Un lugar para el amor es una buena opción en el cine para los incondicionales a las historias del corazón. Las buenas actuaciones de todo su elenco y la credibilidad de la trama hacen que su visión sea más gratificante de lo que hubiera sido sin estas dos fundamentales características. Su predecible historia no es mala, pero es el típico film romántico que podemos ver...
Una de escritores En la familia Borgens casi todos son escritores. El padre, William (Greg Kinnear, parecido a Tom Hanks aquí, no pregunten por qué), la hija mayor Samantha (una cínica Lily Collins) y el hijo menor Rusty (Nat Wolff). Estos tres personajes están relacionados con la literatura, casi de manera impostada en el caso de los hijos ya que arrastran la sombra de su padre, un escritor algo famoso y muy respetado en el ambiente. Samantha llega a su primera cena de Acción de Gracias, tras el primer año en la universidad, con una noticia: publicaran su primera novela. Rusty, quien se alegra a medias, termina por fastidiarse cuando escucha que la editorial que le va a editar el libro a su hermana es nada menos que la de su ídolo Stephen King. ¿Qué hay de las vidas personales? También un tema en común: las vicisitudes del amor, no por nada los cráneos locales le han puesto a esta película Un Lugar para el Amor, aunque el original -Stuck in Love- no es demasiado brillante tampoco...
La zona muerta El cine supo adaptar a lo largo de los años, en una cantidad considerable de veces, el eterno conflicto del novelista -o guionista- que atraviesa una crisis o padece el síndrome de la hoja en blanco, y lo hizo de la mano de diversos directores que han sabido encarar dichos proyectos de una forma más interesante (e inteligente) que Josh Boone. Un Lugar para el Amor no retrata las neurosis ni el fracaso editorial o la excentricidad de una familia de escritores, sino que se aferra a la fórmula hollywoodense compuesta por una pizca de drama en una familia disfuncional norteamericana, adolescentes que tienen problemas con las drogas, novios abusivos, engaños y un happy ending redondito que termina como empieza: la mesa puesta, la familia feliz y la cena del Día de Gracias. Lo único que puede resultar de esto es una película lavada, sentimentaloide y pseudo intelectual, en la que conocemos cada paso del relato hasta el final como un indicador de GPS ya incorporado en nuestras mentes...
Retrato de familia "Un escritor es la suma de sus experiencias" le dice el padre encarnado por Greg Kinnear a su hijo en esta bienvenida película independiente norteamericana que pone el acentro en los vínculos familiares. Un aclamado escritor (Kinnear), Erica, su ex esposa (Jennifer Connelly) y sus hijos adolescentes Samantha (Lily Collins) y Rusty (Nat Wolf) experimentan las complejidades del amor en todas sus formas en un invierno en la playa. El film de Josh Boone explora las relaciones entre padres separados e hijos desorientados que también tienen su costado artístico. Samantha espera la publicación de su libro y Rusty escribe poemas de amor. Un lugar para el amor (Stuck in love) acierta en la descripción de los personajes y los mezcla en un batido de emociones que rápidamente llegan al espectador: padres que se reprochan si son felices con sus actuales parejas, jóvenes en ebullición, la llegada del primer amor, la competencia, los celos y los excesos. Todo aparece bien contado y plasmado por el joven realizador en tiempos navideños. En definitiva, la película tiene que ver con las nuevas oportunidades amorosas que buscan adultos y jóvenes, padres e hijos, y la escritura y la lectura aparecen como corazón del relato. "Es el libro más grande que vi en mi vida" dice la nueva novia de Rusty en referencia a It! de Stephen King. En el elenco se lucen los siempre ajustados Kinnear y Connelly y sorprenden tanto Lily Collins (la actriz de Espejito Espejito) y Logan Lerman (Percy Jackson) en el rol de su novio. Papeles complejos que atraviesan pérdidas.
Bombachitas rosas Luego de Un Camino Hacía Mi (The Way Way Back) llega otra “feel good movie” a nuestras carteleras con Un Lugar para el Amor (Stuck in Love). Ambas nacen del circuito “indie” de Hollywood con caras conocidas para llegar al mayor público posible. Las dos carecen un poco de profundidad, las dos están fríamente calculadas para emocionarnos en el momento correcto, las dos son circulares y terminan donde empiezan, las dos resultan bastante obvias, pero aun así las dos funcionan. El crack de Greg Kinnear (un actor siempre solvente y confiable) es William Borgens, un padre divorciado que deambula por la vida espiando a su ex mujer y bajando línea para que sus hijos Samantha y Rusty, interpretados por Lily Collins y Nat Wolff, sigan su linaje y sean escritores. La madre de los niños es Erica, bueno en realidad es la desaparecida y cada vez más escuálida Jennifer Connelly, que se separó de su papá luego de engañarlo con un muchacho bastante más musculoso que él. Samantha sería la chica rara quien, gracias a la hermosa puesta de cuernos y separación de sus padres, no cree en el amor. Por otra parte Rusty es un goma bárbaro que fuma bastante marihuana y que está enamorado de Kate (Liana Liberato), la chica más linda de su curso que también tiene algunos problemas con las drogas, aunque con unas un poco más pesadas. Sí, todo eso sumado representa la típica familia disfuncional que nos viene vendiendo Hollywood desde que el viento sopla, y que siempre compramos. Por algo es la industria cinematográfica más grande del mundo y que se viene manteniendo a más de 100 años de su nacimiento. Las mujeres marcan el ida y vuelta de las relaciones en Un Lugar para el Amor. Una disipada e incipiente Connelly, que por ende termina siendo poco creíble, se encarga de marcarle la cancha continuamente al bueno de Kinnear. Collins juguetea todo el tiempo con Louis (interpretado por Logan Lerman) por miedo a ser lastimada. Mientras que el adolescente Wolff tiene que ir detrás de la sombra de la recuperación de Liana Liberato. Las mujeres de la ópera prima de Josh Boone tienen mucho de ese “cuando te busco no estás, cuando te encuentro te vas” del que hablaba el gran Alejandro ”Bocha“ Sokol en ese himno al histeriqueo femenino llamado Bombachitas rosas. Todo está empaquetado de tal manera que la obra de Boone nos haga sentir bien, pero hay alguien que resalta, que eleva a Un Lugar para el Amor de la chateza generada por su obviedad y ese es Greg Kinnear. Kinnear le aporta temple y corazón, está como siempre preparado para decir sus líneas con las palabras y la gestualidad justa. Desde su boca todo suena natural, espontáneo y sentible. Además de la presencia del actor de la querible Ghost Town está en las apariciones de Kristen Bell, que sería su amiga con derecho y que se lo trinca cuando sale a correr, y en el cameo (por teléfono) de Stephen King los mejores momentos del film. Cuando Bell entra en escena algo se mueve, la película revive con su energía y en la escueta participación de King (cuyas obras literarias ya habían sido invocadas en varias oportunidades por el relato) existe un espíritu burlesco que consigue bajar el pomposo tono. Si se hubiese aferrado más a ese dejo hilarante estaríamos en presencia de una obra bastante más lograda como Pequeña Miss Sunshine, pero no por eso Un Lugar para el Amor resulta una mala opción para este fin de año en los cines inundados de dioses, hobbits y juegos hambrientos.
Quiero que me quieran Un lugar para el amor (Stuck in love, 2012) sigue todo los parámetros del cine indie americano pero, y más allá de lo convencional de su trama, logra trasmitir ternura con sus personajes. La historia transcurre en invierno en la playa, cuando los hijos adolescentes del escritor William Borgens (Greg Kinnear) y Erica (Jennifer Connelly), separados como pareja hace tres años, llegan a pasar el día de acción de gracias en familia. Lo que rápidamente se pone en evidencia son las relaciones entre cada integrante del grupo: todos tienen una carencia afectiva. Rusty Borgens (Nat Wolff) es introvertido y no sabe relacionarse con chicas, Samantha Borgens (Lily Collins) se acuesta con tanto chico pueda para no enamorarse, mientras que la pareja adulta está separada: él sigue enamorado esperando que ella vuelva a su lado, mientras que ella está en otra relación pero no puede recuperar el amor de su hija. Si hay algo positivo en Un lugar para el amor, es que sabe construir sus personajes como personajes de carne y hueso, con fallas, perdedores totales frente al mundo. Tanto que sus actitudes generan empatía con el espectador. Tal tratamiento de los personajes hace que pretendamos el mejor de los destinos para con ellos, y obviemos –de este modo- resoluciones mágicas. Como buen cine indie que es, la película escrita y dirigida por Josh Boone atraviesa situaciones de tristeza y alegría con el mismo espíritu nostálgico, como si nos dijera “así es la vida”, para celebrar el transcurrir y percepción de momentos cotidianos. Los personajes se enamoran para luego desilusionarse y deprimirse como niños. Se golpean, saltean obstáculos, para luego volver a ponerse de pie y enfrentar nuevamente el destino. Manera de trasmitir con optimismo aleccionador los vaivenes de la vida. Un lugar para el amor no es un cine realista. Es una fantasía romántica –sin instalarse en el género- sobre la necesidad existencial de ser queridos como seres humanos. Desde tal óptica se entienden algunas vueltas previsibles del argumento. Sin embargo podemos molestarnos por cierta insistencia del film en mostrar a los personajes masculinos como seres tiernos y sensibles, mientras que a las mujeres como personajes fríos y calculadores. Pero tales representaciones no buscan otra cosa que expresar una experiencia personal del director en pantalla, sin intentar juzgar jamás a unos u otros. Por ende tanto la película como los seres que la componen, son sumamente queribles y dejan una sensación agradable luego de conocerlos.
Escritores en crisis Bill Borgens (Greg Kinnear) es un escritor de culto, un novelista que tuvo su momento de gloria (éxito comercial y prestigio), pero que está en medio de un bloqueo creativo demasiado largo. Divorciado, pero aún obsesionado por su ex (como para no estarlo si es nada menos que de Jennifer Connelly), quien se ha vuelto a casar, este hombre posesivo y egocéntrico la espía en su nueva casa, mientras se ocupa de supervisar la carrera literaria de sus dos hijos: Samantha (Lily Collins), una muchacha cínica y promiscua que consigue un prematuro suceso con un libro autobiográfico; y el mucho más tímido y falto de autoestima Rusty (Nat Wolff), de 16. Esta ópera prima del guionista y director Josh Boone cae en todos y cada uno de los lugares comunes y fórmulas del cine indie sobre familias disfuncionales, intelectuales en conflicto, padres confundidos y adolescentes descontenidos (para colmo transcurre durante la festividad de Acción de Gracias, como para hacer más "emotivo" el asunto). Lo hace, eso sí, con buenos actores sosteniendo con profesionalismo el discreto material y con algunos chispazos de encanto, humor y sensibilidad. No alcanzan para reivindicar por completo al conjunto, pero al menos hacen bastante soportable el tránsito de estos 97 minutos. En esta misma línea, resultaba mucho más lograda Fin de semana de locos (Wonder Boys), de Curtis Hanson. Lo peor del film, de todas maneras, son sus citas (obvias, torpes, falsamente “sesudas”) al universo literario y musical. Las canciones son en general muy lindas (van desde Bon Iver hasta Bright Eyes, pasando por The National), pero Un lugar para el amor quedará para siempre con el estigma de haber destruido un temazo como Between the Bars, de Elliot Smith, durante una de las peores escenas románticas que se recuerden. Eso sí es imperdonable.
Escrito y borrado Al padre William (Greg Kinnear) los hijos lo respetan un poco por haber escrito un par de novelas exitosas y ser el referente de los aspirantes noveles en términos de literatura. A la madre (Jennifer Connelly) la hija no la quiere ver ni en figurita dado que no le perdona la infidelidad de la que encima fue testigo involuntaria. El hijo Rusty (Nat Wolff) vive a la sombra del padre y de la hermana que acaba de lograr que le publiquen una novela donde saca los trapitos al sol de una familia norteamericana promedio con problemas afectivos. ¿El resto de la historia? un sin fin de lugares comunes solamente en el contexto de las idas y venidas amorosas de cada personaje donde los mayores intentan recomponer lazos y los adolescentes enamorarse sin culpa y sin dolor. ¿Acaso se puede? parece que en Un lugar para el amor todo es posible: se sufre un poco ya sea por amor; por el tiempo perdido; por el flagelo de las drogas; por la enfermedad del otro y luego la segunda oportunidad llama a tu puerta y encima en el día de acción de gracias. Todo transcurre en el invierno y metafóricamente hablando los corazones fríos de los adolescentes se reblandecen o por lo menos eso le ocurre a Samantha (Lily Collins), la futura Patricia Highsmith, promiscua, orgullo de papá y mamá que conoce al muchachito medio insistente y amante de los policiales para que le cambie la perspectiva sobre la vida y la importancia de los afectos. En el caso de Rusty la historia transita por el despecho y decepción amorosa al elegir una muchacha con algunos problemitas de adicción. ¿Moralina barata? sí; actuaciones que valen la pena también pero lo primero que uno debe preguntarse es quien corta el pavo cuando un cine independiente o en apariencia de serlo recurre de manera insistente en el abc del estereotipo sin moverse de ese cómodo espacio que busca empatía directa y no toma riesgo alguno. La mesa está servida y comida hay para todos.
Atención románticos empedernidos y amantes del cine que logra enamorarte de sus personajes porque si los que leen estas líneas se encuentran dentro de ese grupo, ésta definitivamente es su película. Un film que no van a tener ganas de que termine y cuando lo haga van a quedarse con una reconfortante sensación, aquella que solo puede dejar una gran historia. Un lugar para el amor, título con el que se conoce aquí este estreno, en su idioma original se llama Stuck in love que vendría a ser algo como “atrapado en el amor”, y si nos basamos en esa premisa podemos analizar de qué va la película de una forma no lineal e interesante. Lo grandioso en la cinta recae en los personajes y la desconstrucción de los mismos, en cómo los conocemos y como van mutado conforme avanza la trama. Todo en torno a cómo cada uno vive el amor (o el desamor) con el gran aditivo de una muy complicada historia familiar. Si bien hay algunos que ocupan más lugar que otros en la pantalla, es difícil marcar quiénes son los principales y quiénes son los secundarios. Así nos encontramos con un gran Greg Kinnear en un papel profundo y muy empatizante. Porque uno puede juzgar y denostar sus métodos (como espiar a su ex mujer) pero se llega a comprenderlo y tener ganas de compartir con él la esperanza que ni siquiera sus hijos comparten. Lily Collins demuestra que puede actuar con un gran cinismo y Logan Lerman se perfila como el nuevo “actor romántico” de esta generación (imposible no recordarlo en la joya del año pasado Las ventajas de ser invisible). Jennifer Conelly está para odiarla y luego amarla, al igual que la novata Liana Liberato cuya química con Natt Wolff (otro novato en una gran interpretación) es impresionante. Y como si esto fuera poco, el mismísimo Stephen King tiene un acertadísimo cameo esencial a lo que hace a una historia que gira en torno a la pasión por la literatura dentro de una talentosa familia de escritores. El guionista y director Josh Boone se luce con esta ópera prima no solo por lo señalado sino que a nivel estético. A lo mejor le faltó un poco de énfasis en la banda sonora y un par de repasos en la trama para que un par de desenlaces fueran menos previsibles, pero es lo único que se le puede objetar. Un lugar para el amor es una película para creer, para decepcionarse y para volver a creer. Una coctelera de emociones que colapsan en el mejor sentido posible donde sin importar la edad que uno tenga va a sentir algo. Así sea valorar el amor que se tiene, añorar el que pasó o preguntarse por el que vendrá. Una película para disfrutar en cualquier momento de la vida, solo o acompañado.
Debe ser difícil ser un escritor dentro de una familia de escritores. Sino, vayan y pregúntenle a algunos de los miembros del núcleo familiar de Stephen King qué se siente vivir bajo la alargada sombra del talentoso autor de terror. Más allá del hilo conductor que puede resultar una familia de hombres de letras -tópico llevado varias veces a la pantalla grande y con resultados dispares- lo que motiva a la familia Borgens, además de la literatura, es el amor. Ya sean realistas o puramente románticos, sus integrantes tienen diferentes visiones sobre lo que significa enamorarse, y también son esas visiones del amor lo que los separan entre sí. Josh Boone se despacha en Stuck in Love con una comedia romántica ligera, de su propia autoría, que narra las vicisitudes del amor verdadero al mismo tiempo que, con sutileza y no sin cierta franqueza e ironía, presenta una radiografía moderna de las relaciones actuales, con foco en una familia un poco atípica. En la piel de Willam Borgens, Greg Kinnear vuelve a repetir ese papel que tan bien le queda, el de hombre de familia sensible y amistoso, que debe sostenerse en sus hijos adolescentes luego de que su esposa se case con un hombre más joven y apuesto que él. Habiendo pasado dos años desde ese momento, el bloqueo de escritor se encuentra en efecto y la ruptura lo dejó tan marcado que muchas noches se pasea por la casa de su ex-mujer para espiar qué tal la pasa su media naranja perdida. Kinnear es uno de los ejes narrativos del film, pero los otros dos tienen más potencia que el suyo. Sus hijos, también escritores en ciernes, están protagonizados por Lily Collins y el joven y fresco Nat Wolff, ambos sin dudas las revelaciones de la historia. No sólo tienen que explorar el mundo por sí mismos, sino que tienen el peso de experimentar la vida por insistencia de su padre, experiencia que los ayudará a convertirse en los autores en potencia que son. Ella, por un lado, irradia anarquismo social y se acuesta con chicos al azar para que las estúpidas reglas para relacionarse y encontrar pareja no la afecten, mientras que su joven hermano cae bajo el encanto de una compañera de clase con malas compañías y peores hábitos. Collins, que viene del asfixiamiento de protagonizar una saga juvenil como The Mortal Instruments, se nota a gusto con su papel libertino y genera una buena química tanto con Kinnear y Wolff como con su interés amoroso encarnado por Logan Lerman, otra estrella en ascenso al que le queda la etiqueta indie -recordemos que protagonizó la excelente The Perks of Being a Wallflower-. A pesar de que su papel es el detonante de toda la trama, la presencia de Jennifer Connelly no tiene el peso que a uno le gustaría -la cámara la adora, eso es algo obvio- y no se siente como que su personaje haya sido muy desarrollado, en pos de profundizar a los otros miembros de la familia. El resto del elenco femenino secundario resta en los hombros de Kristen Bell, que aparece en algunas escenas en un rol bastante diferente para lo que nos tiene acostumbrados pero con su misma chispa habitual, mientras que Liana Liberato es la enamorada del joven Rusty, esa belleza que se sienta a unos cuantos asientos detrás de él y que le da un nuevo giro a la típica adolescente americana. Boone es un ávido fanático de Stephen King y se nota desde las primeras escenas que es su escritor favorito, haciendo que el integrante menor de la familia sea un seguidor insistente, hasta el punto de recibir un inesperado cameo del afamado señor del terror. Y si esto no era aval suficiente de que la bibliografía de King inspira de alguna manera al realizador, su próxima película después de The Fault in Our Stars lo termina de confirmar: será el encargado de dirigir Lisey's Story, una de esas historias del autor que se aleja del horror y se apoya mucho en los lineamientos de los lazos familiares y el amor, claro, temas que en este primer proyecto del director abundan. A pesar de que la película no cuenta con una cantidad aplastante de sucesos importantes que agreguen problemáticas a la trama, el trabajo de Boone es para seguir de cerca, siendo esta su primera incursión en el cine. Quizás no pase a la posteridad por su mensaje o su potencial fílmico, pero Stuck in Love ofrece una cálida y tierna visión sobre conflictos que toda persona tiene en su vida.
La ya clásica familia disfuncional que parece indispensable en cualquier film que aspire a ser considerado indie está aquí integrada por escritores. Uno, papá, ya consagrado, pero ahora estancado en su creatividad desde que no ha podido digerir el abandono de su ex mujer, pasa más de una noche espiándola furtivamente en su intimidad con el nuevo marido. El hijo menor, adolescente, ha heredado su vocación literaria y su espíritu romántico, que por ahora vuelca sobre una compañerita de estudios presa de su adicción a las drogas. La hija mayor, ya universitaria, es su opuesto: prefiere la literatura (a la que se dedica con pasión y disciplina) al amor, del que descree; en los hombres sólo ve fugaces compañeros de aventuras sexuales. Todo por culpa del golpe que significó para ella el divorcio de los padres y en especial el adulterio cometido por su mamá, a la que ahora detesta. No es el mejor panorama para llegar al Día de Acción de Gracias, el encuentro de familia con el que se abre la historia, bastante prometedora en ese punto por la personalidad definida de sus personajes y por la diversidad de conflictos que presenta cada uno. La temporada en la casa de la playa parece anunciar un retrato sensible y con posibles derivaciones hacia lo romántico, el drama familiar, las crisis de los adultos y las confusiones de los jóvenes, También, es cierto, amenazan con multiplicarse los apuntes sobre el mundo literario, visto desde una perspectiva bastante ingenua y sobrecargados de conceptos que quieren ser sesudos y suenan forzados. No sería esa la peor falla de Un lugar para el amor porque al menos hay aciertos en el tono narrativo -ni demasiado ligero ni demasiado grave-, en la pintura de ambientes y en la descripción de los personajes, incluidos algunos de breve intervención. Y porque cuenta con un grupo de actores cuya naturalidad contrarresta bastante los clichés. Lo grave es la tendencia de Boone a recurrir al Hollywood más convencional con el envoltorio de un cine independiente que ha ido despojándose de esa herencia, en buena medida porque ya ha creado sus propias tradiciones y su propia galería de lugares comunes. Ya sobre el final, cuando -como cabe imaginar- se desembarca en la nueva escena del Día de Acción de Gracias que servirá de cierre, la colección de convencionalismos ha llegado al borde de la sobredosis.
La vida es una novela Qué vida sacrificada la Bill Borgens (Kinnear), escritor en crisis, dos hijos que pretenden seguir su camino con las letras y una ex que se casó con un patovica de gimnasio. Qué pocas novedades acerca de la opera prima de Josh Boone, ubicada en ese lugar inestable denominado "cine indie". La pretensión argumental de Un lugar para el amor apunta a describir a una familia disfuncional que se alberga en una casa con vista al mar y en las idas y vueltas de papá y sus vástagos para conformar una tríada de escritores. Por un lado, Samantha (Collins) seduce a cualquier chico que ande por ahí y vive del éxito por haber publicado su precoz autobiografía. En el otro extremo, el hermano menor Rusty (Wolff), es medio pavo con las mujeres pero que en cualquier momento emboca y vende bien el libro que está gestando. Pero hay otros personajes, como la ex de Bill, interpretada por Connelly, hermosa a los 40 y casi nula en sus recursos actorales. Y los intentos de papá por volver a reencauzar el paraíso familiar, las citas literarias de textos conocidos proferidas de manera vergonzosa, los motivos musicales que acompañan los sentimientos de los personajes, los planos bonitos que parecen invocar a una revista de decoración y algún porro en la orilla para matar el tiempo. La flojedad argumental de Un lugar...se disimula por algún ocasional instante de honestidad estética, donde la película se evade por un rato de las fórmulas establecidas en estos films que ya tuvieron su fecha de vencimiento. Por ejemplo, cuando Bill habla por teléfono con Stephen King pidiéndole consejos para salir de su crisis creativa. Lamentablemente, sólo se escucha la voz del creador de Cementerio de animales.
Una comedia romántica con pretensiones, citas literarias y buenas actuaciones. Aunque se le notan las ganas de ser distintos sin lograrlo del todo. Del amor y los dolores inevitables, de los errores y los tiempos para enmendarlos si se puede. Melancólica las más de las veces. Se lucen Greg Kinnear, Jennifer Connelly y Lily Collins. Se deja ver.
Lo mejor es la casa playera de madera El "lugar para el amor" al que alude el título local es casi lo mejor de la película: una casona en la playa, de madera noble, con grandes ventanales, piso encerado y ambientes amplios que parece que se limpian solos (no hay personal doméstico a la vista). Para dar una idea, el armario de la cocina es tan amplio que cabe una parejita acostada. Está en Wrightsville Beach, North Caroline, por si alguien anda buscando alquiler para estas vacaciones. En cuanto al tema de la película, bien, su título original habla de gente atascada en el amor. El dueño de casa sigue obsesionado con la mujer que lo largó hace como dos años. La hija apenas joven, decepcionada por la experiencia de los padres, se hace la superada, descreída y degenerada, es decir que aflojará cuando se le cruce un buen tipo de cariño sincero (pasa en las películas, pasa en la realidad, pero sólo a veces). Y el hijo menor está bobo por una compañerita de la secundaria que anda con un grandote y apenas uno se descuida le mete a la cocaina con champán y hay que llevarla al hospital (él prefiere la marihuana "con filtro"). ¿Y de qué vive esa gente? El título de rodaje era "Writers". De eso va la historia. El padre es novelista, la hija publica su primer libro, el hijo endereza para cuento y poesía, y todo pasa entre conversaciones (nada profundo), lecturas, estímulos, recomendaciones, una presentación muy paqueta al aire libre y un cameo telefónico (solo se oye la voz) de Stephen King. Una de las pocas personas que no lee ni escribe es la apetecible vecina rubia, muy comedida con el pobre hombre separado. Porque la ex mujer también lee. ¿Y qué lee la ex mujer? La novela del marido y el libro de la hija. Y eso que se llevan mal. En suma, sexo, droga y literatura. Y mucho cuidado de las formas, e interpretaciones a cargo de gente linda. Hay como una veintena de canciones de fondo y otros vicios del cine indie, pero se pasa el rato. Además, su autor tuvo una gratificación extra: es que, según dicen, él se inspiró en la separación de sus propios padres, y "reescribió la historia tal como le hubiera gustado que termine. Placeres de la ficción. Dicho autor es el virginiano Josh Boone (homónimo del basquetbolista), y ésta es su primera película. Luego reincidió con otras dos, también de base literaria.
Historias de familia La premisa inicial de Un lugar para el amor es mostrar el amor desde tres puntos de vista diferentes, los de tres integrantes de una familia tipo (evitemos el adjetivo disfuncional: ¿qué familia no lo es?). El del padre, un hombre maduro que ha sido abandonado por la madre de sus hijos y no consigue dar vuelta la página; el del hijo menor, un adolescente virgen, tímido y romántico en busca de su primer amor; y el de la hija mayor, una adolescente superada que descree del romanticismo y va directo al grano: el sexo. Los tres son escritores -su apellido es un homenaje: Borgens- o en vías de serlo: el padre, ya consagrado; los hijos, aspirantes a seguir sus pasos. El planteo, del estilo Historias de familia, mezcla de comedia romántica y película con adolescentes, es atractivo. Si a esto le sumamos un director debutante y cierta pátina de cine independiente estadounidense, está todo dado para pasar una agradable hora y media. Y, en efecto, una parte resulta placentera. Hay diálogos agudos (“sos un gran escritor, no gastes tu imaginación en mí”), chistes efectivos (“hoy te ves inusualmente animado, ¿descubriste los antidepresivos?”), situaciones bien presentadas, una excelente banda de sonido (Josh Boone, el director, trabajó en una disquería durante años y dirigió un sitio de crítica musical), buenos actores (sobre todo Greg Kinnear, el padre), continuas referencias literarias -se cita a Flannery O’Connor, Raymond Carver, Stephen King, y la lista sigue-, y fuertes personajes femeninos: ellas tienen la sartén por el mango y son las que empiezan y terminan los romances. Pero... A los 40 minutos, la cuestión empieza a ponerse empalagosa. Van apareciendo algún que otro golpe bajo, lugares comunes made in Hollywood, previsibilidad, demasiada camaradería familiar, demasiado espíritu navideño y del Día de Acción de Gracias. Y ahí, agazapado en un rincón oscuro, amenaza el temible fantasma del Final Feliz Para Todos...
A pesar de su talentoso elenco, Un Lugar para el Amor nunca termina por despegar. El veterano escritor Bill Borgens (Greg Kinnear) lleva tres años divorciado de su esposa Erica (Jennifer Connelly) y todavía no puede olvidarla. Pasa sus noches espiándola a través de la ventana de su nueva casa donde convive con su nuevo novio. Su única conexión con el mundo es a través de una vecina (Kristen Bell) con quien tiene relaciones ocasionales y a su vez discuten sobre la vida y el futuro. Los hijos de Bill y Erica tampoco andan muy bien con sus relaciones amorosas. Samantha (Lily Collins), una universitaria que acaba de publicar su primer libro, también disfruta de la relaciones de una noche y busca a toda costa evitar enamorarse, pero esta filosofía de vida comienza a temblar cuando conoce al simpático Louis (Logan Lerman). Por su parte, el hijo menor Rusty (Nat Wolff), aun lucha por encontrar su verdadero yo, tanto como escritor y como inesperado novio de la chica de sus sueños (Liana Liberato), quien tiene más problemas de los que podría imaginar. El amor después del amor Un Lugar para el Amor es una de esas películas que cuando uno la termia de ver siente que, quizás, hubiera funcionado mejor algunos años atrás. En los últimos tiempos hubo un “boom” en lo que al cine “independiente” norteamericano respecta (independiente entre comillas, ya que los grandes estudios siempre están presentes de alguna u otra manera), y los temas que pretende tratar este simpático film ya fueron tratados una y otra vez. Claro está que como dice Tarantino: “Ya no hay nada nuevo bajo el sol de Hollywood”, pero de vez en cuando llega un cineasta que le encuentra una vuelta de tuercas a estos temas examinados hasta el hartazgo. Esto no ocurre en Un Lugar para el Amor, que decide examinar el primer amor y las segundas oportunidades a través de los ojos personajes ya vistos y otros poco agraciados y desaprovechados. La historia se desenvuelve de una forma muy orgánica, tanto que desde que se crea el conflicto ya podemos hacernos una buena idea de cómo se va a resolver. Al no ser una de esas películas que nos tienen adivinando el final, poco importa que ya conozcamos de memoria el destino de nuestros personajes, pero uno espera al menos una sorpresa por parte del guión o del director durante este viaje que, lamentablemente, nunca llega. Capture16La trama está adornada con algunos personajes simpáticos y otros no tanto. Greg Kinnear, como de costumbre, hace un más que aceptable trabajo como el novelista que quiere reconquistar a su ex esposa y Jennifer Connelly acompaña como es debido. Quizás el punto más flojo entre los personajes principales esté en Samantha, la hija de la pareja interpretada por Lily Collins, quien desentona con una actuación unidimensional de una chica que se cree demasiado buena para enamorarse. Quizás el problema aquí no caiga todo sobre los hombros de Collins y su incapacidad para demostrar los sentimientos, los problemas de Samantha ya comienzan en el mismo guión que poco hace para presentárnosla como algo más que una estudiante y escritora pedante y herida por el divorcio de sus padres. En los papeles secundarios se destacan Logan Lerman como el pretendiente de Samantha y Kristen Bell como la vecina de Bill. Esta última comparte unas cuantas escenas con Kinnear que resultan muy divertidas, pero el guión nunca termina por sacarles provecho. Conclusión No hay nada nuevo ni original en Un Lugar para el Amor, aunque quizás sea suficiente para satisfacer a esos espectadores en busca de una historia simple y con algunos (pocos) momentos divertidos y románticos. - See more at: http://altapeli.com/review-un-lugar-para-el-amor/#sthash.liUvdVOH.dpuf
Love on screen, as dumb as it comes Life is not what it used to be for William Borgens (Greg Kinnear), a successful writer who’s had several books published and found some small celebrity status, but hasn’t written at all since his gorgeous wife Erica (Jennifer Connelly) left him for a younger man three years earlier. In fact, William spends many of his nights spying on Erica and her new husband. Moreover, he still puts a place for his ex-wife at the dinner table hoping she’d return without giving any notice. As for his afternoons, he has secret rendez-vous with Tricia (Kristen Bell), a younger and married neighbour woman. He’s taught his teenage kids, Samantha (Lilly Collins) and Rusty (Nat Wolff), to be writers almost since they were newborns, and Samantha has just had her first book published. But she won’t share the news with her mother — with whom she hasn’t talked in years because she blames her for the divorce. She’s also sceptical about love and just has casual sex. That is until she meets Lou (Logan Lerman) a musician and classmate who has a crush on her. As for her younger brother, let’s say he’s a hopeless romantic and has fallen for Kate (Liana Liberato), a classmate of his at school with a drug problem. So now the question is whether or not love will mend these aching hearts. The characters in the romantic comedy-drama Stuck in Love, written and directed by Josh Boone, are indeed stuck, but not so much in love as in contrived stereotypes, dumb clichés and even dumber happy endings. The more they attempt to come across as real people with real problems involving matters of the heart, the more they ring false. They act out situations written in the script, but these situations don’t stem out of the storyline in a natural, credible fashion. Take Rusty, whom upon meeting Kate decides he’ll save her from her drug addiction. How can he think that when he barely knows her? How’s he exactly going to do it? Why would she let him do? Or take Mr. Borgens, an obsessive, yet cool father who gives his kids a monthly allowance to write instead of having them work at the local Mc Donald’s. Why would anyone become a professional writer this way? Why would a father who’s a successful writer do something like this? Incidentally, there’s a secret reason why Mr. Borgens is so keen on waiting for his wife to come back, which if revealed to Kate (who had discovered mum having sex with another man) would make her stop hating her. So why would a caring father allow her daughter to endure unnecessary pain? These are some of the queries that a movie about real people would pose, and which Stuck in Love opts not to take into account. More annoying is what happens to Lou, whose mother dies from a brain tumour precisely when he was having the best of times with his new girlfriend. Why did he have to have a mother with a brain tumour in the first place? The bond between mother and son is not developed — at all. Let’s just say it all boils down to the fact that she doesn’t even amount to a poorly sketched character. She’s in the movie only for dying purposes. Of course, this is not an Ingmar Bergman drama so we’re not talking about having fully fleshed out characters rooted in their complexities and contradictions. But even for being a light weighted romantic comedy drama, meaning a very respectable genre which mainstream US cinema has explored fruitfully endless times, Stuck in Love ranks below average. Comedy has to be taken seriously, so it should be of no surprise that the most elementary problems regarding the characters are also to be found when it comes to the dramatic structure of the film. Think of a little inspired television movie in which conflicts are arbitrarily established, only to then be solved miraculously in a matter of minutes. Think of a series of interconnected scenes with no imagination whatsoever that never add up to a strong storyline. Think of dialogue that’s only heard at the (bad) movies. Think of a family movie in which love mends all aching hearts, despite how terribly sick they were before. And then there are the actors, who for the most part are good enough to be in another movie. For instance, Greg Kinnear, who’s shown his talent for comedy and drama too many times before. Jennifer Connelly still looks stunning, and even if she’s not a very good actress, she could do much better than this. Or the young ones, Lilly Collins, Nat Wolff, Logan Lerman and Liana Liberato, who may not be the best thespians ever, yet you can see they do have some talent and vivacious energy that a good director could use to the advantage of a fine feature. Stuck in Love is the type of film that gives romantic comedy, and cinema in general, a bad name.
¡Qué lindo que es la familia unida! ¿Puede haber una película más conservadora que una que empieza el Día de Acción de Gracias, con la familia más desunida que los Ewing, y termina justo un año más tarde, con la familia más unida que los Campanelli? Conservadora no sólo por su carácter tranquilizador en relación con los conflictos familiares, sino por la medrosa matemática de su arco dramático, atado por un guión que funciona como malla de contención. Y eso que Un lugar para el amor (¡qué título jugado, amigos!) no transcurre en casa de Charlton Heston o Sarah Palin, sino en la de una gente tan progre como son, se supone, los escritores. Tres escritores, a falta de uno: los dos hijos heredaron el oficio de papá, el celebrado William Borgens. Lo cual no habla muy bien de papá ni de los hijos-clones, y de paso deja parada como el traste a mamá, la única de la familia que no escribe. ¡Con razón se fue de casa! Pero ya va a volver: el tiránico guión la obliga a hacerlo, para que todos sean felices y coman perdices. Pavo, perdón. ¿Qué cosa? ¿El guión? No, el plato principal del Thanksgiving Day. Se entiende que Borgens haya quedado “pegado” a su ex, tal como señala el título original, que tampoco es una maravilla de la creatividad universal: Stuck In Love. Cómo no va a quedar stuck in love el hombre si estuvo casado con Jennifer Connelly. Igual, de ahí a que ponga un plato para ella en las cenas de Acción de Gracias, por si a la morocha se le ocurre volver justo ese día, hay unos cuantos pasos. Los que van del enganche a la zoncera, podría pensarse. ¡Pero el guión termina dando la razón a su zoncera! Lo que está mejor, porque es más loco, más de comedia y más perverso (Stuck In Love es lo que suele calificarse, con esas calificaciones tan conservadoras como la propia película, de “comedia dramática”) es que el tipo (lo interpreta el gran Greg Kinnear, un actor que el cronista no sabe si es tan bueno como cree o si simplemente le cae tan simpático que le gustaría ser su amigo) va todas las noches a casa de su ex, a fisgonearla por la ventana. Corriendo el riesgo, claro, de verla revolcarse por el piso con su nueva pareja. La nueva pareja de Jennifer es –como para que quede bien claro que la chica la pifió grosso en la elección– un fisicolturista que pega tanto con ella como Schwarzenegger con Nastassja Kinsky. Cabreada con mamá porque la vio curtiendo con el amante, su hija Samantha (Lily Collins, el ser humano más parecido a Jennifer Connelly que hay sobre la Tierra) repite la conducta que odia (un Lerú de Psicología ahí), volteando flacos como patos de kermesse... hasta que encuentra, claro, el que le mueve el piso. Su hermano Louis la odia, porque Samantha logró hacer lo que él en el fondo querría, pero no se anima: ser escritora. Cosa que la chica logra estando en el college: precoz para todo, la nena (a propósito, debe señalarse que después de ser Cenicienta y Cazadora de sombras, Lily Collins se puso tan a punto de caramelo que logra ensombrecer a la mismísima Connelly). Ya se ocupará el guión (¡capaz de hacer que Stephen King llame por teléfono al pajaroncillo de Louis, de quien es el máximo ídolo literario!) de que la promiscua conozca el amor, que el que no se animaba se anime, que el que dejó la escritura supere su bloqueo y que mamá vuelva a casa, como en un tango, el mismísimo día que representa, en Estados Unidos, el de los buenos deseos y la unión familiar.
¿Qué es lo que estimula a un escritor a llenar páginas y páginas en blanco? ¿De dónde surge la pasión que convierte experiencias propias o ajenas en poesía? ¿Cómo hacen para crear historias tan inspiradoras aun siendo sus propias vidas un desastre? Algunas de las respuestas se pueden encontrar en “Un lugar para el amor” (USA, 2013), opera prima del realizador Josh Boone. Con un arranque plagado de trazos gráficos, que afirman lo que cada uno de los protagonistas piensa de sí mismo, del mundo y de las relaciones, el director se mete de lleno en la vida de un matrimonio separado conformado por un exitoso literato, Greg Kinnear, y una ama de casa, Jennifer Connelly, con dos hijos (Lily Collins y Nat Wolff), que también ansían ser escritores e intentan sobrevivir en una realidad complicada, cada uno por su lado. William (Kinnear) es el más afectado por la separación (el “Stuck in love” del título original), porque si bien entiende que su ex ha conformado pareja nuevamente y ni siquiera piensa en él, aún alberga la esperanza de que el tiempo vuelva atrás para poder así seguir pensando en la familia ideal que alguna vez soñó. El germen de la ruptura ha sido sembrado en Samantha (Collins) quien en encuentros esporádicos, promiscuos y abruptos piensa que podrá escapar de una relación “evita el amor a toda costa”, es su lema, mientras suma experiencias para poder editar su primer libro. Todo lo contrario a Rusty (Wolff), quien aún virgen, deambula por los pasillos de la preparatoria suspirando por Kate (la ascendente Liana Liberato, véanla, por si no lo hicieron en la explosiva” The Expatriate” junto a Aaron Eckhart), una de las populares. “Un escritor es la suma de sus experiencias” le dice el padre, y es ahí cuando Rusty deja de lado su fanatismo nerd por Stephen King y sale a la vida a buscar inspiración. El amor los mueve, pero también los aísla, los hace pelear, los separa y los vuelve a unir. Porque por más empeño que pongan algunos, como Samantha, el romance inevitablemente golpeará a su puerta (Logan Lerman) y no habrá excusa posible para evitar entregarse a él. Hay momentos de diversión, como cuando William espía a su ex tas la ventana o cuando Rusty en una fiesta comienza su relación con Kate. Tambièn hay momentos duros, pero Boone logra trascender la línea con diálogos ácidos y sólidas actuaciones del elenco protagónico. Madurez, pasión, adulterio, romance, adicciones, el anhelo del regreso del ser amado perdido, el intento de mantener la esperanza ante la inevitabilidad de la muerte, lazos familiares, tópicos vistos muchas veces en la pantalla grande, pero que tamizados por el punto de vista de escritores noveles y consagrados (“Writeres” es el subtítulo en el original de la película) hacen de “Un lugar para el amor”, esa casa que habitan en la playa, un acercamiento a los grupos familiares del nuevo siglo, en los que cada uno tiene algo para aprender y sorprenderse. Atentos al cameo del gran Stephen King y a la amiga de William (Kristen Bell).
osh Boone es un director que seguramente dará que hablar el año que viene ya que es el encargado de llevar a la pantalla grande un pequeño e inesperado éxito que fue el libro de John Green, The Fault in Our Stars. Pero antes debuta con Stuck in love, una comedia chiquita que, más allá de no ser novedosa y no poder escaparle a ciertos clichés, se la siente honesta y fresca. Varios personajes desfilan por la película y son perfectamente definidos en sus primeros minutos en pantalla. La cínica (Lily Collins) que se enamora porque por más fuerte que sea su miedo a salir herida, hay cosas que no se pueden evitar. Y el hecho de encontrarse con alguien (Logan Lerman) con quien comparte su libro preferido, o conoce “Between the bars” de Elliott Smith, o a su madre, a quien él cuida y acompaña con dedicación y cariño, cuando ella misma ya no desea relacionarse con la suya, no hace más que enfrentarla con la realidad de que es tan humana como todos, y de que no podemos evitar sentir. El romántico (Nat Wolff) se pone en el papel de héroe, de rescatistas. Intenta salvar a Kate, es ella la que le dice que cree que le va a hacer mucho bien pero tras una fuerte recaída, un golpe contra el piso, que la lleva a rehabilitación reconoce que es ella la que tiene que salir del sitio oscuro donde se metió. Y después está él (Greg Kinnear), el padre, el ex marido, que si bien hace más de dos años que se separó, sigue esperándola, a ella (Jennifer Connelly), sigue aguardando ahí afuera, espiándola, y no puede vivir su vida más que de una manera mecánica. Comer, dormir, coger, todo como si fuera un trámite, sin emoción alguna. Los tres son escritores pero cada uno se dedica a escribir como puede. Él, el escritor ya consagrado, tiene en su haber un par de libros que lo han posicionado bien pero ya no escribe, no desde que ella no está. Ella escribe sobre su modo de ver la vida y las relaciones, o del modo que quisiera hacerlo, el más sencillo, pero también el menos agradable, en base a experiencias sexuales vacías. Y el romántica no puede escribir si no vive, “un escritor es la suma de sus experiencias”, le dice el padre, y se lo tiene que recalcar para que él pueda salir y defender a la mujer que ama. Son varias historias pero todas confluyen en ese mismo lugar: es en ese hogar, aquel donde no es que sobran platos, sino que nunca faltan, para quien quiera sentarse a la mesa con ellos. “La casa es donde vos estás”, recita esa canción que suena al principio y se resignifica al final. Es que la banda sonora se merece una mención especial, por lo bella y acertada. También la cantidad de referencias, sobre todo literarias, y una muy especial, que se dan a lo largo del film. Con un comienzo bien definido, casi haciéndonos creer que vamos a saber todo lo que va a suceder a lo largo del film, la película se desarrolla con frescura hasta un final quizás más edulcorado de lo que esperábamos, pero con cierto tono agridulce. Es esa película que transita entre el espíritu indie y uno un poco más accesible (odio la expresión “comercial”) para el espectador promedio que pone al director en un buen lugar y nos llena de expectativas en cuanto a su futuro trabajo.
Un romance familiar Un filme que aborda las diversas maneras de entender las relaciones afectivas en el seno de una familia de escritores. Hay algunas pistas prometedoras antes de ver esta película. Quizá la más fácil de reconocer es que los dos actores más conocidos de Un lugar para el amor, Greg Kinnear y Jennifer Connelly, por lo general suelen involucrarse con buenos filmes, tanto si son superproducciones como si se trata de emprendimientos autónomos. Un lugar para el amor es un buen trabajo, lleno de buenas intenciones realizadas y con un mensaje reparador. Es un poco extraña la historia, pero la distancia se zanja gracias a los sentimientos. En una casa junto al mar, durante un receso invernal, padre, hijo e hija intentan pasar el tiempo libre en paz. Están sobreviviendo a un divorcio que hace tres años alteró la familia. Los tres escriben, el más veterano es un autor reconocido. La hija adolescente acaba de conseguir su primer contrato con un editor, y el varón viene detrás. Esa chica está enojada con la madre porque los abandonó y no habla con ella desde hace un año. El muchacho es contemporizador. El adulto está deprimido y hace rato que no toca una máquina de escribir. Además, el chico está empezando a transitar el primer gran amor de su vida. Y la piba conoce a alguien que la ayuda a salir del desencanto, de ese "amor estancado" (Stuck in love) del que habla el título original. El relato corre como una fibra óptica por tres historias románticas paralelas, de adultos unas y de colegiales otras, apoyándose en puntos clásicos del género pero también tomando vuelo propio. Hay mucha música en el ambiente, situaciones divertidas y para pensar. La realización es amena, aireada, y los sentimientos que cruzan los semblantes de Connelly y Kinnear, quien sabe perfectamente cómo hacer que un personaje sea entrañable, le dan pinceladas de calidad al conjunto. Quizás coquetea un poco con una intención de ser profunda, pero es una película que transmite cosas, y que deja algunas más después de salir de la sala. La atmósfera literaria no es pesada. Incluso para aquellos a los que no les interese el tema podrán acceder a esta película, que no se vuelve demasiado para entendidos. Aunque si hay algunos guiños, que en un minuto le agregan una pincelada extra a quien los capta: la voz del auténtico Stephen King en el teléfono, teniendo una pequeña charla con uno de los personajes, es una caricia para sus seguidores en todo el mundo. Vale la pena ver Un lugar para el amor. Como película no es redonda, ni cuadrada, sólo tiene su propia forma.
FINAL FELIZ El es escritor y vive con sus hijos adolescentes en una lindísima casa frente a la playa. Hace dos años se fue su esposa detrás de otro hombre. Y el anda como loco, hasta la espía. El hijo es aprendiz en todo y la nena, que odia a su madre por haberlos dejado, le hace la cruz al amor romántico y se dedica al sexo. Pero es gente con talento: la nena publica su primer libro y un relato del nene recibe la felicitación de Stephen King. Insustancial comedia romántica que habla de la soledad, las drogas, el sexo y el abandono, pero sin encanto ni originalidad. Por suerte se trata de gente buena que entra fácilmente en razones, rehace lo que haga falta, se arrepiente, perdona y es capaz de empezar todo otra vez. Y frente a la playa.
Una vida soñada es aquella que se relata en un cuento o en una novela. Y en una familia de escritores todas las historias deberían cerrar más o menos bien, simplemente porque en sus libros son los autores ideológicos de cada destino. Pero en “Un lugar para el amor”, el director y guionista Josh Boone se encargó de poner en escena las complicaciones de una familia disfuncional, en la que la insatisfacción y la soledad juegan un papel decisivo. William Borgens (Greg Kinnear) es un escritor reconocido, cuyos hijos Samantha (Lily Collins) y Rusty (Nat Wolff) también despuntan el vicio de escribir. William está separado de Erica (la siempre bella Jennifer Connelly) y no puede superar esa angustia. Esa separación también repercute en sus hijos, quienes se replantean hasta qué punto el amor eterno es poco más que un cuento de hadas. Samantha elige relaciones pasajeras y sexo rápido para evitar enamorarse, mientras Rusty fuma opio para reparar el dolor ante un amor casi imposible, que además carga con una adicción. La película se hace llevadera, aunque por momentos peca de previsible, pero acierta en el registro afectivo de los personajes. La pintura de la desolación y las inseguridades en el amor está bien planteada, tanto para la generación de los que superan los 40 años como para los veinteañeros. Los vaivenes creativos de los escritores y la competencia típica de padres e hijos también atraviesan esta historia. Las actuaciones, sin ser descollantes, son convincentes para que la trama sea lo suficiente creíble. Lily, la hija de Phil Collins, se desenvuelve correcta en su rol, mientras que Patrick Swarzenegger, hijo de Arnold, apenas cumple un papel secundario. El amor por la literatura también aflora en el filme, y como dato de color sobresale la voz del mismísimo Stephen King haciendo de sí mismo. El mensaje, con un toque poético sobre el cierre, es que los lazos sanguíneos no se cortan nunca y que siempre hay una segunda oportunidad cuando el amor es verdadero.
Tres escritores con conflictos de amor que repercuten en su profesión es una propuesta llamativa. Además pertenecen a la misma familia. Padre divorciado con dos hijos adolescentes. ¿Todos escritores? Todos escritores. Interesante. Los Borgens están reunidos para el día de acción de gracias. Papá William (Greg Kinnear) es un escritor consagrado que todavía hoy está falto de inspiración merced a su divorcio de Erica (Jennifer Connelly, ¿cómo hace para estar cada vez mas linda?) dos años atrás. Por eso todas las noches pone un plato de más para la cena, “algún día va a volver”, dice. Su hija Samantha (Lilly Collins) es escritora también, con un libro a punto de ser publicado, pero no es el que su viejo le ayudó a corregir, sino otro que le es desconocido al progenitor. La muchacha tiene una política: Sexo y salidas esporádicas sí, enamorarse no, lastima mucho. Rusty (Nat Wolff) es otro escritor en potencia. Al contrario de su papá y su hermana, él no ha descubierto el amor todavía y es bastante tímido como para tener alguna chance. De todos modos, alguien le gusta. Así se presenta “Un lugar para el amor”. Tres formas distintas de ver la vida y las relaciones en un mismo seno familiar, a lo que se suma al factor materno que lejos de estar ausente tiene tanta o más importancia a la hora de entender qué es lo que motiva a estos personaje a hacer lo que hacen. Josh Boone (responsable de la inminente “The fault in our stara”, a estrenarse en 2014) decidió como guionista y realizador un camino bastante liviano para narrar esta historia, a pesar de contar con la alternativa de transitarla a través de la palabra escrita dada su preponderancia para la comunicación, la presencia, el significado, y el análisis. Decir a partir de lo escrito vs la escritura a partir de lo dicho. O todo eso frente a lo vivido por cada personaje. Que los tres sean escritores y la mamá no, abre docenas de posibilidades para profundizar y explorar. Sin embargo queda en lo anecdótico. Apenas si se chicanean entre ellos con los autores que cada uno lee. En cuanto a formas y texturas con las cuales cada uno aborda su forma de escribir, tampoco parece importar. Ni siquiera un conflicto central que exponga maneras antagónicas de sobrellevar el mal de amores entre integrantes de una familia que evidentemente se quieren. ¿Entonces? “Un lugar para el amor” aborda tres historias individuales, sobre como cada uno enfrenta la búsqueda de la media naranja, y se debate entre la tristeza y la felicidad, según el caso. Los tres relatos se conectan por la vocación y por algo inevitable que es el haber nacido en la misma familia. Por supuesto que cada uno aprenderá una gran lección que a nadie se le ocurrió llevar al cine hasta ahora: el amor todo lo puede. Ciertamente no carece de virtudes. Los trabajos del elenco, buena música, un buen delineamiento de la postura de cada uno para hacer creíbles las acciones… Así y todo, deja un gusto a poco.
Amores que no matan Muchos intelectuales dicen que el movimiento romántico del arte marcó un antes y un después en la forma de ver el mundo. Nosotros, los contemporáneos, somos hijos de ese sediento deseo de amar, de esas ganas de encontrar el amor verdadero. Un lugar para el amor nos lleva a observar a un grupo familiar y su convivencia con el amor. Cada uno, a su manera, es un romántico nato, que al fin y al cabo, aún sabiendo que pueden sufrir en el intento, se dejan llevar por ese sentimiento que los arrastra. Pero, también, es una película que, desde un comienzo, nos inserta en el mundo de la literatura y los procesos de escritura. De todas maneras, aunque la propuesta parece bastante interesante, Josh Boone no logra contornear el film de forma tal que demuestre desde lo estético -sea guión o fotografía- su idea. Esto hace una película un tanto, liviana o poco fundada. Un lugar para el amor comienza con una clase de recursos poéticos y, luego, se entrelazan varias referencias a la literatura, en especial la figura de Stephen King. La película, en alguna forma, juega con esa idea de personajes que se han alimentado de los amores de las novelas y llevan, por esta razón, una actitud de entrega absoluta hacia el amor idílico. Encontramos, entonces, en las primeras escenas, al joven escritor, hijo de Bill, recitando, para sus adentros, el poema que le inspiraba escribir la chica que le gustaba. Vemos, también, cómo en uno de los discursos que realiza Bill predomina la referencia al amor visto desde la literatura. La vida que lleva Bill, también responde a su idea de amor idílico, ya que promete esperar a su esposa, aún habiendo pasado ya tres años se separación. Acciones como poner el plato y los cubiertos de ella siempre que va a comer o el hecho de no haber podido escribir todos los años que no estuvo con ella dan cuenta de su idealización. Sin embargo, esta idea del amor se apoya en la vida concreta. El hijo de Bill logra estar con la persona que ama. Pero no todo es bello, ya que ella sufre por su adicción a las drogas. La figura de la hija de Bill toma, en gran parte de la película, el lugar de la razón. Pero, también, recoge una idea actual que se sitúa en un pensamiento pesimista en relación al amor. Ella es la que trae los pies a la tierra, pero también representa el lugar de la desconfianza al amor, la idea del romántico escondido bajo la máscara del desinterés por miedo de sufrir. A pesar de que la película pueda parecer una invitación a mundo de la literatura o al amor sin restricciones racionales, esta idea no queda bien marcada. Las alusiones a la literatura son meramente ornamentales y no funcionan como recursos movilizadores o que efectúen belleza. La idea del amor queda sólo plasmada desde el guión pero nunca trasciende lo discursivo. El film nunca genera desde lo estético una idea de amor romántico e idílico. Tampoco los parlamentos de los personajes son movilizadores. Un lugar para el amor resulta una buena propuesta, pero no logra concretar sus interesantes ideas de una forma más profunda o comprometida con el arte. La propuesta se queda en lo conocido y lo aceptado en las películas románticas.
En esta película la importancia del amor es el tema principal dentro de una familia disfuncional y se va mezclando con una buena banda de sonido. Esta es una historia coral que se centra en una familia de escritores y habla de los conflictos amorosos que estas sufren. Se desarrolla el día de acción de gracias, un escritor famoso que se encuentra divorciado William Borgens (Greg Kinnear, "Pequeña Miss Sunshine"), quien lleva algunos años separado de su esposa Erica (Jennifer Connelly, “Una mente brillante”), está en pareja con un joven atleta, tienen una hija universitaria Samantha Borgens (Lily Collins, "Cazadores de Sombras: Ciudad de huesos") y un hijo adolescente Rusty Borgens (Nat Wolff, “Año nuevo”), admira al escritor Stephen King, además se encuentra enamorado de Kate (Liana Liberato, "Trust") una joven llena de conflictos y principalmente con las drogas quien además tiene novio. William Borgens en mucho tiempo no ha podido volver a escribir otro éxito y vive con la esperanza de volver con su esposa. Aunque mantiene una pequeña relación con Tricia (Kristen Bell), una mujer casada que vive en un casita cerca de la playa. Por otra parte su hija Samantha, un tanto fantasiosa y con 19 años de edad tiene una novela publicada y a la venta, vive coqueteando con el sexo opuesto y no tiene ningún problema de mantener relaciones ocasionales pero su vida cambia cuando conoce a Louis (Logan Lerman, “Las ventajas de ser invisible”), un ser sensible, romántico, tierno, que está viviendo un muy mal momento y que tiene a su madre enferma de cáncer. En esta comedia romántica su título sería “Un invierno en la playa”, solo intenta entretener y lo logra por momentos, porque no cuenta con un gran guión, son buenas las actuaciones de quienes se ponen la película al hombro, Jennifer Connelly y Lily Collins como madre e hija y como padre Greg Kinnear, habla de las relaciones familiares, ellos intentan remontar su argumento, se apoya en la banda sonora, combinando diversos hits del pop, del rock, entre otros y rodeados de una magnifica fotografía (ante la ola de calor que nos encontramos sufriendo nos da ese aire fresco). El filme tiene un toque diferente cuando el espectador disfruta de una pequeña secuencia donde Stephen King dialoga por teléfono con Rusty (una genialidad), pero la historia por momentos pierde el ritmo y no logra sostenerse, con situaciones poco realistas, con algunas subtramas sin resolver y con pasajes que por momentos llegan a aburrir.
Una comedia romántica acorde a los tiempos que transcurren En el año que transcurre entre dos celebraciones consecutivas de Acción de Gracias (típica fiesta de los norteamericanos que se da un mes antes de la Navidad), el panorama de los Borgens desencaja con el clima familiar y de reconciliación que se espera en esta reunión de seres queridos en torno a un banquete. William, un novelista consagrado, es un hombre separado desde hace dos años, pero sigue enamorado de su exmujer, quien cambió a este intelectual perfeccionista por el dueño de un gimnasio. William vive con Rusty, el típico nerd raleado de su curso de secundario, quien heredó de su padre el amor por las letras y el romance, y pretende conquistar a una compañera de clases “popular” y adicta a las drogas, leyéndole poemas. Mientras el pavo relleno se hornea, cae a completar la mesa familiar Samantha, estudiante universitaria de Letras, novelista debutante, y una chica que --experiencia familiar mediante-- detesta a su madre, odia la idea del amor y busca en los hombres un momento de satisfacción pasajera. Típica comedia dramática de estas fechas, la película significa el debut cinematográfico de su joven director, quien -dijo y se puede ver el video en Internet-- encontró en ella la oportunidad de dar un final diferente a la historia de su familia en la realidad. Tal vez por eso, muchas de las situaciones que los personajes transitan y superan suenan tan conocidas como la tentación de un director nuevo de caer en una situación remanida para encontrar ese ansiado final feliz. Quizás, a los efectos del relato, habría resultado menos artificioso atenerse a la fuente de inspiración, aunque el resultado no le fuese catártico al propio director. No obstante, ¿quién quiere hablar de matrimonios destrozados cuando se acerca el fin de año? Lo más saludable es relajarse, castigarse lo menos posible en los balances y brindar. En este sentido, se puede adoptar a Un lugar para el amor como una película que no será inolvidable pero tampoco desechable para los amantes del género y de los finales esperanzadores. Greg Kinnear, Jennifer Connelly, Lily Collins y Logan Lerman componen un elenco equilibrado que hacen creíbles sus actuaciones.
Bloqueados Una comedia romántica sobre escritores y su mundo de fantasía que interfiere con la realidad. Desde el comienzo, cuando los personajes hablan, se imprimen letras sobre la pantalla para dejar en claro que están narrando una historia (luego el recurso es abandonado inexplicablemente). Un novelista exitoso llamado Bill Borgens (Greg Kinnear) se encuentra bloqueado y no puede avanzar con su nuevo libro. La separación de su mujer Erica (Jennifer Connelly) tres años antes lo ha dejado sin inspiración. En vez de continuar con su vida, Bill la sigue esperando y con frecuencia va a su casa de noche para espiarla. Los hijos de la pareja divorciada continúan viviendo con el padre quien los ha influenciado para que se conviertan en escritores como él. La hija, recién salida del secundario, recibe la buena noticia de que su primer libro será publicado. Samantha (interpretada por Lily Collins) lleva una vida liberal y de fiestas, y no quiere compromisos. Su hermano Rusty (Nat Wolff), en cambio, es un adolescente romántico e inexperto que está enamorado perdidamente de una compañera de la escuela a quien dedica sus poemas. El conflicto central de esta película radica en el dilema irreconciliable entre el amor y el sexo, entre lo convencional o la supuesta libertad. Bill, como padre, pone un ejemplo contradictorio a sus hijos. Por un lado sigue convencido de que su ex esposa regresará pero, por otro, mantiene una relación casual con una vecina que consiste en tener relaciones sexuales durante 20 minutos cuando ella sale a correr (de hecho lo apura para mantener el ritmo aeróbico y luego sigue trotando). Samantha sigue sus pasos, tanto en la literatura como en la vida, hasta que conoce a un chico que consigue conmoverla (Logan Lerman). Rusty, por su parte, alcanza su sueño y conquista a la chica idealizada (la angelical Liana Liberato) pero descubre que detrás de una imagen de dulzura y perfección se esconde una joven con muchos problemas. Sin embargo, Bill apoya esta compleja relación con la creencia de que su hijo ganará la experiencia suficiente para mejorar sus mediocres intentos literarios. Con todos estos ingredientes se obtiene una película de amor genérica con pocas sorpresas. La narración es prácticamente televisiva y los giros dramáticos inverosímiles. Con la necesidad de mantener la calificación (P/13) se le baja el tono a la tensión sexual propuesta en un principio, lo cual priva a la historia de toda intensidad. Greg Kinnear atraviesa la cinta sin dejar nada para recordar y una tibia Lily Collins fracasa en vender la imagen de escritora femme fatale (es decir, una versión femenina de David Duchovny en Californication). Liana Liberato y Nat Wolff convencen pero les otorgan poco espacio. Un grueso error, voluntario o por falta de presupuesto, es la escasa presencia en pantalla de la siempre bella Jennifer Connelly. Es increíble que todos los actores principales y secundarios tengan escenas de sexo (aunque disimuladas y gélidas) menos ella. La mano de los productores se siente demasiado en el guión. La idea de sumergirse en una familia de escritores que habitan juntos una casa y que se tienen celos profesionales y que viven al límite, era muy atractiva pero termina por diluirse. Todo acaba por edulcorarse con la escena final en una amable comida de “Acción de gracias”. Si bien es un buen entretenimiento y dura poco, nos quedamos con la ganas de conocer mejor a los personajes.
Romance de poco espacio Greg Kinnear suele ser garantía. El galán a contrapelo de Little Miss Sunshine, a cuestas con su repertorio de muecas, como un Hugh Grant norteamericano, pone el hombro y saca a flote la comedia más pasatista. Pero como ocurre con los cracks de fútbol, solo no puede hacer nada. En Un lugar para el amor Kinnear es William Borgens, escritor divorciado que vive en una posada casi idílica a orillas del mar; “casi”, porque sus hijos, Rusty y Samantha, son adolescentes sin rumbo cuyo único sueño es emularlo y porque no puede olvidar a su ex, Erica (Jennifer Connelly), que se acuesta con el dueño de un gimnasio. Los Borgens son una familia de escritores y el debutante Josh Boone pone en sus labios pasajes de Raymond Carver, o intercambios de seducción intelectual (“¿Cuál es tu canción favorita?”; “¿y tus cinco autores preferidos?”). En otro contexto, esos diálogos fatuos podrían tomarse como una parodia, pero Boone da seriedad a los personajes; los usa para dar estatus a una trama convencional y llena de lugares comunes. Esa cuota kitsch de Un lugar para el amor puede engañar de a ratos, pero antes de la primera hora se caen todas las máscaras.
Un peli chica que vale la pena El director debutante, Josh Boone, viene a demostrarnos que todavía se pueden hacer películas sobre el amor y las segundas oportunidades sin caer en la cursilería y la berreteada poco inteligente. "Stuck in love" es un drama/comedia romántica que lamentablemente tuvo poca promoción comercial y que fue poco tenida en cuenta por los espectadores, al menos en Argentina. Uno ve el cartel promocional y ya se imagina que tipo de producto puede llegar a ser, de hecho hay muchas otras películas con este formato y presentación comercial que sirven de referencia para armarse una idea en la cabeza, una idea que no siempre es acertada. En este caso la apariencia engaña para mal, ya que "Stuck in love" es en realidad un entretenimiento de buena calidad que merecía más atención de la que obtuvo. Para empezar podemos decir que la temática es difícil. Hoy en día resulta muy complicado armar buenas historias románticas que además aborden aspectos de la vida como el perdón, las relaciones familiares y las segundas oportunidades. De manera muy inteligente, Boone logra diagramar secuencias interesantes que exponen las interacciones familiares con mucha naturalidad pero a la vez las dota de elementos que las hacen realmente irresistibles. Todos los personajes son interesantes, los padres interpretados por Greg Kinnear y Jennifer Connelly, los hijos, Lily Collins y Nat Wolff, hasta los secundarios como Kristen Bell, Logan Lerman y Liana Liberato. Se destacan las actuaciones de Kinnear, Nat Wolff y Lily Collins. Otro gol del film fue tener diálogos picantes y realistas, charlas en las que un padre puede hablar abiertamente de la droga, el sexo o incluso del amor con sus hijos. Los personajes son bastante puros y bajados a tierra, permitiendo que el espectador se pueda relacionar con ellos y vivir más de cerca las experiencias. Lo único que podría refutar y que no la dejaría llegar a la máxima nota es que por momentos cae en algunos lugares comunes del género y no llega a explotar al máximo sus posibilidades de involucrarnos en una montaña rusa de emociones. Más allá de estas carencias, la película ofrece momentos y diálogos realmente buenos que valen la pena ser disfrutados. Muy recomendable.
Variaciones sobre un mismo tema Nada de crímenes, intrigas, sangre, zombies, gángsters, guerras, ni vampiros. “Un lugar para el amor”, del debutante Josh Boone, pone en escena a una familia que atraviesa una crisis, mientras trata de acomodarse a las exigencias de la vida y seguir como se pueda. En tono de comedia, la película relata el proceso de duelo de un hombre cuarentón para cincuentón, William (Greg Kinnear), padre de dos hijos adolescentes creciditos, a quien su mujer abandonó para irse a vivir con otro hombre. William es escritor, vive de su trabajo y por cierto en una posición bastante cómoda. Sus hijos Samantha y Rusty también están haciendo sus primeros pasos en el oficio del padre, obviamente, muy estimulados por él, en tanto asumen el conflicto de sus progenitores no sin esfuerzo y van descubriendo ellos a su vez de qué se trata eso que se llama amor. En medio de un mercado cinematográfico inundado de violencia y de situaciones retorcidas, una historia de amor tan parecida a la de cualquiera es como un oasis, un momento para el relax, para permitirse sintonizar con las buenas emociones y con esas cuestiones que condimentan la vida de casi todas las personas en una sociedad más o menos organizada. Boone pone a jugar las paradojas que acompañan a una pareja que ha decidido separarse después de veinte años de convivencia y con dos hijos. La esposa, Erica (Jennifer Connelly), abandonó el hogar para irse detrás de un fisicoculturista, en busca de la felicidad. William no se resigna y al cabo de tres años todavía sigue esperando que ella regrese a casa. Él es quien se encarga de la crianza de los hijos y de mantener en pie el hogar. La decisión de la madre ha caído muy mal a Samantha, la hija mayor, quien ha roto relaciones con ella y ni le habla ni atiende sus llamados. Rusty, todavía en la secundaria, hace equilibrio entre todos los frentes en conflicto y trata de acomodarse a la situación. Samantha empieza a tener algún reconocimiento como escritora mientras vive romances de ocasión, manifestando un temor neurótico al compromiso emocional. Rusty, en cambio, está listo para enamorarse y cae en los brazos de una compañerita de curso con algunos problemitas más que él, iniciándolo al mismo tiempo en el terreno del sexo y en las penas de amor. En tanto que el padre vive una aventura light con una vecina, que es más una amistad con acceso carnal desapasionado que otra cosa. Al margen de eso, William se esfuerza por conservar a su familia y está convencido de que Erica volverá, aunque todo este asunto haya puesto en crisis su trabajo y no pueda escribir ni una línea (es que los conflictos pasan factura, de una manera u otra). La historia empieza en el Día de Acción de Gracias, con la familia desunida, y termina, un año después, el mismo día, con un final feliz, luego de haber atravesado por varios incidentes en un sube y baja de encuentros y desencuentros, que han hecho crecer a todos. La película de Boone se incluye en el rubro “cine independiente”, aunque se apodera de muchos de los clichés de las típicas comedias de Hollywood, quizás en un intento de síntesis que trata de representar el modo de ser del norteamericano medio, con un homenaje a Stephen King incluido. Es un film pequeño, que no elude ni los lugares comunes ni los golpes bajos (no hay nada más normal que eso, después de todo), pero que se disfruta porque se advierte que está hecho con buen corazón.
Un drama ‘de autor’. En inglés el film se llama Stuck in love, y hace referencia a ‘estancarse’. Y es que cada personaje en esta historia está, de algún modo, atrapado en una realidad de la que deberá remar fuerte para salir. William Borgens (Greg Kinnear) es un afamado escritor que vive en una tranquila casa junto a la playa, y en compañía de su MUY adolescente hijo menor. Su cúspide como autor de libros ya pasó, pero la herencia fue a parar a sus ‘bebés’, en especial a Samantha (Lilly Collins), su promiscua hija. El ‘Día de Acción de Gracias’ es una importante celebración para cualquier norteamericano, y lo es especialmente para William, ya que es el momento del año en el que más se acuerda de su antigua esposa. Erica (Jennifer Connelly), ha hecho una vida aparte con otra pareja desde que sus hijos eran pequeños, y la incapacidad de Samantha de perdonar a su madre es uno de los grandes dramas del film. Cuerpo En sí, la película es una línea recta; no hay algo que sorprenda. No tienen nada de malo las historias realistas, pero ésta me pareció bastante sosa. Las actuaciones son lindas, pero no especiales. Creo que lo más interesante del relato yace en que son una familia de escritores, o de gusto por la literatura y la ficción, sobre todo fans del gran Stephen King (de hecho hay una sorpresa con él). Que la trama gire en torno a ese detalle la hace distinta, pero no por eso mejor… Entonces, como les contaba; hay un padre ‘estaqueado’ en el recuerdo de la antigua vida junto a su esposa, una joven estaqueada en las relaciones pasajeras y en el odio hacia su madre, un joven que no sabe qué quiere de su vida y una madre que no está segura de haber tomado decisiones familiares correctas. Un lugar para el amor (Stuck in love, 2013) es seguramente un fiel reflejo de alguna parte de la sociedad norteamericana, sin embargo, no lo puedo asegurar porque no pertenezco a ella. De todos modos, en la película pasan cosas que pueden suceder todos los días en cualquier familia. Los dramas ‘de sangre’ son cuestiones privadas que sólo se entienden en el seno familiar y que no suelen ser interesantes para el resto de la gente. Eso es justamente lo que me pasó con la historia de este film. Por otro lado, el joven Logan Lerman se despoja de su aburrido Percy Jackson y entrega una tierna actuación persiguiendo a Lilly Collins gran parte la película. Ese es quizás el punto más romántico que encontré. Creo que pasará un tanto desapercibida, ya que no alcanza a tocar las fibras más profundas de un corazón. Yo ya di mi veredicto, ahora sean ustedes quienes elijan si la ven porque les atrae la historia o porque están deseosos de apreciar la enorme cantidad de libros de King que los protagonistas tienen en su biblioteca hogareña.