Copia de copia de copia… Muere, monstruo, muere toma de todos lados. Empezando por el soundtrack, una clara similitud con el tema inicial de Twin Peaks, también se advierten los longevos planos largos de Tarkovski y las referencias a un sinfín de películas de terror. Esta, vale decir, no lo es. Es un bodrio insoportable sin despliegue dramático, escenas sin ningún tipo de consistencia y un desdén absoluto por crear imágenes, mucho menos desarrollarlas. Muere, monstruo, muere abusa con plena delincuencia del sugerir. El presentar algo a medias, sesgadamente, pero que habría de tener un correlato con un elemento -dispuesto de manera análoga- posterior. En esta unión consecuente de formas se armaría un sentido, un relato, un film. Aquí sólo persiste el desorden, cosas sueltas carentes de relación y que únicamente acceden a ese grado si el espectador es ducho en las artes de la prestidigitación u otro espécimen de la adivinanza y el engaño. Todas las escenas de “terror” y de asesinatos están realizadas en los estilos más diversos e incapaces de confluir, la primera es una escena gore a lo Cronenberg, la segunda una de suspenso a lo Carpenter, mientras que otras son resueltas fuera de campo a lo Tourneur. No hay nada propio ni creativo, el cine es tomado como un museo repleto de figuras de cera para que mamarrachos como este tomen con mano limpia lo que les plazca y regurgiten desvarío tras desvarío, mientras el espectador combate al sueño atroz que busca poseerlo. Los brazos de Morfeo son más apetecibles. No vamos a perder el tiempo en enumerar las torpes alegorías (sexuales, psicológicas, etc.) que Muere, monstruo, muere escupe sobre el espectador (basta ver la constitución del monstruo y el plano final de la película), los roles carentes de sentido de varios personajes o la espantosa solemnidad de todo el asunto. Aludiremos, con cierto espíritu lúdico, a un diálogo del film, el cual me da vergüenza ajena citar y que al lector probablemente le provoque risa al leerlo y pensar cómo un actor puede entonar semejante incongruencia: “Cuando recibo impulsos sensibles, me pongo violento en el interior”. Vale decir que Muere, monstruo, muere esta totalmente contaminada por este tipo de proceder. Para no extendernos con semejante perdida de tiempo, con esta concatenación de insultos, obviedades y pantomimas insoportables, terminamos por volver a mencionar la detestable solemnidad con la -no podía faltar- voz en off de turno.
La nueva película del director de “Los salvajes” es una exploración deforme y brutal acerca de la violencia psíquica y física de los hombres hacia las mujeres en una zona cercana a la cordillera de los Andes. Crímenes, locura y muerte se combinan en una exploración furiosa y abrumadora de la mente humana. Desmesurada y genial. Apasionante y desconcertante. Hipnótica y brutal. Así es MUERE, MONSTRUO, MUERE!, la nueva película del director de LOS SALVAJES que tuvo ayer su estreno mundial en Cannes. Es un filme de horror y un drama romántico, una pelicula de monstruos y un policial sobre asesinos en serie, un filme que desafía al espectador a ir tan lejos como va el director con sus ideas. Algo que no suele suceder muy a menudo. En esa desmesura y brutalidad mezclada con un tempo de cine arte y una temática que pasa de lo más sangriento a elucubraciones más cerebrales está la improbable y extraña belleza de esta película, que propone tal vez más cosas que las que un espectador convencional está dispuesto a aceptar pero que debe ser aplaudida por el solo hecho de ir a más en un cine que acostumbra a ir a menos, sobre seguro, sobre lo probado. Dificil y un tanto mentiroso es resumir la trama del filme. Es una película, en principio, sobre una serie de asesinatos de mujeres que ocurren en Mendoza. Todas ellas aparecen con la cabeza cortada de manera violenta y no queda claro quien pudo haber hecho algo así. El principal sospechoso parece ser un tal David, un hombre esmirriado y perturbado encarnado por Esteban Bigliardi. Pero la brutalidad de los crímenes no da con su contextura ni con su andar perturbao y cansino. Por otro lado está el policía Cruz (cualquier semejanza con el apellido del protagonista de un mítico filme de Leonardo Favio acaso no sea casualidad), quien aparece como uno de los investigadores del caso, pero tal vez esté involucrado en él, algo que aparece posible no sólo porque uno de las muertas es una mujer que tenía relaciones con ambos sino porque da más con el physique du rol del asesino. Pero esto es sólo el principio, el planteo de un filme que va girando sobre sí mismo y moviéndose hacia lugares impensados con el correr de los minutos. Fadel plantea una atmósfera y una lógica un tanto absurdas propias del cine de David Lynch, dando a entender la idea de un Mal que va pasando de cuerpo en cuerpo, casi una manifestación física de la violencia de género o de la hoy llamada “masculinidad tóxica”. Pero Fadel jamás subraya demasiado estas hipótesis ni va por el lado de la película de denuncia. Al contrario, pretende meter al espectador en un universo de locura, miedos, enfermedades y psicósis varias que los personajes pueden sufrir y que pueden hacerlos, o no, sospechosos de ser el asesino de mujeres en cuestión. David dice que escucha voces que lo dañan mentalmente y lo llevan a ponerse violento. Reflexiona —por momentos de una manera un tanto académica para un personaje así— sobre las palabras y las imágenes y lo que son capaces de causar en él, una suerte de “radio del Diablo” que podría llevarlo a la violencia. Cruz (Victor Lopez), en tanto, parece más compenetrado en resolver el caso, pero queda claro pronto que también tiene sus asuntos. Francisca (Tania Casciani) era esposa de David y amante suya, y este triángulo —de los tantos triángulos visuales, formales y auditivos que propone el filme— se presenta como un eje central para pensar la película. Tanto el policía como el sospechoso estaban enamorados de la misma mujer. Y ese es un tema que no se abandonará nunca del todo. Pero cuando uno cree que tiene la película entre sus manos —una suerte de David Lynch tamizado por Favio y por un tono de realismo asustado, al mejor estilo Bruno Dumont—, Fadel gira para otros lados y dispone una nueva serie de acontecimientos y bizarras conexiones. La violencia se volverá más gruesa, lo sugerido pasará a ser gráfico y una suerte de trágico y violento romanticismo se llevará puesta la película, una mezcla de sangre derramada con pasión desatada y canciones de Sergio Denis. Suena confuso, lo sé, pero no se me ocurre otra forma de describirlo. Esta suerte de “mujeres sin cabeza” literal de Fadel —sería interesante analizar el filme en relación al cine de Lucrecia Martel y la aparición de lo monstruoso en ambos— es también una alucinante experiencia tanto visual como auditiva. La fotografía de Julián Apezteguía y el sonido de Santiago Fumagalli aportan muchísimo a la creación de ese clima ominoso que va de lo real a lo fantástico casi sin hacer diferencias entre una y otra cosa. Es una película sobre la locura, la violencia, la psicosis, la sexualidad y el miedo –todos los miedos– en el medio de los Andes, entre montañas y volcanes que riman, con cabezas cortadas y miradas que espantan, con cuerpos que bailan y ojos que, entre las palabras y las imágenes, nos miran fijo, como esperando respuestas que no tenemos para dar.
Lo mejor de Muere, monstruo, muere, del mendocino Alejandro Fadel (director de Los salvajes y coguionista de algunos films de Pablo Trapero), es su atmósfera enrarecida y cargada de presagios sonoros, aunque su argumento acopla ingredientes diversos sin que quede claro si el objetivo último es la parodia o el horror psicológico partiendo de alguna problemática social, como podría serlo la violencia de género. Un adusto Esteban Bigliardi (visto recientemente en la notable Familia sumergida), junto a Víctor López y Jorge Prado (como dos graciosos policías) son los protagonistas de este producto híbrido, que reúne esplendorosos planos generales del paisaje cordillerano con un viscoso monstruo cuya apariencia sugiere genitalidad, frases sentenciosas (Todo el mundo tiene miedo, El aburrimiento lleva al horror) y un tema de Sergio Denis que se repite tres veces (nueva irrupción de una canción de los ’70 en el cine argentino reciente después de El ángel y Rojo).
David Lynch cuenta siempre una anécdota sobre uno de los momentos más importantes de su carrera. Mel Brooks, famoso director de comedias, estaba buscando director para El hombre elefante película que estaba produciendo. Alguien le sugirió el nombre de un joven director, David Lynch, que solo había dirigido un largometraje, Eraserhead (1977). Le armaron una función exclusiva para Brooks y David Lynch esperó afuera. Cuando la película terminó, Mel Brooks salió de la sala abriendo las puertas de par en par, lo miró a David Lynch y le dijo, antes de abrazarlo: ¡Estás completamente loco, te amo, estás contratado! Esta historia viene al caso porque Mel Brooks hubiera hecho lo mismo al ver Muere monstruo muere de Alejandro Fadel. Lo hubiera abrazado, le hubiera dicho que estaba chiflado y lo hubiera contratado. Salvando las distancias de género, de época y de carreras, Eraserhead es un posible punto de comparación por la cantidad de material inusual, perturbador y a la vez estimulante que tiene Muere, Monstruo, muere. Pero no es justo, ni tiene demasiado sentido llenar una crítica de un film mencionando otros, simplemente hablemos de un árbol genealógico o de un par de puntos de referencias para guiar a un espectador que aún no ha visto el film de Alejandro Fadel. Podemos sumarle a John Carpenter, el que se mueve entre The Thing y In The Mouth Of Madness, este último título a su vez conectado con la obra de H. P. Lovecraft. Pero suficiente, pasemos a la película. Los Andes nevados en Mendoza son el marco en el cual se desarrolla este film policial que pronto troca a película de terror. Una mujer aparece decapitada y no será la única. En medio de un paraje rural comenzará una investigación policial donde el policía que investiga, Cruz, tiene algo en común con David, el principal sospechoso, un perturbado hombre que habita en el lugar: ambos tienen relaciones con la misma mujer, Francisca. Ese es solo el comienzo de una película que es mucho más de lo que uno imagina al resumir su argumento. No hay absolutamente nada en este relato que no sea inquietante. Incluso sus momentos de humor estás contaminados de una carga perturbadora. La maestría de Alejandro Fadel hace que el espectador quede sacudido desde la escena inicial y no tenga respiro hasta el final. No hay manera de encontrarse bajo control con un espectáculo estéticamente tan apabullante, algo que de por sí consume gran parte de la energía que uno le puede dedicar a una película. Y ese es tan solo el marco, con una fotografía es perfecta, que ayuda a crear cada momento. Muere, monstruo, muere tiene una cualidad que solo las obras maestras tienen: está llena de escenas inolvidables. La mayoría no quisiéramos recordarlas, porque son pesadillas abrumadoras, pero en todos los casos son momentos de puro cine. Y no son solo las imágenes las que se fijan en la memoria, también el sonido, un sonido tan terrorífico como el guión, la fotografía, el trabajo de dirección y, finalmente, las actuaciones. Las voces de los actores, en particular la de Cruz, también se graban en el espectador. No hay muchas películas que consigan eso. Muere, monstruo, muere es un viaje al corazón del horror. A todo aquello que no comprendemos, que no conoceremos nunca en toda su dimensión. Fuerzas que nos superan y que nos convierten en seres vulnerables y efímeros. Un poder contra el que no hay nada que se pueda hacer. El horror, el horror… con todas las letras. No se trata de golpes de efecto, sino de una minuciosa puesta en escena que construye ese horror con lenguaje de cine. Lenguaje de imágenes y sonidos, complementados. Un director que entiende que el cine está hecho de lo que se ve y de todo aquello que se elige dejar fuera de campo. Muere, monstruo, muere no es una película fácil. Generar tanta tensión con uso tan sofisticado y extremo del lenguaje cinematográfico puede provocar rechazo. Su ambigüedad no clásica podrá hacer que un espectador, como suele ocurrir con esta clase de films, se cierre al instante frente a lo que tiene enfrente. Incluso alguien que ve mucho cine tiene que adaptarse a una película fuera de serie. No pasa todo el tiempo que un film se vaya de la norma, se corra de lo conocido y realice una apuesta completa a la originalidad y el riesgo. Esta película es una constante sorpresa, lleva al espectador a un terreno no seguro, y a quien se atreva a recorrerlo le devuelve todo lo que dado y mucho más. No hay absolutamente nada en el cine argentino que se parezca a Muere, monstruo, muere. Tal vez sea una película para pocos, pero tiene aire de film de culto, porque posee toda la locura, el riesgo, la originalidad y la desmesura de las películas inolvidables
“Muere, mounstro, muere” es una película escrita y dirigida por Alejandro Fadel. Está protagonizada por Víctor López, Esteban Bigliardi, Tania Casciani, Romina Iniesta y Jorge Prado. La historia que nos trae el director nos muestra algún lugar cerca de la cordillera mendocina donde suceden una serie de asesinatos de mujeres que aparecen decapitadas. Entonces, la policía investigará los casos hasta encontrarse con algo mucho más oscuro y aterrador de lo que pueden imaginar. En “Muere, monstruo, muere” tenemos no solo la problemática de las mujeres asesinadas, sino que también hay presentes otras cuestiones como una especie de triángulo amoroso que no está tan bien desarrollado y el foco de atención del monstruo, que tampoco termina teniendo un origen y una profundización correcta. Pero lo principal, está presente. En cuanto a los personajes, todos tienen química entre ellos y las mejores escenas, ya sean de terror, comedia o suspenso, se potencian positivamente cuando están todos los actores juntos. Las mejores interpretaciones son de Cruz, interpretado por Victor Lopez y David, interpretado por Esteban Bigliardi. La gran mayoría de momentos cómicos que tienen algunos personajes, sobre todo Jorge Prado, funcionan muy bien. En cuanto a los aspectos técnicos, resultan ser lo mejor de la película. El monstruo está bien hecho y con poco CGI; los escenarios y la ambientación se ven muy bien gracias a los planos generales bien utilizados para ver y apreciar el contexto de la historia. En resumen, si bien “Muere, monstruo, muere” presenta varios baches en la trama y subtramas presentes, logra salir a flote con la ayuda de sus buenos momentos de humor y aspectos técnicos realmente bien logrados.
La argentina Muere, monstruo, muere de Alejandro Fadel, que venía con ciertos pergaminos debido a su participación en la sección Un certain regard del último Cannes, resultó un híbrido del género de terror con toques gore. Como advertencia les recomendaría para las próximas vacaciones de abstenerse de visitar cavernas o cuevas en la provincia de Mendoza, se pueden encontrar con un monstruo de larga cola con punta fálica que los puede envolver, para luego con una boca de características vaginales succionarles las manos. Una serie de cadáveres femeninos sin cabeza, personajes feos que parecen surgidos de una película de Polaco, motoqueros que rondan la zona no se sabe bien para qué, una danza de una pareja desnuda sin ton ni son, actividades paranormales con explicaciones metafísicas que quedan a mitad de camino sumado a un humor pueril (“Las montañas tienen la forma de 3 M como los chocolates”), son algunos de los ingredientes de este dislate de proporciones mayúsculas. Las presunciones van pasando de un personaje a otro, hasta que finalmente aparece el monstruo que remite a algún film de Guillermo del Toro o a la saga de Harry Potter. Para huir.
La forma del mal Una mujer cae de rodillas con la garganta cortada, su cuello se abre en dos al punto de tener que sostenerse la cabeza con las manos para que no se le desprenda. Es la primera imagen con la que ¡Muere, Monstruo, Muere! (2018) da inicio a su terrorífico relato sobrenatural ambientado en una Mendoza rural. Alejandro Fadel, director de Los salvajes (2012), demuestra un verdadero coraje al presentar su historia de asesinatos fantásticos. La película es tan dura como visceral y a la vez, tan lúgubre como fantástica. La historia comienza con la aparición del cuerpo de una mujer decapitada de forma brutal. La investigación policial sigue al policía rural Cruz (Víctor López), encargado de recopilar pistas. Encuentra en una casona abandonada en la montaña a un hombre (Esteban Bigliardi) fuera de sí que asegura escuchar voces. Otra mujer aparece en similares condiciones mientras una presencia monstruosa azota a la gente del lugar. Todo indica que se trata del hombre pero las marcas en los cadáveres sugieren un animal. Resolver el irracional enigma obsesiona al protagonista. ¡Muere, Monstruo, Muere! tienen elementos de policial sobrenatural, quizás la denominación más acertada. Pero también el paisaje rural sugiere el western, y la atmósfera de pesadilla invita a pensar en el género de terror. Fadel no hace una película fácil de catalogar sino una obra compleja que abre a múltiples interpretaciones. Podemos pensar en mitos mundanos que se hacen presentes y encarnan en la bestia del título, al estilo Nazareno Cruz y el lobo (1975), o que el monstruo es la manifestación de una aberración interna de los protagonistas. De cualquier forma, el film plantea una abstracción densa, oscura e incómoda para el espectador. Lo cierto es que el film desarrolla una violencia desmesurada, surgida de las propias entrañas del espacio. Lo no dicho se hace cuerpo en escena de manera bestial. La ambientación y el trabajo del sonido generan el clima surreal para no distinguir realidad de fantasía. En esa ambigüedad presentada son las muertes lo único verdadero, el asesinato seriada de mujeres de manera bestial. ¿Alusión a los femicidios? La escenificación del monstruo en el final alude a una connotación sexual siempre latente en la película, propia del más extremo David Cronenberg. Presentada en el 71 Festival de Cannes esta coproducción entre Argentina y Chile es una obra osada, arriesgada y violenta. Propia del universo personal de Alejandro Fadel que da con este film un paso más hacia las entrañas del mal.
En las montañas de la locura Muere, monstruo, muere, segunda película en solitario de Alejandro Fadel luego de la extraordinaria Los salvajes, es un film generoso en un sentido similar al de Zama de Lucrecia Martel: es tantas películas como visionados de ella uno lleve a cabo; cada vez que uno revé Muere, monstruo, muere (y Zama), se encuentra con una película distinta, con emociones diferentes, con enfoques a veces opuestos a los del visionado anterior que ponen todo en crisis y nos impiden dejar de pensar en ella. Ojo, no confundamos esto con aquel cine que da lugar a todo tipo de “teorías” respecto a su argumento: si bien Fadel abre montones de caminos posibles con un dispositivo narrativo que a simple vista pareciera ser de lo más intrincado, y que sin duda resulta fascinante, no deja de ser un juego que se termina cuando termina la película. No; cuando digo que es difícil dejar de pensar en Muere, monstruo, muere cuando uno termina de verla, y más aún si uno ya la había visto antes, me refiero a una cuestión más sensorial; al hecho de que se trata de la mejor película de terror posible: una que juega con nuestros sentidos, con nuestra cordura. Muere, monstruo, muere es una película perturbadora porque tanto sus imágenes como sus ideas nos siguen acompañando mucho después de que la película haya terminado, en forma de pesadillas pero también (y esto lo hace más terrorífico) de pensamientos. En eso (y en varias cosas más, también) está muy cerca de Lovecraft, pero además de ponernos como espectadores, Fadel -como el Sutter Cane de En la boca del miedo de John Carpenter, el mejor Lovecraft de la historia del cine sin estar basado en Lovecraft y todas esas cosas que leímos mil veces- también nos convierte en partícipes de ese horror. Es difícil no quedarse pensando una y otra vez en ese monólogo del jefe de policía (Jorge Prado) sobre las fobias, o en esas peroratas extrañísimas, literarias y rayanas en la locura más atroz que David (Esteban Bigliardi) expone, a veces frente a la policía, otras frente a una psiquiatra (Romina Iniesta). Y Fadel como realizador complementa esto último con aquella escena enormemente bella y aterradora en la que Cruz (Víctor López) escucha las grabaciones de los encuentros entre David y la psiquiatra mientras cruza un túnel y todo (distancias, sonidos, oscuridad y luz) comienza a confundirse y perder sentido, en un momento que, ya que estamos, corre en paralelo con la escena en que John Trent cruza otro túnel para llegar al pueblo ficticio de Hobb’s End en la película de Carpenter que mencionamos más arriba. Pero no podemos decir exactamente que estamos frente a una mera cita (si es que se trata de una cita), porque Fadel le da a todo una autonomía y una personalidad que hacen que ese todo se vuelva propio. Muere, monstruo, muere se emparienta con Zama también en el hecho de que ambas deben ser las películas locales más visualmente bellas de, por lo menos, esta década. Claro que esto no es porque “los paisajes son lindos” (si bien, no podemos negarlo, los paisajes son lindos), sino porque la película está repleta de grandes ideas visuales y de encuadres precisos: el plano cenital de los personajes andando a caballo por las montañas nevadas (sí, Corbucci y también Tarantino, pero de nuevo: Fadel), aquel plano espejado de Francisca (Tania Casciani) al lado del agua, esas motos misteriosas que aparecen en varios momentos. Y claro, también está el monstruo del título, un animatronic hermoso, grandote, rechoncho, de andar torpe, sexuado y hermafrodita que la película fotografía con la generosidad que semejante bicho merece.
Muere, Monstruo, Muere: De madrugada merodeando apareció. Se estrenó una de las más esperadas películas argentinas, por lo atrevido y original de su propuesta. Un monstruo, una investigación y la intriga que no deja de crecer. Encontré al espanto, que los re parió! Dios me libre y guarde De que eso me llegue, yeah! –Almafuerte- Una mujer se acerca con la garganta cortada. Apenas una leve inclinación hace que su cabeza empieza a despegarse de su cuerpo. Así comienza. Con grandes efectos trabajando junto a una buena banda de sonido. Esto además se combina con unos de los paisajes más hermosos y desolados puestos en el cine. La historia sucede en Mendoza, cerca de las montañas de los Andes. Donde un oficial de policía rural llamado Cruz investiga el extraño caso de un cuerpo de mujer sin cabeza. David, el esposo de Francisca, que a la vez es la amante de Cruz, se convierte en el principal sospechoso y es enviado a un hospital psiquiátrico local. Este triángulo amoroso es parte de esta investigación que mezcla lo fantástico, y lo inexplicable del “monstruo” en cuestión. Paisajes geométricos, motociclistas, voces en su cabeza y más en este Muere, Monstruo, Muere. Lo primero que impacta es la belleza de los paisajes. Los planos generales hacen ver a los personajes diminutos ante la inmensidad de las montañas, y la situación que enfrentan. La fotografía de Julián Apezteguia y Manuel Rebella junto a la dirección y guion de Alejandro Fadel crean un ambiente aterrador y confuso al igual que los personajes sienten en la película. No es una película habitual de monstruos que asustan y matan. Puede ser muy sangrienta y sexual por momentos, pero lo extraño son los diálogos y el ritmo apaciguado que tiene. El espectador promedio quizá le parezca aburrida, o tan complicada que no merece el uso del cerebro para apreciarla, y eso está bien. Sin embargo lo excelso del film es que se atreve a mostrar cosas de una forma poco antes vista en el cine argentino. Fadel construye correctamente a los personajes atemorizados y confundidos por las situaciones que amedrentan a lo largo del film. La exótica belleza, con momentos bizarros y el asqueroso monstruo concretan una mezcla digna de experimentar. El ritmo mencionado puede parecer tedioso, sin en ningún momento acelerar su armonía aterradora. Pero es así, no busquen algo que ya han visto. Aunque por momentos puede rozar lo bizarro y sin sentido de las situaciones, el final es algo digno de ver. El maquillaje y efectos resaltan, con la mencionada fotografía siendo de las mejores vistas en el cine nacional. Por momentos puede llegar a haber huecos en donde nada podes ligar con nada, pero la cabeza del espectador si o si querrá unir los datos presentados y ahí es donde la experiencia de cada uno saldrá a la luz ante tanta oscuridad mostrada en pantalla. Pudieron haber existido más cosas que aproximen al público promedio y no ser una película tan extraña y lenta, pero la osadía e ingenio, con un gran uso de fotografía, sonido y efectos, al hacer este tipo de películas en este país debe ser valorado.
El horror como fotografía Tal como pasaba en Los Salvajes (2012), el director y guionista Alejandro Fadel vuelve a utilizar la piel del género para transmutarlo. Esta vez incluso con mayor conciencia y utilización de recursos. Si en Los Salvajes las apropiaciones eran de algunos aspectos del western, acá el género central al servicio de su relato es el horror. Terror material que parece querer dialogar con La Cosa (The Thing, 1982) de Carpenter o con cierto terror físico cronenbergiano. De todos modos, el diálogo que propone Fadel, tanto en su relato como en el que sale de las bocas de sus personajes, es más críptico en su superficie que el que puede proponer un cineasta clásico como Carpenter; digamos que opera de manera opuesta al cine con el que parece dialogar. La simpleza (y al mismo tiempo la complejidad) del relato clásico, a Fadel no le interesa. Porque no le interesa la narración; lo mismo pasaba en la mencionada Los Salvajes, donde había incluso menos interés por la generación de suspenso que acá. Los muertos de Fadel pueden ser personas o moscas, porque al vaciar las escenas de suspenso, las vacía también de emoción. Los Salvajes y Muere, Monstruo, Muere (2018) son películas frías que usan el manto caliente del género. Tampoco parece haber una narrativa desde lo estético; más bien sus escenas parecen buenas ideas de fotografías, una muestra en movimiento. Las decisiones de Fadel de utilización del género para la generación de otra cosa no parecen tener que ver con un menosprecio, como lo pueden entender los puristas del terror (que, paradójicamente, se quejan del elitismo del terror arty conformando su propia elite de guardianes conservadores), sino seguramente se relacione con una idea puramente estética del director y las posibilidades que brinda el horror para su vocación de superpoblar su obra con fotos, símbolos o metáforas. Podemos ubicar a Muere, Monstruo, Muere cerca de las mexicanas y también festivaleras Tenemos la Carne (2016) y La Región Salvaje (2016), películas que parecieran utilizar al género como soporte de sus metáforas sobre la coyuntura. De todos modos, aunque acá se toque lateralmente el tema de los femicidios, por suerte nunca se subraya ningún tipo de denuncia. Lo de Fadel va por los climas y la contemplación; el problema es que ante su antinarrativa y los diálogos que parecen recitados, es difícil entrar. El horror de Fadel también se disfraza de melodrama en un triángulo amoroso que el director deja en claro desde los planos simétricos del inicio. Su monstruo analógico -mofletuda vagina dentata que es seguramente lo mejor de la película- aparece en el último acto, y aparece de la misma manera que entra en escena una pandilla de motociclistas nocturnos o el baile de uno de los protagonistas: arbitrariamente; como geniales fotos aisladas que se licúan en lo soporífero de la totalidad.
Muy pocas cosas en el cine argentino de hoy se parecen al segundo film de Alejandro Fadel. En parte thriller policial, en parte película de terror cósmico, en parte retrato sobre la locura,Muere, monstruo, muere comienza con una muerte y termina con una transformación física que es también una evolución hacia otra condición mental. Las mujeres de un pueblo son asesinadas de forma sanguinaria, y un dúo de agentes de la policía -un efectivo y su jefe- comienzan a imaginar que el homicida podría tener una forma diferente a la humana. Las ambiciones del director de Los salvajes, que rodó el film en su Mendoza natal, no son pocas: aquí conviven las ligazones con la literatura de H. P. Lovecraft y la creación de un clima de pavor creciente. Además de ofrecer notables interpretaciones de Esteban Bigliardi y Jorge Prado, la película encuentra en el debutante Víctor López el espejo ideal para cruzar la frontera de la insanía, donde las palabras no alcanzan para describir el horror.
Durante los últimos años, el cine de género ha hecho unos avances técnicos impresionantes en materia de efectos visuales y de maquillaje. Sin embargo, no puede evitar sentirse que si bien hay exponentes nacionales con voz propia, hay una persistencia en copiar a los estándares dorados del género a nivel mundial. Esto es, en particular para un cinéfilo, más doloroso de señalar cuando hay un nivel técnico sin fisuras pero un nivel narrativo que tiene demasiadas. Esa es la dicotomía en la que se encuentra Muere, Monstruo, Muere. El Monstruo Interno Muere, Monstruo, Muere cuenta la historia de una serie de asesinatos de mujeres que tienen en común un detalle: todas fueron decapitadas. Las muertes son atribuidas a un tal David, quien insiste en que los asesinatos son la obra de un monstruo. Lo que en principio parece una locura, empieza a adquirir cierto grado de verdad cuando las decapitaciones continúan ocurriendo a pesar de estar bajo custodia. En Muere, Monstruo, Muere tenemos el que es lejos uno de los ejemplos más elevados de Efectos de Maquillaje que se han visto en el cine nacional. La calidad de los cuerpos decapitados denota un gran nivel de detalle e investigación forense. Las cabezas son reproducciones exactas de las de los actores; no son copias falsas que se notan a la legua como sendos intentos anteriores. El monstruo en cuestión es de un diseño e interpretación a la altura de los vistos en cinematografías de más presupuesto, algo que muchos intentaban emular pero pocos lograban. Aparte, cabe mencionar que posee una fotografía en Cinemascope de gran riqueza en cuanto a composición de cuadro, al igual que la utilización de los colores y las sombras para crear contraste. Todos estos logros destacados hacen que escribir sobre los defectos narrativos de la película sea particularmente lamentable. Se aprecia la intención de ser una propuesta distinta de todas las películas de monstruos que se han hecho, independientemente de la procedencia de dichos títulos. Pero todo queda en esa intención. El resultado final del film de Alejandro Fadel es demasiado críptico para su bien, posee un ritmo muy cansino, no parece decidirse por un tono (oscila entre el humor negro o el slasher) o no sabe combinarlos apropiadamente y, lo peor de todo, no consigue involucrarnos con los sentimientos de sus personajes.
La primera imagen de esta tan desconcertante como atrapante película es de unas ovejas con las caras ensangrentadas. Luego, una mujer degollada, que intenta arreglarse como puede el corte profundo en el cuello. Hasta que, literalmente, pierde la cabeza. Muere, monstruo, muere tiene elementos del género del terror, sangre, ingredientes del western, policías rurales que hablan casi filosóficamente y una historia de amor entre tres personajes, que irá desnudando cuánto de fantástico hay en el universo mendocino que pinta el codirector de Los salvajes (premiada en la Semana de la Crítica en Cannes, en 2013; Muere, monstruo, muere, compitió en la sección Un certain regard en el Festival de Cannes hace un año). Algo o alguien está matando mujeres y, parece, disfrutando o no decapitándolas. El principal sospechoso es David (Esteban Bigliardi), cuando la que muere en manos del monstruo es su mujer (Tania Casciani), que se acuesta con el policía Cruz (Víctor López). La apuesta de Alejandro Fadel, que fue guionista de varios títulos de Pablo Trapero, como Leonera o Elefante blanco, es sumamente riesgosa, afortunadamente, porque apela al cine de género, pero no se queda en él, sino que se lanza a búsquedas psicológicas. Campea por el filme, que transcurre en Mendoza, una idea como que el Mal está allí, acechando a todos, y pasándose tal vez de unos a otros. También Fadel apela a un romanticismo trágico. Son tantos los giros que va dando la trama y la manera en que se la muestra, combinando cuando no superponiendo formas de realismo mágico con otros de ensueño al estilo de David Lynch, que resulta imposible quitar los ojos de la pantalla. Por más horror que se contemple. Con escenas bellamente rodadas (la iluminación es de Julián Apezteguia -también la de El Angel, Los salvajes y Los que aman odian, y Manuel Rebella), el filme desconcierta, subyuga y pendula entre diálogos de un humor casi absurdo a otros de cierta suntuosidad. Es una realización que apresa y sujeta, y a la vez avasalla y cautiva.
En Muere, monstruo, muere, segundo largometraje del guionista y director Alejandro Fadel, hay un poco de todo: excesos propios del gore con múltiples decapitaciones, sangre y vísceras que remiten al terror clase B, elementos del policial y del western moderno y, claro, una amenazante criatura diseñada en parte con animatronics y en parte con sofisticados efectos visuales, pero también una búsqueda existencialista, reflexiones intelectuales y sesudas referencias e inspiraciones de la historia del séptimo arte (David Lynch, David Cronenberg, John Carpenter, Guillermo del Toro, Tod Browning, James Whale, Jacques Tourneur y Jack Arnold, entre otras). Se trata, por lo tanto, de un péndulo constante entre el cine de género y una apuesta autoral con resultados tan inquietantes como, en muchos pasajes, estimulantes. Lo que empieza como un triángulo romántico entre Francisca (Tania Casciani); su marido, David (Esteban Bigliardi), y su amante, el policía Cruz (Víctor López), deriva luego hacia la investigación de una serie de asesinatos (mujeres con las cabezas degolladas) y el misterio de quién es en verdad el monstruo del título. En el medio, Fadel nos llevará desde el encierro en un hospital neuropsiquiátrico (la paranoia, la esquizofrenia, el delirio, el insomnio y el escuchar voces forman parte de la propuesta) hasta un extraordinario trabajo en exteriores que realza aún más los méritos que Fadel ya había tenido en su ópera prima, Los salvajes. Con una prodigiosa fotografía de Julián Apezteguía (el mismo de El ángel) y Manuel Rebella, un elenco muy sólido (el jefe de la policía rural interpretado por Jorge Prado es un personaje notable capaz de filosofar y luego incursionar en el humor absurdo) y una puesta en escena que a partir de tomas panorámicas transmite la inmensidad desoladora e imponente de la zona andina de Mendoza en invierno, Fadel regala una experiencia cautivante y al mismo tiempo exigente. Film lleno de búsquedas, de riesgos, de sorpresas y concretado con muchas ínfulas, Muere, monstruo, muere constituye una rareza concebida a contramano de un cine argentino que en muchos casos suele pecar de demasiado austero, adocenado y minimalista. Fadel nunca esconde sus ambiciones ni disimula su apuesta al riesgo. El resultado es una película que desafía todos los prejuicios, las convenciones, los lugares comunes y las expectativas del espectador con una historia fascinante e inasible que muta todo el tiempo de registro, de climas y hasta de conflictos.
Una película de Alejandro Fadel que toma riesgos, que mezcla géneros, desde el gore, al policial, al western, al terror y la utilización de un monstruo, feroz, rugiente y salvajemente sexual, que se logra con animatronics y sofisticados efectos. Fadel es un gran guionista y realizador que no teme hurgar entre el amor, la locura y el miedo. Una triangulo amoroso entre Cruz, un policía rural que investiga el hallazgo de una mujer decapitada, no será la única, que es amante de Francisca, la esposa de David que es acusado de los crímenes y enviado a un hospital psiquiátrico. El comienzo de una historia que nunca abandona al espectador, intensa y bien construida, que incorpora una mirada crítica a las reacciones humanas y sus terrores básicos, que agrega el impresionante y solitario paisaje montañoso, el suspenso sostenido y finalmente al monstruo salido de las pesadillas más oscuras. Pero también está el humor negro, la ironía, la inteligencia. Contribuyen mucho los responsables de fotografía y cámara Julián Apezteguia y Manuel Rebella en la creación de climas perfectos en esas tomas panorámicas que alternan con los lugares de encierro. Víctor López, Esteban Bigliardi y Tania Casciani, junto a Romina Iniesta y Sofía Palomino, contribuyen con su talento a redondear un film singular, interesante, que subyuga y sorprende.
Mendoza, mirada monstruosa. La provincia de Mendoza, región donde suceden los hechos del film, se presenta distinta a la hermosa imagen con la que se la suele relacionar. Aquí la belleza geográfica rural y de su naturaleza mantiene su imponente belleza de forma trastocada, una alteración del orden y lo natural bajo la oscuridad de la inquietante calma que la rodea. El nuevo film de Alejandro Fadel (El amor-Primera parte, Los salvajes) realiza un viaje al lado oscuro de la provincia, describiendo un horror que va más allá del acecho de una criatura, sino que se forja en la irrupción de lo apacible con la extrañeza y lo enigmático de sus climas que se tornan cada vez más agobiantes. El film de horror se ve impregnado de una atmósfera enrarecida que se presenta y recibe como algo totalmente diferente a la manera en la que el género es tratado, incluso dentro de la producción nacional. La historia se encuentra rodeada de juegos trípticos, una frase que da nombre al film, tres montañas con forma de M y un triángulo amoroso que la tiene a Francisca (Tania Casciani) entre el cariño y el cuidado de su inestable marido David (Esteban Bigliardi) y el apasionado amor que mantiene con su amante, el oficial de polícia Cruz (Víctor López). Las diferentes tríadas que plantea el film toman forma de simbolismos y epicentros que alimentan al llamado monstruo. La criatura que ataca a mujeres y les corta la cabeza con su larga cola, es más un síntoma de esa sociedad rural que un monstruo ajeno a la naturaleza humana. Ante la calma y pasividad de los días, la tierra mendocina aumenta su temperatura desde la locura y la violencia que se abre paso en sus sierras. Abandonando su origen de formación rocosa, las sierras provocan un reguero de sangre como si se tratara de la herramienta que se utiliza para cortar. La investigación policial que lleva a cabo Cruz, intensificada al convertirse su amada en otra víctima, se conforma a través del enrarecimiento como clima principal de la historia. Pero el actor que se pone en la piel de Cruz no logra acompañar dichos climas, debido al inalterado rostro o las líneas de diálogo que modula de manera tal que en muchos momentos dificulta su entendimiento. Es por ello que la figura protagónica resulta uno de los elementos menos logrados del film, haciendo que la terrorífica atmósfera tan bien transmitida pierda fuerza cuando el sujeto se encuentra en escena. Sin embargo, a pesar de que el rol protagónico sea el punto más bajo del film, o el pico de la montaña central con menor altura, la obra de Alejandro Fadel funciona y maravilla por el increíble trabajo visual y sensorial que realiza, creador de sensaciones. La fotografía y las tomas con las que describe el ambiente natural que rodea a los personajes, la presencia escasa del monstruo en pantalla y su diseño con efectos prácticos, son los instrumentos que implementa el director de manera soberbia, haciendo que ello sea el latido violento, las pulsaciones que dan vida a monstruo y creador, a film y director. En la vida rural de Mendoza, nadie puede oírte gritar.
“Muere, Monstruo, Muere” (a partir de ahora MMM) es una película… extraña. El adjetivo puede parecer peyorativo, pero lo cierto es que la segunda película en solitario de Alejandro Fadel se aleja totalmente del convencionalismo del cine argentino, con una obra visceral, distinta, extraña. En un campo alejado de Mendoza, una mujer es asesinada de una manera muy sangrienta: decapitada. Lo que vemos es un plano en donde la cámara no corta hasta que la cabeza se desprende de su cuerpo. Desde el inicio sabemos que estamos viendo, una película de género (no tan comunes en nuestra cinematografía) pero con condimentos de algo más. Porque a pesar de tener sangre, decapitaciones y hasta un monstruo, el tono de la película se balancea en un verosímil extraño (¿cuantas veces más usaré esa palabra?) donde los personajes hablan raro, todos sus textos son una suerte de soliloquio shakeasperiano y sus personalidades parecen formar parte de un universo onírico más que el real. En muchos aspectos recuerda a la película “Soñar, soñar” de Leonardo Favio. La cuestión de género (todas las personas asesinadas son mujeres), los psicofármacos, el sexo y la culpa, la locura, la religión y la búsqueda de la verdad son los pilares en los que MMM se balancea construyendo pequeños oasis de momentos que van desde el terror, a la risa. Si a eso lo condimentamos con la banda sonora de Sergio Denis podemos empezar a entender un poco el espectáculo de dos horas al que nos exponemos una vez que entramos al cine. Porque como bien dice su director, MMM es una experiencia cinematográfica. Será por la fotografía de Julián Apezteguia (que también hizo lo propio en “El Ángel“), que trabaja algunas paletas ochentosas y saturadas, con paisajes preciosos de la Mendoza no tan cool; o será quizás por el arduo trabajo de todos los que forman parte de “La unión de los Ríos“, la productora que lleva adelante este proyecto además de haberse hecho cargo de “El Estudiante” y “La Cordillera” de Santiago Mitre o “Los Salvajes“, la opera prima de Alejandro Fadel. Y para el final del relato todo se resuelve con la aparición del monstruo que hace honor al título, un ente extraño (y van…), amorfo, sexual… algo que por sus colores y movimientos parece formar parte del paisaje rocoso mendocino, porque como dice uno de los protagonistas “¿no te das cuenta? yo soy el monstruo”, que parece ser una respuesta a una de las frases que dice una de las policías femeninas “nos están matando a todas”. ¿Todos somos el monstruo? Habrá que tener cuidado de recorrer los paisajes alejados de Mendoza, esa parte sin viñedos pero con motoqueros, luces de colores y sobre todo un monstruo. Ese monstruo extraño.
En una zona patagónica varias mujeres pierden la cabeza. Como hay siempre un sospechoso cerca de la escena del crimen, se puede creer que ese psicópata es el culpable de las decapitaciones. Sin embargo, uno de los policías que investiga empieza a sospechar que hay algo sobrenatural relacionado con el asunto. Desde la primera toma de una tremenda decapitación, el director Alejandro Fadel exhibe un gran conocimiento del cine gore y un excelente uso de los efectos especiales, lo cual a lo largo del film se nota a través de imágenes tan imaginativas como bien realizadas. En especial la fotografía y el uso de notables locaciones ayudan a darle interés a una trama extraña y original. Pero el desarrollo del guión no siempre da con el ritmo adecuado y, por momentos, los diálogos se vuelven un tanto pretenciosos. Hay un tono excesivamente serio que a veces se quiebra con el uso kitsch de la música, y en general falta sentido del humor. Pero, con la abundancia de escenas gore, es probable que a los fans del terror este tipo de detalles sutiles no les precupen demasiado.
Donde la cordura diluye sus límites En el film de Fadel, el terror no es consecuencia de una situación particular sino una condición fundante, casi metafísica. Un grupo de ovejas yace al pie de la Cordillera de los Andes en medio de un día que podría ser igual a cualquier otro, a no ser porque tienen el hocico ensangrentado y lucen visiblemente alteradas. La cámara circula entre ellas hasta que se detiene a unos metros, donde una mujer degollada mira al infinito y lanza sus últimos suspiros mientras intenta sostener su cabeza. Es un primer plano impactante pero no morboso, visceral antes que truculento. La tentación ante la escena introductoria de Muere, monstruo, muere es pensar que lo que vendrá será una película de terror centrada en algún loco suelto dispuesto a sacudir la quietud de esa pequeña comunidad andina: el cine argentino, se sabe, suele recurrir seguido a aquello de “pueblo chico, infierno grande” para metaforizar todos los males imaginables. Pero no. La segunda película en soledad de Alejandro Fadel luego de Los salvajes irá desplegando un universo plagado de anomalías y misterio. Un universo parco, ominoso e hipnótico donde el terror no es la consecuencia de una situación particular sino una condición fundante, primigenia, casi metafísica. Estrenada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes del año pasado, y parte de la Competencia Internacional del de Mar del Plata, Muere… continúa con un plano general que remite a un western y funciona al mismo tiempo como anclaje geográfico y presentación de un personaje: imposible imaginar las acciones que vendrán escindidas de ese terreno inhóspito, pedregoso y solitario. Lo mismo ocurría con Los salvajes, que no solo se retroalimentaba de su locación sino que utilizaba los códigos del género como plataforma de despegue para un relato que tomaba caminos inesperados. La diferencia es que si los protagonistas de aquella película se internaban en las montañas cordobesas para un viaje dominado por lo místico y lo religioso, aquí el recorrido está atravesado por la convivencia entre lo fantástico y la locura, la desmesura y el desconcierto, la ambición y la brutalidad. En ese plano general se ven dos camionetas policiales llegando a una casa para interrogar al marido de la víctima, un anciano barbado y con un ojo blanco que niega conocimiento alguno sobre los hechos. Uno de los policías es Cruz (Víctor López), un tipo torturado por el insomnio y visiblemente incómodo que responde a un comisario (Jorge Prado) que lleva el estereotipo hasta un límite que coquetea con el absurdo, como si fuera el tercer mosquetero de la dupla de policías de la serie P’tit Quinquin, de Bruno Dumont. Cruz, a su vez, tiene como amante a Francisca (Tania Casciani), la mujer de David (Esteban Bigliardi), señalado como culpable del crimen aun cuando por su físico resulte difícil pensar en semejante saña. Cuando Francisca aparezca muerta en condiciones similares a la primera mujer justo después del escape de David, los dedos acusadores volverán a señalarlo. Pero, ¿David es un lunático o se trata de una coartada? Sobre ese abismo donde la cordura esfuma sus límites se mueve Fadel, construyendo así una película con indudables ecos de la obra de David Fincher –¿será casual la coincidencia de nombres?–, quizás el cineasta contemporáneo que más y mejor trabajó alrededor de esa temática. Aunque David podría llamarse así en honor a Lynch, alguien habituado a abordar el Mal como una entidad ubicua, por fuera de la esfera del control humano, tal como le ocurre a su tocayo andino. Sus largas charlas con la psiquiatra ilustran una mente alterada, con voces que no puede callar aunque sí poner en palabras. Distinto es el caso de las imágenes, cuyo horror, afirma, “no es expresable”. Lo inasible, entonces, como elemento dramático, como motor de un relato que lentamente dejará atrás la sequedad del comienzo para abrazar un arco narrativo que hará explotar esa violencia contenida a través de la aparición de elementos sobrenaturales. Lo monstruoso, finalmente, se materializa en este film a la altura de sus propias ambiciones.
Alejandro Fadel volvió a Cannes –después de “Los Salvajes”, su opera prima premiada en la Semana de la Crítica de 2013- con su segundo filme, “MUERE MONSTRUO MUERE” que fue presentado en la sección Un Certain Regard, casi convirtiéndose en un niño mimado por ese festival. En este caso, la nueva propuesta abre con un rebaño de ovejas en donde se puede ver a algunas de ellas ensangrentadas. La cámara se va acercando a una mujer que deambula en esa pradera junto con ellas y vemos que la cabeza se le va cayendo hacia atrás, tiene un tajo de punta a punta en el cuello por el que brota cada vez más sangre… la cabeza se le desprende poco a poco hasta que ella se la sostiene para no quedar completamente degollada. Así inicia “MUERE MONSTRUO MUERE” en donde esta primera mujer será el inicio de una serie de asesinatos sumamente sangrientos –todas mujeres y todas decapitadas- que azota un pueblo cercano a la cordillera mendocina, de donde justamente su director es oriundo, casi como un guiño en su regreso a casa. Cruz es el oficial de policía rural que quedará asignado a la investigación de esta serie de asesinatos. Él es a su vez el amante de Francisca, la esposa de David, principal acusado de los crímenes y con una delicada condición, conformando un triángulo amoroso sobre el que la película irá rotando a medida que avance la trama. Si bien en un primer momento la película coquetea con el gore, toneladas de sangre y mutilaciones al extremo, con un cierto homenaje al cine de clase “B”, Fadel apuesta a más y construye rápidamente una película alejada de cualquier etiqueta, con una búsqueda y un estilo propio donde rápidamente comienza a renegar del mismo género del que parecía abrevar. Tanto desde el guion como desde la dirección, ambas a cargo de Fadel, queda bien claro que su interés no es el de construir una película de terror o que tenga referencias del género. Ni siquiera es el de contar una fábula sirviéndose de elementos fantásticos u oníricos como pudiese remitir, en un principio, al cine de Guillermo del Toro en “El laberinto del Fauno”. El interés de Fadel va mucho más allá de una simple historia de terror-horror y la figura del monstruo parece, hasta filosóficamente, remitir a una multiplicidad de temas. ¿El monstruo tiene connotaciones con el deseo reprimido de los personajes, con la monstruosidad que, de una u otra manera, habita en cada uno de ellos? ¿Tiene que ver con la obsesión del poder, con la corrupción, con la falta de valores? ¿Será que lo monstruoso es el “pecado”, la infidelidad y la tensión sexual que se dispara en los personajes? Estas mujeres degolladas representan, de algún modo, la posibilidad de que Fadel plantee en pantalla un tema tan vigente como los femicidios y es por eso que este monstruo tendrá más que ver con un tema de violencia de género? El monstruo en este caso, es cada una de estas posibilidades y todas ellas a la vez, según el cristal con el que cada espectador quiere mirar la historia: una de las tantas formas de entrar en el mundo de la locura, del miedo, de lo oculto y de lo oscuro. En esta grandilocuencia y suntuosidad en el planteo, en su pretensión de abarcarlo todo, es donde “MUERE MONSTRUO MUERE” paulatinamente se va convirtiendo en un híbrido bastante decepcionante. Los que han ido buscando una película de género, convendrán en que sus diálogos pretendidamente elevados, aburren y es muy notable cómo evita toda ocasión de que se la rotule como tal –algo así como si hacer una película respetando los cánones del género, fuese un verdadero pecado-. Asi como conocimos a “Alien”, al hombre anfibio de “La forma del Agua”, extrañísimos seres en la reciente “Border” o la protagonista de la película rusa “Zoology” -brillante!-, finalmente en “MUERE MONSTRUO MUERE”, la presencia que en un momento se manejaba con un perfecto fuera de campo, dejará de serlo y lo podremos ver “cara a cara”. El verdadero monstruo de la película termina siendo la pretensión desmedida que se respira a lo largo del filme, hasta podría decirse que la habita una cierta altanería con la permanente necesidad del rótulo de cine de autor: coquetea y referencia al cine de David Lynch y es muy notorio como presume de obra de arte en forma permanente. Obviamente Fadel sabe crear climas, presentar situaciones y montar una puesta en escena atractiva desde lo visual –excelente trabajo de fotografía de Julián Apezteguia y Manuel Rebella-, intrigante, imponente y con un aire perverso. Pero el grave problema pareciera ser la obsesión notoria de crear un producto de élite. De este modo es que finalmente, “MUERE MONSTRUO MUERE” termina tornándose ininteligible de tan críptica y tan encerrada en sí misma. Los elementos del gore, lo fantástico, el suspenso y el thriller se mezclan con estos planteos metafísicos y rimbombantes, contraponiéndose con esa bestia que finalmente se muestra bastante obvia, con claras connotaciones sexuales / genitales, siendo demasiado burda para la elevada presunción y el tono que predominaba hasta ese momento en el filme. En definitiva, tan inquietante como desconcertante.
Una frase que se repite Muere, Monstruo, Muere (2018) es una película de terror fantástico dirigida y escrita por Alejandro Fadel (Los Salvajes). Coproducida entre Francia, Chile y Argentina, el reparto incluye a Víctor López, Esteban Bigliardi (El Futuro Que Viene, Familia Sumergida), Romina Iniesta, Tania Casciani, Jorge Prado, Sofía Palomino, Francisco Carrasco y Stéphane Rideau. Filmado en la provincia de Mendoza, el filme fue seleccionado para participar en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. Por la zona de los Andes nevados, varias mujeres aparecen decapitadas. Todo apunta a que el culpable es David (Esteban Bigliardi), esposo de Francisca (Tania Casciani), por lo que éste es enviado a un hospital psiquiátrico. Sin comunicarse demasiado, David tiene algo en claro: en su cabeza se repite una y otra vez, con una voz tenebrosa, la frase “Muere, Monstruo, Muere”. Cruz (Víctor López), oficial de la policía rural y amante de Francisca, tratará de resolver el caso pero pronto se dará cuenta que lo que está sucediendo es más oscuro de lo que se aparentaba. Sin un ápice de ritmo y con una flojísima construcción de personajes, Muere, Monstruo, Muere es una experiencia casi insufrible dentro del cine, una que pone a prueba la paciencia del espectador y en reiteradas ocasiones lo hace dudar sobre si no es más productivo retirarse de la sala que quedarse a ver algo que en ningún momento genera interés ya sea por las actuaciones, el guión o la manera de hablar utilizada. La película se torna indescifrable en varias ocasiones, mezclando motociclistas de montaña, movimientos extraños con las manos y una frase reiterativa que más que aportar algo significativo a la trama, resulta un sinsentido. Desde el aspecto técnico, el filme cuenta con un buen contraste de oscuros e iluminación. Se logra crear una atmósfera en la que se sabe que algo maligno acecha el lugar, a la vez que las cabezas de las mujeres decapitadas lucen extremadamente reales. No obstante la cinta nunca logra generar miedo. Por el contrario, lo único que consigue es ser demasiado desagradable y asquerosa. Una vez que el monstruo del título aparece en pantalla, su aspecto grotesco no aporta nada nuevo ya que, a pesar de que puede llegar a impresionar (en especial por el diseño de su cabeza y cola), nos recuerda de inmediato a las criaturas creadas por Guillermo del Toro. Muere, Monstruo, Muere falla en lo primordial que tiene que tener una película para enganchar al espectador: el contenido. Con un mejor guión quizás se hubiese podido construir una trama misteriosa sobre un monstruo mata humanos, no obstante el resultado de esta producción deja muchísimo que desear; además, sus múltiples horribles escenas hacen que la cinta no pueda ser recomendada casi a nadie.
Tal vez la más osada, transgresora, equilibrada, sutil, desprejuiciada película que el cine argentino ha ofrecido en años. Un viaje al infierno personal de los protagonistas en medio de la amenazante naturaleza. Alejandro Fadel ofrece una experiencia UNICA en una película deslumbrante que hay que ver SI o SI, y en cines.
Esta película es una de esas tortas que tienen una apariencia deliciosa, que de tan solo verlas ya querés comer, pero al hacerlo te das cuenta que todo se queda en apariencias, que esa aparentemente deliciosa torta no posee un sabor deseable, sino más bien un sin sabor de sensaciones que terminan preguntándote ¿qué acabaste de comer? No voy a decir que la película de Alejandro Fadel es un bodrio, sólo tira por la borda aspectos trabajados de forma fantástica debido a una no muy sólida estructura narrativa que planea ser sostenida por personajes pocos profundos, actuaciones simples y un intento de incluir tantos elementos tal cual una ensalada que termina confundiendo al espectador.
La noción de monstruo es tan amplia como antigua. Puede hacer referencia a seres excepcionales, ajenos al orden normal de la naturaleza, muchas veces combinaciones híbridas de características humanas y animales, o a seres nefastos, cuya monstruosidad reside en el orden moral de sus acciones. Nuestra cinematografía siempre fue más adepta a retratar monstruos humanos en detrimento de criaturas fantásticas, algo que va de la mano con el poco desarrollo que ha tenido el cine de género en sí. Si quieren saber en qué vereda se sitúa Muere, monstruo, muere (A.K.A. MMM) y qué tipo de monstruos la habitan, van a tener que verla :) Las mujeres de un pueblo mendocino cercano a la cordillera están siendo decapitadas. Y no hay en este acto ningún tipo de estilización o romanticismo: las imágenes son explicitas y crudas, el espectador puede sentir todo el dolor de la víctima en la primer escena. La trama se desarrolla en clave policial, donde descubrir quién es el asesino es el objetivo principal, pero se va complejizando a medida que se profundiza en las vidas de los personajes, triángulo amoroso incluido. Vale la pena destacar la iluminación como modo expresivo, logra generar unos climas muy potentes, por momentos estremecedores. Una de las cosas más interesantes, e innovadora dentro del cine nacional, es que Alejandro Fadel, su director, no tiene miedo a la hora de ir introduciendo elementos fantásticos en un filme que comienza con un impacto visual y un nivel de explicitud poco habituales, pero anclado dentro del realismo más racional. Los indicios que va dando funcionan de modo sutil, guiando al espectador a través de un camino atípico. Y, como siempre en relación al cine argentino, si se dejan de lado los prejuicios el resultado es muy satisfactorio. Y ya llegamos al punto donde podemos explicar el título de la reseña. MMM es el monstruo bueno. Es la película diferente, la que mezcla elementos de diferentes naturalezas, que genera una extrañación al verla, a la que muchos no querrán acercarse por miedo. Pero, si logran vencer el prejuicio, descubrirán una propuesta única, que tengo la esperanza que marque tendencia. Necesitamos más monstruos como ella.
A los 38 años, el director Alejandro Fadel ha trazado una laboriosa ruta desde su Tunuyán natal hasta el Festival de Cannes. Guionista en películas de Pablo Trapero como Leonera, Carancho y Elefante blanco, más tarde conquistó un premio y dos nominaciones en Cannes con su aclamado largometraje Los salvajes. En estos últimos meses, Fadel viene cosechando el elogio de la prensa con Muere, Monstruo, Muere, una inquietante apuesta que compitió en la sección Un Certain Regard, el apartado del certamen de Cannes que reúne lo más innovador del cine mundial, a la vez que su film estuvo nominado en la Competencia internacional del Festival de Mar del Plata y postulado como Mejor película en Sitges, la meca del cine fantástico y de terror. Desde la primera escena, Alejandro Fadel juega una carta de alto impacto. Una mujer degollada en las inmediaciones de la cordillera intenta sujetar su cabeza con sus propias manos. A partir de ese momento, el director induce al espectador en una atmósfera pesadillesca que transita múltiples códigos y texturas. A contramano de películas que despliegan algunas de las convenciones más clásicas del cine de horror, para ensayar una mirada sobre los temas más candentes de la coyuntura; Muere, Monstruo, Muere se ubica en las antípodas del relato discursivo. El guión de esta inquietante película, escrito por el propio Fadel, transita a sabiendas un flagelo tan espinoso como el de la violencia de género, pero se desentiende de las pretensiones de denuncia porque su objetivo no es el de cumplir con la agenda, sino el de renovar el pacto del cine como un ejercicio creativo que se zambulle en las profundidades del riesgo. No estamos frente a un relato de cronometrada concisión narrativa orquestado desde un manojo de lugares comunes, sino ante una experiencia movediza que requiere algo más que la atención de la platea. Frecuentemente, se han señalado puntos de contacto entre Muere, Monstruo, Muere con títulos de maestros como John Carpenter, David Cronenberg y David Lynch. Con respecto al último, este film rodado en diferentes locaciones mendocinas, ofrece tonalidades cercanas en su banda sonora y en su capacidad de labrar escenas que oscilan entre la incomodidad, el aburdo y el desconcierto, que aquí alcanzan su apoteosis con la irrupción de la canción de Sergio Denis Te irás, me iré. Es evidente que Fadel antes de ser un gran cineasta ha sido un cinéfilo alucinado, y como tal comprende que para atravesar una película que se propone como trance hipnótico, lo mejor es abandonar paulatinamente la resistencia lógica hasta desembocar en la más absoluta entrega sensorial. Más allá del talento del director, guionista y coproductor que estuvo a la cabeza de esta creación, para alcanzar un hito como el de Muere, Monstruo, Muere es necesario el encendido compromiso de todo el staff técnico y artístico. Esa alianza traspasa la pantalla, con un notable trabajo de fotografía y sonido, que sella su estado de gracia con las precisas actuaciones de un elenco que incluye figuras con largo tránsito en las tablas mendocinas como Víctor López, Tania Casciani, Romina Iniesta y Francisco Carrasco, ensamblados a la perfección con referentes del cine argentino como Esteban Bigliardi y un magistral Jorge Prado. Si bien en este relato hay una investigación policial frente a múltiples femicidios, con un triángulo amoroso de fondo, todo desarrollado desde premisas de western y terror enrarecidos, lo que prima no son los eventos shockeantes, sino lo que hay detrás de ellos. Fadel logra construir una tensión que va in crescendo valiéndose de imágenes afiebradas, pero también preservando el misterio de todo aquello que permanece fuera de campo. El horror está representado en algo tan concreto como esas mujeres que son decapitadas una a una, pero por debajo el film va trazando un perturbador viaje a las entrañas del miedo. El meollo está en lo inasible, en aquello que escapa a un puñado de temas coyunturales o lecturas psicoanalíticas. Muere, Monstruo, Muere es una película que se atreve a hincar el diente en la desmesura. Una experiencia que demuestra que el cine todavía puede llevarnos al limbo de la conmoción. Muere, Monstruo, Muere / Argentina-Chile-Francia / 103 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Dirección: Alejandro Fadel / Con: Víctor López, Jorge Prado, Tania Casciani, Esteban Bigliardi, Romina Iniesta, Francisco Carrasco / Complejos que exhiben la película: Cinemark Mendoza y Village Cines Mendoza.
LOS VICIOS FORMALISTAS Planos rigurosamente vigilados. Una morosidad al borde de lo irritable. La notable factura técnica que incluye una excelente edición de sonido. Encuadres iluminados a la perfección. Es decir, todo aquello que representa hoy el amable conformismo de la mayoría de las películas que circulan por prestigiosos festivales. La novedad en este caso es la incursión en lo fantástico. Sin embargo, hay más engaño que otra cosa, sobre todo porque Muere, monstruo, muere se presenta como de terror autoral, como si este tipo de cine necesitara de tal legitimación. En realidad, se bordea el género con la excusa de la afectación (autores son Carpenter, Cronenberg, Romero,). Y no se trata de ser un purista del miedo ni invalidar propuestas estéticas híbridas, sino de no dejar pasar de qué forma se enmascara un procedimiento harto repetitivo (bien asimilado en la política de los festivales y defendido a ultranza en desmedro de otra vitalidad marginada por programadores) de directores más vinculados a la elite diletante gratuita que al público en general. En este sentido, el director Alejandro Fadel demuestra talento como observador y lo hace notar todo el tiempo, pero desde unas montañas más elevadas que el paisaje de Los Andes. La historia comienza con esa clase de escenas reconocibles en Reygadas, Escalante y tantos otros, donde una mujer pierde su cabeza en medio de un rebaño de ovejas ensangrentadas (hasta la sangre en los animales está prolijamente puesta). Será el inicio de una serie de crímenes misteriosos cuyo principal acusado dice escuchar voces y habla como el hombre mirando al sudeste de Subiela. A él se le suman un comisario, un policía y otra mujer. La trama avanza en medio de ambigüedades, de líneas casi imperceptibles de diálogo con duración inverosímilmente excesiva y algún que otro desliz canchero como el del policía bailando una canción de Sergio Denis. Curiosa también es la confesión del realizador sobre la alegría de filmar en su Mendoza natal, de capturar los paisajes, dado que, en general, brillan por su ausencia. Dentro de un registro monocorde, las situaciones nunca levantan más allá de la superficie autómata que pisan los personajes, hablando de modo poco entendible y sin matices. Para colmo, y como muestra del esfuerzo empleado en los efectos especiales, el tramo final de Muere, monstruo, muere desmerece el trabajo de fuera de campo sostenido durante toda la película. Muy plástico, muy cromático. Pura cáscara para el regodeo.
El clima y lo terrible crean algo que pocas veces es tan claro en el cine: una verdadera encarnación del miedo. Siempre hay una ballena blanca. Una ballena blanca o una película de terror argentina realizada con seriedad y fuera de la habitual precariedad disfrazada de “bizarro” que abunda en el campo. Alejandro Fadel ya había demostrado su manejo impecable del plano y el clima en su discutible pero fascinante “Los salvajes”. En esta película hay un tipo con una mente destrozada y un monstruo que puede o no existir, y crímenes sangrientos y perturbadores. Uno de los temas es la posibilidad de que nuestra peor pesadilla se corporice. Otro, la libertad que implica abrazar lo salvaje e imposible. Otra más, la multiplicidad de la metáfora. Allí, en la tentación de transformar lo metafórico en alegórico es donde el film cae en algún error. Pero el clima y lo terrible crean algo que pocas veces es tan claro en el cine: una verdadera encarnación del miedo. De cualquier miedo.
Miedo al miedo Muere, monstruo, muere (2018) es el segundo largometraje del director argentino Alejandro Fadel, a quien conocimos con el thriller Los Salvajes (2012) y representa el resultado de una coproducción con Francia y Chile. Estrenada en el Festival de Cannes de 2018, dentro de la sección Un Certain Regard, fue recibida con elogios y ahora le toca el turno de recorrer las salas argentinas. La historia transcurre en una lúgubre y angustiante Cordillera, rodeada de planos panorámicos, pero repleta de lugares oscuros. Allí se suceden una serie de asesinatos, todas las víctimas son mujeres y se respira una atmósfera siniestra y monstruosa. Cruz, un policía de pueblo frustrado y solitario, es nuestro protagonista y lo que comienza como la investigación del asesinato de una campesina, va tomando otro color. Un guion lleno de sorpresas, acompañado de una poderosa fotografía, una puesta técnica impecable y un elenco más que sólido, trasforma a Muere, monstruo, muere en una experiencia terrorífica y arriesgada. Con claras referencias que aluden a la violencia de género, los femicidios, la representación del miedo y la paranoia, la película nos remite al cine de Cronenberg y a su vez, a las historias más retorcidas de Carpenter, pero no por esto se vuelve un largometraje sin identidad propia, porque eso tiene de sobra. Fadel, declarado fanático del género, demuestra conocer los lugares comunes del mismo, pero no busca ir a lo fácil. Con su virtuosa mirada, nos lleva a recorrer un viaje a la locura del propio ser humano, mediante situaciones perturbadoras y difíciles de olvidar.
Se desarrolla en un ambiente rural con un paisaje montañoso, la primera escena resulta impactante; animales manchados de sangre y una mujer decapitada. Por lo tanto comienza la investigación Cruz (Victor López), un oficial de la policía rural, se hace cargo de la investigación y uno de los sospechosos es David (Esteban Bigliardi), quien tiene una relación con Francisca (Tania Casciani), ella también tiene un amorío con el policía Cruz, se va tejiendo un triángulo amoroso pero todo se torna más confuso cuando esta aparece muerta y otras mujeres también y la misión termina siendo encontrar a este asesino serial. Comienza a aparecer una trama más asfixiante, va creciendo el misterio, con símbolos sexuales, algo sobrenatural acecha a los personajes, va girando hacia un terror psicológico, donde el espectador comienza a tomar más atención, hasta llega a incomodar, con toques del western y un ritmo que se va tornando frenético. La cinta tiene un director que pone bien la cámara, que termina siendo un personaje más. Un gran trabajo de luz, de color y con la excelente fotografía de Julián Apezteguia y Manuel Rebella,el sonido de Santiago Fumagalli y con un tema musical de Sergio Denis (“Te irás me iré”). Posee un toque que nos recuerda al cine de David Cronenberg y Guillermo del Toro, entre otros.
La primera escena de esta extraña película argentina es de las más terroríficas del cine. La última, de las más fantásticas. Entre el policial y el terror, la película del mendocino Alejandro Fadel se mete, como literalmente, en el paisaje cordillerano y sus misterios. Una producción a todas luces esforzada y jugada, para llevar adelante un relato que se inicia con la aparición de una, luego otra, mujer decapitada. Como pasa a veces en los lugares chicos, lo que se ignora se llena con ideas abiertas a la fantasía, en este caso, la existencia de un monstruo. Y, como en los pueblos chicos, hay un tonto, un loco querido (Esteban Bigliardi), que escucha voces y puede ser tan sospechoso como portador de algún tipo de verdad. Además, como en los relatos clásicos, hay un héroe, Cruz. Un policía sensible, de pocas palabras y gran presencia. Como moldeado por la aspereza del entorno, porque MMM es, también, un western. El tipo es un melancólico, enigmático, pero de pronto, cuando está feliz, también capaz de soltarse y bailar una canción de Sergio Denis desnudo. Y hay una especie de triángulo amoroso, que parece reflejar el que dibujan las montañas, de picos como emes puntiagudas. Letras, palabras, voces que sólo uno escucha, frases sin sentido aparente en un lenguaje florido. Sobre la estructura del policial y la investigación de los crímenes, Fadel se interesa por los límites entre cordura y locura, en los que el lenguaje, como se sabe, tiene un papel tan fundamental. Mientras logra poner en escena el peso de todo lo que no tiene ni palabras para ser nombrado: con más sugerencias que explicaciones, con hallazgos de imagen de una belleza atronadora, con una elegancia visual impactante. Rara, como militando cierta extravagancia, MMM podrá resultar más o menos interesante. Pero su descarada originalidad, con su sistema de influencias posibles a la vista -desde el terror clásico a Twin Peaks y Leonardo Favio- junto a su puesta cuidada, inspirada, están ahí para dejar huella en aquellos a los que el cine les importa. Brillando como una piedra distinta -rara- en las arenas del cine argentino.
Con Los salvajes (2012), el guionista y director Alejandro Fadel logró lo que a otros tal vez les lleve una ingente cantidad de películas: quitarse de encima todo, desaprenderlo, encontrar el lugar íntimo donde radique la pregunta. ¿Qué es el cine? El comienzo de aquel film conducía por carriles de convención -tan valiosos- las suposiciones del espectador, para luego arrojarlo dentro, en sí mismo, hacia lo profundo de las imágenes, a través de un deshojar tendiente al grado cero. Pocas películas lograron algo así. Entre ellas, la magistral El increíble hombre menguante (1957), de Jack Arnold (dirección) y Richard Matheson (guión). De esta manera, la incógnita sobre qué película después, en dónde encontraría el realizador mendocino la prosecución de semejante búsqueda, era la mejor de las expectativas. Porque tras deshacerse de todo, todo se abre de nuevo. En este sentido, el cine de Fadel tiene un sesgo tarkovskiano que le contacta con lo íntimo, con lo que anida en lo natural y en el paisaje construido por la tierra, la vegetación, el viento y la humedad. Si en Los salvajes la apelación al género narrativo resultaba un mascarón de proa a abandonar, en Muere, monstruo, muere es la nostalgia por los géneros dejados atrás lo que se respira. El título, de hecho, es la evocación de un cine prototípico, en donde los nombres de realizadores como Roger Corman y Mario Bava delinearon un contexto de tonalidades saturadas, entre amenazas de un espacio profundo y horrores que desdibujan las muecas de Boris Karloff y Vincent Price. El tono rojo chillón de la sangre de los estudios británicos Hammer debe sumarse a este festín. Es ese sentimiento nostálgico -situado de modo fronterizo entre los años '60 y '70- el que se articula con los paisajes que aporta la cordillera de los Andes. Fadel seguro conoce esos lugares desde pequeño. Así como las películas que esta película evoca. La conjunción entre ambas instancias podría ser catalogada, entonces, como un sentir melancólico. Melancolía por lo que se ama, por lo que se perdió o el tiempo se llevó, si bien todavía dentro de uno. Muere, monstruo, muere apela a la historia de un triángulo amoroso. Entre ellos dos, está Francisca (Tania Casciani), bisagra y vértice. Los tres son también las tres M que dibujan los picos de las montañas. Una imagen que evoca el Twin Peaks de David Lynch. Allí seguramente se esconde algo. Para llegar a ese develamiento, hay que investigar. Por eso, las muertes. Terribles, con reminiscencias de ataques bestiales. Algo primario ronda, mutila y se alimenta. Es un hálito, algo tal vez respirable. Así como el aire enrarecido del que se alimenta la paranoia en la película Los usurpadores de cuerpos. El culpable parece ser David (Esteban Bigliardi), cuya desconexión con el entorno se revela cada vez mayor. Balbuceos, palabras sueltas, un decir quizás imposible por haber visto o percibido lo que no puede articularse. La distancia con la persona amada, por eso, se acentúa. David será contenido en un psiquiátrico (como Sam Neill en En la boca del miedo, de John Carpenter). Por otro lado, Cruz (Víctor López), el policía amante de Francisca, persigue sus pesquisas: las cabezas cercenadas, un diente horrible, el líquido viscoso y verde. El cine de Fadel contacta con lo íntimo. Si en Los salvajes el film se deshacía hasta quedar silente -como el primer cine-, en Muere, monstruo, muere el punto de partida, precisamente, es ése: David no puede hablar, lo intenta pero fracasa. Regurgita sonidos y se retuerce de dolor. Un llamado desesperado para que la vida sea como alguna vez lo supo ser. Un imposible. A la vez, Cruz -nombre que es símbolo letal, como bien lo sabe Drácula toda vez que enfrenta a Van Helsing- persiste en un camino de inmersión. Entre uno y otro se traza una simetría inversa. Cruz va en busca de lo que David ya sabe, y David procura recuperar algo de lo que alguna vez fue. Entre los dos, Francisca, tironeada y también dolida. Es de esta manera cómo habrá que pensar esa carta que el desenlace ofrece, porque actualiza una presencia ausente. Vale decir, todo lo que hubo de suceder para que esas palabras de un amor hondo, profundo, indecible, encontraran un cauce. Se trata de la declaración de un sentir metafísico, en contacto con una naturaleza hermosa y terrible. Una vez conseguido el amor, también la consciencia de su imposibilidad. Si el amor no dura para siempre, entonces el dogma que lo asimila a Dios no tiene sentido. ¿Qué es Dios? Nombres religiosos no faltan en el film, tampoco biblias ni templos. Ahora bien, lo que sobresale es el paisaje en su vastedad e inmensidad. Perderse en él puede que sea el mayor de los desafíos. Es en esta espesura -que no guarda ningún cariz "paisajístico"- en donde la película interna a sus personajes. Lo visto es peligrosamente atractivo, combina colores saturados de bengalas con la bruma y el agua que espeja. Es todo tan cierto y abismal como también reminiscente de aquellas hermosas películas dedicadas a Poe y dirigidas por Roger Corman. Habrá que subrayar, por eso, el hacer fotográfico relevante de Julián Apezteguía y Manuel Rebella (El otro hermano, El Ángel), tan atentos con esta reminiscencia epocal como con la sensibilidad diferencial del film. De modo evidente, Muere, monstruo, muere apela desde su título a la muerte, lo que es decir, a la vida. Un ciclo que es el del propio David. Desprovisto de la palabra, la tiene que reencontrar. Tamaña empresa le significará enfrentar al Goliath que el monstruo sería. ¿Existe tal monstruo? Si es así, ¿dónde? Tras la aventura -de inmersión, de pérdida y reencuentro- Cruz guardará como recuerdo un dolor incurable, sea por el miembro faltante (huella de una lucha revulsiva) como lo que simula dentro de las sagradas escrituras, donde esconde el diente horrible. Su baile solitario frente al espejo refuerza la réplica, la dualidad, el doppelgänger: "Te irás, me iré; así será", canta la voz de Sergio Denis. La canción es de aquellos años, los mismos de ese cine de angustias que el technicolor sublimaba.
Es verdad que el sexo entra al cine de terror como por un tubo, casi que no existe uno sin el roce del otro. Es que ese género en cine se convirtió casi en un artefacto para adolescentes y el nacimiento y el ejercicio de una sexualidad más exteriorizada en esa edad hace inevitable que se represente en las tramas del terror. Los cuchillos y machetes que persiguen adolescentes calientes y fornicadores del subgénero slasher, o la estética sadomasoquistas en la variante más reciente de la pornotortura, otro subgénero sexualizado del terror, son ejemplos obvios y muy precisos de esta contaminación mutua. Sin embargo, más allá de que algunas películas en los últimos años apuesten a las tetas y los culos en 3D al momento del asesinato, la sexualidad casi siempre quedaba en un marco demasiado epidérmico y/o reaccionario, con poca o nula disidencia, pero también con poco espesor queer (exceptuado está el gran Don Mancini, creador de Chucky, que en las últimas entregas de la saga, que dirigió además de guionar, tuvo varias desviaciones, entre las que se cuentan el hijo marica que el muñeco diabólico engendró con Tiffany ). Lo cierto es que Muere, monstruo, muere, la segunda película de Alejandro Fadel, propone una versión sexualizada en extremo. Una imaginación más del lado de El festín desnudo de Burroughs & Cronenberg, donde lo monstruoso está en el cruce más inquietante entre lo mental y lo físico, el mismo y exacto lugar donde podemos ubicar al sexo. De hecho, uno de sus protagonistas es un raro escritor, con una pequeña libreta donde anota una voz mental que le dicta algo así como extraños mantras. Al pie de la cordillera mendocina, la visibilidad del terror de Fadel es muy otra: un femicida tiene como marca decapitar mujeres, es investigado por la policía local, entre camas de psiquiátricos y de amantes en la clandestinidad. La truculencia explícita del terror es el punto de partida pero la película zigzaguea entre un policial de clima, un oscuro drama rural, un musical minimalista con microbailes, o una película de monstruo, como el título anticipa. Porque aunque a veces el miedo sea muy narrativo, también es puramente visual, porque el monstruo existe y es queer a más no poder. El enigma sobre la forma del monstruo es parte del sabor de la trama de la película, así que hablar de él es spoilear. Pero no hablar de él es dejar de lado el punto fascinante de su belleza horrorosa. ¿Un monstruo con vagina dentada y pene tentacular? ¿Y además gordo? Todo aquello que casi está extirpado (o autocensurado) del cine de terror actual, aparece acá explícito, con incorrección y demencia, para exteriorizar una imaginación aberrante. El monstruo conjuga, en su factura, la vieja magia del traje de goma animado (es un animatronic habitado por una persona), pero también la sofisticación del CGI, de la animación digital, por lo que su hipersexualización se cumple también en su capacidad de conjugar presencia física y dimensión virtual. En su sensualidad por lo deforme monumental, con el vértigo y la majestuosidad de una montaña, tal vez no exista monstruo y/o película con imaginación más incómodamente queer en el cine argentino.
Una primera escena brutal, que se desarrolla a lo largo de un mismo plano, anuncia una apuesta de género nacional que no teme en llevar las cosas un poco más lejos de lo que estamos acostumbrados. Visceral y descarnada, da paso a una serie de imágenes de simetría perfecta, con paisajes montañosos que se nos presentan como tests de Rorschach y nos introducen a esta indagación en la psiquis humana. Con David Lynch como referente, Alejandro Fadel nos conduce por el mundo alucinante y alucinógeno de Muere, Monstruo, Muere, uno que atrae y no suelta, que hipnotiza, del que uno no puede ni quiere apartarse.
Una primera secuencia impactante señala que sus espectadores serán los amantes de las películas de misterio y horror. Ovejas ensangrentadas y una mujer con un corte en el cuello que (con leve crujido) termina por no mantener el equilibrio de su cabeza. La cordillera de los Andes, unas cuantas cabezas cortadas, policías en problemas y la posibilidad de un monstruo son los ingredientes de los que se vale el director mendocino Alejandro Fadel para abrir las puertas al cine fantástico. Fadel, haciendo un pacto con el policial, va desplazándose en un universo donde todo puede suceder, desde un triángulo amoroso de imprecisa resolución hasta la presencia de un posible culpable de tanta cabeza cortada y la persecución de un monstruo, suerte de alien de fuertes reminiscencias sexuales. La suma de elementos heterogéneos, los cambios de ruta en un escenario imponente, ayudan a conservar un itinerario ominoso, donde el abandono de la razón y la presencia de lo sobrenatural se convierten en constantes. Director que sabe crear climas, Fadel rodea a los personajes de misterio y alucinación, y encuentra buenos actores (Bigliardi, Jorge Prado, Víctor López junto con Tania Casciani) capaces de dar verosimilitud a lo inverosímil. ENTORNO ANDINO El filme, premiado internacionalmente, muestra un cuidado tratamiento formal donde se destacan especialmente el sonido y la fotografía de Julián Apezteguía y Esteban Rebella, que abunda en planos lejanos que permiten disfrutar del entorno andino. Los diálogos apuntan a la condición humana y suenan un tanto forzados, pero contribuyen a enrarecer la historia que por momentos elige el gore como manifestación con ciertos toques de humor.
“Muere monstruo muere”, de Alejandro Fadel Por Marcela Gamberini Ya en su opera prima, Los salvajes, Alejandro Fadel intuía una idea sobre el cine; la relevancia del paisaje, de la naturaleza y del condicionamiento que éste ejerce sobre las subjetividades. Y a la vez, Fadel conjura el espacio haciendo de éste el elemento cinematográfico que delinea las historias, los personajes y la trama. Como en Los salvajes, acá se mistura la idea de viaje, de recorrido con búsquedas personales que están atravesadas por la locura y a la vez cierto misticismo en el que no sólo los personajes de la película están inmersos sino la misma mirada del director. En Muere, Monstruo, Muere existe un patrón de construcción de la película y es el de la simetría que a veces se transforma en repetición. La mayoría de los elementos que componen cada secuencia, cada plano están dispuestos simétricamente a la vista del espectador. Como si esta mirada capicúa se replicara desde la misma puesta en escena pasando por el título de película hasta la misma historia que cuenta. Sobre el comienzo un par de planos simétricos dejan ver un paisaje desolado, unas montañas nevadas que se doblan sobre sí mismas destilando soledad y melancolía, después varias escenas se planifican en torno a la percepción simétrica de los materiales. Como si la disposición en el eje simétrico diera a la película y a su historia un ordenamiento que la historia misma no tiene, una claridad conceptual que el relato no tiene por propia voluntad del director. Y esta claridad y ordenamiento conceptual de las imágenes se disloca frente a la oscuridad y a la desmesura de las palabras en la película. La simetría y la repetición son sus ejes formales; como lo son también las decisiones que toma Fadel a la hora de plasmar sus secuencias, el montaje es perturbador; escenas de una paleta cromática oscura dan paso rápidamente a la claridad; escenas que se toman en contrapicado, secuencias que eligen planos largos que contengan la monotonía de una naturaleza amenazante contrastan con planos cortos de cabezas sin dueño, de cuerpos desnudos, de manos cortadas. Muere, Monstruo, Muere es una desmesura en varios sentidos; de géneros, de discursos, de imágenes, de ideas sobre la contemporaneidad y sobre el cine. Replicar el argumento es una tarea complicada pero el eje narrativo es casi un policial, averiguar porque mueren mujeres asesinadas, ahorcadas y violadas en un territorio más que hostil. Dos hombres aparecen como sospechosos: un Esteban Bigliardi genial en rol de un poco loco, un poco místico y demasiado misterioso; el otro hombre es un policía extraño, morocho, interpretado por Víctor López (un hallazgo). Los secunda un capitán de policía, otro que destila extrañeza y malestar, capaz de recitar catálogo de fobias y sentirse a su vez tan culpable como los otros dos, tan sospechoso como todos los otros. Mucho hay del gran Leonardo Favio, no sólo en el apellido del policía, sino en esas amistades masculinas donde el acariciarse el pelo, cuidar al otro, establecer una especie de cofradía masculina no resulta extraño sino más bien un poco perturbador. También Muere, Monstruo, Muere deviene del gran rio marcado por la literatura de Jorge Luis Borges, no solo por el apellido del hombre (portador de una gran tradición literaria) sino por el modo en que el relato sucede, casi releyéndose a cada paso, volviéndose sobre sí mismo, como si la solución estuviera en esa posibilidad de relectura infinita, en las variadas y posibles interpretaciones. También es borgiana esa idea que sobrevuela toda la película -que a veces logra arrasarla y a veces solo rozarla- la idea del lenguaje y su representación, su interpretación. El hombre y esa prisión del lenguaje que deviene de la filosofía más clásica pero que en Fadel adquiere una dimensión diferente; el hombre y sus prisiones; las del lenguaje pero también las de la naturaleza, las del amor, las de los sentidos. Este trio de hombres, atravesados por la locura, por el amor, por las marcas en el cuerpo, por las cárceles; podrían perfectamente ser uno solo; representado en ese monstruo que mata mujeres, que las decapita, que las viola. La violencia patriarcal enmarca el relato, las palabras se detienen, se confunden, habitan los cuerpos frente a esa violencia y las imágenes no pueden representarla con claridad. Ese monstruo del final con cola de miembro masculino y boca de genitales femeninos es una especie de representación deforme de las luchas internas y externas entre hombres y mujeres y a la vez es el cuerpo de lo femenino y lo masculino convivientes. Todo en MMM es lucha, es conflicto. La tensión entre géneros que va del horror al género romántico, entre lo masculino y lo femenino, entre la naturaleza y lo adquirido, entre las palabras y las imágenes. Tensión entre la fuerza de un relato que se piensa a sí mismo como político y contemporáneo – no de denuncia- y a la vez esa experiencia de lo místico, como aquello que es irracional, inexplicable, atemporal; como pura ficción. Indudablemente, como había quedado establecido en Los salvajes, Alejandro Fadel es un cineasta que reflexiona sobre sus materiales, que los hace colisionar, que los tensa a tal punto que los hace explotar frente a los impávidos espectadores. Esos espectadores a los que se nos quiere borronear con tanto tanque de estreno, con tanto mirar sin ver sucesiones de imágenes ya vistas, ya sabidas, ya producidas. Tal vez haya un gran guiño de Fadel en el comienzo de la película: la que aparece con el cuello cortado, sangrante esAgustina Llambi Campbell una de las productoras de la película que el director decapita en la presentación. Un guiño para tener en cuenta en el momento en el que se piensa el cine de un director tan reflexivo y pletórico de ideas como Fadel. Quizá, sobre el final de la película, puedan entreverse las palabras de Borges acerca del destino, ése momento en el que el hombre sabe para siempre quien es, tal vez esos hombres sean ese monstruo, que se bambolea un poco infantil, muy perturbador, demasiado violento. Ahí donde las palabras se ausentan, donde el delirio se apaga aparece el monstruo que no puede hablar, solo emitir sonidos guturales y aterradores en su territorio, en su naturaleza. Ese monstruo ficcional aparece ahí justo donde se acaba el lenguaje. MUERE MONSTRUO MUERE Muere monstruo muere. Argentina/Francia/Chile, 2018. Guion y dirección: Alejandro Fadel. Intérpretes: Esteban Bigliardi, Francisco Carrasco, Tania Casciani, Romina Iniesta, Victor Lopez, Sofia Palomino. Producción: Fernando Brom, Benjamin Delaux, Alejandro Fadel, Jean-Raymond García, Julie Gayet, Édouard Lacoste, Antoun Sehnaoui, Dominga Sotomayor Castillo, Nadia Turincev, Omar Zúñiga Hidalgo. Distribuidora: Maco. Duración: 109 minutos.
Escrita y dirigida por Alejandro Fadel (Los salvajes), Muere, monstruo, muere es un arriesgado exponente del cine de género. No hay mucho que convenga adelantar sobre lo que sucede en Muere, monstruo, muere. Cuando comienza, en un lugar de Mendoza, cerca de la Cordillera y en pleno invierno, empiezan a aparecer mujeres decapitadas. Pronto es señalado como el posible culpable, un joven que niega haberlo hecho pero que alega escuchar voces monstruosas. Alrededor se despliegan historias de personajes que se mueven en medio de la investigación, siendo protagonista un policía que padece de insomnio y mantiene una difícil historia de amor. Muere, monstruo, muere está construida a partir de potentes imágenes, ya sea de acercamientos a los horrores que se suceden, como de planos muy cuidados del paisaje que envuelve la historia, una Mendoza helada y montañosa; y cuenta con un muy buen trabajo de sonido. La imagen y el sonido, una combinación que estará presente en la película también a nivel narrativo. Es que a medida que la historia se sucede el film va revelando diferentes aristas y temáticas. Hay un interesante juego con el lenguaje y la psicología. Y también con lo sexual (en algún momento rememora a la mexicana La región salvaje y al mismo tiempo al Cronenberg que inspiró aquella) despegándose de la primera impresión que identifica al film como una película sobre la violencia de género. Al contrario, acá nada está nunca del todo definido. Aunque con una narración pausada y solemne, Fadel se mueve entre climas de horror y otros más bellos y ligeros, con algo de romanticismo y un poco de humor. En gran parte esto es logrado gracias al protagonismo de Víctor López (y esa voz penetrante), el personaje con el que uno empatizará, una persona con el corazón roto y con quien junto a Jorge Prado, como el jefe de policía, logran escenas de una candidez que contrasta con la oscuridad de la línea principal del relato. Con el personaje de Esteban Bigliani sucede algo distinto, es más difícil conectar pero porque el actor que interpreta al acusado, que termina encerrado en un psiquiátrico, se va transformando, mutando a medida que la película avanza, y sus líneas de diálogos se tornan cada vez más elocuentes y crípticas. Algo de eso pasa con la película que durante varios momentos peca de demasiado fría y distante. Además de los trabajos de fotografía y sonido a destacar, se encuentra el diseño de producción realizado con mucho cuidado.
¿Cómo empezar a hablar de una película como Muere, monstruo, muere sin recurrir a lugares comunes sobre el cine de terror argentino? La obra de Alejandro Fadel es un híbrido, un sincretismo de muchos elementos que por lo general circundan al género pero que nunca lo terminan de definir. Es un film difícil de clasificar porque constantemente juega con lo que se podría esperar de él, y la historia no abunda en explicaciones que permitan dilucidar cuáles son las reglas del mundo que nos presenta, dejando así el panorama abierto a una serie de interpretaciones que tal vez nunca lleguen a ningún lugar. La trama de Muere, monstruo, muere tiene en un principio la estructura de un policial clásico, ya que nos encontramos con Cruz, policía de una zona rural de Mendoza, quien investiga la aparición de cuerpos decapitados de mujeres en terrenos aparentemente tranquilos y pacíficos. La intromisión de David, esposo de una de las víctimas y sospechoso de los crímenes, le aportará un componente místico y fantástico a la historia, ya que afirma que las decapitaciones son producidas por una extraña criatura que le susurra cosas, una voz que lentamente lo lleva a la locura. Dependerá de Cruz y sus colegas ir hasta el fondo de este caso intentando mantener la cordura en el proceso. Una de las fronteras que la película logra sortear es la de ser mayormente atmosférica, poco dialogada y hasta por momentos lenta, sin resultar tediosa o densa. La tensión que el silencio propio de los fríos campos y los imponentes paisajes que se muestran en pantalla va aumentando a cada minuto, haciendo de este un terror que no recae en fórmulas baratas para incomodar. Por otro lado, en algo que realmente se destaca Muere, monstruo, muere es en su fotografía, probablemente una de las más fascinantes de la década en todo el cine argentino, no solamente de terror sino en términos generales. El aprovechamiento al máximo de los paisajes mendocinos y la habilidad de Fadel para crear tomas de una belleza pictórica envidiable es uno de los puntos más fuertes de esta película. Con el correr de la historia, las influencias de la obra, algunas manejadas con mayor sutileza que otras, se dejan entrever con cierta facilidad. Desde la monstruosidad lovecraftiana que recuerda a John Carpenter o David Cronenberg, pasando por el humor incómodo e inoportuno al estilo de David Lynch, y llegando a la actualidad con algún guiño al horror cósmico de la película de Amat Escalante La región salvaje, el resultado de esta amalgama de elementos se siente bien equilibrada. La intertextualidad que Fadel y compañía establece con estos autores y sus obras es evidente, pero más a la manera de homenaje que de reproducción exacta que no profundiza en los aspectos que las hicieron tan icónicas. Del lado negativo de la película se encuentran algunas actuaciones e interpretaciones que se sienten algo acartonadas. Los diálogos a menudo parecen más recitados que hablados espontáneamente, como si los personajes no sintieran lo que están diciendo de forma genuina, generando una sensación extraña al escucharlos. Por otro lado, el balbuceo de algunos de los personajes dificulta el entendimiento pleno de varias de las conversaciones que se dan a lo largo del film, que no son muchas. Esto sería un detalle quizás menor si uno de estos personajes no fuese el protagonista. Pese a que Víctor López encarna convincentemente a Cruz, imprimiéndole una personalidad fría y taciturna, por momentos su falta de modulación (acaso intencionada) da lugar a confusiones sobre lo que dice. Afortunadamente, Muere monstruo, muere es una experiencia audiovisual en toda su extensión y no depende exclusivamente de sus diálogos. Podría decirse incluso que coloca al guión en un segundo plano, pecado mortal para muchos espectadores, que en la actualidad se han convertido en devotos del libreto. Esta película sin duda es un paso en la dirección correcta para el cine de terror sudamericano. Es una obra críptica y oscura, que sugiere más de lo que expone, y que al mismo tiempo hace desfilar una serie de reflexiones sobre qué significa el miedo. En una escena, hacia la mitad de esta historia, el superior de Cruz le cuenta al protagonista sobre diversas fobias, la mayoría de ellas bastante extrañas. Sobre la última que le cuenta es sobre la fobofobia, es decir el miedo al miedo mismo. Este intercambio, aparentemente inocuo, resume en cierto sentido el espíritu de esta obra. El miedo se puede manifestar de muchas maneras: se puede temer a aquello que se desconoce y que nunca se atestigua por completo; puede ser generado por algo visceral, repugnante y monstruoso, y también por lo mundano, lo humano, en definitiva, por el otro. Si el objetivo de este género es provocar este tipo de inquietudes, definitivamente Muere, monstruo, muere tiene este aspecto bien cubierto.
Un grupo de policías encabezados por el detective Cruz (Víctor López) están encargados de dilucidar -no sin cierta torpeza a la hora de seguir las pistas- una serie de violentos crímenes cometidos en determinados lugares inhóspitos de la capital mendocina. La trama de la investigación policial involucra mujeres decapitadas como víctimas en común de una serie de asesinatos, cuya sospecha recae sobre David (Esteban Bigliardi). He aquí el disparador principal, por lo tanto, la investigación en torno al caso remite al esquema argumental bajo el género del thriller policial pero también psicológico. Bajo esta premisa, Alejandro Fadel, el director de “Los Salvajes” (2012), nos sumerge en una historia que no oculta la influencia estilística de realizadores que han abordado el género del terror anteriormente, con la suficiente habilidad como para fusionar el mainstream y el cine clase B, en un espectro que va desde el cine gore precursor de Mario Bava al suspenso psicológico de David Lynch, pasando por guiños al emérito John Carpenter. El realizador, como buen artesano, no deja detalle librado al azar: todo elemento dispuesto en la escena responder a un concepto autoral en función al complejo rompecabezas argumental que propone, distante de cualquier tipo de narración convencional sencilla de anticipar. Para tales fines, existe un tratamiento singular de los espacios en donde se desarrolla la acción y en la relación que cada personaje establece con su entorno se percibe el trazo fino de Fadel. Haciendo gala de sus dotes de artista demiurgo, concibe el mal como una masa maleable que contamina a todo ser que transita este alucinante relato. Interpretados por actores mayormente no profesionales, las criaturas que habitan este universo se verán presas del horror. Promediando el relato, el principal acusado de los crímenes es internado en un hospital psiquiátrico, donde atribuye las muertes a la aparición de un ser monstruoso. En este punto existe un quiebre narrativo que lleva a la película a transitar terrenos de enajenación y la locura rozando con lo sobrenatural (la leyenda urbana, lo mitológico). Allí, la fertilidad narrativa del film se desdobla, y fluye hacia una zona de absoluto riesgo que transforma el verosímil del relato y convierte toda posible certeza en una pista falsa. Ante lo expuesto, “Muere, monstruo, muere” es una película que se trata de sugestiones y acercamientos más implícitos a la raíz del miedo y sobre cómo se confronta aquello horripilante. Al enfrentar la locura y verbalizar aquello siniestro, el personaje de Esteban se convierte en un primordial instrumento para Fadel, bajo el cual se pueden responder una serie de incógnitas acerca del verdadero origen del mal y su real alcance. El director se siente absolutamente cómodo en este registro, ante lo cual observaremos continuos movimientos de cámara y un ojo inquieto que busca ser testigo y narrador de esta pesadilla de muerte. El autor encuentra belleza en la extrañeza de los cuerpos mutilados y nos hipnotiza, captando la monstruosidad, lo insano, lo repulsivo y lo espantoso. Sin embargo, no persigue un impacto facilista que se ampare ni encuentre su zona de confort en el artilugio visual. Además, como crónica de las relaciones que establecen los miembros de esta comunidad sacudida por la serie de crímenes, el film se permite llevar a cabo un estudio pormenorizado al respecto. Las víctimas, decapitadas, asesinadas con saña, son mujeres y, los hombres, están al mando de la investigación. Otro hombre, el acusado, es el centro de todas las sospechas. Allí, el foco de atención también nos lleva la mirada hacia elementos de connotación social. A través de lo cual se puede pensar acerca de una crítica subliminal sobre ciertas formas de poder masculinas y hacer analogía acerca de grado de violencia directamente proporcional a una cuestión eminentemente de género, en resonancia con temas de contingencia actual. El autor busca sacudir al espectador y llevarlo al epicentro de esta pesadilla dantesca. Por ende, la sensación de extrañeza tiñe toda mirada invadiéndola de una sensación de incomodidad a medida que nos vamos insertando en la vorágine que este viaje al centro del misterio propone. Parte del cual se esconde a la espera de la aparición del siguiente cadáver tras la teoría del detective Cruz acerca de la simetría del paisaje (las letras ‘M’ que dibujan las cimas de las montañas), bajo la cual se desprende el título del film. La estética que trabaja el largometraje se apoya en el uso de lentes anamórficos que favorecen tomas panorámicas, sumado a una variada gama de colores saturados, un exquisito empleo de las texturas de sonido y un preciso uso de la iluminación que favorecen el rodaje en exteriores y la grandiosidad del paisaje. Las labores en dirección de fotografía de Julián Apezteguía y Manuel Rebella resultan, en este sentido, destacadas, efectivos al brindar preponderancia a un entorno que captura una atmósfera inquietante que reviste al relato en todo momento. “Muere, monstruo, muere” es una rara avis dentro de nuestro cine nacional, un film de gran factura técnica que sabe jugar con nuestra capacidad de fascinación sobre lo macabro. Extraer belleza del horror y convertir la extrañeza en virtud poética es una tarea cumplida con creces aquí. Elogioso trabajo de su joven realizador, inspeccionando aguas profundas de un terreno de infrecuente tránsito en nuestra industria.
El terror casi siempre es nocturno, solitario, opresor, amenazante. Pero el director mendocino Alejandro Fadel, sin renunciar a esos tópicos, lo tiñó de un tono surreal. Fadel, cuyas ideas evocan a algunos de los maestros del género como Friedrich Murnau y Dario Argento, contó además para lograr ese clima extraño con un equipo técnico impecable en el que se destacan la dirección de fotografía y la iluminación que construyen con un lenguaje visual refinado esta historia macabra. La trama bucea en la locura de su personaje protagónico, David. Interpretado por Esteban Bigliardi, David sufre de alucinaciones, habla de monstruos, obsesiones, se esconde en lugares apartados y oscuros de la zona cordillerana y escucha voces que le dicen cosas extrañas que no termina de entender. Cuando comienzan a sucederse una serie de crímenes violentos contra mujeres en una zona rural, David parece el culpable ideal. La policía local tiene dos líneas de investigación, una lógica y otra que da crédito a los supuestos delirios de David. Fadel toma decisiones narrativas y estéticas arriesgadas como mostrar en primer plano las mutilaciones, la sangre y otros detalles. Sin embargo, y a pesar de algunas imágenes que puede incomodar, el director prefirió apostar fuerte antes que repetir clichés.
Las mejores películas de terror, y Muere, monstruo, muere, en la irregular tradición vernácula del cine de ese género, está entre las mejores, sacan provecho de la vulnerabilidad del lenguaje. Todo parece sujeto a la gramática y de lo que ahí se erige; a través del lenguaje se ordenan todas las experiencias, o casi todas, porque el terror comienza cuando este falla o resulta inoperante frente a ciertos hechos. Que el plano inicial de Muere, monstruo, muere esté dedicado a una mujer que pierde su cabeza, y que un poco más tarde el principal sospechoso afirme “estoy en un agujero entre las palabras”, no comporta ninguna inocencia. El terror empieza donde el lenguaje no acierta.
Muere, Monstruo, Muere (2018), la extraordinaria película de Alejandro Fadel –El amor (primera parte), 2004; Los salvajes, 2012–, va a trabajar sobre el asunto que define, en última instancia, el género al que apunta inicialmente y que luego trasciende: el origen incierto –monstruoso– del terror. La causa primera del miedo es un enigma que Fadel va a identificar, a priori, como un problema del lenguaje. Un cortocircuito entre palabras e imágenes que provoca desconcierto, perplejidad. Un vacío de sentido. Su nueva película –“desconcertante, enigmática”– convertirá esa “falla”, que no es más que la ausencia de una significación concluyente, en el centro dramático que organiza la historia. El carácter inaccesible, en principo inexplicable, de una forma brutal de violencia. Y no cualquier violencia, sino aquella ejercida sobre el cuerpo de mujeres. En un rancho pobre y desolado al pie de las montañas nevadas de Los Andes, aparece el cuerpo de una mujer decapitada. Será tan solo el primero de una serie que se intuye interminable. "Nos van a matar a todas", expresará una joven policía, con la certidumbre que promueve la evidencia de lo que observa a su alrededor: cuerpos de mujeres sin sus respectivas cabezas. El oficial Cruz (Víctor López), integrante de la policía rural, es el encargado de investigar los crímenes. La película de Fadel, cuyas ambiciones son manifiestas, aunque también un poco desmedidas, va a incursionar en el cine de género, en el terror clase b, en el policial. La sangre va a brotar a raudales. Las cabezas rodarán sin reserva. Cruz es un hombre extraño, como casi todos los hombres de un auténtico territorio de frontera, páramo inhóspito habitado por marginales, desvelados, adictos a medicamentos –un catálogo de fármacos–, depresivos, maniáticos. Fadel vuelve a confirmar aquí, como lo hacía en su película anterior, su capacidad para filmar los distintos espacios por donde circulan los personajes. Sucesivas tomas panorámicas señalarán la enormidad inquietante de las montañas. A partir de ahí, la atención se aproximará a otros lugares más reducidos, cada vez más oscuros, donde la violencia, el miedo –un catálogo de fobias– y el horror surgen concentrados, cada vez con mayor intensidad. La representación del miedo exige para su desarrollo la configuración precisa de un contexto. Los gritos en un manicomio durante la noche. La oscuridad casi completa en las inmediaciones de una cueva tan solo iluminada por bengalas. La película de Fadel ofrece escenas visualmente notables. La composición de los personajes del film es formidable. Principalmente la de Cruz, el protagonista, quien padece insomnio hace años y ciertas dificultades en el habla, pero que además es capaz de bailar, grotezco y encantador, al ritmo de una canción romántica y popular. Cruz mantendrá un amorío secreto con Francisca (Tania Casciani), una mujer casada con David (Esteban Bigliardi), un hombrezuelo alucinado por voces extrañas que escucha internamente, obsesionado por la presencia de un monstruo que deambula sin dejarse ver, pero que sí puede escucharse. El triángulo amoroso –el amor sin más– va a adquirir también un carácter propiamente monstruoso. La obsesión de David evidenciará, a su vez, un conflicto entre el devenir continuo de las palabras que circulan por su mente y el horror de imágenes indescriptibles. “Es dificil de explicar”, va a repetir una y otra vez a los interlocutores que intentan averiguar la causa de los asesinatos. Las palabras no alcanzan, no sirven, tienen “agujeros”. Muere, monstruo, muere desplegará durante su desarrollo enigmas, posibles respuestas, más que nada preguntas. Es por eso mismo una película incómoda. Su fortuna reside precisamente en la voluntad manifiesta de escaparle a la prisión del sentido unívoco. En algunos momentos, el relato se tornará un tanto derivativo, sobrecargado por la profusión incesante –podríamos decir, desvelada– de los dilemas y delirios que acosan a sus personajes. Tal vez sea un costo a pagar por las ambiciones del cineasta. Eso sí: la película conservará, casi sin contratiempos, una tensión hipnótica. La sensación que procura un determinado tipo de ansiedad ante el acecho de aquello que se percibe, pero que no se logra definir del todo. Como si expresara, esa sensación, la inminencia de un monstruo que se encuentra demasiado cerca. Tanto como para soltar en cualquier momento su cruel zarpazo.