La lacra católica de siempre Por Gracia de Dios (Grâce à Dieu, 2018), la nueva realización de François Ozon, es una obra muy interesante que responde al estilo aguerrido e inconformista que marcó la carrera del parisino, no sólo uno de los directores y guionistas más prolíficos de Europa sino también uno de los más talentosos y de los pocos que quedan trabajando en la actualidad que pueden presumir de una verdadera variedad -y eficacia retórica- en lo referido al volumen de sus trabajos encarados desde sus primeros pasos en el séptimo arte, allá lejos en las décadas del 80 y 90. El señor echa mano de su proverbial destreza en el campo de los thrillers para inyectarle dinamismo y furia a un relato testimonial que cubre un caso real muy reciente de múltiples abusos sexuales y violaciones en el seno de la simpática Iglesia Católica, a esta altura del partido más que un culto trasnochado una secta de pedófilos que trabajan para garantizar esa enorme y eterna red de silencio que todos conocemos de sobra. La trama en esencia nos ofrece tres testimonios correspondientes a la alta burguesía, la clase media y los estratos populares, un trío de víctimas que funcionan como ejemplos de decenas y decenas de otrora niños y hoy hombres que fueron mancillados por el Padre Bernard Preynat (Yves-Marie Bastien en la juventud, Bernard Verley en la adultez), un sacerdote de la Diócesis de Lyon que estuvo a cargo de diversos campamentos infantiles símil boy scouts a lo largo de muchos años de abulia a pesar de que se sabía puertas adentro de la institución eclesiástica de sus acciones, sobre todo debido a que el propio victimario reconocía sus crímenes abiertamente y no los negaba para nada: primero tenemos al ricachón y fanático católico Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), luego viene el pequeño burgués ateo François Debord (Denis Ménochet) y al final llega Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud), sin duda la pata más menesterosa y apesadumbrada del grupo en cuestión. Guérin es el ingenuo que en un primer momento pretende que la iglesia penalice a Preynat echándolo, pero como el asunto no prospera por la obsesión con mantener en su cargo al responsable de los abusos el hombre termina presentando una denuncia judicial, Debord por su parte es interrogado por la policía y de a poco construye de la nada -junto a otro colega en el dolor, el médico Gilles Perret (Éric Caravaca)- una asociación y sitio web, La Palabra Liberada, que recopila testimonios de otros varones que sufrieron el acoso del clérigo durante los 80 y 90, y Thomassin se suma a posteriori cuando lee una noticia en un periódico vinculada al lanzamiento de la asociación y el trabajo de archivo que estaban llevando a cabo en materia de militar para que no queden impunes los hechos que afectaron la vida de tantos hombres y de maneras muy distintas. Ozon evita los típicos estereotipos, sobreexplicaciones y/ o introducciones larguísimas del mainstream yanqui cuando se propone encarar faenas semejantes y va directo a los bifes tejiendo el entramado solidario y en pos de justicia de los protagonistas, lo que además implica que la misión del colectivo de víctimas también abarca el denunciar el mutismo de las jerarquías católicas empezando por el Cardenal Philippe Barbarin (Bernard Verley), máxima autoridad religiosa en Lyon, y su asistente personal Régine Maire (Martine Erhel), y terminando con el Papa en el Vaticano. El cineasta no se priva tampoco de incluir en el análisis a la más que visible complacencia silente de las familias de las víctimas -padres y hermanos, sobre todo- en franca oposición a lo que ocurre con los clanes que los afectados han sabido edificar por cuenta propia, con esposa e hijos donde prima la comunicación en vez del histeriqueo culposo, cómplice o pusilánime de los mayores, tanto hombres como mujeres. Otro elemento muy atractivo del film es que decide acompañar al trío hasta el final en serio, porque justo en este caso la condena contra el avejentado pedófilo estaba cantada desde el minuto uno y lo que sí generaba dudas era el futuro de la organización, La Palabra Liberada, en esta oportunidad tomada como caso testigo de muchas ONGs cuya existencia se tambalea cuando se alcanza el objetivo a corto plazo y determinados miembros abandonan el barco por una falta de perspectiva -o por cansancio o conveniencia hogareña- que les impide ver la necesidad de seguir militando por causas asociadas; aquí indefectiblemente la suba del límite legal para la proscripción de los acontecimientos, de los actuales 20 años a por lo menos 30, lo que desde ya permitiría que se juzguen a los responsables por un mayor número de episodios individuales. La propuesta de Ozon es un trabajo valiente y directo que se carga a la lacra católica de siempre y su execrable tendencia a proteger a los perversos intra institución…
Una película con dirección y guión de François Ozon, (Francia), una ficción basada en hechos reales. Fue premiada en el 2019, en el Gran Premio Jurado de Berlín. Con esta tarjeta de presentación, ya estamos en condiciones de compartir con ustedes, una película a la que asistí a la función de prensa, que me impactó por su calidad fílmica, argumental y un despliegue del elenco, con lo cual le recomendamos que la tenga en cuenta porque entra en cartelera de los cines comerciales: el próximo jueves 29 de agosto. Desde el punto de vista argumental, lo que tiene de interesante el film, es como va desmenuzando el tema, en las diferentes instancias a medida que la historia avanza. Basado en hechos reales y ubicándonos en el año 2016, se inicia contando como Alexandre , quien vive en Lyon, padre de cinco hijos, de unos treinta y cinco años y de profundas creencias católicas, es el primero en denunciar al sacerdote, que había abusado de él, siendo un niño, en los campamentos cuando era boy scout. La decisión de denunciarlo, surge porque se entera que habiendo pasado veinte años de ese hecho, el sacerdote, seguía tratando con niños. El film es incisivo, es muy valioso el análisis de esta primer parte, como juega el conflicto de denunciarlo o no y como este padre de familia, decidido a que sea apartado, comienza a escalar el reclamo dentro del ámbito religioso y fuera de él. A eso le sigue, la búsqueda de otras víctimas, las cuales se van uniendo en la misma causa de hacer justicia, formando un círculo de testigos que se animan a dar testimonios, de un pasado doloroso que les ha dejado de alguna manera traumas que no se pueden borrar. No vamos a contar más, lo que sí es de rescatar, que así como tiene una visión áspera, cruda y agria de lo vivido por las víctimas siendo niños, hay que resaltar que la película en ningún momento niega la visión humana, donde el tema excede a esos hombres, porque ya adultos se extiende a sus parejas, hijos, a sus amigos, hermanos y a los padres. También es interesante cómo este grupo de denunciantes va sufriendo escisiones, en cuanto a la estrategia a utilizar. Se pone en el tapete, a la prensa, que es la ayuda con que cuentan para poder dar a luz esos testimonios. Están quienes piensan que la justicia se imparte en los estrados judiciales y mientras otros sostienen a través de las redes sociales, que la justicia se basa en el escándalo. La calidad actoral es necesario resaltar, todos tienen un desempeño magnífico. El film cuenta en su reparto con actores muy importantes del cine francés actual, como Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud y Éric Caravaca. Esta película es ideal para aquellos que les gusta un cine controvertido, con planteos adultos, donde no hay tapujos, donde hablar de estos temas, hacer denuncias y que no quede como un secreto de pocos, demuestra una sociedad que ha evolucionado para bien, en su manera de pensar. Opiniones de publicaciones especializadas: “Una historia ambiciosa y de actualidad. Emocionante y comprometida con los sentimientos de sus personajes”. Variety “Una película solemne digna de admiración”. Screendaily “Ozon ofrece una película que es a la vez sólida y modesta, implacable y sensible, incisiva y respetuosa”. Cineuropa “Un film estremecedor”. Cine Premiere “Implacable. Respetuosa. Magistral”. Le Point
Gracias a Dios se titula la nueva película de François Ozon, que en Buenos Aires se estrenará rebautizada, Por gracia de Dios. La traducción comercial anula la referencia a la frase tan fallida como reveladora que el arzobispo de Lyon pronuncia en una conferencia de prensa para aplacar el escándalo en torno a un viejo sacerdote acusado de abuso sexual contra feligreses niños: “Gracias a Dios esos hechos han prescripto”. Por si cupiera alguna duda sobre la importancia que le asigna a ese furcio, el director parisino le dedica una secuencia que también incluye la reacción indignada de un periodista y el pedido de excusas que la autoridad clerical farfulla sin éxito. A través de esta anécdota, Ozon explicita su crítica contra una Iglesia concentrada, no en expulsar a sus miembros pederastas, sino en evitar el bochorno mediático y la intervención judicial. El autor de Gotas que caen sobre rocas calientes, 8 mujeres, La piscina, Vida en pareja, Tiempo de vivir, Mujeres al poder, Joven y bella, El amante doble se desvía de una trayectoria consagrada a la ficción pura para experimentar con la ficción “basada en hechos reales”. Dicho esto, se propone algo mucho más complejo que recrear los entretelones del Affaire Preynat y del movimiento La Palabra Liberada: describir el daño persistente que provoca en varones púberes el abuso sexual cometido en el seno de una institución milenaria que se declara por encima de la Ley (del Hombre). Melvil Poupaud, Swann Arlaud y Denis Ménochet se lucen a la hora de encarnar a tres víctimas del ahora septuagenario sacerdote Bernard Preynat. Conmueven especialmente las escenas donde los dos primeros actores asumen una postura corporal infantil, de vulnerabilidad total, cuando sus Alexandre y Emmanuel se reencuentran con el abusador interpretado por el muy versátil Bernard Verley (que, dato curioso, cincuenta años atrás hizo de Cristo en La vía láctea de Luis Buñuel). La casi irreconocible Josiane Balasko acompaña con el talento de siempre, en esta ocasión en tanto madre del personaje a cargo de Arlaud. Dicho sea de paso, a Ozon también le importa describir las secuelas que la violencia sexual deja en los familiares –sobre todo en los progenitores– de los chicos sometidos. La comparación con Spotlight resulta inevitable. El director parisino y Tom McCarthy comparten la intención de denuncia por un lado y, por otro lado, de reivindicación de individuos anónimos que convierten su lucha solitaria en palanca de un cimbronazo colectivo contra el statu quo eclesiástico. Asimismo coinciden en apostar a la ficción “basada en hechos reales” y en filmar con minuciosidad un pasado ya documentado. La meticulosidad atenta contra la capacidad de síntesis de ambos realizadores, y pone a prueba la paciencia de los espectadores que encontramos excesiva la duración de uno y otro largometraje. Desde esta perspectiva, Por gracia de Dios resulta redundante por momentos: por ejemplo, mientras se detiene en el intercambio epistolar que Alexandre mantiene con Régine Maire y con el cardenal Barbarin, y cuando recrea algunos recuerdos de los tres protagonistas con el joven Preynat. Quizás ésta sea la película más convencional de Ozon (los cineastas consagrados rara vez se destacan cuando recrean hechos reales). Dicho esto, se trata de una propuesta valiosa, primero, porque recuerda una de las deudas que la Iglesia católica mantiene con la sociedad (en el discurso de clausura de la cumbre sobre pedofilia que tuvo lugar en febrero pasado, el Papa Francisco instó a “combatir la actitud defensiva-reaccionaria de salvaguardar la Institución, en beneficio de una búsqueda sincera y decisiva del bien de la comunidad, dando prioridad a las víctimas de los abusos en todos los sentidos”). En segundo lugar, Grace à Dieu ofrece actuaciones de calidad, consecuentes con un guion que sabe evitar el morbo y los golpes bajos.
A veces uno se enamora de libros, películas y autores. Ozon me embelesò a primera vista, tal es así que hoy lo sugiero fervientemente a quien exprese cierta afinidad por deglutir piezas del séptimo arte. Mi admiración por él data de largos años. En mi pubertad vi por vez primera “8 femmes” y quedé ciertamente enamorado. Mi tío de la vida, un doctor en letras y también harto cinéfilo puso frente a mi dicha película entre otras memorables como “Fanny and Alexander”. Películas que signaron primero mi gusto por ver cine y luego por estudiarlo. Con los años abarqué la obra completa de Ozon y siempre fui interpelado. Comedias hilarantes, intrigas, dramas, musicales y sexualidad sin miramientos. Entré a la sala para ver “Por gracia de Dios” sabiendo quizás que iba a encontrar un relato bastante más sobrio. Y efectivamente fue así. Excedida en duración, aunque no así en su intención denunciatoria, su última película genera consternación y algunos bostezos. Basada en hechos reales sucedidos en Francia, la película exhibe al detalle los abusos perpetrados por un sacerdote, a sabiendas de la santa sede y con complicidades civiles que lo mantienen incluso a día de hoy impune, pese a los cuantiosos intentos de las víctimas por lograr una sentencia firme. La película funciona como informe indispensable para manifestar los horrores del clero. Delitos que afortunadamente son a día de hoy inocultables y que horadan los cimientos de un credo vetusto y criminal que pierde adeptos diariamente. El abordaje es serio y solemne y sobrio de estilo. No hay mucho lugar para chascarrillos, aunque en algunas y poquísimas ocasiones parezca querer aflorar el sentido más bufo de Ozon. La dinámica se cierra con dilaciones que recurren una y otra vez al recuerdo de las depravaciones acontecidas, lo cual después de más dos horas de metraje se vuelve por lo menos fastidioso, ofreciéndonos quizás de forma indirecta una metáfora del tiempo en la vida de las víctimas y de la no resolución por el empecinado encubrimiento institucional y la demora burocrática. El relato es conducido por una lúcida tríada de personajes que se cerciora cuestiona y acciona al respecto, con todo lo que ello conlleva asumir en los círculos privados y públicos. Ozon sabe dirigir actores y eso es exquisito. Hay escenas ejecutadas a la perfección y el retrato de la iglesia es brillante. El cinismo atroz de los enviados de Dios es demencial y es ahí, en esas liturgias de oración y de perdón donde se nos asoma alguna que otra sonrisa de perplejidad. No es el Ozon del cual estamos acostumbrados y tal vez sea esta película prueba cabal de su ductilidad. Lo relevante y dichoso es sin duda el compromiso cantado que admite el autor para mostrar y así desbaratar algunos mecanismos insanos que ya no son bienvenidos en el presente.
Con la Iglesia hemos topado. El tema de esta película es bastante duro partiendo de la base que ataca a una institución tan importante y poderosa como es la Iglesia. Ese tema es la pedofilia, o más bien, la pedocriminalidad, que se desvincula por completo de la homosexualidad desde el inicio del film: no hablamos de una orientación sexual, sino de una perversión sexual. No es de extrañar, que Por gracia de Dios fuera difícil de llevar a cabo y tuviera que hacer frente a presiones políticas y religiosas. Obviamente intentó ser prohibida y “gracias a dios” que lo fue, pues no pudo haber mejor publicidad para el éxito de la cinta. El equipo de producción, aunque admite haber desarrollado la película sin secretismos, tuvo que ser muy cauteloso a la hora de plantear los rodajes. Las escenas en iglesias, se rodaron fuera de Francia, mayoritariamente en Bélgica. Así mismo, tuvieron que ocultar el título. Y es que “gracias a dios” fue una expresión muy sonada en Francia, ya que es la que utilizó el cardenal Barbarin en una rueda de prensa para afirmar que por suerte los crímenes de pedofilia del padre Preynat habían prescrito. La película comienza con la historia de Alexandre Guérin, y es un gran acierto porque la hace arrancar desde una familia católica practicante. Esta primera historia, que servirá de hilo argumental para toda la película, ya nos sitúa bastante bien en el planteamiento de Ozon. Como él mismo asegura en la rueda de prensa “no quería hacer una película política, sino plantear preguntas”. Y cualquier persona con un poco de corazón, se hará muchas de ellas tras el visionado del film. “No es en contra de la Iglesia, sino por la Iglesia”, sentencia un personaje. En esta primera historia los hijos de la familia tienen bastante peso. Nos recuerdan continuamente que no es un tema del pasado, y que la lucha tiene que enfocarse al futuro. La segunda historia, se nos cuenta desde el ateísmo y nos aporta un tono más reivindicativo y los pocos puntos cómicos que un tema como éste se puede permitir. Por último, aunque el tercer protagonista llega muy tarde, lo hace con muchísima fuerza. El personaje con más secuelas físicas y psicológicas de los tres. Estos tres puntos de vista tan diferentes colman la trama de una gran riqueza de perspectivas. En palabras de su director “se unen por un combate común, pero son muy diferentes. Y esas diferencias hacen posible la asociación”. Los tres actores hacen un trabajo excepcional. Los flashbacks nos enseñan que los tres protagonistas un día fueron tan solo tres niños inocentes. Pero Ozon huye del morbo y las escenas innecesarias, y así no busca recrear los crímenes del padre Preynat. “Era imposible plantear escenas sexuales, el espectador es capaz de imaginarlas”, afirma el director. François Ozon plantea una de sus películas más comedidas técnicamente hablando, y decide intervenir lo mínimo posible. Pero es una decisión consciente. El director adapta la fotografía a la historia. Y en esta historia, la protagonista es la palabra. Pero si Por gracia de Dios “peca” de algo, es posiblemente ese exceso del uso de la palabra. Son muchas las secuencias en las que los personajes caminan sin ton ni son de un lado para otro, mientras escuchamos en voz en off el contenido de innumerables cartas. La película nos brinda un par de escenas en las que guión, dirección e interpretación consiguen una intensidad dramática de manera magistral. Esa tensa comida familiar de los Debord o los diferentes encuentros con el padre Preynat podrían estar entre estas escenas. Pero sin lugar a dudas el rezo del padrenuestro mano con mano, es la escena más desgarradora de toda la película. Por gracia de Dios es una película arriesgada, pero desarrollada con mucho tino y delicadeza. Una película que alguien con una trayectoria como François Ozon se puede permitir y resolver con tanto acierto. “¿Crees en Dios?”, le devuelven la pregunta al director. “Aunque tuve una educación católica, perdí la fe muy pronto cuando vi la hipocresía que planteaban algunos textos religiosos. Pero odio volar, y cada vez que subo a un avión, rezo” bromea Ozon.
Nada fácil para François Ozon abordar una historia basada en hechos reales que tiene como principal objeto desenmascarar al Sacerdote pedófilo Bernard Preynat (Yves-Marie Bastien de joven y Bernard Verley como adulto, casi anciano). Todo comienza cuando Alexandre Guerin (Melvil Poupaud) hombre de mediana edad, quien trabaja en un Banco, tiene una buena posición, está casado y tiene cinco hijos, descubre que el Padre que abusó de él de niño sigue estando en contacto con pequeños cuando lo ve en una Iglesia de Lyon a la que asiste. Ahí los recuerdos se remueven y decide hacer algo, llega a tener una reunión con Régine Maire (Martine Erhel), mano derecha del Cardenal Philippe Barbarin (Bernard Verley) a quienes les cuenta todo y hasta se reúne con Preynat, pero éste no se disculpa, aunque reconoce los hechos aduciendo que sufre de una “enfermedad”. Los abusos se perpetraban en los campamentos de verano mientras los niños pasaban las vacaciones como scouts, ahí eran “elegidos” por Preynat (a veces se sentían hasta privilegiados) para que la autoridad se aprovechara de ellos con situaciones completamente inapropiadas. Además de Alexandre, el guión une dos historias más, de diferentes ambientes sociales e ideológicos, las de François Debord (Denis Ménochet), también casado y con dos hijas, ateo y Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud)soltero, quien tiene una salud más endeble y una pareja inestable y complicada. Entre los tres crean un grupo junto a otros abusados que se van sumando y así llegan a los medios para ejercer presión y lograr que la policía abra una investigación, aunque algunos casos hayan prescrito. Al Director le interesa el encubrimiento de la Iglesia Católica, tanto del Cardenal como de todos los que sabían y callaron. Su objetivo es llegar a oídos del Papa. Los abusados quieren recuperar su vida, sus cuerpos llenos de cicatrices internas, de dolor y contacto no deseado. El film es duro pero necesario, por suerte ya salieron a la luz éstas cuestiones pero hace falta mucho más, hay que buscar la luz y la verdad y no callar más para que ésto no suceda más. Un film crudo, inteligente, bien actuado, que saca la impotencia del espectador que no comprende a los que protegen a este tipo de monstruos. Esta película obtuvo el Gran Premio del Jurado del Festival de Berlín de 2019. ---> https://www.youtube.com/watch?v=Fkx2B50SqzA TITULO ORIGINAL: Grâce à Dieu TITULO ALTERNATIVO: By Grace of God DIRECCIÓN: François Ozon. ACTORES: Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud. GUION: François Ozon. FOTOGRAFIA: Manuel Dacosse. MÚSICA: Evgueni Galperine. GENERO: Drama . ORIGEN: Francia. DURACION: 137 Minutos CALIFICACION: No disponible por el momento DISTRIBUIDORA: CDI Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 29 de Agosto de 2019
Las consecuencias del abuso Pareciera que la cinematografía de François Ozon se divide en films que profundizan en el lado oscuro de la psicología humana, tales como Joven y Bella (Jeune et Jolie, 2013) y Amante doble (L'amant doublé, 2017), cargados de esquizofrenia y sexo; mientras otros, son basados en las víctimas de aberrantes hechos históricos como Frantz (2016). En esta segunda línea se encuentra Por gracia de Dios (Grâce à Dieu, 2018). El prolífico cineasta galo regresa con un tema polémico: la pedofilia en la Iglesia Católica. Basándose en hechos reales, el caso del padre Bernard Preynat de la Diócesis de Lyon, actualmente en los tribunales franceses por abusar de 70 niños, este film busca indagar en las consecuencias de dicho delito en la vida adulta de tres hombres de diferentes clases y condiciones sociales. La narración clásica nos introduce en tiempo y espacio. Descubrir el humanismo detrás de los sobrevivientes de un caso de abuso sexual propiciado por un cura en los años 70 y 80 que fue minimizado por la jerarquía eclesiástica será el fin. Ozon divide su relato en tres personajes, yendo de menor a mayor. La primera parte corresponde a Alexandre (Melvil Poupaud) un devoto padre de familia que aún cree en Dios y asiste a misa, que se anima de contar que fue abusado por el sacerdote Bernard Preynat en sus tiempos de Boy Scoutt. Primero recurre a los altos mandos de la Iglesia sin obtener la respuesta pretendida. Su caso prescribió porque sucedió hace más de 40 años. En una segunda parte vemos el caso de François (Denis Ménochet), ateo y sin hijos que, si bien primero no quiere rememorar el doloroso pasado, cuenta con el apoyo de sus padres y la fuerza para enfrentar al padre y salir en los medios de ser necesario. Finalmente el traumado Emmanuel (Swann Arlaud), con problemas para recomponer su vida desde los hechos que dejaron marca en él, quien no cuenta con los medios económicos ni el apoyo afectivo para hacer frente al juicio pero será la asociación La Parole libérée, -en la que se agruparon las víctimas-, la que fortalecerá la demanda. Un Ozon menos agresivo que en otros films, busca poner el tema sobre la mesa por delante de su autoría. Describe el dolor de las víctimas y el poder de la religión católica que puede convertirse en monstruoso mediante el encubrimiento de estos actos. La estructura dramática funciona como una olla a presión, elevando la tensión con el correr de los minutos y los casos. El drama adquiere la forma de un thriller: Cuando parece que el asunto llega a su fin se disuelve otra vez, llevando a sus víctimas a renovar las fuerzas para seguir luchando. No de forma individual sino colectiva para hacer efectivo el reclamo ante la justicia. Hay una intención del film de desprenderse del hecho concreto y reflexionar sobre los daños emocionales que puede causar el abuso sexual en las personas. Mayor aún si viene acompañado de un abuso de poder, a través de la figura de un sacerdote. La película se presenta humana desandando cada caso, las vidas privadas de cada personaje y los conflictos suscitados. Los personajes no son retratados esquemáticamente -ni el padre es criminalizado ni los abusados son débiles-, hay un trabajo desde los matices que fortalece el film, y evita minimizar el conflicto a un individuo. La posta cae en el accionar de la Iglesia Católica en general. En ese momento, el film concluye pero con la tranquilidad de haber tirado de la punta del ovillo para adentrarnos en algo mayor.
Está claro que Ozon no es un autor. Su extensa obra cinematográfica comprende algunas películas interesantes y personales y otros muchos productos de vocación estrictamente comercial. Así y todo hay algo en esa heterogeneidad, un desparpajo para explorar formatos y temas sin demasiadas ataduras o mandatos, que hace que suela encontrar casi siempre algún elemento que me intriga, me seduce o, al menos, me llama la atención. Hecha la aclaración, cabe decir que Por gracia de Dios encuadra, sin dudas, en las películas pensadas más en la taquilla y el impacto que en algún tipo de búsqueda estética, temática o formal más personal. Ello no implica que el resultado sea o deba ser per se mejor en uno u otro caso. Pero lo cierto es que es evidente que esta película es más 8 mujeres, Potiche (Mujeres al poder) o Una nueva amiga, que Ricky, El refugio o Gotas que caen sobre rocas calientes. El tema de la película reviste actualidad, es uno de esos que claramente puede identificarse como uno “importante”. Basándose en “hechos reales”, Ozon se asoma al caso del cura Bernard Preynat, que en 2016 fue denunciado por haber abusado sexualmente de decenas de niños desde los años '70 en Francia. Fiel a su inclasificable esencia, el costado exploitation del asunto está muy presente, pero también su costado político. Como en The Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro, la película ve la luz cuando el caso aún está abierto en los tribunales (N. de la R.: En julio último fue expulsado del estado clerical, máximo castigo de la Justicia eclesiástica); en tanto todavía siguen sin decidirse los cargos por complicidad o encubrimiento que se endilgan a los superiores del cura acusado de abusos, en particular la denuncia efectuada contra el cardenal Philippe Barbarin. Así, Por gracia de Dios es una anomalía por donde se la mire: explota un tema importante pero presta más atención a cómo impactó en las vidas de las víctimas y sus familias el proceso de denuncia que los detalles escabrosos de las experiencias sufridas; se viste de film cuestionador pero en la deriva narrativa el interés está más puesto en las contradicciones e internas del grupo que se forma para llevar adelante las denuncias. Desde el punto de vista político merece prestarse atención a la importancia de que una película como esta se corra del corset del “cine de arte y ensayo”, que se trasvista de drama familiar y que sea tan amplia al momento de aceptar distintas miradas. Es eso lo que hace más fuerte la evidencia del abuso de poder, de la obscena falta de empatía y respeto, del encubrimiento y complicidad que parecen apuntar más alto que al cardenal en cuestión. Las referencias no son directas y muchas veces provienen más de algo que se escucha en la televisión o en la radio: el Vaticano estuvo todo el tiempo al tanto, el actual Papa incluído. Es fácil encontrar frases de ocasión para sobreactuar una indignación no necesariamente sincera; llevar adelante acciones concretas que abracen a las víctimas, repudien duramente lo sucedido y castiguen a los criminales, se ve que no tanto. El caso no está cerrado. Y no está mal que una película como esta ponga la lupa sobre él.
Ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín, la nueva película de este prolífico realizador francés está basada en hechos reales que generaron un gran escándalo en Francia, reproducido muy pronto a escala internacional: la aparición en escena de la asociación de víctimas La Parole Libérée, fundada en Lyon en 2015 por víctimas de abusos perpetrados por el sacerdote Bernard Preynat, provocó una aguda discusión pública con las máximas autoridades de la Iglesia Católica, señaladas por silenciarlos. Ozon abre el fuego con la denuncia que fue el puntapié inicial, llevada adelante por el padre de una familia numerosa, un profesional de vida burguesa que mantiene su rutina de católico practicante pero sin abandonar su objetivo de revisar ese pasado infausto. Y luego va encadenando otras historias similares mediante un virtuoso trabajo de puesta en escena apoyado en la combinación fluida de voz en off y una sofisticada narración visual, aunque la proliferación de casos produce cierta dispersión y, a medida que la historia avanza, el director empieza a subirle el volumen hasta el límite de la estridencia. Hay un lineamiento moral que sobrevuela el film y que contradice abiertamente las prescripciones religiosas. Lo expresa la interlocutora de uno de los abusados, convencida de que perdonar en estos casos es quedar otra vez en manos del victimario.
Walter Tejblum, director del documental Malka, una chica de la Zwi Migdal, debuta en la ficción con una comedia sobre las desventuras de un rabino porteño que viaja por el mundo (primero a Nueva York y luego a la Taiwan del título) en busca de donaciones que le permitan sostener el templo y la institución a su cargo. Aarón (Fabián Rosenthal) se ha endeudado para llevar adelante ambiciosos proyectos para su comunidad, pero Suárez (Carlos Portaluppi), un despiadado financista que quiere hacerse del predio, le exige un pago que él no está en condiciones de cancelar. Tras sus fracasos iniciales en Brooklyn, le aseguran que en Taiwan podría conseguir los fondos necesarios y hacia esas exóticas tierras se dirige el entusiasta protagonista en medio de crecientes tensiones con su esposa, Laila (Mercedes Funes). El cine nacional reciente parece fascinado por distintas zonas de Asia (50 Chuseok, De acá a la China), y en este caso retrata las desventuras de un argentino suelto en Taipei con una apuesta que en un principio maneja con unos cuantos hallazgos ciertos tópicos recurrentes del humor judío, pero luego empieza a abandonar de forma progresiva el foco en la comedia de enredos y la obsesión por el dinero para concentrarse más en lo afectivo con un vuelta de tuerca de fuerte implicancia sentimental que desemboca en un desenlace correcto, pero con resultados más convencionales y menos estimulantes de los que Shalom Taiwan prometía.
Sobria ejecución y matices para una propuesta que pone la denuncia adelante de todo. La pedofilia en el seno de la Iglesia Católica es una controversia que está muy lejos de dejar de ser pública. Sobre todo cuando son más y más las voces que se atreven a denunciar el abuso de confianza, la violación (tanto física como mental), la complicidad y, en definitiva, la impunidad. François Ozon toma tres de estas historias como base para ir más lejos en Por Gracia de Dios. Denuncia e Introspección Si bien Por Gracia de Dios cuenta varias historias, no podemos decir que sea una historia coral, o una con un protagonista definido con dos subtramas ocupadas por sus coprotagonistas. Es, de hecho, una historia donde cada protagonista se pasa la posta de la historia, conociéndose y hermanándose en el proceso. Ozon pasa un tiempo considerable con cada uno de ellos, dándoles plenitud de desarrollo como individuos antes de dárselo como grupo. Esta modalidad narrativa tiene un por qué, y es el claro deseo de Ozon de privilegiar el contenido, el tema de fondo, por sobre la forma. La estructura base está presente solo a modo de claridad, de seguimiento, pero no es por ello descuidada. Cada escena lleva a la siguiente y ese ritmo es el que contribuye a que las dos horas y veinte minutos de su duración se perciban moderadamente llevaderas. En cuanto a cómo Ozon ilustra las vivencias que llevaron a los protagonistas a este punto, lo hace con una sutileza cargada de significado. Donde la imaginación del espectador llena los espacios. Una acción tan sencilla como un niño entrando a un laboratorio fotográfico adquiere ribetes perturbadores. Una perturbación que va de la mano con las escenas donde cada una de las víctimas relata el incidente a las autoridades. Todo lo que necesita Ozon para ilustrar su punto y conmover al espectador es posar un primer plano sobre su intérprete, dejando que la expresividad en su relato acongojado tome las riendas de la acción. Cuando decimos que Ozon se anima a ir más lejos en su relato, es que no se limita al claro objetivo externo que implica llevar a estos sacerdotes a la justicia. El cambio, lo que hace que Por Gracia de Diostermine en un lugar distinto del que comenzó, radica en dos cuestiones fundamentales: Por un lado, tiene el valor de ilustrar cómo las víctimas de abuso, sin contención ni defensa, pueden llegar a convertirse ellos mismos en abusivos. Por ejemplo, en una escena, uno de sus protagonistas tiene una entrevista televisiva en su propio hogar. Cuando el equipo televisivo se retira –no sin antes felicitarlo por lo valiente de su denuncia–, su mujer tiene un ataque de celos respecto de la entrevistadora y este protagonista le responde con un golpe. Ese deseo de no santificar tanto a uno de sus protagonistas no es solo un acierto en cuanto a multidimensionalidad, sino que enfatiza el valor de denuncia del que parte la película para empezar. El otro punto de multidimensionalidad igual de importante, igual de valiente, es cómo queda la relación de estos hombres con la iglesia con total independencia del resultado jurídico. Donde incluso con la hermandad que significa haber atravesado la misma tragedia y a manos del mismo hombre, los desacuerdos se presentan en cuanto a lo que cada uno cree es lo que expresa más sólidamente su coherencia ideológica. Si apostatar en un acto de desacreditación a una institución o mantenerse en el seno de la misma para poder atacarla desde adentro. Es uno de esos debates tremendamente difíciles –y por ello reales– porque uno siente, al menos como espectador, que comprende por qué los personajes eligen esos caminos.
Basada en hechos reales, la nueva película de François Ozon echa -más- luz sobre los abusos de curas pedófilos. El director de La piscina, Bajo la arena y 8 mujeres, quien por lo general plantea temas sobre la sexualidad de manera abierta y sin tapujos, parece por momentos enmarañarse en las subtramas de Por gracia de Dios. Como si el hecho de tener que contar una historia verdadera, con tres personajes que han sido abusados de niños, no le dejara ser más libre a la hora de narrar y recortar hechos y anécdotas. Todo comienza en Lyon, con Alexandre (Melvil Poupaud), un padre de familia, ferviente católico, que descubre asqueado que Bernard Preynat, el cura que abusó de él cuando pequeño, sigue en funciones, y educando a menores. Alexandre toma el camino que cree es el indicado: va subiendo en la escala eclesiástica para denunciar lo que sufrió. El trauma no resuelto irá ascendiendo cuando advierta que por más que parezca que van a apartar al sacerdote, nada de esto sucede. Por más que llegue hasta al Vaticano. Pero Alexandre, claro, no fue el único niño abusado. Y Ozon toma a otros dos personajes, y la historia así se va bifurcando. Ellos, más otros, forman un grupo que intentará el juzgamiento público del cura. A favor, Ozon cuenta con cómo muestra los sentimientos, entre reprimidos y luego exacerbados, pero siempre desconcertantes de los personajes. Y juega, eso sí, magistralmente con la hipocresía -la escena en la que el cura, Alexandre y una mediadora rezan, tomados de las manos- y la vergüenza. Si hasta “No es contra, es por la Iglesia”, se escucha por allí. Tal vez lo que se extraña esta vez en Ozon es que no se haya sentido más libre. Porque parece encorsetado en los límites de los hechos, como si la seriedad del tema que aborda le hubiera restringido su frondosa imaginación -recordemos, Ricky, El amante doble o Joven & bella-. De todas formas, Por gracia de Dios tiene una contundencia que, con sus fundamentos, enseña y expone un hecho aberrante que merece todos los castigos.
Otro film sobre los abusos a niños de parte de sacerdotes católicos, esta vez en Lyon bajo el registro de Francois Ozon. Hechos reales como punto de partida, juicios todavía pendientes, la voz del Papa Francisco para tener tolerancia cero con la pedofilia y como esa actitud es proclamada pero no puesta en práctica por la iglesia francesa. En un relato, el guión es del director, donde se documenta lo que tuvieron que hacer las víctimas, hombres adultos, para poner el evidencia al depredado. Pero también muestra los alcances del abuso, la gran cantidad de niños afectados, de qué manera las familias de esas víctimas supieron u ocultaron síntomas y como reaccionaron cuando sus hijos quieren asumir la acusación para que esa herida no quede impune. Los pasos privados primero, un ejecutivo, su familia numerosa y los mecanismos dentro de la iglesia para lograr justicia, sin renunciar nunca a ser miembro de la grey católica. Pero de a poco aparecen otros personajes afectados, uno psicológicamente, que nunca pudo avanzar en su vida por ese trauma, otros temerosos de que el secreto que guardaron salga a la luz y perjudique su vida actual, los militantes que necesitan que su voz se escucha públicamente. Cada caso, cada encuentro, cada prejuicio derribado y la hipocresía oficial de la diócesis para tapar el escándalo y lograr una reconciliación con un violador que no se arrepiente, cuenta con protección y sigue trabajando con niños a pesar de las denuncias. Es un film, distinto a los otros de Ozon, hecho con convicción pero sin estridencias, buceando en los temores, vergüenzas ocultas e inhibiciones de cada uno de ellos. Un testimonio denso, conmovedor, detallado, que recibió el Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín.
Luego de ser premiado en Cannes, llega la última producción del gran François Ozon, "Grâce à Dieu"(Gran Premio del Jurado en la edición 2019), drama basado en hechos reales, que aborda la relación pedófila entre un sacerdote de Lyon y un grupo de niños que concurría a campamentos de verano en la iglesia católica local. El tema es de actualidad potente, ya que sus crímenes fueron denunciados y Bernard Preynat, el hombre detrás de los abusos, finalmente fue encontrado culpable el mes pasado (julio 5). El proceso judicial terminó, pero la historia que Ozon trae no sólo se ocupa de la denuncia de los hechos producidos (terribles), sino del daño emocional provocado a esos niños, ahora hombres de familia, y la irracionalidad de la iglesia francesa, dispuesta a defender al sacerdote y sabotear todo intento de que la cuestión salga a la luz. Ozon cuenta que quedó afectado y conmocionado, cuando un día buscando en internet, dio con el sitio "La Parole Libérée", espacio donde hombres contaban como habían sido abusados durante su infancia en las iglesias. En esa web, hasta incluso hay archivos y correos entre algunos responsables del grupo y las altas jerarquías de la iglesia, incluso algunas dedicadas a prestar apoyo psicológico a las víctimas en los casos presentados. También sabemos que al principio, Ozon quiso plantear un documental, pero finalmente decidió darle su propio sello personal y armar una ficción fuerte, que genere debates y sirva a esa causa. Recordemos que este cineasta es reconocido por su sensibilidad particular para describir la personalidad del sexo femenino ("Double lover", "Young & beautiful", "Potiche", "8 femmes", "Swimming pool", etc), por lo cual era interesante a priori su enfoque para un universo masculino... La trama presenta tres partes, cada una destinada a un personaje principal . El primero es Alexander, jugado por Melvil Poupaud, hombre de unos 40 años, devoto católico y practicante, quien se anima a narrar que fue abusado por Preynat, cuando concurría al grupo de scouts de la iglesia, más de 30 años atrás. Todo esto se dispara, cuando increíblemente ve que el sujeto en cuestión, sigue en contacto con niños. Inaudito. Luego aparecerá François (Denis Ménochet), quien no cree en Dios y no tiene hijos, y ha elegido no recordar ese pasado común con Alexander, a pesar de haber sufrido el mismo destino. Sin embargo, su medio familiar ofrecerá una visión compleja cuando estas estructuras se muevan a revisión, ya que no es un tema que esta familia desee desenterrar. Y finalmente aparecerá Emmanuel (Swann Arlaud), quien parece el menos favorecido económicamente de estos tres hombres, pero el que mayor poder de fuego interior posee. Una vez que la chispa se encendió, veremos en acción a las autoridades eclesiásticas de Lyon proteger al sacerdote y anticipar un manto de olvido (mediático, que es una dimensión de este suceso), que los protagonistas no aceptarán de ninguna manera. El caso se armará y conmocionará no sólo a los medios franceses, sino también impactará de lleno en la vida de los abusados, quienes enfrentarán etapas de dolor, alivio y sed de justicia, que tendrán su resultado en hechos concretos, aunque no será un camino sencillo. La película recuerda a "Spotlight" en la temática, pero en particular "Grâce à Dieu" me parece más física, menos impostada. Ozon le da cierta altura dramática palpable y presenta las escenas más ásperas (la de Preynat cuando confiesa a Alexander que hubo muchos chicos abusados por él y se niega a hacer pública la situación, es notable, las discusiones en el seno de la familia de François, entre otras) con una sensibilidad destacada. Este es un film lleno de tensión pero aún en sus instantes oscuros, no deja de mostrarse honesto y esperanzador. La denuncia importa, pero el viaje emocional que significó para ese trío de hombres avanzar sobre esa tarea, es todo en la cinta. Las interpretaciones son correctas, los secundarios ofrecen las máscaras necesarias (algunos) y la empatía justa (otros) y se ofrecen como andamiaje de situaciones que de sólo verlas en pantalla, nos afectan en nuestro fuero íntimo, mucho más a quienes hemos transitado grupos infantiles o juveniles en las iglesias de nuestras comunidades. Necesario e íntimo, "Por gracia de Dios" es un Ozon distinto, pero como siempre en este cineasta, en la dirección correcta para explotar sus enormes habilidades narrativas. Muy buena.
“Por gracia de Dios”, de François Ozon Por Jorge Bernárdez François Ozon es un artesano que los cinéfilos esperan y que sabe como sacudir a su público, pero esta nueva película nos trae un director austero y ajustado a la historia que nos quiere contar. Por gracia de Dios es la historia de “La palabra liberada”, un colectivo que reunió en 2015 a un grupo de víctimas de la actividad depredadora de un miembro de la Iglesia francesa -que lideraba grupos de Boy Scout- a partir de un hombre de cuarenta años que se atrevió a contar lo que había sufrido siendo niño por parte del sacerdote. Los hechos ocurrieron en la ciudad de Lyon donde el sacerdote católico Bernard Preymat llevó adelante los crímenes sexuales sobre decenas de niños durante veinte años. Los jefes de la iglesia taparon todo y cuando ya no hubo forma de hacerlo, un obispo dijo que esos crímenes estaban prescritos, “Gracias a Dios” fue la frase que utilizó y que escandalizó a toda Francia. La película se va centrando en los distintos miembros de la asociación “La voz liberada” y cuenta con gran rigor la manera en que cada uno de ellos se fue sumando, a pesar de lo doloroso que les resultaba y lo complicado que se puso para sus familias, donde muchos los acompañaban pero también hubo quienes les echaban en cara su “obsesión” con el pasado y su guerra personal contra la Iglesia. Un elenco sólido y grandes momentos hacen una película apasionante de seguir y de alto impacto. Desde el desconcierto inicial hasta la decisión de juntarse y darle voz a quienes hasta ese instante no habían sido escuchados ni siquiera por sus padres. Que la película le de espacio a la voz de las víctimas no quiere decir que la Iglesia no esté presente el problema -las disculpas forzadas y las expresiones del Papa que supuestamente se ponen del lado de las víctimas-, pero de los hechos concretos tendientes hasta que los curas pedófilos paguen sus críticos hay un abismo. Además, la Iglesia trató de evitar el estreno en Francia de este relato porque al momento de producirse había pronunciamentos judiciales que todavía no se hecho. Pero acá está en los cines, en los de nuestro país y en todos lados, se puede tomar como un gesto mínimo de Justicia un poco tardío y que por supuesto no arregla nada para los adultos abusados cuando eran niños. POR GRACIA DE DIOS Grâce à Dieu. Francia/Bélgica, 2018. Dirección y Guión: François Ozon. Intéroretes: Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud, Éric Caravaca, François Marthouret, Bernard Verley, Josiane Balasko, Martine Erhel, Hélène Vincent, Yves-Marie Bastien. Producción: Eric Altmayer y Nicolas Altmayer. Distribuidora: Ifa Cinema. Duración: 137 minutos.
Abusos y Encubrimiento. Crítica de “Por Gracia de Dios”de Francois Ozon.InicioEstrenosAbusos y Encubrimiento. Crítica de “Por Gracia de Dios”de Francois Ozon. 29 agosto, 2019 Bruno Calabrese El director francés (8 Mujeres, En la Casa) vuelve al cine con una historia real sobre los abusos del sacerdote Bernard Preyant y su posterior encubrimiento por parte del cardenal francés Phillippe Barbarin. Por Bruno Calabrese. La historia se centra en tres testimonios correspondientes a diferentes estratos sociales. Alexander Guerin (Melvil Poupaud) es quien comienza a sacar a la luz el abuso. A partir del padre de un compañero de escuela de su hijo, quien le consulta si el también fue abusado por el cura durante los tiempos de boy scout. De clase alta, fanático religioso, con una familia constituida por su esposa y cinco hijos. Se suman a la denuncia el ateo Francois Debord (Denis Ménochet), de clase media acomodada, junto con Emmanuel Thomassin, quien más sufrió las consecuencias de los abusos del Padre Bernard Preynat (Yves-Marie Bastien en la juventud, Bernard Verley en la adultez), sacerdote de la Diócesis de Lyon. En un principio, Guerin pretende que la iglesia penalice a Preynat echándolo. Pero el asunto no prospera y termina presentando una denuncia judicial, Debord por su parte es interrogado por la policía y construye, junto a otro colega en el dolor, el médico Gilles Perret (Éric Caravaca) una asociación y sitio web llamada La Palabra Liberada. Allí recopilan testimonios de otras víctimas que sufrieron el acoso del clérigo durante los 80 y 90. Thomassin se suma cuando lee una noticia en un periódico vinculada al lanzamiento de la asociación. Se hace inevitable las comparaciones con “Spotlight”, pero a diferencia de la película dirigida Tom McCarthy, la francesa se centra en aquellos que sufrieron a manos de la Iglesia Católica, en lugar de periodistas manejando una tragedia colectiva. A pesar de los casi 137 minutos de duración, la película no decae en su interés, sobre todo en la forma en la que el director establece las perspectivas distintas para los cuatro hombres en los cuales se centra. “Por la gracia de Dios” es una dramatización apasionante y sincera del escándalo de abuso sexual de la Iglesia Católica detrás del juicio de Philippe Barbarin, el arzobispo de Lyon. Francois Ozon concluye con un anuncio que el veredicto en el juicio de Barbarin se entregará el 7 de marzo, cuatro semanas después del estreno de la película. Los desarrollos posteriores le agregan diferentes matices emocionales a su final en pantalla. Puntaje: 80/100.
Alexandre vive en Lyon con su esposa y sus cinco hijos, tiene una vida rutinaria y calma, pero cuando se entera que el cura que abusó de él hace 30 años sigue estando a cargo de niños, todo cambia. Grâce à Dieu (Por Gracia de Dios) es una película basada en hechos reales que retrata de forma muy respetuosa, pero efectiva, las consecuencias del abuso infantil y carga contra la hipocresía de las instituciones.
Gracias a Dios La última película de François Ozon rompe en buena medida con el horizonte de su filmografía: Por gracia de Dios tiene una agenda, es -como se le suele decir- un alegato, un artefacto que busca intervenir en el desarrollo de una causa. Con otras palabras: Por gracia de Dios se da a sí misma objetivos extracinematográficos, y en todo caso el cine se transforma en el medio que permite vehiculizar una denuncia. En general, se sabe, Ozon hace justo lo contrario a eso: sus películas son objetos autorreferenciales que llaman la atención sobre sí mismos y sus mecanismos; menos historias en las que sumergirse que aparatos con los que el espectador debe aprender a jugar. Por gracia de Dios, entonces, es una película de una seriedad infrecuente para el director que, seguramente urgido por la gravedad del tema, trata de borrarse a sí mismo y de dejar el relato en primer plano; un acto de desaparición extraño para él que, contra cualquier pronóstico, le sale bastante bien. La historia es más bien simple, se basa en casos reales y en un litigio todavía en curso: varios scouts son abusados por un cura de Lyon. Tres décadas después, cuando la mayoría ronda los cuarenta años, la denuncia pública de uno de ellos reactiva el asunto, las víctimas empiezan a encontrarse unas con otras y crean una organización destinada a dar a conocer los hechos y buscar justicia. Que los declarantes y los acusados aparezcan con sus nombres y apellidos no hace más que robustecer el tema de la película y, al mismo tiempo, uno imagina, ata de pies y manos a Ozon, que no parece animarse a imprimirle al relato ni un poco de su conocido gusto por los excesos y las piruetas formales (cosa que, en buena medida, se agradece). El director no es un gran narrador, pero siempre se las arregló para disimular esa falta apelando a una buena cantidad de gadgets, ya fueran los códigos del musical, una premisa fantástica o una vuelta de tuerca. Y si bien acá Ozon está, digamos, reducido, se las ingenia para contrabandear algún que otro artilugio narrativo. En la primera mitad, que es la mejor, la más dinámica, la película adquiere un tono decididamente epistolar, un formato que el cine nunca supo aprovechar del todo. El relato empieza con la historia de Alexandre, que se atreve a denunciar a Preynat (el cura) yendo contra los deseos de sus padres. Alexandre intercambia cartas con varias personas. Ozon, que tiene un ojo avezado para estas cosas, descubre allí un recurso que le permite insuflarle velocidad y fuerza a un historia poco espectacular: la primera parte, entonces, transcurre entre las cartas leídas y las imágenes de Alexandre en su vida cotidiana. La relación entre unas y otras no siempre es directa y eso le deja espacio libre al director para experimentar con el desarreglo: las cartas hablan de cosas terribles pero lo hacen de manera formal y protocolar, mientras que el montaje muestra breves secuencias del protagonista junto a su familia, yendo al trabajo o caminando por la calle. Si esta primera parte funciona tan bien eso seguro se debe a Melvil Poupaud. Poupaud trabajó con casi todo el mundo, pero yo me fijé en él recién en las películas de Raúl Ruiz, que lo inició en el cine. Ozon le confía un papel gris: Alexandre es un hombre de familia de clase media acomodada, católico, trabajador, el tipo no tiene nada parecido a una mancha, un vicio ni nada que lo vuelva destacable. Actor de una intensidad infrecuente, Poupaud hace de Alexandre un personaje magnético que lleva el cine en el cuerpo y lo desparrama allí a donde vaya, haga lo que haga, ya sea escribir en una computadora, viajar en tren o caminar con sus hijos por la calle. Una vez que se presenta a fondo a Alexandre, el guion hace entrar de a poco a otros personajes a los que más o menos les delega la historia. Obtenidos los primeros testimonios, ahora hay que ocuparse de formar una organización, llegar a los medios y atender al sinfín de llamados de víctimas del cura. La estructura epistolar, tristemente, desaparece, pero Ozon mantiene sin demasiados problemas el tono intermedio, más bien naturalista, de la película: ajeno a cualquier clase de épica individual, el relato acompaña a los personajes en su marcha por los caminos de la burocracia y los vericuetos legales y lo hace todo velozmente, las escenas son breves y se suceden unas otras con el mismo vértigo con el que los protagonistas libran su guerra personal.
Las consecuencias de algunos actos escapan a la razón. La humillación convoca a la vergüenza, y esta hace del silencio la gramática de la intimidad. Los abusos sexuales, más o menos perversos, tienen un alcance imposible de mensurar. Una experiencia infantil persiste vívida en el cuerpo de un hombre o una mujer de 40 años. Basta pulsar un signo que evoca la memoria para reencontrarse con el ultraje. Esto es esencialmente lo que filma François Ozon en Por gracia de Dios, película que retoma un caso real y reciente de lucha contra los abusos de curas de la Iglesia católica sobre fieles menores de edad.
Una película con dirección y guion de François Ozon, (Francia), una ficción basada en hechos reales. Fue premiada en el 2019, en el Gran Premio Jurado de Berlín. Con esta tarjeta de presentación, ya estamos en condiciones de compartir con ustedes una película a la que asistí a la función de prensa, la cual me impactó por su calidad fílmica, argumental y un despliegue del elenco, por lo que les recomendamos que la tengan en cuenta porque entra en cartelera de los cines comerciales el próximo jueves 29 de agosto. Desde el punto de vista argumental, lo que tiene de interesante el film es cómo va desmenuzando el tema en las diferentes instancias a medida que la historia avanza. Basado en hechos reales y ubicándonos en el año 2016, se inicia contando como Alexandre , quien vive en Lyon, padre de cinco hijos de unos treinta y cinco años y de profundas creencias católicas, es el primero en denunciar al sacerdote que había abusado de él cuando era un niño, en los campamentos de boy scout. La decisión de denunciarlo surge porque se entera que habiendo pasado veinte años de ese hecho, el sacerdote, seguía tratando con niños. El film es incisivo y es muy valioso el análisis de esta primera parte, cómo juega el conflicto de denunciarlo o no y cómo éste padre de familia, decidido a que sea apartado, comienza a escalar el reclamo dentro del ámbito religioso y fuera de él. A eso le sigue la búsqueda de otras víctimas, quienes se irán uniendo en la misma causa de hacer justicia, formando un círculo de testigos que se animan a dar testimonios de un pasado doloroso que les ha dejado traumas que nunca se podrán borrar. No vamos a contar más, pero lo que sí es para rescatar es que así como tiene una visión áspera, cruda y agria de lo vivido por las víctimas, la película en ningún momento niega la visión humana, donde el tema excede a esos hombres, porque ya siendo adultos se extiende a sus parejas, hijos, amigos, hermanos y a sus padres. También es interesante cómo este grupo de denunciantes va sufriendo escisiones en cuanto a la estrategia a utilizar. Se pone en el tapete a la prensa, la ayuda con la que cuentan para poder dar a luz esos testimonios. Están quienes piensan que la justicia se imparte en los estrados judiciales mientras otros sostienen a través de las redes sociales, que la justicia se basa en el escándalo. Es necesario resaltar la calidad actoral, ya que todos tienen un desempeño magnífico. El film cuenta con un reparto de actores muy importantes del cine francés actual, como Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud y Éric Caravaca. “Por gracia de Dios” es ideal para aquellos que les gusta un cine controvertido, con planteos adultos, donde no hay tapujos – hacer denuncias y que no quede como un secreto de pocos, demuestra una sociedad que ha evolucionado para bien, en su manera de pensar.
Por Gracia de Dios: La Iglesia como pecado. Una elegante crónica francesa de los casos de abuso que sacudieron al mundo en los últimos años, aprovecha la ficción para hacerle justicia a una realidad que al día de hoy deja a miembros culpables de la Iglesia en libertad, y lo hace sin crudeza ni melodrama. «Por Gracia de Dios» arranca con un intercambio demasiado cordial de cartas entre un padre de familia cristiano a una de las cabezas de la iglesia de Francia. Apenas si se nota por el tono y las formas que están discutiendo la implicación de uno de sus más importantes curas en múltiples casos de abuso durante las últimas décadas. Una reacción en cadena y un efecto dominó de extrema valentía cuando una serie de víctimas, de ese mismo sacerdote, comienzan a levantar sus voces cuando se enteran que él mismo continuó trabajando con niños en total impunidad durante todos estos años a pesar de constantes acusaciones ante la Iglesia. Basada en la historia real que sacudió Francia puntualmente y el cristianismo en general en los últimos años, se trata de un retrato de las consecuencias con las que deben sobrevivir las víctimas de abuso. Particularmente se trata de hombres que luego de décadas encuentran la fortaleza de enfrentar de forma pública el ataque que sufrieron cuando niños en manos de un miembro de la Iglesia que traiciona su confianza desde una posición de poder y privilegio en comunidades sumamente cristianas, pero al mismo tiempo trasciende lo particular para reflejar la lucha de sobrevivientes de abuso de forma mucho más general y universal. Comienza de forma elegante y sumamente estructurada, pero pronto descubriremos que eso es consecuencia de su primer protagonista. La cinta va a pasarle la batuta un par de veces entre sus personajes principales, cuando el rol más vital de uno culmina pasa a presentar y enfocarse completamente en otro. Estas transiciones resultan sumamente orgánicas a la narrativa, permitiendo no sólo mostrar variadas reacciones de las tantas víctimas sino además explorar los distintos grados de impacto que tiene este tipo de abuso. En ningún momento se vuelve cruda, más allá de testimonios en palabras, y prácticamente no toca momentos melodramáticos. La tarea de todo el elenco es fantástica, con infinidad de personajes medianos y pequeños que dan vida con suma naturalidad a un relato llevado por el pulso experto del director François Ozon. No vemos solamente sobrevivientes enfrentarse a su pasado, sino la respuestas de sus familiares, padres, hijos, jefes, amigos y parejas que apoyan o se incomodan ante la valiente lucha que están intentando ganar contra el estigma. Sumado por supuesto a una de las instituciones más poderosas del planeta. El resultado es una ficción sobria pero potente que utiliza la historia real para explorar de forma fantástica temáticas como el abuso, la religión y la respuestas de la sociedad ante sobrevivientes, al mismo tiempo que le hace justicia a los hechos. Presenta además variedad de perspectivas, incluyendo fieles cegados por su fe o creyentes que se ven reforzados en el cristianismo aún luego de sobrevivir tal abuso. No es una película que condene a la Iglesia o la religión, pero definitivamente no tiene pudor en cuestionar las formas nefastas en que se ha manejado la misma por los siglos de los siglos. A
En el nombre del padre François Ozon vuelve a la pantalla grande con una elegante ficción basada en hechos reales sobre la denuncia de abusos en la iglesia francesa de los 80 y los 90. Premiada este año con el Gran Premio Jurado de Berlín, “Gracias a Dios” es su título original, que acá en Argentina fue modificado y pierde la referencia a la extremadamente fallida frase que el arzobispo de Lyon pronuncia en una conferencia de prensa sobre el escándalo en torno al sacerdote acusado de abuso sexual décadas atrás: “Gracias a Dios esos hechos han prescripto”. Año 2016, Alexandre, francés, marido y padre de 5 hijos, de profundas creencias religiosas, ha decido denunciar al sacerdote que abusó de él cuando niño, en los campamentos de boy scout. Esa decisión surge al enterarse que este monstruo, después de más de 20 años de esos hechos, sigue estando en contacto con pequeños. Alentado por la supuesta visión progresista del Papa, decide comunicarle esto al arzobispo de Lyon, Monseñor Barbarin. A partir de esa denuncia, aparecen testimonios de otros niños en esa época, hoy hombres, que fueron abusados por el Padre Bernard Preynat (Yves-Marie Bastien en la juventud, Bernard Verley en la adultez), un sacerdote de la Diócesis de Lyon que estuvo a cargo de campamentos infantiles durante muchos años. Lo más irritante es que el propio victimario reconoce sus crímenes abiertamente. Primero aparece el adinerado y practicante católico, Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), luego viene el ateo François Debord (Denis Ménochet) y al final llega Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud), el más humilde y traumado del grupo en cuestión. Debord construye, junto a otra víctima, el médico Gilles Perret (Éric Caravaca), una asociación y sitio web, La Palabra Liberada, que recopila testimonios de acosos del clérigo durante los 80 y 90. No hacen falta golpes bajos, morbos ni sobreexplicaciones del caso. Todo el elenco es fantástico. Desde el trío protagonista a los personajes más pequeños, todos se destacan en esta obra y en el cine francés en general. Melvil Poupaud, Swann Arlaud y Denis Ménochet enfatizan la película a la hora de encarnar a tres de las víctimas del sacerdote Bernard Preynat. Es realmente movilizador el gesto aniñado y temeroso de las víctimas que se reúnen con el sacerdote, ahora septuagenario, interpretado por un genial Bernard Verley. Como se mencionó antes, todos los personajes tienen papeles preponderantes, así como vemos al trío protagonista, también están el acompañamiento, indiferencia o apoyo de padres, hijos, jefes, amigos y parejas ante la lucha que están intentando ganar tantos años después. El consagrado cineasta François Ozon – Gotas que caen sobre rocas calientes (2000), 8 mujeres (2002), La piscina (2003), Joven y bonita (2013), El amante doble (2017) – se corre de su trayectoria de pura ficción para adentrarse en la historia “basada en hechos reales” y, sobre todo, en un tema tan escabroso como la pedofilia en la iglesia francesa, reconocido por el propio autor de los hechos y, por si todo esto fuera poco, los juicios continúan. A partir de los testimonios de la organización La Parole libérée (La palabra liberada), el director fue conociendo datos y entrevistando a los verdaderos protagonistas de la historia. Su idea inicial era realizar un documental, pero finalmente se decantó por esta ficción. Y fue un acierto. Como también el hecho de narrar la historia desde el punto de vista de creyentes que practican el catolicismo día a día. Por gracia de Dios se lleva a cabo a partir de la suma de transiciones dinámicas entre sus protagonistas y sus maneras de pensar y vivir. Podría parecer un drama aburguesado francés más, pero la narrativa orgánica y el impacto que genera este tipo de abusos, hacen una historia elevada, un fuerte drama social que preocupa a todos, con la impecable dirección de Ozon. Es de destacar que la película acompaña al trío protagónico y su organización La palabra liberada en sus causas subsiguientes, ya que no todo termina cuando se cumplen los objetivos a corto plazo, momento en el cual varios adherentes y/o víctimas abandonan, sino que esto sigue con distintas necesidades, entre las que se encuentra la suba del límite legar para la proscripción de 20 a, por lo menos, 30 años. Con actuaciones supremas y un maravilloso guion que evita los golpes bajos y la condena a la Iglesia, esta película es incisiva y sencilla, estremecedor y elegante. Ideal para quien guste de denuncias y planteos controvertidos, pero con altura. Digna de admiración.
El destacado realizador francés François Ozon, autor de obras que han impregnado la memoria del espectador como la emotiva El refugio (2010), la intrigante En la casa (2012) o la excelente Frantz (2016), novedosa remake de Broken Lullaby (Ernst Lubitsch – 1932), deja de lado la ficción para reconstruir hechos reales basados en un caso de pedofilia actualmente en los tribunales franceses. La trama tiene como epicentro al sacerdote Bernard Preynat, acusado de abusar sexualmente de numerosos niños entre los años 80 y 90 cuando tenía a su cargo grupos de boy scouts. Los actos condenables del clérigo salieron a la luz en el 2015, gracias a la creación por parte de las víctimas de la asociación La palabra liberada, en la cual detallaron las agresiones sufridas. En la causa también quedó involucrado por encubrimiento el arzobispo de Lyon, lugar donde tuvieron lugar los acontecimientos, el cardenal Philippe Barbarin. La película avanza como si se tratara de una investigación periodística al estilo de En primera plana (2015), la ganadora del Oscar a mejor film de 2016 realizada por Tom McCarthy. La diferencia con el director norteamericano es que Ozon pone el énfasis en la tensión entre las víctimas y el abusador, al reunirlos en varias secuencias de gran tirantez. El protagonismo pasa de mano en mano. El relato se inicia con Melvil Poupaud, el recordado protagonista de Cuento de verano (Éric Rohmer – 1996), en EL rol de Alexandre Guérin, un padre de familia burgués con cinco hijos a los cuales educa bajo los ritos católicos pese a su pasado conflictivo con la Iglesia apostólica romana. Es el primero en poner una demanda judicial, pese a que su caso prescribió. Trata de permanecer en el anonimato mientras busca nuevos testimonios para poder llevar a juicio al sacerdote. Luego continúa con Denis Ménochet, recientemente visto en El emperador de París (Jean-François Richet – 2018), una víctima al principio renuente a declarar, pero que al enterarse que Preynat sigue en contacto con menores, decide participar activamente y dar a conocer los hechos a través de la prensa. Su papel es decisivo y preponderante para poner al pederasta en los estrados judiciales. Casi al unísono surge Éric Caravaca, bien presente en los cinéfilos argentinos por su protagónico en Amantes por un día (Philippe Garrel – 2017), que acompaña a Ménochet en sus demandas y en la creación de la asociación que puso fin al silencio de los damnificados. Por último, Swann Arlaud, aquel seductor sin alma, un predador detestable en Una vida, una mujer (Stéphane Brizé – 2016), es el personaje más conflictivo y más afectado por las vejaciones padecidas. Aquel que no pudo encausar su vida, formar una familia ni mantener una relación estable. Otro personaje relevante aunque invisible es el Papa Francisco a través de sus declaraciones y por el intercambio epistolar con las autoridades eclesiásticas y los acusadores. La estructura narrativa se apoya en las lecturas de cartas a través de una voz en off, las sucesivas reuniones entre la curia y los demandantes, los diálogos íntimos familiares y los encuentros de los miembros de la asociación. La reacción lenta y tardía del cardenal, un personaje dubitativo y contradictorio, se contrapone a las firmes convicciones de los litigantes, exasperados por la pasividad del arzobispo. Su desafortunada respuesta en una conferencia de prensa: “Por gracia de Dios los actos han prescripto” dan origen al título del film. Preynat es presentado como un cura débil que reconoce sus pecados que atribuye a una enfermedad. Ruega ser perdonado mientras trata de evitar que los acontecimientos tomen estado público. La culpa en sus distintos estratos, el perdón como desahogo emocional sin abandonar la búsqueda de la justicia, la preservación de las instituciones religiosas para no manchar a todos sus integrantes, la apostasía como reacción intempestiva son materia de análisis a lo largo de las dos horas y cuarto del film. Por gracia de Dios, ganador del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Berlín, es una contundente denuncia de un tema que lamentablemente con frecuencia ocupa en la actualidad la tapa de los diarios. Pese a las mayores facilidades y predisposiciones para efectuar las denuncias junto a las medidas tomadas por la Santa Sede, no se puede borrar ese dejo de frustración e impunidad que permanece en el espectador. Todos los castigos y condenas parecen insuficientes para semejantes aberraciones perpetrados contra seres inocentes e indefensos, que en muchos casos contaron con la mirada pasiva de los padres, miembros de una sociedad burguesa cerrada e hipócrita. Valoración: Muy Buena.
Lo nuevo del prolífico director francés François Ozon es un drama basado en casos reales, que expone casos de pedofilia por parte de sacerdotes y que la Iglesia conoce y oculta. La nueva película de François Ozon comienza con una voz en off. Un hombre que se presenta y da a conocer que fue abusado por un sacerdote. Pronto entendemos que eso que escuchamos es la carta que está escribiendo al cardenal a cargo cuando se entera de que aquel hombre sigue hasta el día de hoy trabajando con niños. Alexandre está casado y tiene cinco hijos y tanto con su mujer como con sus hijos habla abiertamente de lo que le pasó, porque entiende que ésa es la mejor forma de prevenirlo. En Por gracia de Dios vamos siguiendo primero a este personaje, a través de su lucha por hacerse escuchar y lograr que se haga algo, con un enfrentamiento cara a cara con su abusador incluido. Pero después van apareciendo otros casos y las líneas narrativas ya no siguen un camino preciso. Así, aparece un amigo de su infancia y Ozon se va despegando de quien parecía ser su protagonista para seguir, a su turno, el hoy de estos otros hombres que también fueron abusados y que, uniéndose, buscan y encuentran modos de hacerse escuchar. Porque cuando uno escucha que no está solo resulta más fácil abrirse. La estructura entonces no es clásica. Los personajes se juntan en varios momentos pero en general se los sigue por separados, cada uno a su tiempo, casi como diferentes capítulos de una misma historia pero, a diferencia de como hizo en Joven y hermosa, por ejemplo, cada capítulo no retrata una estación, una época, sino a un personaje distinto. Esto le sirve a Ozon para mostrar cómo un abuso en la infancia puede derivar en diferentes tipos de traumas. También se nos muestra que cada familia es un mundo y cada uno de ellas también ha tenido diferentes tipos de reacciones ante el conocimiento del abuso. El director y guionista, que en general se caracteriza por sus historias provocadoras, acá opta por una temática fuerte y difícil y la retrata con mucha elegancia, distante y fría por momentos y, al mismo tiempo, alejada de cualquier tipo de morbo o lugares comunes que podrían haber sido esperables en una historia así, hasta los flashbacks son muy sutiles. Lo que fácilmente podría haber caído en un drama subrayado y de golpes bajos deriva en una película que, sin necesidad de criticar la fe y la religión, cuestiona la hipocresía de la institución. Por gracia de Dios está además filmada de manera impecable, aunque por momentos Ozon pareciera regodearse en su talento y las escenas se alargan un poco más de lo necesario. Otro punto a favor del film es el elenco, con actores que consiguen brindar mucha dimensión a sus personajes sin histrionismos, incluso con el personaje interpretado por Swann Arlaud, Emmanuel, a quien el abuso lo dejó severamente conflictuado. El uso o no de la música también termina de acentuar el tono buscado. Por gracia de Dios es una película sobre una cruda realidad. Ozon retrata algo más que una historia sobre el abuso infantil, además muestra las diferentes formas de sobrellevarlo y al mismo tiempo sitúa a la institución religiosa como la gran silenciadora. Sin artificios ni manipulaciones, de una manera sencilla y con una narración precisa logra estremecernos.
EL CINE COMO MANIFIESTO PARA ESCLARECER LA VERDAD Una vez más, François Ozon aborda temáticas complejas que involucran al ser humano. Fiel a su estilo psicológico, en Por gracia de Dios las circunstancias históricas y sociales son un poco más complicadas: el cineasta francés lleva al cine una historia real que actualmente espera su condena. Se trata de los abusos sexuales que realizó el cura Berband Preynant, quien se encuentra esperando el juicio por sus delitos pedófilos cometidos en el grupo scout de la parroquia de Sainte-Foy-lès-Lyon durante las décadas del ´70 y ´90. Con idas y vueltas por pedido del mismo Preynant, el largometraje finalmente fue estrenado y galardonado en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Si bien la historia narra el nacimiento de la asociación La Parole Libérée (La palabra liberada), conformada por las víctimas de los abusos del cura Preynant, el realizador conecta las historias de los primeros cuatro miembros fundadores de la asociación. Esta vez, Ozon se aleja del universo femenino, metiéndose por completo en el masculino. Somos testigos del dolor, la fragilidad, la enfermedad, los traumas que siente cada uno de los protagonistas, cargando física y emocionalmente con el peso del abuso, la injusticia y el silencio. Vemos cómo en cada historia la herida se manifiesta en las cuestiones más profundas que involucran a un hombre en su mundo interior: la familia, la paternidad, la sexualidad, el amor, la religión y el trabajo. El silencio, el retraimiento, el borrar el recuerdo, son las reacciones primarias que fueron incorporadas desde pequeños en los hombres. Por “vergüenza al qué dirán”, en medio del proceso de esclarecimiento, los protagonistas repudian las distintas actitudes tomadas por sus familiares en el pasado, responsabilizándolos, también, de haber callado. Eso también sustenta que el relato se fragmente en cuatro partes, nunca divididas, siempre unidas por el esclarecimiento de la verdad, tejiendo redes entre los personajes y sus historias que tienen como lucha principal la condena del cura Preynant y la formación de la asociación para que no prescriba la causa y que permita continuar con el proceso de juicio. Lo valioso de Por gracia de Dios es la valentía de seguir visibilizando los delitos por abuso sexual por parte de los curas como también la complicidad de la institución católica frente a estos hechos. No podemos ser indiferentes y seguir callando ante las consecuencias físicas y emocionales que conlleva haber sufrido un abuso en la infancia. Debemos, sobre todo, seguir luchando por la justicia, porque como dice en el afiche de la película, “hay pecados que no se perdonan”.
El director Francois Ozon cuenta la terrible historia real de los abusos a menores cometidos por un sacerdote (con complicidad y silencio de sus superiores), de la iglesia de Lyon. Lo hace a través de una de sus víctimas, un padre de familia de misa rigurosa, que decide denunciar lo que sufrió treinta años atrás. Y luego, centrándose en otro, y en otro, hasta que la sumatoria se convierte en una asociación de víctimas que consigue dar a conocer al mundo lo que pasó, y buscar Justicia. Para eso, como se suele ver en otros casos similares de la realidad, deben derribar varias barreras. Desde que 'de eso no se habla' a la prescripción que establece que los crímenes quedan impunes pasadas dos décadas de los hechos. Con cartas que van y vienen, en las voces de los protagonistas como recurso narrativo, Ozon consigue un relato potente, aunque largo, en buena medida por la decisión de darle, a cada personaje, el tiempo y el marco familiar que lo rodea y lo acompaña. Ese espacio para hijos, padres, hermanos, se revela como verdaderamente conmovedor.
Basado en un caso real, “Por gracia de Dios” hurga en el derrotero de un padre de familia, con cinco hijos, que quiere hacer justicia contra Breynard Preynat, un sacerdote pedófilo que había abusado de él cuando era un pequeño boy scout. Su afán por revelar la verdad lo llevará a encontrar otras víctimas. El director Ozon, el mismo de “La piscina”, “8 mujeres” y “Joven y bella”, es un especialista en exponer las particularidades de los vínculos y en mostrar las virtudes y miserias de los recovecos más intimos de sus criaturas. Eso sucede en esta trama ambientada en Lyon, que es un relato coral sobre tres casos puntuales con un denominador común: un sacerdote que sigue impune y la Iglesia que hace lo imposible para no quedar manchada. Quizá la película era más efectiva con media hora menos, pero vale hurgar en la luz que asoma en los momentos de oscuridad.
Comienza en 2014 y uno de los puntos más fuertes de la película es el tema que trata y que se encuentra basada en hechos reales, el abuso a menores duele y mucho, al igual que otros similares. Todo comienza desde la preocupación de Alexandre Guerin (Melvil Poupaud, “Victoria y el sexo”) de 40 años, casado, padre de cinco hijos y con una posición acomodada. Pese a sus conflictos y dudas con la iglesia siempre siguió creyendo en Cristo y educó a sus hijos en la religión. Pero cuando se entera que el sacerdote Bernard Preynat (Bernard Verley), se encuentra en Lyon que continua en sus funciones, da misa, sigue en contacto con niños y libremente prosigue con todas sus actividades, es cuando libera sus recuerdos marcados a fuego, este sacerdote en 1986 en el campamento de scouts abusó de él siendo un niño, pero no fue el único, dado que hubo muchos más y a través del uso del flashbacks se amplía el argumento. Aunque pasaron muchos años decide dar a conocer este hecho primero y arma una reunión con Régine Maire (Martine Erhel), mano derecha del Cardenal Barbarin (François Marthouret) y hasta se reúne con Preynat, reconoce todo, pero éste ni se disculpa. Comienzan a surgir otros hombres adultos que relatan este doloroso hecho y las consecuencias que les dejo en su ser. Ellos, tras el sufrimiento, se unen intentando juzgar públicamente al cura. Pero además están las relaciones con cada una de esas familias, los que no quieren que se sepa, el daño y la hipocresía. Lo que exponen es un hecho monstruoso que merece ser condenado y que se haga justicia. A pesar de todo siempre quedarán cicatrices.
La estremecedora y más oscura imagen de la naturaleza humana “Por gracia de Dios” es el último filme de François Ozon y como es habitual en él sorprende al público con un relato diferente. En esta oportunidad se instala en la segunda ciudad de importancia en Francia, Lyon, para contar los sórdidos manejos de la iglesia local, encarnados en la figura del cardenal Barbarin (François Marthouret), para tapar los abusos de Bernard Preynat (Bernard Verley), un sacerdote que durante 20 años abusó a más de 70 boy scouts que iban a los campamentos de verano, organizados por la diócesis local. “Por gracia de Dios” no sólo descubre una nueva faceta sobre la personalidad de Ozon, sino su mirada política sobre la realidad. En una entrevista en el “El País Semanal”, el director sostiene “Sí, es cierto. Nunca había hecho una película sobre un tema de actualidad. Hasta ahora, había preferido inspirarme en novelas o en mi imaginación. Tampoco fue premeditado: mi idea fue hacer un filme sobre la fragilidad masculina. Navegando por Internet, di con los testimonios de varios hombres de la asociación Palabra Liberada, que congrega a las ¬víctimas de esos abusos sexuales. Me conmovieron. Al descubrir sus relatos, entendí que no necesitaba transformar nada. Todo estaba ahí y la realidad era la mejor guionista”. La primera parte del filme transita por la vía de un único protagonista François Debord (excelente Denis Ménochet), que al descubrir que el sacerdote Bernard Preynat había regresado a Lyon, y trabajaba nuevamente con niños, decidió movilizar la opinión pública en su contra. El mejor medio para estos menesteres son las redes sociales y desde allí François se conectó con otros personajes, que se fueron acoplando a su historia: el discreto cirujano Gilles (Éric Caravaca), quien actuará como una especie de mediador. Emmanuel (Swann Arlaud), el más frágil, un desempleado crónico, el más abusado en la serie de Preynat y qué, a diferencia de sus compañeros, nunca logró superar el trauma para construir su vida de adulto, sin caer en un ataque de epilepsia ante la presencia de situaciones límites como enfrentarse a declarar ante la justicia, o leer un titular en un periódico sobre Preynat. Con Emmanuel, Ozon, retoma de soslayo una problemática masculina, casi no mencionada por los hombres: la enfermedad del Peyronie de causas desconocidas, y que el estrés acentúa. “Por Gracia de Dios” es un filme sobre la fragilidad masculina que se visualiza a través de la asociación Palabra Liberada, que congrega a las víctimas de esos abusos sexuales. También sobre la necesidad de enfrentar los miedos al tener para atreverse a luchar como si fuera una guerra santa contra un institución como la Iglesia Católica, cuya estructura ha prevalecido a los largo de dos milenios. No sólo el filme trata sobre el tema de la fe sino sobre la relación del hombre con la religión y los dogmas. Los relatos de este grupo se interconectan con flashbacks sobre su infancia. Lo que en un comienzo hubiera parecido un obra de docu-ficción se transforma en coral, bajo el común denominador de denuncia a los pedófilos. Con algunos guiños al filme ganador del Oscar “Spotlight” (“En primera plana”, 2015), cuando se ve en la dependencia del inspector de policía, que se ocupa del caso, el afiche del filme oscarizado por Hollywood, sobre los sacerdotes pedófilos de Boston y como un modo de sugerir que los medios de comunicación y el cine hacen posible la visualización de dichas atrocidades. “Por Gracia de Dios” recuerda que en su nombre se han hecho, y hacen, muchas atrocidades, bajo la gracia de Dios (que posee un gran manto para cubrir a los pecadores) se amparan los acólitos para sus prácticas y arbitrariedades abusivas. Ozon con su filme está interesado en hacer preguntas, para que el público cuestione y las responda. Tal vez por eso finaliza su filme con una frase lapidaria: ¿Aún cree en Dios?
El más reciente drama del director y guionista François Ozon, con capital franco-belga, se basa en los crímenes de acto sexual por parte del sacerdote francés Bernard Preynat, quien fue expulsado del estado clerical por el Tribunal eclesiástico el pasado 4 de julio: meses después de los estrenos mundiales de este film en febrero y en los países de Bélgica, Berlín y Francia.
La nueva película del realizador de “8 mujeres” y “La piscina” toma un caso real de un sacerdote católico de Lyon que abusó de muchos menores durante años y cuenta la historia personal de cuatro de ellos, que decidieron hacer pública la dolorosa situación. El caso real de un cura de Lyon que, durante muchos años, abusó de muchísimos niños en la ciudad es tratado por el realizador francés de una manera un tanto curiosa para él, manteniéndose fiel a los hechos reales y tratando de mostrar la intimidad del trabajo de un grupo de hombres que tomaron la decisión de hacer público que fueron abusados y trataron de llevar al padre y a sus superiores a juicio. Ozon va yendo y viniendo por los distintos personajes relacionados con el caso, eligiendo una estructura de cuatro partes, lideradas cada uno por un personaje diferente. El primer denunciante es Alexander (Melvil Poupaud), que saca el tema a la luz pese a pertenecer a una familia muy católica y practicante. Luego lo hará François (Denis Ménochet), que es el que se dedica de manera más agresiva a organizar una campaña para denunciar al religioso, seguido por otro abusado, el mediador y organizado Gilles (Éric Caravaca). Y, por ultimo, lo hará Emmanuel (Swann Arlaud), que acaso es el que quedó más visiblemente golpeado por los abusos y que se suma el grupo una vez que ellos ya hicieron públicas sus denuncias. La pelicula es larga, 137 minutos, y un tanto repetitiva en su construcción, con escenas que se parecen demasiado entre sí y en las que salen a la luz no solo los abusos del religioso sino las estrategias posibles para acusarlo. En ese sentido el filme no es muy creativo y no se parece demasiado a otras películas de Ozon, ya que bordea cierto registro naturalista y casi televisivo en la construcción de la trama que hoy sigue en pleno proceso. Lo que sí vale la pena de la pelicula es la descripcion de la intimidad de los denunciantes, ya que en los tres casos citados queda claro que el “heroismo” que conlleva hacer público este tipo de acosos se ve complicado por reacciones no siempre positivas de los propios familiares y parejas de los abusados/denunciantes. Ese costado, menos conocido, le da a este film –que en otro sentido es hasta mecanico y moroso– una complejidad que de otra manera no tendría. Es que los hombres que salieron a enfrentar un enorme dolor que los atraviesa de por vida se encontraron con apoyo, sí, pero también con mucha resistencia. No sólo pública, de vecinos, escuelas, autoridades o, previsiblemente, de la propia iglesia. Sino de algunas personas que, al menos todos suponemos, deberian solidarizarse y ayudarlos. Pero cada familia es un misterio…
El tema del abuso infantil que reviste este último filme del realizador francés Francois Ozon circula entre el cine de denuncia, el de carácter pedagógico, y una narrativa de rigurosa mirada intimista. La trama es la adaptación de un hecho real, el mismo es el que nos presenta sobre el caso del cura Bernard Preynat, denunciado en el año 2016, por haber abusado sexualmente de decenas de niños desde los años 70 en la ciudad de Lyon, Francia. Desde este hecho real se abre el relato ficcional donde nuestro protagonista Alexandre (año 2024), que es un banquero exitoso y aún ferviente creyente católico-practicante, encuentra que la celebración de una misa la oficia quien ha sido el abusador sexual durante su infancia en la vida parroquial. A partir de allí se sumerge en una carrera dentro de los caminos internos de la iglesia, subiendo paso a paso de escalafón jerárquico hacia las cúpulas del poder para denunciar este hecho aberrante, y lograr la expulsión de la diócesis de aquel cura nefasto que hoy sigue rodeado de niños en tácito peligro y sin duda de sus cómplices, por ejemplo el arzobispo de Lyon. La trama se abre cuando la mirada se desplaza de Alexandre que transita esa batalla por quitar del silencio eterno esa historia que no solo le afecta a él sino a muchas otras víctimas más, las pasadas y las potenciales futuras. En su abanico de miradas Ozon desfocaliza la argumentalidad del eje de Alexandre y presenta dos casos más de otros hombres, hoy adultos otrora niños ingenuos, que poco a poco deciden tomar el mismo camino y quitar de las sombras del silencio y la vergüenza sus propios padecimientos de abuso temprano. El relato dirige sus fuerzas narrativas más a la esfera privada que a la pública, ámbitos que envuelven en distintos planos a estos temas. El uso de los recursos al referir a lo público es mínimo, y está dado en el fuera de campo o por el uso fragmentario de indicios, como una noticia parcialmente vista en un televisor o un el audio de un informativo fuera de cuadro. En cambio todas las tintas están cargadas en atender a las repercusiones intrafamiliares y personales de los denunciantes, esas que producen observar las consecuencia del hecho mismo de la denuncia, del blanqueo. El acto de denunciar, la incomodidad de desempolvar esas historias infantiles genera un replanteo en cada uno de estos hombres y a su vez en sus vínculos más cercanos. Algunos íntimos rechazan esta postura hasta con ira virulenta y otros la abrazan con una silente culpa religiosa. ¿No es que acaso, pasados los años, el sentido moral de estas denuncias caduca y es mejor dejar que el olvido barra los restos de aquel pasado tormentoso? Esa pregunta está circulando como una implicadura en la mayor parte de las escenas y hace de oposición a otra afirmación “Los traumas producidos por las transgresiones a la integridad de un individuo NO se vencen con el tiempo”. Francois Ozon es un realizador ecléctico, se puede presentar como comercial y simplista o sofisticado y singular, pasa de ser un “filmador de películas” (valga el eufemismo) o en su defecto presentarse como “un autor”. Este filme no es Gotas que caen sobre rocas calientes pero aún en su modelo de visionado de corte comercial conserva maneras de narrar pulidas y precisas, más allá de lo didáctico que respira, el filme pone en crisis un tema que puede transformarse en folletinesco si no se lo presenta adecuadamente y en cambio la película logra una calidad de narración con una denuncia pulcra, medida, sin estruendos, ni escenas rimbombantes y sin caer en la categoría de “bodrio” , en con la que se podría definir a alguno de los filmes de Ozon. Un tema coyuntural delineado con trazos nítidos y sin amarillismos. Nos deja una marca más en la oscuridad de esta problemática, más aún la del abuso en marcos de poder y validación como la iglesia. Un conflicto que está más que abierto y es necesario narrarse, repensarse y poner en palabras hasta hacerlo desaparecer. Por Victoria Leven @LevenVictoria