Ladrona de libros es una gran película con un terceto protagónico cautivante para disfrutar en pantalla grande. Esta elegante y eficaz adaptación del best-seller de Markus Zusak atrapa desde el primer cuadro. El ritmo, si bien es tranquilo, no es denso y el argumento fluye con naturalidad y con el equilibrio justo para no caer en el terreno lacrimógeno. El interés del...
Melodrama débil y sentimentalista con grandes actores Como bien dice la protagonista en un momento del film: “yo no robo libros, los tomo prestados”. Así mismo, el director de este drama de ambientación bélica (nos hallamos en los albores de la segunda guerra mundial en una Alemania lista y dispuesta para el desafío hitleriano) va tomando en préstamo todos los clichés y terrenos conocidos de este tipo de películas ambientadas en el conflicto bélico y nos cuenta una historia tan bonita en su superficie como horrible en su profundidad. Los hechos que tuvieron lugar en aquella época, donde los judíos que habitaban en tierras germanas fueron obligados a sufrir las más humillantes de las vejaciones han sido tratados por el cine desde múltiples ámbitos; desde la atrocidad palpable vista en películas como La lista de Schindler de Steven Spielberg o El pianista de Roman Polanski hasta la comicidad de La vida es bella. En Ladrona de libros, adaptación cinematográfica del famoso best seller del escritor australiano Markus Zusak, el realizador Brian Percival (conocido sobre todo en el ámbito televisivo por el éxito de la serie Downton Abbey), en una clara búsqueda del beneplácito por parte de los miembros de la Academia que eligen los trabajos nominados a los Oscars, nos ofrece un relato amable y bienintencionado de un episodio histórico muchísimo más sanguinario de lo que se refleja en pantalla. A través de los ojos de una animosa y valerosa niña adoptada por una familia de acogida alemana (estupendo descubrimiento de la emergente actriz Sophie Nelisse, quien ya apuntara maneras en Profesor Lazhar) se nos explica como el poder de las palabras y de la imaginación se convierte en una forma lícita de escapar de los tumultuosos eventos que la rodean, tanto a ella como a toda la gente que conoce y quiere. A parte de la ya citada heroína de la función, también vale la pena destacar la presencia de dos actores de solvencia contrastada sin los cuales el desarrollo de la trama bajaría muchos enteros. Nos estamos refiriendo a Geofrey Rush y a Emily Watson, perfectos en su composición de un matrimonio tan poco avenido como complementario con un corazón más grande que una montaña. Sus interpretaciones, tan pausadas como matizadas contrastan con otras más secundarias que no alcanzan toda la importancia que deberían a lo largo del relato. Algunos aspectos del guión quedan demasiado sueltos en un afán por condensar las quinientas cincuenta y dos páginas de la novela en tan sólo dos horas de metraje. Otras circunstancias positivas que hacen del visionado de Ladrona de libros una experiencia agradable son su cuidada fotografía (a cargo del operador alemán Florian Ballhaus), y su bellísima banda sonora, compuesta por el eterno aunque todavía imprescindible John Williams (quien, por cierto, ha recibido su nominación a los Oscars número cuarenta y nueve gracias al score de esta película). En definitiva, una propuesta a la que le falta fuerza y garra aunque cuenta con el desparpajo y talento de gran parte de sus protagonistas.
Leer para vivir La lista de Schindler, El pianista, The Reader, El niño con el pijama de rayas y siguen las firmas. La eterna fascinación de Hollywood por el Holocausto continúa ahora con uno de los peores exponentes: la transposición de Ladrona de libros, el best seller de Markus Zusak. Como en la novela, la historia comienza con la narración de La Muerte (la voz grave de Roger Allam) y ese recurso -horroroso- invadirá varias veces la narración. Pero ese arranque no es lo peor: posteriormente escucharemos cómo los actores hablan en un inglés germánico (otros, en cambio, lo harán con perfecto acento británico) para interpretar a personajes alemanes en pleno ascenso del nazismo y la posterior explosión de la Segunda Guerra Mundial. ¿Quieren más? Una mirada superficial, torpe y bastante edulcorada sobre el Holocausto (hay un tono casi de cuento de hadas para contraponer la inocencia infantil con el horror de los nazis) descripta desde el punto de vista de una niña analfabeta que es enviada a vivir con padres adoptivos y pronto desarrollará una fascinación por los libros, personajes sin matices ni encanto, y metáforas y referencias obvias (como la de Ana Frank). Que la narración y la ambientación de época lucen cuidadas, que las actuaciones son dignas… Puede ser, pero es demasiado poco para un film dirigido por Brian Percival, aclamado por su trabajo en la serie Downtown Abbey. La corrección política, esta vez, no alcanza ni para conseguir una mínima corrección cinematográfica.
Precisa y bella historia sobre la guerra. Retratar la Segunda Guerra Mundial no es tarea fácil para ningún director, pero Brian Percival -aún con su corta experiencia en la pantalla grande- parece haber entendido a fondo la esencia de la tragedia. Basada en la novela homónima de Markus Zusak, Ladrona de Libros es la historia de la pequeña Liesel y su separación de su madre y hermanos, que acusados de comunistas deben exiliarse en otras ciudades. Es fácil entrar en ligazón sentimental con la pequeña Liesel y su personalidad inteligente y valiente. Es una suerte de Matilda de 1938 cuya curiosidad inabarcable, ahora sedada por una ideología detractora de la historia que quema los libros, late muy fuerte en su pequeño cuerpo. Refugiada en Alemania, Liesel conoce las mentes envilecidas por la propaganda fascista y en medio de esa nueva realidad, intenta encontrar el camino hacia el descubrimiento personal. Entre las personas que la ayudarán a conocerse será de vital relevancia un joven judío llamado Max, quién en palabras de ella fue quien “le dio ojos”.
La Segunda Guerra Mundial es un hecho histórico que nadie debería olvidar, nunca, por los atroces crímenes humanitarios que se cometieron. Pero, al igual que la Dictadura sufrida en nuestro país, parece que los productores del primer mundo parecen tan carentes de ideas que revuelven la herida a duras penas cicatrizadas una y otra vez, en pos de tocar las fibras más íntimas del espectador y generar un efecto lacrimógeno severo que apunte, sin lugar a dudas, a la temporada de premios. En el cine, es imposible intentar siquiera superar el clásico La Lista de Schindler, y en literatura, no hay escuela secundaria en donde no se haga leer a los jóvenes El Diario de Anna Frank. Entremedio, muchas obras fílmicas y literarias han regurgitado una y otra vez la misma historia, con resultados dispares pero, oh casualidad, siempre volvemos a lo mismo. Es como el cuento de la buena pipa, la historia de nunca acabar. Ladrona de libros llega tarde, tardísimo, al tren de las historias nazis. Basada en el best-seller de Markus Zusak, la adaptación cinematográfica es una agradable historia, con una trama trillada y llena de clichés a rabiar, pero con un elenco que te hace olvidar que todo lo visto en pantalla es un completo déjá vu. Siguiendo el formato de la novela, Ladrona de libros comienza con la voz en off de la mismísima Muerte, quien a lo largo del film irá llenando los huecos narrativos correspondientes, en un recurso extraño y que nunca termina de funcionar, ya que sus apariciones son esporádicas cuando- presumo - en el libro es el narrador omnisciente. La Muerte - en la voz del inglés Roger Allam - nos introduce a la vida de la pequeña Liesel a principios del 1938, en una incipiente Alemania nazi. Abandonada a su suerte por su madre luego de la muerte de su hermano pequeño, Liesel será acobijada en la casa de dos nobles trabajadores. Las restantes dos horas siguen a la pequeña huérfana en un intento por continuar con una vida normal, mientras a su alrededor el mundo cambia radicalmente. Cuando un film de época está bien construído, que su duración no se siente mientras que el trayecto sea entretenido. Por eso, la capacidad de síntesis del director Brian Percival queda en evidente escasez en una historia donde la cotideaneidad de vivir en una Alemania en pie de guerra se torna aburrida cuando, a esta altura, debería contar con un giro narrativo fresco para que la propuesta no sea una más. La película tiene buenos momentos, cálidos algunos, interesantes otros, aburridos unos cuantos, como si todas las pequeñas tramas de las novelas fuesen condensadas y puestas en pantalla, para que nada se pierda, pero lo que se pierde poco a poco es la paciencia del espectador. Por supuesto, el efecto lacrimógeno se siente en cada fotograma, y el golpe emotivo se va construyendo poco a poco. No estamos frente al saco de lágrimas que fue El niño con el pijama a rayas, sus intenciones no son tan obvias, pero que están ahí, solapadas, no hay duda alguna. La construcción del adulto Hans de Jeoffrey Rush tiene notas similares al enorme papel de Roberto Benigni en La vida es bella - ¿ven? Otra película con temática nacista - pero se agradece tener un talentoso actor apuntalando una trama que parece se va a desbarrancar en cualquier segundo. Rush y la estimada ayuda de Emily Watson como la matriarca Rosa, de exterior agresivo pero corazón de oro, solidifican el trabajo de Sophie Nélisse, quien ya robó suspiros de amor en la excelente Monsieur Lazhar. Ellos tres sacan adelante un film destinado al fracaso, y lo convierten en algo moderadamente soportable. El balance una vez finalizada Ladrona de libros es mínimamente positivo. Sus intenciones son evidentes, pero su historia es más que agradable y se deja ver, siempre y cuando no se espere una obra maestra. Su protagonista, además, puede sostener una película por otras 2 horas más y tiene visos de convertirse en una gran estrella en un futuro cercano.
Refugiarse en las palabras Dirigida por Brian Percival, Ladrona de libros (The book thief, 2013) es la versión cinematográfica de la premiada novela de Markus Zusak, publicada en 2005. Buenas actuaciones y una fotografía increíble respaldan una historia dramática desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial, época en la que las pequeñas acciones podían cambiar para siempre la vida de alguien. Emotiva por donde se la mire, Ladrona de libros relata la vida de Liesel Meminger (Sophie Nélisse), una niña alemana que es dada en adopción a un matrimonio sin hijos: Rosa (Emily Watson) y Hans Hubermann (Geoffrey Rush). Liesel asiste a la escuela, conoce a Rudy Steiner (Nico Liersch), quien se convierte en su mejor amigo, y junto a su padre comienza a descubrir la lectura. Las letras y palabras se convierten en aliados que le proporcionan un “mundo paralelo”, lo que por momentos le permitirá distraerse de la realidad. Pero todo cambia cuando, producto del sombrío escenario de la Segunda Guerra Mundial, aparece Max Vandenburg (Ben Schwartz), un joven judío al que la familia Hubermann protegerá en su sótano. Aunque no es sencillo adaptar una obra literaria al cine, en Ladrona de libros es muy efectivo tanto el trabajo de Percival como el del guionista Michael Petroni. La película consigue que, durante 130 minutos, el espectador sea partícipe de un relato que mantendrá su atención. Cada una de las escenas que se suceden atraviesa diferentes climas en los que el drama y la emoción son el denominador común. Los actores exploran al máximo los matices de cada uno de los personajes ideados por Zusak, lo que confirma la excelente elección del reparto. Las escenas de Rush, Watson y Nélisse logran un grado de complicidad que conmueve. Además, hay que destacar la ambientación de la época y la fotografía. Sin duda, la severidad del relato no se oculta en ningún momento. Y una de las novedades que plantea el libro es que la "Muerte" es la narradora. Esa información es lo primero que conoce el público; un dato no menor que puede, o no, condicionar la mirada del espectador. Si bien la protagonista es una niña que tiene que sobreponerse a circunstancias sumamente difíciles, con valentía logra transformar algunos aspectos de su realidad. Quizás ese es el mensaje principal de un film en el que el drama más profundo convive con la esperanza. O con la ferviente necesidad de pensar en ella.
El peor cine posible El nazismo, la 2da Guerra mundial, la literatura, la persecución de los judíos, todos ingredientes ya no de una clase de cine importante sino exactamente lo contrario. Hoy un film que trate todos estos temas y –el punto más alto del cliché busca premios- está protagonizado por un niño es casi sinónimo de mal cine. Y eso es, sin duda alguna Ladrona de libros, basado en un best seller que pocas ganas dan de leer luego de ver esta historia. La voz en off que abre el relato y lo acompaña es la voz de la muerte. La muerte, con mayúsculas, contará con las metáforas más ridículas y vergonzantes, la historia de Liesel, una niña que queda en manos de unos padres adoptivos mientras el nazismo asciende al poder en Alemania. La niña descubrirá una enorme pasión por los libros a la vez que será testigo de los cambios políticos en la sociedad. Un joven judío tendrá refugio y será escondido en su casa mientras el peligro aumenta alrededor de la familia. Con un estilo que salta sin pudor de un lugar común a otro, la voz de la muerte dice cosas que sinceramente están por debajo del más ridículo de los discursos. La muerte hablando de las personas ya es una decisión límite, pero al ser tan fallida produce directamente rechazo. No hay nada bueno para rescatar del film, aun cuando la música de John Williams cumpla como siempre con su objetivo. Cumplir no es brillar y la partitura queda escondida entre tantas malas decisiones. Para finalizar una última nota: Qué triste es ver flamear tantas banderas nazis en colores en estas grandes producciones. Por momentos la película logra el objetivo contrario al buscado y termina jugando más a favor que en contra de aquello que critica. Los críticos se quejan siempre de los lugares comunes y de la explotación de las franquicias en el cine de género. En ningún caso esas franquicias y esos lugares comunes caen tan bajos como Ladrona de libros.
Antes de referirme a la película quiero aprovechar unas líneas de esta reseña para recomendar la excelente novela de Markus Zusak, "La ladrona de libros" . Una de las mejores propuestas que surgieron dentro de la literatura juvenil en estos últimos años y que lamentablemente no tuvo la difusión que se merece. Parece que si un relato para adolescentes hoy no tiene un triángulo amoroso las editoriales no se comprometen demasiado con la publicidad. Esta es una obra que presentó una historia muy emotiva y que le debe mucho a "Anne, la de Tejados Verde", de Lucy Montgomery, de la que tomó varios elementos. Los dramas relacionados con la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto son complicados de trabajar en la actualidad, ya que la lista de antecedentes en el cine es tan grande que prácticamente es imposible sorprender hoy al público con una historia distinta. Ladrona de libros no es la excepción y la verdad que en este film no vas a encontrar nada que no hayas visto en otras producciones. Sin embargo, lo que hizo tan especial a esta propuesta son los personajes que creó Markus Zusak con los que el público puede conectarse emocionalmente y disfrutar del relato que se presenta. El director Brian Percival, quien previamente había hecho un gran trabajo con la adaptación de la novela de Philip Pullman, "Sally y la maldición del rubí" en este caso abordó con mucho respeto y fidelidad la versión cinematográfica de esta obra. Una película que sobresale principalmente por el tremendo trabajo del reparto, donde brillan Geoffrey Rush, Emily Watson y Sopphie Nélisse, la gran protagonista de esta producción. La joven fue una de las figuras del aclamado film Profesor Lazhar, estrenado en Argentina el año pasado, y enseguida capturó la atención de los estudios de Hollywood. Ladrona de libros representa su debut en el cine norteamericano, donde seguramente se la empezará a ver más seguido. De hecho, por estos días trabaja en el nuevo film de Edward Zwick (El último samurái). Su interpretación de Liesel Meminger es excelente y capturó a la perfección el espíritu que el personaje tenía en la literatura. Muy especialmente su inocencia frente a los horrores que la rodean en los tiempos que le tocó vivir. Si bien como toda adaptación cinematográfica el film presenta varios cambios en el argumento, el trabajo de Percibal retrató muy bien esta cuestión y la manera en que el nazismo repercutió en la vida cotidiana de los alemanes. Lo mismo ocurre con la interpretación de los soldados nazis que le escapó a los estereotipos del cine hollywoodense. Todos los momentos importantes del libro están en el film y lo mismo ocurre con las temáticas que se tratan. La manera en que la literatura se convierte en un instrumento de supervivencia para la protagonista y el hecho que no todos los alemanes apoyaron el régimen de Hitler son asuntos claves de esta historia que no quedaron afuera en el cine. Una particularidad que presentaba Ladrona de libros es que en la obra original el argumento es narrado por la Muerte, quien es un personaje más del conflicto. No es fácil encontrar una voz para semejante rol y la elección del actor Roger Allam (Juegos de Tronos) fue un gran acierto. Este fue un riesgo que tomaron los productores para trasladar con más fidelidad la novela en la pantalla grande y creo que lo resolvieron muy bien. El film cuenta además con una impecable reconstrucción de época y la música de John Williams que no es una dato menor. Me gustó mucho lo que hicieron con esta película y claramente se destaca entre los grandes estrenos de esta semana.
La guerra de los libros contra el nazismo. “Bien hecho, Winslet”, le dice Ricky Gervais a la actriz británica en los Globo de Oro de 2009, felicitándola por la estatuilla que le mereció su actuación en El Lector. “Te dije, hacé una película sobre el Holocausto y los premios vendrán”. El no tan inocente chiste de Gervais encierra una gran verdad: hay algo en las historias del Holocausto que enloquece a las multitudes. Ha nacido una suerte de retorcida fórmula, según la cual el que quiere un Oscar sabe que estará mucho más cerca de él con una película sobre la Segunda Guerra Mundial de por medio. Sin embargo, esto también significa que hacer un film sobre el tema desde un enfoque original es todo un desafío. Pero Ladrona de Libros lo logra. Liesel, cuyos padres son comunistas, es una joven dada en adopción en la época del nazismo. Al poco tiempo, Max, un joven judío, recurre a sus padres adoptivos buscando refugio, y los cuatros acaban por conformar una extraña familia. Sin embargo, es justamente lo que le da el nombre a la película lo que la diferencia de las demás. Y es que lo único que crece a la par de los horrores del nazismo, con la misma intensidad y rapidez, es la pasión de Liesel por la lectura. Al comienzo de la historia, la pequeña ni siquiera saber leer; al poco tiempo, desesperada por más material, roba libros de la casa del alcalde, cuya biblioteca la deslumbra. Lo más curioso de su pasión es el hecho de que se remonta a antes de que supiera leer. Desde antes de poder comprender una palabra, la pequeña ya se iba a dormir abrazada a un libro que había rescatado de la calle. Cuando se lleva un libro de una fogata hecha con tomos prohibidos, lo oculta en el abrigo incluso cuando éste la quema. No le importa: debe mantenerlo a salvo. Y es que el amor de Liesel por la literatura es casi instintivo. Es lo que la lleva a creer en sus poderes curativos cuando le lee a Max mientras él muere de frío. Es lo que la lleva a contar historias en el refugio anti bombas para aliviar el dolor de la guerra. Ladrona de Libros es entonces una película atípica sobre el Holocausto porque elige mostrar a las otras víctimas de la tragedia. Fueron tantas las muertes que causó el nazismo que es difícil concentrarse en la muerte espiritual de los millones de alemanes que no pertenecían al Partido y que morían de miedo todos los días por ello. Es difícil entender que una fogata de libros para “limpiarse moral e intelectualmente desde adentro” es también una masacre. Pero Liesel lo entiende. Liesel entiende el poder de la palabra y que como espectadores se nos lo recuerde es extrañamente bello. La película, entonces, no es verdaderamente sobre el Holocausto, sino sobre cada uno de los Holocaustos más silenciosos y sutiles que tanta gente tuvo que sufrir bajo el régimen nazi. La actuación de Sophie Nélisse es increíble: logra recordarnos con simples miradas el miedo y la incertidumbre de la época. El guión, adaptado del libro de Markus Zusak, es bueno, aunque no excelente; se nota, de a momentos, que ciertas elecciones estilísticas funcionan mejor en papel. El libro está narrado por la muerte, lo cual se hace a medias y en off en el film, y resulta un poco torpe. El fuerte de la película es más bien su historia. En una escena con toda su familia, Liesel asegura que todo lo que hicieron por cuidar a otros arriesgándose ellos fue porque “simplemente estábamos siendo humanos”. Así, el mayor triunfo de la película es recordarnos, en el peor momento de nuestra historia, de nuestra propia humanidad.
Rescate emotivo Antes de ver Ladrona de libros hay que preguntarse: ¿Estamos frente a un hecho real? ¿Hay que enfocarse en Liesel? ¿O en su entorno? ¿Qué rol cumple el nazismo en este filme? ¿El drama histórico será devorado por una novela juvenil? Luego de la sugerencia, llega el primer tropezón que respeta al best seller homónimo de Markus Zusak: el narrador. La Muerte, relata en off con voz grave y dice frases como “no entrés en pánico, no ayuda”, en relación al inevitable final humano. Espantoso si se ingresa a Alemania, 1938, y un futuro signado por el genocidio de la Segunda Guerra Mundial. Prosigamos. La nieve, un pueblito de estética grisácea y la llegada de la pequeña Liesel Meminger (algo anodino lo de Sophie Nelisse, de Profesor Lazhar) a casa de la familia Hubermann, sus padres adoptivos. La pareja es un dúo de encierro, el interior (en tonos ocres) de su vivienda demarcará territorios y fragmentará la película. Ella, Rosa (Emily Watson), ama de casa autoritaria, con un corazón arrebatado por el dolor. El, Hans, (buen trabajo de Geoffrey Rush) quien navega entre la ausencia doméstica y construye un tierno vínculo con Liesel luego de descubrir el analfabetismo de la niña. Desde la lectura y la escritura, nace la sobriedad, lo mejor del filme. Padrastro e hija viajan entre la habitación y el sótano para crecer juntos entre nuevas palabras. En el subsuelo de esa casa también se esconde un secreto: Max, un joven judío, asilado por la familia para esconderlo de las garras nazis. A partir de la aparición del muchacho, Ladrona de libros caerá en un espiral de repeticiones sin resolver a lo largo de su excesivo metraje. Mutará del drama de la guerra a una pseudo novela adolescente como si la joven, presa de amor-admiración, encarnase la piel de una heroína que “toma prestadas” obras literarias de una aristocrática casona. Y se las leerá al joven refugiado cuya salud se resquebraja, Así, toda la solemnidad acumulada, se irá al diablo. A años luz de la maestría de La lista de Schindler o El pianista, Ladrona de libros pierde fuerza en sus personajes centrales, no habrá mención a las consecuencias de la guerra (por más que la niñe grite “odio a Hitler”) y flamearán demasiadas banderas nazis. Por último, la música de John Williams (candidata al Oscar) resaltará una gran ambientación de época.
Alerta sobre el “Síndrome de Rush” Síndrome de Rush (también conocido como trastorno de Rush): conjunto de películas protagonizadas por el actor de origen australiano Geoffrey Rush (Toowoomba, Queensland, 6 de julio de 1951) que afectan de manera severa al cine británico en particular y a la salud del cine en general. Altamente peligroso, suele confundir a espectadores, críticos especializados y miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, que pueden llegar a sufrir alucinaciones colectivas y considerar que toda película protagonizada por Mr. Rush es digna de elogio y consideración por su sola presencia. Las películas afectadas por el “Síndrome de Rush” padecen de infatuadas pretensiones artísticas, suelen ejercer la tibia corrección política, practican un humanismo elemental y trasnochado y están concebidas para competir por los premios Oscar, como fue el caso de El discurso del Rey (2010) y, de manera aún más grave, Claroscuro (1996), que le valió a Mr. Rush la estatuilla al mejor actor, desa-tando el virus ahora diseminado por todo el cine angloparlante. A la espera de un nuevo ataque de la cepa la semana próxima, con el anunciado estreno de La mejor oferta, dirigida por Giuseppe Tornatore –situación que puede elevar la alarma a la categoría de epidemia–, conviene tomar la mayor distancia posible de su portador enfermo actual, el film Ladrona de libros, dirigido por Brian Percival, un realizador tan anodino como los que suele aprovechar el mal para expandirse por todo el cuerpo cinematográfico. Basada en un best seller de Markus Zusak, Ladrona de libros es la historia de una niña huérfana que durante los oscuros años del Tercer Reich sobrevive a todas las pérdidas y –originalmente analfabeta– encuentra en la lectura primero y en la escritura después la fuerza y la libertad interior que le permitirán atravesar la tragedia de la guerra. La película tiene todos los elementos que la identifican con el peor cine posible: es sensiblera, maniquea, académica y falsa a tal punto que los actores interpretan a sus personajes hablando inglés con un absurdo acento alemán. Como el padre adoptivo de esa niña, Mr. Rush aporta lo que se espera de él: guiños cómplices, ternura prefabricada y una calculada excentricidad que le da pie a interpretar el bandoneón mientras el cielo se oscurece con una lluvia de bombas. Se aconseja a la población estar prevenida y tomar los recaudos del caso para no caer víctima de esta artera enfermedad.
Basada en un best seller (de Markusd Zusak), está en la línea de mostrar el horror del nazismo desde el punto de vista de una niña y provocará las misma reacciones que películas como “La vida es bella”, o “El niño del pijama a rayas”. El recurso de la mirada inocente para un horror inapelable. En este caso, con una gran reconstrucción de época, con buenos actores (Geoffrey Rush, Emily Watson), una duración excesiva, no puede evitar que se le note la intención de ir directo a la emoción, a la búsqueda de la lágrima, al golpe bajo y al artificio de lo poético enfrentado con el corazón de las tinieblas. (##) PUEDE ANDAR
El Holocausto, visto desde la niñez El segundo film de Brian Percival, el director de la exitosa y bien lograda serie británica Downton Abbey, eligió llevar al cine un best-seller de Markus Zusak sobre una joven que vive en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. El tema del Holocausto puede tratarse desde diferentes ángulos y miradas: documental, ficción, mezcla de ambos, didactismo, historicismo, puntos de vista, corrección política, etcétera. Cuando se narra el hecho tomando en cuenta el aprendizaje y la visión desde la infancia, el desafío es mayor, ya que se está ante la posibilidad de caer en la superficie de las cosas y de los esquemas del caso. Parece ser que el best seller de Markus Zusak no esconde ninguna culpa al jugarse por tal elección, cuestión que se manifiesta al ver las imágenes de Ladrona de libros, segundo film de Brian Percival, tal vez más conocido por dirigir la serie Downton Abbey. Una película que utiliza la voz en off de la Muerte (a cargo de Roger Allam) –como sucede en el texto original– ya marca terreno en sus alcances y pretensiones. Pues bien, la historia es la de Liesel (Sophie Nélisse), el paisaje el del nazismo, y su fanfarria y el contexto familiar el de un matrimonio que adopta a la niña de vástagos de pensamiento comunista. La manipulación al espectador, por lo tanto, los lugares comunes y esa imperiosa necesidad de mostrar el sufrimiento (el film arranca casi con la muerte de un niño), exhibiendo el golpe bajo más cruel, actúan como sustento dramático del film. Como si La lista de Schindler –del productor y director, en ese orden, Steven Spielberg– se multiplicara por diez, Ladrona de libros, estimula esta clase de empatía: historia contada desde la niñez, banda de sonido apabullante en sus violines, contacto permanente con el dolor, aprendizaje en medio del horror. Claro que también hay lugar para la poesía de segunda mano en medio del desastre, ya que los padres adoptivos de la criatura (Geoffrey Rush y Emily Watson, puntos a favor del film) ocultan a un soldado que se convertirá en el bautismo de la niña con las letras. "La memoria es la bitácora del alma", expresa el soldado en el sótano familiar. En oposición a semejantes desmadres estéticos, la historia de Liesel y su amigo y vecino deportista adquiere cierta dosis de honestidad. En esos paseos de los niños, Ladrona de libros –más allá de no poder evadirse de algunos clisés– construye sus momentos de interés, sin necesidad de apelar a la voz en off de la Parca ni de emplear planos con intenciones de pegar en el estómago. El bombardeo de los aliados se produce cerca del final y las tropas norteamericanas llegan para la liberación. De los rusos, ni noticias. El fuego invade el lugar y los cadáveres son extraídos entre los escombros, salvo el de la niña Liesel. La banda de sonido sigue atronando con sus violines lacrimógenos. El músico John Williams, habitual en las cintas de Spielberg, subraya otra vez las intenciones de la película.
Un enorme y talentoso reparto, se da cita en este drama de enorme belleza que como en LA VIDA ES BELLA presenta el horror de la guerra y el racismo desde los ojos e inocencia de un niño. Pese a lo tortuoso del tema, el filme nunca apela al golpe bajo, ni busca la lágrima fácil, pero no por esto es una cinta fría o con personajes distantes. Por el contrario, la empatía con los protagonistas se da de manera natural, por lo creíble que cada uno de ellos resulta. Y si bien SOPHIE NÉLISSE la niña protagonista cumple con creces su trabajo interpretativo, es el matrimonio que componen GEOFFREY RUSH y EMILY WATSON el que merece el aplauso de pie. Edificante y amena.
Basada en la novela homónima de Markus Zusak, Ladrona de libros cuenta la historia de Liesel Mamminger, una niña de 9 años adoptada por una familia obrera alemana durante la Segunda Guerra Mundial, que ayudada por su padre adoptivo aprenderá no solo a leer sino el poder de las palabras y la imaginación, encontrando en los libros el refugio para superar el dolor de los tiempos que vive y ayudar a todas las personas que conoce y quiere En la línea de films como Anna Frank, El niño con el pijama de rayas, de Mark Herman y porque no La vida es bella (cierta similitud de Geoffrey Rush, en formas y actitudes el personaje de Roberto Benigni, quien trata de endulzarle los hechos a la niña), La ladrona de libros se desarrolla en el terreno entre la emoción, las buenas intenciones y el encanto de la inocencia de la niñez. Con una ambientación y puesta en escena clásica, pero eficaz técnicamente, y dirigida con cierta contención, tratando de evitar caer en lo lacrimógeno frente a la sensiblería que provoca la representación de los horrores de la guerra (la noche de los cristales rotos, la quema de libros, las agresiones a los judíos, etc), el relato avanza centrado en la mirada de la pequeña Liesel que nos va humanizando el paisaje, el de sus padres adoptivos, su compañero de juegos, vecinos y hasta el de la esposa piadosa de un comandante nazi. Resulta interesante, desde un punto de vista poético, darle voz a la Muerte y hacer de ella un personaje tan desconcertantemente amable y comprensivo para narrar una historia que guarda las huellas trágicas del holocausto. Pero dicho enfoque hace que el relato resulte ligeramente superficial y carezca de la fuerza necesaria para realzar visualmente las penurias de la familia protagonista y las tragedias del entorno, exteriorizándose principalmente a través de los diálogos que con cierta naturalidad consiguen mantener la conexión emocional entre lo que sucede en pantalla y el espectador. Pero es, sin lugar a dudas, el trabajo de sus protagonistas el principal atractivo. Con una gran actuación de Sophie Nélisse (a quien ya vimos como promesa en Profesor Lazhar), componiendo a esta niña de 9 años de edad cuyas primeras escenas son cautivadoras y que en muchas otras solo basta su mirada para empatizar con su personaje. Geoffrey Rush (A quien vimos en El discurso del rey y próximamente en otro gran protagónico en La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore), dotando de una ternura inconmensurable a su personaje de padre adoptivo de la niña, y una correctísima Emily Watson, en un personaje bastante arquetípico como la madre adoptiva de carácter contrastante, pero que ella consigue darle humanidad, sobresalen de un elenco que cumple con su cometido. Tal vez algunas imprecisiones de continuidad, como cambiar del idioma inglés al alemán sin ninguna necesidad en algunos personajes siendo todos alemanes; la escena incomprensible cuando la madre va al colegio a comunicarle a la niña que Max se curó (si era un secreto porque no esperar que regrese del colegio) y las imágenes poco verosímiles posteriores a la caída de las bombas donde no hacía falta mostrar los cuerpos mientras la voz en off lo cuenta, restan puntos a esta gran producción donde la banda sonora (Nominada para los premios BAFTA, Globos de Oro y Oscars 2013), a cargo del experto John Williams, engrandece la película y acompaña la buenas actuaciones que hacen de La ladrona de libros una opción recomendable de la cartelera.
En una de las tradiciones más discutibles -y, si se quiere, deplorables- de la historia del cine, películas como LA LADRONA DE LIBROS se siguen haciendo con la intención de explotar temáticas como el Holocausto desde un lugar ilustrativo, sensiblero o directamente penoso como es el caso de este filme basado en un best seller reciente. Es el tipo de película -como LA VIDA ES BELLA o LA LECTORA- que uno podría definir como “qualité“: un compendio de imágenes bonitas y música solemne para tratar un tema duro como si fuera un cuento para toda la familia. “Holocaust porn“, como se lo define -muy cruelmente, pero muy ajustadamente también- en inglés. No hay verdades ni revelaciones en el filme. Se trata de un compendio de clichés del Holocausto en un estilo que en una época podíamos definir como de “película de TV” (aunque ahora, por suerte, las películas para TV son mucho mejores que esto). Dirigida por Brian Percival -que tiene en su filmografía varios episodios de la serie DOWNTON ABBEY-, LA LADRONA… está hablada en ese idioma universal que es el inglés con acento alemán. Aquí, empeorando aún la ecuación, a los actores se les permite decir tres o cuatro palabras (siempre las mismas) en alemán mientras interpretan a sus personajes como si estuvieran en un muy bien presupuestado acto escolar. Hasta la propia Emily Watson, habitualmente digna casi en cualquier cosa, actúa aquí como si el promedio de edad del público fuera de seis años. El caso de Geoffrey Rush es diferente: tiene una batería de películas mediocres en su carrera. book-thiefLa historia tiene todos los lugares comunes posibles del subgénero “explotación del Holocausto”: niña solitaria cuya madre y hermano mueren y que es entregada en adopción, niña que no sabe leer y que aprende a hacerlo de grande, descubriendo así la pasión por los libros; nazis que queman libros y niña que los rescata; refugiado judío escondido en el sótano; autoridades y oficiales que circulan todo el tiempo poniendo las vidas de todos en peligro y una amistad/romance con un niño muy rubio y muy ario que la protege cuando todos la agreden en el colegio. Todo esto va transcurriendo entre 1938 y 1945, siguiendo el crecimiento del partido nazi, la Noche de los Cristales, el comienzo de la guerra, las persecuciones del nazismo y así. Mientras Max está encerrado en el sótano, Liesel (la niña en cuestión) le lee los libros que roba de la biblioteca de la esposa del alcalde y que aprendió a leer gracias a su padre. En el sotano, además de a Max, esconde un pizarrón en el que escribe todas las palabras que va aprendiendo (en inglés, claro). Pero vendrán los nazis acompañados del crescendo musical de John Williams y las cosas se complicarán. The_Book_ThiefUno quisiera suponer que Percival intentó remedar el tono que en ciertas ocasiones ha usado Steven Spielberg para tratar algunos acontecimientos: contarlos desde la confundida perspectiva infantil. Pero en su lugar le ha salido un compendio de banalidades impropias no solo de una película sobre el Holocausto sino de cualquier producto cinematográfico mínimamente digno. Por momentos las escenas son risibles, empezando por el narrador del filme que no es otro que La Muerte en persona, analizando banalmente casi todo tema que toca hasta el exageradísimo rol de “madre severa” que interpreta Watson. La mejor forma de acercarse a una película como LA LADRONA DE LIBROS sería pensarla como una ficción para niños. Pero, de hecho, esa casi sería la peor de las opciones. Es el tipo de película que no debería ver uno con (sus) niños si le interesa que ellos tengan una idea más o menos sensata de lo que fue el Holocausto. Es una película hecha con la mirada puesta en obtener premios y nominaciones al Oscar, pero ya ni los votantes de la Academia se tragan más este tipo de impresentables anzuelos.
Una emotiva aventura sobre el poder de las palabras. Los libros abren la mente, construyen tanto el carácter como la imaginación, y hasta pueden salvar vidas. Este título lo tiene tan presente al extremo de conmover por la sencillez y la inteligencia con la que transmite su mensaje. ¿Cómo está en el papel? Cuenta la historia de Liesel, una joven que viaja junto a su madre y su hermano a conocer a su nueva familia adoptiva. Dicha adopción se debe a que su madre es comunista, y en la Alemania Nazi eso no está muy bien visto que digamos. Así que para salvarlos del peligro, van a parar al cuidado de un matrimonio conformado por la hosca Rosa Hubermann y su sensible marido Hans. La llegada al nuevo hogar no le resulta fácil; su hermano muere en pleno viaje y los chicos de su nueva escuela –excepto uno con el que traba amistad– la ridiculizan por no saber leer. Hans la ayuda con esto último y, sumado a la amistad de la mujer del alcalde, que cuenta con una biblioteca impresionante, empieza a desarrollar gusto por la lectura. Pero sin conflicto, no hay película, y este lo tenemos en la forma de Max, un refugiado judío que se esconde en la casa de los Hubermann y que traba amistad con Liesel. La narración en general se mueve con mucha fluidez, concediendo grandes tramos de tiempo a dejar en claro la agenda de la protagonista y el mundo en el que se mueve. Es necesario comprender el mismo para poder valorar el amor de Liesel por las palabras y como estas la ayudan a superar sus conflictos. Fuera de eso, no hay mucho que pueda decir; los personajes están muy bien desarrollados y hasta incluso son entrañables. Las escenas están muy bien hilvanadas, duran lo que tienen que durar y no te hacen perder el tiempo. Eso sí, lo único que no me cierra es que pongan de narrador a la Parca. En lo personal, eso te arruina hasta cierto punto el final de la película. Pero como es un rasgo que al parecer formaba parte también de la novela en la que se basa, se lo deja pasar. El saldo final, una narración tan bien construida y conmovedora como los libros que inspiran a su protagonista. ¿Cómo está en la pantalla? Tampoco hay mucho que pueda decir en este apartado. La Fotografía y la Dirección de Arte son de primer nivel; se atreven a jugar con el color y la intensidad de la luz a medida quebook-thief avanza la película, de lo más brillante a lo más oscuro. La música de John Williams acompaña más que dignamente, demostrando su enorme vigencia como compositor. Por el costado actoral, tenemos actuaciones brillantes de esos dos colosos de la actuación que son Emily Watson y Geoffrey Rush, aunque el que se ganará al espectador desde el vamos es este último. También destaca Sophie Nélisse (quien apareció en Profesor Lazhar) que se lleva al hombro con suficiente madurez a un personaje desafiante para una chica de su edad. Conclusión Una narración conmovedora, fluida y con ritmo. Estas virtudes sumadas a correctas actuaciones y una factura técnica prolija, dan como resultado un titulo más que disfrutable. - See more at: http://altapeli.com/review-ladrona-de-libros/#sthash.6KC28tg1.dpuf
De que las atrocidades del nazismo podían ser empleadas como material para nutrir una fábula destinada al público infanto-juvenil ya se tenían noticias y no habían sido de las mejores. Aquí la historia es suministrada por una novela australiana que fue best seller internacional y que mezcla las andanzas de una heroína, huerfanita e ingenua, que en el modesto pero acogedor hogar de sus padres de adopción, y junto al dueño de casa y a un joven judío que allí se esconde de la persecución nazi, descubre en los libros el oxígeno que le da fuerzas para resistir la opresión del régimen. En los libros, que abren para ella las puertas hacia la libertad y la belleza, los dueños del poder sólo ven un enemigo al que hay que quemar. Y para que a la nena no le queden dudas, bien temprano debe asistir a una de esas aberrantes ceremonias de quema de libros que ayudarán a garantizar "el fin del comunismo y de los judíos". En ese ominoso reino del miedo, Liesel tiene la suerte de una heroína de cuento de hadas. Bien distinto de su gruñona Rose, su esposa, el papá adoptivo la mima y la comprende; descubre su pasión por los libros, le enseña a leer y hace de su sótano una especie de aula-cuaderno-biblioteca donde la chica puede estudiar. En la calle tiene a Rudy, un rubiecito que se torna su compinche y la defiende de otros chicos menos amigables. Y además, una de las clientas para las que Rosa lava y plancha ropa es la mujer del alcalde y tiene una biblioteca inmensa que pone a su disposición cuando descubre la adicción de la chica. La visión superficial de un horror histórico y las situaciones artificiosas dominan el relato como si se tratara de un cuento de hadas, Rudy, por ejemplo, se embarra la cara para parecer negro, porque es de pies ligeros y quiere remedar a Jesse Owens, el hombre más rápido del mundo. Y cuando ya se han declarado enemigos del nazismo, van hasta un rincón alejado para poder gritar contra Hitler sin que nadie los oiga (¿?). En fin, todo es de un simplismo intolerable que ni siquiera -y a esto contribuye una dirección que no escatima clichés- consigue, aunque se lo proponga, generar escenas lacrimógenas, a pesar de los esfuerzos de la música dulzona de John Williams y del compromiso de los actores, desde la muy expresiva Sophie Nélisse, a los excelentes Geoffrey Rush y Emily Watson. La ambientación es cuidada -tal vez excesivamente prolija- y el relato en off -que como en el libro está a cargo de una Muerte que se confiesa abrumada por el exceso de trabajo en esos años- es una elección desdichada que el adaptador no se atrevió a remediar. Peor que eso: prefirió prolongar el cierre de la historia con el larguísimo epílogo donde la Parca anticipa el futuro de la protagonista. Que en plena Alemania todo el mundo hable inglés -en algunos casos, uno muy británico- podría aceptarse. Lo que no es tan explicable es por qué si todos los personajes son germanos, algunos hablan inglés con acento alemán y por qué en ciertas circunstancias Liesel reacciona ante las malas noticias con sonoros "Nein!", "Nein!"
Sobre la lectura como consuelo ante el horror Los latinos imaginamos a la Muerte como una mujer de bromas pesadas, según vemos, por ejemplo, en "Brancaleone a las Cruzadas" y "Juan Moreira". Los anglosajones se imaginan un hombre cruel que cumple su tarea, a veces melancólico, como ese que en "Der Mude Tod" quiere comprarse un terrenito para descansar un poco. Así que acá escuchamos la voz de un hombre, contándonos recuerdos de una época en que le sobraba trabajo, y de cómo una huerfanita pudo crecer en esa época, y superarla. El triunfo consolatorio de una vida, entre tantas almas que se fueron. Curiosamente, acá Muerte no mata a nadie, solo se acerca a retirar las almas de los que expiran, víctimas de otros hombres. Muerte narra la historia. Y cada tanto hace observaciones filosóficas, tipo "Si lo hubieran matado esa noche, al menos habría muerto vivo". La novela original de Markus Zusak "La ladrona de libros" tiene varias de esas frases, y una descripción del cielo durante la larga Batalla de Stalingrado, blanco, luego crecientemente rojo hasta desplomarse sobre la tierra, y así cada día, que es todo un hallazgo poético. La novela también va y viene en el tiempo, para ponernos sobre aviso, tranquilizarnos, o explicarnos visualmente algún episodio. Lamentablemente, la película del mismo título que ahora vemos ordena la historia en forma lineal, reduce climas y tensiones, olvida líneas amadas por los lectores, se reduce a mera e insuficiente ilustración del libro. No le quita el alma, pero apaga bastante su riqueza. Aun asi, es una película de mérito. La historia sigue siendo atractiva. Una niña entregada en adopción a un matrimonio sencillo durante el régimen nazi, alguna gente de uniforme pero buena mezclada con otra de perversa uniformidad, un niño amigo y otro demasiado malo, las miserias de la guerra, la grandeza de algunos civiles que hicieron lo que pudieron, y en medio de eso la atracción de los libros, el ansia de leer y de escribir. Todo envuelto por la música del maestro John Williams, esta vez sin orquestaciones imponentes. Y los actores son buenos, empezando por Geoffrey Rush en rol de padre adoptivo, y la chica Sophie Nélisse, que ya se había lucido en "Profesor Lazhar". También Emily Watson, aunque para que ella actuara cambiaron el carácter de su personaje. Quien hace la voz narradora de la Muerte, en cambio, parece que da mejor para un publicitario. Un acierto de la adaptación, hay que reconocerlo: el libro salvado de las llamas no es "El hombre que se encogía de hombros", como dice la novela, sino "El hombre invisible", claro anticipo de la aparición de alguien obligado a hacerse invisible, un joven judío. Y otro mérito: el final no se estira tanto. Igual parece un poco por debajo del resto, pero lo mismo pasa con la novela. Rodaje en los históricos Estudios Babelsberg, donde rodaron Fritz Lang, Marlene Dietrich, los nazis, el productor antinazi Erich Pommer con "Los asesinos están entre nosotros", y más recientemente Román Polanski con "El pianista", sobre la misma guerra. Pequeño dato: el lugar donde viven nuestros personajes, Himmelstrasse, calle del cielo, es el nombre que le pusieron al camino de una cuadra hacia las cámaras de gas en el campo de Sobibor. El pueblo de Olching cerca de Munich, no existió nunca. Los bombardeos de los aliados sobre las poblaciones civiles, como acá se cuenta, esos sí que existieron. Munich, Dresde, etcétera. Pero ésa ya es otra historia.
Pasado perfecto Ladrona de Libros (The Book Thief) es una de esas películas que agradan. Una niña, una historia dramática, solidas actuaciones, un contexto histórico crucial en la humanidad. Todo eso atravesado por el malo más malo que pudo encontrar el cine: el nazi. Y si además se basa en un best seller… voila, habemus película. La cuestión con la mayoría de estas películas centradas en ese contexto es que tratan de diferenciarse pero suenan igual. O al menos, la mayoría. Ahí están El Libro Negro del loco Verhoeven y Bastardos sin Gloria (que no se si encajaría como histórica per se, pero ojala lo hiciera) para acreditarlo. El resto solo enfoca desde diferente ángulo, pero con una circularidad cinematográfica que agota. La historia de Ladrona de Libros es la de Liesel Meminger, una niña que es entregada en adopción a una familia alemana conformada por Hans Hubermann (Geoffrey Rush) y Rosa (Emily Watson). La niña tiene que adaptarse a un mundo cruel que la mira con ojos extraños. En su soledad encuentra sosiego en la lectura, el espíritu sensible de su padre y en un vecinito rubio que está enamorado de ella. El asunto principal de la película es que está niña crece durante el ascenso del nazismo en Alemania. El otro, como bien expresa su título, son los libros. La idea de la literatura como resistencia, salvación y conservación de la memoria, algo que no termina de explotarse del todo. El tono del relato es más ligero de lo que se podría imaginar. Mostrando a un pueblo ordenado y civilizado, con excepción de algunos acontecimientos vinculados con la persecución a los judíos y la intromisión de la guerra en sus hogares. Sin un pulso riguroso ni crudo, muchas veces uno se ve imbuido en la fría distancia de un bello cuadro, olvidando lo que sucede alrededor. Quizás la intención del relato no era la de abusar de lo maléfico de los nazis (ya se ha visto y resulta algo bastante fácil de hacer), pero aun así, uno siente como si se utilizara un almohadón para aminorar el ruido de ese tiempo (donde solo se ven morir alemanes). El avance del nacional socialismo frente a un pueblo que deja hacer, exponiendo una de las principales fallas del relato, una cierta inocencia de los alemanes en la creación de su líder. Como si a los ciudadanos no les importara y el nazismo ascendiera desde el infierno, sin dar muestra cabal de su vergonzosa complicidad. Estoy seguro que no todo el pueblo alemán estuvo de acuerdo, sin embargo, es bastante livianito como se expresa. Un hecho puntual marca esta idea. La pequeña Liesel se conforma como ladrona de libros en la casa de un jerarca nazi “malo” cuya esposa es “buena”. Ella es quien le comparte su inmensa biblioteca hasta que el marido le niega su ingreso, a partir de ahí toma prestados sus libros. Está misma familia aparece cerca del final luego de un hecho terrible y Liesel corre a los brazos de esa madre/familia. Como una reconciliación, obviando que ellos fueron los que trajeron el derramamiento de sangre a su pueblo. Lo que más se agradecía durante la narración era que no existía un abuso del golpe bajo (a pesar de su ritmo por momentos monocorde), algo que se tira por la borda en un último tramo donde se despacha de lo lindo. Se salva quizás el recorrido fotográfico final, donde el pasado toma entidad con verdadera tristeza, la evocación de lo que pudo ser y no. Pero también puede ser que haya llegado tan golpeado por la resolución de la historia que simplemente no tenia defensa para esa última estocada emocional.
Una película que por el avance, uno pensaba, "esta va directo al Oscar"... Pero no... Solo quedó nominada como mejor banda sonora. Los primeros minutos de "Ladrona de Libros" son geniales, sobre todo por la actuación de Sophie, esta nena de 9 años que entrega momentos cautivantes, gracias a su director, Brian Percival. La trama es lenta, pero de a poco uno va entrando en el código y se te mete en la piel (hay que esperar un poquito, pero llega). El holocausto está un poco de costado, pero está. Geoffrey Rush y Emily Watson, perfectos en sus personajes, el resto del elenco, con piloto automático. Una peli que se deja ver.
Bienvenidos a Nazilandia Hay un grupo de películas en torno al Holocausto que utilizan la prolijidad y el academicismo estético para moderar, apaciguar el horror de lo innombrable, de lo insoportable. No persiguen, como dijera Daney, “una película justa” sino “una película bella”. Se regodean en cómodos encuadres, agradable música conducida por suaves violines y equilibrada puesta en escena. Algunas van más lejos y centran su mirada en niños, como para que todo sea más efectivo en cuanto a propósitos manipuladores. Esta adaptación del best seller de Markus Zusak no disimula jamás estas intenciones y se muestra así: fría, sin intensidad, sin nervio y superficial. Además, intenta comprarse a los espectadores con una espantosa voz en off (¡de la Muerte!) que desde el comienzo anticipa grandilocuencia e introduce una conexión forzada con los cuentos tradicionales. Una vez preparado el terreno, comienza la historia. Una niña cuyos padres son comunistas es adoptada por un matrimonio de alemanes. La pequeña Liesel incorpora el aprendizaje nazi en medio de gritos teutones e imposiciones, y roba de vez en cuando libros clandestinamente. Es una vía de escape, al igual que las charlas que mantiene con un vecino de la misma edad (variante de alemán bueno). Además, entabla una relación afectiva con un judío recluido en el sótano de la casa que, cuando tiene la posibilidad concreta de escapar, se queda mirando las estrellas encantado (¡!), en una inverosímil escena que destila un tufillo de poesía de tercera mano. Lejos de plantear dilemas morales sobre ciertas decisiones en ese contexto, el film de Percival se mantiene por carriles de una dramaturgia previsible y contribuye (como tantos otros casos) a la intrascendencia absoluta, a sumar otra historia ilustrada de nazis para niños donde la única forma de expresar repudio pasa por escuchar “Odio a Hitler” en boca de dos chicos en medio de un entorno bucólico. Esa es su apuesta máxima, perdida entre tanta corrección. Ladrona de libros es el fiel testimonio de la carencia de ideas en que ha caído el cine industrial a la hora de abarcar el pasado con sus narraciones somnolientas. No escamotea su manierismo propio de estética publicitaria ni sus decorosos paneos de cámara, porque cuenta la historia desde arriba, desde un cómodo lugar de observación cuyo corolario quizás sea el Oscar en algún rubro. De este modo, se podría extrapolar al cine la justa afirmación de Walter Benjamin en Experiencia y pobreza (1933): “El arte de narrar se aproxima a su fin porque el aspecto épico de la verdad, es decir la sabiduría, se está extinguiendo”.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Libros y tragedia Liesel (Sophie Nélisse) es una nena que atraviesa Alemania, en el año 1941, para llegar a casa de sus padres adoptivos, Hans (Geoffrey Rush) y Rosa (Emily Watson). Hans es dulce y trata de acercarse a la nena quien al principio está aterrada con tantos cambios en su vida, y Rosa es una mujer estricta, pero que a través de la historia demostrará tener un gran corazón. Al principio es difícil para Liesel adaptarse a su nuevo hogar, a su nueva vida. Especialmente al colegio, donde está en desventaja educativa con el resto de sus compañeros, y es por eso que en su afán de aprender se aferra a las letras. La lectura se convierte en una herramienta, en un vínculo con su nuevo padre y en un refugio, tanto para ella como para Max (Max Schnetzer), un chico judío a quien la familia esconde en el sótano de la casa. Si bien el tema central de la película son los libros, las ideas que sobreviven en papel, y lo que significa la lectura en nuestras vidas, la historia no saca buen provecho de esto, ya que hace mas hincapié en mostrar con detalles el contexto trágico en el que crece la protagonista, que en la resistencia que se puede hacer desde la escritura, las ideas que pueden contener las palabras o como pueden salvarnos las reflexiones de otros en momentos terribles. Con una excelente reproducción de época, cuidada hasta en el más mínimo detalle, sumado a una hermosa fotografía, la película utiliza estas herramientas estéticas para mostrar más dolor en las escenas y así lograr arrancar más lagrimas. Cabe destacar que las actuaciones son todas muy buenas, especialmente la de Geoffrey Rush, quien compone a un hombre sin mucha educación ni recursos, pero con una gran sensibilidad y compasión. Es imposible que una película que trata temas como el holocausto o la segunda guerra mundial no sea triste, pero el director tomó el camino fácil de crear un melodrama políticamente correcto y asegurarse audiencia, en vez utilizar un poco más la reflexión, o la ironía, como si sucede en el libro de Markus Zusak, en el que está basada esta película.
Realismo estremecedor Apelando a la fascinante historia contenida en la novela de Markus Zusak, Ladrona de libros logra describir de una manera tan dolorosa como poética y entrañable la indeleble tragedia de la guerra. No por nada uno de los personajes del film del ascendente Brian Percival, es nada menos que la mismísima muerte, que a través de una envolvente y armoniosa voz en off, aparece en determinados y sustanciales pasajes del film. El desprecio por la vida humana fue uno de los ejes esenciales que el nazismo llevó adelante para desencadenar el Holocausto y la posterior genocida Segunda Guerra Mundial. De todo eso habla y expone con crudeza el film, pero también se refiere a una pequeña y promisoria niña y todo su ramillete de afectos, que incluyen un joven al que su familia protege de la persecución antisemita, un vecino de su edad que irradia amor infantil, una madre intransigente pero con dos caras y un padre repleto de dignidad. Criaturas que van desarrollando su vida y sus afectos en medio del espanto y la devastación del totalitarismo y la contienda. Atrapante de principio a fin, estremecedora en su realismo y cautivante en su plano metafórico, Ladrona de libros, más allá de su condición de film candidato al Oscar, es una pieza repleta de lecciones de vida. Notable en su ambientación, fotografía y sustentada por un elenco que pese a su disparidad de edades se iguala en su enorme bagaje emocional.
Historia para principiantes El narrador de Ladrona de libros es "La muerte", una voz en off que introduce la historia y que aparece de tanto en tanto. Pero es además una síntesis del principal problema que tiene la película: la banalización de la guerra en general y del Holocausto en particular. Con un tono digno de una película de Disney sobre princesas, la voz dará lugar a los primeros instantes del filme (que nada tienen que ver con cuentos de hadas): una madre acaba de enterrar a su hijo menor y entrega a la mayor en adopción. Ladrona de libros está basada en el best seller juvenil de Markus Zusak y tiene como protagonista a Liesel (Sophie Nélisse), una inquieta y encantadora niña que es acogida por una pareja durante la Segunda Guerra Mundial. Rosa (Emily Watson), una mujer rígida y poco demostrativa, y Hans (Geoffrey Rush), un simpático hombre que es puro corazón, cuidarán de la pequeña en medio del complejo panorama bélico. La aparición en escena de Max, un joven judío en busca de asilo, cambiará la rutina del trío, volviendo sus vidas más peligrosas pero al mismo tiempo uniéndolos como familia. Liesel compartirá con el huésped clandestino momentos de lectura y sobre todo el amor por las palabras, lo que derivará en una amistad incondicional. Amistad que además la llevará a "tomar prestados" libros de la biblioteca de la taciturna mujer del gobernador. De alguna manera, la película funciona en dos planos: por un lado, el de la guerra y la violencia (en su versión light, claro); y por otro, el de la amistad, la familia, la música y los libros, que operan como pequeños refugios para los personajes. Si en El laberinto del fauno (2006) la película oscilaba entre el mundo fantástico de una niña y la cruenta dictadura franquista; en Ladrona de libros la literatura y la escritura funcionan como motor para seguir adelante en un contexto de guerra, aunque no logra ni cerca el resultado de la cinta de Guillermo del Toro. Si hay un motivo por el cual sobrevive la película de Brian Percival (director además de varios capítulos de la serie británica Downton Abbey) es por sus personajes. La frescura de la pequeña Nélisse y las actuaciones de Rush y Watson se lucen cuando los tres están en pantalla, protagonizando los mejores momentos de la película. Exactamente lo opuesto ocurre cuando Ben Schnetzer (Max) es el centro de la escena. La ambientación y la música de John Williams (La lista de Schindler) suman como puntos fuertes del filme, mientras que resta notablemente la superficialidad con que se toca el tema del Holocausto. Además de una constante tendencia a un sentimentalismo que coquetea con lo lacrimógeno.
En la película “Ladrona de libros” la muerte fue elegida por Brian Percivale, su director, como cicerone de una visita guiada por los días del ascenso al poder del nazismo en Alemania, y por los primeros años de la vida de una niña que asistió al advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Tras perder a un hermano y ser dejada por su madre —perseguida por los nazis— en manos de una familia adoptiva, una nena descubre la soledad, primero, y la reconstrucción de su vida, después, rodeada por un entorno social que se va oscureciendo con el avance de los horrores de la guerra. Con muy buenas actuaciones de Geoffrey Rush y Emily Watson en los roles de dos padres sustitutos, la película resulta un ejemplo de puntillosidad en la fotografía y de la efectividad que puede lograrse en el cine cuando se dispone de una buena historia. La crueldad que nace de la intolerancia y los temores que genera la división de una sociedad gobernada por el miedo, se muestran con mayor ferocidad al contrastar con el inocente mundo de los chicos que asoman a la vida y la descubren en uno de sus más desgraciados pasajes.
En lo particular esperé mucho tiempo la versión cinematográfica de una de las mejores novelas de ficción que he leído en años. “La ladrona de libros”, de Markus Suzak, tiene a la muerte como protagonista. Una muerte reflexiva, confesa admiradora de su trabajo (aunque algo resignada por la rutina), cruel, justa o injusta, según como se la sienta, y acaso sarcástica. Según ella misma, de vez en cuando se siente atraída por la personalidad de determinados seres humanos. Algo en ellos le resulta fascinante e irresistible. Es cuando detiene un rato su tarea y observa. Esta vez le presta atención a la pequeña Liesel (Sophie Nélisse - la brillante nena de “Profesor Lazhar”, 2012-) mientras se lleva a su hermano menor, congelado por el frío durante un viaje en tren. El enamoramiento comienza cuando en el funeral la niña, que no sabe leer, se guarda un libro caído del bolsillo del empleado del cementerio (“Manual del sepulturero”). De ahí en más, será Liesel y su historia lo que la muerte relata. La adaptación al cine, por ser literal comete un acto de desidia al no proponerse desde el guión resolver algunas cuestiones con la creatividad que requiere el séptimo arte. La primera es, precisamente, el rol de la muerte (narración en off de Roger Allam). No porque esté narrada. No hay nada de malo en eso cuando la decisión va a fondo, caso Forrest Gump” (1994) o “Buenos muchachos” (1990) narradas por sus protagonistas, pero que nunca abandonan las escenas a su suerte. Las voces se escuchan varias veces a lo largo del metraje como acoplándose al oído y la mente del espectador, además de nunca intentar resolver en off lo que no se resuelve en cámara. La segunda es responsabilidad del neófito Brian Percival, quién deja largos pasajes de la narración vacíos de esa omnipresencia pergeñada muy bien en la novela y que, curiosamente, tenía en La Muerte los textos más bonitos y profundos. Con esto, la responsabilidad, incluso el peso específico de la historia, recaería en la niña, cosa que tampoco ocurre a fondo porque, si bien el punto de vista no cambia nunca (sólo se la abandona por largos ratos), mucho de lo que ocurre se centra aleatoriamente en los padres adoptivos, Rosa (Emily Watson) y Hans (Geoffrey Rush) –particularmente en éste último-, o en un refugiado judío llamado Max (Ben Schnetzer). Dicho todo esto, “Ladrona de libros” es una obra que se deja ver por una buena dosis de rubros técnicos que apuntalan lo errático del guión. El diseño de arte de Bill Crutcher, Jens Löckmann y Anja Müllery recrean la época con solvencia. También John Williams ayuda con una partitura musical deliberadamente lejana de los leit motive a los que nos tiene acostumbrados el gran maestro, de hecho está nominado al Oscar por éste trabajo. La realización es accesible porque, en definitiva, la idea (ya desde el título) no deja de ser atractiva. A semejante best seller se puede achacar la elección demasiado jugada por un director al que le falta uña de guitarrero, pero allí está el elenco para suplir esa falta con el talento de sus integrantes.
El británico Brian Percival, con experiencia en drama periods televisivos como Downton Abbey, dirige Ladrona de libros, adaptación cinematográfica de la exitosa novela homónima del autor Markus Zusak, ambientada en la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. La joven actriz Sophie Nélisse, y los experimentados Geoffrey Rush y Emily Watson, se encargan de interpretar los papeles principales de este drama irregular que sigue la historia de Liesel, una niña analfabeta que sufre pérdidas familiares irreparables y es reacomodada con padres adoptivos donde, de a poco, se transforma en una voraz lectora que encuentra refugio en los libros. Max (Ben Schnetzer) es un judío que llega al hogar en busca de resguardo, se convierte en interlocutor y receptor de las historias de Liesel. A partir de allí, se harán compañía en medio de la difícil situación que atraviesan. Dada la temática de la película, el drama está presente a lo largo de las más de 2 horas de metraje, pero el abordaje del Holocausto queda diluido en medio de personajes poco interesantes –y bastante exagerados- e historias que parecen oscilar entre un relato juvenil más suavizado, y el horror de la Alemania nazi Una voz en off –Roger Allam, quien personifica a La Muerte- es tal vez el recurso más desdeñable del film, ya que es utilizado discontinuamente, lo que genera un cambio de registro importante en la narración cada vez que sucede. La ambientación de época es correcta, y la película tiene imágenes bellas, así como la música, a cargo del compositor John Williams, que recibió una nominación a los premios Óscar en la categoría Mejor Música Original. Ladrona de libros es un drama sobre una época histórica que ya ha sido retratada en numerosas oportunidades en el cine (con resultados mucho más satisfactorios), con buenas actuaciones y buena banda sonora, pero que no alcanzan para salvar el tono melodramático y repleto de obviedades del extenso film.
La “magia” del cine ha demostrado que algunas temáticas dan para todo. La Segunda Guerra Mundial, claramente, es una de ellas. En esta oportunidad, no es la primera vez, le llega el turno al relato infantil. Ladrona de Libros es la adaptación de una novela australiana contextualizada en época del nazismo, y cuya protagonista es una niña que deberá pasar distintos horrores durante una etapa histórica en la que “libertad” era una palabra anhelada. Ella es Liesel (Sophie Nélisse), alemana, adoptada por el matrimonio Hubbermann, Hans (Geoffrey Rush) y Rosa (Emily Watson). Aparentemente ajena a los problemas, Liesel conoce a un niño, Rudy (Nico Liersch); mientras que Hans la instruye en el mundo literario. Arma en su sótano una especia de guarida en el que le enseña a leer y amar los libros, además de poseer una interesante biblioteca. Pero claro, el nazismo está ahí, gustan de quemar libros, y la persecución a judíos se hace cada vez más notoria. Los Hubbermann dan asilo a Max (Ben Schwartz) protegiéndolos del régimen, escondiéndolo en el sótano. Así todo se va volviendo más sombrio hasta que el horror sea innegable. No discutamos la subjetividad de un tono directamente infantil en medio de un crudo ambiente nazi, habrá a quienes incomoden y quienes les parezca inspirador. Ladrona de Libros peca de un mal común en el mundo hollywoodense, exceso de correción. Su director Brian Percival (con experiencia televisiva) se recluye en lugares comunes y escenas que todos esperan de un film de esta especie. ¿Escenas lacrimógenas y golpes bajos? Los hay, varias, y sin miramientos; ¿escenas tiernas? También; ¿malos muy malos y buenos muy buenos? Claro; ¿música edulcorada? Sí, no todo lo que hace el maestro John Williams pede ser bueno. La historia intenta hablar de la literatura como refugio, escape, y los malos se las agarran con los textos y los queman frente a todos, por lo que habrá que esconderlos y hacer un salvataje... pero esto no es Fahrenheit 451 ni (por suerte) pretende serlo. Todo es tratado con liviandad, con algo de gracia amarga (por las circunstancias), y repetimos, por el correcionismo político e histórico; a lo que hay que sumarle una discutible voz en off (ya se utiliza en el libro) a cargo de La Muerte. Nélisse es realmente adorable; Rush y Watson si b ien no entregan las labores de sus vidad están más que correctos (por lo menos más de lo que el producto merecía), pero no alcanza para crear un real interés por lo que sucede. Sus 130 minutos también la contrarían como film infantil, lo que, sumado a los hechos históricos, y al drama ominipresente, hacen dudar que un niño realmente disfrute una película así. Para el público adulto, sino se tiene demasiadas pretensiones, quizás, logre sacar alguna moraleja, alguna inspiración de manual; y lágrimas; quienes tengan ganas de llorar, sepan que estas están aseguradas.
Una historia que tiene buenos momentos y un hecho histórico que nadie debería olvidar. Este film es la adaptación cinematográfica de la novela de Marcus Zusak de 2006. Se han vendido más de seis millones de ejemplares en todo el mundo, fue traducida en más de treinta idiomas, además ha ganado varios premios literarios y se ha reconocido como el mejor libro del año en numerosas listas. Y Hollywood al conocer todos estos datos, (Ni lerdo ni perezoso…) enseguida la trasladó a la pantalla grande. Lo que tal vez no tuvieron en cuenta es que son muchas las historias de algún Best-Seller que son adaptadas para el cine como sucedió con “El niño con el pijama de rayas” de John Boyne, súper emotiva, como otras del Holocausto “El pianista”, “El lector”, etc. La historia comienza en febrero de 1938 con la narración de La Muerte (la voz de Roger Allam, “Juegos de Tronos”; “La Reina”), esto continúa en varios momentos. Transcurre en un pueblo de Alemania a principios de la Segunda Guerra Mundial, Frau Heinrich (Kirsten Block, "El lector") traslada a una niña Liesel Memimger (Sophie Nélisse) de unos trece años, analfabeta que acaba de perder a su hermano y su madre (Heike Makatsch, “Love Actually”) por ser comunista y que se ve obligada a salvar a su hija del nazismo y la da en adopción a una familia. Sus nuevos padres son: Hans (Geoffrey Rush) quien le dará muchísimo cariño, le enseñará a leer y ella a través de la literatura encontrará su refugio. En el rol de mamá, Rosa (Emily Watson, cumple en su interpretación pero su personaje no crece demasiado) malhumorada, huraña y gruñona para todos; y allí conoce a quien será su amigo Rudy (Nico Liersch), se la pasa corriendo quiere ser tan rápido como Jesse Owens (1913-1980) y quien desea como premio un beso. Pero un día llega una visita inesperada que puede poner a la familia en peligro, Max (Ben Schnetzer "Happy Town", Serie), el hijo de un judío que fue amigo de Hans y ellos lo esconderán en la casa. La película intenta siempre emocionar en varias escenas, pero su estilo es convencional, con cierto tono infantil, le falta tensión, tiene casi todos los clichés de las películas relacionadas con la segunda guerra mundial, acá los nazis no son temibles, el pueblo no demuestra un sentimiento antisemita, no transmite el miedo de esconder a un judío, algunos actores hablan con distintos acentos, algunos problemas narrativos, Liesel roba muy fácilmente libros de la biblioteca del alcalde e intenta crear tensión cuando Rudy se tira al Río, entre otras situaciones. Es impecable la reconstrucción de época, la partitura encantadora de John Williams (“Caballo de guerra”; “Star wars: Episodio I - La amenaza fantasma”); una cuidada fotografía del alemán Florian Ballhaus (“Red”); el director, Brian Percival, no es muy conocido, pero ganó un premio BAFTA al mejor corto con About a girl (2001). La protagonista la joven canadiense Nélisse de tan solo 13 años ("Profesor Lazhar") aporta con su carita angelical, la ingenuidad, el encanto y es natural; el australiano Geoffrey Rush (su próximo trabajo en “Gods of Egypt”, 2016) es efectivo. Resulta entretenida, sencilla y todo se refleja a través de la mirada de una niña de trece años.
El nazismo entre algodones “La ladrona de libros” El best-seller internacional de Markus Zusak ha sido llevado a la pantalla con estilizada eficacia en una versión edulcorada y sentimental que, más allá de su cuidada estética, no alcanza a trascender de una mirada convencional. La eterna fascinación del cine por el Holocausto reaparece una vez más en la cuidada transposición del best seller “La ladrona de libros”, donde predomina un tono cercano al cuento de hadas para contraponer la inocencia infantil ante el horror de la Alemania nazi. Se ha colocado al frente del elenco a la joven y desconocida Sophie Nélisse (quien ya había intervenido con anterioridad en “Profesor Lazhar”), en el papel de Liesel Meminger, una niña analfabeta de 9 años, con poco de ladrona y mucho de encanto, que no se profundiza en los libros que atesora pero tampoco se justifica demasiado el desmesurado interés que siente por ellos. El relato se orienta desde el punto de vista de la infancia de la pequeña huérfana enviada a vivir con padres adoptivos y que pronto desarrollará una fascinación por los libros y las palabras que sostendrán la luz de la vida, a medida que se intensifica el horror de la guerra. En todo momento, se prioriza la historia familiar, de amor y amistad. Allí caben menciones especiales para los eximios actores Geoffrey Rush y Emily Watson en la entrañable caracterización de los padres adoptivos de la niña. La fotografía y la banda sonora transitan por un nivel de excelencia al igual que el vestuario, el diseño y la ambientación, tal como podría esperarse de Brian Percival, un director con notable dominio en la recreación histórica, proveniente del mundo de la televisión. Sin riesgos La película resulta una buena elección para quienes gusten de las historias de superación protagonizadas por héroes honrados y sencillos que devuelven la esperanza en el género humano, aunque el relato sea demasiado convencional, en el sentido de previsible y poco sorpresivo. Responde a un guión poco arriesgado que, al ofrecer al público lo que sabe con antelación que funcionará, apuesta siempre sobre seguro. Existen muchos personajes desaprovechados, como el del joven judío perseguido que entabla una relación especial con la niña. Tampoco resulta una buena elección la inclusión de una desagradable voz en off que con su omnisciencia presenta y cierra la historia, invadiendo una narración que ganaría mucho sin su intervención. Luego de la aparente crudeza de algunos momentos, en el trasfondo de la terrible historia se nos presentan unos cantos a la alegría de vivir que no hacen sino dejar un regusto muy agradable pero excesiva azúcar, conformando un cuento “a lo Disney” que no pasa del elogio de las buenas intenciones. El principal objetivo es transmitir con oficio una historia edificante que sólo refleje indirectamente la realidad, manteniéndose alejada de cualquier incomodidad. La película insiste en su ejercicio de caligrafía académica donde peca de exceso de pulcritud, porque aunque a la heroína la llaman cariñosamente “Cochina”, apenas se despeina y está siempre impecable o el episodio del libro que cae en el agua congelada y el perfecto niño rubio logra rescatarlo sin problemas. De esta forma, la búsqueda de la virtud lleva a otros defectos. Entretenida, con pasajes agradables y memorables, se trata de una película hecha para gustar, donde todo está milimétricamente calculado y generalmente funciona mediante un guión complaciente que el director maneja hábilmente sin dar nunca un paso más allá. Así, “La ladrona de libros” es un buen film pero está lejos de ser una magnífica película.
NENA LECTORA Largo, cursi y plañidero melodrama sobre el holocausto, tema muy transitado. Otro más que no agrega nada. Al contrario. El relato tiene algo de Ana Frank: cuenta de una nena que en plena Guerra Mundial se va a vivir a un hogar adoptivo. Gente buena. El padre le da al bandoneón y la madre lava y plancha para afuera. Un tango. En el altillo esconden a un joven judío. La nena encontrará en los libros su sentido del coraje y la justicia. Cuesta encontrar algo para destacar: es artificiosa, impostada, sin fuerza y sin emoción, con personajes de cartón y una guerra que parece más un cuento de hadas. Todos los clisés posibles en un filme que ni conmueve ni entretiene.
Lectura, ternura y denuncia al nazismo La historia de una niña que descubre el mundo de los libros y lo comparte con un joven judío escondido en su casa marca un movimiento pendular entre la vida hogareña y los días escolares, signados por la retórica del régimen. Pensada en principio para un público infantil y adolescente, con alcance para todas las edades, Ladrona de libros pasa a ser una de las inusuales opciones que tienen los jóvenes espectadores que escapa, voluntariamente, a esa maquinaria fascista de superhéroes que se mueven en escenarios de una imparable violencia, subrayada por un demencial exceso de efectos especiales. Lejos de todo esto, y mirando hacia otro momento de la historia, el joven director Brian Percival, de reconocida labor en series televisivas como Downton Abbey, Mucho ruido y pocas nueces, entre otras, para productoras inglesas, logra con este film, desde un personaje muy particular, revisar cruciales momentos de los años del nazismo, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, desde diferentes ángulos, que reúnen a la lectura y a la escritura como expresiones fundacionales. El film de Brian Percival ha despertado una crítica muy dispar. Y gran parte de esto proviene del hecho de que la novela homónima, publicada en el 2006, escrita por Markus Zusak, pasó a ser en numerosos países, un gran best seller. Su autor, nacido en Sidney en el 75, de padre austríaco y madre alemana, comenzó a escribir esta obra luego de haber dado a conocer otras, a partir de los relatos de su madre, quien de niña había sido testigo de los desmanes, atropellos y adoctrinamientos del régimen; aspectos que en el film están muy presentes, y que se irán inscribiendo en la memoria de nuestros jóvenes protagonistas, Liesel y Rudy. Atento a los lineamientos del texto, preservando la voz narrante que es un hallazgo (lo que nos lleva a nosotros a toda una serie de interrogantes), Ladrona de libros no niega su formato de cine pensado desde la gran industria. De hecho, es la Fox quien tiene a su cargo su distribución internacional y la misma elección de John Williams, habitual compositor de Steven Spielberg, entre ellas la oscarizada partitura de La lista de Schindler, reafirma su carácter de un cine proyectado hacia un gran público, mayoritario. Pero cabe señalar aquí, y esto tal vez merece tenerse en cuenta, que el film apela a un gran intimismo, descubre espacios de reflexión, permite un entrecruzamiento de miradas, no transforma en espectáculo a las escenas bélicas. Por el contrario, se trabaja desde el recorte y la elipsis, se pone el acento en las miradas. Hay diferentes ámbitos que iremos transitando, hay otros espacios que iremos descubriendo, que nos llevan a rememorar el mismo escondite de Ana Frank. Entre el mundo de arriba y el mundo de abajo de la modesta casa de los Hubermann, el reciente hogar de adopción de esta niña de más de nueve años, se irá construyendo una escalera de expectativas, de sueños, de temores, en torno a la escritura y a la lectura. Y desde la llegada de ese joven en medio de la noche, fugitiva sombra que se mueve en un ominoso territorio de amenazas, la conducta de Liesel formará parte de un pacto secreto. El film de Brian Percival marca un movimiento pendular entre la vida doméstica hogareña y los días escolares, signados por la retórica del régimen. Otorga un considerable y descriptivo momento, en una secuencia aterradora, a ese día en que se celebra el cumpleaños de Hitler. Las banderas y los cánticos, los discursos encendidos alertando sobre los enemigos del pueblo y del partido, la quema de libros. Y será entonces, cuando Liesel, ya pasadas las horas, cuando la mayor parte de ellos han sido reducidos a cenizas, logra rescatar uno, el que al igual que aquel primer libro que había tenido en sus manos, será compartido. Todo este episodio, realizado de manera temerosa, es observado por una mujer de mediana edad. Y es que con este personaje la historia marcará otro giro. Ante este hecho, Liesel recuperando ese libro, El hombre invisible, de H.G. Welles, evoqué de manera inmediata aquel pasaje del film del entrañable Francois Truffaut (el próximo 6 de febrero, de vivir, cumpliría 82 años), Farenheit 451, de mediados de los años 60, basado en la novela homónima de Ray Bradbury, libro publicado en el 57, como una gran lectura crítica del maccarthismo y en relación con los sistemas totalitarios. En un momento determinado en el que los bomberos son llamados para destruir una gran biblioteca, para incendiarla, para reducirla a polvo y ceniza, Montag, uno de ellos (Oskar Werner), toma para sí uno de los ejemplares, el David Copperfield de Charles Dickens. Y la clandestina lectura que hará en su artificial y controlada vivienda será denunciada por su sonámbula mujer, Linda, uno de los roles que cumple Julie Christie en este sublime film. Es necesario volver a destacar la voz de ese narrador que, por momento, llega a electrizarnos. No revelaré quién es, no voy hacer explícito su nombre. Basta estar atento a sus palabras. E igualmente destacar las sensibles actuaciones de Geoffrey Rush, como ese padre adoptivo que puede escuchar, que guía y comparte la lectura, que sigue de cerca el aprendizaje de su hija; como asimismo, enfrentar la cercana muerte, la adversidad, apelando a la música, en una situación límite, lindante con el vacío y la nada. Y de la misma manera, esta madre que interpreta Emily Watson, tan severa por su dolor, tan cerrada a una imposible alegría, que lleva a pensarla en su personaje de Las cenizas de Angela de Alan Parker, del 99. Y estos niños, estos actores que interpretan a Liesel y Rudy. Como el joven Max, enfermo y oculto, descubriendo el mundo a través del relato de la joven protagonista. Sí de esta joven protagonista, Liesel, quien un día también se atrevió a entrar por una ventana de la casa de una aristocrática familia del oficialismo para tomar, en carácter de préstamo, de una gran biblioteca, un libro. Luego de escribir sobre este film, me sorprende un gran deseo: no sólo verlo nuevamente, sino acercarme a la misma novela y redescubrir a sus personajes, estar atento a sus voces, sentirlos más cerca aún.
La historia se escribe sola Año 1938, Alemania. Claramente ese dato te tiene que insinuar algo… Sí; ya casi se desataba la drástica II Guerra Mundial. Una vez más, aunque hayan pasado casi 75 años, nos sorprende lo duro que fue todo. Y una de las cosas más tristes, son los niños. Porque ellos son inocentes, sin importar ‘el bando’. Los niños judíos sufrieron la desgracia de ser capturados y asesinados. Los niños alemanes, simpatizaban errónea e inocentemente con el régimen nazi, ya que eso les era impuesto por los adultos. En ese penoso contexto, es imposible no entristecer hasta la médula, y allí es donde se desarrolla Ladrona de libros (The Book Thief, 2013). Con una nominación al Oscar a la mejor composición musical, elaborada por el legendario Mr. John Williams (otro detalle para no retener las lágrimas), esta tierna película protagonizada por Sophie Nélisse, Geoffrey Rush y Emily Watson, relata la infancia de Liesel, una niña a quien su madre ha dejado a merced de una nueva familia, luego de que el frío y la hambruna acabara con la vida de su otro pequeño hijo. Así es como, en plena Alemania nazi, la jovencita sobrevive a todas sus tragedias, refugiándose en algunos recuerdos, en el cariño de sus nuevos ‘parientes’ y, más que nada, en la lectura. book_thief_xlrg La etapa de adaptación de Liesel es, por supuesto, muy triste. Pero enseguida encuentra dónde y cómo verle el lado positivo a todo. Una nena que irradia fortaleza, y que es dueña de un gran corazón, cuyas raíces pertenecen al comunismo. Es por eso que, cuando su familia adoptiva decide albergar y esconder a un judío fugitivo, ella no siente otra cosa que un inacabable cariño hacia ese tal Max. El film cuenta con destacadas actuaciones, en especial las ‘infantiles’; los niños siempre sorprenden con su talento. No es necesario que aclare, el trabajo musical hermoso que se ha hecho para acompañar una historia tan cruda. Una vez más, nos sumergimos en una historia marcada por la guerra, como ya lo hemos hecho miles y miles de veces. Sin embargo, hay algo curioso en el punto de vista desde el que se aborda la trama, de principio a fin. Pero ese es un dato que no revelaré. Después de todo, decirle ‘ladrona de libros’ resulta un tanto chocante, ya que la jovencita es presa de un destino irreparable, en donde los relatos escritos son los únicos elementos que sobreviven al tiempo. Aunque bastante triste, disfruté mucho de la película. Por momentos recuerda a Hugo de Martin Scorsese y, mal que les pese, hay una regla entre los cineastas la cual dice que hay que evitar trabajar con animales y con niños. Bueno, la verdad es que lo segundo no me parece, ya que hay muchos peques que desbordan talento y que encaminan sus carreras gracias al trabajo en cámara. El cine ya lo ha demostrado; ¡qué me voy a poner yo a explicarles! WEK_TheBookThief_1108 No te vas a perder uno de los éxitos del año si no la ves, pero vale la pena repasar un poco de historia mundial europea durante 131 minutos, al ritmo de una bella enseñanza de amor y supervivencia. .