El cortejo masculino Y finalmente James Ivory regresó a las andadas, de manera indirecta pero volvió. La excelente Llámame por Tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017) cuenta con un guión firmado por el veterano realizador de Un Amor en Florencia (A Room with a View, 1985), La Mansión Howard (Howards End, 1992) y Lo que Queda del Día (The Remains of the Day, 1993). Hablamos de su primer trabajo en ocho años, contados desde la interesante La Ciudad de Tu Destino Final (The City of Your Final Destination, 2009), y si bien la película que nos ocupa está dirigida por el italiano Luca Guadagnino, el tono que prevalece es indudablemente el que marcó la carrera del norteamericano, esa elegancia narrativa que suele combinar por un lado los dramas históricos y el estudio de personajes y por el otro alguna tragedia enigmática y los devaneos del corazón como ejes principales del relato. De hecho, todos los elementos enumerados resuenan al unísono en esta adaptación de la novela homónima del 2007 de André Aciman acerca del vínculo entre un precoz adolescente de 17 años y un huésped de su hogar familiar, alguien que se va imponiendo a pura fascinación. En esencia el film es una historia de amor a la vieja usanza aunque sin esos estereotipos de siempre del séptimo arte que vienen a complicar/ arruinar las relaciones, como por ejemplo las hecatombes nacionales, los terceros en discordia, la resistencia de los clanes de turno, la incompatibilidad de caracteres, la inefable tendencia a la autodestrucción por parte de alguno de los involucrados, etc. Aquí se recupera la afición del cortejo en su máxima -y también mínima- expresión ya que lo que tenemos enfrente es ni más ni menos que el sutil acercamiento paulatino entre dos seres humanos vía la dialéctica de la curiosidad, el interés, la aproximación, el rechazo, el repliegue, el distanciamiento esperable, un segundo intento a regañadientes y -coqueteos ulteriores de por medio- el “contacto” propiamente dicho. Elio (Timothée Chalamet) es el muchacho en cuestión, un judío estadounidense amante de la música y los libros que en el verano de 1983 vive despreocupado en un lindo pueblito del norte de Italia junto a su padre, conocido como el Señor Perlman (Michael Stuhlbarg), un profesor de arqueología, y su bella madre Annella (Amira Casar), una políglota consumada. La burbuja de la burguesía académica experimenta un sismo tenue con la llegada de Oliver (Armie Hammer), el beneficiario de aquel año de una práctica común de Perlman: cada doce meses el susodicho invita a un graduado reciente y ex estudiante suyo para pasar seis semanas en su casa de Italia durante el período estival para que lo ayude con una buena tanda de papeleo educativo y similares. Planteada la situación, la trama se sumerge en una lógica camuflada de flirteos e histeriqueos distantes que derivan en un romance apenas enrolado bajo el paraguas de “lo prohibido” porque los padres de Elio son profundamente respetuosos y el rol de otros potenciales amantes -en este caso, las mujeres que andan dando vueltas por ahí- se va desvaneciendo a medida que se solidifica la conexión entre ambos. De allí mismo se desprende la naturaleza cien por ciento masculina de la obra, ya que por un lado las féminas son descartadas con rapidez (los dos protagonistas inician sendas relaciones con chicas que pronto son excluidas porque dejan de cumplir su función como recursos para ejercer presión hacia la contraparte, con el objetivo de que por fin se decida) y por el otro lado aquí predomina la idiosincrasia de los muchachos, mucho más agresiva, cortante y lacónica (la verborragia y las fantasías idílicas de las mujeres poco y nada tienen que ver con ese clásico realismo sucio e hiper sincero de la fauna masculina). Mediante un pulso narrativo detallista, sensual y delicadamente sosegado que le debe mucho a Bernardo Bertolucci, Pedro Almodóvar y al François Truffaut obsesionado con las odiseas románticas, Llámame por Tu Nombre saca provecho de dos cambios que introdujo Guadagnino con respecto al guión original de Ivory, centrados en suprimir la desnudez y el narrador en voice over: el primero se explica por una estrategia comercial para abrir los mercados conservadores actuales y de paso evitar arrimarnos a bodrios como La Vida de Adèle (La Vie d'Adèle, 2013), que responden a esquemas mecanizados y carentes de sensibilidad erótica, y el segundo factor obedece a la necesidad dramática de mantener la tensión y asegurar la sorpresa descartando el viejo -y a veces eficaz- artilugio del personaje que nos brinda una crónica de los acontecimientos de manera retrospectiva. A pesar de que el resto del andamiaje general se condice con las preocupaciones de siempre de Ivory, como dijimos con anterioridad, aun así asombra la exquisita ejecución del italiano a partir del material de base, asimismo marcando un quiebre para con sus opus previos, las correctas y no mucho más A Bigger Splash (2015) y El Amante (Io Sono l'Amore, 2009). Hasta las canciones que aportó Sufjan Stevens, un diletante del folk indie más agridulce y lánguido, calzan perfecto dentro del espíritu tierno y a la vez endurecido de la realización. Al renunciar a la influencia destructora de terceros y a la persecución paterna, la película se transforma de a poco en una especie de poema bucólico de atracción enrevesada cuyo único límite es el margen de tiempo del que dispone Oliver para su visita, a lo que la trama tiene el buen tino de agregar un plus al concluir la estadía inicial, lo que fortalece un afecto que se homologa a la identificación recíproca del dúo, esa que retoma el título y que está relacionada con el pedido de Oliver a Elio de que en la intimidad se llamen el uno al otro por sus propios nombres, invirtiéndolos. Mientras numerosos ardides del melodrama se esfuman de golpe y la alegría del compartir momentos pasa al primer plano, también descubrimos la idoneidad interpretativa de Chalamet, a quien pudimos ver en Interestelar (Interstellar, 2014) y la reciente Lady Bird (2017), y de Hammer, aquel joven que se hizo famoso poniéndose en la piel de los mellizos Winklevoss en Red Social (The Social Network, 2010), un típico ejemplo del actor desperdiciado por Hollywood y condenado a mamarrachos gigantescos que no explotan ni un ápice de su potencialidad salvo excepciones/ anomalías como J. Edgar (2011), Animales Nocturnos (Nocturnal Animals, 2016) y sobre todo Free Fire (2016). El convite funciona como un retrato majestuoso de los rituales del corazón, sus hermosas insinuaciones, la pasión que nos acerca y nos aleja al prójimo, ese devenir coyuntural que nunca controlamos del todo y finalmente los recovecos de un deseo cuyo desarrollo está en consonancia con el deslumbramiento, uno que hoy por hoy evita los lugares comunes del coming of age y nos regala locaciones melancólicas que se acoplan con el poderío y la luminosidad de la crónica sentimental. Muy pocos films contemporáneos logran el nivel de perfección de Llámame por Tu Nombre, un trabajo notable que acompañará al espectador mucho tiempo después de finalizada la proyección…
The Post, los oscuros secretos del Pentágono (dirigida por Steven Spielberg sobre guión de Liz Hannah y Josh Singer), Llámame por tu nombre (Call me by your name, dirigida por Luca Guadagnino, con guión del veterano James Ivory), Lady Bird (escrita y dirigida por Greta Gerwig) y Dunkerque (Dunkirk, escrita y dirigida por Christopher Nolan) son películas estimables, a las que pueden objetársele algunos puntos. En The Post Spielberg dramatiza hechos ligados a la lucha de la prensa estadounidense por la libertad de expresión en los años ’70, con tal astucia que resulta un film de aventuras con héroes y villanos, metas loables, personajes forzados a adoptar difíciles decisiones (entrañable Meryl Streep) y logros de relevancia política obtenidos gracias a la fuerza de un equipo. Es un film vital, más allá de su verborragia y de que (al igual que ocurría con Spotlight, el film de Tom McCarthy ganador del Oscar tres años atrás) lleva a preguntarse si Hollywood abordará alguna vez el poder de los grandes diarios al servicio de algo turbio. Llámame por tu nombre y Lady Bird son películas sobre el crecimiento: sus protagonistas son adolescentes que maduran en medio de dudas, deseos y obstáculos, con la familia como marco ineludible. En Llámame por tu nombre se trata de un pibe que se siente atraído por el joven ayudante de su padre, en un verano de 1983, mientras disfruta de soleadas jornadas en la casa de campo familiar. La película juega sagazmente a despertar sensaciones de frescura y sensualidad, con la ayuda de una cálida fotografía y envolventes paneos. Hay planos en los que los personajes asoman en un costado o yéndose, como si tras la cámara hubiera alguien mirándolos sin invadirlos. La ambigüedad sexual de la pareja en cuestión y los gestos de indiferencia o resistencia que complican la relación conducen al film por carriles bastante imprevisibles: la espera, la inquietud, el descubrimiento, desvelan a los personajes y son los estados de ánimo que importan en Llámame por tu nombre. Entre los problemas de la película de Guadagnino están su música a veces melindrosa, el hecho de decorar el argumento con referencias al arte y el regodeo con ciertos placeres mundanos en esa casa (“heredada”, aclaran) que puede embelesar a los espectadores, imponiendo por sobre la melancólica historia de amor los discretos encantos de la burguesía. El progresismo, la calma y el lustre intelectual de los padres del chico de Llámame por tu nombre no los tiene, desde ya, la familia de Lady Bird, habiendo allí un primer mérito en la única película del conjunto dirigida por una mujer: se trata de gente de clase media, cuya felicidad encuentra barreras en sus necesidades económicas y encontronazos emocionales. Los vínculos de la joven protagonista con una madre poco complaciente, con una compañera de colegio y con otros personajes menores son el fuerte de esta comedia agridulce que no se pasa de lista ni señala a nadie con dedo acusador. Con algunos momentos mejores que otros, Lady Bird tiene ese brío que el cine estadounidense consigue ocasionalmente cuando sabe reunir intérpretes simpáticos y competentes (Saoirse Ronan, Laurie Metcalf), enredos bien pensados, ironías cordiales y escenas discretamente emotivas. Sin dejar de ser un cine de fórmula –incluyendo el consabido repertorio de canciones pegadizas en su banda sonora–, compensa sus convencionalismos con encanto suficiente. Por su parte, ambiciosa y potente, Dunkerque es otra muestra de la brillantez técnica y solemnidad de su director, de la que nos hemos ocupado oportunamente aquí.
Avanzando hacia la madurez Existen multitud de temas que el cine ha tratado con el paso de los años. Como otras artes, es utilizado como instrumento de reflexión acerca de las ideas y preguntas que ocupan el alma humana. Uno de estos grandes sujetos es el paso a la vida adulta y como consecuencia el abandono del niño, en cuerpo y mente. Llámame por tu nombre traza un nuevo retrato sobre esta difícil idea, añadiendo algunos ingredientes diferenciadores, pero sin olvidar su fondo en ningún momento. Éste puede ser abordado de múltiples maneras, y en este caso su director, Luca Guadagnino, lo cuenta a través de otro de los elementos que suelen ir asociados a esta iniciación en la madurez: el primer amor. Imperfecta matrioshka Es difícil definir esta recomendable obra de forma directa. El corazón, que es la maduración, se ve recubierto de múltiples capas en difícil equilibrio hasta llegar a la forma que Guadagnino le ha dado, con un ritmo pausado pero no lento, y una cámara que a veces se deja sentir rompiendo esta ilusión realista que pretende conformar. Algunas decisiones dentro de esta forma pueden llegar a resultar incluso confusas o (deliberadamente) erróneas, como planos sin información y muchos momentos en los que el foco no está en las caras de los protagonistas, sino en lugares nada relevantes a nivel narrativo. Esta elección reiterada resulta molesta, y su mera repetición y exageración hacia el final es lo único que lleva a pensar en ella como una herramienta del director para un propósito enmascarado por la molestia visual que genera. Bajo la forma encontramos la temática de la homosexualidad y la relación entre el protagonista adolescente y un joven adulto. Aunque menos usual en el cine convencional, no son elementos definitorios en el espíritu de la película, pues ni la edad ni el sexo del amante son elementos que generen una importante repercusión alrededor en la trama o las circunstancias de la misma. Esto aleja la película de una posible crítica social (camino que Guadagnino ha evitado conscientemente) y la acerca a la narración íntima de sus personajes. La estructura, sin embargo, no deja de estar encerrada en los preceptos del melodrama más clásico, y ésta es una de las capas que subyace bajo otras más llamativas como las mencionadas anteriormente. Varios recursos y herramientas utilizados por el director son los mismos que hemos visto en incontables ocasiones en todas las historias de amor idealizado que nos ha traído Hollywood desde sus inicios. En última instancia, se encuentra la historia fundamental, lo que realmente desea transmitir la película, y es ese paso al mundo adulto. Por esta razón es un relato desde el punto de vista de su protagonista, Elio, cercano a cumplir los 18, el cual es colocado en medio de un mundo de personas mayores frente a las cuales experimenta un distanciamiento notable. El eslabón que viene a traerle a ese nuevo mundo es, precisamente, alguien colocado entre ambos universos. Otros elementos como la sexualidad y la pérdida de la virginidad, así como la simbología de las frutas que son arrancadas de distintos árboles a lo largo de la película vienen a reforzar esta idea de viaje, de cambio de estado, que experimentamos en primera persona a través del joven Elio. Así se configura una obra que quiere presentarse en forma y temas superficiales como novedosa y apartada del producto mainstream, pero que en el fondo explora las mismas temáticas con herramientas similares a las que ya hemos visto incluso con mejor realización en otras ocasiones.
Una impecable y bellísima película para disfrutar sin ningún tipo de prejuicios. Las escenas de sexo están bien cuidadas mostrando lo mínimo indispensable y sin caer en bajezas ni regodeos inútiles. El diálogo entre padre e hijo, cerca del final, es.....
Ambigüedad concupiscente En medio del caluroso verano de la costa italiana, un joven universitario de creencias judías de veinticuatro años, Oliver (Armie Hammer) llega a la casa de la familia Perlman invitado por el padre (Michael Stuhlbarg), un profesor universitario de arqueología norteamericano que vive junto a su esposa, Annella (Amira Casar) y su hijo, Elio (Timothée Chalamet) en la villa que la mujer heredó de su familia italiana. Entre lecturas, transcripciones de partituras, juegos, bailes y muchas horas de tedio y aburrimiento, Elio descubre poco a poco su sexualidad junto a una joven del pueblo, Marzia (Esther Garrel) y Oliver con la aprobación de sus liberales padres, que lo alientan a experimentar y vivir intensamente en un entorno proclive y libre de prejuicios a principios de la década del ochenta en el sur de Italia. Basado en la novela homónima del escritor nacido en Egipto, de nacionalidad Ítalo norteamericana André Aciman, el film del realizador siciliano Luca Guadagnino es una obra cándida y de gran tensión sexual que propone una concupiscencia inocente y sensual pero sin lascivia ni lujuria. Las relaciones están rodeadas de afecto, de un secreto a la luz del día, rodeada de un paisaje de una belleza extraordinaria. La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, responsable de Las Mil y una Noches (As Mil e Uma Noites, 2015), retrata los paisajes y los gestos como obras de arte que cambian de forma, en constante transformación desde la observación subjetiva, desde la intención y la insinuación, creando una sensación de vigor intempestivo. Pero más que un film sobre una relación de amor, Llámame por Tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017) es una obra sobre el amor por el arte y las formas sensibles, con variaciones de piano y guitarra, temas del compositor alemán Johann Sebastian Bach, una íntima banda sonora del cantautor Sufjan Stevens, que construye maravillosas melodías melancólicas, una hermosa obsesión por la banda inglesa Post Punk The Psychedelic Furs y diálogos de gran sinceridad en un contexto intelectual abierto, poliglota, de disfrute e investigación combinados con una mirada artística, filosófica, académica y poética. El extraordinario guión de James Ivory, aclamado por la dirección de la adaptación cinematográfica de la excepcional novela de Kazuo Ishiguro, Lo que Queda del Día (The Remains of the Day, 1993), y la adaptación de la novela de Arianna Huffington, Sobreviviendo a Picasso (Surviving Picasso, 1996), construye una narración fluida y refinada, que hace hincapié en la ambigüedad y la sensualidad que fluyen como el agua que baja de las montañas en un drama donde la vida parece detenida, la política surge subrepticiamente y sutilmente en carteles y afiches de los partidos políticos y del líder fascista Benito Mussolini y en discusiones alrededor del triunfo electoral del Partido Socialista Italiano, que llevó al cargo de Primer Ministro a Bettino Craxi en 1983. Llámame por Tu Nombre es un film poético de aprendizaje, descubrimiento y comunicación de los propios sentimientos por parte de los personajes, con especial énfasis en Elio. A pesar de las excelentes actuaciones de todo el elenco Timothée Chalamet se destaca con su interpretación despreocupada, ingenua y curiosa de un adolescente de diecisiete años con muchos conocimientos de toda índole, una gran sensibilidad para el piano, ansioso por aprender y conocer, capaz de conversar fluidamente en italiano, francés e inglés y pasar de un idioma a otro y opinar profundamente sobre historia, música y arte con discernimiento y candor. Ivory y Guadagnino logran crear así una poética emotiva donde el romanticismo cede su lugar a la concupiscencia rescatando los sentimientos más que al amor como un vaivén que forja el carácter y la personalidad enriqueciéndola y abriéndola a nuevas experiencias o cerrándola y convirtiéndola en una coraza a prueba de decepciones. De esta forma, la alegría, el amor, la tristeza y la melancolía se mezclan en un sentimiento ambiguo dirigido por la música de Sufjan Stevens hacia una vida plena y sabia.
Alguien me dice con razón que hay algo barthesiano en esto de llamar al amado/amada por el nombre propio. Un juego que es un regodeo: colocar el nombre de uno en el otro y viceversa, a sabiendas de que fundirse también es no nombrarlo. O como dice la canción: lo que se ama no se nombra. - Publicidad - La zona de los créditos iniciales de esta bella película del italiano Luca Guadagnino es prometedora: una serie de fotografías de esculturas griegas y romanas amontonadas como hojas de escritorio: la perfección del cuerpo masculino representada por los dioses, el espinario, los aurigas, los apolos. La mayoría bronces que pertenecen al acervo de los museos italianos o que todavía se siguen hallando en el fondo del mar o de los lagos, a causa del expolio que los romanos hicieron a los griegos en los siglos del mundo clásico. Nominada a mejor película para los Oscar, Call me by your name es la tercera de una trilogía sobre el deseo. Su historia transcurre en el norte de Italia. Las referencias al clasicismo son casi obligadas, pero también y aunque lejana en muchos puntos, no podemos dejar de pensar en Muerte en Venecia. Hay una languidez y una plasticidad en el joven Elio (Helios podría ser el sol) que hace recordar al inolvidable Tazio. Sin embargo, aquí no hay tanathos, sino una reluciente vitalidad enmarcada en el verano lombardo, en los duraznos brillando al sol, frutos del amor, del Eros. El guión es de un hedonista mayúsculo, gran frecuentador del paisaje y la cultura italianos, James Ivory. Confieso que no conocía a Guadagnino, y después de ver Call me by your name me lancé a buscar las otras dos de la trilogia: Io sono l´amore del 2009 y The bigger splash de 2015, disponibles en internet. Cuando en Soy el amor, la más exacerbada, aparece un fragmento muy breve de Philadelphia (1993) de Jonathan Demme, escena en la que la música transforma la imagen hacia primer plano picado y se mueve por arriba del personaje ya plenamente consciente de su enfermedad mortal, en una envoltura visual, ahí parece estar el origen de esos planos de Guadagnino que en la película del 2009 son abundantes, más expresivos, y que en Call me by your name se regulan y se moderan, pero siguen convocando al lente bien pegado al cuerpo del actor. En todas la naturaleza cumple un rol de anagnórisis, de revelación. Un cineasta de la sensorialidad que gana en situaciones palpables de esos ángulos de cámara: Elio se enamora perdidamente del alumno/tutorando de su padre, y Oliver, mayor que él, un norteamericano universitario que pasa una breve temporada con la familia se enamora de él. Corre 1983, y el amor gay es un problema, en las tres partes en que se desarrolla: la seducción, la plenitud y la despedida hay todo un arco de momentos brillantes donde no hay más especulación que el momento que se vive. Recomiendo prestar atención a la declaración de amor, una de las más imperceptibles de la historia del cine, donde prima, como en el título, el juego de palabras. Además del lenguaje (interesante lo políglota del guión francés, inglés italiano y algo de aleman), hay otro guiños barthesianos, las referencias al corazón, al cuerpo, a la distancia. El diálogo con el padre, una belleza de palabras. Verdadera promesa este chico Timothée Chalamet, también destacado en Lady Bird, que cuenta con una corporalidad y una presencia en pantalla que hace rato no se ve. Se estrena en Buenos Aires el 22 de febrero. No la dejen pasar.
Llámame Por Tu Nombre: Tan intenso como eterno. Una de las películas que pisaron más fuerte en los últimos meses trae un sentido romance universal enmarcado en la Italia de principios de los ’80. Europa es un continente tan romántico como su cine y, aunque se quede algo corto respecto a Francia y Alemania, la realidad es que Italia siempre tuvo un sentimental aporte al séptimo arte. En esta ocasión nos encontramos antes una de las sorpresas más grandes del 2017: el último trabajo de Luca Guadagnino, director con una amplia carrera que sin embargo encuentra en Llámame Por Tu Nombre una explosión de reconocimiento que nadie esperaba. Aún cuando sus anteriores colaboraciones con la actriz Tilda Swinton (I am Love del 2009 y A Bigger Splash del 2015) habían logrado impactar en la escena, esto es algo particular ya que nos encontramos esta vez ante un trabajo que trasciende al público cinéfilo. A principios de los ’80, un joven italiano (Timothée Chalamet) pasa las tardes de verano leyendo libro tras libro, viéndose obligado a compartir su cuarto con los asistentes que año a año su padre (Michael Stuhlbarg) lleva a casa para ayudar en su trabajo de investigación. Pero el ahogarse en música y literatura se vuelve algo difícil cuando le dan la bienvenida a un particular inquilino, la llegada de este joven estadounidense (Armie Hammer) coincidirá con un despertar sexual que promete dejar cicatrices de por vida. El dúo protagónico se lleva con merecimiento todas las luces, Hammer es sincero e hipnótico, con un trabajo tan natural que resulta el balance ideal para un Chalamet salvaje y desatado que a sus verdes 22 años entrega una envidiable actuación que con justicia evoca palabras mayores en la boca de todos. Producto indudable del cine europeo, la sexualidad se encuentran a flor de piel en una historia con total ausencia de ese pudor tan típico de Hollywood. No solo por las escenas explícitas sino también por un trabajo de actuación, dirección y un guion que probablemente sean difíciles de describir sin usar la palabra sensualidad. En un film lleno de puntos fuertes, es imposible ignorar un guion producto de una gran novela, como suele ocurrir, pero que logra exprimir lo mejor no solo de su elenco sino de su director gracias a un impresionante trabajo por parte del gran James Ivory. No por nada Ivory es, con esta cuarta nominación (su primera fuera del rubro de director), el nominado más longevo en la historia de los Oscars. Su cine siempre se describió como “visual” pero esta es quizás la primera vez que a los increíbles paisajes italianos Guadagnino le agrega un toque desde la dirección y cámara realmente a la altura. Seguramente gracias al aporte de su director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom (algunos recordaran su trabajo en Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, ganadora de La Palma de Oro en 2010) con quién comenzó a trabajar hace pocos años. Antes de Mukdeeprom las bellas locaciones hacían todo el trabajo, pero en esta colaboración lograron que lo que solían ser destellos muy puntuales (y no siempre exitosos) de trabajo de cámara logren llegar a buen puerto una y otra vez. Además de todo aspecto técnico, es una historia humana con gran cantidad de matices y temáticas. El deseo y las apariencias, la aceptación de otros y de uno, la naturaleza y la familia. Es inevitable ver la conexión que el director crea entre la relación que florece en pantalla y la naturaleza de una bella Italia. Conexión que se complementa con la civilización y familia, después de todo es rodeados de arquitectura italiana mientras discuten literatura lo que comienza a construir una relacion entre dos extraños unidos bajo un techo familiar. Tan familiar como libre, con una relacion padres e hijo que claramente apunta a formar individuos con la libertar de adolecer, todo culminado en un monologo final por parte de Stuhlbarg que promete no solo emocionar sino permanecer en la cabeza de la audiencia por mucho tiempo. Como en tantas otras instancias, una conexión como la de un guion tan sentimentalmente profundo y la actuación de un actor con letras mayúsculas entregan una experiencia única. Pero por supuesto, no es un film sin sus problemas. Por momentos el montaje, en su intento por mantener un estado casi onírico peca con mostrar prácticamente un rejunte de escenas, puntualmente en el medio de la cinta entre que los personajes se acomodan y el momento en que la historia comienza a tomar velocidad. El resto de los “problemas” que uno pueda percibir, como por ejemplo lo largo que se percibe el film, terminan siendo tan subjetivo como lo explícito de algunas escenas: no hay elemento que realmente atente contra el disfrute del fin, aunque pueda resultar difícil para lograr que cualquiera pueda verla sin inconvenientes. Porque es una historia llena de melancolía, geográfica y generacional, con un corazón salvaje que tiene lo suyo para encantar a todas las edades. A pesar de detalles como estos se trata de una película con una infinidad de fortalezas, además de todas las ya mencionadas también hay que sumar que Sufjan Stevens logro por lejos una de las mejores bandas sonoras del año. Otra de las bondades que este proyecto logro hacer coincidir, y como todas, una que además de ofrecer una gran calidad se encarga por sobre todo de sumar a la cinta como un todo: no se respiraría la época y sensaciones de la manera en que ofrece la pantalla si no fuese por este soundtrack, y lo mismo podría decirse por supuesto de la fotografía, guion y actuaciones. Call Me By Your Name es un film que logra reunir el mejor trabajo de varias carreras de manera impecable, entregando un universal y eterno relato sobre el amor, el deseo y la vida en general. Una cuidada e incontenible muestra de cine europeo e internacional en todo su moderno esplendor. Después de todo, que es más moderno que decirle no a la tecnología y perderse en las memorias idealizadas de unos imposiblemente perfectos ’80.
“…Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio…” Julio Cortázar Este año las películas que compiten por los premios Oscars son muy disímiles entre sí. En la heterogénea oferta se destaca este film de Luca Guadagnino (“El Amante”), quien sorprende con un coming of age que nos trae una historia de amor durante los años ’80 en el norte de Italia. “Call Me By Your Name” cuenta la historia de Elio Perlman (Timothée Chalamet), un joven de 17 años que atraviesa un cálido y soleado verano de 1983 en la casa de campo de sus padres en el norte de Italia. Pasa el tiempo descansando, escuchando música, leyendo libros y nadando, hasta que un día el nuevo ayudante americano de su papá llega a la gran villa. Oliver (Armie Hammer) es encantador y, al igual que Elio, tiene raíces judías; también es joven, seguro de sí mismo y atractivo. Al principio Elio se muestra algo frío y distante, pero pronto ambos empiezan a salir juntos de excursión y, conforme la historia avanza, la atracción mutua de la pareja se hace más intensa. El film que nos ofrece el italiano Luca Guadagnino no es otra cosa más que una historia de romance, particularmente de aquel llamado primer amor, el que se da en el paso hacia la vida adulta y que nos transforma a nivel personal y emocional. Uno de esos amores que vienen y se van inesperadamente. Esos vínculos tan fuertes que trascienden en el tiempo. Para tal ciclópea tarea de representar ese lazo o relación, el director contó con la participación de Armie Hammer (“The Lone Ranger”) y Timothée Chalamet (“Interstellar”, “Lady Bird”), la pareja protagónica que realiza un tremendo trabajo en sus roles. Principalmente hay que destacar la interpretación de Chalamet, que compone a un adolescente conflictuado en pleno autodescubrimiento y formación de su identidad sexual. El actor norteamericano con raíces francesas nos muestra su talento a partir de una composición inspirada que le significó una nominación como Mejor Actor a la próxima entrega de los premios de la Academia de Hollywood. En relación al guion, James Ivory (“A Room With a View”) fue el encargado de adaptar la novela homónima escrita por André Aciman. La narrativa que presenta la película nos expone el conflicto interno del protagonista vinculado con el despertar sexual, y quizás lo más destacable es que se centra más en los sentimientos de los involucrados que en las reacciones o pensamientos de los que los rodean. Generalmente, se suele hacer hincapié en los padres y la oposición de estos a la homosexualidad de su hijo/a, pero este largometraje evita el cliché para centrarse en la esencia del afecto, la pasión y el cariño de la pareja protagónica. Tal vez el mayor problema de “Call Me By Your Name” radique en su extensión y en el manejo del ritmo narrativo. La película se desarrolla con parsimonia y sin apuro, no obstante, no llega a aburrir y esa duración prolongada es funcional al desarrollo del personaje de Elio. La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom y la música de Sufjan Stevens realizan un estupendo trabajo para generar ese clima de amor veraniego e instructivo para las partes involucradas. En síntesis, “Llámame por tu Nombre” es un relato atractivo, bien ejecutado y estupendamente actuado, que se nutre de evitar los lugares comunes de la temática propuesta, pero que igualmente no es tan innovadora como se proponía. Una obra que se hubiera beneficiado de una mayor síntesis narrativa.
En una campiña italiana el joven Elio pasa sus veranos sin más que lecturas y el descubrirse sexualmente. Encerrado en su cuarto sueña con aquella persona que podría convertirlo en todo lo que siempre quiso ser. Cuando Olivier llega, un asistente que hará una pasantía con su padre, nada lo haría suponer que encontraría aquello que necesitaba para definirse y a su vez, para vivir su primer gran amor. Un coming age que se convierte en clásico instantáneo. Dos actuaciones justas y a la vez soberbias (Timothée Chalamet y Armie Hammer), y un director que apela a una sensibilidad diferente desde la narración y puesta (Luca Guadagnino) para un clásico instantáneo.
Llámame por tu nombre es el nuevo film del cineasta italiano Luca Guadagnino (director de A bigger splash), basado en la novela de André Aciman que lleva el mismo nombre, con guion adaptado de James Ivory, nominado recientemente en esta categoría para los Premios de la Academia y en su rol de director por películas como Lo que queda del día, La mansión Howard y Un amor en Florencia. Esta candidata al Oscar se estrenará el próximo 22 de febrero en la cartelera argentina. La película no sólo se destaca por su particular guion, sino por el arte fotográfico de la mano del tailandés Sayombhu Mukdeeprom, colaborador del gran realizador Apichatpong Weerasethakul, y además, cuenta con las brillantes actuaciones de Armie Hammer (actor de Red social), Timothée Chalamet (actuó en Homeland e Interstellar), Michael Stuhlbarg (The post y La forma del agua), Amira Casar, Esther Garrel y Victoire Du Bois. Hammer y Chalamet despliegan sensualidad y frescura, mientras que Stuhlbarg y Casar muestran contención, aplomo y sabiduría. La historia se centra en la relación entre un adolescente de 17 años, Elio Perlman (Chalamet) y Oliver (Hammer), un estudiante norteamericano de 24 años. Transcurre en un pueblo de la región de Lombardía, en la Italia septentrional. El padre de Elio (Stuhlbarg) es un profesor especializado en la cultura greco romana que recibe cada verano estudiantes para trabajar como becarios. Este verano del año 1983, Oliver es el elegido. Elio es la figura preciada de la casa. Cuando los padres reciben visitas, él es el encargado de deleitar la noche con sus versiones de Bach tanto en piano como en guitarra. El adolescente habla tres idiomas, como su políglota madre que trabaja de traductora. Oliver es engreído y bien recibido en esta familia que ostenta intelectualidad, algo que a Elio le incomoda en un principio, pero que luego, o “later”, la muletilla de Oliver, será motivo de atracción para él. Elio y Oliver emprenden paseos en bicicleta, ya que el primero tiene el compromiso de llevar a conocer el pueblo al huésped. En este tiempo a solas comparten charlas sobre literatura, música, chapuzones en la piscina. La tensión sexual latente hará que comience un apasionado romance de verano. Esta historia, que podría integrar la lista de cine queer, tiene la particularidad de optar por una mirada desprejuiciada, como se demuestra en el emotivo monólogo que tiene el comprensivo padre de Elio hacia el final del film. Este romance a escondidas que vivencian los protagonistas comienza a ser socialmente aceptado desde la poderosa mirada de los padres del adolescente.
En el norte de Italia, a principios de los ochenta, se desarrolla una relación y un romance entre un joven de 17 años y el asistente de su padre. No es solo un film sobre el despertar sexual, ni sobre la homosexualidad, sino sobre el paso del tiempo y cómo las emociones van construyendo una personalidad. Los dos protagonistas -Hammer y Chalamet- conmueven con gestos mínimos y miradas gracias a la mirada pudorosa de Guadagnino, siempre a tono con sus criaturas.
Hasta que el invierno nos separe Nominada a mejor film, Llámame por tu nombre (Call me by your name, 2017) se convirtió en la distinta de los Óscar. La pareja tiene flechada a la crítica mundial con una historia de amor fresca, desprejuiciada y dirigida por Luca Guadagnino, un realizador innovador que trae con él, el posible apogeo de una primavera artística en Italia. Si alguien dijera que se cumplieron todos los pronósticos, estaría equivocado. Llámame por tu nombre, es de esas películas que empiezan siendo chiquitas, con poca distribución en un principio y extenso recorrido por festivales, hasta acrecentar su figura ganándose a la crítica, por ejemplo, paso previo por la Berlinale y consolidación en el festival de Toronto (clave para la prensa hollywoodense). Toda una carrera cinematográfica, seguida con detalle por los más cinéfilos. Hablada en italiano, inglés y francés a través de sus personajes, la película del italiano Luca Guadagnino se proyecta como un film alejado de las convencionales narrativas clásicas que suelen premiar en la academia, como The Post: Los oscuros secretos del Pentágono (The post, 2017) o Las horas más oscuras (The Darkest Hour, 2017). Es, más bien, un cuento de amor sencillo. El encuentro entre dos desconocidos con edades distintas (un joven adolescente y otro adulto cuarentón), en una residencia ubicada en el norte italiano durante las vacaciones de verano europeo. Los icónicos 80 son la escenografía social que servirán a modo disparador para un tema cultural para nada resuelto durante esos tiempos. La llegada al pueblo de Oliver (Armie Hammer), será el punto de quiebre en la vida de Elio (el joven Timothée Chalamet, nominado a mejor actor). Este adolecente se encuentra descubriendo su mundo sexual, indefinido, el cual será atravesado por la presencia de un hombre, que parece transportar consigo una energía particular, la cual transmiten los individuos carismáticos. Ya el primer contacto de los personajes denotará lo delicado del film. Por sobre todas las cosas sutil, sin golpes bajos, bien cuidado desde lo estético y con una iluminación en exteriores que envidiaría hasta el propio realizador Michelangelo Antonioni (buen aporte del director de fotografía, Sayombhu Mukdeeprom). Hasta el cálido sol veraniego parece alumbrar todos los sentimientos transmitidos en las calles empedradas de la pequeña Cremona, contexto cómplice de este amor de verano. Las escenas serán más jugadas cuando la relación tome color. Un comprometido trabajo en dirección actoral, que formalizó el estilo de Chalamet para diseñar a su complejo personaje. No solamente era cuestión de ponerle la piel, había que darle marco, perfilar las características de un niño que aún desconoce su cuerpo. Es más, muchos de los mejores momentos son las experiencias vividas por el muchacho en la solitaria intimidad de su cuarto. Otra línea aparte merece Armie Hammer. Adulto que en contraposición de Chalamet, se muestra seguro, bien definido en su sexualidad. Sobre todo en la secuencia cúlmine del film cuando le dice a Elio la frase que le da título a la película. Instante donde la realización pasará de ser una película más, a una pieza elemental de los últimos años. Y así como lo fue La vida de Adele (La vie d'Adele, 2013), servirá para otorgarle un antes y un después a las vivencias sexuales de las sociedades del siglo XXI.
La historia del descubrimiento del amor para un joven de 17 años, Elio, músico, lector ávido que tiene todas las ventajas de una alta cultura que da el dinero y la especialidad de su padre un profesor que se dedica a la cultura grecorromana y una madre traductora, ambos académicos. A esa villa de ensueño en Liguria llega para hospedarse por pocas semanas otro profesor, invitado por sus padres. Un hombre de 24 años, bello como las estatuas que muestra el film. El adolescente indolente, repara en el “usurpador” de su dormitorio, con una curiosidad que luego se transformará en deseo. Al mismo tiempo, tanto el, como el visitante, Olivier, tienen pequeñas historias con mujeres. Aunque el adulto sepa y reprima lo que siente por el muchacho. Pero para Elio todo es descubrimiento, el sexo con una chica que resulta torpe y el enamoramiento intenso, dramático, primero y único de ese hombre al que ve perfecto. Es un amor que se inicia intenso y con fecha de terminación anunciada. El director Luca Guadagnino, el guionista de lujo James Ivory, sobre la novela de Andre Aciman, le otorga a ese amor un marco de belleza incomparable. No solo el paisaje, sino los objetos de esa villa, las antigüedades, las obras de arte, los colores a veces tenues y otros refulgentes del mundo que rodea a los protagonistas, los claroscuros de los momentos del día y de la intensidad sin límite de los sentimientos. Una experiencia de sensualidad tan potente como solo puede ser un primer amor que irrumpe aparatosamente en una vida. No hay tragedia, solo la del adiós, y la de un época, los 80, en que declararse gay no era lo habitual. La vuelta de tuerca esta dada por la reacción de los padres, inteligentes, abiertos y envidiables. Un film con cuatro nominaciones a los Oscar: mejor, película, mejor actor Timothee Chalament (Elio), mejor guión adaptado y mejor canción (“Mistery of love” de Sufjan Stevens). Una historia de amor que propone con toda intensidad perderse en el otro.
El realizador italiano adaptó, por vía de James Ivory, autor del guión, la novela homónima del egipcio André Aciman. Y presenta con delicadeza y buen gusto la relación homosexual de dos jóvenes en la Italia de la década del 80. ¿Cómo filmar el amor? ¿Cómo escribir sobre el amor? En ambos casos se requiere de un arduo trabajo de traslación, que permita abordar el reino de lo etéreo, lo nunca del todo cognoscible, lo que no se muestra a los ojos, trasplantándolo al terreno de lo concreto, lo que puede verse o formularse, describirse o expresarse en acciones. Para filmar Llámame por tu nombre, el realizador italiano Luca Guadagnino (Palermo, 1971) tuvo que hacer una traslación de segundo grado, al adaptar (por vía de James Ivory, autor del guion) la novela homónima del egipcio, radicado en Estados Unidos, André Aciman (hay edición de Alfaguara). Una de las sorpresas del Oscar de este año, Llámame por tu nombre está nominada como se sabe a cuatro de esos premios, incluyendo el más importante, Mejor Película. Parece tratarse del típico caso de película independiente que ocupa el casillero “de arte” (que este año comparte con Lady Bird, de Greta Gerwig), que recibe varias nominaciones pero ningún premio. Aunque algún premio va a tener que llevarse, si la Academia no quiere cargar con nuevas acusaciones por discriminación. La sensación más fuerte que genera en el espectador Llámame por tu nombre es la de ser parte del mundo que se narra. Un mundo veraniego y adolescente, hecho de pereza, siestas calurosas, un amplio palazzo familiar donde vive Elio, rincones oscuros en los que ocultarse del sol o de la mirada de los otros, paseos entre amigos en bicicleta, la vista del lago abajo, el bosque cercano, la laguna donde darse chapuzones. La clase de sensualidad del que se deja arrastrar por un río quieto haciendo la plancha. Es 1983, “en alguna parte en el norte de Italia”, según dice el cartel, y Elio (Timothée Chalamet, actor estadounidense hijo de francés, presente también en Lady Bird) se halla allí en unas vacaciones que parecen eternas junto a sus padres, matrimonio de eruditos estadounidenses, cosmopolitas y judíos. Elio tiene diecisiete, lee cosas como los Fragmentos cósmicos de Heráclito y es capaz de improvisar fragmentos al piano, tocados según el estilo de distintos compositores clásicos. Con sus padres suele hablar en francés. Aunque en castellano suene feo, los Perlman son lo que los franceses llaman BoBos: bohemios burgueses. Elio tiene su chica, Marzia, que es francesa (Esther Garrel, hija del realizador Philippe Garrel y hermana de Louis). Pero desde que llega a la casa el nuevo pasante de su padre, un veinteañero llamado Oliver (hay que hacer un esfuerzo para darle esa edad a Armie Hammer, que había sido la pareja en el closet del todopoderoso director del F.B.I. en J. Edgar), Elio no puede dejar de observarlo. De allí en más su vida anterior se alterna (aquí nada se rompe del todo, al menos hasta la escena final; todo es tan suave y acompasado como las tardes lombardas) con la progresión del acercamiento entre ambos. Está el tema de la edad de Elio y el hecho de que Oliver es discípulo e invitado de su padre, pero tal vez influidos por el aire del país de Baco (y no el de la Iglesia, que parece estar a varios planetas de distancia), no hay nada que a ambos les dé culpa, ni preocupación, ni hesitación, que no sean los propios vaivenes del deseo. Hay en Llámame por tu nombre algo así como una sensorialidad de la narración, dada por el tempo cinematográfico, los juegos de luces y sombras (las que cruzan el rostro de Elio, por ejemplo, antes de iniciar una masturbación imprevista en el altillo), la duración de cada plano, el trabajo sobre los colores vivos (vivos del deseo, sobre todo de Elio, que literalmente se monta sobre el más cool Oliver, y vivos de luz italiana) realizado por el fotógrafo tailandés Sayombhu Mukdeeprom, que trabajó en alguna ocasión con Apichatpong Weerasethakul. Ha sido muy sabio Luca Guadagnino al elegir para su película ese estilo reposado, casi invisible y opuesto al de su film anterior, una remake muy libre de La piscina llamada A Bigger Splash, donde, también en medio de un verano pero más quemante, todo era gesto aparatoso, seducción notoria y estilo llamativo. Teniendo en cuenta que su próxima película es otra remake, en este caso de Suspiria, de Dario Argento, puede suponerse que mucho de ese estilo va a volver. Difícil que haya allí, como aquí, la creciente y no hablada tristeza de la separación, primera prueba del paso del tiempo, o de la fuerza de la distancia, y que un memorable plano fijo final permite compartir.
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Llámame por tu nombre, de Luca Guadagnino Por Paula Caffaro Los positivistas piensan que por el solo acto de nombrar alguna cosa o ser vivo quien bautiza se convierte el poseedor de dicho ser u objeto. Llámame por tu nombre coquetea con esta idea cuando, mediante intercambio de nombres, el acto de posesión se ve doblemente expuesto. Oliver es de Elio y viceversa. Ambientada en la campiña italiana a principio de los años ochenta, el film de Luca Guadgnino es una poesía teen al primer amor. Con muchos rasgos del coming of age, Call me by your name expone el drama de un joven adolescente (intelectual y chanchero) quien está descubriendo el sexo. En el seno de una familia de profesionales de la ciencia, sus integrantes darán hospedaje a Oliver, un joven norteamericano que desea colaborar en tareas arqueológicas. Pronto el extranjero conquistará la atención de Elio, y será allí cuando el núcleo temático del film explote en una suerte de drama romántico homosexual. Oliver (Armie Hammer) llega a la mansión de veraneo de la familia pluricultural de raíz judía a pasar una temporada de investigación científica. Lo que no sabe es que pronto se verá envuelto en una trama de seducción iniciada por Elio (Timothée Chalamet) el joven adolescente de la casa. La estancia en la campiña se vuelve romántica y sensual cuando luego de algunos indicios ambos hombres finalmente se encuentran. Llámame por tu nombre es bella desde donde se la mire. Más allá de explorar un tema tabú para aquella época, el film se despega de ese prejuicio para poner en escena una película alejada de los lugares comunes. El amor, el despertar sexual y la religión son sus tópicos centrales, sin embargo, nada de lo que allí se ve se encuentra atravesado por la mirada moral o la bajada de línea. Además, se pueden ver influencias del cine de Rhomer quien en parte inspiró otras poéticas como las de Xavier Dolan y Valerie Donzelli entre otros realizadores francófonos. Estos rasgos pueden verse en la obsesión por los detalles, la calidez del relato audiovisual y la preocupación por la puesta en escena de un micro universo queer evitando el punto de vista del prejuicio de tantos otros discursos vigentes. LLÁMAME POR TU NOMBRE Call Me by Your Name. Italia/Francia/Brasil/Estados Unidos, 2017. Dirección: Luca Guadagnino. Guión: James Ivory. Intérpretes: Timothée Chalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel, Victoire Du Bois, Vanda Capriolo, Antonio Rimoldi, Elena Bucci, Marco Sgrosso. Producción: James Ivory, Luca Guadagnino, Emilie Georges, Marco Morabito, Howard Rosenman, Peter Spears y Rodrigo Teixeira. Distribuidora: UIP. Duración: 132 minutos.
Que una película de subgénero coming of age esté nominada al Oscar es motivo de gran festejo para quien escribe. Más aún este año porque son dos (contando a Lady Bird) las nominadas. Llámame por tu nombre es una gran historia de amor. De esas que te llegan sin importar tu orientación sexual. Y eso también es algo para destacar, hace unos años las películas protagonizadas por una pareja homosexual hacían otro tipo de ruido en comparación a este estreno. Basta con recordar a Secreto en la montaña (2005), que si bien había romance, se le daba mucho lugar a la sexualidad y controversia. Aquí el foco no está puesto en el sexo sino en el amor, un amor que descubre un adolescente de 17 años hacia un hombre mayor que él. El carisma y la química que poseen Armie Hammer y Timothée Chalamet es impresionante. De Hammer ya lo sabíamos, pero aquí da mucho gusto descubrir a Chalamet, quien viene trabajando hace rato en papeles menores y que incluso también labura en la ya mencionada Lay Bird. El director Luca Guadagnino le imprime todo el romanticismo a su Italia natal, recreando los 80s con minucioso cuidado en detalles pop. Que la película transcurra en esa época también le da un toque más nostálgico y al mismo tiempo más relevante por el tipo de vínculo. La fotografía es excelente. Resalta los escenarios naturales y muchos planos parecen postales. La música es otro gran protagonista, con clásicos de la época y composición incidental que llega a quebrarte. Me animo a decir que por momentos tiene una vibra a una coming of age italiana (del gran Giuseppe Tornatore) llamada Malena (2000) en ese sentido. Llámame por tu nombre es una historia de amor tan contundente como hermosa con un final tremendo que obviamente no puedo comentar pero que es un espejo perfecto a un clásico norteamericano de los 80s, ya sea plagio u homenaje, el plano final es arte puro. Ya he escrito la siguiente frase, pero vale la pena repetirla en estos casos: esta es de esas películas que nos recuerdan el por qué amamos el cine.
El esperma del albaricoque Cuando se adapta una novela al cine, suele ser útil pensar en ella como un cuento, y no como en un gran libro. El que sirve de base para Llámame por tu Nombre relata una historia de amor emergente y que dura el tiempo de un verano, entre Elio, un joven cultivado hijo de arqueólogo y Oliver, un estudiante americano masivo y macizo que se instala, gracias a una beca veraniega, en la soleada casa de campo del norte italiano en la que pasa el verano esta familia cultivada, judía, francesa, americana, italiana y, visiblemente, rica. James Ivory y Luca Guadagnino echan mano con desenvoltura de toda esa armadura conceptual y simbólica, esa forma de añadir temas a los temas y que funciona bien en una novela sólida pero que, en un guion original, habrían resultado pesadas y pedantes. Mitología (una búsqueda arqueológica en un lago, del que se extraen viejas esculturas), religión (Oliver luce una estrella de David en el cuello que el joven Elio no se atreve a ponerse porque su madre dice que el judaísmo “hay que esconderlo”, pero que lucirá orgulloso porque su amado lo hace) y cultural (si los personajes bromean sobre Bach y Litsz, sobre Heidegger y con personajes que hablan de etimología y que se llaman Elio y Oliver (Elio, nombre judío que significa “dios es mi salvación” pero que lógicamente recuerda a Helios, sol ; sol y olivo, creo que no hace falta explicar mucho más…); en resumen (la idea es simple), esas cosas que yacen en el fondo y que un descubrimiento intelectual y sensual pueden hacer emerger (la solución de la adivinanza es obvia: el deseo homosexual, que en varios momentos de la película está puesto en relación con el mundo griego). Del resto, sólo conservan el cuento de un joven Elio descubriendo el sexo, cuento sin moral, sin mitología, sin apelar a nada fuera de la película misma, cuento de su cuerpo, narrado a través de sus juegos, sus giros al caminar, sus escapadas soleadas, sus masturbaciones, incluyendo una en la que, tras arrancar el hueso de un albaricoque, eyacula en su interior. Tras el sol del membrillo… Esta reducción ad adolescens supone que toda la película sigue y se amolda a la perspectiva de su joven personaje, políglota, cultivado, inventivo, brillante aprendiz de piano. Es el riesgo (precisamente masturbatorio) de toda historia de aprendizaje: sólo cuenta de veras aquello que el personaje que debe aprender absorbe e integra durante ese proceso. Todo lo demás fluye a su alrededor resbalándole: la Italia de 1983 en la que se desarrolla la película, con sus historias políticas, la vida de los empleados domésticos, incluso la de sus padres. Lección: la desenvoltura, vuelta sobre uno mismo, roza el dandismo. De ahí que Guadagnino pueda pasar de lo brillante (el plano secuencia el la plaza conmemorativa de la Primera Guerra Mundial en la que Elio confiesa a Oliver no saber gran cosa “sobre las cosas que importan”) a lo cursi (su escapada entre cascadas y verdes montes filmada con publicitarias panorámicas). ¿La solución a este riesgo? El guion. El maduro Ivory (89 años) acude así al rescate del “joven” Guadagnino (46), confirmándose como la verdadera pareja de esta película y salvando la situación: el padre de un Elio devastado tras la obligada separación y toda la mitología que implica el fin del verano, le sienta en el sofá y le da una charla. Cada frase de ese monólogo va destinado a abrir la perspectiva de Elio y la de la película: su historia singular se vuelve, en boca del arqueólogo, universal. Giro emocional de guion que llega de forma perfectamente medida para cerrar la película. La habilidad del actor que interpreta al padre, es de disimular esta intención y hacernos creer que su monólogo no se dirige a nosotros, como es el caso, sino a su hijo. Buen resumen de una película en la que los personajes logran conocerse gracias a la cultura clásica pero que prefiere dirigirse a nosotros con música de Sufjan Stevens.
Llámame por tu nombre: una noble historia de amor Una película de época, pero no de tules, miriñaques y pelucas sino de ropa demasiado ancha y raros peinados nuevos, y sin celulares: 1983, norte de Italia, Lombardía, verano, pueblos pequeños, casas en el campo. La luz y ese ambiente de emociones que han fascinado a directores locales y extranjeros, que buscan en la segunda mitad del siglo XX y el verano italiano volverse vitales. El italiano Luca Guadagnino consigue esa vitalidad con creces y buenas armas en Llámame por tu nombre, coming of age de un adolescente que descubre su sexualidad, se enamora, crece, aprende, está atento al mundo, en esas semanas en las que su padre recibe a un asistente de investigación estadounidense. El ambiente es familiar y liberal, intelectual, se respetan las ideas y las comidas, hay libros y la admirable arquitectura -que, como decía Oscar Wilde, influye en las nociones de belleza de todos-, eleva los espíritus. Además, hay clasicismo en la puesta en escena, y nada de cobardías escudadas en mutismos a la moda en los diálogos -de James Ivory, nada menos-, y empatía para conectar con los personajes y hacerlos conectar con el público. Llámame por tu nombre es una de esas películas imposibles de hacer en los papeles, con riesgos de corrección política, de demasiada blandura, de algodones en exceso, y que se transforman en pequeñas grandes sorpresas gracias a las nobles recetas históricas del cine: confiar en una historia y contarla con convicción, habilidad y prestancia.
Un joven en búsqueda de la identidad Candidata al Oscar, trata sobre el amor entre Elio y Oliver, en un pueblo en el norte de Italia. ¿Cómo no sublimar el primer amor? ¿Y si además es un amor de verano? Luca Guadagnino viaja hacia la temporada estival de 1983 para narrar esa experiencia iniciática de Elio, prodigioso adolescente que pasa junto a sus padres las vacaciones en una hermosa casona del norte de Italia. El cineasta italiano construye una nostálgica y muy afectada película de crecimiento sobre esos días veraniegos de descubrimiento del joven de 17, interpretado con maestría por Timothée Chalamet (nominado al Oscar por el filme, que también es candidato en canción original, guión adaptado y película). Llámame por tu nombre comienza cuando Elio ve cómo su padre recibe a un ex alumno suyo, Oliver, que recién terminó su carrera universitaria y va a pasar el verano en la casona como parte de una pasantía. Elio enseguida se refiere a él como “el usurpador”, pero la relación entre el adolescente y el pasante veinteañero comienza a crecer durante esas seis semanas que pasan juntos, por más que sea notorio que tienen personalidades opuestas o, tal vez, complementarias. La química entre ellos dos es tan notoria como progresiva y se agiganta a medida de que Elio deja de sentirse incómodo por la presencia de Oliver en la habitación contigua. El adolescente está atravesando un momento de grandes cambios y no tiene muy claro cómo lidiar con sus hormonas. En busca de su identidad, el adolescente no puede evitar sentirse atraído por chicas, hombres... ¡y algún durazno! Es notoria la fluidez con la que Elio pasa de preocuparse por el debut sexual con Marzia, una vecinita devenida novia, a los irrefrenables encuentros furtivos con Oliver. En parte es gracias a la elocuencia de James Ivory, que ya tenía experiencia a la hora de llevar adelante romances a la italiana entre personas del mismo sexo (Un amor en Florencia) y que aquí se encargó de adaptar la novela de André Aciman, pero sobre todo es por la eficacia en los detalles de Guadagnino, que parece otorgarle cuerpo y alma a Llámame por tu nombre. El cineasta le presta tanta atención a las cuestiones físicas, al estilizar al máximo todo cuerpo y objeto en plano, como a las sentimentales, en la notable idealización de un amorío, todo mientras la piel del espectador sensible se eriza al ritmo de Love My Way, omnipresente himno ochentoso de los Psychedelic Furs sobre la liberación amorosa. Y para potenciar las emociones, un escueto monólogo final del papá de Elio le otorga otro significado a la historia y se hace cargo de esa tormentosa oscuridad que Guadagnino había dejado siempre fuera de plano.
Nominado a cuatro premios Oscar (Película, Actor, Guión adaptado y Música), el nuevo film del director italiano de Melissa P., El amante (Io sono l'amore), A Bigger Splash y la inminente remake de Suspiria se acerca a un intenso amor gay con bellos y emotivos resultados. Destinada casi con seguridad a convertirse en un clásico del cine queer, Llámame por tu nombre, la nueva película de Luca Guadagnino, se centra en la relación que se establece en una villa italiana de la zona de Liguria, durante un verano, entre Elio (Timothée Chalamet), un adolescente de 17 años, y Oliver, un estudiante norteamericano un poco mayor que él (dice tener 24, pero Armie Hammer parece mucho más y de hecho los tiene) que se instala por varias semanas en el caserón familiar para trabajar como “becario” del padre de Elio, un profesor especializado en cultura greco-romana. Si bien transcurre en el norte de Italia en lugar del sur, donde sucedía su anterior A Bigger Splash, las similitudes de trama y de escenario son muchas. Aquí, como allí, la acción transcurre en una idílica casa campestre cuyos acomodados habitantes reciben la llegada de un visitante que trastoca todos los planes. Y también hay paseos en bicicleta, romances a las escondidas, piscinas y maravillosos escenarios naturales. También, claro, la por momentos ampulosa pero siempre muy voraz sensualidad de la cámara del realizador italiano, que no parece poder contener su impulso por filmar al ritmo intenso de sus protagonistas, solo que esta vez con la colaboración del director de fotografía de casi todo el cine de Apichatpong Weerasethakul, Sayombhu Mukdeeprom. Pero hay también profundas diferencias. No sólo aquí la historia de amor es entre dos hombres sino que no además hay ni una trama policial de por medio. Pero la principal distancia es que allí todo era suspicacias, malos entendidos y fastidios en los protagonistas mientras que aquí parece vivirse en un plácido paraíso sobre la Tierra donde la tentación tiene la forma literal de un durazno maduro y nadie parece tener malas intenciones. Durante la primera hora del film –que, como la novela en la que se basa, transcurre en 1983– asistimos al lento y un tanto temeroso acercamiento entre ambos. Elio es un joven brillante que habla perfecto francés, inglés y muy bien italiano, toca el piano y la guitarra, y tiene esos rostros que denotan inteligencia y picardía. Pero la figura de Oliver lo abruma. Se fascina con él y comienza a convertirse en su amigo, compinche y chaperón en paseos y aventuras. Es claro que el deseo está ahí, latente, pero por distintos motivos (Oliver, por estar invitado a trabajar en la casa de los padres de Elio, y él porque cree no estar a la altura de su objeto de deseo) no pasa de ahí. Además, Elio tiene una novia local (Marzia, encarnada por Esther Garrel, hija de Philippe y hermana de Louis) con la que tiene menos temores a la hora de avanzar sexualmente. Pero promediando la película –basada en la novela homónima de André Aciman publicada de 2007– la tensión sexual será tan grande que el contacto se volverá inevitable, por lo que de ahí en adelante seremos testigos de esta historia pasional a escondidas (innecesarias, finalmente, porque da la impresión de que los padres lo saben y, liberales como son, no les molesta para nada) en la que de a poco se va perdiendo el miedo inicial para convertirse en un romance veraniego hecho y derecho. Y Guadagnino se dedica a describirlo, sensualmente pero de manera cuidada, casi como si estuviera filmando una performance de danza entre dos cuerpos inquietos que se rodean, bailan alrededor uno de otro y la pasan muy bien juntos. Si hay dos cosas a destacar de la película en especial son, en principio, la interpretación de Chalamet, un chico de 21 años (que actuó en Homeland e Interestelar) que no solo habla varios idiomas y toca varios instrumentos sino que posee un carisma y una frescura de esas que se ven muy poco (digamos que es una versión mejorada de Louis Garrel), y que se convierte en el corazón palpitante de la película ante el un tanto más distante Hammer, que parece cincelado como las esculturas grecorromanas que estudia con el padre de Elio. La otra es la breve pero potente actuación de Michael Stuhlbarg como el profesor en cuestión, quien sobre el final, hablando con su hijo, tiene uno de los monólogos más hermosos y emotivos que se han escuchado en mucho tiempo y que no es para nada habitual en casos o situaciones como esta. La película tiene como guionista al veterano James Ivory (de 89 años) y cuenta con dos canciones originales compuestas por Sufjan Stevens. Guadagnino –un cineasta admirado en los Estados Unidos y un tanto maltratado en Italia, acaso por su pasado como publicitario célebre– está ahora terminando de rodar una remake de Suspiria, de Darío Argento, película protagonizada por Tilda Swinton que seguramente dividirá opiniones entre esos mismos territorios. Si bien su siguiente film tiene, en principio, poco que ver con éste, es claro que el hombre tiene el talento, el control de sus materiales y la audacia como para lanzarse con todas las armas a su disposición a lo que venga. Aquí la cámara vibra y baila con los personajes, quienes por momentos parecen saltar a través de jardines y cuartos, y deleitarse escuchando a Franco Battiato o, en una muy curiosa escena de danza, a Psychedelic Furs. Es el verano del ‘83, uno que ambos recordarán toda su vida más allá que el tiempo los lleve por distintos caminos. O no.
Se encuentra ambientada en 1983 en un lugar ficticio en Italia del Norte, allí vive un joven de 17 años llamado Elio (Timothée Chalamet, en una soberbia actuación) al que le gusta leer, la música, nadar, hacer deportes, armar actividades al aire libre, salir por las noches, andar en bicicleta y mantiene una relación no del todo comprometida con la bella Marzia, esa es su rutina pero su vida cambia cuando llega a la finca Oliver de unos 25 años, es el asistente para el padre (un profesor universitario de arqueología) de Elio. Este joven se encuentra en su despertar sexual y recién está descubriendo su sexualidad. Pero la llegada de esta persona lo moviliza, la historia podríamos decir que se divide en cuatro partes: la aproximación, la búsqueda, la pasión, y la despedida. Las escenas sexuales están muy cuidadas, no son groseras, hay un juego muy tierno entre ellos, desde la mirada, tocarse, disfrutar distintas salidas y hasta la pasión incondicional. Nos encontramos con un film poético, sincero, tierno, delicado y conmovedor. Su trama es una mirada hacia el amor, una elección sexual y el primer amor. Uno de los momentos más conmovedor es cuando el padre (Michael Stuhlbarg, una gran interpretación. “La forma del agua”, “Un hombre serio”) contiene a su hijo a través de la palabra, todas las escenas están bien acompañadas por una banda sonora encantadora y la impecable fotografía del tailandés Sayombhu Mukdeeprom. Al film le sobran algunos minutos.
AMORES QUE ARRASAN Ya es difícil ser joven y asomarse a los primeros amores, mucho más si la atracción es hacia una persona del mismo sexo en los ochenta. El silencio es el sonido de las palabras cuando hablar está prohibido. Pero como dice Alejandra Pizarnik “no/las palabras/ no hacen el amor/hacen la ausencia”. Por esta razón, en Llámame por tu nombre todo lo que podría explicarse en diálogos está explotado en acciones que van mucho más allá de lo carnal. Elio y Oliver -citando a Oliverio Girondo- “se miran, se presienten, se desean” por cincuenta y cinco minutos. No hay contacto físico entre ellos durante la primera hora del film. Sin embargo, el erotismo y la seducción están presentes desde el comienzo. La belleza de las imágenes y un guión con pequeños momentos significativos hacen posible que dos pies rozándose hagan el amor. El joven Elio, un pequeño intelectual, es -como él dice- un sabio de muchas cosas pero desconoce “lo más importante”: el amor. Oliver, con unos años más, lo hará incursionar en sus primeros encuentros amorosos. En conjunto, aparecerá también una muchacha que le servirá a Elio para refirmar su elección sexual. El verano caluroso de Italia es parte de la atmósfera que envuelve a Oliver y a Elio. Dadas las altas temperaturas los protagonistas visten poca ropa. Esto hace posible que se genere una sensualidad dada por los torsos desnudos y los cuerpos mojados. El amor es explorado en Llámame por tu nombre desde diferentes aristas, logrando de esta forma una sensación genuina de lo movilizador que es este sentimiento. Se ama con todo el cuerpo, como en aquel poema de Oliverio Girondo. Elio oliendo la ropa interior de Oliver es el ejemplo perfecto para hablar del deseo y la imaginación frondosa que es estimulada por la atracción hacia otra persona. Pero la forma poética de la construcción de la película no sólo es para hablar del amor, sino que también funciona como denuncia a la sociedad en que vivimos. Llámame por tu nombre es un juego que aquellos muchachos llevan a cabo. Pero esta frase puede funcionar como un juego de palabras que refiere a llamar las cosas por su nombre. Sólo entre ellos podían sentir la confianza de mostrar su sexualidad, porque su entorno no se los permitiría por una falta de respeto a la moral de la época. Su amor era sólo posible nombrarlo entre ellos, por miedo a no ser aceptados. Elio se enfrenta así, ese verano, a empezar a transitar sus primeros amores bajo los límites sociales impuestos. Y como si fuera un cachetazo a los prejuicios, la película mostrará cómo el amor arrasa sin importar los límites dados.
UN AMOR COMO EL NUESTRO... NO DEBE MORIR JAMÁS Siguen llegando las nominadas al Oscar, esta vez, una historia de amor con Italia de fondo. El director Luca Guadagnino (“A Bigger Splash”) tiene una sensibilidad especial a la hora de retratar relaciones humanas, siempre desde una intimidad particular y sin demasiados efectismos. “Llámame por tu Nombre” (Call Me by Your Name, 2017) es el ejemplo perfecto, una historia que conmueve desde los personajes, explorando sus deseos, sus incertidumbres y, por qué no, cierta histeria (bah, mucha histeria), ligada a ese jugueteo que trae aparejado el enamoramiento. La adaptación de la novela homónima de André Aciman nos lleva al Norte de Italia, año 1983, donde Elio (Timothée Chalamet), adolescente de 17 años, y su familia (una culturosa mezcla de franco-judíos-norteamericanos) suelen pasar las vacaciones de verano. Elio es un chico introspectivo, cariñoso y prodigio musical en pleno despertar sexual que verá su vida profundamente afectada con la llegada de Oliver (Armie Hammer), rl nuevo estudiante de posgrado que viene ayudar a su papá (un Michael Stuhlbarg increíble que se merece varios premios) con sus investigaciones arqueológicas. Oliver es todo lo opuesto, un atractivo veinteañero (¿?) de personalidad despreocupada y avasallante que no parece llevarse muy bien con el jovencito de la casa. Más bien, lo evita cada vez que puede, pero esa actitud poco y nada tiene que ver con el desdén, sino todo lo contrario. Desde el primer minuto que Oliver pone un pie en el hogar de los Perlman, la atracción es inevitable, pero las dudas de Elio, y su miedo al rechazo, van retrasando el acercamiento y una relación “prohibida” (en su mente, y a los ojos de los demás) que, se sabe, no podrá prosperar más allá de estas semanas de descanso. Guadagnino se mete de lleno en la confundida cabecita de Elio y su constante búsqueda de identidad. Las relaciones con el sexo opuesto, su amorosa y comprensiva familia, la religión y la adultez, todo pasa por un arduo debate interior que Chalamet deja escapar mediante pequeños y grandes gestos. El guión de James Ivory es fundamental, pero al final todo se reduce a las imágenes y, sobre todo, los tiempos para cada acción y cada palabra, convirtiendo a “Llámame por tu Nombre” en una experiencia tan sensorial como narrativa. Las callecitas italianas sin duda ayudan, tanto como la frescura del agua, la calidez del sol o la dulzura de las frutas de verano. Todo refuerza los sentidos de este primer amor, y estas primeras experiencias para el joven Elio, cada vez más pendiente a las señales de Oliver. Guadagnino jamás abusa de las referencias de la época. Los ochenta se destilan a través de la música (y la gran banda sonora de Sufjan Stevens), la puesta en escena en general, el vestuario y los tapujos. Porque a pesar de que los europeos parecen más adelantados y modernos, los prejuicios son los prejuicios, y Oliver (el “adulto” de esta relación) sabe que hay que cuidar las apariencias, tanto acá como en los Estados Unidos. Oliver lucha constantemente contra sus impulsos más ¿predatorios?, pero nunca se registran de esta manera. Se sienten su culpa y su contención, traducidas en ese menosprecio inicial, y la inmutable sensación de que está en falta si comienza una relación con alguien tan inexperto como Elio. Claro que choca un poco el hecho de saber que Hammer es bastante mayor a su personaje, pero Guadagnino se encarga de que no haya morbo y que lo “prohibido y pecaminoso”, pronto se convierta en impulso y romance. De eso trata esta “coming of age”, de ese primer amor que nos marca y nos duele de tan profundo que es. En el caso de Elio, también se corresponde con su búsqueda de identidad sexual en una época donde las relaciones homosexuales no estaban muy bien vistas, ¿o sí? El naturalismo de la narración, la belleza y cotidianeidad de sus imágenes, la actuación de Chalamet (todos queremos adoptarlo, ¿no?) y esos momentos finales (no, no hay spoilers) hacen de “Llámame por tu Nombre” una gran historia de amor, de descubrimiento y madurez con la que todos, de una u otra manera, podemos identificarnos. Guadagnino la convierte en universal y nos conmueve porque todos pasamos por las dudas, los miedos y el dolor de un primer romance apasionado. LO MEJOR: - Timothée Chalamet tiene un brillante futuro. - Todos queremos a Michael Stuhlbarg de papá, ¿no? - Vieron que no es necesario abusar de los ochenta para contar una buena historia. LO PEOR: - La edad de Hammer molesta, muchachos. - El ritmo de Guadagnino no es para todos.
Luca Guadagnino dirige esta película escrita ni más ni menos que por James Ivory, adaptación de la novela de André Aciman. Protagonizada por Timothée Chalamet y Armie Hammer, “Llámame por tu nombre” es la historia de un amor de verano que además es, como si no fuera suficiente ese calor, el primero de esos amores. En el norte de Italia un verano de 1983, Elio espera que esa estación se termine entre algunas salidas con su novia de verano (Esther Garrel), interminable cantidad de libros, y zambullidas a la pileta. Como todos los años, en medio de una familia de eruditos, su padre arqueólogo (interpretado por un brillante Michael Stuhlbarg) contrata a un asistente durante el verano. Este año quien llega es Oliver. Elio y Oliver no parecen llevarse bien desde el primer minuto pero en realidad es una especie de inocente histerequeo lo que se va dando entre ellos hasta que Elio, sin dudarlo, descubre lo que le sucede realmente. Es un adolescente, hace calor, y sus hormonas estallan. Nadie mejor que él para saber las cosas que convulsan en su interior. Entre ellos se va generando, de a poco, de manera sutil pero siempre muy genuina y creíble, una relación emocional. Una complicidad que prescindirá de muchas palabras. Juntos desprenden mucha dulzura y calidez, aun en las escenas sexuales (escenas nunca explícitas y de mucha delicadeza), aun en la famosa escena del durazno. A Guadagnino ya le tocó retratar el despertar sexual en “Melissa P.” o la sexualidad que aflora durante un caluroso verano en la remake de “La piscina”. No obstante, es acá donde encontramos la mayor muestra de madurez como realizador. Retratando esta parte de italiana con su temperatura pero también la belleza de algo efímero, no destinado a durar. Y además utilizando a la escultura o la presencia constante de frutas como ideas para reforzar la sensualidad. Aparte del guión, las actuaciones ayudan a darle dimensión a estos personajes y así lograr química, una buena conexión entre ellos. No sólo entre Oliver y Elio (quienes juntos logran a veces con muy poco, apenas un roce, un gesto o un abrazo antes de ni siquiera tener sexo), sino entre los personajes que los rodean, especialmente con los padres de Elio, especialmente con su padre. Un padre que todos quisiéramos tener, y con un Stuhlbarg protagonizando una de las mejores escenas de la película. Hammer y Chalamet son la dupla ideal para retratar este amor tan intenso como todo amor de verano y tan perdurable como todo primer amor. Y es ese plano final, ese terrible en el mejor de los sentidos, plano final que tiene a lo mejor de Chalamet frente a cámara, provocando mil emociones, revolucionando cada fibra de nuestro ser. Un actor al que sin dudas vamos a ver mucho (se lo podrá ver pronto en “Lady Bird” y un poco después en lo próximo de Woody Allen), y al que vamos a querer seguir viendo mucho. Hermosa y sensual, “Llámame por tu nombre” no es más que una bella e intensa historia de un primer amor, un amor adolescente que además tiene la mala fortuna de ser un amor de verano (¿y cuánto dura un amor de verano? Adivinaron). Es nada más que eso y al mismo tiempo es todo lo que queríamos de eso: una historia contada de manera delicada y sutil, sin clichés ni lugares comunes. La pareja que conforman Elio y Oliver es una de las más dulces y tiernas que se ha visto últimamente, y eso es en gran parte porque detrás están Chalamet y Hammer entregando lo mejor de sí y en sintonía entre ellos.
Call Me By Your Name, adaptación de la homónima novela de André Aciman, con guión de James Ivory (The Remains of the Day) y dirección de Luca Guadagnino (A Bigger Splash), se postula como una de las competidoras en la nueva edición de los Oscar. Quizás sea por la mixtura de los países involucrados en su producción -Italia, Francia, Estados Unidos- que la obra se aleja de cualquier otra de la industria, con una contemplación y pasividad inusuales en estos tiempos, para narrar la relación entre un adolescente y un joven adulto, el amor y el descubrimiento de la sexualidad.
Un romance atípico, con la fina sensibilidad de Ivory A los 88 años James Ivory, el exquisito autor de "Un amor en Florencia", "Maurice" y otras delicadezas de íntima emoción, se retrae esta vez al solo (pero nada menor) trabajo de adaptar una novela de otro exquisito, el sefardí André Aciman, hacer el guión, reservarse la producción, y elegir un director de confianza. Para el caso, el refinado Luca Guadagnino, de quien acá vimos "Io sono l'amore" ("El amante"), un melodrama de gran peso formal y aire viscontiano con Tilda Swinton. En "Llámame..." también tienen gran peso las formas, pero el aire es liviano, y todo es disfrutable. La historia sucede años atrás en una "villa" italiana donde pasa sus vacaciones un adolescente privilegiado, hijo de un profesor de historia del arte y una traductora amante de la poesía. Cuando llega el nuevo asistente del padre, un tipo joven, bien parecido, el adolescente se deslumbra. Entre ambos hay un acercamiento. La homosexualidad está presente, pero sublimada. Ya lo dijimos, Ivory es un exquisito de los de antes. Con él se lucen parejamente Guadagnino, la directora de arte, el director de fotografía, el joven Timothée Chalamet, su objeto de deseo Armie Hammer, y el padre, Michael Stuhlbarg. La comprensiva charla con el hijo es antológica.
Por obvio que pueda sonar, la originalidad no radica tanto en contar una historia que nunca se contó, sino en tomar lo que ya existe y buscarle una nueva vuelta. Llámame por tu Nombre no sólo lleva esto a cabo, sino que le encuentra una inusual universalidad. Amor de Verano Es 1983 y Elio pasa el verano con sus padres en el Norte de Italia. Un día, al llegar Oliver, un joven que se desempeña como asistente de su padre, se empieza a producir una lenta pero segura atracción entre ambos. El guion de Llamame por tu Nombre es clásico, con un conflicto tan claro y definido como lo es el del romance, pero la diferencia recae en las sutilezas de las que se vale su guionista, James Ivory, para desarrollar a los personajes y arrojarle obstáculos que requieren de un ojo muy afilado de parte del espectador para reconocerlos. Estamos hablando de la utilización de sendas metáforas visuales, códigos internos y resignificación de los objetos. Es necesario señalar que tiene una primera mitad a la que le cuesta arrancar, pero entrada la segunda es cuando los conflictos se empiezan a presentar uno detrás de otro con el modo en que los personajes niegan sus sentimientos. La negación para Elio tiene la forma de una aventura sexual con una vecina, en el caso de Oliver es la resistencia de sus propios impulsos. Aquí la cuestión de la orientación sexual no es tanto un inconveniente externo para los personajes en cuanto a lo difícil que puede ser abrirse como tal ante el mundo (si lo es, es una presencia apenas advertida), sino que es fundamentalmente interno, de autoaceptación. De reconocer un amor cuando se lo ve. Es precisamente en ese punto donde Llámame por tu Nombre atina con lo que se propone. Lo que se busca aquí es ilustrar un punto que trasciende cualquier orientación sexual: que esos amores (los cuales a lo mejor no duran más que una temporada) hacen su incursión simplemente para ilustrarnos cómo es tal sentimiento, para que lo reconozcamos más adelante cuando llegue ese alguien especial que sí se va a quedar. Y si no llega por lo menos podremos decir que lo hemos experimentado. Intenta expresar que no es una cuestión de buscar, sino de que te encuentre, y que cuando ocurra te permitas sentirlo lo que tenga que durar: sea la eternidad o apenas un momento. En materia técnica, la dirección de Luca Guadagnino es de una precisa sencillez en la puesta en escena, la contemplación absoluta (casi teatral) de todas las acciones de los personajes es prioridad, optando no pocas veces por resolver escenas en un solo plano. Aunque debe destacarse que su propuesta lumínica le suma puntos a la hora de retratar los paisajes italianos, no lo ayuda mucho en las escenas nocturnas y/o oscuras. En el apartado actoral tenemos actuaciones arriesgadas, comprometidas y frescas de parte de Timothee Chalamet y Armie Hammer. Michael Stuhlbarg, interpretando al padre de Elio, entrega una composición prolija que alcanza ribetes conmovedores en el último tramo de la película. Conclusión Aunque a su primera mitad le cueste arrancar, Llámame por tu Nombre llega a buen puerto gracias a una enorme sutileza a la hora de utilizar las herramientas de la narración, y a la cristalina claridad del tema que desea abarcar. Un amor de verano breve e intenso, visto y experimentado mil veces, pero ilustrado de forma diferente y con una fortaleza única para conmover.
Luca Guadagnino ofrece en Llámame por tu nombre una delicada y sensible historia de amor que no hace bandería sobre el género de sus partícipes (dos hombres) sino que apuesta por los sentimientos aunque duelan. Basado en la novela homónima de André Aciman y con un guion del “especialista” James Ivory (Maurice, Un amor en Florencia, Lo que queda del día), el director italiano fusiona el clasicismo con la modernidad en Llámame por tu nombre (título que no deja de resonarnos a “el amor que no osa decir su nombre”, aquella frase de Oscar Wilde, para, de alguna forma, subvertirla). Elio (un increíble Timothée Chalamet. Toda una revelación. Si no se es capaz de relevar los matices de su actuación, ahí está el plano final para demostrarlo), tiene 17 años y una familia liberal, judía y apasionada por la cultura que ha sabido inculcarle ese amor. Sabe de todo, salvo “lo más importante”, según sus propias palabras, cuando puede “hablar”, por primera vez, sobre lo que siente -monumento histórico central de la plaza pueblerina mediante-, con Oliver (un inspirado Armie Hammer). El joven estadounidense es un invitado de su padre quien oficia de supervisor de su tesis de doctorado y, en ese verano de 1983, su presencia acelera el despertar sexual de Elio. Pero también la confianza en sí mismo y sus capacidades. Con semejante familia, difícil no sentirse empujado siempre a más, aunque jamás lo fuercen a ello, la exigencia es personal y se siente ese peso en el protagonista, pero sin cargar las tintas. Porque esos progenitores (Amira Casar y, especialmente un maravilloso, Michael Stuhlbarg) lo animan y lo acompañan (la nada casual lectura materna de un relato francés) y hasta son capaces de admitir, con una grandeza encomiable, (en un monólogo estremecedor) su vida simple y común para que el adolescente dimensione y ponga en perspectiva lo grandioso y excepcional de lo vivido, pase lo que pase. Lentamente vamos descubriendo con el protagonista (el film sigue su punto de vista) su deseo. La sorpresa y el miedo ante lo nuevo (aquí aumentado por lo diferente), la angustia, el riesgo de hablar, la concreción amatoria, el placer, el amor y los celos se vuelven un remolino de sensaciones que Elio vivirá ante nuestros ojos captados por una cámara sutil y amable que no se regodea en dramas, que apela al humor y no busca apetecer el morbo pero tampoco se cuida de mostrar escenas sexuales y cuerpos desnudos. El desarrollo de la narración fluye, con un tiempo preciso y precioso, entre paseos en bicicleta, libros, charlas, roces, enojos, conciertos privados, estanques secretos y el recostarse en la hierba de cara al sol, pasando del desconcierto, al histeriqueo para llegar al clímax amoroso. Las cosas se dan orgánicamente en esa casa de la campiña en el norte italiano -y hasta se permiten los apuntes políticos sobre la democracia, Benito Craxi y el mísmisimo Duce- a partir de escenas y planos que se cortan cuando aún no han terminado y que el montaje evidencia. Y donde la música y las canciones construyen una época sin que suene a venta de banda de sonido. Las estatuas recuperadas del fondo del mar con su erotismo latente aceleran las pasiones tanto como el baile de Oliver en la discoteca del pueblo que empuja a Elio a soltarse también. Es un “encuentro” el que vemos aflorar ante nuestros ojos de espectadores. Un encuentro especial que se da en contadas oportunidades. Los vínculos, las relaciones, los cruces con otros, hasta el intercambio sexual es moneda corriente en la vida de todos los seres humanos. Lo diferencial es el amor. Podemos pasar por la vida sin haberlo experimentado. Eso es lo que atrapa en Llámame por tu nombre. Que se haya podido mostrar un amor que se siente real (esos abrazos primeros, esa desesperación por ser del Otro y que el Otro sea de uno que, tan bien, actúan los protagonistas) y que nos compromete. Aunque más no sea en la envidia de ver que es posible.
Una película más italiana que estadounidense nominada al Oscar y gran candidata. Un film que la crítica y el público suben a un pedestal. Otra película que para mí la inflaron demasiado. Es una historia sobre el despertar sexual, el primer amor, lo prohibido, el qué dirán. Pero no toca tantas de estas cosas que desarrolla ninguna en su plenitud. La primera hora es muy lenta, demasiados detalles innecesarios. Un largo de 130 minutos tiene el film, a mi entender le sobraron 30 o un par más. Tanto Timothée Chalamet como Armie Hammer realizan una gran actuación, siendo esto lo que sostiene este eterno film. El primero se destaca más, en varias escenas podemos sentir lo que siente, logra meternos en su piel, sobre todo en la escena de los créditos finales. El padre y la madre también hace una buena actuación, acompañando. Tiene una interesante banda sonora que atrae y ayuda a mantenerse atento a lo que sucede en este film. La fotografía es hermosa, bellos paisajes italianos que dan ganas de viajar mañana mismo a conocerlos. Como dije anteriormente el film intenta demostrar muchas cosas, sentimientos de este adolescente de 17 años quién conoce el amor, el sexo, el engaño, la tristeza, el despecho, el des amor, la desdicha, el cuerpo femenino, el cuerpo masculino, el romper de su corazón todo eso en tan sólo 6 semanas. Hubiera sido interesante desarrollar un par de estos sentimientos o rasgos de su edad. No leí la novela original como para criticar la adaptación hecha, pero supongo que la novela debe ser larga y debe desarrollar más en detalle estos sentimientos. Le sube un punto a la nota que le pongo la escena casi final, la charla con el padre donde nos damos cuenta de varias cosas y donde vemos que aunque la peli esté ambientada en los 80 el padre entiende por todo lo que pasa su hijo, incluso le dice que él nunca tuvo lo que Elio sí. Mi recomendación: Para ver en casa una de las películas nominadas al Oscar. Mi puntuación: 6/10
Luca Guadagnino logró con Llamame por tu nombre uno de los mejores aciertos de su carrera, seducir a Sony para que la coproduzca y empiecen a llover nominaciones para distintos premios (Oscars incluidos, desde ya). Lo curioso es que su premisa promete mucho más de lo que su desarrollo ofrece. El preciosismo con el que está rodada, adornada en un entorno bellísimo (¿qué rincón de Italia no lo es?) con tintes de bohemia y cultura proponen un presunto buen gusto propio de una clase intelectual anclada en los ochenta con muy poco que contar. Timothée Chalamet protagoniza un film de espíritu hueco representado en tardes de verano compartidas con personajes anodinos que leen bajo la sombra de un árbol, tocan el piano, respiran música, se regodean en el arte, se refrescan en lagos hermosos y descubren su sexualidad sin mayores conflictos ni restricciones. Todo bajo un halo mortecino exento de interés para con el público, salvo la corrección técnica impecable e hipnótica con la que está filmada. Pese a las buenas interpretaciones de sus actores (destacando el ya mencionado Chalamet), el guión no pasa de ser un retrato de gente aburrida carente de calidez y gracia que por momentos hasta parece inverosímil. Se trata de una historia sobre el primer amor y el despertar sexual de un adolescente sin demasiado tratamiento, enmarcado en las más hermosas postales italianas campestres.
VERANO DEL 83. Durante un verano en el norte de Italia, el joven Elio (Timothée Chalament) veranea junto a sus padres (Michael Stuhlbarg y Amira Casar) en un tranquilo pueblo de la costa. Con sus diecisiete años, Elio se dedica a la música, a leer, a pasar el tiempo con su amiga Marzia (Esther Garrel) y a observar el mundo que lo rodea. En un ambiente bello y culto, lleno de libertad, él va descubriéndose a sí mismo. El tranquilo y relajado ambiente se ver alterado cuando el nuevo ayudante de su padre, Oliver (Armie Hammer), llega a la villa. El investigador norteamericano prepara su doctora y cautiva a todos desde que llega, desafiando incluso al propio padre de Elio en sus conocimientos. En ese ambiente casi ideal, donde las ideas crecen, donde el arte es valorado, donde cada comida tiene su tiempo y su ritmo, Elio descubrirá por Oliver un enamoramiento que tímidamente se abre en paso de una forma que en otro lugar o momento tal vez no hubiera podido crecer con la misma cadencia y tímida felicidad. Aunque la película está dirigida por Luca Guadagnino, toda la atención acerca de la autoría del film parece ir hacia su guionista, el veterano director norteamericano, realizador de Un amor en Florencia, La mansión Howard y Lo que queda del día, entre muchos otros films. Ivory ha construido en su obra esta clase de ambientes y personajes, adaptando junto a su equipo novelas clásicas de autores reconocidos. En este caso, su guión se basa en un libro de André Aciman, y aunque acá Ivory no tiene a sus colaboradores habituales, es bastante sencillo ver su estilo y sus temas a lo largo de la trama. No significa esto que sea un film de él, pero hay mucho de su obra en la película. Como toda película del género Coming-of-age, la historia se mueve entre la melancolía y la emoción y todo parece definitivo para el protagonista, aun cuando es obvio para el espectador que se trata de un proceso de iniciación. Pero como le dice el padre a Elio “cada vez tenemos menos para dar cuando comenzamos con alguien nuevo”. Aun con la comprensión absoluta de su familia, aun con un ambiente cálido y con todas las condiciones ideales, Elio no puede evitar sentir que todo se juega en ese verano y que algo ha cambiado para siempre. El director Luca Guadagnino ha tenido la gentileza de darle a James Ivory una obra de madurez de autoría compartida (algo que Ivory hizo en toda su carrera trabajando con Ismail Merchant y Ruth Prawer Jhabvala). Queda claro que la Italia de 1983 no es como la Inglaterra eduardiana de comienzos del siglo XX de la película de Ivory Maurice (1987). La familia de Elio lo protege y él vive en un mundo de ideas diferentes a la de los protagonistas del libro de E. M. Forster. Y aunque ese libro y esa película tenían una mirada optimista sobre el amor entre hombres, la sociedad que los rodeaba era diferente. No hay en Llamame por tu nombre un aprovechamiento de la corrección política, sino la confirmación de las ideas y sentimientos de un gran artista: James Ivory.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
Hace una semana que vengo haciendo garabatos sobre el papel, intento escribir sobre Call me by your name del director italiano Luca Guadagnino, pero tengo una especie de mariposa nostálgica en mi panza que no me permite pasar del título. Lloré mucho con su final y recién hoy, después de cinco días de su visionado mi corazón cinéfilo apaciguó su melancolía. Hoy me puedo sentar sin moquear como una pavota y escribir unas palabras sobre esta película que estimula todos los sentidos en el espectador, TODOS. James Ivory (Amaras a un extraño, Maurice, La mansión Haward) adaptó para cine la novela homónima y autorreferencial de André Aciman y le pone su sobre dosis de romanticismo, el guionista – también director pero no de esta- es especialista en tocar el nervio indicado para que las historias se vuelvan absolutamente cinematográficas, además es tan genial que derriva todos los prejuicios de la sociedad. No olvidemos que Ivory es un señor mayor y ya en los años ochenta se permitía mostrar un trio amoroso (mujer y hombre enamordos de una misma mujer) en Las bastonianas. Ivory es maravilloso y se tiene que ganar el Oscar a mejor guion adaptado, su screenplay de un novelón, es filmado de forma perfecta y sin ninguna fisura por Luca Guadagnino (A Bigger Splash, El amante) quien pone la cámara en un pueblo cerca de Verona (Lago Garda) en Italia y no sólo nos da un paseo fantástico por unos de los mejores parajes del mundo, sino que nos lleva a una década perfecta como es la de los ochenta – tengo ganas de llorar-.Elio (Thimothée Chalamet) es un joven de 17 años que vive con su papá americano y su madre francesa en la campiña Italiana, tienen buen poder adquisitivo (hijo de intelectuales) y pasa sus noches de verano rodeado de vecinos y amigos, la monotonía de ese verano del 83 se ve alterado por la visita de Olvier (Armie Hammer) un amigo del padre. La admiración por ese adulto, y la complicidad entre ambos comienza a perfilar el histeriqueo hermoso del amor no consumado. Elio devora a Olivier con la mirada, este baila apretado y “chapa” a una mujer al ritmo melancólico de Lady, Lady, Lady (sí el lentazo de flashdance, si habremos crecido escuchándola) y desde ese instante, Elio busca a Oliver y ese juego adolescente transforma a Call me by your name en un declaración abierta sobre la iniciación sexual. Las metáforas y las alusiones hacia la excitación y la calentura de la primera juventud son de una ternura hermosa -sí la escena del durazno es increíble-, Elio lo busca con palabras, con susurros. “No digas lo que está pensando” le dice Oliver dejándose llevar por la seducción, y las caminatas cortas que Guadagnino hace eternas y la canción Futile device de Surjan Stevens que los envuelve como esa brisa de verano. Y un beso tierno pero poderoso, nos otorga la evolución de un amor fugaz. Acaso quién no amo alguna vez de esa manera caprichosa?. Thimothée Chalamet hace un trabajo que merece, de acá a la luna ida y vuelta, el Oscar (de hecho lo declaro abiertamente mi favorito), el pibe logra entonarnos con su búsqueda eterna por este señor mayor – me tomo la licencia para decir que Armmie Hammer es uno de los hombres más lindos de Hollywood- y logra escenas memorables, incluida la escena final que te deja temblando como un flancito. Call me by your name es una historia inmensa además promediando el final suena en la película uno de mis temas favoritos ochentoso: Love my Way de Phicoldelic Furs. La voy a ver una y mil veces seguramente, la repetiré tanto hasta el cansancio, porque Call me by your name es una historia de amor que hay que vivir.
Una perfecta forma de educar a los padres retrógrados que creen que el amor es únicamente heterosexual. Y ayuda a que el espectador pueda ver con los ojos de los padres del protagonista, dando cuenta de que lo importante es lo que hace felíz a cada uno. Call Me By Your Name es la nueva película de Luca Guadagnino. Con guion escrito por James Ivory y basado en la novela de André Aciman. En ella retractan un verano en la vida de Elio (Timothée Chalamet) donde conoce a Oliver, (Armie Hammer) un estudiante/asistente hospedado por su padre. A partir de allí se desencadena una hermosa historia de amor entre dos hombres en la Italia de 1983. La película es un drama romántico con 132 minutos de duración. El director se concentra en sus dos personajes principales, dejando de lado (circunstancialmente) a la familia de Elio, como también a los amigos/as. De esta forma crea un ambiente donde uno depende del otro -sea quien sea-, y se siente tanto con euforia cuando están juntos como la desazón cuando se distancian. Es interesante este dúo, ya que Elio tiene tan solo 17 años y ninguna experiencia sexual previa. En cambio Oliver pareciera ser un hombre, con varias prácticas en su haber. De forma que comienza manejando el coqueteo desde un lugar privilegiado. El director así lo demuestra filmando con planos contra-picados, haciéndolo ver más grande de lo que en realidad es. Lejos de poner en foco una relación homosexual cliche, la historia se concentra en demostrar un amor innegable a los ojos, en el cual los límites se los pone cada uno para sí mismo. Y como toda narración de este tipo, el desamor y la separación es una carta imponente para el dramatismo. Una excelente actuación de Timothée Chalamet que deslumbra en cada minuto que aparece en pantalla, ayuda a conocer a Elio, y de esa forma saber exactamente lo que busca o anhela el personaje. Claro que esto se logra por un guion sólido que no deja nada al azar ni tirado de los pelos, todo fluye con naturalidad. La fotografía y dirección de arte acompañan de muy buena forma al relato. Desde comienzo a fin, pareciera ser 1983 “en algún lugar de Italia” como dice la pantalla al inicio del film. Dos padres con mentes abiertas, ayudan a Elio a poder vivir plenamente, libre de prejuicios. Lo cual sería lo ideal para cada persona respecto a sus gustos sexuales. Esta historia es una perfecta forma de educar a los padres retrógrados que creen que el amor es únicamente heterosexual. Y ayuda a que el espectador pueda ver con los ojos de los padres del protagonista, dando cuenta de que lo importante es lo que hace felíz a cada uno. Es para celebrar que una película con este contenido haya sido nominada en los Oscars 2018, para que se difunda y aprecie. Llámame por tu nombre tuvo cuatro nominaciones: Mejor película, Mejor guion adaptado, Mejor actor (Timothée Chalamet) y Mejor canción original (Mystery of love, interpretada por Sufjan Stevens).
Oda al amor efímero La mayor ambición del cine es la eternidad. Atrapando fragmentos de tiempo, anhelamos capturar nuestras impresiones del mundo para poder evocarlas más allá de los límites de la memoria. No en vano, el agua en movimiento es un motivo visual recurrente en Llámame por tu nombre: siempre agua, siempre distinta; fluyendo para no estancarse, repitiéndose de forma interminable. Es en ese encuentro misterioso entre la permanencia y el cambio que se encuentran esos amores breves que nos acompañan toda la vida. “Blessed be the mystery of love” (bendito sea el misterio del amor), canta Sufjan Stevens en uno de los temas de la banda de sonido. Es este misterio inabarcable el que la película aborda con impresionista sensualidad. Situada en 1983, la película nos presenta a Elio, un joven de diecisiete años que pasa un bucólico verano en un casa de campo ubicada en el norte de Italia con sus padres. La temporada se hace larga y, entre lecturas musicales y literarias, Elio esquiva el aburrimiento. La aparición de Oliver (Armie Hammer), un atractivo pasante norteamericano que viene a colaborar en las investigaciones arqueológicas de su padre, cambiará el curso de las cosas. La actitud petulante e impertinente del invitado no tarda en despertar la antipatía de Elio. Pero debajo de esta actitud se esconde un interés que dará pie a un idilio estival envuelto en música disco, cielos azules e interminables recorridos en bicicleta bajo el sol de un verano que transcurre a paso lento, pero imposible de detener. Película hipster y tan burguesa como sus personajes (los sirvientes de la casa no cumplen prácticamente ninguna función en la trama, reducidos a una mínima interacción con las protagonistas), Llámame por tu nombre muestra la misma confianza en su relato que la que exhibe el personaje de Armie Hammer a la hora de seducir al joven Elio. A sabiendas de que la narración podría resultar banal y anecdótica si la puesta en escena resultara poco subyugante, Luca Guadagnino le da un lugar privilegiado a la experiencia sensorial: Llámame por tu nombre es una de esas películas que, a través de lo visual y lo sonoro, apelan al olfato, al tacto y al gusto. Es así como todo su universo cobra vida. No ocupa un lugar menor en la efectividad de la película la contundencia de sus interpretaciones. Timothée Chalamet encarna a Elio con tanta facilidad que su inmensa tarea casi pasa desapercibida: la asimilación a su personaje es completa. Pero lo más feliz del asunto resulta que, luego de que Hollywood intentara infructuosamente establecerlo como figura masculina de primera línea, Armie Hammer encuentra aquí un espacio para su lucimiento. En una película que retrata todos los cuerpos que la habitan con el mismo afán de belleza que Praxíteles consiguiera con sus esculturas, el intérprete norteamericano ofrece toda su fotogenia y convicción. La comparación con las obras del artista griego no es gratuita: la escultura, que comparte con el cine la posbilidad de eternizar el cuerpo, es un elemento presente en varias escenas. Oliver resulta ser un personaje complejo y ambiguo: más de lo que parece en una primera instancia, y más de lo que la película pretende. Llaman la atención algunas actitudes del personaje en las que exhibe un exceso de fuerza física y una actitud avasallante en el trato hacia Elio, que responden a un concepto de la seducción y el romance que, actualmente, resulta problemático. Eventualmente, la película desarma al personaje de Hammer y lo convierte en un hombre mucho menos decidido que aquel en que se está convirtiendo Elio, que encuentra en ese amor el autodescubrimiento. No sería justo dejar de mencionar, en relación con este arco de transformación, el memorable monólogo que pronuncia el personaje de Michael Stuhlbarg. La película entera se contiene en esta escena, una apasionada exaltación a aprovechar el tiempo presente a pesar del dolor que nos pueda suponer. A diferencia de las estatuas, inmovilizadas en su belleza, el tiempo de los hombres es limitado, condicionado por la muerte y el olvido. Por suerte, para vencer al tiempo tenemos al cine, en el que Guadagnino talla este fresco de impresiones y recuerdos: para mantener con vida ese primer amor que, como el agua del río, se nos escapa para permanecer.
Un amor de verano Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name) es la nueva película de Luca Guadagnino (Io sono l´amore), con guion de James Ivory basado en la novela homónima de André Aciman. Es una de las películas favoritas en estas temporadas de premios (le voló la peluca a todo el mundo el año pasado en la Berlinale y cosechó varias nominaciones) pero la verdad, a nosotros no nos terminó de convencer. Elio (Timothée Chalamet) es un adolescente de 17 años que pasa sus días estudiando música o leyendo en un pequeña villa italiana de paisajes paradisíacos. Su padre (Michael Stuhlbarg), un arqueólogo, recibe a Oliver (Armie Hammer), un estudiante de posgrado estadounidense, quien pasará el verano con ellos con el fin de documentarse para labores académicas. Esta llegada despierta algo en la pacifica vida de Elio: empieza a sentirse seducido por este extranjero, culto y atlético joven, que atrae las miradas de todos en el pueblo, aunque este, unos años mayor, de a ratos parezca despreciarlo o ignorarlo. Las acciones se desarrollan en planos largos, con pocos cortes, delegando todo el peso dramático en las actuaciones. La elección de poner a varios personajes en un mismo encuadre, y jugar con el foco, dejando incluso a veces borroso a quien está hablando, respalda la intención de transmitir un clima de confusión, de tensión, casi de promiscuidad que es lo que sostiene la primer mitad de la película. Sin lugar a dudas, los paisajes, algunos pintorescos y otros imponentes, dotan a la película de una identidad visual que la hace única y dotan al idilio de un marco paradisíaco, de ensueño. Posiblemente este elemento y “la escena del durazno” sean las dos cosas que más recordemos después de verla. Sobre la construcción de los personajes, Elio parece mucho más decidido y maduro que Oliver, a pesar que el contraste tanto en sus cuerpos como en su relación con el entorno sugiera a primera vista todo lo contrario. Por momentos incomoda la posibilidad el vínculo devenga en una relación tóxica por algunos “histeriqueos” de Oliver. El hecho que Elio parezca menor a 17, y Oliver mayor a los 24 que se supone que tiene, podría generar hipótesis o lecturas relacionadas con la pedofilia, porque la diferencia de edad parece mucho más grande. En lo personal, creo que esta lectura se ve invalidada por ser Elio quien presenta mayor madurez emocional de los dos. Aprovechando la línea temática que abre la arqueología, hay pequeñas menciones al mundo griego antiguo (donde sabemos que la homosexualidad y las relaciones entre tutores y discípulos eran frecuentes) pero es un esbozo muy sutil, sin gusto a nada, que no sabemos si es apenas una referencia dirigida al espectador que esté en tema o un punto que se dejó sin explorar. A pesar que esté ambientada en 1983, y que el entorno de Elio, enterado de la relación, lo apoye, la película se siente insulsa. A esta altura, por suerte, una historia de amor entre dos personas del mismo sexo no viene a romper ningún paradigma ni a ser novedosa solo por eso, sino que ya dejamos de fijarnos en el sexo de los protagonistas y nos centramos en lo que nos pueda generar el vínculo. Y la relación entre Elio y Oliver pasa sin pena ni gloria, como un primer amor frustrado. *Crítica de Ayelén Turzi
En principio, y por sobre todo tipo de suspicacias, este filme con cuatro nominaciones a los premios “Oscar” se presenta mínimamente como oportunista, posiblemente la novela original también lo sea. Esto no va en desmedro de la traslación al lenguaje cinematográfico realizado por James Ivory, un director que tuvo la sensibilidad necesaria con elementos narrativos inherentes al cine en realizaciones como “Un amor en Florencia” (1985) y “Lo que queda del día” (1993), entre muchas otras. En este caso cumpliendo simultáneamente las funciones de productor, delegando la responsabilidad de la realización en Luca Guadagnino. Como dice Jean Claude Carriere, en su libro “La película que no se ve” (ediciones Paidos), ”cuando un filme esta bien realizado, el guión desaparece, todo se ve y se siente natural”…. En el caso que nos compete esto no resulta, todo se ve demasiado ficticio, desnaturalizado, forzado, no creíble, más que inverosímil. Esto no quita que la producción posea muy bellas imágenes, todas muy turísticas, pero en tanto relato el mismo se presenta exageradamente pretencioso, para terminar siendo sólo una fabula homoerotica, ambientada en los albores de la década de 1980, dentro de la vida cotidiana de una familia burguesa e intelectual. Como si fuese toda una ruptura, algo novedoso, siendo en cambio algo ya visto y oído miles de veces, pero con carácter heterosexual, claro. Desde la presentación de los personajes, para los que se toma su tiempo, luego, en esa segunda parte de la primera hora, repite situaciones que nada agregan, ninguna información nueva o diferente de lo expuesto al principio. La estructura narrativa es demasiado lineal, progresiva, el problema es que el diseño de montaje por momentos desconcierta, cortes abruptos para ir a ningún lugar, o extensiones de planos que se siente intolerables. Lo que se rescata permanentemente es la banda de sonido. También la fotografía hace lo suyo para elevar el nivel medio de todo, una buena puesta en escena, con claras y marcadas diferencias en el uso del color y de la luz entre los interiores y exteriores. El problema es que la puesta en escena es utilizada para detenerse en detalles que no aportan nada sustancial, con el mismo resultado de lentificar la narración. Pero la mayor trampa es que se trata de un producto presentado como de bajo costo, casi con intenciones de aparecer como cine independiente, al mismo tiempo que rebelde, siendo en realidad su mayor logro verificar lo bien que funciono la labor de mercantilización de la producción. La historia se centra en Elio Perlman (Timothée Chalamet), quien tiene sólo 17 años y su vida no tiene sobresaltos. Estamos en el cálido y soleado verano de 1983 en la casa de campo de sus padres, en el norte de Italia. Se pasa el tiempo vagando, escuchando música, leyendo libros y nadando, hasta que un día llega el nuevo ayudante americano de su padre, Oliver (Armie Hammer), es atrayente, pero la primera coincidencia que el joven descubre es que ambos tienen raíces judías; sólo que uno lo muestra el otro lo oculta. Oliver es un hombre joven, se sabe seductor, es muy seguro de si mismo. La diferencia con Elio que se esta descubriendo. Al principio éste se muestra frío, poniendo distancia con el ayudante de su padre, pero pronto ambos entablan una relación nada inocente, deciden salir juntos de excursión y, conforme el verano avanza, la atracción mutua de la pareja se hace más intensa, pero haciendo foco en el más joven de los dos. La misma intenta ser una radiografía de un joven de 17 años, hijo de una familia privilegiada, ambos profesionales exitosos. Para ellos empieza a enumerar temáticas que luego no desarrollará de manera necesaria, menos eficiente, tales como el despertar sexual, el primer amor, lo deseado y lo prohibido, la tolerancia, la fascinación, los tópicos de la época, la sensualidad, la represión, hasta se mete en temas como el goce. Esto ultimo, como dato para prestar atención, en una escena sobre el final de la narración, de las más valoradas por todos, que po mir parte es para alquilar balcones, no ocuparlos. No es un filme molesto, ni produce enfado, no llega a aburrir, ni es provocador, en realidad no produce nada. Intenta contar una historia supuestamente universal individualizándola, pero sólo ella misma se considera en que lo forja. Lo peor es que no es ni bueno ni malo, no deja de ser uno más dentro de la mediocridad general, sino hubiese tenido que hacer esta crítica, creo que ya no la recordaría.
LAS PUERTAS DEL DESEO Quien diga que la vio venir, miente, porque nadie podía pronosticar que lo último de Luca Guadagnino (The Protagonists, I Am Love, A Bigger Splash) se convertiría en un clásico instantáneo. Extraordinaria, fuera de serie, una trompada asestada con la intensidad y el timing preciso, Call Me By Your Name ya es una de las mejores cintas que entregó el nuevo siglo. En una villa italiana de la zona de Liguria, durante un verano de principios de los ochenta (1983 en la novela de André Aciman en la que se basa) Elio (Timothée Chalamet), de 17 años, conoce a Oliver (Armie Hammer), un estudiante norteamericano mayor que él y “becario” del padre de Elio (Michael Stuhlbarg), profesor especializado en cultura grecorromana. Si hablamos de los griegos, de quienes aprendimos que al amor se lo puede nombrar de muchas maneras, viene bien decir que habrá aquí un erastés (un amante) y un erómenos (un amado). El primero, por su condición, no sabe lo que le falta, pero algo le falta; el segundo no sabe lo que tiene, porque lo tiene escondido, incluso para sí mismo. El punto es que se encuentran y ese encuentro genera efectos. La casona familiar, en la que prima un ambiente intelectual y bastante liberal para la época, oficiará de paraíso donde empezará a circular de manera creciente el deseo entre ambos. No es fácil filmar esa energía invisible, y la demora necesaria para que esta se despliegue, pero el guión del veterano James Ivory (de 89 años, quien originalmente iba a codirigir) le infunde a sus personajes un respeto pocas veces visto y la cámara de Guadagnino dota al relato de una sensualidad insólita. La cuarta película del director nacido en Palermo desnuda la verdadera naturaleza de esa fuerza continua e indestructible, que causa a ambos personajes y los empuja a vivir incluso, y sobre todo, a pesar de ellos mismos. Call Me By Your Name es el registro de la existencia del Paraíso y también el de su nostalgia Sin ánimos de revelar lo que acontece hay que decir que cerca del final, este coming of age clásico y sensorial, al que cualquier premio le queda chico, hay una escena entre Elio y su padre que contiene uno de los mejores diálogos padre-hijo en la historia del cine. Citaremos esa escena por el resto de nuestras vidas.
El arco que describen la mayoría de las historias de amor desde la primera mirada de deseo hasta la dolorosa extinción quizás tenga menos variaciones de las que una podría imaginarse, y por lo tanto mostrarlo una vez más y revestirlo de una intensidad especial –o, sobre todo, hacer que tenga la relevancia de un verdadero descubrimiento– es más difícil de lo que parece. Por eso uno de los mayores méritos de Call me by your name, la película de Luca Guadagnino basada en un guión de James Ivory (basado, a su vez, en la novela homónima de André Aciman), es trabajar con lo absolutamente previsible y al mismo tiempo filmarlo como un acontecimiento trascendental, capaz de revolver en lxs espectadorxs cada amor, cada dolor, no en el sentido que les hayamos dado una vez que terminó la historia sino en las impresiones vívidas que marcaron cada una de sus etapas. Que los protagonistas de ese amor sean dos chicos, un adolescente que vive en Italia llamado Elio (Timothée Chalamet) y un universitario estadounidense, Oliver (Armie Hammer), hermosos como dioses griegos, no hace necesariamente que esta historia sea la de un amor gay pero sí la carga de una intensidad extra: la del secreto, o de esa atracción fulminante que tiene lugar en el verano de 1983 mientras todos están pensando que Elio y Oliver se bañan juntos o pasean en bicicleta como dos amigos. De más está decir que, para retratar un momento paradisíaco, Guadagnino filmó el paraíso. Ese norte de Italia soleado y rebosante de vida, la casa enorme pero no lujosa de los padres de Elio, el ambiente intelectual en el que todos están inmersos, los cuerpos elásticos y esculturales de los jóvenes que en algún momento se comparan con estatuas helénicas, los durazneros cargados de fruta en el jardín: hay una plenitud en todo lo que rodea a Oliver y Elio, una saturación tan alta de belleza y de placer que parece como si la naturaleza, el arte mismo, el país, se hubieran conjugado para ofrecer a manos llenas el mejor escenario posible para el amor que deberá nacer. Ese mundo luminoso produce un efecto hipnótico a lo largo de las más de dos horas que se toma Guadagnino para recorrer el espectro del deseo, pero también y sabiamente, esconde cierto peligro en ese exceso. Porque desde el principio la película, que sigue paso a paso la relación entre los chicos desde la llegada de Oliver hasta su partida –y un poco del invierno que viene después–, hace foco en la manera en que el visitante devora un huevo pasado por agua durante el desayuno o se toma en dos tragos un vaso de jugo de duraznos; Elio todavía es demasiado joven y mira todo sin saber lo que está viendo, pero esa sensualidad, esa potencia devoradora de Oliver es algo que en su momento lo va a llenar de angustia. También es interesante en este punto la búsqueda de Elio entre cuerpos distintos, primero con una amiga, Marzia (Esther Garrel), con la que practica algo así como la mímica del enamoramiento -el sexo después de la fiesta, los besos en un callejón- y después con Oliver; la pobreza de una experiencia frente a la sublimidad de la otra hacen que en la película aparezca una verdad del amor tan poco frecuentada como es su costado intolerable, esa contradicción por la cual la intensidad de una pasión debe apagarse como se apagan esas estrellas que forman agujeros negros. Y por más que Call me by your name se trate de un amor de verano y de juventud, las líneas se amplían: es el padre de Elio, progre hasta lo milagroso, casi como un dios compasivo –como ese dios que nos atreveríamos a imaginar sabiendo que no existe–, el que recoge la experiencia del hijo y la pone en perspectiva, como si la película fuera una fábula en la que no se puede aprender del amor sin aprender también a llorar frente al calor de ese fuego.
El escenario es un refugio maravilloso donde el tiempo parece suspendido. Elio es un adolescente que se deja llevar por la languidez del verano y la dulzura de una vida sin dificultades materiales. Apenas comenzadas sus vacaciones en una hermosa villa en el norte de Italia, su padre recibe a un joven profesor de filosofía llegado de Estados Unidos que viene a instalarse en la gran casa familiar. El espíritu refinado y la ligera arrogancia de Elio, que navega con facilidad entre las culturas italiana, francesa y americana, se ven perturbados por la presencia distendida de Oliver. Entre justas verbales, tanteos y pequeñas provocaciones, la película prepara lentamente el terreno para la eclosión del deseo y del amor. El director se rehúsa a hacer de la melancolía adolescente o incluso del descubrimiento de su sexualidad un motivo central alrededor del cual giren los acontecimientos. La singularidad de la película se nutre de una sensualidad desinhibida y feliz. Llámame por tu nombre se confunde con el fabuloso paisaje de la campiña italiana, con una indolencia que irradia belleza pura de forma natural. A imagen del padre de Elio, que está presente de un modo discreto, el director nos hace cómplices de los juegos de seducción, de los deseos y del nacimiento de la historia, con una ligera distancia. Guadagnino encuentra el tiempo necesario para construir una relación más emocional que intelectual, partiendo del retrato de una familia cuyo confort es comparable con su riqueza espiritual. Una escena resume de un modo notable esta mezcla de cuerpo y espíritu: Oliver y Elio pasean por el pueblo, se detienen en un lugar y comienzan a hablar de historia caminando alrededor de una estatua. La cámara los sigue con un plano secuencia tan discreto como vertiginoso que expresa en un solo movimiento todo lo que se juega entre ellos. El director consigue en este momento un equilibrio sutil que nunca abandona la película, desde las intensas escenas eróticas hasta otras tan ligeras como los torpes pasos de baile de Oliver intentando seguir el ritmo de “Love my Way” de The Psychedelic Furs. Timothée Chalamet es una fabulosa revelación y Armie Hammer, su partenaire ideal. Ambos protagonizan una historia de amor única. Los seres más próximos reconocen la belleza mágica de la relación y tienden a protegerlos: los silencios de Amira Casar, una declaración de amor de Esther Garrel o el monólogo lúcido y reconfortante de Michael Stuhlbarg. Los fundidos elegantes, los matices musicales y la extraordinaria fotografía de Sayombhu Mukdeeprom (un habitual de Apichatpong Wwerasethakul) conforman un refinamiento formal que se confunde con la simplicidad como fuente de grandes emociones. El epílogo invernal ofrece un contrapunto de una dulzura absoluta, paradójicamente lírico y abiertamente melodramático. Un pequeño milagro que nos deja la sensación de haber presenciado una burbuja temporal tan sólida como fugaz, capaz de evocar la melancolía de un momento sin subrayar su naturaleza efímera. La película termina y aflora el deseo de querer volver, pasar un poco más de tiempo con ellos, prolongar ese verano infinito.
El destino siempre nos tiene guardado una sorpresa para cada momento de nuestras vidas, algunas llegan de forma tan inesperada que llegan a cambiar el curso de la historia personal de cada uno, un ejemplo claro es el amor, aquel sentimiento que despierta dentro de uno sin que nos demos cuenta, la atracción que sentimos hacia otra persona es inevitable y se van dando momentos en donde ese vinculo que hace mas fuerte, pero, ¿Qué pasa cuando nos sentimos atraídos hacia una persona del mismo sexo?, estamos ante la quinta película del director Luca Guadagnino que con su cinta explora el amor homosexual en la Italia de a principios de los años 80. Elio en un adolescente que disfruta de la lectura y por sobre todo, de la música, como sucede en cada verano, su padre decide contratar a Oliver, un estudiante de postgrado a que lo ayudara en sus trabajos arqueológicos durante las próximas seis semanas, la relación entre Elio y Oliver al comienzo es muy distante, pero con el pasar de los días van formalizando una amistad que traspasara esa barrera hasta llegar al más profundo deseo sexual entre ambos. “Llámame por tu Nombre” es una película realmente cautivadora sin la necesidad de caer en los clichés clásicos de este género, Luca Guadagnino en cambio opta por meterse dentro de los personajes para conocerlos más a profundidad y ver como poco a poco van mostrando sus sentimientos amorosos, esto ocurre principalmente en Elio, personaje interpretado de manera excelente por Timothee Chalamet, cabe recordad que su actuación le valió una nominación a los Oscars de este año, el personaje de Elio es sin ninguna duda uno de los mejores de la cinta, por su parte Armie Hammer interpretando a Oliver, este joven que llega para despertar una atracción con el protagonista, cumple con su rol y ofrece uno de sus mejores papeles. El director no solo se queda con dos grandes actuaciones, sino que también da un paso adelante en ofrecernos hermosos paisajes durante gran parte de la película, cada escena al aire libre es un disfrute total para el espectador, las bellas locaciones de Italia terminan prácticamente convirtiéndose en un protagonista mas, lo estético y técnico también se deja ver de manera muy correcta. El guion corre a cargo del veterano James Ivory (The Remains of the Day), adaptando la novela escrita por André Aciman, Ivory logra conseguir un guion solido que en ningún momento decae. En definitiva, “Llámame por tu Nombre” es una película que conserva muy bien el espíritu de cine independiente en todos los sentidos, una película con grandes actuaciones y emotiva que sabe llegar al espectador.
Luca Guadagnino prepara lentamente la consumación de un amor que podría ser escandaloso; tal adjetivación está felizmente anulada de la trama, porque la moralidad poco tiene que ver en estas circunstancias. Lo que sí hay son instancias previas, indicios, tanteos. A diferencia de Oliver, Elio está en edad de probar; por lo pronto, hay una novia, y es magnífico observar que puede amarla. Este hecho apenas suscita un conflicto posterior, resuelto con la misma sagacidad que otros. Lo que pasará entre Elio y Oliver, además, es enteramente independiente. Sucede que la cualidad de ese encuentro amoroso es de otro orden, tal como un personaje definirá tardíamente la naturaleza de ese vínculo. Es por cierto una de las escenas más hermosas que ha dado el cine recientemente; un prodigio dramático donde resplandece la verdad de la ficción y una libertad sin condiciones.
Verano del 83 No es la gran favorita a los próximos Oscar (tiene cuatro nominaciones, incluyendo mejor película), pero "Llámame por tu nombre" va a ser sin dudas una de las películas del año. La historia con guión adaptado por el veterano James Ivory ("La mansión Howard", "Lo que queda del día") y con dirección del italiano Luca Guadagnino ("El amante") narra la iniciación sexual de un adolescente en el verano de 1983, durante unas vacaciones en Italia. Allí está Elio (Timothée Chalamet, justamente nominado al Oscar), un chico de 17 años fascinado por la música y los libros que convive con sus padres, dos intelectuales liberales. Todo transcurre en paz en ese ambiente idílico hasta que llega Oliver (Armie Hammer), un brillante estudiante universitario, para ayudar al padre de Elio en sus trabajos de archivo. Elio está coqueteando con su amiga Marzia, pero de a poco su mirada se centrará en Oliver, y la atracción será mutua. "Llámame por tu nombre" es una historia de amor a la vieja escuela, delicada y realista al mismo tiempo. Lo mejor de la película de Guadagnino es que el deseo y el romance entre los dos hombres fluye con naturalidad. Aquí el acento no está puesto en "lo gay" como algo excepcional (como sucede en "La vida de Adele", ese bodrio aplaudido por muchos), sino que "lo prohibido" y el miedo al rechazo social pasan a un segundo plano, son apenas una sombra a futuro en un presente urgente. Los actores son los grandes aliados del director para transmitir ese deseo que no se puede reprimir: la química entre Chalamet y Hammer es impresionante. También se llevan un aplauso los diálogos de Ivory: hay un monólogo del padre de Elio que uno quisiera guardar en los espacios más valiosos de la memoria.
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Crítica emitida por radio.
Llámame por tu nombre es la nueva cinta del realizador italiano Luca Guadagnino, quien anteriormente dirigió películas como El amante, y Cegados por el sol, remake del clásico de Jacques Deray La piscina, en el que se lucía Alain Delon. En esta ocasión, contó con la ayuda en el guión de James Ivory, director de clásicos como Lo que queda del día, tomando como base la novela de igual nombre de André Aciman. Para el 2018 Guadagnino tiene un nuevo proyecto; realizar otra reversión, en esta oportunidad el clásico de terror Suspiria, del maestro italiano Dario Argento. Tras ser una de las nueve elegidas como nominada a mejor película en la próxima entrega de los Premios Oscar, la cinta cobró un notable mayor interés. En Llámame por tu nombre, la historia nos ubica en el verano de 1983, en un apacible y relajante, aunque caluroso pueblo en el norte de Italia, donde vive Elio (Timothée Chalamet), un joven de 17 años, amante de la lectura y muy apegado a la música, con dotes innatos para la ejecución del piano, y de fuertes conocimientos culturales generales. Sus padres (Amira Casar, Michael Stuhlbarg) no difieren de ese ámbito. La llegada de Oliver (Armie Hammer), el nuevo ayudante del padre de Elio, quién pasará unas semanas junto a la familia, representará un cambio para el joven, quien mostrará un claro interés hacia el nuevo huésped, quien se presenta como un hombre agradable, correcto y educado. Pese a asumir un rol de acompañante, y acceder a recorrer aquel pueblo ameno italiano con el joven hijo de la familia como guía, en un principio Oliver se mostrará ciertamente distante, y hasta por momentos indiferente hacia Elio. Complementarán con el avance de las acciones, las apariciones de las jóvenes Marzia (Esther Garrel) y Chiara (Victoire Du Bois), quieres serán elementales en la construcción total del hilo narrativo, y la forma particular en que irán sucediendo los acontecimientos. Guadagnino en Llámame por tu nombre se toma su tiempo para cada cosa. Esto nos permite ir entrando de a poco en el relato, ambientándonos en la forma correspondiente. Los sucesos no se dan apresuradamente, y nada es del todo claro. Elio es joven y en algún sentido es inocente, Oliver por el contrario tiene una perspectiva de la situación bastante más clara, por eso quien, a la larga, determine que instancias deban suceder, cuales no, en que momento y hasta que punto, manipulando el contexto en la forma que crea más conveniente para ambos, sin pasar por alto la coyuntura que los atraviesa. También es palpable la aproximación temporal en la que historia transcurre, donde determinadas inclinaciones no estaban del todo bien vistas. La caracterización de los personajes es otro punto fuerte, sus rasgos son creíbles, su accionar hasta naturales. Vale también remarcar la disposición de algunos diálogos certeros, netamente oportunos y un trasfondo cultural nada despreciable; Luca Guadagnino aprovecha, y cuando se presenta la ocasión, nos presenta paisajes. esculturas, diversos detalles que hacen aún más ameno el visionario. Tal vez se sienta por momentos ciertos aires del cine de Rainer Werner Fassbinder, Pier Paolo Pasolini, Bernardo Bertolucci, El juego de las lágrimas, de Neil Jordan o Sunday Bloody Sunday, de John Schlesinger, pero tan solo pinceladas, La película esta delineada casi a la perfección, donde cada cosa está ubicada donde corresponde. El punto flojo, sin duda alguna, recae en lo referido a duración, donde se percibe un marcado exceso, claramente sobre la segunda mitad del metraje, donde la cinta se vuelve un poco reiterativa, extendiéndose un poco más de lo debido, dando alguna vuelta de más, en lugar de cerrar la historia en el momento adecuado. En cuanto a todo lo demás, Llámame por tu nombre es un film digno de verse.
Verano de 1983, en algún lugar del norte de Italia. Decir esto o el paraíso es más o menos lo mismo. Un profesor arqueólogo vive con su mujer y su hijo de diecisiete años unas vacaciones que simulan atemporalidad. Son franceses y residen allí, entre libros, música y piezas de arte. Parece el hogar perfecto, una consumación del placer intelectual en medio de la naturaleza ideal. Elio se llama el chico y su rutina se ve afectada con la llegada de Oliver, un investigador inglés invitado por los padres. El arribo del extranjero despierta la tensión erótica que, en principio, parece afectar a más de uno. Su presencia corporal materializa las sucesivas figuras humanas antiguas que desfilan en los créditos iniciales y despierta el deseo. No es una llegada perturbadora como la de Teorema de Pasolini, pero sí suficiente para trabajar la tensión homoerótica sostenida a partir de gestos, caricias y otros acercamientos fetichistas. La progresión en la relación de Elio y Oliver es mostrada desde una exquisitez capaz de no alterar las buenas conciencias en el seno de la industria, y mucho ha tenido que ver seguramente el guión de James Ivory, siempre propenso al cine de calidad. En todo este tramo de búsquedas torpes y desesperadas, el joven Elio es el enamorado que espera algún signo revelador, el que indaga su identidad y la pone a prueba, y quien se percata de una las verdades humanas más crueles: se puede saber de todo intelectualmente hablando, hasta ser un artista, pero ello no implica saber algo siquiera acerca del amor. Este síntoma lo carcome por dentro: él sabe, nos dice, pero no sobre lo que verdaderamente importa. De allí su tormento frente al deseo que siente ante Oliver, una figura que de manera similar a las imágenes humanas griegas que analiza con el profesor, se presenta en ese pueblo edénico como si retara a sus habitantes a desearlo. El deseo mueve montañas y el estado adánico de Elio se despierta. El acto sexual llega y la película acierta en el camino escogido. Primero, porque no se encierra en explotar la expectativa del culebrón en torno a si el secreto de la pareja es descubierto por los padres. Todo lo contrario: a una naturaleza ideal, le suma unos padres ideales, comprensivos, sensibles e inteligentes ¿Importa si esto es verosímil? No. Importa no caer, en todo caso, en la pacatería de la telenovela barata. Segundo, porque todo el segmento final se concentra en el vínculo de los dos, en sus pactos secretos (de allí el título) y de la inexorable cercanía del fin de la relación. En este tramo de la película los bordes se difuminan, las referencias enciclopédicas y artísticas se borran para concentrarse en la luminosa vitalidad del goce que, como se sabe, es totalmente efímero. Es, también, la hora de explorar el paraíso, de jugar, de bailar y disfrutar del acercamiento corporal, rituales acompañados por la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, colaborador ocasional de Apichatpong Weerasethakul. La espera valió la pena. Luego, lo que resta es el regreso al orden de lo real, reforzado en el extenso plano final con el rostro de Elio, entre el llanto y la risa sardónica mientras suenan los acordes de una canción de Sufjan Stevens. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Con Call Me by Your Name, el director italiano Luca Guadagnino borra todo elemento prejuicioso, los lugares comunes y el falso carácter progresista (ejem, teléfono para Moonlight) no encuentran su lugar en la historia de amor entre un hombre y un adolescente, sino todo lo contrario. En su sencillez, en la calidez despierta por y entre sus personajes, se puede saborear la ternura y el amor,mezclado sensualmente con el gusto y el olor del verano y los amantes. El relato se centra en el romance de verano que viven Elio (Timothée Chalamet), un joven estadounidense de 17 años que vive con sus padres en el campo italiano, y Oliver (Armie Hammer), quien pasará una estadía con ellos como asistente del padre de Elio en su trabajo arqueológico. El director describe la relación de ambos sujetos con la misma sutileza por la que describe la bella geografía italiana que rodea a los personajes. Desde sus primeros encuentros un tanto antagónicos (los que se odian se aman), hasta la compañía y el entendimiento entre sí que se brindan el uno al otro. Poeta del ambiente como lo es, Guadagnino dota a los espacios y los objetos de una atmósfera constantemente seductora. El film de esta forma resulta ser una experiencia sensorial donde, a medida que el deseo de Elio y Oliver va en aumento, se puede percibir en cada aspecto de la personalidad de los personajes y de su entorno. Una celebración del amor de manera hermosa, íntima y sensual que embebe al film desde la presencia de los paisajes campestres, la relación de los personajes –con una conmovedora escena entre Elio y su padre (Michael Stuhlbarg) como ejemplo de lo que debería ser un diálogo entre padre e hijo-, y la erotización de los objetos. De manera delicada y seductora, objetos inanimados como lo son las prendas de vestir, un short o una camisa, la figura de una estatua o el fruto de un árbol son dotados de una identidad atractiva. El director como hedonista cinematográfico. La sensualidad florece entre los días calurosos y la calma campestre y lo hace aún más cuando los cuerpos se encuentran, cuando la piel se alimenta del goce de los amantes. En esa carga íntima que el film comparte con el espectador, se halla un espacio en el cual la atracción de dos personas del mismo sexo no implica problema alguno y, a lo sumo, dicho problema es amar. Pero un problema del que nadie nunca debería arrepentirse. Y justamente, eso mismo se propone y logra transmitir la historia de Oliver y Elio. Definitivamente, un verano para recordar.
Poética historia del crecer y amar "Call me by your name" es uno de los filmes del año para la crítica especializada pero no tanto así para los espectadores. Obviamente hay gente que la amó por todo lo que representa y la manera en la que se filmó, pero también hubo bastante gente a la que le pareció que se la analteció demasiado sin tener realmente tanta trascendencia. Estoy entre medio de estos dos tipos de espectadores. En primer lugar la historia es fundamental para los tiempos que vivimos, de liberación y aceptación de la sexualidad (aunque todavía hay mucho por recorrer), que viene pidiendo a gritos más y mejores historias gay en el cine. Aquí creo que sí hay un elemento de trascendencia. En este sentido el director italiano Luca Guadagnino y el guionista James Ivory hacen un magnífico trabajo en la dotación de belleza y poesía a esta historia de crecimiento, autodescubimiento y amor. Es verdad también que se les fue un poco la mano con los adornos estéticos del film. Brilla tanto en su puesta que por momentos atenta contra la verosimilitud. Por su lado, la dupla protagonista compuesta por Armie Hammer y Timothée Chalamet sorprende en el compromiso con su actuación, sobre todo el segundo, pero debo decir que a mi parecer no se percibió tanta química entre ellos, no esa química que sí tuvieron por ejemplo Léa Seydoux y Adele Exarchopoulos en "La vida de Adele" o Heath Ledger y Jake Gyllenhaal en "Secreto en la montaña". Los protagonistas de esta historia son Elio Perlman y Oliver, un adolescente de 17 años franco italiano en vías de descubrir su sexualidad y otro joven, esta vez americano y aventurero, varios años más grande que el primero que llega a casa de los Perlman como un estudiante de posgrado bajo la tutela del padre de Elio. La trama se va desarrollando minuciosamente, mostrando desde el inicio los detalles de cómo ambos jóvenes se van acercando de a poco entre sí y se van histeriqueando hasta llegar al punto de declarar su deseo el uno por el otro. Al principio su interacción es torpe y fría, pero de a poco se van soltando. No se si les pasó (o va a pasar cuando la vean) a algunos espectadores que en los acercamientos previos entre ambos protagonistas e incluso cuando llega el momento en que ambos consuman su deseo por primera vez, sentí que fue un tanto aburrido y hasta infantil. No pretendía ver una escena porno de sexo gay, pero creo que perdió verosimilitud en lo tímidos e infantiles que fueron. Está la famosa escena del durazno, es verdad, además de que estéticamente se nota que quiseron cuidar mucho los detalles, pero creo que le faltó fuerza en este sentido. Todo muy soft, como para que no se enoje nadie. Otras películas del género de años anteriores fueron mucho más jugadas. Desde los aspectos artísticos no hay nada que reprochar. Locaciones para enamorarse, un ambiente intelectual muy interesante, diálogos trascendentales como el que sostiene Elio con su padre hacia el final del metraje que es uno de los mejores momentos del film, una musicalización que transporta a esa Italia ochentosa, ambos protagonistas atractivos desde lo físico y a nivel personalidad. Si tuviera que resumir esta película en pocas palabras diría que es un gran film de temática LGBTQ que además toca temas lindísimos como el crecer y hacerse adulto, pero que no se terminó de animar a mostrar una realidad más verosímil.