Conviene, de partida, enmarcar Buenos Aires, 1985 como una de esas obras cuyas hechuras de fondo y de forma son bien diversas del traje a medida que se le ha podido hacer en la expectativa, bien conocidas las trayectorias de su director, Santiago Mitre, y de su coguionista Mariano Llinás. Tan alejada está esta película de cualquier idea prefijada del cine político al uso -o de la filmografía de la recuperación de la memoria de la dictadura militar, de sus aberraciones o sus abscesos- que descoloca y se muestra como función reinventada. Imaginen esta consideración, cuando el referente más indicativo de por dónde van Mitre y Llinás es el de Frank Capra. Y es que la sorpresa -y podríamos decir también que el atrevimiento certero- surge de que una historia de marco tan grave, que habla de un tiempo, un proceso y una figura con los cuales Argentina se jugó la consolidación o el derrumbe de su recién nacida democracia, se articula a partir del lenguaje cinematográfico de un abierto clasicismo que podríamos convenir en etiquetar como hollywoodiense. Y en esa categoría entra también una factura de producción a la altura del ensueño. Aclaro que esto es un elogio abierto de esa decisión de riesgo. Porque los andamiajes, las evoluciones dramáticas, las vías de escape hacia el humor, beben de aquellas estructuras narrativas que entendían también el cine de rearme ideológico o histórico como un vehículo que transmite las emociones no a través de tesis o de agolpamiento de datos memoriosos, sino a partir de situaciones que toman algunos materiales del género de las películas de juicios. Y de otras de un idealismo que sirve el proceso a los nueve responsables máximos de las juntas militares como una aventura. Y sobre la épica que genera una figura sobre la cual Buenos Aires 1985 va construyendo una interesante reflexión sobre el héroe cívico, sin caer en ningún momento en el engolamiento o la sacralización. No es casual que las primeras imágenes que nos presentan a Julio César Strassera, el fiscal que sacó adelante ese proceso y al que presta todos los matices de ese aventurero Ricardo Darín, se produzcan mientras escucha obsesivamente Tannhauser, en un guiño evidentemente travieso, porque nada más lejos de la opulencia wagneriana que el perfil que el film ofrece de Strassera, como digo esencialmente personaje capriano, como retomado de Mr. Smith Goes to Washington. Imaginen en vez de Darín a Gian Maria Volonté -el tótem solemne del cine político europeo de la segunda mitad del siglo XX- y la sinfonía sería funeraria. Enseguida el guion, con la sinuosidad de las bachianas de Heitor Villa-Lobos, nos lleva a los orígenes de esa operación de salvamento de la democracia argentina, tras el desistimiento de la justicia militar. Y tampoco es accidental que mientras vemos como, en un clima de cerco, Strassera no tiene más remedio que contar con un brat-pack de jóvenes mocosos recién incorporados a la toga, uno de ellos refiera como su tema musical favorito uno de Los Abuelos de la Nada. Ahí está, pues, la banda quijotesca del abuelo o el loco Strassera y sus muchachos, tan asimilable al nacimiento de los outsiders idealistas de Los Intocables de Elliot Ness. Porque Argentina, 1985 es una honesta espectacularización de las emociones. Todo es posible –de nuevo el idealismo tout court- cuando un niño, el joven hijo del fiscal, se convierte en pieza no anecdótica de su equipo, como espía entre piruletas. De ahí su alcance frente al espectador medio, con hasta tres ovaciones en el pase de prensa de la Mostra veneciana aclamando momentos climáticos como la exposición de Strassera que concluye con el ya universalizado Nunca más. Esto anuncia largo recorrido. El guion mide magníficamente el necesario relato de los estragos de las juntas militares, centrándolos en los testimonios de varias de las víctimas, e intercalando material de archivo. Es sorprendente la escasez de imágenes reales de ese juicio de Nuremberg del genocidio argentino que, a la vista de la tensión ambiental que estremecía al país, no llegó a ser televisado. Y quedan bien apuntadas por el camino agudezas como un gag sobre las pruebas de fuego de la fidelidad peronista o como la rememoración de Bernardo Neustadt y su Tiempo nuevo como “el ministro de propaganda de la dictadura”, como lo etiqueta Strassera. Va a hacer Argentina, 1985 mucho por poner en valor en el mundo lo que fue una salida de la dictadura con saldo no gratuito para sus conductores. Luego -ya lo sabemos- la situación política de los reos se enredó más de la cuenta. Pero eso es otro cuento -lúgubre, miserable- que no cabe en el optimismo de la voluntad que bordan Mitre y Llinás, cuyo valor no solo se le supone. Conviene no olvidar que el primero es el autor de esa pieza formidable que desmonta los engranajes del poder y sus sombras mefistofélicas titulada El estudiante. Ahora tocaba que los abuelos de la nada de la fiscalía que salvó un país entonasen el Himno de mi corazón. Para que -por una vez vez- Argentina se autocelebre.
Repasar la historia reciente, entretener, trabajar con un género poco desarrollado en el país y conmover, profundamente, desde la primera a la última escena, sólo algunas de las claves de la esperada Argentina, 1985, nuevo opus de Santiago Mitre. En la ficción escrita por el propio Mitre, más Mariano Llinás, una dupla que potencia sus habilidades película tras película, hay espacio para la revisión, pero también para la construcción de una narración que cumple con la promesa del gran entretenimiento que ya se vislumbraba desde las primeras imágenes reveladas. A diferencia de La historia oficial, que acentuó su mirada sobre la dictadura y sus consecuencias, con un tono más solemne, acorde al contexto en el que se estrenaba, acá el comenzar a hablar de la democracia, con uno de sus pilares, el Juicio a las Juntas Militares, se permite el guion sumar una trama familiar que potencia la tensión, que de por sí, ya tenía el relato. Argentina, 1985 introduce a Julio José Strassera (Ricardo Darín) como un padre de familia, lidiando con sus conflictos laborales, la incomunicación con su hija y mantener vivo el espíritu hogareño en los pocos momentos que se encuentra en su casa. Cuando le llega el pedido que lleve adelante el Juicio que confirmará la sistemática desaparición de personas por parte de los militares, su vida y la de los suyos cambia drásticamente, y ahí es donde la película comienza a transitar un camino tal vez inesperado, pero bienvenido, para trazar el recorrido hacia ese histórico discurso en donde el “Nunca más” se convirtió en mucho más que dos palabras. Pero Darín, inmenso, enorme, no está solo en esta propuesta, lo secunda Peter Lanzani, solvente, como Luis Moreno Ocampo, liderando, entre ambos, a un grupo de jóvenes encargados en encontrar pruebas y testimonios que pongan tras las rejas a los criminales que llevaron a cabo el asesinato y desaparición de 30 mil argentinos. Y también, entre muchísimos otras grandes interpretaciones, están Alejandra Flechner y Laura Paredes, con dos roles claves y fundamentales para el relato, una, el apoyo y la contención, mientras que la otra ofrece su profesionalismo para encarnar a una de las víctimas/testigo claves del juicio. Argentina, 1985, gracias a la conjunción de una dirección precisa y una puesta en escena clave, además las mencionadas actuaciones, conmueve, emociona, nos invita a reflexionar sobre nuestra historia, pero también sobre la identidad y las convicciones, sobre los siniestros mecanismos de sujeción y tortura a los que, como pide Strassera, nunca más queremos estar vulnerables y expuestos.
Es la mejor película de Mitre sobre un episodio distintivo de la democracia vernácula. Su estreno coincide con un contexto que podría ser ideal si la deshonestidad intelectual no fuera la moneda corriente de la esfera pública.
En un país normal un largometraje como Argentina: 1985 se podría disfrutar como lo que es, una gran película de juicio. La historia de un héroe y sus compañeros de aventuras, capaces de enfrentarse a los monstruos y salir triunfantes. Algo así como un Elliot Ness en Los intocables (1987) de Brian De Palma. Al igual que la película con Kevin Costner muchos le habrán objetado que no es del todo exacta con los eventos narrados, acá -donde el tema es tan terrible- cada segundo de película es pasado por un escáner que intenta detectar errores, omisiones, guiños políticos y decisiones poco éticas. No está mal hacerlo, pero cuando tal ejercicio en vencido por la evidencia de una película contundente, entonces no hay mucho más para hacer. Argentina: 1985 será debatida en ese aspecto más en su país de origen que en cualquier otro lugar del mundo. Seria candidata a ganar todos los premios del público a cuanto festival vaya, la película tiene un tema grande, un evento histórico sin precedentes y finalmente es divertida y clásica. La película dirigida por Santiago Mitre y escrita por él junto a Mariano Llinás se acerca mucho más a un film de juicio como Filadelfia (1993) que a La historia oficial (1985). Eso habla de una madurez del cine argentino, capaz de apostar al cine de género antes que a cualquier otra cosa. El primer cartel que aparece lo dice muy claro: “Inspirada en hechos reales”. Lo que venga después tendrá licencias poéticas varias, algunos se enojarán, la mayoría ni se dará cuenta, solo verá que la historia funciona. La película está centrada en la figura de un héroe, el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín) quien es presentado en la historia antes de que le asignen el juicio. Strassera es un héroe al que le llega una misión y asume su rol con el profesionalismo que corresponde. Es un héroe hawksiano, valiente frente al riesgo, escudado en un equipo que lo ayuda. También la película lo piensa a Strassera como un héroe fordiano, a contramano de sus pares, luchando por lo correcto, ocupando el lugar que le ha tocado en la historia. Luego se sumará el fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) más propenso a hablar frente a las cámaras, menos clásico. Los personajes están siendo protagonistas de un hecho heroico, no solo histórico. Lo que hagan después no es el tema de la película ni nos importa, por eso se llama 1985. La misión de valientes está cumplida. No faltará también que vea algo de los héroes de Frank Capra, pero el estar basada en un hecho real le pone un límite al cuento de hadas. Sin embargo, no le queda mal a Strassera el título de Caballero sin espada. Hablábamos de Filadelfia y es importante destacar, en ese aspecto, al personaje de la madre de Moreno Ocampo, algo así como la mirada a la que hay que convencer. La que no importa lo que pensara en general sobre un tema, que la evidencia fuera lo suficientemente contundente como para que ella pudiera verla. Contar la historia para que se entienda. Y no hablamos solo de la película, sino del trabajo en el juicio. Hay otro gran film con un juicio, Amistad (1997) de Steven Spielberg, donde un personaje dice: “Gana el que cuenta la mejor historia”. Para complementar esto la película juega su carta más inteligente, el humor. Ya no subestima al espectador como hacía el cine político de otras épocas y le permite ver algo entretenido e inteligente. Lejos del cine político argentino o europeo, más cerca de Hollywood. El alivio cómico que representa el hijo de Strassera es una prueba de ello. Se lo presenta en la escena inicial y sigue así hasta el final. No solo aporta el humor, también es el comentador de los eventos, el que aporta un poco de sentido común frente lo abrumador que rodea al protagonista. El Juicio a las juntas, realizado durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín en 1985, ha sido y será siempre un hecho histórico sin precedentes en la República Argentina. Aún con las licencias que la película se tome queda claro que asume una responsabilidad. Condensar tanto en dos horas y veinte minutos no es fácil. Los diálogos son un campo minado de interpretaciones políticas 2022. Pero el Juicio a las juntas les pertenece a todos los argentinos, incluso a los que no formaron parte, como el peronismo. Un momento en la historia muy diferente al presente. La película se hizo ahora, por lo que también delata, en parte a propósito y en parte sin querer, posiciones y comentarios contemporáneos. Aún así, con algunas agachadas y guiños polémicos, lo más emocionante es su protagonista, el héroe de la historia. Y el momento más emocionante es la aparición en off de Ricardo Alfonsín, el presidente que sin tener el apoyo de todos, movió la rueda para que se inicie el juicio histórico. Esa escena es la que nos vuelve a llevar a aquel momento y explica mejor el significado de algo que con los años ha sido malintencionadamente borroneado o cooptado con fines políticos espurios. Alfonsín le recordará algo hoy olvidado, la importancia de la división de poderes. El presidente no se mete con la justicia. La película también tiene algunas escenas donde se ven los hilos, algunos detalles donde la estructura clásica delata su condición de tal y uno un poco se distrae. Pero el humor y la inteligencia se imponen de forma contundente, sin más, a medida que avanza la trama. La emoción es genuina, es real. Incluso después de que Strassera dice “Nunca más” la película consigue avanzar un poco más hacia su cierre, ya que es difícil alcanzar un punto más alto que ese a nivel dramático. La banda de sonido es impecable aunque el uso de las canciones no tanto, algunas son demasiado obvias. El sonido, algo no tan habitual para destacar, logra ponernos en época desde la escena inicial, cuando Strassera está en su auto bajo la lluvia. Detalles que ayudan a complementar una película más que sólida. Como todo film basado en un hecho histórico recibirá reclamos, pero no existe la película que pueda conformar a todos. Incluso aquellos que no se sientan identificados con ciertos detalles podrán disfrutar del conjunto. Con respecto al protagonista, Ricardo Darín, solo resta decir que es la máxima estrella del cine argentino en actividad. Ya pasaron más de veinte años desde que en Nueve reinas (2000) encontró una madurez actoral invencible. Él es Strassera y también es Darín, hace lo que hacen las estrellas, trabajar de otro aún cuando se los reconoce. Peter Lanzani también está impecable, siguiendo el mismo estilo actoral sobrio y elegante, sin ponerse por encima de la película, como corresponde. Santiago Mitre y Mariano Llinás no suelen hacer películas tan clásicas pero han demostrado acá que pueden también jugar esa nota con éxito. Como toda película exitosa, Argentina: 1985 será tironeada desde todos los ámbitos y se la interpretará con la mirada actual. No está mal, las películas están para ser disfrutadas, odiadas e interpretadas por los espectadores, cada uno con su propia mirada. Sí me parece importante no caer en el lugar común de decir que es una película necesaria. No existe tal cosa como una película necesaria. La historia ya está escrita, este un largometraje de género que vale la pena ver, acusarla de necesaria es rebajarla a la corrección política y el cliché. Lo más relevante es que es sólida y funciona. Y que se basa en una historia que merecía tener una película. Esa película existe y se llama Argentina: 1985.
Un drama judicial de la vida real Sobre Argentina, 1985, la película de Santiago Mitre protagonizada por Ricardo Darín, Alejandra Flechner y Juan Pedro Lanzani que se estrena este jueves en los cines (luego de una leve polémica respecto de la presencia en las grandes cadenas) y que estará disponible a partir de octubre en Amazon Prime, trata esta nueva reseña. En relación a este punto uno de sus productores, Axel Kuschevatzky, expresó “No va a estar tres semanas en cartel sino todo el tiempo que esté en cartel. Luego la van a poder ver en la plataforma, pero no deja de estar en los cines luego de las tres semanas”. De alguna manera es una especie de clase de historia para los jóvenes que pueden no tener tan claros los crudos sucesos ocurridos en los años previos a la asunción del gobierno constitucional post dictadura, en 1983, y los momentos históricos que se relatan en Argentina, 1985. Es comprensible lo que expreso porque (sobre todo para los que, como yo, teníamos por entonces ya 8/10 años, y oíamos sobre las cuestiones políticas del momento), solemos pensar que todos están al tanto de los hechos de esa época, y en muchos casos esta creencia dista mucho de la realidad. El juicio a las juntas militares pudo llevarse a cabo, además de gracias a la voluntad del nuevo gobierno, por la información recabada por la CONADEP, creada por Alfonsín a días de iniciado su mandato. La comisión comenzó a funcionar el 15 de diciembre de 1983, y fue conformada por varias figuras políticas, religiosas, culturales y sociales relevantes de la época. Me atrevo a establecer algo de contexto: a partir de los hechos previos, los que incluyeron los primeros actos de persecución y desapariciones habilitados por los decretos firmados por Isabel Martínez en 1975 (por la “asistencia” solicitada por la entonces titular del poder ejecutivo al ejército), y la aparición posterior de la AAA, el accionar de las fuerzas que comandaron el gobierno de facto luego del golpe de 1976 aumentaron aún más cruelmente su despliegue. Despliegue para el que el gobierno legítimo les había otorgado luz verde, además de, claro, cobertura “legal”, responsabilidad sobre la que la cabeza del gobierno prácticamente nunca debió responder a la altura, a excepción de Ítalo Lúder, quien solamente fue llamado a declarar en el juicio del que habla el film. Todo ello teniendo en cuenta el breve lapso (algunas horas) en que la ex presidenta fue detenida muchos años después, en España, en el año 2007, acción judicial tras la que los cargos fueron desechados. De los datos recabados de la investigación sobre las víctimas, plasmados en el Nunca más, se valió el fiscal Julio César Strassera y el grupo de jóvenes que trabajaron al mando del fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo, con el objeto de establecer la prueba respecto de la coordinación de las fuerzas en la represión ilegal que tuvo lugar durante el gobierno ilegal. Y eso es lo que se narra en Argentina, 1985. Ahora, luego de la introducción que creí más que necesaria, al grano, o a la película. Las dos o tres cuestiones que me parecen en general más relevantes, en casos de biopics o de retratos cercanos de hechos históricos como es el caso de esta película, son la aproximación estética y la recreación temporal, sobre las que el propio director Santiago Mitre expresó que no deseaba entregar mayores detalles para no revelar lo que llamó “los trucos del mago”. A todas luces el trabajo fue arduo y el resultado completo en lo relacionado a la reconstrucción de época. Planteado como un thriller político, el ritmo del film es sostenido aunque tiene momentos algo más sutiles en el transcurrir de las situaciones. Es comprensible este punto, entiendo, por la difícil tarea de abordaje de un guion en que se toca un tema aún tan fresco en la mirada social, pese a la vasta experiencia de la dupla Mitre-Llinás en el área, y al que entiendo, procuraron entregarle un balance en el que el drama fuera la columna del relato pero no impidiera desarrollar, con el objetivo de entregarle cierta agilidad, otras formas de acción emocional para los personajes. Y así ese punto lleva al tema del sostenimiento del interés del espectador, lo que a todas luces se logra, y las formas de acercamiento a las apariciones de figuras de la política más que probablemente desconocidas para los sub 30. Invitación entonces a revisar el material disponible al respecto. En lo referente al elenco de personajes principales (entre los que se encuentran, como ya sabemos, Darín, Flechner, Lanzani, sumados a Carlos Portaluppi, Claudio Da Passano, Alejo García Pintos, entre otros), nada hay que objetar; Darín muestra que avanza en la solidez que prueba ya hace tiempo en los diferentes papeles protagónicos que le toca interpretar; la excelente Alejandra Flechner muestra su calidad, calidez y profundidad; y Peter Lanzani continúa construyendo con firmeza su carrera en el cine nacional, y el resto de los mencionados trabajan con soltura acompañando elocuentemente con su generosa capacidad. En cuanto a los secundarios o de relevancia menor, es ese otro de los puntos bien logrados, teniendo en cuenta lo complejo que resulta dar con las personas adecuadas para cada rol, y en conocimiento de que un parecido completo es tarea titánica, por no decir imposible. Mención aparte para uno más de los muy buenos papeles en cine argentino de Norman Briski, con un personaje conmovedor que merece, tanto como el resto de los protagonistas, pero un poquito más, el reconocimiento que el film va obteniendo en el camino. Como dato de color, mientras escribo estas líneas, Argentina, 1985 ya se hizo acreedora al premio del público en el Festival de San Sebastián. Otro punto destacable es la elección de las canciones que componen lo que hoy llamamos soundtrack, y las maravillosas canciones de Los abuelos de la nada que surcan los pasajes de la película de manera precisa y casi poética. Charly García no podía faltar, y es el broche de oro. Ajustado a estos puntos, las composiciones que acompañan el resto de la acción, a cargo de Pedro Osuna, reflejan con vigor lo que Mitre cuenta a cada paso. A modo de cierre, y quizá en esta ocasión con más preponderancia en mi reseña de cuestiones que no son simplemente cine y estética (porque la película no es, justamente, nada más que una película) es de esperar que el público acompañe Argentina, 1985 y que todos los que decidan verla puedan pensar las cuestiones de la vida social y política, las circunstancias de la democracia como elementos de los que todos somos responsables, cada uno desde nuestro propio lugar. Porque la democracia, aún con sus notables falencias, no es un juguete que se define a gusto y piacere del dueño de la pelota ocasional; es una responsabilidad de todos, y para todos.
Santiago Mitre, el prolífico director de «El Estudiante» (2011), «La Patota» (2015), «La Cordillera» (2017) y «Pequeña Flor» (2022), nos presenta su último y celebrado trabajo titulado «Argentina, 1985», el cual recrea el famoso juicio histórico a las Juntas Militares por los crímenes sangrientos perpetrados durante la última dictadura militar. Estamos probablemente ante la película argentina más importante de los últimos 10/15 años, no solo por lo que simboliza y busca inmortalizar el relato sino por la forma en que lo lleva a la pantalla grande y lo pone al servicio del público masivo y del arte en general. Hasta el momento, Santiago Mitre nos ha ofrecido una gran diversidad de films donde se puede apreciar su punto de vista y su mirada personal, pero lo que hace en esta ocasión es algo totalmente consagratorio y que lleva exponencialmente su carrera a otro nivel. Como bien dijimos, el largometraje se inspira en la historia real del juicio a las Juntas Militares, un hecho que implicaba por primera vez en la historia mundial llevar a los miembros de una dictadura militar a responder por sus nefastos hechos, compareciendo ante tribunales civiles para ser juzgados por los crímenes de lesa humanidad. El film se centra en la figura de Julio Cesar Strassera (Ricardo Darín), el fiscal acusador designado para conducir el juicio. Para ello, Strassera contó con la ayuda de Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) como el fiscal adjunto y un joven equipo jurídico, el cual sin ningún tipo de vacilación se atrevió a acusar con incontables pruebas a los militares responsables del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Dicha tarea no fue sencilla y debieron trabajar contrarreloj, continuamente bajo amenazas anónimas, para poder finalmente conseguir justicia. Comencemos por decir que el trabajo de guion que hizo Mitre junto a su habitual colaborador, Mariano Llinás, es impresionante, especialmente porque no se atiene solamente a la reproducción de los hechos históricos, sino que además se encarga de presentar y delinear a personajes completamente tridimensionales con conflictos bien establecidos y una carga emocional que queda evidenciada en sus comportamientos. De hecho, el film inicia en el marco hogareño de Strassera, mostrando su núcleo familiar, las dinámicas entre ellos y un tono relajado (quizás con cierto grado de humor) que va a ser pieza clave para descomprimir y/o acentuar los momentos más dramáticos y duros del relato. Ante todo, la película va a estar llena de matices, tanto a nivel narrativo como dijimos recién pero también en cuanto a las medidas actuaciones de los involucrados. El compromiso de Ricardo Darín demuestra una vez más por qué es uno de los actores más importantes de nuestro país, dando una interpretación sentida y equilibrada como solo un artista de su calibre puede otorgar. Peter Lanzani, por otro lado, se muestra como la otra contraparte del dúo y también da justo en la tecla con su representación. Respecto a los roles secundarios también tendremos algunas actuaciones destacadas como es el caso de Norman Briski, Alejandra Fletchner (como la esposa del fiscal), Gina Mastronicola como la hija adolescente y la revelación del film el pequeño Santiago Armas Estevarena, como el hijo menor, Javier Strassera. Todos estos personajes que orbitan alrededor del protagonista terminan dándole más sensibilidad y humanidad a lo narrado. Por otro lado, y como otra muestra de la enorme complejidad del film, si bien tiene un corte clásico de típico drama judicial, por momentos coquetea con el thriller político, especialmente en ciertos instantes de tensión que se generan alrededor de la amenaza latente e invisible que rodea al fiscal y sus colaboradores. La tensión es otro de los elementos que están estupendamente trabajados por la obra, siendo primordial nuevamente en esas breves escenas de comicidad sutil que le dan mayor dimensión y sustancia al asunto. Es realmente loable lo que consiguieron Mitre y Llinás con esos momentos desperdigados por todo el guion, principalmente porque podría llegar a resultar contraproducente el humor en un relato de esta índole (con algún tipo de cuestionamiento ético o moral si se llega a hacer de forma chabacana), sin embargo, esto termina siendo una de las armas más inteligentes del film, presentado como algo que traen aparejadas ciertas dinámicas cotidianas de los personajes, así como también situaciones puntuales. Otro aspecto realmente maravilloso que rodea al largometraje tiene que ver con su descomunal grado de detalle en lo que respecta al diseño de producción para lograr una ambientación y una reconstrucción de época bastante minuciosa. Todo eso es acompañado por una dirección de fotografía exquisita que le da un aspecto visual bastante clásico, junto con una relación de aspecto más cuadrada y claustrofóbica que beneficia principalmente a esa atmósfera opresiva buscada tanto en las secuencias en los tribunales como las que ocurren por fuera. Quizás lo más interesante de la propuesta de Mitre es que su nuevo opus no fue a lo seguro, ni busco un lugar desde afuera (de observación), sino que se metió de lleno en los acontecimientos con una aproximación bien consolidada y sin tapujos a la hora de lo que busca narrar. «Argentina, 1985» es gigantesca por donde se la mire, tanto en lo que se refiere a la producción (la película fue producida por Amazon Studios), como por el valor histórico y emotivo que posee, así como también por su narrativa, la cual comprende un solidísimo drama judicial de corte hollywoodense, pero con la idiosincrasia argentina bien arraigada, dándole la personalidad suficiente para sobresalir y ganarse tanto a la crítica como a la audiencia. La película de Mitre probablemente sea una de esas que escuchemos muchas veces en la próxima temporada de premios (se cree que tiene varias chances de sobresalir en los Oscars) pero más allá de eso, la obra tiene todos los elementos para convertirse en un clásico del cine nacional. Un relato que te pone la piel de gallina, te emociona y también por momentos también te hace reír, a lo largo de sus 2 horas y 20 minutos de duración que te tienen completamente en vilo por más que uno ya conozca la historia.
Dijo en alguna oportunidad el escritor Ítalo Calvino que cuando uno lee por primera vez un clásico en realidad lo está releyendo, por todo el conocimiento previo que se tiene acerca de esa obra aún sin haberse aproximado a ella. El tiempo dirá si Argentina, 1985 tiene destino de clásico, pero el runrún generado en torno a su estreno la convirtieron sin dudas en el acontecimiento cinematográfico local del año. Las distinciones internacionales (la nominación al Oscar, el premio del público en San Sebastián), el recorte de salas de exhibición -que tampoco fueron tantas- por el acuerdo con Amazon Prime y su inevitable conexión con el presente de nuestro país (el cuestionamiento hacia la Justicia, el reverdecer de la derecha) hacen que la película se vea casi "de postre". Así y todo, valen la pena algunas consideraciones:
Desde su inicio, se percibe en Argentina, 1985 esta presentes frente a una película trasciende lo cinematográfico, un juicio que merecía ser llevado a la pantalla grande pero cuya mano maestra de Santiago Mitre en la dirección, más Mariano Llinás colaborando en el guión logran darle la impronta que se merece semejante hecho histórico del país
La historia la escriben quienes se animan a hacerlo, más allá y a pesar de absolutamente todos. Julio Cesar Strassera fue una de esas personas, quien con Luis María Ocampo y un equipo de jóvenes se pusieron al hombro uno de los juicios más importantes. El mismo fue retratado en Argentina 1985, el film más esperado del año, ganador del premio del público en el Festival de Cine de San Sebastián y que nos representará en los próximos premios de la Academia (Oscars). Se estrena en cines el próximo jueves 29 de septiembre. Dirigida y co-escrita por Santiago Mitre y Mariano Llinás, la película se enfoca en las figuras de los fiscales Julio Strassera (Ricardo Darín) y Luis María Ocampo (Peter Lanzani) que en 1985, a través del decreto del entonces presidente Raúl Alfonsín, enjuician a la cúpula de la junta militar de la última dictadura por medio de la justicia civil. Algo único en la historia mundial. Uno de los puntos altos de la cinta es la recreación de la época; desde lo más visible -las cabinas de teléfono público- hasta lo no tanto -las luces de la calle-, el espectador logra visualmente adentrarse en la película, tal como lo mencionó el director en la conferencia de prensa. Mucho también se ha hablado del humor incorporado a la trama, el cual nunca choca ni deja en segundo plano lo que se está contando. Al contrario, aporta esa cuota de respiro que permite hasta un mayor impacto emocional. Convengamos que el ser humano tampoco está exento de bromear en las etapas más oscuras de su vida. Es la dinámica y el vínculo entre el trío conformado por Darín, Lanzani y Alejandra Flechner -quien interpreta a la mujer del fiscal Strassera- que Argentina 1985 sabe cómo interpelar a su audiencia. Todo lo anterior no sería posible sin el talento de estos tres actores. Para sacarse el sombrero. Todo lo relacionado con los testimonios del juicio en sí es una película aparte y hay que aplaudir la capacidad de edición de esa secuencia, porque llega a destino de una forma maravillosa lo que podría haber sido muy pesado en manos de otra persona. Además de incorporar material de archivo para que quede como si hubiera salido todo del mismo rollo. Increíble. En conclusión, este es el mejor film para recordar cómo llegamos a donde estamos. El juicio a las juntas fue un momento cumbre y fílmicamente se lo trata como tal. Con momentos que emocionan , ponen la piel de gallina y demuestran la verdad de lo que canta Charly en Inconsciente Colectivo: “…la libertad siempre la llevarás / dentro del corazón. / Te pueden corromper, te puedes olvidar / pero ella siempre está”.
La importancia de hacer historia, con Ricardo Darín y Peter Lanzani La película de Santiago Mitre revive el juicio a las juntas militares desde una narración clásica que enaltece la necesidad de contar la historia para preservar la memoria. Con inteligencia el guión de Santiago Mitre y Mariano Llinás (El estudiante, La patota, La cordillera, Pequeña flor) sobre el juicio a las juntas militares, relata un hecho bisagra en la democracia y en la historia argentina. Pero Argentina, 1985 (2022) no es un cine testimonial del estilo de los producidos en los años ochenta sino una película de género, con el poder narrativo que esto implica. Sigue la estructura del film de juicios y el thriller político para adentrarnos con tensión y fluidez argumental en el suceso descripto. La narración clásica también implica que nos identificamos con el protagonista, en este caso el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín), quien debe hacerse cargo contra su voluntad de acusar a la junta militar de terrorismo de Estado. En él reposa el punto de vista del relato, un hombre que vive en un modesto departamento en la Ciudad de Buenos Aires con su esposa y dos hijos entrando en la adolescencia. Un típico ciudadano de clase media argentina, como el potencial espectador del film. "La clase media siempre termina apoyando los golpes militares, a ellos tenemos que convencer”, dice Strassera a su joven colaborador Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), mientras se muestra a lo largo de la trama la buena imagen que mantenían las fuerzas en 1985. Esto ubica al fiscal en una suerte de héroe solitario, peleando contra molinos de viento para llevar a cabo un juicio justo y necesario para la sociedad argentina. Otra estructura de género ambientada en la Argentina post dictadura con los servicios operando. Pero quizás el mayor valor de Argentina, 1985 sea promover la necesidad de contar la historia reciente. Hay varias escenas donde van a suceder situaciones, la reunión de Strassera con el presidente Raúl Alfonsín o el encuentro de los jueces debatiendo las condenas en una pizzería, apenas insinuadas. Las escenas se reconstruyen luego al ser “narradas” de un personaje a otro. El acto de relatar los hechos y elaborar sentido se vuelve fundamental para el film desde su propia construcción. Por otro lado, es destacable la manera del guión de establecer los puentes hacia el pasado y hacia el futuro. Strassera tiene un vínculo especial con su mentor (Norman Brisky) y con su hijo, ambas figuras fundamentales para las trascendentales decisiones tomadas en el juicio. La enseñanza del pasado y la esperanza del futuro solidifican el contundente mensaje de “Nunca Más” expuesto por el film.
Esta gran película realizada por Santiago Mitre y con un guión minucioso, refinado y preciso escrito por el director y Mariano LLinás, será, ya es, un film imprescindible para los argentinos. Una empresa llevada cabo por una gran conjunción de talentos que recrea e instala con orgullo a ese único caso en el mundo donde un tribunal civil juzgo a tres juntas militares, que ejercieron el poder al que llegaron por la fuerza e instrumentaron una maquinaria de secuestros, asesinatos, torturas y apropiación. La película se estructura mostrando al fiscal Julio César Strassera en su intimidad, como un oscuro abogado del estado, que no tuvo sobresaliente actuación durante el proceso, la película lo deja insinuado, que recibe una tarea enorme, que teme ser utilizado y que siente que no es el Goliat que se convertirá en David, aunque así paso a la historia. La película instala con inteligencia y sobriedad el juicio en cuestión, ese del que los argentinos solo tuvimos imágenes mudas, en una misma toma, los testigos de espaldas, con el tribunal de frente. En la mejor tradición del respetado cine de Hollywood sobre juicios, toda esa reconstrucción funciona a la perfección, desde la elección de los actores para encarnar a los acusados, al testimonio desgarrador de Adriana Calvo Laborde, muy bien interpretado por Laura Paredes, todo fluye, discreto, seco, provocando la más genuina emoción. Lo terrible que ocurre en ese tribunal se humaniza con la vida de Strassera y su familia, el clima de amenazas constantes y la lógica paranoia, las presiones que soporta el casi recién estrenado régimen democrático, los intentos de manejar al fiscal. Esa familia que aporta lo cotidiano, el necesario humor para descomprimir, encuentra el Alejandra Flechner, Gina Mastronícola y especialmente en la revelación que es Santiago Armas Estevarena a los intérpretes perfectos. El otro eje es la creación del equipo, la llegada de Luis Moreno Ocampos (en un muy buen papel de Peter Lanzani) y en la manera en que reclutan a un equipo joven, de recién recibidos abogados o estudiantes de derecho que recorrerán el país y buscaran incansables los testimonios de los sobrevivientes. Ricardo Darin entrega una actuación para el aplauso, ese concepto de menos es más, en una elaboración contenida y emotiva, hace crecer con la fluidez que tiene toda la película a ese hombre gris en héroe de convicciones sólidas. Un valiente que merecería ser más recordado y homenajeado. También es bueno destacar las intervenciones de Carlos Portaluppi y del entrañable Norman Briski, como mentor de Strassera. En suma un film que llega a conmover con las mejores armas, realizado con la suma de todos los talentos técnicos que no buscan sobresalir pero que dieron sobriedad y creatividad, y que recomendamos a todas las edades. Se merece transformarse en un éxito.
Cuando una película está basada en hechos históricos reales no hay mucho que agregar. Sólo queda ajustarse a los relatos y crónicas de lo sucedido y, desde allí, es obra del director darle el vuelo correspondiente para imprimirle su sello y no caer en el género documental, que no está mal pero no tiene la poética de un filme. Por eso no debe haber sido casual que la historia de cómo el fiscal Julio Strassera hizo para llevar a juicio a los jerarcas de las más reciente dictadura militar argentina haya sido la elegida para contar en `Argentina, 1985'. De todos los relatos posibles sobre la etapa más negra de la historia argentina, el director Santiago Mitre eligió este que se podría decir que es el más esperanzador y lindo si se quiere, entre tanta oscuridad. La película -preseleccionada para el Oscar- muestra el trasfondo de la vida de Strassera, recreado por Ricardo Darín en un papel consagratorio. El fiscal era un ser muy peculiar y Darín supo leerlo, con sus mañas, sus miedos y su profundo amor por su profesión y por la Justicia. Se deja en claro que su motivación no era el fanatismo político sino que obró movido por la necesidad imperiosa de llevar al banquillo a quienes secuestraron, mataron y asesinaron a personas inocentes en la mayoría de los casos y los que no, tenían derecho a un juicio justo. La comunión Darín-Mitre -que ya se había dado en 2017 en `La cordillera'- es tangible en `Argentina, 1985'. Así como se dice que a Lionel Messi se le arma el equipo en función de explotar al máximo sus virtudes, con Darín parece ocurrir lo mismo, más aún con él y su hijo `Chino' formando parte de la producción con Kenya Films. Como ladero tiene Darín a Peter Lanzani, quien da vida al fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo, un joven abogado que proviene de una familia de militares a cuya madre no le hace ninguna gracia que su hijo sea una de las caras visibles del juicio. De hecho, esa línea argumentativa del filme es una de las más ambiciosas -por no decir fantasiosas- por el cambio de pensamiento que termina teniendo la matriarca. `BUDDY MOVIE' Así que es que la dupla de Darín y Lanzani transforma a `Argentina, 1985' en una buddy movie épica, unidos en la titánica labor no sólo de intentar meter tras las rejas a los genocidas sino de exponer por primera vez a todo el país y ante un tribunal las atrocidades cometidas en boca de sobrevivientes. Una de las claves del largometraje es la humanidad de los protagonistas. Son seres comunes y corrientes con, en el caso de Strassera, una familia detrás que temía por su vida. En este punto, Alejandra Flechner como su esposa y Santiago Armas y Antonia Bengoechea como sus hijos, protagonizan las escenas más conmovedoras y también desopilantes. Porque sí, `Argentina, 1985' tiene momentos de comicidad excelentes que ayudan a descomprimir la parte más pesada del relato. Y ese también es un mérito del elenco joven, que recreó a los ayudantes recién recibidos de Strassera, quienes tuvieron que trabajar contrarreloj para llevar las pruebas al juicio. A diferencia de otras películas de la dictadura, el largometraje escrito por Mitre y Mariano Llinás no abusa del golpe bajo. Pero la crudeza de los testimonios habla por sí sola y los que dan cátedra también son Claudio Da Passano, Carlos Portaluppi, Héctor Díaz y Alejo García Pinto en roles secundarios pero contundentes. MEMORIA Filmada en locaciones de la Cámara Nacional de Apelaciones, donde sucedió el juicio en la vida real, es una película que busca convencer, no es imparcial, se apoya en la premisa de que todo ser humano merece un juicio justo y no teme a tildar de `fachos' a los represores y sus simpatizantes. Y que una figura tan mainstream como Darín -que siempre se ha mantenido muy cauta a la hora de hablar de política- se haya prestado a protagonizarla, no hace más que darle aún más credibilidad a esos conceptos. Esta suerte de héroes de carne y hueso unidos para hacer justicia es un poco romántica tal vez. Si bien la atmósfera oscura y algo sórdida de los primeros años de democracia está, algunas cuestiones lucen un poco endulzadas. Sin embargo, eso no le quita el mérito a `Argentina, 1985', un ejercicio de memoria de una historia que merecía ser revisitada para los que la vivieron y contada a las nuevas generaciones.
El cine clásico como vehículo político La imposibilidad de tomar distancia de hechos demasiado cercanos y dolorosos no es obstáculo para que Mitre, el coguionista Mariano Llinás y la dupla Ricardo Darín-Peter Lanzani encarrilen una película necesaria, que elude las posibles trampas de su tema. Pasaron 37 años desde el juicio a las juntas militares que gobernaron durante la última dictadura en la Argentina, entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983. Y aunque eso pudiera parecer mucho tiempo, en realidad no lo es en términos históricos: se trata de hechos que son contemporáneos para, más o menos, la mitad del país. Es decir, no hay distancia para pararse frente a ellos sin que cuestiones emocionales, de la memoria e incluso físicas, afecten el vínculo que se tiene con aquel hito tan reciente. Es imposible percibir a Videla o a Galtieri, pero también a Julio Strassera, el fiscal que llevó adelante la acusación contra los dictadores, como se percibe a los miembros de la Primera Junta de 1810. Imposible reducirlos al carácter de figuritas de la revista Billiken: sus actos, atroces en un caso, nobles en el otro, forman parte de la vida de los millones de argentinos que estuvieron ahí, que saben lo que pasó, que lo sufrieron y lo condenan. También estuvieron ahí los que aún lo minimizan o lo niegan. Por eso también resulta imposible tomar distancia de Argentina, 1985, séptima película del cineasta Santiago Mitre, en la que se recrean las circunstancias que rodearon a aquel juicio. Porque aunque se trata de una ficción basada en hechos reales, su visión ha sido necesariamente recortada y manipulada para cumplir de la mejor forma con sus fines dramáticos, y será difícil para muchos hacerle esa concesión. Es difícil verla de forma aséptica, sin pretender que su relato coincida con el de la propia memoria, porque en ella se muestran hechos que todavía ocupan el núcleo central de lo que significa ser argentinos en 2022. ¿Cómo ver una película que cuenta lo que uno sabe, porque se estuvo ahí para ser testigo? Es cierto que todo acto de expresión es un hecho político y Argentina, 1985 es, en efecto, una película política a la que resulta oportuno abordar y discutir políticamente. Por eso ya aparecieron, de un lado y del otro, los que buscan usar el trabajo de Mitre para acarrear agua sucia a sus molinos: que el peronismo, que la Conadep, que Strassera en la dictadura, que los dos demonios, que el negocio de los derechos humanos. En ese sentido, la película resulta noble, en tanto se limita a plantear algunas dudas, para concentrarse en el relato de los hechos más duros vinculados con el proceso mismo y la investigación realizada por el equipo que lideraban el propio Strassera y su adjunto, Luis Moreno Ocampo, interpretados con enorme solvencia por Ricardo Darín y Peter Lanzani. Desde el guion, escrito otra vez junto a Mariano Llinás, Mitre toma la decisión de hacer eje en el hecho jurídico, convirtiendo lo político en un halo que lo envuelve como una burbuja cada vez más asfixiante. Como la realidad misma. Pero Argentina, 1985 no elude plantear situaciones abiertas al debate. De hecho, desde El estudiante, su ópera prima en solitario de 2011, hasta La cordillera (2017), Mitre siempre se encargó de hacer que sus películas dejaran espacios para la charla y la discusión más allá de la pantalla. Pero con la responsabilidad de evitar alzar el dedito, sin ánimos de que su película se convierta en un juicio contra nadie más. Por eso es posible decir que lo que en ella se cuenta (y cómo se lo cuenta) puede resultar oportunamente didáctico para la otra mitad del país. La que integran los jóvenes que no estuvieron ahí para dar fe, para quienes aquellos hechos atroces ya empiezan a fosilizarse en los libros de historia. Ayuda a eso el hecho de que Mitre, como en casi todas sus películas, utilice el molde y los recursos del cine clásico para contar la historia. Con ello facilita que cualquier espectador pueda conectar con la historia que se cuenta. Ahí se encuentra la razón para no renunciar a utilizar el humor, aun cuando su película aborda los hechos más abyectos de la historia argentina. Por eso no desestima la potencia de géneros como el thriller o el cine de acción, que le dan al relato un marco narrativo del que es fácil apropiarse. Es posible que en ese gesto estético, en esa abierta voluntad popular, se encuentre el mayor acto político de Mitre como cineasta.
Un relato honesto, con humor y sin fisuras, de un juicio que cambió el país El film de Santiago Mitre evade el trazo grueso y también la glorificación de los protagonistas, ensalzando el trabajo colectivo del equipo encabezado por los fiscales Strassera y Moreno Ocampo, así como la violencia, las tensiones y la incredulidad que acompañaron el desarrollo de la investigación Qué difícil es para una persona que entiende al cine, principalmente, como un vehículo de entretenimiento decir que una película es “necesaria”. Y sin embargo sí, Argentina, 1985 es una película necesaria. Por su historia, por el momento en el que se estrena, por su repercusión a nivel mundial; y hasta necesaria para los que vendrán, aquellos a los que les es imposible imaginar una vida por fuera del marco democrático. Pero la hubo, y late en las imágenes concebidas por Santiago Mitre y elevadas por Ricardo Darín y Peter Lanzani; sin trazo grueso pero con la fuerza de un pasado que todavía golpea duro. El Juicio a las Juntas, que se llevó adelante para condenar a los responsables de la dictadura militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, nació envuelto en un manto de incredulidad. Con los años de represión todavía en carne viva, ¿cabía en la cabeza de alguien la idea de que se podía llevar a juicio a quienes habían ostentado el poder represivo durante tanto tiempo? Sí, en la del fiscal Julio César Strassera, el “loco” como lo apodaban sus colegas, el que al principio quería mantenerse al margen de una situación que lo sobrepasaba. Y con esa convicción del “por las dudas no te metás”, Argentina, 1985 presenta a su protagonista. El Strassera que compone Ricardo Darín en el cénit de su carrera profesional es un hombre con dudas, pero entregado a un ideal de justicia por sobre todas las cosas. Incluso por sobre sí mismo. Aunque de entrada está claro que el fiscal va a ser el hilo conductor y motor de la historia, Strassera (como sucedió en la vida real) no podría haber llegado tan lejos si no fuera por quienes lo acompañaron. El primero es Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) por entonces un joven fiscal adjunto con más entusiasmo e intuición que estrategia. Presentados ambos personajes, el guion de Mitre y Mariano Llinás podría haber caído en el lugar común del maestro y el discípulo; y la verdad es que no habría estado mal. Pero no, porque el propósito detrás de Argentina, 1985 no es el de sucumbir a los cánones de un género. La intención que se adivina desde el principio y se confirma hacia el final es la de conectar con una realidad histórica, contundente y tácita. Si entonces no hubo un héroe, sino el trabajo de mucha gente en pos de un único objetivo, ¿por qué la ficción iba a ser distinta? Y de esta pregunta retórica surge la idea de un protagonista omnipresente. El film se toma su tiempo para destacar el trabajo de Moreno Ocampo, y su entrega total aun por sobre el resentimiento de su propia familia. También el de un grupo de jóvenes abogados (entre los que se destaca la debutante Almudena González) que abrazan la causa ante el miedo o la connivencia de aquellos de mayor experiencia- en una certera metáfora sobre el rol decisivo de las nuevas generaciones frente a cualquier utopía posible que se intente llevar adelante. Estas y otras ideas se instalan en la historia, sin la presencia de ese protagonista conductor. Pero igualmente Strassera está, siempre está. El resto es historia conocida: la crudeza de los testimonios, los aprietes, las miserias, y aquel cierre de alegato: “Señores jueces, nunca más”. Uno desde la platea sabe lo que va a pasar, pero la solidez de la película en todos sus rubros lleva a que vuelva a doler, a que vuelva a emocionar, a que se complete un viaje al pasado de palabras, imágenes y objetos. Y como contracara el humor, que también está presente atravesando al que mira; aunque claro, ni en forma de gag ni como alivio de un momento previo de tensión dramática, sino como componente orgánico de la realidad que atraviesa a los personajes y a la sociedad. Un mecanismo inconsciente para hacer más llevadera la cotidianidad, la de entonces y la de ahora. No hay fisuras en el relato de Argentina, 1985, tampoco una pretensión de posteridad a pesar del excelente recorrido que tiene y seguramente tendrá a nivel internacional. Sí, lo que devuelve la pantalla es un relato honesto, lo suficientemente fiel a la realidad para convertirse en un testimonio de época, y lo suficientemente infiel como para funcionar a nivel dramático y creativo. En el medio, el ejercicio de la memoria como disparador del debate para hijos, para nietos, para aquellos que nacieron en una Argentina democrática y, por ende, necesitan reconstruir su pasado. Para saber de dónde vienen, y también a dónde no volver nunca más.
La frase “película necesaria” en una crítica de cine es medio cliché, pero bueno, también puede ser una realidad. Argentina 1985 no solo es un film necesario e imprescindible, sino que también entra en el top ten de los mejores largometrajes realizados en el territorio en las últimas décadas. Es contundente, emociónate, adrenalínico e incluso épico.Y tiene una perfecta lógica que así sea ya que estamos hablando de uno de los mayores y más importantes juicios en la historia de la humanidad, ni hablar de la historia argentina. Santiago Mitre ejecuta a la perfección una tarea muy difícil ya que condensar en apenas más de dos horas tantos testimonios y personajes históricos no era salgo sencillo. El guión de Mariano Llinás (también co-escrito por Mitre) es matemático en ese sentido y funciona como un reloj. Y no por ello es frío, sino todo lo contrario. Te emociona hasta las lágrimas en más de una ocasión, te indigna y también te hace reír. Y esa es una de las grandes sorpresas de la cinta ya que nadie se esperaba humor por el tipo de historia que relata. Pero la dupla Mitre/Llinás cuadraron diálogos muy bien puestos en momentos claves para descomprimir un poco y también enriquecer aún más a los personajes. Y aquí es donde tenemos que hablar de Ricardo Darín, de la que tal vez es la mejor actuación de toda su carrea y sin dudas la más importante. Julio Strassera era un hombre con modos (y humor) muy particular y el gran actor argentino lo elevó, lo convirtió en mito. El impresionante alegato final, aquel que dependiendo la edad que tenga quien lee esta reseña lo habrá visto en vivo en archivo. Es una de las escenas más emocionantes de la historia del cine argentino. Y Darín está a la altura. Acompaña de manera excelente quien se ha convertido en el actor líder de su generación: Peter Lanzani. Su interpretación de Luis Moreno Ocampo es soberbia y descomprime muchas situaciones. Lo mismo sucede con el reparto de jóvenes fiscales, gran casting de actores y actrices jóvenes para tenerlos muy en cuenta a futuro. En cuanto a la producción, debe ser la mejor recreación de época hecha en el cine argentino, pero más que nada por los detalles y no por su grandilocuencia. Mitre deja la vara altísima en su propia filmografía y este film recién arranca un recorrido (Oscarizable) del cual estaremos hablando mucho tiempo.
Con la gran dirección de Santiago Mitre y un estupendo guion del propio Mitre y Mariano Llinás, #ARGENTINA1985 comienza poniendo en contexto la oscura historia que vivió nuestro país entre 1976 (cuando comenzó la Dictadura de Jorge Rafael Videla) y 1983, cuando finalmente nuestro país recuperó la democracia. Esos tristes años en los que la Junta Militar tomó el poder, trajo como consecuencia 30.000 personas desaparecidas. La película retrata el Juicio que duró cinco meses en el que se escucharon escalofriantes testimonios de 833 testigos ante la presencia de los nueve comandantes acusados de dichos crímenes y torturas. Por supuesto, hay una selección escasa pero contundente de los relatos que se exponen ante el Tribunal. El Fiscal Julio César Strassera (Ricardo Darín) es quien lleva adelante el caso y para ello, se rodea de un grupo de jóvenes apasionados que aúnan esfuerzos junto al quien fuera designado co-asesor- un joven Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani)- quien se debate entre lo que considera justo y el peso de una familia militar. El grupo trabaja sin descanso buscando pruebas y testimonios, lidiando con amenazas hacia ellos y sus familias, que no los doblegan, aunque están atentos. En el largometraje se ven testimonios sacados de la realidad, crudos y dramáticos con los cuales es imposible no empatizar. A su vez, se muestran momentos de la vida diaria de la familia Strassera y cómo resisten el día a día con el miedo latente de lo que podría pasarles. Es evidente que no fue fácil para Strassera ni para ninguno de su equipo de trabajo afrontar tamaño desafío. Hay una gran recreación de época, a cargo de Micaela Saiegh y actuaciones memorables de todo el elenco en el que se destacan Darín y Lanzani, quienes ofrecen trabajos sencillamente perfectos. Vean cine en el cine, aquí valen cada uno de los 140 minutos. El alegato final es apasionante, suma tensión y va a quedar en la memoria de todos los que vimos esta maravillosa película. Impecable en sus rubros técnicos, #ARGENTINA1985 nos recuerda lo importante de la Democracia, la Verdad, la Justicia, el "No Olvidar" y el "Nunca Más".
En 2011 Santiago Mitre estrenó El estudiante, que había rodado casi sin presupuesto a lo largo de muchos fines de semana en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Una década más tarde, el director filmó Argentina, 1985 con el apoyo de un gigante del streaming (Amazon Prime Video) y de varios influyentes productores (desde Victoria Alonso, ejecutiva top en Marvel, hasta Axel Kuschevatzky, pasando por Ricardo y Chino Darín). La única similitud es que ambas se hicieron sin subsidios del INCAA (en el primer caso, porque el proyecto no entraba dentro del esquema industrial; en el segundo, porque se financió con las espaldas de Amazon y el streamer optó por no pedir dineros públicos), pero lo real es que cualquiera de los planos callejeros de Argentina, 1985 (con su minucioso trabajo de ambientación de época y su imponente despliegue de efectos visuales) o los derechos de de las canciones (Salir de la melancolía, de Serú Girán; Lunes por la madrugada e Himno de mi corazón, de Los Abuelos de la Nada; o Inconsciente colectivo, de Charly García) deben haber costado lo mismo o más que toda aquella tan artesanal ópera prima. El “arco” de Mitre desde sus modestos inicios (en 2005 participó, por ejemplo, en el film colectivo El amor, primera parte) hasta esta ambiciosa reconstrucción del Juicio a las Juntas puede compararse al de Julio César Strassera (interpretado por Ricardo Darín), un gris funcionario judicial que ingresó en 1976 como Secretario de Juzgado y, ya como fiscal, no tuvo durante el Proceso de Reorganización Nacional una actuación precisamente destacada ni valiente (algo que el film esboza en un par de escenas). Sin embargo, cuando muchos creían que no iba a estar a la altura del desafío, en 1985 lideró la acusación a las tres juntas militares en el que es considerado el primer caso de este tipo en el mundo a cargo de un tribunal civil. Más allá de las connotaciones, idiosincracia y referencias locales, Argentina, 1985 remite a un clasicismo propio de la mejor tradición hollywoodense. En la figura de Strassera, pero también en la de su asistente Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) y los muchachos y muchachas (estudiantes, flamantes egresados o inicipientes funcionarios judiciales) que fueron reclutados de apuro para llevar a cabo en tiempo récord la investigación de los casos a utilizarse en el juicio (serían solo 709 de los 30.000), se apuesta a la figura del underdog, esos individuos o equipos con mínimas posibilidades de salir airosos y mucho menos campeones en lo suyo. En este caso, el triunfo consistiría en conseguir una pena para los genocidas en tiempos en que el gobierno de Raúl Alfonsín era sometido a todo tipo de presiones y amenazas de golpes de Estado. En varios sentidos, Argentina, 1985 puede verse también como una cruza entre las dos únicas películas nacionales que ganaron el premio Oscar: La historia oficial, de Luis Puenzo; y El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. Las consecuencias de la última dictadura, la dinámica interna tribunalicia y las implicancias íntimas y emocionales de situaciones de fuerte trascendencia social y política se mixturan con naturalidad a partir de un aceitado guion coescrito por Mitre y Mariano Llinás, que logra imprimirle además una necesaria veta humorística para descomprimir la tensión, oscuridad y la inevitable solemnidad de la faceta judicial. Los guionistas encuentran sobre todo en el universo familiar (pero también en un comic relief como el guardaespaldas Ormigga) el contrapeso ideal a las cuestiones políticas (a Alfonsín se lo escucha fuera de campo, pero no se lo ve, aunque figuras de la época como Antonio Tróccoli son duramente cuestionadas), judiciales (la reconstrucción de los alegatos es bastante minuciosa) o de seguridad (los grupos de tarea deambulando impunes en plena primavera democrática). Los aportes de Alejandra Flechner como Silvia, la esposa de Strassera; de Gina Mastronicola como la hija adolescente Verónica y sobre todo de Santiago Armas Estevarena (toda una revelación), como el hijo menor Javier, permiten dotar al relato de una dimensión más humana, capaz de generar una mayor empatía e identificación. Darín y Lanzani se lucen con interpretaciones contenidas, sin regodeos, ostentaciones ni imitaciones, porque los hechos hablan por sí solos y ellos no tienen que sobreactuar en plan súper héroes (aunque la dimensión heroica esté siempre en el sustrato). Y en papeles secundarios sostienen cada una de las escenas en las que participan el mítico Norman Brisky (notable como el Ruso, personaje puramente ficcional que funciona algo así como el mentor de Strassera), Carlos Portaluppi (León Arslanian, presidente del tribunal) o Laura Paredes (quien ofrece un desgarrador testimonio en pleno juicio), por nombrar solo algunas de las figuras destacadas que aparecen en el amplio elenco. Tras la muy audaz, deforme e incómoda Pequeña flor (una película de espíritu jazzero sujeta a la inspiración e improvisación), Mitre regala un film diametralmente opuesto (una perfecta sinfonía muy precisa y articulada). Del más desbordante cine de autor a otra en la que despliega como nunca el oficio de narrador con el thriller psicológico (paranoico), el drama familiar y las películas de juicio como marcos, Mitre logra que las casi dos horas y media de Argentina, 1985 fluyan con elegancia, sin estridencias y con una complicidad conseguida con recursos nobles. Algunos podrán decir que, yendo a lo seguro en materia de géneros clásicos y con los dólares de Amazon detrás, los desafíos de Mitre se allanaron respecto de cierta impronta más autoral y una factura más artesanal. Sin embargo, analizando la historia reciente del cine nacional, en la que sobran proyectos arriesgados a los que les cuesta conectar con el público, Argentina, 1985 surge como una auténtica rareza: una película hecha con plena concencia de sus objetivos, concebida con enorme profesionalismo, con ambiciones de llegada popular y sin por eso arriar jamás las banderas de la calidad: 140 minutos que se disfrutan como los cuentos bien narrados. Con sorpresas, miedo, risas y, finalmente, genuina emoción.
La palabra verdad aparece en varias oportunidades, tanto en la boca de los protagonistas como escrita en las imágenes de Argentina, 1985. Como si esa fuera la cuestión central, troncal detrás de la cual van los fiscales Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) en el histórico Juicio a las Juntas militares de la última dictadura, por las graves violaciones a los derechos humanos. La tarea de la dupla fue entre mesiánica e impensada en una democracia que recién nacía, y nadie esperaba que se sentara en el banquillo de los acusados a los militares. Ni el propio Strassera, que junto a Moreno Ocampo reunió a un grupo de jóvenes sin experiencia, pero con ganas, para buscar pruebas de que todo había sido armado por los 9 miembros de las Juntas, cuando pocos empleados de la Justicia se atrevían a hacerlo. Pero si Argentina,1985 es, sí, un filme que transcurre mayormente en el ámbito judicial -una película “de juicio”, diríamos-, tiene los pies también en el entorno cotidiano de los fiscales y los suyos. Eso le da amplitud al registro del relato. Lo acerca al espectador, y no solo al argentino. Ficción y realidad La película de Santiago Mitre es rigurosa cuando las acciones transcurren durante el Juicio en la Sala, y se permite indagar y ficcionalizar cuando la cámara no está allí. Primordialmente en el hogar -sí, digamos el hogar, no la casa- de los Strassera. La influencia que la esposa (Alejandra Flechner) y sus hijos (Santiago Armas Estevarena, Gina Mastronicola) ejercen, tal vez sin querer, sobre él cuando el protagonista se siente entre vencido y con un cauto optimismo acerca de si podrá llevar la verdad al Tribunal, para que se imponga, es el principio en el que se apoya el fiscal. “Los tipos como yo no somos héroes”, dice Strassera, palabra más, palabra menos. Es un tipo hosco, desconfiado, que va siempre tras la verdad -de nuevo-, que quiere un juicio justo para quienes no hicieron lo mismo durante la dictadura y que hasta manda a seguir a su hija adolescente… por su otro hijo, para ver en qué anda en sus asuntos sentimentales. Y el guion del director, que coescribió con Mariano Llinás, se permite el humor en más de una ocasión, para descomprimir, pero a la vez para desacralizar, para acercar al espectador y relajar tensiones. La construcción de los personajes, sea con pinceladas o diálogos -el que mantiene telefónicamente Moreno Ocampo, que provenía de una familia de militares, con su madre, por ejemplo- es esencial en un filme que se nutre de recursos del cine más clásico, de aquí y del Hollywood de la época de oro. Santiago Mitre debutó en el largometraje en solitario con la independiente El estudiante, se afianzó con La patota, se probó en un cine más comercial con La cordillera, y exploró el cine de género con la comedia de horror Pequeña flor, estrenada este mismo año. Argentina, 1985 lo muestra afianzado y le permite que cuando apele a los aportes humorísticos el filme no pierda su rumbo. Es una apuesta riesgosa, pero que termina satisfactoriamente. La dupla que componen Darín y Lanzani es notable, pero todo el elenco, desde los personajes más anecdóticos al que compone Laura Paredes (el testimonio de Silvia Castro es estremecedor) están tan bien interpretados que no parecen actuados. El alegato de Strassera, desde entonces considerado una pieza histórica, se sigue en todas las funciones que presencié en absoluto mutismo por el público. Y el “Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más” es seguido por aplausos, que tapan el silencio en la banda de sonido que decidió Mitre para acompañar esas imágenes posteriores de aclamación en la Sala del Tribunal. De celebración. Los estadounidenses denominan crowd-pleaser a los filmes que cautivan o complacen a una multitud, y es un término que le cabe acabadamente por ese momento a la película. Los ojos de Javier, el hijo de Strassera, están ahí, presentes, como en varios momentos cruciales del relato. Es en esa generación donde está la esperanza a la que, primordialmente, apunta Argentina, 1985 para que el Nunca más sea más que una expresión de deseo.
Argentina, 1985, ganadora del Premio del Público en el Festival de San Sebastián, es la segunda colaboración entre Santiago Mitre como director y Ricardo Darín como protagonista, donde interpreta al fiscal Julio Strassera. Y lo acompañan Peter Lanzani, Alejandra Flechner, Carlos Portaluppi y Norman Briski, entre otros. La historia, coescrita entre su director y Mariano Llinás, se centra en la figura de Julio Strassera, y su desempeño dentro del juicio a los líderes de las Juntas Militares tras la firma del decreto del por entonces presidente Raúl Alfonsín. Quien junto al fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo (Lanzani) y un equipo de jóvenes abogados, deben trabajar a contrarreloj para conseguir las pruebas necesarias, y siendo víctimas de constantes amenazas anónimas. En primer lugar, es necesario destacar el trabajo de Ricardo Darín, en la mejor actuación de su carrera, una vez más como el hombre común, que al igual que Román Maldonado de Luna de Avellaneda, encabeza una cruzada épica en reclamo de justicia. Construyendo un personaje complejo, que hace chistes para disimular sus temores, solo revelados a su esposa en un momento de intimidad. Dejando en claro que se trata de un ser humano que existió en realidad, y no de una figura mítica cuyas acciones no dan lugar a discusión y sus líneas de diálogo se reducen a una serie de frases célebres. Porque el mayor acierto de su director radica justamente en esta humanización de todos los personajes, utilizando recursos propios del cine clásico de Hollywood. Lo que, sumado a un diseño de producción atento a los detalles de época, como los teléfonos públicos, y que evita caer en el cliché, capta con facilidad la atención de los espectadores. Permitiendo mediante efectivos gags verbales aliviar la tensión generada por las angustiantes situaciones, que transcurren a su vez en ambientes donde la abundancia de planos detalle y escasa iluminación generan una sensación de claustrofobia. A los que hay que sumarle el uso de recursos extra diegéticos, como las imágenes de archivo televisivo, y los créditos con formato de máquina de escribir En conclusión, Argentina, 1985 es la mejor película de Santiago Mitre, ya que refleja con fidelidad cómo aconteció uno de los juicios civiles más importantes de la historia de nuestro país. Además de volvernos a recordar la necesidad de seguir haciendo efectivo aquel Nunca Más a la violencia política en la actualidad, sin distinción de ideología política.
Crítica de "Argentina, 1.985" para el programa "Aventura para la tierra de uno" por Nacionall Folklórica
"Restaurar la patria" Luego de su reciente selección por la Academia de Artes Cinematográficas Argentina para representar al país en los Premios Oscar, Argentina 1985, se estrena en las salas de cine. Por Denise Pieniazek Luego de su exitoso estreno en la última Bienal de Venecia, en donde obtuvo dos distinciones –FIPRESCI, SIGNIS- y de ganar el premio del público en el reciente Festival de Cine de San Sebastián, la película Argentina, 1985 se estrena comercialmente en 233 salas de todo el país. Dicho filme, resultado de un arduo proceso de cuatro años, a cargo de la frecuente dupla creativa compuesta por Santiago Mitre y Mariano Llinás (El estudiante, La patota, La cordillera y Pequeña Flor), está inspirado en hechos reales concernientes al juicio a las juntas de la dictadura militar argentina llevado a cabo en 1985, durante el gobierno democrático del presidente Raúl Alfonsín.La narración se centra en la investigación y el accionar de los fiscales Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), quienes a pesar de las amenazas y presiones constantes tuvieron la valentía de llevar a cabo semejante tarea. El relato inicia en 1984, con una Argentina todavía compungida por el terror de estado sembrado por el golpe militar. El experimentado fiscal Strassera es designado junto con un joven fiscal adjunto Moreno Ocampo, para reunir la evidencia contra los nueve líderes de las tres armas que integraron las juntas: Videla, Agosti, Massera, Viola, Graffigna, Lambruschini, Galtieri, Lami Dozo y Anaya. El discurso presenta económicamente a los dos protagonistas -y “héroes”- de esta historia. Strassera es un hombre de principios, formal, que parece ser la conexión, o punto medio, entre dos generaciones diversas, el pasado y el futuro. En cuanto a lo personal, Julio pertenece a la clase media e integra una familia tipo junto con su esposa Silvia (Alejandra Flechner), y sus dos hijos Verónica y Javier. Por otro lado, Moreno Ocampo, como todo joven cree que el cambio es posible, a pesar de que proviene de una familia acomodada, con tradición militar y cristiana. Dicho personaje vendría a ser la “oveja negra” de su familia, por disentir con la instaurada ideología fascista. Se volverá sobre los entornos familiares de ambos personajes más adelante. Los fiscales junto a un improvisado equipo de jóvenes entusiastas, que representan la ideología de las nuevas generaciones, recorren todo el país en busca de evidencia y posibles testigos. En dicho sentido, también se muestra el gran aporte de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). A partir de allí, la película puede catalogarse como una construcción tradicional del género denominado como trial movie. Respecto al tribunal -liderado por el personaje interpretado por Carlos Portaluppi- es necesario mencionar que también cuenta con la participación de Alejo García Pintos, quien se volvió célebre por su papel en otra conmovedora película sobre la dictadura militar, La noche de los lápices (1986, Héctor Olivera). A pesar de lo solemne del tema en cuestión, la película permite el regocijo del espectador a través del uso del sentido del humor, aludiendo acertadamente a ciertos modismos de nuestra cultura popular. En consecuencia, la comicidad funciona como comic relief para distender la tensión del espeso trasfondo político y social. Al respecto, se debe destacar el carisma actoral de Santiago Armas Estevanera, el jovencito que interpreta a Javier, el hijo menor de Strassera, designado por el relato como un “Strasserita”. En adición, es pertinente destacar la importancia de la familia en la representación. El crítico Claudio España, señaló la importancia del análisis de la “mesa familiar” a lo largo de la historia del cine nacional. En este caso, la mesa familiar de los Strasssera, evidencia el cambio de la tradición, abre paso hacia las nuevas costumbres y a un nuevo modo de ejercer la paternidad desde lo “compinche”. Es decir, que en esa vuelta a la democracia parece que se van desarticulando y transformando ciertas formalidades que dan lugar a nuevos espacios de intimidad y diálogos entre padres e hijos. Strassera y Silvia enseñan a sus hijos a valorar la libertad y la democracia. De modo tal que uno de los valores notables que transmite el filme es la posibilidad de criar a los hijos sin miedo. Por otro lado, también evidencia la aparición del televisor como un elemento que se incorpora a la vida familiar, y con ello el rol de los medios de comunicación. A contrapelo del humor, la enunciación también recurre a la emoción, y allí tiene un papel crucial el vínculo entre Moreno Ocampo y su madre. Como se ha mencionado anteriormente, Luis discrepa radicalmente con los ideales de su familia, y desea que su madre pueda cambiar de parecer, mientras que Strassera lo considera un esfuerzo en vano. Y aquí se vuelve al hilo emotivo de la narración -porque como es sabido el espectador de cine trabaja por acumulación- y si los fiscales logran persuadir a personas que comparten la ideología de la madre de Moreno Ocampo, todo lo demás parece ser posible. De igual modo, el clímax emocional del relato -conforme a una de las características propias del trial movie-, se construye en la escena en que el fiscal Strassera expone efusivamente su alegato, el cual está integrado por verdaderos fragmentos del texto original, y cuyo eje central es la historia de la violencia en Argentina. Como resultado, un hombre común, junto a su equipo integrado por personas comunes y corrientes, lograron marcar la bisagra del cambio de paradigma a través de un valor tan universal como la justicia. En adición, el largometraje retrata seres humanos ambiguos que se cuestionan a sí mismos, que poseen miedos y dudas. Por ejemplo, Strassera cree -erróneamente- que la historia no la hicieron “tipos” como él. En conclusión, Argentina, 1985 mediante una notable ambientación que logra recrear y transmitir el clima de la época, narra entretenidamente uno de los acontecimientos más importantes de la historia argentina. Hecho que merecía ser llevado a la pantalla grande (tanto poética como literalmente) y ser estrenado no sólo a través de una plataforma de streaming, sino también en salas de cine. Qué más democrático que seamos nosotros mismos como argentinos quienes contemos nuestras propias historias, porque la cultura permite conocernos mejor. Por último, se reitera que a partir del 21 de octubre la película podrá verse también en la plataforma de streaming Amazon Prime Video.
El director Santiago Mitre (“El Estudiante”, “La Patota”) nos brinda lo que resulta ser su mejor película, construyendo un conmovedor thriller político basado en hechos de la historia reciente, en términos de la humanidad, cuando Argentina inicio una transición titubeante de la dictadura militar hacia la democracia, tratando de restaurar una justicia solida e independiente. A vista de los últimos acontecimientos todavía no conseguido. El filme tiene su mayor logro en lo afectivo, en aquello que excede a lo exclusivamente inherente de la narración cinematográfica. Hay un pequeño desequilibrio, posiblemente necesario, entre la ficción construida y el reflejo de los sucesos de aquella realidad. Se siente suficiente
Mañana se estrena “Argentina, 1985”, de Santiago Mitre con Ricardo Darín y Peter Lanzani, sin duda el estreno nacional del año que viene precedido por el buen recibimiento de la peícula en diferentes festivales del mundo y que ayer, fue elegida por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina para que forme parte de la preselección para competir como Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar 2023. La película de Mitre centra su relato en el fiscal federal Julio César Strassera (Ricardo Darín), encargado de llevar adelante el juicio a las juntas militares por las violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura cívico-militar. Recreando de manera precisa el clima de época, “Argentina, 1985” tramite la tensión que tuvo que soportar Strassera junto a Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) y el resto del joven equipo que reunió el fiscal para la titánica tarea de demostrar que el terrorismo de estado tuvo como método la tortura, la desaparición de personas, la apropiación de bebés y la ejecución sumaria. El quinto filme de Mitre (Pequeña flor, 2021; La cordillera, 2017; La patota, 2015; El estudiante, 2011), escrito en colaboración junto a su habitual compañero de trabajo, Mariano llinás, cuenta de manera sencilla y potente el poder que todavía ostentaban los defensores de la represión, que justificaban, fue una reacción al accionar de las organizaciones guerrilleras. En ese sentido, la película aborda algunas de las complejidades de todo el proceso político-judicial de manera llana y evita otras inteligentemente, centrándose en la épica de ese grupo que logró encarcelar a los militares genocidas, una acción inédita en todo el mundo. “Argentina, 1985”, que cuenta con el notable trabajo de Ricardo Darín acompañado por un sólido elenco en donde se destaca Peter Lanzani, tiene una carga histórica y emotiva insoslayable para el público argentino, pero es posible que “Argentina, 1985” también tenga como virtud la universalidad del mejor cine industrial, con una producción que además del respeto sobre su significado histórico, puede verse como un thriller apasionante sobre un grupo de gente que tuvo la determinación y el valor necesario para buscar justicia. En ese sentido la distinción de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci) en el Festival de Venecia en donde compitió por el León de Oro y el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, además de la presencia en festivales de todo el planeta, es solo una muestra de que la película puede ser vista, comprendida y disfrutada por públicos diversos. Más allá de la polémica con la plataforma Amazon, uno de los productores de “Argentina, 1985”, que pretende que el filme esté disponible en salas solo 21 días, por lo que se redujo el número de pantallas a poco menos de la mitad prevista originalmente, son muchas las expectativas que penden sobre la película. «Esta película es cine argentino en estado puro. Principalmente es argentina, por más que esté Amazon Studios atrás. Rescata valores argentinos, director, guion y producción argentina”, dijo a Télam el presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, Hernán Findling » Creo que sería muy bueno tenerla nominada al Oscar. No solo por el premio en sí, sino por lo que puede representar para el cine nacional, aseguró Findling, poco antes de que la entidad confirmara la elección. “El Oscar te da mucha visibilidad y publicidad», concluyó el también productor cinematográfico.
Aplaudida y ovacionada por la crítica especializada en su recorrido por los festivales internacionales (San Sebastián, Venecia, Londres, entre otros), llegó a los cines el pasado jueves 29 Argentina, 1985, uno de los estrenos más esperados del año, no solo por su temática histórica que nos atraviesa como sociedad, sino también por su elenco de lujo, compuesto por Ricardo Darín, Peter Lanzani, Alejandra Flechner, entre otros reconocidos actores, y la dupla a cargo de su guión y dirección: Mariano Llinás y Santiago Mitre (La cordillera, Petite Fleur, entre otras). Argentina, 1985 es una película que retrata como el fiscal Strassera (Darín) y su ayudante, el fiscal adjunto Moreno Ocampo (Lanzani), se hacen cargo de la parte acusatoria en una de las contiendas judiciales más importantes en la historia de nuestro país: El juicio a las juntas militares en manos de la justicia civil. Con la dictadura aún muy presente en un novel gobierno democrático, la causa de las juntas militares es asignada a la fiscalía del Dr. Julio Strassera, quien tiene la tarea de acusar a Videla y a la junta de militares y probar así la culpabilidad de cometer actos de tortura, desaparición forzada de personas, asesinatos y crímenes de lesa humanidad. El clima sociopolitico en 1985 era complejo, los militares aún tenían mucho poder y nadie quería verse involucrado en el que se transformaría en uno de los juicios más importantes del siglo. En ese contexto, Strassera junto al novel Moreno Ocampo, comienza a formar un grupo de trabajo para preparar en meses la estrategia acusatoria y llegar a la etapa del juicio oral con toda la prueba y la contundencia que la causa exigía y parte de la sociedad esperaba. El trabajo de producción de la película es notable, así también como la tarea minuciosa en el guión. El filme recorre dos grandes ejes, en una primera parte se presentan los personajes, la vida intrafamiliar de Strassera y su tarea profesional, lo que le preocupa y dónde encuentra su fortaleza, quien es cada uno de los integrantes de su familia, cual es la situación social que se atraviesa y cómo decide prepararse para el juicio. En una segunda parte, la película se adentra en la etapa del juicio oral y el recorrido por los diferentes testimonios. Allí los testigos, frente a los jueces de la Cámara Civil, prestan declaración y narran las atrocidades a las que fueron sometidos, más adelante el desenlace de la película, que no vale la pena revelar aquí, por supuesto. Llinás y Mitre lograron un guión preciso, sólido, que tiene ciertos pasajes donde el humor encuentra su lugar con ciertas situaciones graciosas entre los personajes (incluso en el juicio), que se alterna con inteligencia y que funcionan como una distensión de la contundencia dramática que atraviesa sobre todo la segunda parte de la película e involucra a la audiencia con los diferentes testimonios basados en el expediente judicial, por ende tan ciertos como desgarradores. Darin (izquierda) y Lanzani (derecha), impecables en cada uno de sus roles. La dirección precisa de Santiago Mitre está presente en cada detalle: desde la recreación de época, el vestuario, las escenas íntimas de Strassera junto a su familia y las tomas con decenas de personas en los salones de tribunales. Cada mirada, frase y gesto tiene un sentido y construye parte del relato. La película está trabajada con un serio respeto hacia el tema que se toca y eso la hace invaluable. Párrafo aparte para el trabajo del elenco, todos ellos logran lucirse, es un gran equipo de profesionales comprometidos con lo que se cuenta y muy bien dirigidos por Santiago Mitre. Por otro lado cabe señalar que los rubros técnicos son impecables: diseño de producción, fotografía, música, todos fluyen y resultan armónicos con la historia. Argentina, 1985 es una película sobre el juicio más relevante de nuestra historia, pero también sobre como gente común puede unirse para realizar una tarea enorme y arriesgada, sobre cómo la familia actúa cómo sostén indispensable, sobre la importancia de tomar decisiones en momentos álgidos. No hay dudas de que esta película será recordada por todos los que la vean, pues está destinada a quedar grabada en nuestra memoria. Es sin dudas de lo mejor que se verá este año.
Eficacia narrativa y corrección política. ¿Una película sobre los delitos, crímenes y desapariciones cometidos por la dictadura cívico-militar 1976/1983 que sea éxito de público en la Argentina de estos tiempos? ¿Una historia de suspenso, no exenta de humor, que emplea como material las dificultades para juzgar a los autores de ese plan siniestro? ¿Una ficción sobre un hecho histórico que, a su manera y sin dejar de seducir al público, reivindica la democracia y recuerda lo reparadora que puede ser la Justicia cuando puede y quiere? ¿Ricardo Darín encarnando a un decidido enjuiciador de aquellos horrores? ¿Cineastas identificados con la renovación que algunos llaman Nuevo Cine Argentino (Mitre, Llinás) involucrados en una película narrativamente clásica y didáctica, que no le escapa a los temas del cine de los años ’80 al punto de transcurrir en esa época? Varias son las sorpresas que depara esta recreación de las circunstancias que rodearon el proceso judicial llevado adelante en Argentina en 1985, por el cual pudieron ponerse en el banquillo de los acusados –y finalmente condenarse– los integrantes de las Juntas Militares que detectaban el poder hasta unos meses antes, un hecho inédito en el mundo. Una de las particularidades de Argentina, 1985 es su corrección política y su habilidad para no poder ser utilizada como vehículo de reivindicación de alguna de las corrientes políticas que, en los últimos años, levantan agitadas discusiones (o, mejor dicho, acusaciones) a través de discursos crispados, tuits y apariciones en TV: todas las referencias a los acontecimientos reales, al presidente de entonces Raúl Alfonsín y al peronismo de los años 70/80, son discretas y cuidadosas. Esa cautela, ese delicado equilibrio, afortunadamente no impide que en un momento se mencione la cifra de desaparecidos que hoy algunos cuestionan, que aparezca en una grabación de la época la imagen de Estela de Carlotto, que ciertas personalidades sean mencionadas con nombre y apellido, que se deslice una referencia tal vez capciosa a la división de poderes (y que quien le quepa el sayo que se lo ponga), que se recuerde que nuestra clase media apoyaba los golpes militares, que se ironice sobre los fachos (término que hoy casi no se usa aunque los hay, incluso dentro de la política y del periodismo autoproclamado independiente), que en uno de los textos finales se mencionen las posteriores leyes de impunidad (fugazmente y sin entrar en detalles, pero no deja de señalarse). Sea que haya existido la intención de alzar el recuerdo del Juicio a las Juntas para bajar al kirchnerismo del sitio en el que (razonablemente o no, sería tema de discusión) se ubicó en la Historia por su defensa de los derechos de las víctimas del terrorismo de Estado, o la de recordarle a la sociedad la importancia que tuvieron los fiscales Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo (de 49 y 31 años años respectivamente, cuando comenzaron su trabajo a comienzos de 1985), así como de sus jóvenes ayudantes, o simplemente la de conseguir un sólido producto cinematográfico rescatando un hecho histórico del que ninguna ficción se había ocupado antes, lo cierto es que Argentina, 1985 es potente, seria sin ser solemne (y a pesar de la liviandad con que expone algunos acontecimientos), y, desde ya, más madura y responsable que otras exitosas películas argentinas recientes que maniobraron piezas de la sociedad argentina pasada o presente, como El secreto de sus ojos (2009, Campanella), Relatos salvajes (2014, Szifrón), El clan (2015, Trapero), El ciudadano ilustre (2015, Cohn/Duprat), El ángel (2018, Ortega) o La odisea de los giles (2019, Borensztein), todas ellas enviadas para representar a la Argentina en los premios Oscar, como ésta. Su corrección abarca cada uno de sus rubros, incluyendo el trabajo general de los actores, pudiendo destacarse la frescura de Santiago Strasserita Armas, y exceptuando la ligera sobreactuación de Norman Brisky, ambos en personajes que son claramente creaciones de los guionistas para darle cohesión y atractivo al relato. Es cierto que, así como al film le sobra profesionalismo, le falta algo de vuelo, de riesgo, aunque las películas anteriores de Mitre (con excepción, tal vez, de Pequeña flor) no se caracterizaban precisamente por su inventiva desde el punto de vista formal, además de ser más confusas ideológicamente. Pero no sería justo objetar su sobriedad y sus convenciones propias del film de juicios a favor de una buena causa (entendiendo como buena causa el propósito cívico que supone). Un recurso visual que puede señalarse, en todo caso, es la inserción sutil de fragmentos documentales, casi confundidos con la representación dramática, en momentos puntuales. En esos instantes, la carga emotiva y la sensación de verdad crecen; lo mismo ocurre con el acertado modo con el que se presentan determinadas fotografías al final. Todo esto lleva a recordar, asimismo, que el material documental existe, aunque tuvo escasa difusión en los medios, fue utilizado para El Nüremberg argentino (realizado en 2004 por Miguel Rodríguez Arias y Carpo Cortés) y reaparecerá en El juicio, que prepara Ulises de la Orden. Asimismo, sería improcedente criticar Argentina 1985 por el hecho de convertir la lucha por juzgar a los nueve ex comandantes de la dictadura en una suerte de aventura, si se piensa que la finalidad es que la gente recuerde, conozca o reflexione sobre lo que ese juicio histórico dejó como enseñanza y como shock. Lo discutible es el relativo protagonismo que da a los organismos de Derechos Humanos y a las distintas agrupaciones sociales que, ciertamente, tuvieron gestos tanto o más heroicos que Strassera, Moreno Ocampo, sus colaboradores y el propio Alfonsín, abriéndole paso a sus reclamos en medio de grandes dificultades. Más cuestionable aún resulta la manera con la que prácticamente elude la política económica de la dictadura. Alguien puede decir: no es el tema, pero ¿no es el tema? ¿Por qué no preguntarse los motivos por los que eran perseguidos encarnizadamente tantos militantes políticos, dirigentes sociales, gremialistas, obreros, estudiantes y opositores? ¿Acaso la incomodidad que le provocaba el proceso judicial al periodista Bernardo Neustadt era solo por su simpatía por los militares? ¿Qué intereses se protegían bajo la idea de luchar contra lo que se denominaba comunismo? Vale una comparación con La historia oficial, la película dirigida por Luis Puenzo sobre guion escrito por él mismo junto a Aída Bortnik, que se estrenó (como señalábamos aquí) mientras transcurría el Juicio a las Juntas: Argentina 1985 luce no solo más aceitada narrativamente, sino que también implica un avance en cuanto al reconocimiento de que no hubo “dos bandos” o “dos demonios” sino un plan sistemático, más todo lo que Santiago Mitre y Mariano Llinás saben poner en boca de sus personajes. No obstante, en La historia oficial (más allá de que, por ejemplo, la confesión de Chunchuna Villafañe como víctima de secuestro y tortura conmocionaba más que la de Laura Paredes aquí) una de las Abuelas de Plaza de Mayo (inolvidable Chela Ruiz) tenía más diálogo y peso dramático que aquí las Madres, y había referencias claras a la complicidad y los beneficios de sectores del mundo financiero en esos años oscuros. Bastaría echar un vistazo a Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado (Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, 2015) –o al documental de Jonathan Perel que toma parte de su contenido, Responsabilidad empresarial (2020)– para recordar qué intereses económicos acompañaban (o se sostenían con) la represión. Tal vez si Mitre-Llinás hubieran incursionado más en ese punto, les hubiera resultado más difícil conservar la equidistancia partidaria que supieron conseguir. Sin dudas, Argentina 1985 es un film lúcido y vigoroso, tanto como ameno, cuyo éxito de público en nuestro país –por la temática que aborda y la solvencia con que lo hace– es para celebrar. Al mismo tiempo, es de desear que no se lo instale como instrumento educativo para alumnos de escuelas secundarias (como ya se habla), o para la ciudadanía en general: lo ideal sería tomarlo como saludable punto de partida, completándolo con otra documentación, otros puntos de vista y otras películas.
Director de “El Estudiante” (2011), la carrera del fenomenal Santiago Mitre ha ido creciendo notablemente a lo largo de la última década. Con “La Cordillera” (2015), se dio el gusto de llegar a Cannes y aquí vuelve a formar dupla con Ricardo Darín, para concretar un film honesto y necesario, acerca del juicio a las juntas militares responsables de la última dictadura en Argentina y condenados por tortura, secuestro, robo de niños, desaparición y crimen de miles de civiles. La épica de la gesta realizada llega la gran pantalla, en acto de memoria, verdad e identidad. “Argentina, 1985”, inspirada en la historia real y proyectada ante una ovación generalizada en el Festival de Venecia (obteniendo el Premio FIPRESCI), retoma, también, el tándem creativo de Mitre junto a Mariano Llinás en labores de guionista, quienes nos regalaran el exquisito film titulado “Pequeña Flor”. Llinás, realizador de “La Flor” (2018) e “Historias Extraordinarias” (2008) se inscribe, asimismo, como un cineasta clave de nuestro medio contemporáneo. La historia, podemos convenir, se vive dos veces: cuando se vive y cuando se recuerda en la memoria. Este ejemplificador acto de cinematografía constituye un hito para la industria argentina, colocando el peso específico sobre un hecho insoslayable para nuestra trascendencia como nación. Un juzgado civil, reclutado por el equipo de fiscalía liderado por el abogado Julio Strassera, por primera vez, enjuicia a militares culpables de crímenes de lesa humanidad. Esto ocurre a diferencia de otros juicios semejantes, como el emblemático de Nuremberg, cuyo jurado fuera mixto. Un momento de vital quiebre, que coloca en perspectiva el rumbo de una nación exhibiendo ante los ojos del mundo su tejido social más dañado. Comprendemos el factor disruptivo de semejante proceso en pos de la justicia, punto de absoluto quiebre ético para el país. “Argentina, 1985”, magnífica recreación de época de la Buenos Aires de los ochenta mediante, es, a la vez, cine político, histórico y judicial. Mitre, en absoluto dominio del lenguaje cinematográfico, se convierte en el cineasta argentino con mayor proyección internacional. “Argentina, 1985”, preseleccionada a los Premios Oscar 2022 y con producción de Amazon Studios, es un ejercicio de memoria que indaga en los miedos que amenazan a un ciudadano desprotegido ante el impune maniobrar de la turbia maquinaria del poder, en constante acecho de sabotear y amedrentar el juicio que otorgara merecida pena a los genocidas. Se viven tiempos de paranoia y amenaza, en los albores de la primavera alfonsinista. La impunidad ronda por las calles, doblando la esquina a bordo de ese automóvil nefasto. El film aborda, con suma pericia, las dificultades que, en tal sentido, confrontara Strassera y su fiel ladero, Luis Moreno Ocampo. El discurso político de Mitre resulta un aspecto familiar en la identidad de su cine, validando aperturas, reflexiones y discusiones sobre una realidad que no nos deja ni ajenos ni indiferentes. “Argentina, 1985” se cuela en nuestras emociones. En intenso nivel dramático, matizado por oportunas fugas de carácter cómico que colaboran a distender tan tensa coyuntura, se nos hace partícipes de la vívida investigación, mientras el pasado se reconstruye mediante testimonios estremecedores. Las hojas del almanaque caen, una a una. Las fechas inscriptas nos indican, minuciosamente, el largo camino transitado en los palacios de tribunales. El metraje avanza y el enorme Darín comienza a colocar el peso dramático sobre sus espaldas. Con notable gestualidad, se coloca bajo la piel y dentro del alma de una personalidad cabal a la hora de comprender los últimos cuarenta años de nuestra historia. El hombre y sus circunstancias, diría Ortega y Gasset. Las condiciones marcan la vida de una persona, para Strassera la procesión va por dentro. Darín hace un estudio milimétrico del personaje, su acercamiento es conmovedor. Podemos sentir la tensión. Acumula tics y movimientos obsesivos. Se acomoda el pelo, contiene la respiración. Nosotros también, con él. Equivoca un apellido, nos hace reír. Su equilibrio familiar trastabilla: protege a sus hijos, escucha el consejo de su compañera. Rápido de reflejos, suelta una ocurrencia y distiende el denso clima. Se zambulle en su máquina de escribir. Es un manojo de sensaciones. Ricardo es monumental. La labor del autor es minuciosa. Precisa ambientación mediante, sabe resguardar con artesanal paciencia el clima que cada escena requiere. Consigue detenerse en aquellos convulsos años ’80 que los medios de comunicación reflejaban a través de hoy caducos aparatos de radio y TV, como si de una postal en el tiempo se tratara. Mitre otorga a la gama cromática fotográfica una identidad sumamente particular. Intercala registros que asemejan al documental captado por cámaras y cintas analógicas. Sencillamente encomiable, imágenes de archivo ficcionadas se intercalan con instancias del tenso juicio. La realidad se funde con la ficción. La experiencia en la sala a oscuras nos permitirá disfrutar de una clase de reproducción audiovisual. Las texturas se alternan, fusionan. La cámara, inquieta, persigue nuevas perspectivas, aprovechando al máximo las bondades del lenguaje. Punto fundamental en la excelencia del film resulta el aporte de un elenco actoral cuyo arco evolutivo, a lo largo del extenso metraje, eleva el nivel de esta obra de obligatorio visionado a un escalafón de excelencia, destacando, de forma especial, las labores de reparto de los magníficos Norman Briski, Claudio Da Passano, Peter Lanzani, Carlos Portaluppi, Héctor Díaz y Alejandra Flechner. Es una sinfonía interpretativa que nos regala escenas de supremo talento y nos identifica como ciudadanos con aquella denodada lucha por la justicia. Con entidad, se analiza en “1985, Argentina” una temática que nos atraviesa como argentinos. Nos acercamos a la lectura del alegato final, pronunciado por el propio Strassera. Se pone en duda la famosa teoría de los dos demonios, se metaforiza acerca del séptimo círculo del infierno de Dante como un posible castigo. El inmenso Darín protagonizará una escena que, seguramente, quedará entre una de las más grandes de la historia de nuestro cine. A decir verdad, no es la única con destino de clásico. Norman Briski se encarga de que cada aparición en pantalla sea una clase actoral. Inolvidable. Conmovedora hasta las lágrimas, se acumulan instantes de cumbre cinematográfica. Probablemente, estemos hablando de la película más importante para nuestra industria desde “La Historia Oficial” (1984, Luis Puenzo). La universalidad intrínseca en su mensaje y su recepción fuera del país nos dice mucho acerca de su pertenencia. Con la contundencia que el mejor actor de nuestro país sabe darle, Darín pronuncia dos palabras claves: nunca más. Igual, hay mucho trabajo por delante, dice Strassera. Una nueva esperanza flota en el aire y el film sabe captarlo. Suenan Charly y Los Abuelos de la Nada. Existen himnos que nos enseñan a llevar la libertad dentro de nuestro corazón. Somos testigos de un film histórico. Celebrémoslo. Por y para ellos que no están con nosotros. Presentes, hoy y siempre.
Argentina, 1985 es una producción basada en la historia real de los fiscales Julio Strassera, Luis Moreno Ocampo y su equipo jurídico, quienes estuvieron a cargo de uno de los juicios más importantes del país. Escrita por el también director Santiago Mitre (La Patota, La Cordillera) y Mariano Llinás (Historias extraordinarias, La Flor), el largometraje es la narración de un proceso histórico argentino capaz de cuestionarnos ahora como sociedad. Primero, el filme se centra en la vida de Strassera, interpretado por Ricardo Darín (Nueve Reinas, El Secreto de sus Ojos). El actor nos muestra a un personaje que tuvo que hacerse cargo de un acontecimiento que ponía a nuestro país como defensor de los derechos humanos. En la interpretación de Darín podemos ver ese miedo por convertirse en el “héroe de la patria” que exigían los años 80. Un Darín/Strassera que, a pesar de estar firme a sus convicciones, el temor y la presión tocaban la puerta de su oficina. Y junto a Darín tenemos a un Peter Lanzani (El Clan, Un gallo para Esculapio) comprometido con su papel de ayudante de Strassera: un Moreno Ocampo dispuesto a cambiar la historia argentina, para ir en contra de los considerados “fachos”. En Argentina tenemos muy presente la crudeza con la que ocurrió la última dictadura militar y este largometraje logró crear un balance entre dicha característica y los momentos de humor. Con este equilibrio podemos digerir la violencia y la injusticia de aquella época, tomar un poco de aire y seguir oyendo los testimonios de las víctimas del régimen. Es un sube y baja, donde por momentos se te sale una carcajada y, en otros, unas lágrimas de indignación recorren tus mejillas. Si bien la obra dura 140 minutos, el trabajo en el guion facilitó que no se notara dicha extensión. Asimismo, esos altibajos provocan que, aunque el público sepa cuál es el final, estemos expectantes durante las escenas. Sumado a eso, el suspenso ocasionado por el contexto sociopolítico que se desarrollaba: la primavera de la democracia había llegado al gobierno, pero la presión de los militares estaba presente en cada decisión dentro de las oficinas de Tribunales. La película es la posibilidad de construir una memoria colectiva. Y para que eso ocurra, hubo un guion bien elaborado y una escenografía capaz de hacernos viajar a una Capital Federal de 1985, al ritmo de los Abuelos de la Nada y Fito Páez. Cuando ingresamos a los asientos del tribunal, vemos a los personajes de Videla, Massera, Viola; y tenemos esa misma sensación de impotencia y esperanza por aquellos héroes/hombres comunes en forma de fiscales. Y un punto a favor -y gran recurso- fue la combinación con el material de archivo. Estos, lejos de rozar lo excesivo, aparecen en el momento indicado para aportar a la historia. Como se dijo anteriormente, la familia era funcional al fiscal protagonista. ¿Por qué? Porque fueron un acompañamiento en todo el camino hacia el juicio final. Su esposa -en la piel de Alejandra Flechner– y sus hijos estaban al lado de su padre y marido en esos momentos de duda y temor por el qué pasará: ¿condenarán a los 9 miembros de la junta militar? Y con esto, el director se hizo cargo de que se trata de una ficción y no una biografía de Julio Strassera. Lo exquisito de poder hacer ficción es esa libertad para construir personajes que funcionen a los protagonistas, y así, que la narrativa del filme fluya. Es muy complejo describir con palabras lo que genera el filme, y mucho más, lo que significa para el pueblo argentino. Esto es por la carga histórica que vemos en cada escena. Esta ficción es esa oportunidad para formar una memoria en conjunto para no cometer los mismos errores del pasado, y también para cuestionarnos qué es lo que pasa hoy y dejar atrás aquellos discursos que generan más violencia. Argentina, 1985 respeta nuestra historia y es poder seguir construyendo una democracia más justa, sin violencia, y en igualdad para toda la sociedad.
Un horrible monstruo con peluca “Hay un horrible monstruo con peluca Que es dueño en parte de esta ciudad de locos Hace que baila con la banda en la ruta Pero en verdad les roba el oro Y les da unas prostitutas…” Superhéroes (1982), de Charly García Que el grueso del cine contemporáneo no entusiasma a casi nadie -salvo a los imberbes, los más ingenuos y los lobotomizados por el capitalismo cultural planetario- y apenas si genera curiosidad en algunos casos muy específicos es una verdad de Perogrullo que sinceramente puede trasladarse sin problemas a Argentina, 1985 (2022), de Santiago Mitre, una película que si no analizase lo que analiza, léase el Juicio a las Juntas de 1985 después de la última dictadura cívico militar del país, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), podría interpretarse como un thriller correcto y no mucho más de cadencia ochentosa o noventosa, de esos que inundaban el mercado por entonces aunque ahora con la característica excluyente -o si se quiere, el sello por antonomasia- de la globalización uniformizadora que vuelca casi todos los productos audiovisuales del mercado actual hacia el campo de lo hollywoodense baladí, anodino o cuasi tontuelo, terreno que anhela “relajar” la tensión acumulada por el relato a pesar de que el desfasaje resulte evidente. En vez de aplicar el querido molde del thriller testimonial severo, ese que va desde Gillo Pontecorvo y Costa-Gavras, pasa por Alan J. Pakula y Oliver Stone y llega a Paul Greengrass y Michael Winterbottom, Mitre y su coguionista de turno, el soporífero Mariano Llinás, recuperan el clasicismo estadounidense más previsible y desabrido -todo con toques de comedia poco afortunada- para retratar desde cierta tibieza narrativa una época muy compleja, jugada que por supuesto tiene que ver con esa estandarización y pauperización discursiva a la que nos referíamos con anterioridad y que en el presente está muy vinculada al lenguaje de los servicios de streaming y el condicionamiento que éste genera en un público y una crítica de lo más conservadoras e ignorantes, siempre tendientes a homologar al séptimo arte en su conjunto a un molde retórico concreto, el norteamericano del mainstream más liviano y antiintelectual, como si no existiesen alternativas posibles o válidas a lo largo de la historia de los dos medios involucrados y amalgamados en cuestión, la televisión y la gran pantalla. Mitre, un cineasta talentoso pero errático como muchos de su generación y el Siglo XXI, honestamente se fue desinflando con el transcurso de los años ya que luego de la antología El Amor: Primera Parte (2005), codirigida junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Juan Schnitman, la excelente El Estudiante (2011), su primer largometraje en soledad y un estudio acerca de un dirigente universitario desde la inocencia hasta el maquiavelismo con dejo pragmático, prometía una carrera venidera brillante aunque el asunto terminó en saco roto porque tanto La Patota (2015) como Pequeña Flor (2022) fueron faenas demasiado decepcionantes y sólo La Cordillera (2017) logró retomar la calidad de su ópera prima, en esta ocasión retratando a un presidente -en un encuentro sudamericano para la creación de una alianza petrolera- que debía evitar que salga a la luz un hecho de corrupción que lo tenía como protagonista, amén de miserias y detalles familiares varios que interconectaban lo público y lo privado como suele suceder en los escandaletes de las democracias farsescas y maniatadas por los lobistas económicos, mediáticos, empresarios y financieros de hoy en día, de hecho los esperpentos que terminan ganando las elecciones en el nuevo milenio. Con Argentina, 1985 se cierra la trilogía política de Mitre de El Estudiante y La Cordillera mediante una película que es ambiciosa para el cine contemporáneo aunque trasnochada y algo pobretona si se la piensa desde lo tardío de su llegada, casi cuatro décadas después de los acontecimientos, y desde el mismo acervo cultural de la primavera democrática de los 80, esa que exploró de manera directa e indirecta el genocidio, la represión y el terrorismo de Estado en general encarados por los militares y la policía a través del exploitation de La Noche de los Lápices (1986), de Héctor Olivera, la fábula melodramática de Camila (1984), de María Luisa Bemberg, y la tragedia de La Historia Oficial (1985), de Luis Puenzo, amén de la impronta premonitoria de las superiores y previas La Parte del León (1978), Tiempo de Revancha (1981) y Últimos Días de la Víctima (1982), todas joyas de Adolfo Aristarain. Argentina, 1985, obra como aseverábamos de cadencia festivalera light/ para el mercado internacional que podría haber sido mucho mejor pero que también corría el riesgo de ser mucho peor de lo que finalmente resultó, reincide en todos los clichés esperables del caso, por un lado los históricos y por el otro lado los formales o discursivos correspondientes a las exigencias estandarizadoras del streaming de cabecera, Amazon Prime Video, y al triste conservadurismo de estos cineastas actuales: los fiscales Julio Strassera (Ricardo Darín), quien no levantó un dedo por los desaparecidos durante el transcurso de la dictadura, y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), miembro de un clan mafioso oligarca con claros vínculos castrenses, se dedican a recopilar la información y los testimonios ya existentes en el Nunca Más, el informe de 1984 de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que fue presidida por el payaso de Ernesto Sabato, quien pretendiendo condenar la violencia política de los 70 terminó pariendo la Teoría de los Dos Demonios o autojustificación de los fascistas para reprimir a cualquiera que ose criticar al monstruoso gobierno -o militar en su contra- y para imaginar enemigos por todos lados, prototípica reacción de los psicópatas de las familias patricias del capitalismo y sus esbirros de las Fuerzas Armadas, esos mismos que se la pasaron amenazando al equipo de jóvenes abogados armado por los dos fiscales con Strassera al mando, en pantalla eje de pasos de comedia bastante tarada que involucra las entrevistas laborales de la muchachada y el fluir de la parentela del personaje del genial Darín, hablamos de una esposa que parece que se las sabe todas, una hija púber y seudo rebelde que se acuesta con un hombre mayor y casado y un purrete preadolescente muy avispado que admira y se identifica con el padre y su misión, ésta encargada por el imbécil del presidente Raúl Alfonsín, un cobarde total que no quería llevar adelante el juicio en un tribunal civil y que sólo accedió ante la presión de las organizaciones de derechos humanos como por ejemplo Madres de Plaza de Mayo, de la torturada y asesinada Azucena Villaflor. Casi sin mención alguna a las leyes de impunidad del Estado Argentino y la lacra peronista y radical, la Ley 23.492 de Punto Final de 1986 y la Ley 23.521 de Obediencia Debida de 1987, ambas de Alfonsín, y los nefastos indultos a militares de 1989 y 1990 del también excrementicio Carlos Menem, todas decisiones que serían revertidas entre 2003 y 2006, la película a rasgos generales apuesta por el armazón narrativo del thriller judicial con algunos mini chispazos de suspenso de anclaje lejanamente hitchcockiano/ clouzotiano/ depalmiano basados en la amedrentación sistemática de los testigos, los investigadores/ compiladores y sobre todo ese Moreno Ocampo del eficaz Lanzani, a quien los energúmenos de la fauna marcial hacen seguir en la calle y los palacios de justicia. Lo mejor de Argentina, 1985 no pasa precisamente por sus redundancias y su poca imaginación, una que a veces le impide aprovechar en serio las situaciones planteadas sin caer en lugares comunes o baches en el desarrollo, sino por detalles variopintos y encomiables como la denuncia del hoy olvidado Bernardo Neustadt (Pepe Arias), un periodista televisivo que utilizaba a la magistral Fuga y Misterio (1968), de Astor Piazzolla, como cortina musical de su programa Tiempo Nuevo, en tanto lacayo al servicio de todos los golpes militares filofascistas de Argentina de la segunda mitad del Siglo XX, o el retrato de los chupasangres legales como una aristocracia acomodaticia y mediocre que tiene al presidente del tribunal del Juicio a las Juntas, León Carlos Arslanián (Carlos Portaluppi), como representante máximo, quien luego iría a parar al gobierno de Menem como ministro de justicia. Más pedagógica y rutinaria que en verdad interesante, Argentina, 1985 por lo menos incluye temazos como Inconsciente Colectivo (1982), de Charly García, y Lunes por la Madrugada e Himno de mi Corazón, ambos de 1985 y de Los Abuelos de la Nada, subraya la complicidad popular por miedo o adhesión y escenifica un proceso símil los Juicios de Núremberg de 1945 y 1946 que no fue duplicado por España luego del franquismo ni por Chile después del régimen de Augusto Pinochet…
Argentina, 1985, la nueva película de Santiago Mitre, protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani, llega para inscribirse en esa categoría tan poco visitada por el cine nacional: films sobre historia argentina. Qué reticencia, la nuestra, a navegar el pasado con los hechos como protagonistas. ¿De qué se trata Argentina,1985? Tan reciente la historia y, a veces, tan poco recordada. Como alguien que nació en el año y en el país que dan título a la película, puedo decir que el secundario no pasó de Rosas, y el CBC, con suerte, llegó al primer Perón. ¿Y lo demás? Si la curiosidad de leer un libro no fue suficiente, aquí llega el cine para traer de vuelta un hecho que, para los sub-40, puede no ser más que un título: El Juicio a las Juntas. Qué, quién y cómo son los detalles sobre los que «Argentina,1985» viene a echar luz. La película se centra en cómo el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín) debe llevar adelante el juicio contra las autoridades militares responsables del denominado “Proceso de Reorganización Nacional”, o sea, la dictadura militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. El joven abogado Luis Moreno Campos (Peter Lanzani) junto a un grupo de jóvenes lo ayudarán a recopilar pruebas y testimonios con el fin de lograr lo que, en 1985 y con los militares aun soplando en la nuca, parecía imposible: meter presos a Videla, Massera, Viola, Agosti y demás responsables de la dictadura. Análisis de la película «Argentina,1985» La Justicia, ay, pobre, tan vapuleada y manoseada, alguna vez funcionó. Y alguna vez no fue cualquier vez. Fue cuando parecía imposible, cuando los cuarteles no eran de adorno y la democracia era una realidad frágil y sensible a cualquier ventisca. Y fue, además, Justicia real: no símbolos, no palabras vacías, no fotos. Fue sentencia. Imperfecta, sí, pero Justicia al fin. Santiago Mitre logra en esta película, no solo narrar con toda la objetividad posible, si es que tal cosa existe, lo que fue el Juicio a las Juntas, sino también presentar algo que, en lo personal, sentí catártico: saber que, alguna vez, hubo Justicia. Independencia de poderes, como desliza en un simple pero poderoso comentario Alejandra Flechner, como la esposa del fiscal Strassera. Otro logro de la película es tomar los lugares comunes, poner lupa y comprender que, como casi todo en la vida, es más complejo. Me refiero al fiscal adjunto Moreno Ocampo. El peso que tiene en la historia su familia de origen militar y una madre que “va a misa con Videla”, viene a demostrar que el maniqueísmo no es tan así y que ese juicio por la verdad sirvió mucho más que para meter presos a estos militares: hizo que el pueblo sepa lo que pasó. Memoria, verdad y justicia pasando del slogan a la realidad. Ricardo Darín se convierte en Strassera, en el tono justo, en otra gran actuación de quien ya no necesita elogios, mientras que Peter Lanzani está cada vez más enorme como actor. Todo el elenco se luce, desde la contundente voz de Carlos Portaluppi, la eficacia del maestro Norman Briski hasta la gracia instintiva del pequeño Santiago Armas, el actor que interpreta al hijo de Strassera. Imposible no mencionar la excelencia de la dirección de arte y su ambientación histórica, lo que da cuenta también de un titánico trabajo de producción – y presupuesto. Esos colectivos curvos, los teléfonos públicos curvos… el tiempo nos ha vuelto más rectos. O quizás no. «Argentina, 1985» navega con soltura y sensibilidad en esa delgada línea de narrar una historia real de forma tan apartidaria como es posible, tan apartidaria como la Justicia que retrata y tan apartidaria como la Justicia debería ser. “Los hechos son sagrados, las opiniones son libres”, se dice y así lo entiende la película. La memoria no es solo un slogan, sino saber lo que pasó. Si un film logra refrescar la memoria o tan solo que los espectadores sepan que el Juicio a las Juntas existió, misión cumplida. Si, además, es una gran película, bien contada y entretenida, ¿qué más se puede pedir? Argentina, 1985 Puntaje: 9 Duración: 140 minutos País: Argentina Año: 2022
La ficción como herramienta para la memoria Ricardo Darín regresa a la pantalla grande con una película que es emotiva, entretenida, atrapante, dolorosa y tremendamente necesaria. Argentina. Corría el año 1984 y la democracia recién se había recuperado. Los resabios de la dictadura cívico-militar seguían presentes y la sociedad tenía que aprender a navegar estas nuevas aguas, pero los responsables del mayor horror que experimentó el país seguían libres. Exigían ser juzgados por la justicia militar y verlos tras las rejas parecía imposible. Finalmente, la causa llegó a la justicia civil y fue la tarea de los fiscales Strassera y Moreno Ocampo demostrar que hubo un plan sistemático de desapariciones y tortura aplicado a lo largo y ancho del país. Es historia casi contemporánea, como nación vivimos en democracia hace no mucho tiempo, y Argentina, 1985 no solo es una película excelente en todos los aspectos que hacen al cine, es también una carta de amor a nuestra lucha como nación, a la defensa de los derechos humanos y las libertades que supimos recuperar después del capítulo más oscuro de nuestra historia. Es propia, pero también es universal e interpela a todos los espectadores al punto de las lágrimas. Es el tipo de film que nos demuestra la fuerza del arte, el poder del cine y la importancia de mantener nuestra historia viva. Dirigida por Santiago Mitre y escrita por él y Mariano Llinás, el estreno más importante del año sigue el juicio a las Juntas, pero además de este momento bisagra de la historia del país, el director se enfoca en la humanidad de sus personajes, en el detrás de escena del juicio y en cómo estas personas se tuvieron que enfrentar al poder real para conseguir justicia. Esto no solo es expuesto por un guion ajustado, brillante y con los necesarios toques de comedia que exponen nuestra idiosincrasia; sino también por las actuaciones, merecedoras de todos los halagos, de sus estrellas. Ricardo Darín le da vida al fiscal Julio Strassera, que a pesar de su reniego inicial, llevó a cabo una investigación exhaustiva para probar el plan sistemático de la dictadura. Su interpretación está entre los mejores trabajos de su carrera y logró canalizar no solo al héroe nacional sino también a la persona, al hombre que temía por la seguridad de su familia, que se culpaba por no haber podido actuar durante la dictadura, al padre, al esposo, al compañero de trabajo y al jefe. Peter Lanzani, que ya ha demostrado en muchas ocasiones que es uno de los actores más talentosos de su generación, interpreta a Luis Moreno Ocampo, el fiscal adjunto sin experiencia que fue designado porque nadie más quería acercarse a este caso. Un hijo de familia patricia, un heredero de la tradición naval de Argentina e hijo de una madre que iba a misa con Videla. Estas contradicciones, así como el compromiso del joven fiscal con la justicia y la defensa de los derechos humanos, están presentes en la emotiva y poderosa interpretación de Lanzani, que en más de un momento logra emocionar hasta las lágrimas. El juicio que tienen que enfrentar no es nada fácil: deben probar que los nueve ex comandantes en jefe del proceso son los responsables del genocidio, aún cuando no había pruebas de que hayan torturado personas con sus propias manos. El juicio a las Juntas debía demostrar la responsabilidad de estos militares en el armado de un plan sistemático de desaparición de personas, torturas y asesinatos. La magia de Argentina, 1985, radica en que este drama legal, que podría haber sido tremendamente oscuro, como lo fue en la vida real, se convierte en una emocionante película que entretiene, que conmueve y que toma una postura clara e intachable frente a la defensa de la democracia. De manera dinámica y con un montaje genial, se muestra cómo el equipo legal, compuesto por jóvenes casi sin experiencia, algunos aún estudiantes de derecho, recorren el país en busca de pruebas, entrevistan víctimas y familiares de desaparecidos, y consiguen en un tiempo récord, casi establecido para que fracasen, todo lo necesario para demostrar el macabro plan. Pero la película no solo se concentra en el juicio, también en lo que ocurría por fuera de tribunales: los aprietes a los fiscales, la presión mediática y cómo desde varios sectores se seguía presionando con la teoría de los dos demonios para justificar el uso represivo de la fuerza del Estado. “Fuimos armando el rompecabezas pieza por pieza”, narra Luis Moreno Ocampo en el ensayo “El Estado no puede torturar”, publicado por Anfibia. “Buscamos casos que hubieran ocurrido en distintas partes del país, en diferentes épocas y cometidos por personal dependiente de cada uno de los comandantes. Presentamos más de 700 casos individuales y durante el juicio quedó demostrado que eran la consecuencia de una operación militar aprobada y supervisada por los jefes de cada fuerza”, concluye. En esto se basaron Mitre y Llinás para escribir su guion y revisaron centenares de casos. La investigación para realizar la película llevó más de cuatro años y esto puede verse en el resultado final. Otro de los grandes aciertos de esta cinta es darle relevancia y entidad a los personajes secundarios, tanto a los miembros del equipo de la fiscalía, como a la familia de los protagonistas. Aquí quizás es en donde más se destaca el personaje de Strassera, que en su trabajo es quien manda y está al frente, pero en el momento en que llega a su casa “su familia lo caga a pedos”, en palabras del propio director. Alejandra Flechner, quién se pone en la piel de Marisa, la esposa del fiscal, es una pieza fundamental de este guion: es la persona que lo apoya pero que también lo empuja, y cuándo podrían haberla escrito cómo una mera acompañante, le dan peso en la trama, y su personaje y el Darín comparten uno de los momentos más íntimos y bellos de la película mientras miran la ciudad desde su balcón. Los hijos de Strassera también juegan un rol fundamental, aunque todas las miradas se las lleva Santiago Armas Estevarena, que interpreta al hijo menor del fiscal y protagoniza muchos de los momentos más cómicos de la cinta. Su naturalidad, carisma y timing para la comedia lo destacan en una película en la que comparte pantalla con los nombres más importantes de la industria cinematográfica nacional. Emotiva, entretenida, atrapante, dolorosa y tremendamente necesaria: “Argentina, 1985” es una cinta que llega en un momento más que apropiado; pero por sobre todas las cosas es una cinta que le habla a las generaciones nacidas en democracia, que recuerda lo vigente de esta lucha, lo presente que debemos tener el tema como sociedad y, particularmente, que este es un camino que se transita constantemente y debe hacerse de manera consciente. Porque cuando el fiscal Julio Strassera dijo “Señores jueces: Nunca Más”, alzó la voz del pueblo argentino, así como Santiago Mitre lo hace ahora con esta película.
Argentina, 1985 es el relato de un hito único en la historia argentina y universal: El juicio a las juntas. El filme comienza en 1984, mostrando al fiscal Strassera (Ricardo Darín) en la intimidad. Los primeros trazos lo presentan como a alguien en estado de alerta ante la posibilidad de que un espía pueda infiltrarse en su cercanía, sostenido en su familia y ligeramente escéptico sobre la posibilidad de que se concrete el juicio. La música de los Abuelos de la nada y Charly García ayuda a introducirnos en aquellos álgidos años 80. Mientras asistimos a la dinámica de la familia Strassera aparecen apuntes fundamentales sobre su pensamiento. Su reacción a una aparición pública del ministro del interior y, más adelante en el relato, su manera de declinar una invitación de Bernardo Neustadt, lo pintan de cuerpo entero. Pero lo que parecía imposible se torna inevitable. El tribunal castrense se niega a enjuiciar a los nueve principales responsables militares y políticos de la última dictadura cívico militar. Así, el juicio ordenado por el presidente Alfonsín pasa a la justicia federal y Strassera será la persona responsable de la acusación. A partir de este punto aparecen nuevos actores. El compromiso de Carlos Somigliana (Claudio Da Passano), la designación de Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) como fiscal adjunto y el armado de un equipo de jóvenes estudiantes y trabajadores del derecho que debieron recorrer el país para buscar las pruebas que les permitan sostener la querella. En este punto hay que decir que la dirección de actores es extraordinaria. Darín realiza un trabajo notable como ya nos tiene acostumbrados desde hace décadas. Pero lo de Peter Lanzani es consagratorio. Y lo más importante, nadie exagera el tono y todos dan la talla. Los jóvenes que interpretan a los hijos del fiscal, los que se integran al equipo de la fiscalía y los actores más consagrados, como Norman Brisky y Alejandra Flechner, conforman un elenco sólido, intérpretes perfectos para un relato imprescindible. Como al pasar, en la conferencia de prensa del filme se contó una anécdota transcendental. Santiago Mitre y Mariano Llinás escribieron un guion y se lo mostraron a los primeros productores en sumarse al proyecto. Ese guion inicial fue descartado de cuajo y a partir de ese momento ellos debieron trabajar e investigar profundamente a lo largo de un par de años más para poder llegar a este trabajo que condensa en poco más de dos horas una época y un momento fundacional de la democracia argentina. Y lo hace con inteligencia, momentos de humor, sentido del ritmo cinematográfico y profunda humanidad.
La ficción basada en hechos reales dirigida por Santiago Mitre, se estrenó en algunas de las salas del país, envuelta en un debate sobre cómo debe ser la distribución de las películas nacionales. La narración de este thriller se centra en el histórico Juicio a las Juntas, llevado a cabo 37 años atrás durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Su elenco lo encabezan Ricardo Darín y Peter Lanzani, secundados por Alejandra Flechner, Carlos Portaluppi y Norman Brinski. Por su producción, tema del film e instalación en los medios de comunicación, promete ser un éxito. Días antes de su estreno, Argentina, 1985 (2022) ya generaba interés en la opinión pública. Y bastante agua pasó por debajo del puente: su paso por el Festival de Venecia, el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, la avant premiere con famosos o su selección para representar a la Argentina en los premios Oscar 2023. Sin embargo había más, por ejemplo, la polémica por su distribución en pocas salas, dado que las principales cadenas de cine (Hoyts, Cinemark, Showcase y Cinépolis) no aceptaron las tres semanas que proponía la productora principal Amazon Prime (otras productoras intervienen también en el proyecto). Productores y elenco tuvieron que salir a aclarar que la película se exhibirá en cines tres semanas (luego continuará) y después se estrena en la plataforma. Todo lo dicho anteriormente, más el boca en boca, permitió algo que cada tanto sucede. La sala de un cine en una calle porteña estaba llena (probablemente haya sucedido lo mismo en otros espacios). En los días siguientes las redes sociales se encargaron de mostrar las largas filas en otros cines. ¿Qué sucedió en ese espacio oscuro, íntimo, donde el público se sienta a disfrutar de un momento único e irremplazable? ¿Por qué la expectativa por esta obra que sin lugar a dudas será el acontecimiento cinematográfico argentino del año? ¿Por qué se habla de esta obra y no de otras? La película tiene bastante humor; el término bastante es subjetivo, diferente en su volumen para cada individuo. Sobre los chistes, gracia o ironía de algunos personajes también se habló previo al estreno. Su protagonista, Ricardo Darín, interpretando de forma impecable a Julio Strassera, el fiscal del caso, mencionó en conferencia de prensa que el humor se utilizó para descomprimir entre tanto dramatismo, dar respiro, entre todo ese contexto duro, angustiante, complejo. El humor marca niveles emocionales en la película, sube y baja, marca un ritmo. Es a la vez una decisión estética con la cual se puede estar de acuerdo o no. Lograda, necesaria y acertada en esta oportunidad. También hay silencio. Un silencio parecido más al respeto por la historia que al suspenso cinematográfico, producto del hecho real y la verosimilitud de la narración. Además, están las imágenes con sus tonos oscuros. Diálogos y recuerdos lejanos de una época, 37 años atrás, permitiendo recordar los inicios democráticos. O rememorar un poco de cómo se vivía, para aquél que lo vivió. Es una puesta en escena correcta, prolija, en sintonía con el resto de los elementos que intervienen en la construcción de la historia. En una escena donde se encuentra el otro protagonista, Peter Lanzani, de sólida actuación, interpretando al fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo, su personaje se encuentra en un estudio de televisión. Es entrevistado por un periodista de aquel entonces. Están frente a frente. Uno pregunta, el otro responde. Hay un cambio en el eje de acción. Se ve ahora a los mismos personajes, pero no el decorado del programa, sino el público, al fondo, en la oscuridad, algo así como la penumbra. En esta escena, pública, íntima para la película, Lanzani en el rol de Moreno Ocampo dice “todo lo que el país necesita es respeto y justicia”. Estará quien pueda trasladar esa frase a la actualidad. Tal vez la decisión del realizador sea solo eso, lo concreto, mostrar la zona oscura, donde está ubicado el público. Sombras y tonos oscuros percibidos en otros momentos de la trama y que pueden funcionar como una metáfora visual: los que no están, lo no visto, lo desaparecido. Es probable que, gracias a este acontecimiento, muchas personas, sobre todo los jóvenes, conozcan algo, mucho o poquito de lo que se trató ese juicio. Tal vez aquí radique uno de los puntos fuertes de la cinta: su valor histórico, su apertura al debate. Tras ello se puede pensar cuánto de todo lo que allí sucede es tal cual cómo fue. No se debe olvidar que se ve esta historia a través de un hecho cinematográfico. Si se habla de puntos fuertes, es menester mencionar alguno débil. La película tiene cierto tono épico. La banda sonora apuesta a esa cuestión, precisamente la música. Habrá que ver si el espectador coincide o no. Esto también permite plantear si la película tiene un héroe o varios. Si esto es una crítica y hay que dar una valoración, el mejor puntaje para Argentina, 1985 es el aplauso final que recibe tras su proyección. Se habló, se habla y se hablará de esta película por muchas cosas, pero fundamentalmente porque toca un tema, toca la historia que, de acuerdo o no, une en común a todo un país.
Justicia perseguirás, contra viento y marea No es extraño que hayan pasado casi cuatro décadas entre un acontecimiento excepcional como el Juicio a las Juntas militares de la década del 80 y una película como “Argentina, 1985”, que indaga justamente en ese hecho parteaguas. Abordar desde el cine lo que podríamos llamar la Historia con mayúsculas es siempre complejo y riesgoso. Y por eso el primer gran mérito del filme que se acaba de estrenar en los cines _en medio de una gran expectativa_ es tomar un tema que sin dudas se venía evitando, sea por no meterse en terrenos políticos pantanosos desde un presente siempre crispado, o sea por no encarar una producción que requería una inversión importante. Con el apoyo crucial de un gigante del streaming (Amazon Prime) y de varios productores de peso (entre ellos el conocido Axel Kuschevatzky y la ejecutiva de Marvel Victoria Alonso), el director Santiago Mitre (“El estudiante”, “La patota”, “La cordillera”) se hizo cargo del desafío. Y entre todos los abordajes, narradores o puntos de vista que ofrecía este hecho, Mitre y su coguionista habitual Mariano Llinás eligieron uno muy preciso y atinado: los fiscales Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), los hombres que contra viento y marea llevaron adelante el juicio a las juntas militares por las violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura militar. Strassera es presentado como un hombre casado con dos hijos, un funcionario judicial gris, cansado y descreído, que en plena primavera democrática sospecha (no sin razón) del accionar “de los servicios”. El Juicio a las Juntas estaba ahí, a la vuelta de la esquina, pero los tribunales militares que debían llevarlo a cabo no se expedían sobre el asunto, y así el juicio quedó en manos civiles, más precisamente en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Buenos Aires, cuyo fiscal era Strassera. Claro que Strassera no quería saber nada con esta “papa caliente” que ni siquiera el gobierno de Alfonsín estaba muy convencido de apoyar, pero como una suerte de antihéroe queda atrapado en el remolino de la historia y elige ponerse del lado correcto. El fiscal adjunto que lo va acompañar en la acusación es Moreno Ocampo, un abogado joven que proviene de una familia patricia ligada a las Fuerzas Armadas. Moreno Ocampo quiere convencer a la opinión pública de las atrocidades de la dictadura, pero primero tendrá que lidiar con su propia madre y su clase social, fuertemente vinculada al poder económico y militar. “Argentina, 1985” no disimula su ambición: es una película clara, accesible, pensada para conectar con un público amplio y de alcance internacional. Su clasicismo remite directo a la tradición hollywoodense. De hecho Mitre habló de influencias y citó títulos como “Todos los hombres del presidente” (de Alan J. Pakula), “Munich” (de Steven Spielberg) y hasta el cine de John Ford. Desde ahí el director combina varios subgéneros (drama judicial, thriller psicológico, drama familiar) en una estructura narrativa que no tiene fisuras. El guión de la película fluye (es el mejor momento de la dupla Mitre/Llinás), sin caer nunca en la tentación del didactismo o el bronce y la solemnidad. Incluso se cuela el humor (sobre todo desde el personaje de Strassera, un gruñón un tanto paranoico), muy necesario para descomprimir el tremendo peso dramático del juicio en sí. En una escena tragicómica y memorable, Strassera/Darín desecha abogados veteranos para la investigación de los crímenes porque todos se han vuelto “fachos, un poco fachos o muy fachos”, y después Moreno Ocampo propone convocar a profesionales recién recibidos o incluso estudiantes de Derecho, cuya selección también es recreada en una secuencia marcada por la soltura y el desparpajo. Por otro lado, la reconstrucción de los testimonios de las víctimas es tan precisa como demoledora. El director toma algunos testimonios emblemáticos y los recrea con su extensión, pausas y tensión originales, lo cual basta para dimensionar el nivel de violencia y sadismo que ejerció la dictadura. El relato que hace la víctima encarnada por la actriz Laura Paredes (una embarazada torturada y separada de su hija recién nacida) detiene la película en un instante (es tan intenso que parece durar sólo un instante) que justifica la película y eleva su calidad de imprescindible. Lo mismo pasa con el alegato final de Strassera, aquel que cerraba con la célebre frase “Nunca más”. Darín y Lanzani completan el cuadro con actuaciones admirables por su contención, muy lejos de imitaciones o estridencias. Darín en particular parece haber esperado toda una vida para este Strassera, que ahora le llega en el momento justo. Los actores secundarios también se destacan (en especial Norman Brisky, la mencionada Laura Paredes, Claudio Da Passano y Carlos Portaluppi), y aquí ningún secundario es simplemente accesorio. La posibilidad de quedar seleccionada en la competencia de los Oscar como película extranjera aumentó las expectativas alrededor de “Argentina, 1985”, que sólo se estrenó en algunos complejos de cines porque las grandes cadenas (Showcase, Cinépolis y Hoyts) boicotearon el estreno en su disputa con Amazon (que la subirá a su plataforma a fines de octubre). Pero la película de Mitre está pensada para el gran público, está concebida como un acontecimiento que merece ser visto en pantalla grande y también merece, por supuesto, ser un éxito.
Una película de pulso clásico El retrato del Juicio a las Juntas consigue un relato sólido, en la figura de un fiscal que debe enfrentar su mayor desafío. Vale la pregunta: ¿cuántos años debían pasar para que el cine narrara el Juicio a las Juntas? Si bien la respuesta es Argentina, 1985, allí anida algo más y no sólo en relación a su episodio histórico, sino a los muchos otros que habitan la historia argentina. Más tarde que temprano, el cine argentino finalmente cuenta lo que tiene más cerca y le es propio. Tal vez dilate la decisión ante ciertos resquemores y cuidados que lo llevan a tomar distancia, a veces por un premeditado ejercicio de la “distracción” (en este sentido, ¿por qué el cine no dijo nada durante el macrismo?), otras tantas para una aproximación guiada por la prudencia. Argentina, 1985 es el quinto largometraje de Santiago Mitre y oficia como un péndulo si se la piensa junto con La Cordillera (2017), del mismo director. En aquélla, un presidente que podría ser de derecha, gobierna un país que podría ser la Argentina (la Argentina de entonces). De modo acorde con el juego de cartas bajo la manga que la puesta en escena de Mitre pregona, el retrato social (y del poder) que ofrece La Cordillera estuvo en sintonía con el macrismo: si se trató de una película crítica, nadie se dio cuenta. Pero, ¿lo era? Antes bien, en La Cordillera Mitre hace como que mira de reojo una situación con la que parece no se condice del todo pero sin embargo tampoco rechaza. Un vaivén que, dicho sea de paso, constituye a su manera y también las premisas de El Estudiante, La Patota, y Pequeña Flor (aquí es donde todo eso funciona mejor, habida cuenta del delirio de su protagonista, entre tópicos del thriller y el slasher). Tales cuestiones no podían admitirse en Argentina, 1985. (Igualmente y de todos modos, ¿valía admitirlas en el retrato que de la política universitaria se practica en El Estudiante?). El lugar desde donde Mitre y Mariano Llinás (coautor del guión) se paran ahora es claro, al elegir al fiscal Julio César Strassera (Ricardo Darín) como protagonista. A la manera del cine más clásico, Strassera deberá enfrentar el desafío que se le presenta: sobrellevar el Juicio a las Juntas Militares. Al hacerlo, se convierte en el héroe (involuntario o no, pero héroe al fin) del relato. Para llevar adelante su cometido, cuenta con un aliado –las duplas son también clásicas–: el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani). Y un equipo joven que los acompaña en la tarea desesperada de reunir en tiempo récord la información suficiente para condenar a los nueve militares (si el tiempo marca el pulso del relato, aparece otro aspecto caro al cine clásico). Hay todo un cine de juicios con el cual la película de Mitre dialoga, necesariamente y para bien. El ritmo del relato es firme; las interpretaciones, convincentes; los diálogos, filosos; las notas de humor, hábiles. Allí cuando se espera a los personajes sucumbir, la sonrisa distiende. Es un guión preciso, que organiza el espacio, sitúa a sus personajes, delinea al adversario, organiza las acciones en el tiempo, y concluye victorioso. La recreación de las Juntas Militares en el juicio. Todo lo dicho para señalar la narración virtuosa que construye Santiago Mitre. Y se pueden, desde ya, mencionar varios hallazgos; aquí van dos: uno es la participación del presidente Raúl Alfonsín, desde el fuera de campo y a través de su voz (de nuevo, un recurso afín al mejor cine clásico); otro es el paralelo que se plantea con el teatro, encarnado en el dramaturgo Carlos Somigliana (Claudio Da Passano), amigo personal de Strassera. Entre Somigliana y Strassera se escribe un reflejo mutuo, que va de la corte a la sala teatral y viceversa, mientras delinea la línea necesariamente difusa entre el lenguaje de escritorio y el de las tablas, un ejercicio dialéctico que el guión de Llinás y Mitre utiliza en beneficio propio. Ubicadas las piezas, el tablero no puede menos que ofrecer movimientos atractivos. Los malos son los malos y no hay fisuras (otra vez el cine clásico). Y está bien que así sea, porque aquí no podía haber planteo confuso –como sí sucede en los demás largometrajes de Mitre–. Por estar claras las posiciones de juego, aparece clara la mirada del director y esto es destacable. Sólo hay –a juicio de quien esto escribe– algún desliz incómodo, que remite a la relación entre Moreno Ocampo y su familia de cuño militar, puntualmente con su madre, de quien se dice iba los domingos a la misma iglesia que Videla. A la manera del hijo que vive preocupado por ganar el orgullo de la madre, el joven fiscal espera que ella recapacite y entienda. Strassera es quien lo baja de esa nube: “A gente así no se la puede convencer”. Sin embargo, ocurrirá lo contrario. El episodio puede entenderse de varias maneras, pero a todas luces es una decisión de guión. Al incluirla, hay cierta armonía un tanto risueña que el film predica, en su intento por restituir un lazo familiar dañado, de matriz eclesiástica y militar. Lo dicho no empaña al film, pero balancea de manera cuidadosa lo que expone, no es una nota menor. Argentina, 1985 no deja de ser didáctica, y ese no es un rasgo a cuestionar. De hecho, presume de didactismo, sea por su evidente interés por los públicos internacionales que persigue pero también por una importante porción de público local quizás ignorante del hecho retratado o de su importancia y trascendencia. En este sentido, la inclusión de canciones de Los Abuelos de la Nada y Charly García tiran un pase cómplice, de gancho seguro y obviedad, para redondear la propuesta. Lo que asoma, también, es la película más cristalina a la fecha en la filmografía de Mitre: alejada de las “alegorías” de La Cordillera y por fin diciendo (si no todas, al menos algunas de) las cosas por su nombre.
El acierto de esquivar la solemnidad para contar un hecho crucial de la democracia La película protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani es una de las preseleccionadas para representar a la Argentina en los premios Oscar. El ring estridente del teléfono interrumpe el silencio, la música o las conversaciones. Alguien tiene que levantarse a atender. Alguien más está atento, intenta adivinar los gestos y la mirada del que habla con una voz apenas audible que llega del otro lado del tubo con cable enrulado, “fuera de campo”. En Argentina, 1985, como en ese tiempo y lugar que reconstruye de manera impecable, hay muchos teléfonos. Son fuente de noticias y de ansiedad, en tiempos de periodismo sin redes sociales pero con cabinas públicas. Son portadores de lo siniestro; a veces también de buenas nuevas. Como en las grandes películas del Hollywood clásico, más o menos apegadas a las reglas del subgénero de juicios, más o menos pomposo, aquí dos cineastas inspirados, y habituales colaboradores (Mariano Llinás, Santiago Mitre), encontraron elementos clave y los dotaron de sentido para acompañar a su protagonista arquetípico, el sujeto ordinario frente a una tarea extraordinaria, y a quienes forman parte de su gesta. Censurar los links a la Argentina actual que vienen a la cabeza es un absurdo, carente de sentido. Claro que la estupenda película de Mitre (La Patota, El Estudiante, La Cordillera), merece valorarse por sí misma, una obra que pertenece al lenguaje del cine. Pero su diálogo con el presente, lejos de bajarle el precio, la enriquece, como ya han dicho sus realizadores en todas las entrevistas. Por caso, esta cronista vio el film cuando el debate mediático instalaba una nueva “noche de los lápices” en la ciudad de Buenos Aires, y se difundía, sin mayor repercusión, que un funcionario había pedido torturar a una mujer, enjaulándola junto a perros, durante la pandemia. Pero recién estrenada, con una distribución lamentable, que atenta contra la cinefilia y el placer de verla en cine, ya habrá tiempo para debates que la inscriban en la coyuntura y sus turbulencias diarias. Argentina, 1985, elige abrir su relato con una secuencia de la vida privada de Julio César Strassera (Ricardo Darín), el fiscal que llevó adelante el juicio a las juntas militares durante el gobierno de Alfonsín. Un funcionario del poder judicial algo paranoico con el novio de su hija adolescente, que sospecha un servicio, y con un vínculo muy estrecho con su brillante hijo menor. El departamento de clase media, la cocina con el repasador y el sifón sobre la mesa, el balcón a la calle: lo primero que conocemos es su refugio doméstico, tan reconocible y familiar, tan seguro, que su inquietud funciona como indicio, resquicios por los que el peligro amenaza con colarse en ese ámbito de confianza, de vida familiar. El peligro tomará distintas formas, porque es la masa de la que está hecha esa sociedad, en ese momento de democracia naciente. Pero además, es dato, información que se lee en los textos introductorios y finales. Textos breves, precisos y elocuentes que funcionan en el lugar exacto para ubicar espectadores de distintas edades y geografías sin caer en didactismos. El uso inteligente de la información logra que todo sea claro y entendible para espectadores de cualquier parte y edad - desde el básico a qué se dedica un fiscal a la síntesis virtuosa sobre la complejidad de un aparato represivo que seguía latiendo, impune, en el Estado democrático-. La sobriedad de esos textos parece extenderse a todos los registros de la película, como marca de estilo, apego al clasicismo o mandato que se agradece: una película para un espectador inteligente, capaz de pensar por sí mismo. Y una apuesta a la contención que aparece como puro rigor y coherencia histórica, dado el clima sombrío que se vivía. La contención como una forma de autoprotección y supervivencia, en un universo en el que las nociones de cobardía, valentía o heroísmo adquirían un peso especial. Afirmado en ese origen familiar, el fiscal crece frente a nosotros como un personaje más cercano. El funcionario que hará lo que tenga que hacer, en principio con más miedo que convencimiento, pero que es humano. Capaz de dibujar un arco narrativo que lo llevará de la desazón inicial a ocupar el lugar de héroe de la patria. Una aventura fascinante para una narración que la enaltece con los elementos de las grandes historias. Si las dos horas veinte de duración pasan volando es gracias al impecable ritmo narrativo en el que lo vital (un grupo de chicos jóvenes como equipo de investigación, el contrapunto familiar) y lo oscuro, incluidos los engranajes burocráticos de los pasillos democráticos pero fachos, van de la mano. Con ese oxígeno, Llinás y Mitre consiguen esquivar la solemnidad y el acartonamiento que podrían haber herido de muerte a una película sobre el juicio más importante de la vida democrática argentina. Hay, en Argentina, 1985, grandes momentos de cine, en ese tono de sobriedad y refinamiento que atraviesa el relato. Como una puerta que se cierra en nuestras narices, y por la que apenas llega una frase que importa, dicha como al pasar por una voz reconocible. Una frase que alguien luego intentará recuperar, escarbando en la memoria ajena y sin mucha suerte. Vaya hallazgo de idea: la puesta en escena de un ejercicio de memoria para la posteridad. Hay también resoluciones que provocan sacudones, silencios, risas o gritos ahogados (de nuevo, en una sala de cine), como la forma seca de contar una amenaza de muerte, esa constante. Y diálogos perfectos, que casi nunca caen en la impostación, aunque alguna escena se perciba más esforzada, y tocan lugares que quedarán resonando en la cabeza. Como pasa en las grandes películas, en las grandes novelas, Argentina, 1985 decanta y admite múltiples revisiones, descubrimientos, revelaciones de sentido, sin salirse los rieles de un relato apasionante, entretenido, generoso. Pensado para el otro, para el disfrute de un relato que, al amparo del género, se permite libertades. Y en el que todos los elementos, desde el elenco íntegro a la puesta, los diálogos y los recursos narrativos, funcionaron en estado de gracia, como no tantas veces en el cine argentino. Quizá por ese compromiso intangible, pero sin duda presente, de trabajar con un material basado en hechos reales, y recientes, sobre personas reales, que, como se dice, atraviesa la pantalla: a los que están a uno y otro lado de la pantalla. El tiempo transcurrido desde 1985 es a la vez mucho y no tanto. Revivir esa historia, escuchar algunas frases, ver algunas situaciones, pegará fuerte en muchos espectadores. Los que presenciaron esas audiencias, o las vieron conmovidos por la televisión. Los miles de involucrados directos en el terrorismo de Estado; los que eran chiquitos y tuvieron que irse, los que se quedaron, los que no habían nacido y pueden asomarse, gracias al cine, a un tiempo político anterior al que conocen contado por los que hoy están. Con su estreno, Argentina, 1985 le brinda a la Argentina de 2022 una oportunidad valiosa. La de asomarse a una memoria anterior, que no pertenecía a un partido político para su usufructo, sino que era de todos. Como el Nunca Más.
La nueva película de Santiago Mitre se nos presenta como importante antes que nada por ser la primera en narrar el juicio de las Juntas. Historia que algunas generaciones han vivido, recuerdan, otras han olvidado, algunas sólo hayan escuchado un poco al respecto, o quizás nunca se las hayan contado, pero lo cierto es que cambió la historia del país. Como otros países no han logrado, Argentina logró poner en cárcel a genocidas como Videla. Pero ese probablemente sea sólo uno más de los motivos por los que viene pisando fuerte en festivales de cine y hasta ha llegado a ser la elegida por nuestro país para mandar a los premios Oscars. Esta película que Mitre escribió junto a Llinás se revela como una gran película de juicios, un subgénero casi nulamente explorado en nuestra industria. Ricardo Darín es el protagonista poniéndose en la piel de Julio Strassera, fiscal al que le es asignado el juicio y que por momentos parece cargar con cierta culpa por no haber hecho más que quedarse quieto y callado en épocas de una Dictadura pasada pero todavía demasiado fresca. Strassera es un comprometido fiscal, con carácter y es también un esposo y padre de familia, con dos hijos con los que se entiende de maneras distintas. Cuando es llamado para el esperado juicio, su principal temor es convertirse en un peón, en un títere, quizás descreído de que la justicia a la que le dedicó su vida funcione como esperaba. Darín demuestra una vez más su calidad de estrella y de actor, aportando muchas sutilezas a un rol que fácilmente puede caer en el cliché del personaje heroico y que él lo interpreta de una manera contenida. A su lado está Peter Lanzani como lo opuesto y complementario. Moreno Ocampo, el joven muchacho que proviene de una poderosa familia militar y lidera al grupo de jóvenes que trabajarán con Strassera, es también más hábil con el público, con las cámaras. Vale destacar la manera magistral en que se desarrolla la línea argumental entre ese personaje y su madre: empieza por el constante enfrentamiento hasta el momento en que su hijo le abre los ojos, y sucede en una escena minimalista que consigue ser muy emocionante. Claro que antes estuvo la escena clave que protagoniza Laura Paredes, narrada desde una sobriedad que se contrapone a lo fuerte del relato. Argentina, 1985 narra entonces el proceso judicial, desde el primer llamamiento y la búsqueda de personal para el arduo trabajo de investigación hasta los testimonios de las víctimas que ponen en palabras hechos aberrantes que parecen salidos de la ficción más abyecta y la resolución del juicio. Más allá de lo complejo de todo proceso judicial, el film se sucede de manera mu dinámica. El guion presenta a sus personajes y los desarrolla solo en su cuota necesaria para cederle lugar al juicio de una manera minuciosa y precisa, por eso por ejemplo a Videla apenas se lo ve o a Alfonsín sólo se lo escucha desde el fuera de campo. También hay un equilibrio muy medido entre las pequeñas e inesperadas gotas de humor con los momentos de mayor algidez dramática, una manera de descomprimir tanta oscuridad. Santiago Mitre, que viene rondando sobre el tema del poder en gran parte de su filmografía (El Estudiante, La Cordillera), es un director con mucho oficio. Aquí su propuesta luce menos arriesgada desde lo formal que otras anteriores, más universal (en realidad más norteamericana porque las influencias parecen venir de ese lugar), y al mismo tiempo más ambiciosa y no por ello menos efectiva. Sabe narrar con imágenes de un modo más clásico que lo habitual y también sabe cuándo cederle lugar a las palabras -como el alegato que a primera instancia podría parecer demasiado extenso para una película y sin embargo de manera contraria no causaría el mismo efecto. Ni hablar del detalle con los aplausos cerca del final. Hay un cuidado trabajo de reconstrucción de época, en el vestuario y con locaciones familiares pero llevadas a varias décadas atrás. Transmite ese clima de época y al mismo tiempo es una relectura, y eso sin chicaneos ni bajadas de líneas políticas sino con mucho respeto. En resumen, una película que lo tiene todo para convertirse en un clásico: una historia que necesita ser contada, una notable producción y elenco, y un guion minucioso y preciso. La prueba de que a veces vale la pena unirse por un propósito justo. En un momento se menciona al pasar que no se sabe cuánta gente realmente estará siguiendo el juicio, escuchando o leyendo los testimonios, como resaltando la importancia de escuchar estas voces, de abrir los ojos ante una realidad que algunos negaban (niegan). Esta película parece querer saldar esa deuda desde el repaso de la historia para que nadie se quede afuera, porque desde la ignorancia es más fácil excusarse. Para sumarle épica (que nunca nos viene mal) además parece ser la salvadora de las cadenas pequeñas de cine tras la negativa de las importantes a proyectarla por no contar con la ventana de 45 días en salas. Eso que no estamos hablando de una producción modesta, todo lo contrario al ser apadrinada por Amazon, donde podrá verse o volver a ver a partir del 21 de octubre. Argentina, 1985 conmueve con autenticidad y llama al repaso histórico: porque la única manera de no repetir la historia es ser totalmente conscientes de aquella.
"La Historia no la escriben tipos como yo”, dice Julio Strassera, el hombre a punto de construir la Memoria de un país donde muchos preferían la comodidad de la ignorancia, la unidad sin justicia, el ansiolítico ético de la versión oficial que los medios habían difundido durante los 7 años que duró la dictadura: que fue una guerra sucia. Argentina, 1985 es el reverso de esa frase, la demostración de cómo el fiscal y su equipo de trabajo pusieron en escena el dolor, la humillación y el daño que habían sufrido las víctimas en un juicio que se volvería parte del inconsciente colectivo del país.
LO QUE ALFONSÍN SABÍA Dado que todo parece haberse dicho y escrito sobre Argentina, 1985, lo que tengo que agregar es acaso irrelevante. Trataré, de todos modos, de evitar dos lugares comunes. Uno es la discusión sobre si la película ningunea o no a Alfonsín, algo que parece preocupar a mucha gente. De todos modos, me gustaría decir algo al respecto tras haber leído Ricardo Alfonsín de Pablo Guerchunoff, un libro que se publicó hace poco. La lectura me llevó a concluir que el entonces presidente fue el personaje decisivo para que los comandantes fueran juzgados, algo que la película tal vez sugiera pero en ningún caso afirma con claridad. Lo asesoraron juristas, como Carlos Nino y Jaime Malamud Goti, quienes idearon la manera de anular la autoamnistía de los militares. También fueron importantes para llegar al juicio el trabajo de investigación de la Conadep y la publicación del Nunca más para divulgar las atrocidades cometidas por la dictadura militar. Se discute si el film los nombra, pero poco importa si hay una línea de diálogo que los mencione. De hecho, los deja de lado. Y está en su derecho. Es tan absurdo pretender que el director cineasta tiene obligaciones con su tema como suponer que la película es “necesaria” (y puede pasar a ser obligatoria). Es absurdo y, sin embargo, sigue habiendo quienes quieren endilgarle deberes a los que hacen cine en un caso y a los lo ven en el otro. Después de todo, además, Argentina, 1985 es un film “basado en hechos reales”, un género cinematográfico cuya característica es apoyarse en acontecimientos del pasado histórico para construir, a partir de ellos, una obra de ficción. Esa ficción puede tener una conexión mayor o menor con esos hechos, pero queda a salvo de que se la interrogue con respecto a la veracidad o exactitud de lo que cuenta. Digamos que, basándose en esa premisa, alguien podría hacer una película titulada “El pato Donald y el ratón Mickey juzgan a las juntas argentinas” e introducir a los dos famosos dibujos en una trama en la que aparecen personajes que se llaman como algunas figuras históricas (por ejemplo, Videla, Alfonsín o Bonafini) y hacerlos interactuar. Hasta se podría hacer que los sobrinos de Donald lo ayuden en la investigación. Mi impresión es que Argentina, 1985 se parece un poco a esa supuesta película. Pero tal vez esté bien que así sea. Argentina, 1985 cuenta el modo en que un fiscal y su ayudante logran acusar a los miembros de las juntas militares y cómo los jueces terminan condenando a prisión perpetua a algunos de ellos. Esos personajes se llaman Julio Strassera y Raúl Moreno Ocampo, igual que sus contrapartidas históricas, pero no son ellos: están construidos como parte de una ficción, del mismo modo en que están construidos los comandantes. Salvo que estos están interpretados por actores que tienen algún parecido físico con los originales y los caricaturizan de algún modo; apenas abren la boca (Videla, además, lee la Biblia durante el juicio y tal vez lo haya hecho, pero importa poco y se parece demasiado a un guiño sin demasiado valor). El fiscal y su adjunto, por otra parte, son objeto de un desarrollo dramático en el que se basa la trama. La película no se priva de hacer de Strassera un fumador constante, como para agregarle carácter y robarle un poco a la realidad aunque se declare una ficción. (Aquí aparece la escuela inglesa, la de Ben Kingsley haciendo de Gandhi, memorablemente imitado por Mario Sánchez, que también supo hacer de Alfonsín). Después de todo, esa es la ventaja del film basado en hechos reales: permite usar la realidad cuando sirve a sus propósitos e ignorarla cuando conviene. Esas son las reglas. La película encadena sus escenas a partir de una cronología del juicio vista desde la perspectiva de sus dos protagonistas, que no solo cumplen sus tareas como funcionarios, sino que interactúan entre sí, con sus familias y con los otros personajes. Algunos de ellos son puramente inventados (como el opaco Dr. Bruzzo, un emisario de algún “arriba” que, al parecer, fue inexistente) o construidos a partir de otros, como el sobreactuado Ruso (Norman Brisky), Ormiga, el policía que custodia al fiscal o Somi, el dramaturgo basado en Carlos Somigliana, amigo de Strassera. La idea narrativa, como en tantas películas, es la de alternar lo público con lo privado: lo que ocurre en el tribunal con lo que sucede en la intimidad, que está compuesto por una serie de subtramas como, por ejemplo, la reconciliación entre Moreno Ocampo y su madre reaccionaria que suele ir a misa con Videla pero, a partir del juicio, cambia de idea. O las discusiones entre Strassera y su mujer. Dentro de lo que las escenas “privadas” aportan a la línea narrativa principal, hay dos buenas ideas estructurales. Una es que la investigación del fiscal y su equipo, así como la búsqueda de pruebas con su aspecto de trabajo colectivo, es homóloga a la construcción del guión y la filmación de la propia película, cuyo equipo debe ordenar su propio rompecabezas. La otra es que, aunque el personaje es más bien pobre y abstracto, la intervención de Somi, que facilita un teatro para elaborar el alegato y colabora como dramaturgo en él, le facilita asimismo a la película la posibilidad de darle al juicio su aspecto teatral, como si el resultado del juicio se jugara en el histrionismo de los abogados. Ninguna de las dos ideas está desarrollada, pero le da algo de juego a una trama que, en general, es demasiado simple y previsible a partir de sus premisas cronológicas. Pero los personajes tampoco están muy logrados. Ni Darín ni Lanzani logran darles grandeza a Strassera y a Moreno Ocampo como héroes de ficción. Sus actuaciones parecen trabadas y oscilan entre dos viejos males del cine argentino: el costumbrismo y el afiche escolar. Pero tampoco son interesantes los secundarios que podrían tener más ductilidad a partir de la libertad en su comportamiento. A veces, el film logra algo con ellos: por ejemplo Ormiga, cómico pero digno. Bruzzo empieza pareciendo un villano pero resulta, finalmente, un villano simpático. Otras veces no: por ejemplo, el papel de Somi es errático mientras que el de Ruso está sobreactuado. En parte por culpa de Briski que siempre sobreactúa, en parte por el tosco recurso de hacer que se esté muriendo en cámara para lograr una innecesaria escena dramática. No es la única. Las escenas de la familia Strassera como la de Moreno Ocampo, son en general chatas, discursivas y subrayadas, sirven para delimitar el tono ideológico del film. Hay una excepción importante, que es el personaje de Julián Strassera (llamado Javier en el film) el hijo pequeño del fiscal al que el padre obliga a espiar en dos ocasiones distintas: al principio a su hermana, ya sea porque está celoso, porque sospecha que su novio es un agente infiltrado o por puro prejuicio (el personaje es casado). Y, hacia el final, Javier espía a los jueces cuando se reúnen en un café para decidir el fallo. Allí, el presidente del tribunal lo sorprende y le hace una broma ingeniosa. Lo de Javier es doblemente bueno: por un lado, aunque la película no se resuelva por el thriller, instala cierta atmósfera de peligros y sospechas, un clima generalizado de paranoia que continuará con las llamadas amenazantes a Strassera y Moreno, pero del que participa también el protagonista. Al final, el espionaje de Javier se repite en un contexto más benigno, pero que sirve como un eco elegante a las escenas del principio. Es uno de los pocos momentos en los que la ficción se hace ligera en el mejor sentido. Creo que el principal problema de Argentina, 1985 es que esa ligereza está sometida a dos presiones antagónicas. Una es que, dado que el éxito de la película es consecuencia directa de su tema y la realización debe cumplir con un contrato que el espectador ha firmado al comprar la entrada y no quiere ver traicionado, no puede apartarse demasiado de la recreación de los famosos hechos reales. Por eso hay una escena clave en la película, que es el testimonio fiel de Adriana Calvo de Laborde (Laura Paredes) que, como caso ejemplar de los crímenes de la dictadura, sirve para sellar ese contrato. La otra es que para escapar de su aspecto documental, por así decirlo, recurre a toda la batería de lugares comunes que el cine utiliza desde hace décadas: el buddy-buddy, la oposición inicial entre Strassera y Ocampo que se transforma en colaboración y amistad; el héroe inesperado y que se redime, porque el fiscal no hizo nada durante la dictadura a pesar de sus ideas la batalla del pequeño grupo, contra las fuerzas del mal; la reconquista de la admiración de la esposa; el gesto de una madre dispuesta a ir más allá de sus ideas por el hijo; la discusión entre padre e hijo por cuestiones políticas; el engaño al enfermo para que muera en paz… Básicamente, Argentina, 1985 es la historia de un hombre valiente que cumple con su deber atravesando la adversidad, venciendo sus limitaciones y recuperándose de su pasado. El problema es que el resultado es demasiado convencional para ser interesante como película y está demasiado lleno de clichés como para dialogar con la historia. Así y todo, la película tiene su perspectiva sobre lo que ocurrió en esos años. Dije que quería evitar dos tópicos de la discusión que suscitó la película y el segundo es si está hecha desde una perspectiva peronista o kirchnerista (no sé si alguien la acusó de ser radical, creo que no). Me parece que la mirada de la película sobre la Historia es más compleja o, en todo caso, tiene que ver con un problema más complicado, que tanto el film como sus críticos han evitado cuidadosamente. La película parte del entorno familiar y laboral de Strassera. En ambos casos, tanto cuando habla el hijo como cuando lo hacen sus amigos, su mundo se divide entre progresistas y “fachos”. Fachos son los militares y lo son también quienes no quieren que sean juzgados. Así, a la hora de buscar colaboradores, clasifican Strassera y el Ruso a los conocidos comunes y concluyen que se murieron o pertenecen a la segunda categoría. Entonces aparece Moreno Ocampo, de familia de fachos pero de ideas progresistas. Y Strassera tiene que terminar aceptando que no es el origen social lo que determina la postura ideológica (una de las leyes del buddy-buddy). Después aparecen los muchachos y las chicas, en su mayoría empleados judiciales dispuestos a colaborar con el fiscal. Claramente, se trata de progresistas. Incluso hay un peronista que se identifica como tal explícitamente, pero es casi una escena cómica, que no puede tomarse en cuenta como definición ideológica. Lo que cuenta es esa clasificación, independiente de lo que los partidos mayoritarios hayan hecho en su pasado y de las distintas fracciones y opiniones dentro de cada uno, como la del ministro del interior Antonio Troccoli, desde entonces un cuco del progresismo. Es que lo que Argentina, 1985 parte de un maniqueísmo que, hacia el final, se convertirá en otro. Y allí reside lo que, a mi juicio, es la manipulación histórica que ejecuta el film. Casi es un pase de magia, un truco hecho a la vista de millones de espectadores y cientos de comentaristas politizados que no quisieron o no lograron advertirlo. Vuelvo a la lectura del libro de Gerchunoff. Lo que queda muy claro a partir de él (sumo al trabajo del historiador mis propios recuerdos) es que Alfonsín tuvo, antes incluso de la campaña presidencial y contra las propuestas de su rival Italo Lúder, la intención de juzgar a las Juntas para que no quedara impune la dictadura más sangrienta de la historia argentina. Pero así como Alfonsín tenía esa intención, pensaba que no todos los militares debían ser juzgados. Y no solo por razones de oportunidad política, sino por cuestiones de estricta justicia. Alfonsín, educado en el Liceo Militar, creía que había una obediencia a la que los subordinados no podían negarse, especialmente los de bajo rango. También le parecía que también debían ser castigados los actos aberrantes, aunque fuera difícil establecer tanto hasta qué grado era legítima la obediencia, como la gravedad de los casos particulares de sevicias. Pero como presidente creyó siempre que había que fijar un límite para los juicios. Y también creía que los jefes de las organizaciones terroristas que, en particular, habían atentado contra la democracia, debían ser juzgados aunque los crímenes contra los derechos humanos cometidos por particulares fueran menos graves que los que se cometían desde el Estado. Pero si bien Argentina, 1985 empieza a partir de la voluntad de llevar a cabo el juicio a los integrantes de las tres primeras juntas militares, lo que importa hacia el final, tanto en los diálogos de Strassera con el Ruso, como en la decisión de apelar el fallo (aunque la familia y parte de la sociedad lo trate como un héroe, él siente que debe ir por más), no es que los máximos responsables de los crímenes fueran juzgados, sino que fueran condenados con más rigor del que decidió el tribunal. Y no solo ellos: debía quedar abierta la puerta para seguir juzgando hacia abajo sin limitaciones. En ese punto, el sentido común progresista de la película sufre una alteración y se convierte en el sentido común de la época actual: ya no se trata de juzgar a las Juntas, de condenar en base a pruebas y de poner, en algún momento posterior, un límite a los juicios (lo que quería Alfonsín) sino de obtener la mayor cantidad de condenas posibles. En los años siguientes, la situación de los juicios por los crímenes cometidos en los setenta ira variando y pasará por procesos individuales, la Ley de obediencia debida de Alfonsín y los indultos de Menem para virar, con el tiempo, hacia la anulación de estas leyes y decretos y llegar a la situación actual: juicios generalizados a los militares (la película dice al final que, abolidos la amnistía “se lograron más de mil condenas” como si eso fuera lo importante), un tratamiento severísimo en sus condiciones de arresto y prisión. Por el otro lado, absolución y hasta indemnización a los acusados y condenados por los actos terroristas. Ese cambio de jurisprudencia (que incluyó la imprescriptibilidad, la aceptación de leyes penales retroactivas, la anulación de la “cosa juzgada” y una larga serie de negaciones del derecho imperante y de los derechos de los reos) y de voluntad política (hubo hasta una ley que modificó unánimemente otra ya derogada solo porque a un militar le correspondía una disminución en los años de cárcel) fue la consecuencia de un largo y dedicado trabajo (que terminó en un espectacular triunfo) de la izquierda radical. El cambio tuvo dos momentos bisagra: el repudio a la supuesta Teoría de los dos demonios (que nadie formuló como tal) y la cooptación por parte de Néstor Kirchner de las luchas por los derechos humanos, con la aquiescencia y el aplauso de los dirigentes de las organizaciones respectivas. En la película, Strassera y sus amigos hablan de “fachos”, utilizando un lenguaje más propio de hoy, cuando han pasado a ser fachos todos los que piensan más o menos como pensaba Alfonsín en 1983. Ese cambio en el sentido común, que la película naturaliza desde el presente y se niega a tratar en términos históricos es lo que, a mi juicio, habría que debatir. Vuelvo a ese momento importante del film en el que comparece como testigo Adriana Calvo de Laborde y relata, con lujo de detalles, las infames torturas a las que fueron sometidas tanto ella como su hija recién nacida, por un grupo de tareas que ni siquiera intentaba obtener de ella una información. La detención de Calvo de Laborde, además, fue consecuencia de un error de siglas, porque los represores confundieron las Fuerzas Armadas Peronistas con la Federación Argentina de Psiquiatras a la que ella pertenecía. Strassera habla de ella en el alegato (que es el alegato real) y dice que Laborde no solo era inocente, sino que su secuestro y tortura fue un ejemplo particular del sadismo con el que habían actuado las Fuerzas Armadas. Pero también dice que si, en lugar de un inocente, el secuestrado hubiera sido culpable, la justicia no tendría manera de demostrarlo porque tanto culpables como inocentes habían desaparecido (es decir, habían sido asesinados). En el corazón del alegato figura la denuncia de ese sadismo insólito. Creo que es el momento que más conmueve a los espectadores, como entonces la conmoción ante el grado de barbarie que había conllevado la represión de las juntas y que testimonió el Nunca más escrito y televisado. Hoy, cuando el procesamiento a los militares que sobreviven y la permanente presión para que nunca recuperen la libertad a pesar de que las leyes podrían beneficiarlo, se ha vuelto parte de un departamento de la burocracia judicial al que su propio sadismo estatal le resulta indiferente. El rechazo por el sadismo de cualquier signo está en Argentina, 1985, aunque aparezca escondido en ese discurso frívolo que intenta condenar el horror a partir de las cifras. Alfonsín cometió muchos errores, pero no ese.
En 1985 dos fiscales y un grupo de jóvenes colaboradores comienzan a investigar las desapariciones de la última dictadura militar argentina (1976 – 1982) para juzgar a los militares que participaron de la represión ilegal. Los protagonistas de esta cinta se tienen que enfrentar a todo tipo de presiones y amenazas mientras intentan que se haga justicia. “Argentina 1985” es un largometraje argentino original de Amazon Prime estrenado el pasado 29 de septiembre de 2022 en cines llegando a la plataforma el 21 de octubre del mismo año. Está basada en hechos reales y sigue las historias de los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo. Es una película fuerte que le trae muchos recuerdos a aquellos que no solo vivieron la época de la dictadura militar, sino que siguieron el juicio a través de los medios de comunicación. Está muy bien lograda desde la ambientación, los diálogos y las actuaciones. Tiene un buen ritmo y una atmósfera general de tensión. A pesar de que es una película dramática esta no deja de tener pequeños momentos cómicos. Se destacan las actuaciones de Ricardo Darín (Julio Strassera), Peter Lanzani (Luis Moreno Ocampo) y Laura Paredes (Adriana Calvo). “Argentina 1985” representará al país en la 95.ª edición de los Premios Óscar que tendrá lugar el 12 de marzo de 2023 en el teatro Dolby en Los Ángeles. Todos deberíamos ver “Argentina 1985” alguna vez en nuestras vidas. Actualmente se encuentra disponible en Amazon Prime.
Reseña emitida al aire en la radio.
Hay tres hechos históricos de nuestro país que siempre quise ver recreados en el cine y conforman una especie de "trilogía alfonsinista". Me refiero al Juicio a la Juntas, el levantamiento carapintada de 1987 (ahí se esconde un tremendo thriller político) y el desquiciado copamiento del Regimiento La Tablada, de 1989, cuyas perturbadoras imágenes se transmitieron en vivo por televisión. El primer caso finalmente se concretó en una producción amena que tiene la buena intención de rescatar la importancia del Nunca Más a través de un guión que cae en algunas omisiones desconcertantes. La dirección corrió por cuenta de Santiago Mitre (La cordillera), quien presenta una obra inusual dentro de su filmografía, donde adopta una narrativa más pochoclera con el fin de llegar a todos los públicos. Inclusive ese segmento de espectadores que no conectaron con sus trabajos previos y tal vez no se hubieran acercado a este film de no haber sido protagonizado por Ricardo Darín y Peter Lanzani. En esta oportunidad el director elabora un relato que toma una notable inspiración de los tradicionales dramas judiciales de Hollywood. En otras palabras, Argentina, 1985 está más cerca de las producciones televisivas de David Kelley (Los practicantes) que del cine de Oliver Stone o Costa-Gavras y ese perfil termina siendo un poco decepcionante. Dentro del guión llama la atención el rol reducido que se le otorga a la contribución de los movimientos de los derechos humanos e investigadores de la CONADEP en la tarea de la fiscalía y la figura de las Madres de Plaza de Mayo, quienes terminan relegadas como extras en los tribunales. Por momentos queda la sensación que la gesta del juicio fue la épica de un héroe solitario (Julio César Strassera) más representativo de las novelas de John Grisham que de los protagonistas reales que fueron parte de estos hechos. Hacia el final tampoco se mencionan los indultos durante el gobierno de Carlos Menen, ya que el texto de una placa se limita a mencionar que años después hubo situaciones que derivaron en hechos de impunidad. Sin embargo la democracia sigue vigente. Todo muy raro. Por estas cuestiones, el contenido humorístico del guión que fue tan objetado por la prensa europea creo es el menor de los problemas en esta propuesta. De hecho, el director maneja muy bien ese recurso y lo utiliza para descomprimir las situaciones turbias que rodean a los personajes. Más allá de algunas cuestiones que se le pueden objetar al argumento la película también cuenta con numerosas virtudes que no se pueden pasar por alto. La puesta en escena es completamente inmersiva y transporta al público al momento cultural y político en el que se desarrolla el conflicto. Todos los detalles que presentan el diseño de producción en los decorados y los vestuarios son estupendos. El relato nunca se excede con el melodrama y aquellas escenas que consiguen emocionar tocan fibras sensibles gracias a la ausencia de artificios. Ricardo Darín, cuya composición de Strassera está a la altura de lo que se espera de un artista de su categoría, conforma una gran dupla con Peter Lanzani, quien desde hace un tiempo sobresale entre los mejores actores de su generación. Dentro del reparto secundario Norman Briski encuentra el espacio para destacarse como un amigo confidente del protagonista y Laura Paredes ofrece algunos momentos magníficos en la recreación del testimonio de Adriana Calvo. Si bien como espectáculo cinematográfico se disfruta y expresa un gran mensaje que no debe ser olvidado, a la salida del cine me dejó con ciertos sentimientos encontrados. La historia es apasionante pero nunca llega desarrollar una mirada más amplia y profunda de los hechos al quedar limitada por la fórmula de los litigios judiciales hollywoodenses, con la clara finalidad de pescar una nominación al Oscar.
Argentina 1985 es una película muy efectiva, es un filme de una estructura narrativa muy clásica, qué nos podría remitir a filmes de Hollywood sobre juicios, e inclusive hasta en algunos momentos nos hace acordar a La Ley y el Orden, y cuenta la historia ficcionalizada de los pormenores del juicio a las juntas militares que habían gobernado Argentina durante en la última dictadura militar, entre 1976 y 1983, que habían luchado contra la guerrilla terrorista de izquierda, y vencido, pero al hacerlo habían cometido numerosos delitos de lesa humanidad, con miles de actos aberrantes de todo tipo; entre ellos: homicidios, secuestros, desapariciones forzosas, destrucción de cadáveres, apropiación de niños, y las más diversas violaciones a los Derechos Humanos que se puedan ocurrir tanto en delincuentes y terroristas, como en ciudadanos de bien, que por un motivo u otro fueron sospechosos, pero al no haber garantías de debido proceso, sufrían siendo inocentes las mismas aberraciones. Ese juicio fue muy famoso en Argentina y también fue muy famoso a nivel mundial, entre otras cosas por haber tenido la particularidad de que luego de una dictadura, en vez de haber una amnistía (cómo los mismos militares se habían dado y aceptaba el partido peronista, algo que no sale en el filme), o haber venganza violenta, o algún otro tipo de resolución; en este caso, los responsables, que eran militares, debieron rendir cuentas frente a la justicia civil del país. Algo que fue en el momento, y aún hoy sigue siendo controversial, porque se esperaba que el tribunal que debiera juzgar a los militares sea un tribunal militar, sin embargo, por diversas maniobras legales, que en el film no se explicitan, pero sí se ven que son impulsadas por el presidente Alfonsín, termina aceptando el juicio la Cámara Federal. Esto, en un primer momento, el protagonista que es el fiscal que opera en ese ámbito, Julio Strassera, cree que es algún tipo de maniobra política previa a un arreglo, ante lo cual muestra su más acabado escepticismo; sin embargo, cuando ve que es un hecho consumado, abraza la tarea que le han encomendado, una tarea titánica, de llevar la acusación judicial a los ex dictadores, y promover su castigo a solo meses que hayan abandonado el poder. Junto con un nuevo fiscal ayudante, el joven e inexperto Luis Moreno Ocampo, excelentemente interpretado por Peter Lanzani, y un equipo de jóvenes muchachos que entran a la justicia, empiezan a armar el caso en tiempo récord con la asistencia de la investigación hecha por la CONADEP (Comisión Nacional de Desaparición de Personas) que ya había investigado los aberrantes crímenes de la dictadura, y habían hecho un informe expuesto en un libro que se llama Nunca Más, y en base a eso arman y presentan el caso; el cuál es el corazón del filme, que es básicamente una película de juicio. Las escenas, tanto del juicio, como de la investigación están matizadas a su vez por algunas cuestiones personales de los personajes, y su búsqueda por la justicia, y también de algunos contratiempos, como amenazas de diversa índole, y complicaciones políticas también. La película, curiosamente, tiene mucho humor; sobre todo en su primera hora, dónde por ejemplo les cuesta a los fiscales encontrar agentes de la justicia que no tenga simpatía por la dictadura; a los cuales ellos llaman fachos, y otras situaciones de humor que matizan el tono de filme, frente a la gravedad de los crímenes de los imputados, y de la importancia del juicio; la película podría ser una película muy depresiva, y un rosario de crueldad repulsiva; sin embargo, afortunadamente no lo es, y mantiene la tensión y la mirada del espectador durante todo el metraje, ganando el arte cinematográfico siempre. Y aun cuando sepamos el resultado de esos juicios, la película evita meterse mucho en la política, para que gane el cine, y eso es una gran ventaja a la hora de contar la historia, porque abandona la tentación de ser un adoctrinador filme de propaganda, para revelarse a sí misma como una verdadera película con sentido artístico y termina siendo una verdadera obra de arte sin dudas. En ese sentido, tanto gente de derecha como de izquierda, o liberales, o apolíticos se pueden sentir identificados con su arte; aun cuando el filme tiene algunas filtraciones la ideología de izquierda, que evidentemente pregonan los guionistas como por ejemplo la forzada e innecesaria mención del número 30.000, de parte de uno de los jóvenes del equipo, que al referirse un personaje a que los jerarcas van a decir que fueron excesos de los subordinados, el joven agrega “Sí, ¿pero 30 mil excesos?”, si bien no dice la palabra desaparecidos, es una clara referencia, que gran parte del público entiende que ese es el número de desaparecidos en un primer visionado. El problema es que siendo que ellos trabajan con el informe de la CONADEP, el mismo dice que son aproximadamente 9.000. Otras escenas con filtraciones ideológicas son la ya mencionada escena de llamar facho a un montón de gente, y también la crítica a la clase media, diciendo que tiene “tradicional tendencia de la clase media a justificar cualquier golpe militar”, y la más forzada de todas, que además desentona, es cuando el fiscal se enoja frente al televisor al escuchar un ministro que presenta el informe de la CONADEP, y lo acusa de parecerse a un comunicado de la dictadura militar, y dice “No, no, pero está culpando a las víctimas, señor ministro” en clara referencia a negar lo que la izquierda llama la teoría de los dos demonios”, que es reconocer que el enfrentamiento de los militares no era con la sociedad o con los que querían democracia, sino con terroristas; más allá de que hubo víctimas inocentes también. Da la impresión como si hubiesen los guionistas siendo un deber moral de negar “la teoría de los dos demonios, pero la realidad fue que hubo excesos, terror y muerte en ambos bandos, y esa violencia no empezó en contra de la dictadura, como muchos dicen, sino en varios años antes, y el decreto de aniquilamiento de la subversión que dio lugar a los infames excesos militares plagados de violación a los derechos humanos, fue firmado en democracia durante el gobierno peronista previo, y ahí sí sale el ex presidente interino Ítalo Luder en el juicio aclarando que aniquilación no significaba literalmente eso, aunque sí significó literalmente eso. Es como que el filme quisiera exculpar a la izquierda y al peronismo de encender la mecha del terrorismo de estado. De todas formas, estos detalles son menores dentro del metraje del filme, y no arruinan la película, y están estos puntos mencionados sobre todo está en el principio de la misma, lo cual hace que la película tome fuerza en el final sin distracciones, y no la para nada. Argentina 1985 es un film emocionante, qué toma un caso judicial excepcional dónde hay mucho en juego, y eso hace que la trama una vez que arranque sea imparable, con un clímax extraordinario en el alegato del fiscal Strassera interpretado por Ricardo Darín, qué en la vida real ese alegato fue muy bueno, y logra la capacidad de emocionar, (está en YouTube) pero en el film es aún mejor, por muy pequeños detalles que se cambian, y la interpretación brillante de Darín, que es de un Impacto fenomenal, al punto tal que la gente aplaude espontáneamente en el cine, y en las últimas escenas después de eso, la película se hace un poquito larga, porque ya no puede haber algo más emotivo que eso, sin embargo eso no arruina el final y no quita que sea una muy buena película, y además que sea casi obligatoria de verla para todo espectador argentino. Cristian Olcina
La nueva película del director de «El estudiante y «La cordillera» aborda el Juicio a las Juntas de la dictadura militar centrándose en la tarea del fiscal Julio César Strassera y su joven equipo de colaboradores. Con Ricardo Darín, Peter Lanzani, Alejandra Flechner, Norman Briski, Claudio da Passano y Laura Paredes, entre otros. Estreno en cines: 29 de septiembre. Un mes después estará disponible en Prime Video. Cómo se enfrenta un hecho histórico de las dimensiones del Juicio a las Juntas? ¿Cómo se ubica un narrador a la hora de poner en palabras e imágenes un evento de este tipo y magnitud? No hay respuestas sencillas para estas preguntas y seguramente haya tantos abordajes como cineastas que quieran contar esta historia. Hacerse cargo de esta tarea es saber de antemano que uno tiene tantas posibilidades de salir airoso como de meterse en problemas, enfrentar cuestionamientos (políticos, éticos, estéticos) o ser acusado de tomarse demasiadas libertades con los hechos reales. En estos tiempos ásperos, especialmente, es como meterse en medio de un campo de batalla, uno en el que no se sabe desde dónde pueden venir las balas. El primer valor de ARGENTINA, 1985 pasa por hacerse cargo de lidiar con un tipo de material histórico que la misma generación de cineastas de la que surgió Santiago Mitre parecía querer evitar, en especial desde la ficción. De las críticas que se le han hecho al llamado Nuevo Cine Argentino, una de las más constantes ha sido la de su falta de voluntad política, la manera en la que sus películas le escapaban al bulto de contar la Historia con mayúsculas, prefiriendo siempre «escapar» por la vía del minimalismo, de la intimidad, de la sutileza de dejar todo en ese gran pozo interpretativo llamado «subtexto». No estoy seguro que esa crítica sea del todo válida –el NCA se hizo cargo, al menos en una primera etapa, de las consecuencias del menemismo y del 2001–, pero su estrategia fue siempre lateral, casi como tratando de que no se note demasiado. El fantasma de cierto cine más subrayado y directo de la «primavera democrática» estaba muy presente y parecía que había que escaparle, sí o sí, a eso. Mitre y su coguionista, Mariano Llinás, eligieron un formato clásico para narrar su historia, utilizando los modos y recursos del cine industrial de alcance popular de la época de oro de Hollywood. Hay quienes ven la sombra de Frank Capra revoloteando sobre la cabeza de Julio César Strassera, el «fiscal del distrito» (no es precisamente eso, pero en este tipo de película ese término aplica) que se dispone a ofrecer «un juicio justo» a aquellos que no hicieron lo mismo con sus acusados. Otros encontramos la influencia de John Ford en el retrato de un hombre hosco y desconfiado que, casi a su pesar, termina convirtiéndose en un héroe, pero de esos que no reivindican sus logros sino que hacen lo que hacen para devolverle al mundo algún sentido de la justicia, un compás moral si se quiere. En algún punto, ARGENTINA, 1985 es un western, uno en el que nuestro intimidado sheriff tendrá que sacar fuerzas que no sabe que tiene para enfrentar a un grupo de temibles villanos que van a usar los recursos más sucios para eliminarlo. Y, como el protagonista de tantos clásicos del género, lo hará ante la mirada esquiva de algunos, la oposición de otros y asumiendo los peligros de la tarea encomendada con la ayuda de un grupo de gente sin experiencia, a la que todavía los compromisos de la profesión no ha corrompido ni amilanado. Esa es la historia que tienen para contar Mitre y Llinás: la de un héroe impensado que construye una épica usando la palabra como arma, pero también la de un héroe grupal que, usando una metáfora deportiva quizás un tanto desubicada, gana el campeonato cuando nadie daba un peso por ellos. Hacer base en el costado humano de la historia es uno de sus principales logros, el que permite ingresar al hecho en sí, a la épica del juicio, desde la comprensión de qué es lo que está en juego para aquellos que, quizás, en las épocas más duras del proceso militar prefirieron esconder la cabeza, mirar para otro lado o resguardarse. En esta entrevista Mitre hace mención a ROJO, una película que se construye sobre la idea de que la clase media fue en cierta medida responsable de las cosas que pasaron en esos años del horror. De modo indirecto, tal vez, pero indisimulable. Eso, que hasta hace unas décadas parecía una tesis discutible, hoy queda en evidencia en el día a día de la política local: el monstruo se alimenta de ese odio (de clase, ideológico, de género, racial) y luego puede tornarse incontrolable, bestial. El giro de Strassera es también el de aquel que toma conciencia de sus errores y se da cuenta que, ante determinadas circunstancias, no se puede seguir escondiendo la cabeza. Hay que actuar. La película de Mitre arranca en 1984, luego de la asunción de Raúl Alfonsín a la presidencia. Mediante unos textos en pantalla, pone al espectador en la situación que se vive respecto al Juicio a las Juntas, detallando la manera en la que los tribunales militares vienen evitando hacerse cargo del asunto. De vencerse el plazo que tienen para expedirse, el juicio deberá caer en manos civiles, más precisamente en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Buenos Aires, cuyo fiscal es un burócrata gris y un tanto peculiar llamado Julio Strassera, interpretado por Ricardo Darín como si hubiera ensayado toda la vida para hacer ese personaje. Pero en paralelo a los textos, otra historia parece correr, una que coloca a Strassera en un lugar más real, en medio de una Argentina que acaba de volver a la democracia y en la que un hombre de su posición vive con cierto nervio y tensión hasta los hechos más simples de la vida cotidiana. Casado (Alejandra Flechner encarna a su esposa, Marisa) y con dos hijos, una chica adolescente y un niño varón, Strassera está preocupado por la vida romántica de su hija, que está saliendo con un tipo un tanto mayor que ella. En una serie de escenas que apuestan al humor sin dejar de dar cuenta de las tensiones de la época, vemos que Julio no tiene mejor idea que mandar a su hijo pequeño –ya un pichón de detective– a seguir a su hermana mayor en plan investigador privado, ya que sospecha que el novio en cuestión puede ser «de los servicios». El humor es uno de los recursos más llamativos que utilizará Mitre para su película. No diremos que es una comedia –ni siquiera una comedia dramática–, pero sí que funciona durante buena parte de sus 140 minutos con el humor como «desinflamatorio» y como modo de sacar a los personajes de cualquier busto moral. Usando un recurso típico del cine clásico, ARGENTINA, 1985 apuesta a aquello de «hoy te convertís en héroe» y se permite la broma que humaniza, la salida inesperada, el chascarrillo «dariniano» que baja a tierra casi todo lo que le pasa cerca. Y eso aparecerá más que nada en la «cocina» del trabajo, con Luis Moreno Ocampo (a quien Strassera insiste en confundirle el nombre con próceres y calles porteñas) y con los jóvenes y más descontracturados miembros de su equipo. Durante buena parte de la película –su primera mitad, quizás más–, el humor convivirá con la tensión creciente que rodea el caso. Strassera jugará un paso de comedia tratando de evitar tener que lidiar con la causa, pero sus motivos quedarán mucho más claros cuando escuche las declaraciones del ministro del Interior Antonio Troccoli en la presentación televisiva del informe de la CONADEP (una asombrosa «contextualización» del histórico Nunca Más) y empiece a dudar de las intenciones reales del gobierno de Alfonsín de ir a fondo con el juicio. Lo mismo sucederá cuando no encuentre colegas de Tribunales que quieran acompañarlo en la tarea, bien por miedo o por ser –como el propio Strassera termina admitiendo– «fachos, bastante fachos o muy fachos». Las amenazas telefónicas que recibe su familia también convivirán con momentos livianos, como su persistente rechazo a tener personas de seguridad a su alrededor. Acompañado por el autor teatral Carlos Somigliana (Claudio da Passano), que trabaja en Tribunales y se convierte en su primer aliado –y sostenido “moralmente” por un abogado ya retirado que interpreta Norman Briski–, a Strassera no le queda otra que sumar a su equipo a un jovencísimo Moreno Ocampo (un excelente Peter Lanzani) y a los inexpertos veinteañeros con sus «raros peinados nuevos» que estarán a cargo de recopilar la enorme cantidad de información que la Fiscalía precisa para probar sus acusaciones, además de convocar a testigos desparramados por todo el país, muchos de los cuales no quieren saber nada con la idea de testimoniar en un momento en el que sus torturadores circulan libremente. Un eje importante de la película, que por momentos toma un cierto carácter episódico, está relacionado con Moreno Ocampo, que es parte de una familia de tradición militar que no ve con buenos ojos su participación como fiscal en el juicio. Su madre, especialmente, no sólo no quiere saber nada con eso sino que defiende lo hecho por los militares en “la lucha contra la subversión”. Ese ámbito que la película abre –uno que recuerda a AZOR, en la que colaboró Llinás delante y detrás de cámaras– es también un recordatorio de que los militares seguían contando con cierto apoyo y que la tarea de la fiscalía consistía también en convencer a la opinión pública «no politizada» de la gravedad de los horrores de la dictadura. El grueso de la película será el juicio en sí y todo lo que lo rodeó, tanto las intrigas palaciegas que lo acompañaron (especialidad de chez Mitre) como la propia «puesta en escena», con las juntas militares –a las que, felizmente, apenas se les da la palabra–, sus abogados, los jueces, el público presente en la sala, los periodistas y las Madres de Plaza de Mayo, entre las muchas personas que seguían el día a día de un juicio que se extendió por meses. La película elige, inteligentemente, no hacer un barrido general de la situación en el país sino que mantiene su eje en ese teatro político específico, con algunas pocas y dramáticamente necesarias salidas al exterior de Tribunales. Allí el drama crecerá en función de los testimonios, entre los cuales la película toma algunos de los más conocidos (Laura Paredes y Agustín Rittano encarnan a dos de las víctimas cuyos relatos y vivencias se volvieron históricos) y los deja en toda su extensión, estableciendo con claridad en tipo de brutalidad y violencia ejercida contra las víctimas de la dictadura. Más allá del juego de piezas político que rodea al juicio, y de la ya citada liviandad de tono inicial, la dimensión del drama humano aparece ahí con toda su brutalidad, tanto en las palabras de las víctimas como en los rostros espantados de los que, quizás por primera vez, tomaron ahí real dimensión de lo que pasó en Argentina durante todos esos años. A eso habrá que agregarle el ya famoso alegato final de Strassera, cuyo armado, preparación y presentación –en el que la figura de Somigliana cobrará especial peso– conformarán el último y brillante acto de esta impecable película. Formal y visualmente, ARGENTINA, 1985 apuesta al clasicismo en todos los sentidos, incluyendo el cuadro un tanto más cerrado de imagen que el que se usa hoy (1.66:1) y un tipo de puesta en escena que trata de no llamar la atención sobre sí misma sino que se ajusta a las necesidad específicas del relato. Es casi innecesario agregar que los detalles de reconstrucción de época, arte y vestuario están cuidados a la perfección –la posibilidad de contar con la producción de Amazon, vía su plataforma y productora Prime Video, le da cierta holgura a la película en ese aspecto–, lo mismo que las actuaciones de todo el elenco, algo también habitual en los films del director de LA PATOTA y LA CORDILLERA. Además de los ya mencionados Darín, Lanzani y compañía –y de otros reconocidos actores como Alejo García Pintos, Carlos Portaluppi, Héctor Díaz o los jóvenes que interpretan a los miembros del equipo de la fiscalía–, hay que destacar el trabajo de Santiago Armas y Gina Mastronicola, que encarnan a los hijos de Strassera, de una llamativa importancia a lo largo del relato. Mitre ha dicho que ARGENTINA, 1985 no es una película sobre la dictadura sino una sobre la democracia. Y esa frase, que puede servir para explicar algunas elecciones formales y recortes narrativos de la película en sí, también habla de otra cosa, extiende sus temas hasta la actualidad. El llamado Proceso de Reorganización Nacional duró apenas siete años y la democracia sigue en pie, ininterrumpida, desde hace casi 40. Destacar un hecho heroico –sensato, humano, coherente– de la democracia es también volver a poner en primer plano el valor de las instituciones en momentos un tanto extremos en el que hasta ciertas cuestiones básicas se ponen en duda. Y recordar a las nuevas generaciones, especialmente a las que pretenden desconocer los horrores de la dictadura, que cualquier otro camino que no sea el democrático conduce hacia un destino mucho peor. Se dijo entonces y vale repetirlo ahora: Nunca más.
EL CINE POLÍTICO ARGENTINO QUE SUPIMOS CONSEGUIR Con su abordaje (inspirado en hechos reales, como bien informa un título antes de que arranque el film) sobre el Juicio a las Juntas, ejecutado en parte judicial por el fiscal Julio César Strassera, Santiago Mitre enfrentaba varios desafíos. El primero, delinear una narración sobre el que posiblemente sea el evento emblemático y fundacional de nuestra joven democracia, que posee un sinfín de aristas virtuosas, además de unas cuantas figuras participantes, a la vez que constituye un episodio incómodo para diversas partes, por acción u omisión. El segundo, construir un imaginario audiovisual propio, que estuviera en condiciones de rivalizar -o mejor, quizás, complementarse o dialogar- con el que ya tiene el Juicio: al fin y al cabo, por ejemplo, el video del alegato de Strassera está a disposición de cualquiera en YouTube, con toda su carga política y emocional. Y el tercero, más particular, superar su propia frialdad como cineasta, esa que, a partir de películas entre frías y descreídas como son El estudiante y La Cordillera, lo han convertido en una especia de Christopher Nolan del cine político nacional, contrariamente a la épica que requería el relato. Hay que decir que, en Argentina, 1985, Mitre (junto al relevante aporte en el guión de Mariano Llinás, que también se reconfigura un poco a sí mismo) cumple todos sus objetivos a medias, aprobando el examen, pero lejos de deslumbrar. En buena medida pasa el desafío porque resigna buena parte de su posicionamiento autoral, ese que lo había definido en sus películas previas, en favor de una narración definitivamente vinculada al clasicismo norteamericano. De ahí que no sea casualidad que aparezcan como productores nombres Axel Kuschevatzky, Victoria Alonso y hasta Michael Giacchino, que bien podrían allanar el camino del film rumbo al Oscar. Como bien decía Mex Faliero en una conversación que tuvimos durante el último Funcinema Radio, Mitre realiza una operación narrativa -e incluso estética- similar a la concretada por Steven Spielberg en The Post. Es decir, un relato que, para sustentar su discurso político -que dice cosas sobre el pasado histórico, pero también sobre el presente, y cómo el presente lee ese pasado-, no teme combinar diversas superficies genéricas, que van confluyendo a buen ritmo y siempre al servicio de lo que se cuenta. Por eso Argentina, 1985 es, esencialmente un relato de profesionales debiendo encarar una tarea titánica, que los pone frente a una estructura de poder ciertamente atemorizante. Desde ese soporte es que va incorporando elementos del thriller político -con unos cuantos elementos paranoicos- y judicial, mientras a la vez se permite apelar a saludables dosis de comedia (tanto en el plano familiar como en el laboral) que eluden, por suerte, grados de solemnidad que podrían haber resultado contraproducentes. Pero hay una diferencia muy importante respecto al Spielberg de The Post, además de la experiencia y capacidad que carga el realizador norteamericano: si Spielberg, aún siendo un demócrata convencido, no tenía miedo de decir y mostrar cosas que podían ofender o incomodar al Partido Demócrata -por ejemplo, el rol negativo que jugó Kennedy en la Guerra de Vietnam-, a Mitre le cuesta una enormidad ir a fondo y adentrarse en los grises y oscuridades que rodearon al Juicio a las Juntas. Es entonces que Mitre elige -quizás por una cuestión de economía de recursos, pero también de cierta comodidad- enfocarse específicamente en la tarea de Strassera y su equipo encabezado por Luis Moreno Ocampo, tomando algunas decisiones que parecen destinadas a armar un relato lo menos polémico posible. Por eso hay instancias para exculpar un poco al peronismo y mostrar algunas ambivalencias dentro del radicalismo, aunque eventualmente quede bien parado. Del mismo modo, no deja de ser llamativo cómo se muestra un apoyo de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo al Juicio que no fue tal, no al menos en sus etapas iniciales. Pareciera, en algunos pasajes, que Mitre no quisiera ofender a nadie, lo cual es obviamente imposible, porque incluso la neutralidad puede resultar una posición ofensiva para muchos. Si en unos cuantos pasajes, Argentina, 1985 consigue otorgarles cierta ambigüedad a sus protagonistas -Strassera no deja de ser un héroe a su pesar, alguien con miedo a fracasar pero que en un momento acepta su destino y pisa el acelerador a fondo-, no lo hace tanto con el paisaje que los rodea: los malos y buenos son fácilmente identificables, las revelaciones cambian las opiniones de los que dudan fácilmente, la sociedad se une sin grandes transiciones y, para las decisiones problemáticas, solo basta con una simple aclaración. En eso, la secuencia del testimonio de Ítalo Luder referido al decreto de aniquilación que firmó en 1975 o líneas de diálogo puntuales pero decisivas –“vamos a darles a los militares lo que no les dieron a sus víctimas: un juicio justo”-, es sumamente representativa de la tibieza casi estilo Billiken que maneja la película. Se puede rescatar, nuevamente, la noción de profesionalismo que retrata la película, que aplica muy bien en la secuencia de montaje que explica cómo se fue pensando y armando el alegato final de Strassera. También que esa corrección política que despliega -paradójicamente, sobre un grupo de personas que en su momento hizo lo que era considerado políticamente incorrecto- obedece a la necesidad de poder conectar con un público argentino que hace rato que le cuesta aceptar una interpelación incómoda a su visión sobre la Historia. “Los ánimos están muy caldeados, rescatemos la noción de consenso que implicó el nacimiento de la democracia, en eso estamos de acuerdo todos”, pareciera decirnos la película, pero también Mitre y, con él, Llinás. Puede ser, pero eso no deja de ser falso: la democracia argentina -como muchas otras- se hizo rompiendo esquemas, con avances y retrocesos que el film está lejos de revelar y ni siquiera mira de reojo. Por eso también la épica está casi ausente en el relato, con la excepción de la secuencia del alegato final, que nos permite recordar que es una de las mejores piezas discursivas de la historia política mundial, no solo por su contenido, sino también por la circunstancia específica en que se enunció. Claro que ese momento audiovisual ya estaba disponible para nuestros ojos y oídos, sin necesidad de recrearlo. Argentina, 1985 es una muestra representativa del cine político argentino que supimos conseguir: uno efectivo y liviano, que no ofrece grandes interrogantes, que da todas las respuestas esperables y que, desde ahí, tiene poco para agregar a lo ya dicho.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
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Los momentos donde más se nota la mano de Mariano Llinás ayudan a correrse del tono serio al que apunta Santiago Mitre. Ese balance hace que la narración avance con mayor dinamismo y no quiera volverse demasiado solemne.