El duelo San Martin de Los Andes, o la fría Patagonia y su naturaleza hostil, parece ser el escenario propicio para desarrollar una historia de iniciación adolescente, atravesada por el duelo de una pérdida. Se trata de rituales, maneras de sobrellevar la crisis que marca el derrotero de un duelo y de recomponer -si se puede- vínculos con el pasado, desde el reencuentro de un hijo y un padre. Resulta llamativo y alentador que en esta ópera prima de la realizadora Natalia Garagiola, recientemente galardonada en el Festival de Venecia en una sección paralela, se refleje la enorme confianza y solidez con la que la debutante encara desde lo cinematográfico su historia. Como si concociera de antemano esos universos, el masculino, el adolescente, y el propio de la geografía del sur, sin trastabillar un milímetro y siempre en la dirección justa, para que el relato se nutra de detalles, austeridad narrativa y una intensidad desde los personajes y sus relaciones tanto a nivel emocional como físico. Nahuel (Lautaro Bettoni) es el protagonista de este film, secundado por el siempre correcto Germán Palacios en el rol de Ernesto, su padre, a quien dejó de ver una década atrás. Más allá de las distancias y los rencores devenidos pases de factura con retroactividad, la idea de Ernesto implica el riesgo de perder a su presa más importante, su hijo. Por eso lo de la Temporada de caza del título parece encastrar con ese concepto de rivalidad padre e hijo, cuyo denominador común no es otro que la procesión interna del dolor y la elaboración de ese vacío, que para el caso de Ernesto se produjo el día que decidió cambiar de rumbo y dejar a Nahuel al cuidado de su madre. Pero no sólo Nahuel es una presa difícil, sino que tiene la libertad de elegir su presente y futuro, confundido como todo adolescente en una etapa de estímulos, frustraciones y violencia. Todo ese cóctel de rebeldía, angustia y vulnerabilidad se ve exacerbado en un escenario en el que tiene que aprender y adaptarse a un modo de vida distinto, y aún menos confortable, mientras la tirante relación con los adultos (incluído su padrastro en la piel de Boy Olmi) se tensa, al igual que con sus pares patagónicos. Si hay una manera de retratar al mundo masculino a partir de la simbología de la caza, pero también de la preservación de lo que uno quiere y defiende como los afectos, la directora Natalia Garagiola lo ha encontrado con creces y en plena demostración de talento y madurez a la hora de poner una cámara y dirigir actores para sacarle la cuota de naturalidad justa y necesaria.
Temporada de Caza: Heredando el frío de la Patagonia. Premiada en Venecia, esta producción nacional nos pone en la mente de un joven que, tras la perdida de su madre, reavivará forzosamente la relación con su padre biológico en la fría y hostil soledad de la Patagonia. Un debut siempre es difícil. No solo de realizar sino también de valorar. Esto es especialmente verdad cuando tu primer largometraje gana el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Venecia a pocos días de su estreno, como le paso en esta ocasión a la directora Natalia Garagiola. Temporada de Caza es un drama con tintes de thriller que nos muestra los cambios en la vida de un joven tras la perdida de su madre. Hostil, y por momentos violento, su vida cambiara completamente tras verse obligado a mudarse a la Patagonia con la familia de su padre biológico: un guía de caza con el que no tiene contacto hace una década. Como gran mérito de la directora debutante, la trama y la dirección resultan prácticamente inseparables. Garagiola combina los hechos, personajes y las elecciones de su dirección para crear un pequeño pero atrapante relato que desarrolla en el Sur de nuestro país un ambiente idóneo para que su protagonista se descubra y redefina. Los pequeños momentos de tensión y violencia resultan punzantes gracias a un simple pero efectivo guion, sostenido por un trabajo de fotografía y música que mantienen el film con un nivel técnico que permite apreciar sus varios matices. La película que se maneja con un podio de personajes. En primer lugar obviamente tenemos al protagonista (Lautaro Bettoni), foco total del film; en segundo puesto tenemos a su padre (Germán Palacios), quizás el único personaje con suficiente desarrollo como para relucir cambios durante la trama, aparte de servir como paralelismo de la fría e indiferentemente hostil Patagonia a la que nuestro protagonista se debe adecuar. Completando el podio esta su padrastro (Boy Olmi), que con pocos minutos en pantalla logra no solo reflejar y profundizar a nuestro protagonista, sino también plasmar el hecho de que resulta la víctima que más sufre los cambios acontecidos, y lo hondo de su dolor. Tanto Olmi como Palacios redondean una gran labor, logrando hacerle fácil a la audiencia empatizar con ellos. Precisamente el personaje de Olmi resulta una buena comparación con la cinta en general, un breve vistazo en un increíblemente doloroso momento, que trasciende la simpleza de su propuesta gracias a una gran labor en todo aspecto posible. El resto de los personajes resultan funcionales sin ir más allá de lo útil, tal y como el resto del film: grandes resultados aún con limitadas ambiciones, un producto sin mucho brillo pero con luz propia. Temporada de Caza disfruta los beneficios de una clara y enfocada dirección. La cual permite a la audiencia disfrutar más el sabor del resto de los ingredientes que, a gran nivel, forman un relato personal que acompaña un bello paisaje con un intento de dejar las cosas horribles detrás.
Un joven sufre la pérdida de su madre y su vida dará un giro de 180º cuando se vea forzado a mudarse con su padre quien vive en la Patagonia. Un film dramático que a fuerza de contrastes construye un relato atrapante y sincero. Nahuel (el debutante Lautaro Bettoni) es un adolescente que vive en Buenos Aires, tras la muerte de su madre viaja al sur de Argentina, donde se encuentra con su padre biológico, al que no ha visto en más de una década. Ernesto (Germán Palacios) es un respetado guía de caza que vive en las montañas con su segunda esposa y sus hijas. El pasado, el orgullo, el resentimiento y la turbulenta relación de ambos pondrán a prueba el vínculo sanguíneo que los une. La película se filmó a lo largo de cinco semanas en zonas rurales de San Martín de los Andes en época de nevadas, y consiste en la ópera prima de Natalia Garagiola. Un gran comienzo como directora, ya que la cinta ganó el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Venecia. La principal virtud de la narración radica en relatar ese difícil reencuentro entre padre e hijo (en proceso de duelo), en un contexto que los obliga a unirse. El marco gélido e inhóspito que nos otorga el sur (elevados por el bello trabajo de fotografía de Fernando Lockett), exteriorizan la tormentosa relación de ambos. Con un guion prolijo y detallista, la directora busca transmitir la intimidad del duelo y los contrastes entre ciudad/paraje remoto, abundancia/austeridad, etc. Además, los actores brindan excelentes interpretaciones, comenzando por Bettoni y muy bien secundado por Germán Palacios y Boy Olmi (padrastro del protagonista). La narrativa del film maneja muy bien los silencios, los cuales se van resignificando con las acciones de los personajes (el protagonista muchas veces incurre en la violencia tanto física como verbal para exteriorizar su dolor). Por otro lado, la inestabilidad va gestándose con una incesante cámara en mano que va transfiriéndonos ese nerviosismo y sufrimiento silente. “Temporada de Caza” es una película sencilla y humilde, que a raíz de una buena visión de su directora y de una poderosa performance de su elenco, termina ofreciendo un relato personal e íntimo. Un film que pone en foco un drama familiar mediante una bella ejecución audiovisual.
El duelo El primer largometraje de la realizadora argentina Natalia Garagiola indaga en la angustia del pasaje de la adolescencia a la vida adulta de un joven que acaba de perder a su madre después de una larga agonía debido a una enfermedad oncológica. Tras ser expulsado del colegio debido a una pelea con un compañero durante una práctica de Rugby en un colegio de elite, Nahuel (Lautaro Bettoni) migra de Buenos Aires a la Patagonia para vivir con su padre biológico, Ernesto (Germán Palacios), un guía de caza del Sur de la Argentina a quien no ve desde hace ya más de diez años y que se ha vuelto a casar formando una nueva familia alejado de él. La hostilidad de Nahuel como respuesta emocional a su sufrimiento crece y se sedimenta en la crudeza del invierno patagónico a la par de la severidad de su padre, que intenta erigir canales de comunicación para canalizar la agresión de su hijo a través de la caza con el fin de sacarlo de su pesadumbre. En el sur el joven conoce a un grupo adolescente y se adentra en sus costumbres y su diversión, que incluye las expresiones contestatarias juveniles del Hip Hop, el grafiti y el skate. En este contexto Nahuel encontrará las claves de su sufrimiento y conocerá frente a frente la diferencia entre la vida y la muerte y sus significados transcendentales. Con un estilo sobrio y rebelde Temporada de Caza (2017) indaga en las costumbres juveniles con gran soltura, excelentes actuaciones, un guión maravilloso sobre las relaciones entre padres e hijos y la necesidad de los procesos de luto. El trabajo de fotografía de Fernando Lockett (Pinamar, 2016) es parsimonioso, plasmando el contraste entre las tribulaciones del hombre y la calma de una naturaleza inclemente. Las actuaciones dan cuenta de la atmósfera de circunspección y mesura pero también de la violencia contenida que se manifiestan en el film. El paisaje congelado y el ritmo sosegado del sur se contrapone con la aceleración adolescente del protagonista generando una sensación de contrapunto entre la vida en la capital y el gélido sur, entre padres e hijos y entre las diferencias de carácter de la ciudad y el campo. Tanto el devenir psicológico del luto como los procesos de asimilación son analizados con gran maestría por un guión detallista que trabaja a partir de situaciones ocurridas en el pasado en un descubriendo y un aprendizaje que cada personaje realiza sobre sí mismo, sobre el mundo en que vive y sobre su relación filial. El film demanda de esta forma grandes esfuerzos actorales de parte de Germán Palacios y Lautaro Bettoni demostrando el excelente trabajo de dirección por parte de Natalia Garagiola. Temporada de Caza es un film de actuaciones maravillosas y escenas que logran construir un equilibrio entre la impetuosidad y la sensatez para marcar el paso de la adolescencia a la madurez pero es también una obra sobre las historias familiares, el sufrimiento de padres e hijos y la necesidad de aprender a convivir. En cada circunstancia y en cada fotograma, la Patagonia es dimensionada en todo su esplendor pero también en toda su hostilidad, planteándole al protagonista una vida distinta, con más enjundia, pero más ardua y afanosa. La ópera prima de Garagiola es de esta manera un film que se adentra en la psicología de los adolescentes, su cultura, sus procesos de aprendizaje y adaptación para combinarlo y contraponerlo con los rituales de caza y las cuestiones sociales y ecológicas que preocupan y viven los pobladores de la Patagonia en su lucha por preservar los recursos naturales de su hábitat. Así, la minuciosa mirada cinematográfica de la realizadora demuestra su afán por narrar una historia tan rigurosa como fascinante, creando un mundo tan distante como adyacente que se hace carne en la formación y consolidación de la idiosincrasia actual de los argentinos.
Escrita y dirigida por Natalia Garagiola, Temporada de caza resultó la mejor película en la Semana Internacional de la Crítica, que transcurre en paralelo con el Festival Internacional de Cine de Venecia. El film habla de los vínculos familiares alterados por el tiempo y de un reencuentro que traerá aparejado varios conflictos. Nahuel -Lautaro Bettoni- es un adolescente de conductas violentas que luego de la muerte de su madre y del cuidado de Bautista -Boy Olmi-, la pareja de ella, viaja a la Patagonia para reencontrarse con supadre Ernesto -Germán Palacios-, un respetado guía de caza que ahora vive con su mujer y sus hijas, luego de diez años de haber estado separados. El choque de costumbres, el nuevo hogar, el colegio y las nuevas amistades, son los disparadores de esta historia en la que la naturaleza violenta del joven protagonista toma nuevos rumbos. El cazador y su presa, el hombre que enseña a matar y ama a su hijo abandonado, son los tópicos dramáticos que la realizadora elige para este relato ambientado en el sur argentino -filmado en San Martín de los Andes- y con una convivencia que coloca a los protagonistas frente a su propia capacidad de matar y perdonar. El orgullo y el resentimiento son las dos caras de la misma moneda y son las que mueven tanto al padre como al hijo de pocas palabras. Con precisión narrativa, Temporada de caza impone su marco helado y lo transmite a las relaciones familiares, en la creación de los climas que se van generando con la llegada de Nahuel a un entorno desconocido y también peligroso que lo hace tambalear en sus decisiones y comportamientos. Las fuerzas del rechazo y la atracción -en ese orden- son llevadas cómodamente por Germán Palacios y Lautaro Bettoni, quienes sostienen todo el relato, entre peleas, silencios, lucha por el territorio y caminatas previas a la hora de apretar el gatillo.
Nieve negra Nahuel (Lautaro Bettoni) es un adolescente con una innata conducta violenta. Tras la muerte de su madre, se ve forzado a mudarse con su padre Ernesto (Germán Palacios) en la Patagonia, al que no ha visto en más de una década. Él es un respetado guía de caza que vive en las montañas con su segunda esposa y sus hijas. La reunión no resulta fácil, el orgullo y el resentimiento prevalecen tanto en el padre como en el hijo. Esta ópera prima de Natalia Garagiola ganó el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Venecia y mantiene las características de un film dramático y un thriller, generando climas atrapantes, donde la conjunción de pasado, resentimientos y una relación no construida desde pequeño los ponen a prueba en medio de un escenario frío e salvaje que les ofrece el sur de la Argentina. Es una película íntima con el foco puesto en una relación compleja entre padre e hijo. Tanto el trabajo de la directora como el de fotografía de Fernando Lockett, logran más allá de las palabras, exteriorizar lo tormentoso que resulta para ambos protagonistas tener que construir una relación a base de la fuerza. El duelo no parece haberse hecho en su totalidad y el film lo esgrime muy bien a partir de los silencios y cámara en mano, demostrándonos no solo la violencia sino también las inseguridades, el dolor, el fastidio. Temporada de caza, si bien lleva adelante una trama sencilla, nos ofrece un elenco firme y desenvuelto con naturalidad, apoyado en una excelente dirección de actores. La temporada de caza no representa tan solo un simbolismo del universo masculino y el frío no solo parece estar ahí afuera.
Es la opera prima de Natalia Gargiola que acaba de ganar el premio del público en la Semana de la Critica una sección paralela en el Festival de Venecia Un reconocimiento merecido para un film conmovedor que habla de reencuentros, de afectos perdidos en un doloroso camino de silencios y gestos breves, de rechazos y rebeldías explicitas y contenidas. Un adolescente conflictivo en su colegio, que acaba de perder a su madre, se lleva muy mal con el marido de ella y cumple un mandato materno, ir a conocer a su padre biológico a la Patagonia. Y es allí entre un paisaje gélido de ensueño que maravilla, pero que puede albergar todas las amenazas, donde un chico que no puede resolver su duelo y un hombre del lugar, un cazador rústico que armo una familia con una mujer joven e hijas pequeñas, se enfrentan a lo que parece imposible. Intentar recuperar el afecto, el lazo de comunicación y sentimientos perdidos por la distancia y los años, lo reproches nunca dichos, la rabia contenida. Entre ese hombre rústico, de sabiduría de cazador, transmitida de padres a hijos, y un adolescente de ciudad que además de padecer las ansiedades de su edad y su despertar sexual, parece odiar a todo el mundo adulto. Esta en la habilidad y el talento de Garagiola, en su lenguaje cinematográfico que dice más que muchas palabras, en la incursión de un mundo de códigos masculinos que se muestran conmovedoramente en la contraposición de edades y mundos. Germán Palacios es un gran actor que despliega sus matices, con mínimos gestos pero cargados de significados, Boy Olmi exprime con maestría sus cortas intervenciones y el debutante Lautaro Bettoni da en la tecla de su adolescente irritante y dolido.
Fragmentos de un relato de iniciación. La opera prima de Garagiola, que acaba de ganar el Premio del Público en Venecia, presenta a un adolescente tironeado entre dos mundos y dos padres sin apelar a subrayados innecesarios, y una puesta en escena que no se ciñe a esquemas rígidos. El cine argentino define sus territorios. Está el cine de autor –el de Lucrecia Martel, el de Lisandro Alonso, el de Mariano Llinás, el de Matías Piñeiro, y así sucesivamente–, el cine de género, el indie, y entre todos ellos, distinto de todos ellos y a su vez con zonas de contagio con todos ellos, hay un cine en el que las relaciones humanas o familiares no se tratan desde el lado de la psicología, ni la autoayuda, ni la identificación fácil. Películas como La tercera orilla, de Celina Murga (2014), La luz incidente, de Ariel Rotter (2016), Pinamar, de Federico Godfrid (2017) o la recién estrenada No te olvides de mí, de Fernanda Ramondo, son ejemplos de esa clase de películas. Ópera prima de la egresada de la FUC Natalia Garagiola, que viene de ganar el Premio del Público en La Semana de la Crítica del Festival de Venecia, Temporada de caza se puede adscribir a esta “cuarta vía”, si quiere llamársela así. Con el debutante Lautaro Bettoni entre dos ciudades, dos mundos, dos padres y dos modelos de masculinidad, se trata de un clásico relato de iniciación, siempre y cuando se considere relato clásico uno en el que la linealidad y la peripecia tienden a difuminarse. Tal vez convenga hablar, entonces, de fragmentos de un relato de iniciación. La escena inicial presenta la combinación de dilución dramática y concentración que regirán el resto del film, “tirando” con cámara en mano una serie de planos aparentemente aleatorios sobre jóvenes jugadores de rugby durante un entrenamiento, y toda una serie de planos equivalente sobre unas jugadoras de hockey que entrenan en el campo contiguo. De pronto, un desorden. Algunas chicas empiezan a correr, la entrenadora también, la cámara la sigue y se acerca junto con ella a los muchachos, metiéndose en medio del barullo e individualizando una pelea entre dos, a los que sus compañeros incitan. Los separan. Un par de escenas más adelante, uno de los chicos que peleaba, Nahuel (Bettoni), cena con su padre (Boy Olmi). El padre no tiene una actitud de reproche sino de protección, cuando Nahuel se levanta de la mesa el padre llora, Nahuel prepara un bolso y a la mañana siguiente está en medio de la nieve, donde un hombre (Germán Palacios) llega a buscarlo en su camioneta con tres horas de atraso, para bronca de Nahuel. Si el papá de Nahuel lucía frágil y comprensivo, este otro papá del sur, la nieve y el frío, llamado Ernesto, es la dureza misma. Llega tarde y no pide perdón. Su habla se limita a unos pocos monosílabos, generalmente instrucciones relacionadas con actividades o cosas prácticas. El hombre es instructor de caza, y enseña que la clave para poder atrapar una presa reside en el control. Su boca apretada, su permanente estado de tensión, sus escasas sonrisas revelan que en la vida diaria él es su propia presa. “No es mi padre”, dice Nahuel en un par de ocasiones, y como hasta muy avanzado el metraje puede intuirse el rol del hombre que dejó allá en la ciudad, pero no darse por seguro, queda flotando cierto margen de duda con respecto a la verdadera relación que hay entre él y Ernesto. La de las filiaciones no es la única información que la realizadora escamotea. A la madre no se la vio en esas escenas iniciales, de ella no se habla. ¿Pero por qué motivo Nahuel fue a parar allí al sur, con un hombre al que no reconoce como padre y en un lugar en el que decididamente no quiere estar? (La entrevista con el rector del colegio es para matarlo, al punto que cuando Ernesto lo baja de la camioneta uno no puede menos que darle la razón). Nahuel se empieza a sentir un poco más cómodo cuando se hace amigo de la barrita de pibes del lugar, que son bastante duros y de quienes para ganarse su confianza el porteño deberá ponerse más duro. Esos chicos duros le permiten a Garagiola extender el conflicto de Nahuel con Ernesto a una cuestión generacional. “Tu padre es un cagón y mi padre es un boludo”, le dice la chica a la que Nahuel le echó el ojo (Rita Pauls, vista en televisión en Historia de un clan). Garagiola no fuerza una puesta en escena de hierro: así como en la secuencia inicial usa una nerviosa cámara en mano y vuelve a hacerlo en las escenas del grupo de chicos o en las que conllevan movimiento, en las de quietud la cámara se mantiene fija a su trípode, moviéndose eventualmente en cortos movimientos laterales. Como en Nieve negra y La cordillera, en Temporada de caza la nieve reaparece a pleno en el cine argentino de este año, comunicando en este caso el estado de una relación que quedó congelada una década atrás, cuando un hombre abandonó su casa en la ciudad y partió al sur.
Temporada de caza, de Natalia Garagiola Por Gustavo Castagna Opera prima de Natalia Garagiola, la trama describe una historia de connotaciones familiares (dos padres, un hijo, ausencia física de la madre) y un paisaje determinado (San Martín de los Andes) que profundiza y exterioriza el conflicto. Nahuel (gran trabajo de Lautaro Bettoni) es un joven díscolo, inestable , visceral al tomar decisiones extremas que no se compadecen con la corrección política y familiar. Ese estado de ánimo en permanente ebullición lo expulsa de un marco social determinado (padrastro –Boy Olmi-, colegio privado, equipo de rugby) hasta una geografía desconocida para él no solo por el paisaje en sí, sino también por el retorno al origen, al padre biológico (Germán Palacios), con una familia propia numerosa y un trabajo cotidiano que poca relación tiene con la otra vida de Nahuel. En ese marco de silencios, compañerismo laboral, un padre-espejo que soporta algún arresto del hijo desplazado y un hábitat afín a la caza de animales, Nahuel crecerá –a su manera-, reconocerá un mundo diferente, tendrá su inicial acercamiento afectivo (traumático) en lo sexual y dispondrá de sus propias decisiones para mirar hacia el futuro y así elegir cómo será el vínculo con los progenitores. Los tempos narrativos de Temporada de caza funcionan a la perfección, como si fuera un mecanismo de relojería donde cada plano y cada movimiento de cámara ejemplifican un minucioso trabajo de la directora y del DF Fernando Lockett. En esa geografía ventosa y ajena al cemento, donde parece que una parte del cine argentino de las últimas décadas se siente más que cómodo (Nacido y criado de Pablo Trapero; Liverpool de Lisandro Alonso, por citar dos ejemplos) se materializa un universo masculino a punto de estallar. Sin embargo, la directora maneja con sutileza cada uno de los posibles momentos catárticos (Palacios y Olmi ayudan y mucho al respecto), pero más que nada, se sostiene en el centro del relato, el atribulado Nahuel, un personaje límite, divagante, inexplicable en muchas de sus acciones, a puro proceso interior que no necesita del desmadre actoral ni del subrayado retórico. En la figura de Nahuel se sintetizan muchas de las virtudes del film. En ese andar taciturno que no requiere de palabras excesivas ni de interpretaciones vacuas. En ese camino que emprende al final, con el padre biológico detrás, cerrando cicatrices y planteando un posible retorno. TEMPORADA DE CAZA Temporada de caza. Argentina/EEUU/Alemania/Francia/Qatar, 2017. Dirección y guión: Natalia Garagiola. Producción: Matías Roveda, Santiago Gallelli, Benjamín Domenech, Gonzalo Tobal. Fotografía: Fernando Lockett. Dirección de Arte: Marina Raggio. Montaje: Gonzalo Tobal. Vestuario: Victoria Nana. Sonido: Santiago Fumagalli. Música: Juan Tobal. Con: Germán Palacios, Boy Olmi, Lautaro Bettoni, Rita Pauls, Pilar Benítez Vibart. Duración: 108 minutos.
Publicada en edición impresa.
Tal astilla Nada remedia una familia quebrada como una temporada a merced de la naturaleza pampeana en toda su belleza, hostilidad e indiferencia. La desolación del paisaje sureño dice a gritos lo que los personajes por represión se guardan: Días de pesca (2012), Boca de pozo (2014), El invierno (2016), Nieve Negra (2017) y La cordillera (2017), dos thrillers psicológicos en lo que va del año, ambos rodeados de nieve, ambos desterrando los secretos familiares de Ricardo Darín. A esta corriente de películas de “sanación a la intemperie” se suma Temporada de caza (2017), escrita y dirigida por Natalia Garagiola, en la que un problemático adolescente viaja de Buenos Aires a San Martín de los Andes para pasar un tiempo con su desconocido padre y su nueva familia en una cabaña en el medio de la nada mientras enfrenta el duelo por la muerte de su madre. La película comienza de forma intrigante, capturando una pelea espontánea y confusa entre dos adolescentes durante un partido de rugby. Uno de ellos es el protagonista, Nahuel (Lautaro Bettoni). No se sabe por qué pelean. Bautista (Boy Olmi), el padrastro de Nahuel, no sabe por dónde empezar a hablarle o entenderlo, desesperación que Olmi captura sentidamente en lo poco que tiene de pantalla. Nahuel viajará para el sur y se quedará con su padre Ernesto (Germán Palacios) por un tiempo. El fuerte de la película es la interpretación del debutante Lautaro Bettoni. Es un adolescente creíble: inseguro, testarudo, temperamental. Cuando se cree impune, actúa de manera sobradora. Cuando intuye derrota, su reacción instantánea es retirarse. Palacios redobla la apuesta y la tensión con un padre lacónico y, presentimos, portador de una hostilidad similar. Las cenas familiares se convierten en válvulas de escape para los dos durante las cuales padre e hijo ponen a prueba el amor y la paciencia que cada uno tiene por el otro. Hasta que Ernesto decide intentar rescatar a su hijo con un tipo de violencia productiva - ya sea hachando leña o cazando venados - y Nahuel empieza a descubrir su lugar en el mundo entre otros chicos de su edad. Los diálogos son un punto mixto. Entre el elenco joven de la película suenan improvisados y naturales, contrastando con la severidad impostada con la que hablan los adultos (la esposa de Ernesto en un momento amenaza con dejar a su familia con la misma severidad con la que anuncia el desayuno). Acompañamos el desarrollo del conflicto central sin más pistas que la actuación de los protagónicos y alguna que otra conversación cargada de subtexto. El gran logro de la película es plantear el florecimiento de Nahuel como algo natural y no impuesto por artificio o necesidad melodramática. Pero dado que la estructura del guión es bipartita, y la historia jamás vuelve a ponerse tan oscura como en el medio, la segunda mitad no es tan fuerte como la primera. En el horizonte se va formando una "Gran Decisión" que Nahuel ha de terminar tomando y no sorprenderá a nadie. Y hay algo así como cinco o seis finales falsos, instancias en las que la película parece que está por acabar, pero continúa reiterando su mensaje otro rato más.
Crítica emitida por radio.
Entre esos tipos hay algo personal Premiada en Venecia, esta opera prima sobre la relación entre un padre ausente y su hijo conmueve. No deja de ser precisa, más que curiosa, la mirada “femenina” sobre una relación masculina. Es lo que ocurre en Temporada de caza, la premiada película de Natalia Garagiola sobre la relación entre un hijo y su padre, que se reencuentran después de muchos años. Nahuel (una impresionante revelación es el debut de Lautaro Bettoni) es un adolescente irascible, dolorido por la reciente muerte de su madre. Se agarra a las trompadas en una práctica de rugby, y su padrastro Bautista (Boy Olmi) lo envía al Sur, a visitar a su padre (Germán Palacios, seco cuando debe serlo, con una mirada tierna también cuando su personaje Ernesto lo necesita). Ernesto es un guía de caza que ha formado una familia con una mujer más joven y cinco criaturitas siempre sentados alrededor de una mesa en su cabaña. Esos momentos, a los que se debe acoplar Nahuel, marcan a la vez la observación de la realizadora, sumamente atenta a lo que sucede allí para dar apuntes y no remarcar innecesariamente nada. Pero el espectador se siente como convidado a esa mesa. Con naturalidad. Temporada de caza es un filme de miradas. A la mencionada de Ernesto, hay que sumar la de Bautista cuando escucha de boca de Nahuel dos palabras (“mi padre”). Garagiola elige los planos con precisión, y también los tiempos en que expone esos momentos, esas circunstancias. De ahí que hablemos de una mirada “femenina”, una visión que se permite y permite al espectador llegar con sensibilidad a los personajes, que tal vez, al plantear la confrontación sentimental de ellos que se imaginan fuertes, hoscos, como Nahuel y Ernesto, en manos de un realizador no tendrían la misma sintonía. Es un filme sobre el dolor, el rencor, el fastidio, el enojo y más que todo lo anterior, el desafío de afrontar la vida, tan lejos de los afectos, sea porque se han perdido, irremediablemente, o cueste encontrarle una vía para la comunicación. Porque Ernesto es un padre abandónico, o si se quiere ausente, y Nahuel tiene un resentimiento que los hace difíciles de congeniar. El ámbito, agreste, rodeado de armas de caza, es más que un marco de referencia. Son muy parecidos, por algo tienen la misma sangre, en su agresividad, su falta de diálogo, sus asperezas y su renuencia a expresar con palabras, sino con hechos: se comunican con violencia, a las piñas o empujones lo que no pueden ocultar. Esto sea el dolor, o el amor. La fotografía del sur nevado, encuadrada e iluminada por el misionero Fernando Lockett, es más que una observación y un marco para convertirse en un personaje actuante. Todo es acción, porque lo hacen los personajes, lo hace la cámara, movediza e inquieta, y lo hacen los corazones que laten fuerte desde la pantalla.
Fascinante y desgarradora incursión al comienzo del fin de la inocencia Natalia Garagiola se suma con esta notable ópera prima a la brillante camada de guionistas y directoras que han surgido en los últimos años en la Argentina, algo que no muchas cinematografías pueden ostentar en cuanto a cantidad, calidad y diversidad en una industria dominada por hombres (y miradas muchas veces machistas). Los riesgos asumidos por Garagiola para su primer largometraje son muchos y sale airosa de la inmensa mayoría de ellos: desde haber elegido a un actor sin experiencia previa como Lautaro Bettoni para el papel protagónico hasta acercarse a la problemática adolescente (una de las constantes temáticas del cine nacional) desde una perspectiva y un contexto tanto familiar como social y geográfico diferentes. Nahuel (Bettoni) acaba de sufrir la muerte de su madre y no encuentra la manera de canalizar la angustia, el vacío y el dolor. Apenas se comunica con quien fuera la última pareja de su mamá (Boy Olmi) y la situación es tan tensa e inestable que se verá obligado a mudarse a San Martín de los Andes, donde vive su padre de sangre (Germán Palacios), a quien no ve desde hace una década. Ernesto es un guía de caza bastante huraño que además ha formado una nueva y numerosa familia y no tiene demasiada paciencia para soportar los desplantes, provocaciones y arrebatos agresivos de un hijo al que prácticamente no conoce. Garagiola propone varios viajes (externos e internos): un tránsito de Buenos Aires al crudo invierno del Sur, de la adolescencia rebelde, desorientada y descontenida frente a las nuevas exigencias de la vida adulta, de la inocencia perdida al despertar sexual. Un relato de iniciación, redención y reconciliación construido con rigor, austeridad, inteligencia y sensibilidad. Los diálogos son mínimos porque bastan pequeños gestos y detalles para exponer en toda su dimensión las contradicciones tanto del padre como del hijo, así como sus incapacidades y frustraciones. Para la construcción de ese universo de violencia contenida (las armas de caza y la dureza de la vida rural están siempre sobrevolando), de creciente incomodidad y tensión, es fundamental el trabajo visual (el director de fotografía fue el talentoso Fernando Lockett), sonoro (a cargo de Santiago Fumagalli) y el tempo narrativo (la edición fue de Gonzalo Tobal). El resultado es una fascinante y desgarradora incursión en ese universo tan desconcertante e inasible como el del final de la adolescencia.
En el nombre del padre (y del hijo) ¿Qué lleva a un cazador a querer matar aquello que ama? ¿Cómo puede aplicarse eso a las relaciones entre padre e hijo? Tales preguntas, entre otras, llevaron a la debutante Natalia Garagiola por el camino de su primer largo, filmado en las afueras de San Martín de los Andes. Hasta ahí llega un adolescente obligado a volver con su padre, al que odia. El padre tampoco lo quiere mucho que digamos, pero la madre ha muerto y el padrastro no tiene poder legal, ni fuerza de carácter para enderezar a ese muchacho bastante conflictivo. No hay mayores explicaciones. El espectador es obligado a deducir hechos y consecuencias, y a esperar vanamente que alguien le pare el carro a ese vago insolente, dañino, buscapleitos, ignorante y resentido. Además de inútil. Quien interpreta al padre es Germán Palacios, ideal para componer personajes de santa paciencia y callada reciedumbre. El hijo lo encarna Lautaro Bettoni, también debutante. En el elenco, Boy Olmi, Rita Pauls, Pilar Benítez Vibart, unos raperos neuquinos y unos posibles cazadores. Fotografía, realmente buena, Fernando Lockett. Asistente de dirección, el ya veterano Bruno Roberti ("Cerro Bayo", "Infancia clandestina", "Planta madre", "Sin hijos", "Una especie de familia", etcétera). Entre los coproductores ejecutivos, Abigail Disney, sobrina nieta del gran Walt, pero nada que ver.
Natalia Garagiola debuta en la dirección con una película que resume lo mejor del cine de “resiliencia”, propuestas en las que la superación de una pérdida se hace en medio de la naturaleza. Acá Nahuel (Lautaro Bettoni) es quien atraviesa la muerte de su madre a la par del reencuentro con su padre (Germán Palacios), y en ese encontrarse solo ante el mundo, la rebeldía supera a la desolación. Las idas y venidas en el vínculo, los constantes enfrentamientos, el dolor que cada escena transmite sólo es superado por las actuaciones de Bettoni y Palacios, en un duelo único. Boy Olmi regala una interpretación sublime en cada participación que tiene.
Un adolescente viaja sin ganas al sur, a encontrarse con un padre que vive allí con su nueva familia. Se conocen poco, y no parecen muy contentos de verse. El padre -Germán Palacios-, es un tipo hosco, de pocas palabras, a juego con el entorno: una naturaleza fría, áspera, escenario de trabajo duro y esfuerzo constante. Con rigor formal, este debut en el largo de la directora Natalia Garagiola, premiado en la mostra de Venecia, sorprende por la potencia y madurez de su forma de contar, la puesta en escena de un mundo de hombres, en el que los detalles y los silencios adquieren peso especial. Con otro muy buen buen debut, el del joven protagonista, Lautaro Bettoni.
Un adolescente expulsado de su colegio por conductas violentas se encuentra con su padre, un guía de caza a quien no ve desde hace diez años. La relación es tensa pero va construyéndose poco a poco, sin caer en clisés, a partir de cómo se complementan las figuras con el paisaje. Más allá de alguna sentenciosidad, hay una fuerza expresiva en el uso de las imágenes que conquista al espectador y le otorga otro peso a la historia.
El rugbier y el cazador. Ni siquiera él parece entender los verdaderos motivos de esa pelea con que empieza la historia, cuando todavía no sabemos nada sobre Nahuel ni por qué debe cambiar su acomodada vida en Buenos Aires por una mucho más rústica en Neuquén, en casa de su padre biológico que es guía de caza para turistas. Él está en ese momento de la adolescencia en que ningún adulto hace las cosas bien, algo que no se contiene en expresar con violencia física y verbal en cuanto tiene la oportunidad. Odia al padre que lo abandonó siendo un bebé, pero también odia al padre que lo abandona ahora que su madre ha muerto, forzando a una nueva vida por la que no sólo no tiene interés, sino que parece detestar desde las entrañas. El hombre que lo recibe tampoco le facilita las cosas: con una nueva familia armada y un carácter bastante diferente al del entorno en que Nahuel se crió, él mismo se ve tan desconcertado o fuera de lugar como el adolescente. Después de unos primeros días donde todo se le va de las manos parece tan dispuesto a rendirse como Nahuel; pero no huye de ese rol que no tiene idea cómo ejercer, sino que le pone todo el empeño para hacer lo mejor que pueda, por más que le duela en lo más profundo. El silencio que habla: La historia de Temporada de Caza no es compleja aunque tiene el acierto de ir revelando la información en pequeñas dosis y casi nunca de forma directa, sino insinuada a través de acciones que a primera vista pueden parecer desconectadas. Siempre guiada por la mirada de Nahuel (Lautaro Bettoni) algunas piezas de la historia van cayendo en su lugar recién cuando él está listo para asimilarlas, completando de a poco nuestro panorama y dando contexto a esos arrebatos de furia que en un principio lo presentan tan odioso. Al ir recibiendo los detalles de su pasado, que fueron construyendo todo ese enojo que carga encima, lo entendemos mejor. Algo similar ocurre con Ernesto (Germán Palacios) y sus potentes silencios que hablan por él, contando sus verdaderos motivos para alejarse del hijo que eligió no criar. Al ser el eje de la historia justamente dos personajes que tienen problemas para comunicarse, resulta fundamental el trabajo de los intérpretes para lograr transmitir lo que no pueden decir: en ambos casos lo logran con mucho éxito. Está el agregado de unas pocas apariciones de Boy Olmi como el padre porteño de Nahuel, que no por secundario deja de llamar la atención con su habilidad de hablar con los ojos. Quizás el punto más criticable de esa trama es justamente cuando se desvía para mostrar a Nahuel en su entorno adolescente, formando un nuevo grupo de amigos con el que empujar los límites que les imponen los grandes. Aunque esas escenas ayudan a construir un entorno verosímil, no aportan casi nada a la trama ni la construcción de personajes, y reciben más tiempo del que merecen o necesitan. Además de desentonar con el tono del resto de la película, provocan una caída en el ritmo narrativo que de otra forma sería parejo y correcto en toda su extensión. Desde el lado visual, toma el riesgo de mostrar el paisaje turístico con una belleza desromantizada, marcando la dureza que esa vida tiene en comparación a las comodidades acostumbradas por el protagonista. El frío y la incomodidad son casi corpóreos, parte del ambiente y de la historia, especialmente en las escenas nocturnas donde el negro vacío se siente opresivo a los ojos citadinos para quienes la oscuridad exterior es apenas una forma de decir. Con una buena propuesta de fotografía y ambientación logra salirse del spot turístico en que muchas veces cae nuestro cine cuando muestra un lugar como ese bosque o lago. Conclusión: Intensa, emotiva y con buen ritmo, Temporada de Caza es ejemplo de buen balance entre guión e interpretación, pero sobre todo de una narración que usa la imagen para contar sin sobreexplicar
El ríspido e inclemente clima de la Patagonia argentina no es lo único gélido en Temporada de caza, la ópera prima de Natalia Garagiola. Ese premio se lo lleva la intensa y muchas veces incómoda relación entre padre e hijo en el centro del interesante debut de la cineasta argentina, que acaba de emerger del Festival de Venecia llevándose entre manos el Premio del Público de la Semana de la Crítica. Galardón que no viene sin méritos, ya que las tormentosas personalidades de sus protagonistas hacen de este drama nacional una historia de alto impacto, que logra disparar todas las alertas para tener a Garagiola en el foco de atención mientras progresa su carrera.
Involución, crimen y castigo Tras su debut en el Festival de Venecia, llega a cartelera porteña el largometraje Temporada de Caza (2017), dirigido por Natalia Garagiola. La génesis de su ópera prima aborda la problemática adolescencia que transita Nahuel (Lautaro Bettoni). Tras la muerte de Diana, su madre, el joven es enviado con Ernesto (Germán Palacios), su padre biológico. Nahuel no ve desde hace una década, y el viaje implica trasladarse a la destemplada atmósfera del Sur. La trama centra su eje en el reencuentro entre padre-hijo frente al proceso de duelo. En este sentido resulta lineal y trillada desde el argumento. El guión denota un profundo anclaje a la teoría del psicoanalista Erik Erikson (miembro del emblemático círculo de Freud en Viena) quien sostiene que la influencia social es letal para el desarrollo de la personalidad; esto se refleja cuando Nahuel cambia radicalmente de ámbito y viaja a Chapelco. Allí su forma de vida se remite a la primitiva rutina de Ernesto, que vive en una cabaña en medio de la montaña y se dedica a cazar ciervos para alimentar a su familia compuesta por cinco hijos y sustentar así su economía mediante la compra-venta de estos animales. En este contexto, se establece un híbrido irracional entre un padre que intenta acercarse a un hijo que pide a gritos ayuda a través del brutal oficio donde el hombre intenta dominar el reino animal: la caza. Esta violencia también está presente simbólicamente tanto en las escenas donde prima el silencio de Nahuel-producto del duelo y distanciamiento con su padre-y cómo éste se va resignificando cuando Ernesto, agotado por los excesivos desplantes, lo enfrenta. Lo intenta encauzar en un contexto hostil; allí intenta sociabilizar, pero a contramano del refugio buscado se ve envuelto en una vorágine plagada de adolescentes que practican snowboard, rapean y se alcoholizan para olvidar el entorno infernal familiar que los rodea y el ámbito despoblado de una provincia a la que Garagiola delinea con animales mutilados, sufrimiento y agonía. Estos detalles reflejan su mirada femenina, implícita por excelencia en la escena donde Bautista visita a Nahuel y él lo presenta ante sus nuevos amigos con dos palabras fuertes: “Mi papá”. A través de estos elementos se busca encandilar al espectador frente a la violencia que, desde el trailer, título y stanley anticipan el choque onírico. A nivel artístico, tampoco se observan grandes despliegues más que la música a cargo de Juan Tobal que acompaña el relato a la perfección. La fotografía del sur nevado de Fernando Lockett y la puesta de cámara de Garagiola por momentos rememoran la reciente película Nieve Negra (2016), protagonizada por Ricardo Darin y Leonardo Sbaraglia. Sin embargo, como el Yin-Yang, se destacan las actuaciones de Germán Palacios, Boy Olmi y el pequeño actor argentino Lautaro Bettoni que debuta con un protagónico impecable. Temporada de Caza es fiel reflejo de la incesante violencia en la civilización. Un drama que busca conmover mediante personajes que viajan introspectivamente hacia el encuentro con lo más profundo de sus emociones. Sin embargo, el contrasentido que se busca en las locaciones seleccionadas produce un batifondo descomunal que la directora no termina de encauzar. Estamos, literalmente, frente a un relato de iniciación empapado de drama y redención.
Temporada de caza Por Alejandra Portela -15 septiembre, 201700 Compartir en Facebook Compartir en Twitter La ópera prima de Natalia Garagiola acaba de ganar en el Festival de Venecia el Premio del Público en la Semana de la Crítica, y muy rápida y oportunamente se estrena en Buenos Aires. - Publicidad - Uno de los primeros aciertos que tiene este film argentino realmente notable, salido de la cantera de la Universidad del Cine y la productora de Gonzalo Tobal (director de Villegas), es sin duda la elección de su protagonista: Lautaro Bettoni tiene una presencia en pantalla como hace rato no se veía. Un personaje muy Xavier Dolan: el adolescente rebelde, acuciado por la muerte reciente de su madre y por la circunstancia de vivir obligatoriamente con un padre que no reconoce y un ambiente al que no se adapta, le cabe perfecto a este jovencísimo actor de teatro seleccionado en el casting que lo hace debutar en el cine. La química de Bettoni con Germán Palacios y esa relación padre-hijo que construyen, va mutando en distintas tonalidades de dureza y frialdad hacia lugares de encuentro que tienen que ver con el conocimiento del otro. Temporada de caza está filmada en Neuquén, el paisaje es el imponente espacio nevado de Chapelco. Durante toda la historia, Nahuel mantiene su ropa de ciudad, el contacto con un grupo de jóvenes lo adentra en todos los tips de los adolescentes sureños: desde la cerveza hasta el hip hop, o el graffiti en un vidrio que se transparenta en el lago; también la reunión junto al fuego con los cazadores amigos de su padre lo irá amigando con ese entorno tan distinto al suyo: el de las armas que van a tener a lo largo del film un lugar importante. Otro gran acierto es el punto de vista. En la primera secuencia hay una pelea entre jugadores de rugby que es visto desde la mirada del grupo de jugadoras de hockey, y una de ellas en particular. Nunca se entiende mucho desde el punto de vista femenino el estallido de la violencia masculina. Tampoco la dureza de las relaciones. El breve encuentro entre el padre biológico (Germán Palacios) y el padre adoptivo (Boy Olmi) está más cargado de silencios que de palabras. Y esto es lo parece enfatizar la enunciación, siempre alimentando una distancia suficiente como para notar la frialdad y sequedad que el relato sostiene y que parte de esa primera escena. También hay una cuestión de relevancia y es la de la pertenencia a una clase social. El tercer y último logro de Temporada de caza es que no tiene audacias formales, y no está limitado por eso: sus planos generales y panorámicos son esperables, descriptivos, contenedores de situaciones y personajes, podríamos decir que la película de Garagiola tiene una hibridez amable entre el cine de sugerencia y el buen clasicismo cinematográfico.
Escrita y dirigida por Natalia Garagiola, Temporada de caza es su ópera prima y con ella viene de ganar el Premio del Público en el Festival de Venecia. Nahuel es un adolescente como todos, sintiendo mil cosas y en la incertidumbre de tantas otras. Además se le acaba de morir su madre y eso magnifica todo ese cúmulo de sensaciones. No llora, pero esa angustia y bronca la termina manifestando a través de actitudes violentas, no siempre desde lo físico. Con el marido de su madre no termina de conectarse y se ve obligado a irse a vivir con su padre, a quien no ve desde hace muchos años. Instalado en la fría y desolada San Martín de los Andes, su padre es cazador y tiene su propia familia, su vida armada allí, donde Nahuel irrumpe con su personalidad hostil. Porque Nahuel no quiere ir. Y una vez allá no quiere quedarse. Pero no le queda otra, todavía es menor, todavía no es el adulto responsable de sus propias decisiones. Garagiola retrata esta historia, esta especie de coming of age de una manera austera, prevaleciendo las imágenes por sobre los diálogos, escasos. Esto también le cede mucho lugar a las interpretaciones, con un interesante y eficaz trío actoral. Lautaro Bettoni (en su debut cinematográfico) logra componer a su Nahuel a través de esas expresiones contenidas, hasta que explota, hasta que necesita explotar. Germán Palacios como el padre de esa familia numerosa y unida y tan ajeno al hijo que vuelve a ver tras tantos años. Un hombre que no siempre sabe cómo actuar pero no lo demuestra, irradia seguridad y no va a permitir que ciertas actitudes caprichosas lo manipulen; él también parece estar siendo forzado a recomponer esa relación. Y Boy Olmi como ese hombre al que se le muere la mujer e intenta ver cómo seguir, también con ese muchacho que es como un hijo para él. Mientras tanto Nahuel intenta ser un adolescente normal en este nuevo entorno. Salir con otros jóvenes, coquetear con una de las chicas, beber y escuchar música mientras hablan de la posibilidad de irse en algún momento de ese lugar. El marco de San Martín de los Andes, ese entorno entre salvaje y natural, le sienta a la perfección a esta película donde la caza termina convirtiéndose en algo más que una metáfora. Por un lado, es donde padre e hijo por fin pueden encontrarse; por el otro, en la capacidad de matar se reflejan otras igual de potentes como la de perdonar, o la de amar. ¿Ser capaz de matar te convierte en hombre? Temporada de caza funciona desde muchos aspectos. En lo técnico, con una fotografía y edición precisas que ayudan a crear estos climas fríos y asfixiantes, aún en su vastedad. Por otro, con un guion que prefiere apoyarse en miradas que se cruzan y en cosas que no se dicen y por eso los diálogos son escasos, los intercambios son de otro tipo, más corpóreos. Y, como se mencionaba, con un elenco que sabe pararse y dejarse llevar por esta historia.
La contundencia de los hábitos prodiga la superstición de que todo tiene un orden y que las acciones se encaminan hacia algún lado. A muy temprana edad arranca el adoctrinamiento del calendario y los horarios escolares; llegada la adolescencia ya se ha aprendido una forma de estar en el tiempo y un modo de proyectarse en él. Una muerte temprana borra sin aviso, al menos por un rato, el hechizo. Es lo que intuye Nahuel ante la muerte de su madre. El orden de su mundo es frágil. La notable escena de inicio suministra los signos de este clásico drama filial. La violencia expresada por Nahuel en un partido estudiantil de rugby amateur cifra su desesperación espiritual, como también su bienestar material. Todo alude a un círculo de pertenencia, insuficiente, no obstante, para contenerlo. El comprensivo padrastro no apelará al castigo frente a la amonestación de la institución educativa y alentará a que el joven vaya a la Patagonia para conocer a su padre biológico.
Esta opera prima recientemente premiada en Venecia se adentra en la relación entre un adolescente dolorido por la muerte de su madre y su abandónico padre, con el que se reencuentra después de muchos años en la Patagonia. Una película potente y atrapante centrada en el universo de la más seca y agresiva masculinidad pero contada a través de una mirada femenina. La opera prima de Natalia Garagiola es, aunque no lo parezca de entrada, un caso raro en el cine argentino. Y por varios motivos. Por un lado, es una cineasta que –como pocos– logra armar un relato clásico, narrativamente hablando, sin por eso dejar de lado la intención de adentrarse en los personajes de una manera, si se quiere, más cercana a la del cine de autor. No es fácil lo que ha logrado la realizadora en su debut ya que las fuerzas motoras de la historia son tan, en un punto, previsibles (el difícil reencuentro entre un hijo y su abandónico padre) que hay que aportar otros recursos para que la historia, la película, conserve su personalidad. Y Garagiola lo hace. TEMPORADA DE CAZA recorre dramáticamente los caminos que tiene que recorrer pero en cada paso se nota la mano firme de alguien que no deja que el mapa se lleve puesto el territorio. Y el territorio son los personajes y el mundo físico y emocional que habitan. Un universo tan en principio masculino –la relación entre un hombre y un joven torvos, duros, secos, poco comunicativos y rodeados de armas– que llama la atención darse cuenta que la que lleva las riendas del filme es una mujer. Y esa rareza, otra de este extraordinario filme que acaba de ganar el Premio del Público en la Semana de la Crítica del Festival de Venecia, tal vez sea la que hace posible la anterior. Acaso sea esa mirada femenina la que permite que la película se salga de la norma aún cuando sus líneas generales se mantienen. A través de esa mirada, quizás, es que se encuentran detalles en los que un realizador (varón) tal vez no se detendría y se llegan a conclusiones igualmente diferentes. La primera escena da varias pistas. Mientras Nahuel (el debutante Lautaro Bettoni, toda una revelación), un adolescente porteño que acaba de sufrir la muerte de su madre, se agarra a las piñas con un compañero del equipo de rugby de la escuela, la movediza cámara llega al lugar desde donde las chicas juegan al hockey, casi una declaración del punto de vista del filme. Esa cámara, que a lo largo de toda la película se mantendrá movediza y cercana a los personajes (y que tiene, otra vez, por detrás la mano maestra de Fernando Lockett), también será la portadora de esos precisos detalles que hacen al filme distinto a otros de similar temática. Pronto veremos que Nahuel mantiene ese rictus duro y agresivo en todos lados. En su casa, con Bautista, su padrastro (Boy Olmi), también manifestará fastidio y actitud desafiante. Es su manera de lidiar con una muerte de la que parece no poder hablar. Solo cuando mira un video en su teléfono parece quebrarse y allí reconocemos su dolor ahogado. Tras ser echado (o suspendido, no queda claro) del colegio, el más “sensible” Bautista lo enviará a pasar unos días cerca de San Martín de los Andes con quien es su padre biológico, Ernesto (Germán Palacios), a quien no ve hace muchos años y con el que parece guardar un profundo rencor. La bienvenida no es nada promisoria. Ernesto es similar a él en más de un sentido: seco, callado, hosco. Es guía de caza en esa zona y tiene la parquedad y dureza de un hombre acostumbrado a vivir en medio de la naturaleza. Lo deja esperando horas en el aeropuerto y al llevarlo a su casa descubrimos que está casado con una joven mujer de origen alemán y que con ella tienen lo que parecen ser cinco niños pequeños. Ese costado familiar de su padre biológico (a quien uno imagina de entrada casi un ermitaño por sus características) no hace más que tornar más agesivo a Nahuel, comenzando allí una curiosa relación entre ambos en la que, a su manera, un padre ausente trata de calmar a su desconocido hijo y reconectar con él, con resultados en principio dudosos. Nahuel se mantendrá violento y agresivo con todos. Ernesto lo querrá inscribir en una escuela y él se burlará del director y se enfrentará con los chicos locales dando la impresión de ser más un porteño pedante y engreído que un chico, finalmente, dolorido, asustado y sin recursos para lidiar con un trauma. Aparecerán las armas (Ernesto querrá enseñarle a usarlas), la dureza del invierno, las complicaciones laborales del padre y la incipiente relación que Nahuel empezará a tener con los chicos y chicas locales, con quienes comienza de a poco a encontrar un lugar. Y la relación padre-hijo parecerá empezar a mejorar mediante la única forma en la que puede hacerlo: a través de la acción. Esto es: a las piñas, con las armas o mediante el duro trabajo cotidiano. Nada de hablar de los sentimientos… TEMPORADA DE CAZA incluye algunos elementos narrativos para ir disparando (literalmente) situaciones de tensión pero en el fondo es un filme centrado en esa relación. Su originalidad está, además de en su puesta en escena concisa y urgente (un “realismo patagónico” que ya tiene varios ejemplares en el cine local), en la manera en la que el guión de Garagiola escapa a los convencionalismos y a los patrones básicos del reencuentro padre-hijo. Es cierto, es un mundo masculino en el que los personajes parecen conectarse y arreglar sus problemas con trabajo, armas, golpes y confesiones alcoholizadas, pero acaso no todo se resuelva tan fácilmente. Hay heridas demasiado profundas para ser curadas del todo mediante la acción. Palacios está notable con su personaje de pocas palabras, gesto adusto y mirada penetrante, lo mismo que Olmi en su rol de padrastro sensible, casi opuesto a Ernesto (la de ellos es una batalla de ojos azules). Y también Rita Pauls, que interpreta a una de las chicas que Nahuel conoce allí, lo mismo que toda “la banda” de chicos del lugar. Pero el que se adueña de TEMPORADA DE CAZA es Bettoni, que luce como una cruza entre Juan Martín del Potro y Javier Bardem, y cuya intensidad y nervio dan a la película un aire de permanente tensión y angustia ya que nunca se sabe qué es capaz de hacer. Y menos con armas cerca. En su opera prima Garagiola prueba que se puede contar una historia clásica y aportarle elementos novedosos, de esos que rompen con nuestras expectativas y nos permiten ver que, aún dentro de los caminos probados, se pueden encontrar espacios para escaparle al cliché. Esos detalles, y esa original manera de retratar con fidelidad y casi con admiración esa dura masculinidad de “hombres de pocas palabras” y sutilmente criticarla desde su propia lógica, convierten a TEMPORADA DE CAZA en una verdadera revelación del cine nacional.
La fragilidad del macho En su primera película, ganadora del Premio del Público en Venecia, Natalia Garagiola muestra una relación padre-hijo con mirada sensible y original. En un principio puede parecer extraño que esta película tan “masculina”, o al menos con un protagonista varón atravesado por conflictos propios de su sexo, esté escrita y dirigida por una mujer, y para colmo por una mujer joven y debutante. No sé si a ella le gustará o no (si estará de acuerdo no con) la observación, pero me parece que la primera secuencia da cuenta de esta cuestión de género. Un grupo de chicos se preparan para un partido de rugby y la cámara se mueve frenéticamente buscando sus rostros y captando esas expresiones adolescentes masculinas en las que abundan los “boludo”. El partido empieza, pero la cámara de golpe se va al campo de al lado, en el que un grupo de chicas juegan al hockey. A lo lejos se oye un disturbio y la música nos indica que está pasando algo malo. El partido de hockey se detiene y las chicas miran al otro campo. La entrenadora sale corriendo y, a pesar de que les dice a las jugadoras que se queden ahí, ellas corren también. El partido de rugby se interrumpió porque dos chicos se están peleando y el resto, en lugar de separarlos, los arenga. Las chicas observan, como observa la directora, ese ritual machote y animal. Uno de esos chicos será luego el protagonista de la historia, Nahuel (Lautaro Bettoni), cuya madre acaba de morir y que canaliza su angustia mediante raptos de violencia. Nahuel vive con su padrastro (Boy Olmi), pero deberá viajar al sur para reencontrarse con su padre biológico (Germán Palacios), un guía de caza hosco y huraño a quien no ve hace diez años. Su padre y su padrastro son dos modelos de masculinidad (uno urbano y profesional, el otro rústico y salvaje) y la historia de Temporada de caza es finalmente un coming of age de un chico que, camino a convertirse en un hombre, tiene que ver en qué tipo de hombre se quiere convertir. Si pensamos en las películas de coming of age con protagonistas masculinos, en general este conflicto no parece plantearse. El acento está puesto en el despertar sexual (acá también hay una historia en ese sentido, por supuesto), pero la masculinidad no suele estar puesta en discusión, a menos que sea para contar una historia gay (pienso en la extraordinaria Krámpack). Es ahí donde entra Natalia Garagiola con su mirada femenina, y se despacha con una película sensible sobre dos tipos rudos, que encuentra la fragilidad del macho con una cámara movediza y potente, y un Lautaro Bettoni (también debutante) alejado del prototipo del actor indie pero que igual logra transmitir una delicadeza pocas veces vista.
Germán Palacios y el debutante Lautaro Bettoni descollan en el duelo físico y anímico que sus personajes sostienen en Temporada de caza, ficción de la también primeriza Natalia Garagiola. Los actores recrean con impresionante versatilidad la relación entre un padre y su hijo adolescente, en el marco de un reencuentro tan forzado como circunstancial. Ambos se lucen por mérito propio y porque la caracterización de sus personajes responde a un sólido trabajo de guión y dirección, que auspicia un futuro promisorio para la realizadora argentina de 35 años. Garagiola ambienta su primer largo en un coto de caza mayor de nuestra Patagonia, en pleno invierno. Como otras películas filmadas en esa región y además protagonizadas por una mayoría de varones (ésta de Emiliano Torres por ejemplo), Temporada… también establece una estrecha relación entre la inclemencia del medio y la hostilidad del o los personajes principales. En este caso, el porteño Nahuel debe (re)vincularse con su padre biológico mientras aprende a convivir con temperaturas bajo cero, tormentas de nieve, leyendas de pumas sueltos, sonidos de disparos a veces desatinados. El doble desafío constituye el gran motor del film. Bettoni expresa con comodidad la mezcla de dolor, resentimiento, angustia que siente su personaje. Palacios lo acompaña con aplomo paterno mientras explota el otro gran atributo de su Ernesto: la condición de vaqueano y guía de caza respetado. Es igual de encomiable la labor de Boy Olmi, Pilar Benítez Vibart, Rita Pauls y demás integrantes del elenco. Temporada… avanza por el sendero de lo que se calla o se dice apenas. Como Ernesto, Garagiola también exige una mirada y un oído atentos a los indicios que la oscuridad deja ver y el silencio deja escuchar. La fotografía de Fernando Lockett, los efectos de sonido a cargo de Santiago Fumagalli y Roberto Mignone, la música de Juan Tobal constituyen una guía fundamental en este sentido. Entonces los espectadores podemos distinguir entre la paternidad con pelaje biológico y aquélla que ostenta la marca de la crianza. La semana anterior al estreno en nuestro país, la ópera prima de Garagiola ganó el premio del público en la 32ª Semana de la Crítica, en el marco del 74° Festival Internacional de Cine de Venecia. Sin dudas, la distinción le da un merecido espaldarzo a la realizadora porteña en su incipiente carrera.
Cuando hablamos del talento en el cine argentino hablamos de las gratas sorpresas que muchas veces nos dan algunas óperas primas. Es el caso también de Temporada de caza, de Natalia Garagiola, que acaba de ganar el premio en el Festival de Venecia. Protagonizada por Germán Palacios, Boy Olmi y Lautaro Bettoni, cuenta la historia de un joven (Bettoni) que, tras la muerte de su madre, viaja al sur a reencontrarse con el padre que nunca se hizo cargo de él. Esa doble crisis genera la rebeldía incontenible del chico, su soledad y el camino de unión con su progenitor, en parte a través de la caza. Es una película impactante desde lo visual, con bellísimos escenarios naturales y nieve, mucha nieve. La profundidad del retrato de los vínculos humanos es uno de los aciertos de este debut de Garagiola. Hay algunas interpretaciones y escenas algo deslucidas pero en su mayoría -los tres protagonistas están muy bien- se trata de un sentido viaje geográfico y emocional, y el descubrimiento de una directora para seguir.
Denso y sostenido entramado dramático en el entorno familiar La contraposición de dos mundos tan disímiles, uno es el de Nahuel (Lautaro Bettoni), un adolescente que vive con su padrastro Bautista (Boy Olmi) en una confortable casa de Buenos Aires, va a un colegio privado y juega al rugby, pero tiene un carácter irascible, y el otro, el de Ernesto (Germán Palacios), que vive en una modesta propiedad en las afueras de San Martín de los Andes, junto a su segunda mujer y sus hijas, son en realidad un puente que une y aleja a la vez la vida de ellos. El film dirigido por Natalia Garagiola, rodado casi en su totalidad en el sur argentino, nos adentra en la relación tan particular de estos dos personajes, porque son padre e hijo, pero Ernesto es un progenitor ausente ya que abandonó a Nahuel cuando era muy chico y con quien desde entonces prácticamente no mantuvieron ningún vínculo. Un día el chico viaja a ver, e instalarse con su padre, en contra de su voluntad, y la relación familiar que nunca fue buena no transitará por un lecho de rosas. Desde el primer momento chocarán. Ernesto es un guía de caza muy riguroso, metódico, para nada afectuoso. No es, ni le interesa ser, simpático o amable. Tal vez su pasado o la rigurosidad del clima invernal le modelaron el carácter. Es un referente y una fuente de consulta para sus pares, ámbito en el que mejor se desenvuelve. Nahuel arriba al pueblo peleado con la vida. Hay algo que lo tiene mal, a disgusto, y no tiene empacho en demostrárselo a su padre desde el mismo momento del reencuentro La misión de reconstruir el nexo entre ambos es el argumento principal de la película. El resultado dependerá de ellos, que no tienen demasiada voluntad en modificarlo, y cada vez que están cara a cara la tensión aumenta La directora realiza un relato vertiginoso de la historia, la superficial, la visible, pero hay otra oculta que la lleva de a poco, con un guión preciso, sólido, para correrle el velo a la intriga de saber porqué son y actúan así los personajes principales. La sucesión de escenas conflictivas acentúan cada vez más la rebeldía del chico, porque no aprecia a su padre, ni se halla a sí mismo. Se siente incómodo y lo demuestra. Es un volcán en erupción. La narración se sustenta en la intriga y las dudas que generan las actitudes de ambos, el manejo de los climas, miradas y silencios, dicen mucho más de lo que expresan dialogando, porque lo no dicho y las acciones son más importantes y fuertes que el sentimentalismo. Con todos estos elementos nos preguntamos: ¿alguno aflojará y dejará el orgullo de lado? ¿Nahuel abandonará el resentimiento y la furia que tiene para adaptarse a un nuevo estilo de vida? Son incógnitas que se van a ir resolviendo, pero para eso hay que tener paciencia y estar atentos cual cazador que espera a su presa con sigilo.
La ópera prima de Natalia Garagiola, "Temporada de caza", se refugia en la soledad del corazón de San Martín de los Andes para presentar las sensaciones internas de un joven en busca de su eje. Los primeros minutos de Temporada de caza son reveladores. La típica escena del partido escolar, en este caso de Rugby, se va tornando cada vez más pesada. Nahuel (Lautaro Bettoni) inicia una gresca con sus compañeros que se va de las manos. De la ira expresada en esa escena pasamos a una cena entre padre e hijo, que termina en un plano desolador; tan desolador como mucho de todo lo que veremos de ahí en más. Natalia Garagiola pasará constantemente de la ira, el malestar, al silencio; y ese silencio puede ser más molesto que toda la violencia expresada. Temporada de caza es una propuesta de emociones fuertes. Ese padre (Boy Olmi) con el que Nahuel mantiene la trunca cena inicial no es en realidad su padre biológico. Sus padres se separaron hace mucho tiempo, su madre se volvió a casar con este hombre que es el que lo crio. Ahora que la mujer murió, la duda es cómo seguir. Nahuel no sabe cómo expresar todo lo que lleva adentro, y lo exterioriza de una forma violenta, irascible. Hace diez años que no ve a Ernesto (Germán Palacios) su padre biológico, y quizás ya sea hora. Abandonando la comodidad de la ciudad, Nahuel viaja hasta el sur de nuestro país, a San Martín de los Andes, para reencontrarse con ese hombre del que no conoce nada. Hay que pasar una temporada, y puede ser eterna para los dos. Garagiola no sobrecarga los hechos, prefiere poner el foco en los personajes, rodearlos de un hábitat y dejarlos expresarse; y vaya si se expresan. Nahuel no es un adolescente fácil, la incomodidad que se genera en gran parte del film (sobre todo en su primera mitad) se debe a sus actitudes inmanejables. Ernesto y su familia hacen lo posible para conectar con él, pero es imposible, él sólo quiere huir, ¿A dónde? Ni él lo sabe. La violencia que genera Garagiola con sus planos y sus no diálogos no va a estar presente en ningún film de acción, es disruptiva, molesta, corrosiva, casi que lleva al espectador a querer tomar partida en el asunto. Nahuel y Ernesto deberán encontrar su punto antes de que el estallido sea mayor, y la temporada de caza está por comenzar. Temporada de caza puede ser visto como un film pequeño, pero estaríamos cometiendo una grave injusticia de percepción. La inmensidad de un San Martín de los Andes alejado de lo turístico, la riqueza de los personajes, y la construcción de diálogos contenida y calculada, nos hablan de algo inmenso. El gran sentido del ritmo narrativo que esta novel directora maneja hace que jamás la propuesta decaiga, más allá de un lógico y entendible lapsus luego del volcán en erupción inicial y antes de la fortaleza del final. El interés se mantiene permanente y pareciera que siempre hay algo que contar en el interior de estos seres. Nahuel se relaciona también con los jóvenes del lugar, diferentes al estereotipo que se plantea del adolescente del interior, más realista, y ellos también tienen algo para decir, al igual que la familia de Ernesto. Una excelente puesta es acompañada por una sólida dirección actoral que permite no solo grandes duelos en igualdad de posiciones, sino logrados momentos individuales. Lautaro Bettoni es toda una revelación, por lógica, gran parte del relato recae sobre sus hombros. Nahuel es un personaje muy difícil, y el joven lo plantea con matices, exacerbado, y con pocos momentos de calma. De Germán Palacios no es ninguna novedad resaltar sus valores interpretativos, de gestualidad contenida pero muy expresivo, la postura dura y paternal de Ernesto atraviesa su piel. También habrá que destacar a Rita Pauls y Pilar Benitez Vivart en roles secundarios pero de importancia narrativa; ambas contundentes en lo que necesitan sus personajes. Párrafo aparte para Boy Olmi a quien le alcanzan no más de quince minutos de aparición en pantalla (quizás menos) para encandilarnos. Las expresiones que destilan sus miradas, los planos que se le dedican, son de una potencia arrolladora que puede llevarnos sutilmente hasta las lágrimas. Dan ganas de pararse en sala y aplaudirlo de pie como si estuviésemos en audición teatral. Temporada de caza es una propuesta salvaje, contundente y arrolladora, que no pasa como otra experiencia más que pronto se olvida. Natalia Garagiola logró una ópera prima más que auspiciosa, cargada de emociones y de una belleza fílmica difícil de explicar. Bienvenida sea la sangre renovadora.
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CRUCE INVERNAL Una cámara viva, en mano y movediza, acompaña el sobresalto de las chicas por los gritos del otro lado del campo de deportes. ¿Qué pasa? Hay un círculo de adolescentes que agitan, vitorean, aplauden a los dos del centro que no paran de golpearse. Finalmente los separan, pero queda la evidencia de la lucha: la sangre en el rostro, la hinchazón por los golpes, la mirada desafiante, la adrenalina. Luego se replica la lógica con dos ciervos que luchan con sus cornamentas en un bosque. Estas pequeñas riñas manifiestan lo que será la premisa central de la ópera prima de Natalia Garagiola: la puesta en marcha de la temporada de caza en todas sus facetas. Porque más allá de ser el título de la película, dicho momento se torna la metáfora del vínculo entre Nahuel y Ernesto, un hijo adolescente porteño y un padre desconocido que vive en el sur de Argentina, que deben juntarse por razones irremediables. En consecuencia, el reencuentro adquiere algunas de las características propias de los cazadores tales como la mirada sagaz, el conocimiento, la paciencia, la habilidad o la pasión; todos los condimentos que la directora despliega a partir de la salida de Nahuel de Buenos Aires –tras la expulsión del colegio por los comportamientos violentos–, el arribo a Chapelco, la espera por Ernesto y la observación escondida de éste en la camioneta durante tres horas de intenso frío. De esta forma, los primeros minutos de Temporada de caza parecerían esbozar un preámbulo del relato, una guía de fragmentos, detalles y elipsis (como el video que mira Nahuel en el celular del que sólo se escuchan risas), que inicia de manera efectiva luego de ese primer encuentro entre padre e hijo en medio del invierno crudo e inhóspito, y con el desarrollo interior de ambos personajes. Frente a una temporada que aparenta recrudecerse a cada instante, la verdadera proeza es hallar un posible lazo entre ambos y por sobre todas las cosas liberar la carga que cada cual conlleva consigo mismo y con el otro. Es cuestión de pararse de la manera correcta, colocar los brazos en posición, observar por la mirilla y aprender a respirar pausadamente hasta aguantar la respiración. Tres, dos, uno. Disparo. Por Brenda Caletti @117Brenn
DOLOR CONTENIDO Si hay algo que nos enseñó un maestro como John Cassavetes en el cine es que el maltrato también es una forma de amar. Parece tenerlo en claro Natalia Garagiola con la dupla protagónica de Temporada de caza, película que obtuvo recientemente el premio de la Semana de la Crítica en la última edición del Festival de Venecia. Nahuel es un joven cuya madre ha fallecido y, a pedido de ella, va al sur, a pasar un tiempo con su padre, un respetado cazador al que no ve hace una década, que ya tiene otra familia armada. Sin embargo, parece no haber forma de recomponer vínculo alguno, a causa de la naturaleza agresiva del adolescente, mostrada desde la primera secuencia de la película cuando sostiene una pelea con un compañero de rugby. La cámara en mano acompaña una exacerbada forma de nerviosismo e incomodidad que prepara un terreno nada condescendiente para hablar de emociones. Una vez armado el juego estético, la historia se centra en la relación de padre/hijo que, desde un principio, transcurre por carriles fríos como la nieve que circunda el hermoso paisaje patagónico. “Te estuve esperando tres horas” reprocha el muchacho; “Tenía que cosas que hacer” retruca lacónicamente Ernesto. Es solo la puntada inaugural de un intercambio que alterna entre la agresión y algún que otro gesto de solapado cariño. Ambos hacen lo que pueden y como pueden, de eso trata el film, mayormente circunscripto a reflejar la imposibilidad de forzar una reconciliación cuando se ha roto la cuerda paternal. Por eso, hay un momento donde se produce una saturación de hostilidad, sobre todo en la conducta de Nahuel, al borde de lo soportable, porque en definitiva es también un animal al que hay que domesticar. De allí el doble sentido de la palabra caza, no necesariamente referida solo a la actividad del padre. Bautista, el padrastro, también ha querido romper la coraza, pero sabe que la pérdida de su mujer es la otra herida que se suma fatalmente en Nahuel. En relación a lo anterior, hay un momento de quiebre en la historia cuando la mujer de Ernesto y las hijas desaparecen de escena (hacen un viaje) y este se ve en la obligación moral de refundar la crianza y de domar a su hijo. Es en ese lapso (la temporada en cuestión) donde el universo masculino parece recuperar las coordenadas y Nahuel es capaz de mantener un modo civilizado de comportamiento. El aprendizaje no es fácil y las recaídas son varias, pero ese es el camino que transitan ambos y no hay vuelta atrás. Cuando las cicatrices son gruesas y los golpes aparecen como la única salida, Garagiola acerca su cámara para otorgarle a la película la fisicidad suficiente como para que no quedemos afuera. Si hay una escena que concentra esta lógica de amor/odio es cuando padre/hijo se trenzan en una pelea durante una cena, en la que los golpes pueden ser tomados como abrazos y donde doblegar al otro implica transmitirle cariño inmediatamente, como si no existiese otro modo posible cuando hay dolor. Porque eso es lo que hay en estos personajes, dolor contenido. El tiempo está suspendido. La idea de temporada abarca un presente que se materializa en un espacio paralizado donde un grupo de pibes deambulan rapeando y los mayores cazan. La cuestión generacional es insalvable y los códigos distan claramente en los rituales que unos y otros sostienen como supervivencia en una tierra donde no hay mucho más que hacer. Lo bueno de la película es que no cae (más allá de alguna metáfora dudosa) en el lugar común de la reconciliación como resultado de premisas conductistas. Hay una puerta abierta pero no está claro qué encontraremos del otro lado. Es un saludable gesto de ambigüedad en un film sólido técnicamente y con actuaciones naturales. Y si algo nos enseñó también otro animal del cine como Fassbinder (también aplicable a Temporada de caza) es que el amor es más frío que la muerte.
Con la tristeza a punto de explotar Premiada en Venecia, la película indaga en la vida de un adolescente temperamental, a la par de su relación con un padre taciturno. Se trata de una ópera prima, y tiene el pulso de un saber asimilado, virtuoso. En otras palabras, asombra el vigor de la puesta en escena que propone la realizadora Natalia Garagiola en Temporada de caza. Con el eje puesto en Nahuel, un adolescente díscolo (interpretado por el debutante Lautaro Bettoni), el film de Garagiola traza el recorrido que va de la pérdida al encuentro, de lo externo a lo interno, del dolor a su asimilación. Es un film de pasajes, o mejor: de variaciones emocionales que adhieren la tristeza en la piel, con una furia que se despliega y repliega, con los espacios visuales en sintonía anímica con el personaje. El inicio de Temporada de caza articula una tensión creciente, entre rugbiers adolescentes que juegan y/o pegan. De manera contigua, un grupo femenino practica hockey. El ir y venir entre ambas instancias prefigura un malestar que amenaza con explotar. Como si el film fuese consciente de que un segundo más significaría algo todavía peor, la golpiza entre los chicos se detiene. Allí cuando el espectador tema algo definitivo, la espiral se toma un respiro, para luego continuar su avance de vértigo. La espiral en la que cae Nahuel se dispara con la muerte de su madre y el consecuente abandono de Buenos Aires y su padre adoptivo, con el destino puesto en San Martín de los Andes. Allí le espera otro grupo familiar, el de su padre, junto a la sutura que supone una distancia de años. Ese padre ‑que él niega‑ de mirada taciturna, encuentra en el rostro de Germán Palacios un modelado parco y preciso: adusto, con una gorra que le calza como sombrero de cowboy. Por su parte, Nahuel es una bomba ya explotada, todo lo que toca lo revienta. La caracterización de Bettoni es adecuada, ya que se trata de otro personaje sin sonrisas, con la ira a flor de piel, siempre capaz de tocar un límite de peligro. Hay algo similar, de hecho, en el grupo de amigos con el que entrará en contacto: las bajas temperaturas parecieran justificar la ingesta acelerada de alcohol, las letras del hip‑hop improvisan de manera brusca, la provocación es moneda corriente. Nahuel se siente a gusto, parece, con esos gestos, indaga en ellos de manera casi descontrolada. La película traza un parentesco de carácter que conocerá levemente otros momentos, más íntimos. Tal vez no haya asidero alguno en este mundo níveo, en donde el padre se erige de manera distante: el primer contacto entre ellos tendrá que ser necesariamente violento. Sutilmente, la película traza así un parentesco de carácter que conocerá levemente otros momentos, más íntimos. Pero el lugar desde el cual ésto se suscite será, otra vez y paradigmáticamente, la violencia. Una violencia entendida como un despliegue orgánico y reglamentado, sujeto a la portación de armas y la caza de ciervos. Si Palacios asume, se decía, una efigie de cowboy, la construcción espacial de Temporada de caza se orienta progresivamente en esa dirección, con planos que acentúan la similitud formal con el western, hasta alcanzar momentos clásicos: la camaradería, el whisky, los caballos, las armas, las historias alrededor del fuego. Una vez allí, Nahuel comienza a sentir distinto. Es el momento en donde la acción se despuebla de mujeres. El western, idiosincráticamente, es un género masculino; pero a no olvidar: la mirada del film es (admirablemente) femenina. Entre otros aciertos, lo notable de Temporada de caza está en que la sensibilidad que despierta no se dirige a resolver las aristas abiertas, sino a comprenderlas y, si cabe, profundizarlas. Al hacerlo, el derrotero "western" deja de lado la masculinidad estereotipada para alcanzar una comprensión más honda, pasible de suceder cuando Nahuel sea capaz de entender ambos mundos ‑Buenos Aires/la nieve, la madre/el padre, padre adoptivo/biológico‑ y busque en sí mismo una definición personal. Pero eso es algo que en el personaje recién comienza o se atisba, y que no amerita "happy ends" o torpezas similares. Así, el film de Garagiola es capaz de tomar una distancia prudente, sin golpes de efecto ni sensiblerías. Muy western, y sin embargo, tan diferente.
Tan cerca, tan lejos La relación padre-hijo o para el caso padres-hijo está en foco en "Temporada de caza". Natalia Garagiola eligió explicar poco -a veces demasiado poco- para contar una historia con vacíos, desencuentros y soledades. Nahuel (Lautaro Bettoni) es un joven que elige mostrarse rebelde y distante para enmascarar su duelo. Lo único que le queda vivo de su madre es su sonrisa en un video que reproducirá una y mil veces en el celular, y eso es casi nada para seguir adelante. Bautista (Boy Olmi, en un rol pequeño pero de alto vuelo) es el padrastro de Nahuel y lo enviará a San Martín de los Andes para encontrarse con su padre biológico Ernesto (Germán Palacios, sólido como siempre). Ese cambio de paisaje también representará una mutación interna. Y el frío, la nieve e incluso la caza de ciervos jugarán como metáfora. Tanto para esa batalla que Nahuel librará con el padre que ahora tiene cerca pero siempre estuvo muy lejos, e incluso con el que vivió siempre con él, que sigue en Buenos Aires, y sólo lo insulta por celular. La película se toma demasiado tiempo para explicar estos vínculos, en un error de la directora que pone en la cornisa el registro sensible de la trama. Con todo, vale sumarse a este viaje de autodescubrimiento de Nahuel y creer en las segundas oportunidades.