Hechizo de manipulación Uno de los contextos narrativos cinematográficos que despiertan más morbo social sin duda es el de los internados en general y la vertiente femenina de los mismos en especial, sede de muchísimos exponentes del terror, el drama apenas camuflado y el suspenso que han sabido aprovechar -desde diferentes ópticas y en función de cada período histórico, por supuesto- tanto la tensión homosexual de turno como esa sensación de peligro que puede venir desde comarcas sobrenaturales, otras tantas bien mundanas o vía una bella combinación de ambas opciones (curiosamente esta última alternativa suele ser la más visitada por las propuestas en cuestión). El recorrido que nos propone el tópico es de lo más amplio porque va desde las primigenias Hasta el Viento Tiene Miedo (1968) y La Residencia (1970), pasando por las peculiares Lujuria para un Vampiro (Lust for a Vampire, 1971) y Picnic en Rocas Colgantes (Picnic at Hanging Rock, 1975), hasta las más recientes En el Nombre de Dios (The Magdalene Sisters, 2002), Inocencia (Innocence, 2004), Voces en el Bosque (The Woods, 2006), Silenciadas (The Silenced, 2015) y Blackwood (Down a Dark Hall, 2018). Sin embargo una de las grandes obras maestras del rubro es la legendaria Suspiria (1977), de Dario Argento, opus que se convirtió de culto con el transcurso de los años y que suele opacar otras maravillas del italiano como la deliciosa Phenomena (1985), su otra incursión en los colegios para señoritas: el film fue la primera entrega de la llamada Trilogía de las Madres, que luego completarían la también extraordinaria Infierno (Inferno, 1980) y un disfrutable capítulo final intitulado La Madre de las Lágrimas (La Terza Madre, 2007); trabajos cuyos ejes se resumían en el devenir de tres poderosas brujas, Mater Suspiriorum, “madre de los suspiros”, Mater Tenebrarum, “madre de la oscuridad”, y finalmente Mater Lachrymarum, “madre de las lágrimas”. Grande era la expectativa acumulada alrededor de la remake dirigida por Luca Guadagnino, responsable de la genial Llámame por tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017), y escrita por David Kajganich, que viene de entregar The Terror, la adictiva serie de AMC, y con quien el realizador ya había trabajado en A Bigger Splash (2015), amena reformulación de La Piscina (La Piscine, 1969), de Jacques Deray. La espera valió la pena porque efectivamente Suspiria (2018) es una obra de arte exquisita que si bien se inspira en los resortes centrales del opus de Argento (la claustrofobia, la amenaza, el sustrato sádico, la impronta kitsch, un preciosismo furioso, el grotesco y la denuncia del carácter parasitario de las clases altas), consigue dar forma a su propio ecosistema retórico que en algunos aspectos amplifica la potencia de base del film de 1977 hasta niveles sorprendentes, circunstancia que desde el vamos nos coloca ante toda una anomalía dentro de un panorama cinematográfico actual que en la enorme mayoría de sus relecturas lo único que hace es banalizar/ empobrecer/ tergiversar obras de otras épocas marcadas por una autenticidad y una integridad hoy por hoy casi siempre ausentes en el enclave artístico. La premisa central es más o menos idéntica: Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven bailarina norteamericana de ballet, viaja en 1977 a Berlín Occidental para estudiar en la Academia Markos Tanz, una afamada institución de danza -encabezada por Madame Blanc y Helena Markos (ambas en la piel de Tilda Swinton)- que está lidiando con la desaparición de una de las alumnas, Patricia Hingle (Chloë Grace Moretz), lo que eventualmente deriva en las sospechas de la recién llegada hacia las autoridades educativas, conjeturas a su vez amparadas en su flamante amistad con otra estudiante, Sara (Mia Goth). Con participaciones sutiles de Ingrid Caven, ex esposa y actriz fetiche del inmenso Rainer Werner Fassbinder, y de la mismísima Jessica Harper, nada menos que la Bannion original de Argento, Guadagnino construye una epopeya de encierro y sustitución de identidad de dos horas y media en las que la elegancia esotérica de colores chillones, el fastuoso diseño de producción y la música de Goblin mutan por un lado en una banda sonora ominosa aunque más de “perfil bajo” símil indie lánguido a cargo de Thom Yorke, cantante y líder de Radiohead, y por otro lado en un andamiaje que evita todo clasicismo formal para optar en cambio por una conjunción de tomas detalle, zooms repentinos, edición entrecortada y un fluir narrativo general vinculado al distanciamiento concienzudo, cierta atmósfera freak/ lisérgica y algunos chispazos de gore muy doloroso (en este campo sobresalen la estupenda escena de la “coreografía paralela”, el descubrimiento de lo que queda de Patricia y el glorioso desenlace en su conjunto). El humor negro típico de Argento, ese al que tanto recurría en sus primeras obras mediante la presencia de personajes secundarios bizarros, aquí está trasladado a la conducta brutal del aquelarre que controla la academia, pensemos para el caso en la graciosa vejación a los policías, y a la colección de ironías del segmento final del metraje, por suerte nunca empardadas al cinismo paradigmático contemporáneo. Quizás el rasgo distintivo de esta nueva Suspiria, la cual indudablemente acumula muchos aciertos aunque no llega a superar a la original, es la fuerte impronta alegórica violenta que aparece a lo largo y ancho de la historia mediante inteligentes alusiones al contexto familiar castrador menonita de Susie, a la militancia de izquierda del momento vía el célebre episodio del secuestro del Vuelo 181 de Lufthansa de octubre de 1977 por parte de cuatro miembros del Frente Popular para la Liberación de Palestina bajo el comando de la Fracción del Ejército Rojo, y sobre todo al pasado reciente nazi y las conexiones no sólo de las autoridades de la República Federal de Alemania con los jerarcas del Tercer Reich sino también de los mismos civiles para con su papel y acciones durante la fase dictatorial del país, referencia que en el film aparece bajo la figura de Josef Klemperer (el tercero de los tres personajes interpretados por Swinton), el psicólogo que trataba a Patricia, que alerta a Sara y que en esencia termina de despabilar a Bannion cuando la anterior le viene con el cuento de que algo muy raro está ocurriendo en la institución. En buena medida el guión de Kajganich obvia la construcción dramática alrededor del misterio de fondo (incluso durante los primeros minutos ya se nos aclara el asunto) y pasa a privilegiar un desarrollo tétrico aunado al acecho que padecen los diferentes personajes por las tremendas arpías (se podría decir que la película a veces hasta juega con la idea de una maternidad enferma de control absoluto y con una graciosa inversión paródica del feminismo de nuestros días de la mano de estas señoras -o señoritas- caníbales para con su propio género, algo así como una cofradía psicótica de fundamentalistas sin piedad alguna). En última instancia el trabajo de Guadagnino es muy loable porque consigue hacer suyos los pivotes principales de Argento -desde una puesta en escena que subraya la arquitectura deprimente y gris de la Berlín reconstruida luego de la Segunda Guerra Mundial- con el objetivo de poner en primer plano los hechizos de manipulación de turno pero sin descuidar ni la oposición entre delirio y realidad ni esa dialéctica de las mentiras que caracteriza a los mandos gerenciales que heredaron su poder de estructuras previas tan ruines y maquiavélicas como ellos mismos…
Transferencias macabras Luca Guadagnino se animó a realizar un remake de Suspiria, el clásico giallo de Darío Argento, y salió más que airoso. No solo porque le añadió su gesto autoral, sino también porque respeta el espíritu de la original. Si, quizá esta es un poco más compleja, más barroca desde un punto de vista narrativo (aunque no lo crean), ya que está atravesada por lecturas políticas, oníricas, feministas y hasta psicoanalíticas. La trama sigue a Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven estadounidense nacida en el seno de una familia menonita, que decide ir a Berlín, Alemania, a perfeccionar sus estudios de danza en la mejor escuela del mundo, dirigida por Madame Blanc (Tilda Swinton). Una vez allí realiza una audición tan buena, que inmediatamente queda pupila en la institución. Vale destacar que la cinta está ambientada en los años 70´, en medio de una Alemania socialmente agitada, durante el período de la Guerra Fría, sumados los resabios del nazismo. El prólogo ya establece el tono de la historia. Una de las alumnas de la selecta escuela de danza, va a ver a su psicoanalista, también uno de los protagonistas del film, en una especie de estado de delirio persecutorio. Este escucha sus “locas” historias de brujas y sociedades secretas, mientras anota en su cuadernito y se vislumbra un tomo de Jung. Ella sale perturbada del consultorio y después de esa visita desaparece. En este contexto ingresa Susie a la institución. Divida en seis actos y un prólogo, después de este, a medida que avance, el relato se tornará cada vez más rebuscado, onírico y hasta primitivo. Nunca se nos oculta quienes son ese grupo de mujeres que llevan adelante ese lugar tan riguroso. Hay un orden matriarcal establecido y se respeta a rajatabla; así como un alto grado de manipulación, del que no quedan exentas las alumnas, menos la tímida señorita Bannion. La puesta en escena y las actuaciones de todas las mujeres, son elevadas. Funcionan como ese todo orgánico que representan en la película. No queda ajena la situación política de Alemania, que se acopla al tono alucinatorio y perverso de la historia. Es cierto es su ritmo se torna un poco lento, pero es necesario para ir construyendo (y cause mayor impacto) el explosivo capítulo final. Una fiesta para los sentidos y los amantes del gore. Todo lo reprimido detona y el caos reina por un momento ese mundo femenino donde el hambre de poder también es un elemento más del sistema. Guadagnino no tiene miedo a la hora de asumir riesgos, respeta la concepción matriarcal de Argento, pero a su vez es irreverente. Estamos ante una obra excesiva, pretenciosa e imperfecta que toma un camino estético diferente a su referente, pero narra algo similar. Además, la dota con un plus, una mirada tan romántica como descarnada sobre la Europa de esa particular época. Suspiria es un viaje de ida que vale la pena realizar.
Hace ya más de 40 años que la obra maestra del director italiano Darío Argento fue estrenada en salas marcando un antes y después en la narrativa del cine de terror europeo, contando una espeluznante historia que estremeció y hoy en día sigue impactando a los espectadores fanáticos del género. Este año, llega a los cines argentinos un remake dirigido por Luca Guadagnino, quien fue aclamado en 2017 por estar detrás de Call Me By Your Name, otorgando una mirada completamente diferente a la original, pero que logra mantener la esencia que hace al clásico un filme tan característico.
Suspiria (1977) de Dario Argento es una de las mejores películas que ha realizado en legendario director italiano en su extensa carrera. La noticia de una remake siempre es motivo de preocupación cuando estamos hablando de un film tan personal y tan logrado, pero toda película es buena hasta que se ha demostrado lo contrario, así que no hay que sacar conclusiones hasta ver el resultado. Luca Guadagnino ha sido el encargado de la dirección de esta nueva versión del clásico italiano. Aunque el propio realizador es italiano, la película no está hablada en su idioma, sino en alemán, inglés y francés. La película transcurre en Berlín, en 1977, y tiene un fondo de contenido político que la película de Argento no tenía ni necesitaba. El costado político de la remake es posiblemente uno de sus puntos más flojos. No es justo seguir analizando el film del 2018 en comparación con el original de 1977. En todo caso mencionar la película de Dario Argento es más que nada para informar sobre su existencia y recomendársela a todos aquellos que no la hayan visto. Es un hecho positivo que Guadagnino haya hecho una película basada en una película (o varias) y el cine de otro realizador para hacer algo personal, con vida propia, con estética original y con sus propias ideas. Así que todo lo que sigue es un análisis de esa película, no su relación con su antecesora. Se mantiene sí, la academia de danza como ámbito principal donde ocurren los eventos. Hay un subgénero del cine de terror al que podríamos calificar de terror artístico o, si no nos gusta, terror pretencioso. Este año Mandy (2018) es una prueba de ese género y ahora Suspiria (2018) es otro. La pretenciosidad está a flor de piel en cada escena y lejos de parecer auténticas, delatan una búsqueda demagógica para ser tomadas como arte superior. Justamente, si algo maravilloso ha tenido el género de terror es que siempre ha ido hacia adelante, apoyado más por el público que por los festivales o los intelectuales. No hay género más vivo que el cine de terror. Con películas como Suspiria (2018) parece que el género tuviera que pedir disculpas por ser popular y buscara desesperadamente un sello de cine de autor, pretencioso y críptico. Sin duda Guadagnino lo ha obtenido. Para que no queden dudas, la película agrega todo un costado político y una bajada de línea ideológica para que no sea un simple cuento de hadas sino todo un trabajo sobre la sociedad europea entre el nazismo, la guerra fría y finalmente el terrorismo de la década del setenta. Una sofisticada iluminación, varias excelentes ideas para resolver escenas, un casting inquietante, un trabajo de reconstrucción de época impecable, todas cosas que hacen que la película se vea muy bien. Pero también una bajada de línea y un elemento alegórico difícil de digerir. También un nivel de sadismo y violencia apenas tolerable, con momentos muy perturbadores y un nivel de gore a la altura del género. Pero si el gore tenía el humor como aliado imprescindible, acá la solemnidad más extrema coloca al director en un espacio complejo. Tener que sufrir todo lo que se sufre en el cine de terror pero el entretenimiento, tener que aguantar los alardes artísticos pero en una película que no tiene nada interesante por decir. Una vez más, lo que sí se puede rescatar de Suspiria (2018) es que no es tímida a la hora de incluir elementos en su relato ni pretende ser una remake respetuosa de la obra maestra de Dario Argento.
Arre arre el aquelarre. El cordón umbilical entre la Suspiria de Darío Argento (1977) y esta suerte de remake de 2018 a cargo de Luca Guadagnino se corta desde un comienzo cuando el planteo estructural se divide en seis actos como si se tratara de una puesta en escena eterna, con movimiento y vida propia. Podría decirse que ni bien respira la Suspiria de 2018, el bebé murió pero no para renacer sino para volver a recrear un ideario que no tiene absolutamente nada que ver con el contexto y estilo de 1977. Eso no significa en lo más mínimo que detrás de la propuesta del italiano Guadagnino, que se acomodó rápidamente a la ductilidad de Tilda Swinton para darle el papel justo entre la ambiguedad que la caracteriza desde su extraña fisonomía andrógina y la sensualidad de una Dakota Johnson completamente alejada del “bodriazo” de Las sombras de Grey, más un puñado de ideas visuales y puesta en escena jugadas, alcanza con suficiencia para transmitir un universo en el que la idea del aquelarre camuflado en la escuela de baile se expone con mayor fuerza que la sugerida en la versión original. A la truculencia de los asesinatos con los planos y los cortes de Darío Argento en ese frenesí del technicolor que funcionaba para aquella época de giallos y películas de terror policial, Guadagnino lo resuelve con una danza anti ballet clásico que hace hincapié en los espasmos del cuerpo, las contorsiones de las extremidades más que en el desplazamiento armónico en un espacio limitado, en un trance bastante perturbador que complementa desde la banda sonora para desplegar toda la imaginería macabra promediando el último acto. El agregado de un contexto político con una sutil referencia al nazismo, al ejército rojo, atentados terroristas, entre otros detalles que no conviene anticipar en esta nota, son absolutamente innecesarios; generan para la trama un problema de extensión (151 minutos es mucho) y la falta de criterio para unificar todo ese contexto, con el clima fantástico sobre la base de una historia de brujas en Berlín. Porque en definitiva, más allá del esteticismo “artie” de Luca Guadagnino, quien parece no confiar en la sencillez de un género fácil y entretenido, desechable como un buen helado a medio derretirse, Suspiria es una historia de un aquelarre. Con brujas que adoptan el cuerpo humano pero que en realidad son monstruosas y anhelan la juventud eterna, los cuerpos perfectos y la belleza de las formas cuando la deformidad humana y sus miserias son más peligrosas y mucho menos entretenidas. Ejemplos como el de Suspiria 2018 ponen en jaque la creatividad del género, la improvisación de la clase b que no se toma para nada en serio ninguno de los tópicos que explora porque confía en la suspensión de credibilidad, motor que para ciertos directores es indicio de mediocridad para no decir la verdad sobre sus propias inseguridades.
El llamado de la intuición. Una nueva versión del terrorífico relato de brujería y ballet, historia de fantasía y horror al estilo gore con un trasfondo histórico social y político. Esta coproducción de Italia y Estados Unidos es un film de larga duración que, sin embargo, nos atrapa hasta el final. Intrigante, extraño, raro y hermoso a la vez, con imágenes y escenas muy sensibles. Suspiria (2018), es una remake de la película homónima de Dario Argento (1977) en la que el director Luca Guadagnino (Call me by your name, 2017) nos presenta una historia dividida en 6 actos y un epílogo ambientada en una Berlín dividida en 1977. Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven bailarina estadounidense, viaja a Berlín con la esperanza de unirse a la famosa compañía de danza Helena Markos. Madame Blanc (Tilda Swinton), la coreógrafa, impresionada por su talento, elige a Susie para que interprete el papel principal en “Volk”, la principal pieza de la academia. A medida que se intensifican los ensayos del ballet final, las dos mujeres se acercan cada vez más. Ahí es cuando Susie descubre aterradores secretos sobre la compañía y los que la dirigen. Dakota Jonhson, se destaca en el papel de Susie, la niña amish que de adolescente se convierte en una talentosa bailarina y se va de casa. Guadagnino combina con astucia: seducción, sumisión, masonería, rituales, metafísica, dominación y contorsionismo de cuerpos que agonizan en éxtasis. Bajo un clima hostil de lluvias, frío y nieve, sobresale la dirección, fotografía, locaciones, vestuario, paleta de colores lúgubres y escenografía, generando una atmósfera esotérica, puesto que se trata de una secta escondida tras la fachada de una academia de danzas; con cierta reminiscencia al film El bebé de Rosemary (1968). La construcción de personajes e interpretaciones son acertadas. En la original de 1977 se trataba de un sueño febril lleno de colores violentos y sonidos estridentes; la película de Guadagnino acentúa su extrañeza por encima de los sustos y el gore con una paleta diferente. Además, existe una constante discusión en radio y televisión sobre el terrorismo y el grupo Baader-Meinhof para denotar el escenario social en el que transcurre la historia. La música juega aquí, un importante papel, con banda sonora propia, realizada por el músico Thom Yorke que explicó: “Fue un proceso extraño desde el principio. Suspiria es una de esas bandas sonoras legendarias. Parte de mi mente decía: “Por favor, no quiero escuchar esto nunca más. Eso fue realmente genial. Hay una forma de repetir en la música que puede hipnotizar. Seguí pensando que es una forma de hacer hechizos. Así que cuando estaba trabajando en mi estudio estaba haciendo hechizos. Fue una especie de libertad que no he tenido antes. No he trabajado en el formato de arreglo de la canción. Sólo estoy explorando”.
Terror, baile y mucho más. Ha llegado Suspiria y sólo podemos decir que Luca Guadagnino lo ha vuelto a hacer. Y lo ha vuelto a hacer en varios sentidos. Porque Guadagnino se está revelando como un especialista en homenajes, remakes, libres adaptaciones y demás fenómenos cinematográficos habituales de este nuevo siglo y porque, además, tiene mucho que decir en cada uno de sus nuevos filmes. Para empezar vuelve a elegir una película célebre de su tiempo para recoger el guante y darle unas cuantas vueltas. Esto ya había sucedido con quizás su menos exitosa obra. Estamos hablando de Cegados por el sol (A bigger splash, 2015), adaptación de un taquillazo francés de finales de los años sesenta con Alain Delon, Romy Schneider y Jane Birkin. Si allí cogía este clásico pasional y hitchcockiano para darle su toque personal, aquí sucede algo parecido. Coge la Suspiria originaria de Dario Argento y se apodera milimétricamente de ella, la hace suya a cada instante, a cada suspiro. También se atreve por segunda vez con el desafío de crear algo a partir de sus referentes italianos previos. Aquí queda claro que está adaptando el clásico imbatible y genial de Dario Argento, pero si recuerdan ustedes Yo soy el amor (2010), es fácil entender que en aquella estaba haciendo un lúcido homenaje a Visconti o a Antonioni y, de paso, recogía su testigo para declararse como su digno sucesor. Y todo ello lo hacía saliendo indemne de tamaño entuerto. Y hasta ahora nadie lo ha dicho, pero ya es hora de que alguien lo haga.Call me by your name (2017), su obra hasta ahora más públicamente celebrada, bien podría ser una ligera vuelta de tuerca en plan LGTB a la obra de Bertolucci Belleza robada (1996). Algo así como un remake inconfeso de aquella que clama al cielo por sus paralelismos y que sorprende que nadie se haya atrevido nunca a decirlo. Cierto es por otro lado que también era la adaptación escrita por James Ivory de una novela poco conocida. Por lo que si lo pensamos dos veces, Guadagnino lo que ha hecho hasta ahora es retomar, retozar y rehogar los grandes nombres de lo mejor del cine italiano. Y suponemos que aún le queda cuerda para rato en este terreno y que seguirá siendo relevo generacional de lo que él quiera. De hecho, ya ha anunciado la continuación de su ya famosísima última cinta estrenada hace apenas un año. Y así llegamos a esta Suspiria, que es todo lo que hemos dicho y mucho más: remake, adaptación, reinvención, complementación y superación de la original. Guadagnino ha conseguido el más difícil todavía: ha rodado una obra igual de eléctrica y terrorífica que la original aunque no se parezcan en nada a efectos prácticos, lo que intuimos, es simplemente la magia del cine. ¿Qué es la nueva Suspiria? Lo mejor de todo esto es que contestar a esta pregunta no es nada fácil. Si nos preguntan por su argumento y su desarrollo, nos es sumamente difícil de responder. Su trama se capta más por los sentidos y las intuiciones que por un proceso expositivo narrativamente lógico. Si nos preguntan qué tiene y qué no tiene de remake este nuevo filme tampoco podemos responder con seguridad. Porque sí, el argumento es muy parecido, especialmente en sus prolegómenos. Y sí, nos recuerda a la original en varias secuencias. Pero no, podría ser perfectamente una nueva película que parte de un guión completamente original. Guadagnino aquí parece que haya querido lograr el triple mortal conjugando drama, misterio, terror, comedia, romance, histórico y hasta unas pinceladas de gore brutal para crear algo asombrosamente diseñado. Porque Suspiria es una relectura politizada, histórica, sobreexplicada y sobreelongada, de la trama original que todos conocemos: la de la joven americana que llega a una academia alemana de baile para superar unas pruebas y labrarse un futuro y quien acabará sumida en una pesadilla mágica llena de sorpresas. Donde Argento propuso 90 minutos, Guadagnino se toma todo el tiempo del mundo y alcanza casi los 150. Desde luego, no estamos delante de una cinta de terror para todos los paladares sino que se trata de una pieza de orfebrería donde no sobra ni falta nada, donde cada plano tiene una significación artística y metafísica sorprendentemente eficaces, donde hay cabida para secuencias musicales, fantasmagóricas y absolutamente repugnantes. Suspiria no es cine fácil, pero es cine a lo grande. Y encima todo ello puede interpretarse como una obra sublime, como un gran chiste, como una relectura megalómana que se atreve con un nuevo lenguaje dentro de los parámetros del terror, o como algo multiforme que avanza con sigilo a cada paso y te hechiza absolutamente en su desarrollo. Incluso, dentro de esta interpretación como broma monumental, Tilda Swinton (soberbia) interpreta no a dos sino a tres personajes, y encima se dedicaron, ella y su director, a esparcir el rumor de que los actores a los que ella interpreta en la cinta existían en la realidad. Y es que tanto Guadagnino como Swinton han querido trasladar la pesadilla, la maravilla que encierra la cinta al plano verídico, aunque finalmente admitieran su pantomima. Por otro lado, Suspiria es una auténtica exquisitez para los sentidos: su lúgubre fotografía, su diseño de sonido, su sugerente música, su combinación de repulsión y belleza, sus coreografías de cámara y de baile, y todo el mundo que despliega soterrado en el propio enigma de la cinta son suficientes para comprobar que esta es una gloriosa, pervertida, retorcida y apasionada, que además resulta, por extraño que parezca, divertida. Y esto sólo lo puede hacer el buen cine.
Una de las películas que más expectativas creó en el año. Por ser una remake de una obra maestra del género del terror italiano. Por ser dirigida por Luca Guadagnino, un realizador exitoso y prometedor pero no especialista en este tipo de cintas. Por las actuaciones de Tilda Swinton y Dakota Johnson. Y por la música compuesta por el cantante de Radiohead Thom Yorke. En 1977, Susie Bannion (Dakota Johnson) se muda de Ohio a Berlín para unirse a la Academia de Danza Markos, con la esperanza de impresionar a la aclamada coreógrafa Madame Blanc (Swinton). Ahí, en la residencia de estudiantes, las bailarinas están preocupadas por la pérdida de su colega Patricia (Chloë Grace Moretz), quien le confiesa a su psicoterapeuta, Josef Klemperer (también Swinton), sus temores sobre la organización, declarando que está dirigida por un grupo de brujas. Buscando investigar las afirmaciones de brujería, Josef hace descubrimientos críticos sobre las mujeres que están al frente de la academia, mientras que Susie se enfoca en obtener el papel protagónico de la puesta en escena que prepara Blanc. Por un lado, es destacable lo que hace el director italiano, Luca Guadagnino, en querer desprenderse de la obra de 1977 e impregnar de su propia cosmovisión la película. Cuando se hacen remakes, el miedo y el respeto a la original muchas veces llega a productos sin alma y cobardes. Sin embargo, hay que decir, que Luca le agrega subtramas socio-históricas, que no terminan de importar y desvían la atención. Esto genera también que la duración sea excesiva. Le sacó la música progresiva, la atmósfera hechizante y los rojos fuertes de la fotografía. Tal vez, en busca de realismo y otro tipo de golpe de efecto (como su estruendoso final). El punto más alto del film es el cast. Tilda Swinton da una cátedra de cómo abordar un papel y hacerlo propio: interpreta 3 roles y es increíble como no le valió una nominación a los Oscars. También hay que destacar a Dakota Johnson. Una actriz con una reputación polémica tras varias películas de poca calidad. En esta producción, deslumbra con sus facciones, sus emociones y sus impresionantes bailes. Una actuación que le dará un giro a su carrera. Y el punto bajo sería el guión. Un libreto con agujeros, lento y con un ritmo cadente. No arruina la experiencia pero es lo más flojo por mucho. Por el lado de la música, Thom Yorke emociona y te eleva a las nubes. Las canciones son bastante angustiantes y surrealistas, encajan perfecto. Una serie de composiciones etéreas e hipnóticas que acompañan a las imágenes deslumbrantes y escalofriantes de manera ideal. Las coreografías perturban y te electrifica la piel. Uno de los film más complejos, densos y viscerales del año. Luca Guadagnino con una película imperfecta nos da un banquete visual y sonoro, con unas imágenes que retendremos en nuestras cabezas mucho tiempo.
Plenamente consciente del revuelo que iba a levantar su relectura de un film de culto como Suspiria, Luca Guadagnino (director de Llámame por tu nombre) optó por la ambigüedad a la hora de aproximarse al clásico moderno de Dario Argento. Presentándola como un homenaje al film original, del que se declara gran admirador, el director de El amante y A Bigger Splash propone en su sexto largometraje una experiencia radicalmente distinta a la que forjara el autor de El pájaro de las plumas de cristal, El gato de las nueve colas y Rojo profundo. El argumento ya es conocido: una joven aspirante a bailarina (Jessica Harper en la original, aquí Dakota Johnson) aplica para entrar en la prestigiosa Academia de Danza Tanz/Markos y allí descubre el estricto modus operandi impuesto por la rígida Madame Blanc, una imponente Tilda Swinton. La protagonista, inocente y ávida de aprendizaje, se meterá sin saberlo en la boca del lobo, en un universo de pesadillas bergmanianas, arrebatados rituales y pasadizos secretos. Dueña de una singular sensibilidad artística, llamará rápidamente la atención de Blanc, lo que generará tensiones en la estructura de poder de la Academia. Donde más resalta la bifurcación de planteamientos entre Argento y Guadagnino es en el terreno estético. El primero proponía un manifiesto modernista basado en la exuberancia colorista y el exceso visual arraigado en la tradición del giallo. Guadagnino, por su parte, acerca su película a una sensibilidad más realista, de colores apagados y tonos asordinados que solo se encienden cuando lo fantástico emerge con virulencia. Es en esos instantes –cuando Guadagnino se arrima a los códigos del terror– en los que la película resulta más efectiva, dando rienda suelta a la visceralidad rítmica y al misterio. Al margen de ello, otro de los cambios en la nueva Suspiria radica en la constante consciencia histórica de la película: el escenario, una tensa y dividida Alemania en 1977, concentra un gran peso dramático. El horror que se esconde en el edificio Tanz es solo equiparable al que se vive fuera de sus muros, en el Berlín en crisis a causa de los ataques terroristas de la banda Baader-Meinhof. En este contexto, llega un nuevo personaje, un psicólogo anciano (interpretado por una difícilmente identificable Tilda Swinton, que muestra una vez más su talento camaleónico) que actúa principalmente como hilo conductor de la historia, a la vez que contenedor en sí mismo de la Historia. Guadagnino dedica cuantioso metraje al “factor histórico”; sin embargo, cuanto más ahonda en él, más desdibujado queda el verdadero núcleo narrativo del film: esa perturbadora Academia, las dinámicas del grupo de mujeres que viven en ella, el viaje emocional de la protagonista, los entresijos jerárquicos de esa pequeña sociedad (Argento mantenía un cierto enigma en su definición, Guadgnino no duda en calificarla como un aquelarre). Si bien la idea de sororidad ya iba incorporada al concepto original, inevitablemente ligado a la figura histórica de “la bruja”, no es hasta esta Suspiria que se pone realmente en valor. El film se suma a la tendencia actual de un cierto cine de terror con carga feminista: La bruja, Crudo. Las pruebas abundan, partiendo por ese reparto enteramente femenino, una verdadera declaración de intenciones que demuestra que, pese a la insistencia de algunos por anclarla a la cinta de 1977, la nueva Suspiria es un producto esencialmente contemporáneo. Guadagnino tiene claro que el feminismo nada tiene que ver con lo virtuoso, lo inmaculado, lo puro. Ciertas escenas aparentemente irrelevantes o rutinarias, que profundizan en la interrelación entre los personajes, manifiestan que la unidad entre mujeres es el tema central de la película, quizá el único, un gesto genuinamente revolucionario. Como lo es la carga política contenida en los cuerpos en movimiento de las alumnas y profesoras de la Academia: no es baladí que Guadagnino apueste por la danza contemporánea en detrimento del ballet clásico del film de Argento. Los movimientos marcan la evolución del personaje de Dakota Johnson, que se empodera a través de la danza. Un poder no solo metafórico: en la retina del espectador queda la turbulenta dualidad de esas sesiones coreográficas en las que el arte se hermana con la tortura. En la Suspiria de 2018 –que encuentra la grandeza más por su dimensión contemporánea que por su diálogo con el pasado cinéfilo– el feminismo deviene una fuerza incómoda. Como apunta de manera evocadora Thom Yorke en la banda sonora del film, “This is a waltz thinking about our bodies, what they mean for our salvation” (“He aquí un vals que medita sobre nuestros cuerpos, lo que implican para nuestra salvación”).
Hasta las entrañas Cuando uno creía que ya lo había visto todo -o casi todo- en materia de cine aparece una película como Suspiria (2018), la remake del clásico del cine de terror de Darío Argento que duraba 94 minutos y ahora se transforma en una obra operística de 154, fastuosa en sus pretensiones a un límite casi imposible de digerir. Eso sí, tiene algunas imágenes imposibles de olvidar. Sussy Bannion (Dakota Johnson) llega a la mítica casa de danza comandada en Alemania por Madame Blanc (Tilda Swinton) donde reemplazará a otra estudiante desaparecida en misteriosas circunstancias. Raras cosas suceden en el lugar mientras un veterano psiquiatra (también Tilda Swinton) investiga a pedido de Patricia (Chloe Grace Moretz), otra ex bailarina. Una extraña fuerza maligna utiliza los cuerpos danzantes como un ritual satánico mientras se apodera de los mismos. Luca Guadagnino, que adquirió reconocimiento internacional hace un par de años con la intimista Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, 2017), se embarca en este grandilocuente proyecto dividido en seis actos y un epílogo. Cómo film de terror no puede catalogarse, tiene un ritmo lento y la acción tarda en llegar, pero una vez que lo escabroso se apodera de la pantalla se incrementa minuto a minuto, llegando a límites imposibles de ver y creer en un verdadero e inolvidable festival gore. El realizador italiano sigue con un meticuloso trabajo sobre los cuerpos ya presente en su film anterior. La insinuación y sugerencia están a la orden del día en la primera parte, la seducción de la danza en la segunda para luego armar unas coreografías por montaje donde el baile se funde con los siniestros asesinatos. Esa combinación mortal explota en las geniales escenas finales donde el goce por lo macabro bañan la imagen de un espeso color rojo. Sobre el final la tragedia encuentra su razón de ser (que aquí no adelantaremos) dando motivos que no estaban en la original a los sucesos anclados a la condición humana. La película se vuelve existencial y operística -hay un cantante de ópera en pantalla en medio de la truculenta escena final- que buscan elevar a un nivel superfluo a una película que, tal vez, no necesitaba de un registro tan serio para ser contada. Pero si de algo no quedan dudas es el riesgo estético y formal que asume esta nueva versión. Justo cuando las remake se contentan con ser apenas correctas y recordar a la original, Suspiria siglo XXI rompe todos los cánones y se anima a profundizar hasta las entrañas sus mas oscuras premisas.
La danza de las brujas Es difícil en tiempos actuales visualizar una remake y despegarla de la obra original, más desde la última década, que las mismas abundan y esta vez le tocó el turno a Suspiria (1977), la película italiana de Dario Argento. Sin embargo, si hay algo que Luca Guadagnino logró con su visión del clásico, es tener una identidad propia. Alejándose totalmente de la original y solo tomando algunas ligeras bases, nos entrega una película mucho más profunda y visceral. Luego de la maravillosa Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name, 2018), Guadagnino toma un vuelco y nos introduce en una historia repleta de matices en la que podemos encontrar desde lecturas políticas, hasta un marcado mensaje de empoderamiento femenino. Suspiria está ambientada en la Berlín dividida de finales de los setenta, con un instituto enfrentado al muro, literalmente, y este contexto realza un guion más que digno en donde cada personaje tiene un desarrollo increíble. Por su parte, si en la película de Argento abundaban los colores vivos y llamativos; en esta ocasión, nos situamos ante un escenario lúgubre y sombrío que proyecta los estados de ánimo de cada intérprete y que acompañado de la magistral música de Thom Yorke (compuesta especialmente para la película) nos genera esa sensación de angustia y desolación. Con respecto al reparto, solo podemos encontrar perfección. Desde una Tilda Swinton intachable, que le aporta más de un plus a la historia (a prestar atención), hasta una Dakota Johnson que logra desplegar una actuación digna de aplausos (algo a lo que no estábamos acostumbrados). En conclusión, no estamos ante un producto fácil, más bien es incómodo y arriesgado. Es el resultado de una narrativa profunda que aborda y transita cuestiones como el miedo, el perdón, la desesperación y la muerte. Suspiria no subestima al espectador y eso se agradece. *Crítica de Manu Juárez
Traición a medias En el comienzo de esta nueva versión de Suspiria, Susie Banion, la bailarina protagonista, no llega a Friburgo como en la original sino a Berlín. A partir de esa decisión inicial de Guadagnino de mandar a su protagonista a la capital dividida, se estructura y organiza toda la película. En la película original de Argento la ciudad no importa porque su mito, como tal, trasciende lo geográfico. Es todo tan absurdo, tan fantástico, dice en un momento la Suzy de Argento. Y la paleta rojo shocking nos revienta los ojos mientras Simonetti de Goblin nos susurra maldades al oído entre loops de sintetizadores que deforman una cajita musical. La idea de Argento es la de un cuento de hadas como brote psicótico. Como en todo cine de horror, asistimos a una iniciación, en este caso a la de Suzy en el mundo que desea, el de la danza. Esa iniciación se da en un marco mítico; no hay grandes desarrollos de personajes ni de coyunturas porque no son necesarios. La historia es mínima porque la atención de Argento está puesta en las formas. Entramos a Suzy a través de la inestabilidad que transmite Goblin teñida de sangre, la lluvia intensa y la hipnosis de las simetrías del director de fotografía Tovoli. Guadagnino hace un procedimiento opuesto; en lugar de colores chirriantes elige tonos fríos (la película empieza con marrones suaves y sigue con grises), en lugar de Goblin y una banda sonora que se conjugue con la paranoia elige las melodías oscuras pero suaves de Thom Yorke; y, la oposición fundamental, en lugar de trabajar sobre un universo mítico, lo hace sobre la realidad política del otoño alemán. “Traiciona a la película original”, dijo el maestro Argento por ahí; y es verdad. Guadagnino hace la película que quiere sin pedirle permiso a él ni a los guardianes del género, y traiciona a la original completamente (en forma y discurso). La nueva Suspiria está contada a través de cómo los medios de comunicación informaron las operaciones de la RAF y el FPLP. Incorpora al relato a un nuevo personaje que también adiciona elementos histórico políticos, el psiquiatra Josef Klemperer (también interpretado por Tilda Swinton, la nueva Madame Blanc), además de una vuelta de tuerca ausente en la original y, como decíamos al principio, suma al Muro de Berlín como aspecto central: las brujas de esta nueva Suspiria también están divididas, e incluso realizan una votación, porque Guadagnino en lugar de trabajar sobre lo doble lo hace sobre la división (que también es una manera de trabajar lo doble). Guadagnino no respeta nada y está bien. Argento y los cinéfilos de paladar museístico piden una remake muerta, como la Psicosis de Van Sant. Y Guadagnino, como él mismo dijo, no hace una remake sino una película propia basada en el guión de Argento y Nicolodi. Sin embargo, más allá de esa libertad que siempre es buen síntoma, Guadagnino incomoda hablando a través de sus personajes (sobre todo a través de Klemperer pero también mediante Susie); el empapelado histórico político no aporta cuestiones significativas a la trama sino posibles alegorías que podrían no estar; porque la nueva Suspiria, a pesar de ser tan diferente, paradójicamente es fuerte ahí donde también es fuerte la original, en lo viajero, en la muerte como instalación y en el suspenso como forma. Aunque Argento parezca más genuino en su sadismo, Guadagnino, que quiere ser un cineasta arty de buen corazón, demuestra potencia cuando Susie baila en un cuarto y en otro una bailarina se contorsiona hasta mearse encima y reventarse los órganos y los huesos; o en sus coreografías de muerte que son buenas porque son mudas (y si hablan no importa). Aunque Guadagnino quiera hacer una Suspiria intelectual, lo que mejor le sale son los momentos de visceralidad, de emoción y no de razón. La nueva Suspiria es buena aunque Guadagnino intente que no lo sea.
Luca Guadagnino no es ningún nombre nuevo dentro de la cinematografía italiana. Estableciendo un estilo muy estético, cuidado y con varias estrellas, el realizador de “El amante” y “Cegados por el sol”, alcanzó su máximo punto de popularidad en el 2017 cuando lanzó su aclamada (y brillante), “Llámame por tu nombre”. Nominada a un puñado de premios Oscar (incluyendo mejor película, actor y guión adaptado), este film le hizo ganar un enorme prestigio que bien lo podría haber puesto en una zona de confort dentro de la industria estadounidense. Sin embargo, no fue así, Guadagnino, lejos de acostarse entre laureles se anotó a un desafío enorme, hacer el remake de una de las cintas más extraordinarias de la historia del cine de terror: “Suspiria” (1977), de Dario Argento. Como no podía ser de otra manera, Guadagnino reunió a un elenco famoso repleto de caras conocidas como Dakota Johnson, su actriz fetiche, Tilda Swinton, Chloe Grace Moretz, y hasta la mismísima Jessica Harper, la protagonista del film original. Esta “Suspiria” modelo 2018, se sitúa en Berlín, en el año 1977. Allí, una joven estadounidense llamada Susie, viaja para tomar clases de danza en una de las escuelas más prestigiosas del mundo. El mismo día que ingresa, una de las alumnas escapa del estudio y es asesinada. Pero la desconfianza de Susie aumenta cuando una de sus compañeras le confiesa que la estudiante que escapó le había dicho que existe un aquelarre de brujas dentro del estudio de danza. Si bien la película tenía todos los boletos para ser un absoluto chasco, Luca Guadagnino ha salido muy airoso filmando una versión totalmente personal y alejada de la visión de Dario Argento: tiene coherencia lo que hizo, se despegó de la sombra de la original, tomó los conceptos de la danza y las brujas, pero los colocó en un contexto socio-político totalmente distinto. Puede que los fanáticos de la obra de Argento se sientan defraudados, y también es lógico que esta sea una de esas películas que divide las aguas. Luca Guadagnino con su indudable talento realizó un film muy personal, con pasajes de terror, drama, fantasía, y muchas capas de lectura. Mientras que la cinta de Dario Argento dura 100 minutos, esta dura 152. La obra original tenía un despliegue de luces de neón y unos diseños arquitectonicos de cuento de hadas, mientras que esta versión se ata mucho más al realismo. La historia se desarrolla dentro de una Berlín divida por el muro, con revueltas sociales, terrorismo, y una cierta culpa del pasado nazi. Hay muchas ideas dando vuelta: el instinto de maternidad, el nazismo, el muro de Berlín, los movimientos feministas, una historia de amor destruida por el pasado alemán, las brujas, el poder de la danza. Da la sensación de que es demasiado, y que todo queda enfrascado un poco a la fuerza, pero las intenciones son válidas. Dividida como si fuera una novela, entre capítulos, prólogo y epílogo, Luca Guadagnino construye una película espesa, que avanza con lentitud y que se apodera del espectador con la fuerza de la puesta en escena, unas coreografías de baile hipnóticas y un maquillaje excepcional (impresionante representación de Tilda Swinton en su papel de anciano). Eso sí, las dos horas y media son exageradas. Con un montaje más compacto el film se podría sostener con mayor consistencia. Hay varios baches en el guión, y a veces tiende a una cierta desconexión entre una escena y la otra. La distancia y la frialdad que establece el film a lo largo de su estructura se quiebra con un clímax final de 15 minutos realmente notables donde aparecen las luces de neón de Argento y se luce más que nunca el trabajo de maquillaje. El acompañamiento musical lo ofrece Thom Yorke con su fascinante Suspirium. Interesante remake que revolotea con muy buenas ideas y que, como acierto, se despega del film original para construir su propio universo. Luca Guadagnino y otra muestra de talento visual y narrativo
Arriesgada, Original, Impactante, adjetivos que le caen de una manera única a esta película, cuyo mayor logro está en evitar ser una copia de la original dirigida por Argento y en ofrecerle a Tilda Swinton la posibilidad de componer varios personajes que potencian e impulsan la historia. Hacia el final, todo se complica.
Con bastante expectativa llega ‘Suspiria’, remake del clásico de 1977 dirigido por Dario Argento. Esta vez, es Luca Guadagnino quien toma la posta para recrear esta singular película de terror ambientada en Berlín, con Dakota Johnson como protagonista. ¿De qué se trata ‘Suspiria’? Susy (Dakota Johnson) es una joven estadounidense que viaja a Berlín para sumarse a una prestigiosa escuela de danza. El día de su llegada se entera que una de las bailarinas ha desaparecido. La academia a cargo de Madame Blanc (Tilda Swinton) empieza a dar señales de secretos ocultos. ¿Qué son esos bailes rituales que preparan? ¿Quiénes son las extrañas mujeres que dirigen la academia? El gran ballet se prepara para su estreno, a medida que el ambiente se torna más siniestro. Con que te vas a encontrar ‘Suspiria’ es RARA. Así, todo mayúsculas. Debo decir que no vi aun la película de 1977 por lo que las apreciaciones no incluirán comparaciones. Pero, en resumidas cuentas, ir a ver esta película de terror -aunque un terror sobrenatural poco convencional- implica estar abierto a la rareza. Guadagnino presenta una película de una poderosa impronta femenina y un ambiente enrarecido desde el minuto uno. Nada es natural. Incluso desde la dirección de fotografía se refuerza esta idea de estar viendo una película fuera de época. ¿Está bien? ¿Está mal? Cuestión de gustos. Volviendo sobre la palabra, resulta una rareza y eso algo de mérito tiene. Dakota Johnson está estupenda en el papel de esta bailarina que parece no darse cuenta que al raro pasa. Tilda Swinton, por otra parte, nunca falla. Además de rara, ‘Suspiria’ es tan solemne como es posible. No habrá un momento en que la tensión baje y se vive una constante espera. Estás ahí, tenso, a la espera de quién sabe qué. El final, hay que decirlo, no es apto para impresionables. Es, otra vez, tan raro y solemne como es posible. Lo mirarás con el ceño fruncido, con cara de qué-pasa-acá. También hay que decir que mantenerte en vilo durante 2 horas y media no es poca cosa. Retomar una historia original tiene su mérito y se agradece. Pero hay que estar preparado. ‘Suspiria’ es pura rareza y pura solemnidad, mezcladas y combinadas en un combo que pueden ser difícil de digerir. Solo para quien se atreva. Puntaje: 6/10 Duración: 152 minutos País: Estados Unidos / Italia Año: 2018
La nueva versión del clásico de Darío Argento nos sitúa en la Berlín Occidental de 1977, todavía dividida por el muro, en una Academia para jóvenes bailarinas calificada como la mejor del mundo llamada Markos Tanz, que depende de su Directora, Madame Blanc y Helena Markos (Tilda Swinton) a cargo de varios personajes. El comienzo es opresivo cuando el psicólogo Josef Klemperer recibe a una desesperada Patricia Hingle, rol a cargo de Chloe Grace Moretz, que luego desaparece y finalmente es asesinada. En paralelo llega al Internado la norteamericana Susie Bannion (Dakota Johnson) con muchos sueños y ganas de triunfar, tanto es así que realiza una audición estupenda, y es aceptada en la Institución. De inmediato se entera de la desaparición de Hingle y las cosas comienzan a salirse de control. Mientras preparan lo que será el baile “Volk”, comienza el suceso de hechos extraños. La película dirigida por Luca Guadagnino y escrita por David Kajganich, se desarrolla en seis actos y un prólogo y cuenta con una estética gore que mezcla la belleza y seducción de la danza con contorsión, con la brujería, perversión y alucinaciones. Buenas actuaciones de Johnson y Swinton especialmente y del elenco en general, atractiva música de Thom Yorke y buen maquillaje, iluminación y fotografía en donde prevalece el tono gris para un clásico reversionado que se despega de la película anterior. Aún con una duración extensa (151’) resulta atractiva para los amantes del género, aunque en ningún momento genere “el” terror esperado. ---> https://www.youtube.com/watch?v=BmowuWCVUBk ---> TITULO ORIGINAL: Suspiria ACTORES: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Mia Goth. Chloë Moretz. GENERO: Terror . DIRECCION: Luca Guadagnino. ORIGEN: Italia, Estados Unidos. DURACION: 152 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 31 de Enero de 2019 FORMATOS: 2D.
Dario Argento nos ofreció en 1977, “Suspiria” un film que terminaría siendo la primera parte de una trilogía que hablaba sobre brujas y aquelarres. La primera entrega se convirtió en un fenómeno de culto gracias a su marcada estética y a sus recursos estilísticos que devinieron en una evolución del género conocido como giallo (films pertenecientes al suspense y terror italiano que tiene elementos de misterio y a menudo contiene ciertos aspectos del slasher, thriller psicológico, terror psicológico, explotación, sexploitation, y, con menor frecuencia, características de terror sobrenatural). A su vez, la música compuesta por el grupo de rock progresivo italiano “Goblin” se amalgamó homogéneamente con los escenarios expresionistas del largometraje, haciendo que su atmósfera sea aun más llamativa y espeluznante. Todos estos aspectos convirtieron a la cinta de Argento en un clásico pero en lo que respecta a lo formalmente narrativo, la obra no dejaba de ser un tradicional ejercicio de terror y suspenso donde van sucediendo hechos extraños y donde poco a poco se van acumulando las víctimas hasta llegar al clímax donde se vean reafirmadas las suposiciones que se dan en el inicio. No es de extrañar que para hacer una nueva versión de esta cinta, la dirección haya caído en manos de Luca Guadagnino (“Call Me By Your Name”), que si bien no tiene antecedentes en films de este estilo, sí tiene la experiencia y la visión como para realizar una remake de “Suspiria” que se separe del relato original, que se sustente por sí misma y que vaya por un lado totalmente distinto a la historia de Dario Argento. La premisa es la misma pero con cambios sutiles que van dando una idea de lo que se propone el director con esta posibilidad de reversionar “Suspiria”. En esta oportunidad, se nos cuentan los hechos alrededor de Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven estadounidense que viaja a Berlín para cursar sus estudios de danza en una de las escuelas más prestigiosas del mundo, dirigida por Madame Blanc (Tilda Swinton). El mismo día en el que ingresa, una de las alumnas decide escapar del establecimiento abruptamente por hechos oscuros que la hacen sospechar sobre la posibilidad de que las profesoras sean brujas que conforman un aquelarre que opera en la misma escuela. Así es como la historia se irá erigiendo en base a distintos personajes, por un lado Susie, que busca hacerse un lugar en este nuevo sitio, por otro lado el Dr. Josef Klemperer (también interpretado por la camaleónica Tilda Swinton), que es el psicólogo que atiende a Patricia, la joven que deja la academia y que posteriormente desaparece, y Sara (Mia Goth), que también intentará averiguar que pasó con su compañera y advertir a la desprevenida Susie sobre los peligros de la escuela de danza conforme vaya avanzando la investigación. Como verán, acá hay una primera diferencia con el film original que se decide prácticamente por presentar solo a Suzy Bannion como el único personaje al cual sigue la trama, desarrollando casi en su totalidad su punto de vista. Por otro lado, en la cinta de 1977 se abre la narración con un asesinato que tiene lugar en la academia y el desconocimiento sobre si se tratan de brujas o solo un homicida. Asimismo, se desarrollan más el resto de los personajes en esta versión de 2018 y se opta por una protagonista que evita el pánico y el descenso a la locura para dar lugar a que esto suceda con su ayudante. En el punto de vista estético, Guadagnino también decidió separarse de la visión de su compatriota para ir por un camino prácticamente opuesto. Mientras que Argento se decidía por una fotografía y unos decorados muy expresivos, saturados y llenos de colores fuertes, Luca Guadagnino se decidió por una visión más desaturada, poco contrastada y donde prevalecen los colores pasteles y más apagados, que también pegan más con la banda sonora propuesta por Thom Yorke (su primera banda sonora) con un sonido más estilizado, melancólico, moderno e hipnótico por medio de un sonido electrónico más actual. El efecto total de ambos films puede que sea el mismo pero Guadagnino propone un enfoque menos visceral (al menos hasta el último acto) y más psicológico que igualmente resulta amenazante y perturbador. Los climas que genera el director italiano con su nueva versión es realmente el de una atmósfera opresiva y turbulenta. Los temas tratados también son diferentes, ya que en la película de 2018 se habla del abuso de poder, el rol de las madres y el esquema matriarcal, el poder del arte, entre tantos otros. Enfocándonos más en la visión de Guadagnino podemos decir que su trabajo va por un lado más complejo, ya que intenta darnos una narrativa más atractiva, moderna y fragmentada haciendo posible la multiplicidad de puntos de vista. También intenta ofrecer una violencia que pase menos por la sangre en sí y más en lo físico y en lo psicológico. No por esto estamos diciendo que su obra es superior a la de Argento ni mucho menos, sino que buscó ir por otro lado para evitar la forzada y banal comparación de que un producto es mejor que el otro. Su “Suspiria” tiene sus intentos fallidos como lo del contexto que quizás busca polemizar por el solo hecho de hacerlo más que por el de agregarle una dimensión al relato y otras cuantas cuestiones que pueden ser subjetivas en lo que respecta a coherencia y sentido pero también son aspectos que hacen que sea más enriquecedora la experiencia de su visionado. “Suspiria” (2018) termina siendo una propuesta original que no busca imitar a su predecesora sino despegarse e ir por otro camino, es un largometraje que se termina presentando como menos accesible pero que de alguna forma llega al espectador por su tremendo trabajo a nivel narrativo y estético.
Después del reconocimiento conseguido con Llámame por tu nombre, Luca Guadagnino encaró una tarea arriesgada: la remake de Suspiria, obra cumbre del maestro del giallo, Darío Argento. Cualquiera que se atreve a repensar un clásico está expuesto al escarnio: desde que la estrenó en Venecia, el siciliano viene recibiendo más reproches que elogios. Una reprobación injusta: esta versión es un digno tributo. Y aún más: actualiza y expande el universo de la película original. El guionista David Kajganich mantuvo la premisa básica de la historia: una joven estadounidense (Dakota Johnson, la hija de Melanie Griffith y Don Johnson) llega a una famosa academia de baile alemana en la que una de sus alumnas desapareció misteriosamente. Pero ahora sabemos de entrada que ese cuerpo de bailarinas está manejado por una cofradía de brujas, y la acción se sitúa ya no en Friburgo sino en Berlín, en 1977: año del estreno de la Suspiria de Argento, cuando Alemania estaba convulsionada por las bombas y los secuestros de la Fracción del Ejército Rojo. Guadagnino tomó al menos tres decisiones radicales con respecto a la original. Eligió atenuar la deslumbrante paleta de colores, cambiándola por tonalidades grises y ocres que transmitieran una mayor sensación de realismo. Ubicó como telón de fondo el terror político que ocurría fuera de la escuela, así como algunos recuerdos del nazismo y sus consecuencias (la academia está enfrente del Muro de Berlín). Y le dio un lugar mucho más relevante a la danza. Para la ocasión, Damien Jalet diseñó coreografías inspiradas en las de Pina Bausch, que también sirvió de modelo para la creación de una de las líderes del aquelarre, la Madame Blanc de Tilda Swinton. La actriz fetiche de Guadagnino vuelve a sobresalir, aquí interpretando además otros dos ¿o tres? papeles, incluyendo el único masculino relevante. Las escenas de baile son fundamentales para dotar de un magnetismo hipnótico a esta historia que presenta varias capas de lectura -hasta hay una críptica escena poscréditos- para hablar centralmente del nacimiento de un nuevo poder femenino. La música de Thom Yorke es otro elemento que contribuye a incluir a esta Suspiria dentro del exclusivo club de las remakes acertadas.
Hace unos años ya había surgido la idea de hacer una remake del clásico de Dario Argento. De hecho, quien tenía los derechos era el mismo Luca Guadagnino, pero su idea no era dirigir sino producir. El director iba a ser David Gordon Green, y se habló tanto de Natalie Portman como de Isabelle Fuhrman, la extraordinaria estrella de La huérfana de Jaume Collet-Serra, para el protagónico. Como muchos proyectos que a uno lo entusiasman, finalmente quedó en la nada. Pero extrañamente, el mismo año en que la remake de Suspiria se concretó finalmente con Guadagnino en la dirección, Green, un director que, al igual que Guadagnino, no viene del terror, se acercó a otro clásico del género con su secuela directa de Halloween. Esa película fue, por lo menos para algunos de nosotros, una carta de amor al género en general y a Carpenter en particular; una película que sabía dialogar con su film de origen de forma inteligente y sin recargar las tintas en ningún momento, siempre a fuerza de una narración sólida y varias grandes ideas visuales. Guadagnino se dice fanático de la Suspiria de Argento, pero poco y nada de lo que vemos en pantalla da cuenta de eso. Como punto de partida, esto podría haber sido interesante: la idea de una remake que bien podría irritar a los fans del original es algo que resultó muy bien en, por ejemplo, el cover de “Comfortably Numb” de Pink Floyd a cargo de Scissor Sisters, de ritmo irresistiblemente bailable y con falsetes a la Bee Gees; una falta de respeto total y absoluta a una banda que se las da de “elevada” y cuyos fans tienden a actuar en consecuencia. Pero el caso de Guadagnino con Suspiria es más bien el opuesto: el director pareciera desdeñar ese desparpajo, ese espíritu juguetón, ese carácter urgente que tiene la película de Argento y, por qué no, el terror en general. Últimamente ha habido varios casos de películas que se creen más que el género al que pertenecen, como Drive de Nicolas Winding Refn, La bruja de Rupert Eggers y Viene de noche de Trey Edward Shults (muchos también ubican en este grupo a El legado del diablo de Ari Aster, aunque para quien esto escribe es una película que parte de lo terrenal y lo cercano y reconocible para terminar abrazando el género como pocas otras películas en los últimos años), pero tal vez Suspiria sea el exponente más acabado de esta vertiente. Guadagnino nos entrega aquí una de esas supuestas “películas-experiencia” que hacen agua por todos lados, una paparruchada sin ton ni son que, escena tras escena, se encarga de remarcarnos una profundidad que en realidad no existe. Guadagnino se hace el fino en secuencias que parecen un amalgama del infierno entre la televisación de un desfile de moda y el registro de una clase de expresión corporal, subestima al espectador haciendo que los personajes expliciten información que ni siquiera es demasiado relevante, repite una misma idea de montaje hasta el infinito, utiliza de forma paupérrima la música que Thom Yorke escribió para la ocasión (el clímax grandguiñolesco de la película, musicalizado con el pianito y la voz sensibles de Yorke, es un momento de incompetencia que sorprende en alguien que tan bien había utilizado las canciones en Llámame por tu nombre) y, para colmo de males, lleva todo al pavoroso terreno de la alegoría, lo cual da lugar a los momentos más imbéciles de la película. En uno de sus tantos actos de arrogancia y grandilocuencia, Guadagnino y su guionista David Kajganich decidieron que el subtítulo de Suspiria fuera “Seis actos y un epílogo en una Berlín dividida”. Y este subtítulo termina pesando más que el título en sí: la película se pierde en su contexto (la Berlín convulsionada de fines de los 70, pero también las secuelas del Holocausto y otros Temas Importantes) sin entender que el mejor terror puede hablar de muchos de estos temas sin subrayarlos de esta manera y sin convertir a la película en cuestión en algo parecido a esos bodrios que nominan al Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera y de los que uno termina olvidándose a los dos meses.
Tras su estreno mundial en la última Mostra de Venecia, esta remake (o, mejor, relectura) del clásico rodado por Dario Argento generó una descarnada disputa cinéfila: de obra maestra a fiasco absoluto, las opiniones resultaron tan disímiles que se formaron bandos irreconciliables. Más allá de lo que cada espectador piense finalmente, semejantes reacciones extremas se entienden: es que Luca Guadagnino, el consagrado director de El amante, A Bigger Splash y la multipremiada Llámame por tu nombre, se arriesgó con una ambiciosa versión de 152 minutos (la original, de 1977, duraba apenas 98 minutos). Construida en seis actos y un muy buen epílogo en el marco de la dividida y caótica Berlín de 1977, esta Suspiria modelo 2018 luce bastante más politizada (hay constantes enfrentamientos callejeros y en el trasfondo, un secuestro del grupo terrorista Baader-Meinhof, también conocido como Ejército Rojo) y con una mirada más tono con estos tiempos respecto del empoderamiento femenino. En lo visual, la estilización es menos contundente que la de Argento y la paleta de colores es más lavada. La tendencia a cortar todo el tiempo (los planos duran en su mayoría un par de segundos) resulta en varios pasajes bastante molesta, aunque no faltan los zooms ni los bruscos paneos y movimientos de cámara bien setentistas. Dakota Johnson (protagonista de la saga de Cincuenta sombras de Grey) es Susie Bannion, una joven bailarina de Ohio que es aceptada en la mítica compañía de Helena Markos, cuya principal coreógrafa y líder en las sombras es la Madame Blanc de Tilda Swinton (quien interpreta tres papeles, incluido el de un veterano psiquiatra). Hay un prólogo ligado a la historia de la desdichada Patricia (Chloë Grace Moretz) y luego sí una descripción del proceso creativo (y las perversiones destructivas) en el seno de esa especie de conservatorio y albergue. Si bien la Suspiria original también apostaba a lo climático con irrupciones de sangre y explosiones gore, aquí por momentos la cosa es todavía más fría y un poco anodina. El eje en buena parte del relato está puesto en la construcción psicológica más que en los elementos más propios del terror. De todas formas, la paciencia tiene su premio y en su último tercio el film resulta bastante contundente y perturbador. Si a eso se le suman algunos personajes secundarios valiosos (aparecen desde Jessica Harper hasta Ingrid Caven), la fotografía del tailandés Sayombhu Mukdeeprom y la banda sonora a cargo de Thom Yorke, líder de Radiohead, hay sobrados elementos como para que esta Suspiria reversionada y amplificada no sea la catástrofe que tantos auguraban.
Nueva versión del clásico de Dario Argento, "Suspiria", de Luca Guadagnino, se aparta lo suficiente para entregar un espectáculo tan único como impresionante. Remake, esa palabra maldita del mundo del cine, que nos hace temblar cada vez que es anunciada. No nos importa tanto si el remake es sobre alguna película menor, insignificante, o que significó algo en su momento, pero ya perdió su puesto (aun así es difícil encontrar un ejemplo). Pero no se metan con los clásicos. Ya lo dijo Sidney Prescott en Scream 4 “No jodan con el original”. Desde que se anunciaron los planes de realizar una nueva versión de "Suspiria", las voces críticas empezaron a gritar cada vez más fuerte. El clásico de Dario Argento, mezcla del típico giallo con terror impresionista y toques de slasher, es intocable, y de sólo pensar en una nueva película, se nos revolvían las tripas. Bueno, déjenme tranquilizarlos. Sí, la obra cumbre de Dario Argento es intocable, su "Suspiria" es imposible de ser adaptada… por eso, esta nueva "Suspiria" no es aquella, es algo (casi) completamente nuevo, y estamos frente a otra propuesta para el asombro. Algunas cosas van a encontrar, la premisa es muy similar, y hay nombres que se repiten. Pero los personajes son otros, y la historia en sí, más allá de su punto de partida, es bien diferente. Podría decirse que Luca Guadagnino y David Kajganich (el guionista) odian tanto a la "Suspiria" de 1977 que fueron por un camino completamente diferente, y hasta en algún sentido, opuesto. También podríamos decir que la respetan tanto que prefieren ir por otro camino para ni animarse a tocarla. Ahí están Susie Bannion (la original era Suzy, pero es lo mismo), Madame Blanc, Olga, Sara, Miss Tanner, Patricia, y el mito de Helena Markos. Pero cada una es diferente de aquella que conocimos. Susie Bannion (Dakota Johnson) aborda la estación Suspiria en Berlín para llegar a la aclamada academia de danza. Hace unos días, Patricia (Chloë Grace Moretz) desapareció del instituto, dicen que lo abandonó. Aunque los espectadores ya sabemos que no es así. Aquí el primer y fundamental cambio, desde la primera escena ya sabemos qué es lo que se oculta en el instituto, un aquelarre de brujas, y cuál fue el destino de Patricia, que llegó hasta el consultorio del Dr. Josef Klemperer, su psicólogo para seguir hablando de este descubrimiento. Susie es una joven ambiciosa, proviene de una comunidad estadounidense cerrada, Amish, y llega al instituto como una llamada del destino a liberarse. Es 1977, en Alemania. El país, y Berlín se encuentra divida por un gran muro, no hay mucha felicidad en las calles, la pasión sanguínea (por la danza) parece ocurrir puertas adentro. Nueva diferencia, en esta ocasión, el contexto histórico es fundamental. "Suspiria" nos irá contando el ascenso de Susie dentro de la compañía de danza, en la que rápidamente obtiene un protagónico, y la profesora Madame Blanc (Tilda Swinton) posa su mirada sobre ella. Mientras tanto, su compañera Sara (Mia Goth) sospecha cada vez más que algo funesto ocurre ahí. Puertas adentro también hay división. Esta versión más que beber de la película de 1977, parece tomar de la trilogía completa de las madres ("Suspiria", "Inferno", "Madre de las lágrimas" – de hecho, la más similar a esta –), y plantea bandos diferentes dentro de ese aquelarre entre brujas que responden a una y otra madre. Todas se disputarán a Susie. Puertas afuera, algo inédito, el Dr. Josef Klemperer comienza a unir cabos y está cada vez más atormentado por lo que puede suceder, y por sus propios fantasmas del pasado. ¿Cómo se justifica que esta "Suspiria" dure más de una hora más que la original? Porque aporta nuevos elementos, y toda una subtrama original dramática sobre lo que ocurre en el exterior con una Berlín sumida en el dolor. Aquella película de 1977 podía manejar un lenguaje visual sutil en el cual los más expertos podían encontrar algunas sublecturas relacionadas con la opresión. Lo cierto es que, parecía una propuesta de género más directa y concreta (no por eso menor ni mucho menos, al contrario). "Suspiria" versión 2018 posee toda una carga dramática nueva, es más enigmática, críptica, llena de imágenes que habrá que interpretar; y se permite la libertad de no siempre ser lineal sobre lo que dice; a veces, cuesta entenderla punto por punto, pero siempre atrapa, hipnotiza, y al final nos quedará la idea de haber entendido el maravilloso concepto global. El director de la sutil "Llámame por tu nombre", cambia totalmente, y hace una puesta enorme, que explota por todos lados. Los cuadros de danza son potencia pura; los colores vivos, con la sangre como detalle protagónico por todos lados, como personaje; los escenarios son inmensos; y los planos están cargados de capas y detalles para deleitarnos las varias veces que la miremos. Es una obra profundamente cinematográfica, con un gran uso del campo visual y del sonido como marcación. Permanentemente tenemos la sensación de estar viendo algo inmenso, y lo hacemos siempre con la boca abierta. Sus dos horas cuarenta minutos son para el asombro, y pasarán rápido, no por poseer un gran ritmo (que no posee), sino porque todo lo que sucede nos atrapa y nos envuelve, y queremos más. La construcción episódica en seis actos y un epílogo, y saberlo de entrada, también es un gran acierto. Se plantea como una puesta orgánica en la que cada cuadro expone algo propio. Si bien se diferencia completamente de "Suspiria" (como dijimos, no tanto de Argento y sus madres), hay referencias a otros grandes del género como Nicholas Roeg, Claire Denis, y Michael Soavi. La paleta de colores se juega por los tonos opacos, apagados, pero shockea con el rojo impacto, la sangre que palpita aún a través de una luz penetrante. Se aparta del impresionismo, el neón, los juegos de luces, y la música golpeadora de Goblin, que tanto amamos de la original. Su propuesta es decididamente otra, y aun así, no se siente como traición. Hay lecturas sobre la opresión; sobre la división dentro y fuera del instituto; sobre el nazismo; y sobre el feminismo en base a los reclamos actuales, con el rol de la mujer empoderada como una sanguinolenta y severa madre rectora frente a las actitudes patriarcales; y como institutriz para las nuevas generaciones. Permanentemente le descubrimos nuevas posibilidades de lecturas. Guadagnino pone mano férrea en la dirección actoral, y no solo las coreografías, sino cada cuadro compuesto es preciso en cuanto a la marcación. Así mismo, las interpretaciones son otra virtud. Lejos quedó la Dakota Johnson de 50 sombras de Greys, hace rato que viene demostrando que está para más, y Suspiria es su consagración absoluta como gran actriz. Mia Goth puede quitarle el protagónico en vario tramos, también demuestra ser una joven con muchísimo talento. Párrafo aparte para esa estampida actoral llamada Tilda Swinton, por si no leyeron la cantidad de spoilers que circulan sobre su interpretación, es mejor que descubran viéndola qué es lo que hace, algo sin palabras que le hagan justicia. Algunos pueden decir que es un capricho del film ponerla a hacer eso, pero nuevamente, es obra de otra lectura que se permite dar. Varios guiños como el de poder ver a Jessica Harper o a Sylvie Testud también serán disfrutables. Dentro de los rubros técnicos todo pareciera ser perfección, hasta llegar a la banda sonora, con canciones de Thom Yorke que no cuadran del todo bien dentro de la propuesta. Sus tonos melódicos, como salidos de un propuesta indie, desentonan en algunos tramos, sobre todo en las escenas finales que necesitaban de algo con más potencia, operístico, que acompañaran la inmensidad de las imágenes. Sin recaer en grandes dosis de gore, "Suspiria" también es un film que impacta, crea secuencias de mucho dolor, un terror mucho más extremo que el del simple susto o el baldazo de sangre. La sentimos. Es mucho más que un film de terror. Esta nueva versión de Luca Guadagnino no es deudora de aquel clásico de 1977, inteligentemente toma distancia porque sabe que es imposible igualar un film tan personal como aquel; y quizás esa sea su mayor virtud. Construye su propio camino y entrega una obra de gran potencia, con un gran rigor estético, y varias lecturas que superan lo simplemente expresado en palabras. Solo el tiempo dirá si estamos frente a un nuevo clásico, elementos no le faltan.
Tras un desarrollo infernal que duró una década, el genio italiano Luca Guadagnino se introduce de lleno en el el mundo de los aquelarres que tan famoso hizo Dario Argento con la pesadilla technicolor de 1977 Suspiria. La reimaginación comparte el mismo título y el esqueleto narrativo, pero se distancia tanto de la original que se convierte en una criatura sentiente que arroja un fuerte hechizo en la platea, el cual no dejará indiferente a nadie. Con un guión del americano David Kajganich (A Bigger Splash, la serie The Terror, la próxima Pet Sematary) que divide la acción en seis actos y un epílogo, Suspiria comienza su viaje en pleno año 1977, con un trasfondo político que refleja el Otoño Alemán acechando en cada esquina. En medio del caos en el cual está sumido el país, la jovial e inocente Susie Bannion (una maravillosa Dakota Johnson) arriba a la academia de baile Tanz en busca de cumplir su sueño de convertirse en bailarina. Tras la repentina desaparición de la estrella de la compañía (Chloë Grace Moretz en un pequeño pero notorio papel) y luego de robarse la atención de la coreógrafa en jefe Madame Blanc (la majestuosa Tilda Swinton haciendo no uno, ni dos, sino ¡tres! papeles), Susie comienza a moverse rápido entre las filas de bailarinas, sin percatarse de que a su alrededor se cierne una oscuridad casi imposible de frenar. Mezclando el pavor político del exterior con el miedo hechicero dentro de las paredes de la academia, Suspiria se mueve entre facciones de brujas separadas, conceptos de tutelaje y maternidad, escenas coreográficas avasallantes, y situaciones retorcidas que harán girar la cabeza a más de uno por la extrañeza y extravagancia en la cual Guadagnino interpreta lo que para él significa el miedo. Su última película, en sus palabras la más personal de toda su carrera, aterroriza de otras maneras que el terror convencional apenas puede asir, como lo hizo Hereditary el año pasado. Suspiria es horror puro y duro, uno que se tarda su buen tiempo en preparar y estalla en un onírico y violento acto final, donde el italiano pone toda la carne al asador y entrega una brillante pesadilla que se queda grabada en las retinas. Esto no es tarea menor, pero con un elenco integrado casi en su totalidad por mujeres, que subrayan los subtextos del empoderamiento femenino y en contrapartida el exceso de poder, Suspiria sobrevive al intenso metraje de dos horas y mediacon notas sobresaliente. Y si hablamos de sobresalientes, no podemos ignorar la fuerza de la naturaleza que es Swinton, entregando con su Madame Blanc una versión aligerada de su propia persona, pero aportando un lado muy grotesco con la elusiva directora Helena Markos, y con la extraordinaria composición del psicoanalista Josef Klemperer. En la película es el desconocido Lutz Ebersdorf quien encarna al doctor, y durante toda la gira publicitaria se dijo que era un anciano en su primer papel, pero finalmente se reveló que Swinton estaba interpretando a Ebersdorf, a su vez interpretando a Klemperer. Es una movida un tanto vanidosa y la respuesta es mañosa, pero el trabajo de maquillaje es impoluto y aquel distraído no tendrá ni idea de que la extravagante Tilda y su compañero en crimen Luca se salieron con la suya una vez más. Como la angelada protagonista, Johnson tiene grandes momentos junto a Swinton, y sorprende al encarnar a un nuevo estilo de final girl que desafortunadamente no se puede explicar mejor a riesgo de caer en territorio de spoilers. Su rol es aún más jugado que el de la consagrada Tilda ya que se le requirió un extenso entrenamiento en materia de danza, que se refleja en mesmerizantes clases que roban el aliento (y en el caso más extremo, le roba la vida a una colega fugitiva en una de las escenas más escalofriantes del film) El clásico de Argento es a estas alturas inmortal, pero creo que la nueva Suspiria generará un nuevo tipo de culto. Vi la original semanas antes del estreno de la reimaginación y mas allá de su delirante fotografía y la bombástica banda sonora, no le encontré demasiado que decir o contar. Ahora, mis expectativas para con lo que había hecho Guadagnino eran extremadamente elevadas, y lo que vi fue totalmente contrario a lo que esperaba, algo alejado del género masticado por los grandes estudios, pero que no deja de tener una mano artesanal en cada plano, y un claro interés en crear una nueva versión sin pisotear un legado de cuarenta años. Simplemente relájense y entren al mundo satánico al son de las melodías de Thom Yorke, que van a quedar pasmados con lo que se encontrarán.
Suspiria: Una nueva cosecha. Esta nueva versión de uno de los clásicos cinéfilos de culto por excelencia baila en la cornisa del cine comercial, resistiéndose a ser una simple remake. Las revelaciones finales del film original sirven como premisa inicial de esta nueva versión. Más que remake o cualquier otro termino industrial de uso típico, esta es más bien una reimaginación de la clásica Suspiria de 1977 nacida exclusivamente del interés artístico del ya celebre director de Call Me By Your Name. Aunque la trama no es necesariamente lo primero que uno se preguntaba antes de ver esta nueva Suspiria: Luca Guadagnino cambia totalmente la estética de esta historia, dejando de lado lo icónico de la potente banda sonora y los estridentes colores del eterno clásico del giallo italiano. Una joven aspirante a bailarina llega a una prestigiosa escuela de danza en Berlín del Oeste, academia fundada y formada por un grupo de brujas con intenciones tan violentas como misteriosas. El misterio y la intriga son la base de este film. Desde el primer momento Guadagnino juega con una audiencia que sabe se sentó a ver la película por pura curiosidad por ver como sería esta nueva versión de una de las cintas de culto más populares en el mundo cinéfilo. No pasará mucho hasta que todo fanático comprenda que hay muy poco en común entre este y el trabajo que le dio origen. Uno de los grandes logros del italiano es justamente que la experiencia de la película acabara siendo particularmente similar haya uno visto la original o no. Como resultado, y sacando de la ecuación los sentimientos que cualquiera pueda tener sobre su desenlace, logra ser una experiencia que se mantiene atrapante durante su larga duración. Siguiendo una estructura de seis actos y un epilogo, develados apenas comenzado el film, se trata de un trabajo denso en contenido que esta completamente desinteresado en alivianar las dos horas y media para su audiencia. Agotador en más de una ocasión, es una película que sin ser definitivamente lenta sí se toma su tiempo en absolutamente todo. Una cinta que logra con relativo éxito mezclar algo de cine industrial de estudios con unas profundas sensibilidades del cine festivalero europeo. Como su director, esta nueva Suspiria disfruta de los excesos. Varias secuencias se estiran lo más posible, pero aún así hay excelentes escenas para el recuerdo; aún para los desafortunados que no estén disfrutando la experiencia en su totalidad, es en definitiva una película que seguramente disguste tanto como guste y que a pesar de eso vale mucho la pena. Intrigante y potente en su admirable ambición, es una gran obra rica en contenido para satisfacer (o irritar) a cualquier tipo de cinéfilo, incluso aquellos que busquen satisfacciones más superficiales.
Suspiria: La Danza de la Muerte. Una escuela de danza, una bailarina, una impresionante muerte. Así es, llegó a nuestros cines la audaz remake de Luca Guadagnino de la Suspiria de 1977. Para los que son fanáticos de la Suspiria (1977) de Dario Argento, tienen justamente esa película para volver a verla. Aquí no hay el mismo terror, ni música ni tensión que en aquel film, algo que puede decepcionar al acérrimo fan. En este caso la Suspiria de Luca Guadagnino toma los nombres de los personajes, la escuela de danza de renombre mundial, y una bailarina protagonista de aquella obra maestra. Ella y las demás bailarinas se verán sometidas a una pesadilla llena de arte y sangre, mientras que otras finalmente se despertarán. De todas maneras está muy alejada de la distinguida Suspiria de 1977. Sorprende la dimensión del director Luca Guadagnino el cual es capaz de dirigir una película romántica como Call Me By Your Name, y esta locura llena de atrocidades e ingenio que es Suspiria, una película que no llegará a todas las personas por igual. En la mayor parte de la película el director juega con el doble montaje. En donde falla es en la utilización de una subtrama que a veces pasa desapercibida, hasta un momento del final, con un epílogo sin peso alguno. Sin embargo el montaje en general, gracias a Walter Fasano, especialmente en las danzas malditas, están muy bien coreografiadas unidas al movimiento de cámara. Hasta brillan en varias secuencias de sueños que otorgan ese elemento divino. Sin lugar a dudas con un buen acompañamiento de la música de Thom Yorke, sin generar un miedo o tensión correspondiente, sino más bien como una compañía durante el camino al infierno. Por momentos pareciera que el guionista David Kajganich, junto al director Guadagnino, toman a varios componentes del film de 1977 y lo exageran al máximo, lleno de gore y entregando una de las mejores escenas de muertes de los últimos años. La mortal contorsión. Increíble, incómoda, dolorosa y atractiva. Asimismo complican la forma de contar una historia que tranquilamente podría ser más simple. Eso lo hace interesante, pero quizá no apta para cierto público. Con esta Suspiria apreciamos otra forma de contar una trama reconocida, con un misterio no muy revelador y hasta llegando a acariciar lo bizarro por segundos. Lo hacen a su manera, y está bien. La belleza de la fotografía (Sayombhu Mukdeeprom), junto al maquillaje, enaltece las figuras de las protagonistas, manejando de forma precisa el ambiente terrorífico que a veces nos plantean. La expresión artística en esta danza contemporánea se complementa con las grandes actuaciones de principalmente Dakota Johnson como Suzie y Tilda Swinton como Madame Blanc, Dr. Josef Klemperer y Helena Markos. Sí, hace tres personajes y todos magníficos. Todas las demás actrices no desaprovechan sus momentos destacándose, siendo parte de un maravilloso elenco femenino del cual vale la pena revisar todos sus nombres. Hay escenas que quedarán en tu mente. Hay varias que pasarán desapercibidas. Un sobresaliente diseño de producción otorga un recipiente elegante a las atrocidades que estallan en la escuela de danza. El final es una mezcla de Cronenberg con algún artista plástico de renombre. Donde todo valientemente se va al averno, y en donde fue satisfactorio llegar luego de casi 2 horas y media de película. Será un viaje ligero o estoico, eso queda en el espectador. Sin embargo hay una escasez de sustos por el diferente uso de la tensión y la música. No, no se acerca a la de Dario Argento, pero lo que es seguro es que es una película embarazosamente intrépida, entretenida, elegante y bañada en sangre.
“Suspiria”, de Luca Guadagnino Por Ricardo Ottone Meterse con un clásico no es fácil y no es sin consecuencias. Luca Gaudagnino probablemente ya se lo esperaba cuando decidió encarar la remake de Suspiria (1977), la película más célebre del más célebre de los directores del terror italiano: Dario Argento. Bajo la presencia amenazante de la Mater Suspiriorum, Suspiria fue la primera película de la Trilogía de las Madres y se convirtió en un considerable éxito de taquilla que convirtió en estrella a su director y hoy disfruta del indiscutido estatus de culto. Argento continuó la trilogía con la también clásica Infiernode 1980 (dedicada a la Mater Tenebrarum) y cerró medio a los ponchazos y muy lejos del nivel de la anteriores con La madre de las lágrimasde 2007 (dedicada a la Mater Lachrymarum). Guadagnino ya viene validado por el éxito de crítica y público de su anterior película, Llámame por tu nombre y eso, aunque generaba altas expectativas, es también lo que encendió las alarmas de los puristas al ser un director que no proviene del género de terror. Una vez exhibida su versión, fue acusada por algunos de ambiciosa, pretenciosa y hasta esteticista. Algo curioso si consideramos que ya en el original de Argento había una primacía de la forma por sobre la trama. Hay un argumento común que implica a la joven aspirante a bailarina Sussie Bannion (Dakota Johnson), llegando de Estados Unidos a Alemania para estudiar en la academia de danza dirigida por Helena Markos, lugar que esconde el refugio de un aquelarre de brujas. Pero a esta base se le cambian algunos elementos y agregan unos cuantos nuevos. Prueba de ello son sus 152 minutos de duración, una hora por encima del original. Un elemento nuevo importante es la interna dentro de la propia escuela, dividida por una disputa de poder entre Helena Markos, quien permanece entre las sombras y reclama ser la Mater Suspiriorum, y Madame Blanc, a cargo del legado artístico y rostro visible de la institución, quien pretende que unas cuantas cosas cambien. Ambos personajes son dos de los tres interpretados por Tilda Swinton. El tercero es un psicoanalista, el Dr. Josef Klemperer, que la tiene irreconocible bajo la caracterización y una enorme capa de maquillaje. La ubicación de la escuela cambia de Friburgo a Berlín mientras la acción se mantiene en 1977, con lo cual la remake pasa a ser una película de época y la locación adquiere un peso diferente, que es el de la Berlín dividida. El realizador la aprovecha en su dimensión política: la de la guerra fría, las cicatrices todavía presentes de la segunda guerra mundial y los atentados de la banda Baader-Meinhoff. Este contexto agrega un factor de turbulencia, de incertidumbre y peligro también en el afuera, con el Berlín dividido como expansión de la división en la propia escuela y el doble juego de algunos personajes. Mientras tanto, David Bowie, quien en esos momentos estaba trabajando en su trilogía de Berlín, observa desde los posters en las paredes. Ambientada en los 70, y haciendo uso de recursos propios del cine de la época,Suspiriamodelo 2018 es una película contemporánea que trata con temas actuales. Todo el tiempo está presente el tema del sometimiento de la mujer y el intento de liberarse. Los hombres son incapaces de creer, y menos comprender, lo que está pasando y todas las intervenciones masculinas en busca de imponer o restaurar un orden terminan en el fracaso y la impotencia. En ningún lado más claro que en la escena en que las brujas reciben y manipulan a su antojo a un par de policías y se burlan de sus atributos. La escuela está habitada y gobernada por mujeres autónomas que prescinden de los hombres y a lo largo del film son ellas las que ejercen el poder y las que van a decidir cómo se resuelve el conflicto. Según el director afirma, la influencia de Argento fue la de tomar su audacia, su interés en experimentar con los recursos del cine. Por eso, aunque hay algún guiño a los fans del primer film, como el de la aparición de su actriz protagónica, Jessica Harper, en un papel que en aquél no existía, Guadagnino no pretende reproducir su trama, y tampoco intenta replicar el estilo de Argento. En vez de aquellos colores vivos de intención no naturalista, Guadagnino despliega una paleta de colores apagados, mayormente rojos, marrones y beiges, y en otras ocasiones, colores fríos, grises y mucha oscuridad y penumbra. Una estética que es claramente setentista pero que a su vez remite a otros setenta, los del cine europeo de la época, como en el Nuevo Cine Alemán, -y ahí está como testigo Angela Winkler, actriz recurrente de Volker Schlöndorff y Margarethe von Trotta, como una de las docentes/brujas a cargo de la academia.- pero también remite a autores salidos del otro lado del muro, (aunque hayan filmado en este) como Roman Polanski (sobre todo en El Inquilinode 1976) y el Andrzej Zulawski de Una mujer poseída(1981), otro film intenso y alterado, ambientado en Berlín con el muro como fondo omnipresente y el intento fallido de controlar y dominar el cuerpo de la mujer. La música es también protagonista, pero a la psicodélica, siniestra y estridente banda sonora de la original, a cargo del grupo progresivo Goblin, se contrapone la tenue y melancólica música de Thom Yorke, líder de Radiohead. Como film de terror no defrauda, su puesta en escena es compleja, cautivante, y mantiene el interés a lo largo de sus dos horas y media. Aun sin antecedentes, Guadagnino conoce el género y sabe cómo jugarlo. Hay climas, densidad, tensión y cuando es necesario no le escapa al shock y a la sangre. Y sabe además cómo introducirlas. Las escenas de danza están siempre enganchadas a los momentos de terror. El éxtasis del baile corre junto a la agonía de la mortificación de la carne y los cuerpos desgarrados. El refinamiento convive en el mismo plano con el desborde. El gore y el splatter irrumpen y lo que empieza con sutileza acaba en una orgía de huesos rotos, tripas colgando y sangre manando a borbotones. Y sí, probablemente es un film ambicioso, incluso pretencioso, pero que claramente tiene con qué. Guadagnino hace una remake bastante libre, es decir, hace su propia película. No trata de copiar a Argento y sin embargo logra ser fiel a su espíritu, el de su libertad creativa. SUSPIRIA Suspiria. Italia, Estados Unidos. 2018 Dirección: Luca Guadagnino. Intérpretes: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Chloë Grace Moretz, Mia Goth, Jessica Harper, Sylvie Testud, Angela Winkler, Malgorzata Bela, Renée Soutendijk, Ingrid Caven. Guión: Dave Kajganich, sobre personajes creados por Dario Argento y Daria Nicolodi. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Thom Yorke. Edición: Walter Fasano. Dirección de Arte: Merlin Ortner, Monica Sallustio. Diseño de Producción: Inbal Weinberg. Distribuye: BF Distribution. Duración: 152 minutos.
Un “suspirio” de alivio. Una historia en seis actos y un epílogo en la Berlín dividida. Así sin más, abre Supiria de Luca Guadagnino, que le debe sus bases al film homónimo de 1977 del director italiano Dario Argento, pero que en forma y búsqueda se aleja del original para contar una historia que poco se relaciona con el clásico de horror. Si bien en los primeros minutos del film se deja establecido que esta es una historia sobre brujas, la misma se ve envuelta y relacionada al contexto político de la época, la conflictiva Berlín de finales de los 70, y la visión artística centrada en la danza, lo cual hace que la idea de la prestigiosa compañía de danza, que secretamente es un aquelarre de brujas, no esté ligada al género de terror sino más bien al suspenso sensorial y estético que crea Guadagnino con sus imágenes. El protagónico se encuentra dividido, al igual que la Alemania en medio de los actos revolucionarios de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), entre la joven chica norteamericana Susie Bannion (Dakota Johnson) y el psiquiatra Josef Klemperer (Tilda Swinton bajo el seudónimo Lutz Ebersdorf). Cada uno respectivamente se adentrará en los turbios secretos detrás de los muros de la academia Helena Markos, a la vez que deberán comprender y aceptar la oscuridad interna y propia del ser humano. Con una estética y un rimo pertenecientes al cine europeo de autor, en sintonía con la forma e inquietudes temáticas del director alemán Reiner Werner Fassbinder, Guadagnino explora las complejidades humanas de sus personajes con gran sensibilidad estética, sin nunca dejar de lado el misterio y la extrañeza que surgen de las cautivadoras imágenes que utiliza para describir a los personajes, los espacios y la pasión por la danza. La expresividad corporal, los movimientos y el diseño coreográfico son tratados como un elemento provocativo que terminan por transmitir el poder mágico del aquelarre. Los cortes rápidos, el uso del zoom directo hacia inquietantes rostros y la composición de planos enigmáticos hacen que las imágenes escogidas realicen su propia danza que hasta por momentos logra hacer sucumbir al espectador bajo su hechizo de atracción. El mismo solo es interrumpido por el montaje paralelo o los buscados cortes abruptos de escena. Incluso la música compuesta para el film por Thom Yorke, algo que en principio parecía que no funcionaría por el estilo del cantante de Radiohead, se complementa con la extrañeza creada, logrando que todo el conjunto se desenvuelva despertando preguntas en el espectador y estimulando su experiencia; aprendiendo de la misma y dejándose entregar a ella como Susie lo hace ante la brujería artística de Madame Blanc (Tilda Swinton una vez más) y el resto de sus hermanas. El elemento divisorio como un personaje más del film se haya presente también en la problemática interna del aquelarre, en el cual algunas de sus integrantes están decididas a que Madame Blanc sea la líder y otras optan por seguir bajo el mando de la moribunda Helena Markos (Tilda Swinton, la tercera es la vencida). De esta manera, y con el conflicto político de fondo siempre presente, el director dialoga acerca de los tiempos de crisis en la forma de la oscuridad más sobrenatural que se ve afectada a través de los distintos terrenos que el film explora; por momentos funcionando a la perfección y por otros obteniendo un exceso de elementos estéticos y narrativos que dificulta la experiencia y que, con algunas de sus elecciones, provoca a la vez una división en la opinión del espectador. Lo cierto es que, tanto en sus logros como en sus fallas, dos columnas que cimientan al film y entre las cuales alterna balanceándose reiteradas veces, Suspiria logra adentrar a quien la ve en la profundidad de sus temas. Explora las culpas y deseos transmitiendo el sentir de los personajes a través de la búsqueda artística y de cómo ésta puede variar entre la luz y la oscuridad dependiendo de las manos y el talento de quien haga uso de ello. Las distintas lecturas a las que invita el film, dentro de su extrañeza que invade la pantalla como las bellas imágenes alegóricas que son enviadas dentro de los sueños de Susie y la poderosa puesta en escena que interpretan las bailarinas, son unificadas dentro de los temas que son abordados dándoles una coherencia y orden que permite que funcione en cada uno de ellos. Algunos tal vez más entendibles que otros pero que en su forma se sienten parte de un todo, y eso mismo hace que el entendimiento y el goce obtenido por el film se extienda largo tiempo a medida que es procesado por cada quien. Las enseñanzas de Madame Blanc con la creación de la pesadillezca danza “Volk” repercuten en la idea y la forma de dejar todo para ser parte de la grandeza artística, incluyendo lo bueno y lo malo, llenando cada espacio de nuestro cuerpo con la obra en cuestión que nos hace trascender y elevarnos por sobre el resto. El director nos habla de ello en distintos niveles, como es el hecho de la bruja líder que desea habitar en Susie o a través del hombre de ciencia que transforma su visión de lo que conoce y lo esotérico, haciendo una relectura del pasado y las culpas cargadas consigo. Tal vez, el hecho de que el film busque cubrir todos los espacios posibles para brindarle una fuerte carga de mensaje que resalte todos los elementos importantes, hace que en parte el relato se sobrecargue y pierda su centro por momentos, sobre todo en su diabólico climax final. No obstante, al hacerlo también se incluye todo el encanto estético y analítico que lo vuelve un film mucho más rico y reflexivo que el original, el cual resulta vacuo en comparación. El embrujo audiovisual que supone Suspiria dota a su historia de los condimentos necesarios para que en su totalidad el film se vea transformado en un círculo absoluto que no empieza ni termina nunca. Todo comienza y termina formando parte de lo mismo, de la mirada de un esteta y hedonista como lo es Luca Guadagnino quien logra hacer trascender a sus personajes desde el plano de la ficción, a su público desde el plano sensorial y cerebral y por último a su propia obra como manifiesto del orden y desorden que yace en toda creación. El film se carga de muchos niveles de sentido y con ello se lo dota de sustancia y profundidad, haciendo que para aquellos que lo disfruten “suspirien” aliviados de ser testigos de tan hermosa obra.
"Suspiria", dirigida por Luca Guadagnino, basada en la clásica película italiana de terror de Darío Argento de 1977. Una bailarina estadounidense busca crecer en la profesión y así lograr su sueño que se encuentra en Berlín. Viaja allí y logra entrar a la aclamada compañía de ballet Markos. Susie (Dakota Johnson) impresiona a todos con su forma de bailar, en especial a Madame Blanc (Tilda Swinton), quien será su profesora. Al entrar instantáneamente se hace muy confidente de Sarah, quien le pedirá su ayuda para averiguar que pasó con su desaparecida compañera Patricia (Chloe Grace Moretz).
Cuando se dio a conocer la noticia de que se estaba desarrollando una nueva versión de la obra maestra de Darío Argento, la más popular y la primera de la llamada Trilogía de las Brujas, muchos amantes del género ya comenzaban a preparase para lo que sin lugar a dudas sería un cataclismo en la historia de los remakes cinematográficos. Pero si hay alguien que comprende como ningún otro cómo construir adaptaciones y reversiones respetando el espíritu de lo original y añadiendo su propia impronta, ese es el italiano Luca Guadagnino. Luego de dirigir destacados filmes como A Bigger Splash (2015), basada en la película La Piscine de Jacques Deray, y la popular Call Me by Your Name(2017), inspirada en el libro homónimo de André Aciman, el cineasta emprende la difícil tarea de llevar la psicodélica y brutalmente elegante historia de las brujas de vuelta a la gran pantalla. En la superficie, la sinopsis de Suspiria(2018) resulta idéntica al giallo de Argento, aunque el guion a cargo de Dave Kajganich(The Terror) presenta varios aportes enmarcados en el contexto político postSegunda Guerra Mundial y la sexualidad de la mujer. Todo comienza cuando la joven norteamericana de familia menonita, Susie Bannion (Dakota Johnson), recibe una beca para estudiar danza en una prestigiosa academia ubicada en Berlín y dirigida por Madame Blanc (Tilda Swinton). Al llegar, Susie descubre que la bailarina principal del elenco, Patricia (Chloë Grace Moretz), ha desaparecido misteriosamente y algo indica que la academia podría estar involucrada en este suceso. Las cosas se tornan aún más misteriosas cuando una compañera le confiesa que Pat había hallado un terrible secreto. La Suspiria deGuadagnino logra destacarse gracias a sus acertada distinción de la original, tanto en el aspecto estético como narrativo. Si el clásico italiano lograba introducir al espectador en una versión tétrica y sangrienta de Caperucita Roja, este nuevo film intenta correrse un poco de esta fantasía impregnando de realismo el relato a través de una subtrama histórica y diversas alusiones al terrorismo alemán de los ’70 encabezado por la Fracción del Ejército Rojo. En sintonía con esta decisión, aquí los colores hiperdilatados característicos del expresionismo de Argento son reemplazados por distintas tonalidades de grises, junto con las sombras que le otorgan ese pertinente aura misterioso y lúgubre de época. Las secuencias más sugestivas de esta nueva entrega se desarrollan durante las coreografías de las jóvenes estudiantes de la academia. A través de electrizantes danzas acompañadas por sutiles juegos de cámaras, las bailarinas se entregan inconscientemente a sus deseos sexuales y agresivos más profundos, haciendo de este espectáculo un siniestro ritual de brujería. En cuanto al elenco, cabe mencionar que aquí se ha optado por una reparto coral con una perspectiva mucho más amplia. Mientras que en la cinta original todo el peso dramático recaía en la joven protagonista (interpretada porJessica Harper, quien aquí tiene una pequeña participación), en este film los personajes secundarios ejercen un rol clave. Si bien Dakota hace un excelente trabajo como esta mujer ingenua, pero ambiciosa, que descubre su propia fuerza indomable y carnal luego de años sumida en una familia conservadora, la performance de Swinton interpretando a tres personajes distintos resulta impetuosa y logra robarse gran parte de las escenas. Podemos decir con total seguridad que el acto final del remake de Suspiria representa una de las escenas más bellas, surrealistas y memorables que nos ha brindado la pantalla grande en los últimos años. Y cuando nos referimos a los bello hablamos de aquel encanto que produce lo oculto, lo irracional, aquello que solo podemos comprender a través de los sentidos. Todo esto acompañado de las melodías melancólicas de Thom Yorke, vocalista de Radiohead, logrando así una perfecta armonía entre lo perturbador y lo hechizante, una síntesis que tan magníficamente había plasmado el cineasta italiano en 1977. La versión de Guadagnino y Kajganich es un relato majestuoso e inquietante, cuya mayor virtud radica en la creatividad y el empeño por intentar añadir otros aspectos a esta poderosa historia. Una experiencia sensitiva como pocas, que fascinará a todos aquellos fanáticos del terror dispuestos a sumergirse en esta pesadilla con ecos de realidad.
Susie se une a prestigiosa compañía de baile en una Berlín post guerra. Lo que es un sueño hecho realidad para la joven bailarina, se convierte en una pesadilla para su amiga Sara, tras seguir la pista de Patricia (otra estudiante que abandonó el establecimiento). Ahora Sara y un anciano psicólogo, Josef Klemperer, deberán sacar a flote lo que en realidad pasa en la escuela de ballet. Luego de las quejas iniciales, posteriores dudas y finalmente, cierto hype, llega a nuestros cines la nueva versión de Suspiria, aquel clásico del terror dirigido por Dario Argento; esta vez con Luca Gudagnino en la silla de director. Lo primero que debemos decir, es que aquellos que esperan encontrarse con esos tan odiosos remakes que son un calco fotograma por fotograma de la obra original, vayan sacándose esa idea de la cabeza, porque el realizador italiano hizo bien los deberes, y le supo dar la suficiente distancia a su versión de Suspiria, como para que difiera el film de Argento, pero manteniendo la esencia del mismo. Otro gran acierto radica en la dirección de actores. Desde la siempre insípida Dakota Johnson (quien da su mejor actuación hasta el momento), hasta una brutal Tilda Swinton(quien compone a tres personajes, uno de ellos hombre), todo el elenco está a la altura de una película tan esperada. Quizás decepciona un poco el rol de Chloe Moretz, quien apenas aparece diez minutos en pantalla, cuando era una de las caras promocionales de la cinta. Pero donde radica el mayor acierto de Suspiria, es en su fotografía. Es de esas obras (nunca mejor usada la palabra) que son obligación verlas en un cine para poder disfrutar del poderío visual que tiene la película. Ya sea en esos fríos exteriores, como en los perturbadores y casi claustrofóbicos interiores; uno podría parar la cinta en cualquier momento, y obtener un cuadro digno de colgar en nuestras casas. Igual no todo es perfecto en Suspiria. La película se torna larga por momentos y las dos horas y media de duración se sienten; sobre todo cuando la historia se centra en un personaje que no vamos a nombrar; pero que, si lo sacamos de la trama principal, todo funcionaria igual. Suspiria es de esos remakes que valen la pena que se hagan. Ya sea por su fotografía, actuaciones, o un clímax plagado de gore, tiene los elementos suficientes como para valerse por sí misma, y no ser otro intento de colgarse de la fama de una película querida de antaño. Todo un logro en los tiempos que se corren, viendo que se remekea todo lo que se tiene a mano.
Un clásico del terror que está en la historia del cine y una reinterpretación que parte de esa obra de Darío Argento pero se libera del homenaje. Luca Guadagnino hace algo distinto, personal con muchas ideas atractivas y un metraje extenso que compone un film que atrae, inquieta, tiene puntos de tensión e imágenes únicas. El director (el mismo de “Llámame por tu nombre”) y su guionista David Kagjanich (“El Terror” en AMC) forman una dupla creativa para tener en cuenta. Una de las ideas más atractivas que manejan los realizadores es esa mirada sobre las brujas, el poder femenino antes de las religiones monoteístas que relegaron por siglos el papel de la mujer en sus roles de deidades. Eran y son las que tenían un saber muy antiguo utilizado por poderes más modernos como el nazismo. Esa sociedad de mujeres, con luchas en distintos bandos, que atraviesan lo que ocurre en el exterior, las culpas por el pasado, los ecos de las acciones de la banda Baader-Meinhof, y una renovación de mandos. De todo eso habla el film que se toma su tiempo para el desarrollo. Son seis actos y un epílogo. Pero la película tiene momentos de belleza terrorífica única, los bailes, la tortura de una bailarina que deforma su cuerpo en torsiones que la danza le produce, los juegos de espejos, la tensión y la belleza para provocar conmoción. Y también tiene excesos como un gran final operístico y recargado que se atenúa apenas con una reparación emocional. Y una mención aparte merece ese elenco tan entregado de bailarinas y actrices con una entrega estremecedora. Tilda Swinton es la profesora severa y temerosa después, una suerte de Pina Bauch, pero también tiene otros roles bajo capas y capas de maquillaje: es el psicoanalista que intenta un camino racional con sus pacientes alteradas y sus cuentas pendientes y uno más que quedará para descubrir… Dakota Johnson liberada de las “sombras”, amada por el director brinda un buen desempeño trasformador. Chloe Grace Moretz en un corto e intenso rol. Y una aparición de Jessica Harper del film de Argento. Con una fotografía de grises y negros, la música de Thom Yorke (Radiohead) se redondea un film interesante, seductor, por momentos imponente, con otros menos logrados, que hay que ver.
Una propuesta cinematográfica con identidad propia que expone a la remake como forma de arte. El concepto de remake ha atraído más detractores que adeptos. La mayoría de las veces es un intento desesperado de las cabezas de los estudios por seguir haciendo dinero con una propiedad preexistente, con la excusa de acercar un clásico a nuevas generaciones, o llevar una gran película extranjera a otro público que le encantaría apostar por esa historia, solo que no quieren ir al cine a leer (en el caso de los espectadores norteamericanos, claro está). Pero hay ocasiones en donde la remake puede ser una forma de arte. Esta puede ser derivativa, como tomar un clásico del cine blanco y negro y copiarlo cuadro a cuadro pero a color, o una completamente más noble como tomar la premisa base de aquella película, tomar nota de algunos de sus simbolismos y encontrar un tema que permita llevar ese exponente de género un paso más lejos. En definitiva: ser su propia cosa, que es a lo que apunta Luca Guadagnino con su Suspiria Una bestia con identidad propia La película goza de un extenso desarrollo de personajes, valiéndose más de gestos visuales que de los diálogos para sustentar ese desarrollo. Salta a la vista a dónde fueron a parar esos 60 minutos extra que esta versión tiene respecto de la de Darío Argento. Percibimos a la Susie Bannion de esta versión no como una final girl, sino como un personaje mucho más profundo: vemos de dónde viene, vemos cómo su fuerte crianza religiosa hace mella en ella, y vemos cómo utiliza al baile para exorcizar todos los demonios que lleva dentro. Esto llega a buen destino no solo por el guion, sino por una Dakota Johnson que actúa con un rango expresivo amplio (felicidad, sensualidad, timidez, pasión), pero particularmente utilizando todo el cuerpo. La violencia retratada en la película es de una índole más física que sanguínea. En particular durante una secuencia donde se alterna la contorsionada muerte de una joven, en paralelo a una tan elaborada como fluida coreografía de baile por parte de la protagonista. Contorsión que será la gran fuente de momentos de tensión en el film, sostenida hasta un clímax donde sí será sangriento, pero con un tono alucinatorio que dará que hablar mucho después de haber abandonado la sala. Podemos hablar largo y tendido sobre las diferencias estilísticas y narrativas que tiene esta versión respecto de la Suspiria de Argento (que se prueban abismales desde la primera escena), pero hay un detalle que confirma a esta versión como un animal diferente, como su propia cosa: el tema de la maternidad presente en la forma de varios simbolismos a lo largo del film. La culpa de Susie respecto de abandonar a su madre biológica para seguir su sueño, y la madre sustituta que encuentra en su profesora Viva Blanc (Tilda Swinton). Como si la culpa y la protección no fueran suficientes, se podría decir que estos simbolismos adquieren ribetes hasta religiosos. En una escena, Blanc le dice a Susie que la escuela de baile es un gran cuerpo y ella debe elegir qué parte del mismo desea ser. Tras oír opciones como la cabeza, las piernas o el sexo, Susie, sin dudarlo decide que quiere ser las manos… un gesto que podría ser interpretado como las manos de una madre sanadora. El contexto histórico también es un protagonista; no se limita a ser solo un decorado bonito. Las turbulencias políticas del Berlín de 1977 funcionan como una alegoría de lo que ocurre en las catacumbas de esta escuela. Suspiria es una remake que se aleja completamente de su original, pero cuando se la analiza en sus propios términos, el resultado es un notable ejercicio de personaje; perturbador, psicológico, rico en simbolismos, y con un subtexto que obliga al espectador a involucrarse activamente.
Cuando las brujas arman otro aquelarre Lejos de respetar las escrituras sagradas del original, el director de Llámame por tu nombre filmó una película distinta. Atrevimiento: esa es la palabra que mejor define la decisión del director italiano Luca Guadagnino de filmar un remake de Suspiria, la obra maestra del giallo a la que Dario Argento le puso su firma en 1977. Atrevimiento en todas sus acepciones. Por un lado, porque hace falta valor para atreverse a dar ese paso tras haber tocado el cielo con las manos con su trabajo anterior, Llámame por tu nombre, un drama sobre un adolescente que despierta a su primer amor homosexual, que sorprendió con varias nominaciones a los Oscar en 2017. A priori no parece haber nada más alejado de esa película (delicada, sensible, naturalista) que Suspiria, la original, un film de terror que se hace fuerte en el artificio y la exageración. Pero también se puede pensar ese atrevimiento desde el extremismo del fanático, como insolencia, como lisa y llana caradurez: ¿qué tiene que hacer este tipo, que dirigió esa novelita rosa, con un clásico intocable y genial como la Suspiria de Argento? Por supuesto que llama la atención el contraste entre el trabajo que encumbró a Guadagnino en la meca del cine y este segundo paso a nivel global, que para nada aparece como el más lógico. Y por supuesto que también tiene el derecho de meterse con Suspiria y con todo lo que se le antoje, si a priori hasta contó con el aval del propio Argento como productor y en este caso no hay voz más autorizada que la suya, por más que los fanáticos pataleen. Y no caben dudas de que van a patalear, porque lejos de respetar las escrituras sagradas del original, Guadagnino filmó otra cosa, lo que se le ocurrió, una película distinta. Otra película. Algo que dicho así parece una obviedad, pero que quizá no lo es tanto para aquellos que pagan la entrada esperando encontrarse con la misma película de hace 40 años. Y no. No queda nada de aquella puesta en escena deliberadamente irreal, con decorados sobrecargados, actuaciones ídem y una paleta de colores puros y saturados, entre los que predominaban el verde, el azul y sobre todo el rojo. Nada de esa banda sonora exasperante y frenética, pero también sugestiva y amenazadora. Guadagnino se aparta de todo eso con un solo e inesperado movimiento: el de poner un pie sobre la realidad. Aunque el relato está ambientado en Alemania en 1977, como el original, el modelo 2018 se preocupa por establecer cuál es el mundo en que se desarrolla su historia. Una Alemania dividida entre el este y el oeste, golpeada por la violencia revolucionaria de la década de 1970, donde agrupaciones como la famosa Baader-Meinhof ponían bombas y tomaban rehenes por todas partes. Una ciudad de Berlín gris, arratonada, en la que la presencia del muro impone su aura opresiva a la vida cotidiana. Con valentía, Guadagnino avisa desde el minuto cero que se tomó muy en serio eso de destruir el original. Tanto, que revela en las primeras escenas un detalle que en la película de Argento recién tomaba forma en el último tercio. La protagonista, Suzie Bannion, llega desde los Estados Unidos a una prestigiosa academia de baile que resulta ser el hogar de un aquelarre, cuyas brujas utilizan ese espacio para conseguir chicas jóvenes para usar en sus rituales secretos. Pero descubierto el truco final, ¿hacia dónde se dirige Guadagnino? Eso está por verse, pero no en estas líneas, sino en el cine. El director italiano reordena las piezas, agrega, aumenta, arboriza para convertir lo que era un simple cuento de terror en una película que quiere mostrarse compleja e inteligente. Es ahí donde tal vez Suspiria muerde la banquina de sus propias pretensiones y patina. El desliz de Guadagnino no está en la sana búsqueda de apartarse de la obra que se propuso adaptar, sino en recargarla con subtramas que tienen la intención declarada de alcanzar el estatus de subtextos. Y, como si no confiara en la capacidad del espectador para tejer por sí mismo una red con esas referencias, el guión necesita hacer pie en lo explícito. “Todo es un desastre: lo de afuera, lo de adentro”, dice en un momento la protagonista, tratando de que a nadie se le escape el supuesto vínculo entre lo que ocurre en el interior de la academia de baile (la historia fantástica) y lo que ocurre en las calles de Berlín (las citas históricas). Igual que el “chiste” de poner a Tilda Swinton a interpretar tres papeles distintos, el pecado de la nueva Suspiria no radica en tratar de ser distinta de la de Argento, sino en su vanidad, en el esfuerzo por dejar su atrevimiento bien claro, para que todo el mundo lo note y se maraville.
Siempre vi a Suspiria, de Darío Argento, como una versión retorcida y macabra de Alicia en el País de las Maravillas. En su obra maestra de 1977 el realizador italiano jugaba bastante con esa impronta de cuentos de hadas oscuro que estaba muy presente en su narración. Nos referimos a una producción muy apreciada por los amantes del género de terror que representó la primera entrega de la denominada Trilogía de las Tres Madres, que continuaría en Inferno (1980) y The Mothers of Tears (2007). A diferencia de la obra original, la remake del director Lucas Guadagnino fue un fracaso comercial que no pudo recuperar su presupuesto moderado de 20 millones de dólares y la recepción en la prensa resultó muy polarizada. Algunos la catalogan como una película completamente superior a la de Argento y para otros es un bodrio que no merece mayor atención. En lo personal creo que es una experiencia interesante a la que recomiendo darle una oportunidad siempre que tengas bien claro lo que vas a ver. La nueva versión de Suspiria no es un pasatiempo para desconectar el cerebro con un entretenimiento ligero, como podría brindar la inminente Feliz día de tu muerte 2. El film de Guadadigno demanda atención del espectador y por sobre todas las cosas paciencia. En principio lo que rescato de este estreno es que se desarrolla por la vía en que para mí deben encaminarse las remakes. Muy especialmente cuando se trata de un clásico relevante. El director de Call Me by You Name evitó copiar la obra de Argento para trabajar la misma premisa argumental desde una perspectiva diferente. La nueva interpretación de Suspiria le otorgó una mayor complejidad a la historia y desarrolla con más detalles el origen de la bailarina Susie Bannion, interpretada por Dakota Johnson, quien está excelente en este rol. Por lejos lo mejor que vi de ella en el cine hasta la fecha. El conflicto en esta oportunidad se desarrolla en un instituto de danza de Berlín en 1977, donde el período político de ese país tras la posguerra tiene un vínculo relevante con la recordada agrupación de brujas. En términos generales la remake es más sofisticada que la original por el modo en que desarrolla las relaciones entre los personajes principales. Desde los aspectos visuales el film de Guadadigno también se aleja de la obra de Argento, donde esa fotografía especial con colores saturados, que hizo famosa a esa producción, en este caso es reemplazada por una estética más oscura que trae al recuerdo el cine de los años ´70. En lo referido al reparto, además de Dakota Johnson sobresalen Mia Goth y muy especialmente Tilda Swinton, quien interpreta tres personajes, entre los cuales Madame Blanc es el más destacado. Un detalle fascinante de este film es el modo en que el director utilizó las secuencias de danza como un instrumento más de la narración en la trama. Las escenas de baile en esta remake juegan un papel fundamental en la interacción de los personajes y es una adición original que no tenía el film de Argento. No recuerdo en este momento otras películas que pudiera generar tensión y situaciones de horror a través de una danza. El tema con Suspiria es que si bien presenta una reimaginación muy original del clásico de 1977, el foco del relato se va por las ramas debido a la ambición desmedida de su director. En su intención por abarcar tantos temas en un mismo conflicto esta producción resulta algo pretenciosa. Hay un exceso de subtramas y tópicos que no aportan nada y extienden la duración del film de un modo innecesario. No hay razón de ser para que esta película dure 153 minutos, que encima se hacen eternos. Todo el tema de la culpa alemana tras el nazismo en el contexto de la posguerra y el poder del matriarcado que pretende analizar el cineasta no termina por conducir a nada ni ofrece alguna reflexión relevante. Por otra parte, la excentricidad que Tilda Swinton interpretara a un psicólogo anciano tampoco funcionó. Sus apariciones llaman la atención por el hecho que es un hombre que habla con la voz femenina natural de la actriz. Toda la subtrama de ese personaje se podía haber eliminado y Suspiria tenía un relato mucho más dinámico. Aquellas escenas donde el director se mete de lleno en el género de horror llegan a ser muy efectivas e intensas, pero llegan tarde y para ese momento uno desea que la película cierre la historia de una vez. Guadagnino tuvo la buena intención de hacer algo diferente y eso es muy valorable. Sin embargo, con un guión más enfocado en la premisa central, sin tanto divague político, la remake de este clásico podría haber sido muy superior.
Cuando se anunció ésta película, muchos cinéfilos (entre los cuales me encuentro), dijimos: “¿Es realmente necesario? ¿Hace falta una remake de uno de los mayores exponentes del cine de terror?”. Y me encanta que me hayan tapado la boca. La nueva Suspiria no solo es genial, sino que además es otra cosa, se distancia de la original de Dario Argento, aunque manteniendo un par de elementos claves. En esta oportunidad el que se sienta en la silla de director es Luca Guadagnino, quien hace poco nos brindó la espectacular Call me by your name (2017). Lo que genera aquí es fenomenal. Es aterrador en el sentido más estricto de la palabra desde lo visual. Las imágenes son perturbadoras, y hay algunas escenas que cuesta verlas, sobre todo en el climax. El film está muy bien narrado, con una fotografía cautivadora. Lo único que le objeto, en comparación con la cinta original, es la dirección de arte, escenografía y colorimetría. Cada plano de la película de Argento era un deleite innovador para los ojos. Aquí no sucede lo mismo, pero tampoco se lo busca. En lo que sí es muy superior es en el elenco. Tanto Dakota Johnson como Tilda Swinton hacen un laburo increíble. Se transforman, y contagian miedo y desesperación. Nos encontramos ante una película de terror diferente, muy difícil de emparentar con otras, ya sean clásicas o modernas. Es rupturista, y va a desacomodar al espectador. Incluso al fan del género. Esto se debe a que tiene más capas que una simple película de este estilo. Es para ver más de una vez y analizarla tranquilo. Suspiria deja la vara bien alta en la materia, y dudo que pueda ser superada este año por otra propuesta.
Junto a “Rojo profundo” e “Inferno”, “Suspiria” es una de las obras cumbres del maestro del terror italiano Dario Argento. El film sobre una estudiante perdida en los diabólicos vericuetos de una escuela de danza tal vez no tuvo mucho sentido desde un punto de vista lógico, pero aquella etapa del cine de Argento era pura imagen, empezando por algunos de los impresionantes más alucinantes de la historia del cine. Pensar en una remake de “Suspiria” era, desde el vamos, un despropósito, más aún cuando la nueva película de Luca Guadagnino dura casi dos horas y media, lo que implica o casi una dimensión épica, o una total falta de contención y pulso narrativo. La nueva “Suspiria” tiene varios cambios que llevan a esta duración. Por ejemplo, está ambientada entre las dos Alemanias de la época de la Guerra Fría, con detalles de la vida en el mundo comunista e inclusive del terrorismo del lado capitalista de la Cortina de Hierro. Lamentablemente estos detalles no suman mucho, y lo que queda de interés es una variación de la misma historia de los hechos horripilantes en la escuela de danza. Curiosamente, aquí está el único punto interesante de esta nueva versión: la fusión entre el ballet avant-garde y el terror gráfico y gore, que es convincente y le da un nuevo sentido a esta “Suspiria”. Pero, casi todo lo demás casi nunca llega a convencer.
Sin duda, Suspiria es una de las películas más fascinantes de Darío Argento. Y también una de las mejores películas de terror de los ’70, una década privilegiada para el horror en el cine. Para muchos, es su obra maestra – aunque, a decir verdad, Inferno compite cabeza a cabeza, y hasta quizás es mejor. Entonces, ¿qué necesidad había de hacer una remake? El primer motivo es obvio: con el marketing adecuado, se podría ganar mucho dinero. O no. Porque la apuesta es muy arriesgada. Segundo motivo: porque podría ser un gran proyecto para que se luzca un cineasta ambicioso. Más precisamente, un director de cine de autor o de mainstream con rasgos de autor. Y esto también tiene riesgos importantes. Sea como fuere, Lucas Guadagnino, el director de El amante, A Bigger Splash y la oscarizada Call Me By Your Name, dijo que hizo su remake de Suspiria pensándola como un homenaje inspirado en su experiencia como espectador, siendo adolescente, al ver la original. Lamentablemente, resultó ser un homenaje no correspondido ya que al propio Argento no le gustó nada y expresó que Guadagnino traicionó el espíritu de su película. Y tiene razón. Porque la Suspiria de Argento es un giallo demente, un cuento de hadas atemporal y barroco lleno de muertes sangrientas, una película de terror desmesurada y visceral. Estéticamente, tiene una puesta en escena formalista, con una paleta de colores primarios y furiosos, y un diseño de producción casi surrealista. Es una ensoñación bellísima. En cambio, la remake es más un thriller de un realismo estilizado que una película de terror desaforada. También es un relato contemporáneo que incorpora una mirada histórica, social, política y feminista. Tiene un par de muertes impresionantes, muchísimo gore en la larga escena del clímax, y un muy buen uso de los efectos especiales. Su tono es frío y desapasionado, muy acorde a su desaturada paleta de colores de grises, verdes y ocres – excepto cuando un rojo encendido tiñe los trajes de las bailarinas e inunda toda la secuencia del clímax. De ensoñación, ni hablar. Pero las escenas de danza sí impactan, sobre todo en su montaje tan exacto y contundente. En síntesis: es una película muy diferente. Pero no necesariamente por eso tiene que ser mala. Porque no todos sus cambios son negativos en sí mismos. Es un mérito que Guadagnino no haya intentado copiar la estética de Argento, ni en sus colores ni en su deliberada artificialidad. ¿Qué sentido tendría hacerlo? La presencia del contexto social y político podría haber sido un acierto. Del mismo modo, hacer de la naturaleza de la danza uno de los centros de la narrativa, tal vez representando así el poder demoníaco de las brujas, no es una mala idea. Lo que pasa en esta Suspiria que hace que sea tan visiblemente mediocre es algo mucho más elemental: no funciona en sus propios términos. Es decir, mucho de lo nuevo está mal hecho. Al menos durante casi toda la segunda mitad. Considerando que este homenaje fallido dura 150 minutos (versus los 100 minutos de la original), la mitad es mucho tiempo. Todo transcurre en Berlín, antes de la Reunificación Alemana, en 1977 (el año del estreno de la Suspiria de Argento) durante el período conocido como el otoño alemán, cuando terroristas de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) secuestran a Hanns-Martin Schleyer, destacado dirigente empresarial alemán y antiguo oficial del nazismo. Apenas semanas después se produciría otro secuestro: el del vuelo LH181 de Lufthansa por parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina bajo la dirección de miembros de la RAF. De ahí, entonces, las revueltas, los bombardeos y los enfrentamientos con las fuerzas del orden de esta Berlín dividida. Mientras tanto, Patricia (Chloë Grace Moretz, ligeramente sobreactuada), una joven y deseperada estudiante de la Academia de Danzas Tanz, intenta convencer a su psiquiatra, Josef Klemperer (una irreconocible Tilda Swinton, con un maquillaje impecable) de que la academia está dirigida por brujas. Por supuesto, el psiquiatra cree que Patricia delira y hasta se podría decir que su delirio le resulta fascinante. Pero cuando, días después, Patricia desaparece, el buen hombre decide investigar qué es lo que está pasando en la Academia Lanz – aunque se especule que la desaparición de la joven está relacionada con su posible participación en movimientos políticos. Eso por un lado. Porque, aparte, el Dr. Klemperer vive apesadumbrado, mejor dicho torturado, por otra desaparición: la de su esposa durante la Segunda Guerra. ¿Se escapó de los nazis? ¿Vive en otro país bajo una nueva identidad? ¿O murió durante el Holocausto? A todo esto, Susie (Dakota Johnson), una talentosísima bailarina proveniente de una familia de menonitas de Ohio, EEUU, llega a la prestigiosa academia de danzas y sin mucho esfuerzo deslumbra a Madame Blanc (Tilda Swinton, otra vez), una de las directoras/brujas. Así, no solo se convierte en una estudiante brillante, sino también en el objeto de deseo de las brujas, quienes necesitan encontrar una joven como Susie para que entregue su cuerpo como recipiente a la casi moribunda Madre Helena Markos (Swinton, una vez más irreconocible). También están los celos y luchas de poder en el aquelarre (entre las brujas y también entre las estudiantes), los secretos y las revelaciones, más todas las (muchas) metáforas que la danza propone. Y unas cuantas cosas más, entre ellas una investigación policial con dos agentes bastante estúpidos. Como uno de sus rasgos feministas, esta Suspiria tiene un elenco casi exclusivamente de mujeres (los dos policías son la excepción), y entre ellas están Angela Winkler e Ingrid Caven, como brujas, y la misma Jessica Harper (la Susie de Argento, quien aquí interpreta a la esposa del psiquiatra en una subtrama). Y claro que se agradece la presencia de estas actrices, sus miradas y sus rostros no pasan desapercibidos. Solo que estas dos brujas son personajes sin desarrollar, son apenas bosquejos. Y a Harper no la ayuda ser la protagonista de otra subtrama que nunca termina de cuajar. Es que recurrir nada menos que al Holocausto (¿cómo alegoría de qué, exactamente? ¿o solo es un marco histórico innecesario? ¿o hay que tomar en serio un par de alusiones obvias) y hacerlo de una manera tan superficial es hasta ofensivo. Sin embargo, en el caso de Swinton y Johnson, las dos grandes protagonistas, Guadagnino sí construye mujeres fuertes, con presencia y, al menos, con algunos matices. Y las interpretaciones están muy afinadas. Pero siempre queda la sensación de que el feminismo está tomado como tema solamente para ser enunciado, sin voluntad de elaborar discurso alguno. Es solo un gesto. Y este mismo gesto oportunista también aparece en las referencias a la RAF, a los secuestros de Hanns-Martin Schleyer, y al avión de Lufthansa. Acá tampoco se profundiza en nada. Existe la pretensión de hablar de la Historia con mayúscula, pero la verdad es que no se dice nada relevante. Por eso, no hay una conexión genuina con la trama principal. En otro registro, están los flashbacks de la subtrama que habla de Susie y su madre, cuando ella era una niña. Y aunque esta vez esto sí tiene un sentido dentro de la trama principal, no deja de ser otra línea más que contribuye, muy a su pesar, a diluir la tensión y la fuerza de la película. Demasiadas pequeñas historias, casi todas poco significativas, de la mano de un director que no sabe muy bien qué hacer con ellas. Claro que sí sabe como plantearlas, darles un puntapié, hacer que entren en movimiento. En este sentido, Guadagnino prepara bastante bien el terreno. Por eso toda la primera mitad funciona bastante bien. Y hasta promete, incluso con su estilo tan diferente al de Argento. Seguramente la secuencia más impresionante es aquella en la que Susie deja a todas las mujeres boquiabiertas con su ejecución excelsa de un tipo de danza dificilísima (también un despliegue insospechado de magia negra) que tiene un efecto mortal en una compañera atrapada en un salón cercano. Basta decir que hay huesos que se quiebran violentamente, piel que se rasga y lacera, y golpes tremendos que hacen del cuerpo un escenario de un sufrimiento extremo. Más escalofriante, imposible. Y todo está filmado con una precisión y eficacia admirables, desde la muy cuidada fotografía hasta el montaje crispado, pasando por el sonido tan perturbador. Claramente, la técnica cinematográfica es inmejorable. Aún así, lo más frustrante de esta Suspiria es cómo un director con muchos recursos es víctima de su propia ambición y desaprovecha todo lo que potencialmente tenía a su favor (incluyendo el cambio de estética). Porque se nota que hay momentos muy inspirados y otros que están cerca de serlo. Incluso, hasta cierto punto, se genera cierta intriga. Pero como thriller de terror es demasiado cerebral como para dar miedo. Es más, es una película que, en términos generales, ni siquiera intenta estremecer. No parece ser la mejor de las elecciones. Ah, y digámoslo de una vez: el final es pésimo, indigno de una película de brujas (y eso es decir poco). Incluso antes del final ya hay unos cuantos desvíos incongruentes y arbitrariedades varias. Por eso, cuando todo empieza a derrapar, queda bien claro que este relato con demasiadas pretensiones no tiene la solidez necesaria para mantenerse en pie. Mejor hubiera sido que Guadagnino dejara a Suspiria en paz y, en todo caso, filmara una secuela de Call Me By Your Name, que, más allá de gustos personales, está muy bien dirigida y sí satisface las expectativas que genera. Porque si es cierto, como se rumorea, que Guadagnino ya tiene en mente una precuela para su Suspiria donde contaría la historia de Helena Markos, entonces ni el aquelarre más poderoso puede salvar al cine de terror de ese ataque. Esperemos que se arrepienta.
El 12 de agosto de 1977, Darío Argento estrena su sexto largometraje: Suspiria. La versión de 2018 de Luca Guadagnino retoma narrativamente el esqueleto de aquel filme, le infunde al relato signos históricos reconocibles y se apropia estéticamente de este por otro camino. Como en el filme de Argento, Susie llega a Alemania desde los Estados Unidos para tomar clases en una academia de danza llamada Markos Tantz. Las jóvenes bailarinas viven en la academia y están a merced de un staff conducido por Madame Blanc. La exigencia artística es evidente, el prestigio de la compañía también, no así la pertenencia de sus conductores a una orden pagana. Prever sacrificios es lógico, porque un aquelarre, por definición, no puede prescindir de rituales ni de las víctimas que lo animan. A partir del ADN del filme de Argento, Guadagnino construye otra cosa. A la lúdica teología del original le añade terrorismo de izquierda en la Alemania setentista, ecos negados del nazismo y un poco de psicoanálisis de café. Así, el peso de la Historia asfixia el juego perverso de la vieja Suspiria, que no necesitaba invocar el terror con nombre propio para escenificarlo, ni menos aún edificar una trama simbólicamente densa para sostenerse. El maravilloso expresionismo cromático es sustituido aquí por un realismo descolorido con interrupciones de lo fantástico, y el horror que no se deja narrar es interceptado por una solemne imposición de temas importantes. De ese modo, los personajes estrafalarios de la primera Suspiria y la abstracción deliberada, capaz de concebir crímenes diabólicos y a través de ellos asir físicamente lo siniestro, tienen que ordenarse en esta deslucida versión en aras de la respetabilidad simbólica. El resultado: un remedo anémico, un acopio de motivos vintage que ilustran débilmente los espectros del siglo 20. A esta versión le falta los rojos, los verdes y los azules y los rosas; la tensión entre la intensidad cromática y la oscuridad proveniente de lo siniestro que tenía la de Argento está ausente. En el cine, como en otras expresiones artísticas, una obra puede dar lugar a revisiones. No existe razón para pensar que la original es mejor. Anteceder a algo es una mera contingencia. Si la nueva Suspiria fuera la original, sus debilidades internas estarían ahí y probablemente a nadie se le ocurriría volver a filmarla. Sería lo que es: una desangelada película de terror sin terror o un intento fallido de entablar una relación entre el terror psíquico y el horror histórico. La descafeinada Suspiria de 2018 remite a esa gloria estética del cine de 1970 sin revivir un instante de aquella. Ni siquiera la breve aparición fantasmal de Jessica Harper, gran protagonista del filme de Argento, es suficiente.
Luego del éxito de Llámame por tu nombre (Call me by your name, 2017), el realizador Luca Guadagnino produce esta nueva versión del clásico de Darío Argento, Suspiria, con un nuevo guión de David Kajganich y con la música de Thom Yorke (del grupo Radiohead). En el elenco se encuentran Dakota Johnson, Tilda Swinton y Mia Goth. Suspiria es un producto atípico: no es una copia de la anterior versión sino que toma la premisa principal y hace de ella una película completamente nueva. Tiene personajes originales, la fotografía es más oscura (vale recordar en este punto que el clásico de Argento, por el contrario, se caracterizaba por estar saturado de colores), y dura 153 minutos (mientras que la original tiene 98 minutos de duración). No sólo Suspiria sucede durante el año 1977 (guiño nuevamente al film de Argento, ya que fue el año de estreno de su predecesora) sino que también parece hecha en ese mismo año, tanto en la fotografía, los efectos visuales, la música y la edición. Más que un “homenaje” a una década, es un viaje en el tiempo a la misma. El largometraje transcurre en Berlín durante el denominado “Otoño Alemán” (ataques y secuestros terroristas por parte de diferentes grupos armados de la época) y ese tumulto político se hace parte de la narrativa de la película. El film mezcla tonos y temas hasta casi tambalear bajo su propio peso, pero nunca deja de ser al menos fascinante. La música del debutante Thom Yorke le da un toque lúgubre pero elegante a la trama. Excelente en sus recursos técnicos y artísticos, Suspiria sufre bajo los cambios de tono, ya que pasa del terror, al grotesco, al humor no intencional, etc. y a la cantidad de temas a los que se alude, entre ellos a lo político, al patriarcado (también al matriarcado), a la religión, etc. pero la dirección es precisa, las actuaciones son correctas y, por momentos, es visualmente deslumbrante. Suspiria es ambiciosa y grandilocuente, es un film confrontativo y poco sutil, pero también es difícil de olvidar una vez que la función haya terminado.
Hipnótica, demencial, arriesgada y distinta. La nueva Suspiria es un ballet sangriento y demoníaco coreografiado a la perfección por Luca Guadagnino con una brillante labor de sus bailarinas principales. En 1977 el genial Dario Argento le regalaría al mundo una de las más brillantes joyas del giallo italiano. Suspiria, un cuento de hadas macabro inspirado vagamente en fragmentos del ensayo de Thomas De Quincey Suspiria de Profundis y el estilo visual de algunas fábulas animadas como Blanca Nieves y los Siete Enanos (1937) y Alicia en el País de las Maravillas (1951). Con su brillantes y estridentes colores primarios, luces exageradas y artificiales que tiñen a las escenas de un halo de maldad sobrenatural y un diseño de producción cargado de influencias expresionistas Suspiria se convertiría en una película de culto cuya influencia puede sentirse hasta el día de hoy como una de las películas de terror europeas más recordadas de todos los tiempos. Argento siguió explorando el concepto de “las Tres Madres” de De Quincey en una trilogía temática que se completaría con Inferno de 1980 (Mater Tenebrarum) y The Mother of Tears de 2007 (Mater Lachrymarum). Con 14 años un joven Luca Guadagnino (Call me by your Name, 2017) quedaría tan fascinado y obsesionado con la película original que, muchos años después y ya convertido en un director de renombre, se animaría a hacer una nueva versión de este clásico. Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven menonita nativa de Ohio, viaja a la convulsionada, dividida y violenta Berlín para formar parte de la prestigiosa Academia de Danza Tanz, poco tiempo después de la desaparición de la perturbada estudiante Patricia Hingle (Chloë Grace Moretz). Su talento innato llamará la atención de Madame Blanc (Tilda Swinton), la coreógrafa principal y directora artística de la academia. Por otro lado el psicólogo de Patricia, el Dr. Josef Klemperer (interpretado “por el actor Lutz Ebersdorf”) empezará a investigar los aparentes delirios de la joven que hablaba de un aquelarre de brujas dirigiendo la academia, intentando despertar un mal muy antiguo: la entidad demoníaca conocida como Mater Suspiriorum. Con el Otoño Alemán y los atentados de la Facción del Ejército Rojo como un violento telón de fondo, Klemperer ahondará en la oscura verdad de la academia con la ayuda de la estudiante Sara (Mia Goth) mientras Susie entrena para ser la figura central de Volk, un extraña y esotérica danza ritual creada por Madame Blanc. Guadagnino, gran admirador de la película original de Argento, decidió jugarsela por reinventar Suspiria junto al guionista David Kajganich. Ambas películas difieren casi totalmente pero se complementan entre sí gracias a sus diferencias y similitudes. Las dos son experiencias sensoriales que perturban de una bella manera, como una pesadilla febril de la que uno no quiere despertar. Ambas son experimentales arriesgadas y únicas, cada una a su manera. A pesar de que la historia apenas se parece a la de la película original, uno puede sentir el eco de la Suspiria de Argento recorriendo los lúgubres pasillos laberínticos de la obra de Guadagnino. Kajganich toma apenas la estructura básica de la historia original (inocente estudiante americana entra a una academia de danzas alemana manejada por brujas) y reescribe completamente la película, Guadagnino se apropia de los personajes y la historia para hacerlos suyos, reiventándolos totalmente y haciendo una película nueva y diferente pero igual de poderosa que la original. La diferencia más grande que salta a la vista desde el principio radica en el apartado visual. La versión de Argento era un asalto a los sentidos, una tenebrosa explosión de luces y colores inolvidable. Esta Suspiria decide ir por el camino contrario: una Berlín oscura y apagada llena de colores fríos y grises lúgubres. El tratamiento visual nos muestra una ciudad desolada y deprimida, ahogada por la violencia de los atentados de Baader-Meinhof y el fantasma reciente del nazismo, como un espejo de la violencia y la maldad que se cocina a fuego lento dentro de la academia. El terror en Suspiria es primigenio, visceral y etéreo. Descansa más en la generación de climas y atmósferas tenebrosas y perturbadoras, con secuencias de sueños casi lisérgicos y una constante sensación inquietante que de vez en cuando desemboca en cuerpos retorcidos y doblados de manera antinatural, ganchos perforando la carne y un clímax final que explota a puro gore. Dakota Johnson deslumbra con el viaje interno de su Susie Bannion. La actriz que viene de protagonizar la mediocre saga de 50 Sombras demuestra que es una intérprete con talento, se nota el compromiso con el papel y las horas de entrenamiento para realizar las coreografías a ala perfección. Aunque el punto más alto en lo actoral es la camaleónica Tilda Swinton, que interpreta tres roles distintos en la película, siempre desapareciendo en el papel y volviéndose irreconocible (con la ayuda de un espectacular trabajo de maquillaje y prótesis). Párrafo aparte se merecen las complejas e hipnóticas secuencias de danza interpretativa creadas por Damien Jalet. A diferencia de la primera película, donde el ballet era un elemento anecdótico, la danza tiene un peso muy importante en la versión de Guadagnino. Los movimientos hipnóticos son claves para manifestar el poder de las brujas. Cada secuencia de baile es como un conjuro que atrapa al espectador. Otro elemento destacado es la música de la película. Thom Yorke, el líder de Radiohead, toma ciertas lecciones del soundtrack original compuesto por Goblin como la repetición de armonías musicales somo si fueran hechizos pero con un sonido más discreto y ominoso, para componer melodías oscuras y deprimentes que refuerzan ciertas escenas. Los varios ejes temáticos que Guadagnino toca (con distintos niveles de profundidad) como la noción de maternidad, el trauma y la vergüenza del pasado, la opresión y la cantidad de subtramas pueden jugarle en contra a los espectadores de poca paciencia que esperan una historia de horror más tradicional. La nueva Suspiria es una lección de como encarar una remake en tiempos de películas olvidables que repiten fórmulas, completamente despojadas de alma y originalidad. Es tomar un film ya existente y expandir su mundo y sus temas para crear algo nuevo, es tomar algo que uno ama conservando sus aspectos clave y recrear la sensación que te transmitió. No repetir paso a paso el pasado, sino reinterpretarlo bajo tu propia perspectiva.
Suspiria: El terror clásico en la era moderna. Los remakes sufren de una popularidad no grata, por lo que el anuncio de la nueva película de Luca Guadagnino, conocido por ser el director de “Call Me By Your Name“, no emocionó a mucha gente de primera mano. ¿Pudo la obra sobrevivir al odio colectivo? La película de la que estamos hablando es nada más y nada menos que el remake de uno de los clásicos del terror; Suspiria, dirigida por el maestro del Giallo, el italiano Dario Argento. Este subgénero está marcado por ser una combinación del thriller tradicional con el terror psicológico característico y en el caso de la película de Argento, no había mucho que agregar o cambiar a una propuesta tan redonda y personal. Es por eso que, al decidir cómo encarar la nueva Suspiria, Guadagnino toma la decisión de mantener muy pocos elementos de esta película original y crear su propia obra, extremadamente personal y sin lugar a dudas, muy perturbadora. Desde la sinopsis, parecería contar una historia similar pero, sin entrar en spoilers, les aseguramos que la trama es totalmente distinta. Mientras que en la película original la intriga de saber si las profesoras de ballet son brujas o no es un elemento importante de la trama, en este remake el espectador sabe casi desde el primer momento que hay algo muy raro en esta escuela, siendo esta una de las muchas diferencias entre los films. Es importante remarcar que la película no solo se aleja argumentalmente de su predecesora sino que el estilo con la cual se filmó es totalmente diferente. La fotografía tan célebre de la Suspiria original no se encuentra en esta propuesta, reemplazada por una escala de grises fría y por momentos distante, que se conecta directamente con los sentimientos de la protagonista hacia esta sombría escuela de ballet. Tampoco encontramos la simplicidad original del guión, quizás lo más criticado de la obra de Argento. Esta nueva historia está cargada (a veces sobrecargada) de simbolismos y tramas mucho más laberínticas que la anterior, por lo que vale la pena ver la película más de una vez para poder comprender todo lo contado por Guadagnino. Lo más criticable, además de por momentos ser demasiado simbólica y compleja, podría ser la duración de la película. Mientras que la original rondaba la hora 40, esta está más allá de las dos horas y media. No es algo tan malo porque la tensión está lograda la mayor parte del tiempo, a excepción de una de las subtramas que, a pesar de que es interesante y necesaria para la idea que quiere transmitir la obra, termina siendo la única que rompe el excelente ritmo promedio. También es importante destacar que uno de los elementos nuevos en la película es el comentario político alrededor de la trama, quizás siendo lo más escondido en toda la historia. La ambientación elegida, el Berlín dividido ideológicamente, no es ninguna decisión aleatoria. La ciudad, pese a aparecer visualmente en pocos momentos, está retratada en toda la trama, y es uno de los aciertos más grandes de esta nueva versión, que por momentos esconde un nivel de brutalidad tan grande que sorprende. Porque a pesar de estar dirigida por el director de “Call Me By Your Name”, este remake tiene algunas de las escenas más provocadoras y terroríficas del 2018 (año donde tuvo su estreno internacional). Por último, pero no menos importante, queda clarísimo después de ver la película el nivel actoral de Tilda Swinton, quien interpreta a 3 personajes distintos demuestra un gran talento actoral en cada fotograma en el que aparece. Es curioso que uno de sus personajes es directamente hombre, siendo también el único personaje masculino de toda la película, interpretado justamente por una mujer. Pero, a pesar de que es importante remarcar la actuación de Swinton, todas las actrices de esta nueva versión realizan una excelente interpretación, por lo que es una lastima que haya sido tan olvidada en las nominaciones de los premios Oscar, que demuestran una vez más la discriminación que tienen hacia las películas de género. Otra decepción de la academia es que hayan olvidado la nominación a Thom Yorke, el cantante de Radiohead, quién se encargó de componer la música original de la película y colabora con creces en la tensión y el sentimiento de miedo que hay durante todo el film. En conclusión, si uno analiza lo que podría haber salido de un remake como Suspiria, y luego ve lo que hizo Luca Guadagnino con la película, no hay forma de no salir satisfecho. Pudiendo haber hecho una adaptación directa de la película de Dario Argento, el nuevo director apostó por una propuesta propia que se aleja totalmente de lo previsto y se mete al lado de películas como “A Quiet Place“, “Hereditary” o “Mandy” para acompañar el gran año que tuvo el cine de terror moderno. Notable adaptación, y muy merecedora de ser vista en una pantalla grande, con buen sonido y como se debe consumir el buen cine de terror, que no busca asustarte con facilidad sino dificultar tu sueño a la hora de dormir, o en este caso, reducir considerablemente las chances de entrar en una escuela de ballet.
Esta es la remake del clásico de 1977 dirigido por Dario Argento. Esta vez, es Luca Guadagnino (“Llámame por tu nombre) quien recrea el terror ambientado en Berlín, con Dakota Johnson protagonizando a Susie Bannion, quizás ofreciendo un homenaje a la película original, aunque no sea exactamente igual a la de Argento. La historia es casi la misma: una joven bailarina norteamericana, Susie Bannion (Dakota Johnson, es la hija de los actores Melanie Griffith y Don Johnson) llega a Alemania para ser parte de la academia de Helene Markos (Tilda Swinton, “El gran hotel Budapest”, “Michael Clayton”), pero cuando esta dentro va descubriendo una serie de hechos extraños y perturbadores. Dentro de las actuaciones, Tilda Swinton esta maravillosa, es muy versátil e interpreta tres personajes: Madame Blanc, Dr. Josef Klemperer y Helena Markos. La actriz y modelo estadounidense Dakota Johnson se luce en un rol muy expresivo y sensual, al que le aporta buenos matices, vemos a través del flashback su niñez, una familia estricta y una crianza religiosa, pero desde niña sabía lo que quería. Una vez dentro de la academia su baile resulta provocador, lleva dentro todos los demonios, donde también está su deseo sexual y todos los pecados. Juntas tienen muy buena química, hay escenas donde se pone de manifiesto el juego de poder y además se muestra el estrés que se puede sufrir en el baile similar a lo observado en el film “el cisne negro” de 2010. El film se encuentra dividido en 6 actos y un epílogo al final, contiene subtramas, un contexto histórico y está lleno de simbolismos. La película se encuentra cargada de personajes e intrigas. Nos situamos en el Berlín de 1977 de la post segunda guerra mundial, y aquí se logra construir personajes cautivantes y misteriosos, su desarrollo se relaciona mucho con lo visual, donde se retrata por momentos con colores grises, tristes y otros fuertes contrastantes, saturados, imágenes impactantes y buenos planos. Tiene escenas gore, se van creando buenas atmósferas, por momentos con cierto toque poético, giros intrigantes, pero algunas escenas se alargan demasiado y su metraje resulta extenso.
Hace mil años, a orillas del Mar Negro, tres mujeres inventaron la brujería. Eran hermanas, se hicieron poderosas y fueron perseguidas, pero lograron preservarse a través de los siglos porque se hicieron construir tres edificios en cuyos sótanos establecieron su morada. El arquitecto que diseñó estas casas se llamaba Varelli; una en Friburgo, Alemania, otra en Roma, otra en Nueva York, las casas replicaron la estructura del castillo gótico y escondieron en sus entrañas el mal que podría hacer tambalear al mundo civilizado y moderno. Porque, además de alimentarse permanentemente de sus víctimas, especialmente muchachas, ciertos objetos mágicos podían despertar el terrible poder de las brujas, Madre Suspiriorum, Madre Tenebrarum y Madre Lachrymarum, una trinidad maldita que invertía en clave oscura y visceral el poder racional y ordenador masculino. Así, en forma de cuento de hadas, ficcionalizaron lxs guionistas Dario Argento y Daria Nicolodi los comienzos de la brujería en la Edad Media, y arrastraron hasta el siglo XX la amenaza de las brujas en tres relatos que tienen exactamente la misma estructura. La trilogía de las Madres, se los llamó, y tardaron treinta años en completarse. Las dos primeras películas, Suspiria (1977) e Inferno (1980), repiten la misma fórmula: alguien llega a uno de estos edificios con total inocencia, pero pronto una serie de sucesos inexplicables y crímenes horrendos hacen que empiece a saber. Los retazos de información se arman como un rompecabezas y, cuando el cuadro está listo, el o la protagonista está también preparado para descender al infierno en busca de la bruja de turno. Las dos, también, se basan enteramente en desplegar esta idea a través de pasillos de paredes rojas, desvanes atestados de objetos rotos, escaleras y pasadizos, en recorridos por el espacio y trampas de la visibilidad que son perfectas, toda una manera de entender al cine como experiencia física. En La tercera madre (2007) Argento complicó el esquema tratando de hacer un cine más contemporáneo y a la vez pensando en una apoteosis posible para su Trilogía de las Madres que se proyectara a una escala mayor, cósmica, pero a la vez no quedó nada de la estética que hizo de sus primeras entregas películas de culto. Porque así de sencillos como suenan los argumentos, el arte que Argento plasmó en Suspiria tenía que ver con hacer del recorrido por la mansión gótica un material suficiente a través del color, el diseño, y una puesta de cámara que mantuviera el suspenso minuto a minuto. Suspiria es una caja de sorpresas, por supuesto que malditas. Hay una estudiante de danzas norteamericana, Susie Bannion (Jessica Harper, elegida entre otras cosas por el tamaño de sus ojos) que llega a una academia de danzas en Friburgo. Basta con ver la fachada de la casa, de un colorado furioso, y a la que Suzy llega en medio de la lluvia más feroz, para entender que todo será desastroso: las alumnas están asustadas, las profesoras y personal de la academia son señoras grotescas de labios rojos y sonrisas de marioneta, las habitaciones están infestadas de gusanos y, por si todo esto fuera poco, la noche en que Susie llega una estudiante huye despavorida en medio de la tormenta y se interna en el bosque. La genialidad de Argento, además de un uso del color que tenía influencias del giallo italiano y de otro maestro como Mario Bava, consistió en hacer del diseño el soporte que le permitía instalar su película en el cruce del terror con otros géneros. Un ejemplo: como la idea original era que las alumnas de la academia de danzas fueran niñas pero esa película era imposible de hacer (el gore, la carne cortada en primer plano y la abundancia de sangre de color coral son algunos de los sellos de Argento), se decidió que las puertas fueran sobredimensionadas y los picaportes quedaran altísimos, como para dar la sensación de que las chicas eran niñas. Solo con esos recursos, Argento hace que la útlima parte de la película sea una versión macabra de Alicia en el País de las Maravillas, así como el final de Inferno tiene elementos de El Mago de Oz. Se trata de películas que inventan, escena tras escena, variantes atractivas y festivas del susto que las convierten en una especie de tren fantasma rebosante de creatividad visual, como las versiones de la telaraña o laberinto -de alambre, de gatos, de cuerdas- en que se enredan los personajes. O esa secuencia morosa al comienzo de Inferno en que la protagonista mete la mano en un pozo lleno de agua para buscar el colgante que se le acaba de caer: la mano femenina, las uñas pintadas, la cadenita de color dorado y el manojo de llaves entre escombros conforman un plano precioso en el que todo el dramatismo y el suspenso están dados por el movimiento de la mano, que rebusca en lo que su dueña no puede ver, para angustia de lxs espectadorxs. Solo en La tercera madre, que abandonó ese tipo de construcción detallista en pos de recursos más convencionales, se diluye casi por completo un estilo visual que no supo sobrevivir a su época (cosa que por otra parte era un gran desafío, porque Argento no podía replicar Suspiria o Inferno sin resultar “retro”). Ese trabajo visual, sumado a un relato tripartito cuyo centro era, como en el gótico, un poder primitivo y oscuro que el mundo moderno reprime pero que permanece como amenaza y atracción, condensado en el cuerpo de las mujeres, era suficiente para hacer no “grandes” películas sino películas inolvidables, porque lo grande es precisamente el enemigo, la importancia discursiva, la complacencia con los temas “importantes”. Lo bello del gótico es que desde el principio encontró su manera de referirse a los mismísimos cimientos de nuestra cultura con recursos estéticos, sensuales y sensoriales. En su nueva Suspiria, Luca Guadagnino (a pesar de que venía de hacer Llámame por tu nombre, una película sobre el amor y el deseo entre varones donde el verano italiano, lo bucólico, los estanques y la fruta madura eran palpables) hizo exactamente lo contrario de Argento. Puede ser que amara Suspiria, pero no le pareció suficiente, y eso está claro en el modo en que cruzó en su película el argumento de Argento y Daria Nicolodi con el contexto político de la Berlín dividida en el año 77 y pérdidas todavía presentes en los campos de concentración del nazismo. De nuevo es Susie Bannion (Dakota Johnson) la que llega a una academia de danzas comandada por mujeres rarísimas, esta vez en una Berlín recreada a partir de la estética realista de los setenta con una paleta de marrones y beiges. La sangre se acopla a ese espectro, ya no brilla, tiende al bordó, y tampoco figura demasiado. Guadagnino usa la danza, casi ausente en la primera Suspiria (donde lo que le interesaba a Argento, como dije, es la idea de internado de pupilas) para mostrar cómo la protagonista de pasado menonita en Ohio, atraída a la academia por un impulso casi maléfico e inexplicable, empieza a conectar con algo oscuro que reside en el lugar. Las brujas, un enjambre de mujeronas vulgares que gritan y ríen a viva voz, tienen lo suyo, y por supuesto está Tilda Swinton como la profesora andrógina, con un aire al Drácula de Coppola, con la que Susie establece una relación que unx desea lésbica. Porque hay sexo desperdigado acá y allá, en una danza extática después de la que Susie afirma que sintió estar cogiendo con un animal, o en los sueños que Madame Blanc (Swinton) le insufla por las noches. Eso es lo mejor de esta nueva Suspiria, y quizás también el intento de giro interesante de que Susie Banion sea otra cosa que la ejecutora de la bruja de turno; Dakota Johnson, magnífica y entregada, que prácticamente empezó su carrera desnudándose para coger duro en la novelesca Cincuenta Sombras de Grey, parece la actriz fetiche de un cine clase B que ya no existe pero podría, al menos en espíritu. Guadagnino elige otro camino, con su película de dos horas y media subdividida en seis actos y un epílogo y en una maraña de subtramas entre las cuales las brujas son casi lo que menos importa entre Baader-Meinhof, el secuestro de un avión de Lufthansa por agentes palestinos, un psicoanalista al que otra alumna de la academia (Chloe Grace Moretz, que arruina todo lo que toca) va a visitar y con el que se trata de tender un puente temático entre creencias esotéricas y manipulación mental de corte fascista: todo está ahí, mezclado y superpuesto y tratado con una superficialidad que impide a la película o a lxs espectadorxs conectar realmente con nada. Para no hablar del desdén absoluto de Guadagnino por el terror como género y su potencial metafórico; acá, todo tema debe ser aludido y enunciado, solo para ser descartado y pasar otro tema igual de importante. En ese sentido la Suspiria de Guadagnino opera como Roma, otra “gran película” contemporánea: se puede poner mujeres como protagonistas, hablar a través de ellas de maternidad o sexo pero solo un poco, y justificar la importancia de todo esto sugiriendo conexiones con el gran panorama histórico de la época (si es los setentas, la violencia política y la lucha armada, tantísimo mejor). Ninguna película es el enemigo, pero está bien odiar a un arte que se produce desde una agenda políticamente correcta y en última instancia aburridísima.
LA NUEVA ACADEMIA DE SEÑORITAS Con todo el prejuicio que conlleva analizar una remake de un clásico de culto, y encima de terror, como lo fue una de las propuestas más siniestras, exquisitas y psicodélicas del maestro Darío Argento, Suspiria, al tano Luca Guadagnino no le tembló el pulso en hacer propia -nunca mejor dicho- esta recreación. Algo similar a cuando Rob Zombie tomó entre sus manos la increíble Halloween de Carpenter para hacer un drama autoral de terror con una fascinante perspectiva. Señalar al director de la preciosa Llámame por tu nombre como un artista que “ama más que le digan cineasta” (como ha dicho el compañero Colantonio) que por su entrega en esta película, sólo es quedarse con una visión un tanto peyorativa y equívoca si sólo buscamos comparar esta remake con la carga simbólica y estridente de Argento. Claro que este último, no sé si por celos -algo que recuerda a George Romero- a quienes retoman sus obras cumbres, se refirió a Guadagnino como un buen muchacho que pese a todo había traicionado el espíritu de Suspiria. ¿Acaso los cineastas deben copiar plano por plano las antiguas obras? ¿Qué mejor que inspirarse libremente pero con resultados sostenibles como con esta Suspiria? Desde ya el film vino a instalarse para sembrar detractores y amantes ante una remake que presenta un cambio de registro sofisticado, y mucho más cercano a lo onírico que su antecesora de 1977. Y con esto no estoy diciendo que una sea mejor que otra; todo lo contrario, las dos son obras autorales diferentes que se valen por sí mismas. En esta oportunidad se deja de lado el giallo tan característico del estilo de Argento y la magia tétrica del Technicolor, que teñía las paredes con luces rojizas llamativas, y se ofrecen a cambio más oscuridad y espacios tenebrosos dentro de una prestigiosa academia de baile alemana. Guadagnino elige ubicar su película a mediados de los 70’s para contextualizar la historia en medio de una Alemania dividida y acechada por el terrorismo de la Fracción del Ejército Rojo. Nuevamente una joven bailarina americana (interpretada por una destacada y concentrada Dakota Jonhnson) viaja para estudiar técnicas modernas en el Viejo Continente. Guadagnino se encarga de profundizar un poco más en las distintas facetas pasadas de esta protagonista, oprimida en su seno familiar, y utiliza el recurso con algunos saltos de tiempo. Un personaje que parece no sospechar lo que ocurre a su alrededor a comparación de la Suzy de Jessica Harper, siempre asustadiza y en guardia que aquí tiene su merecido cameo. La nueva Suzy parece estar más interesada en resaltar y pulir su performance, hasta de confrontar su “visión técnica” a su experta profesora. Con este lúgubre clima perteneciente a la trilogía de las Tres Madres, Guadagnino establece de entrada quiénes son las víctimas y las malvadas para dar un giro inesperado y poco efectista en su tramo final. Un final que llega tarde y cansino, por el recorrido de sus extensas dos horas y media de duración, aunque la atmósfera creada es misteriosa y mágica durante el trayecto. Esta Suspiria es asfixiante a su estilo. Sabe exponer muy bien esos zoom y algunos travellings en 360 tan característicos del mejor cine de terror de la segunda década de oro: los 70’s. Algo que el español Paco Plaza supo hacer suyo con la excelente La posesión de Verónica. Y volviendo a Suspiria, entre las pocas y sorpresivas muertes en tiempo y forma -a comparación de la sabida ola de asesinatos de su predecesora, bien del patrón giallo-, se destaca una de las mejores escenas que guarda conexión con la belleza coreográfica de nuestra protagonista. Guadagnino guarda un subtexto en este film de empoderamiento femenino y político que necesita florecer en aquella Alemania oprimida. Como si aquella academia no sólo impartiera un saber artístico, sino de identidad donde lo sexual está muy arraigado en las danzas contraculturales. Además, el director sabe sacar jugo del reparto, no sólo de una “encasillada” Johnson sino también de la sublime Tilda Swinton, que ejerce con asombrosa naturalidad los papeles que representa, sumado a una naif pero complementaria Mia Goth y una poco explotada Chloe Moretz. En clave psicológica, pero un peldaño más oscuro que El cisne negro, la nueva Suspiria vino a plantar bandera para mostrar elitismo narrativo, climas lúgubres y bailarinas que gritan al unísono “aquí estamos nosotras empoderadas”. Bienvenidos a los espectadores si saben apreciar una mutación autoral que no busca comparaciones, sólo la entrega al disfrute a un nuevo terror refinado y evolucionado que busca reflotar al género. Y bienvenido sea el nacimiento de una trilogía que promete.
Tarea difícil la de esta película de Luca Guadgnino (Call me by your name), ponerle Suspiria y darla a luz como remake de aquel clásico de Dario Argento puede producir diversos sentimientos: duda, odio irracional, deseo de fracaso, intriga… las perspectivas no están a la orden del día. Por suerte, esas bajas expectativas funcionan para cierta sorpresa a la hora de salir de la sala “al final no era tan desastrosa”… Suspiria es hipnótica, extraña, barroca… esto es un soplo de aire fresco en tiempos de películas genéricas, pero también presenta dificultades cuando se pone demasiado enroscada o lenta, para terminar en un clímax algo sobre explicativo. Hay que saber que esta versión es una suerte de familiar peleado que decidió exiliarse del seno sanguíneo y arrancar una nueva aventura en otro país. Acá los colores son pastel, el ritmo es pausado, y el clima enrarecido mezcla temas de las diversas cintas del italiano en su saga de las madres. Destacan las actuaciones de Dakota Johnson y Tilda Swinton (que personifica -a título personal, innecesariamente- tres personajes diferentes), acompañadas por un aquelarre de actrices muy robusto y establecido. Uno les cree y se ve inmerso en esta suerte de estudiantina extraña donde siempre rodea la guadaña de la Sra. Muerte. A pesar de su duración (152 mins) merece un segundo visionado, para descubrir algunas cosas que pasaron desapercibidas y que se van colando en la cabeza de uno algunos días después de haber sido testigo de ese baile espectral. No es perfecta, y tiene en contra el haberse presentado en sociedad como remake de un clásico, pero no deja de ser una apuesta arriesgada con grandes ideas visuales. Un viaje lisérgico, que como tal a algunos les pegará bien y a otros… no.
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Dentro del género del terror hay un pequeño conjunto de producciones que podrían inscribirse como difíciles de revisar en una nueva propuesta. Están ahí como inmaculadas por virtud de la época en la cual fueron realizadas dejándolas como si fuesen bustos de bronce en un museo. “El monstruo de la laguna negra” (Jakc Arnold, 1954), por ejemplo, sería imposible de ver hoy sin reconocer que el tiempo no ha sido generoso con ella, dado el propósito para el cual fue concebida, pero no deja de ser un clásico indiscutible y debidamente homenajeado en la criatura diseñada por Guillermo del Toro en “La forma del agua” (2017). “Suspiria” (y todo el cine de Darío Argento de los años ‘60 y ‘70) también están dentro de este grupo por más de una razón. Esta semana se estrena la nueva versión del ya clásico, y decimos versión porque tal vez el término remake queda corto. “Suspiria” es de esas obras que dejan a uno rascándose la cabeza. ¿Qué pasó? ¿Qué quiso contar? De la original sobrevive el esqueleto argumental. Susie (Dakota Johnson) es una bailarina proveniente de Ohio, Estados Unidos, que llega a Berlín en 1977 para formar parte de una rigurosa academia de danza manejada exclusivamente por Madame Blanc (Tilda Swinton), las señoritas Tanner (Angela Winkler), Millius (Alek Wek), Mandel (Jessica Batut) y Boutaher (Clémentine Houdart); mujeres de siniestra impronta. Susie va entrando en este nuevo universo y se va conectando con compañeras como Patricia (Chloë Grace Moretz) Olga (Elena Fokina) y Pavla (Fabrizia Sacchi), pero también atraviesa una suerte de mimetización con el macabro lugar que se va revelando como la casa de una secta oscura manejada por brujas. Más que una remake, decíamos, la película de Luca Guadagnino, responsable de la sobrevalorada “Llámame por tu nombre” (nominada al Oscar el año pasado), es una expansión del universo planteado hace más de cuarenta años por Darío Argento. Una expansión que conserva virtuosamente hasta la manera de filmar, incluidos los zoom repentinos propios de los años setenta, agregándole además tres ítems meticulosamente trabajados: La dirección de fotografía (Sayombhu Mukdeeprom) cuidada, elaborada, precisa; la banda de sonido de Thom Yorke (el líder de la banda Radiohead) que entrega sonidos y acordes generadores de climas ominosos e inquietos; y el gran trabajo de compaginación de Walter Fasano con cortes milimétricos de una justeza envidiable. Más tiempo entre cuadros le hubiesen quitado valor a los planos y menos hubiesen resultado caótico (la escena del montaje paralelo entre dos salones de ensayo, con el cuerpo de una bailarina llegando al pico máximo de expresión en el de arriba y la destrucción total del cuerpo de otra en el de abajo, es un ejemplo cabal) Entonces, con todo esto ocurriendo en la pantalla, ¿por qué éste estreno se cae a pedazos en paralelo con sus virtudes? El quid de la cuestión está en el guión, y en la preponderancia de un personaje en particular. En la original el vínculo entre las mujeres y su relación, con el claustro voluntario por acción de las brujas macabras, era el principal sustento de la alienación y del terror psicológico, usando la Berlín de la Guerra Fría como decoración histórica, sin ninguna injerencia importante en el desarrollo, más que una somera sugestión. La versión 2018 de dos horas y media (una hora más que su homónima anterior), no solamente intenta tomar el contexto político y social como un segundo personaje en detrimento de lo que sucede dentro, además lo hace de manera torpe y errática. Inserta información que ni el relato principal ni el espectador necesitan, como los ataques del grupo de ultra izquierda Baader-Meinhof con el secuestro del avión de Lufthansa como baluarte. Por si fuese poco, hay un psiquiatra (interpretado también por Tilda Swinton, pero con mucho maquillaje) que sufre todavía el dolor de una pérdida en la Segunda Guerra Mundial. Este personaje en particular intenta servir también de anclaje emocional para Sara (Mia Goth), una de las bailarinas que también se da cuenta de cómo viene la mano dentro de la academia. Cuando el dolor que se sufre dentro del edificio intenta ser una metáfora de las heridas que todavía no cicatrizan, es cuando Suspiria se vuelve pretensiosa y vacía. Párrafo aparte para el elenco. Todas están bien. Todo el elenco cumple con creces los desafíos físicos y emocionales que propone el guión, pero la química entre Tilda Swinton y Dakota Johnson (una actriz cuyo talento sobrevivió a la trilogía de las “Sombras de Grey”) traspasan la pantalla. Sus personajes se miran, se estudian, se admiran mutuamente, se desean y se complementan. Hay un erotismo latente en este vínculo (también en el resto porque el sexo, en especial el reprimido, no es un tema menor aquí) que logra imponerse hasta en los momentos de zozobra del guión y es gracias a la entrega de ambas. Irónicamente, el discurso establecido en el texto cinematográfico, al igual que el de la imagen, roza momentos de injustificada dualidad y hasta se le podría dar la razón a cualquiera que lo tilde de misógino. Responsabilidad absoluta del realizador. ¿Y el gore? ¿La sangre? Pues eso que ha caracterizado al cine de Argento de aquella época, esa truculencia artesanal de la cual el director hizo su marca de fábrica usando gran cantidad de sangre de utilería que ya en esos años se veía artificial, pero contaba con un público más naif y dispuesto a creérsela, también está aquí. En este sentido, el espectador va a ser testigo de cómo el cine se transforma en teatro mal filmado, el gore en una exacerbación del mal gusto y las acciones de los actores en movimientos contradictorios. Son unos veinte minutos de una orgía desproporcionada que hasta da la sensación de haber sido grabada por estudiantes de cine que no aprobaron ninguna materia. Lo que debía aportar al horror, se transforma en una secuencia que mueve a risa. Un verdadero paréntesis en el cual vale todo, aunque se rompan los códigos instalados hasta el momento. El producto final logra generar sensaciones encontradas, y si bien hay elementos, golpes de efecto, climas enrarecidos, y escenas de notable factura, como las mencionadas antes del show de la sangre final, el relato no logra sostener su poderío visual y sonoro, aun cuando varias de estas escenas quedan rumiando en la mente. Vuelven inexplicablemente más de una vez luego de haberla visto. Es eso. Esta “Suspiria” genera tanta intriga como intrascendencia. Es desconcertante. ¡Ah!, hay veinte segundos más al final de los créditos. Ni se moleste en entenderlos.
En Suspiria se aprecia una artificiosidad que genera un raro y desastroso efecto: terror que no asusta de tan frío y calculado que está. Vaya uno a saber por qué a un director dotado como Guadagnino se le ocurrió hacer una remake de la obra maestra formal de Darío Argento. Está bien, tiene derecho, después de todo Brian De Palma hizo “Scarface”. Pero aquí Guadagnino no sólo estira la anécdota de la escuela de danza infernal y macabra, sino que además deja de lado la cruel inventiva de Argento para la truculencia e introduce casi incomprensibles o desconectados comentarios políticos, algún paralelo de mal gusto con la “realidad” (también incomprensible) y una artificiosidad que genera un raro y desastroso efecto: terror que no asusta de tan frío y calculado que está. Si la original “Suspiria” era un descenso en espiral a la creciente locura, esta nueva versión, aún cuando intenta reinventar su modelo, es casi una exhibición de museo esterilizada de toda visceralidad. Sí, sí, tiene momentos. Pero sólo eso: momentos.
Cuando se cumplen 42 años de Suspiria, la obra maestra del director italiano Dario Argento, llega su inevitable remake, esta vez dirigida por Luca Guadagnino, escrita por David Kajganich y protagonizada por Dakota Johnson y Tilda Swinton. “En los remakes, lo interesante no suele ser lo que tienen en común con las obras originales en las que se inspiran. Lo que apasiona en un remake, si no se trata de una copia banal, es la diferencia, la desviación, los infinitos cambios que se producen en todos los aspectos de la obra, empezando por la idea que la preside y terminando por los detalles aparentemente más insignificantes de la puesta en escena”, escribe de manera clara y precisa la española Pilar Pedraza en su libro de ensayo sobre la figura de la mujer muerta en el arte, Espectra. Esto el director italiano de la celebrada Llámame por tu nombre, Luca Guadagnino, lo entiende y comparte, por eso su Suspiria no pretende en ningún momento ser simplemente una versión moderna de la película que consagraría a Dario Argento. Toma aquella como punto de partida y entrega una obra distinta, en envase y contenido. Es por eso también que desde el vamos resulta injusto compararlas, aunque al mismo tiempo es inevitable. Con guion de David Kajganich, quien ya había trabajado con Guadagnino en otra remake (la de la película francesa La piscina), Suspiria parte de la historia conocida que tiene como protagonistas a brujas y la figura de la madre y una escuela de danza como escenario. Pero quizás porque aquel guion de Argento junto a Daria Nicoli le parecía demasiado simple (a la larga su película se apoya demasiado en lo visual) es que se encarga de brindarle una mayor importancia al contexto (histórico y político) que cobra demasiada importancia y, en algún momento, se come al resto de la película. Acá la historia de brujas y madres pasa a un segundo plano varias veces para encontrarnos con la inquieta Berlín de fines de los ’70. Por eso tampoco en las dos horas y media que dura el film parece que estemos todo el tiempo ante una película de terror. Es más que nada en el último tramo donde éste aflora, aunque siempre de una manera solemne, y se erige la verdadera bruja madre (con una interesante revelación). Si bien es cierto que acá Guadagnino se aleja de la estética de la película setentosa en su afán de optar por un tono más realista, no es justo decir que la imagen le importa menos. Hay imágenes construidas con ahínco, hay escenas editadas de una manera muy específica (en un film que empieza algo lento y monótono, su primera secuencia propiamente de terror es un montaje perturbador), algunos zooms, y un diseño de arte y vestuario muy cuidados. Lo que no hay es una paleta de colores brillantes y saturados, sino más bien fría y apagada, plagada de grises. El rojo es el único color vibrante que aparece en escenas claves. A nivel actoral, Guadagnino (un director al que desde Melissa P. le interesa mucho desentrañar el universo femenino) confió en dos actrices con las cuales ya había trabajado: Dakota Johnson (aunque conocida por su papel en la anodina trilogía Cincuenta sombras… con una carrera que ha tenido interesantes elecciones) y la infalible Tilda Swinton, ésta última interpretando más de un personaje (y en uno completamente irreconocible) y siempre de manera notable. A su lado, el elenco compuesto de manera exclusiva por mujeres se termina de completar con la ascendente Mia Goth, la siempre deslucida Chloe Moretz y la modelo Malgosia Bela, entre otras. También la propia Jessica Harper, protagonista de la versión original, tiene una pequeña participación. En cuanto al desarrollo de personajes, la Susie de Johnson presenta aristas interesantes como presentación y un arco dramático muy potente pero al que le falta algo de solidez en el medio, por momentos resulta abrupto desde su llegada tímida a la escuela de danza hasta su rápida ascensión como bailarina principal. Guadagnino también juega mucho con lo corporal y aprovecha con mayor fuerza la danza para revelar cuerpos que se mueven, retuercen, que buscan, que reprimen, que sienten. Otro punto imposible de pasar por alto es el de la música, en este caso cambiando los acordes inquietantes de Goblin por la melancolía de Thom Yorke. Es así que la banda sonora en algunas escenas descoloca aunque en alguna funciona sorpresivamente bien.
El clásico de Dario Argento vuelve redefinido de la mano del director de Llámame por tu Nombre. “Suspiria” (2018) es uno de los mejores ejemplos de cómo un realizador puede reimaginar una historia conocida, manteniendo sus elementos principales y, al mismo tiempo, entregar algo nuevo (pero familiar), sumando coyuntura y mucha visión feminista. Tras el éxito de “Llámame por tu Nombre” (Call Me by Your Name, 2017), Luca Guadagnino da el volantazo cinematográfico y se mete de lleno con este clásico de Dario Argento, presentándonos un film que sigue sus propias reglas y redefine el terror psicológico. De entrada, se nota que las intenciones del director y del guionista David Kajganich (“The Terror”) están alejadas de la copia de este gran exponente del horror italiano, apenas un “borrador” del llamado giallo, subgénero derivado del thriller que siempre abusa de los clichés y se enfoca en el aspecto visual, más que en la coherencia del relato. El film de Argento encaja perfectamente en esta categoría, pero Guadagnino redobla la apuesta con una trama plagada de suspenso y gore, grandes actuaciones y una puesta en escena que no sólo remite a lo sobrenatural, sino al clima político de la Alemania de finales de la década del setenta. Un detalle no menor, ya que está lectura sociopolítica se relaciona directamente con nuestra realidad. En 1977, Susanna Bannion (Dakota Johnson) llega a la ciudad de Berlín con la chance de audicionar en la academia de danza Markos Tanz. Susie es una chica ingenua de Ohio, venida de una granja menonita, pero gran admiradora del trabajo de Madame Blanc (Tilda Swinton), coreógrafa principal del instituto. La inocencia y la falta de entrenamiento profesional la hacen susceptible a las bromas de sus compañeras, pero su talento innato, poco a poco, empieza a llamar la atención de la directora. El arribo de Susie coincide con las violentas revueltas y atentados del Otoño Alemán, y la desaparición de Patricia Hingle (Chloë Grace Moretz), otra de las estudiantes de la escuela, cuyo último contacto fue con su psiquiatra, el doctor Josef Klemperer (sí, también Tilda Swinton), convencido de la paranoia de la chica, más allá de que ella asegura que la academia es, en realidad, la fachada para un aquelarre de brujas, en especial, las tres madres: Mater Tenebaraum (Madre de la Oscuridad), Mater Lachrymarum (Madre de las Lágrimas) y Mater Suspiriorum (Madre de los Suspiros). Mientras la policía sigue las pocas pistas que tiene para encontrar a Hingle, Susie entabla amistad con sus compañeras de clase -en especial con Sara Simms (Mia Goth)-, se gana su lugar en la compañía, y la posibilidad de ponerse al frente de la próxima presentación del Volk, una pieza de danza moderna (acá reemplaza al ballet) que debe conectar con cada fibra de su cuerpo. Todo parece marchar sobre ruedas para la joven Bannion, ahora convertida en la protegida de Madame Blanc. Pero dentro de los muros de Tanz ocurren extraños sucesos, muertes horrendas y una disputa relacionada con la verdadera identidad de Mater Suspiriorum, entre Blanc y la misteriosa Helena Markos. Bailando por un sueño No, Guadagnino no se anda con misterios y desde el comienzo revela la identidad de las mujeres (bah, las jabrus) al frente de la academia, y sus oscuros propósitos. La intensidad y el gore de cada crimen es bien palpable, pero hay algo de elegancia hipnótica en estas imágenes que no puede discutirse. La puesta en escena de Inbal Weinberg está muy alejada de la de Argento y sus colores brillantes, pero entre sus paredes de concreto (y la influencia arquitectónica de la Europa Oriental) y sus tonos saturados, cada cuadro de “Suspiria” es una obra de arte en sí misma, todo cortesía del director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom. El conjunto es inquietante, mucho más gracias a las actuaciones de estas mujeres (el 98% del elenco), con Johnson y Swinton a la cabeza, redefiniendo la historia de Argento para contarnos este relato que enarbola el empoderamiento femenino, hace constante alusión a la maternidad (no siempre deseada) y suma reflexiones sobre la historia más oscura y reciente de Alemania y sus nuevas generaciones, todavía afrontando las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. “Suspiria” excede el mero espectáculo visual y se recarga de simbolismos que estaremos analizando y debatiendo hasta el fin de los días. Sus puntos más flojos son algunos de sus efectos especiales medio pelo, y la anticlimática banda sonora a cargo de Thom Yorke, un lindo rejunte de melodías y canciones, pero esa melancolía que desparrama no siempre encaja con las intenciones del director y sus escenas más truculentas. Que las hay, las hay No tiene ningún sentido comparar esta obra con la original. A Guadagnino se lo nota respetuoso con el material de y Daria Nicolodi, el cual toma como inspiración y punto de partida para contarnos su propia visión. Una menos superficial y más enfocada en sus personajes y la trama que se desenvuelve a su alrededor.
El primer debate radical que se abre frente a esta remake de libre construcción creada a partir del filme de culto del mismo nombre que Darío Argento estrenó en 1977 no solo es un cuestionamiento acerca de su condición de “fiel en cuerpo y alma a la original”, sino cuán cerca o cuán lejos está del mundo laberíntico del género del terror en todas sus dimensiones históricas. Luca Guadagnino es un director italiano de 47 años que transita su sexto filme con la creación de esta criatura demencial. Su Suspiria se propone dialogar, ni más ni menos, con el filme del maestro del giallo. Si bien la repercusión y los premios de Llamame por mí nombre (2017) le habilitan los recursos de producción, el ego y la cartelera, la decisión de arriesgarse más allá de los recaudos que posiblemente otros realizadores tomarían para abordar este caso, no es nada desdeñable. Cuarenta y un años han pasado desde la obra de Argento, aquella Suspiria que es una muestra purista del relato del sanguíneo terror. Dueña de un suspense visceral, es capaz de generar un “temblor” real, digno efecto de su manejo de la incertidumbre y la perturbación emocional. Su clave narrativa está determinada por una cámara que traza una tensión constante entre el sujeto y el espacio, herramienta expresiva que multiplica y deconstruye a la vez en cada escena de alta crisis dramática. Su paleta de colores primarios saturados a puro contrapunto es estridente y artificiosa al extremo, de forma tal que toda impresión o intención de realismo queda lejos de la perspectiva de su narración original. Es innegable que realizar una remake cuatro décadas después pide a gritos, a quien se haya atrevido a esa osadía, a tomar nuevos riesgos, sin liquidar en esa audacia la esencia del filme que lo llevó a esta instancia. Lograr que surja de la pantalla una obra nueva que converse con su original e intente expandir alguno de sus bordes. Pretendemos que intente ir más lejos de lo previsible, o que profundice a partir de los años de cine transcurridos en los cambios de pensamientos de cada época actualizando sus parámetros formales y generando de esa dialéctica imaginaria entre ambas un hijo nuevo, alguien que llevará la esencia de su padre y la gracia vital de su madre. Guadagnino puede no haberle concedido valor alguno a estas necesidades espectatoriales, pero no podemos negar que son una expectativa lógica para los espectadores avezados que esperan este relato nuevo con ansias, para destripar la obra y comérsela llena de sangre, en una escena digna de las brujas de este filme. Pero la respuesta a esta expectativa imaginaria no es la ideal, la nueva Suspiria dialoga en muy pocos aspectos con la película original, pues su vínculo más claro lo establece con el cine que le es contemporáneo, y deja en claro que en este juego genérico hay una serie de búsquedas estéticas que resuelven preocupaciones mucho más personales de Guadagnino que las de la historia del género, del Giallo, de Argento y de sus derivados. Pero para ser más específicos evaluemos que ha transpuesto y cómo lo ha hecho, que ha postergado, que ha dejado fuera de la obra, y que filme finalmente nos podremos encontrar hoy en la pantalla grande. El argumento se inicia con un núcleo disparador similar: una joven bailarina americana (Dakota Johnson) llega a la escuela de baile en Berlín, años 70, para comenzar allí una nueva vida. La gran referente del lugar será Madame Blanche (Tilda Swinton) la directora del cuerpo de baile del establecimiento que, entre otras figuras femeninas, lidera la institución. Un mundo exclusivo de mujeres y un poderío matriarcal que en manos de Guadagnino se presenta claramente como un manifiesto feminista. A este mismo disparador, el nuevo guion le superpone otra trama secundaria, la del Dr. Josef Klemperer – también caracterizado por Swinton con arduo trabajo de maquillaje – un psiquiatra de edad avanzada que se siente involucrado en la desaparición de una sus pacientes, bailarina de la “Academia Markos” en intenta investigar por sus medios sobre el destino de la joven. Esta subtrama inexistente en su versión original deriva hacia la historia personal de este personaje que lo enlaza a su pasado y a la vez a la segunda guerra. El pastiche narrativo que genera esta nueva capa no sólo no aporta al núcleo infernal de la academia maldita, sino que distrae, extiende y disgrega de manera forzada apuntando a un epílogo que es digno de un innecesario melodrama. En cuento a otras cuestiones de contenido, como el uso del sentido de la época y el contexto, este filme nuevo refuerza, o más bien dicho fuerza, la enunciación directa o indirecta del Berlín de los años 70 y sus aspectos de tensión social que hacen referencia a temas políticos hasta dar pie con el nazismo. Aún cuando darle a la nueva Suspiria una mirada más actualizada y realista fuera atractivo, el relato sobreabunda en marcas de este aspecto a diestra y siniestra , al borde del agotamiento dramático. Si hay locura, audacia e incomodidad es en otro lado. Si hay, diría, hasta prepotencia y erotismo donde antes no existía es en el universo del baile, en el foco del conflicto puesto en esos cuerpos. Todas estas mujeres en movimiento generan una suerte de fuerza dionisíaca proporcionando en esas escenas la clave estética y dramática del filme. El uso de la danza contemporánea frente a la clásica del filme de los 70, trae como correlato formal la disrupción contra la armonía y el equilibrio del clasicismo aportando coreografías intensas y hasta violentas. Allí vemos la soltura de su capacidad audiovisual, la plástica del infierno de esos cuerpos espásticos en concordancia con una fotografía de contrastes bajos, de grises densos, de colores desaturados y podemos ver la idea de “malestar” que Guadagnino quiere articular. Ahora, a la luz del suspense y la angustia que el género del terror tiene chances de proponer y materializar, no es lo que este juego de formas inquietantes, erotizadas y de a momentos perturbadoras nos puede ofrecer. Su desborde formal, su juego de sangre que estalla al final en una operística fantasía de grand finale que puede impactar por su desmesura, pero no por su perturbación terrorífica ni su patos emocional. La perla del collar es sin duda la de la Tilda Swinton que hace y deshace con su rostro un mundo de estados emocionales. Ella como centro del relato, aún cuando el centro lo ocupe Dakota Johnson, o eso intente, configura un motín de féminas en estado de poder absoluto más que un discurso de brujas, maldiciones y otras narrativas. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Si la sordidez del aquelarre es una metáfora de los fantasmas del nazismo, de la socialdemocracia en el poder o de la insurgencia revolucionaria de la Facción del Ejército Rojo, es algo tan vago que queda librado al gusto del consumidor. Al respecto, la película no dice nada sustancial ni parecería ofender a nadie, ya que pretende ser una gran alegoría, a partir de la cual cualquier analogía podría ser válida. Incluso, ciertas referencias igualmente sutiles a las injusticias de género suponen un devaneo con el feminismo, aunque sin la garra ni la convicción necesarias.
Llega una inquietante cinta de horror, remake de un clásico del maestro del género Darío Argento Susie Bannion (Dakota Johnson) es una joven bailarina americana que viaja a Berlín para cursar sus estudios de danza en una de las escuelas más prestigiosas del mundo. Allí, la directora artística Madame Blanc (Tilda Swinton) queda completamente fascinada por su talento. Pero, el mismo día en el que Susie ingresa en la escuela, una de las alumnas es asesinada. La joven bailarina comienza a sospechar que el instituto está implicado en el homicidio. Pronto, un terrorífico secreto saldrá a la luz. Luca Guadagnino, el director detrás de Llámame por tu nombre, es quien ha trasladado a la pantalla esta oscura, inquietante y efectiva remake de un clásico del giallo italiano. Respetando la obra original de Argento, pero alejándose de aquella para modernizar y dar su propia visión de esta historia, la Suspiria de Guadagnino es incómoda, asfixiante, perversa y sobre todo hipnótica. Mucho más larga que la película de 1977, esta versión está dividida en actos casi operísticos, tiene una narración lenta, que va preparando al espectador a un clímax inolvidable, plagado de imágenes de pesadilla, difíciles de olvidar. Obviamente, no es un trabajo que se pueda catalogar dentro del género de horror más convencional, por el contrario, es parte de una nueva camada de producciones fílmicas en las que la marca de autor es tan importante como la historia. Una película hermanada con títulos como El legado del diablo o La Bruja. Otra gran diferencia entre original y remake, es que esta última le da suma importancia al contexto histórico en el que se desarrolla la historia, armando un paralelo entre el horror que habita tras las paredes de la escuela, y el que visualizan a diario los habitantes de una Alemania dividida por el Muro. En ese marco, el mensaje político dice presente y sirve para adosar al elemento fantástico. La fotografía y la puesta componen elementos fundamentales para arrimar el espanto, sensaciones que se intuyen tras cada movimiento, cada rostro, cada elemento que el metraje nos permite descubrir. Suspiria no es fácil de ver, habrá quien la ame y quien la odie, pero está claro que no resultará indiferente para ningún espectador que se anime a sumergirse en sus fauces.
La nueva versión del clásico de Dario Argento es bastante distinta a la original, partiendo de la trama de aquel film para hacer otro, de corte más realista, que parte del género del terror para analizar sus causas y contexto en el marco de la dura y violenta historia política de la Europa del siglo XX. Cuando Luca Guadagnino, el director de CALL ME BY YOUR NAME, anunció que iba a hacer una remake del clásico de terror de 1977 dirigido por Dario Argento, todos pensaron que no era la persona indicada para la tarea. Sus filmes hasta ese momento poco y nada tenían que ver no ya con los de su compatriota sino con el género en casi ninguna de sus formas conocidas. Y, en un punto, tenían razón. Si hubiera hecho una remake más o menos tradicional, seguramente no habría salido bien parado. Guadagnino tomó, para mí, el camino correcto y apropiado: se desligó de casi toda la trama de la original y la usó de cáscara, de leit motif si se quiere, para una película que es y no es SUSPIRIA. Una que parte de ella pero viaja hacia lugares muy distintos y en algún punto casi opuestos a los de la película de maestro del terror italiano. La diferencia principal, para mí, no tiene que ver con que esta SUSPIRIA está sospechada de no “pertenecer” al género del terror (esa es una discusión que amerita ir a la génesis de qué es una película de terror y qué no lo es, algo que pocos parecen tener ganas de hacer) sino que el film original es un deleite formalista desprovisto de contexto mientras que en éste la apuesta es casi inversa. Salvo algunas secuencias específicas, lo que Guadagnino hace es tratar de ir a la raíz de los gestos, al origen del problema, al mundo real en el que esos seres y criaturas existen. La de Argento era cine sobre el cine. La de Guadagnino es una película que mira para afuera, que observa el mundo real que genera ese terror. Tilda Swinton No se trata de valorarla más por hacerlo, simplemente de detectar su principal diferencia y su evidente dificultad comercial: los fans del género puro y duro se sentirán quizás traicionados por esta especie de deconstrucción semiológica de la película que aman. Se habla más de lo que se asusta, se baila más de lo que se espanta y se analiza la historia de la Europa del siglo XX de una manera que quizás no va del todo bien con el consumo netflixado del presente. Otra vez: no por eso es una película mejor, solo una que hace tensar otras cuerdas y de maneras imprevisibles. Por momentos, la necesidad de Guadagnino de relacionar SUPIRIA con casi todo (el Holocausto, los movimientos revolucionarios de los años ’70 en Alemania y la relación combativa y de oposición que existió entre ambos, por sintetizar sus variados temas) es un tanto excesiva y convierte a su versión más en una tesis sobre SUSPIRIA que en una película en sí misma. Pero muchas de esas lecturas son inteligentes y audaces. Y le otorgan nuevos elementos a la trama. En cierto punto, es una película que completa y complejiza la otra. El punto de partida es el mismo –chica estadounidense (Dakota Johnson) llega a una academia de baile en Alemania– y hasta el primer giro del guion es parecido, ya que esta versión también incluye la inicial revelación de que otra bailarina (Chlöe Grace Moretz) escapa de la academia asustada y temerosa por su vida. Aquí es donde los caminos se bifurcan (ALERTA DE SPOIILER para obsesivos ya que lo que contaré sucede en los primeros minutos de la película): en esta versión la chica se escapa para supuestamente unirse a los movimientos revolucionarios de Berlín en los ’70 (el grupo Baader-Meinhof) y enseguida sale a la luz la idea de que por detrás de la Academia hay algo relacionado con la brujería. No hay sorpresas en ese sentido. Dakota Johnson El esqueleto narrativo previo se sostiene mínimamente (sí, hay una profesora de danza aquí encarnada por Tilda Swinton, aunque es un personaje bastante diferente), pero lo que hace Guadagnino es arriesgarse a combinarlo con lo que podría ser un drama femenino/feminista con reminiscencias fassbinderianas, motivando otros giros respecto a la original: no solo su apuesta es más cercana a cierto realismo sino que hace una relectura de “empoderamiento de género” respecto a un film original considerado misógino por muchos. Pero no por eso se queda en el rechazo pretendidamente intelectual del gesto del género puro. Cuando la situación así lo amerita se lanza con una serie de escenas, caracterizaciones excesivas y un final a toda orquesta que son dignas de un film de género hecho y derecho y que están hechas por alguien que sabe cómo generar impacto y terror en el espectador. La combinación puede ser rara. Los momentos más tensos del film están ligados a escenas de danza contemporánea que Guadagnino trata casi como una forma moderna de arte marcial, con sus movimientos potentes y por momentos violentos utilizados como armas mortales. La música de Thom Yorke tiñe al film de una melancolía sombría y la paleta de colores elegida por el realizador también parece darle la espalda, hasta cierto momento, a la del original. Lo que allá era un shock de colores primarios acá es frío gris de invierno berlinés. Y todos estos elementos, convengamos, provienen de una tradición no homologada por el culto del género. Guadagnino parece intentar presentarse a sí mismo aquí como alguien capaz de traicionar las tradiciones para imponer las propias –un poco como lo que intenta hacer la protagonista– en un género en el que todos temen “matar al padre”. Acá, acaso un tanto egocéntricamente, él se cree capaz de hacerlo. Dakota Johnson Quizás no lo logre del todo, pero vale el atrevimiento. A la película le sobran minutos, personajes y metáforas (relacionar todo con el Holocausto, por ejemplo, bordea otro tipo de mal gusto), pero el desafío y el riesgo son más que aplaudibles. Acaso fastidie que a diferencia de los maestros del terror clásico que abrieron sus historias a la realidad política circundante –como John Carpenter o George A. Romero–, Guadagnino lo haga muchas veces escapándole al género y la supuesta nobleza de sus materiales, pero lo que construye por afuera no deja de ser valioso y, a su manera, provocador. Eso sí, no apto para puristas. La idea de desacomodar al espectador amante de las reglas claras y los esquemas previsibles es siempre complicada e inquietante, pero cuando esas ideas están “puestas en escena” por directores en claro control de sus materiales (me parece comparable, en varios sentidos formales y temáticos, a la argentina MUERE MONSTRUO MUERE, de Alejandro Fadel) es motivo de celebración. Se agradece que existan películas así de inasibles e inclasificables que se atrevan a ir más allá de las consecuencias del horror –generar miedo por el miedo mismo– para husmear en sus fuentes más enrarecidas y peligrosas. Esas que están adentro de cada personaje. Y, posiblemente, de cada espectador
El encantamiento de las brujas A partir del film maestro de Darío Argento, el director italiano logra una película que es reelaboración del original así como personal mirada de mundo, en donde la mirada de la mujer se asume como nudo y desenlace. Si se trataba de dejarse llevar por las primeras impresiones, nada debía esperarse de una remake del film de culto de Darío Argento. La nueva Suspiria, enmarcada en el gusto por actualizar -las más de las veces de modo lavado- grandes o exitosos títulos de otras épocas, y desde la dirección de Luca Guadagnino -responsable de la sobrevalorada y mediocre Llámame por tu nombre-, no podía ser menos que noticia desfavorable, de fastidio. Pero la película es la que habla. Será por el abordaje de un género específico -el terror italiano, aquí de matices giallo-, será por el aura que el cultual Argento desprende (de un modo cada vez mayor), o será por la prescindencia de esa corrección turística y desafectada de Llámame por tu nombre, que Guadagnino ha encontrado en Suspiria una personal manera de repensar el legado del film original (más la filmografía de Argento), y lograr una reelaboración que añade algunos guiños y sabe salir airosa por derecho propio. De este modo, las alusiones a la Suspiria original se asumen de modo inmediato, se adoptan como marco desde el cual dar paso a la sinfonía macabra y feminista que sigue. Es decir, la nueva Suspiria transcurre, como el film primero, en una escuela de danza alemana que esconde a una cofradía de brujas. Allí va a parar la estudiante ignota. Presuntamente ignorante, al menos, de lo que por entre las paredes espejadas se esconde, entre pasillos de laberinto y altar de ofrendas. Por otra parte, el film de Guadagnino se ambienta en 1977, mismo año del estreno del film de Argento, con lo cual el ambiente que se recrea es todo un acierto para el gusto cinéfilo, a partir de una atmósfera reminiscente desde el tono aportado por tantas películas. También reverberante de hechos reales, entre amenazas y atentados terroristas que evidentemente juegan como eco pretendido con los tiempos actuales. Luca Guadagnino encontró en Suspiria una personal manera de repensar el film original. La nueva Suspiria se construye desde el duelo fascinado entre sus dos protagonistas principales: Susie, la bailarina aprendiz (Dakota Johnson) y Madame Blanc (Tilda Swinton). Entre las dos está el balance y el enfrentamiento, la seducción y la repulsión, la maestra y la discípula. A la vez, la propia Swinton se replica en otros dos personajes. Si el lector de la nota no está al tanto, mejor dejar que la película juegue su ilusión para averiguar dónde más está la Swinton. Su cuerpo lánguido, de ojos que fulminan, la androginia, Swinton es la bruja ideal. Vale decir que Suspiria es un film macabro y feminista. Por un lado, la reminiscencia del horror sobrevivido y perpetrado tras la Segunda Guerra se respira, y de manera explícita en el duelo sin final del Dr. Klemperer. Es él quien indaga en los motivos neuróticos, alterados, de sus pacientes: chicas que huyen sin suerte de las garras de este ballet malsano. A propósito, la institución artística que se recrea se sabe también lugar de consonancias pérfidas, en donde la disciplina sobre los cuerpos corre en una dirección que podría torcer el disfrute y placer mismo. Algo que Darren Aronofsky abordó también con El cisne negro, no casualmente, otra película de terror. En esta escuela de ballet -cuya disciplina es algo desgarbada y las caricias femeninas guardan un matiz voluptuoso-, lo que se enseña es a dejar aflorar lo que se esconde. Y Susie viene cargada de mucho, demasiado peso, algo que la obliga a estar cerca del piso, a reptar. Pero la orden es que salte, que aprenda a volar. La alusión bruja está en curso. Sobre todo cuando Madame Blanc le pregunte sobre cómo se sintió al bailar de una manera tan única como tan visceral: "Fue como coger. Con un animal", responde la alumna, extasiada. En tanto, en los movimientos que se trazan hay danzas macabras que esconden réplicas mortales, con títeres que reiteran como muñecos retorcidos la coreografía de origen. Todo conduce a una transfiguración del cuerpo que se desarticula y reorganiza sus piezas en una forma final horrible. Luego, hay que tirar los desechos, como en la carnicería. Un baile de horror y pulsión desenfrenada que logra su cometido. Pero por fuera de la simple vista. Lo logra como acto prestidigitador. Mientras la mirada está atenta en determinado acto, es en otro lugar donde ocurre lo truculento. Mención aparte merecen los sueños, que se cuelan sin permiso y logran una sucesión de imágenes de alerta y repugnancia, que prevalecen desde la seducción que les organiza; la sangre reúne el ánimo ambivalente: atracción y rechazo. A través de ellos ocurre el nexo esencial de esta hermandad de brujas, con la mira puesta en alcanzar su estado pleno. Es decir, el llamamiento hacia la situación final, en donde ocurrirá lo tantas veces postergado, entre cuerpos femeninos refulgentes en su desnudez y griterío sangriento. Ahora bien, no debe leerse el horror aquí referido como mera acumulación de golpes de efecto -que no esconden algún primer plano dedicado a rememorar los acuchillamientos tan cultivados por Argento-, sino como aquelarre de semántica femenina, con la mirada depositada en ellas y desde ellas. Lo que surge es hipnótico, seductor, terrible, lleno de ira. Una combustión de elementos destinada a retorcer lo que toca, tras tantos años de reclusión, con este establecimiento como escondite simbólico. Entre las escenas que lo subrayan, figura la de burla brujeril a los hombres policías. Hay que descubrirla en la película y dejar que sea el disfrute de la propia Susie la que guíe en la comprensión de la secuencia. Y por último, claro, la gran Jessica Harper, cuya aparición funciona a la manera misma de un hechizo. Su rostro y cuerpo menudo ya la habían vuelto lugar hipnótico en El fantasma del paraíso, de Brian De Palma. En la Suspiria de Argento, su inclusión se reveló sustancial, de sensibilidad compartida entre ambos films. Verla otra vez es volver al cine de otras épocas, gran cine. Un atinado momento afectivo que la nueva Suspiria guarda como regalo pero también como acto de ilusión.
Luca Guadagnino nos trae una remake de “Suspiria” tan misteriosa y perturbadora como diferente a su homónima. Susie Bannion (Dakota Johnson), viaja a Berlín para cursar sus estudios en una aclamada academia de danza y formar parte de la compañía de baile dirigida por la prestigiosa Madame Blanc (Tilda Swinton). Hasta acá podría sonar como una fiel adaptación a la versión de 1977 dirigida por Darío Argento, considerada un clásico de culto del denominado género Giallo. Sin embargo, el director italiano, ya nos demostró en “A Bigger Splash” que no le tiembla el pulso a la hora de apropiarse de un clásico dándole un estilo y significado propio. Aquí no hay colores saturados, escenas gore ni una película que se sostiene en el impacto visual (Aunque lo tiene). La gran diferencia con la original está dada en que ésta posee un contexto histórico: una Berlín post segunda guerra mundial. Todo el film cobra un nuevo sentido a partir de esta premisa. Un relato sólido, personajes elaborados y atmósferas generadas con maestría, como a las que Guadagnino ya nos tiene acostumbrados (¿Tal vez lo único que nos recuerde a la idílica “Call Me By Your Name”?), son algunos de los encantos de la cinta. A su vez, la música a cargo de Thom Yorke, no sólo nos transporta, sino que nos hace cercana la historia al escuchar un sonido contemporáneo. Podemos apreciar también excelentes actuaciones destacando a sus protagonistas, Dakota Johnson y Tilda Swinton, esta última siempre impecable con sus verosímiles transformaciones y encarnando no solo uno, sino dos personajes (¿Casualidad que el único personaje masculino importante de la historia lo interprete una mujer?). Voy a resistir la tentación de ahondar en lo que más me cautivó: su poética, simbolismo y analogía, para no revelar demasiada información. Les dejo a Ustedes, entonces, el compromiso de espectadores activos. “Sispiria” es una película que no es sencilla de ver, que se toma todo el tiempo necesario para su desarrollo pero que, tal y como sucede en la trama, quienes se atrevan a ir más allá de la superficie encontrarán mucho más. Hay escena post créditos y, si nos basamos en la trilogía de Argento, todo quedaría listo para “Inferno”. Por Matías Asenjo
Danza macabra Luca Guadagnino reedita Suspiria de un modo completamente distinto al original, abandonando los fuertes colores por un énfasis en el cuerpo. Hace un cuarto de siglo el director Luca Guadagnino conoció a Tilda Swinton, la mujer de las mil caras, y le propuso hacer una remake de Suspiria: una de las películas de terror más escalofriantes de la historia del cine. Veinticinco años después formaron su propio aquelarre y alcanzaron un desafío que parecía imposible. Lejos del rojo furioso y los azules eléctricos de Dario Argento (heredero de la dirección de arte pictórica de Mario Bava), Suspiria de Luca Guadagnino nos abre una puerta de colores tenues. Una paleta invernal, invadida de grises, que nos despega de la exigencia de pedirle al director de Llámame por mi nombre que su película esté a la altura de la original de 1977. El acento no está puesto en el pantonne sino en el cuerpo. El cuerpo es la puesta en escena. El cuerpo como lugar habitado y sometido, pero también como fuente de placer. Propio y ajeno. El Technicolor de aquellos pigmentos primarios que prendieron fuego eternamente nuestras pupilas cuando Jessica Harper recorría en mallas los pasillos de la academia de ballet quedaron atrás para conocer un nuevo escenario fiel a su tiempo: resaltando la belleza sombría del escombro, del grafitti apagado, de la pared descascarada que funciona como un lienzo enchastrado con acrílico. Más cercana a la estética de Fassbinder que a la de Argento. Ambientada en 1977, el año en que se estrenó la Suspiria co-guionada por Daria Nicolodi, basándose en las experiencias traumáticas que ella atravesó estudiando danza, esta nueva obra se hace cargo del contexto elegido. Un Berlin dividido y azotado por el terrorismo de las Brigadas Rojas, reluciendo un terreno en ruinas de una guerra que no cesa. Conviviendo víctimas y victimarios en una misma ciudad, en una paz forzada después de un conflicto como lo fue la Segunda Guerra Mundial. Un campo de batalla que también es testigo de la fuerza subterránea de un terremoto feminista. Las brujas tampoco son las mismas, y es en esa decisión donde Guadagnino también se hace cargo del presente, deshaciendo la idea misógina de bruja propia de la Inquisición para proponer una lectura de mujeres empoderadas. Llegando a rotular como holocausto, por terribles y numerosos, los crímenes de odio contra la mujer. Donde en el film de Argento la inestabilidad era climática e idiomática en esta película es política. En la primera era el lugar el que complotaba contra nosotros; ahora es el momento, la historia. “Traiciona el espíritu del original”, declaró Dario Argento hace unas semanas. Tiene razón. Y por suerte es así. La única manera de competir con la primera Suspiria es no compitiendo. ¿Cómo acercarse a una obra tan autoral e icónica para el género? Separándose de un Gus Van Sant que replica plano por plano a Psicosis de Hitchcock, y parándose en la misma vereda de Werner Herzog cuando se atrevió a revisitar, sin necesidad de imitar a nadie, Nosferatu de F. W. Murnau. Luca Guadagnino evita el riesgoso camino de la remake servil para utilizar el universo de Suspiria en pos de contar una historia distinta. Ese es el mayor logro del noveno largometraje del director italiano: conseguir que su Suspiria tenga identidad propia. “La danza no parte de un texto ya existente, sino de un juego de experiencias que consiste, en el fondo, en reconocer algo todavía desconocido” dijo una vez Pina Bausch, bailarina alemana que es central para entender la danza contemporánea que en la nueva Suspiria reemplazó al ballet clásico. Guadagnino refleja esa frase en su película. Él pudo reconocer algo todavía desconocido aun partiendo de un texto ya existente. Y es justamente el baile, elegido como conflicto rítmico del relato, el enorme detalle que vuelve a esta película tan extraña al espectador fanático de la original. La danza acá es parte del hechizo. Un paso puede ser un golpe, y un salto provocar un knock out de un cuarto a otro, dividido por espejos. “Una parte del problema es la incapacidad de no ver tu cuerpo en el espacio. No basta la perspectiva de un espejo ni la de una imagen. El movimiento nunca es mudo. Es un lenguaje. Es una serie de formas energéticas escritas en el aire como palabras formando una frase. Como poemas”, le dice Madame Blanc (Tilda Swinton en uno de los tres personajes que interpreta en la película) a la protagonista, Susie Bannion (una Dakota Johnson dejando su vida en las tablas). La nueva Suspiria muestra el difícil proceso de adueñarse del cuerpo, de encontrar un vínculo irrompible. Un cuerpo que puede usarse para el bien o para el mal. Es una película tan física que en la secuencia más gore del relato el pecho de un personaje se vuelve abertura como cuando en Videodrome, de David Cronenberg, el protagonista metía un VHS adentro de una vagina en su panza. Son mutaciones que nos provocan electricidad en nuestro propio cuerpo. Tal vez porque Madame Blanc le transmite a su alumna favorita que cada salto en el aire tiene que ser un relámpago, y finalmente esta Susie Bannion logra desatar la tormenta esperada. Suspiria no es necesariamente una remake. Es, como explicó Guadagnino, quien vio por primera vez la película de Argento a los 14 años y ya no volvió a ser el mismo, un homenaje a las emociones que sintió al verla. El temor que lo atravesó se refleja en la música compuesta por Thom Yorke, que envuelve con alambres sonoros, como aquellos que en 1977 arrastraban a la muerte a Sara, los recuerdos perturbadores de Susie. Manteniendo prendida la luz de amenaza de que la imagen más estrepitosa está por llegar. El terror hecho danza. La danza hecha terror. “Hay dos cosas que la danza nunca puede volver a ser: hermosa y alegre. Hoy necesitamos romperle la nariz a toda cosa hermosa”, agrega Tilda Swinton vestida de Madame Blanc con esa mirada enigmática que oculta la duda de si te va a dar un abrazo o a clavarte un cuchillo por la espalda. Guadagnino, contra todo pronóstico, lo logra: abandona los paisajes bellos y tranquilizadores de Llámame por mi nombre para retratar la violencia de género y el sometimiento de cientos de años de manera feroz y descarnada, animándose a una película discursiva pero sin menospreciar la potencia del gore. Entendiendo al miedo no como un sentimiento de debilidad sino como el motor para volvernos fuertes.
La tarea era difícil, ¿hacer una remake de una de las películas más únicas que dio el cine fantástico y de terror? Y encima de una película de Dario Argento, uno de los maestros del género. Pues sí, durante muchos años se barajó la idea de hacer una remake de Suspiria (1977) y finalmente ocurrió, Luca Guadagnino, conocido por Call me by your name (2018) es el responsable de esta nueva versión. El director tenía dos únicas opciones: O copiaba el estilo de la original, lo cual ya se había sido hecho en películas como The neon Demon (2016) y Black swan (2010), o se alejaba parcialmente de la obra de Argento y presentaba una obra distinta con su propia personalidad. Lo primero que salta a la vista es que la paleta de colores que trabajo Argento, tanto en la Suspiria original como en su continuación Inferno (1980) y que no retomo en La terza madre (2007), brilla por su ausencia. Sí hay en cambio algunas decisiones de puesta en escena, en especial en algunos movimientos de cámara que hacen recordar lo que hacía el director italiano en sus mejores épocas, Guadagnino además no se olvida de la tradición «tana» con respecto al terror y ofrece algunos planos típicos de las obras del género hecho en Italia. La otra gran diferencia es que Guadagnino llena los espacios que Argento había decidido dejar a la imaginación. Acá hay toda una construcción de un mundo que pareciera que abarcara la trilogía completa. Lo cual para lo que propone esta remake es bienvenido que ya vuelve intrigante a la historia principal. Y es justamente la trama principal lo mejor de esta Suspiria, ya que allí se encuentran los momentos más impactantes. Dakota Johnson, muy convincente en su papel, debe vivir rodeada de asesinatos que ocurren secretamente y que duelen porque nos hacen recordar lo endeble del cuerpo humano. También debe lidiar con los personajes que se encuentran en aquella academia alemana a la que va a estudiar danza, sobre todo con el interpretado por Tilda Swinton, quien ofrece una actuación igual poderosa que la de Johnson. Pero por sobre todo porque es atractivo seguir una historia de terror en vez de esa otra sub-trama que no es necesaria. El problema es que a Guadagnino pareciera molestarle que la película sólo fuera de terror. No hay que olvidar el cine fantástico siempre tuvo la posibilidad de usar a sus monstruos y arquetipos para contar algo más, además de entretener al público. Acá el director tiene que remarcar la situación que está viviendo esa Berlín dividida y por más esfuerzo con el que trate lo que ocurre termina siendo un mero fondo. Un poco de esa manejaba Argento en la original sólo que allí no dejaba de contar un relato fantástico y acá pareciera querer desligarse de eso. En entrevistas tanto el director como el guionista David Kajganich declararon que odiaban la Suspiria original, eso explica la falta de humor, el intento de seriedad y que aquel final, en un intento de darle al público un final explosivo termina siendo lo peor que puede ofrecer el cine arte que es lo que apunta en general esta película. Suspiria (2018) podría haberse llamado de otra manera y el resultado sería el mismo. Lamentablemente tiene que cargar con el peso de ese nombre que la hace tambalear en su excesiva duración con sub-tramas innecesarias. Por otro lado se agradece que tenga su propia personalidad y no busque copiar a la obra de Dario Argento. En ese sentido es una película que con sus pros y sus contras debe verse.
Una joven viaja hasta Berlín con el objetivo de cumplir su sueño: poder ingresar en una distinguida academia de danza. Cuando llega, algo acaba de ocurrir con una de las integrantes del cuerpo de bailarinas de la institución. Algo que nadie puede explicar o, mejor dicho, que no tienen la intención de hacer, incluso aunque se muestren afectadas por su ausencia. En la nueva película de Luca Guadagnino (Call me by your name), un narrador omnisciente se toma la molestia de invitarnos a ser testigos de cuerpos que se quiebran de formas escandalosas mientras una especie de profesoras-brujas guardan para sí los secretos más oscuros de la institución. Tomando licencias de la Suspiria de Darío Argento (1977) -basada en el ensayo de Thomas de Quincey y coescrita por Argento y Daria Nicolodi- el director se propone buscar el verosímil adaptando el argumento al contexto histórico político del Otoño alemán y los sucesos cargados de violencia acontecidos durante en 1977.
El relato posmoderno cinematográfico desarrollado en Hollywood propició la moda de remakes y secuelas, impactando notablemente en el consumo de tales propuestas fílmicas. No obstante, su puesta en práctica data de mucho tiempo antes. Multiplicado a la enésima potencia en el cine del nuevo milenio, resultó reiterativa y tendenciosa la falta de criterio bien entendido, ausente de decencia artística e ideas originales por la que Hollywood recicló mediante remakes, recetas probadas para cual película fuera posible, a la vez que saturó la cartelera de secuelas donde la reiteración le ganó terreno a la inventiva. Los espectadores se acostumbraron, casi como un mandato, a ver la cartelera repleta de remakes y secuelas donde la originalidad brillaba por su ausencia, y un círculo vicioso tendía a alimentar esa reiteración cada vez más monótona. Este ejemplo puede verse también, aún con un dejo de fatalismo, como una especie de correspondencia entre la teoría contemporánea y las nuevas tecnologías mediáticas, porque han cambiado los procesos de lectura de un film. Para justificar dicha teoría, la tercera dimensión es el ejemplo más paradigmático al respecto. También lo son las malas secuelas. ¿Cómo olvidar la literalidad de Gus Van Sant a la hora de copiar, plano por plano, a un clásico intocable como “Psicosis” (1960)? En otro sentido, podría pensarse que el mismo aura de film intocable poseía “Suspiria” (1977), con el consiguiente riesgo de resultar masacrada. Obra referente del cine giallo, famoso subgénero italiano, heredero directo del thriller y del terror hollywoodense de los años ‘60, este se veía caracterizado por plasmar mundos violentos y profanos. Sin embargo, se verá que la adaptación realizada por el sorprendente Lucas Guadagnino (cineasta originario de Palermo) supera la media de lo habitualmente fraguado en las tristemente transitadas maratones de remakes. Sus intenciones resultan, pese a cierto saldo irregular, absolutamente dignas. Maestros italianos como Darío Argento, Mario Bava y Lucio Fulci dieron vida a estos dantescos universos de sangre y crímenes por doquier, que constituyeron todo un emblema de la industria cinematográfica con bajo presupuesto de los años ’70. Tanto los hermanos Luciano y Nicolás Onetti (“Abrakadabra”) como Daniel de la Vega (“Necrofobia”) exploraron la vertiente en el plano nacional, herederos de aquella escuela perfeccionada por el citado Argento, cineasta nativo de Roma. Un artesano con la suficiente habilidad como para fusionar el mainstream y el cine ‛clase b’, en un espectro que va desde el cine gore precursor de su admirado Bava al suspenso psicológico de David Lynch, con guiños al emérito John Carpenter y un dejo del cine de David Fincher, especialista en retratar sociópatas y asesinos en serie. Responsable de obras claves como “El Pájaro de las Plumas de Metal” (1970), “Rojo Profundo” (1985), “El Gato de las 9 Colas” (1971), Argento se consagró con esta obra cabal, actualmente objeto de una reversión: “Suspiria”. Lucas Guadagnino apostó la nada despreciable suma de 20 millones de dólares a este proyecto absolutamente personal, y el reto asumía saldar una cuenta pendiente; el cineasta admiró esta gema de Argento desde que la viera por vez primera, durante su adolescencia. Cabe mencionar, que este notable realizador es uno de los talentos más interesantes a tener en cuenta dentro del panorama contemporáneo. Luego de sorprendernos con “Cegados por el Sol” (2015, remake del clásico “La Piscina”, de Jacques Deray), recibió una lluvia de premiaciones gracias a un valiente ejercicio dramático: “Call me by your name” (2017). La nueva versión de “Suspiria” coloca en una frágil situación, y de cara a una travesía pesadillesca nada agradable, a la bailarina aquí interpretada por Dakota Johnson, flamante estrella del cine comercial consagrada gracias a una saga (otra moda que no es vanguardia) pobremente adaptada a la pantalla como “50 Sombras de Grey”. En su segundo protagónico junto al director (había sido el objeto de deseo en la citada remake francesa, también versionada por Francois Ozon en 2003), Johnson hará lo que toda musa/víctima de Argento solía hacer: volverse presa del horror y someterse al peligro mortal, acechando intrigante, constante. Esta evocación de una obra maestra de su clase, ostenta un metraje llamativamente excesivo (152 minutos), el cual se explica bajo la inclusión de una serie de subtramas que, sin dañar el espíritu original del film en pos de facilitar nuevas lecturas, restan uniformidad a la propuesta. No obstante, el perfecto diseño visual (apoyado en una exquisita fotografía y escenografia) y una inmejorable banda sonora compuesta por Tom Yorke (Radiohead) se presentan como nobles instrumentos a la hora de explorar terroríficos misterios. Un clima tétrico reviste el relato y allí reside su atractiva perturbación. Con clase y una voz autoral propia, Guadagnino venció los prejuicios que la historia del cine depositó sobre su funesta aventura hacia el lugar donde habita el miedo. Allí, en el corazón de las tinieblas germanas.