Crisol de razas. La historia del robo al Banco Río de San Isidro es uno de esos relatos extraordinarios que revelan algunas pistas sobre las peculiaridades de los rioplatenses. Esta historia de los boqueteros que robaron cientos de cajas fuertes a principios de 2006 es la inspiración en la que se apoya el realizador Rodrigo Grande (Cuestión de Principios, 2009) para construir el esqueleto de Al Final del Túnel (2016). Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un solitario paralítico recluido en la casa en la que creció con su anciano y deprimido perro, Casimiro. Cuando Berta (Clara Lago), una bella mujer, se presenta junto a su hija de ocho años para ocupar el piso de arriba de la casa, la monotonía del abatido hombre, que pasa la mayor parte del tiempo en el sótano reparando o experimentando con artefactos electrónicos, cambiará y así comenzará a bajar la guardia. Al escuchar unos ruidos extraños detrás de la pared, Joaquín descubre que unos hombres -liderados por Galereto (Pablo Echarri)- están trabajando en pos de robar el banco de la esquina. Con el transcurso de la película la curiosidad deja paso a la obsesión y el hombre descubre que el organizador del robo es un comisario y que Berta está implicada y es la pareja de Galereto. Joaquín comienza a su vez a planificar cómo sacar partido de todo el asunto para obtener una parte del dinero para poder pagar las deudas que penden sobre la casa. Al Final del Túnel maneja correctamente la sutileza pero el guión se extiende demasiado en la primera parte en cuestiones redundantes demostrando una pobre síntesis argumental. Terminada la introducción, la película cambia de tono y de ritmo para convertirse durante el final en un film diametralmente opuesto al del comienzo, otorgándole agilidad e intensidad a una historia que parecía estancada. La introducción de la actriz española Clara Lago no le aporta nada a la historia y la diluye en la apatía durante la primera parte. A su vez, al ganar protagonismo Echarri y al aparecer Federico Luppi en el papel de un policía corrupto, el opus de Rodrigo Grande cobra vitalidad a través de la buena labor del primero y de la brillante interpretación del experimentado Luppi. El guión es por momentos reiterativo y aburrido, e interesante y sugestivo por otros. La pareja protagónica es absolutamente despareja. Los diálogos de Lago son muy forzados y su personaje poco creíble para la idiosincrasia nacional, mientras que Sbaraglia logra sacar a su personaje adelante interpretando correctamente a este protagonista taciturno y apesadumbrado por la tragedia que destruyó su vida. Al Final del Túnel tiene altibajos y muchas escenas están de más pero la segunda parte del film es vertiginosa y apasionante, a pesar de que Grande extiende innecesariamente el final y que la historia de un robo a un banco ya fue trabajada en otra coproducción entre España y Argentina, 100 Años de Perdón (2016) de Daniel Calparsoro, recientemente estrenada en las pantallas nacionales.
La coproducción argentino-española hace su gran debut en toda Latinoamérica con grandes expectativas. La película protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri se perfila como uno de los mejores estrenos del año y promete no decepcionar a los amantes del suspenso. Si bien el director Rodrigo Grande en la conferencia de prensa se refirió al primer boceto del guión como “duro de matar en silla de ruedas”, lo cierto es que el filme es más un híbrido entre “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock y Nueve Reinas de Bielinsky. Contiene todos los elementos clásicos del suspenso con ese agregado de “viveza porteña” que tanto nos gusta ver plasmado en la gran pantalla. Ese “chamuyo local” que nos enloqueció en Nueve Reinas y que ningún otro cine es capaz de imitar (la versión norteamericana es pésima). Sbaraglia interpreta con su típica genialidad a Joaquín, un hombre en silla de ruedas que descubre que una banda de ladrones, liderada por el psicótico personaje de Echarri, está excavando un túnel debajo de su casa para robar un banco. Decidido a estafarlos, planea una infalible estrategia para robarles una parte del botín, pero los cálculos siempre se olvidan de algo: la suerte y el amor. Las actuaciones de los protagonistas son impecables y la española Clara Lago no deja percibir ni una pizca de su acento castizo. Echarri encarna naturalmente a un villano que pende entre la locura, la genialidad y el sadismo, mientras que Sbaraglia despliega un trabajo físico impresionante al desplazarse continuamente sin usar las piernas. Sin duda, es una película que dará mucho que hablar y que, junto con Kóblic, generará nuevos adeptos al cine nacional.
Hace algunos años el director Rodrigo Grande había sorprendido con la excelente Cuestión de Principios, película que contaba con guión de Roberto Fontanarrosa y que demostraba que todavía se pueden hacer buenas comedias costumbristas, sin caer en la chabacanería que viene arrastrando el género desde hace ya más tiempo del que me gustaría recordar. Casi una década antes había estrenado Rosarigasinos, una comedia dramática con Federico Luppi y Ulises Dumont como dos gángsters de poca monta, que dejaban la cárcel después de veinte años, encontrándose en el exterior con un mundo distinto al que conocían. Aunque muy diferentes entre sí, la comedia parece ser un género dentro del cual Grande se siente cómodo y era seguro suponer que continuaría ese camino. Pero dicha suposición hubiera sido equivocada, ya que si bien Al Final del Túnel encuentra algo de humor en los momentos y situaciones menos esperadas, es en realidad un tenso y atractivo thriller con un sólido trabajo de Leonardo Sbaraglia al frente. Una luz en el camino Desde que comenzó esta última etapa de cine de género nacional e industrial, digamos desde el estreno de Nueve Reinas hasta su consolidación con El Secreto de sus Ojos, las películas de suspenso y derivados han estado entre las preferidas por los realizadores. Las producciones son cada vez más grandes y la mayoría de las veces se busca también atraer al mercado español, por lo que las co-producciones con actores de renombre de ambos lados y una factura técnica impecable son cada vez más comunes dentro del cine argentino. Pero sacando algunos pocos casos puntuales, esta crecida en los valores de producción no siempre va de la mano de una historia sólida y bien contada. Joaquín está postrado en una silla de ruedas luego de sufrir un accidente automovilístico en el que perdiera a su esposa e hija. Vive sólo con Casimiro, un viejo perro que se rehúsa a caminar, en un antiguo y oscuro caserón descuidado desde hace años. Con intenciones de alquilar un cuarto, llegan hasta allí Berta y su hija Betty, quienes casi sin proponérselo le terminan devolviendo a Joaquín la alegría y las ganas de vivir. Pero como todo lo bueno, esto no dura demasiado. Trabajando en el sótano, Joaquín escucha ruidos en la casa vecina y descubre que allí se están alojando una banda de criminales, quienes se encuentran en plena construcción de un túnel que usarán para entrar en la bóveda subterránea de un banco lindero. Perseguido por las deudas y y en vistas de un posible futuro con Berta y Betty a su lado, Joaquín comienza a idear un plan que de concretarse lo dejará con un pequeña parte del botín de los malhechores, sin que estos se enteren de lo sucedido. Es el plan perfecto, hasta que algo sale mal. De una factura técnica impecable, Al final del Túnel cumple con todos lo requisitos de un buen thriller: atmósfera, tensión y vueltas de tuerca. Todo bien contenido dentro de una historia que, por pasajes, parece buscar inspiración en el cine de los más grandes del género como Hitchcock o De Palma. Leonardo Sbaraglia le pone el cuerpo a Joaquín, aguien que decidió darse por vencido y es traído nuevamente a la vida. Alguien que después de pasar años alejado del mundo, culpándose de la terrible pérdida que le tocó vivir, por fin ve una luz al final de su oscuro túnel y hará lo que sea necesario por alcanzarla. Un personaje ya perfectamente delineado en el guión, que Sbaraglia compone de forma magistral y lo transforma en uno de los papeles de su carrera. El actor de Caballos Salvajes e Intacto está bien acompañado por la española Clara Lago (8 Apellidos Vascos), a quien le toca interpretar a una madre soltera y bailarina argentina y logra dominar nuestro particular acento sin ningún tipo de problema. Los antagonistas de todo este asunto son Pablo Echarri y Federico Luppi, dos villanos que tienen muy buenos momentos pero que nunca son explorados tan a fondo. Al final del Túnel tiene buen ritmo y en todo momento resulta entretenida, pero llegando al tercer acto es cuando la cosa se pone verdaderamente interesante. Sobre los último 30 minutos sólo puedo decir que son lo más cercano a una lección de guión, dirección, montaje y actuación que vi en algún tiempo y no sólo dentro del cine nacional. Puede que no sea muy difícil de adivinar como es que terminará todo este asunto, pero la forma en que Grande resuelve este embrollo es súmamente gratificante. Conclusión Sin dudas estamos frente a uno de los estrenos nacionales de la temporada. Al final del Túnel es un thriller que hace todo bien y que sobresale en cada uno de sus apartados. Con un gran trabajo de Sbaraglia como bandera, un guión que nos mantiene atentos e interesados todo el tiempo y una de las resoluciones más efectivas que vayan a ver este año.
Al final de "Al final del túnel" Al final del túnel (2016) pertenece al género del crimen ferpecto, en el que todo lo que puede salir mal va a salir peor. Consiste de dos crímenes: una pandilla de ladrones liderada por Galereto (Pablo Echarri) cava un túnel para robar un banco, y el ermitaño Joaquín (Leonardo Sbaraglia) – al tanto del robo por accidente – planea robar una parte del botín a pesar de estar confinado a una silla de ruedas. La historia transcurre casi exclusivamente en la demacrada mansión de Joaquín, su sótano y el sótano aledaño donde los ladrones están cavando el túnel. Joaquín puede verlos y oírlos (tiene todo tipo de chiches electrónicos a su disposición), pero ellos no a él. Se arma un perfecto equilibrio de suspenso, el cual peligra cada vez que Joaquín está a punto de ser descubierto. Complicando las cosas, a la casa de Joaquín llegan dos inquilinas: la stripper Berta (Clara Lago) y su introvertida hija. Berta es un personaje sacado de un manual y puesto en la vida del protagonista para darla vuelta patas para arriba de la forma más obvia e irritante posible. Es la famosa “prostituta con el corazón de oro”, a quien Joaquín debe reformar a cambio de aprender a amar de nuevo. Lago es española poniendo acento argentino, el cual se le patina a veces – al pronunciar “dale” con la inflexión del “vale”, por ejemplo. La ficha técnica de la película es la parte más impresionante. La mansión, el sótano y el túnel han sido diseñados y conjurados con lujo de detalle por la producción. Es también una de las raras instancias en que la fotografía se separa y supera la cinematografía. Mientras que la película – que transcurre mayormente de noche – ha sido iluminada con claroscuros preciosos que complementan la atmósfera, la cámara hace piruetas de elevación y ángulos extraños en nombre de la ostentación. En otro frívolo despliegue de técnica e insensibilidad, está la escena en que Berta ejecuta ante Joaquín lo que supuestamente es una danza seductora. La música que acompaña la escena es lo menos sexy del mundo – una mezcla agresiva de jazz y estridencias tribales – y está montada en paralelo con otras dos escenas que en vez de aportar o comentar sobre lo que estamos viendo le quitan poder. Es un momento bastante barroco y forzado y habla por el resto de la película. El director y guionista es Rodrigo Grande, quien antes adaptó a Roberto Fontanarrosa en la muy linda Cuestión de principios (2009). Las comparaciones con Alfred Hitchcock son inevitables ni bien se pone al protagonista en una silla de ruedas y éste se obsesiona con espiar un crimen vecino. Los procedimientos del suspenso están bien construidos (toda la secuencia del robo está excelentemente hecha, incluyendo un momento poético en el que un floreciente charco de agua sustituye la presencia de sangre), pero el guión es defectuoso por donde se lo mira. Joaquín nunca tiene una motivación fuerte para meterse en el robo (probablemente ganaría más vendiendo la enorme casa, como le sugieren en un momento, a lo cual no tiene una buena respuesta) y toma más de una decisión importante fuera de cámara, de manera que el espectador se entera tarde y por accidente. La resolución final es especialmente ingenua: “cierra” técnicamente con una idea que se plantea muy, muy al principio, pero cierra de la forma más tonta posible.
En el sótano Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un hombre que perdió a su mujer e hija en un accidente. Él quedó en silla de ruedas y viviendo en la enorme casa que compartían. Ahora pasa sus días en la planta baja y mediante un montacargas baja al sótano para hacer su trabajo reparando computadoras. Para ganar unos pesos extra decide alquilar una habitación en la terraza a la que no puede acceder. Su inquilina será Berta (Clara Lago), una bailarina que tiene una hija de seis años. Una noche escucha ruidos en el sótano y descubre que su casa está en el medio del organizado plan que tiene la banda liderada por Galaretto (Pablo Echarri), quien para robar el banco de al lado de su casa hará un túnel que pasa justo por debajo de su propiedad. El rosarino Rodrigo Grande dirige y escribe Al final del túnel, su tercer largometraje que con su guion sólido y atrapante que recuerda a las películas de Hitchcock, a pesar de que en conferencia de prensa el director negó la influencia, es imposible emparentarla con La ventana indiscreta (Rear Window, 1954). Las tres actuaciones principales son convincentes, sobre todo Leonardo Sbaraglia quien interpreta a un héroe atípico que no busca salvar el mundo sino mejorar su propia existencia. En este caso para componer el personaje tuvo que hacer un esfuerzo físico donde requirió aprender a controlar la silla de ruedas a la perfección. Se entrevistó con víctimas de accidentes y tuvo la ayuda de Francisco “Paco” Siquot, quien según Sbaraglia “maneja la silla de ruedas como nadie”. Pablo Echarri se aleja bastante de lo que se ha visto de él y se convierte en el temible líder de la banda de delincuentes que parecen tener un plan infalible: es la perfecta contraparte del protagonista y tiene varios momentos destacados que le pertenecen en su totalidad. Además es el primer proyecto cinematográfico con su productora El Árbol. La actriz española Clara Lago deja de lado su acento natal y lo cambia por una tonada argentina que aunque en términos de la historia es totalmente lo mismo la nacionalidad que sea el personaje, es un detalle de adaptación agradable. Su función es ser el nexo con los dos personajes masculinos y tiene buena química con ambos. En los rubros técnicos cabe destacar que la música es uno de los puntos fuertes, un gran trabajo de composición que acompaña y da ambiente a esa atmósfera oscura que envuelva a la película. De a poco el cine argentino se fue despojando de ciertas ataduras que tenía, y aunque a veces se vuelven a ver películas con esa fórmula, es más frecuente ver algo relativamente fresco en las pantallas y este es el caso. El film cuenta con un presupuesto bastante por encima de los estándares de las producciones locales ya que la casa y el túnel fueron recreados en estudio. Al final del túnel es realmente una grata sorpresa, un thriller con una intensidad en aumento y aunque en los minutos finales parece estar un poco estirada es altamente recomendable y una de las películas nacionales del año.
El director Rodrigo Grande se introduce en el cine masivo en un thriller que tiene atractivos y sabrosos condimentos. Al final del túnel es una coproducción entre Argentina y España que reúne estrellas iberoamericanas como Leonardo Sbaraglia, Clara Lago, Pablo Echarri y Federico Luppi -su actor fetiche- y concluye de forma sólida, es referencial y, por sobre todas las cosas, no pierde interés.
El director Rodrigo Grande logra una película redonda que crea tensión, intriga y violencia. Leonardo Sbaraglia se pone el suspenso al hombro y Pablo Echarri convence con su villano cínico. El cine de género en la Argentina tiene afortunadamente cada vez más exponentes y Al final del túnel, del director Rodrigo Grande -el mismo de Rosarigasinos y Cuestión de principios-, cumple sobradamente con las expectativas. Una historia de suspenso, con mucha tensión e intriga, es jugada hasta las últimas consecuencias en una trama en la que se irán hilvanando correctamente diferentes situaciones y detalles. Un relato construído en base a logrados climas que utiliza una vieja y lúgubre casona como un personaje más. Joaquín -Leonardo Sbaraglia- es un joven que ha sufrido un accidente y queda postrado en una silla de ruedas. Además de la compañía de su viejo y amado perro, nadie parece quebrar la soledad de su hogar. Hasta que Berta -la bella y convincente actriz española Clara Lago-, una bailarina de striptease, y su pequeña hija Betty, llegan para alquilar una habitación. Una convivencia con choques de costumbres que se alterará cuando Joaquín descubra que un grupo de ladrones, liderado por Galereto -Pablo Echarri- está construyendo un túnel que pasa bajo su casa para robar un banco cercano. Con un obsesionado juego por espiar y descubrir los planes de los villanos en cuestión, se pone en marcha un film que no disimula su inspiración y estilo narrativo que se nutre del espíritu de títulos de Alfred Hitchcock y Brian De Palma. Rodrigo Grande excava al milímetro un guión que le da muchas posibilidades y cada detalle -a excepción de uno que quizás el espectador se repregunte al finalizar la proyección y aquí no adelantaremos- va conduciendo hacia un espiral de violencia que coloca al público al borde de la butaca a lo largo de dos horas. Con giros inesperados, un túnel que somete al protagonista a una prueba física máxima, una niña que se esconde donde no debe y bailes sensuales en la terraza, Al final del túnel también trae a Federico Luppi al juego de las ambiciones desmedidas y a una banda que tiene peso propio. Sbaraglia se pone la película al hombro con un trabajo impecable que es registrado en primerísimos primeros planos y Echarri entrega un villano de doble cara, cínico y peligroso. Mientras tanto, la tormenta en el exterior potencia la explosión de cada uno de los personajes y el director le hace honor a su apellido.
Duro de rodar Al final del túnel es la viva prueba de cómo el cine argentino mejoró en los últimos años. Si a ello se le suma un buen aparato de publicidad y un lanzamiento bien cubierto por la prensa -donde se brindan datos que muchas veces pasamos por alto o no sabemos- el saldo sólo puede ser positivo. Centra en los protagonistas, Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri, este último estrenando su rol de productor de cine luego de algunas incursiones en televisión. Sumado a un equipo con profesionales de la talla de Vanesa Ragone y Axel Kutchevatzky, el olfato nos vaticinaba que estaríamos ante una gran producción. Y así fue… El director Rodrigo Grande (Cuestión de principios, 2009) nos trae aquí un género totalmente diferente como lo es el thriller, en el que Sbaraglia interpreta a Joaquín, un lisiado que perdió a su familia y vive solo hasta que a su casa llega Berta (Clara Lago) junto a su misteriosa hija para alquilar una habitación. Pero el eje central es un atraco que tienen planeado en la propiedad contigua, la cual podría afectar a Joaquín, por lo que sin poder moverse, usará su ingenio para frustrar el robo y enfrentar a la banda de ladrones liderada por Galereto (Pablo Echarri). Al igual que Kóblic, esta también es una co-producción con España, por lo que nuevamente destaco a la protagonista femenina, Clara Lago, ya que debió adaptar su acento español a uno argentino, mientras que Javier Godino debió hacer lo mismo pero a la inversa. En cuanto a los personajes, tanto Sbaraglia como Echarri estuvieron brillantes, el primero totalmente creíble y rico en sí, una especie de Punisher argentino, mientras que Echarri tuvo mayor libertad debido a que producía y brindó un personaje poco habitual en su carrera. Si bien la película dura dos horas, es increíble como el trabajo en equipo detrás de escena y el filme en si obliga a mantenerse en la butaca hasta que se resuelva el conflicto que avanza conforme a la trama. Un dato de color: Walter Donado participa en el film como un integrante de la banda de Echarri; por si no lo recuerdan, es su tercera participación junto a Sbaraglia, luego de Relatos Salvajes (2014) y un comercial de Peugeot donde nuevamente busca romperle el auto. Aquí no vamos a spoilear que ocurre.
Al final del túnel es una gran thriller argentino mucho mejor que gran parte de propuestas similares que llegan desde Hollywood semana a semana. Hago esta aclaración de entrada porque aún en el año 2016 todavía se puede encontrar gente que “no ve cine nacional”. Ya hace mucho tiempo (por suerte) que vengo escribiendo sobre como el género se va posicionando en nuestra industria y este fiel exponente que se estrena hoy es un espejo de la calidad con la que contamos. Una idea simple y ya vista: un robo a un banco por un túnel, un héroe por accidente, un villano y una mujer en apuros que necesita ser salvada son los condimentos universales que aquí tienen un gran sello de calidad. El director Rodrigo Grande, quien viene producciones más pequeñas tales como su última película Cuestión de principios (2009), maneja muy bien esta nave de corte industrial con un propósito, una estética y una narrativa muy clara y prolija. Hay momentos divertidos, escenas de acción y suspenso y giros argumentales ingeniosos que en lugar de escapar al cliché lo abrazan para hacerlo original. La película no decae en ningún momento y el cinéfilo con ojo entrenado disfrutará la fotografía del “Chango” Monti, quien hace un laburo excelente como siempre. En cuanto lo actoral, Leonardo Sbaraglia compone un personaje con matices que se va ganando al espectador de a poco. Su trabajo es muy bueno y el reto físico se valora. Por su parte, Pablo Echarri (que también es productor) sale de su zona de confort causándote que te den más ganas de verlo en el cine en papeles así. Su personaje es inversamente proporcional al de Sbaraglia porque a medida que pasa la cinta lo vas odiando más y más. La española Clara Lago además de derrochar sensualidad hace alarde de un gran acento argentino y buena dupla con los dos protagonistas. El resto del elenco está muy bien, sobretodo Javier Godino como “el que piensa” de la banda de ladrones. Al final del túnel es buen entretenimiento garantizado, un film sin desperdicio que sin dudas merece ser visto en el cine.
Una luz del otro lado del boquete. El tercer largo del director de Rosarigasinos es un policial que avanza de manera vertiginosa y aferrado a un guión de hierro, donde todas las piezas encastran de manera perfecta con una prolijidad poco frecuente, aunque de modo algo convencional. Joaquín es muy huraño para ser aún joven, y vive solo. En realidad vive con Casimiro, un perrito cascarrabias como él, que de tan viejo ya ni se levanta de la alfombrita que tiene en un rincón del caserón. Postrado en una silla de ruedas con la que va de la sala al sótano, donde tiene su taller, Joaquín tampoco camina. Y un día llega Berta, una chica atractiva con una hijita, preguntando por el cuarto que Joaquín alquila en su terraza. Aunque ella es confianzuda, Joaquín la trata con hosca indiferencia. Pero justo él cumple años y ella le prepara una torta, y como trabaja de bailarina de caño le regala una sensual función privada. Mientras Berta le baila a Joaquín, un clip de montaje paralelo muestra cómo la hija de ella se gana la confianza de Casimiro. La música funde ambas escenas y mientras el numerito de Berta sube de temperatura, el pobre Casimiro, estimulado por la nena, se pone de pie después de mucho tiempo. Luego de eso no sería extraño que el propio Joaquín milagrosamente también se levantase de su silla, pero no: él no se para. Aunque cualquiera con algo de picardía, efecto Kuleshov mediante, podrá imaginar que lo que se le para a Joaquín es otra cosa. El relato de estas primeras secuencias es una muestra que representa con fidelidad los lúdicos mecanismos narrativos y la estructura completa de Al final del túnel, el entretenido tercer largometraje del director rosarino Rodrigo Grande, después de Rosarigasinos (2001) y Cuestión de principios (2009). Un policial que avanza de manera vertiginosa y aferrado a un guión de hierro, en donde todas las piezas encastran de manera perfecta con una prolijidad poco frecuente. Una perfección y una prolijidad que tal vez se vuelvan un poco excesivas, pero que en vistas de tanto policial descuidado y hecho a los ponchazos (no solamente los del cine argentino), se agradecen largamente. Porque Al final del túnel tiene una gracia que Grande sabe dosificar, aportando el tono preciso que cada instancia del relato va demandando. De esa manera la película es un thriller cuando debe serlo; nunca abusa del drama, aunque juegue con sus límites; no teme pisar el acelerador para ponerse violenta y moderadamente explícita en el momento justo; ni mucho menos apelar a la comedia sobre el final, como si fuera consciente de que el juego de casualidades que propone no puede ser tomado demasiado en serio, si no es con esa bienvenida cuota de humor. Una de las fuentes de inspiración más habituales del cine actual es la realidad, al punto de que la repetida leyenda que avisa que lo que está por verse se encuentra “basado en hechos reales” se ha convertido en un lugar común. Si bien Al final del túnel no lo dice en ningún momento, la base policial de su historia retoma desde la ficción (y de manera muy libre) el ya mítico caso de los boqueteros que robaron una sucursal del Banco Provincia en el barrio de Belgrano, durante el fin de semana de Año Nuevo en 2011. Cambiando algunos detalles superficiales (el robo ocurre en Navidad en lugar de Año Nuevo) o agregando otros para aportar sordidez y convertir a los malos en monstruos (sobre todo al líder de la banda, interpretado con sádica eficacia por Pablo Echarri), Al final del túnel busca despegarse de aquel robo espectacular en el que la banda de boqueteros cavaron durante seis meses un túnel de 30 metros para llegar desde una casa vecina hasta la bóveda del banco. Para terminar de tomar distancia, Grande escoge un punto de vista externo para contar la historia: el de Joaquín, ese hombre inválido cuya casa se encuentra entre el banco y la propiedad que los ladrones eligieron para empezar a construir su túnel. En la piel del protagonista, Leonardo Sbaraglia revalida su lugar como uno de los actores preferidos por los productores de este tipo de películas de “alta gama” del cine argentino. Junto a Echarri, el aporte del eterno Federico Luppi y la española Clara Lago, encabezan un elenco que logra hacer que este cuento en donde las fatalidades son la clave, consiga ser verosímil.
SUSPENSO, HÉROE Y VILLANO La película escrita y dirigida por Rodrigo Grande es un policial con grandes dosis de suspenso, con las suficientes vueltas de tuerca para entretener al espectador, sorprenderlo, llevarlo a la angustia y no defraudarlo nunca. El eje del film pasa por un Leonardo Sbaraglia que compone su protagónico con minuciosidad y talento. Un hombre solitario, en silla de ruedas, que habita un enorme caserón. Alquila una habitación por necesidad a una mujer y su pequeña hija. Pronto descubre que en la casa de al lado están construyendo un túnel para asaltar un banco, y que su inquilina es cómplice. A partir de allí uno contra el mundo. Muy buenos trabajos de Pablo Echarri, Federico Luppi y la atractiva Clara Lago.
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Atrapado con salida Este tercer largometraje del guionista y realizador de Rosarigasinos y Cuestión de principios tiene como antagonistas a Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri, con una bella mujer (Clara Lago) y un comisario corrupto (Federico Luppi) en el medio. Hay también una decadente casona digna de la literatura de Edgar Allan Poe y preparativos para un audaz golpe a una sucursal bancaria en un thriller psicológico que tiene más hallazgos que carencias. En la línea de dos recientes thrillers psicológicos nacionales como 100 años de perdón y Kóblic, este tercer largometraje del guionista y director Rodrigo Grande combina diferentes géneros y elementos. Como en aquel film con Rodrigo de la Serna hay un intento de robo a un banco y accesos por túneles; como en la película con Ricardo Darín hay un astro como malvado (antes Oscar Martínez y aquí Pablo Echarri), un triángulo romántico y hasta perros que se recuperan de las peores situaciones. El torturado protagonista de Al final del túnel es Joaquín (Leonardo Sbaraglia), un hombre en silla de ruedas que vive solo en una decadente casona. Su existencia cambia por completo cuando llega Berta (Clara Lago), una bailarina de striptease y su pequeña hija Betty -que tiene signos de autismo- para alquilar una habitación. Pero nada es lo que parece en esta película del realizador de Rosarigasinos y Cuestión de principios. En verdad Berta es la novia de Galereto (Echarri), sádico líder de una banda que plantea entrar por abajo a una sucursal bancaria contingua a la casa de Joaquín. Experto en tecnología y comunicaciones, el protagonista no tardará en enterarse de las intenciones (traiciones) de Berta. A partir de allí se articula el núcleo del film -que en su estética y su descripción de la dinámica de la casa remite a los climas literarios de Edgar Allan Poe- que tiene más hallazgos que lugares comunes. El personaje de Berta está demasiado estereotipado en su faceta seductora (más culpa de los encuadres de Grande que de ella) y el de un comisario interpretado por Federico Luppi -actor-fetiche del director- recién tiene relieve en la parte final, con un desenlace lleno de sorpresas que levanta mucho luego de algunas indecisiones.
Una entre ladrones Hay tensión, hay intriga y como gancho adicional están Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri. Ya parece que se está transformando es un género dentro del cine argentino. Es el thriller, pero protagonizado por ladrones. Con 100 años de perdón aún en cartel, Al final del túnel también es una coproducción con España, también tiene algún personaje español, y también tratan de robar cajas de seguridad de una entidad bancaria. Los ladrones también lo hacen por órdenes ajenas -y corruptas- que le indican cuál deben violentar. Pero antes que los ladrones, banda que comanda Pablo Echarri, está Joaquín. Leonardo Sbaraglia se la pasa toda la proyección en una silla de ruedas, o arrastrándose por distintos suelos. Ha tenido un accidente automovilístico, y no sale de su casa. Va yendo de la cama al living, y del living al sótano. Desde allí escucha ruidos, y descubre que Galeretto (Echarri) y los suyos están construyendo el túnel del título para llegar a la bóveda de un banco. Todo se complica cuando llega Berta (Clara Lago, de Ocho apellidos vascos, sin acento madrileño) con su hijita, que no habla, pidiéndole ver la pieza en la terraza que Joaquín alquila para mantenerse. El juego de relaciones entrará en carrera, con mentiras y desconfianzas que hacen a la trama y al interés que despierta el thriller, y que no conviene adelantar aquí. Rodrigo Grande contó con una producción importante, que se nota más allá de que las acciones transcurran prácticamente en pocos ambientes y cerrados -la casa de Joaquín, la construcción de al lado donde excavan el túnel- y se nota en la iluminación del Chango Monti. Y, claro, en la contratación el elenco. Con Sbaraglia como protagonista y Echarri, antagonista inescrupuloso, pérfido, cínico y sin un rasgo de bondad humana, el director de Cuestión de principios vuelve a contar con estrellas y a esbozar y desarrollar cuestiones éticas, como si se puede robar a un ladrón, o de más peso que, insistimos, no vamos a develar. Y dentro de las combinaciones del casting, está Walter Donado (Canario), que había compartido el feroz episodio de Relatos salvajes con Sbaraglia. Hay algunas cuestiones del guión que, por el género, no ayudan a la credibilidad, porque el espectador se plantea y replantea cada situación. Como que es beneficioso que Joaquín tenga su taller de reparaciones allí en el sótano, en fin, conveniencias para un relato cuyo ritmo y agobio se sostiene durante casi dos horas.
Llega el estreno de la película argentina Al final del Tunel de Rodrigo Grande, con Pablo Echarri, Leonardo Sbaraglia y Clara Lago. Joaquín (Sbaraglia) es un hombre que está en silla de ruedas. Su casa, que conoció tiempos mejores, ahora es lúgubre y oscura. Berta (Lago), bailarina de striptease, y su hija Betty llaman un día a su puerta respondiendo a un anuncio que puso Joaquín para alquilar una habitación. Su presencia alegra la casa y anima la vida de Joaquín. Una noche trabajando en su sótano, donde repara computadoras, Joaquín escucha un ruido casi imperceptible. Pone la oreja contra la pared y se da cuenta que un grupo de ladrones, liderado por Galereto (Echarri), está construyendo un túnel que pasa bajo su casa para robar un banco cercano. Joaquín vigila a los ladrones, toma notas, y logra conocer al detalle el plan del robo. Así comienza a ejecutar un plan contrarreloj que le permitirá frustrar los propósitos de Galereto y su banda. Mezclando elementos de las películas de atracos, Rodrigo Grande construye Al final del Tunel, un thriller policial que mantiene el suspenso gracias a la característica física de su protagonista (que se encuentra en condiciones inferiores a su enemigo); pero que esto no impide a que se las ingenie para hacerle frente. Joaquin es un hombre postrado tanto física como emocionalmente, a medida que se va interesando por ganarle el negocio a Galereto, su personaje comienza a moverse, incluso la presencia de Berta implica gran parte de su motivación (quizás una de las únicas funciones del personaje femenino). Echarri hace el papel más jugado, el ladrón pero no de guante blanco y carismático. Aquí cumple como líder de la banda, meticuloso, un poco sádico; pero que incluso esconde un pasado bastante funesto que no voy a develar ya que es parte de la trama. Muy bien filmadas las escenas dentro del tunel, y como los escenarios cumplen un gran rol al encerrar a los personajes, y a su vez acercarlos en los momentos de más tensión.
¿Ser o no ser? El título de la nota hace referencia a la retórica que trabaja desde el trailer la última película del director rosarino Rodrigo Grande. La vida es una constante elección y esa elección mantiene en suspenso al espectador en el transcurso de este policial. Su lectura tiene un tinte shakesperiano, al mejor estilo de Hamlet, donde la cuestión del ser toma protagonismo para sumergirse en las teorías del psicoanálisis lacanianas y freudianas: el hombre ante situaciones de riesgo extremo entra en una dualidad superyoica y cuestiona si debe, o no, abandonar su zona de confort para afrontar la realidad y cambiar de paradigma. William Shakespeare reflexionaba al respecto: “¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades y oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir, dormir… nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne… ¿Quién soportaría los latigazos y la injusticia del opresor?”. El film busca indagar en el rol de la conciencia: ¿es ella la que nos hace cobardes a todos y frena los impulsos? ¿Hasta qué punto un hecho que ocurre en tu entorno puede convertirte, o no, en cómplice aunque no estés 100% implicado en él? Al Final del Túnel (2016) transcurre en la actualidad y trabaja estos conceptos de la psicología desde el minuto en que pone en juego la capacidad general de Joaquín, un paralítico en silla de ruedas interpretado a la perfección por Leonardo Sbaraglia, que vive encerrado en las 4 paredes de su casa. Así, Joaquín, su silla y la casa parecen formar una unidad homogénea: comparten el estado de abandono hasta que llega una mujer, Berta (Clara Lago), con la intención de alquilar una habitación. Irrumpe en el domicilio desesperadamente una noche de lluvia junto a su hija y su actitud avasallante no le permite a Joaquín tomarse el tiempo necesario para decidir si dejarla, o no, entrar en su casa. Al ver a la niña, accede. El ritmo del film marcha sobre ruedas porque en un santiamén -con la presencia de ellas en la casa- su vida cambia completamente y Berta toma las riendas del lugar. No obstante algo sucede y todo cambia nuevamente, comienzan a escucharse ruidos sospechosos en el sótano de la vivienda y por razones de fuerza mayor Joaquín debe decidir si dará, o no, aviso a la policía. Aquí nuevamente aparece la dualidad superyoica: ¿qué está bien y qué está mal? Es interesante cómo se trabaja en el género policial, que abunda hoy en taquilla, el concepto de héroe versus antihéroe. Por un lado, se ve a Pablo Echarri que interpreta maravillosamente al villano de turno (Galereto), logrando de manera impecable que el público desee que fracase su plan. Por otro lado, tenemos la fuerza interior del personaje de Joaquín, que lejos de dar lástima por su condición motriz genera respeto y admiración cuando en una escena impactante demuestra que puede valerse por sí mismo. Rodrigo Grande, al igual que en películas anteriores como Cuestión de Principios (2009), interpela al espectador desde una perspectiva inusual y con simbolismos sublimes que buscan traspasar la pantalla, tal es el caso de los vicios. Joaquín es fumador. Y este hecho bien puede pensárselo en dos perspectivas opuestas: muerte en vida, consciente, versus vicio que combate el estrés. La pregunta que se plantea desde el tráiler, “¿qué puerta vas a elegir?”, claramente queda a criterio del espectador pero en esta historia puede intuirse que el director, al momento de escribir, tuvo en mente el refrán “al final del túnel ves la luz”. El objetivo está claro y las incógnitas se resuelven eficazmente al final del film gracias a la labor en conjunto y de Echarri en particular, que además realiza un debut impecable como productor cinematográfico.
El peor de los planes Planificar no es tan simple como parece, no es simplemente decir “voy a hacer tal cosa en determinado momento y lugar”. Armar un plan implica poseer razones específicas para justificarlo, objetivos determinados, variables a tener en cuenta a lo largo del desarrollo, etapas divididas sutilmente pero que en conjunto conforman un todo, tácticas, estrategias, alternativas frente a ciertos imprevistos. En Al final del túnel hay apenas un bosquejo de un plan, un borrador sumamente antojadizo que encima es ejecutado de manera totalmente deficiente. Y eso que la premisa del film de Rodrigo Grande es en esencia bastante simple: un hombre que ve una oportunidad para sí en la oportunidad de otros, buscando robarles a unos ladrones que están por asaltar un banco cavando un túnel. Pero la marca registrada de Al final del túnel a lo largo de todo el relato es la arbitrariedad, que surge desde el comienzo, con Berta (la española Clara Lago queriendo sostener un imposible acento argentino) entrando con su hija en la casa -y en la vida- de Joaquín (un correcto Leonardo Sbaraglia) para alquilarle la pieza. Berta no sólo ni ve la necesidad de preguntar el costo del alquiler, sino que no tarda mucho en recurrir a su oficio de striper y ofrecerle una performance con toda confianza a Joaquín: esa secuencia es la excusa para un montaje de diversos hechos e instancias que quieren transmitir que Joaquín es un tipo que carga solo la mochila de la pérdida de su esposa e hija en un accidente que lo dejó inválido. Decimos que ese montaje quiere transmitir, porque en verdad lo único que recibe el espectador es ruido, visual y sonoro, con una banda sonora invasiva y una estética que recuerda al peor cine argentino de los ochenta y noventa. El relato avanza como un drama llevado de los pelos, remarcando innecesariamente el problema de la hija de Berta, que hace años no habla y no sabe por qué, y la supuesta atracción que va creciendo entre Joaquín y Berta, de la que nos damos cuenta que existe básicamente porque Berta se encarga de decirle a Joaquín que hay una atracción entre ellos. Pasa un rato largo hasta que finalmente hace acto de presencia el verdadero núcleo narrativo de la película, con Joaquín detectando al grupo de ladrones liderados por un tal Galereto (Pablo Echarri, otra vez en un papel insostenible) y queriendo quedarse con parte del botín. Pero en vez de mejorar cuando se anima por fin a ser un thriller, Al final del túnel se hunde aún más, esencialmente porque ninguna de las decisiones que va tomando para que fluya la narración tienen razón de ser y justificativo. Si Grande como realizador evidencia cierto talento para transitar con la cámara los espacios cerrados en los que se desarrolla la trama (casi no hay escenas en exteriores), las vueltas de tuerca que va acumulando su guión -que incluye una revelación respecto a la hija de Berta que es indignante en su manipulación- muestran que desde el comienzo la historia se le escapó de las manos para nunca más volver. Todo en Al final del túnel es disparatado y carente de rigor, y eso se nota hasta en detalles de la puesta en escena: por ejemplo, en cómo la casa pasa de estar vieja y derruida a moderna y perfectamente acondicionada, por obra y gracia de Berta, quien en un momento se pone a ordenar un poco. Recién sobre el cierre la película parece hacerse cargo de lo poco seria que es y se sumerge en un absurdo extremo -el comisario que encarna Federico Luppi hasta da unos pasos de comedia grotesca-, que aunque la hace parecer un mal film de los Hermanos Coen, tipo El quinteto de la muerte, por lo menos le da un marco de cierta honestidad. Pero no alcanza para darle rasgos de simpatía, no cuando durante la mayor parte de su metraje la impostura y el dramatismo vacuo fueron la norma. Larga y aburrida, absolutamente fallida, Al final del túnel es una película donde ninguna de las partes que la componen funciona de la manera apropiada. Evidentemente, hay planes que están destinados al fracaso.
El cine nacional nos trae una propuesta a toda acción y misterio y no hay que dejarla pasar. El cine nacional sigue sumando grandes propuestas de género y una gran producción gracias a las colaboraciones con la Madre Patria. En esta oportunidad, el director Rodrigo Grande se despacha con un thriller cargado de acción que no deja de lado los grandes personajes. Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un hombre solitario y taciturno, postrado en una silla de ruedas, que pasa los días encerrado en el sótano de su casona reparando computadoras y otros artefactos electrónicos. Las penurias económicas lo obligan a rentar uno de los cuartos de la casa y es ahí donde entra en juego Berta (la española Clara Lago), bailarina de striptease, y su pequeña hija Betty. La llegada es impetuosa y un poquito invasiva, pero pronto le sumarán un poco de vida y alegría a la lúgubre y destartalada vivienda y su renuente dueño. Mientras la vida de Joaquín se pone un poco patas para arriba y empieza a experimentar algo parecido a la felicidad, bajo su sótano algo comienza a gestarse. Los ruidos le llaman la atención y pronto la curiosidad lo empuja a descubrir un complot para robar las cajas de seguridad del banco de la esquina. El grupo de ladrones, liderado por el cruento Galereto (Pablo Echarri), está construyendo un túnel por debajo de su casa sin saber que Joaquin comenzó a vigilar cada uno de sus movimientos. Pero en vez de alertar a la policía del futuro atraco, el hombre tiene en mente sus propios planes, que incluyen frustrar el asalto y hacer pagar a Galereto por más de un crimen cometido en el pasado. Esa es la trama principal de “Al Final del Túnel” (2016) que, de apoco, va entretejiendo un panorama cargado de traiciones, personajes ambiguos y grandes momentos hasta confluir en un final con varias sorpresas. La película no tiene nada que envidiarle al mejor exponente extranjero de “film de atracos”. Grande va construyendo, de a poco y sin prisa, esta trama cargada de misterio y se vale de su mejor herramienta, un impresionante Leonardo Sbaraglia que se carga a los hombros casi toda la trama. Todo lo vemos y lo sentimos a través de él y sus limitaciones, tanto físicas como emocionales. Echarrí aporta lo suyo con un personaje bastante sádico y, tal vez, lo más flojito de la película es la actuación (y la trama) de Lago un tanto forzada, aunque puede llegar a justificarse. La puesta en escena es impecable y las instancias del golpe en sí nos mantienen a la orilla de la butaca, temiendo a cada segundo por el bienestar de este héroe impensado. “Al Final del Túnel” se maneja dentro de varios géneros y, si bien la parte dramática es la menos lograda, es el mejor motivante para que Joaquín haga todo lo que hace. Grande sabe manejar los climas, jugar con los escenarios y explotar lo mejor de sus actores, así también como disimular sus limitaciones interpretativas. Algunos personajes y subtramas pueden parecer forzados, y hasta representar más de un cliché dentro del género, pero el resultado general termina siendo satisfactorio y hasta muy tarantinesco. “Al Final del Túnel” se mantienen dentro de los parámetros que nos ofrece la producción nacional, pero se la juega al incorporar elementos que estamos más acostumbrados a ver en elaboradas producciones extranjeras, mezclados con la idiosincrasia local, y eso es lo que realmente hace que este thriller de acción funcione tan bien en nuestras cabezas.
"Al Final del Túnel" (co-producción argentino-española) es y será uno de los grandes estrenos de nuestro cine nacional en este 2016. Leo Sbaraglia, Pablo Echarri, Clara Lago, Federico Luppi, Javier Godino y elenco, están listos para dejarte muda/o si elegís ir a ver esta peli. Suspenso al extremo, con grandes momentos para recordar varias escenas excelentemente diseñadas, escritas y resueltas, una sublime dirección de actores y varias situaciones muy argentinas, hacen que "Al Final del Túnel..." sea una gran película para pasarla bien. Rodrigo Grande - su director - apuesta (como su apellido lo indica) en grande, cree en su guión (escrito por él) y desafía a todos sus personajes minuto a minuto entregándonos un peliculón para aplaudir. El trabajo de Sbaraglia es impecable, en esta oportunidad interpreta a Joaquin, un hombre en silla de ruedas que no deja de demostrar la inteligencia que posee sin perder la sensibilidad de un hombre vulnerable. Pablo Echarri es Galereto y te aseguro que lo que hace es para aplaudirlo de pie... un malo malísimo que desprende miedo cada vez que aparece en pantalla. Por último, ella, Clara Lago, actriz española que se pone en la piel de Berta, una mujer argentina madre de una pequeña que emana sensualidad y un acento argentino muy bien logrado. En síntesis, "Al Final Del Túnel" reúne todos los ingredientes que un buen thriller debe tener. Otro gran estreno y orgullo de nuestro cine argentino.
Film para ver en vilo y salir contentos del cine "Rosarigasinos" y "Cuestión de principios", las primeras películas de Rodrigo Grande, eran sencillas, risueñas, originales y realmente bien hechas. La tercera, la coproducción hispanoargentina que ahora vemos, también es original, y muchísimo mejor hecha. Eso sí, de risueña tiene poco (pero bien colocado), y aunque parezca sencilla encierra unas cuantas vueltas. Vemos una casa grande y vieja. Un tipo solitario, lisiado, técnico en electrónica, que sospechamos que tiene un embargo pero por algo no quiere vender la casa. Una mujer invasora. Una chiquita demasiado callada. Un perro viejo, que por algo no camina. Y unos vecinos que trabajan de noche. Son boqueteros. Pero muy pesados (lo demuestran en un par de escenas muy fuertes, conviene avisar). Y el tipo piensa madrugarlos, sin saber el peligro que corre. Cuando lo sabe, con más razón piensa madrugarlos. Hay gente así. Y hay películas así, que lo tienen a uno con el corazón en la boca, hasta que de pronto viene el momento del alivio, la admiración, la risa y el aplauso. Y el remate preciso, tal vez inesperado pero muy preciso. Cabe apreciar las complejidades del guión, que es excelente. Las actuaciones, con Leo Sbaraglia en un papel muy esforzado, Federico Luppi (hay que esperarlo pero está memorable), Pablo Echarri, los españoles Clara Lago y Javier Godino, la nena Uma Salduende, Walter Donado, la humorista Laura Faienza, que aquí hace de gorda mala, Facundo M. Giménez y Ariel Núñez, tres revelaciones. Los técnicos, desde el maestro fotógrafo Félix Monti, la escenógrafa Lorena Rubinstein, la editora Irene Blecua, los encargados de efectos especiales Reyes Abades y Daniel Rebouil (y el aporte de Tom Cundom) y los productores, entre ellos Vanessa Ragone y el veterano Gerardo Herrero, por nombrar uno de cada lado. Y la música de Lucio Godoy & Federico Jusid, sugestiva, inquietante, nunca excedida. Se sufre un poco, pero con gusto. Vale la pena.
A pleno con la temporada alta de estrenos nacionales, esta semana llega a cartelera una grata sorpresa destinada a convertirse en pasión de multitudes. La jugada de Rodrigo Grande era arriesgada, pasar de la escritura y la dirección de dos films de estructura pequeña, local, cotidiana si se quiere; a una película industrial, a gran escala. Por más que él mismo en la conferencia de presentación del film lo haya negado y dicho que cuando presentó el proyecto no pensó que se convertiría en algo tan grande. El realizador de las rosarinas Rosarigasinos y Cuestión de Principios se anima a más y presenta Al Final del Túnel, diferente a las dos anteriores pero manteniendo su estilo propio. Con buena recepción de público y crítica, los dos trabajos anteriores de Grande ya se animaban al género, a la comedia ambas, y al policial y cine de mafias en el primer caso. En el caso de Al Final del Túnel redobla la apuesta en una historia de suspenso y tensión que atrapa desde el principio y realiza todos los giros necesarios para que esa sensación nunca decaiga. Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un técnico en computación, que vive encerrado en un típico caserón porteño oscuro de estilo de principios del Siglo XX, postrado en una silla de ruedas. Pasan pocos minutos hasta que hace su aparición Berta (Clara Lago) con su pequeña hija que hace algunos años dejó de hablar repentinamente. Ambas responden a un aviso buscando inquilino para el piso superior de la casa. Pese a la reticencia inicial, Joaquín termina cediendo, y Berta y la pequeña terminan alquilando y entrando en su vida. Pero hay algo más; la casa de Joaquín se encuentra en el medio entre un banco y otra casa que una banda de ladrones liderada por el despiadado Galereto (Pablo Echarri) ¿alquiló? para poder realizar un robo en las cajas fuertes de la entidad bancaria mediante un túnel conector. Joaquín sabe de los planes de sus “vecinos”, se obsesiona, los escucha con micrófonos, los espía con cámaras, está atento a todos los pasos que piensan dar. De acá en más comienzan los constantes giros que por acá no se adelantarán. Si el argumento se presenta como típico para un film de género, Grande se encarga de llenar el ambiente de detalles. La casa representa el estado de ánimo de Joaquín, quien en un pasado parece haber perdido a su familia; y Berta viene traer luz y pasión (no sólo sexual) a esa zona apagada. A modo de los grandes directores del suspenso – De Palma, Chabrol, Spielberg en boca del propio realizador, y si Hitchcock – no debemos distraernos un solo segundo, el meticuloso guión inteligentemente nos irá indicando qué debemos recordar para el desarrollo posterior de la historia. Nada está puesto allí al azar, pensado todo como gran juego en su conjunto. Otro gran aporte lo encontramos en el rubro interpretativo. Previamente Grande había demostrado ser un sólido director de actores, aquí los guía a cada uno en personajes que a simple vista parecen lugares comunes, pero que lejos están de ser puntos encasillados. Pablo Echarri (quien también oficia como productora con su empresa El Árbol debutando en cine) aprovecha la pantalla grande para escaparle al galán, para mostrarse en personajes distintos, su Galereto es un villano para temer, sombrío, turbio, sin ningún prurito ni piedad, y el actor lo interpreta desde la postura, los gestos adustos, y la mirada negra y penetrante. Lo mismo para Clara Lago que es fuego puro, una bomba, que también sufre y lo hace sentir. Un plus es su perfecta porteñización que no se queda solo en las voces sino que adopta posturas y modismos propios de nuestras mujeres. Sumémosle una participación de Federico Luppi (¿podemos hablar de actor fetiche del director?) pequeña pero fundamental y magistral en su composición. Párrafo aparte para un Leonardo Sbaraglia que no deja de maravillarnos. El carisma le brota de los poros. No necesita hablarnos de su historia para comprender todo el dolor que sufre (¡esa escena de llanto! invita a acompañarlo). Se adentra en la obsesión y lo seguimos en todas sus decisiones y cambios. Además, el agregado de unas destrezas físicas increíbles en el manejo de la silla de ruedas y los movimientos de un cuerpo semi muerto en condiciones complicadas. No nos queda otra que aplaudirlo de pie. Film en Co-Producción con España, es un lujo notar como las uniones cinematográficas entre ambas países se fortalecen cada vez más en calidad con el tiempo, otorgando resultados tan nobles como este. Al Final del Túnel es de esos grandes films de que producen sensaciones para la historia; no es uno más. Un dechado de suspenso, con dosis de acción, y una comicidad natural imposible de resistir. Rodrigo Grande cambia de registro, juega en las grandes ligas, pero mantiene vivo ese espíritu lúdico que lo caracteriza. Al espectador no le queda otra que aferrarse a la butaca y disfrutar de un juego que nos invita a dilucidar cuáles serán los próximos pasos. Lo anticipo, estamos frente a una de las mejores películas de este 2016.
El cine de género nacional pocas veces atravesó un momento tan pleno e interesante como el actual. No importa si se trata de cine de terror, acción, o comedia, sí importa que, al tomar las bases de estos y crear una propuesta o producto, se pueda consolidar un verosímil, utilizando estereotipos, que, al menos, al ser adaptados, puedan aportar una mirada local sobre historias que ya fueron contadas desde otras latitudes. Y el caso de “Al final del túnel” (Argentina, España, 2016), del realizador Rodrigo Grande (“Rosarigasinos”, “Cuestión de Principios”) no es la excepción, todo lo contrario, porque en la historia de Joaquín (Leonardo Sbaraglia), un hombre al que una tragedia familiar lo terminó por dejarse perder en la oscuridad de su casa, la que habita sin siquiera intentar ordenar y limpiar. En su casa Joaquín se siente poderoso, y en la silla de ruedas en que se encuentra va y viene apresurado por el tiempo y las obligaciones que él mismo se ha impuesto sin que nadie le solicitara nada. Pero todo cambiará cuando un día decida alquilar una de las habitaciones de la casa para juntar algo de dinero para sus proyectos relacionados con la tecnología, llegando una mujer (Clara Lago) y su hija y modificándole las rutinas que él y su perro tenían. “Al final del túnel” a partir de ese momento comenzará a narrar otra historia, una mucho más luminosa en la que el vínculo entre el hombre y la mujer, intentarán explicar cuestiones relacionadas a la vida, la muerte, los deseos y las pasiones hasta que, claro está, la trama se complejice por la incorporación temática del robo a un banco que se cometerá desde el galpón lindero a la casa de Joaquín. Grande construye un relato atrapante, que va perdiendo fuerza hacia el final, y que necesita del “robo al banco” para poder seguir contando la historia de Joaquín, su drama personal (del que nunca sabremos mucho más que en un accidente automovilístico perdió a alguien importante en su vida y fue lo que lo terminó postrando en una silla de ruedas) y la incapacidad para poder relacionarse con el mundo y el sexo opuesto. Pero cuando Berta (Lago) comience a invadir ese oscuro mundo junto a su hija, Joaquín caerá rendido a sus pies, por lo que esa parte del relato en la que el filme potencia su costado de historia que busca en la atracción de opuestos la guía, será la más fresca y a la vez honesta que se presente. Porque luego el filme se va complejizando, al sumar las historias particulares de los miembros que participarán del robo al banco, y, principalmente del vínculo de uno de ellos (Pablo Echarri), con Berta y su hija. En la ambición de Grande de querer sorprender con algunos giros, en la necesidad de explorar la oscuridad de los personajes, y, básicamente en la decisión de dejar de lado algunas cuestiones relacionadas a personajes secundarios, que aparecen graficados de una manera burda (el policía que interpreta Federico Luppi, o el costado reforzado de la mujer de la banda), “Al final del túnel” no logra potenciar su relato, el que, si hubiese sido narrado de manera mucho más limpia, bien podría haber sido la gran película de género que el cine argentino aún está debiendo.
Coproducción argentino - española, escrita y dirigida por Rodrigo Grande, es un thriller claustrofóbico sobre Joaquín, un hombre solitario y habilidoso que está en silla de ruedas y descubre que por debajo de su sótano pasa el túnel por el que unos delincuentes peligrosos piensan robar el banco. Acaso en cierta ambición abarcativa, el libro tiene algunos baches, inconsistencias y decisiones que poco suman al policial puro y duro en el que mejor respira la película. Entretenida, tensa, con un muy buen trabajo de Leonardo Sbaraglia, acompañado por la española Clara Lago y Pablo Echarri como villano de temer, llega con ganas de éxito.
Una película de suspenso argentina, algo que no debería sorprendernos porque en el período clásico las había (y buenas). Después pasó de todo, pero no es aquí donde deba contarse esa historia. En esta película hay dos personajes antagónicos, interpretados por Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri. El primero es un hombre en silla de ruedas que alquila una habitación a una mujer bella y, en apariencia, luminosa (Clara Lago). El segundo está construyendo, bajo la casa del primero, un túnel para robar un banco. Y la mujer no es tan luminosa. Esto lleva a un juego de cacerías, de espionaje, de paranoias. El asunto es oscuro y está fotografiado con esa misma oscuridad, lo que vuelve al film conciso y, en ocasiones, muy preciso en lo que narra. Hay secuencias donde el suspenso funciona de manera perfecta (la limitación del protagonista, tan “hitchockiana” como el género merece, funciona muy bien) y hay también algunos huecos de guión. Pero el film se hace cargo incluso de sus lugares comunes, y está tan interesado en sus criaturas como en proveer de tensión al espectador. No siempre lo logra del todo, es cierto, pero cuando lo hace es efectivo. Lateralmente, es una pena que los dos protagonistas, que tienen eso inasible que es la presencia cinematográfica, no hayan podido desarrollarla mejor en un cine de género vernáculo, siempre posible y siempre eludido por la urgencia de ser didáctico.
Al final del túnel es una buena muestra de las virtudes y las deudas del cine nacional... [Escuchá la crítica completa]
La guita te motiva. En general el cine nos invita a jugar, a dejar de lado la lógica y meternos en el juego que nos plantea el director. Decidimos hacernos los distraídos ante situaciones poco verosímiles, de la misma forma en que miramos para otro lado cuando un mago inexperto pifia en un truco. Pero todo tiene un límite. Ese límite, en el cine, muchas veces se pasa y por mucho. Es el caso de esta película, la que nos pide que le dejemos pasar muchas situaciones peleadas con el sentido común. Tenemos a un tipo, Joaquín (Leonardo Sbaraglia) en silla de ruedas, claramente agobiado por una traumático accidente en el perdió a su mujer y su hija. Solitario, parco y con un viejo perro como compañía decide poner en alquiler una habitación en la terraza de su casa. Así llega una chica, Berta (la española Clara Lago), con su hija a tomar posesión del lugar, literalmente. La joven es impetuosa, descarada, invasiva, y su hija muda, pero no porque no pueda hablar sino porque no quiere hacerlo. El tipo en cuestión se dedica a reparar computadoras en el sótano de la casa; todo transcurre con normalidad hasta que un día escucha ruidos del otro lado de la pared. Curioso, el hombre se arma de artilugios varios, todos a mano, para poder escuchar y hasta observar lo que sucede del otro lado. No tarda en descubrir que un plan delictivo está en marcha, y que él puede sacar provecho de ello. La película ofrece una buena actuación de Sbaraglia, una mediocre de Pablo Echarri, una de Clara Lago que es difícil de evaluar por estar doblada al porteño por una locutora de perfecta dicción, demasiada perfecta, y un elenco de secundarios en el que solo el español Javier Godino logra destacarse. El resto ostenta el problema habitual de muchas producciones nacionales, extras de pésima actuación. La dirección de arte tiene por momentos mucho de aviso publicitario, por un celo excesivo en detalles técnicos que anulan el alma de la escena, y entonces todo se ve "plantado", falso. Hacia el final, el director elige poner morbo y sordidez donde claramente no era necesario, en especial al involucrar a una menor en escenas donde su presencia no aporta, más bien distrae y molesta. Y es que estamos ante un filme comercial que no busca romper ningún molde ni transgredir formato alguno.
Hágase la luz Pablo Echarri deja de lado la TV y regresa al cine como productor y co protagonista del nuevo film de Rodrigo Grande, y con un compañero de lujo: Leonardo Sbaraglia. Este 2016 es un año que será recordado en el futuro como uno que dejó huella en el cine nacional, no sólo por los buenos índices de recaudación (Me Casé con un Boludo llegó a 1 millón 800 mil espectadores en un mes y sigue tercera en el ranking) sino también por las muy buenas películas que se estrenan semana a semana. Y si hace siete días reseñábamos la muy buena Kóblic, en esta ocasión llega a las pantallas locales un film no menos interesante dirigido por Rodrigo Grande (Rosarigasinos, Cuestión de Principios) protagonizado nada menos que por Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri y la española Claro Lagos (la chica de Ocho Apellidos Vascos). Al Final del Túnel es un film que se desarrolla en una casa, una muy grande por cierto, pero que adquiere una dimensión mucho mayor en su desarrollo gracias a los tejes y manejes del director en cuanto a la puesta en escena. Leonardo Sbaraglia es Joaquín un técnico que sobrevive arreglando computadoras tras quedar parapléjico en un accidente en el que murió su esposa e hija, y cuya única preocupación es su perro Casimiro, ya muy anciano. Sin embargo, un buen día recibe en su casa a una bella mujer con su hija que buscan alquilarle una habitación para vivir de manera muy urgida. Pero lo que al comienzo puede parecer como el burdo comienzo de una comedia romántica pronto da un vuelco hacia el thriller policial más puro, una historia que logra por momentos niveles increíbles de adrenalina. Leonardo Sbaraglia se muestra por demás solvente en el difícil papel que le ha tocado en suerte y le agrega a su vez un muy buen entrenamiento físico en lo que respecta al manejo de la silla de ruedas. Clara Lago, por su parte, le agrega la cuota de belleza y sensualidad que todo policial debe tener, y sorprende gratamente por la efectiva manera en la que se desprende de su acento para interpretar a una joven bailarina que no tiene ni dejo de española. Esto, es un gran detalle a tener en cuenta para futuras coproducciones ya que el hecho de tener a un español en el elenco no implica que deba interpretar a alguien de esa nacionalidad. Paradójicamente el film cuenta con un personaje proveniente de la Madre Patria aunque interpretado por Javier Godino, el villano de El Secreto de sus Ojos. Pablo Echarri, por su parte, vuelve a interpretar a un delincuente sin escrúpulos, Galereto en este caso, y demuestra que ese tipo de personajes le van muy bien con su voz y se gesticulación, todos sazonado con un maquillaje que simula quemaduras y lo muestra más humano al mismo tiempo. Cabe destacar que el personaje que interpreta a "Canario", el hermano de Galereto es Walter Donado, el partenaire de Sbaraglia en el "relato salvaje" que compartieron hace un par de años; y acá parece que quisiera cobrarse la revancha. El trabajo de Rodrigo Grande es sencillamente apabullante ya que ha logrado realizar una película por demás dinámica que transcurre, salvo por dos o tres escenas, en un solo escenario. Grande, que es autor también del guión del film, pasó cinco años pre produciendo este film, que calculó milimétricamente a base de reescrituras y storyboards que él mismo dibujó, y eso se nota en su desarrollo. Las diferentes escenas que transcurren a lo largo de la película tiene su porqué y demuestran también una muy buena compaginación. La puesta en escena, la dirección de cámaras y la iluminación también aportan lo suyo a la realización de un filme que no merece en absoluto pasar desapercibido.
Ladrón que roba a ladrón… En los últimos años, el cine argentino ha logrado fortalecer una alianza importantísima con España para poder financiar con más solvencia sus producciones comerciales. Algo que si bien posibilitó instalar la idea en el público de que no todo nuestro cine es lento, reflexivo y de nicho cinéfilo, fue la mayor causa de que varias películas infladas por la publicidad rompieran records de taquilla sin reparos. No me malinterpreten, el standard de calidad argento sigue estando entre los más altos si lo comparamos con otras industrias cinematográficas más desarrolladas (miremos al norte), pero es inevitable pensar que por cada nuevo éxito nacional haya cinco directores intentando seguir la misma fórmula ganadora. Puede ser casualidad o tal vez sea una desafortunada coincidencia, pero si tomamos como referencia los últimos estrenos argentino/españoles, Al final del túnel (2016) combina varios elementos de sus predecesoras directas en las salas. Esta vez, el tercer largometraje del guionista y director Rodrigo Grande gira alrededor del robo a un banco – al igual que la reciente 100 años de perdón (2016) de Daniel Calparsoro – como así también los métodos para traspasar su seguridad ingresando mediante túneles subterráneos, la existencia de un protagonista atormentado por su pasado que busca imponer su propia noción de justicia – reminiscencias del Darín de Koblic –, y hasta la inclusión de un adorable perrito con el cual empatizar a lo largo del film – recurso que viene desde Truman y nuestro cariño por el sabueso Troilo –. Pero dejando de lado las visibles similitudes con otras producciones, la cuestión estaría en definir a la película por lo que llega a ofrecer por si sola y no por lo que toma prestado. De esta manera, Leonardo Sbaraglia es Joaquín, un hombre en silla de ruedas que vive aislado y acostumbrado a la soledad de su enorme casa. Su única compañía es su anciano perro Casimiro, el cual apenas puede levantarse para comer. No obstante la melancólica rutina diaria se verá interrumpida por la llegada de Berta (la española Clara Lago reafirmando que el acento porteño no significa un obstáculo para los actores ibéricos) acompañada de su hija Betty, aparentemente autista, para alquilar una habitación. El carácter de Clara es extrovertido y seductor, algo que claramente choca con la parquedad del protagonista y su esquematizada depresión. Poco a poco la relación de ambos se irá haciendo cada vez más cercana hasta el punto de disfrutar la presencia del otro. Pero las apariencias engañan, en realidad Berta es la novia de Galaretto (Pablo Echarri), el despiadado jefe de una banda de ladrones de bancos al servicio de un corrupto comisario (Federico Luppi). El plan de ellos consiste en ingresar a la caja fuerte a través de un túnel que pasa directamente por debajo de la casa, mientras que Berta se encarga de controlar los movimientos desde arriba. Sin embargo no todo sale tal cual planeado, especialmente porque Joaquín intentará sabotearlos para llevarse una parte del botín. al final del tunel2016 Hay que destacar que el film sigue eficientemente al pie de la letra las convenciones del thriller y aprovecha para guardarse algunas revelaciones interesantes una vez avanzada la historia. Aunque el resultado final no termina siendo el ideal. Durante gran parte de la primera mitad impera una sensación de desprolijidad en cuanto a la introducción de cada personaje, haciendo que el desarrollo de la acción se haga reiterativo y apresurado con la única utilidad de acelerar la presentación del conflicto. Cómo si los primeros setenta minutos fueran la trivial antesala del verdadero argumento. Sorpresivamente esto cambia completamente durante la segunda parte. Gracias a que la trama gana mucho en ritmo y momentos de tensión, se dejan de lado las sobre-explicaciones y la acción cobra mayor protagonismo. Es en esta instancia en donde Sbaraglia logra darle mejor forma a su personaje (con un notable esfuerzo físico a cuestas) y es allí también donde Echarri y Luppi aprovechan para lucirse en sus intervenciones. Hasta el mismo Rodrigo Grande saca a relucir su pericia para recrear una atmósfera de intriga y suspenso en una obra que venía en piloto automático. Al final del túnel sufre a partir de sus propios altibajos, dejando en definitiva una producto irregular que fácilmente tenía todos los recursos para destacarse. Hablamos de una superproducción que se merece una oportunidad a pesar de sus falencias. O al menos hacerse de paciencia para ver los últimos cincuenta minutos.
CUESTIÓN DE PRINCIPIOS Y DE DESENLACES. El comienzo es inmejorable. Sucesivos travellings nos llevan de la calle lluviosa al interior de una casona mientras se deslizan, sinuosos, los créditos. Recorriendo esa morada (a la que la fotografía del maestro Félix Monti sabe cómo convertir en un espacio ambiguo y desolado, privándola de los brillos de revista de decoración) descubrimos al solitario protagonista, en silla de ruedas. La aparición abrupta de una joven con su pequeña hija, para alquilar una habitación de la casa, y el hallazgo del plan de un grupo de boqueteros de robar un banco contiguo, van conduciendo el relato hacia el thriller de acción y suspenso. El intento de Rodrigo Grande (Rosario, 1974) de abordar el cine de géneros es plausible, y hay que reconocer que lo hace con profesionalismo y solidez. Es muy buena la idea de sostener la acción casi sin salirse de esa residencia, que –con sus puertas y recovecos, sus ventanales a un parque algo abandonado y el túnel del título– va convirtiéndose en un ámbito bello y temible a la vez. El hecho de que el guión no incluya referencias oportunistas a episodios de la Historia argentina, así como tampoco una vuelta de tuerca cínica al final, son otros aciertos de Al final del túnel. Y aunque no hay demasiada riqueza en los diálogos, debe destacarse la decisión de Grande como guionista de aludir a un pasado traumático del personaje central sin mencionarlo explícitamente en momento alguno. Del mismo modo, en el desenlace no refulge la alegría por la obtención de un botín, habitual en este tipo de historias, sino un agridulce gesto de ternura. Debe decirse que, en un primer tramo, la relación del protagonista con la joven bailarina avanza de manera intempestiva; hay, también, situaciones que se estiran y una música algo convencional e insistente. Pero, como realizador, Grande evidencia progresos, se muestra más suelto y competente que en sus anteriores Rosarigasinos (2001) y Cuestión de principios (2008), con alguna saludable apelación al humor y guiños u homenajes a maestros del género (Hitchcock, Carpenter, De Palma, Christensen, Aristarain). De tono parejo –con excepción de una turbadora escena de violencia sádica–, Al final del túnel no cae, asimismo, en regodeos costumbristas, tal vez por reunir personajes y actores argentinos, españoles y chilenos (a diferencia de sus films previos, hay una sola referencia, y no muy amable, a Rosario). Tanto Leonardo Sbaraglia (excelente) como Pablo Echarri se muestran verosímiles en personajes intensos, creíbles incluso en breves escenas de llanto cada uno de ellos. La española Clara Lago y la niña Uma Salduendo, en cambio, sólo por momentos resultan convincentes. Federico Luppi, en tanto, es pura presencia: su imagen desdibujada, fumando en penumbras con la tormenta de fondo hacia el final del relato, es uno de esos instantes de Al final del túnel en los que –gracias a la personalidad del actor, la calidad del fotógrafo y la astucia del director– el cine asoma, con su capacidad de fascinación. Por Fernando G. Varea
Tensión en el sótano Un robo, un banco y un túnel suelen ser herramientas muy visitadas en la cinematografía nacional, sin embargo en “Al final del túnel”, estos elementos se resignifican dando lugar a un thriller poderoso que renueva el género. Se trata del tercer largometraje del director rosarino Rodrigo Grande (Rosarigasinos” y “Cuestión de principios”) protagonizado Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri, la española Clara Lago, que viene de protagonizar “Ocho apellidos vascos”, la película más taquillera de la historia española. El filme cuenta la historia de Joaquín (Sbaraglia), un hombre que está en silla de ruedas y vive encerrado en su lúgubre casa. De repente, Berta (Lago), una bailarina de striptease, toca la puerta de su casa con su hija Betty pidiendo alquilar una habitación. Su presencia cambia la realidad de este hombre ermitaño que se olvidó de vivir. Una noche, mientras trabaja en su sótano, Joaquín escucha un ruido y se da cuenta que un grupo de ladrones, liderado por Galereto (Echarri) está construyendo un túnel que pasa bajo su casa para robar un banco cercano. A partir de ese momento, y casi como un rompecabezas que encaja sus piezas a la perfección, el filme desarrolla una trama intensa y enigmática que mantiene la tensión hasta el final. Una coproducción argentina española que marca un gran salto cualitativo en la carrera del director rosarino.
El plan perfecto Posiblemente éste largometraje, el tercero del director rosarino Rodrigo Grande, va a estar reconocido por el inteligente guión y las muy buena actuaciones. Sin embargo la gran vedette del mismo es la dirección de arte, sustentada y apoyada por la excelsa fotografía, el impecable diseño de sonido, y un montaje acorde. Hasta el mismo nombre del filme, está muy bien pensado, no sólo hace referencia a uno de los espacios físicos donde transcurre parte importante del texto, sino, y simultáneamente, puede pensarse una vez finalizada la proyección como una gran metáfora, para ello debe quedar claro que el “Al” del título no es casual. La primera secuencia ya da muestras de que estamos frente a un gran trabajo de producción. Un plano secuencia que nos introduce en el espacio donde va a transitar la mayor parte de la narración, plagado de detalles, hasta que la misma se constituye en la presentación del protagonista. Así es todo el filme, todo sugerido, nada redundante, explicitando sólo lo que debe ser explicitado. La historia personal de Joaquin (Leonardo Sbaraglia) la sabremos a partir de pinceladas: el jardín de la casa derruido, los objetos deteriorados dentro del mismo, hasta el detalle del perro en sus últimos momentos, que ya ni puede caminar, está construido con esa delicadeza. Es un hombre preso más de su pasado que de la silla de ruedas con la que debe trasladarse, recibe en su casa la inesperada llegada de Berta (Clara Lago) y su hija Betty. La pequeña no es muda pero no habla, se supone por situación post traumática, ella, una joven madre, sola, que debe lidiar con una situación para la que nadie está preparado. Se presenta como bailarina de striptease, y necesitando alquilar la pieza que Joaquin ofrece en un anuncio, y las razones son puestas con un plano desde la mirada de Berta. Sin más. Esa casa supo de otra vida, de épocas alegres, ahora es sombría y oscura, casi el refugio ideal para Berta, no sabemos los por qué. En principio. Estas presencias modificaran para bien y para mal el humor del dueño de casa, quien una noche trabajando en su sótano oye, descubre a un grupo de personas, lideradas por Galereto (Pablo Echarri), que están realizando un túnel, que pasa por debajo de su casa, para llegar a la bóveda del banco de al lado con la intención de vaciar las cajas de seguridad. Nuestro héroe pergeñará un plan para quedarse con el botín, pero necesitará ayuda, su inteligencia es directamente proporcional a su dificultad física. Pero nada es lo que parece, y nunca nada sale como se lo planea. Estamos frente a un thriller con todas las de la ley, que mantiene el suspenso hasta el final, con giros y sobregiros narrativos esperados, y no tanto, de estructura formal clásica, lineal, progresiva en su desarrollo, tal como pide el género al que adscribe. Muy bien contada, y con un par de actores como protagonista y antagonista de lujo, no sólo como personajes sino además por las actuaciones, y no le va en saga la performance de Clara Lago, la ingenua niña de “Ocho apellidos vascos” (2014), es aquí una mujer fatal, haciendo gala de lo que posee por naturaleza y muchos recursos histriónicos. Acompañados en este rubro por el infalible Federico Luppi, en un papel a su medida, y el muy buen actor español Javier Godino, a quien conociéramos como el asesino en “El secreto de sus ojos” (2012).
El guión es un esqueleto, y una película no debe restringirse a ilustrarlo. Las películas que así lo hacen asfixian el resto de los elementos que las constituyen. El cuerpo final de una película –de las buenas– siempre excede la planificación inicial. Los grandes cineastas preparan todo para que el azar los embrome. El viento sopla donde quiere, decía el maestro Robert Bresson. No está mal el nuevo filme de Rodrigo Grande, pero le falta oxígeno. Por ejemplo: el guión dice que en cierto momento Clara Lago, que interpreta a una mujer que tiene una hija y está ligada a un delincuente, tiene que hacer un numerito musical casi erótico para que despierte un poco la excitación del protagonista, un lisiado buenmozo (Leonardo Sbaraglia) que sabe que sus vecinos planean robar un banco ubicado en la esquina de su casa. La escena es tan televisiva como irrisoria; si fuera un comercial de indumentaria sexy, estaría fenomenal. Esa secuencia desentona con el laborioso concepto espacial del filme, que consigue anular toda potencial teatralidad en la puesta en escena. Sostener un relato en un perímetro de escasos metros cuadrados no es fácil. Los robos de banco en el cine son pura adrenalina y asimismo un fugaz paréntesis moral para fantasear una forma de existencia alejada de las penurias de la mera subsistencia. Algo de esto se divisa en el filme y la eficacia narrativa es indesmentible en esos pasajes. Todas las escenas del túnel que conducen a la bóveda del banco son buenas. Cuando el filme encuentra su centro de gravedad narrativo en el robo, el equilibrio de sus partes es manifiesto. Las proezas físicas del personaje de Sbaraglia, tal vez inverosímiles, son pertinentes para la propuesta. También la vileza del líder de los ladrones. Es menester decir que Pablo Echarri cumple, incluso cuando a su personaje el guión lo traicione mancillándolo innecesariamente con las debilidades inconfesables que padecen muchos curas. Ese matiz perverso es otra arbitrariedad del guión, el cual explica todo para unificar maniáticamente todas las partes. Al final del túnel transcurre en la realidad nacida en un escritorio. El afuera es abstracto, y es ahí justamente en donde se pierde la hermosura de las películas con robos de banco. Cuando el robo remite a un sistema que lo habilita, las peripecias de los ladrones adquieren un paradójico sentido ético. No es el caso. La codicia es aquí un móvil para hacer mover a los personajes, una psicología de papel, y el saqueo es el motor del relato. Todo está calculado: las galletitas envenenadas, el reloj de pulsera, las inyecciones y los archivos de las computadoras cumplen una función casi matemática. De A vamos a B, porque C lleva a D y demuestra E. Cuando un filme evidencia sus costuras, debilita su contrato con la implícita credulidad del público. Curiosa presencia es la del perro viejo y moribundo en el filme. Por más que el montaje fuerce a que la mascota muestre sus dientes, la presencia del animal garantiza un mínimo de improvisación, una primitiva honestidad que no proviene del ensayo. El perro es el que escapa al diseño y el que está un poco más allá del rompecabezas perfecto que disfraza de coherencia el film, que tiene sus méritos.
POINTS: 5 Peter Bower (Adrien Brody) is a psychiatrist whose little daughter died not long ago in an accident in which he acted somewhat negligently. He and his wife are still grieving the loss and move to a different city to start over. Too bad Peter is now starting to see ghosts who try to make him remember something he’s blocked from his memory — you may guess there’s a horrible secret lurking in the past and Peter doesn’t seem to keen on confronting it. At the same time, he realizes there’s something way wrong with all his new patients: they may not even exist at all. They may be, in fact, ghosts too. So if that’s the case, what do all these different ghosts really want from him? Written and directed by Michael Petroni, Backtrack belongs to that type of film that asks you to believe certain things only to make you doubt them afterwards, and then finally to wonder once again whether you were right or wrong in your assumptions. By the time the movie is over and you know exactly what happened in the past and how that triggers the consequences of the present, it all makes sense — poetic justice included — and there are no annoying plot holes that shake the plausibility of the story. It can be a bit far-fetched, that’s true, but as long as it makes sense within the story’s own logic, then that’s not a real problem. Also on the plus side, there’s Adrien Brody’s moderately convincing performance in a role that’s pretty generic and at times underwritten. For that matter, the performances in general are just fine — including the good and old Sam Neill. And cinematography, sound and editing are professionally executed also. But sadly, Backtrack is not the film that it could’ve been. Not that it could’ve been a groundbreaking landmark in horror cinema — not at all. But had the scares, special effects and tension been a bit above average, then it would’ve been moderately enjoyable from beginning to end. Broadly speaking, you could say it’s both a supernatural thriller and a horror feature, and while the thriller part does have its assets, the truth is that the horror/supernatural part is poorly conceived and executed. So each time you run into a scare that’s not scary, ghosts that are risible, overused thumping sounds, and cheap thrills of all kinds to make you jump off your seat — and the truth is you don’t jump at all — then that’s when Backtrack wears thin, time and again. By the end you realize there was a good, even if unoriginal, story to be told, but only half of it got done. And you only got half of it done. And you are most likely to remember the eerie and chilling Don’t Look Now, by Nicholas Roeg — which won’t do any good for Backtrack or Michael Petroni. production notes Ellos vienen por ti / Backtrack (Australia, 2015) Written and directed by Michael Petroni. With Adrien Brody, Sam Neill, Robin McLeavy, Bruce Spence, Jenni Baird, Chloe Bayliss, Anna Lise Phillips, Olga Miller.Cinematography: Stefan Duscio. Editing: Martin Connor, Luke Doolan. Produced by Michael Petroni, David Evans. Running time: 91 minutes.
BUSCANDO LA LUZ Se estrenó "Al final del túnel", película en clave de thriller protagonizada por Pablo Echarri y Leonardo Sbaraglia Por Lisandro Gambarotta Un hombre común en situaciones extraordinarias puede provocar múltiples resultados. El azar no pide permiso, y tienta al simple individuo con la fantasía de una vida mejor. Entonces comienza a construirse un camino sinuoso, con riesgos. El desafío se supone mayor porque el elegido está en silla de ruedas, pero la sabia providencia eligió a un hombre que no controla sus piernas pero sí las máquinas. El camino del héroe empieza a forjarse. El joven director Rodrigo Grande escribe y dirige esta historia en el film "Al final del túnel", un thriller que encierra a sus protagonistas y a los espectadores, en cuerpo y mente. Leonardo Sbaraglia protagoniza a un hombre imposibilitado de caminar, que trabaja en el sótano de su hogar, donde arregla computadoras mientras fuma sin descanso. En soledad los días pasan rutinariamente, hasta que toca a su puerta una hermosa joven (la española Clara Lago), acompañada de su pequeña hija, quienes vienen a vivir en la habitación que él alquila. La casa se llena de ruidos nuevos, y los viejos fantasmas que atormentaban al muchacho empiezan a callarse. Pero además de la música que ella escucha, hay otros sonidos, que vienen de la vivienda vecina. Un grupo de boqueteros preparan un túnel para robar un banco cercano. Él los espía y descubre todo, entonces crea su propio plan. Del lado de los ladrones el líder es interpretado por Pablo Echarri, que no duda en borrar de su camino a quien se le interponga. Lo acompañan varios secuaces, entre los que se destacan el español Javier Godino (recordado por su papel de asesino en la oscarizada "El secreto de sus ojos") y Walter Donado (el enemigo de Sbaraglia en Relatos Salvajes). Pero el destacado es para el imbatible Federico Luppi, aquí un comisario que conoce las dos veredas de la ley, y es con su elaborado rol que el largometraje toma fuerza de policial negro, desarrollando situaciones donde la codicia y el egoísmo se apoderan de todos. Las casualidades que no pueden existir se rebelan en esta historia y condenan o salvan a los personajes, que desesperados luchan contra el destino creyendo que lo pueden torcer. Los conflictos aumentan sus dimensiones progresivamente y a los hombres les resulta cada vez más difícil encontrar la salida en el túnel de la vida, donde la luz la genera el amor. *************** GRANDE RODRIGO! El director y guionista de "Al final del túnel" cuenta con una importante filmografía, donde también cumplió ambos roles. Oriundo de Rosario realizó su ópera prima con apenas 27 años, y fue un homenaje a su ciudad, con un título en clave: "Rosarigasinos", jugando con el dialecto natural de esta emblemática región de Santa Fe. Tuvo como protagonistas a Federico Luppi y Ulises Dumont, dos actores representativos del cine nacional, que interpretan a unos ladrones recién salidos de la cárcel, quienes pese a estar en edad de jubilarse todavía buscan un último robo. Luego en el año 2009 llegó "Cuestión de principios", donde adaptó un cuento de otro rosarino: Roberto Fontanarrosa. Luppi de nuevo frente a cámara, casado con Norma Aleandro y con un jefe más joven que él y demasiado exigente: Pablo Echarri. Elenco de lujo para una historia donde la moral se enfrenta con los intereses del mercado, en un duelo de interpretaciones de gran nivel. *********** FICHA TÉCNICA: Co producción Argentina-España. Guión y dirección: Rodrigo Grande. Elenco: Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri, Clara Lago, Federico Luppi y Javier Godino. Fotografía: Félix Monti. Edición: Irene Blecua. Dirección de arte: Mariela Ripodas. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 120 minutos. *******************
El oyente indiscreto El acercamiento a las películas de género desarrolladas con rigor es un logro del cine argentino reciente, aun cuando se trata de coproducciones internacionales. Productos como “Kóblic” y “100 años de perdón” son demostraciones de que se puede competir, en términos cualitativos, con superproducciones norteamericanas o de cualquier otro origen. “Al final del túnel”, thriller escrito y dirigido por Rodrigo Grande va en ese camino y es un aporte valioso. Lo cual no quiere decir que vaya mucho más allá de un sólido entretenimiento, bien interpretado, con logrado manejo del suspenso y giros narrativos de esos que suelen encantar al público, sobre todo si, como en este caso, están estratégicamente ubicados. Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un parco y desangelado reparador de computadoras que vive solo en una casa grande, que se fue degradando con el tiempo. Está postrado en una silla de ruedas y necesita imperiosamente alquilar una habitación para afrontar una serie de deudas. Así llega a su vida Berta (Clara Lago), una joven bailarina de streaptease con su hija Bety, de seis años. Al principio Joaquín observa cómo sus presencias le dan nuevo ánimo. Pero pronto comienza a escuchar ruidos extraños en su sótano y descubre (a través de una compleja red de micrófonos y cámaras) que un grupo liderado por Galereto (Pablo Echarri) construye un túnel por debajo de su casa para robar un banco. Y que la presencia de Berta en su casa (al modo de aquella famosa aventura de Sherlock Holmes “La liga de los pelirrojos”) es un modo de mantenerlo entretenido para que éstos puedan llevar a cabo su plan. Pero Joaquín decide revertir el juego y frustrar la iniciativa. Para generar los momentos de tensión -salvando la abismal distancia-, el director Rodrigo Grande se vale de un procedimiento similar al que utilizó Alfred Hitchcock en “La ventana indiscreta” (Rear Window, 1954) donde James Stewart, un fotógrafo temporalmente inmovilizado por una fractura en su pierna, descubría un crimen en el departamento de uno de sus vecinos. La cosa es más o menos así: al personaje de Sbaraglia lo acecha el peligro de que los ladrones lo descubran, y como se encuentra postrado, no puede escapar fácilmente. Entonces, la desesperación se apodera de él y el espectador necesariamente entra en esa dinámica. Esa tensión, esa sensación de claustrofobia, está excelentemente construida. Estos “ecos” de los clásicos del género no se detienen allí; también en cierto modo Joaquín remite al Harry Caul que Gene Hackman interpretaba en “La conversación” (“The Conversation”, 1974, Francis F. Coppola), en especial cuando monta un complejo sistema para espiar al grupo de ladrones y comienza a confundirse respecto al papel que le han asignado a Berta y a su hija dentro del plan. Actores talentosos El rosarino Rodrigo Grande rodó otras películas antes, ambas comedias de tintes dramáticos, convencionales y logradas por la sustancia de los guiones: “Rosarigasinos” (2001) y “Cuestión de principios” (2009). En ambos casos, supo rodearse de actores de mucha pericia y compenetrados en sus personajes (Luppi estuvo presente en ambos proyectos), por lo cual su cámara pudo trabajar con tranquilidad. En “Al final del túnel”, cuenta con acertados protagonistas. Sbaraglia es el que más se luce con un personaje que evoluciona de un huraño y retraído reparador de computadoras a una especie de irreflexivo vengador moral. El actor que se hizo famoso con “Caballos salvajes” veintiún años atrás, muestra un encomiable compromiso, manifiesto en las agobiantes secuencias ambientadas en el interior del túnel. Echarri sondea un costado perverso en su personificación de Galereto, ladrón de poca monta, violento y sádico. La debutante Clara Lago explota sus atributos de femme fatale, anzuelo que introduce a los personajes masculinos en la telaraña. Y el veterano Luppi, lejos de sus grandes papeles, cumple como comisario corrupto, mente siniestra que dirige el atraco. Aunque lo bordean, ninguno de ellos queda atrapado en el estereotipo, principalmente porque (salvo la debutante Lago) son actores muy talentosos. “Al final del juego” es eficaz gracias al consistente guión, que no deja un solo cabo suelto. Pero fundamentalmente porque Grande utiliza los diálogos únicamente cuando tiene que hacerlo mientras que el resto del tiempo, con sabiduría, le deja el total predominio a la imagen. Ese sutil equilibrio hace de éste un film notable.
El cine nacional, quizás alimentado por cierta mitología popular de célebres robos a bancos a través de boquetes, cada tanto retoma el tópico del túnel que permite acceder a las cajas de seguridad y dar "el gran golpe". El género policial es uno de los más aceptados por las masas locales: Comodines, Plata Quemada, Nueve Reinas, y la ganadora del Oscar El Secreto de sus Ojos se encuentran entre las más taquilleras, y hace unos días, con toda la pasta para sumarse a esta lista, llegó Al Final del Tunel, de Rodrigo Grande. La película está focalizada en Joaquín, el personaje de Leonardo Sbaraglia (Relatos Salvajes, Plata Quemada), un paralítico que vive al lado de una casa abandonada desde donde la banda de Galereto (Pablo Echarri, quien cuenta con una gran trayectoria en el policial incluyendo cintas como Crónica de una Fuga, Las Viudas de los Jueves) cava un túnel para llegar a la sucursal bancaria. Con el personaje de Joaquín tan bien construido, absolutamente toda la película se sostiene sin fisuras: se guía claramente al espectador a identificarse con él, pero nunca a través de la lástima o la compasión. No solo está en una silla de ruedas con un inconveniente físico, sino que, además, está casi paralítico moralmente: sin esperanzas, sin futuro, sin inquietudes, completamente anclado al caserón donde vive. Y la intención anti-dramatismo y golpe bajo es contundente: el motivo por el cual queda en silla de ruedas (y solo) apenas se menciona, no se hace hincapié ni se mete el dedo en la llaga, lo importante es otra cosa. El esqueleto de la película pasa por el golpe al banco que preparan desde el sótano de la casa de al lado, y cómo él, a pesar de su discapacidad física, planea acoplarse para quedarse con parte del botín. El mismo nivel de detalle y coherencia con que se construye el personaje principal es aplicado al resto de los artífices de la historia: Berta, la bailarina exótica interpretada por la española Clara Lago (de Ocho Apellidos Vascos), el mencionado Galereto, el comisario interpretado por Federico Luppi y hasta el perro mascota de Joaquín tienen una historia. Las relaciones entre los personajes secundarios, los intereses de cada uno, e incluso sus sentimientos, son elementos que corren en la misma dirección que el sentido general de la historia, apuntalándola, dándole coherencia y unidad. Todo este trabajo fino de pequeños indicios, de elementos apenas mencionados pero altamente reconocibles, ayuda a construir una atmósfera llena de tensión que no solo se sostiene, sino que además crece minuto a minuto. El guión plantea “Miren muchachos, esta parte tiene bocha de suspenso y tensión”, mientras que la música y el montaje dicen “Roger that, nos encargamos”, y se encargan, sí. Tanto, que el climax es lo más tarantinesco que dio el cine nacional en años. Párrafo aparte para las mujeres de la película. Porque si bien ni Berta ni la villana interpretada por la humorista Laura Faienza son papeles protagónicos, al menos no son roles pasivos: ninguna es la típica damisela en apuros. Si tienen algún percance pueden o no ser socorridas, pero tampoco son unas Cenicientas inútiles a la espera de ser rescatadas. Mujeres reales. Sí. VEREDICTO: 10 - ¡QUÉ GRANDE, RODRIGO GRANDE! Al final del túnel conjuga elementos fundamentales para que una historia quede en el recuerdo: un guión sólido y con ingeniosas vueltas de tuerca, un reparto por demás adecuado y una dirección completamente inteligente, con algunas secuencias de montaje muy destacables. El título no hace referencia solamente a la modalidad de robo; hace referencia un recorrido incómodo y solitario pero que tiene una salida a la luz, a la libertad.
Más allá del principio de espiar Al final del túnel es un thriller argentino que difícilmente pueda dejar de relacionarse con un clásico del género: La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock. Empezando por el hecho de que ambos protagonistas andan en silla de ruedas. Y ambos se dedican a espiar lo que ocurre en los espacios linderos a su casa, movidos en parte por el hastío que genera vivir encerrados en el reducido espacio que habitan, en parte por el instinto voyeurista de todo ser humano al que se supo referir el maestro inglés. Se trata de una obra de suspenso con los condimentos del género bastante equilibrados: una trama sólida que va construyendo gradualmente el suspenso, buen ritmo narrativo que atrapa desde que empieza hasta que termina la película y un actor que no falla en el papel protagónico (Sbaraglia haciendo de paralítico gruñón y neurótico). Me quedé sin embargo disconforme con Echarri en el papel de “malo” de esta historia. Creo que con Sbaraglia alcanzaba para nutrir de “estrellas” nacionales la propuesta. Es muy importante que el villano de una película de estas características sea totalmente despreciable. Sobre todo porque ya desde el guión la película se presenta con esas intenciones. Hay una escena en que Echarri se muestra como una especie de torturador sin escrúpulos, con lo que se pretende que luego, cuando sean ciertos personajes con los que empatizamos los que estén en sus manos, experimentemos esa necesaria tensión dramática del género. Cumplo en comunicar que me parecieron levemente impostadas esas escenas de crueldad. Hay momentos del relato que parecen no estar del todo resueltos, como por ejemplo las razones por las que la novia del jefe de la banda criminal, encarnado por el mencionado Echarri, se muda con su hija muda a la pieza que alquila Sbaraglia. No se entiende bien si la mandó Echarri, para que vigilara al dueño de la casa bajo la cual tiene que cavar para llegar a la bóveda de una sucursal bancaria, o si fue un hecho fortuito. Cierta acentuada conciencia moral convierte en exabruptos algunas decisiones de guión, como por ejemplo que Sbaraglia le vaya mostrando a la inquilina videos o audios que él mismo registra, con las aberraciones cometidas por Echarri, para que ella tome conciencia de que sale con un tipo malísimo, y lo deje para quedarse con él, que sí va a cuidar honestamente de ella y de su hija. Es ingeniosa la escena en que Sbaraglia ve a la niña muda mover los labios contra la oreja de su perro, y decide poner un micrófono en el cuello del animal, para determinar que efectivamente habla pero no quiere hacerlo frente a ellos. Varios de estos detalles son ingeniosos y también el ritmo del relato que, como ya señalé, logra mantener la atención del espectador sin darle respiro. Pero volviendo a la película que se homenajea, en La ventana indiscreta no hay un discurso moral tan remarcado, lo que enriquece la frescura del clima mórbido que se recrea. El móvil de Grace Kelly es dominar al hombre que quiere para su vida, y por ello se involucra en el caso hasta poner en riesgo su propia vida. No hay grandes objetivos de justicia en los personajes de Hitchcock, como interrumpir los planes de inescrupulosos ladrones de bancos o castigar otro tipo de aberraciones morales, como las que se incluyen en el relato de la película argentina. El móvil de James Stewart es, en primera instancia, una simple curiosidad morbosa, y más tarde, al advertir que se pudo haber producido un asesinato, la culpa que le genera que se esté cometiendo un crimen y no hacer nada al respecto siendo el único que lo sabe. Su amor por Grace Kelly también nace de un sentimiento culposo. Ver que ella pone en peligro su vida para develar el misterio que él mismo sacó a la luz, y no poder hacer mucho desde su silla de ruedas, lo hace tomar conciencia de lo mucho que la quiere, pero también experimentar una atormentadora culpa por haber llevado hasta ese punto las circunstancias. Es un amor que nace de una culpa extrema. Uno podría lanzar hipótesis respecto de los móviles en Al final del túnel: Sbaraglia no quería quedarse sólo y por eso intenta convencer a la bella inquilina para que deje al criminal sin escrúpulos y se quede con él. Por su parte, la inquilina busca alguien que quiera de verdad a su hija. Pero el halo de inhumanidad que rodea al personaje de Echarri hace que la competencia entre los dos pretendientes de la misma dama, se convierta en una cruzada moral, que termina resolviéndose de un modo simplista con la pareja de los “aceptables moralmente”, junto a la hija de ella, en un abrazo final al mejor estilo Party of five. Lo que llamo exabruptos de esta obra (que sin embargo me tuvo atornillado a la butaca y por ese simple hecho la recomiendo a pesar de todo) son raros en quien también fue guionista y director de otra obra, tal vez menos obsesiva en la construcción de una trama de suspenso, pero terriblemente compleja y meticulosa en su propuesta estética. Me refiero a la película Rosarigasinos, de 2001, también del director Rodrigo Grande. Genial poema costumbrista, auténtico policial negro criollo, con excepcionales pinceladas de tango y compadritos en el rol de desusados gangsters autóctonos. Diálogos excelsos, humor sutil, y fotografía sublime de un Rosario profundo y antiguo como metáfora urbana y natural de nuestras grandes capitales.
Con una premisa intrigante y misteriosa, arranca esta nueva película que tiene como protagonistas a Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri y Clara Lago . Durante dos horas, vamos a ver cómo un hombre se enfrentará ante una oportunidad que le puede cambiar la vida. El proyecto que inició hace 5 años con el guion escrito por Rodrigo, tiene una impecable realización técnica y actoral. Se puede ver el trabajo del director en las diferentes áreas a lo largo de todo el film. Primero, está la sobresaliente actuación de todo el elenco. Leonardo hace un trabajo físico y emocional muy bueno a la hora de interpretar su personaje. Durante la conferencia de prensa contó que le gustó mucho este desafío, a pesar de que fue bastante difícil y duro. Tuvo la oportunidad de tratar con personas en la misma situación, que le enseñaron las diferentes técnicas para poder moverse en la silla de ruedas. Todo esto, junto a las indicaciones de Rodrigo, Leonardo logró construir un personaje muy interesante y misterioso. Por otro lado, tenemos a Pablo que construye un villano totalmente desquiciado y sádico, que logra que el espectador verdaderamente le tema. Luego, está Clara, actriz española, que logró un trabajo perfecto a la hora de manejar las diferentes facetas de su personaje y el acento argentino, ya que nunca se hace evidente que es de otro país. Con respecto al aspecto técnico, se nota que hubo un laburo muy grande detrás. Casi el 90% de la película fue filmada en sets. La casa fue diseñada a partir de una maqueta. En esa tapa inicial, el director de fotografía junto con la directora de arte, lograron armar el complemento perfecto entre la luz y puesta en escena que luego fue trasladado al set construido en un galpón en medio del barrio de La Boca. El "Chango" Monti, director de fotografía, logra crear unos ambientes sombríos y oscuros con la luz que parecen meter de lleno al espectador dentro de la película, como también logra crear una sensación de claustrofobia dentro del túnel. El único punto flojo que se podría marcar son algunos detalles del primer acto del guion. Los personajes se presentan de una manera muy precipitada, sin tener un previo indicio sobre ellos, que no da tiempo al espectador a identificarse con ellos. Por otro lado, el primer punto de giro argumental también era muy previsible, pero luego la historia avanza y se pone cada vez más interesante. Esta película logra cumplir su objetivo, brindando un entretenimiento con una buena calidad técnica y actoral cargada de suspenso, misterio y giros que mantendrán a todos en la sala al filo del asiento. Totalmente recomendado este nuevo producto audiovisual nacional.
Cine: Al final del túnel: suspenso que asfixia Denise Pieniazek Al Final del túnel (2015) es un largometraje escrito y dirigido por Rodrigo Grande–director también de Cuestión de principios (2009)- en donde el suspenso estará presente desde el inicio con la cámara a ras del suelo hasta el final del film, al igual que la lluvia que abrirá y cerrará el relato. Joaquín- interpretado maravillosamente por Leonardo Sbaraglia, quien sin dudas tuvo una gran preparación actoral a nivel físico para este personaje– es un hombre solitario que ha quedado en silla de ruedas tras un accidente. La dejadez del lugar –mediante una escenografía de estudio muy bien lograda- que transmite el estado emocional del personaje, del cual no sabremos mucho de su pasado pero ciertos recursos inducen a pensar que quizás ha sido un médico que ahora trabaja como técnico informático. Joaquín es un hombre que vive solo y que repentinamente es acompañada por sus nuevas inquilinas, Berta, una mujer muy atractiva (Clara Lago) y su hija. Ambas cambiarán su vida por completo, sensibilizándolo de a poco al igual que a su perro, quien metafóricamente, el cual vuelve a levantarse debido a la atención de la niñita, como así también Joaquín será capaz de querer otra vez. Paralelamente y con una clara influencia del gran film Rear Window (1954) de Hitchcock, Joaquín será testigo del planeamiento de un crimen. Sus vecinos, liderados por Galereto (Pablo Echarri), son un grupo de ladrones cavando un túnel con el fin de asaltar un banco (similar a lo que pasó en la realidad con el robo del Banco Río en el 2006). Mientras que en Rear Window, el protagonista mirará como un voyeur por su ventana, aquí Joaquín lo hará desde su sótano mediante una micro-cámara, pues es un voyeur posmoderno. Al respecto el director en la conferencia de prensa al preguntarle de sus influencias para este film ha mencionado haber visto todo Hitchcock, Spielberg, Hughes y De Palma, entre otros. Allí mismo amplío y dijo que más que Hitchcock lo influenció Spilelberg ya que según él -y cito textualmente- “El verdadero maestro del suspenso es Spielberg…Spielberg superó a Hitchcock en cuestiones de suspenso”. Sin embargo, disiento totalmente en dicha declaración, puesto que Hitchcock es el maestro del suspense, su obra es inigualable que ha marcado un antes y un después en la historia del cine. En adición, dichos directores pertenecieron a épocas distintas y sus estilos o logros son incomparables. Asimismo, a mi entender sin un director como Alfred Hitchcock ciertas transgresiones posteriores jamás hubiesen sido posibles. Mediante una cuidadosa técnica formal con acentos desde la banda sonora y sobre impresiones en la imagen, la tensión será constante y se mantendrá atrapado al espectador incesablemente. Joaquín se pondrá a sí mismo en peligro en varias oportunidades, tal como lo pronuncia el personaje de Echarri “hay dos puertas; dos opciones” para elegir, pero parecerá que el túnel conduce a un solo lugar. La caracterización de villano del personaje de Echarri irá en crescendo, de un siempre ladrón llegará hasta lo más atroz y moralmente repudiable. Funcionando así como un alter-ego de Joaquín, nuestro héroe, quien parecerá ser un sujeto “ordinario” pero terminará siendo todo lo contrario. Esta dicotomía puede ejemplificarse con el montaje paralelo Galereto y Joaquín cada uno desde su escenario se miran en pequeños espejos. Mediante varios recursos la intriga avanzará con fluidez, incluso apoyándose en ciertos objetos de la utilería, pues como es sabido el espectador de cine trabaja por acumulación. Pido disculpas de antemano por tener que hacer mención a una escena secuencia que resultará un spoiler para el que todavía no ha visto la película, pero cuando Joaquín boicotea el plan de los ladrones cambiando la bomba de lugar y entrando el primero al banco allí se comete un error a nivel lógico y de raccord. Mientras que los ladrones necesitaban la bomba bajo el piso del banco para poder entrar y más de una persona, Joaquín la coloca cerca de la tubería-la cual no explota de entrada sino que le hace un leve agujero que destila agua de a poco- él podrá ingresar al banco solo con su fuerza y dos herramientas. Aunque esto es para hacer avanzar la acción podría haberse recurrido a algo más audaz. Tal como dijo Sbaraglia en la conferencia de prensa “mi personaje es como Duro de matar en silla de ruedas”. En esta película se dan dos aspectos que quiero mencionar dado mi formación en maquillaje fx y con respecto a mis investigaciones desde una aproximación de la teoría de género. Por un lado, a pesar de una excelente puesta en escena, se considera que el maquillaje de efectos especiales no está tan bien logrado, sobre todo para el ojo especializado, puntualizando por ejemplo en la sangre artificial y la cicatriz en el cuello de Echarri, la cual parece más bien un parche. Por otro lado continuando con el análisis exhaustivo, en relación a la mención anterior de lo villano más atroz en el personaje de Galereto, se lo caracterizará además como pedófilo. Una caracterización bastante machista, ya que se expondrá a la niña en ropa interior y justamente lo primero que suelen decir los machistas tras un hecho de violación es “ella se lo buscó por estar así vestida”, se considera bastante controversial dicho enfoque, incluso en una de las escenas finales, cuando la niña está a upa de él. Puede decirse lo mismo de forma más sutil sin ser tan evidente y burdo, y lograr el mismo efecto de rechazo de dicho personaje en el espectador. Una vez cercanos a la resolución de la trama es donde se considera que aparecen los conflictos narrativos desde el guión. Por un lado, se recurre a la comicidad y el absurdo, lo cual resulta efectivo en primera instancia pero luego pierde efecto por no llevárselo a la apoteosis, quedándose a medio camino, pues no tiene el mismo efecto que en las películas de por ejemplo Alex de la Iglesia, quien es capaz de fusionar géneros -como el crimen y la comedia- con gran éxito. En cambio, aquí termina por resultar un recurso forzado de último momento en la resolución del conflicto. Uno de los problemas del cine actual es justamente este mismo, la resolución de los finales.