El aviador Un primer plano de Kóblic (Ricardo Darín) al comienzo del film expresa gracias al talento enorme del protagonista, toda la tensión y la angustia de un hombre que sabe se enfrenta a algo más grande que él. Es un piloto de avión durante la dictadura militar y ha tomado una decisión que lo obliga a abandonar la fuerza y huir a un pueblo olvidado, dejando absolutamente todo atrás, encontrando refugio trabajando en el pequeño hangar de un viejo amigo de él, como lo había sido también de su padre. Kóblic recuerda en más de un momento a los films de Charles Bronson de la década del 70. El tipo duro que busca alejarse de su pasado pero en su nuevo lugar las cosas se complican y la violencia vuelve a irrumpir. La diferencia esta clase de films y el policial negro es que la violencia es en espacios abiertos, que no hay mujeres fatales y que la mayor parte de las escenas son diurnas. También, por los espacios y el protagonista solitario que llega a un pueblo corrupto, Kóblic tiene mucho de western. El forastero llega para cambiar las cosas, aunque su objetivo inicial no era ese. Como el centro dramático es la decisión de un capitán de la fuerza aérea durante la dictadura, las lecturas políticas aun pueden aparecer entre los espectadores argentinos. El rechazo del protagonista a completar uno de los siniestros vuelos de la muerte, donde se asesinaban personas lanzándolas al océano en pleno vuelo, es lo que lo transforma en un paria, aun cuando sus colegas parecen estar dispuestos a perdonarlos si decide arrepentirse a tiempo. Pero al llegar al nuevo pueblo un comisario corrupto (Oscar Martinez) ejerce un poder que tarde o temprano chocará contra Kóblic. En el año 1983, al regresa la democracia a la Argentina, hacer un film de esta clase hubiera sido imposible. El dolor, el horror y las tensiones de toda la sociedad no lo hubieran hecho posible. Las heridas completamente abiertas y casi una década de persecución ideológica, impedían que los artistas tuvieran la preparación para el cine de género en serio, tratando temas tan discutibles. Hubo, claro, algún que otro policial, pero no de esta clase. Con los años, a lo largo de las décadas, el cine argentino no solo mejoró en general, sino que además pudo ir más allá del registro histórico y la denuncia y encarar este período desde nuevo lugares. Es un síntoma de madurez y evolución del cine nacional. El policial, uno de los géneros favoritos de toda la historia del cine argentino, encuentra aquí a un nuevo gran exponente, con aires de western, y con dos protagonistas que son parte de esta gran época de nuestro cine.
De fugitivo a desertor. La apertura estilística del cine argentino de la última década ha tenido un efecto un tanto contradictorio, por un lado generando una suerte de saturación en determinados tópicos y por el otro enriqueciendo los canales de entrada a los mismos. Pensemos por ejemplo en el Proceso de Reorganización Nacional, un tema que fue explotado hasta el cansancio desde una multiplicidad de perspectivas: mientras que algunas constituyeron una novedad, otras trabajaron cómodamente sobre terreno ganado a base de la necesidad imperecedera de memoria, análisis y castigo a los responsables de aquella locura genocida. Dentro de esta macro categoría encontramos un capítulo pocas veces examinado por el ámbito artístico local, los vuelos de la muerte, una metodología particular de desaparición de militantes sociales y estudiantiles, quienes eran arrojados con vida desde aviones al Río de la Plata. Precisamente Kóblic (2016), el último opus de Sebastián Borensztein, se hace cargo de la saturación general y decide sacar provecho de una temática difícil que apenas si nos reenvía -en el campo del séptimo arte- a Garage Olimpo (1999) y poco más: el realizador se inspira en las “películas de frontera”, esa especie de adaptación autóctona de los westerns norteamericanos, para construir un retrato de época muy eficaz y con destino masivo, casi en la vereda opuesta de la obra de Marco Bechis y su laconismo. Aquí también hasta cierto punto descubrimos un pulso aletargado y en ascenso, no obstante está más emparentado con el clasicismo hollywoodense de izquierda. El personaje del título, un Capitán de la Armada interpretado maravillosamente por Ricardo Darín, hace las veces del extraño que llega a una localidad perdida, gobernada por el nauseabundo Comisario Velarde (Oscar Martínez). Por supuesto que Kóblic está huyendo de su pasado reciente, en esencia el haber sido piloto en uno de los mencionados vuelos de la muerte, y que el inicio de una relación con una joven disparará un conflicto de “pueblo chico, infierno grande”, venganzas cruzadas de por medio. Borensztein además toma prestados algunos detalles del film noir con vistas a trazar distancia para con el cine testimonial de nuestro país, decisión que está en consonancia con el hecho de haber obviado la estrategia de las conclusiones oportunistas vía el traslado de la acción al presente (la historia transcurre en su totalidad en 1977), lo que ratifica la intención de poner todo el énfasis narrativo en el antagonismo -algo solapado y a nivel ético- entre el protagonista y Velarde (éste último funciona como un arquetipo de ese “complejo de Dios” que motivaba a los militares y sus socios civiles en las distintas administraciones de facto). Al igual que en Un Cuento Chino (2011), la colaboración anterior entre Darín y el director, el relato invita a que lo leamos al mismo tiempo como representante de los géneros de turno y como estudio tangencial de la idiosincrasia argentina, en esta ocasión el terror como mecanismo de imposición de una matriz hegemónica que terminó desmantelando el Estado de Bienestar, la industria nacional y el entretejido de la solidaridad, entre otras cosas. La película enarbola con inteligencia el aislamiento -enfrascado en el miedo- de Kóblic para en primera instancia vincularlo con el desamparo de su interés romántico Nancy (la bella Inma Cuesta), una mujer atrapada en su propio hogar, y luego oponerlo al acecho maquiavélico y obsesivo del Comisario, quien no ve con buenos ojos cualquier indicio de lo que podría ser una “competencia” en lo referido al monopolio de la fuerza pública en su triste jurisdicción. A lo largo del desarrollo se van cristalizando varios motivos del western crepuscular más seco, como si hablásemos de una reinterpretación muy lejana de las obras más sosegadas de Sam Peckinpah y Clint Eastwood: así las cosas, desde el inicio aparece la figura del “arrepentido” y de a poco dicho marco discursivo comienza un peregrinaje hacia el terreno de la desvirtuación profesional, circunstancia que coincide con el despertar de la osadía del protagonista y su metamorfosis de fugitivo a desertor asumido, de la pasividad a la acción. Si bien la propuesta no ofrece novedades significativas para aquellos que conocemos de sobra los recursos utilizados, cabe aclarar que la realización cumple y dignifica a la par en tanto ejercicio retórico y como denuncia sutil del exterminio estatal, tensando con maestría los resortes del suspenso y jugando con una bomba de tiempo siempre a punto de estallar…
En el último lugar del mundo. Sebastián Borensztein vuelve a dirigir luego de la exitosa Un Cuento Chino, cambiando completamente de género y enfoque cinematográfico. Esta historia está situada en aquella época nefasta de la dictadura militar, y centra su atención en el piloto de la armada Kóblic, un aviador que participó de los llamados “vuelos de la muerte”, a quien su conciencia lo remuerde una y otra vez. Con el fin de esconderse, un amigo lo albergará en un pueblo que pareciera estar situado en el fin del mundo, allí -lejos de hallar la paz que tanto desea- se encontrará con un infierno personal, el cual se incrementará a medida que interactúe con los habitantes del pueblo, exponiéndose a todos esos demonios que lleva dentro. Ricardo Darín brilla actoralmente en el papel principal: su personaje busca redención, una personal no social, y el intérprete convence de manera extraordinaria. La película adopta la premisa de “no hay dónde escapar cuando lo que nos persigue es la conciencia”, sin embargo al llegar a este pueblo cuasi abandonado, y tras algunas situaciones de encuentros desafortunados, el argumento se establece más en un género que da algunas ideas de western, con persecuciones y romance (este es el punto más flojo de la película, donde todo en el guión está muy bien marcado y desarrollado, y este romance -que sugiere una pasión que no condice con lo que se cuenta en pantalla- parece no terminar de encajar). La crisis interna que atormenta a Kóblic se topa con menesteres del propio pueblo en sí: el romance mencionado, con un desenlace forzado, y el encuentro con el Comisario del pueblo, un ser nauseabundo, completamente rechazable (el trabajo de Oscar Martínez es impresionante, desde su caracterización hasta su modismo en el habla logran una de los mejores interpretaciones del actor). Existe un trabajo de casting excelente, con caras que no se han visto anteriormente, la participación de la española Inma Cuesta (logra un acento argentino impecable) suma y completa un elenco que acompaña de manera formidable a los dos monstruos de la actuación que lideran el relato. Monstruos en la actuación y monstruos en sus personajes; adhiero a una colega en la idea de que el personaje de Darín nada tiene de medias tintas, y quizás se hubiese apreciado una decisión más firme de llevarlo al extremo. Pocas películas han tratado el tema de los vuelos de la muerte en sus guiones; en esta oportunidad el hecho funciona como disparador para dar lugar al resto de la historia. Kóblic no llega a ser un antihéroe; es sólo un hombre atormentado, tratando de sobrevivir y haciendo lo que sea necesario para lograrlo. Estamos ante una buena opción del cine nacional, el cual necesita cada vez más de historias que atrapen y mantengan al espectador frente a la pantalla, absorto ante lo que se le presenta.
Mientras que el cine de género en Argentina encuentra cada vez más exponentes riquísimos dentro de las producciones más pequeñas e independientes (alcanza con nombrar la reciente Resurrección, quizás el mejor film nacional en lo que va del año), pareciera aún tener algunas dificultades para lograr pisar firme cuando de gran cine industrial de género se trata (alcanza también con nombrar la reciente Cien años de perdón, triste decepción). En Kóblic la apuesta era grande. Tenemos al que sin dudas es nuestro actor más convocante, no solo a nivel local. Otro actor secundándolo al que no le escasea prestigio. Un director, que hasta ahora en el cine se probó con suerte en la comedia, pero con la suficiente experiencia en la rama del suspenso dentro de la TV. Un producción como para poder entregar un gran despliegue. Y la premisa de una historia que parecía ser realmente atrapante, la cacería entre dos hombres, con el trasfondo de la última dictadura cívico-militar, y una mujer en el medio. Sin embargo, las expectativas pueden fallar, y hay algo en Kóblic que no funciona, y que lamentablemente arrastra a todo el resto consigo. Quitémonos el embrollo de encima. Los guionistas, el propio director Sebastian Borensztein y Alejandro Ocon eligen un camino de riesgo al poner como protagonista a un militar, retirado, que participó activamente en los hechos ocurridos durante el golpe del ’76, y como si fuera poco, ubicar la historia precisamente dentro de esos años. La visión que se otorga, por cuestiones que desarrollaré luego, esconde si bien no un dejo de condescendencia, cierta frialdad, distanciamiento, o más extraño aún, alejamiento; como si se estuviesen tratando hechos ajenos (algo similar a lo que ocurría con la trama nazi de Wakolda, de hecho pareciera que estuviesen hablando de refugiados nazis más que de militares argentinos, tendría más sentido). Este detalle, falta de profundidad, puede hacer ruido en más de uno, pero está lejos de ser el principal inconveniente. Estamos en 1977, años duros, el Capitán y piloto de la Armada Tomás Kóblic (Ricardo Darín), al que le quedan pocos días de servicio antes de su retiro, decide, en un acto de conciencia, desobedecer la orden de abrir la compuerta en uno de los atroces vuelos de la muerte que arrojaban personas vivas al mar. El hombre, despide a su esposa, y decide refugiarse en Colonia Helena (pueblo ficticio filmado en San Antonio de Areco) como piloto comercial con la ayuda de algún conocido. Allí, pasa sus días escondido, hasta cruzarse con Velarde (Oscar Martinez en transformación completa), el comisario de la zona, hombre corrupto, violento y despiadado, que al enterarse de su pasado militar se encarnizará con el mismo. También aparece en su vida, Nancy (la española Inma Cuesta), la mujer que atiende en el negocio de la estación de servicios, con quien vivirá una tórrida y peligrosa pasión. El trío de actores, más allá de que a Inma Cuesta no se le explique su acento extranjero – que intenta disimularlo –, es por lejos lo mejor de la propuesta. Darín destila carisma aún en un personaje difícil como este, su rostro es duro y de pocos gestos, fuera de su habitual tono, e igual, penetra en la piel. Inma Cuesta logra buena química con su apasionado, y compone a la justa dama en riesgo constante con los suficientes matices. Quien sorprende, repito, es Oscar Martínez, no solo en un cambio físico, sino de postura, habla, y articulación, Velarde es sumamente desagradable, y gran parte de eso es gracias a la enorme composición del actor. También se destacan los rubros técnicos, aunque apela a un exceso de grandilocuencia de tomas aéreas y ciertos travellings. La fotografía y el juego de cámaras logran un tono áspero y envolvente. El desacierto, en definitiva, está en el guión. Kóblic es un western, no caben dudas de ello. El forastero que llega a un pueblo perdido, con un pasado oscuro, y se enfrenta al sheriff local. También hay algo de film noïr, con los dos antagonistas con actitudes pesadas, y una mujer en peligro o peligrosa. Pero se olvida de ser un producto de género local. Le cuesta focalizar en lo fundamental de la historia, y no logra que sus personajes se introduzcan correctamente en los hechos. El romance de Tomás y Nancy ocupa más espacio del necesario, y aun así, se ve apurado, desenfrenado, sin una lógica progresión. Nunca logra entenderse del todo bien el objetivo de Velarde, cuál es su razón de ser, por qué tanto enseñamiento; quizás si la historia hubiese hecho un salto temporal a los primeros años de democracia tendría otro sentido que aquí no se comprende. Lo mismo sucede sobre el final, en el que una de las subtramas es abandonada de golpe para abocarse a lo que tendría que haberse abocado con mayor énfasis en todo el tramo anterior. Esto, sumado a una serie de imprecisiones históricas, y llamativos baches argumentales, o agregados inexplicables, hace que se nos dificulte apreciar los aciertos que el film posee. Retomando, Kóblic arremete con un asunto complicado, y confunde violencia con riesgo. Pareciera ser un film temeroso, que decide mirar para el costado, que toma el camino fácil luego de emprender el camino sinuoso. Pese a su puñado de aciertos, hablamos de una propuesta tristemente fallida.
El director Sebastián Borensztein vuelve a reunirse con Ricardo Darín luego de haber trabajado juntos en la exitosa película Un Cuento Chino. Esta vez Darín interpreta a un piloto de la Armada llamado Kóblic, de ahí el título del film, que buscar esconderse en un pequeño pueblo de Argentina. Allí se encontrará con su contraparte el Comisario Velarde, encarnado por un gran Oscar Martínez que está casi irreconocible gracias a los bigotes, la panza y un pelo grasoso que le dan un look totalmente desagradable. La ambientación del film está realizada con mucho detalle, desde los carteles de la ciudad hasta los autos, por lo que no resulta difícil trasladarse a esa época oscura de la historia argentina. Una época que ha sido retratada numerosas veces en el mundo del cine y desde variadas perspectivas, principalmente la de las víctimas. Pero Borensztein decide salirse del molde y contar algo distinto. Es decir, hablar sobre los terribles “vuelos de la muerte” y poner el ojo en un piloto que participó en uno de ellos. Y lo lleva aún más lejos, sin reivindicar en absoluto al personaje, al mostrar cómo Kóblic se niega a abrir la puerta para que tiren los cuerpos inconscientes de las víctimas. No puede hacerlo, ha volado hasta el lugar pero cuando llega el momento clave simplemente no puede. Esta pequeña vuelta de tuerca, aunque no lo trasforma mágicamente en una buena persona (después de todo llegó hasta ese punto a sabiendas de lo que iba a suceder), sí lo humaniza y elimina ese concepto del “malo malísimo”, de la escoria del planeta. Tuvo un momento de conciencia. Aparte de la historia pasada de Kóblic, y su tumultuosa lucha interna que Darín muestra con apenas un primer plano de su rostro, la película presenta un juego del gato y del ratón entre él y el Comisario Velarde. Se desconfían, se buscan, se esquivan y juegan con el otro tratando de ser el vencedor. Desde el primer instante en el que se conocen, se puede sentir el comienzo de una gran rivalidad. Velarde es absolutamente desagradable, desde su apariencia hasta su corrupción sin límites, lo que no genera ningún tipo de empatía por el personaje. Pero tal vez hubiera sido interesante meterse un poco más en su vida, en su rutina, en sus razones por ser tan poco ético y corrupto. Pero sí se lo puede ver detrás de Kóblic, queriendo aplastarlo. Prácticamente el único personaje femenino es interpretado por la española Inma Cuesta, al escucharla hablar ni de por casualidad uno pensaría que proviene de otro lugar que no sea el campo argentino. Ella es uno de los pocos lazos verdaderos que Kóblic genera en ese pueblito y su historia triste sirve como otro recordatorio de cómo los predadores viven escondidos a plena vista. Kóblic es prueba de que siempre, por más veces que se haya contado una historia o una época determinada, se puede encontrar la vuelta y enfocarse en un tema poco trabajado (como es en este caso los vuelos de la muerte) y desde una perspectiva que parece casi inesperada (la de uno de sus pilotos militares). Todo surge desde una simple pregunta, ¿qué hubiera pasado si uno de esos malditos pilotos hubiera dicho “no puedo hacer esta atrocidad”?
Kóblic es el "estreno Darín" del año. Esta coproducción entre Argentina y España aleja a su director, Sebastián Borensztein, de la comedia -La suerte está echada (2005), Un cuento chino (2011)- para introducirlo en un ambiente sórdido y violento. La dictadura militar, centrada en los vuelos de la muerte, pesa en la trama de un film que, a diferencia de los aviones que piloteaba Tomás Kóblic (Ricardo Darín), cuesta que despegue.
Ni héroe ni villano. Koblic (2016) tiene un enfoque diferente con respecto a un hecho histórico como lo fueron los “vuelos de la muerte”, que tuvieron lugar entre 1976 y 1983 en Argentina. Un hecho desgarrador en el que los militares secuestraban gente (por lo general militante u opositora) y desde avionetas los arrojaban al mar para luego darlos por desaparecidos.
Hay dos escenas que se suceden en el primer tercio de “Kóblic”. En la primera, el comisario que interpreta Oscar Martínez escucha en el correo del pueblo que el piloto Tomás Kóblic (Ricardo Darín) es militar y, para obtener algo más de información, se lleva al encargado al patio y termina matando a su perro, que no para de ladrar. La escena siguiente lo tiene a Kóblic en una conversación con Nancy (Inma Cuesta) en la cual, tras tres líneas de diálogo, ya están besándose. Ambas funcionan como muestrario de todo lo que está bien y mal en la película. Por un lado está el toque actoral de Darín, refinado y contenido; uno de los infalibles recursos naturales de nuestro cine (de buena labor, la española Cuesta se sitúa en la misma línea). Por otra parte, una alarmante ligereza en la dirección de actores, con una escena –la primera- en la que los matices brillan por su ausencia y se llega al pico dramático en un abrir y cerrar de ojos. Finalmente, allí también Borensztein (director y guionista otra vez) sienta las bases para dos ejes de la trama que nunca son tales: una rivalidad y un romance. Ahora bien, por mera convención, el espectador dirá para si mismo “uh, estos dos se van a matar” o “estos dos se van a enamorar”, pero no vemos una construcción de los personajes que justifique estas cuestiones más allá de la convención. Sin embargo, es desde estos dos ejes que el film pretende desarrollar una tensión creciente y el avance de la historia. Entonces, lo que tenemos de repente es un conflicto enorme que apareció sin información que lo justifique y que se toma muy en serio. Aunque resulta poco probable debido a la temática y la época elegida (un piloto de la armada que se da a la fuga tras desobedecer a sus jefes en 1977), uno desea en algún rincón de su intestino que todo sea un gran chiste, especialmente por la falta de sutileza en los momentos decisivos –ni hablemos del uso del fuera de campo-. Podría decirse que la puesta en escena de una amenaza, pelea y/o muerte implica distintos grados de emoción en líneas generales. No aquí: todo se trabaja por igual, sin recorrido, con una desesperación y torpeza alarmantes. Hay en “Kóblic” una idea de tensión dramática tan errada que la única ‘gran’ revelación de la película (no nos equivoquemos, tiene que ver con el personaje de Cuesta, ya que la razón por la cual el piloto se esconde en un pueblito la conocemos apenas inicia el film –y así y todo, los flashbacks “tormentosos” le dan un innecesario carácter misterioso-) pasa sin pena ni gloria. Quisiera poder rescatar algo más, pero realmente me resulta una pieza fallida, realizada sin seguridad, demasiado confiada en lo que viene dado (el éxito previo de la dupla Darín-Borensztein, muy buenos actores). Y el cine no es algo que se hace así nomás.
El asesino arrepentido El proceso de reorganización nacional ha sido un punto de inflexión importantísimo para el cine argentino. Ya con mencionar que las únicas dos películas argentinas ganadoras del premio Oscar hayan girado alrededor de la última dictadura militar, habla mucho sobre la visión internacional que se tiene sobre la historia reciente argentina. Es un suceso que marca a fuego la concepción de una memoria activa, y es por eso que nunca deja de ser una temática vigente en nuestra cinematografía. Teniendo eso en claro, es momento de definir a Kóblic (2016) como una película netamente de género. Bueno, en realidad de varios géneros. El nuevo film de Sebastián Borensztein significa un cambio abrupto desde su último largometraje Un Cuento Chino (2011), dejando la comedia de lado para enfocarse en un drama existencial sobre las implicancias morales detrás de los hechos atroces de la última dictadura que azotó al país. Elementos del western y el cine negro se cruzan para retratar una época convulsionada por la violencia y la persecución ideológica, en contraposición del llamado cine testimonial o de corte ceremonioso con el que se representa muchas veces este periodo. En pleno 1977, Tomás Koblic (excelente Ricardo Darín) es un capitán de la armada arrepentido de formar parte de los llamados vuelos de la muerte. Es el remordimiento de ver como se torturaban personas y se las arrojaba al Río de la Plata lo que hace que se subleve en medio de uno de esos vuelos y decida escapar bien lejos de sus culpas. Con la excusa de ayudar a un viejo amigo de su padre fumigando las cosechas, Koblic llega a Colonia Elena, un pueblo del interior bonaerense sometido por el repulsivo y corrupto comisario Velarde (un muy bien caracterizado Oscar Martinez). Allí conocerá a Nancy (la española Inma Cuesta, imitando a la perfección nuestro acento del interior), una mujer atormentada por sus propios secretos con la que comenzará un apasionado romance para salir del letargo. Pero lo que en principio parecía ser el primer paso para construir una vida nueva, terminará siendo lo que condene a Koblic a revivir una y otra vez sus propios fantasmas. koblic (2016) Borensztein toma prestados componentes del western clásico para presentar un personaje que asume el papel del renegado, del forastero que intenta mantenerse al margen de una realidad que le es ajena, pero que a fin de cuentas termina involucrándose para impartir su propia visión de justicia. Una propuesta que tiene en Ricardo Darín al mejor intérprete a la hora de recrear la naturaleza ambigua y taciturna del protagonista, cercana al film noire. Algo que contrasta notoriamente con el nauseabundo comisario Velarde de Oscar Martínez y su facilidad para generar repugnancia en el espectador. “Kóblic no existe, es un personaje de ficción. Lo que sabemos todos es el contexto histórico, que hubo cientos de vuelos, cada uno debe haber sido un infierno y uno puede imaginar que puede haber pasado de todo”, afirmaba el director durante la presentación del film, intentando aclarar que bajo ningún concepto se quiso redimir a un militar cómplice del terrorismo de estado. Sin importar lo tan arrepentido que esté. Esto es algo que no deja de ser osado e innovador, teniendo en cuenta que ciertos elementos del argumento – sin contar el carisma natural de Darín – puedan generar una empatía del público, en donde se llegue a justificar el accionar del personaje, y en consecuencia su pasado. Párrafo aparte se merece la sublime dirección de fotografía y la acertada elección de locaciones compuesta por la desolada geografía de San Antonio de Areco y sus intermitentes lloviznas. Son detalles como este los que permiten transmitir una ambientación lúgubre y distante del pueblo para que vaya a la par de las reflexiones del atormentado piloto. De esta manera, la sumatoria de grandes exponentes en cada rubro de producción hacen de Kóblic (2016) uno de los puntos álgidos de un cine argentino en constante crecimiento. Afirmando una vez más que Borensztein es de los pocos directores que pueden transitar libremente entre el cine de autor y las propuestas claramente orientadas a la explotación comercial, sin perder su particular estilo en el camino.
Detrás de su aparente relato revisionista, que puede ser uno de los puntos de partida para acercarse al filme, “Kóblic” (Argentina, 2016) habla de la imposibilidad de escaparse de las propias pesadillas que acechan a seres que deambulan martirizados por hechos de los cuales no tienen la posibilidad de alguna manera de evitarlos o evadirlos. En “Kóblic”, tercer filme de Sebastián Borensztein, trabaja sobre la base de un western criollo en el que su protagonista, Tomás Kóblic (Ricardo Darín), comienza el filme en un estado de desesperación tratando de borrar su pasado afincándose, momentáneamente, en un pueblo del interior del país llamado Colonia Elena. Tratando de mimetizarse con el lugar, cumpliendo tareas en la empresa de fumigación aérea de un amigo, que le tiende una mano, Tomás comenzará, o al menos lo intentará, una nueva vida alejado de todo aquello que lo atormenta. Pero cuando el comisario del lugar, Velarde (un irreconocible Oscar Martínez), a partir de dichos de gente del pueblo, sepa del pasado de Kóblic, se pondrá en estado de alerta e iniciará un camino de búsqueda y enfrentamiento con él para develar las verdaderas intenciones que posee. Y en ese devenir, presente del protagonista, inesperadamente, una irrefrenable pasión con Nancy (Inma Cuesta) complicará aún más su estadía en Colonia Elena, imposibilitando una vez más una escapatoria, como así también la capacidad para detener aquellos fantasmas que en forma de pesadilla lo acechan constantemente. “Kóblic” es un filme con varias etapas narrativas y también capas de desarrollo, el potente arranque con un eterno travelling que acompaña a Tomás a la difícil tarea que tuvo que desarrollar durante la última dictadura cívico militar, hacia 1977, es tan sólo el disparador para contextualizar al personaje dentro de un marco en el que busca, porque lo necesita, una vía de escape a justamente aquello que no puede evadir de su pasado. El flashback virulento, en el presente de un personaje que intenta encontrar algo que lo pueda transformar, más que el cambio interno sufrido a partir de la intervención en los denominados “vuelos de la muerte”, que son reconstruidos con precisión y realismo, pero que evitan regodearse en el morbo que quizás en manos de otra historia se podría haber plasmado, son tan sólo un motivo dentro del gran relato que propone el filme. En una primera instancia la inserción de Tomás en Colonia Elena, su camino para poder ser parte de una pequeña comunidad cerrada, que le niega la posibilidad de encontrar su lugar, que lo recela, que lo evita, y que luego va seguida por una etapa más luminosa a partir de su relación con Nancy, a pesar de la clandestinidad del vínculo y su necesaria prohibición (ella es una mujer casada, y en pueblo chico…). En esa segunda instancia narrativa, la necesaria explosión del conflicto, con su inevitable enfrentamiento con el comisario, el duelo entre ambos, físico, mental y moral, como así también el acompañamiento de algunos personajes secundarios, los que lo ayudarán para encontrar alguna salida ante la inminencia del castigo por todo aquello que Kóblic hizo y hará, terminan por configurar el espacio para que el relato explore algunos lugares seguros del género, con un imposible héroe que termina por nunca encontrar una salida. La cuidada y bella fotografía, las escenas amplias que ubican a los personajes en espacios que articulan sus vínculos de manera natural y fluida, pero principalmente, la solvencia y solidez de las interpretaciones (el trío Darín, Cuesta, Martínez, es un lujo) permiten que “Kóblic” desande un filme de género, que además se da la posibilidad de tocar un tema polémico sobre la dictadura, que, hasta el momento, no había sido planteado.
La nueva película del director Sebastián Borensztein -"Un cuento chino"-, protagonizada por Ricardo Darin -en un papel diferente a los realizados anteriormente- y Oscar Martinez, se enmarca dentro de un thriller que va tomando forma de westerm, al estilo de los films de Clint Eastwood, con su personaje duro que busca redención. Ambientado durante la dictadura militar de 1976, Kóblic se centra en un piloto de la fuerza aérea Argentina -interpretado por Ricardo Darin en un papel completamente diferente a los realizados en otras producciones e internamente movilizador para el actor- que participa de los siniestros vuelos de la muerte -metodología que utilizaban las fuerzas para hacer desaparecer militantes sociales y estudiantiles arrojándolos con vida desde aviones al Río de la Plata-, pero que se cuestiona moralmente su trabajo y decide huir de sus responsabilidades refugiándose en un pueblo alejado y algo inhóspito, pero cuya estadía cambiara la vida de sus habitantes. Si bien la historia se desarrolla en ese contexto histórico tan particular de la Argentina, dando lugar a las lecturas políticas y sirviendo de denuncia, el relato comienza como un thiller centrado en la llegada de este tranquilo y solitario forastero a un pueblo perdido, especie de tipo duro que busca redimirse de su pasado, pero que tomará forma de western cuando se mezclen sus intereses con los de un corrupto e inescrupuloso comisario que mantiene oscuros contacto con los militares -interpretado por un correcto Oscar Martínez que vuelve a ponerse el disfraz de un arquetípico personaje del género- En ese punto, Borensztein juega con los tópicos del genero, donde el tranquilo personaje se ve obligado a desatar nuevamente la violencia e imponer un orden que el lugar había perdido ante el corrupto personaje, al mismo tiempo que el arrepentido logra redimirse -aunque no justificarse- en un final con una vuelta de tuerca ingeniosa. Kóblic, acierta en los clímax logrados en varios tramos del relato gracias a la fotografía, puesta en escena y la gran interpretación de Darin, sobre todo en los momentos de introspección de su personaje, pero el resto de los personajes y elementos son abordados muy básicamente y terminan funcionando como clishés del genero que hacen a la funcionalidad del relato. Es el final, con su vuelta de tuerca que funciona tanto como alegato de aquellas practicas siniestras así como redentor del personaje en cuestión, que guardara en algún punto a Kóblic en la memoria del espectador.
Publicada en edición impresa.
Un thriller con el recuerdo de lo peor de nuestra historia La primera escena de Kóblic transcurre en el aeroparque porteño en julio de 1977, y desde allí parte uno de los denominados "vuelos de la muerte". La película reencuentro artístico entre el director Sebastián Borensztein y Ricardo Darín- volverá una y otra vez sobre esas imágenes (cada vez de manera más explícita), ya que el piloto del avión que transporta a los prisioneros, que luego serán lanzados al vacío sobre el río, es el protagonista, Tomás Kóblic. Al igual que en Un cuento chino (2011), el antihéroe del film es un hombre traumado y torturado que intenta lidiar como puede con su pasado. En este caso, Kóblic huye de Buenos Aires y llega de incógnito a un pequeño pueblo de provincia -Colonia Elena-, donde se instalará en el hangar de un aeródromo de un amigo e intentará pasar lo más inadvertido posible durante sus visitas al casco urbano. Pero en este film, que acumula muchos elementos del western, Colonia Elena es manejada a puro exceso por un corrupto y sádico comisario llamado Velarde (Oscar Martínez), quien no tardará en desconfiar de Kóblic. Y cuando el protagonista empiece a verse con Nancy (Inma Cuesta), que está casada con un hombre abusivo, ya quedará claro que la estancia del militar no será todo lo tranquila que en un principio imaginaba. La saludable idea inicial de trabajar aquellos tiempos de violencia, miedos y delaciones con una estructura ligada a los géneros clásicos (no sólo hay mucho de western, sino también elementos del drama romántico, el policial y el thriller político) y la impecable factura técnica se ven jaqueadas por un guión de manual, en el que el planteo de varios de los conflictos y unas cuantas de sus resoluciones son bastante obvios y, por momentos, incluso un poco forzados y artificiales. Así, la narración -sobre todo en la primera mitad- no fluye ni seduce como debiera. La película -que en algunos pasajes recuerda a cierto cine ochentista del estilo No habrá más penas ni olvido- tiene otro aspecto que no termina de funcionar del todo: con el paso de la historia, Darín le va otorgando a su Kóblic una nobleza que genera una creciente empatía e identificación hasta convertirlo casi en un héroe (y vengador anónimo) mientras, por otra parte, los flashbacks nos recuerdan a cada rato que participó (aun con algunas actitudes de resistencia) de situaciones inhumanas. Esa contradicción moral, que podría haber sido uno de los aspectos más valiosos del film, aquí se resuelve de manera bastante esquemática y poco convincente.
UN POLICIAL CON ECOS DEL HORROR Es una película sólida, un policial rural perfecto, con un entorno que se afirma en un hecho aberrante de nuestra historia: Los vuelos de la muerte. Ver por primera vez en el cine la reconstrucción de esa atrocidad de los años de plomo impresiona al espectador. Un piloto de la armada que participa de uno de esos vuelos, por primera vez, siente que no puede soportarlo y se transforma en un desertor. A partir de ese momento el horror lo acompaña en flashbacks, pero la acción poco tiene que ver con la denuncia de lo que ocurrió. En un pueblo pequeño y rural el protagonista se ve envuelto en una intriga inesperada, con amor incluido, corrupción, lealtades, justicia miserable e individual. Una trama bien construida, que mantiene la tensión del espectador, que funciona hasta el mínimo detalle, muy bien llevada por su director Alejandro Borensztein. Y qué decir de los actores: Ricardo Darín contenido e intenso, despliega su talento para un personaje difícil, complejo, desesperado. Oscar Martínez deslumbra con su comisario abyecto, lo adorna de todas sus aristas despreciables, le otorga capas a su mundo corrupto. La española Imna Cuesta se transforma en una criolla que supera la vejación por primera vez. El resultado es muy bueno.
Un Darín distinto en Kóblic Kóblic es un capitán del ejército renegado, que en plena dictadura huye del horror buscando refugio en un alejado paraje: la Colonia Helena. Allí, deberá hacer frente al acoso de un comisario déspota y desagradable. Entre medio de ellos, una mujer que también quiere escapar. Sebastian Borensztein dirige su película más adulta y arriesgada, un western clásico en donde no hay héroes ni buenos, solo algún personaje menos malo que su antagonista. Y eso es lo que hace poderosa la actuación de Ricardo Darín (en un registro distinto a sus trabajos más populares), un ser detestable que termina logrando ser empático. Párrafo aparte para Oscar Martínez, un villano a la vieja usanza, una interpretación digna de aplaudir. No estamos ante una película testimonial, el contexto es casi una anécdota, es una historia de redención y venganza, tan opresiva como atrapante.
Sobre antihéroes y tumbas Los vuelos de la muerte durante la dictadura, y dos caras de la maldad, en el thriller con Darín y Martínez. Luego de participar en un vuelo de la muerte, en 1977, el piloto Kóblic (Ricardo Darín) decide huir, desertar y refugiarse en Colonia Elena, un pueblito ficticio de la provincia. Allí un amigo de confianza le da trabajo como piloto de una avioneta fumigadora. Kóblic deja atrás su(s) afecto(s), léase su esposa, pero no ciertas pesadillas que en la película de Sebastián Borensztein llegan en forma de flashbacks oportunamente ordenados. Parco, Kóblic habla lo indispensable, pero lo suficiente para que el comisario del pueblo, Velarde (Oscar Martínez), empiece a preguntarse y a preguntar quién es el misterioso recién llegado. Sebastián Borensztein se atreve a algo no visto en el cine argentino, que es a retratar sin eufemismos los llamados vuelos de la muerte, asesinatos sin pudor en los que se arrojaban, desde la panza de un avión, al Río de la Plata a detenidos durante la última dictadura. No hay regodeo en ninguna escena de violencia, como tampoco lo hay en los enfrentamientos verbales que uno intuye pueden aparecer entre el militar y el policía. Pero ¿Kóblic y Velarde son dos caras de una misma moneda? Por más que uno se haya fugado, presuntamente arrepentido de lo que hizo, y el otro escarbe con sucias y malas armas, que uno parezca hasta un caballero y el otro seguramente huele a roña y se haya cargado a unos cuántos, no son némesis del otro. Kóblic no es el choque del Bien con el Mal, porque los dos encarnarían distintas facetas de un mismo Mal. Eso ya la diferencia de muchos relatos que transcurrían durante los años de plomo en la Argentina. Hay entonces algo de film noir anidando entre las escenas, con un protagonista que lejos está de calzarse el ropaje de un héroe, pero está claro que Kóblic, el polaco, es un tipo de códigos. Lo cual no quiere decir que el comisario no los tenga, pero es en ese contrapunto entre casi iguales donde la película va in crescendo. Hay una búsqueda de alguien que “desaparece” -con todo lo que llevaba y lleva el término en nuestro país- y el guión de Borensztein aprovecha esa suerte de guiño para ver cómo los que se preocupan por eso son los que se encargaban de desaparecer otros cuerpos. La historia de amor que corre paralela, donde la española Inma Cuesta entra en principio más para descomprimir, pero luego encaja en el engranaje, no luce forzada, pero no es la arista que mejor luce. Y es ahí donde el peso recae en las actuaciones de Darín y Martínez. Kóblic muestra menos que lo que esconden sus anteojos y su bigote. No es el tipo común en circunstancias extraordinarias que suele tocarle en los guiones a Darín, por eso ofrece un vértice diferente. Pasa mucho por dentro de esa cabeza, y por eso alguna decisión puede parecer sorprendente. Oscar Martínez trabaja desde el afuera y el adentro a Velarde. Es un tipo repugnante desde lo físico -desgarbado, panzón, peluquín, tiene pinta de mugriento- y también cuando abre la boca y muestra más que esos dientes podridos. Habla y confunde, coacciona, maltrata. Martínez se apropia de él y lo entroniza en un malvado creíble.
La nueva película de Sebastián Borensztein, director de "Un Cuento Chino" y "La Suerte Está Echada" se desarrolla en época de la dictadura y los personajes, o mejor dicho, el duelo actoral que tienen Ricardo Darín y Oscar Martínez son para aplaudir y dignos de verlos en pantalla grande. Ricardo sigue demostrando la inmensidad de su poder creativo a la hora de ponerse en la piel de un piloto totalmente atormentado por los vuelos de la muerte, mientras que por el otro lado, Oscar Martínez compone a un comisario de pueblo malísimo, que lo acecha (al personaje de Darín) día y noche. Una interesante historia para los amantes del género policial, que a mi parecer se vuelve un poco lenta, salvo en los últimos minutos de la trama. La fotografía es hermosa, las actuaciones son destacables y la dirección es super correcta, pero hay que ser claros, si buscas una pochoclera, esta no es la opción... es más bien una peli que seguramente tendrá recorrido en festivales y sobre todo porque tiene un corte muy europeo, de peli que se toma sus tiempos, pero que no por eso da como resultado algo malo. Queda en vos decidirte en ir a verla o no. Como siempre digo, apoyemos a nuestro cine nacional.
Mas allá de sus sentidas interpretaciones, en especial de un inspirado y transformado Oscar Martínez, Kóblic no creo que haga mucha mella dentro del panorama del cine argentino. Su marco histórico es sólido, el siempre espinoso tema de las desapariciones en el oscuro período de la Dictadura, pero su trama en especial no es tan sugerente como para destacarse entre tantas otras propuestas similares. Enfurece un poco que el guión del director Sebastián Borensztein y Alejandro Ocon no le escape a todos los lugares comunes del subgénero del forastero en tierra extraña. Las razones para que el héroe del título, un siempre correcto y sobrio Ricardo Darín, elija escapar a un pueblo en medio de la nada se van descubriendo a lo largo de la película con una espeluznante escena inicial, y luego con recuerdos en la mente del protagonista. No es muy difícil intuir qué es lo que hizo para tener que poner pies en polvorosa, pero la situación genera un halo de misterio interesante. el exilio de Kóblic cae en tierras muy conocidas, ya que desde el western se viene notando la llegada del héroe en desgracia, la desconfianza de los pueblerinos, la atención inaudita que le presta el -cómo no- corrupto comisario de la zona, y las hormonas agitadas de una joven en una relación turbulenta con su marido. Si al menos la fórmula cambiase un poco estaríamos hablando de otra cosa, pero Borenszein y Ocon no se ven preocupados por ello y todas las fichas caen sin esfuerzo alguno, en lugares muy obvios. La sombra omnipresente de su pasado amenaza una y otra vez con alcanzar al héroe, como es usual, y la primera mitad del film adolece de momentos llamativos, que le escapen a la norma. Por fortuna, la segunda mitad genera un nerviosismo insistente, con un impresionante juego de voluntades entre los personajes de Darín y Martínez, sacándose chispas el uno al otro con los fríos cálculos a los que se someten dos hombres que no ceden terreno nunca. En el camino quedan un par de revelaciones que amenazan con llevar la trama a otro nivel o susurros que quedan en la nada, pero las escenas finales le dan un cierre brutal a una historia que podía haber logrado más. Kóblic pudo haber sido otra huella en el cine argentino, pero se queda en una sencilla rascada a la superficie. De no ser por la inestimable ayuda de dos pesos pesados como Darín y Martínez, estaríamos muy cerca de una película clase B con Van Damme o Steven Seagal pero en suelo nativo.
De cómo eludir lo “testimonial” para contar la historia Un guión excelente, que sabe adaptar a nuestras pampas la tradición de los géneros asumidos. Un equipo de primera. Un elenco de lujo, desde los protagonistas hasta el último extra. Y un director con la mano exacta para aprovechar equipo, elenco, historia, y en especial los ecos de la Historia. Eso es "Kóblic", sin exagerar demasiado. En cierto modo, se trata de un western. Supongamos, uno donde un oficial de caballería se indisciplina y se manda mudar, asqueado por el asesinato de indios indefensos. Para la mentalidad de su cuerpo, más que un desertor es un traidor en tiempos de guerra. El clásico renegado al que conviene eliminar. Y al que sólo un amigo puede dar refugio. Pero ese amigo está peleado con el corrupto sheriff del pueblo vecino. Encima, hay una chica dominada por una bestia. Pero es muy difícil hallar un western con ese punto de partida. Menos, un sheriff en negocios turbios con un coronel del Ejército. Ahora, traslademos eso a 1977. Un oficial aeronáutico asqueado de los vuelos de la muerte. Los "servicios" lo buscan, un compañero de armas lo invita a volver con falsas promesas, el comisario advierte su condición militar, teme que haya venido a vigilarlo y busca sacárselo de encima. Y la chica quiere tenerlo encima. El relato es sólido, bien contado, no desbarranca nunca, provoca inquietudes, expectativas, también gratificaciones inhabituales. Pinta en dos diálogos mínimos, entre Ricardo Darin y Mercedes Oderico, el drama de tantas esposas de buenos militares que nuestro cine nunca dijo. Describe mejor que una película "testimonial" lo que habrá sido uno de esos vuelos. Nos sumerge en la realidad cotidiana de aquella época eludiendo totalmente el cine político. Más aún, le quita al cine político la exclusividad sobre ciertos temas, y les da a éstos otra perspectiva. Y lo hace con gran nivel en todos los órdenes. El autor es Sebastián Borenzstein, aquí con Alejandro Ocon como co-guionista. Son buenos observadores y buenos narradores. Darin personifica con toda precisión a un oficial de aquel entonces. Oscar Martínez se arriesga componiendo un comisario casi de sainete criollo, y a las pocas escenas ya tiene al público debidamente convencido (cómplice necesaria, la gente de maquillaje y peinado de Alberto Moccia). La española Inma Cuesta no sólo es linda y buena actriz, sino que logró hablar tal como una mujer del campo bonaerense (y nos consta que no está doblada). El resto, ya lo dijimos, también es de lujo: Mercedes Oderigo, el grandote Bernardo Forteza, Rafael Fernández Rosendo (el amigo de la familia), Marcos Cartoy (el peoncito), Ariel Gigena (el empleado), Marcelo D' Andrea (el superior que lo encuentra en la doma), etcétera. Después, alguien podrá discutir que los Skyvan como el que aquí vemos eran de Prefectura, y que el Comando de Aviación Naval solo usaba los Lockheed L-188 AF Electra, y acaso también un Douglas-DC3. Sobre esto hay detalles que todavía se ignoran, y mucha gente que prefirió callarse. Otros discutirán por la "desacralización" de un tema que consideran de su exclusividad. Pero eso es algo que al público poco le interesa. Sobre todo, cuando la película es tan buena.
Una buena estructura, pero con ladrillos que se resquebrajan. Tras dos comedias (La Suerte está Echada y la taquillera Un Cuento Chino), Sebastián Borensztein se anima con un drama. Aunque si bien es el primero que hace en cine, no hay que olvidar que él es el creador de TiempoFinal, aquel memorable unitario televisivo donde el suspenso estaba a la orden de cada episodio. En Kóblic une fuerzas con otro guionista de aquel memorable programa, Alejandro Ocón, para dar vida a una historia que aunque tiene su contenido político es más deudora al western y al policial que otra cosa. ¿Y Dónde está el Piloto? Corre el año 1977, la Argentina se encuentra en plena Dictadura Militar. El Capitán Tomás Kóblic de la Armada Argentina decide desertar tras participar en uno de los infames “Vuelos de la Muerte”, y se esconde en un pueblito de la Provincia de Buenos Aires. Por desgracia, su presencia no pasará desapercibida, ya que el Comisario local comienza a sospechar de sus movimientos. El guión de la película aunque claro en su estructura y las motivaciones de su protagonista, presenta problemas de fluidez en su recorrido; es una película de 90 minutos que se siente de más, particularmente porque se toma demasiado tiempo en establecer el conflicto principal. Aparte, el antagonista no tiene ningún motivo en concreto de porqué hacerle la vida imposible al protagonista. El interés romántico (aspecto que se desarrolla inverosímilmente rápido) está prácticamente de adorno, y no cumple ninguna función además de tener sexo con el protagonista o sufrir los golpes de su pareja. Por el costado técnico posee una eficiente dirección de arte, por no decir una excelente fotografía, donde no solo se animan a jugar con el contraste de luces y sombras, sino entre un color y otro; como explicitando a través de la imagen el secreto que guarda el protagonista. En el apartado actoral, no hay mucho que decir: Ricardo Darín entrega nuevamente una interpretación eficiente. Oscar Martínez entrega un comisario de pueblo al cual muchos les parecerá caricaturesco, aunque quien esto escribe debe destacar y puede confirmar ––con conocimiento de causa–– que conoció a muchas personas con el tono y las expresiones utilizadas por su personaje. Inma Cuesta entrega un trabajo decente; no pincha ni corta, pero tampoco lo hace su personaje en el guión. Conclusión Kóblic presenta una factura técnica y actoral impecable, pero lamentablemente su guión hace agua en apartados esenciales; una buena estructura, pero con algunos ladrillos en su fundación que se resquebrajan demasiado como para poder ignorarlos.
Kóblic es, sobre todo, una película atrevida y riesgosa. El cine argentino tiene una larguísima filmografía sobre los años de la Dictadura, pero no recuerdo trabajos que se animen a correr el punto de vista del lado de las víctimas y pongan su foco sobre la figura de un militar. [Escuchá la crítica completa]
Después un proyecto más modesto, Un cuento chino, Sebastián Borensztein vuelve a apostar al infalible carisma, convicción y naturalidad de Ricardo Darín para una propuesta más compleja. Con estructura de western rural y la dictadura como marco –los vuelos de la muerte-, Kóblic tiene algunos problemas de puesta y cierta redundancia narrativa, lo que no impide seguirla como un thriller atractivo y oscuro.
Un duelo de western Ricardo Darín y Oscar Martínez se enfrentan a la manera del Lejano Oeste en una película ambientada durante la dictadura militar y que, ideológicamente, tiene puntos discutibles. Como no puede faltar en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero, Kóblic es la tradicional película de Ricardo Darín del año. A esta altura una costumbre. ¿Una sana costumbre? La verdad es que sí, por varios motivos. Uno de ellos económico: sus películas siempre resultan un negocio, en primer lugar para sus responsables (director, productores, etc.), pero que también generan réditos para el Instituto del Cine, además de engrosar los números del cine argentino en los balances de fin de año. Pero todo eso no debería importar en una crítica. Desde este punto de vista hay algo que es mucho más importante: que Darín cumple. Pero mejor ir por partes. El relato transcurre en 1977, uno de los años más sangrientos de la última dictadura, y es la historia de un oficial piloto de la Armada. Pero no de cualquier oficial de la Armada, sino de uno que, tras haber pilotado uno de los vuelos de la muerte, decide desertar y esconderse en un pueblito del interior, abrumado por el conflicto moral que dicho acto le provoca. La idea es hacerse pasar por piloto fumigador y no llamar la atención de los escasos habitantes del pueblo. En particular del comisario Velarde, al que varios definen como un cuatrero. Y Darín está impecable, por supuesto. No menos cierto es que la mayoría de las criaturas que viene componiendo de un tiempo a esta parte pulsan más o menos las mismas cuerdas sensibles y dramáticas. El resultado es una galería de personajes homogeneizados y ubicuos, que funcionan ahí donde se los ponga, ya sea en un juzgado, en un edificio de siete pisos, en una ferretería, en una cátedra de derecho o, como ahora, en un pueblito del Lejano Oeste. Porque en Kóblic hay mucho western, incluso (o sobre todo) en ese tironeo moral del protagonista, ya que si de algo se ha ocupado este género es de la justicia, de las diferentes formas de ejecutarla y de los dilemas que de ellas surgen. Esta vez Darín tiene como contraparte a ese comisario interpretado con toda la bienvenida hijaputez de la que es capaz Oscar Martínez. Es en esa vívida repulsión que surge entre Kóblic y Valverde donde la película se asienta dramáticamente y no en los jugueteos morales algo manipuladores sobre los que se construye el personaje de Darín. Son esas escenas y no los remordimientos de Kóblic, las que hacen que la secuencia final (y con ella toda la película) pueda ser justificada. Porque si se piensa el desenlace en función de los dilemas del protagonista, todo se reduce a la mera fantasía de ver ganar a los buenos usando las armas de los malos. Es llamativo que un personaje de una moral tan innecesariamente irreductible (Sebastián Borensztein, el director y coguionista, termina haciendo que un oficial de la Armada en plena dictadura sea más bueno que el Gauchito Gil) no se dé cuenta que la justicia sumaria no sólo está mal en un caso, sino en todos. Sin embargo, aunque ese y otros reproches sean posibles, Darín y Martínez se encargan de construir con sus personajes una lógica narrativa para la cuál no hay otra salida posible que ese final violento. Claro que entregarles todo el crédito a los actores también es injusto. Porque ha sido Borensztein quien tuvo la capacidad de darles el espacio para generar ese vórtice de energía y para conducir el relato con pulso clásico. Del mismo modo, como sucede en muchas ocasiones con este tipo de propuestas, a veces no consigue eludir los trazos gruesos (el paralelo entre el perro herido y Kóblic) ni las metáforas fáciles (la anécdota del encendedor dialogando con el fuego del final). En resumen: mucho para disfrutar y mucho para discutir.
Cuenta con un gran duelo actoral entre los personajes interpretados por Darin y Martínez. El primero un ex militar callado, atormentado que huye de su pasado oscuro y tiene una tarea difícil que consiste en limpiar su memoria, participó en los más atroces crímenes, en los vuelos de la muerte (tiraban personas mientras volaban, al Río de la Plata) y se refugia un pueblo donde nadie lo conoce. El segundo es un comisario corrupto, sucio, despreciable, con una gran caracterización física. Por otra parte vemos una bella mujer que encuentra el amor pero intenta escapar de su vida y su pasado. Los actores secundarios fueron muy bien elegidos a través de un buen casting, y eso se nota porque tienen ese toque de pueblerinos. Es un film muy prolijo con una buena dirección de arte y en el que se destacan con su narración todos los elementos técnicos. El 29 de abril competirá en el Festival Málaga.
Al salir de la sala de cine, no pude evitar sentirme muy decepcionado por la película dirigida por Sebastián Borensztein. No encontré una cosa mal con esta película, sino varias: lenta, aburrida, con historia simple e inverosímil, y personajes sobreactuados y muy mal armados. La película, ambientada en la época de la dictadura, nos cuenta la historia de Tomás Koblik, un piloto militar que tras desobedecer una orden en un vuelo de la muerte, se convierte en un fugitivo para sobrevivir la persecución de los mismos militares. Koblik decide esconderse en un pequeño pueblo en medio de la nada, donde se cruza con un corrupto comisario que no se detendrá hasta conocer más sobre el oscuro pasado del protagonista. El elenco está integrado por Ricardo Darín, Oscar Martínez e Inma Cuesta. Debo admitir que una de las cosas que más me molestó de esta película fue la dictadura como excusa, como golpe bajo para llevar gente al cine. El problema acá, es que la película no ahonda lo suficiente en este tema como para justificar la elección. El personaje podría fácilmente estar escapando de cualquier cosa de su pasado, de cualquier otra equivocación u otro problema. No se sintieron conexiones reales con el relato ni hilos conductores argumentales sinceros para convencer al espectador. Siento que esto ya lo vi. Si la película ocurriese en Estados Unidos, el protagonista sería un ex-marine con un pasado oscuro en Afganistán y estaría escapando de la CIA o del FBI. No es nuevo ni innovador, sino aburrido y viejo. Ricardo Darín sigue actuando como Ricardo Darín, un personaje del cual es preso y hace años no puede despegarse de él. Como Francella logró romper con su figura cómica, nunca es tarde para Darín para arriesgarse con sus personajes, empezando a elegir papeles que lo hagan salir de su zona de confort. Oscar Martínez es el único que por momentos sorprende, pero el personaje es tan mediocre que todo lo que construye el actor se cae por la historia y el guión. Pudiendo aprovechar los hermosos paisajes rurales argentinos, la fotografía se siente más una copia de la fotografía, un “intendo de” en vez de crear algo nuevo. Este vez, la dupla Borenstein-Darín no tomó vuelo. Puntaje: 5 – La película no aporta nada, pero entre tanta producción mediocre del cine argentino, esta pelicula “zafa”.
Borensztein’s Kóblic seeks new outlook on the last military dictatorship’s death flights POINTS: 7 Kóblic, the new film by Argentine filmmaker Sebastián Borensztein (La suerte está echada, Un cuento chino) tells a story bound to deeply touch viewers because of the ominous scenario it unfolds in. The film’s title refers to Tomás Kóblic (Ricardo Darín), a military pilot in charge of one of the many planes used in the infamous death flights that took place during the last military dictatorship. In these flights, a large number of disappeared men and women were thrown alive from military planes into the sea to an abominable death. Kóblic knows very well that his refusal to be a part of such a macabre scheme will get him into a lot of trouble and may even cost him his life. So he flees Buenos Aires to hide in a God-forgotten small town where he gets help from a longtime friend. He also meets Nancy, an attractive young woman with an aggressive ex-lover. And though Kóblic keeps his identity secret, the more time he spends in the town, the more complicated his situation gets as Velarde (Oscar Martínez), a corrupt and violent chief of police, and his friends start to find out who he really is. It’s commonplace to say that Ricardo Darín and Oscar Martínez are accomplished actors, and yet it’s true to the point that their performances make a difference in an otherwise merely correct feature. Borensztein’s new opus is very well-directed at all levels, from cinematography to editing, and from art direction to sound design. For instance, there’s an unsettling, menacing feeling throughout the story, with some dramatic high points such as the confrontations between Kóblic and Velarde. For the most part, there’s an engaging pace and the screenplay is executed with precision. The thing is, Darín’s and Martínez’s characters are the most important elements to anchor the entire drama and their compelling performances give the film a distinctive air of authenticity. From a narrative standpoint, Kóblic is both a thriller and an intimate drama. As a thriller, it works fine to a certain point, more precisely halfway into the story, when it rather drags a bit as it’s easy to see what’s coming. But in the last third of the film, the story gains momentum and suspense, and the ending is pure poetic justice. As a drama, Kóblic is unnerving, to say the least. Guilt-ridden, fearful, but also determined not to give up, Kóblic’s feelings and thoughts are often not that clear to viewers and this ambiguity is welcome. After all, we’re talking about a complex character going through a crisis of conscience amid one of the worst periods in Argentine history. On the minus side, the subplot involving a romance between Kóblic and Nancy is underwritten — as is the character of Nancy — and so it doesn’t really add much to the core of the film. Had it not been included, the film would’ve been the same. Or perhaps it would have had a tighter focus on the drama faced by Kóblic. In a way, the romance is a mere distraction. The nature and effects of the last military dictatorship have been approached many times, and now Borensztein has found quite an original approach to talk about it from the perspective of an insider who dares not follow the orders he’s been given. Not necessarily a hero, but instead an antihero struggling against all odds. Production notes: Kóblic (Argentina, Spain, 2016). Directed by Sebastián Borensztein. Written by Sebastián Borensztein, Alejandro Ocon. With Ricardo Darín, Oscar Martínez, Inma Cuesta. Cinematography: Rolo Pulpeiro. Editing: Pablo Blanco and Alejandro Carrillo Penovi. Running time: 92 minutes. @pablsuarez
se pierde en el cruce de géneros y un guion elemental. Lo mejor de Kóblic está en la sinopsis del filme y en lo que actores o el director contaron en la previa. Algo que la película misma no muestra ni transmite, apenas insinúa: un señor atormentado por su conciencia, que se negó a bajar la palanca del avión Hércules que piloteaba en los "vuelos de la muerte" –durante la última dictadura–, decide huir a un pueblo perdido en el interior. Lo único verdadero es que no es una película sobre la dictadura: las razones de las angustias del personaje del capitán de la Armada Argentina Tomás Kóblic (Ricardo Darín) podrían haber sido otras. Nada hubiera cambiado demasiado en la trama si en lugar de los "vuelos de la muerte" la causa de los efectos hubiera sido diferente. Kóblic es un poco lenta, pero sobre todo despareja: tiene una dupla actoral extraordinaria, con Darín y Oscar Martínez en la cima de sus carreras, pero nunca en el mano a mano dan pie con bola. No hay tensión ni clima, el guion no ayuda a sostener diálogos más allá de lo formal e inocuo, y el resto del elenco resta. Vale un punto extra la caracterización de Martínez como el despreciable comisario de pueblo Valverde, aunque la maldad apenas se deje insinuar más por la imagen que por la construcción de un personaje complejo que ofrecía más recursos que los que finalmente tuvo. En general, en Kóblic no están bien resueltas ninguna de las relaciones, tanto las que vienen de antaño como las nuevas: no son creíbles y son demasiado naif las separaciones, los enamoramientos, los engaños, las sospechas, los descubrimientos, las afinidades, las complicidades y las escenas de acción. Todo planteado con el apuro de 92 minutos mal administrados, con muchos momentos concentrados en la imagen introspectiva de Kóblic –que más que arrepentido por momentos parece arrepentido de haberse arrepentido–, y pocos para la acción, o la interacción de sus figuras. La película de Sebastián Borensztein (La suerte está echada, Un cuento chino) es tan plana como el paisaje del campo en el que se sitúa la historia. Y así como a veces el tiempo parece detenido en algunos de esos lugares, la historia de Kóblic también, enredada en demasiados géneros. El horizonte –muy bien lograda la ambientación de aquel pueblo en 1977, con detalles cuidados al máximo– es apenas una línea en el fondo, y no hay que esperar demasiadas sorpresas. La expectativa por la llegada de un nuevo filme protagonizado por Darín y Martínez –con un Borensztein en la batuta, que volvía cinco años después– no queda satisfecha por un resultado débil que malgasta una buena idea sobre una trágica historia.
Como no puede esconderse, tendrá que seguir huyendo Apelando a los trazos del western, Sebastián Borensztein cuenta una historia de venganza purificadora entrecruzada por reproches de la conciencia en medio de un contexto de horrores extendidos. Alguna crítica la ha golpeado por este retrato sesgado de un piloto de los vuelos de la muerte que aparece al final, sino redimido, al menos humanizado. Curiosamente es la matanza la que termina de darle algún alivio y sentido a su martirio. Metáfora cuidadosa sobre lo que sucedía en ese tiempo, 1977, cuando el clima de delaciones, sospechas y muertes permitidas dejaban ver hasta en los confines más modestos (está ambientada en un pueblito olvidado) un trasfondo de barbarie, sometimiento, abusos y temores. El film técnicamente es impecable y se nota que Borensztein ha crecido como realizador desde “Un cuento Chino”. No hay escenas descuidadas, todo el elenco luce parejo, el guión tiene concentración y fuerza descriptiva y además cuenta con trabajos descollantes de dos de los mejores actores de nuestro cine: Darín se luce, otra vez al darle vida a este atormentado Tomás Koblic; y Oscar Martínez compone con rasgos farsescos a uno de esos villlanos del lejano oeste, que se rinde sólo ante la codicia y el comandante de turno. Crímenes misteriosos, amores desolados, secretos inconfesables, final con duelo en plena calle y miradas de soslayo ayudan a edificar una película bien interesante y narrada, que merodea por el thriller, que no le saca el bulto a los hechos históricos y que deja ver, esta vez de manera directa, el horror de aquellos vuelos. Pero es una película no un documental. No hay que disciplinar la ficción. La narración, más que abordar aquellos trágicos sucesos, sólo quiere hablar del sin sentido moral de un tipo asqueado por su pasado -no debe ser el único- que sueña con alejarse de todo (incluso de su pareja), un personaje que, al querer huir de aquellos crímenes, no le queda otra salida que seguir matando. En su horizonte no aparece el perdón. Sólo escapar de todo: de sus captores, de su remordimiento y de su pasado. Pero no hay escondite al que no llegue la conciencia.
Intentar algo similar al cine de acción, a la ética -y estética- del western en la Argentina es loable, básicamente porque la historia y la geografía de nuestro país parecen hechas para este tipo de relatos. Kóblic va por ese camino, actualizando los tópicos del género a la década de los setenta en nuestro país, y de algún modo la operación recuerda películas de Walter Hill como Traición sin límite o 48 horas. Darín interpreta a un capitán de la Armada que decide escapar del horror de la dictadura y refugiarse en un pueblo perdido. Pero allí se encuentra con un comisario tan duro como él y desconfiado, interpretado por Oscar Martínez. Los problemas comienzan y se van tensando, con corrupciones y secretos que llevan inevitablemente a la violencia. A contrapelo del tono de Un cuento chino, Sebastián Borensztein construye una ficción creíble en un mundo reconocible, y eso es algo loable. Hay ciertas inconsistencias y, en ciertos puntos, el pasado histórico conspira contra el verdadero núcleo, el duelo entre los personajes. A pesar de ello, la película no aburre y nos convence con su pintura sórdida.
Un western de la dictadura En "Kóblic", el director Sebastián Borensztein narra una historia ligada al horror de la dictadura, pero desde otra perspectiva, la del victimario. Arrepentido, sí, pero culpable también. Si el pueblo es chico, el infierno es grande. Pero un averno mucho peor es el que se asienta bien cerca nuestro, al norte de lo que sentimos. Dentro de nuestra cabeza, que escuchó, vio y tocó todo lo que recordamos, se encuentra la miseria más absoluta, esa repetición constante, un loop enloquecedor de aquello que no nos va a dejar en paz ni aunque vayamos al lugar más pacífico de la tierra. La premisa de Sebastián Borensztein es mostrar cómo el arrepentimiento no repara los daños que hemos hecho a menos que nos enfrentemos a ese pasado, como es el caso del capitán Tomás Kóblic (Ricardo Darín), que en los años de la última dictadura militar desertó y se refugió en el pacífico y olvidado pueblo Colonia Helena, ayudado por un amigo que trabajaba con aviones realizando tareas comerciales. Desde el primer encuentro con el comisario del lugar, Velarde (Oscar Martínez), será visto con malos ojos por el policía al sospechar que el nuevo vecino oculta algo. En tanto, Kóblic, que debía pasar inadvertido, se enamora de una mujer (Inma Cuesta) casada, lo que agrava las cosas. Ante la persecusión, que derivará en una investigación por parte del jefe policial, más el romance que lo pondrá en más problemas, Tomás deberá decidir si seguir escapando cargando con más peso su equipaje de conciencia, o si tomará una decisión que, a pesar de las consecuencias, lo saque de su mal. En este thriller disfrazado de western (el forastero que llega al pueblo y lo modifica íntegramente), Borensztein sabe cómo narrar una historia ligada al horror de la dictadura, pero desde otra perspectiva, la del victimario. Arrepentido, sí, pero culpable también. A pesar de la buena actuación de Darín, impermeable ante cualquier desafío actoral, quien se destaca en el largometraje es Martínez, mostrando una caracterización nunca vista en él, casi irreconocible hasta en la voz y haciendo sumamente odiable su personaje. Un in crescendo de la oscuridad -quizás el único error aquí es empezar tan livianamente- que se apodera del espectador recién pasada la mitad de la película, pero que a partir de ese punto no lo deja escapar, y empezamos a formar parte de esa conciencia inevitable que nos perseguirá el resto de nuestros días.
Un cuento argentino El director de Un cuento chino (2011) toma nuevamente episodios de la historia oscura argentina para su película. Si la guerra de Malvinas explicaba los conflictos internos del personaje de Ricardo Darín en aquel film, en Kóblic (2016) son los vuelos de la muerte durante la dictadura militar el motor del relato. Por supuesto no pasa desapercibido el punto de vista elegido (un piloto de rango militar arrepentido) para un asunto tan sensible en la sociedad argentina. Kóblic (Ricardo Darín), atormentado por su pasado y con su vida en peligro por negarse a seguir piloteando, se dirige a un inhóspito pueblo del interior con el fin de ocultarse un tiempo con su amigo aviador. Sucede que el comisario/dueño del pueblo es el maquiavélico Velarde (un caricaturesco Oscar Martínez) que se pone al fugitivo entre ceja y ceja. En el medio hay una historia de amor y una trama de venganza con tintes genéricos. La pregunta que surge en el abordaje del tema es ¿Para qué y para quién? Para qué elegir el punto de vista de un piloto militar ¿para reivindicarlo? ¿para mostrar que no todos dentro de las fuerzas eran culpables de lo sucedido? y también el para quién, pensando en un momento de social de marcado giro político con respecto a las políticas de derechos humanos. El tema es demasiado sensible para tomarlo tan ligeramente y como mínimo genera dudas. El asunto es que Kóblic es un western criollo. Su estructura remite a un spaghetti western donde todos los personajes son malditos pero algunos tienen límites morales distintivos del resto. De ahí se determinan los buenos y los malos. A saber: Kóblic es el “héroe maldito” que llega a un pueblo oprimido por el malvado “sheriff” a quién combatirá hasta las últimas consecuencias liberando a los habitantes del lugar. En el medio conquista a la chica, hace justicia por su amigo y elimina sus demonios personales. La estructura es la misma. Para que su personaje con semejantes antecedentes sea bueno, su contraparte tiene que ser despiadado. Y lo es, el personaje de Oscar Martínez es sádico, corrupto, feo y repulsivo: el Diablo en persona. Es una película de buenos y malos -o mejor dicho, de malos y malísimos- bidimensionales. Si el personaje de Kóblic ve un perro, lo sana. Si el del comisario lo escucha ladrar, lo mata. Cuando Kóblic está con la chica el sol brilla de fondo, cuando recuerda lo ocurrido en el vuelo de la muerte el fuego destaca sombras en su rostro. En el contraste sentimos mayor simpatía por Kóblic -sin que la demuestre- que por el resto, completamente despreciables. Kóblic es una película eficaz desde el género aunque en su ambición de tomar un tema complejo de base desentona con la irreal construcción que realiza. Algunas veces menos es mas.
Kóblic es un claro ejemplo de que todavía se pueden hacer películas situadas en el contexto de la última Dictadura Militar y que las mismas sean buenas y originales. Ejemplos como Infancia clandestina (2011), Pasaje de vida (2015) -aunque esté mal que yo lo diga porque soy su productor- y la reciente El almuerzo, sustentan esa premisa. Este estreno es un thriller que usa a su favor la historia del país en ese momento para plantear una situación similar a algunas que ya hemos visto en otras películas del estilo de héroes (o antihéroes) refugiados y que luego tienen que emerger porque se ven obligados por la situación y hacer justicia. También me gustó mucho como se abordó a los llamados “vuelos de la muerte”, momento infame si los hay y que aquí poseen una gran relevancia por la tremenda interpretación de Ricardo Darín en esas escenas. El llamado “gran actor argentino” honra siempre ese mote que bien ganado tiene. Aquí con lo justo, ni más ni menos, encarna a un piloto militar de buen corazón que huye de las Fuerzas Armadas luego de haber participado de una atrocidad. Y para seguir hablando de gran nivel actoral hay que aplaudir de pie a Oscar Martinez en la que seguramente es la mejor interpretación de su carrera. Su transformación (con ayuda de maquillaje) a través de gestos, miradas, posturas y forma de hablar es una maravilla y logra que odies a su personaje. El director Sebastián Borenzstein, redobla la apuesta de Un cuento chino (2011), que había sido su último trabajo, con una factura técnica soberbia y unos planos formidables. La paleta de colores también ayuda mucho para marcar el tono de la película, lo mismo que el buen montaje con inserts muy precisos. Lo único que no me gustó fue la música, me parece que se quedó corta y que no estuvo a la altura de la narración. Kóblic es una muy buena película que da cátedra actoral, muy bien dirigida y que cuenta una historia original dentro de una época muy oscura para nuestro país. Motivos sobran para ver este film, no se lo pierdan.
Decir que no y aguantar todo Tomás Kóblic podría ser un tipo común, pero no lo es. Es un piloto de la Armada que, en plena dictadura de los años 70, se fuga a un pueblo perdido llamado Colonia Elena y no quiere que nadie sepa que está allí. ¿De qué escapa Kóblic? Esa es la primera pregunta que se hará el espectador. En ese andar pausado de todo paraje pequeño cercano a la ruta, Kóblic intentará pasar desapercibido, pero le saldrá todo al revés. Primero porque el comisario Velarde (magistral composición de Oscar Martínez), que es el más poderoso del pueblo, sospechará de él. Después, porque Kóblic volará con una avioneta fumigadora, se le romperá el motor en la ruta, y no sólo se topará con Velarde sino que todo el pueblo se enterará de su existencia. Y por último, porque tendrá un romance con Nancy (Inma Cuesta, impecable), que está en pareja con un matón que no se bancará el engaño. “Kóblic” no llega a ser una gran película, pero tiene lo suficiente como para mostrar la historia de un hombre que lucha contra un sistema militar perverso, pero, sobre todo, lucha contra sí mismo (buen rol de Darín). Quizá le faltó a Borensztein darle un anclaje histórico más concreto y explicar por qué se llevaban a cabo los vuelos de la muerte, una práctica de la dictadura sobre la que no todos tienen la debida información. El final tiene algo de western y de héroe urbano. La calma chicha del pueblo se rompe y todo se transforma. O quizá Tomás Kóblic muestre realmente cómo es.
El director Sebastián Borensztein regresa con otra joyita del cine argentino, después de cinco años de su grandioso filme “Un Cuento Chino”. Esta historia, que contiene muchos elementos del western, fue elaborada junto al guionista Alejandro Ocon y se sitúa en la última dictadura militar que asoló al país. Tomás Kóblic (Ricardo Darín) es un piloto de la Armada que después de participar de uno de los célebres “vuelos de la muerte”, decide desertar y huye a un pueblo del interior llamado Colonia Santa Elena. Allí espera pasar desapercibido hasta decidir qué hacer con su futuro, pero el corrupto comisario Velarde se obsesiona con descubrir qué hace ese porteño en sus dominios. Durante su estadía en el pueblo, Kóblic se enamora de Nancy, interpretada genialmente por la española Inma Cuesta que no deja ver ni rastro de su acento castizo. La impresionante caracterización de Oscar Martínez como el comisario Velarde también es de lo más destacable y apenas se lo puede dilucidar detrás de ese peluquín, dentadura postiza y una tonada verdaderamente pueblerina. Darín como siempre es impecable en su interpretación, pero también eso forma parte del argumento de quienes critican que “Darín siempre hace de Darín”. Aquí se repite la fórmula de sus personajes sombríos, pensativos y, hasta me arriesgo a decir, frustrados. Desde lo técnico, las tomas aéreas son exquisitas y el director y guionista logran crear un emotivo clima referencial, pero sin apelar a los típicos elementos testimoniales de la época. La oscura escena que recrea un “vuelo de la muerte” es impactante desde lo contextual y genera una desesperación tan grande que dan ganas de saltar de la butaca. Sin duda, este filme junto a “Al final del túnel” de Rodrigo Grande (protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri), se convertirán en las más vistas de la temporada y con justo merecimiento.
El fugitivo del horror Tras cinco años, el director Sebastián Borensztein regresa a la pantalla grande con un western que reúne a dos grandes “pistoleros”: Ricardo Darín Y Oscar Martínez. Luego de La Suerte está Echada y Un Cuento Chino, la lógica indicaba que el siguiente film del director Sebastián Borensztein sería otra comedia, pero lo cierto es que uno de los herederos del gran Tato Bores optó por cambiar de género y encaró su siguiente trabajo situándolo en el oscuro período que abarcó la última dictadura militar que asoló al país entre los años 1976 y 1983. Pero no sólo a eso se animó Borensztein sino que también pergeñó junto al guionista Alejandro Ocon una historia más parecida a un "asado-western" (este término empleado en obvia referencia a los spaghetti western que se hacían en Italia) que a una película testimonial, sin pensar los riesgos que supone semejante apuesta. El Kóblic del título es Tomás, un piloto de la Armada que decide desertar de la fuerza tras participar de uno de los tristemente célebres "vuelos de la muerte", y que huye a un pueblo del interior del país llamado Colonia Santa Elena, donde un amigo lo refugia y le da trabajo mientras piensa en un destino mejor. Sin embargo, Kóblic no tarda en entrar en contacto con Velarde, el comisario local, tan corrupto como desagradable, y que se obsesiona muy pronto con descubrir qué es lo que hace ese "porteño" en sus dominios. Si bien el argumento suena sencillo, a poco de comenzar la película la intriga se hace con el dominio de la pantalla y tiende lazos por aquí y por allá, sobre todo con la inclusión de Nancy, una poco atípica "damisela en desgracia" que interpreta la española Inma Cuesta y que despierta en Kóblic algo de la humanidad que ha adormecido en su interior. Pero a no engañarse, puesto que el que en un primer momento puede parecer el héroe del film, se revela en su accionar como una persona fría que por momentos hiela la sangre con sus decisiones. Darín, sólido como en la mayoría de sus trabajos cinematográficos, se muestra cómodo en la piel Kóblic; a pesar de que muchos críticos se vayan a quejar de que "hace de Darín" que es lo que su público compra cada vez que va al cine a verlo. Este Kóblic lleva su carga pesadamente durante toda la película y este motor emocional le funciona a la perfección para traerlo al plano humano y confirmar los dichos del actor de que "no es un héroe, ni siquiera un antihéroe". Sin embargo, si hay una actuación por la que vale la pena ver este filme es por la impresionante caracterización de Oscar Martínez. El hombre de la sonrisa hosca, no se reconoce a primera vista (ni siquiera en el póster promocional del filme) gracias a las capas de maquillaje, peluquín y hasta unos horribles dientes postizos que se complementan con su gestualidad y un acento verdaderamente pueblerino. Una maravilla que deja de lado la imagen clásica de los personajes que le han tocado en suerte a lo largo de toda su carrera y que le abre una nueva puerta de acá al futuro. La española Inma Cuesta también realiza un gran trabajo, impresionante si se tiene en cuenta que no sólo interpreta a un personaje que hasta unos días antes de empezar a filmar le era totalmente ajeno, sino que lo hace sin dejar rastro de su acento castizo. Increíble pero real (y sin doblador). También hay revelaciones en Kóblic como es el caso de Marcos Cartoy Díaz que aquí compone al ayudante de Kóblic en el aeródromo donde éste trabaja y cuyo personaje crece con el correr de la trama hasta convertirse en alguien fundamental. En el plano técnico, Borensztein consigue crear con climas y momentos de gran tensión con planos e iluminación correctos, sin contar con una gran cantidad de tomas aéreas realizadas "a la vieja usanza" que le imprime al producto un dejo de clasicismo. Hay además, una oscura escena que recrea un "vuelo de la muerte" que provoca una sensación que oscila entre la desesperación y la angustia más profunda. En definitiva, nos encontramos ante un gran filme de manufactura nacional, digno de una buena crítica pero aún más de del favor del público -no sólo del que sigue a Darín- que lo puede convertir en uno de los más taquilleros en un año que ya es récord para el cine argentino.
Una sombra ya pronto serás No se puede negar que Kóblic es una película arriesgada. En primera instancia, se anima a registrar el horror de los denominados “vuelos de la muerte” y a utilizarlo como tema para construir la culpa que pende sobre su personaje principal y que lo lleva a tomar las decisiones que toma en la película, que es en el fondo un policial rural con estructura de western. Riesgo que está presente al poner en el centro a un personaje antipático como el que interpreta Ricardo Darín (culposo o no, es un personaje que hizo lo que hizo), y con el que nos vemos obligados a empatizar ligeramente: integrante de la Fuerza Aérea, se negó a completar una de las misiones con las que los militares durante la última dictadura arrojaban detenidos al río, y ahora se esconde en un pueblo donde las Instituciones superiores no parecen tener presencia. Es 1977, la etapa más violenta del gobierno de facto. También es arriesgada la decisión del director Sebastián Borensztein de, primero, pensar en Oscar Martínez para rol del comisario del pueblo, y posteriormente construir ese personaje, que es en sí una caricatura del poder más aberrante y que impacta fuertemente con el contexto más naturalista que busca el film, poniendo en crisis su propio verosímil. El comisario que aparece en Kóblic es un tipo decididamente desagradable, la personificación del mal más radical, un personaje que a partir de la caracterización que logra Martínez adquiere una fisicidad inhabitual para el cine argentino: tal vez hay que irse hasta el Julio Chávez de Un oso rojo para encontrar una composición similar. Su Velarde es en cierta forma el espíritu del film y el que potencia la parte más polémica del trabajo de Borensztein: porque para que el personaje de Darín pueda sostener cierto vínculo con el espectador -Kóblic viene a representar la violencia más solapada y en apariencia ingenua del obediente hacia las instituciones-, era necesario enfrentarlo al que ejerce el poder violento de manera explícita e impune, y lo representa con imposible ánimo reivindicador. Kóblic pone en juego dos formas del horror y las hace friccionar, ahí logra sus mejores tensiones: Darín y Martínez, está dicho, están soberbios. Curiosamente los aciertos del director son más evidentes cuando se balancea con inteligencia en los terrenos más problemáticos de su película. Si Kóblic es un anti-héroe, la construcción que vemos en la pantalla evita cierta mitificación incómoda. Está claro que aún con elementos típicos del policial de venganza, no hay en esa justicia por mano propia que ejerce Kóblic una exoneración de culpas. Este militar no es una suerte de Charles Bronson supliendo a las instituciones, sino más bien un tipo que acciona para borrar sus propias huellas en el afán de convertirse en una sombra. Si ayuda a alguien en el camino, en verdad lo hace de casualidad: al personaje lo mueve un ánimo individual. En eso se aleja de los héroes tradicionales del western, a quienes movía un ánimo mayormente social en la reinstalación de un orden que en el fondo simbolizaba el avance de la sociedad. Kóblic es más reptil, sin ser un tipo desagradable. Borensztein ahí, además, captura un espíritu de época en Argentina: el sálvese quien pueda. Por eso que ante la solidez de algunos aspectos del film, fundamentalmente sus dos personajes principales, el relato se resiente en asuntos vinculados con la estructuración de los giros dramáticos. El romance de Kóblic con una joven del lugar (Inma Cuesta, actriz española que luce un forzado hablar bonaerense) y la posterior aparición de un marido abusivo parecen elementos algo apresurados, evidenciando la necesidad del guión por hacer avanzar acciones de segunda línea que motiven los cambios en la primera capa del relato. Ese romance, que es una subtrama apenas funcional, tiene la dudosa capacidad de humanizar al militar, aunque también es cierto que el vínculo está mostrado, desde la perspectiva masculina, con una fuerte dosis de desapasionamiento: hay algo necesariamente sexual, que en definitiva (y conocidos algunos detalles) simboliza para los amantes una forma de huida. Todo esto, sumado a desniveles interpretativos, hace que por momentos la película pierda solidez expositiva o se le noten demasiado algunos hilos. Si la serie de giros lucen un poco deshilachados como apresurados y sin la suficiente energía que brinda el rigor narrativo, y algunas metáforas (la sanación de un perro) son ya un poco recurrentes, Kóblic se asegura -como decíamos- a partir de sus personajes sólidos y en la distancia justa con que registra las acciones, una suerte de anticuerpo contra sus propias fallas, que son más estructurales que discursivas. En este sentido, hay que señalar que el abordaje del western es tanto funcional como una forma interesante de repensar un Estado por medio de la forma en que la Ley se administra. Si el western simbolizó para el cine norteamericano una moral constitutiva, el film de Borensztein termina reflexionando -a través de ese género- sobre la ausencia de una moral y, ante el desamparo, de una búsqueda de identidad por medio de la violencia. Ahí se entiende la necesidad de Kóblic por, en determinado momento, calzarse sus ropas oficiales, a plena luz del día, para ejercer un último acto definitivo. Todo esto, antes de evadirse y convertirse (otra vez) en una sombra. Borensztein corta el film en el momento justo: la historia es una herida que no termina de sangrar, parece decir la película.
Algo de olvido y bastante perdón Desde los parámetros del cine de géneros, Kóblic confronta a un piloto de los vuelos de la muerte con sus fantasmas. Lecturas encontradas, que desvarían la mirada crítica. Un militar como héroe del relato y las casi "disculpas" por el tema abordado. Llama la atención que entre los comentarios que circulan alrededor de Kóblic, de Sebastián Borensztein, algunos se hayan preocupado por aclarar que si bien se trata de una película sobre "los vuelos de la muerte", también es otra cosa. Casi a la manera de una alerta, dedicada a tranquilizar a espectadores potenciales que, se supone, inmediatamente elevarían quejas al cielo ante "otra película sobre la dictadura". Lo estrictamente cierto es que Kóblic no es otra cosa más que una película sobre la última dictadura militar. Vale emparejarla con la filmografía del director, para situarla de manera cercana a Sin memoria (2010) y Un cuento chino (2011). Tal como lo figura el título de la primera, la construcción de la memoria está en peligro, y más vale preocuparse, no vaya a ser que uno de estos días, uno se despierte y no recuerde demasiado quién es ni de dónde viene. Un cuento chino, en tanto, comparte con Kóblic la estructura dramática: si en aquella, la guerra de Malvinas era el telón de fondo del personaje principal, de revelación final, en ésta hay una misma concepción para el Kóblic de Ricardo Darín, piloto de los vuelos de la muerte que lidia con su angustia. A diferencia del film anterior, acá el motivo está claro desde el vamos, a partir de una información gradual que se completa entre los sueños y rememoraciones de este capitán de la Armada. Es 1977. De manera furtiva, sin dejar rastros, Kóblic se esconde en el pueblito de Colonia Santa Elena. Algunas indicaciones bastan para que el espectador se sitúe; es decir, Borensztein sabe manejar de manera clara las referencias dramáticas: una pareja fugitiva, una llamada telefónica, ella lo abandona tras algunas indicaciones, él se ocupa en un trabajo, esconde sus armas e identidad. El pueblito tiene un comisario de peluquín, malísimo (Oscar Martínez); una mujer bella y sola, de vida detenida (Inma Cuesta); y un tugurio donde se bebe y visitan mujeres. Es decir, vínculos que remiten al western a la vez que definen los cruces y enfrentamientos entre los personajes. La nueva ocupación de Kóblic es también en un avión, ahora fumigando. Un desperfecto en pleno vuelo le causa un primer cruce con el comisario Velarde. A partir de allí, la sucesión de sospechas crece, mientras Velarde procura reestablecer la tranquilidad que él sabe cómo organizar, en consonancia con los dictámenes de su coronel, la alcahuetería, el uso licencioso del whisky, nafta y chicas, el gatillo fácil y los interrogatorios. De manera simétrica, Kóblic busca mantenerse invisible, mientras los sucesos le llevan a adoptar un rol diferente: el piloto de los vuelos de la muerte entrará en acción, será capaz de enamorar, y a la manera de tanto relato de redención, enfrentará sus fantasmas. Ahora bien, lo insoportable es que el héroe sea, justamente, un militar. En este sentido, hay mucho detalle que hace ruido, por permitir al film la posibilidad de exculpar a su personaje. Desde este punto de vista, vale aclarar y por las dudas, no se trata de discutir si hay o hubo militares poco convencidos de su tarea, sino de que sus crímenes son incontestables. Es cierto que el film de Borensztein recrea el hecho criminal militar como indudable, pero también lo es que lo hace desde las ensoñaciones del personaje, rasgo muy discutible. Todavía más al permitirle la confrontación y superación del mismo, algo que despide lecturas encontradas. Como ejemplo, un procedimiento similar se da en La lista de Schindler, donde Steven Spielberg recrea las cámaras de gas en forma de duchas y agua. Lo hace desde el suspense, a partir del conocimiento previo de todo espectador sobre el hecho aberrante, pero allí cuando debía salir gas, sale agua. No vale pensar si hubo o no duchas y agua en algunos campos de concentración, lo que importa es recordar que sí hubo cámaras de gas. Si el hecho se altera, la duda aparece. Por eso, aplicar los parámetros del antihéroe norteamericano a un militar argentino de los '70, es un riesgo. Si en aquel tipo de relato, el héroe es un personaje caído, de moral ambigua, acá la historia es otra -así como con el Holocausto, es por esto que La lista de Schindler es una de las peores películas de Spielberg-. El Kóblic de Darín es alguien que hace justicia por mano propia, celebrado en su accionar. Este rasgo sucedía de manera elocuente en la exitosa El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, donde el personaje de Darín -en quien la ley encarna- hace la vista gorda a la tortura final: un ojo por ojo ajeno a la prédica por la justicia de los organismos de derechos humanos. Además, Kóblic es "disculpado". Sea por la "no intervención total" en los vuelos que lo mortifican, sea por la adhesión final que el desenlace le depara. El film hubiese sido, por esto, mucho más arriesgado de haber evitado tales "amabilidades", así como por desvanecer la extrañeza sexual -con ecos raros, de síndrome de Estocolmo- entre Kóblic y Nancy (Inma Cuesta): la resolución es bien tonta por ajena a lo que incitaba; así, Kóblic queda inmaculado, y la pareja de Nancy, inculpada. Por último, al permitir la redención de su personaje, Kóblic, la película, avanza hacia un después que, más allá de cierta fuga infructuosa que podría tener el personaje, replica de otros modos en los tiempos actuales. Como si fuese un "mirar hacia adelante", con los ojos puestos en lo que sigue, antes que seguir varados en lo ocurrido. Quien escribe duda de que sea ésta la mirada de Sebastián Borensztein, pero su película admite tales lecturas, en una superposición de capas semánticas que terminan por bloquear lo que no se debe. No hay olvido, no hay perdón. Tampoco para Kóblic, le guste o no a su director.
Esta realización, la quinta de Sebastián Borenstein, presenta una grave dificultad a la hora de establecerse en el punto de su análisis. Toda una dicotomía puesta en juego, entre la lectura del texto per se, la presentación de la historia, la construcción y el desarrollo de sus personajes. Como así también tanto al tratamiento que se le da como producto terminado como a los personajes de manera particular. Si bien, y parafraseando al filme de Bille August “Con las mejores intenciones” (1992), texto escrito por Ingmar Bergman, en ningún momento de su desarrollo el director parece estar juzgando al personaje protagónico, y esto podría ir en su beneficio, pero también puede verse como un camino de redención o de arrepentimiento, así simultáneamente instala cierta situación de empatía hacia el publico y desde éste. Lo que no deja de producir cierto fastidio ni dejar de ser interrogativo después de verlo. La historia se establece en 1977, un capitán de la armada huye cuando la situación imperante y las actividades que le obligan a realizar cruzan sus límites de tolerancia. Pero cuál es el límite entre lo moral o lo inmoral. En algunas cuestiones el límite no puede ser personal. Es o no es. Este es el primer contratiempo de la película. Y el que termina por sostener ese desglose conceptual. Tomás Kóblic (Ricardo Darin) acaba por ser un renegado de sus camaradas y de su propia condición cuando se niega en ser partícipe de unos de los “Vuelos de la muerte”, arrojando personas al Río de la Plata en pleno vuelo, manera habitual que tuvo la dictadura militar entre los años 1976/1983 de asesinar personas y hacerlas desaparecer. (Lean la carta de Rodolfo Walsh de marzo de 1977). Finaliza su huida cuando encuentra la posibilidad de refugiarse en la residencia de un viejo amigo de su padre, en Colonia Helena, donde trabajara como piloto de un avión fumigador, pero su pasado lo condena. Ahí intentará permanecer oculto, pero sin percatarse que la única ley que domina es la del comisario Velarde (Oscar Martínez), un bandolero disfrazado con el cargo de jefe de policía, cabecilla de una banda autóctona, y no tanto, que se dedica a todo tipo de actos deshonestos, incluido el robo de ganado, poseedor de sombríos lazos con los militares. El comisario Velarde no tolera al que no conoce y del que nada sabe, sospecha, y Kóblic en “su” pueblo lo perturba. La historia cobra vida tal cual un western, o un thriller, a campo abierto, con la tensión propia de ambos géneros. Lo que no se resuelve es esa empatía establecida por el tratamiento fílmico, cuya estructura narrativa lineal, con inserción de pequeñas analepsis que sirven para ir construyendo las razones del accionar del capitán Kolbic al mismo tiempo que debe enfrentar a su antagonista. Poseedora de una buena estructura narrativa, un guión bien escrito, que no deja nada librado al azar, su única contrariedad es la posibilidad de la doble lectura. Y un pequeño desliz, digamos de continuidad, en una escena, que es un punto de quiebre del relato, escena registrada en un rodeo, Kolbic aparece más Darín que nunca, digamos, con más canas en su cabello que en el resto del filme, pero quien se fija en esos detalles Posiblemente lo mejor de esta producción sea su dirección de arte, desde las locaciones elegidas, la puesta en escena, la elección de los planos, el montaje clásico, la fotografía como sustento necesario, con música acorde al ritmo impuesto por las imágenes. Todo esto apoyado en las excelsas actuaciones, tanto el dúo protagónico, en el que Darín lo hace desde el naturalismo a ultranza, él es un capitán de la armada, (quien dudaría), hasta la composición del personaje que realiza Oscar Martínez, de la misma manera que Don Corleone es Marlon Brando, no habrá otro comisario Velarde. Acompañados por un grupo de actores que no les va en saga, principalmente, y en primer término, la española Inma Cuesta.
“Kóblic” es el tercer largometraje de Alejandro Borensztein (las anteriores “La suerte esta echada” y luego “Un cuento chino”). Es un thriller policial de ficción que incorpora en el relato hechos verídicos en forma de flashbacks de los llamados “vuelos de la muerte”. El protagonista Ricardo Darin interpreta a Tomas Kóblic que es un militar aeronáutico fugitivo y el antagonista Oscar Martínez que interpreta al miserable comisario Velarde, del pueblo Colonia Elena donde transcurre la historia. El trabajo de ambos es excelente, Darin se sabe manejar y siempre queda en buena posición revalidando su gran talento; y la transformación de Oscar Martínez para interpretar al comisario, componiendo una postura, desde la colocación de la voz, los dientes… la actitud, todo da como resultado un trabajo impecable. Del guión esperaba un poco más. Es una buena historia, tal vez con un corte diferente, el resultado hubiese sido otro. Se cuenta mucho, y es mucha la información. Todo esto lleva sus tiempos. Como si fuera un primer boceto y faltase seguir “puliéndola" hasta tener la edición final. La fotografía es maravillosa. Acompaña muy bien la española Inma Cuesta, que interpreta a Nancy, la novia de Kóblic. Subrayo una escena, que entiendo es como una suerte de homenaje a los militares honestos que seguramente los hubo y hay, y es cuando el protagonista desempolva y se coloca con orgullo su traje. Para hacer lo que su conciencia le indica. Sin obediencia debida. Para disfrutar en pantalla grande.
Llega el estreno de Kóblic, última película de Sebastián Borensztein con Ricardo Darín y Oscar Martinez. Año 1977, el capitán y piloto de la Armada, Tomás Kóblic (Ricardo Darín) a pocos días de su retiro, se refugia en Colonia Helena, un pueblo dominado por el corrupto comisario Velarde (Oscar Martinez). Huye después de desobedecer una orden cuando piloteaba un avión en los denominados vuelos de la muerte. Pero en el lugar en que cree encontrará algo de tranquilidad trabajando como piloto de un avión de fumigación, encontrará nuevos obstáculos y un clima hostil que no es ajeno al que vive el país en ese año. Hay en Koblic cierta idea de justicia que transita un borde de malentendido. Porque no se trata de un hombre que se convierte en héroe o que se redime salvando algunas personas y matando a otras. Si no más bien, de alguien que fue cómplice de terrorismo de estado, aunque en un momento tomó conciencia del horror, su negativa a abrir la puerta de un avión para arrojar cuerpos al rio en uno de los tantos vuelos de la muerte, lo lleva a alejarse de todo, a tomar distancia. Y en ese huir, encuentra otra condena, pero por motivos muy disimiles. Se convierte en sospechoso de ser un espía, en alguien que llega a un pueblo olvidado para patearle el nido al más corrupto de los comisarios y es protagonista de una historia de pasión clandestina. Pero en la condena de la que será objeto, la noción de justicia real, aquella que se vale de denuncias, de juzgar en un tribunal y de cumplimiento efectivo de pena, está totalmente ausente. Por lo tanto, cualquier identificación romántica con el personaje de Kóblic, aquel que dijo No en un momento, que cura a un perro, que da coartada a un inocente, que salva a la dama, y que se carga a otros malos, lo acerca equívocamente a una idealización, pero no hay que perder de vista su condición de cómplice de crímenes de lesa humanidad. Más bien hay que hacerse a la idea que su pasado, su presente y su futuro seguirán torturándolo hasta su muerte. Y que en su devenir errático, no sabemos dónde irá a parar y quizás, él y muchos otros que tomaron parte de la misma acción, están caminando entre nosotros. Sebastián Borensztein y el coguionista Alejandro Ocon ubican ciertas ideas asociadas que resultan interesantes y transitan un filo de correlatos: el piloto del vuelo de la muerte se convierte en fumigador de plagas, con la omnipresente idea de “exterminio”, la noción de traición agazapada en cada acto. La obediencia y desobediencia a superiores, la cadena de mandos. Todos temas que en Kóblic se transforman en elementos que conjugan una historia que es en definitiva una aventura, con un marco histórico mucho más perturbador. Por el lado de las actuaciones hay que destacar que el trabajo de Darín es sobrio, efectivo pero la labor de Oscar Martinez adquiere una enorme espesura, al transformarse en un ser totalmente desagradable, cambiando su habla y postura. La española Inma Cuesta está a la altura de un elenco con secundarios sin fisuras. A la vez que el brillo de la impecable factura técnica y la pintura sin fisuras del ambiente rural, del “Pueblo chico infierno grande”, de las magnificas tomas aéreas, del admirable cruce entre western y film noir, es lo que puede opacar su condición de film de denuncia y hacer perder de vista las diferencias entre historia y relato. Es decir, lo que se está contando (el derrotero de un hombre moralmente cuestionable, en un marco histórico trágico) en oposición a cómo se lo cuenta (en clave de aventura). El resplandor de la realización nublando la visión de que Kóblic, el personaje, no la película, es totalmente despreciable y que lejos está de ser ejemplo al género humano.
Pueblo chico, infierno grande Ante todo hay que aclarar que “Kóblic” no es una película sobre la última dictadura militar. Lejos está del cine testimonial. Ese capítulo doloroso de la historia argentina es el contexto elegido para situar la historia y también parte del clima opresivo, de contenida violencia, que la rodea. Los años de plomo se corporizan apenas en los recuerdos del protagonista, asociados con los “vuelos de la muerte” y en un grupo de matones que se moviliza en un Falcon verde, dos de las muchas variantes que tuvo el horror. Pero, si nos ceñimos al argumento, locaciones y características de los personajes, la obra de Sebastián Borenztein es un western psicológico, que hasta incluye el duelo final entre el “bueno” y el “malo”. A pesar de todos los matices que le incorpora el mentado marco histórico, Kóblic es un eco del cowboy de oscuro pasado que llega a un rincón apartado donde rige la ley del más fuerte para poner las cosas en orden. Un pausado prolegómeno introduce en la historia, que arranca a mediados de 1977. Un hombre maduro llega a un paraje rural llamado Colonia Elena para trabajar como piloto de un avión fumigador. Pronto se revela que es el oficial de la Armada Tomás Kóblic (Ricardo Darín), que acaba de desertar. Una serie de flashbacks bien dosificados revelarán el motivo de la huida: participó, a su pesar, en uno de los vuelos en los que arrojaban a personas secuestradas por los grupos de tareas del gobierno militar. Lo cual le plantea un conflicto moral y un tremendo trauma que intenta ahogar en el whisky. En ese “caserío que no le importa a nadie”, se cruza con el comisario Velarde (Oscar Martínez), que representa el poder omnipresente del lugar, identificado por todos como “cuatrero” o “delincuente”, quien mantiene siniestras conexiones con los caudillos militares. Y comienza un romance con Nancy (Inma Cuesta), pareja del sórdido propietario de la estación de servicio de la zona. Aunque trata de muchas maneras de permanecer al margen de los acontecimientos, amparado en el anonimato, Kóblic inevitablemente hace desplomar el frágil armazón sobre el que se asientan las relaciones de los habitantes del pueblo. Y ante el apremio, deberá acreditar su pasado de militar para suprimir las injusticias, cumplir con el mandato paterno (al que se alude en forma metafórica, a través de un encendedor) y exorcizar los demonios interiores. El carisma de Darín Aunque en este caso le toca lidiar con un personaje más complejo y sombrío que el de pintoresco hombre común que exploró en varias de sus películas (con excepción de las dos que hizo bajo la tutela del malogrado Fabián Bielinski, “Nueve reinas” y “El aura”), Ricardo Darín se mantiene en la línea de sus actuaciones más poderosas, ésas que apelan a una amplia gama expresiva pero no renuncian nunca a la sobriedad. En cierto modo, el Tomás Kóblic parco, algo misántropo, que compone remite al ferretero de “Un cuento chino” (2011), también dirigida por Borensztein. No es ninguna novedad que se trata de uno de los actores argentinos de mayor carisma, por eso el film se apoya siempre sobre sus hombros. Dentro de un elenco que opta por composiciones naturalistas, la interpretación de Oscar Martínez parece desentonar al principio con su exagerado artificio. Sensación que se acentúa por tratarse de un actor muy conocido por el público, que en este caso personifica un villano de una sola pieza, muy alejado de sus papeles habituales. Sin embargo, una vez asimilado el marcado acento pueblerino y las maneras de moverse, que lo tornan casi caricaturesco, encaja a la perfección en el engranaje argumental de la película, sobre todo para establecer el contrapunto con Kóblic. La española Inma Cuesta cumple en su papel de mujer atrapada en una especie de telaraña, que encuentra en el militar desertor una vía de escape del infortunio. Aunque el vínculo con Kóblic es algo apresurado, su actuación contenida se ensambla con precisión al desarrollo, lento pero implacable, de la acción. Para no revelar detalles esenciales, diremos únicamente que el film tiene ciertos puntos discutibles, que reabren debates que a esta altura deberían estar ya superados. Y que la conclusión es un tanto atolondrada, esquemática. Quizás un mayor desarrollo de los personajes, en especial el del comisario, hubiera contribuido a justificar giros argumentales que, dadas las circunstancias, parecen forzados. Sin embargo la convicción de los realizadores, la cuidada ambientación que tiene muy en cuenta los detalles y la enjundia de los actores hacen de “Kóblic” un trabajo eficaz.
Un eficaz western con identidad e historia argentina En "Kóblic", Sebastián Borensztein cuenta con actuaciones para el aplauso de Ricardo Darín y Oscar Martínez. En junio de 1977, "el Polaco" Tomás Kóblic cumplió su última misión desde la zona militar de Aeroparque, en Buenos Aires. Todavía le faltaban unos años para retirarse pero, al decir de sus compañeros de armas y superiores, "flaqueó". Procurando huir de esa vida, se refugia en el hangar de fumigación de Alberto, un viejo amigo de quien nadie sabe, en un pueblo perdido de la Pampa Húmeda. Pero la violencia está enquistada en lo más profundo de las entrañas de la sociedad y no hay manera de desterrarla del presente que, además, parece confabulado con los fantasmas del pasado para impedir que el hombre escape a su destino. Klóblic es un thriller y un policial, pero también un western de la "w" a la "n", que utiliza el contexto histórico de la Argentina de los '70, no para regodearse en las pancartas, sino para encontrar en él a los personajes típicos de un género cinematográfico, cuyas formas narrativas y visuales encontraron espacio en latitudes alejadas del Oeste norteamericano. Aquí, el protagonista Kóblic se ve llevado por sus circunstancias a un paraje perdido en una geografía casi inhóspita, donde el tiempo parece detenido y los hombres y mujeres, fundidos con el paisaje. Allí, Verlarde, un comisario violento y corrupto rige con una "ley" sin ley; allí también están los seres honestos, siempre dispuestos a ayudar al forastero; y la dama en apuros a quien rescatar (Inma Cuesta). Sebastián Borensztein volvió a recurrir a Ricardo Darín, protagonista de su anterior filme, Un cuento chino (2011), para componer a un antihéroe en busca de redención, y una vez más acierta con un intérprete que sabe utilizar el mismo cuerpo y gestualidad para darle entidad única a su criatura. En la vereda de enfrente y como representación del "destino" y de todo lo que "el Polaco" quiere dejar atrás, está Velarde, un trabajo nada frecuente para el actor Oscar Martínez. Su impecable construcción de personaje merece un párrafo aparte. Martínez ofrece al observador la imagen y don de un hombre rústico, criado en el campo, desconfiado, acostumbrado a ser peón de alguien más poderoso. Velarde es preso de un condicionamiento personal que, no obstante, no justifica sus malas elecciones. En el western, donde el paisaje es casi otro personaje, el fotógrafo elegido es fundamental y Rodrigo Pulpeiro (con varios créditos laborales en títulos notables de la filmografía argentina) no modifica, sino que enfatiza con sutileza las luces y sombras de la paleta a mano. Un efecto similar produce la música de Federico Jusid (hijo del cineasta Juan José Jusid y la actriz Luisina Brando, compositor de música contemporánea y autor de la banda de El secreto de sus ojos) que da aplomo a un cuento que vale adoptar sin prejuicios que empañen su esencia como obra de arte.
Sobre Kóblic: cómo hacer ficción de las tinieblas Kóblic es la nueva película de Sebastián Borensztein, luego de las comedias La suerte está echada y Cuento chino, la segunda un poco más dramática que la primera, pero dentro del género comedia ambas. Aclaro que las dos me gustaron mucho, me parecen obras bien hechas y divertidas. Con Kóblic el hijo de Tato Bores se inclinó hacia el policial, a lo que se suma que lo haya contextualizado en plena dictadura militar de 1976 y con un miembro de la aeronáutica como protagonista, que tiene remordimiento por haber participado en los vuelos de la muerte, y por lo tanto decide desertar de la fuerza y ocultarse en un galpón de avionetas que le presta un piloto amigo, en un lejano pueblo de provincia. Hay quienes no están de acuerdo con que pueda separarse de una película lo ideológico de su dimensión estética e incluso de entretenimiento. En el caso de Kóblic, se trata de un thriller de suspenso que funciona muy bien. Que construye tensión dramática con gradualidad y mediante planos estilísticamente bellos. Algún mínimo cabo no atado en la trama, como el encuentro de Kóblic y la joven del pueblo con la que tiene un romance, luego de que él supuestamente se va. ¿Cómo y cuándo vuelve? ¿Cómo hacen para coordinar ese encuentro? Son aspectos que podrían haberse explicado mejor, pero sinceramente no enturbian la destreza narrativa del conjunto. En mi opinión, lo que más interesa a Borensztein con esta película es contar una historia de suspenso, en un contexto argentino, y en ese sentido logra con creces sus objetivos. Es un excelente relato policial. Me pregunto qué pasa por la cabeza de un director argentino que quiere filmar una película de suspenso con colores locales. Y lo imagino preguntándose primero que nada de dónde sacar una buena historia. Deduzco que a la primera respuesta que llega es que las mejores historias autóctonas de suspenso se encuentran en la oscura noche de la última dictadura militar. Es cierto que Borensztein lleva a cabo un procedimiento narrativo que no se había utilizado hasta el momento, poniendo como protagonista a un militar arrepentido que se esconde del ejército. Peor aún: un piloto de avión que tuvo participación en los siniestros vuelos desde los que se tiraban al río jóvenes secuestrados. Esto es polémico porque invita a pensar que no había solamente malos de un lado y buenos del otro, o que los militares no eran todos asesinos sin escrúpulos. Es cierto que es un terreno sensible, donde cualquier cosa que se diga puede herir susceptibilidades. No acuerdo demasiado con que haya momentos para decir las cosas. Me parece que habiendo pasado más de treinta años del último golpe, lo que muestra Borensztein es algo que se puede decir sin problemas. Pasó un tiempo más que prolongado para poder hacer esa simple y genuina reflexión moral en torno a un fragmento de nuestra historia. No me parece que sea condenable la invitación a pensar en la verosimilitud de un militar arrepentido en tiempos de la dictadura, que se enfrenta a su propia fuerza porque no está de acuerdo con los métodos de exterminio que se utilizan (en todo caso, difícil que eso ocurriera por las consecuencias que podía traer para ese militar, pero el móvil me parece absolutamente posible). Creo que todo nuevo enfoque acerca de nuestra historia ayuda a seguir pensando, a sacarnos prejuicios, a ser menos simplistas en nuestros análisis. A todo lo que hay que sumar lo que plantee al comienzo de la nota: se trata principalmente de un thriller situado en un contexto histórico-político muy oscuro de nuestra historia. Pero es principalmente un thriller. No quiero espoilear el final, pero su marcada inverosimilitud invita a pensar que estamos, en última instancia, ante el reinado de la fantasía. Es cine a fin de cuentas. Incluso el duelo del final, en claro homenaje al western, decide chocar de frente con cualquier posible interpretación realista de la película. Oscar Martínez está brillante, además de diabólico, en un papel que lo vuelve totalmente extraño a los ojos de espectadores argentinos, acostumbrados a su apariencia y forma de hablar naturales. Darín está bien, pero tal vez se podría variar un poco más con los actores protagónicos que se eligen para estas historias. Cansa un poco ver siempre la misma cara en el cine de género de nuestra cosecha.
El cine argentino recurre una y otra vez al más oscuro de sus pasados recientes como trasfondo histórico, últimamente plasmando películas viradas hacia el cine de género. Filmes como El secreto de sus ojos, Infancia clandestina, o incluso El clan, suponen una notable forma de refrescar la memoria colectiva, de mantener una temática presente, valiéndose al mismo tiempo de una fórmula lineal y reconocible que por ahora ha venido teniendo una muy buena acogida de público. En este caso la historia se centra en un piloto y capitán de la marina (Ricardo Darín), al que en el año 1977 le toca vivir de primera mano los vuelos de la muerte. Negándose a formar parte de esas operaciones y decidido a desertar, se refugia en un pequeño pueblo del sur de Argentina. Darín está muy bien como este parco militar de incógnito, de pelo engominado, bigote y lentes oscuros, semblante adusto y andar rígido, que naturalmente será descubierto al poco tiempo de su llegada. El que brilla aun más es su antagonista, un abusivo comisario impecablemente interpretado por Oscar Martínez. El actor provee a su personaje de todos los matices necesarios para que se vuelva creíble y repulsivo en proporciones iguales, esa suerte de energúmeno con buenas formas y hasta ciertos códigos; se presenta entonces un sutil y soterrado enfrentamiento a lo western, que aporta al filme una sostenida tensión. También es notable y original la atmósfera de pueblo pequeño en el que todos se conocen, y en el cual los pactos de silencio son condición para la supervivencia. Pero hay una cuestión sumamente chirriante en esta película. La catarsis cinematográfica es prácticamente una constante en mucho cine de género, y se puede decir que forma parte de sus reglas implícitas: se sabe que los villanos pagan de una forma u otra por sus faltas; es la forma de dar al espectador lo que busca, una especie de liberación que, en cierto modo, compensa las broncas acumuladas, restablece cierto orden perdido y una sensación de justicia, más allá de que ésta venga tardíamente o se ejecute por fuera de la ley, e incluso cuando el final es igualmente trágico. A veces este tipo de catarsis reafirma una ideología desafortunada, sentimientos arraigados en determinados sectores de la sociedad, como la pertinencia de la aplicación de la justicia por mano propia. Por eso mismo, se trata de una temática más que delicada. Y más lo es cuando viene adjunta a una película que se sitúa en un trasfondo histórico aún no resuelto, del que todavía quedan heridas abiertas, responsables impunes y búsquedas en curso. Por eso, los últimos segundos de Koblic (no serán contados aquí) suponen una gran decepción y un remate absolutamente innecesario. Una forma de revanchismo “de izquierda”, por el cual se parte de la base de que cualquier colaborador en la dictadura tuvo igual responsabilidad, independientemente de lo que haya hecho. Y no sólo eso, sino que, además, merece pagarlo con la vida. Esta conclusión se desprende ya que el que venía siendo el “héroe” de la película, el paradigma moral, es quien finalmente administra la justicia y, más precisamente, la catarsis. Un exabrupto realmente bajo que, lejos de sumar, resta. La búsqueda de verdad y justicia no tiene nada que ver con venganzas o revanchismos personales.
El renegado del diablo. Kóblic es una historia simple pero intensa, que cuenta una historia dramática con ritmo de western. No es una joya del cine argentino, pero es una propuesta muy bien concebida en todos los planos: narrativo, actoral y cinematográfico, y sin ser excepcional, es altamente efectiva. El protagonista no busca redimirse, sino huir. De eso se trata el relato: la crónica de un fugitivo que escapa del espanto. En el trámite narrativo, Borensztein logra retratar eficazmente la Argentina de los 70´ desde sus entrañas geográficas, apelando a personajes y paisajes sombríos. Hay un gran trabajo de cámaras, un muy buen guión y, sobre todo, una soberbia interpretación de Oscar Martinez, que eclipsa a Darín, no por talento, sino porque le tocó el papel más exigente. Kóblic es una muy buena adición al casi inexistente cine de suspenso nacional, y que una película de género se encare con tanto profesionalismo y compromiso es sinceramente una enorme noticia para la industria doméstica. Atrapa y gratifica, y como tal, merece verse.
SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES Koblic es la nueva película nacional con Ricardo Darín y Oscar Martínez, ambientada en los '70 en clave de thriller Por Lisandro Gambarotta En el pequeño pueblo se conocen todos. Saben qué hace cada uno, sus costumbres y varios secretos. Y las diferencias se notan rápidamente, como cuando llega un forastero, que encima provoca más de un suspiro en las mujeres. Siempre con anteojos oscuros, él intenta pasar desapercibido, pero su lenguaje elaborado y sus cuidados modales son señales de luz para los vecinos. El comisario es quien está más atento, tiene varios negocios fuera de la ley, y es indispensable que su bota mantenga a raya cualquier movimiento inesperado. El extraño se sabe observado, su pasado conflictivo le ha dado experiencia, y concluye que debería seguir viaje, pero la chica bonita del lugar lo mira de una forma que él no puede rechazar. Esta es una fórmula que se ha utilizado en muchas ocasiones en el cine, particularmente en el western, donde abundan los films protagonizados por un galán heroico que se queda con la linda, el aprecio de los parroquianos y el público. También el policial negro ha apelado a estos recursos para describir una sociedad en descomposición, donde ladrones y policías comparten cualidades. Pero no es frecuente una historia así enmarcada en nuestro país durante la última dictadura cívico militar. Sebastián Borensztein (el hijo de Tato, el hermano de Alejandro) lo hace en “Koblic”, su nuevo film, protagonizado por Ricardo Darín y Oscar Martínez. Darín representa a un piloto de la Armada, quien en 1977 conduce uno de los “vuelos de la muerte” sin saber que desde su avión serán arrojados vivos hombres y mujeres. Su conciencia lo agobia y decide huir a Colonia Elena, un pueblito ficticio en la provincia de Buenos Aires, donde un amigo de confianza le facilita un trabajo como fumigador. Martínez, en una caracterización física y verbal muy destacable, es el comisario que vigila su "caserío de mierda" (como él lo define) desde la mesa del prostíbulo local, atento a las coimas del mes y a las visitas molestas. En este pueblo no se vive la opresión militar que agobia las principales ciudades, pero sí existen los pequeños horrores, la violencia propia de una sociedad donde varios socios poderosos concentran los principales recursos, y entonces usan y abusan de los habitantes de Colonia, un nombre que no parece casual. El piloto termina inmerso en esta realidad, la violencia y la muerte vuelven a perseguirlo y decide utilizarlas a su favor, planeando una venganza redentora, otro tópico clásico en el cine. "Koblic" es un gran paso realizativo en la carrera de Borensztein, luego de la olvidable "Un cuento chino". Con una gran reconstrucción de época y fotografía estilizada, este nuevo largometraje utiliza una narrativa clásica para reflexionar sobre nuestro historia más reciente. El popular y carismático Darín personifica a un anti héroe de pasado oscuro, relacionado con delitos de lesa humanidad, en busca de una vida mejor. Naturalmente el cinéfilo apoya la lucha del bueno contra el malo y ansía el final feliz, pero aquí entra en conflicto su moral ¿este justiciero tiene perdón? ¿Su ataque a los malos de ahora lo salva de su connivencia en el pasado? El director pone en tensión relato y público, con un film destacable, un conjunto muy apreciable para la actualidad del cine nacional. ********* FICHA TÉCNICA Kóblic (Argentina-España/2016). Dirección: Sebastián Borensztein. Elenco: Ricardo Darín, Oscar Martínez e Inma Cuesta. Guión: Sebastián Borensztein y Alejandro Ocón. Duración: 92 minutos.
Culpas que atormentan Kóblic (2016) es un largometraje dirigido por Sebastián Borensztein –autor de La suerte está echada (2005) y Un cuento chino (2011)-que narra la historia de Tomás Kóblic un ex aviador de la armada durante uno de los periodos más dolorosos de la historia argentina, la dictadura militar. Kóblic -interpretado por Ricardo Darín– será un “traidor” para sus compañeros oficiales por renunciar a sus deberes tras los “vuelos de la muerte” por lo cual se verá obligado a huir de la gran ciudad. En este film que comienza in medias res, el aviador se refugiará en lo de un amigo en un pueblo, pero al llegar al ser el nuevo todos notarán su presencia y harán preguntas. Como bien dice el dicho popular “pueblo chico, infierno grande” allí todos estarán pendientes de él en especial el comisario Velarde, personificado por Oscar Martínez, cuya caracterización lo hará irreconocible además de su formidable actuación que compondrán por completo el personaje. Además del excelente trabajo de maquillaje, peinado y vestuario, merece ser destacado el trabajo de dirección de arte la cual reprodujo hasta la tipografía de los carteles y cada detalle del decorado de la época. Volviendo al “jefe” de dicho pueblo, el comisario no es sinónimo de la buena ley, sino más bien el villano del pueblo, vinculado a negocios mafiosos y a quien sin dudas no le tiembla el pulso. Tomás no será el único que esconda su pasado, a pesar de ser un pueblo en donde parece que todo se sabe, habrá secretos muy bien encubiertos que saldrán a la superficie, tras su llegada. Las imágenes del pasado en la mente del protagonista (Kóblic) encubren los asesinatos de jóvenes, vistos por la dictadura militar como subversivos por oponerse a las tiranías del golpe de estado, atormentarán al protagonista constantemente y su remordimiento irá en crescendo. La recreación de dichas escenas en la vida real resultaron de enorme impresión para Darín, dejándolo bastante consternado a la hora de realizarlas, pues si hay una palabra que caracteriza aquellos años dictatoriales es el horror. A Tomás no sólo lo buscarán los militares sino también comenzará a tener conflictos con los locales. Kóblic es un film que nos mantendrá constantemente intrigados con un guión que irá dosificando la información con sutileza y de forma paulatina. La película disolverá por completo la dicotomía del bueno y el malo, en palabras de su co-guionista Alejandro Ocón la película posee el código de estructura del western, en donde un forastero-en este caso el personaje encarnado por Darín- llega a un lugar donde no hay ley y termina por imponer la suya.
El reconocido realizador Sebastián Borensztein vuelve a elegir a Ricardo Darín, luego de trabajar juntos en Un Cuento Chino (2011), para llevar al cine un enfoque poco convencional sobre la última dictadura militar. Esta vez, la intención del director es contar una historia sobre una época que ha sido relatada muchas veces, desde distintas ópticas, dentro de nuestro cine nacional: el terror de la dictadura. Darín interpreta a Tomás Kóblic, un piloto de la Armada que participó de los denominados "vuelos de la muerte" que decide dejar su oscuro pasado atrás. Huye de Buenos Aires y se esconde en Colonia Elena, un pequeño pueblo de provincia, intentando rehacer su vida. Nuestro protagonista, un hombre complejo y torturado, lidiará como puede con sus fantasmas hasta cruzarse con el desagradable Comisario Velarde, interpretado por un gran Oscar Martínez, quien rápidamente desconfiará de Kóblic. Y cuando este comienza una relación con Nancy (Inma Cuesta) dejará en claro que su intento de redención no será del todo fácil. Por su estructura argumental, Kóblic no solo es un thriller policial sino que además bebe de las interesantes fuentes del western. Una historia desarrollada en un pequeño pueblo manipulado por un corrupto "sheriff" hasta la llegada de un "desconocido" que enfrentará lo impuesto. Claro guiño ligado a lo mejor de los géneros clásicos dentro del cine, sumado a un trabajo técnico que se transforma en los más destacado en detrimento de un guión casi de cajón, donde muchos de los conflictos planteados de forma atrayente en un comienzo, concluyen algo predecibles. A medida que avanza la historia, Darín le irá concediendo a su personaje cierta honradez que genera una especie de dualidad moral, sobre todo conociendo el pasado del protagonista. A su vez, el director opta por repetidos recursos del flashbacks para poner énfasis en evocar su pasada participación en semejantes operativos despiadados. Esa paradoja (cobarde asesino/héroe humanizado) podría haber sido mejor utilizada, a favor del film, ya que se termina resolviendo de forma demasiado simplificada. Igualmente, Kóblic termina siendo un claro ejemplo de que se puede volver a relatar lo sucedido en una época pero desde otra óptica, con una vuelta de rosca que lleva todo lo conocido hacia el terreno de lo imprevisto.
Kóblic es un aviador que decide escapar de su entorno y de su propia conciencia después de estar metido en una de las actividades más atroces de la última dictadura argentina: los vuelos de la muerte. Decide huir a un pueblo escondido en el medio de la provincia de Buenos Aires, llamado Colonia Elena, donde intentará alejarse de su pasado oscuro. La historia que persigue un camino genérico, logra armar una estructura tomando el western como referencia: un forastero que huye de la ley y se instala en un pueblo. Personajes con tintes de cine negro, que se ven en la pareja principal: un hombre del cual no conocemos mucho, oscuro y frío que se enamora de una bella mujer que necesita de su ayuda, ya que sufre maltratos. Todo esto con tintes de thiller y suspenso, que logran captar la atención del espectador durante una hora y media. Los puntos fuertes en esa propuesta son el elenco, la fotografía y la banda sonora. Primero, tenemos un elenco de lujo en el que vemos por un lado a un Oscar Martínez irreconocible, gracias a la impecable dirección de arte que se encargó de transmitir un personaje desagradable a la vista. Oscar, reconoce que fue un papel difícil de interpretar ya que es todo lo contrario a él, hasta en la manera de pensar y hablar, "tuve que despejar de mi mente todo lo que soy, para poder hacer que Velarde aparezca en mí" comentaba en la conferencia de prensa. Luego, está Ricardo Darín que como siempre logra adecuarse a las facetas del personaje que se le presente. Nuevamente, tuvo la oportunidad de compartir escenas con un perro, Ifraín, que es algo que él ama, "creo que me llevo mejor con los animales, que con mis compañeros actores" dijo entre risas el actor. La figura femenina del elenco, la actriz española Inma Cuesta, realiza un impecable trabajo a la hora de manejar el acento argentino y encajar como un habitante más de ese pueblo fantasmal. Esta co-producción hispano-argentina, toma San Antonio de Areco como escenario principal para desarrollar esta intrigante historia. Es destacable cómo está armada la locación, respetando la época en la que se desarrolla, los años 70. Uno puede sentir que es transportado en el tiempo y percibir lo pequeño que es el pueblo. Algo que complementa a este escenario, es el casting realizado para los habitantes del pueblo. Se nota que hubo una búsqueda detallada para encontrar los actores adecuados que tengan un perfil autóctono y no desencajen en la historia. La fotografía es otro punto fuerte en esta película, el uso de los colores adecuados logra transmitir ese sufrimiento que vive Kóblic por los tormentos de su pasado y por otro lado, el tinte de colores cálidos que ronda entre amarillos y marrones, que son utilizados para dar una identidad a ese pueblo quedado en el tiempo y perdido en el medio del campo. Otro punto destacable es la banda sonora, realizada por Federico Jusid, que complementa perfectamente la acción que se desarrolla durante todo el film. Con una base fiel a la música de suspenso, la misma se ve teñida con varios aspectos folclóricos a través del sonido del bombo, dando como resultado un perfecto acompañamiento a la imagen. El único punto flojo que se puede remarcar es la resolución del deselance, que parece muy rápido y forzado, al igual que la pareja principal, ya que desde un punto de vista del guion, no podemos ver un desarrollo más adecuado que de tiempo a que los personajes se conozcan, para luego entablar esta relación pasional que mantienen en secreto. Si quieren ver una propuesta argentina y pasarla bien en el cine, Kóblic es una de las adecuadas para esta ocasión, con un elenco destacable y una historia ficcional que toca un tema que siempre está vigente, la dictadura, pero desde una perspectiva diferente a la que estamos acostumbrados, un victimario arrepentido.