La profanación y sus consecuencias Si hay algo que nadie esperaba de André Øvredal, el realizador de la magnífica Trollhunter (Trolljegeren, 2010), era una reformulación carpenteriana de aquella camaradería que se desvanece progresivamente en el equivalente a un presidio. La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016) es un ejemplo extraordinario de lo que se puede alcanzar cuando el talento está al servicio de la historia y no del dispositivo técnico o los clichés… La carrera del noruego André Øvredal viene ofreciendo una sorpresa tras otra y este trajín representa toda una curiosidad en un ámbito cinematográfico contemporáneo siempre tendiente al conservadurismo formal y las soluciones narrativas ampliamente agotadas. Luego de un interesante aunque desparejo debut indie en colaboración con Norman Lesperance, Future Murder (2000), el director nos regaló una estupenda ópera prima en solitario que de inmediato rankeó en punta como la gran obra maestra de la andanada de “falsos documentales” de los últimos años: de hecho, Trollhunter (Trolljegeren, 2010) no sólo fue una propuesta vertiginosa que hacía honor a su título sino que además incluía dardos satíricos de alcance social y gubernamental que llamaban la atención por su lucidez. Mucho se esperaba del regreso del señor y bien podemos decir que el film en cuestión, La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), satisface las expectativas y vuelve a sorprender. Contra todo pronóstico, Øvredal en esta oportunidad construye una película enraizada en la matriz carpenteriana del relato de terror, esa que pone el foco en la camaradería -o la ausencia de ella- entre personajes confinados a un entorno cerrado que va destruyendo su estado mental y consumiéndolos poco a poco. Si bien sin lugar a dudas la referencia principal del guión de Ian B. Goldberg y Richard Naing, dos profesionales de raigambre televisiva, es la olvidada El Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness, 1987), uno de los trabajos más abstractos y desconcertantes de John Carpenter, el esquema general que rige los pormenores de la historia también nos remite a diferentes elementos de Asalto al Precinto 13 (Assault on Precinct 13, 1976), La Niebla (The Fog, 1980), El Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982) y hasta Atrapada (The Ward, 2010), todas realizaciones que supieron retomar la idea para expandirla o contraerla según las necesidades del momento. Hoy por hoy el derrotero sobrenatural se inicia con el hallazgo de tres cadáveres en una casa idílica de Grantham, en el Estado de Virginia, y un cuarto cuerpo de una joven semienterrado en el sótano. Frente a la imposibilidad de identificar quién es la difunta, los restos son caratulados como pertenecientes a una “Jane Doe”, el equivalente en inglés al “Juan Pérez” de los NN de los países de habla hispana, y enviados a la morgue del pueblo, una empresa familiar encabezada por Tommy Tilden (Brian Cox), el forense a cargo, y su hijo Austin (Emile Hirsch), un técnico médico certificado. Apenas comienza la autopsia los interrogantes se acumulan de manera desenfrenada: el dúo descubre que a la muchacha le quebraron sus muñecas y tobillos, le cortaron la lengua y le laceraron la vagina, asimismo posee tejido cicatrizado en los órganos internos y fue paralizada con una hierba especial para luego obligarla a tragarse un molar propio envuelto en un paño con números romanos. Durante la primera parte de la trama, la centrada en las distintas fases de la necropsia en sí, Øvredal exprime de forma magistral la posibilidad de que nuestra Jane Doe esté sumida en una suerte de letargo espeluznante que se condice con sus ojos grises y la falta de marcas externas -léase, a la vista- de todo el daño y el dolor que la susodicha debió soportar en vida en manos de los sádicos oscurantistas de turno. La segunda mitad del metraje se hace un verdadero festín con las “consecuencias” de la profanación llevada a cabo por los Tilden, la que por supuesto funciona como un espejo de los tormentos preexistentes: en este sentido, el film rescata ese viejo axioma del cine de horror que coloca en la misma balanza a las supersticiones y los sacrificios demenciales de las religiones por un lado y las barrabasadas que se suelen cometer en nombre de la ciencia y la razón instrumental por el otro, dejando entrever que efectivamente el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Entre la manipulación sensorial de los protagonistas y el gore sin maquillaje ATP, el opus del noruego juega con la claustrofobia, una indagación detectivesca y las certezas escurridizas de la morgue, un contexto del que nunca salimos por acción de una tempestad irrefrenable y por el acoso de Jane, cuyo fetiche fundamental pasa por revivir a los otros occisos de las cámaras frigoríficas del lugar dentro de una estructura retórica que le debe más a las parábolas morales de los fantasmas que al pragmatismo de los zombies. Cox y Hirsch, prácticamente los únicos que movilizan el relato, están perfectos como una familia que aún sufre la muerte de la esposa/ madre del clan y como una dupla de investigadores sensatos que evitan toda esa sonsera efectista y autocontenida de gran parte del mainstream actual. La película es una anomalía exquisita apuntalada en una atmósfera que hiela la piel porque sabe cómo controlar la imaginación del espectador y su morbosidad todo terreno…
Una destacable producción que ofrece buenos efectos y un dinámico ritmo. En esta oportunidad estamos ante un producto que no sólo gustará a los adeptos del género ya que su bien elaborado guión engancha a cualquier espectador que le guste la...
Hay una chica en mi cuerpo André Øvredal es un director venido de las tierras nórdicas, un noruego que ganó notoriedad hace unos años gracias a Troll Hunter (2010), una película pequeña pero moderadamente exitosa, que le abrió las puertas para elegir sus próximos proyectos. Es así como su propio interés lo llevó a ponerse detrás de cámara para dirigir su siguiente opus, La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), película que desde su estreno en el Festival de Cine Toronto del año pasado logró un recorrido más que interesante por las salas del mundo. Tommy y Austin Tilden, interpretados por Brian Cox y Emile Hirsch, son padre e hijo que trabajan codo a codo en el negocio familiar: una morgue. Es cosa de todos los días recibir los cuerpos de aquellos que fueron víctimas de robos, asesinatos, accidentes, etc. Pero sucesos extraños comienzan a ocurrir cuando el cuerpo de una joven no identificada llega a su sala de autopsia. Así como en nuestra jerga local se conoce como “NN” a los cuerpos no identificados, en los países anglosajones se los suele llamar John Doe y Jane Doe, dependiendo de su género. Por supuesto, los hábiles distribuidores de nuestras tierras prefirieron ahorrarse un dolor de cabeza y esta explicación, cuestión reflejada en la elección del título en castellano del film. Conforme padre e hijo intentan adentrarse en las causas de la muerte de la joven, el film se torna un relato probablemente más fantástico que propiamente de terror. Escena tras escena se descubre una nueva pista sobre el cuerpo y al mismo tiempo se develan secretos traumáticos de la familia Tilden. Øvredal hace un gran trabajo en los primeros dos tercios de la película, dosificando la información que entrega al espectador y generando un clima de suspenso que se refuerza confinando a los dos personajes principales -tres si contamos al cadáver de la joven- al espacio hermético de la morgue. Probablemente el mayor atractivo del film sea al mismo tiempo su mayor problema: nuestra Jane Doe, nuestro cadáver. ¿Cómo desarrollar argumentalmente a un personaje que está muerto es una sala de autopsias durante 86 minutos? La película responde esta pregunta en ocasiones con más efectividad que en otras, como sucede en el tercer acto, donde muchas cuestiones se apoyan demasiado en el guión y poco en las acciones, algo que siempre quita frescura a un largometraje. Gracias a un interesante diseño de arte, responsable de una atmósfera lúgubre que marca con precisión el tono del film, sumado a una idea simple pero que la mayoría del tiempo se prueba efectiva, La Morgue resulta un interesante ejercicio cinematográfico a pesar de no cumplir por completo con todo lo que propone inicialmente.
La morgue : Cuando los muertos hablan. Un médico forense y su hijo reciben el cuerpo de una joven asesinada y se enciende el misterio. Una película tenebrosa que genera buenos climas y mucho suspenso. El realizador noruego André Ovredal -Trollhunter- transita nuevamente por la senda del terror en su segunda película y lo hace crispando los nervios del espectador, lo que no es poco para los tiempos que corren dentro del género. La morgue -La autopsia de Jane Doe en su título original- nos introduce en un mundo frío y pesadillesco y despierta los temores más íntimos cuando el forense Tony Tilden -Brian Cox- y su hijo Austin -Emile Hirsch- reciben el cadáver de una joven que fue encontrada bajo tierra en el sótano de una casa. Acostumbrados a trabajar con cadáveres y con un hijo que recibe los conocimientos médicos de su padre dentro de la actividad, la película les reserva unas cuantas sorpresas a los personajes que intentarán develar la intriga de un cuerpo que no presenta ninguna causa aparente de muerte. La vieja casona que tiene su laboratorio y servicio de autopsias en el subsuelo resulta lo suficientemente claustrofóbica y tenebrosa como para que cualquiera dude en visitarla. El director se las ingenia desde el comienzo para instalar una sensación de que algo ocurrirá de manera inminente, jugando con la atmósfera pesadillesca y el tono científico -los primeros planos de la víctima- y sobrenatural, en su segundo tramo, y lo hace con los mejores instrumentos quirúrgicos, generando climas más que bienvenidos para este tipo de producciones. Esta es una película sobre fantasmas, maldiciones y un caso que coloca los protagonistas al borde del peligro y las dudas constantes. Todo el peso lo llevan Emile Hirsch -La hora más oscura y recordado por Meteoro- y el veterano Brian Cox -Zodiaco- con buenos trabajos, ya que todo recae sobre sus espaldas y en un puñado de personajes como la novia que visita la morgue y el sheriff. El resto es tensión, solvencia y un final que para muchos podría opacar el nivel general de la película, pero con una propuesta que demuestra que los muertos también hablan.
Calladito y sin levantar mucha polvareda, el noruego André Øvredal viene construyendo una carrera cinematográfica sólida y de mucha expectativa en el futuro. Con dos títulos previos, Future Murder y Troll Hunter (Trolljegeren), sobre todo este último resultó una sorpresa vox populi y alcanzó rápidamente un status de culto entre los seguidores del género. Su mezcla de tensión, relajada con humor y un estilo tradicional a la hora de filmar (más allá de que Troll Hunter simulaba ser un documental, o metraje encontrado) lo posicionan como uno de los realizadores con los sustos más efectivos de la actualidad. En La Morgue (The Autopsy of Jane Doe), Øvredal vuelve a dejar su marca, habiendo cambiado la amplitud del bosque por los espacios completamente cerrados. ¿Habrá algún lugar más propicio para el terror que una morgue? Películas como Nightlife o la reciente El cadáver de Anna Fritz parecen demostrarlo. Tommy y Austin son un padre y un hijo que se dedican a esa labor, es más, la morgue pareciera quedar en la propia casa que habitan. Tommy (Brian Cox, inoxidable) está entregado a su trabajo, toma un rol de cuasi profesor e intenta explicarle a su hijo (Emile Hirsch ¿este chico envejece o se va haciendo más joven?) todos los secretos de la profesión. Probablemente le sirva para escaparse de la realidad de la muerte de su esposa. A Austin no le queda otra que seguir a su padre y no abandonarlo en su labor, más allá de posicionarla por encima de la relación con su novia (Ophelia Lovibond). Pero esa noche no es una noche más. El cadáver de una mujer ha sido encontrado desenterrado en el sótano de una casa, en el cual el matrimonio habitante también yace muerto. En plena rutina, y minutos después de que Austin decida quedarse esa noche con su padre, llega un último trabajo; el cadáver de esa mujer desenterrada, la que llamaran Jane Doe (modo de nombrar a las mujeres de las cuales se desconoce su identidad). Tommy y Austin comienzan con la autopsia, pero pronto notarán que este no es un cadáver más, bajo su piel, en el reverso, posee extrañas inscripciones antiguas… el terror ya comenzó casi sin que nos diésemos cuenta. Al ser prácticamente solo dos personajes (después hablaremos de ese prácticamente), el guion de Ian Goldberg y Richard Naing permite el desarrollo de ambos. Tommy y Austin tiene motivaciones propias, reales, entre los dos hay una real conexión de padre e hijo, y se siente a entrega de Tommy por lo que hace. En pasos de sutil comedia, ambos se harán querer, sin apurar la historia, y cuando nos queramos acordar, ya entramos en el peor de los terrores. Ambos deberán enfrentarse a esto que no terminan de comprender, a lo que intentan encontrarle una explicación racional que difícilmente tenga; y así, se alcanzarán picos dramáticos, sencillos pero efectivos por haber dedicado tiempo previamente a que los conozcamos a ambos. Brian Cox y Emile Hirsch se divierten en sus roles, crean una conexión real, y terminan siendo atípicos personajes en una película de terror. Pero hay un tercer personaje, esa Jane Doe, interpretada con logrado mutismo por Olwen Kelly, un cadáver, inmóvil, pero que mete miedo, y mucho, por todo lo que hace/no hace. Hace dos años, una de las críticas que se le hacía a la película de la muñeca Annabelle era su infructuoso intento por crear pavor con un personaje que nunca se movía y que solo hacía crear caos alrededor. Øvredal lo logró con su Jane Doe, cuando las cosas malas comiencen a suceder, mejor aferrarse a las butacas, porque golpes de efectos no faltan, y son realmente efectivos. En este punto, podría equipararse al clásico de culto Patrick, con una curiosa remake entregada hace unos años. Conclusión: La Morgue acierta en no apurar su ritmo, en introducirnos correctamente a los personajes y lentamente meternos en el terror con un clima creado paulatinamente. Respeta las fórmulas, pero sabe hacerle las modificaciones adecuadas del caso para que luzca original. André Øvredal entregó otra pequeña gran película de terror que bien vale la pena descubrir, como esta no llegan todos los días.
Austin y Tommy Tilden son hijo y padre, dueños de una funeraria que suele ayudar a la policía local al hacer autopsias minuciosas de los cadáveres que les van llegando. Lo que aparenta ser una noche más de trabajo, se complica cuando el cuerpo de una hermosa joven les llega, sin signos aparentes de violencia y sin huellas dactilares, por lo que será llamada Jane Doe. A medida que la autopsia avanza, los Tilden irán descubriendo cosas cada vez más raras mientras sospechan la presencia de alguien en el lugar. Hoy nos toca hablar de La Morgue (The Autopsy of Jane Doe en su nombre original), un film de terror que todos aquellos que lo vieron en formatos dudosos, lo alabaron; y por ende, el estreno en cine llega con bastante hype de fondo para aquellos fans del horror que gustan de ver las películas en el cine. Al ver La Morgue nos damos cuenta que no estamos ante una cinta de horror mas del montón, hecha sin alma y sin ganas y con la única intención de crear una saga. No, nada más lejos de la realidad, ya que estamos ante un producto pensado más bien para perturbar al espectador, y no solo asustarlo a base de jump scare. Eso sí, si entre ustedes hay gente de estomago frágil y que se impresiona fácilmente, desde ya les decimos que NO MIREN ESTA PELICULA. No porque veremos porno gore como en la saga SAW, sino porque el director André Øvredal no titubea a la hora de mostrar detalles de la autopsia. Así es como veremos en plano detalle órganos y diferentes partes del cuerpo humano, casi como si estuviéramos ante un documental y no un film. Pero así como tenemos una buena dirección y una historia que empieza por demás interesante, la trama de La Morgue se empieza a desinflar a medida que la película avanza, y cuando los protagonistas ya saben que están ante algo sobrenatural que los acecha. Peor es cuando los guionistas Ian B. Goldberg y Richard Naing quieren empezar a dar motivos sobre lo que está sucediendo, explicando por sobre demás y siendo estas razones bastante forzadas y tiradas de los pelos. La Morgue es entonces una película correcta y ya, que solo destaca en sus primeros momentos y en su dirección y actuaciones. Pero el guion pierde sentido rápidamente, haciéndonos que nos preguntemos si no era mejor hacer un cortometraje de quince minutos, antes que un film que pierde fuerza la hora de querer justificar el hecho sobrenatural en sí. Como suele pasar, hay cosas que a veces es mejor no explicarlas y dejarlas a la imaginación del espectador, y en ese sentido, La Morgue es un claro ejemplo.
Santa mierda. Si hace rato que no ve una película de terror que lo entusiasme, espere a ver La Autopsia de Jane Doe. No es perfecta - el último acto tiene inconsistencias porque pretende explicar lo inexplicable - pero, durante la mayor parte del tiempo, tiene un clima de la p... madre. Oh, sí, hoy nos excedemos en el francés, pero sólo pasa cuando encontramos algo que nos shockea. Y cómo. El responsable de esto es André Overdal, el mismo de Troll Hunter - que era una locura linda, pero no dejaba de ser simplemente eso -. El tipo parece que vió El Conjuro y quedó impresionado, tanto que lo próximo que quiso hacer es una de terror. Así es como encontró este libreto de Ian Goldberg & Richard Naing - dos tipos que se pasaron guionando series como Once Upon a Time - y quedó prendado. El resultado es una clase maestra de cómo hacer horror con gran altura, mezclando los ingredientes correctos: personajes inteligentes, un misterio a resolver, acertijos y mas acertijos, una atmósfera de la hostia, y un lugar cerrado cuyo escape es imposible... lástima que uno ha quedado encerrado con el engendro de turno. Desde ya, La Autopsia de Jane Doe no es para cualquiera. La pantalla chorrea sangre y tripas, no sólo desde el vamos - en donde la policía descubre una típica masacre familiar y el cuerpo de una mujer desconocida enterrado en el sótano, la cual no tiene identificación posible y cuya procedencia es un misterio -, sino porque en el proceso investigativo en el laboratorio forense se ve como van cortando en rodajas a la occisa. Es una autopsia en primerísimo plano, lo cual a más de uno le dará vuelta el estómago: destripan, despellejan, cortan cráneos, encuentran chanchadas... pero, diferencia de las películas italianas de zombies - que gustaban de ser lo mas revulsivas posibles - el destripamiento acá es tolerable debido a que es parte del fascinante análisis forense que llevan adelante Brian Cox y Emile Hirsch. Mientras estos tipos encuentran órganos dañados, flores venenosas y pergaminos antiguos plagados de símbolos mágicos en el interior de la chica muerta, afuera parece estar desatándose el fin del mundo. Es como si le hicieran la autopsia a La Momia (versión Brendan Fraser): un ser antiguo y maligno al cual le metieron todo tipo de conjuros para impedir que regrese a la vida... y justo estos tipos se los están sacando. Es imposible describir todo lo que les pasa a Cox e Hirsch en la morgue - que, para colmo, está un par de pisos bajo tierra -. Hay un clima fantasmagórico en donde las visiones abundan, los muertos regresan a la vida, y no hay escape posible... a menos que descubran qué mató a la chica en primer lugar. Quizás desactivando eso, logren detener el poder maligno que han despertado... y que amenaza escaparse de allí para tomar por asalto al mundo. Si hay un aspecto flojo, ése es el tercer acto. (alerta spoilers) Quizás el problema no sean las explicaciones de turno sobre quién es la muchacha, sino las recetas improvisadas para combatir los poderes que destila. No me resulta muy satisfactorio... aunque es un ensayo que dura apenas unos minutos hasta llegar al verdadero climax que - como toda película de terror que se precie de memorable - es pesimista. (fin spoilers) La Autopsia de Jane Doe es una película recomendadísima. Lo que sí, no cene antes de verla, a menos que quiera ver dentro de un rato cómo sus alimentos vuelan por el aire. Es intensa e inteligente, tiene una parva de sustos efectivos, buenas perfomances y, sobre todo, un clima de la hostia, el cual termina pegado a vos aún después de haber terminado de ver la pelicula.
André Øvredal, el director noruego que sorprendió con “Trollhunter” (2010), vuelve a la carga con “The Autopsy Of Jane Doe”, un film de terror modesto que atrapa debido a la extrema habilidad narrativa del director y a las buenas actuaciones de Emile Hirsch (“The Girl Next Door”, “Speed Racer”) y Brian Cox (“Braveheart”, “Zodiac”). Es interesante analizar el caso de esta pequeña producción que demuestra que con poco puede conseguir más que muchas superproducciones de género. André Øvredal manifiesta su capacidad como narrador y para crear atmósferas opresivas y truculentas sin la necesidad de llegar a un grado de tortura/gore que busque desagradar al público en lugar de sorprenderlo de manera inteligente. La película nos presenta la historia del dueño de una funeraria (Brian Cox) de una pequeña localidad y su hijo (Emile Hirsch), que trabaja con él. Ambos reciben un día el cadáver de la víctima de un misterioso crimen: una bella joven que no tiene ninguna causa aparente de muerte. Ambos intentarán desvelar los intrigantes motivos del fallecimiento de la joven. La cinta sucede casi completamente en la morgue y se sostiene por la intriga que logra generar su atractiva premisa desde el comienzo, las actuaciones de los protagonistas y una fotografía que logra generar un ambiente gélido, que logra capturar la insensibilidad de la morgue y el trabajo de sus encargados. La película consigue salir adelante con un uso limitado de los efectos especiales, los matices en las interpretaciones y un ritmo medido, y componer una gran propuesta de género, que en ciertos momentos puede llegar a tambalearse en convencionalismos, pero que logra esquivarlos en la medida justa. Quizás los dos segmentos bien delimitados de la narración parecen chocantes al ponerse en contraposición, pero en alguna medida esa convergencia de tonos tiene sentido y resulta plausible en los confines trazados por la historia. “The Autopsy Of Jane Doe” es un gran film de género que atrapará a los fans del terror e incluso a los no tan adeptos a él gracias a su ingenio y a su economización efectiva de recursos. Puntaje: 4/5
Mientras disfrutaba de La morgue sentí que la trama podría haber integrado una antología de cuentos de Stephen King. Por ese motivo después me llevé una sorpresa cuando descubrí que el escritor elogió este film en los medios de prensa. King ubicó a esta producción al mismo nivel de Alien, de Ridley Scott, y aunque la comparación resulta un poco exagerada no se puede ignorar que la película ofrece una propuesta decente de terror. Un oasis de buen entretenimiento ante tanta basura que llega con frecuencia a la cartelera. La morgue representa el debut hollywoodense del cineasta noruego André Øvredal, quien llamó la atención hace unos años con Trollhunters. En este ocasión aborda un conflicto de misterio sobrenatural que contó con la ventaja de tener en los roles principales a Emile Hirsch y Brian Cox, quienes lograron darle credibilidad a los personajes y las extrañas situaciones que enfrentan. Una particularidad de este film es que el misterio no es predecible y durante buena parte del conflicto el espectador sigue los hechos con el mismo desconcierto que los protagonistas. Un equipo de médicos forenses, integrado por padre e hijo, experimentan una serie de hechos sobrenaturales cuando llevan a cabo la autopsia de una joven asesinada. Su cuerpo fue encontrado en el contexto de un homicidio múltiple y la policía no pudo identificar la identidad de la víctima. A partir de esa premisa se desarrolla un relato que se vuelve interesante por la intriga que despierta el misterioso cadáver. El director Øvredal presenta un gran manejo del suspenso y logra convertir la sala de morgue en un escenario claustrofóbico y aterrador. Cabe destacar que este relato no es recomendable para espectadores con estómagos sensibles. En este caso optaron por retratar con detalles minuciosos los procedimientos de una autopsia y la película tiene varias escenas fuertes que causan impresión. Es más, creo que desde la autopsia de Jigsaw, en el comienzo de SAW 4, que no se trabajaba con tanta rigurosidad los procedimientos forenses. Entre tantas películas mediocres de terror que llegaron a la cartelera en los últimos meses, La morgue al menos consigue brindar un buen entretenimiento con un exponente decente del género.
Autopsia dudosa Los diccionarios definen a la autopsia como “el conjunto de exámenes médicos que se realizan en un cadáver para determinar las causas de su muerte”. Este proceso es fundamental en los casos de asesinatos o defunciones dudosas ya que ayudan a esclarecer los motivos, sin embargo, esto no ocurre en La morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016). En esta película, cada avance en el proceso abre aún más el abanico de dudas sobre los hechos, y como si esto fuera poco, se pone en peligro la vida de los encargados de la funeraria. El director noruego André Øvredal retorna a las salas de cine con La morgue luego de su exitoso film Troll Hunter (Trolljegeren ,2010), un falso documental de terror destacado a nivel mundial. La morgue se centra en el hallazgo del cuerpo desnudo y semienterrado de una bella muchacha, quién es víctima de un presunto homicidio pero del que se desconocen datos precisos. La policía encarga la autopsia a los médicos forenses Tommy Tilden (Brian Cox) y Austin (Emile Hirsch), padre e hijo, que reciben el cuerpo de la joven, sin signos de violencia, en su funeraria. Ambos comienzan un metódico, preciso y sistemático proceso, en el que sus vidas estarán en constante peligro. Durante una oscura y tormentosa noche, deben encontrar las respuestas a un caso lleno de misterios guardados dentro de la joven Jane Doe. La morgue es un espacio que muchos temen visitar pero que genera curiosidad e intriga saber lo que allí ocurre, y esto es retratado con precisión por André Øvredal, que plasma paso a paso el desarrollo de una autopsia. El complejo trabajo de maquillaje y cámara logran que el espectador se sienta “con las manos en el cuerpo”, como si fuera un médico forense, pero del otro lado de la pantalla. El director presenta una película sensorial, donde además del tacto y la vista, juega con la audición a través de ruidos que impactan como si el espectador estuviera sólo en una funeraria en medio de una noche lluviosa. André Øvredal aprovecha un espacio tan reducido como es una sala de la morgue, convirtiéndolo en un lugar escalofriante e inseguro. Respecto a la historia, los hechos presentados crecen en intensidad a medida que avanza el film, manteniendo en todo momento la dinámica y el temor. Los primeros dos actos resultan atrapantes en cada una de sus escenas no solo por los misterios que se van develando sino también por la construcción de los personajes. En el tercer acto, la película plantea situaciones que apelan al susto tradicional en el género. Sin embargo, en este último tramo el largometraje establece un giro que puede ser aceptado por unos y rechazado por otros, pero que sin dudas resulta una sorpresa ingeniosa e innovadora. El reparto del film se presenta sólido a través de las actuaciones de Brian Cox como Tommy Tilden y de Emile Hirsch como Austin, quienes componen un verosímil vínculo de padre e hijo, víctimas de terroríficos sucesos. También se destaca Olwen Catherine Kelly como Jane Doe que logra incertidumbre con tan solo su presencia en pantalla. La morgue desde el inicio demuestra que no es “una película de terror del montón”, sino que crece minuto a minuto generando no solo intriga sino también tensión. Una película que con pocos recursos, pero utilizados de manera correcta y ocurrente, logran cautivar la atención del espectador.
Ya se sabe que el género del terror tiene adeptos incondicionales. Pues bien esta vez tendrán un plato más suculento. Los policías de un pequeño pueblo descubren una matanza familiar y de yapa en el sótano de la casa encuentran el cadáver de una hermosa mujer conservado de maravillas (Ofelia Lovibond). Ese cuerpo no presenta signos de la violencia desatada a su alrededor y esta semienterrado. . Para resolver el misterio lo llevan a la morgue local, convenientemente ubicada en un sótano de pocos accesos, donde trabajan un padre y un hijo (Brian Cox y Emile Hirsch). Pero el cadáver se las trae. No tiene signos externos como causa de muerte pero tiene reservadas originales, asquerosas y malditas sorpresas. Todo el proceso de disección del cadáver con revelaciones impensadas aporta una intriga, con golpes de efecto de luz y sonido, que juegan muy bien los actores, con esa mujer muerta que parece viva. Y que no responde a la lógica de la biología humana. Pero hacia el final la peli comienza a transitar los carriles ya conocidos de visiones, luces que se apagan, y otras delicias ultra usadas por el género. Podría haber tenido mucho mas vuelo si se mantenía solo el clima amenazante que con pocos golpes de efecto se observa durante la autopsia. Una pena. Sin embargo con el “exquisito” cadáver el realizador tiene hallazgos y situaciones al borde de la repulsión de logrado impacto. Por eso los fieles al género festejaran los momentos de originalidad del director noruego Andrè Ouredal.
¿Cómo se construye el miedo cinematográfico? ¿Cómo se pude interpelar al espectador desde la pantalla y generar ese punto de conflicto en el que la tensión termina por atraparlo y se deja llevar por la trama?. Cada vez que una nueva propuesta de género se estrena las preguntas rondan, porque si bien ya está todo hecho en cine, las nuevas generaciones y los fanáticos, ávidos de narraciones cada vez más horrorosas, se agolpan y llenan las salas, y en particular en Argentina, el cine de género viene cooptando cada vez más adeptos y más realizadores autóctonos que se animan a contarlo. “La Morgue” (2017), del noruego André Øvredal contiene todos los elementos necesarios para impactar más con lo que oculta que con lo que cuenta. Un joven aprendiz de forense, vive en una siniestra casona en la que, debajo de ella, se encuentra la morgue que da título al film y en la que trabaja junto a su padre. Durante generaciones fueron heredando este espacio y en él han ido trabajando y aprendiendo un oficio que más allá de su oscuridad, permite conocer las verdaderas causas de algunas muertes dudosas. Dejando a su novia en espera para una cita, decide quedarse en una noche de tormenta ayudando a su padre en un caso misterioso de una mujer que apareció en la escena de un crimen sin vinculación aparente. Mientras dirimen cuestiones sobre el caso, entre cortes de luz y situaciones extrañas que comienzan a sucederse, la tensión y el conflicto avanzan. Así es como Øvredal va sumando lentamente cuestiones relacionadas con situaciones individuales de los protagonistas que se potenciarán al ir revelando la verdadera identidad de esa extraña mujer sobre la que nada sabían. En la pesquisa, en lo ominoso, en lo lúgubre que no se muestra, es en donde “La Morgue” va construyendo su verosímil, cargado de múltiples referencias a clásicos del género, pero también intentando separarse de éstos, al impregnar un espíritu clase B en la narración. Y si bien a partir de la revelación de algunas cuestiones sobre la mujer y el fin de la pesquisa sobre su identidad y naturaleza, la propuesta cae en muchos lugares comunes, y no de los mejores, su consistente primera etapa revela una intencionalidad de hacer algo diferente que supera cualquier rápida resolución ejecutiva. “La morgue” atrapa desde sus primeras escenas, con ese espíritu nostálgico con el que se permite jugar con los muertos, las conservadoras, los detalles, la tarea del forense, configurando su cosmogenia y verosímil. Si cuestionamos su etapa resolutiva es porque durante toda su primera fase hay un autor que busca cuestiones más allá del género, que intenta superar cualquier prejuicio sobre su propuesta, y que lo logra, respondiendo gratamente aquellas preguntas que en el inicio de esta reseña se plasmaron, preguntas que siguen aún latentes cada vez que el terror se apodera de la pantalla.
EL MORTO QUI PARLA Un cadáver, una autopsia y un montón de hechos sobrenaturales que nos ponen los pelos de punta. El noruego André Øvredal –responsable de “Trollhunter” (Trolljegeren, 2010), no confundir con la serie animada de Netflix- renueva nuestra esperanza en el género de terror con esta historia de misterio, poco aconsejable para ver solito. “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016) juega con la tensión (y nuestros nervios) y un escenario casi claustrofóbico donde el forense Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo y ayudante Austin (Emile Hirsch) deben descubrir las causas de la muerte de una joven NN (Olwen Catherine Kelly ), cuyo cuerpo, a simple vista, no da ningún indicio aparente. Estamos en un pueblito de Virginia donde la policía encuentra el cadáver de la chica semi enterrado en el sótano de la vivienda de un matrimonio que acaba de morir de forma violenta y misteriosa. El sheriff necesita averiguar qué pasó con esta chica y le consigna la tarea a los Tilden, dueños de una casa funeraria que también realizan este tipo de trabajos de C.S.I. para la policía. Tommy acepta el trabajo a último momento, y con la ayuda de su hijo -muchachito que está buscando la forma de decirle a su padre que quiere abandonar el oficio y rumbear para otro lado- se disponen a realizar la autopsia del cuerpo de Jane Doe. A medida que avanzan y cortan carne y huesos, comienzan a sucederse una serie de hechos sobrenaturales que parecen no tener cabida en la mente de estos dos científicos; pero mientras transcurren las horas, la cosa se va poniendo más complicada y ya no pueden ignorar lo que ven sus ojos. Así, para entender lo que está sucediendo, deberán seguir hasta el final y descubrir quien es en realidad esta chica y las causas de su muerte. Øvredal nos encierra (y a sus protagonistas) literalmente en el sótano de la casa de los Tilden, un lugar enorme que funciona como laboratorio, oficina, funeraria y lugar donde se almacenan otros cadáveres que han muerto en circunstancias bastante desagradables. Lo fascinante de esta historia, y su narración, es que todo gira en torno a Jane Doe que, en ningún momento, abandona la mesa de disección. Pero no se dejen engañar ya que la chica es la “culpable”, al menos de jugar con las mentes de todos los que se atraviesan por su camino. ¿Por qué? Ese es el gran misterio de la película y una idea bastante interesante. “La Morgue” tiene todo a su favor: un gran argumento, buenas actuaciones –incluyendo a la muertita que no mueve ni un pelo a lo largo de noventa minutos e igual se las ingenia para ponernos nerviosos al extremo-, evita los lugares comunes, y un clima terrorífico que mezcla lo sobrenatural con lo forense de forma magistral. Sí, la historia se pone explícita cuando se trata de mostrar una autopsia, pero el gore queda contenido por el lado más científico, al menos que sean muy, pero muy impresionables. Al final, tropieza un poco con la “fundamentación” sobrenatural, pero este detalle no le quita intensidad a una historia que se sostiene perfectamente con muy pocos elementos. La psicología de los personajes, sus pequeños traumas y culpas personales juegan a favor de la trama en la medida justa, sin dramatizar ni obstaculizar los sustos que no son pocos, ni facilistas. “La Morgue” es un gran exponente del género que hace mucho con muy poco, combina ciencia, hechos macabros de la historia y “fantasmas” sin problema, además de ese pequeño detalle de ponernos los pelos de punta de principio a fin por culpa de esta muertita que ni siquiera parpadea. Miedito.
El cadáver de una mujer llega a la morgue que dirigen padre e hijo forenses. Como nadie sabe quién es, no hay forma de identificarla, es Jane Doe, sin nombre, NN. Es una mujer hermosa que parece intacta, sin causa aparente de muerte, y cuando la práctica forense se inicia, bisturí en mano, empiezan a aparecer cosas rarísimas e inexplicables en su fisiología. Sin el carisma de los actores Brian Cox y Emile Hirsch, esta película hubiera sido mucho menos entretenida de lo que es, porque a esta primera parte atractiva y bien resuelta se le van sumando, cuando uno empieza a preguntarse para dónde puede derivar todo el asunto, derivaciones de un cine de terror más visto y transitado, y un ritmo más acelerado, más palo y a la bolsa, que deja de tomarse el tiempo de esa misteriosa y terrorífica "presentación" para que "pasen cosas". Y el tiempo prueba que lo más recordable de La autopsia de Jane Doe, tal su título original, son sus protagonistas y la tremenda primera parte del film De todas formas, es de los mejores films de terror-de-la-semana que llegaron a los cines en las últimas semanas, y muy entretenida.
Contra el machismo. Mucho se le ha señalado al cine, y sobre todo al que produce la industria estadounidense, su carácter machista, la terquedad en hacer del hombre el dueño de la mirada con la cual se describe al mundo. Y el cine de terror quizá sea el ejemplo más acabado de ese perfil, ya que en la mayor parte de las producciones del género el lugar destinado a la mujer se reduce a tres roles básicos: la víctima, el objeto lujurioso y el origen del mal. Destinos que suelen subrayarse con elementos de la tradición cristiana. En La morgue, su primera película en inglés, el noruego André Øvredal parece haberlo entendido, haciendo que la protagonista cargue con el triple estigma. Con inteligencia, la historia incluye una cuarta característica, menos frecuente: la venganza. La morgue (título en castellano que borra la presencia de lo femenino que en el original, La autopsia de Jane Doe, ocupaba el centro) comienza en la escena de un crimen en el que toda una familia ha sido masacrada sin que haya señales que delaten la entrada o la salida del asesino. Pero la mayor sorpresa es la presencia en el sótano del cadáver de una mujer desconocida que la policía encuentra a medio enterrar. A diferencia del resto de las víctimas, cuyos cuerpos fueron mutilados, el de esta joven permanece intacto. Para tratar de dar con algún indicio, los restos de la chica son llevados a los forenses del pueblo, un hombre que junto a su hijo son tercera y cuarta generación en el negocio de estudiar a los muertos. El resto de la película transcurre en esa morgue donde el cadáver, en apariencia intacto, comienza a ser observado, abierto, diseccionado y expuesto. Hasta ese momento la chica ya ha pasado por víctima y por objeto, tanto en el plano metafórico (su cuerpo, que si bien representa un cadáver pertenece a una actriz joven y bonita, permanece desnudo durante toda la película) como literal, ya que los médicos lo manipulan a su antojo en el sentido más estricto. Será en el devenir de ese proceso quirúrgico y metódico en donde surgián las otras dos instancias. Como si se tratara de una toma de conciencia de esos lugares a los que el género reduce lo femenino, La morgue pone en escena algo parecido a un pedido de disculpas a la figura de la mujer por tanto maltrato hecho película. Pero lo hace del modo más oportuno: poniéndolo en escena, haciendo que sus protagonistas masculinos consigan entender cuál es el lugar que les toca dentro de una cadena de ultrajes que su investigación remonta hasta el origen mismo de los Estados Unidos. Claro que se trata de una de terror, una de esas en las que el final no llega para dejar tranquilo a nadie sino todo lo contrario, y entonces no hay disculpa que valga. Y es que La morgue es también una historia protagonizada por hombres empecinados en apropiarse del cuerpo de esa mujer, al que bien se le puede adjudicar la representación de todas las mujeres que han sido violentadas por hombres hasta la muerte (y más allá), solo por cargar con el crimen freudiano de haber nacido sin pene. El mensaje parece claro: no hay forma de ocultar ese horror ni de tapar esa culpa. Nunca.
La morgue: lo que dicen los cuerpos Rodada con menos de dos millones de dólares de presupuesto, en un par de locaciones, con dos sólidos protagonistas que no son estrellas (el veterano escocés Brian Cox y el joven californiano Emile Hirsch) y con un eficaz director noruego como André Øvredal (Trollhunter) al mando, La morgue resulta un más que digno exponente de un cine de terror que cree más en la narración prolija, en la creación de climas y en la construcción paciente de tensión y suspenso que en los golpes de efecto y el impacto efímero. Tommy (Cox) es un experto en autopsias que maneja una morgue privada en un pueblo de Virginia. Su hijo Austin (Hirsch) se debate entre seguir los pasos del padre o iniciar una vida independiente con su novia, Emma (Ophelia Lovibond). Ambos están habituados a recibir cadáveres en las condiciones más escabrosas, pero cuando les llega el cuerpo de una veinteañera sin marcas ni signos de violencia empiezan a sospechar. No conviene adelantar más detalles, pero será el inicio de una serie de descubrimientos (y padecimientos). Más allá de que la película funciona razonablemente bien en todos los terrenos, hay que indicarle al espectador impresionable que La morgue es en varios pasajes un festín gore con órganos, vísceras y fluidos mostrados en primer plano en cada una de las pacientes y minuciosas autopsias que practican padre e hijo. No se trata de un regodeo exhibicionista. Los cuerpos aquí "hablan" y perturban. Son los verdaderos protagonistas de la película.
El film en inglés del director noruego André Øvredal se titula originalmente The Autopsy Of Jane Doe. Para entender el juego que suscita el mismo con el relato es necesario saber que hablar de una Jane Doe en Estados Unidos equivale para nosotros a decir Juana Perez, o sea, un nombre común que refiere al anonimato de una persona. Jane Doe puede ser cualquiera. Cuando los muertos se levantan para hacer estragos, no importa quién fuera en vida. Esas son las imágenes a través de las cuales se construye su relato.
La morgue, de André Øvredal En el comienzo de La morgue, un equipo de policías se encuentra tomando pruebas y fotos en el escenario de un crimen, bueno, de varios crímenes en realidad de una casa, con varios cuerpos adentro lacerados, mutilados, golpeados, desgarrados. Las paredes llenas de sangre, los pisos con charcos del mismo elemento. El escenario es macabro y uno de los policías se sorprende ante el hecho de que la casa estaba cerrada por dentro y le dice al resto de los policías y a los espectadores, que da la sensación de que esta gente murió queriendo salir de la casa. Todo el cuadro se completa con un cuerpo que sugestivamente no presenta daños físicos como el resto pero se halla en el sótano a medio enterrar. La policía le pone precinto al escenario del crimen y envía el cuerpo de la mujer a la casa de un médico forense de confianza, mientras que el resto es llevado a otro lado. El forense que recibe el cadáver de la mujer trabaja junto a su hijo y a pesar de que es un poco tarde, ambos comienzan su tarea para averiguar que es lo que ese cuerpo tiene para decir, siguiendo la máxima de los especialistas que dicen que los cuerpos de la víctimas esconden el secreto de su deceso. A partir de ese momento comienza una noche de pesadilla, que terminará develando algunos secretos acerca de como murieron los ocupantes de la casa de la primera escena y pondrá al forense y a su hijo a prueba. La morgue es una muestra de que aún se puede hacer terror con pocos elementos, que aún las casas a oscuras pueden ser un escenario de pesadilla y de que no siempre se necesitan grandes presupuestos y exceso de FX para mantener atento al espectador. Una buena muestra de que el terror como género puede funcionar. Truculento, pero con suspenso, así es La morgue y si uno es de esos espectadores a los que les gusta el género, no hay que perdérsela. LA MORGUE The Autopsy of Jane Doe. Estados Unidos/Reino Unido, 2016. Dirección: André Øvredal. Intérpretes: Brian Cox, Emile Hirsch, Ophelia Lovibond y Michael McElhatton. Guión: Ian B. Goldberg y Richard Naing. Fotografía: Roman Osin. Música: Danny Bensi y Saunder Jurriaans. Edición: Peter Gvozdas y Patrick Larsgaard. Duración: 86 minutos.
“La morgue”: el enigma del cuarto cadáver En un suburbio de Virginia, la policía descubre una escalofriante escena en donde han ocurrido unos asesinatos. En una casa de familia, se ha desarrollado un triple homicidio. No hay pistas, no hay datos, no hay antecedentes previos de problemas entre las personas muertas encontradas allí. Todo el asunto es un enigma. Pero en el sótano ocurre lo más extraño: hallan un cuarto cuerpo, un cadáver femenino no identificado, al que temporalmente llaman Jane Doe (Olwen Catherine Kelly). En la morgue y crematorio Tilden, el veterano médico forense Tommy Tilden (Brian Cox) está trabajando con su hijo, Austin (Emile Hirsch), un técnico médico. Austin está a punto de salir con su novia Emma (Ophelia Lovibond) cuando el sheriff Burke (Michael McElhatton) llega con Jane Doe. Debido al creciente interés de los medios y para darles alguna explicación por lo ocurrido, solicita que la autopsia se realice esa misma noche, y para la molestia de Emma, Austin se queda a ayudar a su padre. Tommy y Austin comienzan el procedimiento. El cadáver tiene las muñecas y tobillos rotos; la lengua cortada; le falta un molar derecho. Además, descubren cosas sorprendentes: los pulmones están ennegrecidos, los órganos cicatrizados y la piel cubierta de lesiones. En su estómago hay un pedazo de tela, cubierto de extrañas marcas, que contiene su diente perdido. Poco a poco, padre e hijo comenzarán a ser víctimas de sucesos extraños y afrentarse a cosas que van más allá de este mundo. Esto es lo que nos ofrece “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016), la primera incursión en el género de terror –y muy buena– del director noruego André Øvredal, que hace unos años atrás llamó la tensión de todos con el filme “Trollhunter” (Trolljegeren, 2010). Lo que tiene de atractivo este largometraje es que se sostiene a los largo de sus casi 90 minutos con muy pocos personajes en escena, no más de tres si contamos a la pobre Jane Doe que lo único que hace es estar acostada mientras la examinan. Y no es fácil tener al espectador atento con tan pocos actores, ya que eso sólo se logra con una gran y atractiva historia, muy bien contada y con mucho talento actoral. Ahí es donde puso todas sus energías el realizador y la apuesta le resultó brillante. Primero y principal, Cox y Hirsch son sólidos como padre e hijo, y por demás creíbles. Sus personajes están pasando por un momento difícil, y ese sentimiento fluye a través de la pantalla. Segundo punto a favor: cómo con pequeños detalles y sutilezas, luces, planos de cámara y sonidos, un cadáver pueda infundirle miedo al espectador aunque jamás se mueva un milímetro en todo el filme. Tercero y último: la ambientación fría, la poca luminosidad, lo angustiante del trabajo que hacen y lo claustrofóbico de la morgue hacen que el combo cierre perfecto. Øvredal mezcla todo en su medida justa y hace un cóctel terrorífico, prescindiendo de efectos especiales elaborados o los típicos trucos del género vistos miles de veces. El espectador siente todo el tiempo que hay algo malo en la habitación y que nada bueno puede sucederle a estos hombres. El gran Stephen King dijo que “La Morgue” tenía un “terror tan visceral que rivaliza con “Alien, el Octavo Pasajero” (Alien, 1979) y la obra de (David) Cronenberg de los primeros años”. Y sentenció: “Véanla, pero no solos”. Si el Maestro del Terror opinó eso, no hay mucho más que decir. Si quieren experimentar un buen susto, “La Morgue” los estará esperando. Pasen tranquilos que el examen será rápido y efectivo.
Cadáver exquisito Dos forenses, padre e hijo, hacen una autopsia para averiguar las causas de la muerte de una bella joven. Antes que nada, hay que advertir que La morgue no es apta para impresionables. El título original es “La autopsia de Jane Doe” porque lo que se muestra a lo largo de la película es básicamente eso: la autopsia de un cadáver. El maquillaje, las prótesis y los órganos del cuerpo humano están lo suficientemente logrados como para sacarnos durante un tiempo las ganas de entrar a una carnicería o mandarnos unas achuras. He aquí una producción de presupuesto acotado pero aprovechado al máximo. Todo ocurre en la morgue de los Tilden, un negocio familiar que fue pasando de generación en generación y que ahora está en manos de padre e hijo, interpretados por Brian Cox y Emile Hirsch, dos actores casi siempre secundarios pero rendidores. Una noche, el sheriff del pueblo les trae el cuerpo de una joven NN (decir “Jane Doe” es como decir “Juana Pérez”), encontrado en una casa donde se cometieron tres horribles crímenes. El misterio es que este cuarto cuerpo está, a diferencia de los otros, intacto. Padre e hijo se ponen, bisturíes en mano, a tratar de averiguar la causa de su muerte, y en esa casona antigua donde trabajan empiezan a suceder cosas extrañas. La gran virtud de la película es que, sin ser demasiado original, es más sugerente que explícita: lo sangriento está prácticamente limitado al procedimiento forense (un deleite para los estudiantes de medicina). Una radio que se enciende sola un par de veces en la misma canción, tubos fluorescentes que titilan, puertas que se abren o cierran solas, apariciones de dudosa realidad: recursos remanidos que no dejan de tener su efectividad. Y, siempre, el cadáver inerte dominando la escena. La cuestión flaquea un poco a la hora de las explicaciones sobre lo que está ocurriendo. También, cuando se intenta tocar una cuerda melodramática en torno a la historia familiar de los Tilden, porque esos sentidos diálogos que quedan fuera de contexto. Pero esto no alcanza a arruinar aquella atmósfera espeluznante tan hábilmente creada, que transmite un mensaje también sutil: algunos padres dan un poco de miedo, y siempre es difícil escapar a su mandato.
El título original del film es “La autopsia de Jane Doe”, este es el nombre que se le pone a los cuerpos desconocidos como el de esta chica que fue hallad a muerta, y se le hace una autopsia para saber que le sucedió a esta joven. La podemos dividir en dos partes, con una buena ambientación, iluminación, diseño de producción y cierto tono al estilo Hitchcock. Está bien recreado ese crematorio, se siente claustrofobia, el cuerpo ofrece misterio y presenta signos extraños de violencia. Vemos la relación padre e hijo, incluyendo las lecciones que le ofrece a quien será su sucesor y en ciertos momentos hay conflictos laborales. Contiene una sucesión de buenos planos, entre ellos el plano detalle que le da cierto dinamismo. Pero la segunda parte y a partir de una serie de sucesos paranormales, sustos, sonidos y escenarios previsibles se va desinflando. Tiene algunos toques de “Cloverfield” y “La bruja”. Conto con un acotado presupuesto y pocos actores. Se destacan las actuaciones de: Emile Hirsch (“Milk”) y Brian Cox (“Troya”). Llega a entretener.
A SANGRE FRÍA Hay ciertas propuestas o premisas en determinados géneros que de por sí plantean un interrogante que genera mas incertidumbres que sospechas. Y si bien usted pensará al leer esto que la naturaleza de un interrogante es precisamente ese, a veces el espectador bien anticipa con una precisión respetable a donde se dirigirán los destinos de una película. Por ejemplo, particularmente en el genero terrorífico, si tenemos una entidad acechadora de personas, probablemente sea un espíritu que la ha pasado mal en sus tiempos humanos o simplemente un demonio que es malo porque sí. La Morgue comienza con la policía investigando la escena de un múltiple asesinato en una casa de pueblo, allí parece que toda la familia fue liquidada a sangre fría sin el menor de los escrúpulos. Pero el interrogante se plantea cuando en el sotano de la misma, los forenses encuentran un cadaver (Ophelia Lovibond) que no es parte de la familia y parece estar allí hace mucho tiempo. ¿Fue secuestrada, asesinada y enterrada? Siguiendo el proceso, los cuerpos van a la morgue local donde el forense Tommas Tilden (Brian Cox), junto a su hijo estudiante de forense Austin (Emile Hirsch), debe examinarlos. Y a partir de aquí tenemos hechos sobrenaturales de todo tipo relacionados con el cuerpo de esta misteriosa chica, la Jane Doe (fulana) del título. Y los interrogantes no son menores y serán cada vez mas a medida que el cuerpo sea investigado. La Morgue juega constantemente con recursos que potencian la propuesta inicial: el fuera de campo, la otredad latente – mas allá de tener un cuerpo físico objeto de la investigacion enfrente – y el suspenso de la incertidumbre. Y todo esto lo ejecuta en solo dos o tres escenarios. La película de André Øvredal, creador de otro joyita del found footage como fue Trollhunter (Trolljegeren, 2010), es una de terror no solamente sólida sino orginal en una propuesta que, lejos de ser una obra maestra, invita a esconderse en el sillón a fuerza de mucho ingenio y poca sangre.
Es otra noche diseccionando cadáveres en la morgue de los Tilden, cuando el sheriff Burke trae a una mujer de unos treinta años, no identificada, hallada en una casa donde todos tuvieron una muerte violenta –todos excepto ella–. El padre Tommy (Brian Cox) y su hijo Austin (Emile Hirsh) comienzan a notar diversas irregularidades en el cuerpo, empezando por el iris gris de los ojos, como si llevara varios días en descomposición, y siguiendo con extrañas inscripciones en la piel. En determinado momento, cada nuevo descubrimiento de una irregularidad genera un efecto en la morgue: se abre alguno de los cajones que guarda a un muerto, baja la luz, etc. Provisoriamente, a la chica le ponen por nombre Jane Doe (algo así como Juana de los Palotes), ¿pero quién es Jane Doe? ¿Qué significan todas esas marcas en su cuerpo y por qué empiezan a ocurrir desperfectos en la sala? Tanto los hallazgos como la fantasmagoría de la morgue van in crescendo hasta que los Tilden (que recuerdan a la dupla del padre científico y su hijo en la serie Fringe) se ven desbordados y empiezan a sentir verdadero miedo. André Ovredal, director de Trollhunter, maneja muy bien los hilos de la tensión, coordinando el morbo de la autopsia con el clima de horror que viven los Tilden. La segunda parte del film entra a un terreno más convencional, lindante con el gore, pero no empaña las buenas intenciones de Ovredal.
La noche de los muertos vivos y encerrados La última película del cineasta André Øvredal dio que hablar en festivales internacionales, y los elogios tienen sentido. Terror y claustrofobia se vuelven a dar la mano. El nombre de André Øvredal se hizo conocido cuando presentó al mundo su criatura llamada Trollhunter (2010), un falso documental que muestra a unos estudiantes universitarios en busca de trolls, esa raza de monstruos antropomórficos enormes y deformes de la mitología nórdica. Siete años después de aquel filme celebrado y descerebrado, Øvredal vuelve con una película de terror concentrada, efectiva e inteligente en la utilización de sus escasas herramientas para provocar susto. La morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), que se coronó con el Gran Premio del Jurado en la última edición del festival de Sitges, llega con críticas muy elogiosas. Sin dudas lo que explica tantos comentarios encomiásticos es el hecho inobjetable de que tiene algo que la distingue de la mayoría de las películas de terror que se estrenan cada jueves. La historia transcurre en una sola noche en un solo lugar: el sótano del crematorio y morgue de la familia Tilden. Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo y ayudante Austin (Emile Hirsch) practican la autopsia de una joven (Olwen Kelly, la Jane Doe del título original) hallada a medio enterrar en el sótano de una casa que fue el escenario de un crimen confuso. Padre e hijo trabajan palmo a palmo para desentrañar las causas de las muertes de los difuntos que llegan listos para ser desmenuzados y cremados. Pero cuando se encuentran ante el cuerpo marmóreo de la desconocida, empiezan a detectar extraños signos anatómicos, como por ejemplo el atípico color de sus ojos. En el terror, menos es más La singularidad de La morgue tiene que ver con cómo su director pone en juego los elementos que ya conocemos de memoria (desde la aparición repentina de un personaje hasta el tintín de una campanita). Øvredal construye una atmósfera claustrofóbica y terrorífica y se las ingenia para sacar partido de los lugares comunes del género y aprovechar al máximo el limitado espacio con una gramática visual precisa y efectiva. Además es increíble la capacidad que tiene para concentrarse en los detalles anatómicos y hacer que gran parte de la película transcurra entre vísceras fileteadas sin que el resultado sea un asco. Si bien el director no sexualiza el cadáver de Jane Doe, su gran problema es la estetización de la autopsia y la elegancia con la que muestra todo el ritual médico-forense, como si la instancia post mortem tuviera que estar dotada de belleza y prolijidad. O, peor aún, como si quisiera que nos regocijemos con la anatomía humana.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
La originalidad de esta película consiste en que la progresión hacia lo sobrenatural es paralela a la autopsia que un padre y un hijo, dueños de una funeraria, realizan sobre un cuerpo femenino y joven que no parece presentar causas de muerte. Hay sustos, pero hay mucha más sugestión y el viaje hacia lo macabro y lo fantástico se construye con elegancia: realmente nos provoca miedo, aún cuando no carece de momentos de humor negro.
El filme realizado por el director noruego, que recalo en Hollywood luego del éxito de su primer opus, se adentra en una historia en la que parece manejar los hilos de la misma, pero es una falacia ya que el producto termina derivando en algo que el texto no necesitaba. Será por impericia del guionista que debe darle un cierre a una serie de hechos presentados en un determinado género cinematográfico, pero que le resultó más fácil destruir el verosímil construido cambiando de registro. Será que los productores apuestan a una secuela de la misma, ¿Que si hubiese permanecido en el muy buen suspenso establecido no podría ni ser pensado? Sea lo que sea “La autopsia de Jane Doe”, tal el titulo en su original ingles, transcurre en un 95 % en el subsuelo de una casa donde funciona la morgue del pueblo. De ahí el título vernáculo. Un negocio familiar que llave muchos años funcionando en el que Tommy Tilden (Brian Cox) es el médico forense, y Austin (Emile Hirsch), su hijo estudiante de medicina calificado, su ayudante. Lo cual y a partir de que la realización no decae en su interés sino hasta el tercer tercio del mismo, es que en principio se puede denominar como un filme de cámara, posición de las mismas, encuadre, movimientos y el montaje de todo esto. Desde otra variable se debe a la muy buena puesta en escena, el diseño de arte, la iluminación, la dirección de fotografía, el sonido incluyendo la banda musical. Pero quienes realmente sobresalen por sus performances actorales en esos minutos de bondad son el reconocido actor británico, y el joven oriundo de California. Esta coproducción yankee/británica fue filmada en su totalidad en locaciones inglesas, campiña, ciudad y estudio. La misma abre con el triple asesinato de una familia, que rápidamente se transforma en cuádruple, sólo que la última victima descubierta no es familiar, no tiene identificación, ni causa de muerte explicita. Llevada a la morgue de la familia Tilden, la nominan como Jane Doe, algo así como María Pérez o un N.N. específicamente. La medicina forense trata de establecer causas de muerte de los sujetos, pero también es posible establecer quienes fueron en vida. En cuanto empiezan con la autopsia van descubriendo situaciones inusuales en el cuerpo de la desconocida, el trato que Tommy le propicia al cuerpo demuestra respeto por quien fuera en vida y su profesionalismo. El arte en la escena establece que sin despegarse de lo tradicional, el padre acepta las nuevas vertientes, por un lado se escucha música de un radiograbador de al menos 35 años de antigüedad, por otro una cámara de video registra todos las acciones de los protagonistas, mientras el hijo fotografía el cuerpo con una cámara instantánea de última generación. A medida que van avanzando en el proceso, interrogantes, dudas, misterios se van estableciendo en la dupla profesional. El descubrimiento de las torturas a la que fue sometida la joven va haciendo mella en ambos, roturas de tobillos y muñecas, lengua cercenada y un hilo con una bolsa de arpillera atada que le obligaron a tragar a la pobre joven. En ella una inscripción. Con un muy buen trabajo de dirección, va estableciendo el fuera de campo como elemento perturbador, digamos que sobre llovido mojado. Una tormenta arrecia afuera, de tintes eléctricos que produce cambios lumínicos y sonoros en sala luctuosa. Hasta ahí todo de muy buena factura y desarrollo, encerrando la posibilidad de alteraciones de la percepción por parte de los protagonistas, incluso la subtrama romántica que, con algún toque de humor negro, queda bien establecida. Tales son las bondades de la cinta, luego y a partir de la incidencia de la muerta como alterándolo, todo desbarranca irremediablemente en un filme de terror del montón, muy mal delineado, injustificado desde la acción de los personajes, dos hombres de ciencia que sin nada que medie se someten a ideas fantásticas, primitivas, pensamiento mágico, mientras el ambiente se trastoca, se modifica, vaya unos a saber las razones. En este tramo final desaparece por completo el suspenso, todo se vuelve ridículo, lo mismo sucede en todos los elementos que constituyen un texto fílmico, incluidas las actuaciones que se transforman en patéticas. Una verdadera lástima, no aburre pero termina decepcionando.
A veces empieza a correr la data que alguna película que está en internet está buenísima, pero honestamente nunca antes la habías escuchado nombrar. Mala tuya, porque ésta fue incluso premiada en Sitges Film Festival. La semana pasada empezó a sonar fuerte el nombre The Autopsy of Jane Doe (o La Morgue, como fue lanzada en nuestra región) entre varios contactos que no suelen fallar en sus recomendaciones: había que verla. Tommy (interpretado por Brian Cox, el William Stryker de X-Men 2) y Austin Tiden (Emile Hirsch, el de Into the Wild) son padre e hijo encargados de manejar la morgue de un pequeño pueblo. El trabajo es absolutamente rutinario por dos motivos que quedan clarísimos en las primeras escenas: las muertes del entorno no suelen salirse de un estándar y ellos son realmente una dupla entendida en el tema. Pero este estado inicial de comodidad se altera cuando el Sheriff Sheldon (Michael McElhatton) trae un cadáver atípico: una joven (Jane Doe, interpretada por Olwen Kelly) que a simple vista no se sabe cómo murió: no tiene moretones, magullones, ni heridas de ningún tipo. A medida que van desmenuzando el cadáver, explicando paso a paso el procedimiento de una autopsia y su documentación, distintos indicios de que algo raro pasa van apareciendo. Cada paso abre más incógnitas y no parece brindar ninguna respuesta. Esta estructura de la película, que va exhibiendo indicios en los dos primeros actos y los va entrelazando para develar la incógnita en el tercer acto, es su principal fortaleza. Tiene una construcción minuciosa a nivel guión que logra una difícil y efectiva combinación de coherencia y sorpresa, que no cae en la obviedad pero tampoco fuerza a los elementos a encajar. Da la sensación, incluso, que fue escrita desde el final hacia el principio, que se sabía desde la concepción de la historia el punto final y de ahí se fueron desperdigando los diferentes indicios hacia atrás, para construir el desenlace con solidez. Opera además en estos indicios una resignificación que marca direcciones poco previsibles a simple vista: las cosas no son lo que parecen al principio, entonces cuando se revela su verdadero lugar en el rompecabezas de la identidad de Jane Doe, el resultado es completamente sorpresivo. Este tratamiento individual de cada pequeño elemento se traslada al descubrimiento principal de la película: la pregunta de quién es y cómo murió Jane Doe se responde replicando a gran escala la resignificación de cada pequeño elemento. Es como un LEGO gigante construido por miles de piezas más pequeñas, lo que hace del guión un relato completamente convincente y sólido. Maneja además, para apuntalar esta estructura, un buen clima plagado de suspenso que construye a través del ritmo de montaje, la iluminación y sobre todo la banda sonora. Nuevamente, se intuye que sabían cuál era la meta de la película y este objetivo organizó todos los elementos de manera coherente y armónica. VEREDICTO: 9.0 - IMPERDIBLE Partiendo de una premisa muy simple, como establecer la causa de la muerte de un cuerpo, con sólo dos actores principales y una única locación, La Morgue demuestra que si hay guión no se necesitan ni estrellas ni explosiones ni CGI desmedido. De hecho, si hay un buen guión el artificio sobra.
DE LA MORGUE CON AMOR Andre Øvredal ya es considerado una promesa del cine de terror que despegó del indie hacia el comercial debido a su fresco talento y a sus propuestas narrativas. Este noruego que revolucionó en el 2010 con Trollhunter, ese falso documental donde un grupo de jóvenes cazadores perseguían por las noches a monstruos gigantes de piedra o algún elemento de la naturaleza y los destrozaban con luz artificial. Algo muy exclusivo del folklore nórdico. Ahora deja esas frías tierras para introducirnos en espacios reducidos pero también gélidos como una morgue. Hablamos de La autopsia de Jane Doe, un nombre que la distribuidora quiso evitar para dar explicaciones. Explicaciones muy sencillas al vivir en un mundo globalizado con acceso a Internet y acceder a que una “Jane Doe” se declara a aquellos pacientes “NN” en Estados Unidos. Cuerpos con identidad desconocida. Pero lo importante aquí reside en la historia que Øvredal ofrece en La morgue, donde un padre e hijo -soberbias actuaciones de la dupla de Emile Hirsch (Meteoro) y Brian Cox (la saga Bourne)- ofician la actividad de forenses. Especializados en recibir cuerpos de víctimas de robos, asesinatos y accidentes ofrecidos por la policía local, este par de hombres son expertos en “leer cadáveres” y sus lesiones post mortem. Claro que en esta ocasión el más joven llamado Austin prefiere romper la salida con su novia para ayudar a su padre con la llegada de un cuerpo a último momento de la noche. Se trata de un cuerpo bellísimo de una mujer de veintitantos que sorprendentemente no presenta ninguna agresión o fractura alguna que indique violencia ejercida sobre ella en vida. Obnubilados con la belleza y el misterio alrededor de este cadáver, comienzan a investigar las posibilidades que llevaron a la defunción a esta desconocida. Así escena tras escena descubren nuevas pistas y con ello al mismo tiempo el entrono que los rodea se vuelve más tétrico y peligroso. Teniendo en cuenta que la ubicación de la morgue y sus salas se encuentran a nivel subsuelo, estamos hablando de un espacio físico casi herméticamente cerrado al exterior. El director juega con la claustrofobia y el asfixio para el espectador. Sin embargo sale airoso en los dos primeros tercios del film, gestando todo un clima oscuro, alarmante y tenebroso en que algo maligno acecha y que recuerda a La niebla (1980) del buen Carpenter. La tensión es magistral al tratarse de un único escenario. Y con solvencia, Øvredal mantiene la tensión a lo largo de sus 86 minutos. A la postre de revelaciones excéntricas e históricas que van descubriendo estos “muchachos”, afuera se desata un gran temporal. Por ello, sin líneas de teléfono, su única conexión será una pequeña radio que declara que los ciudadanos del pequeño pueblo no salgan de sus casas por alerta meteorológica. Con todo este panorama la expectativa crecente no logra sostenerse en su cuarto final. No se sabe a ciencia cierta si se debe a un atropello del director a cerrar la historia apresuradamente. Lo cierto es que tristemente ata cabos de una forma desprolija e ilógica. Y, por sobre todo, perdiendo la efectividad de la buena historia que se postulaba. Más allá de este tropiezo del final, La morgue logra salvarse por dos razones justificables. Por un lado, nos encontramos en una carencia absoluta de buen cine de terror comercial. Carencia que está llegando también al indie con esos films que no llegan a la sala y que vienen en picada en cuanto a propuesta narrativa. Y por otro, es un excelente homenaje a ese cine de los 70/80’ que muchos directores nuevos están tratando de honrar a veces de una forma acertada como Te sigue (2014) y otras, de manera desastrosa como la reciente The void que desembarcó en el Bafici 2017. No olvidemos que La morgue guarda un subgénero de terror que es preferible no spoilear. Subgénero tratado esta vez de forma muy original.
La Morgue: Quien hurga en la muerte… (…) “Paso a paso nos fuimos acostumbrando a un horror inmenso y terrible”. El hombre en busca de sentido (1946) Viktor Frankl. En su momento supo jugar muy bien con un género como el found footage, que ya parecía agotado cuando nos trajo Trolljegeren (Trollhunter) en 2010, sabia y correcta fantasía que con poco presupuesto presentaba una desternillante e híbrida fantasía. Aunque desde entonces no supimos más de él, excepto por el corto que se ve en su bio de IMDB. Pues bien André Øvredal regresa con esta nueva cinta que parece mantener no solo el espíritu de su búsqueda, si no que asienta las expectativas que tenemos de su cine. Ian B. Goldberg (Krypton – 2017 de SyFy) y Richard Naing son quienes pergeñaron esta historia, que podría tildarse de mínima pero que encierra todo un universo del género de terror fantástico. Modesta pero en ningún momento mezquina. La cámara rota, vuelve de a poco a su posición y de tener la tierra sobre la cabeza, observamos un cielo de otoño y una casa blanca de suburbio que cobija una masacre. No todo lo que está bien por fuera lo estará por dentro. No todo será la fantasía de un desquiciado o la codicia de la oscuridad por nuevas presas. Es una corrompida amalgama de ambos. Øvredal nos presenta una historia que se divide en dos en más de un aspecto. Porque al comienzo si tenemos un thriller de misterio para desenmascarar al asesino a través de la autopsia del cuerpo de la joven, tenemos también la historia de una familia destruida por la muerte inesperada, la fría razón se cierne sobre la metálica mesa, como la inexperiencia de la juventud que trabaja con la muerte pero no la entiende como hecho, si nó como un conjunto de fuerzas que actúan en ella. El forense en un hombre curtido y práctico, solitario y templado. Él conduce esta autopsia ayudado por su hijo, joven e intuitivo, en que todavía la impresión no ha desaparecido del todo. Hay vida en él, una que no pertenece a ese espacio laberíntico y subterráneo. Decíamos que divide en dos y lo hace, comienza con el misterio de descubrir para trocar en el golpe que es saber la verdad. Porque aquí no habrá una razonable explicación, solo el caos de una verdad que sobrepasa el entendimiento humano. Sutil, a su ritmo y cargado de alegorías, el filme se desarrolla y da al espectador un terror pausado y pensado. Como embalsamadores de Thot harán sus hechizos en esa laberíntica morgue, tendrán los avisos de en donde se están metiendo y con quién están jugando. Es cruel y para nada aleccionadora, solo cruel y hasta injusta. Tanto el director como los guionistas se valen de un espacio pequeño para elaborar una historia cargada de tramas, han sabido condensar con un estricto desarrollo del misterio haciendo que el gore del despedazamiento del cuerpo sea solo una porción del verdadero terror a el que nos enfrenta. Inteligente y práctica, es un film chico que hace lo suyo con soltura, creando el terror a base de construcción de situaciones y desarrollo de personajes. Una excelente aventura, una verdadera casa de horrores.
Una inquietante cinta en la que dos forenses en medio de una autopsia deben enfrentarse a lo desconocido Un padre y un hijo, ambos médicos, intentan descubrir las causas del deceso de una joven sin nombre cuyo cuerpo ha llegado a la morgue en donde trabajan. Sin signos de violencia, el cadáver oculta un macabro misterio. Esta interesante y modesta cinta de género es una pequeña obra en donde toda la acción se desarrolla en una sola locación (el tanatorio que titula al filme) y es un ejercicio fílmico que no se vale de golpes de efectos gratuitos. El suspenso y el misterio crece a medida que avanza la autopsia, logrando que el espectador descubra cada revelación al mismo tiempo que los protagonistas (impecables Emile Hirsch y Brian Cox). Opresiva, inquietante y original, la cinta es una 'rara avis' dentro del terror cinematográfico. Truculenta, el gore, que lo hay a lo largo del metraje, no es un recurso utilizado para repugnar sino que es parte de una puesta realista. Además, inspirándose en las historias policiales que se desarrollan en 'un cuarto cerrado', la película avanza a fuerza de pistas que finalmente develarán una verdad, una vuelta de tuerca que por fin, no resulta previsible. En su sencillez está su fortaleza. La Morgue es una bocanada de aire fresco en un género con el que cada vez es más difícil sorprenderse.
Violación y venganza El primer plano de Meet John Doe (1941), de Frank Capra, luego de los créditos iniciales, es el de una nursery; la secuencia de montaje que abre la película nos lleva de imágenes de la working class americana a la de un bebé, al comienzo de la vida. André Øvredal, por el contrario, abre su película con la parca, con el final de una familia. Su Jane Doe del título original no tiene que ver con un ciudadano cualquiera como en la de Capra, ni tampoco con un sobrenombre como en la serie de películas de la mamá de Marty McFly (Jane Doe, 2005-2008); acá la Jane Doe cumple la función de “nomen nescio” (NN), de base de un misterio que será el núcleo hasta el desenlace. El enigma de la identidad de la chica (Olwen Catherine Kelly), además de llevar adelante la narración, marca un tono particular: The Autopsy of Jane Doe (estrenada bajo el nombre de La Morgue) no es sólo una película de horror, es también de misterio; y, por qué no, una película de zombis reformulada. A Austin (Emile Hirsch) el negocio familiar lo tiene sin cuidado. Sin embargo, cuando en la morgue de su padre Tommy (Brian Cox) entra el cuerpo de Jane Doe, en lugar de irse al cine con su novia se queda trabajando toda la noche con su viejo. Acá la relación padre-hijo es también una relación de maestro-aprendiz y de colegas de investigación a la Sherlock Holmes. En una de las secuencias iniciales, Austin trata de descifrar la causa de muerte de uno de los cuerpos y conjetura sobre los hechos, para que su viejo, luego de ayudarlo, le aclare que ellos sólo pueden determinar la causa y que el resto no es su tarea. El arribo de Jane Doe no sólo alterará su modus operandi sino que hará que Tommy indague más allá de sus límites pragmáticos. A su vez, lo llevará a la aceptación de lo sobrenatural, algo que Austin con su carácter curioso, parece aceptar desde un principio (ante las extrañas situaciones dirá “es ella”). La película logra generar un malestar difícil de explicar en su totalidad y que la diferencia del horror ATP tan común en los últimos tiempos y sobre el que ya hemos escrito en otros textos. Aunque seguramente ese malestar se relacione en alguna medida con cierto gore que asoma sin fines puramente estéticos y con la claustrofobia proyectada, también puede deberse a un debate moral relacionado a la doble condición de Jane Doe de víctima y victimaria. La Morgue, como bien marca Juan Pablo Cinelli en su crítica de Página 12, es también una película feminista de venganza. Estamos ante una “rape and revenge” simbólica, en la que una víctima de las peores torturas yace desnuda e inmóvil ante el padre, el hijo y, por qué no, el espíritu santo. Con el estreno de La Morgue, el 2017 continúa configurándose como un buen año para el cine de horror (al menos si pensamos en el que llegó a nuestras salas). Las distribuidoras parecen haberse dado cuenta de que no sólo convocan con las inocuas rip-offs de turno sino que hay buenas propuestas que pueden generar interés y a su vez conseguir una complejidad y una profundidad no tan comunes ni en el género industrial ni en el cine independiente. El estreno de dos geniales títulos coreanos como Invasión Zombie (Train to Busan, 2016) y En Presencia del Diablo (The Wailing, 2016), de películas chicas como Intrusos (Intruders, 2015) o de más grandes como Fragmentado (Split, 2017), dan cuenta del buen año. La Morgue se suma a estas buenas compras de los distribuidores y seguramente dará buen rédito, como suele hacerlo el horror, sea bueno o no tanto.