Arrebato parte de una idea interesante, pero falla en su ejecución y a la hora de transmitir cualquier tipo de sentimiento. Luis Vega es un escritor de novelas policiales que trabaja como profesor de literatura. A través de su editor le llega la propuesta de transformar el mediático caso de asesinato de un dentista llamado Grotzki en un libro. Mientras arranca su investigación comenzará también a involucrase con su viuda, Laura Grotzki, una mujer que servirá como puerta de entrada a un mundo de sexo, celos y sangre. Tesis sobre un arrebato Arrebato se siente como dos películas al mismo tiempo. Una es la que queremos que sea y otra la que realmente es. Lo que nosotros como espectadores esperamos es un thriller sexy, teñido de algo de esa paranoia que supo caracterizar al cine de los 70 y que explora los recovecos más oscuros de la mente de un escritor de novelas policiales. Lamentablemente, otra muy distinta es lo que terminamos obteniendo en realidad: una cinta donde la construcción del suspenso es casi nula y donde su interprete falla a la hora de transmitir cualquier tipo de sentimiento o emoción. Sin dudas el arranque de Arrebato es prometedor. Echarri, ya en la piel de Luis Vega, escritor y profesor de literatura, da una charla a sus alumnos sobre los principios del relato de ficción. Este afirma que una historia, sea verdadera o no, capta nuestra atención cuando comenzamos a comprender lo que pasa por la mente de los personajes u simplemente a través de hechos banales. Esta suerte de auto-conciencia que tiene la película para con su discurso, hace que Arrebato esté frente a una posibilidad única: la de desdoblar y divertirse con ese concepto. Pero, sorprendente, termina siendo todo lo contrario. El film falla en la construcción de sus personajes desde el vamos y, como una especie de efecto dominó, también en todo lo que le sigue. Por lo menos desde mi punto de vista, esta falla no se encuentra totalmente en el guión. El gran problema de la película tiene nombre y apellido y es ni más ni menos que Pablo Echarri. El actor, que supo interpretar buenos papeles en otras cintas como Crónica de una Fuga, El Método o Cuestión de Principios (una joyita pesonal), es el responsable aquí de que nos importe poco y nada la vida, los problemas y el destino de Luis Vega. Toda su interpretación se siente monótona e inexpresiva, incluso en los momentos dramáticos o de tensión. Ese concepto del que se habla durante los primeros minutos, donde los lectores o espectadores se llegan a relacionar con los personajes la ficción, es imposible de aplicar aquí ya que todo el desarrollo queda completamente opacado. El resto del elenco hace un trabajo justo, aunque sin exigirse demasiado. Mónica Antonópulos da una correcta interpretación como la sufrida esposa de Vega y lo mismo sucede con Leticia Brédice como Laura Grotzki, una enigmática mujer que sabe más de lo que dice sobre el asesinato de su marido. Gustavo Garzón tiene también una pequeña participación llegando al final y, como de costumbre, es un placer de ver por más chico que sea su papel. Obviamente no es solo por la interpretación de Echarri que la película no termina de cerrar. A pesar de contar con una buena banda de sonido, la construcción del suspenso es casi nula incluso en sus momentos claves. Se siente como si la música, los planos y el montaje estuvieran yendo todos para lugares distintos. Por otro lado, el guión hace un buen trabajo esquivando los lugares comunes y por momentos logra tenernos adivinando, aunque la resolución sea algo predecible. Conclusión Arrebato es un thriller psicológico que nunca logra generar tensión a pesar del atrapante punto de partida de su historia. Lamentablemente, a la película le termina pesando (y mucho) que nunca podamos conectarnos con su protagonista, quien es el eje central de todas y cada una de las escenas. Todo esto hace que, en definitiva, peque de aburrida. Y eso es mucho decir cuando tu película dura tan solo 85 minutos.
Caros instintos. La degradación de las clases adineradas es una constante que se viene diagnosticando desde que las mismas decidieron desarrollar una cultura contrapuesta a la de las clases desposeídas. La caída de esta clase ociosa -que la idiosincrasia pretendidamente aristocrática produjo- ocurrió a través del triunfo de la cultura del dinero fácil y el ascenso vertiginoso de la empresa capitalista en crecimiento, sostenida principalmente debido a la especulación a partir de la Crisis del Petróleo en 1973. Desde ese momento la decadencia de la cultura del dinero es cada vez más kitsch y obscena, rindiendo culto a un hedonismo sintético en un desmoronamiento oprobioso de todos los valores que parece no tener fin. Arrebato (2014), el último film de Sandra Gugliotta, propone un juego entre la novela de investigación periodística, el policial, el film de suspenso y la tensión erótica de los tríos y los engaños matrimoniales, con el fin de cruzar los límites entre Eros y Tánatos para conducir las vidas de los personajes a los márgenes en los que el erotismo retoza junto a la muerte. En esta historia, Luis Vega (Pablo Echarri) es un ascendente profesor de literatura y escritor de novelas policiales obsesionado con la visión de los asesinos al que su editor le ha encargado investigar un caso muy mediático sobre el asesinato de un dentista. Vega decide entrevistar a la viuda, Laura Grotzki (Leticia Brédice), quien lo inicia en el mundo de las citas a ciegas sexuales por internet, mientras su matrimonio con Carla (Mónica Antonópulos) se desmorona. Con una trama muy parecida a la de Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), pero que no busca llegar al fondo del submundo en cuestión, Arrebato pone distancia de todo lo que la rodea y crea escenas que nunca conducen a nada, en un círculo vicioso que lleva a los actores hacia diálogos que van perdiendo el sentido a medida que la obra cae en la redundancia producto de la falta de acción. El asesinato del dentista se convierte en un acontecimiento más de una trama que se centra en la obsesión infantil, inconducente y mal trabajada de Vega de entender al asesino. De esta manera se corre el eje de la trama y con él todo el sentido de la película y de la relación entre los personajes interpretados por Echarri y Brédice, quienes deambulan en el guión como pueden. Mientras el tedio se apodera de la obra a través de la repetición hasta el hartazgo de escenas fútiles, el final se vislumbra como una obviedad que se aproxima inexorablemente. Tan solo algunas breves apariciones como las de Gustavo Garzón, en el papel del tozudo y obstinado fiscal, y Claudio Tolcachir, como el editor de Vega, logran levantar por momentos el devenir para ocultar las fallas de la historia principal. Las consecuencias de todo esto también son previsibles y el “arrebato” queda tan solo como un berrinche de los aburridos vecinos de Palermo que no saben vivir en su riqueza.
Infidelidad en los tiempos de las redes sociales. Es interesante como algunos directores amantes del cine de género trabajan mejor la pureza de sus procedimientos y dinámicas cuando plantean películas exploratorias; indagadoras en el estilo y en la forma. Sandra Gugliotta viene serpenteando su carrera sin atarse a un mundo. Su opera prima era una mirada urgente sobre la juventud en tiempos pre-corralito financiero (Un Día de Suerte), luego de varios años regresó con un policial gélido y algo críptico (Las Vidas Posibles) y el año pasado estrenó vía streaming La Toma, de paso también por el BAFICI 2013; un documental bien desde las entrañas de la problemática de los estudiantes secundarios y las tomas de escuelas. Finalmente en su tercera película recala su cine en la plena caja contenedora de los géneros, ya sin coqueteos. Arrebato muestra más pasión por la dimensión temática de su historia que por lo formal, en especial del armado temporal del relato. Sus situaciones se enganchan a la fuerza de su protagonista que deambula con pocas motivaciones; un escritor urgido de escribir un nuevo libro que acepta de mala gana la sugerencia de su editor para contactar a la viuda de un asesinado -en un caso que se ha replicado mediáticamente- con el objetivo de obtener información no divulgada para su nueva historia. Como dice la regla del policial: mientras avanza en el caso, el investigador sufre un declive en su vida personal. El hilado de situaciones de la pesquisa policial no progresa, solo se incrementa el tono de los encuentros entre el escritor (Echarri) y la viuda (Brédice), sospechosa número uno del crimen. El problema principal es cuando el guión necesita desentenderse de la previsibilidad del caso y la mejor idea que surge es apostar a un nuevo borrador, y es así que las flechas apuntan al escritor en la segunda mitad, bajo la idea de narrar la misma película pero desde la subjetividad del protagonista, quien aparece ahora implicado en un homicidio idéntico al del caso que investigó y que publicó en su nuevo libro. No es casual que en la conferencia de prensa las preguntas se hayan direccionado -en su mayoría- hacia el tema del film (la infidelidad, la traición, etc.) y casi nada en los modos empleados del lenguaje cinematográfico. La urgente actualidad de las redes sociales como espacios de confraternización (en el mejor de los casos) y las consecuencias de la piratería 2.0 son los dos focos fundamentales, que en realidad conforman una articulación casi como “causa y efecto”, lo que parece interesarle en definitiva a la directora. De tal manera es que la segunda parte es casi una radiografía de los actos del escritor, sin un vuelo narrativo capaz de zigzaguear lugares comunes, como el concepto del “falso sospechoso” o del final terriblemente descriptivo. Quienes parecen ser los únicos en entender el juego de los estereotipos son Gustavo Garzón (en la piel de un perro de presa con modales, al interpretar un fiscal que investiga al protagonista) y Claudio Tolcachir (el editor cizañero), quien descomprime los momentos tensos por ser el único de los personajes principales ajeno a la trama criminal.
Más extraño que la ficción Hace poco menos de un año, Sandra Gugliotta había estrenado comercialmente La toma. El documental, uno de los tantos que pasaron –y pasan y seguirán pasando– injustamente inadvertidos, partía con la idea de radiografiar las protestas estudiantiles ocurridas en 2012 desde las acciones establecidas en un colegio secundario palermitano. Como toda buena película, su premisa era apenas una excusa para dialogar (o refractar) las particularidades de un mundo: era, entonces, un film cargado de un presente puro y perfectamente distinguible, un relato acerca de los mecanismos de la construcción identitaria individual y grupal en plena hiperpolitización de la era kirchnerista. Es por demás llamativo, entonces, que el trabajo inmediatamente posterior de Gugliotta peque justamente de eliminar cualquier atisbo referencial geográfico, político y cultural: si La toma transcurría inequívocamente en un aquí y ahora palpable, Arrebato es un producto extemporáneo, de coordenadas distinguibles, pero sin funcionalidad narrativa. El protagonista es Luis Vega (Pablo Echarri), un ascendente profesor y escritor de policiales felizmente casado (su mujer es Mónica Antonópulos) y con un hijo, que empieza a escribir un libro sobre un asesinato reciente. Claro que el interés estará menos puestos en las claves de ese crimen que en la excéntrica viuda (Leticia Brédice), a la postre puerta de entrada al universo de la promiscuidad y el intercambio de parejas. Lo que ocurrirá después es la distorsión entre realidad y ficción, la latencia de un crimen anidando en la mente del escritor. Podría pensarse a Arrebato como réplica tardía de los thrillers protagonizados por Michael Douglas y/o Sharon Stone, con Bajos instintos a la cabeza, en los primeros noventa. La referencia al film de Paul Verhoeven no es casual, ya que aquí habrá un hombre que caerá fascinado ante los encantos de una potencial asesina. Arrebato ofrece un protagonista circundando por un entorno aparentemente perfecto que se cruzará con un personaje ominoso que operará como disparador de un quiebre personal, triángulos amorosos, un núcleo policial, verdades que no son tales y una locura creciente. Irregular en la generación de suspenso, predecible en sus vueltas argumentales aunque disfrutable en su desarrollo, el nuevo film de Gugliotta termina convirtiéndose en una correcta propuesta genérica en la línea de Tesis sobre un homicidio y Betibú. No es poco -sobre todo proviniendo de una cinematografía que, a excepción del terror y algún que otro exponente mainstream de comedia, suele soslayar en su mayor parte las narraciones tradicionales- pero tampoco demasiado.
En el ojo de la tormenta En vez de Arrebato (2014), la nueva película de Sandra Gugliotta podría haberse llamado Búsqueda frenética (Frantic, 1988), porque su protagonista Luis Vega (Pablo Echarri) comienza una desesperada indagación acerca de su entorno, su condición como ser humano y, principalmente, sobre su relación con su pareja Carla (Mónica Antonópulos), a partir de ciertas sospechas despertadas por esta última. Luis Vega es un celebrado escritor y profesor que, a partir de que su mentor y editor (interpretado por Claudio Tolcachir) lo impulsa a escribir su primera novela, todo su mundo comienza a desmoronarse ante la duda sobre una posible infidelidad de su mujer. Cuando descubre el asesinato sin resolver de un dentista, en medio del caso Grotzki investigado para su libro, comienza a relacionarse con la viuda (Leticia Brédice), quien le despertará lo más oscuro de su personalidad. Y a medida que avanza en la investigación para su novela, Luis encontrará irregularidades en el comportamiento de su esposa. El avance temporal -en apariencia lineal, pero no- generará la incorporación de un personaje más en la ficción (un fiscal, interpretado por Gustavo Garzón) y que una vez más pondrá a Luis ante la disyuntiva entre el caso que investiga y su vida personal. Si bien Gugliotta podría haber apostado a lo seguro, generando un film de género simple y efectista, redobla la apuesta en la generación de climas y atmósferas sugerentes (sobre todo en las imágenes de la sórdida noche que le gusta a Laura- Brédice-), que envuelven al espectador y que emparentan las emociones resultantes a las del protagonista. En la ciudad los personajes de Arrebato se mueven como en sus ambientes más personales, profesionales, seductores, ambiciosos, pero es en los espacios cerrados en donde la directora puede construir una narración digresiva que sugiere y mantiene el interés en la historia. El verosímil del proceso de investigación del caso se refuerza con la ambigüedad de la relación de Luis con Laura, un personaje que si bien es trabajado desde trazos gruesos (algo que le encanta a Brédice), marca el obligatorio contrapunto para que las pulsiones comiencen a emerger. Las correctas actuaciones de Echarri y Antonópulos, como una pareja que comienza a resquebrajarse ante la posibilidad de un engaño, es el punto más alto de una película sugerente y que intenta mantener su nivel de producción hasta el último momento.
Afortunadamente semana a semana llegan a la cartelera local películas nacionales de género, pero lamentablemente no todas pueden ser buenas. Tal es el caso de Arrebato, donde hay un gran potencial y talento pero no bien deliberado. El principal problema de este estreno es que la historia es muy obvia, a medida de que va avanzando y de que conocemos a los personajes sabemos de antemano que caminos recorrerán y promediando la mitad de la película el final es muy imaginable. Esta cuestión limita mucho toda relación que el espectador pueda tener con el film y genera que se preste más atención a otras cuestiones tales como la puesta y las actuaciones. Afortunadamente ambas ramas están bien, pero tampoco son nada de otro mundo. En lo actoral, Pablo Echarri está sólido y se le notan las ganas que tiene de hacer cine. Maneja bien los tiempos y su personaje se aleja de las telenovelas. Se encuentra bien acompañado por Mónica Antonopulos y Leticia Brédice. Y el que tal vez hace más ruido en el elenco es Gustavo Garzón, no por su capacidad, porque es un gran actor, sino por su personaje porque no se le cree absolutamente nada. Por su lado, la directora Sandra Gugliota le da ritmo y balancea bien la intriga periodística y el policial, pero se nota que tomó bastantes apuntes de Bajos Instintos (1992) porque hay un par de secuencias que son muy parecidas. Con estructura rara pero llevadera la película se deja ver aún con su previsibilidad y abrupto final. Arrebato no entrará en la lista de los grandes policiales nacionales pero a lo mejor (por su protagonista) capta la atención de un público más de televisión y no tan curtido en cine y logra atraer interés por el género.
Por los caminos del policial En la primavera que vive el género gracias a éxitos recientes, el film de Gugliotta busca dibujar su historia en un impreciso límite entre la realidad y la ficción. A veces lo consigue y las actuaciones acompañan, aunque quedan algunos cabos sueltos. El estreno de Arrebato, de la directora Sandra Gugliotta, vuelve a poner en evidencia el peso que el cine argentino reciente ha cargado sobre la estructura del policial, a partir del éxito de El secreto de sus ojos. Desde que en 2009 se estrenó la de Campanella, gran parte de las películas argentinas más exitosas en términos comerciales pertenecen a este género, que se ha convertido en una plataforma segura para intentar tomar por asalto las boleterías, pero sin caer en el barro de géneros menos prestigiosos. Fuera de los que tuvieron a Ricardo Darín por protagonista –en donde no es posible determinar si el éxito debe atribuírsele al género, al actor o a la sumatoria de ambos factores–, títulos como El corredor nocturno (2009, Gerardo Herrero), Sin retorno y Betibú (2010 y 2014, ambas de Miguel Cohan) y hasta Muerte en Buenos Aires (2014, Natalia Meta) validan el poder que el policial ha acumulado en estos años. Arrebato se ubica dentro de ese rango. Como ocurre en los casos mencionados, Gugliotta también se apoya en la presencia de una figura como Pablo Echarri, una apuesta que busca traducirse en éxito comercial. Habrá que ver si el actor logra posicionarse de cara al público como una alternativa posible a la Darín-dependencia. Desde lo narrativo, la directora intenta armar una trama intensa de idas y vueltas en la que la ficción y la realidad dentro de la ficción se contaminan mutuamente, desdibujando el límite que las separa (pero no tanto) hasta que la vida privada acaba siendo infectada por el submundo oscuro al que desciende el protagonista. El disparador de la película es efectivo. Luis (Echarri, sosteniendo de manera eficaz su responsabilidad protagónica) es un docente universitario y escritor de policiales que investiga un crimen sórdido como parte del trabajo previo para una futura novela. Así conocerá a una viudita alegre/femme fatale (Leticia Bredice, sobreactuada, pero no más que de costumbre) acusada de matar a su marido, quien con su mirada cínica potenciará el lado paranoico del escritor hasta hacerlo dudar incluso de la fidelidad de su propia mujer (Mónica Antonópulos, haciendo buenos aportes a la tensión dramática y erótica). Con una construcción cinematográfica más o menos clásica en cuanto a la linealidad de la narración, con una fotografía correcta y una banda de sonido apropiada aunque algo excedida, los problemas del opus tres de Gugliotta no tienen que ver con lo técnico, sino más bien con abordar el género desde un lugar seguro. Una falta de riesgo que tiene relación directa con la forma en que el cine argentino suele abordar el policial, más como imitación que como adaptación del cine norteamericano. Tendencia que se manifiesta en lo que podría definirse como “excesos de ambientación” que pretenden “internacionalizar” la forma en que se perciben los escenarios en los que se desarrollan las acciones. Una intención que en un film de corte fantástico resultaría menos evidente, pero que en un policial de corte realista equivale a lesionar parte del verosímil. Pero más allá de la sumatoria de pequeños detalles que revelan ese carácter imitativo, no es eso lo que convierte a Arrebato en un policial fallido. El verdadero inconveniente es aquel que ningún relato del género debería permitirse: los cabos sueltos. Porque Gugliotta a veces interviene de manera apurada, forzando la maquinaria policial, resignando en el camino precisión y pasando por alto detalles nada menores. Detalles que, sobre el final, hacen que los engranajes del relato se zafen, produciendo inconsistencias que vulneran lo esencial para asegurar el éxito del género: la confianza del espectador.
Un thriller hecho de silencios y opacidades En este thriller sobre un escritor de policiales, sobre asesinatos y celos, Luis Vega (Pablo Echarri) está casado con Carla (Mónica Antonópulos) y su editor y amigo (Claudio Tolcachir, mucho más urbano y menos torvo que en El ardor) le sugiere que escriba algo a partir del "caso Grotzki", un dentista asesinado. Para eso, Vega contacta a la viuda, Laura (Leticia Brédice). Esto no es el argumento; es el punto de partida, lo que pone en movimiento la película y sobre todo al personaje del escritor, que hace tiempo que no escribe sino que da clases y se ha convertido en lector, en editor de trabajos de gente más joven. Vega es la clave, el peso de Arrebato: es quien ve, quien cela, quien investiga, quien pone en marcha la acción y destapa lo que ya está arruinado. Y la clave de Vega es que es un personaje construido de forma singular, definido por sus escasos atractivos. Está interpretado por Echarri y no seduce, no tiene encanto, no logra ni siquiera contestar con sabiduría de escritor (de esos escritores del cine). Las mujeres lo dominan, lo perturban; no tiene una relación fluida con su pequeño hijo, no obtiene lo que busca, anda demasiados días con la misma camisa. Lo gris de Vega hace que nos intrigue. La primera parte de Arrebato, extensa y hasta un poco anodina, descansa en la promesa de que algo más -algo de violencia, algo sexual- ocurrirá, pero la película nos deposita -con una gran elipsis astuta- en una segunda parte nos lleva a preguntarnos qué es lo que ha pasado, con lo que se cambia el foco de tensión y el modo de atención. Y luego hay una tercera parte -otro bloque diferenciado en términos de modos de informar- más breve y directa, resolutiva sin vueltas. Desesperanza La película hace de lo opaco de sus personajes, de sus pocas confesiones, de sus pocas definiciones, su mayor mérito. Ni Vega ni su mujer son apasionantes, son físicos casi vacíos: sus acciones parecen provenir de la desesperanza, de la asfixia social, de la frustración. No hay felicidad aquí, a veces hay furia, a veces hay desahogo, no mucho más. Echarri y Antonópulos -con miradas poco vivaces- encajan perfectamente en sus roles, y Brédice a veces lo presiona con demasiada intensidad. El final, con una canción de El mató a un policía motorizado, tiene la inteligencia de funcionar como reposo catártico. ¿En qué falla Arrebato? Extrañamente, en las costuras menores, en mucho de lo que debería otorgarle fluidez para sostener su propuesta policial-erótica poco explosiva: en cómo pone en escena el movimiento (las reacciones violentas de Vega se exhiben torpemente), en cómo se construye la mirada del celoso (la espera muy visible en el estacionamiento abierto, todo lo relativo a la revisión del teléfono), en cómo la investigación y la búsqueda de pruebas no se plantean con verosimilitud. Una mayor concentración, un mayor foco, una mayor dedicación a los detalles podrían haber mejorado este policial que se juega a -y acierta en- no tener grandes sorpresas.
Un thriller de factura clásica En el comienzo Luis Vega (Pablo Echarri) le explica a sus alumnos las principales características de una buena ficción, poniendo el acento en que el principal atractivo se genera cuando el autor da pistas para comprender el universo que ven y piensan los personajes. Y a continuación, lo que sigue en Arrebato es cumplir con esta premisa a partir de un thriller de factura clásica, que adhiere con reverencia al género. Tal vez demasiado. En el comienzo Luis Vega (Pablo Echarri) le explica a sus alumnos las principales características de una buena ficción, poniendo el acento en que el principal atractivo se genera cuando el autor da pistas para comprender el universo que ven y piensan los personajes. Y a continuación, lo que sigue en Arrebato es cumplir con esta premisa a partir de un thriller de factura clásica, que adhiere con reverencia al género. Tal vez demasiado. Centrada en un personaje atormentado como Vega, un profesor de literatura y escritor de policiales que recibe el encargo de su editor para que trasforme en un libro el mediático caso del asesinato de un tal Grotzki, un dentista sin demasiadas aristas interesantes pero que dejó viuda a una mujer que sí resulta fascinante, Laura (Leticia Brédice), la principal sospechosa del crimen, la historia suma a Carla (Mónica Antonópulos), atractiva, distante y con algunos secretos, que agrega inestabilidad a la vida del escritor, en plena faena de investigar el mundo del intercambio de parejas (el posible detonante de la muerte de Grotzki) y con la sospecha de que su mujer lo engaña. La rubia fatal, el desmoronamiento de la vida ordenada del protagonista, el oficio de escritor para borrar las fronteras entre la ficción y el crimen sangriento, son los elementos de una puesta sin aire, tan cuidadosa de respetar los tips del policial tradicional como por caso lo hacían también dos films recientes que seguían la misma línea como Betibú (Miguel Cohan) y Tesis de un homicidio (Hernán Goldfrid), pero que a diferencia de aquellos, no se permite reelaborar el género. Y entonces, la trama comienza a anunciar su desenlace con demasiada antelación y se desdibuja el resto de los valiosos elementos de la puesta, desde el triángulo amoroso que funciona y da aire para a la primera mitad del relato, las participaciones de Gustavo Garzón como un fiscal implacable y Claudio Tolcachir como el editor y una ciudad retratada como una superficie brillante que, sin embargo, sugiere varios pecados inconfesables.
Un escritor y profesor de literatura es acusado de asesinato, luego de que su novela, titulada "Arrebato", que habla sobre un misterioso crimen ocurrido en la vida real, sea publicada. Viendo el filme, rápidamente podemos entrar en la comparación argumental de "Bajos Instintos" y tantas producciones similares. Pero acá no están Michael Douglas y Brédice está lejos de ser Sharon Stone. Lugares sórdidos, mucha noche, ambigüedad en los personajes no logran concretar una película de categoría. Para pasar el rato. Con Pablo Echarry, Leticia Brédice, Mónica Antonopulos y Gustavo Garzón.
Los peligros de la imaginación A Luis Vega (Pablo Echarri), escritor, se le terminó la inspiración y es su editor el que le da una mano con algún consejo para que supere el problema de "la página en blanco". La sugerencia pasa por algún hecho con el que se involucre emotivamente y lo lleve a escribir, superando el problema. El reciente crimen de un dentista, el conocimiento de su esposa para indagar caracterÃsticas del hecho que decide volcar al papel como ficción, comienzan a inquietarlo. El desarrollo de la investigación, los encuentros con Laura Grotzki (Leticia Brédice), la esposa del dentista, manipulan su existencia y lo convierten en un hombre dispuesto a sospechar de la vida privada de su atractiva esposa. Vega inicia un viaje sin retorno hacia un mundo inquietante. FICCION Y REALIDAD Sandra Gugliotta, la directora de "Un dÃa de suerte" incursiona dentro del mundo del cine de género y lo hace con solidez en el comienzo y en la primera parte del filme, pero cuando la ficción y la realidad se van confundiendo y se duda entre lo que ocurre y lo que el protagonista piensa que ocurre, aparece una mano no tan firme y cierta oscilación en ese nuevo entramado. Los diálogos se hacen un tanto reiterativos, la vuelta de tuerca esperada no se produce y la historia parece estancarse y dudar. La aparición de un nuevo personaje, el fiscal, que podrÃa ser otro hilo conductor interesante de la trama, no alcanza a definir situaciones y el filme se precipita hacia un final convencional. Son correctas las actuaciones de los principales protagonistas, pero hay ciertos elementos que se sugieren en la personalidad de Luis y no cuajan y un mundo sugerido, el de las "citas a ciegas" que abren un subterráneo e inexplorado mundo que la directora elige no abordar, pero que podrÃa haberse convertido en una interesante veta policial. Sandra Gugliotta sabe contar cinematográficamente, aunque el final de "Arrebato" no está a la altura de la primera parte de su estructura narrativa.
Drama de celos con buenos climas y un elenco preciso Conviene atender el comienzo de este drama de celos, donde un hombre explica ante su auditorio ciertas razones que autorizan a creer que algo es verdadero cuando viene expuesto con modos aprobados por la ficción. Un relato es más creíble que un informe, puede pensarse. Ese hombre es, básicamente, un novelista experto en el género policial. Lo vemos en la presentación de un libro suyo, urgido por el editor, que requiere otro libro más para aprovechar el éxito, festejado por el público, acompañado por su esposa con aire cómplice. Pronto sospechamos que ella gusta mucho de la complicidad. Con otros tipos. El problema es que el marido también lo sospecha. Hay gente molesta. Y también hay un personaje raro, una viuda alegre que acaso mató a su marido, de profesión dentista. El escritor debe sonsacarle alguna confesión para su nuevo libro. En esa parte ciertos ecos en el accionar de uno y otro sugieren algo detrás de lo que vemos. Suele ocurrir que las personas reales se vuelvan personajes propios, representaciones ocultas de sí mismo, en la mente de un narrador. A esa altura, ciertas licencias argumentales, algunos gestos y jadeos excedidos, se equilibran e integran con un fondo sonoro muy trabajado, inquietante. El clima logrado es bueno, lo que en este caso no significa que haya buen clima. La segunda parte del relato incluye crímenes, sospechas policiales, inocencia judicial, verdad revelada. La escena de la verdad es terrible, y deja a mucho público en estado de comprensible desazón. A veces los narradores escuchan el relato de alguna persona medio tocada, le dan estilo, lo hacen propio, y en ocasiones hasta lo sacan del ámbito de la imaginación al de la realidad. Esto último no siempre conviene. Tal es lo que parece exponer Sandra Gugliotta, autora del film. También expone otras cosas de orden práctico, como la conveniencia de no olvidar el celular, borrar las huellas de actividades extraoficiales en beneficio de la paz hogareña, evitar obsesiones, etcétera. Lo hace respaldada por un elenco preciso en cada momento, encabezado por Pablo Echarri y Mónica Antonopulos (a destacar, la escena de enfrentamiento entre los ex cónyuges en un restaurant: parece fácil, pero hay que saber tocar una copa, mover un bolso, para dar la sensación de estar al borde del estallido sin caer en estridencias). Otro respaldo de primera línea lo conforman el director de sonido Vicente D' Elia y el compositor Sebastián Escofet. Por ahí también anda Julián Gándara.
En su propio laberinto El cine, la literatura y la mismísima realidad se han encargado de contar no pocas veces la historia que nos trae Arrebato, la nueva película de Sandra Gugliotta (Las vidas posibles). El filme se adentra en el mundo privado de Luis Vega (Pablo Echarri), un escritor de policiales y profesor de literatura que enreda su vida con los hechos de su futura novela. Deberá narrar un crimen pasional en Buenos Aires, un crimen que tendrá implicancias personales. Arrebato es un thriller al que le falta misterio. Desde el comienzo plantea un juego entre ficción y realidad demasiado anunciado. “Lo que fue dicho se transforma en verdadero”, les dicta Vega a sus alumnos en la primera escena, un discurso que será dado por verdad. Un guiño al poder del relato. Vega, el personaje de Echarri, copa la pantalla (Es inevitable vincularlo con su omnipresencia mediática de los últimos días). Por suerte no es un héroe setentista, sino un escritor que construye bien sus paranoias, pero que resulta poco verosímil en demasiados aspectos, desde su estándar de vida de escritor a su relación con el editor (Claudio Tolcachir). Quizás el papel más destacado sea el de Antonópulos, que hace de Carla, la mujer del escritor. Y luego está Leticia Bredice, que hace de... Bredice, conformando el triángulo que motoriza la historia. Ella es la mujer de un tal Grotzki, cuya muerte ocupa las páginas de los medios, y se encarga de revelarle la trama de ese asesinato a Vega, que entrará en crisis con semejante materia prima. También somos testigos de amores clandestinos y citas sexuales vía chat. Pero el eje está en los desencuentros entre Vega y Carla, anticipados por el caso Grotzki, escrito a la par. La espiral de celos que invade al novelista, sus paranoias de escritor, y una conexión entre realidad y ficción que falla por exceso. Conexión que por otra parte arrastra una larga historia, la del escritor sospechado de cometer un crimen revelado en sus libros. El mismísimo Conan Doyle, por nombrar un autor de policiales, sufrió esa clase se persecución. ¿Más actual? Busquen en Google al polaco Krystian Bala, autor de best sellers condenado a 25 años de prisión por un caso de asesinato que él mismo noveló. Pero Arrebato es ficción, thriller psicológico, una historia de celos y un policial a la deriva y en su propio laberinto.
A cualquiera le puede pasar Luis Vega (Pablo Echarri) es escritor y profesor de literatura y está casado con Carla (Mónica Antonópulos) con quien tiene un hijo. En busca de inspiración para su próxima novela, entrevista a Laura Grotzky (Leticia Bredice) una enigmática mujer acusada de asesinar a su esposo. Ambos tienen extrañas citas, de noche, en lugares solitarios; esas son las condiciones que pone Laura para darle, de a poco, informacion sobre el crimen de su marido. Pero las citas se convierten en algo más que una excusa para la investigación, Laura es manipuladora y logra revelar el lado oscuro de Luis: los celos. Luis sospecha que su esposa lo engaña, y eso lo transforma en un hombre violento, tanto que lo único que consigue es que se aleje de él. La trama es interesante, nos plantea que cualquiera de nosotros podríamos ser capaces de cometer un crimen si nos descontrolamos y dejamos de actuar como los seres civilizados que debemos ser. Por otro lado, el guión también le da bastante importancia al tema de las vidas paralelas, cómo la tecnología de hoy nos permite jugar en una sala de chat a ser otra persona, a desplegar fantasías que probablemente no nos animaríamos a llevar a cabo en nuestra vida cotidiana. Luis es un personaje complejo, una especie de Dr. Jekyll buen esposo y respetado escritor, y un Mr. Hyde capaz de despertarse ante un extraño mensaje en el celular de su esposa. El problema es que no podemos creernos ninguno de los dos personajes. Por un lado porque la actuación de Pablo Echarri no es del todo convincente, y por el otro porque el guión, si bien es prolijo e interesante, parece poner varios personajes en un tablero en el que no están conectados entre sí. Se hablan, se gritan, y hasta se pegan, pero nada de lo que hacen parece estar conectado con la reacción posterior. Con buenas intenciones, y partiendo de una idea interesante, la historia resulta incompleta, incapaz de atraparnos o de generar un buen clima de suspenso. Resulta imposible creer las reacciones de los personajes, y nos quedamos esperando que suceda algo que conecte todo, pero lo único que aparece, abruptamente, es el final.
"Arrebato" propone algo interesante... un thriller sobre los celos que se convierte en algo extraño con el correr de los minutos. El elenco - el mismo de EL ELEGIDO (Telefe), pero ahora para disfrutarlos en pantalla grande - se lleva definitivamente la película. Pablo Echarri sostiene la trama con la transformación de su personaje, Leticia Bredice explora otro perfil y lo hace deliciosamente y Mónica Antonópulos disfruta de sus outfits/remeras sin corpiño (toda la peli) y nos confirma que es buena actriz. Peli que - a mi parecer - se pierde en el camino, sobre todo ante una placa que nos ubica pasado el tiempo. Como dije antes, gracias actores por ponerse la película al hombro. Uds deciden... se deja ver.
Una buena idea que termina naufragando. Un filme que no logra generar ni un solo clima de suspenso y que se ve perjudicado por la interpretación de Pablo Echarri, inexpresivo como pocas veces se lo ha visto en la pantalla. Obviamente no es el único punto en contra, hay poco oficio desde la dirección para generar tensión, usando los efectos de sonido más para golpes de efecto gratuitos que para acompañar la tensión. Una prueba de lo tediosa que termina siendo la cinta es que a pesar de que el metraje dura ideales 85 minutos, la experiencia de verla se hace eterna.
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Crónicas de la expiación La película trata sobre un escritor obsesivo, Luis Vega (Pablo Echarri), que comienza a investigar un crimen actual cuya narrativa lo lleva al personaje de Laura (Leticia Brédice), a quien la prensa y la opinión pública tilda de presunta asesina pasional de su esposo, tras el supuesto hecho de infidelidad de su marido. La relación con el personaje de Brédice se adecúa a la condición de viuda-femme fatale, sensual y adinerada no se cansa de perseguir con ademanes y miradas al debilitado escritor, quien cuando acepta acercarse, apenas alcanza a confesarle su miserable verdad junto a los detalles sobre el asesinato de su marido, dejando afuera para él y toda la audiencia, el deleite de la esperada experiencia sexual. Como era de esperar, los sutiles detalles serán los vehículos que lleven al resultado promisorio de concluir la novela del frustrado escritor, para quien su editor podría definirse como único y fanático de sus trabajos. El núcleo familiar de nuestro personaje se compone de una esposa (Mónica Antonópulos), quien además de cumplir el rol de madre y mujer del siglo XXI, descuida a su familia por mantener encuentros de sexo casual; y un hijo que apenas lo reclama. Ante este escenario de escasa contención, la ira y desesperación del protagonista resultan justificables. Sin embargo, sin darse cuenta esa ira lo controla, y se deja llevar por las pasiones. Enfermo de celos (en realidad no tanto, pero es necesario remarcarlo) descarrila ante la obsesión de la búsqueda de la verdad en un caso que en realidad ni siquiera le interesa, ni tampoco sabe bien para qué la busca, más allá del pretexto de suplir la falta de inspiración y vacío, al momento de escribir. El film promete un thriller de intriga, y misterio, algo que lleva y vuelca con obstinada atención. Prolija en los aspectos técnicos, tanto en la cuidada y por momentos oscura fotografía, como en lo detalles sonoros, que sirven de apoyo estético. Pero a pesar de esa minuciosa búsqueda expresiva, el relato avanza caprichosamente a los lugares buscados. Todo brindado al espectador para que imagine y justifique el esperado final. Sin vueltas ni rodeos, la historia avanza, como parece avanzar el escritor en su investigación y en su novela. Como si todo estuviera dicho y sólo hubiese que hacerlo, sin posibilidad de error. Quizás lo más interesante del personaje de Vega sea el mismo Pablo Echarri, quien en este caso como antihéroe no mide sus esfuerzos para escaparse de esa condición. Pero su débil actitud termina sometiéndolo a su entorno: su mujer, su editor, su provocativa fuente de información y la misma justicia. A pesar de mostrarse seguro, el personaje encarado por Echarri no logra acceder al status buscado, tratando de sostener sin resultado satisfactorio esa máscara característica de pibe 10. Apenas en el momento de máxima tensión y acción es donde su inseguridad se desdibuja y encamina hacia una salvación o, por lo menos, un intento de expiación, para recobrar el espacio de exitoso escritor, personaje del momento.
Crítica emitida por radio.
Impulsos que no se sienten La directora Sandra Gugliotta incursiona en el thriller psicológico y policial con un relato que, siguiendo la línea de los films Tesis sobre un homicidio y Betibú, combina un caso policial con la novela de investigación periodística y ciertas obsesiones (demasiado) parecidas a las de Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992). Arrebato centra su historia en Luis Vega (Pablo Echarri), un escritor de novelas policiales y profesor de literatura, a quien le proponen para su próximo libro abordar un caso mediático de asesinato de un dentista llamado Grotzki. Su investigación lo llevara a involucrarse con la viuda (Leticia Brédice) y principal sospechosa de Grotzki, que lo introducirá en un mundo de prácticas sexuales desconocidas. Con un comienzo prometedor, en el que el profesor habla a sus alumnos (cual espectador) sobre los principios del relato de ficción y la importancia de comprender la psicología de los personajes, Arrebato prepara al público para un relato donde la paranoia, el suspenso, los triángulos amorosos y mentiras verdaderas serán sus protagonistas. Pero lamentablemente aquella charla inicial del profesor queda en el olvido. Si bien Arrebato cumple con rasgos característicos del género falla en su primer eslabón, la identificación del público con sus personajes. Uno no logra identificarse con el profesor que es el eje central del relato, Pablo Echarry no da tal vez con el "fisic du rol" de escritor y profesor y no logra transmitir sentimiento o emoción alguna aún en situaciones extremas, y a partir de allí todo lo demás nos será ajeno como espectador. El relato nunca logra generar verdadera tensión, el suspenso es casi nulo y, si bien el guión esquiva algunos lugares comunes, está repleto de escenas que no conducen a nada y diálogos que se vuelven redundantes haciendo tempranamente predecible su resolución. Promediando el final, la intrascendente obsesión del escritor por entender la visión de los asesinos corre el eje de la trama y hace quedar en el olvido tanto al disparador de la historia como su relación con la viuda. Leticia Brédice, como la excéntrica y sospechada viuda (estilo Sharon Stone) que con sus encantos despertará lo más oscuro del escritor, que aparece y desaparece sin dejar rastros, las breves apariciones de Gustavo Garzón como tenaz fiscal, Claudio Tolcachir, como el editor de Vega y una destacada Mónica Antonópulos como la sufrida esposa de Vega, completan un reparto cuyas buenas actuaciones hacen transitable el relato pero en el que nunca podemos conectarnos con sus protagonistas.
Un film de Sandra Gugliotta que tiene en su haber algunos climas muy logrados, buenas actuaciones de Leticia Bredice, un intenso Pablo Echarri y un derroche de seducción y belleza de Mónica Antonópulos. Es una película de género, una buena decisión, pero el argumento tiene problemas aunque no atenta contra el entretenimiento.
Existen sutiles efectos sonoros que suman a la construcción narrativa que el espectador puede identificar fácilmente hasta con los ojos cerrados. Escuchar como crujen las suelas de los zapatos en el asfalto húmedo. Sentir esa pequeña explosión cuando se enciende un fósforo y el personaje da la primera pitada al cigarrillo o cuando sirve enérgicamente un vaso con whisky. Ninguna de estas características se escucha en Arrebato, todo el espacio sonoro está inundado con la respiración del protagonista y por una banda de sonido que remarca los acontecimientos. La película se encuentra planteada en tres actos divididos por una elipsis y un cartelito que anuncia “6 meses después”. Pablo Echarri es Luís Vega, el protagonista de la historia y desde su primer plano -si uno presta atención a las palabras escritas en el pizarrón detrás de él y el sentido que apunta la flecha- podrá resolver el enigma que esconde el argumento. Leticia Bredice sería algo así como la Femme Fatale, esa viuda negra que no deja títere con cabeza cuando todavía el cuerpo del marido se encuentra tibio. Pues no, apenas hace un poco de sacadita y alocada, y listo. Eso sí, la visten con tonos acromáticos, no solo porque se autodenomina como una mujer nocturna, sino para diferenciar su personaje con el de Mónica Antonópulos siempre en tonos pasteles y con escotes profundos para darle sensualidad y refinamiento al personaje que interpreta como esposa de Vega. Dos mujeres ubicadas en polos opuestos pero unidas por un sentimiento: los celos. Arrebato es un policial sin intriga ni tensión. Estos celos son los que movilizan a Vega a indagar cada vez más en un asesinato que le sirve como fuente de inspiración a la hora de escribir en su nueva ficción. A medida que avanza el relato y la cosa debería estar más intensa, el único aporte de tensión, intriga o como deseen definirlo está aplicada a la hiper, excesiva y sobre actuada respiración nasal del protagonista que en nada aporta al dramatismo. Los únicos momentos de respiro, como para no variar de tema, son las pequeñas apariciones de Tolcachir y Da Silva.
Fragmentos inverosímiles En algunos círculos críticos se remarca bastante el aporte de Pablo Echarri a la televisión, a través de unitarios o series como El elegido, Montecristo o Resistiré. No voy a cuestionar esas afirmaciones porque sólo he visto algunos capítulos de esas creaciones, que supuestamente mostraban una gran capacidad para repensar ciertos formatos televisivos en función de temáticas donde el pasado del país convivía con el presente de formas muy oscuras. Pero de su filmografía tengo un conocimiento más amplio, y apenas si rescato Crónica de una fuga -donde su papel estaba entre lo más flojo- y algunos momentos de Alma mía -en la que su historia romántica con Araceli González era lo que menos funcionaba-. El resto de sus películas han transitado entre la intrascendencia formal y discursiva, como El método o Las viudas de los jueves, y lo directamente indignante, como Peligrosa obsesión y Apasionados. La presencia en el guión y la dirección de Sandra Gugliotta, con antecedentes atendibles en la ficción, como Las vidas posibles y Un día de suerte, le otorgaban una esperanza a las posibilidades de Arrebato. Se podía suponer que la realizadora, con esta historia donde la investigación de un crimen que realiza un escritor y profesor de literatura como material para un futuro libro, terminan disparando sus celos hacia su mujer y diversas paranoias que venía incubando desde hace rato, iba a intentar explorar las inseguridades masculinas, la atracción por el crimen y la violencia, y la delgada línea que separa la ficción de la concreción real de esa ficción. Allí se podían intuir potencialidades pero también riesgos. Pero era difícil prever que no se iba a cumplir nada de lo bueno y, sí, todo lo malo. Es difícil contar lo que pasa en la película o encuadrarla en un género determinado, pero no porque sea compleja o eluda con inteligencia las convenciones, sino porque simplemente en todo su relato nada funciona como corresponde. De hecho, hasta se hace dificultoso afirmar que hay un relato en Arrebato, es decir, una narración donde las partes fluyen adecuadamente, con personajes con un mínimo de solidez y giros verosímiles en la trama. No, lo que hay en el film es una mera acumulación de fragmentos inconexos. Desde un principio, todo sale mal: la primera secuencia, con un Echarri un tono por encima del requerido (como siempre) dando clase a un conjunto de estudiantes -en su gran mayoría chicas que lo contemplan embobadas, porque no hay que descuidar el público donde el actor cimenta su popularidad-, ya preanuncia lo peor, no sólo por la interpretación del actor, sino también por el manejo estático de la puesta en escena, la falta de rigor para crear el clima que necesitaba la secuencia y el trazo grueso del monólogo. Allí ya aparece una característica decisiva en la película: su falta de confianza en la potencia de lo visual en detrimento del lenguaje del habla. Arrebato, como muchas otras obras cinematográficas que interactúan fallidamente con el universo literario, piensa al vínculo entre el cine y la literatura a partir de la pura impostación, de la remarcación de cada palabra, anulando el poder del montaje y la imagen. A todo lo antes mencionado, Arrebato le agrega algunas decisiones que asombran por su arbitrariedad, falta de realismo e inverosimilitud. Dos ejemplos bastan como muestra, aunque hay muchos más: un par de exabruptos por parte del personaje de Echarri respecto al papel que juegan los medios de comunicación que poseen un nivel de reflexión de jardín de infantes (¡los medios toman hechos y se ocupan de ellos para ocultar otros! ¡ohhh, qué profundo!); y toda la subtrama atravesada por la aparición del fiscal encarnado por Gustavo Garzón, que puede competir seriamente por el título del peor abogado de la historia del cine, pero aún con su desconocimiento de las reglas más elementales del derecho o los procedimientos legales, y armando un caso plagado de suposiciones que hacen agua por todos lados, es capaz de llevar a juicio al protagonista. A pesar de no llegar a la hora y media de metraje, con sus pozos narrativos, inconsistencias, giros forzados y sobreactuaciones -con excepción de Garzón, que hace todo a reglamento y le alcanza para salvarse-, Arrebato es un film sin vida, que aburre soberanamente y que luego de amagar con decir mucho, a pesar de sus discursos altisonantes, no dice absolutamente nada.
En estos días me encontré discutiendo en varias ocasiones acerca de la relación entre cine de género y cine de autor. Primero, en una mesa redonda de críticos, en la que hablamos de varios temas ligados a esa “tensión”. Luego, comentando en Twitter una nota salida en Clarín en la que el autor aseguraba que “RELATOS SALVAJES es una película de género y los géneros están hechos para omitir cualquier tipo de tesis autoral” cuando la Teoría del Autor apareció, expresamente, para referirse a las películas industriales y de género de la época de oro del cine de Hollywood. En medio de todo esto, y como figura para sumar a esa y otras discusiones, aparece ARREBATO, la película “de género” de Sandra Gugliotta que se estrena el jueves. Además de por su propia factura –algo sobre lo que volveré más adelante–, el filme es interesante de analizar desde esos vectores, ligados también a la evolución del Nuevo Cine Argentino, los nuevos modos de la “industria nacional” y la ya comentada figura del autor dentro de un relato genérico. Hay casos como EL ARDOR o RELATOS SALVAJES –por citar dos ejemplos muy recientes– en donde la presencia del género no opaca una clara voz autoral. En cambio, ARREBATO entra en un territorio un poco más ambiguo –el del cine clásico americano, digamos, y sus autores ocultos tras una producción que los envuelve– y sobre eso quiero explayarme un poco. Tengo la impresión que, de todas las subvariantes en las que el cine argentino ha entrado en los ya 20 años que van desde el surgimiento del llamado Nuevo Cine Argentino hay una que se destaca claramente del resto. No me refiero ni a la línea FUC (Piñeiro, Llinás, etc) ni a los documentales políticos y tampoco al surgimiento del cine de terror. Hablo, más bien, del policial estilo best-seller: intriga, guión afilado, suspenso, etc. El furor, tengo la impresión, nace con el impacto taquillero y de premios de EL SECRETO DE SUS OJOS y se va expandiendo a lo largo de los años siguientes con otros filmes, todos relativamente exitosos, como LAS VIUDAS DE LOS JUEVES, TESIS SOBRE UN HOMICIDIO, BETIBU, SEPTIMO, MUERTE EN BUENOS AIRES y hasta algunos ejemplos más o menos laterales como ATRACO! o ELEFANTE BLANCO, entre otras. El “padrino” de todo esto, sin dudas, es Fabián Bielinsky, pero sus dos grandes películas (NUEVE REINAS y especialmente EL AURA, obras de clarísimas marcas de autor en el contexto de una producción, si se quiere, industrial) tienen un peso cinematográfico que las ubican en otra zona. arrebato1En muchas de estas producciones está detrás Telefé como coproductor, claro impulsor de esta línea “editorial” del cine argentino, Axel Kuschevatzky mediante. No es el caso de ARREBATO, pero la lógica es similar. El thriller más de intriga que de tiros, más centrado en escritores, periodistas, abogados y gente común que en policías (los policías siguen siendo una figura difícil para ubicar como héroes en el cine argentino), con un “tufillo” novelesco que las incluye a casi todas (algunas siendo adaptaciones de novelas, otras no) y alguna que otra vuelta de tuerca sorprendente sobre el final. Uno podría decir que este tipo de cine se ubica en las antípodas de lo que proponía el Nuevo Cine Argentino, que no dependía de novelas sino de guiones originales, guiones no iban particularmente por el lado de la precisión y la intriga narrativa, y buena parte de los actores no eran conocidos. Estos filmes muchas veces surgen también con un aparato publicitario aceitado que los hace muy visibles para el público general. Ahora bien: ¿cómo se acerca la crítica a tendencias como ésta? Hay una primera reacción que tiende a ser negativa: se las ve como un paso atrás, como un remedo de un cine industrial, profesional pero de bajo vuelo creativo, que ha empezado a ser abandonado en buena parte del mundo ya que este tipo de estructuras dramáticas demuestran haberse vuelto mucho más ricas al ser tratadas en series o miniseries televisivas. Pero aquí, donde esas mismas series tienen un éxito limitado en términos de números (más allá de las repercusiones en las redes sociales, no imagino a millones de argentinos viendo BREAKING BAD o MAD MEN), el thriller cinematográfico sólido, efectivo, de buena factura, todavía tiene muchos espectadores potenciales. El otro día en la discusión con críticos tiré –medio en broma, medio en serio– la pregunta siguiente: nómbrenme los directores de las películas citadas previamente. Los resultados fueron, digamos, 50/50. Muchos no sabían (no sabíamos) o no recordábamos rápidamente quienes eran los realizadores. En ese sentido, uno podría pensar que el cine argentino está intentando volver –con elegancia, buena factura técnica, guiones más o menos bien realizados– a un estado previo al del llamado “cine moderno” o “de autor”. Pero a la vez, lo que siento, es que este tipo de películas está cubriendo un bache en la cartelera nacional que es importante. Explico: arrebatoEn la época de mi cinefilia adolescente (fines de los ’80, principios de los ’90), la cartelera nacional estaba repleta de thrillers de este tipo que eran el “pan y manteca” de la rutina cinematográfica. Me refiero a títulos como SIN SALIDA, ATRACCION FATAL, AL FILO DE LA SOSPECHA, TRAICION AL AMANECER, DURMIENDO CON EL ENEMIGO, MUJER SOLTERA BUSCA y podría citar cientos que, semana a semana, llegaban a los cines locales. Ahora lo siguen haciendo, pero en muchísima menor medida. ¿Los motivos? Los estrenos de hoy se dividen entre los grandes tanques de taquilla y el gran bloque de 150 estrenos argentinos. En el medio, algunas comedias (muy pocas), películas de terror (esas sí que no perdieron vigencia) y poquísimo cine europeo o de otras latitudes. Me parece que el Nuevo Cine Industrial Argentino está intentando colarse en ese espacio un poco abandonado por los estudios norteamericanos, más apegados a solo grandes tanques y a jugarse con algún título oscarizable. Es una buena lectura del mercado –de haber sido eso lo que la generó– y queda claro que está funcionando muy bien, gracias además al elemento local. Y si está Darín, ni hablemos… Todo esto me lleva a ARREBATO, que se ubica justo en el centro/centro de este fenómeno y que si bien tiene a una veterana de la primera camada de HISTORIAS BREVES como directora (dato que es más simbólico que otra cosa) no se aleja demasiado de las convenciones profesionales (técnicas, actorales, construcción de guión) de muchas de estas películas de las que estoy hablando. Pablo Echarri es un escritor que recibe el encargo de escribir una novela basada en un crimen reciente en el que un empresario murió tal vez asesinado por su esposa (Leticia Bredice) por una cuestión de celos. El escritor, paralelamente, está atravesando una situación similar de celos con su propia mujer (Mónica Antonopoulos), con lo cual la investigación lo va llevando a cuestionarse algunas situaciones de su vida cotidiana y de su relación con su mujer. arrebato2No vamos a contar más de la trama que tiene sus giros y vueltas de tuerca que tal vez no sean lo inesperados y/o sorprendentes que podrían serlo pero que de todos modos mantendrán interesado al espectador respecto a los crímenes que se van cometiendo en el transcurso del filme y las investigaciones al respecto que se ponen en marcha. El elenco está por lo general muy bien, no hay casi ningún elemento en la película que esté demasiado fuera de lugar y, a lo sumo, se le puede criticar una falta de complejidad en ciertas líneas narrativas que terminan tornando la resolución un poco demasiado evidente. Así como hay thrillers que se pasan casi de complicados (digamos, TESIS SOBRE UN HOMICIDIO), otros pecan de ser un poco lineales. Este, me da la impresión, podría ser uno de esos casos. Esto, sin embargo, no afecta la accesibilidad del filme. Como pasó hace unos meses con BETIBU, se trata de películas de guión en las que todo pasa por tener al espectador más o menos interesado en los detalles específicos de la trama. No intentan –como EL SECRETO DE SUS OJOS– ir más lejos que eso: no son grandes historias de amor, fuertes alegorías políticas, reflexiones sobre la historia argentina. Son la versión local de esas películas americanas de los ’80 y ’90 que completaban la cartelera nacional cuando no había tanques que lo taparan todo. Las películas que mantienen viva la cartelera entre superhéroe y éxito animado de ocasión. Tal vez no sea una línea cinematográfica que vaya a revolucionar ni a cambiar nada en el cine argentino en cuanto a su evolución histórica (estética/narrativa) y, de hecho, hasta uno podría considerarlas como un paso atrás en cuanto a los avances “modernistas” realizados en los últimos 20 años gracias al NCA. Pero lo cierto es que el cine nacional ya no es una cosa ni la otra (ni el nuevo cine es tan modernista ni original ni las producciones industriales son tan berretas), y esta convivencia –a veces sana, a veces tensa– entre un cine independiente que apuesta a romper con las formas establecidas y otro que trata de sacar provecho de la historia clásica del cine tal vez sea un combo relativamente apetecible. Al final, como siempre, dependerá de la calidad de las películas.
Arrebato es la nueva película de la realizadora argentina Sandra Gugliotta quien en esta oportunidad intenta traer a la pantalla un policial negro que cuenta con un elenco multiestelar. Pablo Echarri, Leticia Brédice, Mónica Antonópulos y Claudio Tolcachir integran el reparto de este largometraje con aires de género que promete mucho pero entrega poco. La historia es la de siempre. Un profesor universitario, con algo de “facha”, seduce a un conjunto de alumnos con la enunciación de una falsa revelación teórica (ellos volverán a casa contentos, pero él repite este verso todos los cuatrimestres) El profesor está casado y su matrimonio se encuentra en decadencia. Es aquí cuando la película comienza, y guiado por los celos, lo que debería ser la investigación previa para su próxima novela se transforma en una paranoica persecución tras cada paso que realiza su mujer. En una Buenos Aires nocturna, lluviosa y compacta los personajes se enredan en su propio juego. El “ángel negro” (como Brédice prefiere definir su rol) es la otra cara del binomio conceptual que conforma junto al hastiado profesor universitario. Ella lo conduce a explorar los recovecos más oscuros de su existencia, y él la deja hacer. Es la dupla Echarri-Brédice, la que casi como un mismo personaje, pero desdoblado, lleva adelante la intriga de un filme que tiene todos los elementos para imponerse pero que falla, al menos, en dos puntos. Por un lado, la construcción del verosímil y por el otro, el registro actoral. La puesta en escena y los elementos que en ella intervienen son fundamentales para la recreación de una atmósfera verídica en el contexto de la diégesis fílmica. En Arrebato esto no logra concretarse, y en reiterados ejemplos, como los recortes del diario que manipula Echarri, o la escena en la discoteca, la credibilidad de ese ambiente ficcional no llega a representarse. La mostración del artificio también queda al descubierto al momento de generar algún tipo de identificación con los personajes. Es tal la distancia que se genera entre el relato y el público, que se hace complicado poder “entrar” a la historia. Todo se muestra distante, como si se estuviera observando el resultado de una prueba científica. Es destacable la participación de Claudio Tolcachir, quien en un rol pequeño (casi invisible) logra recomponer las piezas de este filme empobrecido. Brédice y Echarri “nadan en su aguas conocidas” por lo que ni sorprenden, ni se destacan y hacen de sus perfomances acciones aburridas y predecibles. Para Gugliotta Arrebato tiene como uno de los ejes temáticos, la invasión de la tecnología en la vida cotidiana, pero lo cierto es que ese dato queda totalmente desdibujado en el desarrollo del metraje. A no ser por los mensajes de texto que a Echarri no lo dejan dormir, o un chat sexual misterioso poco explotado dramáticamente, la idea de explorar las nuevas formas de comunicación no logra visibilizarse. La historia que se narra es original y los intentos de hacer de esta película un filme de género se sospechan, pero lamentablemente no llegan a desplegarse. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Celos que matan Arrebato, de la directora Sandra Gugliotta, cuenta la historia de un escritor de policiales que se ve envuelto en la trama de un crimen. "Lo único que importa es la percepción y no aburrir. En la cultura del entretenimiento vale todo. Todas son herramientas para el espectáculo", dice Luis Vega (Pablo Echarri) a un grupo de estudiantes. En esa frase hay claves de la película de Gugliotta, un coqueteo entre teoría y realización, guión y cámara, actor y personaje. Vega es escritor y está casado con Carla (Mónica Antonópulos), mujer sensual que entra en la trama oculta de la película. Vega busca qué escribir, y transmite el desvalimiento de quien ha quedado después de un éxito con la página en blanco. Su editor (Claudio Tolcachir) sugiere un relato policial, de aristas escandalosas y amplia cobertura mediática. Ahí entra la otra mujer sensual, Laura Grotzki (Leticia Brédice). Arrebato relata los estímulos, padecimientos y ambigüedades de que está hecha una novela. La inspiración es aleatoria. Por los ojos y el corazón afiebrados de Vega pasan los celos, los datos de la realidad, la evidencia, la curiosidad y el juego. Estrena "Arrebato", con la vuelta de Pablo Echarri a los primeros planos La película de Gugliotta construye la novela de Vega, titulada Arrebato, con clichés y procedimientos de escritura que van devorando la trama. En el caso Grotzki hay un asesinato, una esposa sospechosa, pasiones e infidelidades. Sobre esa matriz ficcional, Vega arma su propio relato, en el que entra la esposa como partícipe imprescindible. La ambigüedad suma interés pero la película insiste en las figuras del género policial. Gustavo Garzón interpreta al inspector que investiga un asesinato. Todos los caminos conducen a Vega. Está claro que, a pesar de que el contenido de su novela es inquietante por los detalles, nadie puede ir a la cárcel por el sólo hecho de imaginar. La tradición de la literatura fantástica y el cuento del popularísimo Roberto Fontanarrosa, Sueño de barrio, se adivinan como referencias del guión poco original. Pablo Echarri y sus primeros planos que inundan la pantalla llevan adelante la intriga con gestos cada vez más desencajados. El actor plantea su personaje reforzando la idea de sufrimiento interior y los estragos que pueden hacer los celos. La realidad aparece siempre velada, con datos que el espectador pesca y reutiliza. Antonópulos encuentra un perfil entre cándido y feroz, cada vez que Carla responde las preguntas de su marido. Una mujer de largas ausencias y celular apagado que el guión castiga. Entre la ensoñación y la urgencia por crear un éxito editorial, Vega arma su novela y se escabulle ante la mirada del inspector. Creer o no creer, es el dilema. La directora edita las escenas en breves flashbacks, va mezclando los tiempos y las miradas de las mujeres que rodean a Vega, dedica muchos minutos a Echarri, un actor que jadea, sufre, sin lograr un protagonista potente. "Me gustan las víctimas y lo que siente el asesino antes de matar", dice Vega y siembra la confusión. Arrebato juega con la percepción y el engaño se vuelve un truco para sostener un guión demasiado sencillo.
cine » nota Críticas | Publicado el 04 de septiembre de 2014 a las 23:52 hs. Arrebato Un film de Sandra Gugliotta, con Pablo Ecaharri, Leticia Bredice, Mónica Antonópulos, Claudio Tolcachir y Gustavo Garzón. Un thriller psicológico con un trío muy mentado en TV. Por Teresa Gatto La vida de Luis Vega (Pablo Echarri) se dirime entre el naufragio de su matrimonio y la necesidad de editar. Casado con Carla (Mónica Antonópulos) y cediendo a las sugerencias de su editor, encarnado por Claudio Tolcachir, investiga un crimen como material para una novela. La delgada línea entre ficción y realidad comienza a difuminarse entre los celos obsesivos de Luis y las referencias que Laura Grotzki (Leticia Bredice) le da sobre la muerte de su esposo. El film alcanza a completar las expectativas, salvo por una cuestión absolutamente previsible que deviene de este trío que ya cimentó intrigas y secretos en la TV. Si la elección de los actores hubiera sido otra, no sabríamos de antemano que hay justicieros, intrigantes y debilidades emocionales. Es como si cada uno hiciera de sí mismo, salvo por el papel de Claudio Tolcachir que impone la novedad. Gustavo Garzón como el detective hace lo correcto sin un gesto de más. Con todo, Arrebato resulta una película interesante que remite a esas delgadas líneas que mezclan ficción y realidad dentro de la ficción y que asumen el riesgo de poner en acción un guión elaborado. Y por supuesto. Es cine argentino, lo que significa nuestro apoyo más profundo frente al avance de los monstruos de Hoolywood que llenan las pantallas de héroes de cartón piedra disimulados en efectos especiales. Un film de Sandra Gugliotta que a los que aman los thrillers psicológicos, les dará tela para cortar a la salida del cine.
Un plan perfecto El policial argentino gana terreno y se afianza con esta producción que marca el retorno de Pablo Echarri a la pantalla. El mayor problema de Arrebato es que muestra las cartas a poco de iniciarse y no cuesta demasiado entrever el final; su mayor acierto es lograr empantanar esas expectativas y poner en duda el previsible final. Si resulta engorroso definir al film bajo estos parámetros es porque la cinta de Sandra Gugliotta (Un día de suerte) resulta, en sí misma, un trabajo confuso mechado de buenos momentos. Luis Vega (Echarri) es un escritor que no encuentra el tema para su segunda novela. Al principio, Vega aparece dictando una sesuda clase sobre los vericuetos de la ficción, pero su rol docente y su sagacidad desaparecerán tras esa escena. Vega es, en realidad, un ser fastidioso que pese a haber producido un solo best-seller es tratado como Stephen King por su agente editorial. Las contradicciones, entonces, anidan en el núcleo de la película. La idea salvadora es realizar una ficción a partir de un crimen no esclarecido. Vega se acerca a Laura Grotzki (Leticia Brédice), principal sospechosa de la muerte de su marido, y mientras ahonda en un posible crimen pasional crecen también sus celos hacia Carla (Mónica Antonópulos), su mujer, debido a sus reiteradas llegadas tarde del trabajo. El triángulo pasional del que el escritor se nutre se traslada a su vida privada y Gugliotta (también coguionista) consigue que la paranoia de Vega (gracias, sobre todo, a la labor de Antonópulos) sea de a ratos electrizante. La escena final, con acertada musicalización de El mató a un policía motorizado, compensa la tibieza del desenlace.
Arrebato es algo así como un grado cero del thriller: la trama parece interesarse solo por los elementos mínimos sin los cuales la intriga no podría funcionar, y no gasta recursos en construir nada que no contribuya a ese fin. La película avanza rápido y presenta su mundo y a sus personajes con pinceladas veloces: Luis Vega, el protagonista, es solo un docente de literatura y escritor de policiales exitoso pero igualmente frustrado con su trabajo y su matrimonio. Y eso es todo: nada más sabremos del personaje de Pablo Echarri salvo por algunas escenas fugaces en las que se lo muestra como un padre poco cariñoso y con una tendencia recurrente a irse de los lugares en los que está incómodo. Pero es esa figura un poco chata, la del escritor bloqueado y marido celoso, la que aparece siempre en escena; otros personajes, como el de su esposa o el de la viuda de Grotsky, tendrán menos suerte todavía en la repartición de rasgos: una es solo una madre responsable y esposa insatisfecha, y la otra apenas un remedo de femme fatale que exagera todo el tiempo y de mala manera su aire entre siniestro y seductor. La puesta en escena no resulta mucho más elaborada tampoco: los planos transmiten solo un mínimo de información necesaria para la comprensión de cada escena y prácticamente no muestran nada más que a los protagonistas, en especial la cara de Pablo Echarri, que ocupa la mayor cantidad de metraje de la película. Casi no hay imágenes de la ciudad o de los lugares por los que circulan los personajes: las escenas comienzan con los actores clavados en un paisaje dado de antemano y enseguida se produce un diálogo o se escucha la voz en off de Vega, y los momentos fundamentales de la trama, como el primer reencuentro entre Luis y su ex esposa, son contados casi exclusivamente apelando a un rutinario plano contraplano que, lejos de producir el drama necesario, no hace más que revelar la falta de tensión entre los actores. Echarri no empieza bien pero crece a medida que el relato avanza: su personaje está condenado a la unidimensionalidad pero el actor de alguna manera se las arregla para arrancarle algo de interés al escritor obsesivo de manual que tiene que componer. Sandra Gugliotta entiende rápido lo que Echarri es capaz de darle y lo explota lo mejor que puede: sabe que los diálogos no son su fuerte (como queda clarísimo en la escena de la clase) y entonces le hace muchos primerísimos primeros planos y encuentra en las facciones, la barba y el pelo del actor algo, aunque sea un poco de la potencia visual que el resto de la trama y de los personajes no parecen poder generar. Los demás salen peor parados: no es que Mónica Antonópulos o Gustavo Garzón no actúen bien, sino que sus interpretaciones apelan a un registro que se compone de uno o dos gestos y nada más que eso, los dos son siempre iguales a sí mismos y no parecieran atravesar ninguna transformación. El caso de Leticia Brédice es distinto: ella sí actúa mal, en ningún momento puede imprimirle algo de credibilidad a su personaje, y los numerosos primeros planos que la película le dedica no hacen más que dejarla al descubierto. Así, echando mano a una suerte de minimalismo narrativo que no se sabe bien si es la búsqueda fallida de un cierto tono o solo la falta de interés de la película por lo que narra, Arrebato cumple medio de compromiso con los momentos de sordidez y con los giros narrativos esperados sin apostar a producir otra cosa que no sea apenas una intriga aceptable y más o menos verosímil. Un par de elipsis, un asesinato misterioso y un flashback son los elementos encargados de tramitar un final que, aunque inesperado, no alcanza a generar demasiada sorpresa. Sin embargo, después de terminada la última escena ocurre algo curioso: la cámara sigue al personaje de Echarri de frente manejando su auto en una larga escena nocturna y de fondo suena Dos galaxias de Él mató a un policía motorizado. Por algún motivo extraño, ese plano extenso carga con una fuerza que la resolución final jamás tuvo y funciona casi como un disparador: ¿cómo habría sido Arrebato si los realizadores hubieran estado más atentos a sus criaturas y a todo lo que las rodeaba? ¿Qué película habría resultado de haberse filmado más viajes de noche como ese por una ciudad desolada, o si se le hubiera permitido a sus personajes participar en escenas que no fueran únicamente funcionales a la trama, en la que no estuvieran obligados a entregar permanentemente una actuación clara y contundente que eche a andar el relato, como ocurre con el Echarri ambigüo e intrigante de ese último plano?
Todo crimen empieza por imaginarlo El policial atraviesa en nuestro país una especie de euforia, gracias a éxitos como “El secreto de sus ojos”, récord de taquilla en 2009, que sumado al prestigio aumentado por un premio Oscar, mucho influyó para que numerosas películas nacionales se hayan alistado en este género, con moderadamente buenos resultados a juzgar por “Betibú” y “Muerte en Buenos Aires”, ejemplos recientes que alcanzaron un suceso de público aceptable y fueron respaldados con un gran lanzamiento, incluyendo una notable campaña marketinera donde los promotores del cine pochoclo al fin se pusieron la camiseta de las películas nacionales resonantes. Sandra Gugliotta es una de las respetables directoras argentinas que por la primera mitad de la década del noventa, junto a Caetano, Trapero y Martel, ente otros, dieron lugar al llamado Nuevo Cine Argentino. Realizadora de “Un día de suerte” (2002), “Las vidas posibles” (2007) y el documental “La Toma”, estrenado en 2013. “Arrebato” es su cuarto largometraje y su película más ambiciosa en términos de producción y pretensiones comerciales, aunque la más fallida. Parte de una propuesta interesante: un thriller sobre los celos y los límites entre realidad y ficción que se contaminan mutuamente. Muerte anunciada “Arrebato” comienza inscribiéndose dentro del género policial, para derivar hacia el trhiller psicológico. Un escritor (Echarri), perturbado por los celos, influenciado por un crimen pasional que descubre en los periódicos, se deja llevar hacia contactos ominosos que desembocan en una muerte real. Hay una primera escena que funciona como especie de prólogo autojustificativo, donde el protagonista-escritor explica ante un grupo de alumnos, algunos gajes del oficio. Dice que en un relato “lo que importa es el cómo”, que “con tal de entretener, todo vale; hasta el crimen”, y que “la banalidad y la brutalidad” pueden ir juntas. También sostiene la posibilidad de que, a fuerza de repetirse en una larga cadena de reiteraciones, un hecho termina por ser creído. Sobre el pizarrón un gráfico con flechas que van y vienen de la “Realidad” a la “Ficción” anticipan el contenido. Elecciones inadecuadas Con una construcción cinematográfica más o menos clásica en cuanto a la narración (donde resulta por lo menos de difícil justificación la inclusión de la repetición de una escena); con una fotografía correcta y una banda de sonido algo excedida en los acompañamientos incidentales, en general los problemas no tienen que ver con lo técnico, sino con un abordaje inseguro del género. Si bien el guión esquiva algunos lugares comunes, está repleto de escenas que no conducen a nada. El eje de la trama se desplaza y se pierde detrás de nimiedades intrascendentes, con una dirección apurada que resigna precisión en detalles para nada menores que afectan la construcción del verosímil. Si bien “Arrebato” cumple con rasgos característicos del género, falla en un requisito importante: la identificación del público con sus personajes, sobre todo porque no resulta creíble el protagonista en su doble rol de escritor y de marido celoso que pasa de la indiferencia a la obsesión. Con una figura relevante como Pablo Echarri es evidente que se busca una alternativa posible a la dependencia de que un film esté actuado por Darín para atraer al público, pero sus jadeos y gestos desafortunados confirman definitivamente que la suya fue una elección equivocada. Por su parte, Mónica Antonópulos y Leticia Brédice hacen algunos aportes a la resbaladiza tensión dramática y erótica, pero -incluso con sus vestidos de alta moda- lucen desaprovechadas en su potencialidad actoral. Es una pena que Echarri, quien ha hecho papeles correctos en varios films de buen nivel, no haya podido encontrar la clave para hacer creíble a su sicótico personaje. Con un comienzo prometedor, “Arrebato” termina naufragando por la irregular generación de suspenso. Predecible en sus vueltas argumentales, se apoya demasiado en la banda sonora para generar lo que no puede de otra forma y satura con música incidental y respiraciones agitadas; menos al final, cuando por contraste utiliza el tema interpretado por una banda indie que habla del amor entre dos galaxias y que funciona irónicamente.
Sandra Gugliotta encaró la realización de una película de género alejándose un poco del cine de autor, y mucho más del Nuevo Cine Argentino, para acercarse al cine comercial. Quizá se deba a una evolución como cineasta o a los lineamientos de la empresa televisiva que participó en la producción, aunque también es posible que, en general, los cineastas del Nuevo Cine Argentino paulatinamente toman conciencia que no puede desarrollarse una carrera cinematográfica realizando únicamente películas que ganan muchos premios en festivales pero que no logran atraer a una cantidad aceptable de espectadores. Gugliotta también es autora del guión que cuenta la historia de un escritor (Pablo Echarri) que en su última obra literaria ha narrado con precisión detalles de un asesinato que ha ocurrido realmente, por lo que es acusado de haberlo cometido. Paralelamente su vida personal está sumergida en una aguda crisis con una relación matrimonial que ha dejado de funcionar, pese a los esfuerzos de su esposa (Mónica Antenópulos) para que eso no suceda, y la aparición de una enigmática mujer (Leticia Brédice), viuda de la víctima del asesinato, que se ha narrado en el cuestionado libro. El thriller comienza desde la primera escena, cuando el protagonista les enseña a sus alumnos los elementos básicos de una historia policial, y a partir allí la guionista da las pistas para que los espectadores puedan seguir la trama con el riesgo de que muchos puedan percibir el final anticipadamente. Quizá para evitar esto último es que las subtramas, sobre los celos, las “chicanas” judiciales y las relaciones concertadas por las redes sociales, estén poco elaboradas y coadyuven a un desarrollo complejo del filme. De todas maneras “Arrebato” es una película que entretiene al espectador. Pablo Echarri, Mónica Antenópulos y Gustavo Garzón tienen un buen desempeño actoral y logran dar credibilidad a sus personajes. También es buena la actuación de Claudio Tolcachir como el editor. Leticia Brédice repite sus habituales tips cinematográficos, y en los roles de reparto de destaca Guido D´Albo componiendo al juez. (Carlos Herrera).
¿Cómo puede sentirse un hombre al descubrir que su mujer lo engaña?. ¿Qué sensaciones se despiertan ante ese engaño y la mentira del ser amado?. ¿Cuánto puede resistir una persona una carga semejante, que incluye además el sentimiento de humillación?. Arrebato, escrita y dirigida por Sandra Gugliotta y protagonizada por el siempre brillante Pablo Echarri, explora la psiquis de un profesor de literatura y escritor de novelas policiales que empieza a investigar sobre Grotsky, un caso mediático y con un personaje más que interesante involucrado. Esta historia será la columna vertebral para su futura ficción del mismo nombre que la película. Ya desde el comienzo del film podemos inferir que este nuevo trabajo que emprende Luis Vega, autor del libro, lo sumirá en algo extraño y oscuro que se hace cada vez más visible y denso con el correr de los minutos, y cuya consecuencia será un vuelco rotundo en su vida. Contribuye a eso el halo de misterio alrededor de los personajes de Mónica Antonópulos y Leticia Brédice, dos mujeres que atormentan la mente del escritor y que lo confundirán en más de un sentido. Con algunos elementos predecibles, Arrebato parecía condensar el mismo guión que Tesis sobre un homicidio (Hernán Goldfrid, 2013), pero- para sorpresa nuestra- no va por el mismo camino. Su estructura es un poco más sólida y no cae tanto en la simpleza, aunque tampoco se puede afirmar que tenga una trama muy enmarañada. Hay que reconocer que el policial argentino está atravesando un período raro. Si pensamos en El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) podemos recordar escenas y hechos memorables en su trama y un libre extraordinario. En cambio, si nos basamos en la ya mencionada Tesis..., quizá le quede un poco grande el género, partiendo de un horrible guión para terminar de hundirse con malas actuaciones. En esta oportunidad, un producto que desde el preconcepto más llano e injusto podía llegar a defraudar se convierte en algo realmente interesante, dinámico y dramático, con buen acompañamiento musical y algunas dosis de suspenso. No será un gran referente del cine policial nacional pero quizá sea recordada como una película que tiene lo suyo y se puede defender. La investigación de un caso famoso, un libro en pleno proceso de escritura con detalles escalofriantes, una búsqueda personal, el destape de una patología. Sobre estas varias aristas se cierne la última película de Gugliotta que resultará interesante para distintos tipos de público. 3/5 SI
Luis Vega (Pablo Echarri) is a writer who hasn’t written a book in years. His personal life is in no better shape either: his wife (Mónica Antonópulos) seems to have lost interest in him, and he’s not doing much to make her feel special. In order to overcome his writer’s block, Luis decides he’s going to write a murder story based on real life events. That’s where the meaty stuff is, he says. Enter Laura Grotzky (Leticia Brédice), the wife of the murdered man, a hot looking blonde and mysterious femme fatale. He meets her to get some information about the murder, and she puts the moves on him right away. He pretends he’s not smitten. As their conversations develop, many disorienting facts about the murder surface. Can her word be trusted? Or is it the other way around: can he be trusted? The novel is published and almost immediately he becomes a suspect. The police start interrogating him because of the many coincidences between the murder story he wrote and the true crime. His book, which soon becomes a best seller, features some incidents the police never disclosed to the press. For reasons not to be revealed here, even his wife seems to be involved in dishonourable stuff. Of all things, what could happen next? Not that it matters that much, for Arrebato, the new film by Argentine filmmaker Sandra Gugliotta, is both a formulaic and uninspired thriller that offers almost no surprises at all. Half an hour into the film, you can already tell who the killer is. For starters, there aren’t that many options, and then it becomes all the more obvious because of how hard the film tries to confuse you with silly clichés. So you may think that perhaps it’s not about who did it, but why it was done and what’s to come of it. By the time you find out the truth (which is quite soon), nothing really changes. Because for a gripping drama, Arrebato lacks the bare essentials: characters with complex personalities, a somewhat original script, an insightful point of view, good performances, an unsettling atmosphere, and a sense of real pathos. Consider that suspenseful thrillers are hard to pull off for so many elements have to be nearly perfectly aligned to guarantee the necessary suspension of disbelief. Arrebato has such an over-trod premise that it starts on the wrong foot to begin with. From then on, it all goes downhill. I guess you could see it coming from the very beginning.
Sandra Gugliotta regresa a la ficción luego de su registro documental "La toma" con un film de perfil alto, plagado de actores de renombre y que busca un lugar, dentro del género policial y de suspenso, corriente que va lentamente creciendo en nuestro país. Hasta hace poco, no era transitada por el mainstream local, pero en este último año, la industria busca consolidar esta porción de mercado. Sino piensen en "Muerte en Buenos Aires", "Betibú" y "Tesis sobre un homicidio", dentro de las que tuvieron más reconocimiento en la taquilla. Todas comparten este universo pasional donde reina la violencia, hay drama amoroso de por medio y un recorrido algo intrincado para dar con el/los culpable /s de hechos que atraviesan distintas condiciones sociales. "Arrebato" va en esa dirección, con Gugliotta escribiendo un guión en el que se reconocen muchas influencias clásicas (imposible no encontrar similitudes con "Basic instinct" de Verhooven) que al corporizarse, no sorprenden al espectador promedio. Esto es cine de impacto , con traiciones y amantes enfurecidos, venganza y crímenes. El único punto débil de esta cinta es que quizás todo lo que sucede lo anticipemos rápido, incluso su desenlace. Aquí la historia gira en torno a un escritor que hace tiempo que no produce, Luis (Pablo Echarri), casado y con un hijo. Su esposa, Carla (Mónica Antonópulos) es una atractiva mujer que no parece muy a gusto con su marido. De hecho, pasa bastantes horas fuera de su casa y eso genera cierta rispidez en su pareja. Pero el editor de nuestro escritor lo entusiasma con algo nuevo: la propuesta de llevar a un libro el asesinato que está en todos los medios, el caso Groski. Un crimen que no logra resolverse, un adinerado dentista quien fue encontrado muerto y del que se sospecha, fue asesinado por su mujer. Luis decide buscar más información y logra entrevistar a la viuda, Laura (Leticia Brédice), quien lo conmueve con revelaciones personales sobre los celos y la pulsión descontrolada que empujan al escritor a volver a la acción con una novela ficcionada, donde el caso Grotski sea el eje de la trama, sin nombrarlo. Claro que mientras eso sucede, deberá lidiar con la desintegración paulatina de su matrimonio con Carla, hecho que afectará al material que produce y podrá ponerlo en aprietos con la ley, llegado su momento. "Arrebato" es una película prolija, que se apoya en buenas composiciones de su pareja principal. Echarri-Antonópolus están sueltos y convencidos y sus escenas son de lo mejor de la cinta. Un escalón atrás se encuentra Brédice, quizás un poco menos utilizada (con el erotismo natural que exuda) que en otras oportunidades. Hay un grupo de secundarios que aportan solidez (Claudio Tolcachir y Gustavo Garzón) y todo suma para generar un producto aceptable. Hay que señalar entonces que este "Arrebato" es un paso hacia adelante de Gugliotta. Si bien la fórmula para crear suspenso a veces no es tan eficaz, no podemos dejar de reconocer que el producto tiene buena factura y se enrola en esta corriente que seguramente acercará más público a salas a disfrutar del cine nacional.
Como una mezcla de estilos, Arrebato se presenta como un policial clásico en una tradición que parecía perdida en Argentina, matizado con los nuevos aires de cine de género de fórmula que vienen con probado éxito en los últimos años. El cuarto largometraje (sumado a tres telefilms que merecerían una interesante revisión) de Sandra Gugliotta pareciera a simple vista un film por encargo, una película hecha a puro profesionalismo; sin embargo, sin nos aventuramos, podemos descubrir más de un matiz personal que demuestran el interés de la directora y guionista por la personalidad de sus personajes y las interrelaciones entre ellos. "Arrebato" enmascara en formato de thriller con toques eróticos una historia sobre las pulsiones, el deseo, el inconformismo, y la forma en que la sociedad actual ofrece saciarlos. Luis Vega (Pablo Echarri) es un escritor bloqueado creativamente, presionado por su editor (Claudio Tolcachir en su segunda incursión cinematográfica como actor en dos semanas) que quiere sacar un nuevo éxito de ventas. Todo esa estabilidad que Luis parece no tener en su vida profesional la encuentra en su matrimonio con Carla (Mónica Antonópulos en el que parece es su año) y la hija de ambos. Cuando a las manos de él llega la posibilidad de investigar el caso de un reciente asesinato para inspirarse en una nueva novela, ese será su primer click. Luis quiere entrevistar a Laura (Leticia Bredice), esposa de la víctima, posible culpable, mujer intrigante. Entre ellos se creará un juego que afectará la rutina de Luis. Ese simple hecho será el disparador para llevar el relato de suspenso a su propia vida, comenzará a sospechar de una supuesta infidelidad de Carla, se inmiscuirá en mundos sórdidos, y poco a poco perderá el control hasta un desenlace sin retorno en su vida. "Arrebato" toma al espectador y pese a algunos baches en la narración – notorios en el medio donde se vislumbra cierto estancamiento – lo mantiene atento acerca de todo lo que sucede, y eso es gracias a una permanente mutación, a una estructura ágil que cuando comienza a quedarse pega un salto temporal hacia un desenlace (en el que aparece el fiscal interpretado por Gustavo Garzón) que se convierte en lo mejor de la película. Pablo Echarri demuestra una importante evolución de sus roles de galán de barrio en films como "Alma Mía" o "Apasionados" a este personaje ciertamente complejo y de varias capas. También son destacables las labores de Mónica Antonópulos en un papel jugado y Gustavo Garzón que necesita de pocos minutos en pantalla para mostrar un personaje punzante. Tolcachir, por su lado, necesitó de más presencia para enriquecer a su personaje, no obstante su mínima inserción es de influencia. Lamentablemente el personaje de Lura resulta uno de los puntos más flojos del film, interpretado por una Leticia Bredice cliché que no transmite la sensualidad del personaje, fuerza sus diálogos, y el personaje nunca termina de cuajar completamente en el resto de la historia. Estamos frente a una película de varias caras, interesante como film de género (aunque no del todo logrado en su resolución), y más aún cuando ahonda en la psicología de sus personajes, cuando muestra la humanidad detrás de ellos e interpela al espectador para saber hasta dónde podrían llegar ante las mismas situaciones. Formalmente cuidado y prolijo, Gugliotta le imprime nervio y cierto aire noïr moderno que favorece al mensaje implícito del argumento sobre el alejamiento de las relaciones reales afectuosas. Arrebato es un film que aún con sus imperfecciones merece ser visto más allá que como un simple producto de género, un film que intenta ir más allá; en definitiva otro paso adelante.
Publicada en la edición digital #266 de la revista.