altura del partido estar frente a una nueva película de Clint Eastwood constituye un reto para el cinéfilo que eventualmente se decidió a escribir, tanto por la satisfacción indescriptible que genera el poder disfrutar de otra obra del octogenario realizador como por la renuncia ya manifiesta a la ilusión de toda “objetividad” al momento de juzgar lo que acontece delante de nuestros ojos. La carrera del norteamericano nos ha dado muchísimos opus extraordinarios, en su doble rol de actor/ director o llenando uno solo de esos casilleros, por lo que resulta muy difícil sistematizar sus aportes principales: para no caer en la parálisis del fanático, diremos que es posible resumirlos en su enorme pasión por narrar y en ese amor que siempre le prodigó a sus personajes, incluso a los más execrables. Luego de las maravillosas y algo desconcertantes Invictus (2009), Más Allá de la Vida (Hereafter, 2010) y J. Edgar (2011), hoy es el turno de Jersey Boys (2014), una suerte de contrapunto extasiado de Bird (1988), aquella biopic apesadumbrada sobre Charlie Parker que catapultó a la fama al gran Forest Whitaker. La trama se centra en el ascenso y caída de The Four Seasons, un cuarteto pop que gozó de una seguidilla de éxitos durante la primera mitad de la década de los 60 en Estados Unidos. Impulsados fundamentalmente por la voz aguda de Frankie Valli y el management aguerrido/ ciclotímico de Tommy DeVito, el grupo surgió del entorno marginal italoamericano de la New York del período y debió sudar litros de sangre en la “ruta del espectáculo” hasta llegar a la ansiada autosustentación. El cineasta apuntala un retrato de la dinámica interna, la familia e idiosincrasia de cada integrante, el panorama sociohistórico en el que les tocó crecer y el estado de la industria musical durante tamaña “globalización cultural”. Nuevamente se nota la mano maestra de Eastwood, en lo que respecta a sus contribuciones implícitas al guión de Marshall Brickman y Rick Elice, en la dramatización minuciosa de una multiplicidad de detalles y situaciones agridulces que vuelcan la balanza hacia un humanismo muy perspicaz que esquiva la nostalgia, se sostiene en un humor entre sardónico y naturalista, y hasta se toma su tiempo para contextualizar -con un elenco carente de “estrellas” de Hollywood- la interconexión entre el porfiar individual y la voluntad del compañero inmediato de travesía. Vale aclarar que The Four Seasons fue una banda simpática que nunca llegó a brillar al nivel de los ejemplos de la “invasión británica”, el movimiento que dejó en segundo plano al rhythm and blues de aquellos años. Ante un tópico que quizás no soportaba 134 minutos de metraje ni tantas interpelaciones a cámara, el mérito de la victoria final del film es solo de Eastwood, un director que jamás puso al artificio por sobre el relato y que canaliza su madurez hacia la creación de un verosímil sutil que le escapa a la romantización preciosista y hueca tan de moda por nuestros días. Mención aparte merecen el desempeño de John Lloyd Young y Vincent Piazza y la reconstrucción de época de este lienzo memorioso, sin dudas un homenaje exquisito a la génesis de cuatro vidas dedicadas al “arte” de perdurar…
Tengo un amor desmedido por Clint Eastwood tanto como director como actor. Creo que es de los pocos que ponés frente al lente y a media luz y ya te salva cualquier cosa. Ni hablar de las historias que nos regaló como director: desde la maravillosa y romántica “Los Puentes de Madison” hasta la tremenda “Cartas de Iwo Jima”. Ha pasado por el western, por el policial, por el gángster, por la biopic y nunca nos ha dejado del todo a pata. Verlo frente a un musical, de todas maneras, es otra cosa. Pero el viejo lobo no defrauda. Jersey Boys está basada en la obra musical estrenada en Broadway y Shaffesty Av en el 2005 y desde ahí ha cosechado éxitos. Para empezar, es un musical rocola, es decir que no tiene nuevos temas sino que reutilizan los mismos de la banda (como han hecho Ray y Walk the line hace unos años). Para seguir, tiene una estructura en la que en cada momento uno de los miembros se convierte en narrador para contar su perspectiva, lo que termina acercándonos en el teatro al documental. La adaptación cinematográfica, con esa perfecta ambientación y fotografía, por momentos nos lleva a un clima que nos recuerda a “Buenos Muchachos” por el barrio italiano, el ghetto y los negocios que circulan y de a poco se va transformando en un drama hecho y derecho donde se cuentan las trampas del negocio de la música, de cómo se construye la salida del barrio y hasta qué punto efectivamente uno se va. El viejo Clint también domina esto. Otra cosa en la que han estado particularmente inteligentes ha sido en el casting. Ninguno es una gran estrella y eso funciona muy bien ¿O le vamos a creer el hambre a un chico exitoso? No, tiene que tener esa apariencia de un don nadie. Vincent Piazza (que lo conocemos de Broadwalk Empire) se roba la película en la piel de ese Tommy DeVito excesivo y estereotipado tano bruto y arrogante de barrio de mala muerte, pero es imposible no mirarlo. Impactante. John Lloyd Young tiene esa voz impresionante que ya demostró en Glee, pero no tiene el carisma que todos esperamos de un vocalista. Lo musical lo salva mucho. Completan el cuarteto Michael Lomenda y Eric Bergen como Nick y Bob (Gaudio que también produce el film junto con Valli) haciendo secundarios poderosos, pero siempre orbitando alrededor de ellos dos. Esta es una historia de ascenso, de amistad, de códigos, de toda una vida. Pero sobre todo es una historia que une a estos chicos de Jersey con su sonido. Cuando nada más queda, queda la música. Dos horas y cuarto (lo mismo que dura la obra) más tarde, te pasás tarareando las canciones y te quedás con la sensación de haber visto un musical rudo, sin parafernalia, sin demasiadas estrellas ni pasos de baile. Al final, a pesar de todas las luces, te queda esa idea honesta y descarnada de todo lo que significa el ascenso y todo lo que conlleva la caída.
Mucha ansiedad, como siempre, frente a un nuevo filme de Clint Eastwood, y más aún por tratarse de la adaptación en fílmico de uno de los musicales más exitosos de Broadway, “Jersey Boys” (USA, 2014). La expectativa estaba puesta en qué podía quedar de la historia del grupo Four Seasons en las manos del longevo y prolífico director. Y la respuesta fue la creación de un híbrido, que termina reiterando muchos de los clichés expuestos en filmes que también narran el surgimiento/auge/caída de grupos musicales (como “Dreamgirls”, “Eso que tu haces” ó hasta “8 Mile”) y sin tratar de disimularlo. En tiempos en los que la nostalgia está a la hora del día en Hollywood, desde los títulos iniciales, la música atrapa en “Jersey Boys”, ubicando al espectador a lo que supuestamente va a asistir, a un evento musical. Pero luego el director decide cambiar el rumbo ¿qué pasó? ¿Es que Clint Eastwood no quiso animarse a trasponer la historia que la obra presentaba y decidió generar un nuevo tipo de discurso? ¿Por qué decidió quedarse sólo con la narración de los protagonistas y no los números musicales? ¿Es que en “Jersey Boys” el director genera con sus constantes miradas a cámaras de los narradores y la utilización de paneos, travellings y también planos aéreos supinos una nueva manera de narrar? Nada de eso. Esas decisiones responden más que nada a un estilo que viene buscando en varios de sus filmes, y que, en este caso, responden más al verosímil de género que a alguna innovación para la propuesta. Los que no estén al tanto de la historia “Jersey Boys” cuenta el derrotero y la epopeya por la que el pequeño cantante, con voz bien particular, Frank Valli (John Lloyd Young) atravesó junto al grupo que finalmente tendría el nombre de “Four Seasons”, Bob Gaudio (Erich Bergen), Nick Massi (Michael Lomenda) y el líder negativo Tommy Devito (Vincent Plazza), hasta llegar al estrellato. De la ciudad de Nueva Jersey al mundo, y como toda película basada en hechos reales (más allá de algunas licencias) se intentará reforzar la historia a través de la utilización no sólo de imágenes de archivo (como la de la presentación en el programa de Ed Sullivan) sino por la cuidada reconstrucción de época. Valli (Young) verá como su suerte irá cambiando a medida que la fama llegue a su vida. Un inicio muy humilde rozando la delincuencia y una madurez con perdidas reforzarán los momentos en los que tendrá todo de su lado (esposa, hijos, casa, dinero), y otros en los que la misma diosa de la fortuna le quitará lo que mas preciaba (y de los que siempre resurgirá cual ave fénix). En este cuento de hadas, y de seres que logran alcanzar sus metas, Valli no estará solo, ya que un viejo “padrino”, al que en una oportunidad le llegó profundamente con la canción preferida de su madre, interpretado por Christopher Walken (quizás el único actor a la altura de la apuesta), le dará el aire necesario en aquellos momentos en los que la soga apriete, o en los que los egos de los miembros del grupo choquen y perjudiquen negativamente al grupo. Hay algunas escenas en las que el cantante realiza su performance y que gracias a un particular tratamiento de la imagen evocan a filmes de consumo popular protagonizado por estrellas como Elvis, y por estas latitudes, por músicos populares como Sandro y Palito Ortega. Más allá de todo, a “Jersey Boys” le sobran muchos minutos de su metraje, MUCHOS, y también le faltan números musicales, propios de la obra que adapta, de la que se quedó con la posibilidad que un narrador omnisciente sepa todo y vaya y venga en la línea temporal para profundizar en algunos temas. Para los amantes de los biopics musicales, que no esperan más que un momento agradable recordando algunos clásicos como “Sherry”, “Big Girls Don’t Cry” y “Can’t Take My Eyes Off You”, Eastwood construye una película que recupera algo de nostalgia de tiempos mejores y nada más que eso.
La canción sigue siendo la misma A los 84 años, Clint Eastwood ya ha hecho casi de todo como actor y director. Entre las pocas cosas que le faltaban concretar detrás de cámara figuraba un musical (El guerrero solitario y Bird no califican en el rubro). Finalmente, llenó incluso ese casillero pendiente con esta transposición de uno de los shows de Broadway más exitosos y longevos (casi una década en cartel) basado en la historia real de Frankie Valli y los Four Seasons. Y, aunque no estamos ante uno de los mejores exponentes de su filmografía ni tampoco frente a una propuesta que vaya a conmover a los cultores de este género clásico, se trata de un largometraje amable y honesto, trabajado con ese estilo quizás a esta altura old-fashioned pero siempre bienvenido, con ese medio tono que caracteriza al querido Clint. Si bien tiene una coda que incluye el momento en que los Four Season son incorporados al Salón de la Fama del Rock en 1990, el film arranca en 1951 y recorre desde la formación de la banda hasta su ascenso a la fama y su repentina disolución, que desembocó en una larga carrera solista de Valli, un cantante que se hizo popular entre los jóvenes con su falsetes en temas como Sherry, Big Girls Don't Cry, Walk Like a Man, I've Got You Under My Skin, Grease y Can't Take My Eyes Off You. El inicio de Jersey Boys remite al cine de Martin Scorsese con esa pintura de la comunidad italiana en Nueva York (en este caso de Belleville, Nueva Jersey), con sus mafiosos (está muy bien Christopher Walken como el principal gangster local) y sus delincuentes de poca monta. A uno de ellos, Tommy DeVito (Vincent Piazza), se le ocurre -mientras entra y sale de la cárcel- formar un grupo y convoca a su amigo Frankie Valli (John Lloyd Young) para que se sume como cantante principal. Es el inicio de un largo y bastante tortuoso camino que incluirá conflictos con managers, productores musicales, prestamistas y -claro- familiares. El film no es particularmente gracioso (aunque Eastwood se permite incluir unas imágenes suyas de Rawhide, la serie que lo lanzó a la fama a fines de los años ’50), la estructura a-la-Rashomon que incluye constantes cambios en la narración en off con miradas a cámara a-la-House-of-Cards no aporta gran cosa, las escenas musicales no son demasiado inspiradas (la mejor es la que acompaña los créditos finales con todo el equipo participando de una coreografía), los conflictos dramáticos son muy básicos (nada que no se haya visto en La Bamba, The Commitments: Camino a la fama, etc.) y, sin embargo, Jersey Boys no… desentona. Es allí donde aparece Eastwood para moldear un material decididamente ajeno (en todo sentido) a su gusto, con su rigor, con esa sabiduría y ese aplomo que lo han convertido en el último reservorio del clasicismo hollywoodense. Sólo por eso ya vale la pena acercarse a este film noble y menor del viejo maestro.
Década del 60. Los Four Seasons graban "Sherry" y se ubican al tope de los charts de los Estados Unidos. Y Clint Eastwood protagoniza en la cadena televisiva CBS la serie La ley del revólver, un recordado western que aparece en apenas un instante, a manera de autohomenaje y evocación nostálgica, en Jersey Boys, la nueva película de este prolífico y venerado artista de 84 años nacido en San Francisco. Basada en el exitoso musical homónimo, que se mantiene aún en la cartelera de Broadway y ganó cuatro premios Tony, la película ha sido recibida por la crítica de su país con moderado entusiasmo. Y la recaudación de su primer fin de semana en cuartel -donde quedó cuarta- no fue la esperada. El proyecto nació casi de casualidad: Eastwood pretendía filmar una remake de Nace una estrella (1954), con Beyoncé como protagonista, pero la agenda de la cantante no permitió que avanzara. Aún así, continuó con la idea de una película que consolidara su estrecha relación con la música: Eastwood suele intervenir en las bandas sonoras de sus films y pergeñó Bird, film dedicado al genial saxofonista Charlie Parker. El protagonista de Jersey Boys es Frankie Valli, un cantante de voz llamativamente aguda que era la figura principal de los muy populares The Four Seasons, incursionó en la música disco en los 70 y hoy, con 80 años y sordo luego de una operación fallida, todavía hace algunas presentaciones. Eastwood convocó para el papel a John Lloyd Young, el mismo artista que encarnó a Valli en el musical de Broadway y que en la película lleva a cabo un notable trabajo, dotando de sensualidad y carisma a ese vocalista singular, acosado por los problemas familiares y vinculado directamente con la mafia. Igual de ajustado está Christopher Walken, que construye con economía y rigor un capomafia sensible y muy gracioso. Con el Scorsese de Buenos muchachos como inspiración en más de un pasaje, alternando la narración en off entre distintos personajes -con el recurso de la mirada a cámara que es característico de la serie House Of Cards- y con un brillante trabajo de ambientación, Eastwood consigue transmitir con eficacia el espíritu de una época a través de su propia perspectiva del funcionamiento de una industria musical emergente y frívola. Y, de paso, rinde pleitesía al musical con un film que, aún con algunas notas amargas, asume un espíritu celebratorio muy bien sintetizado en la vivaz coreografía de la secuencia final.
En el pasado la música jugó un papel destacado en varios trabajos de Clint Eastwood con distintos resultados. Primero en el bizarro western musical, La leyenda de la ciudad sin nombre (de 1969), con Lee Marvin, donde Clint cantaba en la historia. Un proyecto que hoy el actor prefiere borrar de su memoria. Luego brindó como realizador producciones superiores como Honkytonk Man (1982), donde interpretó a un artista de folk, y Bird (1988), la extraordinaria biografía del músico de jazz Charlie Parker. En Jersey Boys ofrece una adaptación cinematográfica del musical de Broadway que narró la historia del grupo The Four Seasons, quienes brindaron numerosas canciones exitosas en la década del ´60. Eastwood tomó el argumento del espectáculo teatral pero encaró la narración de la película como una biografía convencional que explora las distintas etapas en la carrera de estos artistas. John Lloyd Young, quien interpretó al cantante Frankie Valli en Boadway, volvió a trabajar el mismo rol en este film, cuyo elenco no presenta grandes figuras conocidas. Salvo por Christopher Walken en un papel secundario, el reparto se apoya principalmente en actores jóvenes que vienen del cine independiente. El tema con Jersey Boys es que Eastwood ofrece una biografía de manual sobre un grupo que más allá de haber brindado una serie de canciones exitosas en los años ´60 nunca llegó a trascender en el ambiente de la música con discos memorables. Los Four Seasons sonaban muy bien y brindaron temas divertidos pero no fueron los Temptations, quienes tuvieron una influencia clara y contundente en bandas que vinieron después. Frankie Valli, quien trabajó como actor en Los Soprano, tampoco fue un artista icónico como Johnny Cash o Ray Charles, cuyas historias de vida eran más atractivas para narrar en el cine. Por esa razón la película nunca llega a tener la potencia de Bird y otras biografías musicales que vimos en los últimos años. De hecho, Jersey Boys es un autohomenaje que se hicieron los integrantes de este grupo y como funcionó comercialmente en Broadway ahora realizaron la película. Caso contrario a ningún estudio de Hollywood se le hubiera ocurrido financiar una biografía sobre los Four Seasons, con el mayor respeto que merecen Valli y sus muchachos. Algo interesante del trabajo de Eastwood es que por lo menos le sacó el jugó a esos aspectos atractivos que tuvieron la carrera de estos artistas, como los vínculos con la Mafia y el modo en que se originaron esas canciones que los hicieron famosos. Inclusive la trama también incorpora la contribución del actor Joe Pesci (interpretado por Joey Russo), quien les presentó a los músicos un integrante que luego se convertiría en el principal compositor de esta agrupación. El punto débil del film es que se enfoca demasido en los problemas financieros de la banda y nunca desarrolla las historias personales de los artistas. Hacia el final uno de los protagonistas sufre una perdida familiar importante y nunca se explica que pasó con ese personaje y en que circunstancias falleció. Eastwood muestra el funeral y sigue adelante con otro tema, dentro de los abruptos saltos temporales que presenta Jersey Boys en su narración. En los aspectos técnicos en general la película es impecable, pero nunca llega a ser una producción apasionante, como ocurre con la miniserie de los Temptations que la enganchás en el cable en cualquier escena y te la quedás viendo hasta el final. Jersey Boys es una propuesta que funciona muy bien en el teatro donde se aprovechó mejor las canciones de los Four Seasons, mientras que en el cine terminó siendo una biografía decente.
Gracias por la música Hace muchos años que Clint Eastwood, el director de Jersey Boys, es llamado el último de los clásicos. Hace décadas que él mismo es uno de los grandes gigantes de la historia del cine mundial. Y ahí está, vigente, vital y octogenario filmando películas tan variadas como bellas, explorando sus obsesiones y sus temas una y otra vez, siempre en el más clásico e irreprochable de los envases cinematográficos. Jersey Boys está basado en un exitoso musical de Broadway que también se ha representado en otras grandes capitales del mundo. La historia es la de Frankie Valli and The Four Seasons. No es la primera vez que Clint Eastwood realiza un biopic sobre músicos. En 1988 había logrado su primer golpe fuerte de prestigio en Cannes cuando dirigió Bird, la biografía cinematográfica de Charlie Parker protagonizada por Forrest Whitaker. Eastwood, también músico, dirigió varios documentales centrados en músicos. Acá realiza un ejercicio de maestría narrativa impresionante, al lograr no solo la combinación de varios puntos de vista y la inclusión de un alto números de canciones, sino el hacer que un musical no sea, en el sentido estricto, un musical. Eastwood toma una historia nostálgica, cercana a la época de su propio comienzo como artista, y sin volverla deprimente la dota de una mirada amarga y desencantada. Al optimismo de las canciones y su alegría, le contrapone los duros golpes de la vida que Frankie Valli debe enfrentar. Sin irse encima de los golpes bajos y sin entregarse a la auto indulgencia, Clint Eastwood logra hacer de esta película una obra absolutamente personal. La película es una reflexión sobre el arte y esa forma de perfección negada en la vida que se suele presentar cuando, por ejemplo, cuatro personas cantan juntas. Otros temas que obsesión profundamente al director, como el legado y los hijos, forman parte fundamental de la trama. Como remate, hay que decir que sin caer en golpes bajos ni sensiblerías, la película se vuelve, escena tras escena, cada vez más emocionante. Ni hablar de las canciones, claro o de la enorme presencia de Christopher Walken. Es una alegría enorme presenciar una narración tan perfecta, sin duda, más aun cuando esta clase de belleza hoy es completamente olvidado por casi la totalidad de los cineastas en actividad. Lo que me hace acordar al final de Manhattan, un joven Woody Allen enumeraba las razones por las cuales la vida valía la pena. Sinatra, Louis Armstrong, Cezanne, Groucho Marx, entre otras personas u obras de arte significativas. Cuando tengo que describir el placer que me produce Jersey Boys lo primero que viene a mi mente es que las películas de Clint Eastwood son una de las mejores razones por las cuales vale la pena la vida y el cine.
Déjenme contarles una historia Sólo eso les pido: que me dejen contarles una pequeña historia, porque creo vale la pena. Resulta que ayer el partido de Argentina contra Nigeria por el Mundial 2014 se pisaba un poco con la proyección para prensa de Jersey Boys: persiguiendo la música, con lo que me terminé perdiendo prácticamente todo el primer tiempo. Es decir, me perdí de ver en directo los dos goles de Messi. Uno de ellos, vale señalarlo, tremendo golazo. Pero gané algo más. Déjenme contarles qué gané. Gané algo más de dos horas de Clint Eastwood. Es decir, pude ver a un tremendo jugador y técnico del cine, un animal del arte cinematográfico que a los 84 años se sigue comiendo la cancha. Clint podría ser a esta altura como esos jugadores que en algún momento fueron estrellas, cracks capaces de cambiar el rumbo de un partido pero que cuando llegan a determinada edad prefieren hacer la más fácil, seguir con el juego que más conocen, con el que se sienten más cómodos, porque total los fanáticos los van a seguir respaldando, en pos de su legado, de la gloria que supieron acumular en el pasado. Pero no, Clint no es así, lo suyo no es el toqueteo fácil, el cambio de frente buscando no ensanchar la cancha sino sólo el aplauso de la tribuna. El no juega por jugar, sino que busca nuevos desafíos permanentemente. Y es por eso que se hace cargo de la dirección de Jersey Boys, un musical de Broadway con mucho consenso del público, la crítica y las instancias de premiación, centrado en la formación, el ascenso a la fama y la posterior separación del legendario grupo The Four Seasons. Y decide hacerlo contra todas las dudas, contra todas las suspicacias respecto a si era el hombre indicado para el trabajo. Y encima toma decisiones fuertes, problemáticas para los eternos fanáticos de la obra teatral, porque deja de lado casi en su totalidad los números musicales, porque la música tiene que ser para él no el centro absoluto de la puesta en escena, sino un instrumento -decisivo por cierto- para la configuración no sólo de un clima de época sino también de toda una serie de estados de ánimo, sensibilidades y posiciones éticas frente al mundo. Es que Clint siempre va para adelante, no se tira para atrás, va a buscar el triunfo, es ofensivo, quiere ganar, pero ganar en grande. Y toma la pelota, se hace cargo, se pone la mochila al hombro, no elude la presión, sino que la absorbe y trata de reconvertirla a su favor. Entonces Clint va, y con él la película. Y Jersey Boys se va transformando, a paso firme, en un film que trasciende la simpleza que podría intuirse en su planteo inicial para convertirse en muchas películas a la vez: una que dialoga con inteligencia con el cine de mafiosos delineado por Martin Scorsese en obras como Buenos muchachos; otra que indaga sobre las ficciones que cimentan ciertos mitos de carne y hueso; otra que observa con agudeza y desprejuicio el mundo del espectáculo; otra que revela con sutileza y a la vez crudeza el choque entre la institución familiar y las ambiciones individuales; otra que expone los artificios que constituyen el género musical, sin caer jamás en el cinismo, sino todo lo contrario, para demostrarle un gran cariño, preguntándose incluso cómo debería ser el vínculo entre el cine y el escenario teatral. Todas ellas están transitadas por el relato mayor, por la gran película sobre la amistad, sobre cuatro tipos que casi sin querer vencieron todas las probabilidades en su contra, convirtiéndose en referentes absolutos del arte musical, pero que en el fondo no dejaron de ser cuatro pibes comunes y corrientes, con sus virtudes y miserias, con sus lealtades y traiciones, enfrentados a circunstancias extraordinarias que ellos mismos crearon. Clint nunca fue ni es la típica estrellita, el que quiere jugar solo, el centro absoluto de su equipo. El suyo es un juego solidario, lejos del individualismo. Sabe rodearse, asignarle a cada uno de los que lo acompaña un rol preponderante, darle un equilibrio apropiado a todo el conjunto. Sabe dar confianza y en base a eso consigue rendimientos espléndidos. De ahí que confíe en cuatro protagonistas prácticamente desconocidos para el gran público, porque intuye que pueden ser funcionales a los papeles que les tocan y a lo que se está contando. A ellos les da la pelota en el lugar y el momento adecuado, exacto. Y así posibilita que un actor como Vincent Piazza, que hasta ahora sólo era conocido para los espectadores de la serie Boardwalk Empire, entre y la rompa. O le exige a un veterano como Christopher Walken que haga lo que sabe, lo que conoce al dedillo, pero no de taquito, que se brinde por entero al equipo. Le da la pelota en el momento justo, y Walken hace lo que se le pide: la manda adentro. Ya tiene una larga carrera a sus espaldas, pero Clint no se cansa. La sabiduría le ha dado nuevas energías, pero jamás se apura, no se complica, no hace nada innecesario, no se enreda, hace todo simple, porque tiene bien claro el camino. Es paciente, sabe que tiene entre manos un relato de gran belleza. Y lo va llevando, despacito y por las piedras, dejando que surja con ese tiempo cinematográfico que tan bien conoce. Ayer me perdí los dos goles de Messi. Me perdí un golazo de tiro libre que sigue certificando que la Argentina no tiene equipo, aunque tiene al mejor jugador del mundo. Pero gané dos horas de cine, de ese cine que defiendo y admiro, y que ya es marca registrada en la filmografía de Clint. Esta es mi pequeña historia. Vean Jersey Boys y dejen que Clint Eastwood, ese gigante del cine, les cuente una gran, enorme historia.
En espejo con Martin Scorsese El maduro director encara la comedia musical sin resignar tensión dramática ni emotiva. Crea tal clima de familiaridad con los personajes que sus alegrías y éxitos, sus miserias y tragedias, nunca resultan ajenos. Un montón de italianos (ítalo-norteamericanos para ser más precisos) están reunidos frente a una peluquería típica de la Nueva York de comienzos de los años ‘60. Ninguno parece trigo limpio y conversan en la vereda a los gritos, porque aunque la mayoría haya nacido en el Nuevo Mundo son tan italianos como cualquiera. De repente un auto llega a toda velocidad, golpea contra el cordón y frena a centímetros de los contertulios haciendo chillar las gomas. De él se baja una mujer hermosa, joven, que hecha una furia encara a uno de ellos a los empujones y delante de todos lo increpa: “¡Cómo se te ocurre dejarme plantada! ¿Quién te creés que sos? ¿Frankie Valli?”. La escena no pertenece a Jersey Boys: Persiguiendo la música, última y una vez más estupenda película de Clint Eastwood, sino a Buenos Muchachos, de Martin Scorsese, y tan notorio es el cruce entre ellas que para hablar de una resulta inevitable comenzar por la otra. No sólo porque la película de Eastwood gira en torno de la vida de los cuatro miembros de la clásica banda de rock The Four Seasons, en la que cantaba el mencionado Valli; ni porque Joe Pesci interpreta en el film de Scorsese a uno de los malandras más sacados de la historia del cine cuyo nombre, Tommy DeVito, es el mismo que el del guitarrista de esa banda. O porque el propio Pesci haya sido vecino y compartido la adolescencia con los músicos, y aparezca en la película de Eastwood también convertido en personaje. No son sólo estos (y otros) detalles coloridos los que dan forma al vínculo entre las películas, sino que Jersey Boys pone en paralelo el cine de dos de los más grandes directores de los Estados Unidos de los últimos cuarenta años, como no lo había hecho ninguno de sus trabajos anteriores hasta ahora. La decisión de Eastwood de contar la historia de cuatro jóvenes ligados a las redes de la mafia, desde su adolescencia en Nueva Jersey a finales de los años ‘50 hasta bien entrados los ‘70 y saltando de ahí a 1990, siguiéndolos en su ascenso pero sin olvidarse de ellos cuando el mundo se les viene abajo, es parte vital de ese enlace. Y aunque en ambos casos el foco esté atento a distintos detalles, hay coincidencias de fondo y forma: algo en el tono, las estructuras y los recursos narrativos que dan forma a Jersey Boys huele a Scorsese. El uso de una voz narradora, una posta que acá se pasan los cuatro jóvenes músicos, acentúa el efecto espejo. Sobre todo porque los personajes no narran en off sino mirando a cámara y en medio de la acción, rompiendo las convenciones igual que Ray Liotta en la escena final de Buenos Muchachos, involucrando a testigos que están más allá de la pantalla. Tampoco es frecuente en Eastwood el humor ligero que impregna el relato y es preciso remontarse a Jinetes del espacio (2000), un film muy inferior a éste, para hallar una carga análoga. La precisión rítmica con que se articula la historia de los Four Seasons, la forma en que cada escena desemboca sutilmente y da sentido a la que sigue, y el timing que organiza los números musicales dentro de la trama tienen algo de operístico que Eastwood maneja con maestría. Un carácter que en este caso la película recibe del musical homónimo en el que está basada y que cosechó varios premios Tony en 2006. Entre ellos el de mejor actor a John Lloyd Young por su interpretación de Valli, y que acá repite con honores, siendo junto a Vincent Piazza en el papel de DeVito los puntos más altos de un elenco parejo y efectivo. No sería raro que ambos acabaran heredando el trono que hace rato dejaron vacante Pacino y De Niro. Jersey Boys expone la versatilidad de Eastwood, capaz de encarar un policial, un drama místico, biopics, películas románticas o bélicas y ahora también comedias musicales de un modo siempre conmovedor pero sin resignar tensión dramática ni emotiva. Porque el mérito más grande de este film reside en su capacidad para provocar respuestas físicas, para lograr, sin necesidad de artificios groseros, que de este lado de la pantalla la experiencia del goce cinematográfico sea corporal y absoluta. Eastwood consigue crear un clima tal de familiaridad con los personajes que sus alegrías y éxitos, sus miserias y tragedias, nunca resultan ajenos, sino parte de un ejercicio que merece, debe y se agradece compartir dentro de un cine.
Bajo el noble signo del clasicismo. Clint Eastwood ha demostrado muchas cosas con su cine, en primer lugar probar que era un actor capaz de hacer cine, que aprendía rápido de sus maestros y que la voluntad de ponerse detrás de cámara no sería un simple testeo de lo que significaría dirigir. También ha podido sortear estereotipos rotulados por la prensa más escéptica de su cine, que lo ha catalogado como un mero cowboy y/ o máximo exponente del policial fascista de la década del 70. Mucho tiempo ha pasado desde que Eastwood legitimó su “título” de realizador y narrador cinematográfico. Sin estancarse, experimentó en la última década una curiosidad temática fascinante; la cual ha atravesado una biopic sobre J. Edgar Hoover (J. Edgar), la reconstrucción de un fragmento en la vida de Mandela y el mundial de Rugby en Sudáfrica en 1995 (Invictus) y el díptico sobre la contienda en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial (La Conquista del Honor y Cartas de Iwo Jima), entre otras películas de los últimos diez años. En Jersey Boys, la curiosidad del director está enfocada en la reconstrucción de los comienzos de Frank Valli y los Four Seasons, una de las primeras “band boys” de fines de los cincuenta, que tuvo su pico de popularidad una década más tarde hasta una decadencia abrupta. La primera parte del relato se asemeja a la estructura scorsesiana de Buenos Muchachos, al reconstruir el contexto de un barrio italoamericano en el cual se presenta a dos jóvenes en busca de una salida fácil, cobijados por un ambiente que solo parece ofrecerles el camino de la mafia o el ejército. Tommy (Vincent Piazza), un “wise guy” condenado a entrar y a salir de prisión por delitos menores, y Frankie (John Lloyd Young), un aprendiz de peluquero, tienen una alianza basada en la amistad y en la lealtad, más allá de los golpes y los obstáculos en el tránsito hacia la fama soñada. Eastwood, a pesar de las distancias temáticas trazadas entre sus últimas películas, mantiene la constante del clasicismo narrativo, el cual no ha abandonado en sus más de cuarenta años de carrera como director. Si bien Bird y Honkytonk Man funcionan como ejemplos de su otra pasión, la música, aquí no hay finales amargos (aunque el armado de la trama de Jersey Boys exponga situaciones duras) sino un jubiloso fresco de una época, alejado de la mirada calculadora que arroja la distancia que todo parece verlo con ojos de nostalgia. Sin temerle al musical más esquemático, el gran y último director clásico no se sonroja al exponer conflictos simples con un desarrollo estructurado bajo la modalidad de ascenso y descenso, aquí de Frank Valli (conocido por sus inconfundibles falsetes), arista que es fortalecida por una puesta completamente alejada del nervio de las cámaras de las últimas transposiciones de musicales famosos de Broadway, a las que parece urgirles enviar el mensaje de que estamos en presencia de una película. Eastwood no necesita desnudar los mecanismos del hacer: su preocupación por la experimentación temática es el motor de un cine casi desaparecido, construido con la base del clasicismo como signo, una absoluta rareza en vías de extinción.
"Nunca es tarde para volver a triunfar" Clint Eastwood vuelve a demostrarnos en su último trabajo que su inoxidable talento todavía sigue intacto. A los 84 años, el realizador de “Los imperdonables” y “Río Místico”, encaró la producción de una comedia musical basada en hechos reales y el resultado es una propuesta magnifica que se disfruta de principio a fin exigiendo los aplausos del espectador en más de una ocasión. Si hace un tiempo atrás alguien nos decía que Eastwood iba a dirigir un gran musical, seguramente nos hubiéramos desplomado de la risa. No obstante, luego de las galardonadas “Million Dollar Baby”, “La conquista del honor”, “Letras de Iwo Jima”, “El sustituto”, “Gran Torino”, “Invictus” “Más allá de la vida” y “J.Edgar”, el tío Clint se metió no solo en un género siempre complicado sino también con aquel en el que no había trabajado demasiado. El resultado de dicha incursión es tan impresionante como inesperado y, en “Jersey Boys”, Eastwood deja bien claro que como le sobra talento puede seguir encarando nuevos desafíos en esta etapa de su carrera. Basada en el musical teatral homónimo escrito por Marshall Brickman y Rick Elice, la historia de la nueva película de Eastwood recorre todo el camino al éxito de una de las bandas de rock más importantes de la década del 60: “The Four Seasons”. Liderados por Frankie Valli, esta banda fue una de las primeras en despertar el fanatismo de toda una generación por las formaciones musicales. Y si bien con el desembarco de The Beatles en los Estados Unidos perdieron un poco de notoriedad, no existen demasiadas razones para quitarles méritos a estos muchachos. Tan malacostumbrados estamos a realizadores que se mueven en espacios de confort que la llegada de esta película nos demuestra que hoy solo los grandes se animan a seguir escribiendo historia dentro del cine. Con una gran puesta en escena, muy buenos trabajos por parte de un grupo de actores sin experiencia dentro de la pantalla grande (solo un grande reposa una película de casi 2 horas de duración en los hombros de desconocidos) y un guion que se vuelve cada vez más dinámico a medida que avanza la trama (la música y los monólogos son la clave), “Jersey Boys” es uno de los mejores trabajos que brindó este género en los últimos años. John Lloyd Young, Vincent Piazza, Michael Lomenda y Erich Bergen son las piezas con las que Clint Eastwood realiza una radiografía de cuerpo entero sobre los vaivenes que atraviesan las bandas musicales a lo largo de su carrera, ofreciendo un panorama clarísimo y eficaz de lo que se repitió mil veces a lo largo de la historia dentro del mundo de la música. Llámense Kiss, Guns N’ Roses, Metallica o cualquier otra banda que se les venga a la cabeza, las diferencias dentro de un grupo siempre se debieron a lo mismo: relaciones que trascienden la amistad y se vuelven un vínculo profesional, problemas económicos, descontrol y mujeres. Todos esos elementos, sumados a una relación con la mafia, terminan por convertir a “Jersey Boys” en la “Buenos Muchachos” del género musical. Y eso se agradece con creces. Sin lugar a dudas estamos frente a uno de los mejores estrenos de este 2014 y el hecho de que la sorpresa venga de la mano de Clint Eastwood se festeja mucho más.
Extraordinaria reconstrucción de la carrera musical de uno de los máximos íconos del rock de los Estados Unidos Clint Eastwood tiene 84 años y acaba de dirigir su largometraje número 33. “Jersey Boys” fue estrenado en Estados Unidos hace apenas una semana, con críticas muy diversas y en general poco elogiosas. La asistencia de público durante su primer fin de semana fue discreta. Por todo ello las expectativas de este cronista no eran a priori demasiado grandes. Sin embargo, aparte de la admiración por el “viejo” Clint, había otro factor que lo motivaba a ver con cierta esperanza la película: Frankie Valli and The Four Seasons. Es probable que muchos jóvenes no hayan disfrutado de su música por lo que ésta es su oportunidad de descubrir un talento, que surgió en el este de los Estados Unidos meses antes apenas de la aparición de los Beatles en Inglaterra. Y también de comprobar que a veces los críticos (de los Estados Unidos, en este caso) se equivocan. La película está basada en un musical del mismo nombre que ya lleva casi diez años en Broadway. El primero que aparece es Tommy DeVito (Vincent Piazza), dirigiéndose a nosotros (el público) para afirmar con razón que fue él quien empezó todo. DeVito tenía un grupo musical (Variatone Trio) a mediados de la década del ’50 y necesitaba una voz hasta que el azar lo cruzó con el joven peluquero Francis Castelluccio (John Lloyd Young). El impacto de su voz (en falsetto) llevó a su incorporación y con el tiempo al cambio de nombre del grupo que hacia fines de los ’50 se llamaba Four Lovers y ya era un cuarteto. Hubo nuevos cambios con la incorporación del tecladista y compositor Bob Gaudio (Erich Bergen) y finalmente de Nick Massi (Michael Lomenda). Hay todavía otro personaje central de la trama, Gyp DeCarlo, a quien da vida el extraordinario Christopher Walken. Especie de jefe mafioso que es capaz de conmoverse hasta las lágrimas cuando Francis (ahora Frankie) canta la canción preferida de su madre, fue quien los protegió en momentos en que los jóvenes actuaban fuera de la ley. El año del despegue del cuarteto fue 1962 cuando cambiaron su nombre a The Four Seasons, ignorando incluso que existía una obra homónima de Vivaldi, y lograron un enorme éxito con “Sherry”, su primer hit. En poco tiempo otras dos canciones: “Big Girls Don’t Cry” y “Walk Like a Man” los consagraron como la mayor banda norteamericana de principios de la década del ’60. A lo largo de más de dos horas se irá revelando como con el correr de los años se profundizaban los conflictos entre los cuatro. Tommy será la “oveja negra” al endeudarse con préstamos y el no pago de impuestos que lo irán alejando de sus tres compañeros. Nick será el primero que abandone la banda, mientras que Gaudio y Valli afirmarán su amistad y seguirán juntos por varios años más. A destacar que el notable actor John Lloyd Young ya había ganado el Tony en el musical que dio origen a esta versión fílmica. Ya en la década del ’70, Frankie Valli se afirmará en su carrera solista con nuevos músicos de su renovada “Four Seasons”. Aparte de las canciones ya nombradas hay otras tres canciones que quizás sean las más extraordinarias en la carrera de Valli. La primera y más famosa, “Can`t Take My Eyes Off You” data aún del sesenta (1967) y debe ser una de las que más interpretes (Frank Sinatra, Andy Williams, Gloria Gaynor, etc, etc.) ha tenido a nivel mundial. Fue compuesta por Bob Gaudio y Bob Crewe, este último productor de los Four Seasons por muchos años y aquí personificado por el actor Mike Doyle. Para quien esto escribe la preferencia es “December 1963 (Oh, What a Night)” aunque no muy lejos queda la tercera “My Eyes Adored You”, que en la obra teatral y película es escuchada en uno de los momentos más dramáticos de la vida familiar de Frankie Valli. Frankie Valli y Bob Gaudio aparecen como productores de “Jersey Boys – Persiguiendo la música”, tal el título con que se estrena localmente la última y extraordinaria película de Clint Eastwood. Es una reconfortante noticia saber que ellos continúan activos, pese a que han transcurrido 25 años desde que fueron incluidos en el Salón de la Fama del Rock.
Más sólida en lo musical A pesar de que se basa en un musical muy exitoso en Broadway, "Jersey Boys" es una biografia de una banda pop, al estilo de películas como las que se ocuparon de la vida de Ray Charles o Johnny Cash. Sólo que The Four Seasons, más alla de tener muchísimos hits y un cantante legendario como Frankie Valli, no revolucionó la música pop ni tampoco tuvieron la importancia social o los dramáticos conflictos personales de, por ejemplo, los músicos recién mencionados. Además, hay que mencionar que salvo para los fans a muerte de la banda, o de la comedia musical sobre su historia, en realidad muchos de los mayores hits de Frankie Valli y The Four Seasons no son tan recordados. Quizá por eso, toda la trama está construida como para llegar a una sola canción que, sin duda, sobrevivió a todas las épocas, con su popular estribillo -"I love you baby....!", que no por nada suele aplicarse en el cine a historias relacionadas con gangster ítaloamericanos. La canción es "I Can't Take My Eyes Out Of You", y dado que apareció bastante después de la mayoría de los grandes hits de The Four Seasons, para llegar a ese punto culminante Clint Eastwood apela básicamente al humor costumbrista y a los detalles pintorescos de las relaciones con la mafia y el origen callejero que implica, por sí solo, el sobrenombre de "Jersey Boys". En este aspecto hay un personaje esencial que interpreta Christopher Walken: el capo mafioso convertido en protector de Francesco Castelluccio (o sea, Frankie Valli, a cargo de John Lloyd Young). Como en toda biopic de este tipo, por estimulante que pueda ser el ascenso a la fama de los protagónicos, inevitablemente luego viene el melodrama, lo que en este caso no funciona demasiado bien. Por suerte, los climax musicales, como cuando el grupo saca de la galera sus primeros hits, "Sherry" o "Walk Like A Man", estan rodeados de una narración y una ambientación de época realmente atractiva. El rigor propio de un melómano como Eastwood, aunque antes que nada fan del jazz, califica igual al filmar cualquier cosa relacionada con música: por ejemplo, los actores que interpretan a los Four Seasons se perciben especialmente creibles en cada escena con canciones, dado que las cantaron de verdad en el set. Todo lo relativo a las performances musicales tiene el toque de un gran director, que sobre todo se luce en la descripción del origen de estos chicos de Nueva Jersey, con grandes momentos humorísticos dignos del mejor Eastwood. Lo melodramático es más flojo, ya que los conflictos oscuros nunca se describen medianamente bien -ni tampoco los de las chicas del grupo-; mucho menos los aspectos sórdidos propios de la historia. Algo entendible, porque entre los productores están el propio Frankie Valli y su socio entre los Four Seasons, Bob Gaudio, compositor de casi todos sus hits. Muy bien interpretado por Erich Bergen, el personaje prácticamente tiene la ultima palabra.
JERSEY BOYS esta basada en el musical homónimo de Broadway cuenta la historia de los "Four Seasons", un cuarteto de cantantes en un viaje a través de su carrera profesional y su vida personal, los duros momentos que atravesaron, sus enfrentamientos y el triunfo de un grupo de amigos cuya música llegó a marcar el símbolo de toda una generación. CLINT EASTWOOD dirige con mano firme este biopic musical sobre el ascenso y la decadencia de cuatro jóvenes en busca del sueño americano. Cargada de hits potentes y momentos emotivos resulta un deleite para los sentidos.
Buenos muchachos de Jersey Historias sobre bandas musicales hay muchas. En todas hay celos, envidias, desengaños, alguna tragedia. La mayoría trata sobre jóvenes que buscan escapar de una dura realidad, conquistar chicas, hacer dinero. Esta historia no es la excepción, pero cuenta con algo muy importante y que hace la diferencia: Clint Eastwood como director. En el inicio conocemos a Tommy De Vito, quien mirando a cámara -recurso que será habilmente utilizado a lo largo del filme- nos introduce en la historia y sus personajes. Allí está Gyp DeCarlo, "Padrino" del lugar a quien todos respetan y temen por igual. Bajo su ala está el propio Tommy y el aún adolescente Frank, ayudante en la peluquería del barrio. Todo comienza en un vecindario de clase trabajadora en Newark, Nueva Jersey, un lugar del que según Tommy solo se puede salir enrolándose en el ejército -y terminar muerto-, uniéndose a la mafia -y terminar muerto-, o siendo famoso. Está última opción es la elegida por Tommy y Frankie, quienes junto a Nick Massi comienzan a sentar las bases de lo que luego serán los Four Seasons, pero para eso deberán pasar un par de años hasta que conozcan al compositor Bob Gaudio, con el que acabarán formando el exitoso cuarteto vocal. Son los años cincuentas, y Frankie Valli - todavía Valley- se perfila como gran cantante, dueño de una voz particular y calma presencia en escena que contrasta con la intimidante -y mayormente grosera- personalidad de DeVito. Hacia finales de la década, y luego de muchas pruebas el ya asentado cuarteto accede a grabar sus propias canciones. El éxito llega y con él, el dinero y los problemas. Si bien no es un musical, hay lugar para un buen puñado de hits como "Sherry", "Walk like a Man" y la inoxidable "Can´t Take My Eyes Off You", entre otras canciones que activarán la nostalgia en más de uno. Clint Eastwood ha demostrado ser eficaz en la dirección de melodramas, filmes de acción, documentales; también sabe cómo ser políticamente incorrecto y a esta altura cierto es que no tiene que andar demostrando su talento. Por eso este trabajo es tan particular, porque el viejo Clint decide echar mano a su experiencia y demostrar que menos puede ser más. Decide contenerse y evitar la sordidez, los golpes bajos, el regodeo en la tragedia personal de cada uno de los protagonistas y apuntalar un relato amable, luminoso y festivo, donde la única aspereza está en la excelente fotografía del filme. La dirección artística es sobresaliente, la reconstrucción de época notable. Eastwood construye un filme clásico, de esos que ya no se hacen, donde el público puede salir tarareando una melodía y reconfortado luego de ver una película, ni más ni menos. Y eso es un lujo que solo los grandes pueden darse en los tiempos que corren.
Nueva película dirigida por un señor director como lo es Clint Eastwood, a quien no hay que criticarle absolutamente nada a nivel dirección, dado que "Jersey Boys" es un trabajo digno como bien nos tiene acostumbrados... Ahora, la historia está basada en un musical (que sigue en cartel), pero la película es mas de actuaciones que de musical, saaalvo los títulos (gran escena musical, que si llegas al final, vas a disfrutar). Una biopic sobre la carrera de Frankie Valli, que a mi gusto, podría haber sido una película para televisión en 2 partes. Es larga, dura dos horas 15 minutos, pero como decía antes, el plus son las actuaciones, y claro, quien está detrás de los actores es nada menos que Clint. Si sos muy fan de los musicales, no es la típica película de números bailables espectaculares (tiene el pincel de Eastwood), pero si sos fan de Clint, te va a gustar. ¡Yo te avisé!
Clint Eastwood se mete con el género musical aunque su película es en realidad una historia de Frank Valli y los Four Seasons con canciones, salvo el momento de los títulos finales. Los comienzos de estos aprendices de delincuentes, uno de ellos con voz prodigiosa y un vivillo que ve el camino a la fama. Los costos, las estafas, la pintura de una época, la separación, y un reencuentro. No es los mejor del respetado Clint, está su mano, su estilo, los recuerdos a cámara, las distintas versiones y un metraje un poco extenso.
A los 84 años parece dificil renovarse y encontrar espacios donde no se haya experimentado antes. Si bien la prolífica carrera de Clint Eastwood ya lo había relacionado con la música (compuso muchas de las bandas sonoras de sus canciones e incluso interpretó otras) una de las cuentas pendientes del director era filmar un musical.Tras el fallido proyecto de filmar con Beyoncé el octogenario director se abocó a la adaptación cinematográfica del exitoso musical de Broadway “Jersey Boys”. Para que el desafío fuera aún mayor en los papeles principales no apostó por ningún actor reconocido de la industria, sino que su elección estuvo dirigida a virtuosos interpretes, muchos de ellos provenientes de series de televisión (Vincent Piazza de Broadwalk Empire y John Lloyd Young de Glee). Con estos elementos y el eximio manejo del lenguaje cinematográfico Clint Eastwood nos sumerge en los finales de la década del cincuenta y en la zona de Jersey. Los suburbios, las familias inmigrantes, el ghetto, todo parece ser rememorar el mejor cine de Scorsese. Nuevamente aparecen en escena seres marginales cuya única posibilidad de trascendencia es a través de la explotación de un talento natural (elemento presente en la boxeadora de Million Dollar Baby, los jugadores de Rugby de Invictus o los combatientes de Cartas de Iwo Jima). Y gracias al manejo magistral de su clasicismo narrativo se genera una empatía inmediata con los protagonistas del relato. Loco X el Cine Twitter Facebook RSS Youtube Noticias Cartelera Top 5 Reviews Series de TV Comics Games Soundtracks Especiales Joyitas Escondidas Puntos de Vista Frase de la semana: "No están aquí para pescar" (Capitán Phillips, 2013) Publicidad Buscar Suscribite Encuesta ¿Quién les gusta más para el papel de Ant-Man? Joseph Gordon-Levitt Paul Rudd Ninguno de los dos La Hormiga Atómica Ver Resultados Reviews Chicas Armadas y Peligrosas www.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.com A pesar de que su argumento no pase de ser una pequeña versión ligera con estrógeno de Arma Mortal, el show sabe ser levantado por sus dos estrellas, quienes tienen una química decente. (Jonathan Santucho) Hannah Arendt www.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.com La película conserva un ritmo que rara vez aburre, gracias a las buenas actuaciones de todos sus representantes y a los elocuentes diálogos que se desarrollan. Tengamos en cuenta que los temas son muy profundos y no existe lugar para la especulación. (Flor Salto) La Noche de la Expiación www.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.comwww.dyerware.com El mayor mérito que tiene La Noche de la Expiación es no durar más de 85 minutos. No esperen moralejas coherentes y sí muchas obviedades, porque en este juego de esquivar la metáfora sólo nos queda lo más probable y predecible. (Rodrigo Molina) Facebook Estás en: Home » Reviews » El joven Clint lo hizo de nuevo Jueves, 26 de junio del 2014 7:10 pm 0 comentarios Edit this post Autor: Marisa Cariolo 4 Compartir TwitterTwitter FacebookFacebook DeliciousDelicious DiggDigg StumbleuponStumble RedditReddit jersey-boys-clint-eastwood-vincent-piazza Tócala de nuevo , Clint Calificación :4,5/5 A los 84 años parecería dificil renovarse y encontrar espacios donde no se haya experimentado antes. Si bien la prolífica carrera de Clint Eastwood ya lo había relacionado con la música (compuso muchas de las bandas sonoras de sus canciones e incluso interpretó otras) una de las cuentas pendientes del director era filmar un musical.Tras el fallido proyecto de filmar con Beyoncé el octogenario director se abocó a la adaptación cinematográfica del exitoso musical de Broadway “Jersey Boys”. Para que el desafío fuera aún mayor en los papeles principales no apostó por ningún actor reconocido de la industria, sino que su elección estuvo dirigida a virtuosos interpretes, muchos de ellos provenientes de series de televisión (Vincent Piazza de Broadwalk Empire y John Lloyd Young de Glee). Con estos elementos y el eximio manejo del lenguaje cinematográfico Clint Eastwood nos sumerge en los finales de la década del cincuenta y en la zona de Jersey. Los suburbios, las familias inmigrantes, el ghetto, todo parece ser rememorar el mejor cine de Scorsese. Nuevamente aparecen en escena seres marginales cuya única posibilidad de trascendencia es a través de la explotación de un talento natural (elemento presente en la boxeadora de Million Dollar Baby, los jugadores de Rugby de Invictus o los combatientes de Cartas de Iwo Jima). Y gracias al manejo magistral de su clasicismo narrativo se genera una empatía inmediata con los protagonistas del relato. jersey-boys Y es aquí donde el director toma otra decisión importante y temeraria: no se limita a realizar la reproducción de cuadros musicales con una mirada fragmentada y estética videoclipera (tan tristemente común en estos tiempos) sino que las canciones serán un elemento del relato, pero no el eje del mismo.Los Four Season más allá de ser un grupo de jóvenes que cantan y componen sus canciones son cuatro hombres con la firme decisión de vencer el destino ineludible a los que les condenan los suburbios. La simple trama que suponía el ascenso de este grupo a la popularidad, empieza a dialogar con el mundo de la mafia, con el sentimiento de desarraigo, con los lazos amorosos, con la conformación de una familia, con la amistad verdadera, con los vicios y con la vida misma. Estos más de cincuenta años en el oficio de narrar historias (delante y detrás de la cámara) se sienten en cada segundo del film, que avanza en la primera hora con los bríos de los jóvenes que la interpretan.Livianos, insolentes e irreflexivos su carrera a la fama no parece permitirles respiro alguno. Los cuadros musicales (perfectamente filmados) se entremezclan con la mirada de cada uno de los personajes sobre el momento vivido utilizando para ello el recurso de la mirada a cámara. Derrumbando la cuarta pared a puro talento narrativo. Jersey Boy es una nueva muestra de un cine poco común en la producción actual, que se toma los tiempos necesarios para narrar una historia con guiños a la cultura pop (e incluso a la propia carrera del director en su juventud) con un ritmo incesante y que sabe detenerse para invitar a la reflexión. Clint Eastwood tiene una vitalidad y presencia narrativa envidiable de la que muchos jóvenes directores deberían tomar nota. La grandeza de este hombre reside en crecer día a día, pero no envejecer jamás y eso queda claro en esta pequeña obra maestra.
Debido a que nací con el último grito de los años '80, no puedo decir que el estreno de Jersey Boys me llegue con fuerza nostálgica, ni tampoco que estoy familiarizado con la obra de teatro en la que se basa el film -de la cual los guionistas adaptaron su propio trabajo-. Pero Clint Eastwood es Clint delante y detrás de las cámaras, y si bien esta biopic parece más una película familiar que él se hizo para sí mismo, tiene los suficientes condimentos como para entretener y mostrar un amable detrás de escenas de la creación del cuarteto musical The Four Seasons. Los sueños de grandeza usualmente nacen en los lugares más inesperados, y en la mayoría de estos casos es una historia de pobres a ricos. Es así como conocemos a Frankie, un querido ayudante de barbero con una voz de tono angelical, sobreviviendo en un barrio de Jersey en los años '50. Su mejor amigo, el -no tan- pícaro Tommy DeVito, tiene un trío con su hermano y un amigo, el podio ideal para que Frankie haga valer su voz y lograr su sueño de poder cantar. Y así, los mejores amigos emprenderán un viaje hacia el estrellato, donde más personajes se irán uniendo para ir escalando la cima del éxito, coronándose como reyes de la melodía. Como biopic, Jersey Boys funciona porque da a conocer desde un costado íntimo la creación del mito y el cómo llegaron a ser tan importantes. La lujuria que trae aparejada la fama hará mella tarde o temprano, y con ella los problemas económicos y la siempre presente pelea de egos, la gran guadaña que destruye grupos. El problema del film llega en la manera que está contada la historia. Para durar más de dos horas, el tiempo le basta para presentar a los personajes y nunca aburrir, pero el acercamiento a la trama se nota en la edición apresurada, en la acumulación de escenas y en la sucesión de información, que llega en baldes, que no abruma pero termina afectando al relato en general cuando ciertos detalles son contados llegados a cierto punto de conflicto. No es un flashback, es mas bien una remembranza, pero genera estupor el no haber sabido manejar de una manera más sutil la introducción de un tópico tan importante. Es curioso más bien, pero no deja de generar impacto, además de otros problemas, como la incipiente crisis familiar en el seno de Frankie, su esposa y sus hijas, que aparecen de la nada sin ninguna referencia anterior. El hecho de que todos los integrantes del cuarteto en algún momento rompan la cuarta pared para dirigirse a la platea contando su parte de los hechos -amén de Tommy, que se encarga de encauzar la trama por nosotros- es una arista interesante, pero que puede causar confusión. Si algo no podía salir mal, era la construcción de los éxitos de los Four Seasons, y la elección del elenco es principal a la hora de transmitir esa voz tan particular. John Lloyd Young interpretó a Valli en la versión teatral y verdaderamente es el alma de la película con una voz increíble, aunque su carisma no sea tan cautivador como el de su compañero Vincent Piazza, que le da varias vueltas con su patotero y envidioso Tommy. La totalidad del elenco es desconocida y eso ayuda a darle un toque de frescura especial, aunque se agradece la incursión de Christopher Walken como el jefe mafioso más benévolo de la historia del cine, en un papel secundario bastante particular y entretenido.
Clint Eastwood y un musical sobresaliente. Terminó la función y me encontré emocionado hablando de la película con una señora de edad que tenia al lado. El buen cine une, lectores, no hay otra manera de decirlo. Clint Eastwood lo logra otra vez, y a continuación les digo por qué. ¿Cómo está en el papel? Adaptación de un taquillero musical de Broadway, Jersey Boys cuenta la historia del ascenso y caída del grupo Frankie Valli and the Four Seasons. La película desarrolla como estos muchachos, a lo largo de casi cuatro décadas, pasaron de ser delincuentes juveniles a ser toda una sensación musical. Todo esto entretejido obviamente con las peleas, dilemas personales (matrimoniales, vicios, etc.) y cruces de ego que son esperables en películas con el mundo de la música como universo. La película está claramente dividida en cuatro partes, en donde en cada segmento cada uno de los cantantes le habla a la cámara, haciendo participe al espectador de la historia a medida que se desarrolla (cabe aclarar que el guion corre por cuenta de Marshall Brickman, co-guionista de Annie Hall). La historia de cómo la banda se conformó y consiguió el éxito es una búsqueda constante de sonidos, alineándose de a poco, uno al lado del otro, como un Cánon de música clásica. Las mejores escenas de la película son sin lugar a dudas, aquellas en donde cómo nacen algunas de las canciones más legendarias del grupo como Walk Like a Man, Big Girls Don’t Cry y Sherry por decir algunas. Obviamente, hay espacio más que suficiente para algunos toques de comedia que caben perfectos y no desentonan para nada con el resto del drama que propone la película. Pero Jersey Boys tiene dos temáticas bastante claras. El no olvidar jamás donde viene uno y los lazos de familia que solo pueden existir entre los amigos del barrio. Así como una lealtad y camaradería que transcienden el peso de cualquier fama y de cualquier contrato. Como aclara el Frankie Valli de la película “No importa cuán famosos fuéramos, siempre fuimos esos chicos que buscaban un sonido debajo de un farol callejero. Nuestro sonido” ¿Cómo está en la pantalla? La película tiene una fotografía, montaje y diseño de producción que se caen de maduros, pero el apartado que se lleva las palmas es definitivamente el diseño de sonido. A ver, las canciones no se grabaron dobladas; Clint Eastwood se volvió adscrito a la escuela de Tom Hooper, y al igual que en Les Miserables, las canciones se grabaron en vivo en el mismo rodaje. Esto se nota al ver como las voces se alinean de a poco y como estas juegan y se entremezclan con los sonidos ambiente, usándolos prácticamente como un instrumento más. Por el costado actoral, Eastwood no buscó rostros sino voces, por lo que le favoreció sobremanera a nivel actoral y sonoro, que tresjersey_boys (1) de los cuatro actores hayan estado en la musical original en el que se basa la película. Párrafo aparte merece Christopher Walken y su impecable interpretación como el capo de la mafia que es una suerte de padre para los muchachos. Aunque es más una película con —y sobre la— música que un musical, quédense a los títulos para un numero verdaderamente perteneciente a dicho genero, hecho a todo trapo con todo el reparto. Conclusión Jersey Boys es una de esas películas que se quedan en tu cabeza mucho tiempo después de que la viste. Salís del cine corriendo a buscar la banda de sonido, porque no podes evitar encontrarte a vos mismo tarareando los temas que se escuchan en la peli. Si hay una película que vale la pena cada peso de la entrada es esta. Con mucho ritmo y un pulso narrativo que a esta altura del partido ya no se cuestiona, solo nos queda hacernos una pregunta ¿Qué más le queda por hacer a Clint Eastwood?
Eastwood en su prolongado esplendor Aclaración: acá a Jersey Boys le impusieron como título “Jersey Boys: Persiguiendo la música”. Un agregado que difícilmente pueda ser más feo e inútil. Así que en esta crítica la llamaremos Jersey Boys y que persigan lo que quieran. Vamos a lo nuestro. Clint Eastwood sabe todo. Desde esa sabiduría entrega una película extraordinaria como Jersey Boys. El mundo está tan confundido que Maléfica tiene mejor promedio en las críticas estadounidenses que la película de Eastwood, además de mucho más público. Pero Eastwood no está para ocuparse de esos detalles. A los 84 años sabe que se está despidiendo. Tuvo tiempo de hacer su trilogía testamentaria, a saber: Gran Torino (2008), un legado sacrificial cascarrabias, gruñón y humanista, que ponía en perspectiva crítica su carrera como director y sobre todo muchos de sus personajes como actor. Gran Torino y el sacrificio para terminar con el ciclo de la violencia. Su siguiente película fue Invictus, de 2009: testamento político-social con los ojos sobre la figura de Mandela: el fin de la violencia mediante la reconciliación, la seguridad de la paz para apaciguar el rencor. En las dos películas, por supuesto, el objetivo era contar historias. Testamentos narrados, con esa facilidad para contar que hace de Eastwood el gran clásico contemporáneo desde hace décadas. Para cerrar la trilogía testamentaria vendría una de las películas más incomprendidas de su carrera: Más allá de la vida (Hereafter, 2010). Un relato con la muerte como tema pero no como centro: el centro, nos decía Eastwood mediante su cine al cumplir 80, está de este lado, acá. Eastwood hizo su trilogía testamentaria no por la cercanía con la muerte sino porque permanece vivo, vital y sabio. Luego de tener el tiempo de su lado para cerrar este segmento de su carrera, siguió filmando, para continuar contando la historia de su país: J. Edgar en 2011 y ahora Jersey Boys, dos películas sobre décadas pasadas, sobre momentos definitorios americanos. Jersey Boys es, en primer lugar, una película esplendorosa. De alguien que exhibe una sabiduría cinematográfica fuera de lo común. La historia de Frankie Valli y los Four Seasons se cuenta con gran concentración y claridad. Y con esa tersura y fluidez de las que son capaces los que saben hacer aparentemente sencillo lo difícil. Pero además Jersey Boys logra ser múltiple hacia tantas direcciones que asombra. Lo de siempre con los clásicos: la historia en la superficie es apasionante, divertida, deslumbrante. Y en el fondo, en los marcos, más allá y más acá, la mirada del artista sabio y cabal la llenan de ecos, de sentidos, de una riqueza descomunal. Jersey Boys es el retrato de las décadas clave del capitalismo americano en su esplendor: los cincuenta y sesenta, una sociedad esperanzada, activa, renovada, energética: “si trabajás duro vendrán los logros”, dice el mafioso más amable de la historia del cine, interpretado en estado de gracia por Christopher Walken (Eastwood, con un plano corto al final, además, lo inviste con otro de sus estados de gracia, ese que tuvo bajo la música de Fatboy Slim). Obviamente, Jersey Boys es una película sobre el mundo del espectáculo, sobre los grises, el barro y también las luces del éxito. Es una película sobre la música, sobre cómo las armonías vocales de estos muchachos se imponen con claridad, cómo las canciones de uno o de los dos Bob eran hits inmediatos. Y, además, es una película sobre “salir del barrio”. El personaje con mayor apego por los códigos barriomafiosos no será favorecido por la mirada del director, que con dos o tres apuntes sutiles (ese abrazo incompleto en la coda de 1990, por ejemplo) establece su punto de vista sobre los hechos, o mejor dicho establece su ficcionalización de los hechos. Claro, también es una película que dialoga de forma explícita con Buenos muchachos de Martin Scorsese, desde un montón de detalles. Aquí en esta recomendable crítica de Juan Pablo Cinelli están muchas de esas conexiones. Sin embargo, Jersey Boys está lejos de ser una película scorsesiana. La de Eastwood, cuando es comedia es una comedia feliz, cosa que Scorsese recién pudo hacer con El lobo de Wall Street. Eastwood -vean Un mundo perfecto por ejemplo- casi siempre supo cómo resaltar la luminosidad incluso en el dolor y el pesimismo. Y, claro, Jersey Boys, como se dijo, sale de la oscuridad mental del barrio, apuesta por esa salida, y ahí volvemos a las opciones de Buenos muchachos. Eastwood, sabio, sabe que se puede salir del barrio sin necesidad de traicionar. Mejor dicho, que la salida del “código barrial” es una opción o necesidad de otra clase. El honor no es quedarse en el sistema del barrio, el honor pasa por superarlo, por eliminarlo de las coordenadas vitales. Jersey Boys, por otra parte, a pesar de estar basada en una comedia musical de Broadway, no es una comedia musical cinematográfica: las canciones no irrumpen en la acción y no se baila y no se canta en situaciones que no sean de baile y canto per se. Los personajes no pasan de hablar a cantar, más bien al contrario: son las canciones las que a veces se interrumpen para que los personajes nos relaten -a cámara- situaciones. Eastwood deja de lado los artificios típicos del género para poner otro artificio en su lugar. Tanto no es una comedia musical que el momento que pertenece a ese género -con su artificio clásico- está en los créditos finales, por fuera del relato principal. Es como si Eastwood aceptara que el género, tal como lo concibieron los clásicos, es hoy imposible. Otro elemento que aleja a la película de la comedia musical es que ese género no tenía un lugar para la muerte, para el dolor máximo. La manera en la que Eastwood dispone narrativamente ese momento de dolor evidencia una vez más su maestría, y así aumenta la potencia a la que puede llegar esta historia en sus manos. Para el dolor no recarga, son momentos de genuina sobriedad . Poco después, el momento de máxima carga musical se hará eco de la situación anterior y ahí se abre la reverberación fuerte de las emociones. Porque Eastwood sabe. Y también sabe que el manejo de los acentos emocionales es una prerrogativa del narrador, no una imposición de los hechos o de su sucesión ficcional. Y si maneja y acentúa Eastwood, sepan disfrutar del viaje. Desde aquí no queda mucho más que agradecerle al californiano nacido en 1930 y volver a ver Jersey Boys.
El musical sobre Frankie Valli Buena película de Clint EastwoodSurgimiento, apogeo y disolución de la banda Frankie Valli y los Four Seasons. Contar la historia de una banda de música en cine incluye necesariamente, por catálogo, representaciones en vivo, el backstage, y los conflictos, internos, entre los integrantes, casi siempre por cuestiones de egos, y familiares -por lo general, por el mismo motivo y/o flagrantes desatenciones-. A Clint Eastwood el género del musical le es, o le era, ajeno, pero no la música. Hombre de jazz de la primera hora, ha compuesto las bandas de sonido de sus últimas películas, así que si además, como confesó, era admirador de Frankie Valli en su época de esplendor, aunque nunca había visto Jersey Boys, el musical de Broadway, decidió adaptarlo a la pantalla. Y hace su primeros palotes en el musical. Lo de adaptar es una manera de decir, porque quienes firman el guión son Marshall Brickman y Rick Elice, los mismos que escribieron el show ganador del Tony. Eastwood casi no tocó lo central -formación, ascenso y disolución de Frankie Valli y los Four Seasons, de los años '50 en adelante-, reclutó a muchos actores que encarnaron a los músicos en Broadway o en otros escenarios, con excepción de uno, y le dio su toque de clasicismo, hoy casi olvidado por Hollywood. El resultado es en términos generales bueno, entretenido en lo musical, pero con agujeros dramáticos, baches llamativos en la narración. O no tanto si advertimos El sustituto o Invictus. Como si al director de Río Místico pusiera el piloto automático y confiara en su equipo técnico, y descansara en ellos. Eastwood mantuvo la estructura de "cuatro estaciones" en que se divide la pieza teatral, y en que los cuatro integrantes de la banda hablaran al espectador. Algo que en la inmediatez de un teatro en vivo tiene un efecto, y que en una pantalla implica otro riesgo. No es que esa complicidad que se quiere plantear con el público cinematográfico no llegue a ser fluida. Es que al Jersey Boys en fílmico le falta, ¿cómo decirlo? Polenta. La estructura es similar a Buenos muchachos, de Scorsese. Amigos ítaloamericanos de un barrio, aquí Belleville, Nueva Jersey, que eran delincuentes de poca monta que casi sin darse cuenta revolucionan el mundo que los circunda, y se convierten en un fenómeno pop. Otro problema es que no hay un contexto: pareciera que Frankie y los suyos lideraran los charts de la época y no convivieran con los Beach Boys ni los Beatles. No importa. El placer que Eastwood siente por los marginados es lo que levanta al filme. El frontman, la energía sexual que emanaba de sus representaciones está a cargo de John Lloyd Young, quien hizo el personaje central en Broadway y ganó un Tony por ello. Otro que no desentona, curiosamente, es Vincent Plaza, como Tommy DeVito, que es el nuevo en el cuarteto, ya que no participó de la obra. Es curiosa la construcción de los personajes femeninos (que siempre estuvieron en el debe de Eastwood, a excepción de Los puentes de Madison y Río Místico). Renée Marino ilusiona al comienzo como la primera esposa de Valli, pero luego se hunde en el olvido. La ambientación y, sobre todo, la luz de Tom Stern desde la dirección de fotografía, apunta mucho a que Jersey Boys se pueda disfrutar, con las salvedades marcadas.
En plena época de mundial, es difícil sacarse la camiseta cuando algo nos gusta demasiado. Este es mi caso, el caso de un amante de Clint Eastwood tanto en su faceta actoral, como sentado tras las cámaras en el sillón de Director. Es por eso que no tengo nada que decir: ES CLINT EASTWOOD. La película es una versión cinematográfica del musical ganador del premio Tony y cuenta la historia de cuatro jóvenes de New Jersey que se unieron para formar el grupo de rock icónico de la década de 1960: “The Four Seasons”. Sus ensayos y los triunfos son acompañados por las canciones de éxito que influyeron en una generación, y ahora están siendo adoptadas por una nueva generación de fans a través de la obra musical. Basado en la obra de teatro “Jersey Boys: La historia de Frankie Valli & The Four Seasons”, dirigida por el escenario por Des McAnuff. Del libro de Marshall Brickman y Rick Elice, con música de Bob Gaudio y letras de Bob Crewe. Está claro que al condimento de toda esta historia, Eastwood le pone su toque característico a los personajes y a la estética ambientada en los 60. Sumemos el barrio italiano, el ghetto, el acento característico y la mafia que rodea todo este entorno. A todo esto no podemos olvidar la gran banda sonora con “Frankie Valli and The Four Seasons”. La película cuenta con una mezcla de actores reconocidos y otros no tanto, pero logran equilibrar la actuación durante todo el filme. En este caso, el director hace uso de un recurso bastante interesante, la narración a cámara (rompiendo la cuarta pared) y cortando con el narrador clásico ya que va cambiando el punto de vista según el narrador del momento. Un lindo y entretenido recurso y un gran golpe bajo en uno de los climas mas bajones del filme. En el momento de los créditos, el director se anima a homenajear al musical y hace su propio cierre con todos los actores en escena bailando y cantando. Es una película linda. Con un ambiente muy cálido, lindas actuaciones, excelente banda sonora y el toque “Eastwood” infaltable. Una joyita para ver. Quizás, la película más linda del año.
Sensatez y sentimiento Vuelve a estrenarse una película del gran Clint Eastwood, eso siempre es una buena noticia. En ese caso, y luego de que se cayera su proyecto de hacer la remake de Nace una Estrella con Beyonce, sigue la línea musical: la adaptación de la obra de Broadway, Jersey Boys. Parece que el viejo Clint quería un musical cueste lo que cueste. Jersey Boys: Persiguiendo la Música, cuenta la historia de la banda The Four Seasons, y su lead singer Frankie Valli. La narración arranca muy al estilo Buenos Muchachos de Scorsese, Tommy, guitarrista, mafioso de poca monta y anarquía pura, es el que comienza el relato sobre la historia de este cuarteto. Ese comienzo de ítalo-americanos, que tienen al Papa y Sinatra como estampitas, tiene al crimen (no mostrado de manera violenta o brutal) los contactos con el mafioso Gyp DeCarlo (Christopher Walken), y la música aún sin identidad como centro de escena. El estilo de la narración se acerca a la típica biopic, como la de Johnny Cash o Ray Charles, y como en aquellas, los recortes de situaciones dejan aislada nuestra comprensión real de los acontecimientos. ¿Quizás esa fue la intención de Clint? ¿Por eso fragmenta el relato a través de sus cuatro protagonistas cuando hablan a cámara? Parece decirnos que la historia es la suma de visiones únicas, y que la verdad absoluta es imposible de sujetar. Los actores intérpretes de los Four Seasons (Frankie, Tommy, Nick y Bob Gaudio) cumplen, especialmente en el ámbito musical, no brillan por su versatilidad expresiva, pero uno sabe que a Eastwood le gustan los actores sobrios (olvidémonos de Sean Penn). Puede que por eso se los note menos convincentes en los momentos dramáticos. Por otro lado está ese monstruo llamado Christopher Walken. Un actor que hace todo bien, y que con un par de gestos, una sonrisa, y un pasito de baile, justifica todo. Y lo hace. Su inmensidad es ajustada por Eastwood para conformar un mafioso que entiende, como viejo sabio, que se ganó el respeto que se le profesa, y no necesita ser una amenaza, capo total. Para Frankie la familia es todo, y en Jersey, los amigos son también familia. Su ética, su amistad con Tommy, lo va a llevar a hundirse en problemas que siente suyos porque la sangre es más fuerte. Frankie sabe que de Jersey salís muerto o famoso. Y Tommy fue el que le dio lugar fuera de la peluquería del barrio de inmigrantes italianos donde se hacía de un mango. Eso no se olvida. De sangre y de códigos entiende Eastwood. Por eso el centro de la historia es de esa relación entre Tommy, el autoproclamado creador de The Four Seasons, y Frankie. Tommy es un buscavidas hambriento. Para él nunca nada va a ser suficiente. Su despilfarro, su desmesura, lo conforma en un ser a flor de piel pero autodestructivo. Por él nace la banda y por él implosiona. Y como regalo de despedida, va a obligar a Frankie a transformarse en un hombre. Justo en el mismo momento en que la vida (a través del dolor), lo obliga convertirse en padre. A Clint Eastwood se lo nota menos eficaz en Jersey Boys: Persiguiendo la Música que en sus mejores obras. Eastwood siente amor por el cine, algo que también profesa por la música. En Jersey Boys: Persiguiendo la Música se lo nota menos eficaz en algunas circunstancias en comparación con sus mejores obras. Quizás se pone en juego demasiado su serenidad narrativa, donde por momentos se decanta por cierta obviedad y falta de crudeza. Pero aún así, se trasluce su profunda pasión, principalmente en los pasajes musicales. La primera reunión de la banda, cuando se integra Bob Gaudio (compositor de la banda), es mágica. Se logra transmitir la magnitud de un hecho trascendental. Otro momento, quizás el más bello de toda la película, es cuando Frankie tiene su regreso musical luego de un triste acontecimiento en su vida. La interpretación de la canción “Can´t Take My Eyes Off You”, es de una carga emotiva fulminante, merito de Eastwood y de John Lloyd Young como Frankie Valli. Para los títulos del final, el viejo zorro se guarda un momento de musical clásico. El desfile de todos los actores por la calle, bailando y cantando “Sherry” y “December, 1963 (Oh What a Night)” se nos queda clavado en la cabeza como una extensión de la vitalidad que demuestra el gran Clint Eastwood, tan clásico y sincero como siempre.
Luces de neón Ah, los años ’50. Bajo la misma luz que alumbró al modernismo y canciones de Sinatra, decenas de muchachos se reunían en las esquinas de New Jersey, cantando canciones seculares a un ritmo asimétrico y meneo cargado de testosterona. Como el hip hop, su reverso distópico de los ’80, el doo wop fue un fenómeno afroamericano con algunas, dispersas expresiones italoamericanas, de las que Frankie Valli & The Four Seasons, con hits como “Sherry” y el postrímero “Can’t Take My Eyes Off You”, fue la más notoria (pero como The Platters, en su variante afro, no la mejor). Sólo el dios rubicundo WASP sabe por qué Eastwood eligió retratar a este grupo, quizá mítico, pero cuyo impacto en la música se demostró escaso o nulo. Si hay claves son laxas: el sueño americano, un simpático padrino interpretado por Christopher Walken, la producción ejecutiva de Valli y Bob Gaudio (ex integrante y compositor de los Four Seasons) como un motor no menor. Resulta injusto cuestionar a Eastwood en sus elecciones: todo lo que hace, brilla; si no con talento, al menos con intención. Como biopic, Jersey Boys resulta una gran película; como película, apenas un pasatiempo bien hecho y por momentos monótono.
El maestro Clint Eastwood a sus 84 años se da el gusto de dirigir un musical. Es una gran satisfacción saber que ya se encuentra en la cartelera otra película del gran: actor, director, productor, guionista, músico, compositor Clint Eastwood que a sus jóvenes 84 años sigue filmando como los dioses y ahora debuta en el género musical introduciéndonos en la Nueva Jersey de los cincuenta para contarnos sobre la banda “The Four Seasons”, y como suele suceder es difícil manejar el éxito cuando son un grupo y cada uno de los integrantes tiene su personalidad y pueden afectar al resto y ellos no fueron la excepción. Esta es la adaptación de una comedia musical que sedujo en Broadway basada en un guión de Rick Elice (Ganador del Premio Tony al mejor musical “Jersey Boys”, entre otros) y el brasileño Marshall Brickman coautor de las primeras películas de Woody Allen. Narra la unión musical de dos ítalos estadounidenses de Nueva Jersey Frankie y Tommy. Quien más se luce es la voz privilegiada en falsete de Frankie (es excepcional);en la década de 1960, se unen Nick Massi (Michael Lomenda) y Bob Gaudio (Erich Bergen) que va escribiendo para la banda que conforman “The Four Seasons” y son un éxito alcanzando la fama mundial. Sus canciones resultan pegadizas, para ir escuchando temas como: “Big Girls Don't Cry”, “Sherry”, “Can't Take My Eyes Off You”, “Rag Doll”, "Oh, What a Night", entre otros. Mientras disfrutamos de la historia de su música rápidamente recordaremos que algunas de las canciones con el tiempo terminaron siendo las más versionadas de la historia. Pero fuera de la banda cada uno de ellos tiene sus problemas personales, que no tardan en repercutir en la relación del grupo; surgen los celos, furias, pasiones, distintos conflictos, además Tommy DeVito (Vincent Piazza, “Los soprano” serie de TV), tiene una dudosa relación con la mafia y por camaradería el vocalista Frankie Vallie (John Lloyd Young, “Vegas” serie TV) se siente obligado a levantar una importante deuda y esto trae como consecuencia la disolución de “The Four Seasons”. Quien intentará darle una mano es el mafioso Gyp DeCarlo (El ganador del Oscar Christopher Walken, "El Francotirador" de 1978) quien viene ayudando desde su juventud a Frankie y lo aprecia desde siempre. Cuenta las vivencias de estos chicos de barrio, de clase obrera, ítalo estadounidense, jóvenes rebeldes, que entraban y salían de prisión. Puede ser la historia de cualquier banda que llega a lo más alto de su carrera, pasan de pobres a ricos, y padecen la caída. Goza de una gran estética y es visualmente sensacional, respetando los colores y todo lo que esté relacionado con la ambientación, fiel al estilo de Eastwood, que además siempre profundiza sobre determinados temas hablando de: la familia, la hermandad, la fraternidad, la lucha por sobrevivir, el amor y con algunos toques de humor. Los números resultan muy atractivos y atrapa a las viejas y nuevas generaciones, entretenida, emociónate, agradable, aunque por momentos muestra falta de ritmo, algunas fallas en el guión y en ciertas caracterizaciones. La última película nominada al Oscar fue “Cartas desde Iwo Jima”, en 2006, con el sello de Clint Eastwood y sin duda en su nuevo trabajo como director de "Jersey Boys", creo que será una de las firmes candidatas siendo nominada por la Academia de Hollywood.
Los muchachos de antes En un mundo en el que los Beatles y los Rolling Stones son el centro del canon del rock, ¿quién tiene tiempo para los Four Seasons? Su canción más famosa es “Can’t Take My Eyes Off You” y probablemente no sabían que ellos la compusieron. Sus famosos tres hits contiguos “Sherry”, “Big Girls Don’t Cry” y “Walk Like a Man” se han convertido en atajos musicales para subrayar la década de los ‘60s en el imaginario cinematográfico. Capturaron el espíritu de una época, ¿pero la trascendieron? La película Jersey Boys: Persiguiendo la música (Jersey Boys, 2014), basada en un homónimo musical de Broadway, retrata al grupo de rock de los ‘60s Four Seasons. Muchas biopics musicales se parecen tanto entre sí porque cuentan la misma premisa: por qué tal o cual banda es la más importante en la historia de su género, y qué repercusión social han arrastrado hasta el día de hoy. Aparte de ser una premisa engañosa, es aburrida. Pero Jersey Boys: Persiguiendo la música no pregona ese relato. No es la historia de cuan importantes son los Four Seasons, es la historia de cuatro muchachos que escaparon la mala muerte a través de la fama. La historia comienza en la cordialmente criminal New Jersey, de donde sólo se escapa “a través del ejército, de la mafia o de la fama, y en dos de tres casos terminas muerto”. Se nos presenta a los integrantes de la banda, el sensible Frankie Valli (John Lloyd Young), el volátil Tommy DeVito (Vincent Piazza) y el “Ringo” Nick Massi (Michael Lomenda), que viven entrando y saliendo de cárcel por delitos menores y cuando no, tocan en antros nocturnos. El angelical falsete de Valli hace llorar al capo mafioso DeCarlo (el impecable Christopher Walken) y se ganan su protección a lo largo de la película, lo cual confirma que todo talento musical salido de Jersey se ha rozado aunque sea tangencialmente con la mafia. Se les une un cuarto integrante, Bob Gaudio (Erich Bergen), el único tipo que no es de barrio ni tiene un record criminal. Valli reconoce su talento y lo quiere en la banda. Tommy cree en el elitismo criminal y no confía en los de afuera. Las propuestas de Gaudio los van alejando de sus raíces barriales hacia otro tipo de reconocimiento. Massi acalla y puede explotar en cualquier momento. Las turbulentas relaciones entre ellos forman y guían el corazón de la película, que utiliza el recurso narrativo directamente sacado de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) de romper la cuarta pared con protagonistas que hablan a cámara y dan su perspectiva personal sobre los eventos que se narran. Cada uno de los cuatro tiene su momento en las candilejas. El gran logro de la película es el logro de Buenos Muchachos: hace del espectador “uno de los suyos”. No cuenta grandes verdades, cuenta la mirada íntima y personal de cuatro muchachos que se encuentran en medio de un balance discursivo entre sus orígenes y su punto de llegada. La distancia entre ambos es larga, lo cual no es necesariamente un cumplido. Jersey Boys: Persiguiendo la música intenta abarcar mucho, quizás demasiado – conflictos subsidiarios como la relación entre Valli y su hija, o con su segunda esposa, no cuajan del todo en el argumento del film. La película no es “demasiado larga” por mucho, pero el exceso pesa hacia la última media hora, quizás por la naturaleza reiterativa de muchos de sus conflictos. También la película abusa un poco de los momentos milagrosos en los que la banda recibe una señal divina sobre cómo apodarse o qué título poner a su próximo hit. Ciertos o no, carecen de verosimilitud. El director es Clint Eastwood, un hombre cuya relevancia como realizador ha sido inconstante en los últimos años. Invictus (2009) y J. Edgar (2011) son biopics competentes que no parecen venir de un lugar demasiado personal o apremiante, y en cierto punto alienan al espectador de la figura que retratan. Jersey Boys: Persiguiendo la música no es una de sus grandes películas, pero logra con lujo de dirección y actuación aquello que quiere contarnos, y más importante, convida al espectador el conflicto y la emoción de sus protagonistas.
Tras el interesante biopic ''J Edgar'' (sobre el legendario director del FBI Edgar Hoover) y una actuación, casi por compromiso, en ''Curvas de la vida'', Clint Eastwood vuelve a la dirección en esta adaptación de la comedia musical de Marshall Brickman, que conquistó Broadway y gano cuatro premios Tony, basada en la historia real de Frankie Valli y el grupo “Four Seasons”. C. Eastwood, que ha pasado por diversidad de géneros incursiona ahora en el musical demostrando una vez más su gran manejo del lenguaje cinematográfico y talento para sostener una historia, que no es suya, durante dos horas y cuarto y con un elenco carente de estrellas de Hollywoodenses. La película cuenta la historia de cómo cuatro jóvenes de Nueva Jersey, con su entorno marginal italoamericano característico de la época, se unieron para crear el icónico grupo musical "The Four Seasons", que impulsado fundamentalmente por la voz tan particular de Frankie Valli y las letras de Bob Gaudio revolucionó el panorama musical en la década de los 60 en Estados Unidos con hits que influyeron en toda una generación como 'Big Girls Don't Cry', 'Grease', Sherry o 'Can't take my eyes off you'. Recorre desde la formación de la banda, sus esfuerzos, sus relaciones familiares, con managers, productores musicales y sus asociaciones con importantes y conocidas figuras del crimen organizado hasta su ascenso a la fama y su repentina disolución, que desembocó en una larga carrera solista de Valli. Desde los títulos iniciales ya se insinúa al espectador que va a asistir a un evento musical, pero lejos de parecerse a películas musicales como Los Miserables, Eastwood impondrá su estilo poniendo el acento en los conflictos dramáticos de sus protagonistas más que en los números musicales propios de la obra que adapta. Con una estructura que va alternando la narración en off, con miradas a cámaras de los protagonistas que nos cuentan su perspectiva de los hechos, va yendo y viniendo en la línea temporal jugando con la complicidad del espectador. Si bien reitera muchos de los clichés propios de filmes que también narran el surgimiento, ascenso, auge y caída de grupos musicales, Eastwood sabe imponerle ritmo y estilo al relato con una perfecta reconstrucción de época, ambientación y fotografía, que por momentos recuerda al film de Martin Scorsese Buenos Muchachos (el barrio, la familia, la mafia), y donde funcionan muy bien los hits cantados prácticamente igual que los originales., Otro acierto del director es la ausencia de estrellas, logrando equilibrar a un mismo nivel todas las actuaciones y destacándose Christopher Walken (como el principal gánster de N. Jersey y pieza clave en varios momentos de la banda). John Lloyd Young, que demostró en Glee tener una voz privilegiada, no tiene el carisma suficiente para destacarse por sobre los otros a pesar de su importante papel; Michael Lomenda y Eric Bergen hacen muy buenos secundarios como Nick y Bob pero siempre tras las figuras de Young y Vincent Plazza, como el descarriado Tommy Devito. Jersey Boys es una mezcla de biopic con musical donde nada sobresale, salvo la coreografía de los créditos finales que rinde homenaje a la comedia musical de Broadway, pero que gracias a la mano del maestro Eastwood deleita visual y musicalmente.
Placentera nostalgia A algunas personas que vienen trabajando en el cine desde hace años ya las sentimos como de la familia: nos han hecho enojar o emocionar, los vimos envejecer, nos involucraron en sus historias. Cuando estrenan una nueva película sin dudarlo vamos a verla, dispuestos a descubrir qué tienen de nuevo para contarnos o agasajarnos. Y si no hacen genialidades los disculpamos, por afecto y porque sabemos cuánto bueno han hecho a lo largo de su vida. Algo de eso ocurre con Clint Eastwood (1930, San Francisco, EEUU), que como actor ha transitado series de TV, spaghetti westerns y numerosos films de acción, y como director ha brindado 33 largometrajes, algunos realmente notables (cada cinéfilo tendrá sus preferidos; quien esto escribe opta decididamente por El jinete pálido, Cazador blanco, corazón negro, Los imperdonables, Los puentes de Madison y Medianoche en el jardín del bien y del mal). En Jersey Boys vuelve a tratar con cariño a sus personajes y a los espectadores. Basada en una comedia musical de Broadway, es la biopic del cantante de voz aguda Frankie Valli, recorriendo su vida desde que formó con un grupo de amigos la banda Four Seasons hasta sus primeros pasos comos solista, travesía que –como suelen ofrecer este tipo de películas– abarca altercados, búsqueda de hits (“Esto no es una canción, es un hit” dice en un momento, marcando una reveladora diferencia), problemas financieros y familiares, éxitos y fracasos. En este caso resulta un cálido plus el contexto barrial en el que se mueven los jóvenes en cuestión y sus familias, incluyendo bromas y un trato bastante cordial con tramposos que Eastwood no permite que se conviertan en personajes completamente negativos. Es que, más allá de los reparos que puedan hacérsele a la película (como la apelación a algunos recursos convencionales o vetustos, como la inserción de música sentimental en cada aparición de la hija del protagonista), la caracterización de los personajes exhibe una estimable coherencia, ya que, aunque varios de ellos aparezcan esporádicamente –como las mujeres de Frankie–, se mantienen consistentes de principio a fin, como si nunca dejaran de ser personas de carne y hueso antes que marionetas del guión. Tal vez porque Frankie (John Lloyd Young) y sus compinches recuerdan bastante el despreocupado tuteo con el delito y la devoción por la complicidad masculina que recorre la filmografía de Martin Scorsese, algunos insisten en equipararlos (de hecho, en Jersey Boys esposas e hijas cumplen una función casi decorativa y la muerte de una de ellas es mostrada con cierta ligereza). Pero Eastwood es menos ambicioso y más amable. Sus personajes miran a cámara haciendo del espectador un confidente, los momentos humorísticos son siempre benévolos y se acude a la nostalgia no para lamentar tiempos idos sino para hacer de ese territorio mítico algo divertido y placentero. Si hasta el Ángelo De Carlo que interpreta el gran Christopher Walken es uno de los capos mafiosos más confiables que ha dado el cine…
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En la esquina bajo la luz de un farol Sensible y evocativo relato en el que el director, a sus ochenta y cuatro años, anima desde un musical de Broadway una historia que se reconoce en el espejo del cine de Martin Scorsese. Un entrañable relato que abre intimidades y confidencias. Si por un instante recordamos uno de los más sublimes melodramas de los años 90, Los puentes de Madison, en el que el propio actor y director llegó a desorientar a cierta platea deseosa de seguir viéndolo en spaghetti-westerns o en aquel rol del impiadoso Harry, el sucio, puede acontecer que llegue a nuestros oídos el tema de amor, Doe Eyes, compuesto por el mismo Mr. Eastwood. Y si seguimos de cerca su filmografía, podemos observar que gran parte de sus obras llevan su nombre en lo que hace a la banda sonora, tales como Río místico, J.Edgar, entre otras. En esta apreciación sobre este aspecto de su profesión, de este guionista, realizador, que siempre nos sorprende por la variedad de temáticas, debemos subrayar el hecho de que Clint Eastwood, al igual que numerosos directores, ya en su perfil de veteranos, miran al género musical; género hoy un tanto devaluado, no aceptado por el gran público, considerado siempre un exponente de años idos. Y por lo tanto fuera del campo de interés de las jóvenes audiencias. Todo ello, a contramarcha de que en nuestro tiempo numerosas escuelas de comedias musicales funcionan a pleno. Ya en la década del '90, Woody Allen con Todos dicen te quiero y el siempre recordado Alain Resnais dieron a conocer dos antológicos films tales como lo son Yo conozco la canción y En la boca no, estrenadas en 1997 y en el 2003 respectivamente. Y ambos, con estos films, saludaron al género musical en la pantalla grande. Esto sin olvidar la presencia de títulos como Chicago y Nine, ambas de Rob Marshall, la exultante y alocada Mamma Mía de Philipa Lloyd y últimamente Los Miserables, nominada en numerosos rubros al premio Oscar, con la galardonada Anne Hathaway, junto a Hugh Jackman y Russell Crowe. En numerosos films de Clint Eastwood la música es la gran invitada. Pensemos, entonces, en su film de 1988, Bird en el que el actor Forrest Whitaker, a quien hemos visto últimamente en El mayordomo de Lee Daniels, compone a Charlie "Bird" Parker, saxofonista; no ya desde una concepción biográfica tradicional, sino desde una mirada nocturna, atravesada por el alcohol, signada por la soledad, que se ubican en el espacio de su creación poética. E igualmente, Mr. Eastwood hace cinco años presentó para la televisión, en carácter de productor ejecutivo, un film sobre el compositor Johnny Mercer, autor de la mayor parte de las melodías que se escuchan en su film del 98, Medianoche en el jardín del bien y del mal. No podemos dejar de mencionar aquí, producido por Martin Scorsese, en el 2003, su obra Piano Blues, un film?ensayo en el que el director mantiene conversaciones, alternadas con imágenes de archivo, con Dave Brubeck, Ray Charles, Fats Domino, entre otros. En carácter de director de películas, tras haber iniciado su trayectoria como actor a mediados de los '50 en films de ficción-científica, policiales y westerns de la mano de Jack Arnold, Sergio Leone, Don Siegel, su primer film, Obsesión mortal (Play Misty for me) nos permite ver al mismo Mr. Eastwood en el rol de un conductor de programa radial, disc-jockey, que poco a poco, a partir de varias llamadas, se verá envuelto en una riesgosa trama que ha urdido una de sus habituales oyentes. El tema central del film , Misty, compuesto por Errol Garner funciona como un formidable leit motiv de este hipnótico thriller en el que se escucha por primera vez uno de los grandes hits de aquellos primeros años de los '70, The first time ever I saw your face, compuesto e interpretado por su admirada Roberta Flack. Y ahora motivado por aquella canción que Mr. Eastwood tiene entre sus favoritas, No puedo quitar mis ojos de ti, del '67, compuesta por Bob Crewe y Bob Gaudio, dada a conocer en la voz Frankie Valli y su The Four Seasons nos llega este tan recomendable film, que se basa en un musical de Broadway; que sin ser comedia musical escenifica momentos de igual manera y que nos permite un recorrido marcado por situaciones de dramatismo y de un cierto suspense. Presente en el film, desde estos personajes a quienes vamos siguiendo en su ascenso, tras varias desdichas, la huella de los personajes ítalo-norteamericanos, sus claroscuros, de los films de Martin Scorsese. Grupo de amigos que se juegan en el límite, que apuestan a su música "cuando todo iba desapareciendo", que van asomando en la zona de una romántica nocturnidad de algunos de sus más recordados films. Melancolía por los años idos ?el mismo Frankie Valli asesoró a Mr. Eastwood, a sus ochenta años?, en un entrañable relato que desde la misma voz en off y desde la mirada a cámara, la apelación al espectador, permiten que la intimidad y la confidencia queden suspendidas bajo la recortada luz de un farol.
A sus ochenta y cuatro años Clint Eastwood sigue contándonos historias con la pulcritud narrativa que coloca a sus películas entre las más esperadas por el gran público. Esta vez el realizador californiano nos sorprende con un nuevo género, el musical, que en esta historia basada en hechos reales se combina con el biopic: la creación, ascenso y caída del cuarteto estadounidense The Four Seasons contada desde el punto de vista de su cantante principal, Frankie Valli. Más allá de una ambientación detallada, sustentada en una cuidada iluminación (ni blanco y negro ni sepia) que remite, sin necesidad de un título aclaratorio, a la década de los cincuenta, y el valor de esta obra reside en la originalidad narrativa. ¿Jersey Boys es la historia de The Four Seasons o es la historia de Frankie Valli? Yo diría que es una mezcla de las dos. Si bien el protagonista indiscutible es el cantante, estrella de la banda por su poderoso falsete, los guionistas hacen un ejercicio interesante de cambio de punto de vista. Digo interesante no sólo porque le confiere valor narrativo a la película -que desde luego no lo tendría si este recurso no estuviese bien utilizado-, sino también porque hace crecer una historia que contada de forma lineal e unipersonalmente, sería una biopic más. ¿Quién es el personaje cuya vida tiene tanto valor narrativo como para hacer una película? Frankie Valli. ¿Por qué su vida es suficientemente interesante para hacer de ella una película? Porque fue parte fundamental de un cuarteto exitoso, The Four Seasons. Ahí está el interés. El éxito, y sobre todo la decadencia, hasta su disolución, desde cuatro voces, cuatro personas y cuatro personajes. De todas formas se echa en falta la participación del realizador en el guión, porque, aunque está bien contada, a lo cual contribuye una narrativa audiovisual impecable (ese plano picado con el eje descentrado en la barbería al principio que vaticina un futuro descalabro), le falta profundidad narrativa. Le falta valor humano, le falta interés en la construcción de personajes y conflictos. No en el contenido, si no en la forma. No digo que no haya contradicciones, que los personajes no sean tridimensionales ni que el conflicto externo sea insuficiente. Sólo echo en falta la dimensionalidad y profundidad de historias como “Milion dolar baby” (2004) o “Gran Torino” (2008) Le falta, a mi parecer, trascender el entretenimiento y la industria para llegar a ser arte.
¿Cómo se hace para reconocer a un maestro? En las películas de artes marciales chinas, un maestro es alguien bien distinto de un luchador virtuoso: mientras que el segundo puede ser capaz de realizar cualquier proeza para vencer al enemigo, el maestro, en cambio, derrota al rival siempre con algún movimiento imperceptible, casi invisible, está tan seguro de sus habilidades que no necesita exhibirlas. En el cine la cosa no es muy distinta. Si las películas de Clint Eastwood venían demostrando un nivel de refinamiento visual y narrativo únicos, inhallables en otros directores, Jersey Boys: Persiguiendo la música representa una apuesta todavía más fuerte porque ahí el director, inesperadamente, desaparece, se borra a sí mismo de la puesta en escena. No es que Jersey Boys no deje entrever el pulso narrativo y estético característico de Eastwood, pero le faltan la elegancia de planos más largos, de encuadres más milimétricos o un trabajo más reposado de la palabra. La alquimia resulta curiosa, casi imposible: Jersey Boys es quizás la película menos sofisticada del último Eastwood y, sin embargo, se muestra increíblemente efectiva a la hora de sumergir al espectador en su mundo. El guión despliega unos personajes rara vez observados en otras películas suyas como el del productor, un gay exagerado que pertenece más a una farsa o una picaresca que a un relato de época que aspira a cierta credibilidad. El estereotipo de los italianos también es pintoresco, apenas un chiste burdo que renuncia a cualquier intento de sociología en apenas una escena, la de la comida familiar de Frankie y sus padres (y que habrá de replicarse, en parte, en la cena posterior con Mary). El relato opera de manera tan tosca que, ni bien empieza, el guión presenta ruidosamente el que será su dispositivo narrativo preferido: personajes que, sin salir de su propio mundo, hablan a la cámara y cuentan la historia directamente al público, cada uno desde su punto de vista. El recurso es claro, económico, ahorra información y escenas tanto como sutilezas, y emparenta la película con los apartes del teatro más popular (como el del Shakespeare de Ricardo III) o de House of Cards, la serie de televisión que apela todo el tiempo al mismo recurso. Es como si Jersey Boys se hubiera despojado voluntariamente del halo de respeto y seriedad con el que cargaban películas como J. Edgar o Invictus, como si tratara de sacudirse en un mismo movimiento esa distinción tanto como el virtuosismo que venía signando el último cine de Eastwood; ahora, en cambio, lo que (se) cuenta es la historia, hay que fundir al espectador con los personajes, colocarlos bien cerca del relato hasta que el trabajo de la cámara deje de percibirse, que en vez de planos sobrecogedores y habitaciones iluminadas exquisitamente haya pedazos en bruto de universo. La película no se esfuerza en capturar el ojo con la belleza habitual del cine de Eastwood porque está más interesada en atrapar el corazón de su público, en hacerlos sentir la misma euforia y el mismo dolor que sus cuatro protagonistas, y por eso es que Jersey Boys carece de imágenes como la que abría Invictus (el plano simple de una ruta que de a poco se revelaba como una metáfora sutílisima de un país dividido): los planos continúan siendo tan efectivos y elaborados como en toda la filmografía de Eastwood pero, también, lo suficientemente comunes y funcionales a la trama como para conseguir que se olvide su presencia. Entonces, Eastwood se parece un poco a esos maestros de las películas de artes marciales chinas: él también hace mucho con poco, se invisibiliza, deja las piruetas y las pruebas de destreza cinematográficas a otros. La historia de Jersey Boys se inicia en movimiento, con el personaje de Tommy DeVito hablando a cámara y caminando por el barrio; habla rápido y dice muchas cosas, sitúa la historia, los roles de cada uno y el contexto en apenas un par de frases, y todo eso mientras se presenta a sí mismo como un presumido insoportable. De ahí en más, la película no para ni un segundo, se parece al coche que atraviesa enloquecido en dos ruedas y sin poder frenar la calles de la ciudad hasta que va a estrellarse a una vidriera. Solo que Jersey Boys no se estrella, porque incluso el drama (momento de pausa previsible, lo más similar a un freno narrativo) es frenético; desde un problema de dinero con la mafia hasta una tragedia familiar, el relato parece apropiarse del ritmo incansable del grupo y sus integrantes ignorantes de la felicidad y los placeres calmos (Solo el personaje de Christopher Walken escapa a esa lógica: su mafioso de buen corazón parece moverse en un mundo ligeramente distinto del de los protagonistas, lejos de la agitación y la vorágine que marcan sus vidas. El cariño que Eastwood siente por el gángster de Walken queda patente en el hecho de convertirlo en una especie de ángel de la guarda del grupo que más de una vez oficia en la trama como comic relief, incluso al costo de romper con el clima de tensión de toda una escena. Walken, bien distante del estereotipo del mafioso violento y sanguinario que instalaron el cine de Coppola y Scorsese, se muestra a sus anchas componiendo a un personaje que se toma todo un poco en sorna, que regala sonrisas allí donde solo hay miseria y traiciones). Eastwood desaparece, decíamos, renuncia a los signos más distintivos de sus estilo, prefiere mezclarse con la materia de la historia. Pero sobre el final, el director, todavía lejos de cualquier pretensión de sofisticación, deja ver su mano, solo que se trata de una aparición evidente, incluso grosera, impropia de alguien que carga con el título de “el último de los cineastas clásicos”, como si fuera el gesto de un narrador identificado plenamente con la historia que interviene para llevarla por un camino específico, para darle el giro preferido. Se nota sobre todo en la escena en la que la muerte golpea a Frankie: la película resuelve el funeral y el duelo en apenas unos pocos planos rápidos, como quien no quiere perder tiempo en asuntos de ultratumba porque está demasiado ocupado en vivir (un poco como en Más allá de la vida). Allí ocurre algo raro: para ese momento ya fueron tres los miembros del grupo que tuvieron su turno para contar la historia frente al público, solo falta Frankie. Y en el entierro, la cámara se acerca a su cara, como si finalmente hubiera llegado su turno, el momento de escuchar su palabra, pero el actor mira a cámara y no dice nada. Algo similar ocurre en la escena del departamento cuando la compañera de Frankie se va: allí el personaje empieza hablando solo, sin dirigirse a nadie, y todo indica que es a nosotros a quién habla, pero el plano revela poco después que el cantante le hablaba a su novia, que estaba en otra habitación. La película construye un suspenso alrededor del testimonio de su protagonista, genera de manera evidente una expectativa en torno a lo que dirá, pero cuando finalmente tiene la palabra frente a cámara (en la última escena), la película lo hace hablar a la par de sus compañeros y, francamente, Valli no dice nada muy interesante, tiene un discurso acartonado, como estudiado de antemano, sin una pizca de la gracia y el atractivo del de Tommy que, aunque estafador y canchero intolerable, por lo menos es sincero. Entonces, todo el asunto del discurso de Valli que no llega pareciera ser solo un mecanismo un poco mecánico del guión, apenas otro recurso para implicar todavía más al público que, cuando finalmente llega, es fugaz y no está a la altura de lo esperado; la moraleja aquí podría ser que el final del cuento, con el cierre de Valli, era solo una excusa, un punto de llegada, y que mientras esperábamos ese momento, en verdad fuimos seducidos por el único relato que verdaderamente importababa, el que enhebra la película a lo largo de sus poco más de dos horas acerca del ascenso y caída de un grupo de chicos de barrio. Pero hay otra cosa. Lejos de los rigores de la puesta más clásica de otras películas suyas, Eastwood, que parece haber sido siempre un fanático del jazz, el blues y la música popular norteamericana, no oculta la simpatía que le producen sus protagonistas y su deseo de depararles el mejor de los destinos. Después de la tragedia, punto de tensión máximo obligado de cualquier historia de ascenso y caída (o de cualquier historia a secas), el director no tiene miedo de que se noten los esfuerzos demasiado notorios de la película por construir algo así como un súper mega happy end. La cuestión es que, más allá de todos los fracasos, rencores y malas decisiones del grupo, la película dispone de corrido, casi sin dar respiro, tres escenas estruendosamente felices, capaces de devolver el ánimo y la esperanza hasta al más desconfiado de los espectadores. Primero será el éxito que consagre la carrera solista de Vallie acompañado de Bob Gaudio como compositor, después la reunión a fines de los 90 del grupo (tras muchos años sin tocar juntos) y, finalmente, ya clausurado el relato, llegará un número musical con todos los personajes de la historia, amigos y enemigos, vivos y muertos, bailando en artificioso set de cine como los de las comedias musicales de los 50 (el único momento en que la película traza un vínculo nítido con el musical de Broadway en el que se basa). La seguidilla de tres escenas es forzada e inverosímil y no responde a otra razón más que a la voluntad de un director que, habiendo olvidado los tics más reconocibles de su estilo, encauza su película hacia el baile y la celebración más alegres como tratando de prolongar un poco más la experiencia, de demorar unos minutos extra la salida de la sala. Si durante una buena parte de Jersey Boys Eastwood no aparece por ningún lado, sobre el final irrumpe de la manera más ruidosa y festiva posible como no lo había hecho nunca antes; los últimos planos de la película, tomas contrapicadas de sus actores respirando agitados y manteniendo la pose de la coreografía, revelan a un director demasiado enamorado de sus criaturas y de su tema, alguien que extiende aunque sea unos segundos más el cierre porque se encuentra atado fuertemente al mundo de la historia, que como nosotros quiere que la música y el baile y la fiesta sigan: una escena más, un número más, unos segundos, un plano más. Y está bien: los maestros tienen el mismo derecho a la felicidad que los demás.
Talentosos muchachos Clint Eastwood vuelve al ruedo tras J. Edgar, en 2011, esta vez con un drama-biográfico-musical. El director de 84 años, tras haber incursionado en varios géneros con la misma firmeza con la que supo disparar rifles como protagonista en tantas historias, se aboca aquí, en Jersey Boys, al mundo de la música. Para ello emplea su particular y discreto estilo, ese que lo distingue como un gran narrador. En su nueva obra, por cierto perfectamente ambientada, nos trae al recuerdo, casi de manera inevitable, a Goodfellas. Esto es, por ese vecindario en el que “la tanada” se hace sentir, el ghetto y los vínculos con la mafia de sus personajes, entre otras cosas. Aunque, claro está, sin los excesos propios de aquella pieza maestra de Scorsese. Jersey Boys nos cuenta la vida de Frankie Valli (John Lloyd Young), vocalista del conjunto ‘The Four Seasons’, con todas las polémicas y sucesos que le tocó atravesar en su camino artístico. Se le suma, la relación que siempre mantuvo con bandos mafiosos, algo que a mediano o largo plazo suele traer problemas. Eastwood se vale de su experiencia y de sus conocimientos en materia cinematográfica para sumergirnos en una historia de buen pulso narrativo. Nuestros personajes le hablan a la cámara, nos detallan lo que acontece. El recurso a la voz en off suena bien, y cuando eso pasa se torna contagioso para el público, actúa como un elemento motivador e incitante para adentrarlo aún más en los acontecimientos. Es un condimento que, cuando se sabe utilizar, funciona como una suerte de plus para el observador. Destacable resulta la tarea de los protagonistas. Vincent Piazza es probablemente una de las figuras que mejor influye en el relato. Su presencia como Tommy DeVito le infunde el costado de picardía, desenfreno y a la vez peligrosidad de acuerdo al rumbo del cuarteto. Sus muecas de disgusto, su rebeldía y sus formas sirven como el factor que le imprime tensión al asunto. John Lloyd Young cumple más que aceptablemente y brilla cuando le toca sacar a relucir ese tono de voz tan agudo y diferente en los momentos musicales que, dicho sea al paso, están muy bien construidos. Con acotadas pero interesantes y apreciables apariciones, contamos con un Christopher Walken al que le sienta bien el traje de gángster. La proyección ahonda tanto en los códigos como en los riesgos que se pueden correr ante la ceguedad de enfocarse únicamente en una carrera que, si bien puede ser muy redituable, demanda tiempo, giras y eleva el ego hacia picos montañosos. Es igual de atinado expresar que el film pierde un poco de enlace cuando se mete en lo dramático pasados tres cuartos de su extenso metraje como remarcar que gana fuerza y empatía con las participaciones de Vincent Piazza. Jersey Boys vale la pena, como casi todo lo que ha tocado y concebido impecablemente Clint Eastwood. LO MEJOR: los momentos musicales. El modo de narrar la historia. Las actuaciones. La puesta en escena. LO PEOR: intenta intensificar el drama más de lo necesario. Se hace algo larga hacia el último tramo. PUNTAJE: 7,8
Con el mismo blanco y negro de los clásicos Sólo Clint Eastwood puede presentar (y despedir) una película con el logo de Warner Bros. en blanco y negro y simular que todavía el gran cine de Hollywood existe. No es más que una ilusión, ya no hay Hollywood, tampoco sus artesanos ilustres. Pero todavía está, sigue, Eastwood. Que se le señale como uno de los últimos clásicos, si no el último, es preciso. Puede resultar reduccionista, pero lo cierto es que los directores de aquel cine supieron ser diestros en la variedad de géneros cinematográficos, dúctiles en sus convenciones, a la par de una obra personal que les delineara una trayectoria. Fue ésta la génesis de la "política de los autores", expresión que acuñaría la nueva ola del cine francés, a través de François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, y otros. Con esta joven guardia se identifica generacionalmente Eastwood, pero desde Estados Unidos, entre otros grandes nombres de su época -que sigue siendo ésta, a no confundir- como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich, Brian De Palma. Sin embargo, el cine de Eastwood corrió entre la trayectoria actoral y la oportunidad de ser realizador. En este periplo, los cineastas Sergio Leone y Don Siegel son pilares. El primero, por la trilogía del dólar de la que es emblema El bueno, el malo y el feo; el segundo, como disparador de ese personaje dilemático que todavía es Harry, el sucio. Los dos figuran, como rúbrica, en los agradecimientos finales de Los imperdonables (1992), dirigida por Eastwood. A su vez, este western crepuscular no sólo revisa al género, sino que avisa sobre lo que será Gran Torino (2008) y su desacralización del mito Harry Callahan. Alguien capaz de volver sobre su carrera, de reflexionar sobre sí, no es cine corriente. Entre su filmografía, este cronista elige siempre Río místico (2003), una de las mejores posibilidades del cine negro contemporáneo. Y clásico. Porque la manera de narrar nunca es estridente, sino consecuente con lo que moviliza: desocultar la tierra que la hipocresía esconde. Llegar allí debajo no es tarea para cualquiera, sólo de cineasta. Como botón de muestra, es suficiente el inicio de Jersey Boys: el encuadre es blanco, blanco cielo, el paneo desciende hacia la New Jersey de los '50, el viaje en el tiempo ha comenzado. De tal manera, sobre la gran pantalla, ese blanco esencial, se materializa ese otro mundo, esa otra realidad, a la que sólo los cineastas saben cómo invitar. Por realizadores así, es que el cine se ha vuelto indistinguible de la vida.
JERSEY BOYS es una película cuya absoluta “normalidad” genera algún tipo de extraña inquietud. No estamos ante ningún ejercicio raro ni metalinguístico respecto al musical. Al contrario, si hay algo que Clint Eastwood evita aquí es cualquier tipo de relectura posmoderna. Como mucho, se puede decir que el hecho de que los narradores (los cuatro miembros originales del grupo The Four Seasons) hablen directa y sucesivamente a cámara, amerita un cierto grado de modernidad narrativa. Pero es mínimo, en términos de rupturas formales. No, nada de eso: JERSEY BOYS es una película, digamos, normal. Ahora bien, por otro lado, esa normalidad resulta bastante extraña y acaso la única forma de entender esa extrañeza tenga que ver con que la película de Eastwood jamás parece transcurrir en el mundo real. La historia de estos amigos de New Jersey que luego de muchos años llegaron al éxito comercial para luego rápidamente pelearse y separarse está adaptada de un musical de Broadway y esa estilización está presente en cada fotograma. Y si bien Eastwood tomó la decisión de “airearla”, sacarla a pasear, hacerla respirar en las calles del barrio –buscando contar una historia cuyo momento idílico estaba más en los amigos correteando chicas, cometiendo pequeños delitos y cantando en bares nocturnos que en los momentos de éxito–, esa sensación de “caja de resonancia” escénica se mantiene. jerseyboysmovie¿Cómo? Reemplazando los escenarios por sets de filmación que se hacen evidentes –lo mismo que los excesivos maquillajes y las actuaciones/acentos excesivamente ampulosos–, dejando casi de lado cualquier contacto profundo con la realidad –lo que pasa afuera de la interna del grupo apenas se sugiere y tampoco se muestra una cronología clara– y desdramatizando las situaciones de una manera que solo Eastwood puede hacerlo: JERSEY BOYS es una película extrañamente atonal, sin cambios de ritmo ni climas narrativos: probablemente el primer musical desafinado de la historia del cine. Esto, que bien podría ser una dificultad (y que seguramente hará que no se convierta en un éxito ya que el filme no recorre los caminos melodramáticos trazados por el género en sus distintas versiones), hace de JERSEY BOYS una experiencia muy peculiar y rica en análisis. Sí, en cierto modo, intenta remedar el falso realismo de musicales de los ’50 como AMOR SIN BARRERAS, pero salvo una excepción no tiene escenas musicales bailadas. Sí, parece ser un musical biográfico como tantos otros, pero ni las situaciones dramáticas responden a esa lógica ni los personajes son demasiado claros en sus conflictos. Y, también, su look “scorseseano” (un cruce de BUENOS MUCHACHOS con NEW YORK, NEW YORK, con un toque de CALLES SALVAJES) parecería buscar un grado de realismo crudo para contar la historia, pero lejos está de eso. JERSEY BOYSTal vez Eastwood buscó todas esas cosas pero, como el personaje del compositor Bob Gaudio en el filme (el único miembro de la banda que no es un italo-americano de New Jersey), lo que logró aquí es “interpretar” ese mundo desde afuera sin nunca transmitirlo como algo vivido y propio. Tal vez, para Clint, ese universo que todos conocemos vía incontables DeNiros/Gandolfinis/Palmitieris sea solo un mundo que existe en las películas y en las canciones, experiencias que se consumen como productos de realismo pop y no como reales. Algo así transmite la música de Frankie Valli –el cantante del falsete angelical– y sus amigos/compinches musicales: la apropiación pop de un mundo que, en lo concreto, es mucho más sucio, duro y brutal. Hay momentos en que JERSEY BOYS parece una película hecha durante la misma época que retrata, tan estudiadamente falsa que resulta en sus detalles. No hablamos de retro –Eastwood no maneja ni quiere manejar ese tipo de concepto– sino orgullosamente clásica, hasta antigua si se quiere. Pero en otras cuestiones, será una película curiosamente moderna ya que más que centrarse en los personajes o en la épica del recorrido triunfo-caída-homenaje parece ser una película cuyo objetivo principal es hablar del trabajo. La música como profesión, como negocio, como cuentas, pagos, impuestos, abogados, contratos y las peleas que surgen a partir del dinero, acaso el tema principal del filme. jersey_boysEs en ese sentido, que pese a todo su falso realismo teatralizado, JERSEY BOYS termina siendo una película inusualmente verdadera. Cualquiera que haya leído biografías de bandas de rock sabe muy bien que, más allá de los egos y las locuras, muchas bandas de rock se separan (bah, muchas relaciones se quiebran y no solo en el mundo de la música) por problemas de plata. Aquí, el tema dinero es central desde el principio (los dudosos contratos con clubes nocturnos, los robos que empiezan por una caja de seguridad, los gastos fuera de control, las deudas con la Mafia) y es el que se mantiene como eje hasta el final, central a la vida profesional de Frankie Valli, un hombre talentoso que creció con una voz prodigiosa y una fidelidad a los códigos del barrio que terminarían por complicarle a la carrera. Allí donde había que decidir entre los billetes y la amistad, Frankie prefirió honrar la tradición y terminó quedándose sin ninguna de las dos cosas. El tema que sostiene a JERSEY BOYS, finalmente, está muy ligado al de muchas otras sagas italo-americanas. Como EL PADRINO, el filme de Eastwood cuenta una historia cuyo eje es la economía paralela del inmigrante, la versión Lado B del Sueño Americano, una épica acerca del acceso al poder y a la gloria a través de una mezcla de talento y conexiones, con la muchas veces consiguiente caída de acuerdo a esos mismos “contactos” que los ayudaron a triunfar. No es del todo casual que muchos poderosos de la industria musical los confundieran al escuchar sus primeros singles (gemas del pop como “Sherry”, “Big Girls Don’t Cry” y “Walk Like A Man”) con un cuarteto vocal negro, otro grupo social/étnico/racial que funciona a partir de una economía marginal. Lo dice Tommy, uno de los miembros de la banda y el más conectado con los Capos: “Hay solo tres formas de salir de Jersey: el Ejército, la Mafia o lo fama”. Los Four Seasons lo hicieron de las dos últimas maneras. El barrio fue su gloria y fue también su condena.
No sería desacertado pensar en un brindis a la salida de las proyecciones de Jersey boys, el último filme del octogenario aunque juvenil Clint Eastwood. Los espectadores se mirarían a la cara, compartirían su felicidad y repasarían los buenos momentos vividos en la sala. Dado que vivimos en una época en la que la sordidez, la tragedia, la perversión y la imbecilidad de los superhéroes y vampiros pasan por cine arte y cine de espectáculo, ver un filme que afirme legítimamente la vida es una auténtica rareza. Jersey boys dista de ser perfecta, aunque la elegancia es constante y el crescendo emocional se sostiene hasta los créditos finales. Se dirá que es tan sólo un filme sobre Frankie Valli y el grupo Four Seasons, y por tanto un filme menor de Eastwood. A veces, las grandes películas son las que renuncian a serlo. Estos músicos pueden resultar desconocidos, pero sus hits seguramente forman parte de nuestra memoria musical (dos compases de Can’t take your eyes from you o de Sherry serían suficientes para demostrarlo). De todos modos, si bien es un filme sobre el nacimiento de un género musical, el tema central pasa por el espíritu de camaradería y el ejercicio de una ética de la lealtad. Nueva Jersey es una especie de periferia simbólica. De ahí vienen Frankie, Tommy DeVito y la mayoría de los miembros de la banda, que cada tanto mirarán a cámara y anticiparán los eventos por venir. La historia arranca a principios de la década de 1950; Eastwood, con pocos recursos, se las ingeniará para que todo luzca tan real como inconmensurable para nuestra mirada incrédula. A la distancia, los comienzos de la industria del espectáculo y los orígenes de la televisión resultan de una candidez inimaginable. Después de un par de asaltos fallidos y alguna estadía breve en la cárcel, los muchachos de Jersey formarán la histórica banda. Frankie llevará el falsete a una dimensión hiperbólica y la tardía incorporación del compositor Bob Gaudio sabrá embellecer esa particular técnica vocal. Lo que sigue de ahí en adelante es conocido: la lenta construcción del éxito, la incompatibilidad de la vida familiar con la carrera profesional, los conflictos de poder en una banda y, en este caso, una peculiar relación con la mafia. Todas las apariciones de Christopher Walken como Gyp, un mafioso distinguido y culto, son sublimes. Si bien Eastwood acelera el relato en el último cuarto de película y los acontecimientos quedan desbalanceados, todo fluye como en los viejos tiempos del cine clásico. Algunas escenas son estupendas, como la secuencia en la que Gyp, la banda y otro mafioso encuentran la forma de pagar las deudas que Tommy tomó en nombre de todos. Timing, precisión dramática, diálogos precisos, sentido del espacio. El punto débil de Jersey boys pasa por dejar la historia estadounidense en un total fuera de campo, lo que resiente el relato porque destituye un poco su verosimilitud, como si se tratara de un cuento de hadas para varoncitos. Pero las virtudes del filme de Eastwood son tantas que este ostensible desacierto se compensa por el democrático amor a sus personajes, el creciente volumen existencial del relato, los modos de filmar la experiencia musical como un trabajo colectivo y una finísima clarividencia para (de)mostrar que la felicidad es tan sólo una nota ocasional que se repite cada tanto en la medida en que haya ensayo y compromiso.
Va en inglés: here comes Mr. Eastwood. Seguramente les resulte extraño que el tío Clint dirija la versión cinematográfica de un musical de Broadway. Sin embargo, no es su primera biografía musical: ya ha realizado en ese género dos obras maestras. Una es “Honkytonk Man” (bio ficcional, con él cantando y tocando guitarra) y la otra es “Bird”, sobre Charlie Parker. Esta historia de los comienzos de los Four Seasons y su cantante, Frankie Valli, es directa, respeta el material de base y pone en escena todas las canciones completas. Es decir: Mr. E. transforma el film en un documental sobre el musical teatral y sobre Frankie Valli. O, vamos a darle otra vuelta a la tuerca, un documental sobre cómo Broadway hace biografías musicales. El ritmo es perfecto y cuaja con la música (de aquella era limítrofe, donde el jazz y el rock y el pop parecían la misma cosa) y el director tiene un enorme talento para poner la cámara donde debe ir y dejar que los personajes sean como deben ser, no importa si “parece cursi”. El milagro es que el film, incluso con un material que puede ser fácilmente vilipendiado por la broma fácil, no solo no lo es, sino que elude cualquier amaneramiento y es tan sólido y tan –perdón, Inadi– viril como cualquiera de los otros sabios títulos del director. Hay una ética en la película: la de respetar el arte de los otros; y una épica: la de lograrlo a pesar de cualquier prejuicio.
Publicada en la edición digital #263 de la revista.
Publicada en la edición digital #263 de la revista.
Publicada en la edición digital #263 de la revista.
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Jersey Boys, persiguiendo la musica, es una biopic ideal para los que gustan ver biografías a través de la mirada de Hollywood. Los cuadros musicales están muy bien recreados y aparecen en la medida justa. Pero a pesar de tantas buenas cualidades el resultado final no es redondo y se siente que al film le falta brillo o "un no se que", pero no por tener un mal...
Jersey Boys no es una obra maestra, pero si es la obra de un maestro, el gran Clint Eastwood, un realizador cuya firma es de por sí una recomendación para ver un filme. En este caso nos cuenta la historia de una cantante y su conjunto musical; y lo hace con sensibilidad, destreza y clasicismo. Es un filme musical; pero no en el sentido de género, la gente no canta en vez de hablar; pero sí es un filme lleno de música, y que además se disfruta. Un viaje musical que vale la pena hacer. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.
Los buenos muchachos de la música. Si tuviera que destacar la máxima virtud de Clint Eastwood, resaltaría su compromiso para contar una historia, cualquiera fuera el argumento y el estilo narrativo. El cowboy octogenario, como director, no tiene en su extenso repertorio cinematográfico dos películas que siquiera se parezcan, y eso lo convierte, sin lugar a dudas, en uno de los más grandes y versátiles directores de la historia del cine. Jersey boys es una prueba más de la versatilidad de Eastwood, quien suele adaptar su estilo cinematográfico a la historia de turno. En este caso, el director decidió narrar la trama de un modo muy reminiscente a Goodfellas, aquella obra maestra del cine-mafia que supo componer Scorsese en 1990. El resultado es muy bueno, a pesar de que no a todos les haya convencido. La película posee un gran ritmo y a pesar de avanzar a paso acelerado, logra un buen balance entre lo visual y lo narrativo. Me da la impresión que Eastwood no quiso un corte de 3 horas, y por lo tanto terminó encauzando parte de lo sustancial de la trama en algunos diálogos breves, pero interesantes. Quizás media hora más de cinta hubiera consolidado el argumento, haciendo de la propuesta un éxito contundente e indiscutido, pero de cualquier manera, así como está, vale pena. Jersey boys es una muy buena película, entretenida y cinematográficamente impecable en todos los aspectos técnicos, pero no es un musical, como muchos esperaban. Es, diría yo, un drama de la vida real narrado al estilo y ritmo de Martin Scorsese. Tampoco es una película magistral, pero quienes no estén esperando un musical seguramente no quedarán defraudados.
Publicada en la edición digital #264 de la revista.