Puertas que no se cierran Al igual que la reciente Amityville: El Despertar (Amityville: The Awakening, 2017), La Posesión de Verónica (Verónica, 2017) es una película que podría haber sido mejor si hubiese aflojado un poco con los automatismos gastados del terror, pero lamentablemente sucumbe a ellos y así se queda en un estrato intermedio en el que no llega a ser ni buena ni mala. El realizador es Paco Plaza, conocido por la despareja Romasanta (2004) y los dos primeros e interesantes eslabones de la saga iniciada con Rec (2007), codirigidos por Jaume Balagueró: más allá de los dilemas del presente, sin duda el film que nos ocupa supera al trabajo previo de Plaza, la floja Rec 3: Génesis (2012), encarada en solitario por el español con el objetivo -hiper fallido- de volcar a la franquicia hacia la comedia de horror, algo que por suerte corrigió el propio Balagueró con la mucho más digna Rec 4: Apocalipsis (2014). Representantes del rubro “posesiones, exorcismos y casas embrujadas” hay docenas al año y provenientes de todos los rincones del planeta (en esto ya no podemos culpar sólo a los productores norteamericanos), la gracia detrás de La Posesión de Verónica es disfrutar de un ejemplo en nuestro idioma y con una mejor factura técnica/ artística en general si la pensamos en comparación con la de sus homólogos argentinos (en nuestro país seguimos padeciendo un cine de género con guiones paupérrimos y actuaciones exageradas). Aquí en esencia Plaza pretende trasladar la fórmula claustrofóbica/ costumbrista de Rec al ámbito de los titiriteros diabólicos que gustan de controlar -y luego mancillar- cuerpos femeninos: la protagonista del título está interpretada por la debutante Sandra Escacena y la verdad es que la chica se banca el peso del relato con encanto, naturalidad y una entrega física admirable. La trama está basada en un caso policial madrileño de 1991 centrado en el martirio de la joven de 15 años a lo largo de tres días desde el momento en que -junto a dos amigas- realiza una sesión espiritista con una tabla güija en el sótano de su colegio católico, lo que deriva en otra de esas puertas que no se cierran hacia lo sobrenatural tenebroso. Verónica, además de luchar contra el cofrade de turno de Mefistófeles, ese que la acosará sin freno, debe cuidar de sus tres hermanos menores prácticamente todo el tiempo porque su madre Ana (Ana Torrent) trabaja hasta altas horas de la noche en un bar. La propuesta juega con relativa eficacia con las metáforas vinculadas al tránsito de la adolescencia a la adultez (abandonada por sus amigas y hasta su progenitora, no le queda otra opción que lidiar con los críos, hacer de madre sustituta y sufrir el acecho de un “coso” maligno con forma humana que representa a la fauna masculina y su insistencia con el sexo) y por fortuna se concentra sólo en la posesión en sí, sin exorcismos de por medio (su único soporte/ fuente de conocimiento es una monja ciega que le facilita data sobre lo que está experimentando). Hasta allí todo bien, no obstante los problemas se empiezan a acumular luego de los excelentes 30 minutos iniciales debido a las pocas ideas novedosas que ofrece Plaza para apuntalar a nivel visual sustos que ya venían condenados desde el mismísimo guión de Fernando Navarro y el realizador, una historia que nunca termina de darse cuenta de que en el subgénero zombie sí resultaba refrescante el contexto de encierro porque en ese enclave suelen pulular los relatos a cielo abierto, sin embargo en las obras de maldiciones y semejantes el eje retórico por antonomasia pasa precisamente por esta especie de “cárcel conceptual” que padecen la protagonista y su entorno, una que abarca tanto el departamento en el que vive la familia como el propio cuerpo de Verónica. Si por un lado se agradece en algunas escenas ese simplismo conventillero y suburbial inherente a los clanes numerosos, luego éste termina mutando en los clichés de “maternidad abnegada” cuando la adolescente debe salvar a sus hermanitos cual heroína de melodrama light. A decir verdad tampoco ayudan demasiado las abundantes canciones de Héroes del Silencio -una banda de lo más mediocre- que Plaza incluye a puro capricho y que se relegue a Torrent -la gran actriz de El Espíritu de la Colmena (1973), Cría Cuervos (1976) y Tesis (1996)- a un puñado de escenas sin mayor desarrollo. La película exuda corrección y buenas intenciones aunque a fin de cuentas no puede trepar por sobre una medianía frustrante que nada agrega al terror.
La posesión de Verónica, de Paco Plaza Por Paula Caffaro Paco Plaza es el realizador valenciano conocido por la saga Rec. Trilogía de terror que sentó precedente en el ámbito del género español cuando a través de la utilización de recursos cinematográficos la construcción del suspenso regalaba escenas difíciles de olvidar, así como el uso de la cámara en mano y la falsa realidad. En esta oportunidad, Plaza pone en escena un film que comparte con Rec algunos aspectos como: el género (por supuesto) y la conexión con hechos reales. Sin embargo, sorprende cuando ofrece no solamente una película de terror, sino también una pieza que por momentos recuerda al lenguaje del videoclip. La referencia con bandas y solistas locales como Enrique Bunbury y Héroes del Silencio, sumado a una seguidilla de planos en slow y otros tantos de composiciones contrapicadas de los edificios forman un conjunto que como resultado obtiene una belleza inesperada. Una fuerza sobrenatural se apodera del cuerpo de Verónica, una joven quinceañera que debe hacerse cargo de sus tres hermanitos menores mientras su madre (aparentemente) viuda trabaja de sol a sol como mesera en un bar. Ansiosa por contactarse con “el otro lado”, ella junto a dos compañeras del colegio, abren un portal maligno a través de una ouija. Lo interesante y personalmente inquietante del film es ver cómo una serie de motivos típicos del género como la mujer en la ventana, la monja y la propia ouija se encuentran resignificados. Lo que Verónica presenta es una película claramente de terror, pero con una búsqueda estética que se sostiene, muy bien, desde su estructura narrativa. El elemento sobrenatural existe, pero no se exagera, y la historia fluye casi en tiempo real al compás de la degradación física y mental de la protagonista. Además, el film tematiza una cuestión sensible en la vida de una adolecente: su paso a la adultez. El siempre traumático abandono de la infancia es en Verónica un asunto pendiente. Entre sus preocupaciones teen y la responsabilidad de criar a sus hermanos, su vida parece transcurrir sin vivencias. Muy lejos del comportamiento “normal” de chicas de su edad, Verónica, inclusive no hay tenido su primera menstruación. La sangre es otro de los elementos que se ven en recurrencia en este film que prioriza la historia y no se satura de efectismo. LA POSESIÓN DE VERÓNICA Verónica. España, 2017. Dirección: Paco Plaza. Guión: Paco Plaza y Fernando Navarro. Intérpretes: Sandra Escacena, Bruna González, Claudia Placer, Iván Chavero, Ana Torrent, Consuelo Trujillo, Ángela Fabián, Carla Campra, Chema Adeva, Miranda Gas. Producción: Enrique López Lavigne. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 105 minutos.
La Posesión de Verónica: Con el Diablo adentro. Nunca una historia real fue tan trágica y terrorífica a la vez; pero el paso de la adolescencia a la adultez, eso sí que es de terror. Un antiguo indio Cherokee dijo a su nieto: “Dentro de cada uno de nosotros hay una batalla entre dos lobos: Uno Malvado: Es la ira, la envidia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras y el ego. El otro Benévolo: Es la Dicha, la Paz, el Amor, la Esperanza, la Humildad, la Bondad, la Empatía, la Verdad.” El niño pensó un poco y preguntó: “Abuelo, ¿qué lobo gana?'” El anciano respondió: “EL QUE ALIMENTES”. La Posesión de Verónica está inspirada en el famoso caso de Estefanía Gutiérrez Lázaro, una muchacha residente del barrio madrileño de Vallecas, a quien comenzaron a acontecerle extraños sucesos tras jugar a la tabla ouija con sus amigas. Según se ha narrado, el origen del misterioso suceso remite al inicio de la década de los 90, cuando Estefanía, de 18 años, comienza a interesarse por el mundo del ocultismo. Dado que ya había participado en alguna ouija, organiza otra en su instituto junto a varias compañeras para contactarse con el novio de una de ellas, fallecido en un accidente de moto. Los problemas comienzan cuando la profesora las descubre y destruye el tablero contra el suelo. Entonces, la joven comienza a sufrir comportamientos extraños, inexplicables; convulsiones y alucinaciones, voces que la amedrentan. Nadie alcanza a dar un diagnóstico acertado sobre qué ocurre. Para quienes se definen creyentes, la chica de Vallecas ha sido poseída por el Mal. Luego de la muerte de Estefania (en extrañas circunstancias), en la casa materna comienzan a suceder lo que en parapsicología se denominan poltergeist; entre ellos, babas negras que aparecen en las paredes, puertas que se cerraban y abrían solas, un crucifijo separado de su Cristo y un arañazo como de animal en un póster que lo contenía. Todo esto fue corroborado por el Inspector jefe José Pedro Negri y tres agentes de policía más que se apersonaron al domicilio, luego del llamado desesperado de la madre de Estefania. Los uniformados fueron testigos presenciales de los llamados poltergeist y de como una foto de la joven se incendiaba sin quemar el portaretratos. Todo esto quedó debidamente asentado en el informe que hoy conocemos como “Expediente Vallecas” (el cual pueden saber más en mi informe radial AQUÍ) y en el que se inspiró Paco Plaza para este film. En el film, Verónica (Sandra Escacena) es una estudiante de 15 años en los años 90. Al ser la mayor de cuatro hermanos, y con un padre fallecido y una madre ausente por su trabajo, debe hacerse cargo tanto de los quehaceres de la casa como lidiar con su vida de adolescente. Interesada en los aspectos paranormales de la vida, decide hacer una sesión de Ouija con dos amigas, justamente el día que habrá un eclipse (fenómeno que los antiguos le atribuían poderes esotéricos). La sesión sale mal, y Verónica comienza a experimentar cambios tanto físicos como psiquícos, así como también siente la presencia de una entidad que la acecha en las sombras, poniendo en peligro a ella y a su familia. Paco Plaza (ya un reconocido realizador de género gracias a la saga Rec, de la cual fue co-director) se adentra en el mundo de lo paranormal desde un punto de vista mundano y realista: La Posesión de Verónica tiene los tópicos usuales del género Ouija-posesión-exorcismo, pero visto y tratado como el paso forzado de niña a mujer, de adolescente a adulto. Verónica siente todo el peso de su familia sobre sus hombros, y anhela una vida como las que tienen las chicas de su edad, cosa que no puede tras la doble ausencia de su padre y madre, uno por fallecido (es el agujero existencial, la falta de lo masculino en el “yo”) y la otra por la ausencia misma, dando como resultado el conflicto de todo adolescente, pero magnificado por los eventos paranormales que la mente genera en esa etapa del ser humano. El conflicto se manifiesta en sueños, pesadillas recurrentes que muestran como los hermanos la fagocitan, la madre quiere que crezca y aún no ha tenido su primer período a los 15 años, el padre se presenta desnudo llamándola (típico caso de vacío edípico, si se me permite el término); esto es la negación a crecer aún cuando la progenitora le espeta “Necesito que crezcas, estoy sola”, a lo que la joven responde “Yo sí que estoy sola”. La soledad en tiempos de la adolescencia es muy dura, tanto como el bullying o que tus amigos te separen del grupo al que pertenecías, y en una historia (real) de estas características, el miedo a crecer, a lo desconocido, tanto como la fascinación hacia ello, logran un combo explosivo donde la mente explota todo su poder desde lo sutil logrando modificar lo físico en los llamados poltergeist. En La Posesión de Verónica, Paco Plaza hace una excelente recreación de los años 90, tanto en el diseño de producción como en la banda de sonido, mayormente (y estratégicamente) compuesta por canciones de la banda española Héroes del Silencio, de la cual la protagonista es fanática. Y hablando del cast, tanto Sandra Escacena como los niños que hacen de sus hermanos son fantásticos actores con un gran futuro por delante. Para culminar, en La Posesión de Verónica, la joven busca constantemente salir de su situación, viendo por la ventana a su vecina de la misma edad, teniendo un padre, divirtiéndose, teniendo todo lo que ella no tiene. Quizás sea todo este germen el que estalle en los eventos paranormales que le acontecerán durante el film. O quizás no. Quizás sí la sesión de Ouija haya salido mal y una entidad oscura haya atendido el llamado. ¿O nosotros llevamos la oscuridad dentro y dejamos que salga cada vez que algo nos lastima?
Verónica (Sandra Escacena) es una joven de dieciséis años que vive en un departamento junto a sus hermanos más pequeños, debido a que su madre (Ana Torrent) debe trabajar todo el día para mantener la familia, es ella la que lleva adelante la casa. Un día Verónica junto a dos amigas deciden jugar con una tabla Ouija, justo un día en el cual se dará un eclipse, pero algo sale mal durante el ‘juego’ y a partir de ahí la protagonista comenzará a experimentar distintos fenómenos inexplicables y tenebrosos. Esta historia está basada en un hecho real que ocurrió en Madrid en el año 1990, llamado el Expediente Vallecas, que contaba un caso similar de una joven que luego de una partida de Ouija comenzó a tener comportamientos extraños, hasta que unos días después falleció. Lo que parece una película de terror sobre posesiones y exorcismo de las que ya vimos en varias ocasiones, toma un giro inesperado cuando vemos la historia narrada desde otro punto de vista. Tal vez la historia no produce demasiados sobresaltos en cuanto a lo terrorífico, pero logra enganchar al espectador en la aventura de Verónica y su lucha contra el mal. Algo que se resalta es lo bien que está narrado el punto de vista del personaje principal que, a pesar de ser una adolescente, tiene las responsabilidades de una adulta y eso se ve bien reflejado tanto en la actuación, como en la dirección y el guion. En cuanto a la cinematografía, la dirección de Paco Plaza es impecable, aunque la película no asusta del todo, sí logra crear el ambiente de incomodidad que se busca en estas películas. “La posesión de Verónica” no llega a atemorizar de todo al espectador pero sí crea un ambiente de tensión en la cual el público no se sentirá del todo seguro. También otorga un cambio de paradigma para este tipo de películas que siempre parecen estar contadas desde el mismo punto de vista y en este caso no es así, eso es algo bueno para el cine futuro.
Expediente Vallecas Aunque coquetea con el terror adolescente (no tan en boga como hace una década) y con los presuntos documentos reales sobre casos del más allá (Expediente Warren en la memoria), Paco Plaza ofrece una película original, con las dosis justas de sustos y sangre, donde los protagonistas (novatos y niños) ofrecen un gran recital interpretativo y las referencias menos evidentes hablan del mundo interior, de la tortuosa mente de niños y adolescentes. Una ensalada que el valenciano convierte en su mejor título en solitario hasta el momento. Fue el productor de la película, Enrique Lavigne, quien tropezó con la historia del único caso documentado por las fuerzas de seguridad españolas de posesión o actividad paranormal visible o como queramos llamarlo. Sucedió en los años 90 en Madrid y es el punto de partida de la película… Pero un punto de partida no es una película, sino una idea sobre la que construirla. Y eso lo tuvo muy claro Paco Plaza tras la fase de investigación, en la que descubrió que seguramente ese informe policial daba para poco más. De hecho, salvo en el prólogo (la película comienza con la noche final y lo que sucedió, aunque no lo vemos) y en el epílogo (por fin vemos lo mismo que el policía que elabora el informe oficial), no hay más presencia de cuerpos de seguridad. Y el informe, prácticamente aparece en un rótulo final, sin más presencia. Luego el tema central de la película no debe ser esa “veracidad” de lo narrado. Ese “caso auténtico”, un tema hoy tan de moda por la saga basada en la película Expediente Warren. Efectivamente, Plaza toma la historia real como punto de partida para contar otra película, una más subjetiva: las dificultades para crecer e insertarse en la sociedad de una joven de quince años en un barrio que podría ser cualquiera, tanto de los años 90 como de hoy mismo. En su contexto familiar y escolar aparece un nuevo eslabón. Al igual que Carrie en la película homónima de Brian DePalma —y la novela de Stephen King—, Verónica aún no ha tenido la menstruación, lo que la sitúa aún más alejada de sus compañeras de estudios que, ya más adultas en algunos aspectos, la van dejando arrinconada como un patito feo más. Una sesión de ouija va a ser el detonante de la trama central. Realizada en un momento mágico, mientras se produce un eclipse de sol que todos observan desde la terraza del colegio, algo sale mal. O quizá, en realidad, sale todo bien, porque algo viene del más allá para trastocar el mundo de Verónica. Algo que en principio podría ser el espíritu de su padre, fallecido hace un tiempo. Pero que pronto se revela como un elemento más perturbador. Sus compañeras de juegos espiritistas —porque no pasa de eso, un juego a escondidas— no ven nada, aunque el ambiente de credulidad en que se mueven les lleva a pensar que algo pasa. Algo que nadie ve. Excepto Verónica… En todo momento, Plaza mantiene su cámara cercana a la protagonista (digámoslo ya, una excelente Sandra Escacena, elegida entre 800 candidatas), salvo algunos planos sueltos de apoyo a la narración que incluso serían prescindibles en determinados momentos. Ese punto de vista subjetivo, llevado con habilidad por el director valenciano, es el que constata que el verdadero interés de la película está en el mundo interior de Verónica. Ese mundo en el que mezclan los temores familiares (la falta del padre), el ambiente opresivo del colegio (incluida la marginación por parte de las amigas) y la búsqueda de algo más (aunque sea en un más allá que han descubierto a través de fascículos coleccionables anunciados en televisión). Vista así, Verónica es una película que explora el interior de una mente humana necesitada de una vía de escape. Una película subjetiva en la que gran parte de lo que vemos transcurre en la cabeza de la joven protagonista. Pese al gancho del informe oficial que da “veracidad” a un caso “real” de posesión, la película ni es objetiva, de habla del mundo real, ni aspira a la veracidad. Muestra la mente de un niño, algo que la emparenta directamente con un clásico de Robert Mulligan, El otro (1971), donde descubrimos al final que la historia cruel de los dos hermanos gemelos no existe salvo en la mente del único superviviente… el otro había fallecido al nacer. Una idea que de alguna forma retomó al año siguiente DePalma con Hermanas, también una incursión en la mente de dos hermanas separadas de forma traumática al nacer. Esa búsqueda del mundo interior acaba por emparentar Verónica con el personal mundo de Carlos Saura, algo que Plaza reconoce en distintas. Este enfoque convierte el film de Plaza en una de las propuestas más atractivas del fantástico español reciente, pese a que por momentos la película pierde fuelle y la trama no siempre se desarrolla con el equilibrio y la solvencia que uno desearía. Y conste que en el lado positivo de esta Verónica hay que anotar el valor de Plaza para plantear una película en la que los únicos intérpretes profesionales (la madre, el policía) tienen una presencia meramente testimonial. El grueso de la trama descansa sobre el trabajo de niños y adolescentes. Una apuesta arriesgada, sin duda, que se salda con unas interpretaciones convincentes. Algo de lo que no puede presumir en general el cine español. En definitiva, un film que en principio no acaba de entusiasmar, pero que mejora cuando uno lo repasa con calma. Este cronista no puede por menos que mostrar cierta sorpresa y admitir una notable coherencia en la propuesta. No se dejen engañar por la publicidad… es otra cosa.
No juguemos a la ouija Llega a nuestras salas lo nuevo del realizador de Rec (2007) y no nos va a quedar otra que sufrir sustos con acento español. Acá te contamos que nos depara La posesión de Verónica (2017). Si hay algo que toda película de terror nos enseñó es que si uno juega a la ouija las cosas no pueden salir del todo bien. Se dice que se atraen espíritus malignos y, sumado a un montón de cuestiones de morales, eso significa que no todo es color de rosa. Paco Plaza (Rec) nos trae su nueva obra que, siguiendo algunos recursos de la cámara y la propia fotografía del film, nos remite a su preciada saga Rec, dónde el terror en primera persona se hace presente. Verónica no quiso ser menos, jugó a la ouija y eso, en las manos del director español, abre un abanico de situaciones no aptas para los más impresionables. Verónica es una adolescente que vive con sus hermanos, los cuales son unos niños, y debe hacerse cargo de su hogar. Los recuerdos de ella por su padre nos regalan posibles vestigios de lo que es su historia, lo cual se nos presenta como un verdadero misterio. Distintas y asombrosas acciones (no poder controlarse al comer, tratar de ahorcar a sus hermanos) comienzan a sucederle a Verónica que, sin quererlo, comienza a ser un peligro tanto para sus seres más cercanos como para ella misma. El clima en el cual nos sumerge el film, sumado a la excelente banda sonora que no nos da tregua a la tensión, hacen que La posesión de Verónica sea una película que provoque pelos de punta. Si uno repasa la filmografía de Paco Plaza se va a dar cuenta que es uno de los claros exponentes del terror español. Rec produjo sustos de todo tipo y concentró a un grupo de fans que posicionó a dichas películas con la mejor recepción en nuestras tierras. El director impuso de esta manera su sello de garantía, el cual trae La posesión de Verónica y, con seguridad, las próximas obras que realice. A partir de esa premisa, uno sabe las escenas que podría encontrar y el tipo de terror, con reminiscencias a falso documental y haciendo uso de la cámara en movimiento. Jugar a la ouija en definitiva, por conocimiento popular, no es para nada aconsejable. Quizás te llame la atención y quieras intentarlo, pero no es lo mejor. Lo que sí está claro, luego de ver La posesión de Verónica es que, días o semanas después, no vas a volver a escuchar ese nombre sin recordar algún buen susto que te llevaste en la sala. No juguemos a la ouija, vayamos al cine.
Ocultismo, un eclipse y el juego de la Ouija conforman el corazón de esta atrapante propuesta del director español Paco Plaza, el mismo de la saga REC. La posesión de Verónica está inspirada en una historia real ocurrida en el barrio madrileño de Vallecas en los años noventa -un “gancho” comercial que utilizan muchos filmes de terror- y en el informe redactado por el policía que llegó al lugar, alertado luego de recibir varios llamados de emergencia. En la película, de estructura cíclica, la amenaza sobrenatural y desconocida se instala en el tranquilo hogar de Verónica -la debutante Sandra Escacena, muy convicente en su rol-, la adolescente que cuida de sus tres pequeños hermanos y es fanática del ocultismo a través de la lectura de fascículos semanales sobre el tema, mientras su madre -Anna Torrent- trabaja en un bar. Luego de jugar con sus amigas a la Ouija para contactar a su padre fallecido, invoca sin quererlo a una criatura que desata el horror. Con estos elementos, el realizador construye una película de género que se apoya en la idea de un portal que conecta lo desconocido con lo cotidiano. El relato acierta con sus encuadres y prioriza la creación de climas asfixiantes antes que los efectos especiales para inquietar al espectador. Entre lo que sucede en el sótano del colegio, donde Verónica y sus amigas se sumergen en el juego; una monja ciega que advierte el peligro que se avecina y una época en donde los eclipses traen oscuridad por encima de la luz, se desarrolla esta historia inquietante que se aleja de los clichés de otras producciones del género. Con logrados momentos de suspenso y terror -como la escena en la que la criatura se hace visible a través de un vidrio esmerilado o las sombras deformantes que se extienden en las paredes del departamento-, Paco Plaza demuestra que conoce los resortes del género. El filme perturba y alimenta el tópico de una adolescencia desprotegida que atraviesa conflictos, cambios y miedos letales. Y no es para menos.
Inquietante film con logrados efectos especiales, sonido que acompaña, y las impecables actuaciones. La suma de todo es que termina dando realmente mucho miedo. La posesión de Verónica es una peli de suspenso/terror española que está dirigida por Paco Plaza. Dentro del elenco, cabe decir que han hecho un trabajo excelente y creíble los mas jóvenes, están Sandra Escacena, Bruna González, Claudia Placer, Iván Chavero y Ana Torrent. Inspirada en una historia real tomado de un expediente (policial/judicial) en Vallecas ocurrido en los 90 (Madrid) El guion fue escrito en conjunto entre Fernando Navarrete y el propio director (Paco Plaza). Verónica luego de jugar con la ouija (junto con sus compañeras del cole) e invocar algún espíritu (su deseo es poder contactar a su padre) comienza a sufrir tormentos, amenazas sobrenaturales, en su propia casa. Luego de un estado de confusión entiende que alguien quiere hacerles daño. Su madre por su trabajo está bastante tiempo fuera del hogar atendiendo su negocio de gastronomía. Eso hace que Verónica cuide y atienda a sus 2 hermanitos casi como una madre perdiendo un poco la capacidad de poder vivir libremente su adolescencia. Película muy recomendable. Si bien se han contado muchas historias relacionadas con este juego maligno, lo que despierta mucho interés, por lo menos en mí, es que aquí a sucedido de verdad (tal vez parcialmente algo) de eso que estamos viendo en pantalla.
Paco Plaza lo hace de nuevo. Con la excusa de un supuesto caso real de posesión a inicios de los noventa en España, trabaja el subgénero ouija/exorcismo con lograda tensión y desarrollo. El contexto social y familiar de la niña poseída, además, proporcionan el espacio ideal para que la historia vaya mucho más allá, generando sustos y empatía por partes iguales.
Al mando del hogar sin estar preparada La posesión de Verónica es una película de terror española dirigida por Paco Plaza, reconocido por la saga REC. El guion también estuvo a cargo de él junto a Fernando Navarro. El reparto incluye a Sandra Escacena, que debuta en el cine con el papel protagónico, Ana Torrent y los niños Bruna González, Iván Chavero y Claudia Placer. A los 15 años Verónica (Sandra Escacena) debe hacerse cargo de sus hermanitos Lucía (Bruna González), Irene (Claudia Placer) y Antoñito (Iván Chavero) ya que su madre trabaja todo el día en un bar. Un día en la escuela la joven baja al sótano para jugar a la ouija con dos compañeras mientras los demás están apreciando el eclipse solar desde el patio. Verónica desea comunicarse con su padre fallecido pero en vez de eso sin quererlo conseguirá abrir un portal que dará paso a una entidad maligna. Ahora su familia está en peligro, en su casa de Madrid ocurren cosas extrañas y ella sufre los efectos de haber sido poseída. Ya estamos acostumbrados a los estrenos de terror clichés, con historias planas y redundancia de jump scares. Si leemos la sinopsis de este film o vemos su póster promocional nos parecerá más de lo mismo. Sin embargo detrás de ello se esconde una gran película del género que no debe pasar desapercibida. Lo que la diferencia de otras producciones y constituye lo más destacable del film es en dónde está puesto el foco. Paco Plaza se toma todo el tiempo que necesita para desarrollar la dinámica del hogar de Verónica, sin perder en ningún momento ni el ritmo ni el interés del espectador. Gracias a esto conectamos desde entrada con los cuatro hermanos, nos llegan a importar y deseamos su bienestar. Por otro lado es imposible no aplaudir la acertada elección de casting. En su debut cinematográfico Sandra Escacena brilla como Verónica a pesar de tener variadas escenas complejas con mucha carga emocional. De todas sale airosa, componiendo con éxito a una adolescente que no está siendo escuchada y debe arreglárselas por sí sola. Los pequeños Bruna González, Claudia Placer e Iván Chavero no se quedan atrás con sus buenas interpretaciones. Gracias al guion, sus diálogos recuerdan la inocencia que existe en la infancia, transmiten ternura y aportan el toque de humor que alivia la dura realidad que atraviesa su hermana. La recreación de época está muy bien lograda, pudiéndola apreciar desde la música que escucha la protagonista hasta el televisor en el que la imagen que transmite no es del todo clara. Los movimientos de cámara y la fotografía oscura ayudan a crear ese ambiente tan atemorizante como sofocador. Gracias a estos dos elementos en una secuencia dentro de la casa Verónica se mueve por las habitaciones, abriendo tantas puertas que no llegamos a dilucidar cómo era la estructura del hogar, lo que genera una sensación claustrofóbica fantástica. Lo único que puede sacar al espectador del contexto realista en el que se desarrolla el relato es la presencia de una monja ciega en la escuela. Su personaje resulta cliché y no aporta nada relevante. Por suerte su participación no llega a más de tres escenas. La posesión de Verónica contiene momentos perturbadores que quedarán rondando en la mente al recordar que está basada en una historia real. Los sustos son auténticos pero por sobre todo es el alto nivel de conexión con la protagonista lo que lleva a darnos cuenta que ésta es mucho más que una historia de terror.
MEDIA VERÓNICA Parece que el cine de terror va encontrando nuevas fórmulas que lo vuelven a poner en la primeras elecciones de la audiencia a partir de una renovación válida de realizadores y la profundización de aquellas virtudes de los últimos años. Atrás parecen quedar entonces aquellas rachas de películas de horror y terror que no hacían mas que revisitar clichés, lineas argumentales y arquetipos básicos. No es que esta nueva ‘camada’ -hay directores que vienen de larga data- lo haga con una originalidad absoluta, pero se nota un desparpajo (Los Huespedes) y una soltura en determinados productos (Better Watch Out, La Cabaña del Terror) de la mano de un un sólido arraigo por el terror de los ’70 (la factoría James Wan), la narrativa de mitos y leyendas (La Bruja, la saga El Conjuro), y sobre todo un respeto por el público al evitar la repetición serial de usos y costumbres en este género que tan vilipendiado ha sido en los últimos años. La Posesión de Verónica aprovecha un poco este combo que tanto resultado da que es el de meterse de lleno en una historia real -algo que haya pasado y que tenga anclaje con la realidad, por mas incomprobable que sea-, que date de por lo menos 20 años atrás o por lo menos de otra década -el relato extemporáneo, impropio del presente tangible y comprobable-, pero que sobre todo mantenga un verosimil que lleve a la duda razonable. Entonces así como el cine de superheroes se aprovecha de la nostalgia adulta del ludismo infantil -Marvel, no DC-, el cine de terror ha entendido que el negocio pasa por el relato de mitos y leyendas modernas. No es casual entonces que la gran mayoría de estas producciones tengan en los niños a los pilares de la película, siempre prestos a la estimulacion de la imaginacion por medio de la narrativa oral. Y nosotros, en consecuencia, a la audiovisual. Entonces Paco Plaza rapidamente nos pone en tema. Pasado el prólogo que, obviamente, nos promete mucho y aclaro poco, entendemos que la combinacion de un eclipse y una sesión de Ouija, desata extraños hechos en la Veronica en cuestión y que, mediante una rápida deducción, se entiende que son propios de una persona poseída. Como se marcaba mas arriba, este argumento dista bastante de la originalidad -ha sido contado infinidad de veces-, pero lo hace con una personalidad firme, aterrorizando con la imagen -el fuera de campo y la insinuación son fundamentales aquí-, el gesto y el sonido -allí hay una banda sonora espectacular-. Este relato clásico no innova en formas pero sí constituye un producto que lo que hace, lo hace bien. Construcción de conflictos, personajes sólidos, climas agobiantes, suspenso efectivo, metáforas comunes del cine de terror -el sexo y la inocencia-, y un climax final a la altura de todo lo previo. En La Posesión de Verónica, Paco Plaza (REC) repite los aciertos del pasado y no solo es el género el que gana, también lo hace el público. Sobre todo en sustos.
Un juego peligroso Paco Plaza, el director de la exitosa saga de "Rec", por esta vez dejó los zombies para dedicarse a un dramático caso sobrenatural, supuestamente verídico. Según explican los créditos del film, el guión se basa en el informe del inspector de la policía madrileña que se ocupó de un episodio extraño, y fue la única ocasión en que un informe oficial de la policía española utilizó la expresión paranormal para describir los hechos. Pero la historia no es exactamente de posesión, sino sobre los peligros de convocar espíritus en juegos supuestamente inocentes, que luego se van de control. Verónica, una excelente Sandra Escacena, es la hermana mayor, y como su madre trabaja día y noche en un bar cuida a sus tres hermanos menores, dos nenas y un varón. Las tres chicas van a un colegio de monjas y ahí es donde la protagonista se esconde a jugar a la "copa" con dos amigas que, pronto, quedan aterrorizadas ante señales inequívocas de que el juego está funcionando demasiado bien. Pronto los eventos extraños empiezan a ocurrir en la casa de Verónica, y antes de llegar a la mitad del film ya hay un clima ominoso y situaciones que pondrán los pelos de punta al espectador. "La posesión de Verónica" incluye sólidas actuaciones del elenco infantil algo realmente difícil- y está muy bien narrada. Hay grandes escenas como la del avistamiento de una eclipse de sol por todas las alumnas del colegio religioso que merecería incluirse en cualquier antológica del cine fantástico hispanoparlante.
Ver una película implica determinadas condiciones que se reproducen por un espectador que nunca es pasivo ante lo que contempla, debido a esto también es que dependiendo del género se susciten diferentes emociones. Si el cine se configura ante nosotros como un espejo, no es ilógico que el terror nos afecte de una forma que nos parezca real en virtud de cómo uno logra identificarse con cierto personaje; y esto va más allá cuando se trata de una historia verídica, porque lo veraz de nuestras sensaciones pasa a otro orden. La posesión de Verónica se basa en el único caso en la historia de España en que los expedientes del cuerpo policial corroboran la existencia de una fuerza paranormal, lo que durante 100 minutos se mantiene como una aguja penetrando los miedos más grandes del espectador.
Es una película de terror que ancla en un hecho real ocurrido en España, conocido como el primer expediente X desclasificado, ocurrido en los 90 en el barrio Vallecas de Madrid. El responsable es Paco Plaza (co-dirigió las dos primeras “Rec” e hizo la tercera), responsable también del guión junto a Fernando Navarro. Pero aquí deja de lado el costado “gore” de sus films anteriores y elabora un buen clima de tensión y horror sin exagerar en los efectos especiales, verdaderos lugares comunes de Hollywood. Logra un clima oscuro y espeso, mantiene la tensión y se instala con pericia en el mundo de una escuela religiosa, donde se supone que el mal es reconocible y palpable, donde no falta la monja ciega y sentenciosa (uno hasta espera sus dientes de vampira como en la saga de “El conjuro” pero no). Tres adolescentes juegan no tan inocentemente con una tabla de ouija, “alguien” responde y el peso de la posesión se la lleva una de ellas, la protagonista, con una actriz para recordar Sandra Escacena. El director va por más que la chica “atacada” y asustada, es también una niña que entra en la adolescencia y que esta recargada de obligaciones en su casa, pues su madre trabaja en horarios extensos y nocturnos y de día duerme (la encarna la recordada Ana Torrent). Su mundo de obligaciones adultas, tentaciones de nena, deseos y terrores. Bien hecha, con buen pulso, con un argumento que cierra, que no se engolosina con lo inexplicable sino que busca, dentro del género, una lógica. Buena sorpresa.
Después de la exitosa (e irregular) saga Rec, el valenciano Paco Plaza firma esta inquietante película de posesión demoníaca basada en hechos reales de la crónica roja madrileña y suburbana. El asunto da miedo, como corresponde, pero apenas algo más que la realidad de la adolescente Verónica, a cargo de sus tres pequeños hermanos, con una madre ausente, lidiando con eso que se ha metido en el departamento de clase media desde que jugó a la ouija en el sótano del colegio de monjas al que asisten cada día. Con un estupendo elenco juvenil, al que se suma Ana Torrent, una película climática, armada con detalles de una vida cotidiana en la que la ternura, y el juego infantil, están sometidos al estrés adulto de salir adelante, a la educación bajo la cruz y a la soledad que apenas calman las canciones de Bunbury.
El pavor ibérico. Mientras en Hollywood continúan repitiendo y repitiendo las mismas fórmulas para hacer películas de terror, muchas veces adaptando proyectos extranjeros de modo infructuoso, las verdaderas grandes obras del horror siguen llegando desde afuera. España se ha convertido, ya hace un tiempo largo y aproximadamente con el nuevo siglo, en un verdadero semillero de joyas, catapultando a realizadores que, por suerte, en su mayoría no han sido aún cooptados por la gran maquinaria norteamericana. Nombres como los de Álex de la Iglesia, Alejandro Amenabar, Jaume-Collet Serra, Jaume Balagüeró, son sinónimos de calidad. Justamente este último tiene entre sus mayores éxitos la saga de cuatro partes [REC] que codirigió junto a su colega Paco Plaza, director ahora de La posesión de Verónica, otro gran film proveniente de las tierras de Paul Naschy. No juegues con lo desconocido: Basada muy libremente en el caso de Estefanía Gutierrez Lázaro, conocido popularmente como el caso Vallecas, La posesión de Verónica cuenta con dos elementos fundamentales para su efectividad: la carnadura de sus personajes y el acierto en dosificar sobresaltos. Es Madrid, 1991, Verónica (Sandra Escacena) vive con su madre Ana (Ana Torrent) y sus tres hermanos menores, las gemelas Lucía e Irene (Bruna Gonzáles y Claudia Placer, respectivamente) y el más pequeñito Antoñito (Iván Chavero). Ana trabaja todo el día como moza en un restaurante, por lo que es Verónica quien debe hacerse cargo de sus hermanos. Recientemente el padre de familia falleció, por lo que todo se hace cuesta arriba. Verónica intenta balancear su vida como adolescente y las ocupaciones de su familia. Junto a dos compañeras del liceo religioso al que asisten, se dirigen al sótano del colegio y medio jugando, medio en serio, realizan una sesión de espiritismo con una tabla ouija, con la idea de contactar a su padre. Por supuesto que las cosas salen mal, son sorprendidas, la sesión no culmina correctamente, y Verónica queda como centro de algo más poderoso que su propio entendimiento. A partir de ahí y durante los siguientes meses, Verónica sufrirá todo tipo de martirios relacionados con presencias fantasmagóricas y un comportamiento errático que no puede controlar, sobre todo para con sus hermanos. El diario de Verónica: La posesión de Verónica guarda alguna similitud con la conocida El exorcismo de Emily Rose. Desde la primera escena casi que conoceremos su desenlace, y todo será un gran flashback en base a la crónica policial. La narración se irá estructurando de acuerdo a los días que pasan y que faltan para que eso que vimos en un principio finalmente llegue y podamos comprenderlo. Este método le otorga ya de por sí una gran tensión al asunto. Si a esto le sumamos la gran elaboración en la puesta que logra Plaza y la perfecta construcción de personajes, tenemos aseguradas una hora cuarenta y cinco minutos aferrados a la butaca. No todos son sobresaltos y nerviosismo, la historia se irá desarrollando de a poco, lentamente entraremos al juego. Esto es lo que permitirá que comprendamos mejor a los personajes, que entendamos sus razones y se nos hagan queribles. Para cuando Verónica comience a sufrir en serio por lo que la atormenta y por la negación de su entorno, ya estaremos totalmente compenetrados con ella. Las relaciones de ella con su madre, con sus hermanos y con sus amigas, se verán de modo natural, como si se tratase de demonios internos que Verónica debe extirpar de algún modo. Al desarrollar su historia en 1991 la ambientación de época es fundamental: Plaza opta por no recargar el asunto, todo está puesto en detalles sutiles y explota en una banda sonora muy acorde con Los héroes del silencio como máximo ícono. En todo momento la sensación de que algo malo ocurrirá está presente, generando angustia y, por qué no, algún susto. Pero prepárense, porque cuando finalmente la noche anunciada llegue, mejor que estén con los pies bien en el suelo. Tal como lo hacía Balagüeró en la subvalorada La séptima víctima, Plaza no necesita de una batalla de efectos para asustar. Le alcanza con los juegos de luces, la oscuridad, las sombras, lo que se oye pero no se ve, la sensación de que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, la tensión expuesta a un 100%. Esa media hora final de La posesión de Verónica no será fácil de olvidar. Conclusión: Paco Plaza logra en La posesión de Verónica una gran obra de terror en serio, con un ritmo en constante crescendo, personajes queribles, un clima tremendo y un climax para no olvidar. Sin temor a exagerar, es este uno de los grandes filmes de género del 2017.
Después de consolidarse con la saga de REC la cual co-dirige, el director español regresa con “La posesión de Verónica”, escrita junto a Fernando Navarro, un film que apuesta a otro tipo de subgénero de terror pero que demuestra más que nunca quizás su gran conocimiento del género. Basada en un caso real, o al menos en lo que se sabe al respecto, más bien en el informe policial luego de lo sucedido, el film gira en torno a una adolescente que, tras jugar con sus amigas a la ouija un día de eclipse solar, comienza a experimentar cosas extrañas en su casa y en su propio cuerpo que luego van poniendo en peligro a sus hermanos. Verónica tiene quince años y es la hermana mayor pero es como una madre casi para sus tres hermanos pequeños. Porque su madre (interpretada por Ana Torrent) trabaja todo el día y su padre falleció. Cuando con su amiga se le ocurre jugar a la ouija ella cree que es una oportunidad para volver a hablar con él. Pero claro que las cosas no salen del modo esperado. Como si ser adolescente no fuese un problema en sí, como si crecer no fuera ya difícil y aterrador, se abre una puerta y Verónica queda sola. Su amiga se aleja de ella asustada y su madre sigue ensimismada en trabajar para poder darles de comer, aunque eso implique no estar nunca y ni siquiera escuchar sus gritos de ayuda. Gracias al consejo de una de las hermanas de la escuela católica a la que asiste, una señora mayor y ciega, se enfoca principalmente en cuidar a sus hermanitos. La película está llena de momentos de terror muy bien logrados, figuras que aparecen y que no resultan lo que son, o que cada uno ve de un modo distinto. No hay un abuso de golpes de efectos ni sustos a los que estamos acostumbrados dentro de este género (que consigue buenas películas como El conjuro o Insidious pero después una cantidad inmensa de tantas otras mediocres). Mucho aporta la protagonista principal, Sandra Escacena, quien tiene que convertirse en las varias Verónicas que el film va desplegando. La adolescente, la hermana mayor, la que se siente marginada, la asustada, la valiente, la que decide que si nadie la va a escuchar va a hacer de todos modos las cosas como cree que tienen que hacerse para que aquello que llegó se vaya de una vez. Hay también una interesante construcción de esta familia, mostrando escenas cotidianas dentro de ese departamento que a veces parece tan chico y asfixiante. Los niños y sus interpretaciones muy naturales brindan mucha frescura a ciertas partes del relato. El film a nivel técnico es prolijo y atractivo. La fotografía logra algunas imágenes escalofriantes y la música, una banda sonora que aparece inspirada en las mejores películas de Dario Argento y cuenta con los acordes de la banda Héroes del silencio, hacen que “La posesión de Verónica” parezca un clásico instantáneo. Quizás al final hay algunas líneas y flashbacks reiterativos, repetitivos adrede pero que podrían no estar, o no en esa cantidad. Pero más allá de eso, estamos ante una gran película de terror, que no sólo no tiene nada que envidiarle a las que provienen de la meca del cine, sino que es superior a muchas de ellas. “La posesión de Verónica” es una imperdible para todo fanático del género. Con una historia bien contada, con algunos clichés del género pero sólo los suficientes para que toda película que apunta a este lado funcione de manera efectista. Como siempre, aconsejo olvidarse del “basado en caso reales” pues es claro que este tipo de relatos sobre todo tiene muchas libertades.
La posesión de Verónica: un film de terror que va mucho más allá Las mejores películas de género son aquellas que operan en distintos niveles y van más allá de cumplir con el "objetivo" principal (hacer reír o llorar, asustar, etcétera), al mismo tiempo que lo logran. Eso es lo que sucede con La posesión de Verónica, una película en la que asustarse es un extra y no la única fuente de satisfacción. Paco Plaza construye con gran habilidad un mundo propio para el film, repleto de detalles que le otorgan realismo y que sumergen al espectador en ese lugar, Madrid, en esa época, los 90, y esa familia. La historia se centra en Verónica, una adolescente que lleva sobre sus hombros la carga de cuidar de sus hermanitos pequeños mientras su madre trabaja todo el día. La vida de la protagonista quedó marcada por la reciente muerte de su padre. Y eso implica no sólo el dolor que le provoca su pérdida sino también las consecuencias que la ausencia provoca en el funcionamiento cotidiano de la familia. Una escena en la que Verónica ve por la ventana a su vecina de su misma edad, despreocupada y alegre, resulta un perfecto retrato de lo que la protagonista ha perdido. El costado terrorífico irrumpe en el relato cuando Verónica se interesa por usar una tabla de Ouija para intentar comunicarse con su padre. Junto con unas amigas, la chica decide hacer la prueba durante un eclipse y a partir de ese momento una fuerza maligna empezará a acecharla. Si bien el suspenso y los sustos están muy bien manejados por el director, lo sobrenatural funciona también como metáfora del luto y las dificultades de crecer. La posesión de Verónica es una tragedia familiar y coming of age (film sobre un personaje madurando) conmovedora; que se trate de una película de terror le agrega otra dimensión más porque implica la confrontación con lo que puede haber fuera del plano terrenal. Además de una impecable reconstrucción de época, en estética y espíritu, La posesión de Verónica tiene un enorme tesoro en su elenco infantil. Sandra Escacena, la Verónica del título, enfrenta su primer papel en el cine con un aplomo y naturalidad admirables. Los más chiquitos son puro desenfado y encanto, aportando mucho humor a un film cuyo material es sombrío. El director supo aprovechar esto y mantener un equilibrio en el contraste de tonos. Al comienzo del film se advierte que esta historia está basada en hechos reales, sucedidos en la capital española, en los 90. Ese plus que sirve para asustar, legitimar lo inexplicable y dejar el misterio suspendido en la mente del espectador al salir del cine, poco importa en este caso porque la película cuenta con un considerable valor cinematográfico propio.
Y todo fue verdad A quienes les gusta el género, no saldrán defraudados, y hay buenos efectos. “Una situación de misterio y rareza” reza el expediente policial tras la muerte de una joven, tras haber participado en una sesión espiritista con la archiconocida tablita de la Ouija. Fue un caso real, el “expediente Vallecas”, sobre el que el realizador valenciano Paco Plaza (el de las tres Rec) se basó, mezclándolo con algún otro. El resultado es como un combo de un restaurante de comida rápida: si se lo come despacio, se lo puede llegar a saborear. Pero si se lo traga de golpe, puede resultar indigesto. Verónica es la hermana mayor de la casa, cuya madre (Ana Torrent, que ya no Cría cuervos) está literalmente ausente. Después de jugar con la tablita, para buscar a su padre, Verónica comenzará a experimentar en esa casa fenómenos paranormales. Que hace que la enloquezcan, ante la mirada impávida o asustada, depende la escena, de los menores. Los efectos son buenos, la tensión no suelta, las actuaciones son convincentes (y eso que es el debut de Sandra Escacena). En épocas en los que el género de terror parece no regenerarse sino copiarse a sí mismo, La posesión de Verónica no es una más. A los que les gusta asustarse, la apreciarán, aunque tampoco sea para tirar manteca, ni sangre ni tripas, al techo.
El director de la trilogía de [REC] (las dos primeras en sociedad con Jaume Balagueró) se inspiró en el caso real de una adolescente madrileña que en 1991 sufrió todo tipo de experiencias paranormales tras jugar a la tabla ouija con sus amigas. El resultado es un sólido y eficaz thriller psicológico con elementos propios del terror sobrenatural. La posesión de Verónica (su título original en España fue simplemente Verónica) está inspirada en el célebre caso de Estefanía Gutiérrez Lázaro, una muchacha de 18 años residente del barrio madrileño de Vallecas que -no conviene adelantar demasiado- vivió situaciones por demás extremas. Con ese material original -compilado directamente de los informes policiales de la época conocidos como Expediente Vallecas- Paco Plaza construyó un atractivo exponente de género que mixtura elementos propios del coming-of-age; del drama familiar (la protagonista está prácticamente a cargo de la crianza de sus tres pequeños hermanos ante una madre que trabaja de noche en un restaurante tras la muerte del padre); del terror religioso (Verónica va a un colegio católico y allí se vincula con una misteriosa monja ciega); “excusas” y justificaciones varias (un eclipse y la tabla ouija para el contacto con el “más allá”); el uso (sin abuso) de los efectos visuales para las escenas de alucinaciones, pesadillas y hechos sobrenaturales; y todo el arsenal vintage (incluso musical, con Maldito duende, de Héroes del Silencio, sonando una y otra vez en el walkman) propio de los años '90. La debutante Sandra Escacena se carga la película al hombro, ya que está en prácticamente en todas las escenas: mientras cuida a sus hermanos, mientras interactúa con sus pares en el colegio o en una fiesta, mientras va experimentando de forma creciente en su propio cuerpo los efectos de la posesión (la acción transcurre a lo largo de tres días), y así... Una auténtica revelación. No estamos ante una película brillante, ni siquiera frente a una demasiado sorprendente dentro de los cánones actuales del cine de horror, pero el valenciano Paco Plaza es un sólido narrador con buenas ideas visuales y los múltiples ingredientes de la receta están dosificados y esparcidos con criterio. En estos tiempos de indigestión con decenas de subproductos del género de terror no se trata de un mérito menor.
Desde hace décadas, el cine de terror español se mantiene activo gracias a generaciones de cineastas con pasión por los temas más lúgubres y un alcance internacional. De la última camada se destacan una serie de nombres, como Jaume Balagueró y Paco Plaza. Nacido en 1973, Plaza se fue haciendo de una reputación gracias a films como El Segundo Nombre (2002), Romasanta (2004), REC (2007) y su secuela, en codirección con Balagueró, y REC 3: Génesis (2012). La Posesión de Verónica (Verónica, 2017) es una nueva muestra de su talento para el terror, sin descuidar la historia ni los personajes. Estamos en 1991. Verónica (Sandra Escacena), tiene 15 años, está en una etapa clave de su vida, y ya debe hacerse cargo de sus tres hermanos pequeños mientras su madre (Ana Torrent) trabaja en un restaurante. Sin embargo, también tiene tiempo de leer revistas sobre casos paranormales y juntarse con amigas del colegio, con quienes organiza una sesión de espiritismo en el sótano del colegio, al mismo tiempo que surge un eclipse de sol. La intención de la joven es comunicarse con el alma de su padre, pero logra traer consigo a algo diferente, oscuro, maligno. Una fuerza tan poderosa que le queda adosada como una sombra, consumiéndola de a poco mediante alucinaciones y malestares, y afectando a quienes la rodean. La película se inspira en un hecho real ocurrido en el distrito madrileño de Vallecas. Para ser más precisos, es el único caso paranormal registrado por la Policía de España. Lejos de empantanarse en clichés o en citas deliberadas a otros films de ese estilo, Plaza recurre a climas que se van tornando lúgubres, pero siempre anclado en la realidad. Un enfoque parecido al de los films de miedo de los ’70, con El Exorcista (The Exorcist, 1973) como referente ineludible. Al igual que el clásico de William Friedkin, el horror que cae sobre esta joven es una excusa para hablar de temas más profundos y terrenales: adolescencia, madurez, familia, pérdida, dolor, esperanza. Que la banda sonora incluya temas de la banda Héroes del Silencio, en parte por su popularidad en ese momento, en parte porque permite adentrarse más en el mundo de Verónica, además de que le imprime un estilo deliciosamente dark a la historia. La debutante Sandra Escacena le pone el cuerpo a Verónica y sostiene cada una de sus escenas, convirtiéndose en una actriz a seguir. Dentro del elenco también se destaca Ana Torrent; a la otrora niña protagonista de Cría Cuervos (1976) -probablemente una de las mejores actuaciones infantiles de la historia del cine- ahora le toca ser la madre de una joven que también debe enfrentarse a un entorno que no termina de comprender, lo que genera un interesante paralelo con el trabajo de Carlos Saura. La Posesión de Verónica es la prueba de que todavía se puede hacer terror evitando la mayoría de los lugares comunes, representa lo mejor de Paco Plaza y confirma que el cine aterrador de la Península Ibérica conserva las suficientes energías como para seguir sorprendiendo y atemorizando.
La posesión de Verónica ofrece una historia muy bien contada de posesión diabólica. Todos aquellos a quienes el nombre de Paco Plaza les suene por el vértigo de la cámara en la saga Rec deben estar prevenidos. La posesión de Verónica es un relato cinematográfico de terror clásico, con un tema remanido mil veces desde El exorcista hasta hoy. Pero no se trata de un clasicismo de escuela, sino de alguien que entiende el cine como un fenómeno sensorial, como un diálogo entre las imágenes, los sonidos, el tiempo y la sustancia dramática. Tal vez el único rubro en el que falla el virtuosismo de Plaza son los efectos especiales. El tenso relato que propone de un caso de posesión diabólica (basado en un expediente policial de un caso de 1991) se distiende cuando el espíritu maligno se encarna en una especie de momia negra, sin rostro, como una sombra extraída del expresionismo alemán y dotada de tres dimensiones. Pero antes de que se materialice ese espectro, la película ofrece una historia muy bien contada. La de Verónica, sostenida por una trabajo impecable de la joven actriz Sandra Escacena. Es una adolescente que debe hacerse cargo de sus hermanitos menores porque, desde la muerte del padre, la madre debe trabajar día y noche en un bar de Vallecas, barrio popular de Madrid. Plaza explora esa vida cotidiana levemente disfuncional con una increíble sensibilidad para exponer los juegos y los problemas de los niños a principios de la década de 1990. Y a medida que pasan los minutos va virando ese ambiente más o menos costumbrista hacia la zona de lo siniestro. Lo acompaña la tradición de la España negra, esa que viene de la inquisición, pasa por Goya, y llega hasta el presente en la forma de una mitología cristiana que perdura más como superstición que como fe. Esos elementos, a la vez individuales y colectivos, hacen que La posesión de Verónica se distinga de las decenas de películas de posesión diabólica que hoy ofrece la industria del terror.
En La posesión de Verónica el director Paco Plaza, uno de los creadores de REC, aborda el terror sobrenatural con una historia inspirada en uno de los casos reales más famosos de la parapsicología española. Pese a que la temática de hechos paranormales se explotó hasta el hartazgo en los últimos años y eso podría atentar contra el atractivo de la propuesta, esta producción sorprende con una historia más compleja de lo que daba a entender su premisa. En la historia de Verónica encontramos dos películas diferentes que se fusionan entre sí. Por un lado el relato de horror, donde sobresale el talento de Plaza para crear situaciones sólidas de tensión. Algo que el realizador ya había demostrado en la saga de los zombis. Plaza evita caer en las escenas trilladas de susto y logra generar tensión con el manejo de los silencios y situaciones sencillas. Por ejemplo, el ruido de un vaso que rueda contra una puerta y parece insignificante, en esta historia produce más escalofríos que las apariciones de fantasmas en otras películas. Desde la excelente secuencia inicial, que le da a la trama el marco de tensión y horror que vendrá después, el film construye una atmósfera constante de suspenso que genera interés por el misterio de la historia. Una cualidad que se ve acentuada por una gran banda sonora retro, en la que sobresale el uso de sintetizadores, que evoca las viejas películas de terror del cine italiano de los años ´80 y por supuesto el siempre recordado John Carpenter. Pese a que el relato es familiar porque el cine hollywoodense lo desperdició en centenares de películas malas, el director consigue que el conflicto sea interesante por las situaciones que atraviesa la protagonista. Sin embargo, lo que hace especial a La posesión de Verónica es que también funciona como un dramático coming-of-age ambientado en la España de la década del ´90. Este es un aspecto muy interesante del film ya que evita que el personaje principal se convierta en un cliché. Más allá de los elementos fantásticos, Verónica tiene que lidiar con una difícil situación familiar donde está obligada a asumir un exceso de responsabilidades, debido a que su madre pasa la mayor parte del día ocupada en su trabajo. La angustia adolescente, la incertidumbre por el futuro y la soledad que acarrea la protagonista le dan a esta película una complejidad especial que rara vez encontramos en las producciones norteamericanas de terror. Cabe resaltar la tremenda interpretación de Sonia Almarcha en el rol principal, un tremendo hallazgo del director. La joven actriz no tenía antecedentes en el cine y en este film sorprende con una intensa interpretación donde logra expresar distintos matices de la personalidad de Verónica. También acompañan muy bien los niños actores que interpretan a los hermanos de la protagonista, impecablemente dirigidos por Plaza. Como ocurría con REC la trama se permite incluir algunos diálogos graciosos que en ocasiones contribuyen a descomprimir la tensión de la trama. Dentro de los estrenos de terror del 2017 La posesión de Verónica es una de las propuestas más interesantes que pasaron por el cine y recomiendo darle una oportunidad.
INFIERNOS BIEN CONTADOS La posesión de Verónica es un interesante regreso del director Paco Plaza (Rec; Cuento de navidad), un referente del cine de género tanto en su país (España) como internacionalmente. Esta vez para contarnos sobre el “expediente Vallecas” ocurrido en Madrid en 1991. Verónica es una adolescente que extraña a su reciente fallecido padre y no le queda otra que cuidar a sus tres pequeños hermanos, mientras su madre se pasa horas trabajando afuera. Las responsabilidades que pesan en esta joven se ven contrastadas con respecto a sus amigas del secundario que viven sin preocupación alguna. Pero este duro clima se ve aún empeorado cuando Verónica decide, junto a sus compañeras, jugar a la Ouija en el sótano de su colegio católico y así poder convocar el espíritu de su difunto padre. Las cosas no salen bien y el mal comienza a acecharla. Plaza lleva la historia a un terreno familiar e íntimo asfixiante dentro del departamento de un barrio obrero para exponer un espiral siniestro que envuelve tanto a Verónica como a los niños a su cargo. Pero también logra transmitir la paranoia creciente en esta joven que cada vez queda más aislada de su círculo directo, sin amigas y sin ningún adulto que le crea o ayude por la pesadilla que está atravesando. En definitiva, sin solución alguna. Y esto se ve naturalmente transmitido por el potencial actoral de la debutante Sandra Escacena, en el protagónico, como la del trío de brillantes pequeños que la acompañan. El director es un gran generador de climas. Con pinceladas sobrenaturales que incorpora en momentos precisos manteniendo excelente ritmo, expone un descenso al mejor estilo del infierno de la Divina Comedia y el claro martirio de Verónica. Claro que este tipo de historias de posesiones ya fueron ultra contadas, aunque aquí están más referidas a maldiciones que se manifiestan de formas externas pero con una carga de hostigamiento que corta el aliento. Los elementos del catolicismo siempre presentes con cruces y monjas ciegas, esta vez en dosis moderadas y efectistas. Y precisamente, vale la forma en que Plaza maneja este proceso narrativo. Su director lo hace homenajeando o empleando recursos y encuadres típicos de los films de terror psicológico de finales de los 60’ y el cine de los 70’ como Terror en Amityville o El bebé de Rosemary. Acompañando las escenas de exterior con pasajes musicales clásicos de los años mencionados, que le impregnan al film una sensación de película de antaño de buen sabor. Pero también contrasta con la música típica de una adolescente de la época incursionando con una reiterativa Hechizo de Héroes del silencio. En definitiva, La posesión de Verónica expone un excelente clímax de gran mérito sin abusar de efectos especiales que parecen inundar los films de terror de los últimos 20 años. Plaza prefiere dar mano a la forma de “contar” de la vieja escuela, pero siempre cuidando de los detalles más inquietantes que hacen de esta una excelente propuesta.
En noviembre de 1992 en Vallecas, España, tuvo lugar un hecho inexplicable. Una joven de 18 años llamada Estefanía Gutierrez Lázaro encuentra su muerte tras jugar con el macabro tablero Ouija. Estefanía sufría de alucinaciones, visiones y pesadillas. En su casa se sentían presencias extrañas que perturbaban a sus propios padres. Varios policías se hicieron presentes en la vivienda y en el informe policial se señaló inéditamente “una situación de misterio y rareza”. Conocido como el Caso Vallecas, hasta la actualidad no se sabe con exactitud el motivo de la muerte de Estefanía. Verónica (título original de esta película) se basa vagamente en ese caso. Verónica es una chica de 15 años, concurre a la escuela y es la mayor de cuatro hermanos. Ella está a cargo de los menores, pues su madre suele estar ocupada con el trabajo. Un día decide jugar la Ouija con las amigas para poder hablar con su padre, al que perdió de niña. Desde ese momento abre una puerta que no puede cerrarse. Paco Plaza (uno de los responsables de la saga REC) presenta una historia de terror lejos de los fuegos artificiales. El miedo se va construyendo con un acertado uso de la sugestión, con sombras, extraños sonidos sin origen y planos claustrofóbicos. Desde El orfanato (2007) en España se viene haciendo terror donde los niños son la fuente del mal, en este caso las actuaciones de los infantes son aterradoras por la credibilidad y por un guión perturbador y felizmente malsano. Si en REC (2007) el horror se propagaba de forma tangible, en La posesión de Verónica crece desde adentro de la psiquis del personaje principal. Verónica añora volver a hablar con su padre ausente (con todas las inseguridades patológicas que esto significa) y termina sufriendo en la soledad al borde de la locura, la madre le recrimina sus acciones en vez de apoyarla y sus hermanos son muy pequeños para comprender la gravedad de la situación. Los miedos toman forma de brazos con garras que atraviesan la cama, de inscripciones anónimas, de sangre coagulada, de visiones que alteran la realidad. Verónica atraviesa su propio calvario y no hay a quién acudir. La banda sonora recuerda a It follows (2014) y su espíritu revival retro acompaña muy bien las misteriosas escenas nocturnas. Por su formalidad estética y narrativa La posesión de Verónica probablemente será material de estudio en las escuelas de cine del futuro, no es un film genérico más y es totalmente disfrutable para los fanáticos del miedo.
España, garantía de buen terror La película está basada en la historia de una adolescente española que murió en un hospital tras confusos episodios "paranormales". El guión, desarrollo, fotografía y actuaciones se amalgaman de manera exacta para hacer que el espectador disfrute del miedo como es debido. Estefanía Gutiérrez Lázaro era una adolescente española que falleció, según registros periodísticos, en un hospital y tras confusos episodios “paranormales” en los que estuvo involucrada a principios de los 90. El cineasta Paco Plaza tomó aquella investigación y la transformó en película. Pero más allá de las semejanzas con la historia original, “La posesión de Verónica” vuelve a demostrar que el cine de género español mantiene su gran nivel y es uno de los mejores del mundo. Verónica (Sandra Escacena) es la mayor de cuatro hermanos, y debe cuidarlos por la mañana y por la tarde, llevarlos al colegio y hasta educarlos. La madre de ellos se la pasa en el bar en el que trabaja, así que la supervisión queda sólo a cargo de Verónica. Un día de eclipse solar, todos los alumnos de la escuela católica a la que asisten los hermanos van hacia la terraza para ver el fenómeno, mientras Verónica y dos amigas van al sótano para, con ayuda de una tabla de Ouija, intentar contactar a su padre, y al novio de una de las participantes, ambos fallecidos. Pero algo sale mal, y la adolescente comienza a ser perseguida por sombras y presencias que amenazan con hacerle daño a sus hermanos. Ella misma comienza a sentir cambios muy extraños en su vida, como sentirse ausente y olvidar cosas que hizo. Las claves Plaza encontró el equilibrio perfecto para que el metraje nunca deje de avanzar y sea ágil, pero sin perder de vista que su victoria estaba en ir aumentando la ansiedad y el miedo a cuentagotas. El elenco infantil ayuda mucho en la narrativa, por lo que llantos y momentos de desesperación dan apariencia de realidad, cuando es sabido que las buenas actuaciones no son el fuerte de este género cinematográfico. En tanto, la protagonista se destaca porque, con gran tino, el director sabe involucrar el drama de la adolescencia que es obligada a abandonar su juventud para transformarse en una pseudomadre, por lo que la cuestión de “salvar” a su familia plantea conflictos mejor llevados y resueltos en la parte final. Si bien no trae nada nuevo a la escena de terror, en “La posesión...” guión, desarrollo, fotografía y actuaciones se amalgaman de manera exacta para hacer que el espectador disfrute del miedo como es debido.
Con la gracia y seguridad que la experiencia en el género le significa ‑donde la saga Rec oficia de emblema‑ La posesión de Verónica es la nueva apuesta terrorífica del español Paco Plaza. Y el saldo vale lo suyo, esgrime claridad propositiva, y revuelve desde una mirada compleja, que inquieta. En principio, lo perturbador no necesariamente pasa por el telón de fondo o bendito sostén sobre el cual tanto cine se cree serio; vale decir, La posesión de Verónica se basa en el denominado "Expediente Vallecas", un caso paranormal ocurrido en Madrid en los años '90. Se trata del único ejemplo en donde un informe policial reconoce no encontrar explicación lógica para lo sucedido. ¿Qué es lo que el inspector mira con horror al llegar a la escena? El contraplano que el espectador espera, de hecho, es toda la película: una pretendida fabulación dedicada a (re)imaginar lo que podría haber sucedido. Con el acento puesto en la adolescente Verónica (Sandra Escacena), dedicada al cuidado de sus tres hermanos menores, en un departamento siempre solitario, sin papá y con mamá (Ana Torrent) trabajando en el bar todo el día, el film construye un contexto desde el cual permite verosimilitud. Es decir, el asombro se meterá por allí, entre las fisuras que la situación contiene: soledad, pubertad, la primera sangre del ciclo femenino, las amistades y primeros (y ajenos) amores. Verónica está en una situación que le mantiene maniatada, cumpliendo rol de madre sustituta. El asombro aludido tiene asidero a partir de una de las secuencias primeras y mejores: en el colegio las monjas llevan a los alumnos a la terraza para observar el eclipse. Munidos de un trozo de película, los niños miran el cielo que oscurece. Uno de ellos esgrime unos clásicos lentes 3D, que la monja rápidamente retira con un reto. En otras palabras: cine, milagros, ciencia, niños. Los ingredientes justos para que la función comience, y sin la zoncería tridimensional. Los aspectos referidos evidencian un juego metalingüístico, mientras sumergen a su protagonista y amigas en el sótano de la escuela para practicar la ouija entre las sombras. La situación se revela lumínicamente inversa respecto de lo que sucede arriba, mientras el sol se apaga. Es más, la simetría consecuente estará presente a lo largo de todo el film, mientras Verónica experimenta la alteración de su vida habitual, entre puertas que cierran o abren, luces que titilan, manchas sin razón. En este sentido, el elemento nodal con el cual Plaza lleva al límite su propuesta es el espejo. Hasta tal punto que lo sitúa como un umbral que atravesar, de un lado a otro y también al revés. Así, la comunicación con esa entidad (¿paterna?) que se manifiesta progresivamente será también móvil que procure una respuesta inversa, que le persiga. Un límite que es también, como se indicaba, momento de vida de la protagonista, niña adolescente de rutina y responsabilidades pesadas, que intenta lidiar con los dictámenes de sus mayores ‑madre, médica, monja‑, imposibles de satisfacer. La respuesta sobrenatural es expresión directa; si es real o no, no viene al caso discernirla, lo que importa es el vínculo emocional y la solidez que al film le permite. Sí puede observarse la resolución de algunos momentos desde cierto "efectismo", que sitúan al film de manera cercana a la fórmula que exhiben muchas películas. De todos modos, el film de Paco Plaza tiene identidad y logra, por caso, una cruz invertida recortada contra el cielo, delineada por el contorno de tres edificios contiguos (un hallazgo extraordinario, de un director que evidentemente mira, con fruición y lucidez, lo que le rodea). Dialoga, también, con momentos musicales que parecen tomados de viejas películas de los setenta (gran labor de Chucky Namanera). A la vez que es uno de los contados ejemplos dedicados a la intervención de los niños, de forma real y sin montaje, en las mismas situaciones truculentas. Miradas extraviadas, canibalismo, mucha sangre, con niños y niñas que actúan el horror y resultan adorables. Justamente, entre los agradecimientos figura Chicho Ibáñez Serrador, autor de la obra maestra ‑de niñez terrorífica‑ que es ¿Quién puede matar a un niño?, y Paco Plaza, evidentemente, es uno de sus discípulos dilectos.
El cuento lo escucharon mil veces: tres chicas (casi siempre son chicas) juegan a la tabla Ouija, porque sí. Porque son adolescentes y quieren comunicarse con seres de otro plano, porque tienen curiosidad, porque está prohibido. Claro que no toman en cuenta ciertos recaudos básicos y, en algún momento, todo se descarrila, la tabla se rompe y eso que convocaron queda flotando de este lado del mundo. Esta vez, una de las chicas se llama Verónica y La posesión de Verónica es la película de terror española, dirigida por Paco Plaza (el responsable junto a Jaume Balagueró de las tres Rec), que la muestra en plena lucha contra esa presencia maligna que podría llamarse demonio pero también juventud o adolescencia. Está empezando la década del noventa y Verónica (Sandra Escacena) vive en un departamento junto a su mamá (Ana Torrent) y tres hermanitos: dos mellizas de unos nueve años y un pequeñito de anteojos que va al jardín. El padre murió hace tiempo y la mamá no está nunca porque es dueña de un bar, casi un bodegón, que se pasa atendiendo. En esto la película se toma ciertas licencias con respecto al expediente policial en el que dice basarse –el único caso en España de un registro policial donde supuestamente se da cuenta de fenómenos inexplicables–, aunque más bien habría que decir que se inspira en él; en el caso real había un padre presente, pero la película necesita construir una familia desamparada, según el lugar común por el cual una madre sola con cuatro hijos ofrece la suficiente vulnerabilidad como para hacerlxs presa fácil del mal, venga de donde venga (en la misma premisa se basaba, por ejemplo, El conjuro 2). El desamparo es doble porque la madre, realmente, no está, y a Verónica se la ve madura y a la vez desbordada en su tarea de sacar a los hermanitxs de la cama, prepararles el desayuno, cambiar al que se hizo pis, correr hasta la escuela. Tener a cargo esa tarea y ser, al mismo tiempo, una adolescente irresponsable y rockera como corresponde es el desgarro que atraviesa al personaje de Verónica. La película de Paco Plaza es perfecta al presentar una familia de clase media venida a menos donde una chica se calza los auriculares para escuchar “Maldito duende” de Héroes del silencio camino a la escuela, o se duerme al ritmo de “Hechizo”, en las únicas escenas donde se deja traslucir cierta furia. También son perfectos los hermanitos, haciendo cada uno su modesta parte para sostener esa cotidianeidad esforzada y con diálogos improvisados que le dan a las escenas un realismo insuperable, una sensación verdadera de estar asistiendo a un mundo de niñxs. Por eso es tan potente que Verónica, el sostén de ese mundo en un cuerpo lánguido y huesudo, de chica con brackets que todavía no menstruó, se convierta de un minuto a otro en una amenaza. La posesión de Verónica sigue punto por punto el ritmo pautado por estas películas de demonios que habitan un cuerpo o una casa, desde la puerta que rechina o se cierra sola hasta la gran debacle. El terror es efectivo y funciona, como siempre en el género, como una gran montaña rusa de intensidades que llega sin escollos hasta el final. El problema es que, en este caso, es bastante lo que se deja por el camino; habiendo planteado su universo, entre la casa y la escuela, de una manera clara y atractiva, la película apenas le saca el jugo. Verónica como adolescente deja de ser un tema -incluso en los minutos que se le dedican a su primera menstruación, como un resto de la creencia que homologaba menstruación y posesión diabólica-, las amigas se desvanecen, la madre es apenas una figura dibujada con trazo grueso y la monja ciega que trata de ayudarla en la escuela, en un lenguaje forzado y oracular, es directamente un despropósito. Había una película mejor agazapada dentro de La posesión de Verónica, sobre todo una que no desaprovecharía el costado infernal de la adolescencia y se atrevería a ir un poco más lejos en ese otro infierno que es, para muchas chicas, el comienzo del sexo.
El director de la saga REC, Paco Plaza, presenta su nueva película La posesión de Verónica, alejado de los zombies y la acción se adentra en el mundo de las posesiones demoníacas. La posesión de Verónica relata la historia de una joven de quince años que está a cargo de sus dos hermanas menores y su pequeño hermanito, ya que su madre está trabajando todo el tiempo. Un día en el colegio experimenta con dos amigas el juego de la Ouija para contactar a su padre fallecido. Todo sale mal cuando la invocación falla y un espíritu maligno comienza a perseguir a la chica. El cine de terror puede sufrir de ser repetitivo o tener personajes poco originales, pero hay algo en lo cual todas las cintas terminan cayendo: locaciones tenebrosas. Aunque el lugar no es lo único que hace funcionar el género en la pantalla, un director debe saber cómo manejar los espacios y Paco Plaza es uno de ellos. En REC sorprendió al espectador al poner a los personajes encerrados en situaciones extremas en donde los zombies eran el gran peligro. En La posesión de Verónica vuelve a lograrlo, no sólo en un departamento sino también en el espacio interno de su protagonista. Construida desde el punto de vista de Verónica, con una muy creíble interpretación de la joven Sandra Escacena, la película presenta un relato verídico que la acerca a films como El conjuro pero que, en vez de recurrir al conocimiento de expertos como eran los Warren, aquí deja al espectador tan desprotegido como esta pequeña familia. Hay una mirada subjetiva de la protagonista que logra involucrar al espectador en el espacio y hace que sea partícipe de cada uno de los detalles de ese departamento. Pero también hay una construcción interna de Verónica. Ella sufre poco a poco los males que la agobian, sumados a la ausencia de figura paterna, la entrada de la pubertad y el abandono de sus amigas. El drama es la consecuencia de ambos puntos, tanto el abuso de esta presencia maligna como los cambios de una chica de esa edad.
Hace ya diez años que la dupla de Jaume Balagueró y Paco Plaza sacudió al público con Rec, una inmersión en el infierno, una película española de zombis notablemente lograda en un registro de mockumentary, o falso documental. Luego de ese primer éxito de taquilla hicieron una secuela muy floja y sobregirada en la que simplemente se refritaron a sí mismos, y a partir de entonces cada cual siguió su propio camino. El valenciano Plaza intentó una tercera parte de Rec, ya en un tono más light, en la que por fin dejó de tomarse en serio la saga, con guiños paródicos –era notable cuando los personajes se vestían con armaduras medievales, o el momento en que la novia protagonista se dedicaba a cercenar zombis con una motosierra–. Pero por fortuna el director, harto de los zombis, cambió su registro inscribiéndose esta vez en ese cine de terror psicológico tan afianzado hoy en día en la cinematografía dominante, y en el que se han logrado películas notables como El conjuro, Insidious, Sinister, Oculus y algunas más. Así, los indicios sobrenaturales se hacen esperar, apareciendo muy sutilmente al comienzo e imponiéndose in crescendo conforme avanza el metraje. Como tantas otras, la película dice estar basada en hechos reales. Esta vez se trata de un expediente policial de comienzos de los noventa, supuestamente el único caso en España en el que los uniformados a cargo dan cuenta de fenómenos inexplicables. Por supuesto, la recreación se permite unas cuantas licencias: además de que cambian los miembros de la familia en cuestión, la sucesión de acontecimientos es pura especulación. Lo mejor de todo es el trazado del cuadro familiar. Verónica es una adolescente, hermana mayor de tres niños cuya madre vive ausente, trabajando en un bar hasta altas horas de la madrugada. En el cine de terror suele jugar un papel determinante la vulnerabilidad de ciertos personajes, y en este caso los niños están notablemente caracterizados, cada cual con una personalidad bien definida que llama a la empatía. Ciertos grados de improvisación aumentan la credibilidad de su vida cotidiana. Verónica, por su parte, es el eje del relato. La actriz debutante Sandra Escaecena es una gran revelación, y seguro seguiremos viéndola reiteradamente en la pantalla. Verónica hace frente a sus desmedidas responsabilidades, a la llegada de la pubertad y a los demonios invasores con convicción, carisma, y una mirada que parece hecha para las cámaras. Lamentablemente, a pesar de que la historia esté tan bien presentada y relatada, la película da traspiés en algo fundamental, y es precisamente en los clímax: los momentos de sobresalto, la corporización de las amenazas, la resolución del enigma. La posesión de Verónica se impone promoviendo la identificación, generando suspenso y hasta ansiedad y miedo por lo que pueda llegar a suceder. Pero las resoluciones no están a la altura de esas expectativas, cayendo en lugares comunes.