Un James Bond retirado, sin su mote de 007, deberá, una vez más, entrar en acción para resolver temas del pasado, espejándose en el villano de turno, con quien comparte no sólo el deseo de venganza, sino, principalmente, su amor por una mujer. Daniel Craig, Leá Seydoux, Rami Malek, Lashana Lynch, Ben Wishlaw, desplegando su pasión por la saga en una explosiva aventura que delirará a los fanáticos del personaje y la saga.
Sin tiempo para morir está en una permanente tensión entre ser una película de James Bond y no querer ser una película de James Bond. Esa es la marca de la era de Daniel Craig, por otro lado, una era que ha llegado a su fin. En su más de dos horas y media de duración la película ofrece genuinos momentos de 007, como la escena en Italia, con auto con trucos y todo, pero en general parece avergonzada de su pasado y busca llenar la planilla de la corrección política y la diversidad como la más aplicada y miedosa de las películas actuales. Si tanto les molesta James Bond, entonces hagan otra película, uno podría decirles. Desde el nacimiento del personaje su influencia se ha extendido a todos los países, todas las razas y todos los géneros. Géneros sexuales y cinematográficos, hay que aclarar. Bond cambió la historia del cine y docenas de series y películas extraordinarias nacieron como consecuencia del legendario agente británico. Hay mejores películas de James Bond fuera de la franquicia y de su nombre, pero que no hubieran existido sin el personaje creado por Ian Fleming. Daniel Craig se toma muy en serio todo, tal vez demasiado, pero no se le puede negar que está comprometido con la historia. El villano está interpretado muy mal por Rami Malek, cosa que no sorprende, y hay varios secundarios que son un mamarracho. La película entra y sale del mundo Bond, el director logra grandes planos que lamentablemente están todos anticipados en el tráiler, pero quien no lo haya visto disfrutará esos grandes momentos por primera vez. Los aliados del agente están todos bien, son sólidos, forman parte del mundo de 007, chistes incluidos. Y para los conocedores de la franquicia, la película tiene una fuerte conexión con Al servicio secreto de su majestad (1969) la única película de James Bond protagonizada por George Lazenby, el reemplazante de Sean Connery. Aquella historia no se parecía en nada a lo que venían siendo estos films y ponía el acento en la historia de amor, algo que también ocurre aquí. La frase y la canción We Have All The Time In The World marcan un sello definitivo entre ambos films. Ambos films rompían con la tradición y buscaban algo nuevo. Pero el film de Lazenby igual mantenía el espíritu y no se alejaba del todo de su origen. Sin tiempo para morir consigue momentos de cine. Espectaculares, filmados con estilo, con genuina y efectiva tensión. Son varios y están bien. Renuncia, por otra parte, al humor. Una de las cosas más genuinas de James Bond era su humor. Consciente de sus disparates, los guiones incluían una fuerte dosis de humor y esto hacía todo más divertido. Craig tiene un sentido del humor nulo y sus películas son un bodoque de granito en ese aspecto. Con sus virtudes y defectos, son terriblemente solemnes. Hacer un James Bond que no sea James Bond es una proeza tan difícil como inútil. Pagar la entrada para ver justamente a un personaje al que el cine le ha dado forma y no otra cosa. Como decía un personaje de El hombre quieto de John Ford cuando le ofrecían poner agua en su whisky: “Cuando tomo whisky, tomo whisky, cuando tomo agua, tomo agua”. Bueno, cuando uno mira una película del agente 007 quiere eso, no un melodrama romántico. Y cuando quiere un melodrama romántico, no busca a James Bond. Qué pase el que sigue.
Sin tiempo para morir es la quinta y última película de Daniel Craig como James Bond. El actor inglés llegó en 2006 con una presencia arrolladora protagonizando una nueva versión de Casino Royale, una gran película que entra tranquilamente en un top ten de toda la saga. Quantum of Solace fue el siguiente film, que se vio afectado por una huelga de guionistas -dijeron los que buscan razones para justificar cuando las cosas no salen como se espera-, corta y aburrida, ni siquiera la presencia de Mathieu Amalric como villano salvó la sin razón de ese guión. La tercera fue Skyfall y allí se empieza a sentir el peso de Craig, no solo como actor sino como responsable de acercar nada menos que a Sam Mendes como director. Las películas de Bond nunca habían apelado a un director con personalidad propia, incluso dice la historia que alguna vez Steven Spielberg quiso dirigir una película de la serie y no lo aceptaron -una negativa que llevó a que Spielberg fuera rescatado por su amigo George Lucas para filmar la primera de Indiana Jones-. Mendes le dio a Skyfall un toque especial, Javier Bardem aportó un villano que realmente metía miedo y Craig profundizó su interpretación de 007. Spectre, la cuarta interpretada por Craig, fue una caída impensada porque apelaba a la historia de los libros de Ian Fleming. Aparece de nuevo Ernst Stavro Blofeld(el clásico villano oponente de Bond) interpretado por Chistopher Waltz pero también se contaba algo de la historia previa y además sumaba Léa Seydoux la doctora Madeleine Swan el interés amoroso definitivo de Bond, que terminaba aquella película dejándolo todo por ella. Sin tiempo para morir es la última de Craig y la más larga de todas las películas de 007. Cary Fukunaga se hace cargo de cerrar esta etapa, es el primer director norteamericano contratado por la productora, y lo hace rompiendo los cánones de la saga. Para empezar con las sorpresas: hay dos prólogos y ambos son electrizantes. Cuando llegan los títulos con la canción de Billie Eilliesh, el espectador ya está enganchado con la historia. Y sí, la película se toma su tiempo para cerrar los distintos arcos que se venían planteando a lo largo de estos 16 años. El Bond de esta etapa de Daniel Craig logra un final grandioso y todos juegan a favor, desde Ralph Fiennes que es un M que se enfrenta a un mundo nuevo e impredecible, hasta Lashana Lynch que interpreta a la nueva 007, pasando por Ana de Armas, como una agente de la CIA que ya merece un spin off. Rami Malek es el villano de esta película y está bien, pero quizás sea un personaje algo descuidado por los guionistas pero pese a eso, la película es indudablemente un verdadero festival de James Bond. No es un film perfecto y quizás la última hora se vuelve un poco previsible, pero sin dudas hay que decir que pone en orden las cosas y hace que la quinta y última película de esta etapa deje un recuerdo imborrable en los fans. Tiene acción, algo de humor (que no es un recurso que haya sido habitual en las películas de Craig) y entrega un final épico. Pero tranquilos que al final de los créditos los productores prometen que habrá un regreso del personaje. La película fue una de las grandes producciones que se vio perjudicada por la pandemia pero hay que decir que valió la pena, porque no es un producción que se pueda disfrutar en una pantalla que no sea bien grande. SIN TIEMPO PARA MORIR No Time to Die. Reino Unido/Estados Unidos, 2021. Dirección: Cary Joji Fukunaga. Intérpretes: Daniel Craig, Léa Seydoux, Rami Malek, Lashana Lynch, Ralph Fiennes, Ben Whishaw, Jeffrey Wright, Ana de Armas, Billy Magnussen, Christoph Waltz, Naomie Harris y Rory Kinnear. Guion: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga y Phoebe Waller-Bridge. Fotografía: Linus Sandgren. Edición: Elliot Graham y Tom Cross. Música: Hans Zimmer. Distribuidora: UIP (Universal / Metro-Goldwyn-Mayer). Duración: 163 minutos.
Daniel Craig se despide por una puerta muy grande. Deja a James Bond en lo más alto y deja preguntando al espectador en qué harán con el personaje a futuro, pero eso es discusión para otro momento. Sin tiempo para morir es la película de la franquicia con más corazón. En mi caso particular nunca había llorado con las entradas anteriores (ni las de sus predecesores) pero aquí fue imposible no hacerlo. Asimismo, también es la película más spoileable de la saga, motivo por el cual no haré ningún comentario acerca de su trama. Si destacaré que posee todos y cada uno de los “elementos Bond” que tanto gustan a los fans y que James está más deconstruido que nunca (como no podía ser de otra manera dado los tiempos que corren). Casi todos los personajes están excelentes, algunos de manera bastante breve. Y lo más criticable en esta área es el villano interpretado por Rami Malek, quien puede resultar algo tonto. El resto es perfecto pese a sus arbitrariedades y sus vicios. Cary Joji Fukunaga no logra distinguirse como lo hizo Sam Mendes pero hace un buen laburo a reglamento. Por esto y por lo caricaturesco de Malek, este film no se lleva el máximo puntaje, pero compensa en emoción. Gran cierre de oro para este capítulo de un personaje eterno. Porque Craig dejará los vodkas Martini y la licencia para matar pero “James Bond regresará”, tal como se puede leer en los créditos finales y como ha sido durante décadas.
“Ah, padres”, dice con ironía el principal villano de Sin tiempo para morir, el barroco Rami Malek. Es un diálogo entre dos personajes marcados por los destinos oscuros, y las decisiones terribles, de sus padres. Una escena que vale para cifrar varios asuntos clave en esta demorada nueva película de Bond, James Bond. Entre ellos, ese asunto del legado, que atraviesa el argumento, así como también, el tono: entre la acción más peligrosa, de vida o muerte y el sarcasmo, el humor melancólico que, ya desde los títulos iniciales, desde la voz triste de Billie Eilish, indica la dirección. La secuencia inicial, extraordinaria, acomoda a los espectadores en el asiento. Con esas escenas de acción, en un pueblito idílico de Italia, que podrán servirse del CGI pero se sienten muy terrenales. Explosiones, persecuciones en distintos vehículos, balaceras, malos que aparecen de la nada, curvas peligrosas. Sin embargo, es solo el aperitivo para (bastante) más de dos horas y media de espectáculo, que enhebra muchas, igual de complejas, secuencias similares. En paralelo, nos ponemos al día con la vida de James, repasamos los eventos que llevaron a la captura de Blonfeld, cabeza de la organización Spectre, y conectamos con el presente del personaje más icónico de las historias de espías, interpretado por el insuperable Daniel Craig. Un presente que expone el costado más humano del agente surgido de las novelas de Ian Fleming e interpretado por actores de la talla de Sean Connery (favorito de muchos). El que se sale siempre con la suya, nunca pierde la elegancia y vive rodeado de mujeres hermosas. Claro que Craig es distinto, y su enorme sex appeal convive con el alma triste que transmiten sus ojos azules. Después de cinco películas como Bond, esta despedida del personaje parece concebida para honrar su arte. Y después de esas largas primeras dos horas, los guionistas (el director, Cary Joji Fukunaga, junto a Phoebe Waller-Bridge, Neal Purvis y Robert Wade) expulsan hacia los costados de la cancha todas las subtramas y personajes que superpoblaron la película, para centrarse en él. En el adiós, con gloria y épica, del mejor Bond de la historia del cine. Que es también una épica personal, íntima, vinculada a ese presente “humano” que enfrenta a James con los costos y beneficios del camino elegido: todo lo que la buena vida de espía lo obligó a dejar afuera. Para llegar a ese clímax hay que atravesar una serie algo excesiva de historias y tramas derivativas. En torno al emporio vengativo de un villano con sabor a poco, Lyutsifer Safin (Malek), que se ha hecho con una poderosa arma química cuyas víctimas pueden seleccionarse según su ADN. El hombre tiene motivos para buscar venganza, pero aunque parece satisfacerla en los primeros minutos, por algún motivo quiere acabar con la humanidad toda, o en buena parte. Lo ayuda un científico ruso que traiciona al MI6, para el que trabajaba, pues el desarrollo surge de un laboratorio secreto del servicio ídem británico. Que deberá buscar a 007 para evitar una catástrofe, aunque Bond está retirado y hasta le han otorgado ese número/nombre a una nueva agente, Nomi (Lashana Lynch). Encontrarán a Bond en una isla caribeña, olvidándose de lo que él cree fue una traición de la mujer que ama, la psiquiatra Madelaine (Lea Seydoux), mientras desde la cárcel de máxima seguridad, un villano anterior, Blonfeld (Christoph Waltz), puede producir una matanza de integrantes de Spectre en Cuba, gracias a una especie de ojo computarizado. Por cierto, la secuencia cubana cuenta con la graciosa presencia de Ana de Armas. Esta enumeración de cosas que pasan vale para dar cuenta del demasiado que aqueja a la película, como un texto con sucesivas frases subordinadas que, llegado un momento, nos lleva a implorar un punto y aparte; aquí, a mirar el reloj. Eso no implica que Sin tiempo para morir no se vea con placer, en sus muy bien resueltas escenas de acción (la italiana, acaso la más memorable) y en sus momentos más divertidos, que también abundan. Tampoco impide que la película transmita el aliento de una ovación de pie para el protagonista. Que probablemente dejará paso a una cara nueva.
Un capítulo épico e inolvidable La quinta entrega de la saga Bond (y la número 25 en toda la franquicia), que inició en el 2006 con Casino Royale, llega a los cines tras reiteradas postergaciones en su estreno, las cuales, a fin de cuentas, enaltecieron aún más esta explosiva conclusión, obligatoria para ser vista en la pantalla grande. A pesar de una recepción en gran parte positiva, el debut de Daniel Craig como James Bond en Casino Royale también provocó inevitables comparaciones enfocadas en la falta de carisma que relucía el actor respecto a agentes anteriores, algo que sin dudas puede seguir advirtiéndose en caso supusiéramos que el relanzamiento dirigido por Martin Campbell -que también había resucitado la franquicia en 1995 con Goldeneye, introduciendo a Pierce Brosnan en el rol del agente- finalizó con Casino Royale. No obstante, la saga continuó con la cuestionada Quantum of Solace (Marc Foster, 2008) que, a pesar de varios desaciertos, comenzaba a trazar un arco argumental estrictamente relacionado con su antecesora -hasta iniciaba inmediatamente después del encuentro con Mr. White al final de Casino Royale-, además de atribuirle a Daniel Craig un marcado desarrollo emocional a raíz de la muerte del primer amor bondiano de esta saga, Vesper Lynd (Eva Green), personaje que en ningún momento de las cinco películas perdió influencia sobre el desarrollo del espía del MI6. Asimismo, tampoco puede obviarse el inevitable impacto del 11-S en el plano internacional, suceso que inevitablemente repercutió en la representación de las nuevas amenazas que enfrentaría el mítico agente. Años más tarde, la llegada de Sam Mendes (1917) a la dirección con la tercera y magnífica Skyfall (2012) y posteriormente con Spectre (2015), terminó de hallar un equilibrio en el personaje, que sin desprenderse de sus nuevos rasgos distintivos comenzó a sumar de manera sutil (casi tímida) la medida cuota de humor que siempre estuvo presente en la extensa franquicia. Sin tiempo para morir, ahora con Cary Joji Fukunaga (Beasts of no Nation, True Detective) detrás de cámaras, es el lógico y épico desenlace de una saga que, entre avances y retrocesos, apostó mayormente a que James Bond vaya más allá de lo esperado, con mayores riesgos que certezas. Amén del veredicto final que resulte de cada fan, sea de la franquicia total o al menos de estas cinco obras, no caben dudas que la indiferencia no será corriente tras el inicio de los créditos finales, luego de casi tres horas que transcurren como si no alcanzaran una. Casi media hora antecede a los habituales créditos iniciales donde -al fin- brilla la notable composición de Billie Ellish, “No Time to Die”, dentro de la película y no en una lista de Spotify, tras más de un año desde que se lanzó el single promocional. El extenso opening no solo se toma su tiempo para abrir con una terrorífica secuencia que a modo flashback presenta al nuevo villano, Lyutsifer Safin (Rami Malek), trazándose su relación con el personaje de la Dra. Madeleine Swann (Léa Seydoux, introducida en Spectre), sino que también brinda una magistral persecución en Roma donde tendrá sus merecidos minutos el icónico Aston Martin DB5, tal como anticipaban los avances. Ahora sí, luego de los clásicos créditos de cada película Bond transcurren cinco años que encuentran a James retirado, aunque claro, el deber llamará de nuevo. Sin embargo, no será el MI6 el que en este caso reclute -en principio- los servicios del agente, sino la CIA a través del viejo amigo y colega americano, Felix Leiter (Jeffrey Wright). ¿La misión? Recuperar un arma biológica robada por un misterioso grupo paramilitar, en complicidad con un científico -claramente- ruso. Vuelven los también conocidos M (Ralph Fiennes), Miss Moneypenny (Naomie Harris), Q (Ben Whishaw), Bill Tanner (Rory Kinnear) y también cuenta con una breve participación el villano predecesor, Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz). En cuanto a las adiciones, Ana de Armas se luce durante unos minutos como Paloma, una inexperta pero implacable agente cubana que cuenta con su momento “chica Bond” (otra simpática interacción con Daniel Craig, al igual que en la brillante Entre navajas y secretos) y la imponente Lashana Lynch brilla como la nueva 007, Nomi, no solo cargándose la acción al hombro en varias secuencias sino también concediendo varios y efectivos momentos humorísticos con Craig, que funcionan para burlarse del inevitable paso del tiempo para el actor británico, que ya cuenta con 15 años de licencia para matar en esta saga. En cuanto al nuevo villano, no hay muchas razones que ubiquen a Malek como un peso pesado en la lista de los enemigos de Bond. Si bien este rol ha sido irregular en la era Craig (el Le Chiffre de Mads Mikkelsen y el Raoul Silva de Javier Bardem son los que -con motivos de sobra- mejor se posicionan), el frígido Safin logra intimidar más por el contexto que lo encuentra con Bond que por su propia composición, a pesar de la sólida introducción con la que cuenta máscara mediante. Pero nada que atente contra el resultado final. Desde ya, es inobjetable que la extensa espera valió la pena. Sin tiempo para morir resistió el temido estreno en simultáneo y llegó en un momento en el que la experiencia del cine parece readquirir regularidad tras las peores épocas de la pandemia. Inclusive, si se permite el éxtasis, hasta podría rememorarse el fenómeno Avengers: Endgame. Definitivamente, no hay comparaciones posibles. Pero no sería descabellado suponer que este es el regreso equiparable de las salas en términos de emoción, tensión y espectáculo. Sin dudas, habrá debate y las ya tradicionales grietas no tardarán en formarse. La polémica es indiscutible. Pero la espectacularidad está asegurada. Daniel Craig se despide legendariamente de la saga. Gracias por el servicio, agente.
PROPIEDAD DE NINGUNA DAMA La era Bond de Daniel Craig viene cargada con un sinfín de supuestos consensos que aseguran que sus películas impares son las buenas y las pares las malas, por lo que con esta quinta entrega suya (la número 25 producida por la compañía Eon) dichos grupos esperarían encontrarse con otra de las más grandes entradas jamás vistas de la franquicia 007. Existen, como siempre, lecturas opuestas: Hay quienes aseguran que lo bondiano en Casino Royale se luce apenas en los últimos segundos del metraje; también quienes aseguran que las acrobacias de Quantum of Solace están muy lejos de ser mutiladas por el trabajo de edición más discutido de la saga; fans, como Shane Black, sostienen a puño cerrado que Skyfall es la peor Bond junto a Moonraker; y otros, después de un primer encuentro poco agraciado y múltiples repasos consecuentes, consideramos que Spectre es la película que mejor combinó los elementos propios de las novelas con los valores agregados en las versiones cinematográficas desde 1962. Por lo tanto, decir que Sin tiempo para morir es un film que “dividirá a los fans” sería como establecer un preámbulo con nula interpretación histórica sobre cómo viven sus seguidores acérrimos cada nueva aventura estrenada en cines. Precisamente porque siempre hay apreciaciones divididas y esto trasciende a todo tipo de sexo u orientación sexual, pese a que siempre se intentó vender a James Bond como “la fantasía de todo hombre heterosexual”. Lo cual no implica que los valores del personaje cambien: él siempre fue y siempre será el mismo; él siempre tuvo y siempre tendrá los mismos vicios (por más que no salgan todos en escena); y no hay saga que lo valga sin el James Bond que amamos quienes lo acompañamos con ímpetu desde que lo conocimos. Lo que sí cambia es el punto de vista del relato, con los límites de los tiempos en los que se viven. Este Bond debe convivir con una realidad atravesada por un movimiento de fuerte peso social como el #Metoo, similar a la vez que The Living Daylights promovió una campaña antisida para tomar conciencia de la propagación del virus en la década de 1980. Por otro lado, también hay un obstáculo coyuntural de orden más bien económico y político, claramente análogo a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que opera en simetría con el mundo del espionaje post Unión Soviética establecido por GoldenEye. Ambos contextos representaron la tragedia del espía como pocas veces se lo vio en otras entregas e incluso, con Licencia para matar como nexo perfecto, le terminaron de marcar todo el perímetro que necesitaba a Tom Cruise para realizar su versión de Misión: Imposible, aunque supo trascenderlo por sus propios méritos, con muchas deudas a las acrobacias de los años de Roger Moore. Sin embargo, aun con aquellas maneras de vivir en sus respectivos límites, las encarnaciones de Timothy Dalton y Pierce Brosnan estuvieron muy lejos de ser despojadas de sus impulsos bondianos. Dalton vivió la promiscuidad de siempre en su primera entrega, a través de un fuera de campo aplicado por John Glen. A Brosnan las mujeres se la pasan despreciándolo física y verbalmente, pero Martin Campbell no le huyó al glamour y no se privó de convertir a su Bond en el que para muchos es el lady´s man absoluto. Ya era sobradamente sabido, y fue confirmado con el reciente documental Cómo ser James Bond, que este sexto actor es el más mimado por la dupla productora vigente y por la prensa de su tiempo. De Dalton en adelante, la muletilla “es el mejor James Bond desde Sean Connery” nunca ha faltado. Hoy en día, con cierta frecuencia, al galés se lo referencia simbólicamente como al agente secreto que se vio obligado a usar preservativo y al de Brosnan como al sabueso que le pusieron la correa por el hecho de ser el primero que recibió órdenes del MI6 por parte de una mujer. En el caso de Craig, todo el tiempo se lo destacó como el Bond “más humano”, casi dejando de lado los brillantes aportes de todos -sí, todos- sus antecesores. No cabe la menor duda de que Casino Royale es una de las más fieles adaptaciones a un relato de Ian Fleming, sumándose a los resultados de Dr. No, De Rusia con amor, Al servicio secreto de su Majestad y The Living Daylights (adaptado en la película con la secuencia de Bratislava). Aun así no han faltado las acusaciones de que Daniel Craig detesta ser el personaje, cuando lo que siempre hizo fue brindar una interpretación directa del Bond literario, como un espía habilidoso que aborrece su profesión y en algún punto quiere abandonarla de la forma más digna. Si esto se logró con broche de oro “flemingiano”, todavía consideramos que fue en 2015, cuando dejó a Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz) en manos de las autoridades británicas, arrojando su Walther PPK al cruzar el puente de Westminster, expresando su retiro del MI6 y con la compañía de la Dra. Madeleine Swann (Léa Seydoux). Llega así el auto anticipado final de la década y media con Daniel Craig. Como tiende a pasar en las otras entregas, cuenta con elementos retomados de las novelas, incluso las posteriores a la obra de Fleming, o mismo las que no eran de su agrado, como The Spy Who Loved Me; traducida al cine como La espía que me amó, pero en el libro como El espía que me amó ya que es un relato narrado mediante el punto de vista de una mujer, algo muy presente en este estreno y desde la primera escena. Con la declarada intención de “cambiarlo todo”, ya hay quienes la aman por eso, como también quienes la liquidan por eso. Públicos divididos siempre hay (lo repetimos, Shane Black odia a la tan laureada Skyfall), eso no bloquea para nada el diálogo, por más acuerdos o discrepancias que hayan. ¿Qué tan dignas sucesoras de Ian Fleming son las decisiones tomadas en esta película? Esa es la discusión que ya ha disparado Sin tiempo para morir. Lo que más apreciaremos en este espacio es que esas decisiones están sostenidas por una puesta en escena ya practicada por directores como Terence Young, Peter Hunt, John Glen, Martin Campbell y Sam Mendes. No hablamos del estilo en materia de acción, el cuál difieren notablemente entre todos y el mismo Cary Fukunaga, sino de gestos repetidos y resignificados en la continuidad del propio film. Así como la primera de Dalton comenzaba con un paracaídas que reaparece en el aterrizaje del Hércules al final, así como en GoldenEye se reconstruyen los polos opuestos entre 006 y 007 con el saludo de “Por Inglaterra” y sus diferentes maneras de expresarlo, Fukunaga hace que una breve sordera, los balazos y las escaleras de la secuencia pre-créditos se reencuentren simétricamente en el clímax de su film. Esto último contrapuesto a un estilo de vida que Bond nunca va a poder darse porque, como siempre se expresó en la saga, si de repente sienta cabeza, solo quedan dos cosas por hacer: cerrar la historia cortando la relación o castigándonos con el tedio de una vida normal en la que reinan las neutralidades. Acerca de los antagonistas, sin detallar nada, son los alegoristas del relato que se inclinan más por subestimar todo tipo de religión y tienen una incontrolable afición por el dinero y lo material, más allá de sus motivaciones. Esto es así desde que Julius No (Joseph Wiseman) saboteaba los lanzamientos aeroespaciales de los Estados Unidos, como también desde que Red Grant (Robert Shaw) supo reclamarle a Bond las monedas de su maletín con las trabas posicionadas horizontalmente, pero no pudo ver que, con las mismas colocadas verticalmente, una granada de humo le estallaría en el rostro. ¿Cuánto y cómo salen en pantalla los cuatro Aston Martin?; ¿Cómo convive el soundtrack de Mazzaro y Zimmer con las escenas?; ¿Qué rol ocupa el resto de los personajes secundarios? Tendría muy poca gracia comentar esto tan cerca del estreno y sin recurrir a los tan temidos spoilers. Volvió Bond a los cines, después de cinco años y once meses, muy cerca de igualar al intervalo de seis años y medio entre 1989 y 1995. Es el evento que toca vivir, se lo ame, se lo odie, enternezca o irrite. Es muy difícil que un fan (sobre todo de las novelas y no solo de las películas) salga muy feliz después de verla, en lo personal experimenté una especie de frustración apenas terminada y asumo que a muchos les pasará algo similar. Replanteándomelo en las últimas horas, considero que Sin tiempo para morir se luce en lo técnico y que da un salto de fe poético en todos los sentidos posibles. Resalto también, y de nuevo, que el final de Spectre, esa película que muchos todavía consideran un lastre para la saga de Craig, aporta el final bondiano más honesto que Ian Fleming nunca nos pudo dar. El de ahora es más íntegro y respaldado como tal, incluso con las otras cuatro a modo de antesala. De momento, prefiero el anterior.
El director de Sin nombre, Beasts of No Nation y la serie True Detective propone, a partir de un guion que coescribió con -entre otros- la talentosa Phoebe Waller-Bridge, una despedida a lo grande de Daniel Craig en su etapa como agente 007. Un espectáculo grandioso y al mismo tiempo conmovedor que pide a gritos la pantalla grande (gigante). Casi tres horas de duración (la más extensa de la saga), imponentes locaciones en Italia, Jamaica, Noruega, Reino Unido y las islas Faroe, set pieces con el vértigo y el despliegue de CGI que una producción de 250 millones de dólares de presupuesto permite (y exige), un elenco pletórico de figuras que aporta un incuestionable profesionalismo para cada uno de los personajes secundarios, un eficaz narrador como Cary Joji Fukunaga y -claro- Daniel Craig en su adiós a James Bond con un desenlace a pura épica y emoción. Sin tiempo para morir es esa combinación armoniosa de tradición y modernidad para que el cine en el cine siga teniendo razón de ser, un blockbuster que ostenta adrenalina y espectacularidad con los mejores recursos y que pide la pantalla más grande y el sonido más exquisito posibles. ¿Daniel Craig será recordado como un 007 a la altura de Sean Connery o Roger Moore? ¿Sin tiempo para morir quedará como la mejor de la era reciente incluso por encima de la aclamada Casino Royale (2006)? Por supuesto, todo es materia opinable (más aún cuando de comparaciones, listas y rankings se trata), pero de lo que no quedan dudas es que esta flamante entrega coescrita por Neal Purvis, Robert Wade, el propio Fukunaga y Phoebe Waller-Bridge (sí, la de Fleabag) está a la altura de las expectativas y justifica la a esta altura larguísima espera, los múltiples aplazamientos en el estreno y la decisión irrenunciable de no compartir un lanzamiento simultáneo en streaming hogareño. La escena previa a los créditos iniciales -siempre extensos, con ese kitsch ya demodé y en este caso con el tema compuesto e interpretado para la ocasión por Billie Eilish- está ambientada en una cabaña rodeada de hielo. Hasta allí llega un asesino en plan de venganza sangrienta que remite más al cine de terror que al de acción. La niña que protagoniza esos primeros minutos sobrevive y -tras un acuática elipsis- la veremos convertida en la Madeleine Swann de la francesa Léa Seydoux. Y Madeleine, que ya había aparecido en Spectre (2015), será precisamente el gran amor, pero también el principal peligro (no adelantaremos nada más) para un Bond que ni siquiera puede despedirse como desea de la Vesper Lynd de Eva Green porque una bomba estalla cuando está frente a su tumba en un cementerio italiano. Tras una larga secuencia a bordo de, claro, un Aston Martin, se produce un salto de cinco años y nos reencontramos con un Bond que vive ya retirado en un paradisíaco enclave jamaiquino. A tal punto que hasta el número de agente secreto le han retirado y el 007 ha quedado en poder de una joven negra llamada Nomi (la muy dúctil Lashana Lynch), algo así como cuando el Barcelona le entregó la camiseta 10 de Messi a Ansu Fati. Pero si el MI6 le da en principio la espalda, será el Felix Leiter de la CIA (Jeffrey Wright) quien lo convencerá de volver a la acción con una secuencia totalmente absurda ambientada en Cuba. Porque, sí, los cubanos y sobre todo los rusos siguen siendo la principal amenaza en una franquicia que parece haberse quedado en tiempos de la Guerra Fría. Si no fuera porque hay científicos que manipulan sofisticadas armas biológicas y porque los gadgets tecnológicos y las armas son de última generación cualquiera podría pensar que la acción en verdad transcurre en la década de los '60. Quizás los malvados de turno esta vez no tengan el vuelo de otra veces (lo de Christoph Waltz en plan Hannibal Lecter es en esta ocasión muy breve y lo de Rami Malek resulta eficaz aunque no deslumbra), pero Sin tiempo para morir sostiene casi sin recaídas la tensión, la intensidad y el interés hasta llegar a un final digno de un Bond que Craig supo moldear, desarrollar, profundizar y pulir durante los últimos 15 años. Una despedida a su medida.
El círculo se cierra finalmente. La historia del James Bond de Daniel Craig llega a su fin con el peso de todo su recorrido: la memoria de Vesper (Eva Green), el perro feo de M (Judi Dench), la camaradería transoceánica con Félix Leiter (Jeffrey Wright), las máscaras efímeras de sus circunstanciales villanos. Pero lo que consigue este final de saga es una épica carnal para su héroe, con heridas visibles que materializan la tragedia, amores sentidos con lágrimas, un humor ligero y aguzado que acerca los límites de lo posible como nunca antes. Cari Joji Fukunaga consigue la película más física de todas, capaz de potenciar sus escenas más espectaculares al unirlas con los conflictos más hondos, arraigados en la historia misma del agente secreto creado por Ian Fleming y la tradición de espías de la que se despide. El mundo ya no es el mismo que el de la Guerra Fría; sus barreras han cambiado de fisonomía pero no de posición. Y si ya la Casino Royale de Martin Campbell había afirmado la consciencia de este nuevo tiempo, aquí los ecos de esa reinvención se hacen más complejos, más trabajados. La llegada de Phoebe Waller-Bridge al guion agita el sarcasmo sumergido en los diálogos con un timing aceitado, diseñando duelos actorales que no exigen golpes y saltos sino las confesiones más efectivas. El comienzo de la historia, la que une a Bond con Madeleine Swann (la perfecta Léa Seydoux) y su pasado, con Spectre y su tétrico legado, actualiza la sospecha de la traición y el fantasma del retiro pero esta vez el regreso al servicio activo, oscilando entre enemigos y aliados, lo dispara a un recorrido que es vital para el destino del mundo pero trascendente para su historia personal. En ese territorio opaco en el que el MI6 reemplaza a sus agentes y alimenta a sus prisioneros como los baluartes más efectivos, el Bond de Craig emerge con la fuerza de su propia experiencia vistiendo el impecable smoking, adulto en sus conversaciones sobre el destino del mundo con M –la de Ralph Fiennes es la versión desencantada del patriotismo post Brexit-, afilado en sus contrapuntos con la nueva 007 de Lashana Lynch, perfecto en el juego de falsas seducciones en la excursión cubana con Ana de Armas. La película ensancha los arquetipos que nutren su imaginario, los saca del mero guiño para convertirlos en concretos habitantes de esa mitología. Y la consagración de Craig ensombrece con justicia al villano infantil de Rami Malek, construido con demasiados mohines y falsetes para la tan esperada despedida. Sin tiempo para morir ofrece un final a la medida del enorme trabajo de Daniel Craig para convertir a su James Bond en la mejor excepción de todos los héroes de carne y hueso.
Masacres melodramáticas Todo lo que puede hacerse con el personaje de James Bond/ 007, creado para la novela Casino Royale (1953) por el escritor, periodista y oficial de inteligencia británico durante la Segunda Guerra Mundial Ian Fleming, ya se hizo en ocasión de la seguidilla fundacional protagonizada por el enorme Sean Connery, aquella de El Satánico Dr. No (Dr. No, 1962), De Rusia con Amor (From Russia with Love, 1963), Dedos de Oro (Goldfinger, 1964), Operación Trueno (Thunderball, 1965), Sólo se Vive dos Veces (You Only Live Twice, 1967), Los Diamantes son Eternos (Diamonds Are Forever, 1971) y Nunca Digas Nunca Jamás (Never Say Never Again, 1983), le pese a quien le pese y sobre todo a los sucesivos reemplazos que la Eon Productions, la compañía productora primero en manos de Albert R. Broccoli y luego de su hija Barbara, eligió para cada época desde aquella despampanante década del 60, hablamos de George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y el más reciente de todos, el cumplidor Daniel Craig. Sin Tiempo para Morir (No Time to Die, 2021), de Cary Joji Fukunaga, película número 26 de la franquicia si contamos a Nunca Digas Nunca Jamás, algo que muchos imbéciles no hacen porque la susodicha no fue producida por Eon sino por la Taliafilm de Jack Schwartzman, pretende cerrar el ciclo de Craig mediante un metraje inflado de 163 minutos al extremo de que termina cayendo en el mismo problema del 99,9 % de los productos del mainstream de nuestros días, eso de ofrecer un comienzo interesante que se desinfla progresivamente hasta llegar al tedio y la frustración de unas buenas intenciones que no justifican toda la paciencia del espectador. Si pensamos en la etapa más próxima en términos temporales, léase los años posteriores al fallecimiento de Broccoli y al relanzamiento en los 90 del personaje protagónico ya con Barbara al mando, indudablemente las únicas películas con un núcleo dramático digno y atrapante fueron, precisamente, aquellas dos destinadas a reposicionar al personaje dentro de otro tiempo y a presentar en sociedad al nuevo actor que lo interpretará, nos referimos a la adictiva GoldenEye (1995), puerta de entrada de Brosnan y catalizadora de tres secuelas mediocres, El Mañana Nunca Muere (Tomorrow Never Dies, 1997), El Mundo no Basta (The World Is Not Enough, 1999) y Otro Día para Morir (Die Another Day, 2002), y la excelente Casino Royale (2006), primera aventura de Craig y eje de cuatro corolarios lamentablemente muy flojos, Quantum of Solace (2008), Operación Skyfall (Skyfall, 2012), Spectre (2015) y el film que nos ocupa. Bastante lejos de expertos históricos de la saga como Terence Young, Guy Hamilton, John Glen y el mismo Martin Campbell, director tanto de GoldenEye como de Casino Royale, Fukunaga apuesta a seguro con una catarata de latiguillos un poco aggiornados, muy en sintonía con las últimas entregas y una rutina bastante aséptica que no se define entre el desparpajo del pasado o la corrección política demacrada de hoy en día, y honestamente se nota que lo suyo es el indie lírico y/ o visceral de Sin Nombre (2009), Jane Eyre (2011) y Beasts of No Nation (2015) y el policial seco de True Detective, la maravillosa serie creada por Nic Pizzolatto para HBO, o aquellas ironías de ciencia ficción de Maniac, serie apenas simpática de Patrick Somerville para Netflix. La fuente de peligro en esta oportunidad es un tal Proyecto Heracles, arma biológica que contiene nanobots que se propagan como un virus al tocarlos y que arremeten por ADN codificado, es decir, a una persona concreta y a su círculo familiar, y por supuesto tenemos a una ninfa bella que puede o no ser traicionera, Madeleine Swann (Léa Seydoux), un villano retro que todos conocemos, Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz), uno nuevo que habla raro, tiene la cara desfigurada y busca venganza contra Spectre por el asesinato de su familia, Lyutsifer Safin (el eficaz Rami Malek), un amigo y colega de siempre de la CIA, Felix Leiter (Jeffrey Wright), una agente muy hermosa que llega de la nada para ayudar al protagonista, Paloma (Ana de Armas), el mandamás amargo del MI6 al que responde Bond, M (Ralph Fiennes), el especialista en los juguetitos tecnológicos de 007, Q (Ben Whishaw), la secretaria de siempre de M, Eve Moneypenny (Naomie Harris), y hasta una candidata para el futuro reemplazo del agente estrella, Nomi (Lashana Lynch), miembro del MI6 que recibe el 007 por el típico retiro pasajero de Bond hasta que nuevamente es convocado al servicio activo. Como decíamos previamente, lo mejor de la película es el doble prólogo antes de los créditos, el de la escena en la que Safin se carga a la madre de Swann -portando una máscara hannya del teatro noh nipón- debido a que su padre a su vez mató a toda la parentela de Lyutsifer trabajando bajo el paraguas de la organización por antonomasia de Blofeld, Spectre, y el de la secuencia situada en Matera, Italia, que involucra la bomba en el sepulcro de Vesper Lynd (Eva Green) y una estupenda balacera y persecución motorizada. Más allá de alguna excepción ulterior, como el secuestro del científico Valdo Obruchev (David Dencik) en un laboratorio del MI6, el agitado episodio en Cuba junto a Paloma o la visita al personaje del magnífico Waltz en la prisión, el resto del metraje embarra el devenir narrativo alargando sin sentido un desarrollo que debería ser puro dinamismo porque los eslabones de la franquicia se miden sobre todo por el nivel de la acción, las hembras y los villanos en cuestión y no por las minucias de los clichés del espionaje hiper delirante de por medio, opuesto exacto para con su homólogo realista, sucio y burocrático verídico de David John Moore Cornwell alias John le Carré, por ello los grandes peligros de la franquicia de Bond son tomarse demasiado en serio a sí misma, caer en múltiples giros melodramáticos o tratar de contentar a públicos foráneos como esas feminazis frígidas de la actualidad, los retrasados mentales fanáticos del CGI o los pelmazos que ponderan la comedia light o sus enemigos declarados, los castrados de la comarca arty y obtusos lambiscones del under similares. Billie Eilish entrega una canción homónima de apertura tan melancólica como olvidable y Fukunaga, a través de su guión a la par de Neal Purvis, Robert Wade y Phoebe Waller-Bridge, abusa de tres de los ardides más remanidos del Hollywood desesperado en busca de un “broche de oro” ultra heroico que clausure líneas argumentales, primero la muerte deslucida del antagonista máximo, Blofeld, segundo el óbito innecesario del mejor amigo, Leiter, a manos de un secundario pérfido llamado Logan Ash (Billy Magnussen), y tercero la inmolación tragicómica final del propio 007, encima para salvar a Madeleine y a la hija de ambos, la pequeña Mathilde (Lisa-Dorah Sonnet), gran colmo del estereotipo lacrimógeno barato que poco y nada tiene que ver con la idiosincrasia aguerrida, cínica y putañera del personaje, incluso en la faceta sensible y humanista pomposa que inauguró Casino Royale. En este sentido, casi todo el acto intermedio de la propuesta, plagado de sobreexplicaciones, escenas relleno y puntos muertos, y el remate retórico en sí, situado en una base de la Segunda Guerra Mundial de una isla ignota entre Japón y Rusia que hace las veces de esa guarida del adversario de turno, Lyutsifer, ya vista hasta el hartazgo a lo largo de la saga, tiran muy abajo a un producto millonario de elogiable factura clasicista que no sabe cómo inyectar verdaderamente algo de vida al esquema paradigmático del archivillano pretendiendo destruir al mundo, hoy por hoy tomando de rehén a Mathilde y bajo un sueño de “resetear” el planeta y sobre todo a una humanidad que adora que le digan qué hacer y a quién obedecer, por ello la lucha de fondo se da entre el conservadurismo con conciencia de Bond y el mesianismo fatalista de Safin y su ansia de evolución vía una masacre general…
Si hubo una película a la que la pandemia le hizo la vida imposible, sin dudas fue la nueva entrega de James Bond, Sin Tiempo Para Morir. El film protagonizado por Daniel Craig se tuvo que ir postergando hasta pasar el año de retraso. Pero ahora, por suerte, ya lo tenemos en nuestras salas, así que pasemos a ver si valió la pena tanta espera. Tras un mal entendido entre James Bond y Madeleine, Bond debe volver a las andadas, cuando una persona desconocida mata a toda la organización Spectre de un solo golpe. Dicho villano, está ligado al pasado de Madeleine, así como también, tiene en su poder el arma más implacable jamás construida. Mucho más de la trama no podemos contar porque ya sería entrar en el terreno de los spoilers. De hecho, aconsejamos tener fresca la anterior entrega, porque si no, hay muchos diálogos o eventos pasados, que no van a entender y que, a la larga, terminan siendo importantes para la motivación de casi todos los personajes de Sin Tiempo Para Morir. Porque si algo tiene esta película, es que se centra bastante en sus personajes. Pocas veces vimos un James Bond tan humano, motivado por intereses personales, y no solo porque es un espía o para lograr encamarse con la mujer de turno. En este sentido, el guión se siente como el final de una época para el personaje, con todo lo que eso implica. Pero esto no quiere decir que no tengamos secuencias de acción trepidantes, algo que fue sello de la casa en la época de Daniel Craig. Destacamos dos momentos por sobre los demás, uno el primero y el otro el clímax, donde veremos un plano secuencia que no tiene desperdicio, y que aconsejamos que estén atentos así lo pueden disfrutar desde que comienza hasta su final, con varios minutos de duración. Ojalá tengamos más de Cary Fukunaga como director en otras cintas de James Bond. Y hablando de Daniel Craig, se nota que sabía que esta era su última película como el espía que nos amó, dando el todo por el todo, tanto en su rol como actor, como por su puesta en forma física pese a que ya no es un jovenzuelo. De hecho, diríamos que todos los actores salen bien parados en este apartado, salvo, salvo Rami Malek. Si bien el tiempo que le dieron en pantalla a Rami Malek es bastante poco como para que pueda construir un villano convincente, otros actores con la misma cantidad de metraje lograron interpretar mejor a sus personajes. Aparte que Malek pareciera que siempre actúa de la misma forma; lo cual nos hace cada vez tenerle más dudas a su Oscar por hacer un cosplay de Freddie Mercury. En conclusión, Sin Tiempo Para Morir es la despedida de Daniel Craig de la saga, y por suerte podemos decir que se va por la puerta grande. Pese a que las dos horas y cuarenta y tres se sienten, las actuaciones y la buena dirección de Fukunaga, hacen de este film uno de los mejores del actor que se va.
La película numero 25 de una saga inoxidable que ahora en manos de Amazon, promete desde continuidad con el suspenso de saber quien ser el próximo James Bond hasta renovaciones importantes. También se habla de posibles spin off que puede llega a tener la nueva OO7 en la acción de este film, con una potente Nom encarnada por Lashana Lynch. Lo cierto es que la despedida de Daniel Craig tiñe de melancolía a sus seguidores. Sin dudas su Bond se presentó ante el mundo como más sensible y vulnerable, con pérdidas dolorosas que lo alejaron definitivamente del cliché de otras épocas, el seductor serial de mujeres, inmune a cualquier profundidad de sentimientos y la frialdad prototípica en las escenas de acción. Craig le aporto espesor emocional y renovación a su agente, y la trama le reserva a sus fanáticos, un golpe fuerte. El director Cary Joji Fukunaga, maneja muy seguro las escenas de acción y le da sensibilidad a los momentos especiales del personaje. A ese sueño de ser dueño del tiempo. Pero la película tiene altibajos, es demasiado larga, aunque cumple con creces. Los guionistas habituales, Neal Purvis y Robert Wade se asociaron al director y a Phoebe Waller—Bride se olvidaron de construir a un villano memorable. Rami Malek hace lo que puede con lo que le dieron y lo mejor es su isla de concreto, con su laboratorio para extinguir a los humanos y su jardín envenenado. Todo esto se ve en la última parte y es un plato fuerte. Se destaca una secuencia increíble en la ciudad italiana de Matera que muestra su belleza en escenas de mucha acción. Se va un Bond muy resistido al comienzo, el primero en la lista en ser rubio, que luego fue abrazado por los seguidores de este entretenimiento que sigue con su seducción un poco vintage.
"Sin tiempo para morir", gran despedida de Daniel Craig El aporte del director Cary Fukunaga agrega lustre a un film que recupera la mejor expresión del agente 007, con rasgos de humor e inéditos picos emocionales. Tras dos años de posposiciones obligadas por la pandemia, llega a las salas Sin tiempo para morir, nueva película de James Bond, la número 25 nada menos, que además representa la última en el que el emblemático agente secreto será encarnado por Daniel Craig. Una despedida que representa el fin de una era para el personaje. El mérito no es poco, porque eso es algo que no ocurrió con todos los actores que interpretaron a 007 en el pasado. La marca que el actor inglés le deja a la saga es profunda y aunque su legado de 5 películas nunca estará a la altura del que dejaron Sean Connery (6 películas) y Roger Moore (7) -ambos fallecidos-, quizá le alcance para pelear el tercer puesto cabeza a cabeza con el irlandés Pierce Brosnan (4), ambos bien lejos de la fallida incursión de Timothy Dalton a finales de los ’80 (2) o la ambigua experiencia que representa la única que interpretó el australiano George Lazenby, Al servicio secreto de Su Majestad (1969). Curiosamente, el guión de Sin tiempo para morir tiene algunos puntos de contacto con aquella, por el modo en que algunos de los hechos que le dan forma a esta historia impactan en el personaje. Sin embargo, debe decirse que si Craig consigue ganarse un lugar respetable dentro del linaje Bond en gran medida es gracias a esta última película. Y es que hasta ahora el balance de su paso por la saga estaba bastante equilibrado entre aciertos y pifies, además de arrastrar la pesada carga de haber cambiado el perfil del personaje, haciéndolo más rudo y menos refinado que todas las versiones anteriores. Un detalle que fue tomado como una afrenta imperdonable por parte de algunos fanáticos, pero que para otros representó un aggiornamiento necesario. Por un lado, Sin tiempo para morir no retrocede en lo que respecta a la adaptación del personaje a las reglas del cine de acción del siglo XXI, convirtiendo a quien alguna vez fuera un dandy en los cuerpos de Connery, Moore y Brosnan, en una figurita de acción más bien convencional. Acá el Bond de Craig vuelve a realizar escenas acrobáticas, a participar de asaltos tipo comando y a usar técnicas de combate cuerpo a cuerpo que lo acercan más al prototipo del boina verde que al agente seductor de tiempos idos. Pero también recupera el humor, marca registrada del personaje en el cine, sumando una buena cantidad de diálogos ácidos y citas autorreferenciales que, por fin, logran entroncar al 007 de Craig dentro de la mejor tradición del espía creado por el escritor Ian Fleming, pero convertido en uno de los más grandes íconos de la historia del cine por el productor Albert Broccoli. Las secuencias iniciales son suficientes para apreciar la buena labor que realizó el director Cary Joji Fukunaga en su acercamiento al universo Bond. En la primera, utiliza una serie de planos en los que aprovechan toda la profundidad del campo y el montaje para presentar al villano de turno, interpretado con solvencia por Rami Malek, quien llega a través de la nieve hasta una cabaña apartada para vengarse del hombre que asesinó a su familia, matándole a la esposa y a la hija. El desenlace de la escena se convierte además en el mito de origen de Madelaine, la mujer con la que Bond se vinculó en la película anterior, Spectre (2015), y que sigue con él en esta. Al menos al comienzo, porque la acción deriva en una persecución espectacular de la que el espía responsabiliza a la mujer, marcando un quiebre. La secuencia de títulos completa un inmejorable primer acto. Sin tiempo para morir también se atreve a llevar a 007 a través de picos emotivos por los que (casi) no había transitado antes. Por un lado recupera la figura del agente de la CIA Félix Leiter, personaje clásico de la saga, aquí convertido en algo así como el Patroclo de Bond, con todo lo que implica. Pero además coloca al protagonista en una situación emocional inédita, que si bien lo vuelve más vulnerable, también lo provee de una potente excusa no solo para volverse aún más implacable, sino para, por fin, ponerle un precio a su propia vida. Una gran despedida.
Sorprendente y costosa producción (250 millones de dólares) para la despedida del James Bond que interpretó Daniel Craig en cinco oportunidades. Después de "Casino Royale", "Quantum of Solace", "Skyfall" y "Spectre" llega después de más de un año de demora ,"Sin Tiempo para Morir" ("No Time to Die") El elenco es multiestelar y lo integran Lea Seydoux ( Madeleine Swann), Christoph Waltz, (Ernst Stavro Blofeld) demostrando una vez más más que no hay roles chicos cuando se es un actor enorme, Naomie Harris, (Miss Moneypenny), Nomi, la nueva agente (Lashana Lynch), Ana De Armas (Agente Paloma), Ralph Fiennes, (M) Ben Wishaw (Q), Jeffrey Wright (Félix Leiter) y Rami Malek (Lyutsifer Safin). La historia retrocede con la pequeña Maddie y su madre al sufrir el ataque de un intruso en su casa en ausencia de su padre. A partir de allí la película salta en el tiempo para mostrar el retiro anticipado de James Bond y su mujer Madeleine en Italia intentando disfrutar de su amor lo máximo posible. El descanso es interrumpido cuando Bond intenta dejar atrás el pasado y sufre una emboscada que deviene en una persecución apasionante. A eso se suma que el científico Waldo Obruchev (David Dencik) es secuestrado y desaparece de su laboratorio un virus peligroso. Su amigo de la CIA, Leiter pide su colaboración para rescatarlo y Bond deberá lidiar con varios villanos, el encarcelado Blofeld, y Lyutsifer Safin. No conviene decir más, ni siquiera recomiendo ver el tráiler, para así dejarse sorprender y entregarse a 2 horas y 40 minutos de pura acción en espectaculares escenarios en este capítulo número veinticinco de una de las sagas más famosas de la historia del cine, dirigido por primera vez por Cary Joji Fukunaga, en reemplazo de Danny Boyle, quien abandonó el proyecto por diferencias artísticas. Sin dudas la entrega más emotiva y conmovedora hasta ahora.
ADIÓS MR. BOND Las películas de James Bond son una estupenda síntesis para entender cómo el cine de entretenimiento mainstream ha ido perdiendo su capacidad lúdica a favor de una impostada profundidad. Cuando decimos “las películas de James Bond” en verdad nos referimos a esta saga protagonizada por Daniel Craig, ya que Pierce Brosnan mantenía ese costado grasoso que hacía divertido al personaje, y que llevaba por ejemplo a la M interpretada por Judi Dench a espetarle un “usted es un dinosaurio” en la cada vez más necesaria Goldeneye. Brosnan cruzaba la elegancia viril de Sean Connery con la picaresca prosaica de Roger Moore, y se bancaba mientras tanto ese tufo a cosa vetusta y fuera de época. El problema de lo antiguo no es el paso del tiempo, sino la falta de conciencia de ello. Y este concepto de Bond en el que el descafeinado Craig encaja perfecto lo que menos hay es inconciencia: es todo mecánico, pensado en cada gesto, todo lo contrario del personaje, que es el libre albedrío hecho persona, la imprevisibilidad en movimiento. La idea de convertir ese recipiente orgullosamente vacío que era el 007 en un saco repleto de conflictos familiares y sentimentales fue siempre una mala decisión, que mostraba además la desesperación de una franquicia que perdía terreno ante otras franquicias de acción y espionaje mucho más sólidas y rigurosas. Ese aggiornamiento del Bond de Craig hace eclosión en Sin tiempo para morir, que es ante todo un melodrama con escenas de acción. Uno puede decir a favor de la película del habitualmente solemne Cary Joji Fukunaga que la conclusión a la que aquí se llega es absolutamente coherente con el camino que le hicieron tomar al personaje en los cuatro films anteriores. También, que para ser una película de 163 minutos, es bastante entretenida: porque cada tanto se acuerdan que es una película del 007 y nos regalan algún momento de gracia. Ahora bien, las películas de James Bond siempre fueron mucho más que eso, fueron la cruza definitiva entre el cine de acción y los dibujos animados, con un verosímil asentado a partir del rostro impertérrito de su protagonista, además de que definían estilo y llevaban la tecnología a un lugar hiperbólico. Aquí solo queda el gesto impertérrito de Craig más como reacción al contexto que como juego de contrastes con el absurdo coyuntural de unas secuencias de acción que nunca se desbordan, que nunca imaginan algo por fuera del verosímil para sus criaturas. Salvo algunos momentos de la atractiva secuencia de arranque en Italia (que para colmo de males estaban en el tráiler), Sin tiempo para morir luce apagada, estándar, regular, como sin ganas de ser una de Bond y tal vez ser otra cosa. Como este Q que hace uno gadgets sin gracia ni inventiva. Precisamente eso es algo que llama la atención en esta saga Bond con Daniel Craig, como si hubiera un elemento culpógeno que impide la diversión, como si en el fondo hacer un película del 007 les diera vergüenza y con un complejo de inferioridad enorme se propusieran hacer otra cosa que encaje en este tiempo. El consejo sería, en todo caso, que no lo hagan más (y el bochornoso final de esta película tal vez vaya en esa dirección). Si hay algo que nunca hizo Bond fue encajar, su paso era la destrucción del espacio en el que se encontrara. Entonces lo único que finalmente queda es un estilo visual refinado que Sam Mendes un poco que definió en Operación Skyfall (una película que contenía todos los males de esta saga, pero que nos regalaba varios momentos bellos visualmente) y que Fukunaga simula aquí como quien sigue un manual de instrucciones. La decadencia de este James Bond se puede ejemplificar en varias cosas, en la sexualidad cada vez más controlada, en sus villanos descafeinados y normalizados, pero si hay algo que no deberíamos perdonar es la cada vez menor presencia de la genial melodía de John Barry en la banda sonora. Acordarse de cómo la traían a la vida en Goldeneye, con el 007 rompiendo San Petersburgo con un tanque es hacerse mala sangre por este Bond triste y melancólico. A un personaje que era pura iconografía, lo fueron despojando precisamente de su superficie. Lo fueron limando hasta dejarlo digerible para la generación de cristal. Ni Ernst Stavro Blofeld le hizo tanto mal. Adiós Mr. Bond.
Con escenas de acción prodigiosas y un ritmo a prueba de balas, Sin tiempo para morir marca un antes y un después en la saga de Bond, James Bond. Y lo hace por dos motivos: el primero, es la despedida de Daniel Craig, el actor que encarnó al agente 007 los últimos 15 años (desde Casino Royale, 2006); y el segundo es porque hay un claro ajuste de cuentas con la incorrección política de la franquicia. Del héroe galante, de corte clásico, fanático del Martini y seductor nato del sexo opuesto no queda prácticamente nada. El James Bond de Sin tiempo para morir es un hombre fiel, sensible, al que se le caen las lágrimas ante la persona amada. Si bien cada actor que interpretó al espía secreto (desde Sean Connery hasta Pierce Brosnan, pasando por el celebrado Roger Moore) le dio su toque personal, lo cierto es que todos tuvieron las mismas características. Hasta ahora, porque en esta nueva entrega hay un giro en la sensibilidad del personaje que no tiene vuelta atrás. Como en todas las James Bond, en Sin tiempo para morir también hay escenas memorables, como si la saga consistiera en una apuesta total por las set pieces (término en inglés para denominar las secuencias en las que la adrenalina sube). Hay set pieces buenísimas, autosuficientes, que se las podría ver como cortos de acción independientes. La escena que abre la película es una lograda secuencia de terror en la nieve, que presenta al villano principal y a la niña que se convertirá en Madeleine (Léa Seydoux), la novia de Bond. El villano que compone Rami Malek es otro arquetipo, casi como sacado de un cómic, que rinde en la trama y que permite que la historia tenga el suspenso necesario para desesperar a la audiencia durante las casi tres horas del filme. Después de los créditos con la canción de Billie Eilish, hay una segunda introducción en la que vemos a Bond disfrutar de la vida con Madeleine en un pueblo de Italia, hasta que va a la tumba de su examada y una bomba le estalla cerca de la cara, lo que da pie a que sospeche de Madeleine, quien puede estar complotada con la organización criminal Spectre. Cinco años después, Bond está separado de Madeleine y viviendo tranquilo en una isla, ya retirado del espionaje. Pero un viejo conocido de la CIA, interpretado por Ralph Fiennes, lo llama para una misión que consiste en sacar de la cárcel a quien fue el enemigo de la entrega anterior, Blofeld (un Christoph Waltz en plan Hannibal Lecter), y descubrir quién anda detrás de una nueva arma que pone en peligro al mundo. Además de las espectaculares secuencias de acción, el gran acierto de la película está en cómo introduce lo que se llama “corrección política”, abriendo nuevas posibilidades argumentales y narrativas. De ahí que los personajes más importantes sean tres mujeres: una afroamericana en el papel de la nueva agente 007, una niña que promete salir en futuras películas, y Madeleine, interpretada por una Seydoux sin estridencias dramáticas. Sin tiempo para morir cobra fuerza en sus momentos álgidos, cuando el ritmo trepidante se mantiene gracias al pulso del director Cary Joji Fukunaga, quien entrega una película que emociona y entretiene. El logro de Daniel Craig es haber compuesto un Bond flexible, capaz de pasar de la solemnidad a la ligereza sin que se le desacomode el moño. El actor supo darle al personaje destreza física, humor sutil y mucha convicción. La escena final es una despedida conmovedora y radical, una bomba al corazón del espectador.
Qué me hicieron. Es lo único, como fan de Bond, James Bond, que voy a decir porque no voy a spoilear absolutamente nada. Daniel Craig, todos lo sabemos, se despide del 007 tras cinco películas -Sin tiempo para morir es su quinta en 15 años, desde Casino Royale (2006), que probablemente le dispute el mote de la mejor de Craig con Skyfall (2012)-. Así que la despedida, se intuía, tenía que ser a lo grande. No sé si No Time to Die es grandiosa, sí que tiene los elementos que hicieron al agente 007 grande en el mundo del cine, y que tras seis años de Spectre (2015) se ha actualizado y, como tantos, puesto al corriente de por donde sopla el viento. No, no va por una postura machista radicalmente distinta a cómo era Bond con las mujeres -pero vean cómo Madeleine lo aprieta contra la pared antes de una escena amorosa, y en la cama ella está sobre él, tomando una posición dominante: todo un cambio-, sino otra cosa algo que podíamos prever. ¿En qué momento una película de James Bond se transformó en otra de Rápidos y furiosos? Porque el viceversa lo conocíamos desde que vimos a Toretto. ¿Cuándo la mala puntería de los malvados de Bond comenzó a parecerse a la de los Stormtroopers de Star Wars? Y también esta última de Craig hace un repaso por distintos momentos y personajes de su saga como protagonista. La sinopsis argumental -porque, insisto, no voy a entrar en detalles- va saltando a distintos tiempos. Uno es lejano, y es el prólogo, en el que -extrañamente- no está Bond. Luego sí, pasea de la mano con Madeleine (Léa Seydoux, que ya estaba en Spectre) por Italia, y después salta al futuro, que sería el presente, cinco años más tarde. Bond sufrió un desengaño amoroso, pero si se había retirado del Servicio y se la pasaba bebiendo whisky -ya tomará algún Martini mezclado, no agitado- en Jamaica, volverá a las persecuciones cuando Felix Leiter (Jeffrey Wright), de la CIA lo contacte. Es que alguien se robó un arma mortal, un veneno que, si cae en las manos menos indicadas, puede acabar con el mundo. Algo de eso tiene que ver M (Ralph Fiennes), el ex superior de Bond, que le confió el 007 a una mujer negra (Lashana Lynch, Maria Rambeau en Capitana Marvel y que será la Señorita Miel en la nueva versión de Matilda). De nuevo en la ruta, Bond contará con nuevos gadgets de Q para evitar que el resentido malvado de turno (un monótono Rami Malek) haga lo que quiera. Sin tiempo para morir, como las películas de Bourne o las de Ethan Hunt (Tom Cruise en Misión: Imposible) pasan de un país o de un continente a otro en fracción de segundo. Las peleas aquí son pocas cuerpo a cuerpo -si hay tiroteos extensos, salvo en el plano secuencia en una escalera-. Y Bond sangra. Ya lo hacía en Casino Royale. “Sos sensible”, le dice un enemigo a James, algo que hace años Bond lo hubiera sentido como una afrenta. Pero aquí y ahora Bond es como uno de nosotros. Sin tiempo para morir tiene muchos elementos de los Bond anteriores a Craig. Desde científicos rusos, autos con armas y gadgets increíbles, hasta chicas Bond fantásticas (Ana de Armas parece ser la que más se divierte en toda la película) y una isla desierta. Imposible saber en un guion a ocho manos (son 4 libretistas) cuánto impuso Phoebe-Waller Bridge (Fleabag). ¿Tal vez, que Bond le diga “darling” a M? El director Cary Joji Fukunaga (la primera temporada de True Detective; Beats of No Nation) le impone ritmo, dinamismo y humor a la despedida de Craig. Pero ese final. Me gustaría saber qué opinan otros fans. Quédense hasta el final de los títulos.
En el episodio especial numero dos que hicimos para Cineojo con mi compañero Fiss. Hablamos sobre Casino Royale del 2006, primer film en donde el Bond de Daniel Craig hacia su aparición. Film que siempre me resulto fascinante el movimiento constante que tiene, con un bond corriendo y luchando en todo momento acompañado de un montaje medido, pensado y dinámico en donde también cada secuencia tiene un final memorable como la famosa escena inicial en donde Bond logra escapar de un encierro de oficiales luego de hacer bolar un tubo de gas. Una escena que muy bien imitaron aquí en un momento justo con la nueva 007. Y sí, hay un nuevo agente con este número llamada Nomi. Algo que aquí no le afecta el ego a nuestro querido Bond el cual expresa que solamente es un número (esto sin ser un spoiler relevante). Volviendo a Royale, nosotros en aquel film volvimos a sentir ese fuego y emoción por este personaje y sus películas junto a sus elementos característicos, porque el mismo Bond de Craig es así, y trajo a un héroe renovado con la acción más física combinado con elementos o escenas simples (pero brillantes) del espionaje. Un luchador rápido, más eficiente, fuerte y humano. Pero no humano por enamorarse de una chica, sino por el sufrimiento y el dolor en su rostro que expresa al haber perdido a Vesper (Eva Green), herida provechosamente justificada que aún se retoma en este film. Y que el movimiento mencionado choca con el presente a punto de caducar. Tal vez Craig siendo el Bond más transparente, el mas a flor de piel a diferencia de los demás que eran más verdaderos agentes secretos (Brosman siendo más payasesco en sus últimas apariciones) con una identidad Bondiana poco asumida, priorizando siempre la misión antes que todo. Craig como Bond en “No time to Die” prioriza a Bond, intentando vivir su vida y eliminando su contraparte existente de 007 luego de su retiro junto a Madeleine en una escena inicial que contiene dos prólogos brillantes que sirven como cortos aislados en donde ya se ve y se menciona el tema de los recuerdos y el pasado que hay que borrar y dejar ir, con elementos típicos del drama y terror que terminara en la separación entre estos dos por protección (sin decir más nada). Pero esta escena inicial romántica que luego será interrumpida por la acción, nos sirve para identificar el choque entre la estabilidad y el movimiento que va a ser fundamental en este film y se volverá a repetir en otras escenas. Si entendemos que la acción de correr, perseguir, luchar y matar es un movimiento constante; ese vivir en peligro que Bond deseara dejar. Fue algo que Royale indudablemente muy bien supo mostrar en su puesta en escena y también para ampliar formas en la saga. Y lo estable ocurre en varios momentos, por ejemplo: al inicio en donde Madeleine y Bond viajan juntos en el Aston Martin y ella le pregunta “por qué no vas más rápido”, y Bond le responde “porque no hay apuro”. otra escena ejemplar es la que vemos a Bond descansando en una isla que parece el Jamaica visitado por Connery en la primera del agente “Dr No” (volver al inicio), disfrutando de sus lujos. Pero como dije, de nuevo vuelve a la acción con grandes escenas ya solo defendiéndose con sus tiros precisos y habilidades para escapar que ya connotan otra cosa. El querer escapar de esa vida. “O mueres como un héroe o vives lo suficiente para convertirte en villano” Aunque el film pareciera no desear lo mismo, tomando bastante de “The Dark Night” (hasta su compositor que redunda con sus ruidos en escenas que no requerían de sonido), tanto escenas como frases casi textuales por su temática similar. Pero No time to Die realiza mejor el ejercicio de poner héroe y villano cara a cara, tomando otras ideas sin culpa (y a flor de piel como su personaje) que funcionan mucho mejor aquí por su guion, que está bien escrito, y diferenciarse así de lo ya visto anteriormente como dijimos. También el oportunismo como analogía sobre la situación mundial actual funciona en la decisión de separar y volver a unir a personajes que son piezas importantes para Bond y su misión. Pero que un momento no logran dejar de lado las diferencias con este. Pero nuevamente después (por la misión) se reúnen todos en un mismo plano que es emotivo sin haberlo deseado, generándonos cierto cariño por todos y su última función juntos sin necesidad de abrazos, besos, risas, choque de manos, etc. Simplemente con este simple recurso. Sin olvidarme de la relación de Bond con Madelaine donde vemos los mismos recursos, pero esta vez, más directos, metafóricos y simplificados por la diferencia de relación. Siendo esto, algo distinto también en la saga. Y aclaro que con oportunismo me refiero a que históricamente como todo fan sabrá, las películas de Bond siempre contienen la problemática política actual de Gran Bretaña o mundial en su trama, esto quedando siempre en un segundo plano a excepción de la fallida “Live and let die”. FRASES REPRESENTATIVAS EN RELACION AL PUBLICO Y PERSONAJE Existen dos frases ubicadas en momentos distintos que dialogan, no solamente con las temáticas del film, sino también con las posibles opiniones de algunos fans que pueden salir disgustados de la sala. Una tiene lugar en uno de los diálogos finales entre Bond y Safin. Este último le dice que “yo quiero la evolución mientras que tú quieres dejar todo como esta” relacionado con el plan malicioso. Pero digamos que este film tiene bastante de evolución, primero con respecto a su personaje. Y también sobre el cine de acción que existe a su alrededor en retrospectiva al pasado del agente. Es decir, siempre fueron los demás films de acción los que tomaron cosas de las películas de Bond. Pero ahora las influencias son compartidas dando lugar a algo que parecía impensado en los primeros años del personaje. Por ejemplo: que veamos a Bond llorar, que se enamora u otras cosas que van a ver en este film que tiene el final más lógico al Bond más humano que hemos visto en términos de desear ser alguien y no un número. Estando ante la presión de salvar tanto a Madelaine como a Inglaterra. Si bien, no puedo revelar mucho más en esta crítica por su estreno reciente. El final de este Bond, es el de alguien no escapando de un peligro inevitable como el tiempo que se acerca a toda velocidad. Y sin poder disfrutar de su vida como humano, él dice necesitar más de ese tiempo de disfrute que para él, míticamente es efímero. Ya no corriendo ni escapando, sino finalizando su trabajo como 007, como lo habría querido Flemming y cómo debería ser, aunque nos duela tanto como al personaje. Ya pareciendo que el mismo Bond es el que exigiera una evolución o un cambio. Siendo No time to Die el que cumple con ese deseo, y también evolucionara la saga. Y para concretar esta crítica (pero aun con más para decir), la segunda frase lo dice el personaje de M en un momento (el que vio el film sabrá cuál) en donde según mi memoria de un primer visionado, expresa: “Un hombre tiene que luchar por vivir, más que por existir”. Y si, a pesar de algunos leves defectos del film, No time to Die será recordada tanto como el Bond de Craig, el cual siempre vivirá en nosotros.
Este jueves se estrenó finalmente “Sin Tiempo para morir (No Time to die, 2021)”, la vigésimo quinta entrega de las aventuras del agente 007, y la quinta y última de Daniel Craig como un James Bond totalmente reinventado para el Siglo XXI.
La primera imagen que entregó Daniel Craig personificando a Bond en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) inmediatamente nos dio la premisa de que las cosas habían cambiado, que el nuevo 007 no era un personaje refinado como lo había sido Pierce Brosnan o un alivio cómico de sí mismo como lo habían construido en las películas de Roger Moore. El Bond de Craig seria cosa seria, un personaje frio, sin miedo a ejercer violencia y a veces temperamental, explosivo. El nuevo Bond se diferenciaría de los anteriores 007 por el hecho de parecer peligroso. Las anteriores versiones de Bond oscilaban de lo acartonado y monótono a la sátira, tal vez solo el Bond de Timothy Dalton daba cierta sensación de peligrosidad propia de un agente con licencia para matar. Debo decirlo nunca fui fan de 007, hasta la aparición de Craig encarnando al personaje y no solo por el aspecto fuerte del actor sino también por la forma en que se construyó el personaje: seguro de sus habilidades y un poco más dispuesto a cuestionar las reglas. Bond a diferencia de las películas anteriores a la etapa Craig era un personaje que vagaba por diferentes historias random, sin tener un hilo conductor o un sub plot que le diera forma a la historia y le permitiera evolucionar a los personajes. Desde Casino Royale y Quantum of Solace (Marc Forster, 2008) la serie comenzó a tomar una forma que si bien explora distintas temáticas que van desde la explotación de los recursos naturales, la intervención imperialista en países en desarrollo, al cuestionamiento de la idea del héroe y siempre subyace por debajo de la historia la soledad y el desamor, convirtiendo en personaje omnipresente a Vesper Lynn, aquel amor que le rompiera el corazón a Bond en Casino Royale; sí, es cierto Bond sigue saltando de una aventura amorosa a otra pero por debajo de esa sexualidad exacerbada existe un corazón que busca ser curado algo que hasta ese momento no se había explorado y que le da más profundidad y humanidad al personaje. Es en Skyfall (Sam Mendes, 2012) donde Bond se ve enfrentado a la idea de ser una herramienta descartable para el sistema que el mismo protege, también es en esta película donde nos permiten conocer un poco más sobre el pasado del personaje. Esa temática nunca fue tratada antes ya que las películas previas a esta etapa no construían personajes. Los personajes eran puestos en función de la trama, pero sin ningún background, Q solo era un personaje que construía un gadget, pero no tenía ninguna historia que lo respalde. Los personajes secundarios de la serie solo llenaban espacio más no construían una trama propia, si bien la construcción de personajes se venía realizando desde la primera película de la saga protagonizada por Craig, es en la tercera película donde se nos permite una exploración sobre la relación de Bond y M (Judy Dench) se debe entender entonces que la etapa de Daniel Craig como 007 es la etapa adulta del personaje ya que la historia no se centra solo en las tramas sino también en construir a personajes. Si bien se debe entender que la historia menos construida y menos definida de esta etapa es aquella que se cuenta en Spectre (Sam Mendes, 2015) está claro que esta es la historia que debía presentar un poco más del pasado del protagonista al mismo tiempo que debía dejar una suerte de legado para lo que vendría después y eso es lo que hace ya que es desde esta película donde se comienza a construir No time to die (Cary Joji Fukunaga, 2021) la última entrega con Craig como protagonista. En esta película el director utiliza viejos hitos de la saga como ser los gadgets, la temática apocalíptica y la definición de un buen villano con un propósito y un objetivo definido que va develando de a poco que transcurre la trama. Fiel a la temática de la saga de Craig nos encontramos con protagonista dañado y taciturno que debe entrar en acción para ayudar a un amigo en un mundo que parece haberlo dejado atrás. La última película de bond nos lleva a un mundo en el cual las organizaciones delictivas compiten entre sí y en el cual el rol de las organizaciones de inteligencia es necesario para establecer un orden necesario para evitar la aniquilación. Si bien sigue sobrevolando la idea de que el intervencionismo imperialista lleva a construir más violencia de la que en teoría quieren evitar en esta historia la CIA y MI6 tienen un costado heroico que, aunque es ambiguo es heroico al fin, esto es ficción, no nos olvidemos de eso. La trama nos cuenta nuevamente sobre la creación de un arma biológica capaz de acabar con la humanidad de caer en las manos equivocadas, y como es obvio cae en manos equivocadas, convirtiendo a Bond y 007 en las únicas personas capaces de evitar el desastre. En Sin tiempo para morir Bond debe unir fuerzas con la agente Nomi (Lashana Lynch), la nueva 007, quien intenta evitar que el científico creador del arma sea capturado por la organización Spectre, pero en el camino se encuentra con un cambio en sus planes debido a la aparición de un nuevo villano, Lyutsifer Safin (Rami Malek) que está involucrado con el pasado de la Doctora Swan (Léa Seydoux). A partir de ahí la historia se vuelve una suerte cliché que aun así guarda una que otra sorpresa. En esta película, más que en cualquier otra, es lo sentimental lo que motiva a Bond, no presenta a un personaje sensible que transmite una tensión que permite empatizar con el. La inclusión del personaje de Lashana Lynch termina haciendo mucho menos ruido del que algunos esperaban ya que su inclusión como la nueva 007 es orgánica y no le roba protagonismo a Bond, pero al mismo tiempo es el apoyo necesario que el personaje necesita para la misión. El guion de Fukunaga se centra en darle valor a lo que ha convertido a James Bond en un clásico por lo cual juega con cosas como el auto lleno de trucos o el reloj multiuso al mismo tiempo que incluye a los compañeros de bond en la aventura, es decir Moneypenny (Naomie Harris) deja de ser un adorno y Junto a Q (Ben Whishaw) permiten el avance de la trama. Fukunaga hace uso de todos los recursos visuales de los que dispone creando escenas que desde lo técnico uno podría decir que carecen de defectos, pero no solo lo visual está bien construido ya que el sonido y la música también son elementos narrativos bien incorporados a la trama. Fukunaga Juega con un guion que a pesar de las obviedades propias del genero de espías es dinámico y bien construido, dándole peso a las escenas de acción y cierta intensidad a las escenas dramáticas. Sin tiempo para morir es una película que despliega sus músculos, que deja bien en claro que es una superproducción, pero no es una orgia de explosiones y escenas de peleas, es más bien una película que está equilibrada y que en cada una de sus escenas nos permite el disfrute de la historia que nos está contando. Es una película que usa todos los tópicos del género y en eso debo referenciar las escenografías que de alguna manera nos presenta una historia cosmopolita que va desde Noruega a Jamaica, en este punto vale destacar la construcción de estos escenarios ya que juegan al igual que el sonido como elementos de narración. La última película de Craig como Bond nos hace notar que queda un espacio muy difícil de llenar no solo por el intérprete sino también por el tono un tanto más maduro y con un enfoque más profundo sobre los personajes que se le dio a esta saga.
Crítica publicada en Youtube.
En tiempos de cine de super héroes absolutamente superfluos y sin el más mínimo realismo concebidos, James Bond supo encarnar el prototipo de héroe de acción de carne y hueso, habitante de un tiempo infinitamente más romántico. Fenómeno de la cultura de masas y producto del cine industrial, representa un prototipo protagónico masculino que ha pervivido en el universo cinéfilo durante las últimas seis décadas. Este personaje de ficción, inspirado en tiempos de la Guerra Fría, fue creado por el periodista y novelista inglés Ian Fleming en 1953, quien, hasta su fallecimiento (en 1964) publicaría un total de doce novelas, con el intrépido agente secreto afiliado al servicio de inteligencia, como exclusivo protagonista. James Bond extrapoló su encanto al cine, al cómic y a los videojuegos, convirtiéndose en ese tipo de emblemas que exceden la forma artística para maravillar a diversas generaciones. Con licencia para matar y de cara a intrépidas misiones, este personaje encarna el glamour y el estilo desfachatado de un bon vivant experto en seducir mujeres tanto como en derrotar a los más temibles villanos. Amante de los autos rápidos, las bebidas de etiqueta y la ropa elegante, Bond es un galán, playboy y conquistador, cuyo magnetismo fuera observado por el productor Albert Broccoli (hoy sucedido por su hija Barbara), encargado de llevar a la pantalla sus andanzas en más de una veintena de ocasiones. Este mito serial, eje de una de las franquicias cinematográficas más taquilleras de todos los tiempos, ha vivido épocas de gloria en los años ’60, gracias al personaje que interpretara el recientemente fallecido Sean Connery (protagonista de “El Satánico Dr. No”, “Goldfinger”, “Desde Rusia con Amor”). Luego de vivir un renovado esplendor en la piel de la otrora estrella de TV Roger Moore (“Vive y Deja Morir”, “Octopussy”), su fama decaería hasta ser rescatada de la mediocridad por el irlandés Pierce Brosnan (“Otro Día Para Morir”, “Goldeneye”). Atravesando una segunda juventud, el 007 del nuevo milenio ofrecería su costado más oscuro y falible cuando el británico Daniel Craig se calzara el traje del protagónico más cotizado. Luego de una década y media y cinco películas (entre las que destacan “Casino Royale”, “Spectre”, “Quantum of Solace”), Craig dice adiós en la recientemente estrenada “Sin Tiempo para Morir”. Veamos que valores arroja para el análisis la última película del ¿inmortal? Bond: Bastante más podíamos esperar del talentoso cineasta Cary Fukunaga (tan efectivo en las películas “Jane Eyre” y “Beasts of No Nation”, como en las series “Maniac” y “True Detective”). Escrita por los habituales Neal Purvis y Robert Wade, en “Sin Tiempo para Morir” abundan una concatenación de escenas de lucha resueltas livianamente; nos ilustran que la faceta más aguerrida de James Bond brillará por su ausencia en la presente entrega. Todo se resuelve demasiado rápido aunque Daniel Craig deje, como de costumbre, la entrega total en cada plano, en cada escena. El presente film ostenta serias lagunas narrativas. Los motivos de la reinserción del expatriado Bond al circuito del servicio de inteligencia carecen de timing en su forzada resolución. Para colmo de males, su vínculo junto a la novata 007 no acaba de cuajar y cierta premeditada mutua incomprensión, convertida luego en recíproca aceptación, tiñe de liviandad el vínculo. Una ligereza que cotiza alto en la historia del agente secreto más famoso, pero que resiente la intención cuando la previsibilidad de la forma se amolda a un endeble contenido. Aunque bien, si James Bond nunca se tomó demasiado en serio a sí mismo, ¿porqué deberíamos preocuparnos? Visualmente impactante, nada que objetar al respecto, Cary Fukunaga imprime sapiencia y dinamismo a su propuesta más mainstream a la fecha. La acción espectacular, eje central de este tipo de propuestas, sintetiza el dinamismo visual de “Misión Imposible” y la grandilocuencia omnipresente de la saga “Bourne”. La factoría Bond hace lo que mejor sabe para contentar a su audiencia. No obstante, nótese que las secuencias más vertiginosas se ven invadidas por el cliché: la resistencia corporal es sobrehumana y la eliminación del enemigo parece copiar, de modo automático, el estilo sistematizado de un videogame. Quebrando las leyes de la física como último resquicio de lógica posible, Bond sale indemne de durísimos enfrentamientos en donde lleva las de perder. Es un super héroe inexpugnable de esos que la meca industrial adora replicar por generación espontánea. Este es un aspecto que el cine de acción ha echado a perder. Los masculinos del nuevo milenio poseen capacidades sobrehumanas para desafiar los más absurdos obstáculos. En tal sentido, la desproporcionada balacera ocurrida en el medio de un bosque cubierto de niebla y la poco feliz persecución de mil ruedas que sirviera como prólogo se ve resuelta de la manera más sorprendente, burda y exagerada. Bond roza el ridículo y ni se da por enterado. Es el cine de acción impostado y en absoluto verosímil que imperdonables franquicias como “Rápido y Furioso” han patentado. Sin bien la última aventura de un reflexivo y crepuscular James no llega a tan aberrante extremo, un diseño caricaturesco de sus malvados de turno (desaprovechados los geniales Rami Malek y Christoph Waltz) y la insufrible gravitación de un científico desquiciado se suman a un par de decisiones narrativas francamente pueriles en su concepción. Una galería de intérpretes de gran valía adosa sus talentos a la presente propuesta. Una sugerente Ana de Armas, un circunspecto Ralph Fiennes y un entregado Jeffrey Wright completan el reparto de lujo. Mientras tanto, dos personajes femeninos de fuertes convicciones, como los interpretados por Lea Seydoux y Lashana Lync enriquecen el abultado metraje (casi dos horas y cuarenta y cinco minutos), aggiornando la pertinencia ideológica a los tiempos que corren. Aunque ninguna de ambas féminas sea responsable total del destino que les cae en gracia (Madelaine es secuestra y la ‘nueva 007’ es echada a un lado), es exigua la oportunidad de genuino protagonismo que les aguarda. Para beneficio del más puro espectáculo, no nos detengamos a pensar acerca de la lógica endeble tras la propagación de un virus letal que traza siniestras líneas paralelas con la coyuntura mundial contemporánea. El uso de un arma bacteriológica y la condena terminal por el mero contacto llama la atención poderosamente (la película ya estaba lista para estrenarse en abril de 2020, pero debió ser pospuesta a causa de la emergencia sanitaria a nivel mundial), si nos remitimos a un peligro terrorista de escalada incontrolable. Allí está Bond para entronarse como el salvador que haga frente al mal invisible que amenaza con purgar la población mundial del modo más maquiavélico posible. Nada que no haya hecho antes…por el bien del entretenimiento. La historia sabe ponerse lo suficientemente nostálgica cuando la partitura compuesta por Hans Zimmer lo requiere. Allí está la imperecedera melodía, para continuar dando vida al mito, sesenta años después. La magia no ha cambiado. El sarcasmo presente en ciertas líneas de diálogo recupera algo del misticismo de la franquicia, mientras el final épico que dinamita el peligro inoculado, en un acto de emotivo sacrificio, marcará un antes y un después en la historia del inigualable Bond. Guarden en su cineteca más espacio para la nostalgia. Un cuadro de la inolvidable M, encarnada alguna vez por Judi Dench, podría acompañarlos durante el visionado del film, solo si permanecen atentos a observar las paredes que revisten el interior del lujoso cuartel de operaciones.
En Sin tiempo para morir Daniel Craig consiguió dos logros importantes que no llegaron a tener ninguna de las encarnaciones previas de 007. Una despedida por la puerta grande y el cierre de un ciclo argumental que culmina una era en la historia de esta saga. En el pasado, al margen que las películas no solían estar conectadas entre sí, cuando un actor se retiraba de la franquicia por lo general lo hacía con la producción más floja de ese período. Craig tuvo la suerte de poder desarrollar un personaje que pudo evolucionar con el paso del tiempo y se despide con una propuesta que se animó a tomar riesgos artísticos. Un tema que no es menor para una serie que siempre se sintió muy cómoda con sus tradiciones. Si tenemos en cuenta todos los problemas que hubo con esta producción y las numerosas escrituras que tuvo el guión, el resultado final más que positivo es milagroso. El director Cary Fukunaga sorprende con el film más emocional de James Bond en las últimas décadas. Para encontrar un antecedente similar habría que remontarse a 1969 con Al servicio secreto de su majestad que fue pionera en retratar un perfil diferente de 007. En ese sentido la canción con la que termina la nueva producción establece un vínculo espiritual con aquella película y representa mucho más que una simple referencia para el fandom. El gran aporte de Fukunaga pasa por retratar un aspecto inédito de la personalidad de Bond con un mayor sentimentalismo que se opone a ese glaciar impenetrable que se había introducido en Casino Royale. Este es un tema muy importante porque más allá de finalizar con este perfil el ciclo Craig, la película también establece una transición de lo que será el próximo Bond en la era post Me Too. Era inevitable que esto ocurriera en algún momento ya que la existencia de la saga siempre dependió de su adaptación a los cambios culturales. La obra de Fukunaga da un paso importante a la hora de redefinir los roles femeninos y una masculinidad menos tóxica en la relación de Bond con las mujeres. Lashana Lynch en la trama asume el rol de la nueva agente 007 cuando el protagonista pasa a retiro y luego forma una muy buena dupla con Craig que logra ser divertida por las constantes chicanas entre los personajes. Pese a todo es Ana de Armas, quien acapara toda la atención con una de las mejores chicas Bond que se concibieron en los últimos años. La química que tiene con Craig (previamente establecida en Knives Out) junto con la energía y el sentido del humor que ella le aporta al personaje de una agente novata dejan una muy grata impresión. Lamentablemente tiene un rol muy limitado porque el film luego se concentra en Léah Seydoux que es un gran meh dentro de la trama. La actriz no está mal pero cuesta comprarla como el gran amor de Bond, ya que más allá de la poca química que tiene con Craig todos sabemos que nunca será Vesper. El director Fukunaga hace un gran trabajo con el suspenso y sentimentalismo que le aporta a la historia, pero nunca se olvida que esto es un film de la saga 007 y tampoco decepciona con la acción. En esta cuestión sobresale la labor del chileno Alexander Witt, quien colaboró previamente con Sam Mendes en los filmes previos dentro de este campo. La secuencia inicial que elaboró donde pone toda la carne al asador y finalmente hace lucir al Aston Martin en la era Craig es impactante. Después incluye algunas persecuciones sólidas y hacia el final su labor se vuelve un poco más genérica, ya que el relato opta por darle más espacio al drama. Sin tiempo para morir representaba la producción número 25 de esta franquicia y se esperaba que hicieran algo diferente y en ese sentido los productores no defraudaron. Tomaron el riesgo de conducir a Bond por otro camino y la despedida de Craig en este rol tiene un impacto emocional notable, donde además él consigue lucirse como actor. Pese a todo, el film no está exento de algunas objeciones y debilidades. En principio la gran decepción es Rami Malek del quien se esperaba muchísimo más por el buen momento que atraviesa su carrera. El villano que compone es terriblemente olvidable y el guión no lo termina de aprovechar como artista. Aparece muy tarde en la trama y no tiene espacio para sobresalir como lo hicieron en el pasado Javier Bardem (el mejor antagonista del ciclo Craig) y Mads Mikkelsen, en un rol más limitado en Casino Royale. Malek deja sabor a poco y queda la sensación que cualquier actor desconocido habría podido encarnar el mismo rol y no afectaba en absoluto esta película. En lo personal también me decepcionó el modo en que desaprovecharon a la organización Spectre que tenía un enorme potencial y acá sus miembros terminaron reemplazados de un modo humillante por una nueva facción de villanos. También le sobran 20 minutos al film que entra en un bache narrativo antes de llegar del inicio del clímax pero tampoco es algo grave que genere alguna molestia. Al margen de esas minucias Sin tiempo para morir brinda una gran conclusión del ciclo Craig con un espectáculo concebido para ser disfrutado en una pantalla de cine. Cary Fukunaga, el primer director americano en realizar una entrega de esta saga, encuentra en este proyecto su gran introducción a las producciones mainstream, luego de algunos proyectos fallidos y una labor decente en la serie True Detective. Creo que su gran aporte reside en adaptar el concepto de James Bond a los nuevos paradigmas culturales con una transición orgánica que no se siente forzada y era inevitable que ocurriera en algún momento. En cuanto a Craig se despide un gran Bond que tuvo algunos altibajos en el comienzo pero luego cuando el actor se soltó y se comprometió más como productor ofreció momentos excepcionales. Los créditos finales informan que 007 (el original, no la agente Nomi) regresará en el futuro y queda la expectativa por conocer lo que nos deparará el próximo ciclo de esta saga histórica del cine de acción.
El épico final de Daniel Craig en la piel del agente 007 Un aire de final sobrevuela las casi tres horas del film de Cary Fukunaga, en donde James Bond repite tópicos de sus otras películas y a la vez se desmarca de todas ellas. La postergada Sin tiempo para morir (007: No Time to Die, 2021) está a la altura de las circunstancias con un guion preciso que funciona de revival en muchos sentidos (regresan autos, ciudades y personajes de películas emblemáticas de la saga) pero a la vez marca un cierre para Daniel Craig y el itinerario del agente secreto. James Bond (Craig) está retirado y disfruta de la vida junto a la Dra. Madeleine Swannen (Léa Seydoux) en una ciudad medieval italiana cuando el pasado le explota literalmente en la cara. Los motivos del atentado lo obligan a reingresar a la fuerza pero descubre que su legendario numero 007 ahora lo utiliza Nomi (Lashana Lynch). Recursos del guion para anticipar el eminente retiro del actor protagonista. Aparecen nuevamente el fantasma de Spectre, Blofeld (Christoph Waltz) y Safin, el villano de turno interpretado por Rami Malek, quien tiene un asunto personal con la novia de Bond. A partir del conflicto personal Sin tiempo para morir busca romper con los estereotipos del famoso espía, modificando los vínculos afectivos del solitario personaje y dándole un épico fin a sus aventuras. De alguna manera el recorrido de Daniel Craig en la piel de Bond estaba predeterminado por un final de estas características. El actor de la “trompita" compuso al Bond objeto sexual pero también al Bond humano, oscuro, que sangra y sufre. En esa línea las distintas películas hicieron malabares para imprimir la espectacularidad y el juego al límite con el verosímil, marca registrada del espía inglés. Tal vez al tratarse de una última película los guionistas se permitieron tomar atribuciones que antes no podían. Tal vez el cierre de una etapa fue la excusa para salirse de las convenciones. A la vez, Sin tiempo para morir no deja de ser una película de James Bond. Aparece una amenaza que une a los rusos, los cubanos y los japoneses como ejes de un mal desdibujado (en pintadas de fondo en los decorados) para rememorar tiempos de la Guerra Fría donde nace el personaje de Ian Fleming. También regresa Jamaica como el paraíso terrenal donde se aísla el protagonista o la isla como epicentro de operaciones del villano. La película número 25 del famoso agente está bien filmada con escenas de acción que imprimen vértigo y adrenalina al extenso relato (la persecución en moto, el escape en auto o las peleas a golpe de puño) y construyen la epopeya de un Bond que quema sus último cartuchos. De esta manera el director de Beasts of No Nation (2015) aprovecha la despedida de Craig para llevar al límite motivos y conceptos arrastrados desde Casino Royale (2006) hasta aquí.
El eterno Craig Bond, retirado, pareciera tener una vida tranquila en Jamaica. Obviamente, la calma siempre dura poco tiempo para un agente 007. Antes de los créditos iniciales (que contienen la canción de Billie Eilish) nos muestran una espectacular secuencia introductoria que nos anticipa a lo que veremos en tanto tono y trama en el resto del film. La nueva aventura del legendario personaje se desprende del pedido de ayuda de su viejo amigo de la CIA, Felix Leiter. Es aquí cuando un inoxidable Daniel Craig demuestra que está más vigente que nunca. La película retoma algunos sucesos y personajes de 007: Spectre (2015), esta vez para presentar a otro atemorizante villano interpretado por Rami Malek (quizá lo más flojo de todo). Algunas caras conocidas y otros personajes nuevos van conformando una historia al mejor estilo de Bond, la que, si bien no demuestra el temple oscuro y la madurez narrativa de las anteriores dirigidas por Sam Mendes, nos retrotrae a un agente de la vieja usanza, con una frescura y ritmo que no decaen a lo largo del extenso metraje. La música a cargo de Hans Zimmer transporta a los espectadores a cualquier tipo de tensión con extrema facilidad, siempre apoyándose en la riqueza visual del film en sí. El reparto cumple y son para destacar las intervenciones de Ralph Fiennes y Ana de Armas, así como también de la fascinante chica Bond, Léa Seydoux. Vertiginosa de principio a fin, con efectivos momentos humorísticos y cautivante por sus escenas de acción, la despedida de Daniel Craig en este papel no podría ser más digna. Incluso su emocionante final quizá engrandece un poco más la serie de películas en general que vino realizando el actor en la piel del 007. En definitiva, Sin tiempo para morir es una cinta plenamente disfrutable -mejor si es en sala de cine por su espectacularidad- que, si bien tiene mucha duración, goza de una solidez suficiente y un entretenimiento tan voraz que no deja tiempo ni de respirar. No es la mejor de Bond, seguramente tampoco de Craig, pero claro, qué fenomenal adiós. Puntaje: 7,5/10 Por Manuel Otero
Algunas líneas sobre la última aventura de Daniel Craig como el hombre con licencia para matar. ¿De qué va? James Bond, tras dejar el servicio activo para vivir en armonía junto a Madeleine, debe interrumpir sus pacíficas vacaciones para dilucidar las sombras de su pasado y así salvar al mundo por última vez. Desde el inicio nos zambullimos en la pureza de un bosque nevado, donde en el medio descansa una cabaña solitaria. Dentro de esta, una niña sobrevive a la dejadez de una madre alcohólica. Fuera del hogar, los pasos erráticos pero firmes del Hombre Enmascarado, que con una metralleta bajo el brazo busca su deseada venganza. Tras esta secuencia enigmática viajamos al presente, donde la ensombrecida Madeleine (Léa Seydoux) mira a los ojos de su amado, James Bond (Daniel Craig), el agente, ahora amante, que lo dejó todo atrás para saborear la vida de un hombre común y corriente. Pero el mirar sobre el hombro, hábito recurrente de nuestro espía favorito, no solo es mera casualidad, ya que vuelven al acecho los tentáculos malignos de la organización que parecía haber perecido, aunque está vez ponen bajo la lupa las mismas intenciones de Madeleine, que esconde muchos secretos bajo esos ojos cristalizados. Entre la confianza y el desapego emocional James Bond hace una última jugada, tal vez la más dolorosa pero necesaria, ya que aquel futuro pacífico no era más que una distracción, una mancha de luz sobre tanta oscuridad. 007 debe volver, una última vez. Cary Joji Fukunaga (True Detective, Beasts of No Nation) nos regala la interioridad de un personaje iniciada allá por el 2006 en Casino Royale. Recordándonos en varios matices al conflictivo Rust Cohle de Matthew McConaughey, Bond navega las confusas aguas del tiempo, concepto que no solo descansa en las líneas del título. Pasado, presente y futuro se transforman en las manifestaciones del accionar del agente, que varios trapos sucios guarda bajo la alfombra en nombre de la Reina. Desde el inicio comprendemos que aquel paraíso al que escapó no es más que la resignificación de la muerte del agente. En Spectre, Bond decide soltar las cadenas del MI6 para vivir como un hombre, da muerte a su pasado para un nuevo presente, sin futuro visible. Ahora aquel «suicidio salvador» es interrumpido por la traición, la violencia y las balas circundantes. El llamado de emergencia asoma, haciendo que el agente seductor e impulsivo resucite de entre las sombras para salvar no solo al mundo, sino a los vestigios de aquella paz que parece imposible. Sin Tiempo para Morir es, en definitiva, la confirmación de que en la muerte se encuentra el paraíso, un lugar que ahora debe ser reemplazado por los demonios que susurran al oído, los cuales necesitan ser acallados para que James pueda finalmente morir como agente y renacer como hombre. «Are you death or paradise?» («¿Eres la muerte o el paraíso?») nos canta Billie Eilish en la pantalla de títulos. Es la pregunta que atraviesa todo el film como al mismo personaje. Es así que, en este nuevo infierno rodeado de virus letales y científicos de doble cara, James Bond deberá enfrentarse a una nueva amenaza, una invisible, que se esconde bajo las intenciones de enemigos pasados, tramando un plan tan insidioso como letal. Lyutsifer Safin (Rami Malek), aquel Hombre Enmascarado, vuelve a hacer presencia, esta vez mostrándonos su cara y revelándonos, paso a paso, sus verdaderas intenciones, que poco se alejan de las del mismo agente. Safin se corre del villano tradicional para ofrecernos la imagen no del arma que gatilla, sino del mismísimo gatillo que necesita tan solo una mínima presión para disparar y generar el desastre. Oculto entre maléficos planes de destrucción mundial, nos encontramos con un antagonista roto, corrompido por el veneno de la venganza y el rencor. Es con ese veneno que lleva su represalia a todas partes, desparramando la muerte entre sus enemigos y hacia sus amados. Un veneno tradicional no distingue entre el tipo de sangre ni de persona, Safin sí puede, y es lo que lo hace un enemigo tan imperceptible como impredecible. La presencia de Malek, que ronda tan solo unos minutos en el metraje, es tan fuerte como lo es la esencia de su personaje. La existencia de lo maligno, de aquel maestro que maneja los hilos de algo tan grande como indescifrable, se siente en todo minuto. La película logra balancear de forma precisa la trama y el conflicto personal tanto de Bond como de Safin, brindándonos las consecuencias de pertenecer a esta vida: «la mejor vida de todas»; el infierno negado de muerte, de descanso. Tanto Spectre como Safin no son más que raíces de un impacto de bala que resonó hace tiempo. Las caretas de héroe y villano se caen para dan a comprender que no existe más que la voluntad de sobrevivir en el medio del caos pensando que podemos resolverlo, sin mirar atrás el desastre generado. Es así que Bond y Safin son manifestaciones de una guerra de intereses que los precede. El mundo necesita fuego, destructivo y purificador, y de alguien que lo apague, sin importar que use el mismo fuego para darle fin. Corriéndonos de los aspectos narrativos, cabe destacar el apartado tanto visual y sonoro, que son, en simples palabras, exquisitos. Fukunaga nos regala la última aventura de Craig como el 007 ofreciéndonos una mirada tan inteligente como prolija. La cámara nos lleva a través de un recorrido delicioso, lleno de tonos neblinosos, luces que esclarecen y opacan y vistas que nos hacen sentir la presencia de aquel paraíso, lejano y sanador. La labor del director de fotografía Linus Sandgren (American Hustle, La La Land) se aleja de los contrastes y claroscuros de aquel Roger Deakins en Skyfall para zambullirnos en una iluminación llena de grises monotemáticos. Un color que encaja perfecto con la guerra interna de nuestro personaje. El trabajo de Fukunaga es tan consciente y respetuoso que se aleja del querer deslumbrar con una entrega llena de artificios espectaculares para regalarnos una aventura frenética con notas solemnes. Tenemos acción, persecuciones y explosiones, pero también introspección, diálogos sutiles y pausas reflexivas. En lo sonoro contamos con un Hans Zimmer que hace, tal vez, uno de los trabajos más soberbios y sutiles de su carrera. Apoyándose en bits familiares y tonadas que se entremezclan con una edición de sonido que retumba los oídos, la sonoridad del film es tan elegante, desprolija y satisfactoria como el mismo traje del agente. En conclusión, y sin poder explayarme en otros aspectos aún más que interesantes -pero que dejo a disposición del espectador para que los descubra y se regocije de placer-, somos partícipes de la culminación del Bond más complejo; un Bond que extraña, que no suelta, que duda, que se enamora y confía, para luego despegarse de esa humanidad y entregarse a esa vida que eligió, tal vez para la cual nació. Este film, que da broche a la línea narrativa iniciada en 2006, es la manifestación de lo que dejaron 24 películas durante casi 60 años. Esta, la número 25, no es sólo el fin de Craig; es el fin de un personaje con tantos matices cómo aventuras descubiertas. Sean Connery. George Lazenby. Roger Moore. Timothy Dalton. Pierce Brosnan. Daniel Craig. Seis caras para el mismo agente, seis salvadores del mundo, seis seductores que enamoraron, y otros que se dejaron enamorar. Ahora, el título de 007 está en descanso, pero no sin generar un eco de todo lo que significó su existencia. El legado que dejó esta enorme saga marcó los pasos, y la carrera misma, de cineastas, actores y hasta músicos que dedicaron su tiempo a brindarnos las más bellísimas intros que se puedan encontrar. Desde Spielberg hasta Nolan, desde Madonna hasta Adele, tomar a estas películas como simples películas de acción y espías sería desatender, de forma estúpida e ignorante, la enorme herencia de inspiración y lecciones cinematográficas que dejaron a lo largo de los años.
El final de una era Bond, James Bond, vuelve en su película número 25 y capítulo final de la era Craig. Proyectada para estrenarse en abril del año pasado y luego de luchar contra la huelga de guionistas, el cambio de director y una pandemia mundial que cerró las salas y atrasó todas las producciones en curso, llega al fin, 007: No time to Die, la película número 25 de la saga y quinta y final de la era estelarizada por Daniel Craig. Luego de la salida del célebre Danny Boyle por diferencias creativas, la dirección de este proyecto recayó en Cary Joji Fukunaga, el cual llevó el proyecto a buen puerto y en el que vemos su sello desde la secuencia inicial, con esas tomas de bosques malditos lyncheanos y grandes planos panorámicos de locaciones atmosféricas que ya se pudieron ver en la aclamada serie True Detective, la cual dirigió y co-produjo con Nic Pizzollatto. La historia retoma desde los hechos al final de Spectre (2015) con Bond y Madeleine Swann (Léa Seydoux) viviendo una idílica vida sin precupaciones hasta que secretos del pasado, como es típico, vienen a arruinarlo todo. Una nueva amenaza mundial se presenta en forma de un villano entre las sombras, como una tercera facción que libra una guerra secreta contra el sindicato criminal Spectre y que descoloca al MI6 ya que dicho plan fue prácticamente cocinado en sus narices. Bond, luego de un suceso doloroso, se ve obligado a aparecer en escena luego de retirarse sin dejar rastro. El otrora agente frío y sin ataduras ve su perspectiva de la vida cambiar, no solo por las actualizaciones en la estructura del MI6 que pasaron durante su retiro, las lealtades y los secretos inconfesables, sino que ahora tiene algo personal por lo cual luchar hasta su ultimo aliento. Respecto a las actuaciones, Craig se lleva los laureles, coronando todos estos años de su Bond, áspero y a la vez refinado. Mostrando una veta sensible y de vulnerabilidad que no le conocíamos al personaje, pero que no lo quita de ese pedestal de héroe infalible y letal con los enemigos. Sí es un poco flojo de presencia el villano Satin, interpretado por Rami Malek, ya que la ingeniería y parafernalia de su plan lo supera en presencia (incluso en pantalla) quedando un poco raro y decorativo, al estilo de Jared Leto en Blade Runner 2049 o Tom Hardy con su Bane en El caballero de la noche asciende. Christoph Waltz repite en una breve pero contundente aparición como Blofeld y es de destacar la breve pero fresca, divertida actuación de Ana de Armas como la novata Paloma, donde también se luce en escenas de acción. Algo que no puede obviarse (sobre todo por la controversia surgida en el último tiempo) entre las nuevas incorporaciones al cast habitual del MI6 es la de Lashana Lynch como Nomi, la nueva agente 007 asignada durante la ausencia de Bond. Su personaje tiene roces al principio, diálogos y actitudes que podrían haberse vuelto insoportables de no ser que llegan a un punto donde afortunadamente se detienen y empiezan a funcionar en equipo en la misión final. En definitiva 2 horas 40 minutos, de una trama trepidante, acción sin respiro y tensión hasta el final en una película que corona no solo a Craig como su despedida en la franquicia sino como un punto final (?) en la historia del espía más famoso del cine.
“Sin tiempo para morir” de Cary Joji Fukunaga. Crítica. Una despedida a todo trapo. Francisco Mendes Moas Hace 7 días 0 6 Nos encontramos ingresando poco a poco en una especie de nueva normalidad, lo que significa que los tan ansiados blockbuster toman su lugar en las carteleras de los cines. Así que por fin podemos ver la última película de Danield Craig como James Bond, a partir de hoy 30 de septiembre. La entrega número 26 del espía más famoso del Reino Unido es “Sin tiempo para morir”, dirigida por Cary Joji Fukunaga. Cerrando aquí una de sus mejores etapas, donde se revitalizó el género. Bond se encuentra disfrutando de su retiro, pero la paz no es algo que pueda durar mucho en la vida del agente 007. Su amigo de la CIA, Felix Leiter busca su ayuda en una misión. Debe rescatar a un científico secuestrado del MI6, con el fin de evitar que un nuevo villano consiga un arma programable a través de ADN. Todos los viejos conocidos vuelven, inclusive Spectre, todo sumado a la última tecnología en espionaje y autos de alta gama. Una película de James Bond con todas las letras. Nos encontramos aquí con un cierre con broche de oro, de una saga de películas que redefinió como debían hacerse las entregas de Bond en este nuevo milenio y le marcó el rumbo a sus sucesoras. Autos de alta gama, sin que falte el inigualable Aston Martin, armas, smokings y martinis, agitados no batidos. Todos los elementos necesarios para conformar una película de 007 se encuentran presentes con creces. Además uno de los principales factores suele ser el villano, mientras más frío y megalómano mejor. Con breves pero categóricas apariciones, Rami Malek le pone el cuerpo a este rol. Su admirable interpretación queda opacada por dos factores. En primer lugar, su plan, ya que en un inicio surge de la venganza, una vez concretada la misma, este pierde fuerza y fundamentos. Por otro lado, es tanto lo que le sucede a Bond a nivel personal en esta entrega que el villano casi no puede posicionarse como agente de peso dramático. Asimismo, Daniel Craig se encuentra en su última encarnación del personaje. Papel al que consiguió exprimir todo el jugo a lo largo de varios años, llegando a este punto a conseguir una de sus mejores interpretaciones. Más que nunca la trama recae en él, teniendo revelaciones a nivel personal y dejando salir sentimientos que ningún otro Bond se había animado a soltar. La fría y calculadora máquina de matar y hacer el amor que es el agente 007, se debe enfrentar a su peor enemigo, su corazón. Por demás entretenida, una autopista sin control, que como consecuencia su larga extensión casi no se percibe como tal. Si bien la gallina de los huevos de oro que es James Bond para la industria está lejos de ver su fin, llegamos al categórico final de una de sus mejores etapas. Dejando en la memoria escenas épicas y espectaculares y un mar de intrigas sobre quién será la próxima persona en ponerle el cuerpo al personaje. A menos que se animen a dejar lo que ya propusieron en esta entrega, pero para saber de qué se trata hay que ver la película.
Reseña emitida en la radio
La quinta película protagonizada por Daniel Craig cierra de manera densa, oscura y dramática su participación en la saga 007. Con Remi Malek, Ralph Fiennes y Lea Seydoux. Mucho antes de que existieran los multiversos cinematográficos de Marvel en los que –física cuántica mediante–, un personaje puede tener varias vidas paralelas en diferentes líneas de tiempo, existía Bond, James Bond. De chico me gustaba creer –elegía creer– que cuando otro actor se convertía en el personaje, el anterior Bond seguía existiendo, en paralelo. Mientras uno se ponía el traje, la camisa y el moño de 007 y aniquilaba villanos por el mundo, enamoraba a jóvenes veinteañeras con nombres exóticos y bebía sus famosos vodka martinis, los otros se casaban, tenían hijos, nietos, se jubilaban, se radicaban en la Florida, hacían un tour en un crucero o venían a bailar tango a Buenos Aires. De vez en cuando, imaginaba, se llamaban por teléfono –no podía pensar en el zoom entonces, eran los años ’70– y recordaban los buenos tiempos. Eso sí, todos seguían bebiendo. Cada vez más, de hecho. No saben lo divertidos que son todos borrachos. Ahora que uno se suma al grupo de jubilados Bond –dos ya no están entre nosotros, otros dos siguen torturando a sus aburridos nietos con anécdotas de sus épocas en el MI6 y uno seguro bebió alguna pócima mágica que lo mantiene eternamente joven aunque le dejó como secuela que cada tanto canta canciones de ABBA— me pregunto cómo lo recibirán los demás. «Ahí viene Craig –se llaman por el apellido, claro–. No hagan bromas que este es medio denso». Así le dicen a Craig, «el denso». Lo quieren, igual, pero lo miran raro. Supongo que al rato y tras unas copas todos se aflojarán y terminarán viendo al Liverpool, el equipo de Craig, y disfrutando los goles de Salah y compañía. O lo que sea necesario para evitar que Brosnan cante… De todos los 007, Craig fue siempre el más torturado, el que se tomó más en serio a sí mismo, el que cargaba con una mochila que se iba volviendo más pesada con cada película. Al Bond de Lazenby le mataron a una esposa apenas se casó y el tipo se retiró al instante, no sea cuestión de andar llorando por los pubs, cosa que en esa época no se hacía en Inglaterra. Craig no. Craig acumula, suma. Con cada película parece volverse más bajito y musculoso, como si literalmente estuviera cargando una pesada mochila en la espalda. SIN TIEMPO PARA MORIR, su anunciada despedida, no solo es la más seria de toda la saga Bond sino que se acerca bastante al concepto de tragedia. Pónganle unas túnicas blancas y limiten la trama a sus componentes más básicos y se encontrarán con algo no tan distinto a eso que hacían los griegos. Dirigida por Cary Joji Fukunaga –otro que se toma muy en serio a sí mismo, solo falta mirar la primera temporada de TRUE DETECTIVE–, el #Bond25 es una película oscura, violenta y cargada de penas, dolores y desgarros emocionales. Si en 1967 alguien hubiera descrito así una película de 007 le habrían dicho que entró al cine equivocado. Pero el tiempo pasa y nos vamos tomando en serio. Sí, Craig sigue haciendo algunas bromas, el guión ofrece momentos divertidos aquí y allá, y la ironía nunca desaparece por completo (vamos, es una película inglesa después de todo) pero es apenas un complemento para aflojar con la amargura acumulada. Todo duele en SIN TIEMPO PARA MORIR. Es grave, dramática y la chica que estaba sentada a dos asientos del mío lloraba. Sí, en una película de 007. Sean Connery y Roger Moore se revolcarían en sus tumbas. Lo admito. Soy de la generación que creció con Roger Moore, que tuvo luego un calambre emocional cuando Sean Connery volvió a hacerle competencia y después debió acostumbrarse a la mediocridad de Timothy Dalton. Y el Bond de Brosnan me caía bien. Era blando y básico como un helado de «dos gustos» en McDonald’s, pero a veces uno quiere comer eso y está bien. Nos gustaba el Bond un poco canchero, irresponsable, banal, finalmente intrascendente, liviano de toda liviandad. No íbamos a ver sus películas para impactarnos con la brillante fotografía o conmovernos con su profundo drama humano. Ibamos a divertirnos, a pasarla bien y a olvidarnos de lo que vimos mientras comíamos algo después del cine. De llorar, nada. A lo sumo, con esta inolvidable canción. Pero Craig es el Bond de la época que nos toca vivir, la era post 9/11, una que no puede tomarse el terrorismo internacional como plot point y listo. Y, convengamos, el tipo lo hace bien: es un buen actor, se toma en serio su trabajo, las películas se hacen muy profesionalmente (una cada tres o cuatro años, las de Connery se hacían de a una por año y las de Moore cada dos) y ahora todos salimos de la sala haciendo sesudos comentarios sobre la problemática del espionaje online, la seguridad de los datos informáticos, el rol de los gobiernos controlados por las corporaciones o, como en este caso, la probabilidad de que alguna organización malvada ande soltando virus mortales por el mundo. Sí, lo sé, hoy es una idea más propia de adictos a las teorías conspirativas, pero la película se hizo antes de la pandemia. SIN TIEMPO PARA MORIR, además, concluye la única etapa Bond que se estructura claramente en forma de saga, con secuelas conectadas entre sí. Si bien las películas anteriores tenían interconexiones varias (Ernst Stavros Blofeld existe desde tiempos inmemoriales), en general el eje pasaba por la aventura del momento y la carga previa era relativa, al borde del borrón y cuenta nueva. Esta empieza con un retirado 007 yendo a visitar la tumba de Vesper Lynd (Eva Green), chica Bond que murió hace cuatro películas, en 2006. Y su gran partenaire en la historia –con sus idas y vueltas– es Madeleine Swann (Léa Seydoux), coprotagonista de SPECTRE. Estando ambos en Italia no solo todo explota, literalmente, sino que Bond descubre que quizás la francesita no es tan buena e inocente como parecía. La película se extiende por más de dos horas y media y es medianamente atractiva, con algunas escenas de alto impacto visual (una en el sur de Italia, otra en «Cuba» y otra ya verán donde) y una trama que, como dije, implica la posible difusión de un virus mortal por el planeta. O algo con nanobots. Rami Malek encarna al übervillano con acento pseudo ruso, cara deformada y un nombre rimbombante como Lyutsifer Safin; vuelven algunos favoritos de siempre (M, Q y Moneypenny) y se suman algunos nuevos, como Nomi (Lashana Lynch), la reemplazante del supuestamente retirado 007 en el MI6, y una aparición de Ana de Armas (nombre bondiano si los hay) en el segmento cubano de la trama. Fukunaga y su equipo hacen funcionar la película medianamente a oscuras, utilizando muchas sombras, contraluz y todos esos elementos visuales que transmiten la idea de que algo muy serio, grave e importante está sucediendo acá. Y acaso eso esté pasando. Los villanos ya no acarician gatitos en las películas de Bond. Será una película que disfrutarán los fans del Bond turbulento y apesadumbrado. No está a la altura de las mejores de esta serie (no es CASINO ROYALE ni SKYFALL) pero tampoco es la decepcionante QUANTUM OF SOLACE. Quizás SPECTRE, la inmediatamente anterior, es la referencia más clara. En algún punto, esta y aquella funcionan como una sola película en dos partes, ya que Christoph Waltz regresa para hacer el mismo personaje, ese mismo que hace desde que empezó a actuar en las películas de Tarantino. Y Ralph Fiennes se parece cada vez más a Voldemort. Es una película sólida, por momentos impactante y sí, en algún lugar, emotiva. Algunos seguimos prefiriendo al 007 tarambana y políticamente incorrecto de los ’60 y ’70 que no se tomaba muy en serio a sí mismo. Pero para los tiempos que corren el Bond de Craig estuvo bastante bien. Eso sí, en el multiverso de los ex Bond lo esperan con una tira de ansiolíticos.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
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Todavía tengo la boca abierta… y ésa es una sensación muy rara tratándose de un filme de 007. Si hay algo que caracteriza a la saga es su falta de sorpresas – vamos!: James Bond siempre triunfa! – pero, cuando se ha despachado con alguna, ha sido tan impensable como shockeante. Pero lo que Cary Fukunaga ha cocinado acá… rayos… el tipo no ha tenido empacho en quemar todas las naves que pudo con tal de generar un Bond épico, apasionante y completamente inesperado. Si seguimos el paralelismo con la trilogía de Batman de Christopher Nolan – Casino Royale fue James Bond Begins; en Skyfall el héroe se enfrenta a un genio criminal amoral, invencible e imparable al estilo del Guasón de The Dark Knight -, entonces Sin Tiempo Para Morir es Batman: El Caballero de la Noche Asciende. Cierra el ciclo, humaniza al héroe, le exige un sacrificio monumental. Aplausos para Fukunaga, bombos y platillos para Craig. Este es un titulo formidable y la mejor despedida posible para el mejor actor que tuvo la saga en sus 59 años de vida. Basta escuchar a Hans Zimmer refrescando los acordes de Tenemos Todo el Tiempo del Mundo – de la banda sonora de Al Servicio Secreto de Su Majestad – para darse cuenta de que éste va a ser un filme Bond diferente. 007 ya no es el tipo joven, temerario e infalible que era; ahora es un guerrero veterano, curtido, letal pero doblegado por el peso de las heridas de un pasado oscuro y tortuoso. Su última chance de felicidad en la vida reside en Madeleine Swann – bonita, inteligente, tan expeditiva como él -. Cuando el peligro toca la puerta de 007 queda visto que la paz no es para él – mucho menos, una vida normal – y decide expulsarla de su vida con tal de poder protegerla. Intervalo de cinco años y nos encontramos a James Bond retirado en Jamaica. Claro, no existe el retiro para los agentes secretos veteranos y, cuando pensaba que estaba afuera, Felix Leiter lo vuelve a meter en el ajo. Y sí, es algo que tiene que ver con el pasado de Bond, con Blofeld y toda la matufia de Spectre. Solo que las cosas no salen como lo esperado. ¿Quien es el nuevo jugador que ha entrado al juego, ha pateado el tablero y ha cambiado las reglas?. Lo primero que uno descubre es que el director Cary Fukunaga es un Bondfilo de sangre. El tipo mete referencias sutiles de todo tipo de personajes y títulos anteriores de la saga a través de retratos, referencias musicales, mecánicas de escenas – no es esa cosa alevosa que Lee Tamahori vomitaba en Otro Día Para Morir -. Incluso se da el lujo de tomar ideas que estaban en las novelas de Ian Fleming y que fueron descartadas en sus adaptaciones a la pantalla grande – como la base del texto original de Solo Se Vive Dos Veces donde Blofeld se volvía loco, adquiría un castillo en Japón y lo plagaba de plantas venenosas para que se transformara en el paraíso de los suicidas… oh, sí, el dichoso Doctor Shatterhand (concepto que circuló durante décadas en los borradores que circulaban por EON) al fin pudo llegar a la pantalla de plata -. Por otro lado se dedica a purgar toda la porquería que supuso insertar con calzador a Spectre – y la idea de los megalomanos deseosos de dominar al mundo – en la saga de Daniel Craig. Desde que el rubio está a cargo, el perfil de la franquicia pasó por otro lado – uno mas realista, violento y personal – y lo de Spectre fue un anacronismo que solo te hacía crujir los dientes. Fukunaga le pasa el trapo a ésa y muchas cosas mas, y le da oxigeno a Craig para que se sienta a sus anchas con el personaje. Craig – que figura como productor y creo que es la primera vez que pasa algo así en la saga – mete bocadillos a lo loco, rebosa carisma, se muestra vulnerable y se divierte como nunca con el rol. Imposible ver a otro actor histórico de la saga hacer lo que hace Craig con el personaje, ya sea decir te amo con profunda emoción o moquear sobre lo violenta y cruel que ha sido la vida que ha elegido. Ciertamente todo se ve mucho mas aceitado en Sin Tiempo Para Morir. Los estables del elenco se comportan como una troupe que se conoce desde hace siglos. Hay nuevas incorporaciones – Lashana Lynch (que recién caigo que era la amiga de Brie Larson en Capitana Marvel), la cual es cínica y letal… aunque le suponga un problema constante al camarógrafo ya que no sabe cómo disimular el trasero panorámico que posee (algo similar le ocurría a Teyonah Parris en WandaVision!); Billy Magnussen, un tipo que siempre hace de nardo en comedias y que acá se revela como un tapado -… y hay un villano que se siente mas como un Deus Ex Machina del libreto – para probar la humanidad de Bond – que como una entidad con personalidad y propósito propio. Rami Malek no está mal pero tampoco va a figurar en el top ten de nadie. Y, honestamente, no termino de entender la filosofía de toda su causa. Es posible que mi hambre por la aventura me haya engañado el estómago pero lo cierto es que nunca sentí el peso de las 2 horas 30 que dura el filme. Es cierto que el tercer acto se siente forzado e innecesario – ¿era necesario secuestrar a alguien? – pero tiene tanto ritmo y adrenalina que uno se deja llevar. Craig es un lujo por donde se lo mire – es una lástima que el vestuarista haya decidido ponerle ropas de viejo todo el tiempo – y uno lo va a extrañar horrores. El tipo vino de la nada, se comió el odio de todo el mundo y los dió vuelta a su favor hasta el punto que hoy todos vamos a llorar su partida de la serie. Es cierto, no le tocaron los grandes éxitos de la serie – ese honor le corresponde a Connery – pero le devolvió la dignidad y el perfil adulto y, sobre todo, su personalidad terminaba por salvar los inventos mas rebuscados y las ocurrencias mas flojas de los filmes que protagonizó. Y con Casino Royale, Skyfall y éste se ha anotado tres de los mejores filmes que ha dado la franquicia en las ultimas decadas. Un grand finale para un intérprete exquisito que restauró la fe en la saga.
Sin dudas Bond se transformó en un personaje difícil de abordar. Anclado en el pasado, lograr sostenerlo en el presente es cada vez más complejo. Sus características, su personalidad, sus métodos, su historia no son fácil de contar en 2021. Debido a esto, satisfacer a todos es imposible. Los seguidores de la saga podrán ver qué hay cosas que no cierran. Los nuevos espectadores tal vez no la entiendan más allá de una película de acción. Entre todo esto, “Sin tiempo para morir” tiene uno de los mejores comienzos de la saga. La primera media hora es realmente buena. Ágil, bien desarrollada, con los matices justos entre acción, los toques cómicos del personaje y los guiños a los espectadores. Pero la dificultad de abordar al agente secreto termina produciendo que el film decaiga. El argumento no es del todo sólido, pero sí bien abordado. Sin embargo, luego de ese comienzo muy entretenido la película se diluye. Innecesariamente (o tal vez necesariamente pero de mala manera) se cae en explicaciones y dramatizaciones que no ayudan nada y termina produciendo un film de acción cualquiera y no una película de James Bond. Además, los personajes secundarios no aportan lo necesario. Ni el villano de turno (Rami Malek), ni la “chica Bond” (Léa Seydoux) dan la talla. Sin dudas la mejor aparición es la de Paloma (Ana de Armas) y está totalmente desperdiciada. El inconveniente de la crítica es que para poder terminar de explicar porque la entrega número 25 de la saga se desploma hay que contar cosas que no se pueden contar (spoiler). Así que no queda más que ver al agente 007 y disfrutar lo que al menos es uno de los mejores inicio de la saga.
Nuevamente vemos en acción al legendario personaje que creó en sus novelas Ian Fleming, esta vez en la quinta entrega protagonizada por Daniel Craig, quien, a sus 53 años, todavía nos muestra que el traje de James Bond sigue calzándole a la perfección. En esta película tan esperada durante los últimos dos años, podemos ver un cambio radical en la dirección en comparación a las entregas anteriores. Esto es muy notable frente a la cámara al ver la marca del director Cary Joji Fukunaga, quien le da un estilo único a sus filmografías, combinando el universo de 007 con su particular forma de dirigir y de crear historias entramadas, ya que este mismo estuvo involucrado en la redacción del guion de «No time to die», dejando su huella a lo largo de las dos horas y cuarenta minutos que dura el filme. Esta vez la historia de James Bond cambia radicalmente a lo que veníamos viendo en las entregas anteriores, acción y romance mezclados en la pantalla, para pasar a algo más personal, viendo a un agente 007 retirado que no quiere volver a trabajar de espía y desapareciendo del mapa. En paralelo, un científico roba un arma biológica a pedido del villano principal Safin, interpretado por Rami Malek, quien nos muestra un personaje nihilista y de facciones sutiles, que busca hacerse de esta poderosa arma biológica para comercializarla. Luego del robo del arma biológica, James Bond decide volver al M16 para solucionar el problema, aunque ya no es el mismo. Ha cambiado personalmente y no suele demostrar el ego que lo caracterizaba en las entregas anteriores, inclusive podemos ver en la película como su nombre de agente (007) es sustituido a lo que él queda como agente 00, dándonos un adelanto del retiro de Daniel Craig en el rol de agente. En esta entrega vemos un James Bond que, a diferencia de «Skyfall», donde busca su pasado para entender de dónde proviene, se encuentra desalmado y con el corazón herido tras la traición de su novia Madeleine Swann (Lea Seydoux), los cuales buscan reconciliarse durante todo el largometraje. Finalmente y sin dejar por fuera, se puede ver cómo el poder femenino hace su presencia en esta saga con varias agentes, demostrando que el mundo de espionaje y personas aguerridas no es solo para hombres, deslumbrando a una increíble Agente de la CIA interpretada por Ana de Armas y la sustituta de Bond en esta entrega, quien hace de una agente especialmente más actualizada, Lashana Lynch. La nueva 007 muestra autos de lujo, ropa a la moda y una actitud que le da todo el perfil de un nuevo agente del M16. «No time to die» es una película que definitivamente es para ver en la pantalla grande, sus escenas de acción, las locaciones y la narrativa merecen ser vistas en el cine. Esta entrega muestra, sin miedo a esconderlo, una despedida melodramática de Daniel Craig como el agente James Bond, quien luego de casi 20 años, se mantuvo en los zapatos del mítico personaje escrito por Ian Fleming.
El querido comandante James Bond, encarnado por Daniel Craig, se calza su esmoquin hecho a medida para despedirse del MI6 luego de quince leales años a la Corona británica.
Logra un buen balance entre respetar las tradiciones de la franquicia y humanizar al personaje de Daniel Craig. Lo malo es que el trabajo de Cary Fukunaga no llega a destacarse y se saca de encima el tropiezo de Sam Mendes de la manera menos sutil.
La nueva película del agente secreto británico más famoso cuenta con la particularidad de ser la última donde el papel de James Bond es interpretado por Daniel Craig. A la vez, Sin tiempo para morir (No time to die, 2021) por primera vez continua linealmente la historia planteada en su antecesora, Spectre (2015), donde luego de encerrar a Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz) –líder de la organización Spectre- 007 decide retirarse del servicio secreto británico MI6 para comenzar una nueva vida junto a Madeleine Swann (Léa Seydoux). El film comienza con un Bond que parece disfrutar de su retiro junto a Madeleine, pero que todavía tiene algunos secretos que lo atormentan. Vertiginosamente, como en toda buena película del agente 007, las cosas cambian para culminar solo en Jamaica donde recibe la inesperada visita de su viejo amigo de la CIA, Félix Leiter (Jeffrey Wright). Éste le pide ayuda para realizar una operación encubierta en Cuba donde descubre una nueva arma biológica. Cuando Bond regresa a Londres se reencuentra con “M” (Ralph Fiennes), Moneypenny (Naomie Harris) y “Q” (Ben Whishaw) quienes lo acompañaran en la búsqueda de “Safin” (Rami Malek), el responsable de la nueva amenaza, que está en una isla del Pacífico utilizada como base de submarinos durante la Segunda Guerra Mundial. El director Cary Fukunaga intenta contar una historia que le otorgue a la última personificación de Craig un “cierre perfecto”. Quizás por ese motivo fuerza situaciones que hacen que el personaje se aleje de su esencia provocando un final que no es acorde a una película del agente 007. James se ha enamorado y ha llorado por mujeres en varias oportunidades –incluso por la muerte de su esposa (Al servicio secreto de su majestad, 1969)- pero siempre siguió adelante. Sin lugar a dudas esta vigesimoquinta entrega se puede decir que es una muy buena película, pero cada seguidor deberá determinar si es una “muy buena película de James Bond”. Como dice al finalizar el film: James Bond continuará…
Sin Tiempo para Morir marca el cierre de Daniel Craig Como James Bond luego de 5 filmes. Este cierre está lleno de dramatismo en un Bond solemne que traiciona bastante el espíritu pícaro y recreativo de los primeros Bond, especialmente de Connery y Moore, Sin embargo, eso ya se había visto en esta serie de 5 películas, lo que no se había visto era que se profundizara tanto eso. esa es la falla de la película, uno no va a ver Bond al cine para llorar o amargarse, uno va a verlo salvar el mundo mientras guiñamos un ojo en complicidad con el humor que tiene, no aquí. Aun así el filme funciona, tiene mucha acción muy bien hecha, y sobre todo mucho suspenso, tiene una tensión permanente, muy bien lograda, que elevan el nivel del filme, vale la pena verla. La crítica radial completa en el link en el reproductor.