El convento de la corrupción James Wan sigue convenciendo a la Warner Bros. de sacar más productos derivados de El Conjuro (The Conjuring, 2013) y su secuela del 2016, lo que viene a reconfirmar que el terror continúa siendo un género que soporta muy bien presupuestos ínfimos y la ausencia de estrellas y que suele generar ganancias más que interesantes incluso en un contexto internacional como el actual de mercados deprimidos para films tanto del indie como del mainstream. Está quinta entrega de la franquicia, luego además de los dos capítulos de 2014 y 2017 centrados en la muñeca Annabelle, es a la vez un spin-off, porque literalmente el villano de la segunda parte de El Conjuro pasa a ser el protagonista, y una precuela ya que narra el origen de aquella monja espectral que aterrorizaba a Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), los investigadores paranormales estrella de los dos opus originales. La Monja (The Nun, 2018) es un producto bastante potable que acompaña el buen nivel del eslabón previo de la saga, Annabelle 2: La Creación (Annabelle: Creation, 2017) de David F. Sandberg, un profesional tan competente como el director del trabajo que nos ocupa, Corin Hardy, quien viene de entregar la también afable Los Hijos del Diablo (The Hallow, 2015). La presente obra -sin ser una maravilla- satisface las exigencias fundamentales del género desde una eficacia relativamente amena vinculada a toda esta iconografía símil clase B que emparda el exploitation con el destino masivo que sólo tienen las propuestas que cuentan con el respaldo de la maquinaria hollywoodense más gigantesca. La premisa pasa por el viaje en 1952 a la Rumanía rural de un obispo, el Padre Burke (Demián Bichir), y una novicia, la Hermana Irene (Taissa Farmiga), para investigar el suicidio de una monja. Como era de esperar, la película está homologada a un tren fantasma en el que no se pierde tiempo con presentaciones larguísimas de personajes y se pasa rápido al meollo del asunto, el cual desde ya tiene que ver con ese demonio llamado Valak que conocimos en el film de 2016, señor cuyos principales fetiches son metamorfosearse en diversas figuras, atormentar a los incautos, pervertir a otros, encontrar un recipiente humano suficientemente digno y sobre todo travestirse para asustar mediante la apariencia de una religiosa de ultratumba. El guión vuelve a estar a cargo de Gary Dauberman, el responsable de las dos Annabelle, y una vez más ofrece la “receta Wan” para estos menesteres, un combo que evita el planteo monotemático promedio del rubro para unificar acecho, posesión, exorcismo, maldiciones, eventos paranormales, insinuaciones románticas, algo de humor y un misterio de larga data. Tanto el mexicano Bichir como Farmiga, hermana menor de Vera, están muy bien en sus respectivos roles y lo mismo se puede decir de Jonas Bloquet, quien compone al pobre pueblerino que descubre el cadáver en cuestión y que está más que “interesado” en Irene. Por supuesto que la obra de Hardy no cuenta ni con un gramo de originalidad pero por lo menos aprovecha con inteligencia y sin sensiblerías baratas toda la parafernalia católica de turno con vistas a tensar los nervios vía sustos que no le faltan el respeto al espectador porque compensan su sustrato redundante con una atmósfera ponzoñosa que está extraída de manera explícita del cine de terror gótico de las décadas del 50, 60 y 70, generando una constante sensación de estar viendo una versión aggiornada de aquella clase B lela aunque entretenida sobre conventos que invitan a la corrupción y al espanto de la manipulación…
[REVIEW] La Monja: Atmósfera gótica, sustos contemporáneos. Un nuevo spin-off de la factoría James Wan llega a cines, y esta vez le toca el turno al demonio Valak, un ente capaz de corromper al más devoto fiel de la Iglesia Católica. Hablar de James Wan en estos días es hablar del nombre del terror en cines. Sus filmes han superado con creces la media de lo que uno espera, esto es, sustos sin sentido y vírgenes corriendo despavoridas ante un asesino de fuerza sobrenatural, por dar algunos ejemplos. La técnica, la influencia del cine clásico, sumadas a la capacidad de inventar un universo completamente nuevo y estilístico, pero también mainstream, le han dado al realizador la fama suficiente como para rodearse de otros tantos talentos como él mismo. Luego de saltar a la palestra con “El Conjuro (The Conjuring, 2013)” y sus sucesivos desprendimientos, porque tiene una carrera más larga y prolífica que los filmes de la familia Warren; Wan decide ir creando todo un universo a través del cine de terror y, como dije anteriormente, se rodea de directores afín, como ser, David F. Sandberg en el caso de la película de la muñeca “Annabelle” o, en este caso, con Corin Hardy, quien nos trajo en 2015 la maravillosa “The Hallow”, un cuento de hadas de horror llevada a la cruel actualidad, jugando con el folclore local inglés y el género de “películas en el bosque”. Hoy, con “La Monja (The Nun, 2018)” llega un nuevo capítulo en el “Universo de El Conjuro”, esta vez con el ente que protagonizó o fue el antagonista en la secuela del 2016 que, si bien no encaja en los hechos reales de “El Misterio de Enfield” ni “Amityville”, si fue una idea de Wan que por suerte, perduró hasta convertirse en film individual. Esto es, en parte, responsabilidad de el director de “Aquaman (2018)” y, en parte, de la actriz que da vida al malévolo ser en pantalla: Boonie Aarons. La historia se traslada años antes que siquiera tuviésemos noticias de las andanzas del matrimonio Warren, 1952: Un convento en Rumania sufre el suicidio de una monja, cosa que el Vaticano no puede dejar así como así, ya que el hecho es un pecado en sí mismo y puede traer la pérdida de la fe en la Iglesia por parte de la gente y, con esto, el poder político que dicha institución tiene. Para dicha investigación envían al Padre Burke (Demian Bichir), un sacerdote con mucha temple que ha pasado guerras y viendo los horrores más inimaginables. Junto a él, el Obispado le encarga la compañía de una joven novicia que aún no a tomado sus votos pero será esencial en la trama, la Hermana Irene (Taissa Farmiga). Juntos emprenderán el viaje hacia la antigua abadía en el medio de una zona rural y supersticiosa del interior del país europeo, mientras encuentran la ayuda de un granjero local (Jonas Bloquet), el trío encontrará que el monasterio ya no es un lugar sagrado, sino que tendrán que enfrentar al Mal en estado puro, uno que usa las imágenes religiosas para burlarse de la Santidad y poseer y corromper almas inocentes, el temible Valak. “La Monja” bebe influencias del cine de género de época de la década del 50, 60, y 70, de los cuales podríamos nombrar la más influyente que sería la productora Hammer Films, pero también del exploitation en el que se mezcla la realidad con la ficción, como es el caso de la película “Los Demonios (The Devils, 1971)” de Ken Russell, film que habla sobre el caso de las monjas endemoniadas de Loudun que aquejo un poblado de Francia en el siglo XVII. En este caso, el film de Corin Hardy se nutre de estas producciones y lleva el susto hacia otra escala, más contemporánea (obviamente hay Jumpscares, no hay casi film actual sin ellos) pero sin dejar de homenajear a aquellos clásicos tanto en la paleta de colores ocre y azul, como en la trama que por momentos no da respiro al espectador y, por otros, hay algún que otro comic relief para calmar las aguas, siempre atendiendo al principal protagonista, el demonio Valak vestido de monja, que acecha en la oscuridad del convento, siempre en fuera de campo y fuera de foco. Sabemos que está, lo intuimos, pero muchas veces tomará la forma de nuestros peores miedos y pecados para, finalmente, poseernos. “La Monja” constituye otro capítulo, el más oscuro del universo de “El Conjuro”, y se agradece que tanto James Wan como sus colegas sigan apostando a la calidad cinematográfica sumada a una historia que cada vez se amplia más y más para nuestro deleite.
El conjuro fue una de las pocas películas de terror de los últimos años que aunó calidad y resultados en taquilla. Dos razones –sobre todo la segunda– que hicieron de la ampliación de ese universo una realidad inevitable. A una secuela (El conjuro 2) y un spin-off (Annabelle) con su continuación (Annabelle 2: la creación) se le suma ahora La monja, que funciona al mismo al mismo tiempo como precuela y spin-off. Ese sentido es en el único que funciona. Hay poco de novedoso en este film de Corin Hardy (Los hijos del diablo), pues opera refritando todos y cada uno de los lugares comunes del género sin saber muy bien qué quiere contar ni tampoco cómo hacerlo. La historia es básica, como así también su desarrollo. Todo comienza con el suicidio de una monja en una abadía de clausura en Rumania, y la posterior investigación a cargo de un obispo (el mexicano Demián Bichir), una joven novicia (Taissa Farmiga, hermana de Vera, protagonista de El conjuro) y el lugareño que encontró el cadáver. Una vez allí, lo sobrenatural estará a la orden del día, con un menú que incluye espiritismo, posesiones hasta exorcismos e incluso la sangre de Jesús (¡!). La monja se dedica básicamente a acumular escenas que intentan asustar únicamente a través de golpes de efectos sonoros. Con una narración confusa (hay que esperar media hora para saber de qué va el asunto) y atolondrada (todo, todo sucede en la última media hora), esta nuevo exponente de terror espiritista es un paso decididamente en falso de una saga (hasta ahora) digna, una película pensada con el único fin de explotar una marca. Y nada más lejos del cine que eso.
La novicia, el convento y el fantasma. James Wan y compañía se toparon con una mina de oro gracias a El conjuro (2013), la película de Terror que le quitó el trono al found footage y reinstaló las posesiones, los espectros y la lucha contra las fuerzas demoníacas en los dominios del terror mainstream que llena las salas de cine. Tras una secuela exitosa y dos spin-off de Anabelle, uno de los personajes más populares de la saga, llegó el turno de La monja (2018) film que desempolva los orígenes del personaje presentado de manera escueta y espeluznante pero sumamente efectiva en El conjuro 2 (2017). Para tal efecto, la narración regresa al año 1952 y tiene lugar en un convento remoto de Rumania, donde una de las monjas se quitó misteriosamente la vida, hecho que lleva al Vaticano a realizar una investigación a fondo. Es así como el padre el Padre Burke (Demián Bichir) y la hermana novicia Irene (Taissa Farmiga) son enviados para constatar lo ocurrido. Al llegar, por supuesto, se darán cuenta de que una fuerza maligna se apoderó del lugar, razón por la cual deberán protegerse de la mencionada entidad con apariencia de monja mientras buscan la forma de detenerla. Siguiendo con fidelidad ciertos pasos que parecen obligatorios para la fórmula, el Padre Burke es un experto en lo paranormal con varios exorcismos en su haber, mientras que la hermana Irene es la reservada jovencita que a pesar de querer dedicar su vida Dios, muestra esos indicios de rebeldía necesarios para aportar frescura a la trama, además de poseer una pizca de… ¿poderes psíquicos? Probablemente la falla más grande cometida por el director Corin Hardy y el guionista Gary Dauberman sea no saber exactamente qué hacer con este personaje atemorizante de la factoría Wan, un monstruo que funciona con efectividad al momento de regalarnos los famosos jump scares clásicos del género, pero al cual no dotan de la profundidad necesaria como para convertirlo por mérito propio en el antagonista principal que se merece el relato. La lógica interna ayuda muy poco a delimitar los poderes de la criatura y su objetivo más allá de lo explicitado por los personajes; ello hace que su meta dentro del conflicto se vuelva confusa y un tanto caprichosa. Hardy venía de hacer un trabajo muy interesante con Los hijos del diablo (The Hallow, 2015) y si bien su oficio para trasladar a la pantalla climas tensos y opresivos en espacios que se tornan amenazantes se mantiene intacto, en esta oportunidad el paso por algunos clichés del género (como el reflejo espectral en un vidrio, la voz ahogada que susurra en un rincón oscuro y la mano que llega desde fuera de campo para asustar a la protagonista, entre otros) le quita frescura a una película cuyos 96 minutos se sienten agotadoramente más largos de lo que deberían. Convirtiéndose en un móvil para sustos fáciles, con escenas que intentan sostener la tensión apoyándose exclusivamente en el poderío de su imaginario visual pero sin un marco de acción propicio, La monja termina siendo una oportunidad desperdiciada. Podrá satisfacer al nicho más intransigente del género, pero resulta inconsistente y derivativa cuando se la somete a un análisis apenas más profundo.
La novicia rebelde Allá por 1952, en una abadía de Rumania, una monja de clausura se suicida ahorcándose. El padre Burke (Demian Bichir), la aspirante a monja Irene (Taissa Farmiga) y el campesino Frenchie (Jonas Bloquet) llegan al lugar de los hechos para investigar qué hay realmente detrás de la trágica muerte. Seamos honestos: el principal motivo para ver La monja es su pertenencia al Universo Cinematográfico de El Conjuro, saga de películas inspirada por los casos reales de Ed y Lorraine Warren, los investigadores de los paranormal más conocidos de los Estados Unidos. Dicha saga, recordemos, consta hasta el día de hoy de Annabelle (2014), Annabelle: Creation (2017), El conjuro (2013) y El conjuro 2 (2016). La monja es la primera que sucede cronológicamente hablando. Más allá de esta funcionalidad de ampliar el universo ya conocido, mostrando el pasado de Valak, el demonio que se manifiesta en forma de monja y es central en la intriga de El conjuro 2, no aporta demasiado. El padre Burke es el personaje que lleva la acción adelante. Enviado por el Vaticano primero se une a Irene, quien aún no tomó los hábitos porque se permite tener creencias que no están en la Biblia, y luego a Frenchie, quien encontró y conservó el cadáver de la monja ahorcada. Cuando los tres llegan a la abadía, pasan cosas que ya hemos visto: quedan obligados a pasar la noche allí y cada uno es asediado por sus propias pesadillas. Burke no se perdona haber fallado en un exorcismo que practicaba sobre un niño e Irene experimenta una serie de hasta ese momento inexplicables visiones. Ruidos, personajes que están pero no están, alucinaciones y sucesos que la lógica no puede explicar enmarcan una aventura que remite por algunos tópicos a Indiana Jones: tienen que averiguar quién es el demonio y cómo vencerlo. La pregunta que uno inevitablemente se hace ante una película de este tipo es si, de alguna manera, las historias de exorcismos resueltos mediante la fe católica no actúan como validación de un culto cada vez más cuestionado. Es decir, ¿pretenden estas películas legitimar a la Iglesia Católica como una insititución de bien que logra, gracias a su fe, vencer a seres demoníacos que podrían destruir la humanidad? ¿O a esta altura del partido ya se constituyen como un género en si mismo, ligado de modo directo al cine fantástico? Hay una tercera pregunta en esta cuestión, por supuesto ¿Amerita hacerse estas preguntas o nos estamos yendo de tema? Recapitulando, si son seguidores de la saga la van a disfrutar. Ofrece pistas no solo sobre Valak, sino que opera como eslabón para unir otros elementos relacionados con los Warren. Y en este sentido, la elección de Taissa Farmiga, hermana de Vera, quien interpreta a Lorraine, es una elección cuanto menos curiosa: el parecido físico distrae muchísimo y uno se puede perder pensando qué relación hay entre los dos personajes. O… esperen ¿Hay alguna relación entre los dos personajes?
Se trata de un “ Spin off” de las buenas películas que fueron “El Conjuro 1 y 2” Este personaje aterrorizó en la segunda y ahora se ganó este film para ella sola. Con sus dientes de tiburón y su cara maquillada de blanco y sus ojos y boca renegridos. En realidad se trata de la quinta entrega de la franquicia, contado las de “Anabelle”. El guión pertenece al Gary Dauberman (que hizo la vida de las muñecas malditas) y la dirección es Corin Hardy que no poseen ningún gramo de originalidad en cuanto a terrores y suspenso. Pero arman el combo de convento casi derruido de origen demoníaco con sustos, climas, efectos especiales, oscuridad y climas claustrofóbicos en un ambiente gótico que harán las delicias de los fanáticos del género, mejor de los bodrios que están acostumbrados a masticar. Este no lo es. Cumple con todos los ritos que ya conocemos del terror religioso cruces invertidas, posesiones demoníacas, necesidad de nuevas almas. Más un toque original que caracteriza el lugar y que no es muy explotado. Están muy bien en sus roles Damián Bichir como el experto que manda la iglesia, Taissa Farmiga (hermana de Vera) como la novicia y Jonás Bloquet como el campesino. Hay momentos en que la historia pierde coherencia, se olvidan cabos sueltos pero entretiene y asusta.
La monja es esa clase de personajes que funcionan muy bien dentro de un conflicto cuando tienen un rol secundario, pero carecen de la fuerza necesaria para acarrear una película por su cuenta. Un tema que está muy presente en este estreno, donde se nota que a los productores les costó encontrar un argumento interesante para desarrollar la historia de esta aterradora señora. La nueva entrega de este universo de ficción que se originó en El conjuro contó con la ventaja de tener un buen director como Corin Hardy y un reparto decente en el que sobresalen Demián Bichir y Taissa Farmiga, la hermana menor de la actriz Vera Farmiga, una de las figuras principales de esta franquicia. Hardy es un realizador que viene del circuito independiente y llamó la atención en el 2015 con su ópera prima The Hallows que fue bastante elogiada. En su debut hollywoodense vuelve a demostrar su dominio del suspenso en una película que se destaca principalmente por los aspectos visuales. A diferencia de lo que fue la paupérrima primera entrega de Annabelle, en La monja nos encontramos con una producción de mayor calidad en lo referido a la puesta en escena, que se vincula mejor con la estética que tuvieron los trabajos de James Wan (El conjuro). A lo largo del relato Hardy juega muy bien en su narración con los elementos del terror gótico, atmósferas agobiantes y escenas de susto que son efectivas. Los espectadores más sensibles probablemente van a saltar en la butaca en más de una ocasión. En esta película me gustó mucho lo que hicieron con el diseño de producción de ese convento aterrador que se termina por convertir en un personaje más de la historia. Otro detalle para destacar es el modo en que conectan este relato con el resto de la serie que estuvo muy bien pensado. El problema que tiene La monja es que el guión no consiguió evadir los clásicos clichés de las historias de posesiones demoníacas, algo que la vuelve muy predecible. Sobre todo porque este mismo argumento lo vemos prácticamente todo los meses en otros estrenos. Sin ir más lejos, esta semana llega a la cartelera otra propuesta que se centra en la misma temática. Por esa razón la película no tiene el mismo impacto que otras entregas de esta saga y si bien su visionado ofrece un espectáculo decente no es una historia que te entusiasma a esperar una continuación. Creo que los realizadores fueron conscientes de esta cuestión y eso explica que no dejaran la puerta abierta para una segunda parte ni incluyeran escenas de post-créditos. Si al film le llega a ir bien en la taquilla la trama presenta algunas ideas que se podrían desarrollar más adelante pero el argumento principal tiene un cierre definido. La verdad es que a la monja se le acabó la nafta en su primera película y mucho más de los que se vio en esta historia no se puede hacer con ella. El personaje funciona bien cuando se manifiesta sutilmente cada tanto. Sin embargo, en las escenas del clímax donde el director la expone demasiado pierde su gracia por completo, ya que parece Marilyn Manson vestido con la indumentaria religiosa. Los espectadores más chicos que recién comienzan a incursionar en el género probablemente la disfrutarán con más intensidad. Para el resto es un estreno decente que se deja ver si sos seguidor de esta franquicia.
El lamento de Otranto La monja (The Nun, 2018) representa un débil y poco inspirado intento de continuar expandiendo el “universo” creado por El conjuro (The Conjuring, 2013), su secuela y la seguidilla de películas laterales sobre la muñeca maldita Annabelle. La demoníaca monja del título ha hecho apariciones esporádicas a lo largo de la serie y esta suerte de precuela viene a explicar, más o menos, sus orígenes. El resultado es monótono, previsible y en manera alguna aterrador. Un cura y una novicia (Demián Bichir y Taissa Farmiga) viajan a una remota abadía en los bosques de Rumania para investigar el suicidio de una monja en 1952. El cura arrastra consigo la culpa de un exorcismo fallido y la novicia duda si quiere graduarse de monja o no, caracterizaciones que son genéricas y en el caso del cura no poseen resolución. Se les suma un tercero: un autoproclamado “franchute” cuyo grito de guerra es “soy francocanadiense”. Es el relevo cómico, pero toda la película es un chiste. En lo que trama refiere no hay nada más que decir sobre La monja. Los tres personajes llegan a la abadía - un bastión gótico con toda la pompa y máquinas de humo de una producción Hammer - se separan y comienzan a merodear por las noches llamándose entre sí. Las puertas se abren, los electrodomésticos se prenden, los espejos reflejan cosas extrañas. Se exprime a más no poder el temor de que cualquier monja trajeada al darse vuelta resulte ser “la” monja, o estar muerta, o no estar ahí. No hay nada especial en este juego de indicios, amagues y sobresaltos. Dado que en los primeros minutos vemos cruces invertidas en llamas, cataratas de sangre y el mismísimo monstruo de la película, cualquier intento posterior de mesura o sutileza es un despropósito. Lo único remotamente atemorizante sigue siendo el rostro maquillado de Bonnie Aarons. Daba miedo en El camino de los sueños (Mulholland Dr., 2001) y sigue dando miedo aquí a pesar de los esfuerzos del director Corin Hardy en exhibir su monstruo indiscriminadamente y la insistencia del guionista James Wan en explicar qué es, de dónde viene, qué quiere, etc. Un sencillo plano de “Valak” parada al final de un pasillo en El conjuro 2 (The Conjuring 2, 2016) es tanto más efectivo que cualquier cosa que se muestre en esta película. A falta de una trama o algo parecido comenzamos a notar las incoherencias e inconsistencias de una película que jamás establece reglas claras sobre los poderes y los límites de su monstruo. En definitiva cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento, lo cual socava tanto la lucha de los protagonistas como el temor por el monstruo, que aparenta ser todopoderoso pero se contenta con orquestar pequeños sustos o estrangular a medias a sus víctimas. Hay por lo menos dos relatos fraguados en el esplendor del terror gótico que no sólo triunfan a pesar de una ausencia clara de reglas sino que hasta gracias a dicha ausencia: “El castillo de Otranto” de Horace Walpole y “El manuscrito hallado en Zaragoza” de Jan Potocki. Lo que tienen en común más allá del género es la decisión, quizás necesidad, de presentarse como ficciones ambiguas y remotas dentro de marcos históricos-apócrifos. Un equivalente posible en el cine de terror moderno sería El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999). Nada de lo que ocurre en La monja estaría fuera de lugar en ninguno de estos relatos. Ambos proponen una serie de eventos espeluznantes y de naturaleza dudosa sin una lógica de causa y consecuencia obvia. Claro que La monja es incapaz de crear una atmósfera propicia, ordenar sus escenas de manera efectiva, desarrollar un tema con peso dramático o siquiera hacer de cuenta que la historia tiene valor inherente y no parasita un fenómeno cultural mayor a sí misma.
Amén. Las propuestas del género que les sucedieron a filmes como Pesadilla o Martes 13 no me llamaron la atención en absoluto. No fue así hasta 2013 cuando James Wan tuvo la genialidad de estrenar El Conjuro. Menuda sorpresa me llevé cuando pude disfrutar de la película. Gracias a ella mi amor hacia el terror estaba restaurado. Las razones fueron varias y voy a ir enumerándolas. Si bien el terror se caracterizó por realizar numerosas secuelas hasta el hartazgo, El Conjuro de a poco fue extendiendo su universo a través de algunos spin−off y precuelas exitosas como Anabelle hasta plasmarlo nítidamente y sin tener nada que envidiarle a Marvel. Claro que dentro de esta usina creadora no todo es brillo y fulgor. En toda familia suele haber una oveja negra y en este caso La Monja califica tranquilamente como tal. Si bien el personaje fue presentado en El Conjuro 2, su aceptación generó misterio y se optó por una precuela centrada en el suicidio de una monja y la investigación ulterior que, como no podía ser de otra forma, involucra a un demonio. Sin novedades y con un relato básico, La Monja no es nada diferente a otras propuestas que ya se vieron. Siempre dije que una buena historia requiere de un antagonista /protagonista bien desarrollado y acá es donde el filme falla. Da la sensación de que tanto el director Corin Hardy como el guionista Gary Dauberman hicieron agua con el personaje principal, dejándolo en el olvido a poco de salir del cine. Tal vez lo que podría rescatar del filme es la estética vintage que recuerda a las obras de terror de los años 50, 60 y 70. El resto, más de lo mismo. Un paso en falso en el universo de El Conjuro, solo esperemos que The crooked man -personaje que también apareció en su secuela- tenga un mejor desarrollo en su próxima película.
María indica el camino “La Monja” (The Nun, 2018) es una película de terror dirigida por Corin Hardy y escrita por Gary Dauberman. Siendo la quinta producción dentro del universo de “El Conjuro”, no es necesario ver las anteriores para comprenderla. El reparto incluye a Demián Bichir, Taissa Farmiga (The Bling Ring, American Horror Story), Jonas Bloquet, Ingrid Bisu, Charlotte Hope, entre otros. Ambientada en 1952, la historia se centra en Anthony Burke (Demián Bichir), sacerdote que, por sus experiencias pasadas, es elegido por el Vaticano para que vaya a Rumania junto a la novicia Irene (Taissa Farmiga). La tarea tiene que ver con investigar el motivo por el que una de las monjas del Monasterio de Cârţa decidió ahorcarse hace unos días. Con la ayuda de Franchute (Jonas Bloquet), franco-canadiense que se ocupa de llevar las provisiones a las Hermanas, Anthony e Irene llegarán a la abadía. Lo que no se imaginan es que las situaciones extrañas irán aumentando con el pasar del tiempo. Dentro de esta franquicia tenemos grandes exponentes del género como lo son “El Conjuro” (The Conjuring, 2013) o “Annabelle 2: La Creación” (Annabelle: Creation, 2017). A la vez, no se puede dejar pasar que “Annabelle” (2014), primer filme centrado en la muñeca maldita, resultó toda una decepción. ¿De qué lado se encuentra esta nueva producción, esta vez enfocada en Valak muchos años antes que las anteriores? Ni de un lado ni del otro, es decir que ni por asomo es una joyita pero tampoco es una mala película. “La Monja” constantemente busca el susto fácil; ese que ya sea por los silencios, oscuridad y/o quietud de la cámara ya conocemos de antemano que nos va a hacer saltar de la butaca. Este recurso aquí funciona casi en su totalidad, por ello es muy probable que a los que les gustan los jump scares la pasen genial con el filme. No obstante, no todo es oro ya que durante su último tramo, donde el relato se enfoca más en cerrar un portal demoníaco, se decide mostrar demasiado a la monja del título, lo que consigue que el temor desaparezca en un santiamén. Además, los efectos que muestran a las personas siendo disparadas por los aires se ven demasiado artificiales. Cruces dadas vuelta, una abadesa a la que no se le distingue la cara, sonidos de huesos al romperse, cadáveres que cambian la posición en la que se encontraban y un niño que murió luego de ser exorcizado son solo algunos de los elementos que el director utiliza para poner los pelos de punta. Y los sustos se consiguen gracias a la atmósfera creada tanto dentro como en los alrededores del monasterio, donde hay un cementerio tan silencioso que ningún movimiento alejado puede pasar inadvertido. Dos son los momentos que están súper bien logrados: uno que tiene que ver con las campanitas que en ese entonces se colocaban en las tumbas por si se cometía el error de enterrar a alguien que seguía con vida, y otro que incluye una marca de estrella en la espalda de la novicia protagonista. Taissa Farmiga, que en la vida real es la hermana menor de Vera, actriz que le da vida a Lorraine Warren en los dos filmes de “El Conjuro”, consigue dar una interpretación convincente así como también Demián Bichir. Aunque la trama de “La Monja” no aporte nada nuevo y sobre su final decaiga mucho, logra mantener la atención del espectador en todo momento. No será de lo mejorcito de este universo, pero vaya que es disfrutable.
“El Conjuro” abrió una puerta y con ella también ingresó una bocanada de aire nuevo y fresco para los amantes del cine de terror, y tuvo una secuela, “El Conjuro 2”. También dos spin-off (“Annabelle” y “Annabelle 2, la Creación”). Hasta ahí, todo más o menos bien. Si bien “Annabelle” no fue genial, con la 2 se reinvindicaron. Ahora, James Wan insiste en seguir tirando de la soga, y... aparece una precuela: La monja. Para eso, el guionista Gary Dauberman traslada la historia a una zona rural de Rumania, en 1952 donde se ha suicidado una monja en una Abadía de clausura. A raíz del hecho, el Vaticano decide meter mano en el asunto y envía a un Sacerdote, el Padre Burke (Demian Bichir) y a una joven Novicia llamada Irene, quien está a punto de tomar los votos, (Taissa Farmiga, hermana de Vera, personaje de Lorraine Warren en “El Conjuro” e idéntica) a investigar qué sucedió como para que la monja sea capaz de tomar tamaña decisión. Al llegar conocen a un joven (Jonas Bloquet) que resulta ser el que encontró el cadáver y él será su guía. Una vez allí, una serie de hechos sobrenaturales que implican al Demonio Valak mencionado en las películas “El conjuro”, comenzarán a suceder (en forma muy lenta...) hasta desencadenar hacia el final en una serie de sustos (?) sobresaltos, situaciones paranormales y posesiones sin mucho sentido. El director Corin Hardy se vale de la música en forma casi permanente para lograr el clima de suspenso, y así y todo, no lo logra, porque el guión es flojo. Si el que lee ésto es un espectador sensible, quizás salte de la butaca, pero si es de los que está acostumbrado al cine de terror, no sucederá nada y será una película más en su haber. Los efectos visuales, actuaciones y fotografía son muy buenos, por supuesto, pero nada más. Una buena oportunidad, desaprovechada. ---> https://www.youtube.com/watch?v=pzD9zGcUNrw ACTORES: Taissa Farmiga, Bonnie Aarons, Demián Bichir. Charlotte Hope, Mark Steger, Jonny Coyne. GENERO: Terror . DIRECCION: Corin Hardy. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 96 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 06 de Septiembre de 2018 FORMATOS: Imax, 2D.
Están matando a la gallina de los huevos de oro. Si los dos spin-offs anteriores de El conjuro (Annabelle y Annabelle 2: La creación) eran flojos, no se imaginan lo que es La monja. Y eso que la monja endemoniada -vista en El conjuro 2- era un personaje riquísimo para que tuviera su historia en una película propia. Pero no. James Wan insiste en dejar las mejores historias para las películas que dirige él -y que son el centro, digamos, de la ahora convertida en suerte de saga de fenómenos paranormales y de terror- y ponerse a crear, sólo como autor de ideas, filmes que no son más que sumatorias de lugares comunes del género y que más que asustar, aburren. Rumania, 1952. Muchos años antes de los acontecimientos reflejados en El conjuro 2, en una abadía en medio de las montañas, una monja se suicida. No, no es la endemoniada con rostro largo a lo Rossy de Palma, sino que lo hace por algo relacionada con ella. Hasta allí llegan un sacerdote (Demián Bichir, alguna vez candidato al Oscar) y una novicia, que aún no ha tomado los votos (Taissa Farmiga; sí, hermana en la vida real de Vera, quien interpreta a Lorraine Warren en El conjuro). Los envía El Vaticano. El ha hecho exorcismos, pero, parece que con cierta vehemencia, por lo que los exorcisados no han contado el cuento. A ella la eligen porque “conoce” el lugar , el asunto, lo que sea. ¿Quién los lleva en carruaje desde el pueblo hasta la abadía? Un joven, el que descubrió el cadáver de la monja colgando picoteado por cuervos y desangrándose. Ah, le dicen El Franchute, no porque sea de Francia. “Soy francocanadiense”. Detalle a tomar en cuenta. Lo que sucede de ahí en más, apenas pisan el lugar, es una sumatoria de clisés. El sótano que esconde secretos, alguna monja que se pasea por los pasillos, velas, la ausencia de la electricidad, el cementerio lindero. La presencia maléfica está detrás de una puerta que advierte que allí ya no hay Dios, como para que no digan que no avisaron. Todo un despropósito, porque si El conjuro se caracteriza por tener una historia, desarrollar una trama y mantenerse dentro de los cánones más o menos verosímiles, La monja es la antítesis. Aparece gente de la nada, hay hectolitros de sangre sin razón, pasan cosas incongruentes. ¿Más? ¿Para qué? Si usted es fanático, tal vez vaya a verla. Y si no lo es, con lo que le contamos ya tiene suficiente. Ah, después de los créditos no pasa absolutamente nada como para quedarse. Antes, tampoco.
Otra franquicia para el terror El conjuro fue un sorpresón, una de esas películas de terror con pinta de ser más de lo mismo pero que inquietaba y asustaba con las herramientas más nobles del género: un tempo dramático sin apremios para construir un clima cada escena más enrarecido, lo fantasmagórico y paranormal como elementos acechantes pero impalpables en medio de lo cotidiano, el Mal como consecuencia de la fluidez del relato antes que de una imposición de guión. El éxito se coronó con una recaudación de más de 300 millones de dólares que ni siquiera el productor más optimista esperaba. Tamaña suma volvía inevitable la creación de una franquicia, algo que una secuela (El conjuro 2) y un spin off (Annabelle) con su consecuente continuación (Annabelle 2: la creación) no hicieron más que confirmar, y que ahora tiene en La monja a su exponente más novel. Aunque en realidad hay poco nada de novel en este refrito de innumerables lugares comunes del género, que para colmo ni siquiera sabe muy bien qué quiere contar ni tampoco cómo hacerlo. ¿Los sustos? Bien, gracias. Un breve recuento en la secuencia de apertura ubica a la película en el contexto macro de la franquicia. Allí se ve una breve escena de El conjuro 2 en la que el investigador paranormal Ed (Patrick Wilson) tenía visiones sobre una monja con cara de Marilyn Manson que lo atacaba. Esta precuela se propone contar los orígenes de esa criatura, que se remontan hasta un convento rumano donde, a mediados de los ‘50, un suicidio desata la consabida serie de sucesos paranormales. Los habrá de todo tipo y color: espiritismo, posesiones, exorcismos, maldiciones y un largo etcétera que incluirá hasta la sangre del mismísimo Jesús. Igual de exagerado es el convento y sus alrededores, con un aire tan lúgubre y pesadillesco como falso y recargado que parece sacado de un episodio de Los cuentos de la cripta. En medio de todo eso sobresalen las figuras del obispo Burke (un recontra adusto Demián Bichir), quien viaja hasta allí para indagar en los motivos detrás de esa muerte, la novicia Irene (Taissa Farmiga, hermana de Vera, protagonista de El conjuro pero sin vínculo con el personaje... al menos por ahora) y el lugareño que descubrió el cadáver, un francesito pintón menos preocupado por saber qué pasa que por tirarle onda a Irene. Burke, Irene y el francesito se enfrentan a algo que no saben bien qué es. La película tampoco parece tenerlo muy en claro, y por eso dedica su tercio inicial a acumular escenas supuestamente terroríficas relacionadas con situaciones sobrenaturales que suceden en los alrededores del convento, pero hiladas únicamente por la búsqueda de efectismo, con su banda sonora ominosa callándose solo para preanunciar el remate de las situaciones. Un poco más adelante, cuando la película (¡por fin!) clarifique el berenjenal narrativo, se sabrá que todo se debe a que el monasterio fue construido por un duque con el fin de evocar diablos: el Mal como capricho de la realeza. La monja pondrá quinta marcha para recorrer a toda velocidad una última media hora en la que se precipitan todos los sucesos, incluyendo el consabido pie para una secuela.
Ansiada propuesta, spin off de “El Conjuro” que toma a uno de los personajes que apenas se dibujaba en ellas. Ni siquiera la iconografía religiosa puede superar la obviedad de una trama que hasta en un momento se pierde en sus propias trampas.
Al igual que en las Annabelles, James Wan oficia de productor al recolectar los retazos de El conjuro y reciclarlos en una copia torpe y desangelada. La monja nace de una imagen, pero no consigue desprenderse nunca de ella. Esa imagen es un rostro diabólico enmarcado en un hábito, que deambula por las góticas alucinaciones de un poseído y se refugia en una abadía perdida en las montañas rocosas de Rumania por las que también transitó Nosferatu. De hecho, la poca inventiva que excede los golpes de efecto y las previsibles apariciones en espejos es ese paisaje escarpado, deudor del clásico de Murnau que no logra cobrar vida más que como un mero decorado. Ni Taissa Farmiga puede sostener un personaje tan plano como el de la novicia que sueña horrores, pero nunca los habita. Tal vez ya sea hora de dejar de exprimir aquel éxito.
“La monja”, de Corin Hardy Por Ricardo Ottone La serie de El conjuro creada por James Wan se convirtió en una de las más exitosas en el campo del terror sobrenatural de los últimos tiempos. La misma tiene como protagonistas al matrimonio compuesto por Ed y Lorraine Warren, suerte de Power Couple de la investigación paranormal basada en una pareja real. La saga los muestra en la resolución de sus casos, los cuales incluyen el intercambio generalmente poco amistoso con el mundo de ultratumba, la visita a lugares acechados por las fuerzas del mal y el trato con sujetos en diferentes grados de posesión. Acorde a esta época de franquicias, la serie empezó a expandir su universo, o su mitología, a partir de profundizar en algunos casos secundarios de los dos films principales a través de Spin Offs que se desprenden del tronco principal. El primero de ellos fue el de la muñeca Anabelle, que ya cuenta con dos películas. El caso de La monja ya viene planteado en El conjuro 2 mostrando a una entidad oscura y poderosa (bastante parecida a Marilyn Manson) que se fijó a Lorraine después de un caso anterior y la acecha continuamente. Había cierta expectativa con respecto al estreno de este segundo Spin Off, en parte porque lo que ya se había insinuado en El conjuro 2 era bastante espeluznante y mostraba potencial para desarrollarse. Y en parte también por los antecedentes de su director, Corin Hardy, que venía de un muy buen debut con The Hallow (2015), que aquí se estrenó con el rutinario título Los hijos del diablo. Una refrescante película de horror rural y hasta ecológico, con una familia acosada en un lugar aislado por unas entidades sobrenaturales y hostiles. Algo de eso hay también en este intento aunque aquí las expectativas no llegan a cumplirse, ya que este film no llega ni al nivel de los que originaron la serie ni del anterior del mismo director. Acorde también a esta época de precuelas, La monja cuenta el origen de esta entidad que atormenta a Sra. Warren. El relato se remonta a los años 50 y arranca con el suicidio de una monja (una real) en un convento de Rumania luego de ser acechada por la otra monja (una sobrenatural), la del título. Hacia Rumania entonces, cuyos conventos rurales parecen un lugar de elección para posesiones demoníacas y visitas malignas (véase el reciente estreno de La crucifixión), parte el Padre Burke (Demian Bichir), un sacerdote investigador enviado por el Vaticano y acompañado por la hermana Irene (Taissa Farmiga), una novicia que aún no tomó su votos. Allí se les suma Frenchie, o el Franchute según la traducción local (Jonas Bloquet), el lugareño que encontró el cuerpo de la monja suicida. Una vez en el convento, el trío va enfrentarse a esta entidad que no es otra cosa que un demonio que responde al nombre de Valak. El film se nutre de casi todos los elementos conocidos del horror religioso y hasta de ese subgénero conocido como Nunsploitaition, con películas que suelen involucrar a monjas viviendo en conventos de clausura con problemáticas o de índole sexual o terrorífica, a veces de ambas. Las fuentes son también las del horror gótico europeo, lo cual se refuerza con la locación. Hardy abusa de algo que justamente había eludido hábilmente en su ópera prima: los sobresaltos y los golpes de efecto, esas formas un poco baratas y tramposas derivadas de la incapacidad de generar una verdadera sensación de miedo. Acá tenemos mucho paneo ida y vuelta para colar alguna presencia y mucho golpe de sonido para reforzar alguna aparición repentina. Los protagonistas componen un trío que funciona bien como equipo y con roles bien definidos, aunque estereotipados incluso en su supuesta dualidad. Irene como una chica aparentemente frágil que logra sacar de sí fuerzas inesperadas o el Franchute que viene con intenciones de galán pero funciona más como recurso cómico. El relato entretiene aunque funciona más por acumulación de momentos que por una progresión mientras algunas decisiones de guión son un poco arbitrarias y apresuradas. Los casos de Annabelle y de la Monja no encontraron una plasmación que les hiciera justicia, a pesar de lo que insinuaban en El conjuro 1 y 2. Habrá que esperar a la tercera de esta serie entonces a ver si son los dueños del negocio, el director James Wan y el matrimonio de los Warren, los encargados de mantener la vara de su propia franquicia. LA MONJA The Nun. Estados Unidos. 2018. Dirección: Corin Hardy. Intérpretes: Taissa Farmiga, Demian Bichir, Jonas Bloquet, Bonnie Aarons, Charlotte Hope, Ingrid Bisu. Guión: Gary Dauberman, sobre una historia de James Wan y Gary Dauberman. Fotografía: Maxime Alexandre. Música: Abel Korzeniowski. Edición: Michel Aller, Ken Blackwell. Dirección de Arte: Adrian Curelea, Vraciu Eduard Daniel. Producción: Peter Safran, James Wan. Diseño de Producción: Jennifer Spence. Distribuye:Warner Bros. Duración: 96 minutos.
Las películas exitosas pueden abarcar universos enteros entre secuelas, precuelas, spin offs, remakes y lo que se les ocurra. "La monja" puede funcionar como precuela y como spin off de la saga "El Conjuro". Después de que en la segunda parte de la película de James Wan haya llamado mucho la atención una escena con una monja aterradora, eso sólo sirvió para que el también productor se diera cuenta de que se podía explotar hasta hacerla película. Así, en "Anabelle: Creation (precuela del spin off Annabelle)", cuando "La monja" ya estaba en producción, se permitieron hacer un guiño a la película en cuestión. A la larga, si de algo sabe esta gente, es de negocios. Escrita por Gary Dauberman (el guionista de las dos Annabelle pero también de la celebrada "It" de Andy Muschetti) y dirigida por Corin Hardy ("The hallow", película de terror irlandesa que pasó por nuestros cines sin pena ni gloria), "La monja" pretende contar la historia de este demonio terrorífico que utiliza la imagen de, claro, una monja. Demian Bichir es un sacerdote que junto a una novicia interpretada por Taissa Farmiga (probablemente conocida más que nada por la serie "American Horror Story" pero que además es la hermana menor de Vera Farmiga, la protagonista de "El Conjuro") viajan a un pueblo rumano a investigar el aparente suicidio de una joven monja. Allí también se encontrarán con un joven francés que los ayudará a entrar al lugar y se convertirá en su compinche. A partir de ese momento, La monja presenta cantidad de sustos (unos más efectivos que otro nivel visual, no mucho a nivel miedo cuando son tan esperados) pero poca historia. Durante gran parte de la película la trama no avanza y en el último tercio sucede todo lo que hay para que suceda. A nivel visual el director aprovecha elementos y figuras de la religión católica y si bien logra crear algunas imágenes interesantes (a la larga la figura de una monja siempre tiene algo de aterrador) termina más bien siendo un pastiche de ideas que podrían no haber pasado del boceto. Los actores hacen lo que pueden con el material que tienen en manos (que por momentos llega a ser ridículo) pero no es suficiente. Además se siente muy fuerte la necesidad de conectar con la saga, con este universo. Tanto, que al principio el film empieza con algo parecido a un “previously” de una serie, o a un trailer que se encarga de mostrarnos la presencia de este ente, la monja, en "El Conjuro". Y al final sucederá algo similar. Todo esto le imprime un tono clase B pero que no parece consciente. La monja deja en evidencia que una imagen no es suficiente para construir una buena película. Que tiene que haber un buen relato detrás. Podríamos tomar como ejemplo antagónico “Lights out”, que de un cortometraje que a la larga no era mucho más que un susto se pudo crear una decente película de terror sobre un fantasma. Acá ni siquiera esa imagen que provocaba terror está presente, no de aquel modo, porque deciden situarla todo el tiempo en un primer plano cuando todos sabemos que lo que mayor miedo genera es lo que no podemos terminar de ver, de descifrar, cuando es la imaginación de uno mismo la que termina completando. Probablemente la película más fallida de la saga "El Conjuro".
Aprovechando al máximo la franquicia de "El conjuro", "La monja", es otro spin off sin alma ni preocupación por crear una mínima historia alrededor de los sustos. Cuando en 2013 James Wan incursionaba en el cine de exorcismos con "El conjuro", probablemente no sabía las puertas que abriría a todo un universo expandido sobre esa película “basada en un hecho real”. No solo hablamos de secuelas, que ya va encaminándose la segunda; sino una serie de spin off sobre algunos personajes que en la película apenas eran mostrados. La muñeca Annabelle ya tuvo dos películas (de resultados como mínimos dispares), y ahora le toca el turno a "La monja", el personaje que ya apareció en "El conjuro 2", y en la escena post créditos de "Annabelle 2". El nombre del personaje ya lo dice todo, un espectro, más bien un demonio, disfrazado de monja, que causa el espanto de los personajes. Como dijimos, ya la vimos en "El conjuro 2", que hasta nos dijeron que era el demonio Valak, la vimos un poquito más en "Annabelle 2" para saber que estaba en un convento en Rumania ¿Qué más nos queda saber en su película individual? A la luz de los resultados finales de "La monja", no quedaba nada. Comenzamos con footage, o material extraído de la segunda entrega de la saga, como por si alguno llega sin haber visto la película. La Sra. Warren que presiente la muerte del marido en manos de "La monja", descubre su nombre, la extermina. Un largo flashback nos llevará hasta Rumania en donde dos monjas, una anciana y una joven, se deben enfrentar a algo que tienen guardado detrás de una puerta. Conflicto, batalla, un poco más de barullo, la monja más joven debe ser la que termina con todo el asunto, pero algo sucede que termina suicidándose… o no, porque eso tiene muy poca pinta de suicidio. Desde el Vaticano se enteran del suicidio, y convocan al Padre Burke (Demián Bichir), que oh casualidad, trae consigo un pasado en el que un exorcismo le salió trunco. Burke decide llamar a una novicia para que lo ayude a investigar, la Hermana Irene (Taissa “soy la hermana de la que hace a la Sra. Warren pero no digamos nada del evidente parecido idéntico” Farmiga), que parece que tiene alguna conexión sobrenatural, o algo así, no importa; el hecho era poner a un hombre adulto, y a una novicia joven medio pizpireta. Luego de una secuencia presentación de Irene que parece robada de "Esperanza Mía", ambos viajan hasta Rumania, en donde se encontrarán al campesino que encontró a la monja suicidada. Un personaje tratado con tal desdén que ni siquiera tiene nombre durante buena parte de la película, es simplemente Franchute (Jonas Bloquet), aunque él grite ser francocanadiense. Este trío forma un team para investigar qué es lo que pasa en la abadía rumana, topándose con otras monjas, que, por supuesto, de espaldas, se parecen mucho al demonio, así que… Nada más, esa es toda la historia de "La monja"; y lo de formar equipo es una forma de decir, porque ni bien lleguen al convento, los tres se van a separar y van a investigar y ser sobresaltados individualmente. Porque a falta de historia, lo que sobran son los jump scares sin sentido. ¿Vieron esos videos de YouTube en los que se muestra una escena de rutina, como un viaje en ruta, o gente caminando por su casa, y de golpe algo interrumpe en el medio de la pantalla? Bueno, "La monja" se siente como una sucesión de esos videos, siempre alrededor del mismo personaje, y la mayoría de las veces abusando del susto falso. Es cierto, la cinta contaba con la contra de que al personaje ya lo conocíamos, por lo que no habría sorpresa sobre su aspecto. Es más, los primeros diez minutos, nos lo muestran un montón. Pero por lo menos, pudo tener la decencia de crear una historia alrededor, o poner algo de clima o atmósfera que nos introduzca en el juego. Nada de nada, simplemente exprimir al máximo al personaje. El poco desarrollo de terror que tiene es robado de otras películas menos ambiciosas y más interesantes; el más evidente "Cuentos de la Cripta: La noche del demonio". Por el resto, el terror clerical, y la figura de una monja para causar miedo no es para nada algo nuevo (hasta hay una película española de Filmax con Belén Blanco, del mismo nombre y mucho mejor que esto), así que también roba de aquí y de allá. Personajes estereotipados y bastante odiosos (repetimos, Franchute, que encima intenta ser un comic relief, es insufrible), la no historia, y el abuso de los mismos recursos para causar algo de susto (que no es lo miso que terror, un ¡Buh! desprevenido no es lo mismo que clima de tensión, pavor y ahogo permanente); son la moneda corriente de esta película que ya amenaza con secuela propia. Corin Hardy tiene como único antecedente en dirección la también impresentable "Los hijos del diablo". Aquí se limita a introducir algo de dirección de arte en juegos de colores en contraste y puestas de coreografía (como un cúmulo de monjitas que vistas desde arriba forman una cruz invertida, y cosas así). Elementos que sin el contexto adecuado son la nada misma. "La monja" es una producto a desgano, pensado con el sólo propósito de ser una película que se tenía que hacer, y sin el más mínimo intento de superar la mediocridad. Cuando en vez de aferrarnos a la butaca, comenzamos a bostezar, y nos alegramos de que sea cortita, es que algo anda muy mal en Rumania.
Mucha expectativa con esta película. Y eso me jugó bastante en contra. Trato siempre de que no me pase esto, de no esperar nada, pero acá me era imposible porque me gusta mucho la saga El conjuro. Y si bien su primer spinoff (Anabelle, 2014) también defraudó, la secuela de 2017 fue una gran película. Y el personaje La Monja prometía mucho, pero no estuvo a la altura. Ojo que la película no es mala. Es más, está por encima de la media de la mayoría de films de terror que se estrenan, pero aún así queda corta en comparación con los ejemplos citados. Las escenas de terror dejan un poco que desear, son muy repetitivas. Y también le falta ser más hardcore. No es lo suficientemente violenta. El guión no acompaña mucho en ese sentido porque la historia está media tirada de los pelos, con personajes muy estereotipados. Y ahí está lo peor, los pases de humor totalmente innecesarios en uno de ellos. Totalmente fuera de clima, al punto de que te llega a poner nervioso. El director Corin Hardy, cuya ópera prima -también de terror- The hallow (2015) no generó ningún tipo de impacto, fue apadrinado por James Wan en esta oportunidad, pero no aporta nada. No hay ningún plano ni secuencia como para destacar. Todo es imitación y muy de manual. Y salvo por Taissa Farmiga (hermana de Vera), el elenco deja mucho que desear. Incluso alguien de la talla y el talento de Demián Bichir. En definitiva, La monja es una película de terror buena pero que no está a la altura de su propio hype (por el universo al que pertenece). Ojalá ocurra lo mismo que sucedió con Annabelle, y hagan una secuela mejor.
Texto publicado en edición impresa.
Entretenida, bien ambientada, con buenos sustos pero nada memorable, La Monja será más apreciada por aquellos que estén familiarizados con la saga El Conjuro. El cineasta malayo James Wan tiene un talento especial a la hora de crear historias de terror. De Saw (2003) y Saw II (2004), pasando por Dead Silence (2006), Insidious (2008) e Insidious: Chapter 2 (2013) sin dudas su trabajo más genial hasta el momento es la saga de The Conjuring (2013). Las películas que siguen la historia (ficcionalizada) de los casos (reales) a los que se enfrentaron los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren se ganaron el visto bueno del público y la crítica con su buen manejo del suspenso, generación de climas y atmósferas opresivas y su encanto old school en un mercado de terror que parecía harto de las bazofias en found footage y el torture porn. Los demonios, fantasmas clásicos y posesiones infernales volvieron al centro de la escena del cine de terror mainstream. El estudio aprovechó el gran potencial de las crónicas paranormales del matrimonio Warren para explotarlo en precuelas y spin-offs varios que corrieron una suerte bastante dispar. Mientras la crítica se rendía ante The Conjuring y su secuela, el primer spin-off (Annabelle, 2014) fue recibido con reviews bastante negativas a pesar de que la “marca” El Conjuro le aseguró una taquilla más que aceptable. Para la secuela (Annabelle: Creation, 2017) dejaron el trabajo en manos de un director más experimentado en el terreno del terror y el resultado fue mucho mejor. Ahora el creciente universo de El Conjuro nos lleva a conocer el origen de uno de sus más aterradores demonios: Valak, de The Conjuring 2. Tras el suicidio de una monja en una abadía rumana en 1952 el padre Burke (Demián Bichir) es enviado por el Vaticano a investigar el hecho y comprobar que el terreno del convento siga siendo sagrado. Junto a él viajará la hermana Irene (Taissa Farmiga), una novicia británica que aún no ha tomado sus votos y es perturbada por extrañas visiones. Con la ayuda de un pueblerino local apodado Frenchie (Jonas Bloquet) la pareja de religiosos se adentrará en el oscuro convento para descubrir que los eventos siniestros son obra de una presencia diabólica encerrada en lo profundo de la abadía. La Monja es una efectiva y convencional película de terror que cumple con lo que promete y no busca más que entretener y asustar por igual. Su principal virtud es la correcta construcción de atmósfera terrorífica que logra sumergir al espectador en su mundo y una más que pulida puesta en escena de ambientación gótica y oscura que recuerda por momentos a las películas de explotation de terror religioso, con toda su carga de convenciones y clichés (rezos en latín, cruces invertidas, pentagramas, serpientes, etc). Su acotada duración y buen ritmo hace que la película pase volando y el espectador se quede ansioso con ganas de más. El mayor inconveniente de la película (y poniéndonos un poco minuciosos) se encuentra en la constante repetición de ciertas fórmulas a la hora de construir la mayoría de los sustos. A lo largo de la película veremos a los personajes caer en la misma trampa de seguir una silueta familiar o un susurro hasta el lugar más oscuro y tenebroso, solo para ser sorprendidos por una mano que aparece fuera de campo, un monstruo aterrador y gritón que salta desde las sombras o la presencia de la siniestra monja que aparece después de un giro de cámara. La marca autoral se siente a través de los climas y la sensación general que la película logra, no está muy lejos de la atmósfera general que se siente viendo cualquiera de las películas de la saga de El Conjuro (el soundtrack con los coros de lamentos recuerdan ciertos pasajes sonoros de The Conjuring 2) y esto tiene que ver con la presencia de Wan y Gary Dauberman (guionista de las dos películas de Annabelle) en el guión de la película. La Monja termina siendo un entretenimiento terrorífico bien logrado que cae del lado de los aciertos como Annabelle: Creation pero aún se encuentra a años luz de la calidad encontrada en las historias de los Warren. El universo El Conjuro sigue gozando de buena salud.
Una vez más, la cartelera nos invita a continuar recorriendo la popular franquicia sobre las investigaciones del famoso matrimonio de cazafantasmas del siglo XX. Con un slogan que predica que estamos ante el relato “más oscuro” dentro del universo de El Conjuro, la cinta dirigida por Corin Hardy (Los Hijos del Diablo) se propone hacer un festín con los resabios de lo que en algún momento fue considerada la gallina de los huevos de oro. La acción se encuentra ambientada en 1952 en una abadía de Rumania, donde misteriosamente una monja se ha suicidado. Tal suceso alarma a las autoridades del vaticano, al punto que deciden enviar al Padre Burke (Demián Bichir) a investigar las causas de tamaña ofensa contra Dios . El sacerdote no irá solo, sino que contará con la ayuda de la novicia Irene (Taissa Farmiga), quien aún no ha resuelto tomar los votos. Ambos serán guiados en carruaje hasta el lugar por un rumano apodado Franchute (Jonas Bloquet), el joven que halló el cuerpo sin vida de la monja y que parece más interesado en conquistar a la novicia que en descubrir los extraños fenómenos que ocurren en el pueblo. El nuevo (que de novedoso no tiene nada) spin-off de El Conjurose sirve del espíritu endemoniado en forma de monja que aterroriza al matrimonio Warren en la secuela del film. Pero la trama se encuentra tan repleta de lugares comunes que el suspenso, la tensión y la intriga que caracterizaba a la creación del productor James Wan, se deshace apenas pasados unos minutos. Taissa Farmiga- la hermana de Vera, quien encarna a Lorraine Warren en la saga- es totalmente desaprovechada por un guion sin alma, donde la construcción de personajes brilla por su ausencia. Lo mismo podemos decir del mexicano Demian Bichir, quien hasta ahora había hecho un recorrido respetable, siendo incluso nominado al Oscar por su papel en A Better Life (2011). Las inverosimilitudes y elementos tirados de los pelos (como la propia sangre de Cristo) se hacen lugar a la fuerza con el fin de darle sentido a la historia, algo que ocurre de forma atolondrada en la última media hora. Infaltables los cansinos jump scares, que intentan rellenar con efectos baratos las propias limitaciones narrativas de este refrito. Los fanáticos acérrimos de El Conjuro quizás terminen perdonando nuevamente la falta de ideas, en pos de un spin-off o secuela que logre revivir la espeluznante experiencia psicológica que nos regaló James Wan y compañía. Para todos los demás, queda claro que La Monjaes la perfecta razón para dejar de reciclar una saga que ineludiblemente ya está agotada.
No siempre lo mejor llega al final La Monja (2018) es la última -¿o primera?- película de la saga de los expedientes Warren y uno de los films más importantes y esperados del género como de la gran industria cinematográfica. Dirigida por Corin Hardy, La Monja se sitúa en los años 50′ para contarnos el origen del personaje que apareció para atormentar a los protagonistas de El Conjuro 2 (2016), siendo ésta la que inicia la línea temporal después de Anabelle (2014), Anabelle II (2017), El conjuro (2013) y el Conjuro 2 (2016). Tras el suicidio de una joven monja en una abadía de clausura en Rumania, el Vaticano decide investigar este fenómeno peculiar enviando al padre Burke (Demián Bichir) junto a la novicia Irene (Taissa Farmiga) para descubrir lo que pasó tras el incidente. Tanto su vida, su fe y sus almas serán puestas a prueba en un convento poseído por fuerzas maléficas y demoníacas. Ya sea por el hype o por seguir una línea de películas que marcaron un camino relacionado al mainstream del género de terror como representa El Conjuro, La Monja cuenta con el respaldo de esta saga como también con la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. Las dos caras de la moneda. Lamentablemente, La Monja decidió quedarse con el hype en un producto vacío, arrinconado por los lugares comunes del género usados hasta el hartazgo: desde la planitud de sus personajes hasta una narrativa poca convincente sin definir cuál es su objetivo. Personajes vulgares, estereotipados y hasta caricaturescos sin ser ese el principal problema de la película ni la intensión del director Corin Hardy. La Monja no trasciende desde ningún plano para llegar a darle al espectador algo más que meros sustos en pocos momentos del film. Aunque no es algo determinante encontrarles un sentido a algunas actitudes en las películas de este tipo -y no por desprestigiar al terror-, en ningún momento queda claro lo referido a alucinaciones de la protagonista y lo que es real o no, tanto para ella como para el resto de los personajes. Allí, en esos lugares recónditos entre lo absurdo y lo burdo, se sumerge La Monja para no llegar a ningún punto. ¿La finalidad de producir una película como La Monja es desarrollar un antagonista que apareció y aterró a los espectadores en El conjuro o cerrar una línea de tiempo que explique de dónde surgió? Como Spin-off, la película quedó muy limitada para realizar lo primero. A pesar de contar con la producción de James Wan –quien fue el director de la primera y segunda parte de esta saga- La Monja no se focalizó en cuidar su desarrollo narrativo como así lo hicieron las dos primeras entregas que dieron inicio a su universo. No hay una lógica que esté detrás de la parte demoníaca del film como tampoco personajes profundos y diferentes a lo que ya vimos en todo el cine del género. Redundante, previsible son adjetivos que pueden aplicarse por igual tanto a la trama como a ellos mismos. En sus incoherencias narrativas y un guión que desperdicia un antagonista importante, la película logra el entretenimiento temporal que requiere. Con sus sustos, escenas de climax y demás, logra captar la atención del espectador, aunque la producción esté carentes de un contenido en gran escala, o cque se pudiera esperar de una producción de este tamaño. La Monja (2018) de Corin Hardy, protagonizada por Taissa Farmiga, Demian Bichir, Bonnie Aarons llega a todos los cines del país el 6 de septiembre para ser la última película de los expedientes Warren, que comenzaron en el 2013 con El Conjuro con James Wan tras la cámara.
DESESPERANZA MÍA: ENTRE MONJAS Y CURAS ABURRIDOS Así como con los políticos siempre nos esperanzamos, con los spin off en torno al mundo Warren hay esperanzas que sin embrago no tardan en traicionarse y es que, por el momento, no existe film -y ya sucedió con la penosa franquicia de la muñeca Anabelle con quien La monja comparte al guionista Gary Dauberman- que se desprenda de la familia de la imponente El conjuro y que logre estar medianamente a su altura. Guiones pobres que se reducen a un perfil multitarget sólo con ánimo de taquilleras recaudaciones. De más está decir la imperante necesidad de hacer expandir esta máquina creada por James Wan, que no sólo no aporta al género sino que lo ridiculiza y le falta el respeto al fanático del terror. Pero claro, hablamos siempre de esperanzas que en La monja quedan inmediatamente dinamitadas. En esta oportunidad es la primera propuesta narrativa de este universo que no está basada en “hechos reales” como las anteriores películas mencionadas, aunque el demonio en cuestión llamado Valak es reconocido en las esferas del ocultismo y sectas satánicas como un poderoso ser con apariencia opuesta a una diabólica monja, que gobierna a otros demonios del Infierno. Su director Corin Hardy, que ya tiene a sus espaladas otro film infumable de terror Los hijos del diablo (2015) en la que una familia mudada a los bosques de Irlanda se ve amenazada por seres extraños, en esta ocasión no ajusticia la figura femenina de la devota maldita de Cristo que sí supo espeluznar con su presencia en El conjuro 2. Tal vez resultó difícil hacer una historia alarmante que se sostenga alrededor del mítico personaje. La monja sólo se queda en la superficialidad de sus locaciones y en las limitadas actuaciones de la novicia de turno Taissa Farmiga -hermana de Vera, quien encarna a Lorraine Warren- y el cura “exorcista” Demián Bichir -un actor que parece que agarra cualquier propuesta en cine que se le ofrece, de ahí su filmografía tan incongruente como este presente ejemplo-. Tampoco vamos a acusar a La monja de ser una total basura en las arcas del género, al menos la salvan los pequeños pasajes que enganchan los estudios que realizaban los Warren en El conjuro o cierta tipografía en los créditos que recuerdan a pelis de terror de los 70’s. Sin embargo, la narración resulta tibia, llena de lugares comunes y sustos predecibles. No se anima a apostar por más y nada tiene que ver a tener a James Wan como “guionista” o falso productor ejecutivo. Lo que lleva a pensar a estas alturas al director asiático como alguien desinteresado, sin una pizquita de corazón que prefiere sólo poner su firma o participar de mala gana. ¿Por celos a que le quiten su corona? Ese sí que es un enigma Warren. Tal vez los paisajes boscosos de la rural Rumania y una abadía ruinosa ayuden a darle un puntito más al misterio que encierra la historia, pero no alcanza a esta versión que busca homenajear de alguna forma a Drácula según las palabras de Hardy. La monja pasa por los cines dejando un mal sabor que no contenta ni al espectador menos exigente, y a Hardy con la presión del público que busca que su próximo film, la remake de El cuervo, sea más interesante.
Diabólica, gótica y rebelde. Fue larga la espera, pero finalmente llegó La Monja, el spin off proveniente del Universo Warren, que temporalmente da inicio a la saga. Si, lo hechos transcurridos en el tenebroso y casi abandonado convento de Rumania, son antecesores de los sucesos diabólicos que acontecen en Los Conjuros, las Annabelle, y muy pronto en The Crooked Man. Cosas inexplicables suceden en ese convento de clausura perdido en la campiña rumana, y los moradores del pueblo saben que el lugar está maldecido; inclusive ellos mismos padecen las consecuencias, dado que la población más débil (niños y gente mayor), muere de manera trágica y extraña. Por este motivo, el Vaticano decidirá enviar al lugar al Padre Burke (con experiencia en este tipo de fenómenos), y a la hermana Irene, de la que más tarde nos enteraremos que algo (o alguien) muy fuerte la une allí. Desde la escena inicial nos damos cuenta que hay una energía enrarecida en esas tierras, acontecen vicisitudes por fuera de todo tipo de lógica humana. Es que ese inmenso edificio que alberga hasta monjas fantasmas, es el hogar del demonio Valak. Uno de los entes malignos más poderosos, que tiene a disposición toda una legión de demonios, y que disfruta enloqueciendo a los más débiles y a las personas puras y santificadas. El convento posee mucha historia, además de un portal a otra dimensión de donde proviene Valak. Como en las viejas películas de horror de los 70, La Monja se cierne en un microclima asfixiante, donde la lógica pesadillezca es ley. Las visiones y hechos del tipo como de repente aparecer enterrado vivo, son moneda común en el lugar. No solo mora la monja demoníaca entre estas oscuras paredes de piedra plomiza, el convento en si se convierte en un protagonista más de la historia. Si bien la cinta está lejos de ser la mejor entrega de la franquicia, básicamente porque le cuesta generar clima de horror y suspenso, tiene cierta mística. Sobre todo gana, cuando el relato se pierde en esa zona donde lo onírico se funde con la realidad, generando una especie de anarquía sensorial que atrapa tanto a los que vienen de afuera, como a las propias inquilinas que se niegan a reconocer el poder de Valak. Definitivamente La Monja, te invita a seguir explorando el Universo Warren.
En tiempos en los que se piensa en universos cinematográficos y en los que se aprueba un proyecto en base a la cantidad de secuelas que puede tener, The Conjuring es un concepto fértil que en las manos capaces de James Wan puede dar lugar a una larga lista de títulos. Los investigadores de lo paranormal no son ninguna novedad en el medio, pero el realizador abrió el juego como para que su labor no se viera limitada a un único caso o película y, en lo que supone un recurso todavía más brillante, para que se pueda explorar la historia de las figuras demoníacas a las que se enfrentan. The Nun viene a expandir este armado colectivo y las expectativas estaban altas, sobre todo después de que Annabelle: Creation pareció demostrar que finalmente se había encontrado el rumbo. Más en la línea de la primera producción de la muñeca diabólica que en la segunda, este nuevo desprendimiento carece de sustancia y quiere compensarlo a base de un estado de susto permanente que no le funciona.
El cine de terror de las últimas décadas se divide claramente en dos corrientes: una de ellas contiene una acotada cantidad de films que han sabido explorar los elementos característicos del género, para dar en la tecla con la creación de una atmósfera espeluznante; mientras la otra vertiente ha lanzado cientos de productos en modo tren fantasma, a puro motor de sobresaltos propulsados por golpes de efecto. La saga El conjuro tiene la particularidad de formar parte de las dos modalidades descriptas. Por un lado, están las magistrales dos películas impulsoras de esta franquicia dirigidas por James Wan. Por otro, los spin off/precuelas despachados como embutidos para llenar millones de butacas, donde ingresan las entregas de Annabelle y el decepcionante estreno de La monja. La premisa argumental de este despropósito dirigido por Colin Hardy (Los hijos del Diablo), gira alrededor de la investigación del suicidio de una religiosa en una abadía rumana hacia comienzos de los '50. Enviados por el mismísimo Vaticano para desentrañar el misterio de este suceso, llegan al lugar un sacerdote que carga en su historial con un exorcismo que terminó de la peor manera (Demián Bichir), y una joven novicia que está en la previa de consagrar su vida al servicio de Dios (Taissa Farmiga). A ellos se suma un pintoresco personaje, conocido en el pueblo como "Franchute" (Jonas Bloquet), el hombre que encontró la tétrica postal de la monja ahorcada. Lo que sigue es una acumulación de escenas sin sustento ni progresión dramática, en donde prácticamente da lo mismo que pase cualquier cosa, en pos de inyectarle al espectador uno que otro susto, acompañado de su correspondiente y subrayadísimo CHAN musical. Tanto en el cine de horror, como en el de cualquier género, el problema no son sus elementos recurrentes, sino la forma en que se los degrada al más burdo lugar común. Desde una cruz que gira sobre la pared, hasta un cementerio brumoso, pasando por una radio que se enciende sola y un desfile de presencias espectrales; todo aquí está orquestado bajo una ominosa banda sonora que busca insuflar la crispación que el relato no es capaz de dar. En la primera hora, se apilan una serie de acontecimientos que oscilan entre el desinterés y el ridículo, con los protagonistas sometidos a flagelaciones de la que cualquier mortal saldría corriendo desde el primer minuto. El personaje del cura, y su conocimiento del mundo del oscurantismo, es un pálido remedo de los sacerdotes de El Exorcista. En tanto que la envalentonada novicia, a quien al principio de la película vemos sugiriéndole picarescamente a unos niños la interpretación personal de la Biblia, tiene unas agallas a prueba de todo umbral de verosimilitud; sólo para cumplir con el imperativo del cine actual de tener a una heroína empoderada en el centro de la escena. En cuanto al Franchute no hay mucho por decir, su rol está encorsetado bajo el modelo de paparulo que siempre tiene disponible una frase tontarrona en pleno pico de tensión. En varios pasajes de este pastiche, es inevitable sentir pena por los actores, sometidos a diálogos y situaciones por demás irremontables. Tras múltiples escenas sin rumbo, en la última media hora, la película se encarga de explicar el origen de un misterio que nunca supo generar, y despacha cual expediente burocrático, una catarata de escenas pirotécnicas con mucho revuelo de efectos y nulo nervio creativo. Si había algo de refinamiento gótico en las imágenes del primer tramo, el desenlace lo enchastra con escenas sangrientas muy mal trazadas. Como moño final de este paquete, hay un plano que tiene como único objetivo dejar abierta la puerta para otra secuela irrelevante, destinada a la multitud zombie que esté dispuesta a seguir los eslabones de una saga que arrancó como una estimulante promesa, para finalmente estrellarse contra la desidia más rotunda. The Nun / Estados Unidos / 2018 / 96 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Corin Hardy / Con: Demián Bichir, Taissa Farmiga, Bonnie Aarons y Jonas Bloquet.
La historia comienza unos años antes de que conozcamos al matrimonio Warren Ed y Lorraine (se hace una breve referencia). Los verdaderos hechos sucedieron en 1952, en un convento, varias situaciones extrañas están ocurriendo allí, los encargados de descubrir que está pasando son: el Padre Burke (el mexicano Demián Bichir, “Muerte en Buenos Aires”), la joven novicia Irene (Taissa Farmiga, hermana de Vera, protagonista de “El conjuro”) y un lugareño que se suma a la travesía, el granjero Frenchie (Jonas Bloquet). Juntos descubren varios secretos, hasta se encuentran con la sangre de Jesús, constantemente arriesgan sus vidas, sus almas se encuentran en peligro, al igual que su fe, se enfrentan a terribles fuerzas malévolas en la forma de monja que es el demonio Valak (ya había aparecido en la película “El conjuro 2” interpretado por Bonnie Aarons) es muy poderoso, fuerte y temible. Todo transcurre mediante una ambientación y un paisaje muy bueno, bien gótico, resulta tenebrosa esa abadía en Rumania, siempre están presentes las fuerzas sobrenaturales, contiene una sucesión de escena que intentan asustar, oscuridad, golpes y distintos efectos y nos encontramos con una historia de fantasmas bastante bien realizada. Aunque ciertos giros para aquellos espectadores que vimos muchas de este género nos resulta predecible y muchos ya sabemos de ante mano como termina.
La monja empieza con una referencia veloz a El conjuro: la historia precede por veinte años a la del matrimonio Warren y lo que estamos por ver parece que es una precuela. La referencia es veloz, en todo caso, porque enseguida queda claro que no hay dos películas más distintas que El conjuro y La monja: mientras que en la primera todo era solidez narrativa, madurez de los temas, elegancia formal, en la segunda solo queda un balbuceo hecho con lugares fuertes del terror pero mal trabajados. Los excesos del padre Burke a cargo de Demián Bichir anuncian el tono más bien grueso de lo que vendrá, pero sin el gusto por el desborde o la relectura genérica. En La monja no hay, por ejemplo, la sobreabundancia cinematográfica de películas como Evil Dead, que toman el género en clave lúdica y lo multiplican varias veces por sí mismo; al contrario, se nota desde el principio que el director se aferra a algunos clichés poderosos pero sin la más mínima pista de cómo se debe manipularlos. Abadía perdida en Rumania, monjas de clausura, un mal antiquísimo, un cura cazador de demonios: no puede pedirse mucho más que eso. Corin Hardy tiene ahí una mina de la que extraer todo el miedo y el suspenso y la atracción posibles, pero en vez de aprovechar esos materiales se limita apenas a hacer una caricatura imposible que puede rastrearse ya en la mueca exagerada de Bichir, un actor mejor dotado para la autoconsciencia de películas como Muerte en Buenos Aires que para las sutilezas del terror. Lo mismo vale para el francés que se cruzan por el camino, personaje sin la menor carnadura que no funciona ni como comic-relief. Taissa Farmiga es la única que sale más o menos bien parada: su actuación suma toda la fragilidad y la fuerza que Bichir y el otro no aportan. Pero el trazo grueso no se agota solo en el relato: el director no tiene idea de cómo producir miedo si no es con los tradicionales golpes sonoros y visuales, esos sustos baratos que un teórico (olvidé quién era) llamó “bus effect”. Recurso fácil, inmediato, que viene a suplir la falta de pulso cinematográfico, pero que al mismo tiempo subraya la impericia de la factura. La película quiere hacer de la abadía un lugar maléfico y amenazante, pero la primera escena importante después de la llegada de los personajes tiene involuntarios aires a lo Mel Brooks: el espíritu al que se enfrentan los protagonistas entierra vivo al padre Burke y la hermana Irene tiene que rescatarlo dejándose guiar por el ruido de una campanita conectada con el ataúd, que Burke hace sonar convulsionadamente. Resulta que el tipo, antes y después de ese episodio, habla con el demonio confundiéndolo con la madre superiora de la abadía: Burke es un reputado especialista en casos paranormales al que el Vaticano llama en situaciones como esta, pero el hombre no distingue a una anciana de un demonio. En otro momento, Irene está sola en la capilla y ve cómo de la estatua de Cristo se desprende una sombra que se arrastra por las paredes hasta llegar al espejo y develar su identidad: la idea, aunque hecha con medios digitales, hace acordar a los trucos de Méliès, a sus personajes y seres fantásticos apareciendo y desapareciendo de la imagen, o cambiando de estado entre cortes mal disimulados. La pavada generalizada tiene un momento culminante cuando se pone en marcha una vuelta de tuerca que revela que varios personajes nunca estuvieron allí. La monja ciertamente es una precuela de El conjuro, no solo en términos narrativos, sino en el sentido amplio del prefijo: algo previo, un objeto poco o mal formado, un apelmazamiento de imágenes y sonidos anterior al cine refinado de James Wan.
Establecida como una pre-cuela de las dos entregas anteriores, las conocidas como “El conjuro” (1 y 2, 2013 y 2016 respectivamente) También, y utilizando un término que se puso de moda, una “Spin off”, pero para ir desentrañando digamos que se trata de una derivación de otro texto primario en el cual se repiten algunos elementos, principalmente personajes. “La Monja” es una historia con estética gótica que se ubica en un tiempo cronológico anterior a sus antecesoras. Corre el año 1952, lugar zona campestre de Rumania, espacio físico, una abadía venida a menos. Recordemos que para esa época Rumania estaba bajo dominio de la tutela comunista. La religión a un costado. El lugar de origen del mal, el país de un Drácula de parabienes. El filme abre antes de los títulos con una escena clave que luego es dejada de lado hasta el final que intentará explicar todo lo que siguió, cuando una joven monja se quita la vida, en una abadía de clausura en Rumania, obedeciendo al pedido de una hermana superiora. El Vaticano envía al Padre Burke (Demián Bichir), un sacerdote reclutado para un grupo de elite para exorcismos varios, acompañado de Irene (Taissa Farmiga), una novicia a punto de recibir los hábitos de monja. Ella es especial por su don de tener visiones anticipatorias. Ella y el sacerdote ayudados por Franchie (Jonas Bloquet), un campesino de origen supuestamente francés, quien descubrió el cadáver de la monja, encaran la tarea. El trío se enfrentará a una fuerza maligna, la entidad demoníaca conocida como Valak, con la forma de la misma monja de las producciones anteriores, y es lo único que se repite, en realidad al ser una historia anterior sería mucho más acertado decir que es lo único que subsiste décadas después. Pero algo del orden de la incoherencia se pone en juego, pues el final de este filme hace alusión al final de, y no es homenaje, a “La danza de los vampiros” (1967) de Roman Polanski. Si en esta funcionaba como una gran broma final, en la actual hasta podría tomarse como parte de un discurso retrogrado cuando no reaccionario. Pero sería darle más importancia de la que realmente tiene, ya que en definitiva ésta realización solo “vio a luz” por el éxito de taquilla de las anteriores. Sin ni siquiera intentar explicar algunos diálogos que mueven a risa en una producción que se quiere tomar constantemente en serio. De estructura narrativa clásica, con un diseño de montaje acorde al género que adscribe, con manejo de la posición y movimientos de cámara tan conservadores como su estructura, la vedette pasa a ser la estética desde el diseño de arte, la dirección de fotografía, la iluminación, apoyado en las buenas actuaciones. El actor mejicano, ya instalado en Hollywood, despegándose de a poco del mote de latino, Jonas Bloquet en su primera incursión en un papel de mayor responsabilidad cumple, y la hermana 19 años menor de Vera Famirga, demostrando ser una promesa todo terreno. En tanto que en la producción general el problema mayor está en el guión, la excusa que instala a nuestros “héroes”, el sacerdote especialista en revelar milagros enviado para desentrañar el misterio de la muerte de la monja, y la novicia con el fin de poder mantener al lugar como sagrado. Ambas servirían como conflictos, sin embargo son dejados de lado, abandonados, por el simple hecho de priorizar acciones que nunca asustan, todas de una previsibilidad espantosa, nunca en sentido de miedo, los sobresaltos sólo están dados por los efectos sonoros. ¿De cómo estos personajes entraron tan rápidamente a suelo Rumano, en tan solo 48 horas, en tiempos de posguerra? Ese es un misterio que el filme tampoco nunca revelará, ni podría. “La Monja” no está entre lo peor que se ha visto del género en los últimos años, pero tampoco sobresale de la mediocridad general.
Este nuevo capítulo del universo fílmico comenzado con "El conjuro" presenta una historia de terror ambientada en un antiguo convento La historia se desarrolla en la Rumania de inicios de los cincuenta. En un monasterio/castillo de los Cárpatos, una monja se ha quitado la vida. Para investigar que ha ocurrido, el Vaticano envía hasta el lugar a un sacerdote (Demian Bichir) y a una novicia (Taisa Farmiga). Lo que descubren los llenará de espanto. La antigua construcción está habitada por un demonio que recorre el lugar tomando la forma de una siniestra monja. El director Corin Hardy no tiene la sutileza ni el oficio de James Wan, creador de la saga, pero la estética gótica, los decorados naturales de Europa del Este, los efectos y el maquillaje lo ayudan a redondear un trabajo fílmico más que digno, una clase B hecha y derecha. El filme arranca y concluye con referencias a El conjuro, y es solo en estos segmentos en los que se puede volver a vivir la atmósfera y climas de horror que la hicieron una de las series más extraordinarios del género. En el resto del metraje todo es más básico, efectivo sí, pero nada original. Además, la trama se reserva momentos de humor a cargo de un "franchuete" (algo que ni siquiera las flojas películas de Annabelle tenían) y hasta segmentos de aventura que parecen salidas de la serie Indiana Jones, con Caballeros Templarios incluidos. No es que esté mal, pero poco tiene que ver con el espíritu de las obras surgidas de las expedientes Warren. La monja del título es Valak, un demonio al que habíamos visto en El conjuro 2, allí funcionaba muy bien, en esta su primera incursión en solitario se limita a los sustos y apariciones clásicas. Resulta imponente, mete miedo (gran caracterización de la extravagante Bonnie Aarons, sin dudas), pero no sorprende. Está claro que cuando los productores experimentan con personajes secundarios de las películas originales el resultado no es tan logrado como en las historias dirigidas por Wan. Bichir como el exorcista de turno es creíble; Taissa Farmiga (hermana de Vera, quien encarna a Lorraine Warren en las películas) logra transmitir la inocencia de una "novicia rebelde" que puede ver más de lo que el ojo humano percibe, gracias a un sexto sentido. Su parecido con su hermana Vera hacía suponer una vuelta de tuerca que al menos en esta entrega no ha sido utilizada. Pese a los reparos, la película es entretenida y funciona como un "tren fantasma" de feria, ideal para adolescentes que quieran sobresaltarse un rato en la oscuridad de una sala.
CON PECADO CONCEBIDA Ya no se puede confiar ni en una religiosa (¿?). Sin mucho espamento, y con presupuestos acotados, James Wan y compañía lograron conformar un universo terrorífico bastante exitoso, gracias al empujón de “El Conjuro” (The Conjuroing, 2013), los casos de los Warren y otras criaturas que se fueron desprendiendo de estas historias macabras. Después de “Annabelle” (2014), conocimos a la monja, ese ente demoníaco que llegó para atormentar a Lorraine Warren (Vera Farmiga) en “El Conjuro 2” (The Conjuro 2, 2016), demonio que también responde al nombre de Valak. La historia de esta “religiosa” volvió a asomarse en “Annabelle 2: La Creación” (Annabelle: Creation, 2017), dejándole la vía libre para su “debut” cinematográfico. La tarea, en esta oportunidad, recae sobre el director Corin Hardy, otro habitué del terror, responsable de cosas como “Los Hijos del Diablo” (The Hallow, 2015), y el guionista Gary Dauberman, quien metió mano en “It (Eso)” (It, 2017), por ejemplo. Bien ahí, pero no se entusiasmen, porque “La Monja” (The Nun, 2018) rankea en los más bajo de este universo compartido. Sí, incluso, más al fondo que la muñeca maldita. Esta vez, la historia nos lleva al año 1952, precisamente a una abadía en Rumania, donde una joven religiosa lleva a cabo el peor de los pecados: el suicidio. Para investigar qué pasó realmente, el Vaticano decide mandar al padre Burke (Demián Bichir) y a la hermana Irene (Taissa Farmiga), una novicia con ideas más modernas y un don especial, que todavía no terminó de tomar los votos. A su llegada al pueblo, la dupla se contacta con Frenchie (Jonas Bloquet), un joven francocanadiense, responsable de encontrar el cadáver de la monja. Frenchie es de los pocos que se animan a acercarse al convento para llevar provisiones a las religiosas que allí habitan, ya que el resto del pueblo está convencido de que es un lugar maldito. Y así lo parece a simple vista, un lugar semi destruido por culpa de los bombardeos de la guerra y abandonado, oculto en medio de un bosque nebuloso. Cualquiera hubiera salido corriendo, pero Burke e Irene deciden pasar allí la noche, hasta poder hablar con los “testigos” a primera hora de la mañana. Los sustos y las presencias sobrenaturales no se hacen esperar y ambos experimentan extrañas visiones y otras yerbas. Hardy no se contiene y arranca con todo el arsenal de lugares comunes desde el principio, sin dejar espacio para el suspenso o el desarrollo de la trama. Mucho menos el desarrollo de unos personajes que parecen no tenerle miedo a nada y casi como que ni reaccionan a todo lo que pasa a su alrededor. “La Monja” tiene un argumento demasiado desordenado, facilista para algunas resoluciones, y demasiado intrincado para otras. La presencia de Valak es un rotundo “un hechicero lo hizo”, y el caso de que se la agarre con las monjitas, es puramente azaroso. Pero lo peor de esta historia son los personajes, sin contexto ni mucha justificación. Se entiende que Burke es un experto en cuestiones “anormales” y exorcismos, pero más allá de sumar dos más dos para descubrir al demonio, no aporta mucha sapiencia, ni acción, a este lío. Casi todo recae sobre los hombros de Farmiga (tan parecida a su hermana, físicamente y de carácter), peor igual salimos del cine como muchísimas incógnitas sobre su presencia en el lugar. Eso sí, le envidiamos lo valiente. El director se concentra demasiado en crear las atmósferas de miedo: los pasillos oscuros, los rincones tétricos, los pasadizos secretos, las cruces invertidas, la niebla y todos los clichés que puedan encontrar en un convento “embrujado”; pero se olvida de pulir una historia coherente que se sostenga por sí misma, como lo lograron su compañeras de franquicia, con mayor o menor éxito. En cambio, prefiere los “jump scares” de manual, la música lúgubre y unos cuantos giros narrativos que se ven a kilómetros de distancia. La Monja, como ente, ya nos había causado bastante miedo gracias a la secuela de James Wan y ese cuadro maldito. Acá, la misión principal de los realizadores es contarnos su origen, expandir su mitología y, de ser posible, conectar con la historia de los Warren. Esto último es lo único que hace bien la película, el resto, viene muy flojito de papeles… bah, de ideas. Valak, o Volac (entre muchos otros nombres), ya tiene prontuario eclesiástico y es conocido como el poderoso Gran Presidente de lo absurdo del Infierno, un demonio gustoso de profanar el cuerpo de entes benignos de la iglesia, de ahí que haya tomado el cuerpo de una monja para hacer de las suyas en este universo cinematográfico. Hasta ahí, todo bien, pero el resto se nos va al tacho. Ni Hardy, ni Gary Dauberman dan pie con bola a la hora de convertirlo en una entidad realmente amenazadora que ponga en riesgo la vida, o aún peor, el alma de los protagonistas, empujándonos a ponernos de este lado. En cambio, no es buena señal si muchas de las escenas “terroríficas” nos dan un poquito de gracia por culpa de lo absurdo del momento o de la forma en la que encajan (medio a la fuerza) dentro de la trama. Una lástima que “La Monja” no pueda seguir sumando ladrillitos a esta construcción que arrancó con “El Conjuro” y esas ganas de retornar el estilo y las características más clásicas del género, con una buena puesta en escena, grandes actuaciones, y la atmósfera ideal para ponernos los pelos de punta, mezclando la fantasía con esos casos “basados en hechos reales” que aportan su granito de credibilidad al asunto. Con esta película, la franquicia se trastabillea y nos hace desear el regreso de Lorraine y Ed lo antes posible. LO MEJOR: - Las Farmiga y el terror se llevan bien. - El diseño casi onírico de algunas secuencias. LO PEOR: - El desarrollo de la trama y los personajes. - Demasiados clichés juntos. - Toda la mitología del personaje viene flojita de papeles.
En la ya estresante formula de exprimir la franquicia que inicio con El Conjuro (The Conjuring,2013), La Monja (The Nun es su idioma original) demuestra con gravedad la necesidad de explotar y desaprovechar grandes oportunidades. Producida por James Wan y protagonizada por Demián Bichir y Taissa Farminga esta nueva entrega del universo de demonios “Wanescos” consigue abofetear en casi todos sus aspectos al espectador fanático del susto fácil. La acción se sitúa sobre la década de 1950 en Rumania, en el Monasterio de Cartas, un lugar azotado por la guerra y con una oscura maldición que pone a temblar a todo lugareño. El padre Burke (Demián Bichir) y la hermana Irene (Taissa Farminga) son los “cazafantasmas” enviados por la iglesia para investigar un suicidio que no tiene indicios claros; poco a poco a medida que estos dos personajes se internan cada vez más en lo profundo de esta especie de “Abadía del Mal” el miedo crece por la presencia de La Monja. Dirigida por Colin Hardy (The Hallow) La Monja se establece en un lugar cómodo y comunica al espectador en cuestión de pocos minutos que no piensa cambiar súbitamente su predisposición en el género de horror. Lamentablemente esa posición se siente sucia, casi bastardeada por un guión nefasto a cargo de Gary Dauberman (it chapter 1, Annabelle). El Trabajo de Dauberman es tan pobre que cada situación presentada o dialogo puesto en escena se sienten familiares y apuntan a desenlaces ultra quemados en un género que necesita una pizca extra de cariño tras la hoja y el papel. El susto tonto se utiliza de manera continua y se desperdicia por la misma, los espectadores van a encontrarse con clichés desproporcionados de un proyecto que permitía una basta cantidad de interesantes ideas que predestinaban ramificarse en cualquier dirección, pero al final, busca una la salida cómoda, casi perezosa, de escapar positivamente de los problemas. Para colmo la archiemencionada monja es simplemente una burda excusa para atraer al público hacia un lugar interesante que no consigue el peso necesario para que el espectador diga: Me cago de miedo. Vemos un monasterio, vemos monjas y vemos a LA monja, ahora bien, ¿importa?… en absoluto, el espectador se queda con ganas de más monja por un proyecto que va a media marcha todo su trayecto. El personaje de La monja instala un interés falso y ese temor predispuesto se termina cuando la idea de similitud entre el mismo y la musa de Almodóvar, Rossy de Palma, inunda los pensamientos y la risa se apodera de la situación. Se puede ver a una monja pero también se aprecia una Rossy furiosa sedienta de sangre en búsqueda de nuevo proyectos junto a Pedro. Una película que no logra convencer en lo absoluto, no obstante Taissa Farminga hace todo lo que puede en un rol que pide lo justo. Una decepción de film que solo resulta interesante si se busca perder el tiempo para fingir miedo. Valoración: Regular.
La monja (The Nun, 2018) no da lugar ni margen para hablar de cine. Es un nuevo ejemplo (¿y van cuántos?) de que la industria cinematográfica tiene todos sus cañones apuntando a lo económico -los “éxitos de taquilla”- y que intenta dejar de lado el simple hecho de contar historias. Muy loco, ¿no? Pero La monja logró lo que ninguna otra película pudo: que la historia original y la parodia convivan dentro del mismo film. Y es que el universo de El Conjuro (2013) se agotó con El Conjuro. Por eso sus spin-off, especialmente este último estreno, parecen salir de otra franquicia –quizás de la saga de Scary Movie-. Lo más rescatable de La monja es que los elementos que utiliza para generar miedo son completamente contemporáneos y novedosos. Hay exorcismos, posesiones, cruces que se invierten y se prenden fuego. Es toda la regurgitación del género en algo más de una hora y media. El show del cliché. Como si el terror se basara sólo en ruidos e imágenes sorpresivas. El impacto de la nada. Po otro lado, la historia es extremadamente confusa. Nunca se entiende de dónde viene ni hacia dónde va. Todo arranca con el suicidio de una monja en una abadía de Rumania, en 1952, y la asignación del caso a un obispo que debe resolver el enigma. Al clérigo (Demián Bichir) se le sumarán una joven monja (Taissa Farmiga) y un carilindo pastor (Jonas Bloquet). Se entiende que el cine es una industria, sin embargo, se puede aspirar a proyectos más estimulantes. Películas como El legado del diablo (Hereditary, 2018) y Un lugar silencioso (A Quiet Place, 2018) –dos de las bombas del año- demostraron que se pueden hacer películas que combinen la búsqueda de recaudación en la taquilla y la calidad. Claramente, La monja está muy lejos de esa realidad.
Crítica emitida por radio.
"La monja" es heredera directa de "El Conjuro 2". Precuela de Corin Hardy, se genera a partir de la exitosa inicial "El Conjuro", del malayo-australiano James Wan. Ya no están Lorraine y Ed Warren, especialistas en fenómenos paranormales llamados para desentrañar los casos esotéricos, pero en su reemplazo aparece la novicia Irene, interpretada por Taissa Farmiga, hermana de Vera Farmiga, que hacía de Lorraine Warren en el origen de la saga. Ella y el padre Burke, enviado por el Vaticano, deberán descubrir qué pasó con la extraña muerte de la religiosa que apareció colgada en una abadía rumana. Lo que sigue ya se ve venir, empezando porque estamos en Rumania, la patria de Drácula. El resto, lamentable. Una sucesión de lugares comunes, clichés de todo tipo, habituales acompañantes del cine de horror clase B, que con mejor presupuesto aparece en esta película. Luego de un "prefacio" que anticipa un condensado de las barbaridades que se vienen, la cosa parece cambiar. Uno piensa que puede aparecer algo diferente, especialmente al conocer a la simpática y bastante buena actriz Taissa Farmiga, tan parecida a su hermana mayor. La chica es una novicia con ciertos poderes psíquicos y con el investigador religioso Burke (el conocido actor mexicano Demian Bechir) son enviados por autoridades religiosas a Rumania. Conocen entonces al cuidador de la abadía, un muchacho que encontró a la ahorcada. Hasta aquí parecía haber una esperanza de algo mejor. Pero el resto es silencio. Mejor dicho, un encadenamiento de estereotipos que acompañan la peor representación del universo sobrenatural con exorcismos, fenómenos telekinésicos, enterramientos malévolos incluídos, y hasta una suerte de fetiche que aparece considerado como un cáliz con la sangre de Cristo. A TODO VOLUMEN No sólo los clichés se multiplican sino que la música magnificada en altos decibeles los acompaña. Su exagerada sonoridad es la única manera que tiene el director de hacer sobresaltar al espectador. Por otra parte, el relato es anodino, confuso y sobrecargado, rico en golpes bajos. Se salvan la joven Farmiga y Bichir (con sus correctas interpretacionesÑ, que se mantienen hasta el final ensangrentados y polvorientos, porque la película es rica en deshechos hemáticos y tierra desparramada. El final parece favorecer la posible aparición de una nueva película con nuevos horrores.
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“La monja” nos lleva a un pueblo lejano en Rumanía en un castillo/monasterio llamado Cârţa con un aspecto destruido y lúgubre castigado por la guerra, donde ocurren cosas inexplicables, los ciudadanos de las cercanías al escuchar el nombre, escupen como costumbre para alejar el mal.por Alejandro Ramirez. El film quizás no será la mejor película de la franquicia pero si te pegas varios sustos. Regresa la religiosa más atemorizante luego de asustarnos en Expediente Warren, de los mismos creadores de Anabelle y El conjuro Vamos a ser sinceros, la película es muy lineal, no nos va a sorprender en nada que hagan los personajes, tiene muchos clichés, me recuerda a esos juegos donde descubrís una puerta, acto seguido hay que ir a buscar una llave para abrirla y la historia te lleva directamente a ella solo para hacerte perder el tiempo, todo muy obvio, pero cumple con su cometido que es asustarnos. Conclusión: la recomiendo porque va a ser de las pocas películas que te van a dar miedo en un tiempo, ya que de este género es difícil que hoy en día salga buen material. Puntuación: 8,5
Cenobitas, Pazuzu, Deadites y Bughuul forman parte de los demonios que fueron protagonistas de las películas de terror con iconografía religiosa más espeluznantes. The Nun nos ofrece una historia de fondo para Valak, un demonio que ya nos habíamos encontrado anteriormente en la franquicia The Conjuring. Han pasado cinco años desde que James Wan nos aterrorizó con The Conjuring, y ya estamos en la quinta entrega de esta franquicia de películas de terror. Aunque inspirado por los archivos de casos de los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren, The Conjuring Universe se ha estado alejando de los Warrens, apartando a Patrick Wilson y Vera Farmiga hasta los límites de esta precuela, que llena el trasfondo de The Conjuring 2. Con Wan alejado del timón del Universo Cinematográfico del Conjuro, existía la posibilidad de explorar los sabores de terror fuera de la "casa embrujada" y dar la oportunidad a los nuevos talentos del terror de brillar. Pero el descuidado intento de Corin Hardy de instalar el terror atmosférico sugiere que tal vez sea hora de que esta franquicia retorne a su eje original.
Esta combinación de precuela y “spin off” de la saga “El conjuro” recupera el pasado de un personaje aterrador de la segunda parte de esa saga. Pero la película no está a la altura de aquellas. Es una película que remeda modelos usados mil veces en muchísimos filmes del género del pasado y ni siquiera tiene un director que sepa hacerlo bien. Precuelas, secuelas y spin-offs de películas de terror no son, lo admito, mi pasatiempo favorito. Es claro que en ellas suele haber una enorme preponderancia de la parte explotación comercial del asunto por sobre la artística. Pero hay excepciones y después de las buenas sensaciones que me dejaron las dos películas de la saga EL CONJURO pensé que otra precuela de esa misma saga podría estar a la altura. Pero no. Me equivoqué. LA MONJA es todo lo que mis prejuicios preveían: una película menor y olvidable cuyo único punto de venta es el siniestro personaje de la “diabólica monja” que aterrorizaba a todos en la última película. La película intenta contar, si no el origen, la aparición en el panorama de este ente en cuestión, encarnado en una monja. Combinando elemetos tomados de DRACULA y de EL EXORCISTA, lo que cuenta son las desventuras y problemas en los que se mete el Padre Burke, un investigador (el mexicano Demián Bichir) enviado por la Iglesia al monasterio de Carta, un convento perdido y semi-abandonado de Rumania en el que se ha suicidado una monja y del que se cuentan historias terribles al punto que nadie quiere acercarse demasiado a él. Allí va Burke en compañía de una joven novicia (encarnada por Taissa Farmiga, hermana menor de Vera Farmiga, protagonista de EL CONJURO), a quienes se suma un francés que la va de simpático, que está viviendo en la zona y quien descubrió el cuerpo colgando desde uno de los ventanales del convento. Lo que sucede allí no escapa de lo previsible y no hay verdaderas sorpresas ni grandes sustos que ameriten, casi, la propia existencia del filme. Alguna que otra escena efectiva no alcanza a tapar lo que finalmente es un remedo de decenas de otras tramas sobre posesiones demoníacas y ni siquiera están realizadas de un modo demasiado competente. LA MONJA es claramente un producto de Clase B destinado a seguir explotando una exitosa franquicia y, quizás, predisponiendo elementos narrativos que luego se recuperarán en otros filmes de este “universo cinematográfico”. Pero lejos, muy lejos está el director inglés Corin Hardy de acercarse a los sustos y las emociones de la película de 2013 que le dio origen a todo esto. Tampoco a su secuela ni a las ANABELLE, el otro y ya exitoso spin off de esta saga. Es la muestra que ciertas ideas pueden parecer atractivas comercialmente (y la imagen de la monja en cuestión lo es) pero no está mal tener un guion inteligente y un director preparado para ponerlo en escena.
James Wan (“The Conjuring”, “Insidious”) es el nuevo Rey Midas del terror. A fuerza de historias sencillas pero con personajes bien definidos y fundados, una construcción del suspense inspirada y una puesta de cámara sumamente original, logró revitalizar un género que venía en decadencia. Sus sagas de “El Conjuro”, “La Noche del Demonio” y “El Juego del Miedo” (recordemos que la primera entrega y la única que vale la pena ver fue dirigida por el propio Wan) han ganado millones de dólares haciendo que se convierta en el nuevo favorito de los estudios hollywoodenses. Es por ello que se comenzó a gestar un Universo Expandido con sus personajes e historias de la saga que reúne a Ed y Lorraine Warren en su lucha contra lo paranormal. Luego de dos entregas de la saga principal y dos spin-off de la muñeca demoniaca “Annabelle”, Warner Bros. decidió ampliar el panorama, armando una entrega en solitario del aterrador personaje de La Monja. Es así como Corin Hardy (“The Hallow”) fue el director encargado de armar el origen de este mítico personaje que causó pavor en los espectadores cuando fue introducido en el film de 2016. El largometraje cuenta la historia que rodea a una abadía de clausura en Rumanía, donde una joven monja se suicida en circunstancias extrañas. Un sacerdote (Demián Bichir), experto en posesiones demoníacas, y una novicia a punto de tomar sus votos (Taissa Farmiga, hermana de Vera, la actriz que protagoniza “El Conjuro”), son enviados por el Vaticano para investigar. Juntos descubren el profano secreto de la orden. Arriesgando no solo sus propias vidas sino su fe y hasta sus almas, se enfrentan a una fuerza maléfica en forma de monja demoníaca, en una abadía que se convierte en un campo de batalla de horror entre los vivos y los condenados. El background de la monja era interesante para ser explotado en pantalla grande por lo cual había una expectativa generalizada por el siguiente episodio del universo de “El Conjuro”. Sin embargo, el resultado final no estuvo a la altura de la saga principal y quizás sea momento de rever las cosas antes de causar un agotamiento similar al que fueron produciendo las películas de superhéroes. “La Monja” es un largometraje de terror con un estilo gótico bien marcado que poseía un potencial enorme, el problema fue que en lugar de conservar la línea de las cintas originales se fue volcando a un terreno genérico y plagado de lugares comunes, donde abundan jumpscares sistemáticos, repetitivos y anticipables. No me malinterpreten, “La Monja” está por encima de los productos de terror que venimos recibiendo en cartelera durante los últimos meses, no obstante no parece salido de la factoría Wan que en esta ocasión solo produce y escribe el guion. El problema es que es un relato que no puede salir del cliché y de las situaciones refritadas y prefabricadas. Es un film de fórmula que gustará a los fans más acérrimos de la saga pero que no captará nuevos espectadores o a aquel público ocasional en búsqueda de algo novedoso. Tanto Bichir como Farmiga nos otorgan actuaciones correctas y personajes que poseen cierto atractivo pero que quizás les falta más desarrollo. El diseño de producción es impecable y en relación al guion, la narrativa es un poco precipitada y atolondrada a la hora de presentar los hechos que terminan de encajar sobre el final donde se va armando el rompecabezas de forma abrupta. Lo que sí resulta interesante es la forma en que el episodio conecta con la saga principal y la puerta que deja abierta a este personaje que quizás merezca un nuevo capítulo pero más original y atractivo. “La Monja” es un film fallido en varios aspectos pero que no es tan desastroso como la primera entrega de “Annabelle” o las últimas propuestas de terror que venimos recibiendo. Una película para ver por TV un sábado a la noche sin demasiadas pretensiones más que las de pasar un buen rato con amigos.