Cloud Atlas es una película interesante para ver más por su originalidad en la forma de contar que por lo que tiene para contar, valga la redundancia. Lo que la hace diferente a las demás películas conformadas por historias diferentes que se unen entre sí por algunos detalles son dos cosas: la excelente edición donde cada escena se une con otra por algo en común: una palabra, un acto...
Seis historias, seis clímax, seis epílogos. Llevar a la gran pantalla una historia tan enorme como la de Cloud Atlas, la novela del autor británico David Mitchell, es uno de los proyectos más ambiciosos que ha brindado el cine en los últimos tiempos. Es por eso que se necesitaba de directores de peso para poder contrapesar tamaño riesgo: tanto Andy y Lana Wachowski (Matrix, Meteoro) como Tom Tykwer (Corre, Lola, Corre y Perfume, Historia de un Asesino) saben lo que es manejar grandes películas. Y sin embargo, la producción de este filme fue absolutamente caótica, con grandes dificultades para conseguir financiamiento, que terminó viniendo de diversas fuentes no ligadas a la industria, lo cual la llevó a convertirse en la “película independiente” más cara de la historia...
Predicadores con megáfonos Cuenta la leyenda que los Wachowski, en el set de su producida V de Venganza, pispearon un libro que Natalie Portman estaba leyendo. El librote no era otro que Cloud Atlas, obra que acumula, a la torta mil hojas, seis historias diferentes (desde un buque esclavista a los avatares sci-fi de Somni-451, desde una escapada viejuna de un asilo a un thriller vestido de los ‘70); o sea, un elefante blanco literario que su propio autor definió como “una novela cuyos ecos, formas arremolinadas y referencias cruzadas internas es algo sobre lo que hasta su autor posee un conocimiento imperfecto”. Y los Wachowski, de corazón caprichoso y nerdpico (épica nerd), emprendieron (sumando a su pop circa Gemelos Fantásticos a Tom Tykwer) la versión Xanadu de Aguirre, la ira de Dios; es decir, el paralelo a aquella forma de capturar lo imposible de Werner Herzog. Claro que lo que en el maestro alemán era conquistador, acá viene programador pero comparte el carácter de ambición extraordinaria, que deviene objeto extravagante, mutante, de su propio zeitgeist (“una mega producción alemana de ciencia ficción escrita en Puerto Rico” dirá Tom Hanks, parte del sobreempleo de estrellotas Academy Award Nominee de Cloud Atlas). Cloud Atlas es la über fantasía de los hermanos Wachowski (los de la trilogía de Matrix y ese pirulín llamado Meteoro), su gol a los ingleses (aunque en este caso eso no es necesariamente bello, pero si admirable) y un ejercicio de estilo para el tercer chiflado, Tom Tykwer (Corre, Lola, corre, Perfume). Tykwer venía de Agente internacional (The International), peliculaza seca y derecha, acción muscular pero músculo a la Clive Owen no a la Vin Diesel (no es que haya nada de malo con eso) y los Wachowski, después de su filosofía barata y zapatos antigravitatorios de las últimas Matrix, de la fascinante Meteoro, un museo-entidad-juguetería demasiado coqueto para el mundo. O sea, dentro de las gran infra red del cine y sus cientos de millones de orates, probablemente nos tocó la dimensión donde no se podía pensar en un mejor power trio que se animara, como nunca antes nadie (lo lamento Sokurov), a recrear la dinámica de narrativa literaria de una forma prácticamente experimental. Allá, en el libro, la forma en que cada relato se filtraba en el otro, era a través de objetos, por ejemplo cartas, que se correspondían con otro marco temporal pero ensartados en el relato en cuestión; en la Godzilla visión del mundo de los Wachowski las historias y el humanismo gritado con megáfono (todos-estamos-conectados-TODO-EL-TIEMPO-¿NO-VEN?) es un mash-up de géneros y personajes. De hecho, la propia Susan Sarandon, una de la docena de estrellas que cobra con cheques de seis ceros, dijo al ver solo una parcela de los 172 minutos de Cloud Atlas: “No parecía una película, parecían todos los trailers juntos que un estudio planea largar en el transcurso de un año”. Ahí está el factor alucinógeno de Cloud Atlas: con su premisa ya de por sí compleja, en cada una de las seis historias, cada personaje tiene un valor y rol distinto (de buenazo a villano, de protagonista a chiste de Halloween -siempre están maquillados, edificados, construidos con acentos-); y ese juego de rol parece un reducto de formas genéricas (digamos un compendio Dr. Ahorro de géneros) y al mismo tiempo, un caleidoscopio inspirado, anabólico, despreocupado y que, serio en su premisa, se lanza valientemente al vacío. Una pena que el gesto esté más cerca de ver a un perro maloso de Droopy estrolarse que de la poética de alguien que acepta el viento en la cara. Es que en lugar de un sentido Tetris, donde cada fragmento, un género en sí cada uno, va armando una entidad más compleja, todo parece cosido con hilo new age (o si seguimos con el mundo videogame, lanzado a la barril de Donkey Kong: lanzado con destreza y fuerza animal, pero sin un sentido superior que la gravedad): la hidalguía puede ser celebrada, pero hasta incluso en su coraje y potencia (que se notan nacen en la sinergia del rodaje de esa, ya dijimos, fiesta de Halloween ABC1) esa coalición, ese shuffle de películas y de actuaciones histriónicas, de ideas sobre el destino y sobre el humanismo, termina sin tener sentido. Quizás no debería tenerlo -y eso si es revolucionario-, pero la banda de sonido a modo dedo índice megáfono (todos-estamos-conectados-TODO-EL-TIEMPO-¿NO-VEN? ¡OIGAN!). Tiene épica sí, y tiene locura, es Aguirre, seguro, y eso hace que uno intente ver lo imposible, darle la chance de pensar que ese Everest posee algo subterráneo, que habrá algún sentido (hasta un sinsentido, incluso difuminado, o un nano sinsentido, imperceptible pero que aun así entra en nuestros sistemas) para esas historias que sólo se cruzan en sus picos dramáticos y en su jueguito ¿Quién es quién? Pero nunca sucede, gracias a la necesidad de predicar, de traducir potencias en pseudo misas, por reducir, sin querer, a todos en caricaturas divertidas (“Uh, Hugh Grant haciendo de asesino a la God of War”). Cloud Atlas es uno de esos eructos descontrolados que el cine tiene de vez en cuando. Un berp sentido, seguro, hasta colorinche, excepcional, de mil historias, pero mal ejecutado: los vientos de cambio deberían ser no sólo poderosos sino también orgánicos.
Años tales como 2346, 2009, 1846, 1974… Marcas en la piel que se repiten… Actitudes que también se repiten. El ser humano y sus odios. Y sus amores. Tendría que haber estado muy mal hecha la peli para que esos temas no me atrapen. Es ciencia ficción que tiene mucho sentido, sentido de especie, humanidad, evolución/involución, esa cosa mística puesta en el día a día… Esos temas no dejan de resultarme interesantes. Y además no falta la acción, las naves, las luchas, y los romanes, que le dan ritmo a la cinta. Pero no todo es rosita (diría Catwoman) y la peli tiene sus fallos, al menos para mi. Su primera media hora es genial y se mantuvo no solo entretenida sino que fue acrecentando el interés. Pero al menos ami, me sobró película. Hubo un momento en el que sentí que se estiraba, que ya estaba toda la carne en el asador, y la cocinaban de más. Rítmicamente, el desenlace hubiera estado mucho mejor, una media hora antes. Y sobre todo, que se resolviera con algo más de efecto. No sé si en el montaje, en los planos, o de movida en el guión, pero el desenlace pedía alguito más. Así y todo, como les decía al principio, la peli me gustó mucho. Ver la forma de vida y trabajo en ese “futuro/pasado” de las chicas orientales, aún siendo estereotipado, ¿exagerado? No deja de cuestionarnos qué tan lejos estamos realmente de semejante inhumanidad. Y en cada uno de esos años que nos cuenta la peli, aparece otra metáfora/realidad de lo que es el ser humano, que lleva a pensar un poco si no solo estamos cambiando los colores, las formas, la manera, pero seguimos con las mismas mezquindades y egoísmos de siempre. Ayer la negra ¿ayer? Hoy se suman… el pobre… el viejo… ¿sigo? Es por eso que me gusta la ciencia ficción, me hace pensar tanto como un buen drama con el aliciente que me suele entretener más. Desde aquí, la recomiendo. P.D. Amigos como Angel, se ruega abstenerse si no quiere mandarme a la mierda después jajajja (estas avisado).
La Ciencia Ficción es uno de los géneros más maleables para crear una historia, puede ser encarada de muchísimas maneras, y dentro de ellas los juegos temporales siempre han sido un atractivo ineludible tanto para los realizadores como para el público. "Cloud Atlas", "La Red Invisible" es una nueva muestra de este sub-género, aunque sus particularidades la hacen difícil de encasillar en un solo “lugar”. Mucha era la expectativa y mucho se ha hablado respecto de la nueva obra del dúo de hermanos que en 1999 sorprendió a más de uno creando un nuevo ejercicio estilista en la Ciencia-Ficción con Matrix. Lo primero que hay que aclararle al espectador, si bien esta pelìcula tiene momentos de impacto visual, no encontrarán mucho del mundo de aquella película con Keanu Reeves y sus secuelas, quizás sí algo de la “plasticidad” de Meteoro en una de las historias, aunque mejor utilizada. Hay un tercer co-director además de Lana y Andy Wachowsky, Tom Tykwer, el alemán a cargo de "Corre Lola Corre" y la sub-valorada "Perfume", y este “atlas de las nubes” tiene mucho de él, por suerte. En una extensa duración de 172 minutos, Cloud Atlas se propone contarnos seis historias a través de la historia del universo, de la humanidad; y si el proyecto suena de por más ambicioso, la puesta en escena también lo es. No se puede adelantar mucho del argumento, los apuntes iniciales parecen simples y se irán complejizando. Cronológicamente, la primera de las historias se desarrolla en 1850, el notario Adam Ewing (Jim Sturgess) se embarca en un buque mercantil, ahí entabla relación con el Dr. Henry Goose (Tom Hanks) y con Autua (David Gyasi) un esclavo y eximio marinero. Pronto Ewing comenzará con preocupantes síntomas que Goose diagnosticará como un gusano cerebral al que solo él puede tratar. La segunda historia se desarrolla en la Bélgica de 1931, el novel compositor y gigoló Robert Frobisher (Ben Whishaw) abandona la cama de su amante y amor eterno Rufus Sixsmith (James D’Arcy) para terminar como asistente de Vyvyan Ayrs (Jim Broadbent) un artista que lo contrata para que componga la partitura de una canción con la que soñó, el sexteto Cloud Atlas del título. Ya en los agitados años setenta, una periodista con una herencia pesada Luisa Rey (Halle Berry) comenzará con una simple entrevista que se convertirá en una peligrosa investigación que, al mejor estilo espionaje, desenmascarará un trama de corrupción petrolera. En el 2012 actual, en Inglaterra, el lúcido anciano Timothy Cavendish (Jim Broadbent) será encerrado en un asilo familiar por su hermano (Hugh Grant) y emprenderá una hilarante fuga junto a otros residentes. Ya en un futuro relativamente cercano asistimos a un mundo mercantilizado en el que una suerte de clones son creadas para atender sin errores en un local de comida rápida coreano, pero en toda perfección hay fallas o secretos ocultos. Por último, más lejos aún (si!! pueden creerlo?) en una proyección post-apocalíptica, Zachry (Tom Hanks) y una suerte de emisaria de pitonisa, Meronym (Halle Berry) emprenderán un viaje en busca de revelaciones y salvación para su pueblo. La narración no es expuesta de manera episódica, todo lo contrario, las historias van y vienen, se entremezclan y cuentan al mismo tiempo. Hay algunas que se conectan de manera más fuerte que otras; pero en sí son relatos independientes contados simultáneamente. Esta idea fácilmente podría haber llevado a la confusión, pero no, ese es uno de los grandes aciertos de Cloud Atlas, una vez entrado el ritmo, el espectador difícilmente se pierda. Hay historias para todos los gustos, drama, comedia, acción, ciencia ficción futurista y apocalíptica, épico, suspenso; y aunque en varios tramos puede caer en la línea del ridículo, la verdad es que fluye muy bien. Todas los relatos, diferentes, confluyen en lo mismo, son historias de revoluciones libertadoras, más grandes o pequeñas, de acciones grupales o individuales; y ahí está su claro mensaje. Sin dudas, la cuarta y quinta historia son las más destacables. Por lejos, lo más destacable será el trabajo de maquillaje, Hanks, Berry, Broadbent, D’Arcy, Grant, Whisnaw, y los no mencionados Susan Sarandon, Hugo Wiewing, y Doone Bae entre otros jugaran roles diferentes en cada historia, como si fuese una reencarnación, una historia cíclica, y la verdad es que cuesta identificarlos más de una vez. Cloud Atlas es una película que puede gustar o puede ser odiada, pero no es el monstruo complejo que muchos esperaban, y ese ya es un gran punto a favor; las casi tres horas no serán tan graves para quienes se interesen por lo que se cuenta. Probablemente no sea la mejor película del año, pero sabe dosificar bien distintos momentos, y con eso le alcanza; sin dudas es una propuesta muy interesante.
Seis historias, seis clímax, seis epílogos. Llevar a la gran pantalla una historia tan enorme como la de Cloud Atlas, la novela del autor británico David Mitchell, es uno de los proyectos más ambiciosos que ha brindado el cine en los últimos tiempos. Es por eso que se necesitaba de directores de peso para poder contrapesar tamaño riesgo: tanto Andy y Lana Wachowski (Matrix, Meteoro) como Tom Tykwer (Corre, Lola, Corre y Perfume, Historia de un Asesino) saben lo que es manejar grandes películas. Y sin embargo, la producción de este filme fue absolutamente caótica, con grandes dificultades para conseguir financiamiento, que terminó viniendo de diversas fuentes no ligadas a la industria, lo cual la llevó a convertirse en la “película independiente” más cara de la historia...
Toda acción implica una reacción Basada en la novela de David Mitchell, Cloud Atlas: La Red Invisible (Clud Atlas, 2012) es lo nuevo de los realizadores de Matrix (1999), acompañados en esta oportunidad por Tom Tykwer (Corre Lola corre, 1998). La ambiciosa película de gran carga filosófica, traza seis historias en diferentes épocas con un mismo concepto en común. El resultado son casi tres horas de duración que pueden fascinar así como agotar a quien la mire. Seis relatos en seis épocas distintas a través de seis géneros diferentes: Uno transcurre en el pasado, cuando un compositor homosexual deja a su pareja para ayudar a componer a un prestigioso y anciano músico. El otro corresponde a los tiempos actuales, cuando un editor de libros hace una insospechada fortuna y tras ser perseguido por la mafia se recluye en un geriátrico. En otro, una tribu que vive en comunidad es visitada por seres del futuro mientras son acosados por caníbales. El más extraño quizás sea la futurista en un Estado totalitario en Corea donde un grupo de robots humanoides encargados de brindar servicios a consumidores deciden revelarse al sistema. La última es la de un escritor que entabla relación con un esclavo negro a bordo de un barco. El mayor valor de Cloud Atlas: La Red Invisible es la manera de enlazar las historias como si se tratase de una sola. Porque el film adquiere sentido coral al trabajar conceptual y filosóficamente cada relato, convirtiendo en un gran mega relato con tintes épicos a la película en su totalidad. Para lograr dicha misión hay un detallista trabajo en el montaje, casi perfecto, que genera idea de unidad continuamente. Por otra parte está el elaborado guión cinematográfico que funciona milimétricamente. Hay un gran esfuerzo de los actores en componer distintos personajes en cada relato, algunos muy disímiles entre sí. El caso que mejor refleja lo mencionado es el de Tom Hanks, mostrando un amplio abanico de seres con igual compromiso y credibilidad. El mafioso autor del libro que interpreta es sin dudas su mejor actuación en años. Quizás la mayor duda que cae sobre Cloud Atlas: La Red Invisible sea su explicita reflexión constante acerca de lo visto en pantalla, con frases redundantes que reafirman el mensaje de la historia. Se sabe la noción filosófica/espiritual/trascendental que Andy y Lana Wachowski tienen de la vida: es como si la charla de diez minutos entre Neo y Morpheus en Matrix se prolongase durante más de dos horas. Quien se sienta atraído por el contenido de los diálogos se deleitará profundamente e incluso pueda sentirse frente a una obra maestra. Quien no lo haga, tardará en entrar en la historia y terminará extrañando la acción.
Cloud Atlas es una de las producciones independientes más caras en la historia del cine que tuvo muchos problemas para ser concretada. Ningún estudio de Hollywood importante quiso prenderse en este proyecto ya que lo veían como una apuesta arriesgada, desde el punto de vista comercial. Así fue que los hermanos Wachowski junto con el director de Corre, Lola, Corre, Tom Tykwer estuvieron durante cuatro años tratando de realizar este proyecto que se hizo realidad gracias al aporte de financistas independientes. La película es una adaptación de la novela homónima de David Mitchell que ya de entrada proponía un desafío complicado. A lo largo de más de 500 páginas la trama interconectaba seis historias que transcurrían en distintas épocas y escenarios. La propuesta en general, lo mismo ocurre con la versión cinematográfica, es muy original e interesante por las temáticas que trata. Cloud Atlas lidia con el karma y las vidas pasadas y como nuestras acciones y elecciones del presente repercuten en el futuro dentro de esa gran ilusión y mentira que es el tiempo. El punto es que el núcleo central de esta historia se refiere a que en realidad todos estamos mucho más conectado de lo que creemos y es ahí en donde entra en juego la red invisible a la que se refiere el título. Lo cierto es que este estreno me dejó sentimientos encontrados que no pude aclarar todavía. Por un lado me parece que la temática es apasionante y desde la realización es brillante en muchos aspectos. Sin embargo, también me quedó la sensación que el film no explotó del todo el potencial que tenía. No se la jugaron. El tema de las vidas pasadas y el karma se aborda muy por arriba y el film es rebuscado de manera innecesaria con una extensión que se hace tortuosa durante casi tres horas. Hace muchos años que no hacía algo que me generó Cloud Atlas y es mirar el reloj para ver cuánto falta para que se termine un film. No suelo hacer eso en el cine y disfruto de las historias largas pero acá la última media hora se hace interminable. Creo que a esta película le faltó esa magia especial que tuvo la primera entrega de Matrix, donde los hermanos Wachowski abrieron muchas cabezas con una historia profunda que generaba su discusión y además ofrecía una gran entretenimiento pochoclero. Esta película tiene sus escenas de acción y suspenso pero no alcanzaron para convertirla en una obra apasionante. Por ejemplo, la historia que protagoniza Jim Broadbent en un geriátrico técnicamente no le aporta nada a este film, más allá de algún momento humorístico, y alarga esta producción de manera innecesaria. Ahí está el gran problema para mí desde lo argumental. Los personajes atraviesan todo tipo de situaciones pero el tema central de la película nunca se termina por desarrollar del todo y los distintos argumentos se terminan por volver aburridos, ya que carecen de un conflicto sólido que genere entusiasmo. El concepto del film es brillante pero su ejecución terminó siendo decepcionante. Algo para destacar es el trabajo de los actores que interpretan distintos personajes y la extraordinaria labor del editor Alexander Bender que merecería ser considerado en los próximos premios Oscar. Es muy difícil narrar a través de la edición seis historias de manera simultánea sin perder la coherencia del film y lo que hizo Bender es fantástico. En lo personal esperaba mucho más de esta producción y aunque no me terminó por convencer del todo creo que si sos cinéfilo vale la pena experimentar esta historia en el cine porque son propuestas locas que no llegan a las salas todas las semanas.
Filosofía barata y máscaras de goma Andy y Lana Wachowski (los de Matrix y Meteoro) junto a Tom Tykwer (el de la muy buena Agente Internacional y Corre Lola Corre) se suben en Cloud Atlas: La Red Invisible a una historia de ciencia ficción (en el futuro al menos), de drama, de aventuras, con algo de policial y hasta de comedia, en la búsqueda de una romántica epopeya trascendental, pero en su lugar, la incapacidad para transmitir emoción durante ciento-setenta-y-cinco-minutos y un gigantismo narrativo carente de nervio es la única marca notable que logran alcanzar. Basado en una novela exitosa de comienzos del 2000, Cloud Atlas: La Red Invisible recorre seis historias en diferentes épocas de la humanidad con una sutil (¿?) vinculación entre ellas. Y en casi todas se hace presente el concepto de "legado" en sus diferentes formatos como ser hijos, libros, composiciones musicales, sacrificios personales, como un medio para trascender a la infalible muerte. Así tenemos en la actualidad a un editor literario a quien las cosas no le van del todo bien, un joven compositor que trata de abrirse camino en los ´30, una clon que trabaja esclavizada en un local de comida rápida en una Neo Seúl del futuro, un hombre que viaja a unas islas en el océano Pacífico para concretar un contrato comercial en el siglo 19, una periodista que investiga el informe secreto de una planta nuclear en los ´70, y por último, en un futuro distante y distópico, a los últimos sobrevivientes de la humanidad en una isla hawaiana donde existen tribus caníbales. Bueno, este intento de cubrir tiempo y espacio, de lograr una épica inmortal, es burdo y torpe. Lo único increíble es ver tantas historias que nunca nos importan, una inmensa cantidad de personajes se presentan frente a nosotros para resultar insignificantes, sin una pizca de carisma o de empatía. Eso sucede en parte porque esa idea de “red invisible” se representa a través de los mismos actores en diferentes épocas para exhibir una idea de lo cíclico a pura prótesis facial, algo que resulta entre gracioso y grotesco. Así vemos a una actriz coreana como Doona Bae pasando por americana, o Hugo Weaving como un oriental, o a Tom Hanks con dientes postizos. ¿Una broma? Ojalá. Este baile de máscaras y filosofía de plástico por momentos causa vergüenza ajena. Es que si uno ordena estás historias, tan bien editadas en paralelo, descubre que ninguna posee un mínimo de emoción o rebeldía, todas son tan artificiales como esas caras de goma o los fondos desangelados del CGI. Podían contar con tres horas adicionales de metraje pero el mensaje no iba a resultar más lúcido u original. Una película que verbaliza lecciones acerca del arte de vivir, la religión y filosofía, ambicionando ser más grande que la vida a través de un panfleto de superación al módico precio de una entrada de cine, sin pochoclos incluidos. Esperaba un cierre que al menos justificara la extensión del aburrido metraje, pero no sucedió. A diferencia de Babel de Iñárritu, aquí se troca miserabilismo por alegorías amorosas y metafísicas durante tres horas de historias deslucidas (¡pero eso sí, con buen montaje!) para explicar lo que los Beatles ya decían en la juvenil repetición de tres minutos y medio de All you Need is Love. Se bueno y confía en el karma es lo que esbozan torpemente los Wachowski en está traslación de un best-seller que debe ser tan goma como las máscaras de Hanks y compañía.
Nos volveremos a ver El amor trasciende el tiempo. Todo intento por mejorar el sistema social en que vivimos es importante, incluso necesario: cualquier pequeño esfuerzo vale por su repercusión en el futuro. "Cloud Atlas: La Red Invisible" es una película algo complicada en principio porque su estructura narrativa está dividida en seis partes, ubicadas en distintos momentos históricos, e intercala acción en cada una de ellas. Desde un segmento que transcurre en un barco con destino a Estados Unidos en 1849 hasta otro en un futuro, en una Hawaii post apocalíptica. Así, la trama se conforma como esa red a la que hace referencia el título. Sin embargo, una vez que el espectador se acomoda en este tipo de narración, puede seguir las historias sin mayores problemas, ya que no son muy complejas en sí mismas. Tres fueron dirigidas por los hermanos Wachowski, y las otras tres por Tom Tykwer. Los mismos actores interpretan distintos personajes en cada episodio, y de esta forma los directores quisieron resaltar cómo las relaciones entre ellos básicamente se mantienen, aunque sean personas diferentes, que pueden reaparecer siendo de razas, edades e incluso de géneros diferentes. Esta idea es una suerte de capricho de la adaptación. Basada en la novela homónima de David Mitchell, este concepto de transmutación de las almas, de reencarnación, es exclusivo del film, ya que en el libro cada época se ve entrelazada con la siguiente a través de algún objeto (diario personal, cartas, libro, obra de teatro, testimonio grabado) de un personaje en un momento y encontrado por otro en el siguiente, pero no hay indicio de que sean las mismas almas siempre. En cuanto a las actuaciones, el elenco es atractivo de por sí, aunque no se destaque ningún actor en particular en el global de la película. Nombres como Tom Hanks, Halle Berry, Hugo Weaving o Susan Sarandon pesan a la hora de convocar espectadores, aunque en el filme sus actuaciones sean solamente correctas, y aparezcan irreconocibles en algunos momentos. Cabe destacar el trabajo de maquillaje, ya que hay que quedarse hasta los créditos finales para apreciar en cuántos personajes estuvo caracterizado cada actor. Un caleidoscopio de momentos históricos, con el mensaje de la trascendencia del amor reforzado en demasía para que quede bien claro, es entonces el resultado de este filme algo desparejo, ya que hay segmentos a los que se les dio mayor importancia que a otros, pero que no por eso deja de interesar al espectador, con sus historias bien llevadas, despliegue y producción.
Mucho ruido y pocas nueces El film presenta seis historias que parecen estar articuladas por una fatalidad o destino común. 1) La epifanía de un abogado en los tiempos de la abolición de la esclavitud, que descubre el valor de la humanidad en el hombre menos pensado. 2) Ocurrida en los años ´30, se trata de la tragedia amorosa de un joven y talentoso compositor inglés caído en desgracia por su homosexualidad, que debe trabajar como amanuense de un viejo músico. 3) Ocurrida en la crisis del petróleo en EE.UU, presenta la historia de una periodista que descubre un colosal complot de una empresa petrolera, poniendo su propia vida en peligro. 4) Este cuarto relato ocurre en nuestros días, y desarrolla la historia de un publicista y editor de novelas caído en desgracia por deudas, que es estafado por su propio hermano. 5) Ocurre en un escenario futurista, en la nueva Seul, un mundo dominado por un capitalismo salvaje en donde la única ley que vale es la ley del consumidor. En ese mundo, una de las trabajadoras se ve envuelta con el grupo de los rebeldes. 6) Nos encontramos en un escenario post apocalíptico en el que vive una pequeña comunidad de campesinos asediados por una tribu de feroces guerreros. La exposición y convergencia de tramas diversas ubicadas en temporalidades distintas, pero desarrollándose en simultáneo, salva a la película de caer en el tedio en más de una ocasión. La estrategia narrativa está lejos de ser novedosa; el director norteamericano David W. Griffith la realizó por primera vez en 1916 dando al naciente arte cinematográfico su primera obra maestra. Ese film se llamó Intolerancia. El film que nos ocupa es grandilocuente, pero no grandioso. Presenta básicamente dos fallas que resultan fundamentales para la solidez del relato: la primera, y más importante a mi juicio, es que el encadenamiento general de las seis historias resulta demasiado débil como para conseguir la unificación pretendida. En algunos casos, el lazo que supuestamente parece unirlas resulta excesivamente forzado y artificioso, despojando a la narración de toda unidad dramática. Algunas de las historias (como la segunda, en particular) podrían haber sido un film completamente independiente, ganando de ese modo mucho más que en este marco caleidoscópico de historias coloridas pero inconexas. La segunda falla está asociada a la superficialidad del concepto que pretende desarrollarse: la conciencia de la humanidad no sólo en mi propio sometimiento, sino en el sometimiento del otro, que tiene su momento de mayor auge –y consistencia- en la 2 y 5 historia, pero se degrada hasta tornarse risible en las historias restantes. Si bien la tesis del film no se caracteriza por presentarse con una claridad cartesiana, debemos suponer que la totalidad del relato está organizado en torno a los procesos de liberación física y/o mental de unos individuos en condiciones de extremo sometimiento, e imposición de las libertades individuales. Como suele ser común en la narrativa cinematográfica contemporánea (y como lo han trabajado los propios hermanos Wachowski en la saga Matrix), dicho proceso de emancipación siempre es movilizado por un individuo excepcional que adoctrina más tarde o más temprano a una masa de sometidos que parecen no tener voz, conciencia ni poder de transformación. Para la cinematografía tradicional la visión de las masas está atravesada por dos concepciones: o bien la masa es una pura pasividad automatizada, sin sentimiento, conciencia o capacidad de posicionamiento, o bien es una fuerza irracional y sin dirección. En cualquiera de los casos, siempre requiere del individuo excepcional que enciende o encamina la acción transformadora. Lo vital es siempre el individuo. Y esto precisamente se enfatiza hacia el final del film cuando el abogado, ante el mal augurio de su suegro por el camino abolicionista en el que se va a meter, que le dice “tu voz será sólo una gota en el inmenso océano”, responde “el océano no es más que la suma de esas gotas”. Esta pseudo teoría del cambio social no sólo implica que las masas deben ser siempre dirigidas por un individuo privilegiado, sino que impide fundamentalmete entender o establecer un mínimo vínculo de contigüidad entre el sujeto transgresor y su contexto o su ambiente social. El mesías es siempre y por definición un deus ex machina, un agujero negro inexplicable en el universo social. El film cuenta con excelentes actuaciones, si bien a mi juicio abusa excesivamente del recurso de utilizar -innecesariamente- a los mismos actores para roles en diferentes temporalidades, con propósito de subrayar la continuidad entre las historias y la unidad del destino que las une.
Coincidencias e intersecciones Finalmente ha llegado el momento de apreciar la tan esperada adaptación cinematográfica de la ambiciosa novela de David Mitchell, un proyecto que a su vez constituye la primera colaboración -en lo que a dirección se refiere- entre Tom Tykwer y los hermanos Andy y Lana Wachowski. Si bien al alemán lo antecede una carrera bastante heterogénea en la que se destacan las interesantes Corre Lola Corre (Lola Rennt, 1998) y Perfume (Perfume: The Story of a Murderer, 2006), junto a las agridulces Heaven (2002) y Agente Internacional (The International, 2009), la trayectoria de los estadounidenses en cambio se caracterizó por una espiral descendente que en un primer momento prometía “comerse” a Hollywood. A decir verdad, en lo que respecta a la frialdad matemática, hasta hoy contábamos con un balance en negativo porque tres de las cinco películas de los Wachowski habían fracasado en términos artísticos: sus dos obras iniciales, las excelentes Sin Límites (Bound, 1996) y The Matrix (1999), supusieron un arranque fenomenal que de a poco se fue desinflando con el arribo en el 2003 de dos secuelas deslucidas que fallaron en la tarea de revivir las aventuras virtuales del “tecno- profeta” Keanu Reeves. Sin embargo nadie podía esperar el despropósito mayúsculo que fue Meteoro (Speed Racer, 2008), uno de los engendros más insoportables que haya dado la industria cultural norteamericana a lo largo de la década. En una jugada que parece funcionar como una respuesta rencorosa para con la crítica y el público en general, los realizadores lejos de recular y moderar sus expectativas, decidieron redoblar la apuesta y encarar nuevamente un opus gigantesco en el que la extensión del metraje y la profundidad conceptual tratarían de estar nivelados. Desde ya que el riesgo eventual de dirigir un film como Cloud Atlas (2012) abre la posibilidad de defenderse con el latiguillo del “no ser comprendidos” ante cualquier reproche, circunstancia que además queda ratificada en la innegable valentía de sumar a Tykwer, utilizar el mismo reparto para las seis subtramas y financiar el convite de manera independiente y con capitales alemanes. El relato desarrolla en paralelo una serie de líneas temporales que abarcan los años 1849, 1936, 1973, 2012, 2144 y 2321; en las que predominan una estructura coral, el cambio de género, un discurso existencialista muy cándido y diversos puntos de contacto entre las diferentes coyunturas y/ o percepciones contextuales. Las casi tres horas de película no se sienten en la butaca gracias a una edición enérgica que deambula con convicción edificando continuas intersecciones que disparan cuestionamientos acerca de nuestra “dualidad cotidiana”, la de reconocer el encadenamiento lógico de los hechos (abstracción científica) y a la vez argüir el carácter azaroso de los mismos (eterna subjetividad y envase corporal). Con su corazoncito puesto en la ciencia ficción tradicional, las épicas minimalistas y los comics del trascendentalismo posmoderno, como por ejemplo The Sandman de Neil Gaiman, la propuesta replica el pulso de las buenas novelas gráficas, complejiza la narración al punto de despertar una saludable adicción, maximiza al extremo los recursos formales y le saca rédito a un elenco compuesto por estrellas de la talla de Tom Hanks, Susan Sarandon, Jim Broadbent, Hugo Weaving, Halle Berry y Hugh Grant. Mucho mejor que lo que los prejuicios nos podrían indicar, Cloud Atlas es una epopeya atrapante que merece ser vista más de una vez porque constituye un viaje tan fastuoso como anómalo…
Mucho… es Poco ¿Es realmente una buena noticia decir que los hermanos Wachowski y Tom Tykwer han regresado al cine con una película con ambiciones y pretensiones, no solamente más grandes que la vida, sino que la historia de la humanidad per sé? O sea, después de ver lo que los Wachowski terminaron haciendo con ese sobrevalorado experimento de ciencia ficción llamado Matrix o la mediocrísima adaptación de Meteoro, ¿se podría esperan una obra al menos decente de dos directores que venden espejitos de colores hace más de diez años? Admito que su ópera prima, Sin Límites, me sigue resultando interesante y V de Vendetta tenía lo suyo, aunque no haya sido dirigida por ellos. Pero se tratan de obras mucho menos pretenciosas que las mencionadas previamente, por lo menos en el aspecto visual. Por otro lado, Tom Tykwer tampoco es un director que goza demasiado de mi simpatía. Aunque no soy ni los que defenestran ni elogian demasiado Corre, Lola, Corre ni El Perfume, confieso que me parece un director demasiado industrial, vendedor de video clips modernosos, no de películas. Entonces si mezclamos a estos tres seres vende humo, con una historia fantasiosa que atraviesa la historia de la humanidad en pos de un discurso moralista, ecológico, discursivo, obvio, cursi con un elenco medianamente interesante, llegamos a Cloud Atlas, seguramente la película más pretenciosamente profética ególatra desde la última obra de Shyamalan. Y si bien, todo podría suponer que el resultado final es un bodrio tan enorme como sus ambiciones, la sorpresa es que posiblemente haya sido mejor de lo esperado. El mérito de esto cae irónicamente en Lana y Andy, directores de los segmentos 1879, 2144 y después del invierno – algo así como el prólogo de la próxima película del director de Sexto Sentido – que no gozan demasiado de mi simpatía, pero al menos demuestran que son sólidos narradores. Los tres episodios en cuestión, en primer lugar son los más entretenidos, tienen mayor emoción. El espíritu aventurero y el suspenso clásicos funcionan a la perfección y sin duda son los más sólidos desde la narración (si los ven en forma linean de manera individual caerían en la cuenta), desde el tratamiento visual y desde las actuaciones. Nadie puede negar que a la hora de crear mundos artificiales y diseñar escenas de persecuciones, los Wachowski tienen una imaginación insuperable. El problema es que no logran narrar con imágenes el discurso de los protagonistas. Con menos diálogo y explicaciones y confiando más en el poder de las imágenes, los tres episodios hubiesen quedado mejor, ya sea porque el de 1879 remite un poco a las aventuras exóticas de las películas de los años 40 – algo de Gunga Din, algo Moby Dick – o porque la Nueva Seúl reúne elementos de Blade Runner y El Vengador del Futuro, con el contexto de Cuando el Destino nos Alcance – Soylent Green. La cinefilia es innegable dentro de los Wachowski y acá está bien aprovechada. Los problemas vienen principalmente con los episodios dirigidos por Tom Tykwer, que terminan siendo mucho más pretenciosos porque intentan ser más “reales” y menos fantasiosos. Desde el absurdo y farsesco relato actual que tiene a un Jim Broadbent como protagonista y funciona solamente a medias, porque el peso narrativo va cayendo hasta llegar a un final insultante, pasando por una historia de amor histórica que también se termina desinflando en los años 30 con la composición de un partitura, para terminar en un policial de espionaje en los 70 protagonizado por Halle Berry. Realmente es el peor de los seis episodios. Falta de humor, falta de suspenso, falta de emoción. Tykwer cada vez se impersonaliza más, y demuestra sus faltas de ideas para armar puestas en escena. Una pena. Ni el homenaje final a Bullit funciona. Si bien el episodio que sucede en el 2012 goza de una cuota de humor por momentos efectiva que rompe con la solemnidad y el discurso romántico de los otros tres episodios (en realidad, hay que agradecer el talento de Broadbent y Hugo Weaving) el cuento tiene tantos altibajos que no se puede terminar de disfrutar. Algo similar pasa con la historia de amor musical que interpreta Ben Whishaw – actual Q de James Bond, y protagonista de El Perfume – que se termina desencantando por las complejas e innecesarias vueltas de tuerca. Es irónico, pero en medio de un espectáculo tan frío, industrial, calculado , artificial y efectista es el episodio del 2144, con la talentosa y sumisa Doona Bae, que logra despegarse del resto. No es solamente el impacto de imaginaria audiovisual que resalta, sino también el costado humano, más allá de ser el episodio clave que termina dando sentido a este puzzle de casi tres horas de duración. Quizás sea la calidez de la actriz o la metáfora a lo Wall E, pero el episodio funciona desde todo punto de vista: provoca tensión, es bello, da lugar a una mínima reflexión anti capitalista. Pero el resultado como producto general es desparejo. Por eso, lo critica por partes. Porque es una obra tan grande que un análisis global termina siendo injusto. Porque el maquillaje está muy logrado en algunos pasajes y obscenamente exagerado en otros, porque algunos actores están muy bien – Broadbent es gran comediante y la versatilidad camaleónica de Weaving es asombrosa – otros no están a la altura de su trayectoria porque los personajes no son profundizados un poco – casos Sarandon o Grant – y otros tienen niveles grotescos con puntos en común con otros personajes que hicieron en el pasado – Sturgess, David o Hanks. Halle Berry es definitivamente la que peor sale parada del elenco. La ambición no le termina jugando a favor de esta fábula romántica con tintes esperanzadores. El relato no se sostiene, y el juego del montaje, los efectos especiales y el “adivina quien se esconde atrás de la máscara” terminan distrayendo la atención del mensaje final, que es el más viejo de todos: el amor siempre triunfa. Más allá del apuntado artilugio técnico bien concebido, de algunas interpretaciones aisladas interesantes y un montaje ingenioso inspirado en movimientos externos e internos de los planos y algunas conexiones narrativas en los diálogos o a través de algunos objetos que unen las historias mínimamente, Cloud Atlas es un film decididamente menor de lo que pretende ser, un ejercicio que como todo film coral, queda incompleto a pesar de su duración, una narración fallida que se ve linda. Nada más. Para los Wachowski, es un progreso, para Tykwer es un retroceso… y para el cine de Hollywood, una pérdida millonaria o un riesgo risible. Con suerte, se llevan un Oscar bajo el brazo…
Los hermanos Wachowski son los responsables de esta, una de las películas mas ambiciosas de la historia del cine. Un trabajo visual de alto impacto, un verdadero rompecabezas fílmico en donde cada fotograma resulta una puesta pictórica. Pocas veces puede encontrarse en un filme, una fusión de géneros tan disimiles como la comedia, el suspenso, el drama y la acción, y sin embargo aquí conviven con resultados disimiles. La longitud del metraje y algunas transiciones abruptas, al igual que cierto maquillaje kitsch pueden resultar risibles. Esta claro que es un filme psicodélico que generara odios y amores por igual, pero que de ninguna manera dejara indiferentes a los cinéfilos mas avezados.
Un filme hecho para deslumbrar Superproducción de los hermanos Wachowski, compleja y ambiciosa. Hay películas que deslumbran y otras que están hechas para deslumbrar. Los hermanos Wachowski, Andy y Lana (antes Larry) lograron ambos cometidos en la primera Matrix . Ahora sumaron al alemán Tom Tykwer ( Corre, Lola, corre y El perfume ) y entre los tres se repartieron la dirección de las seis historias que recrea Cloud Atlas: La red invisible , filme mamut en todo su sentido. Es ambicioso, tan grandilocuente como por momentos trivial, espectacular, extenso y agotador. Basado en el best seller de David Mitchell de 2004, el filme va saltando en el tiempo, también entre continentes, por no decir más, del año 1849 hasta un postapocalíptico 2346. Es un relato visionario, con teorías más o menos profundas de cómo lo que alguien hizo hoy, o ayer, puede modificar el comportamiento y la vida de otra persona mañana, u hoy. O dentro de muchos años. De ahí lo de la red invisible del título. La idea de que todos estamos conectados, ese enlace, esa comunión, pude resultar más obvia o menos sencilla de interpretar, según cada uno. Pero para comprender las conexiones lógicas entre una y otra historia, no importa la continuidad narrativa. Si en la saga Matrix los distintos estados de la mente se yuxtaponían, aquí directamente la apuesta se multiplica. Los mismos actores -cerca de una docena, encabezados por Tom Hanks, Halle Berry, Hugh Grant y Jim Broadbent- interpretan diferentes roles en cada una de las seis historias combinadas, en desiguales papeles, que a su vez pertenecen a distintas razas, tienen edades disímiles y hasta pueden cambiar de sexo (efectos del maquillaje: si se quedan al final, antes de los títulos, descubrirán cómo algunos estaban camuflados) y no siempre los que fueron héroes en una resultan igualmente buenos en otras. Salvo Hugo Weaving, que si no hace de elfo para Peter Jackson, por lo general suele ser malvado. Contar cada una de las tramas -que no son subtramas- no aportaría demasiado. Todas tienen que ver con el sentimiento de liberación, sea para desnudar lo que podría derivar en una hecatombe, o una revolución futurista. Sí: todo es ampuloso. Donde la película se cae es allí donde los directores, con toda la parafernalia y su imaginería visual, se toman un descanso, muestran la hilacha y parecen advertirle al espectador, adoctrinándolo, “miren que esto es importante”. Por lo demás, las casi tres horas se pasan volando, pero en una sola visión del filme -por su complejidad, sus ya nombrados saltos narrativos, la multiplicidad de personajes encarnados por los mismos actores- por más atención que se preste, quedan muchas cosas sueltas, que al ver la película por segunda vez, se aclaran. Algo.
Una revolución trunca Cloud Atlas , transposición de la novela homónima publicada en 2004 por David Mitchell, es una de las películas más ambiciosas de todos los tiempos. No sólo es larga (casi tres horas) y costosa (más de 100 millones de dólares, sin el aporte de ningún gran estudio) sino también desmedida y grandilocuente en su apuesta por narrar y -de alguna manera- interconectar seis historias ambientadas en diferentes épocas y lugares, desde un barco esclavista en 1849 hasta un futuro totalitario y posapocalíptico con trabajadores modificados genéticamente en la "nueva" Seúl, pasando por las vicisitudes de un compositor musical británico en los años 30, de una periodista combativa de San Francisco que investiga maniobras en plantas nucleares en los 70 o de un editor literario que es internado en un centro psiquiátrico en la actualidad. "Todo está conectado", asegura el eslogan del film y sus tres directores-los hermanos Wachowski (la trilogía Matrix y Meteoro ) y el alemán Tom Tykwer ( Corre Lola, corre y Agente internacional )- llevan al extremo esa premisa haciendo que cada una de las estrellas contratadas (Tom Hanks, Susan Sarandon, Halle Berry, Hugh Grant, Hugo Weaving y Jim Broadbent, entre varios otros) interpreten a cinco o seis personajes cada uno, incluso cambiando de edad, de sexo o de color de piel. Lo que por momentos puede verse como proeza también puede analizarse como desatino o incluso como capricho artístico. Los maquillajes -por momentos ridículos- a los que son sometidos los intérpretes son sólo el despropósito superficial de una película que dilapida pasajes de genuina inspiración con diálogos y parrafadas en off sobre filosofía new age recargada y subrayada hasta extremos casi intolerables. Una pena porque tanto los Wachowski como Tykwer son buenos e imaginativos narradores, capaces de transportar al espectador a situaciones que pueden intrigar y fascinar. Más allá de lo fallido del resultado final, Cloud Atlas merece una reivindicación, aunque más no sea parcial. Estamos ante una película bastante más audaz, sincera y visceral que la inmensa mayoría de las obras made in Hollywood (incluso más que otras que resultan mejores o más redondas en la comparación). Por eso no es justo burlarse del film (aunque, desde una perspectiva más cínica hay sobrados motivos para hacerlo). Incluso el exagerado adjetivo de película "revolucionaria" con que intenta venderla la distribuidora local podría ser admitido dadas las dimensiones, alcances y riesgos asumidos. Sólo que esta vez la revolución quedó a mitad de camino, más en el intento que en la práctica.
Tres realizadores para seis historias Podría haber sido un pastiche grandilocuente y, sin embargo, funciona: con un presupuesto de cien millones y al comando de un elenco igualmente ambicioso, el trío de directores consigue articular varios niveles y estilos de relato de modo coherente. Desde los seminales Lumière hasta los Dardenne o los recientemente renacidos Taviani, el cine ha sabido bastante acerca de dos directores, generalmente vinculados por la sangre, que conjugan sus miradas en una única historia. Muchísimo menos habitual es encontrarse con películas que hacen de su realización una actividad tricéfala. En ese sentido, el rol compartido entre el alemán Tom Tykwer y los hermanos Lana (ex Larry: ahora es transexual) y Andy Wachowski convierten a Cloud Atlas: la red invisible en una auténtica rareza. Y no sólo por ser una de las producciones independientes más caras de la historia, con un presupuesto de cien millones de dólares provenientes de un puñado de inversores alemanes e incluso de los bolsillos de los cineastas, sino porque es imposible imaginarse una película formal, técnica, artística e ideológicamente desmesurada como ésta manejada por menos de seis manos. El jugueteo temporal y metafísico propuesto por los creadores de la trilogía Matrix junto al director de Corre, Lola, corre se balancea durante casi tres horas en el abismo de panfleto teológico-mítico-new age. Por si fuera poco, el film tiene a medio star system hollywoodense (Tom Hanks, Susan Sarandon, Halle Berry, Hugh Grant, etcétera) con kilos de maquillaje alternando papeles en diversas geografías, autosirviéndose en bandeja para un potencial escarnio crítico. Escarnio que, al menos en este caso, no será tal. El trío no sólo decide quedarse en tierra firme gracias a su profunda devoción en lo que cuenta y en los resquicios de su andamiaje, saciando así el habitual pecado de la ambición con una película a la altura de sus propias circunstancias. Ya el planteo argumental muestra que los directores no se anduvieron con chiquitas a la hora de pensar una historia. ¿Se dijo una? Perdón, seis. Articulada como una de esas coproducciones corales en la que todo está vinculado con todo, pero sin la tendencia al miserabilismo biempensante de los Iñárritus o Meirelles, Cloud Atlas entrelaza una serie de sucesos que abarcan desde el siglo XIX hasta una poscivilización moderna. Allí están, entonces, un notario estadounidense regresando a sus pagos californianos durante el siglo antepasado, un compositor homosexual dispuesto a dejarlo todo por su vocación en plena época de entreguerras, una periodista pugnando por destapar una red mafiosa en los ’70 y un grupo de ancianos que planea la fuga de su geriátrico, en lo que es la única historia ambientada en la actualidad. El puzzle se completa con los distópicos Nuevo Seúl de 2144 y el inicio de una nueva civilización después de un hecho que allí se denomina La Caída. El gran acierto del film es la diversificación de tonos y estilos según las formas habituales del cine para cada tipo de historia. Tanto así que el mundo en pantalla parece erigirse sobre los cimientos no de uno real, sino sobre otro puramente imaginado: si el cine, como todas las artes, es un espejo que refracta las circunstancias de una coyuntura mundana, Cloud Atlas operaría como el reflejo de ese reflejo. Así se entiende que el romance del compositor con otro hombre esté atravesado por la pompa casi litúrgica con la que el cine suele mirar las historias de amores contrariados, que los ’70 sean pura intriga, paranoia y sequedad, o que los ancianos tengan esa simpatía y liviandad tan british de las comedias de la tercera edad. Pero no sólo de la pantalla grande beben Tykwer + Wachowski. En tiempos en los que la televisión marca el amperímetro de la industria audiovisual, el último y más interesante par de historias remite casi enteramente a las series de ciencia ficción modernas. Como en la inglesa Black Mirror, la Juana de Arco oriental que pugna por liberarse de la opresión de un sistema orwelliano marca las paradojas de la tecnologización de la cotidianidad desde un futuro no del todo lejano. A su vez, la historia del renacimiento de la civilización se apropia de la fenomenología retro-futurista y el convencimiento por el verosímil absoluto de lo que se está contando propio del mejor J. J. Abrams. Parecido que incluye una voracidad narrativa constructora de un mundo que da la sensación de ser infinito y por momentos inexplicable incluso para su creador. En ese sentido, Cloud Atlas es una película eminentemente pos Lost (con su Wiki incluida: ver http://clouda tlas.wikia.com). Con todo lo bueno y lo malo que eso implica, porque, tal como ocurría con los isleños, el desenlace se resuelve a los ponchazos y subrayando, cual Christopher Nolan en El origen, los mecanismos principales de todo el dispositivo. Riesgos de hacer una película más grande que el cine mismo.
Relatos futuristas salvan “Cloud Atlas” Esta compleja historia de libertad que dura siglos y varias reencarnaciones de las mismas personas a través de generaciones tiene su sustancia y también sus puntos en blanco, básicamente debido a que no todos los relatos encajan tan bien con los demás ni son tan interesantes como los otros. Tenemos la historia de un abogado enfermo y un esclavo durante un fatídico viaje en barco en el siglo XIX; la relación entre un brillante compositor y su mentor en 1930; un asunto conspirativo investigado por una periodista con intereses ecológicos en la década de 1970; los problemas de un editor acosado por las deudas en el 2012, más dos episodios futuristas: uno en la Corea del siglo XXI y otro dentro de varios siglos en un marco totalmente post-apocalíptico. Dado que «Cloud Atlas» dura tres horas y todos estos relatos están entremezclados, además de estar actuados por los mismos intérpretes, hay más de un momento donde todo el asunto se vuelve un poco confuso y cansador y no demasiado coherente con el resto. Esto sucede especialmente con el episodio del editor contemporáneo que empieza con gran contundencia gracias a uno de los mejores papeles que tiene Tom Hanks en el film, el de un escritor decidido a asesinar a un critico, pero que luego se disuelve en una comedia de la tercera edad que no tiene mucho que ver en espíritu con el dramatismo de las otras historias. Lo mismo pasa con el relato del compositor, que perfectamente podria haber dado para una gran película por sí solo, pero que parece unido de una manera un tanto gratuita con los demás episodios. En cambio, la historia setentista que tiene como principal protagonista a Halle Berry sí coincide bien con los relatos futuristas y, además, ofrece una impactante escena digna de un policial blaxploitation. En realidad son los dos relatos futuristas lo que salvan «Cloud Atlas», y donde queda claro el talento de los hermanos Andy y Lana Wachowski para los mundos imaginarios, que en este caso no solo incluyen espectaculares escenas de acción (que de todos modos aparecen en este largo film) sino también diálogos profundos, llenos de distintos contenidos filosóficos libertarios. Las actuaciones de Halle Berry necesitan menos maquillajes raros para sus sucesivos papeles, pero en algunos casos, especialmente en el de Tom Hanks, la mezcla de efectos digitales y de maquillaje se vuelven un poco distractivos sobre todo cuando aparecen y reaparecen una y otra vez, dada la naturaleza laberíntica del montaje del film. En todo caso, al menos dos de esos múltiples personajes le dan un gran lucimiento a este gran actor que sin duda tomó un gran riesgo -igual que todos los otros involucrados- con esta película llena de ideas e imágenes fascinantes pero también un tanto abrumadora en forma y contenido.
Una extraña conexión de tiempos La película narra seis historias complejas, cada una de ellas con seis directores distintos y decenas de actores. Y se dio un filme que mezcla, presente, pasado y futuro, en una curiosa interrelación. Lo que resuena en una de ellas, misteriosamente, se conecta con la otra. El asunto era complicado. Se necesitaba un guión lo suficientemente sencillo como para que las historias se entendieran y los personajes pudieran identificarse. Claro, la película estaba basada en una extensa novela del inglés David Mitchell, con seis historias complejas, y cada una de ellas con seis directores distintos y decenas de actores. Y se dio un filme que mezcla, presente, pasado y futuro, en una curiosa interrelación. Lo que resuena en una de ellas, misteriosamente, se conecta con la otra. Desfile de historias, donde un periodista resuelve problemas, que atañen al universo; víctimas orientales que se convierten en gurúes, escritores en problemas que buscan refugio en geriátricos; creadores musicales en peligro ante veteranos exitosos, mientras la vida y la muerte parecen entrelazarse sin tiempo ni geografía, en mundos paralelos. UNO Y TODOS También hay actores transformados en mujeres, actrices convertidas en distintos personajes, siglos que se suceden y geografías multiplicadas. Estos hermanos Wachkowsky -Andy y Lana- y el bueno de Tom Tykwer, sus directores, logran ambientar exquisitamente las historias, recrear sus propios lenguajes y generar atmósferas. Ni la ciencia ficción, ni la novela de aventuras, o el drama romántico los asustan. Todo lo exhiben con elegancia y audacia. Eso sí, hay un sabor a Alfonso Cuarón y sus devotos del filme "21 gramos". Y la teoría ancestral retomada por nuestro Borges, un hombre es todos los hombres, lo que le pasa a uno le pasa a todos. Resultado desparejo con episodios sobresalientes como el ambientado en Corea, o el del escritor en problemas, excelentes actuaciones de Jim Broadbent, Doo-Na y Ben Winshaw, junto a los muy conocidos Tom Hanks y Halle Berry. Coloso de ciento sesenta y ocho minutos que entretiene y a veces desconcierta.
Los hermanos Wachowsky, junto a Tom Tykwer, hicieron este proyecto que enlaza seis historias desde el siglo XIX a un futuro posapocalíptico, para abonar la teoría de que cada acción humana está conectada y puede ser la consecuencia de lo que ocurrirá. Unir presente con pasado y futuro, con los mismos actores que hacen distintos personajes (Halle Berry, Tom Hanks, Susan Sarandon y siguen los grandes nombres), y una compaginación que no da respiro. El resultado es por momentos confuso, casi siempre entretenido, muchas veces conmovedor, enloquecido y hasta hipnótico. Puede ser una gran teoría o el enunciado new age ingenuo. Pero el film es de por sí una aventura para el espectador inquieto.
Todo tiene que ver con todo. Qué complicado que es reseñar Cloud Atlas: La Red Invisible (Cloud Atlas, 2012). Es una película con tantos matices, con tantas historias distintas, que sería obviar decenas de detalles juzgarla como una película en total y no como una sucesión de historias que se conectan de algún modo, al mejor estilo Realmente Amor, pero al mismo tiempo, nada que ver. Aquí no hay un elenco coral, sino que es un puñado de actores el que interpreta a diferentes personajes, en diferentes líneas temporales, que van desde un barco en 1849 hasta un futuro post-apocalíptico en el Hawaii de 2321. En el medio pasamos por la Inglaterra de 1936, California en los '70, de nuevo Inglaterra en 2012 y la ciudad de Neo-Seul, Corea, en 2144, un estado bajo un régimen totalitario. Las historias son sencillas. En la primera vemos cómo las vidas de un acomodado abogado de San Francisco y la de un esclavo que vajaba de polizón en su barco cambian rotundamente cuando se conocen. En otra nos presentan a un ambicioso compositor que se convierte en la mano derecha de una vieja gloria de la música, que está pasando un momento oscuro en su inspiración. Más tarde espiamos la vida de una valiente reportera que se atreve a inmiscuirse en los planes de una empresa que quiere convertir la energía nuclear en la base de todo el país. En otra vemos a un editor de libros que se ve en problemas, y es internado en un geriátrico, y ya saltando al futuro, nos ofrecen un paisaje apocalíptico en Neo Seul, un país en ruinas en donde un gobierno totalitario y un grupo de rebeldes pelean por una mujer que puede ser clave en la historia y, por último, conocemos a una tribu de aborígenes del futuro, que son acompañados por una mujer con una tecnología de avanzada. En estas historias hay amor, hay traición, hay muerte, hay humor, drama... todos los géneros que se les ocurran, y todos llevan un mínimo hilo conductor que, no siempre con eficacia, teje todas estas líneas argumentales en algo más grande. La dirección es triple: No solo están los hermanos Wachowski detrás de cámaras, sino que también está Tom Twyker, el responsable de la brillante Corre Lola Corre (1998), y tal vez sea por eso que en rasgos generales, Cloud Atlas no tenga una personalidad marcada. Se puede ver la mano de algunos de ellos en ciertas partes, pero en general la película se convierte en algo genérico, sin mucha personalidad. Otro de sus grandes defectos reside en lo visual. De nuevo, no en todo momento, pero por ejemplo, el maquillaje femenino absurdo que le ponen a Hugo Weaving en una de las historias, definitivamente no es algo que sea fácil de ver. Sin embargo, en otros momentos vemos magníficos escenarios naturales, hermosas tomas urbanas y un buen planteo, bien sci-fi, de lo que puede llegar a ser el planeta en el siglo XX?II. Sin embargo, y pese a sus defectos, Cloud Atlas es una gran película. Una gran adaptación de una obra prácticamente infilmable. En ese sentido, sale ganando con creces. También es probable que sea una de esas obras de las que hablaremos dentro de varios años, que ahora pase desapercibida (de hecho, en los Estados Unidos apenas recaudó unos 27 millones de dólares, cuando la película costó más de 100 millones) y que en un lustro se convierta en una película de culto, ya que tiene todo el material para ser eso. Incluso en sus errores. Un detalle que cabe destacar es que los Wachowski lograron financiar Cloud Atlas de forma independiente, con lo cual el mérito se multiplica por millones. Hacer una obra tan ambiciosa, tan grandilocuente, llena de filosofía barata, si; pero con una puesta en escena pocas veces vista, y sin tener detrás a ninguno de los grandes estudios es definitivamente algo digno de aplausos. Y si, Cloud Atlas posiblemente no sea la perfección, pero tiene decenas de elementos que la convierten en una muy buena película. Una película que pegará distinto a unos y a otros, y que generará debates eternos en cuanto foro de cine encuentren. Es necesario verla y razonarla, y luego -si les queda tiempo después de las casi tres horas que dura la película- juzgarla.
De los mismos realizadores de la revolucionaria Matrix, en conjunto con Tom Tykwer (director de Corre, Lola, Corre y Perfume: Historia de un Asesino), llega esta mega produccion independiente que no es fácil de visionar. Basada en la novela homónima de David Mitchell, una obra narrativamente compleja, los hermanos Wachowski nos traen este film que presenta seis historias distintas ambientadas cada una en un tiempo y espacio diferente, narradas a través de seis géneros distintos y mezclando pasado, presente y futuro desde el siglo XIX hasta un futuro apocalíptico, tratando de hilvanar todo el relato bajo un mismo concepto filosófico. Una obra que intenta trazar un mapa de la condición humana, superando los límites espaciotemporales, donde todos nuestros actos y elecciones del presente repercuten en el futuro y tienen consecuencia en los otros de manera invisible. Una red basada en la lógica del vínculo humano entre el opresor y el oprimido donde la mayoría de los personajes se cansan de ser abusados y desatan su espíritu revolucionario. Temas que ya supieron explayar magistralmente en Matrix con una historia profunda que generaba su discusión y ofrecía un gran entretenimiento. Es así como el relato va y viene en el tiempo y el espacio a través de la aventura y el drama en el siglo XIX, en épocas de la esclavitud, donde un abogado que viaja a unas islas en el océano Pacífico para concretar un contrato comercial y en su viaje de regreso será sorprendido por un esclavo; El drama romántico de un joven compositor homosexual en la Europa casi nazi de los años 30’que deja a su pareja para ayudar a componer a un prestigioso y anciano músico; Un thriller político ambientado en los 70’en el que una periodista decide investigar el informe secreto de una planta nuclear y descubre que podría poner en peligro a la humanidad; Una especie de comedia en el que un editor de libros de la Inglaterra actual hace una insospechada fortuna y tras ser perseguido por la mafia termina preso en un geriátrico; Una historia de ciencia ficción en una Corea del futuro donde clones hacen trabajos de esclavos y algunos de ellos deciden revelarse al sistema; Y la acción y aventura en una tierra post-apocalíptica, con los últimos sobrevivientes de la humanidad que reciben la visita de seres de una civilización tecnológicamente mas avanzada mientras son acosados por caníbales. La realización es brillante en muchos aspectos, desde los efectos visuales, el minucioso trabajo de vestuario, maquillaje, la fotografía y puesta en escena, pero sobre todo por la extraordinaria labor de montaje, tan espectacular que cada historia, personaje y escenario se va intercalando uno a otro de manera precisa y fluida pasando por las distintas épocas y diferentes géneros (cada cual con una estética y estructura ficcional singular), uniendo cada escena con otra por algo en común: una palabra, un acto, el mismo actor pero en otra época o un simple objeto. Es por eso que la elaborada estructura narrativa se sustenta más por el montaje que por el peso de las historias individuales. La constante necesidad de conectar todo y avanzar fluidamente el relato le impide profundizar en conflictos propios de cada historia, y a su vez los distintos argumentos carecen de un conflicto sólido que genere entusiasmo y empatía con el espectador más allá del interés generado por conocer su final. Por momentos ese pasaje de historia a historia, cuando aún no tenemos muy en claro de qué se trata cada una, puede resultar algo confusa para el espectador. Y el montaje vertiginoso, sobrecargado con diálogos demasiado forzados y obsesionados en el mensaje que se quiere transmitir, logra a veces que la comedia no provoque mucha risa, el drama no conmueva o el romance no apasione. La versatilidad de un elenco estelar compuesto por Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, entre otros, componen con solvencia distintos personajes en cada relato (algunos muy disímiles entre sí), pero no logran causar la empatía necesaria para identificarnos con sus personajes y adentrarnos en cada historia. Brilla Tom Hanks, que cumple con soltura todos sus papeles, pero pareciera estar desaprovechada una actriz de la talla de Susan Sarandon y una Halle Berry que dramáticamente no termina de convencer. Cloud Atlas, es una buena película, diferente y original, pero también ambiciosa y pretensiosa. Que a pesar de contar con un excelente despliegue técnico, grandes actores y una gran carga filosófica, no tiene la magia especial de aquella Matrix y termina siendo un film interesante para ver, por momentos entretenido y por otros no tanto, pero de seguro algo agotador en sus casi tres horas de duración. Mención aparte para la historia del futuro en Corea del año 2130, donde el diseño de los ambientes y escenarios mas la puesta en escena y las secuencias de acción, con el inconfundible sello de los hermanos Wachowski, son de lo mas logrado del film.
Artefacto vacío y pretencioso Los directores de Matrix y Corre, Lola, corre unieron fuerzas y dieron forma a la adaptación cinematográfica de la monumental obra del inglés David Mitchell. El desafío dura casi tres horas, a través de las cuales los actores dan vida a las seis historias paralelas del libro. Aclaración necesaria antes de la reseña crítica: no leí la obra original del inglés David Mitchell, sus mil hojas y sus historias paralelas. Otro comentario previo: la saga Matrix de los hermanos Wachowski me pasa por el costado con su mirada sobre la ciencia ficción para advenedizos y fans incondicionales. Lo mismo ocurre con las películas del alemán Tykwer, y la sobrevalorada Corre, Lola, corre a la cabeza. Aclarados estos puntos va la primera afirmación: no hay films más insufribles que aquellos donde Hollywood, el mainstream europeo y el latinoamericano colonizado deciden pensar en voz alta sobre el mundo, la humanidad, las personas, la vida y la muerte, y el destino que nos corresponde. Desde ese púlpito donde se alecciona y se transmiten enseñanzas de vida, y desde esa matriz pontificadora con palabrerío new age, donde pueden sumarse a otros obispos del celuloide como el mexicano González Iñarritu y el indio M. Night Shyamalan y, por qué no, El árbol de la vida de Terrence Mallick, esta clase de cine, que tiene sus fervorosos adeptos, ha provocado en los últimos años una hinchazón de autosuficiencia e inmerecida importancia que parece no detenerse. Sin llegar a los indicadores insoportables de sus colegas, el trío de Cloud Atlas se la juega por contar seis historias paralelas, que parecen más en una película de tres horas que parece muchísimo más. En realidad los cineastas revalidan algo que ya estaba establecido en 1918 cuando David Griffith concibiera su monumental Intolerancia, olvidándose por un rato largo (otras tres horas) de su fanatismo por el Ku Klux Klan. Es decir, mover las piezas como en un presente continuo donde se alternan historias que transcurren en el siglo XIX y la esclavitud como tema, más otra de los años '30 con una pareja homosexual, una que ancla en los '70, otra más que transcurre en la actualidad, la previsible futurista que crítica al consumo y, chan chan, el segmento postapocalíptico 500 años más tarde donde se retorna a la época de las cavernas. Sin dinosaurios, por suerte. Cloud Atlas es grandota, desmesurada, inflada de lecciones sobre el devenir de los tiempos y de la condición humana. Pero esa desmesura jamás puede ocultar el cálculo, la manipulación emotiva, el carácter de lección de vida que vomitan sus tres horas. Por supuesto, desde sus rubros técnicos será irreprochable y en más de una ocasión surge algún minuto o poco más de talento cinematográfico, especialmente, en esas escenas de acción que la saga Matrix articuló hasta el hartazgo. Pero no hay retorno con esta clase de cine, más cerca de un artefacto pseudoliterario-cinematográfico estilo Reader’s Digest que del lenguaje del cine. Ah, los actores: seis papeles hace Tom Hanks, otros tantos Halle Berry, algunos Hugh Grant, Jim Broadbent, Susan Sarandon. Y, entonces, ¿qué pasa con los actores? Nada.
Cloud Atlas: La red invisible es varias películas a la vez; ninguna demasiado buena, todas más o menos atrapantes y alguna que otra ocasionalmente lúcida. La empresa de los Wachowski y del alemán Tom Twyker (los tres son los directores y guionistas) es curiosa y puede resumirse así: querer abrazar casi todo el cine, contar sus historias, apropiarse de sus tonos, lograr sus efectos. Allí también se juega un sentir de época que los excede a ellos y que tiene que ver con la necesidad del cine de mostrarse cada vez más enorme, gigante, capaz de condensar una gama creciente de experiencias a las que antes se accedía de manera separada. Llama la atención que con un desarrollo mayor las distintas partes que conforman Cloud Atlas podrían llegar a constituir películas individuales, pero existe la necesidad de unirlas, de amontonarlas y aplastarlas hasta conseguir un pastiche donde todo encaja y en el que se nos recuerda permanente eso, el carácter vincular de las partes, que “todo está conectado” (la “red invisible” del título local nunca llega a ser tal por culpa de los subrayados y recordatorios del guión).Esa sumatoria podría servir para muchas cosas, por ejemplo, para construir un mundo opaco, misterioso, que debido a la amplitud y la oscuridad de sus dimensiones fuera capaz de resistir la explicación fácil. Lamentablemente, como ya lo demostraron en la trilogía de Matrix o en V de Venganza, los Wachowski no pueden operar si no es a través del mensaje grandilocuente: Cloud Atlas, incluso con la enorme cantidad de material narrativo que tiene entre sus manos, no deja resquicio para la ambigüedad, todo está en función de esclarecer unos pocos sentidos que no son otra cosa que ideas solemnes acerca del hombre, sus actos y la sociedad. Durante las casi tres horas de metraje no se hace otra cosa que machacar siempre lo mismo: que las obras buenas y malas repercuten en el tiempo y en el espacio, que la humanidad comete siempre los mismos errores, etc. Además de adscribir a esa concepción tan gastada como pobre y simplista que sostiene que la Historia es un eterno retorno y que todo se repite (desconozco si en el libro de David Mitchell se propone lo mismo), Cloud Atlas desaprovecha la exploración de los detalles de cada relato porque no puede ver más que constantes, se desvela por buscar siempre el gesto que le permita postular la condición circular de la humanidad. De esa manera, se pierde de indagar más y mejor en el universo cómico y por momentos absurdo del relato del editor Timothy Cavendish, que cuenta entre sus puntos más altos con un geriátrico desquiciado donde la gente es retenida contra su voluntad por una enfermera monstruosa (interpretada por Hugo Weaving travestido), y con una pelea memorable entre un tosco escritor y un crítico pomposo que termina con el lanzamiento del segundo desde un balcón. El trío de directores también se muestra seguro en la historia que transcurre en Neo Seúl, con sus coordenadas de futuro distópico y con unas japonerías visuales muy wachoskianas. El resto del tiempo, los directores parecen no interesarse en todos sus personajes y escenarios más que para construir una falsa babel que en realidad habla una misma y única lengua: la del cine pesado que gusta del mensaje grandilocuente.
El por qué la crítica del mundo ha tenido un destrato inmerecido para con Cloud Atlas está por verse, lo cierto es que la última película de los hermanos Andy y Lana Wachowski junto a Tom Tykwer es un proyecto de una ambición enorme como no se ha visto en años. El capricho del autor de turno a veces permite que la solemnidad se tolere y la pobreza ideológica sea sostenida en pos de la aventura fílmica, no obstante de frente a esta épica cinematográfica es lo primero lo único que se ve, es el árbol que no deja ver el bosque de celuloide. Ante semejante esfuerzo titánico por plasmar una novela compleja a la gran pantalla, pareciera que sólo puede hacerse una reseña literaria –al material fuente, el libro de David Mitchell- para negar el valor del trabajo de los directores. Un trío de realizadores que ya se han puesto detrás de proyectos infilmables en el pasado, con Matrix los norteamericanos y Perfume el alemán, se dan a esta difícil tarea de hacer fluir seis historias distanciadas por décadas o siglos con personajes diferentes, con el logro supremo de evitar que el desarrollo se resienta. En sus casi tres horas que nada pesan, la narrativa es limpia, sin rispideces. Se pasa con un correcto montaje de una época a la otra y la transición es perfecta, un aceitado mecanismo de relojería que se pone en marcha con firmeza sin descuidar el avance de la trama o dejar cabos sueltos en el crecimiento de sus protagonistas. En su deseo voraz de explotar al máximo la premisa de su film -que todo está conectado-, los Wachowski y Tykwer proponen una instancia extrema que es a la vez caballo de batalla y principal inconveniente: las múltiples interpretaciones. Reconocidas figuras se embarcan en una propuesta que demanda que se adentren, de acuerdo a la época que corresponda, en cinco o seis papeles diferentes. Más allá de que hay un maquillaje de primera puesto al servicio de todos, incluso de los roles mínimos o secundarios –no importa cómo quieran disfrazarlo los opositores, hay muchos que recién se descubren en los créditos-, en ocasiones acaba por desaclimatar. Lo que es una decisión cinematográfica brillante, con la continuidad de las almas que se vuelve explícita, acaba en hiperbolizar ciertos rasgos faciales para marcar diferencias, provocando que en ocasiones lo que se vea sea menos un personaje que un actor con prótesis –el Tom Hanks con dientes postizos del 1800 es el caso más notorio-. Así, el no terminar de introducirnos plenamente con lo que ocurre frente a las cámaras lleva a que ciertos pasajes simplemente sucedan, sin mayor impacto sobre el espectador. No obstante, no hay nada como Cloud Atlas. Más allá de la inconmensurable labor de sus protagonistas, que se sumergen por igual en papeles que quizás tienen segundos de pantalla, el profundizar en esta epopeya fílmica nos encuentra ante una cruza de géneros y estilos como nunca antes vista. Se salta de la comedia con Jim Broadbent a un thriller de suspenso con Halle Berry y Hugo Weaving, pasando por un romance de época con Ben Whishaw y James D’Arcy, por una trama política de ciencia ficción o por un drama existencial con algo de aventura. Perder de vista la grandeza de esta épica faraónica por poner en duda los cimientos filosóficos en los que se sostiene –new age se ha dicho-, es grave. Reclamar originalidad, autores y estilos propios, y no reconocerlos ni aunque nos golpeen en las narices, también.
Un mapa de muchas otras películas Los directores de esta película tienen antecedentes de cierta trascendencia en el cine contemporáneo. Para algunos, la impecable Corre Lola corre de Tom Tykwer, para otros la rupturista Matrix de los hermanos Wachowski, fueron obras que causaron impacto en el público hacia finales de los años 90. Un proyecto de la magnitud de Cloud Altas: la red invisble es a priori atractivo tanto para quienes conozcan sus obras anteriores, como para quienes prefieran el cine hollywodense cargado de estrellas. Y si bien no decepciona, no puede considerarse una evolución respecto de sus mejores producciones, ni una película que devuelva en acción o drama los dólares invertidos. La trama se construye sobre seis historias en tiempos distintos y modos de relatar diferentes. El comercio esclavista en el Siglo XIX, el amor loco y el arte en los años ‘30, el periodismo y las corporaciones en los ‘70, el desprecio a los viejos en el presente, la imposición totalitaria futurista y la supervivencia de unos pocos en un futuro impreciso. Para contar las historias y mezclarlas, solaparlas, los realizadores apelan a reconstruir las características más o menos típicas del modo en que esas historias se suelen tratar en el cine estadounidense. Podría resumirlo diciendo que respetan convenciones de los géneros. Pero no es así. Apenas respetan algunos aspectos exteriores como vestuarios, escenografía y peinados, pero no diferencian los relatos en sus estructuras internas, en el modo en que construyen sus personajes, ni en las condiciones históricas que producen los héroes o los villanos. La narración es una sola y la conducción de las mismas está atada por la preeminencia de un par de ellas (aun cuando pretenden narrar con voces diversas). Así trazan un mapa en cuatro dimensiones donde a las distancias geográficas suman las temporales, para establecer continuidades esperanzadas en la presencia de individuos que siempre apostarán por las buenas decisiones y por el amor. En este complejo relato compuesto por seis historias que son una, los personajes se repiten: poderosos de todo tipo, cínicos individualistas, pequeños héroes morales, amantes insospechados de dobleces. Todos ellos son parte de una trama única en la cual, de un modo u otro, el amor y la pureza vencen, aún en la intimidad de las decisiones personales. El mundo seguirá siendo de los malos, pero no podrán llevarse todo por delante. La fábula moral de Cloud Atlas no es ni novedosa, ni profunda. Cruzando tradiciones narrativas que provienen de fuentes diversas (las literaturas de sagas mitológicas, el romanticismo decimonónico, 1984, Matrix y Meteoro) lo que logran es una película que entretiene a pesar de sus casi tres horas y de las máscaras que ocultan a sus actores, muchas veces patéticas. Obviamente esto no es poco, pero en este mundo cinematográfico donde parece que sólo la industria dominante sigue impulsando la atracción del público masivo a las salas, que sus más interesantes creadores jóvenes hayan ajustado tanto su propuesta a la norma, no deja de tener su costado lamentable.
Bajo el mismo cielo La película de los creadores de "Matrix" transita por seis relatos contundentes con actores de primer nivel y el juego que mejor juegan los Wachowski. Los hermanos Wachowski (Matrix) son especialistas en trasponer umbrales de la percepción y el asombro. Cloud atlas. La red invisible es una película que parece compleja, hasta que instala su mecanismo de relato múltiple, simultáneo, superador de la palabra que no puede zafar de la linealidad. Un anciano (Tom Hanks) con tono de vate, como si Homero recuperara su voz, promete un cuento ("Ahora escuchen con atención"). Seis historias transitan otros tantos géneros, en espacios y tiempos distintos. Los primeros minutos meten al espectador en ese aparente laberinto, pero el guión de hierro, el montaje estupendo, el maquillaje, la creación de personajes y los actores hacen de este atlas una guía para pensar verdades y circunstancias que trascienden las individualidades. El abogado Adam Ewing (Jim Sturgess) viaja en un barco por el Pacífico en 1849 con un cofre que despierta la codicia del médico (Tom Hanks); un joven músico (Ben Whishaw) transcribe música para una celebridad (Jim Broadbent), en 1936; una periodista (Halle Berry) investiga las normas de seguridad de una planta nuclear en 1973; un editor de novelas (Jim Broadbent) es internado en un asilo en 2012; una mujer de Nueva Seúl (Doona Bae) ha sido modificada genéticamente para trabajar en un negocio de comida rápida en 2144; y un líder (Tom Hanks) comanda una comunidad sobreviviente a la Caída de Los Antiguos. Éstas son las películas dentro del atlas que, como un cubo mágico, mueven las peripecias, unidas por delgados hilos que arman la trama de lo humano. Los héroes, las víctimas y victimarios responden a las mismas fuerzas invisibles. En las dos puntas del tiempo (Seúl futurista y las chozas con sobrevivientes) se producen las escenas más crueles y violentas. La película, basada en el libro de David Mitchell, va desplegando máximas mientras los tópicos se revelan a través de escenas en las que los personajes escapan del dolor y buscan salvación, en comunidades sostenidas por creencias o en la sociedad del control casi absoluto. El amor como posibilidad salvadora y la vida, con distinto valor y precio, surgen junto a imperativos éticos y batallas de conciencia, regidos por la certeza de que "estamos atados unos a otros" y "tu destino no es sólo tuyo". Si como dice un personaje, "todas las barreras son convencionalismos", en Cloud atlas los Wachowski reinventan la aventura de ver cine a fuerza de cine.
Por esa metáfora del final La primera observación para el espectador que vaya a ver “Cloud Atlas” es que se trata de una película de casi tres horas y que tiene largos momentos en que es poco accesible. Pero esta producción de los hermanos Wachowski (los mismos que hicieron la saga “Matrix”) y Tom Tykwer (“El perfume” y “Corre Lola Corre”) deja una sonrisa al final de ese camino ríspido, complejo, por momentos caótico. Y es gracias al mensaje del cierre. Todo comienza a partir de seis historias que se van desarrollando a lo largo de cientos de años, desde 1849 hasta el 2346. Una de esas historias está protagonizada por un anciano que pretende salvar su civilización; en otra habrá un compositor homosexual que atraviesa una crisis; un aristócrata que defiende la libertad de los negros en tiempos de esclavitud; un editor que es internado en un asilo y debe soportar presiones familiares; una periodista de los años 70 que investiga un caso de plantas nucleares; y una trama futurista, en la que se luce la surcoreana Doona Bae, que encierra una crítica al sistema capitalista con una feroz mirada hacia la sociedad de consumo y las relaciones de poder. El filme va y viene todo el tiempo y es complicado seguir al dedillo cada una de las historias. Sin embargo, vale por la red invisible que une cada trama, porque hay actores que interpretan hasta seis papeles y hacen roles del sexo opuesto y porque redondea una metáfora vital para la condición humana.
GRANDIOSO Y CONFUSO Confusa, aluvional, larga, grandilocuente y pretenciosa; pero también sugerente y con buenas reflexiones, audaz y ambiciosa. Los hermanos Wachowski (“Matrix”) nos envuelven otra vez con sus tramas inseguras, cambiantes, que saltan de un registro a otro. Está ambientado en seis épocas distintas que van del pasado a un futuro lejano. Y se infla de palabras importantes. Planea sobre la libertad, las diversas formas de la esclavitud y sobre la necesidad de atar nuestra suerte a la de los otros. Si no nos perciben, no somos nada, dice un personaje. El filme -adelanta la sinopsis- es “una exploración de cómo las acciones individuales de las personas afectan la vida de otros en el pasado, presente y futuro. Como un alma que pasa de ser un asesino a un héroe y un simple acto de bondad inspira a lo largo de los años una revolución”. Pero cuesta seguir la historia. Hay actores que hacen varios personajes, narraciones unidas por un hilo argumental, una realización que tiene más de un hallazgo y más de una extravagancia y un discurso que flota entre la filosofía críptica, el cine de ciencia ficción, el palabrerío new age y una mezcla de sermón profundo y aleccionador. Hay acción, amores accidentados, personajes ricos a ideas interesantes, pero también las advertencias conocidas sobre el poder, la violencia y la deshumanización. Como siempre, esto no tiene salvación: el destino nos tiene reservado un futuro oscuro, tenebroso y desolador.
Obra polémica que debe afrontar por igual a defensores y detractores Tenemos una tendencia natural a comparar lo que leemos contra las adaptaciones en formato cinematográfico. Quizás los autores más bastardeados por guionistas en este sentido sean Agatha Christie y Stephen King. ¿Cuando una pieza literaria está bien o mal adaptada a la pantalla? ¿Debe ser literal a los hechos que se narran? Si fuera así, hay casos fallidos como “El código Da Vinci” (2006), por ejemplo. ¿Dónde está la visión del artista? Si Alexander Sokurov hubiera apelado a la mera fidelidad con su “Fausto” (2011), ¿habríamos tenido la fabulosa chance de su mirada sobre lo escrito por Goethe hace siglos? En las respuestas a estas preguntas encontraremos las diferencias existentes cuando el guión de una película esta adaptado, basado en... o simplemente es una versión libre de... Los hermanos Lana y Andy Wachowski tomaron contacto con “Cloud Atlas” (2004) de David Mitchell cuando estaban produciendo “V, de Venganza” (2005). De hecho, Natalie Portman les entregó la novela y desde entonces han re-escrito varias veces el guión hasta llegar a la decisión final. Originalmente el libro narra cinco historias ubicadas aproximadamente en los años 1850, 1931, 1973, el presente y 2144 (no son relevantes los números exactos). Las pequeñas narraciones no concluyen hasta que se lee la sexta historia (en dos mil trescientos y pico) y cierra todas las anteriores volviendo al principio. ¿Por qué al principio? Por el concepto de causa y consecuencia. "Nuestras vidas no nos pertenecen. Estamos unidos unos a otros y en cada acto criminal o de bondad, construimos el futuro", afirma el libro. De la frase anterior se desprenden tres palabras bien presentes en la filmografía de los hermanos Wachowski: libertad, fraternidad y revolución. “Matriz” (1999) se trataba de eso, entre tantos otros temas, al punto de ser material ilustrativo en varias carreras académicas. Después la saga se convirtió en otra cosa, pero el concepto del ser humano liberándose del yugo estaba. En esa obra maestra las máquinas (el sistema capitalista) conectaban al ser humano al mundo sin que éste se de cuenta, mientras licuaba su bio-electricidad para seguir auto-alimentándose. El sistema devorándose a sus propios contribuyentes. En ese contexto, alguien se convertiría en líder de la revolución. Ambos creadores decidieron convocar al amigo Tom Tykwer (el director de “Corre Lola, corre”, 1998) para escribir el guión de “Cloud Atlas: la red invisible”. La premisa fue desarmar el mosaico cronológico y convertirlo en un rompecabezas vertiginoso. Imagine el lector una construcción cinematográfica que cuenta seis historias en forma paralela. Nobleza obliga, otorguémosle el adjetivo de ambicioso a semejante proyecto. Sucede que en el subtexto de la novela yace aquello que despierta el interés de estos artistas, al punto de querer volverlo literal a partir de un eje adicional a lo mencionado anteriormente: la reencarnación. Es mucho. Mucho y difícil. Pero lejos de la pretenciosidad y el preciosismo los tres realizadores logran construir una piedra basal. Un ABC o, si se quiere, una introducción sencilla a temas complejos para que cada espectador decida profundizarlo o no según su interés. "Orden y progreso"; Sistemas económicos, dependencia de los regímenes, libertad (política, sexual, económica, etc), ecología y análisis sociológico e histórico (en tanto los errores se repiten a lo largo de la historia); son sólo algunos de los sólidos mensajes a leer entre líneas porque son varios siglos en los que se desarrolla la trama. Una vez más hay un prodigio de rubros técnicos. Maquillaje, vestuario, fotografía, dirección de arte, efectos visuales y efectos especiales. Ojo, todo al servicio de contar la historia, y no a lo inverso. De hecho sorprende ver en los créditos finales que cada director se ocupó de segmentos distintos, y aún así hay una idea homogénea en toda la obra. Tratar de contar de qué se trata “Cloud Atlas: la red invisible”, sería una trampa mortal para cualquier amante del cine. Le digo dos razones: Una: El arte está para ser percibido e interpretado, no explicado. Dos: Nada mejor que encontrarse con artistas que proponen algo. Distinto. Desafiante. A partir de ello puede gustar o no, pero no pasa desapercibido. En todo caso podemos dar pistas para calmar la ansiedad. Una, sería dejarse llevar por el prodigioso montaje. Al final todo va a tener explicación a pesar de la innumerable cantidad de saltos temporales, y cada causa y consecuencia va a cerrar al final sin dejar un solo cabo suelto. En otras palabras: luego de los primeros diez minutos su primera sensación e impulso puede ser estar perdido y tratar de elucubrar. De darle sentido a todo, pero los directores dan a entender que es mejor no intentarlo. Todo va a ir desarrollándose sin prisa y sin pausa. Por esta razón no trate de llevar esto al raciocinio inmediato. Otra pista que ayuda a tejer la obra es que los actores principales (Tom Hanks, Halle Berry, Hugo Weaving, Jim Broadbent, James Darcy -fenomenal-, y Hugh Grant) encarnan al menos cinco personajes. Los vemos reencarnarse (en todo sentido) en cada segmento histórico, lo cual no sólo ayuda a subrayar el concepto de la reencarnación; sino a amigarse con el de causalidad. Es más, no necesariamente el bueno es siempre bueno, ni la mujer siempre mujer, ni el hombre siempre hombre. Una perla lujosa: La comparación de una creación musical en pentagrama con la historia del hombre hecha matemática. Por último, habrá defensores y detractores de esta película. Estos últimos lo harán con saña. Justamente la división de opiniones será el motivo principal para ir a verla. Todo tendrá respuestas. Disfrute el viaje.
Los hermanos Wachowski vuelven a dirigir luego de cierto letargo y lo hacen en colaboración con Tom Tykwer. Y ya está, eso es todo lo que hay que decir, ya que la mayoría de la gente o los odia o los ama sin siquiera ver el producto. Tampoco le importa a la gente que hayan filmado la película bisagra del siglo, (no del año, no de la década, DEL SIGLO.) No, Los Wachowski son prejuzgados siempre, para bien o para mal. Por eso, vamos a hablar un poco de Cloud Atlas, casi olvidándonos quien la dirigió. Casi. LA SUTILEZA DE LO OBVIO Como la mayoría de la gente sabe, Cloud Atlas es una película “coral”. (Cada vez que digo esto recuerdo cuando nuestras maestras decían allá lejos y hace mas de 25 años, que la argentina era un “crisol de razas”, que frase de cuarta!). Bueno la película “Coral”, por lo general, si no es llevada adelante con pericia, también suele ser de cuarta. Se me viene a la cabeza 360 por reciente nomas, la cual si bien no es mala, tampoco brilla con luz propia. Las historias en Cloud Atlas están contadas a través de varios años, arrancando en el 1849 y terminando más adelante en el 2321. Todos los personajes estarán unidos por la “red invisible” que la horrible traducción propone, a veces sutilmente, a veces de manera más obvia y hasta cursi. Sin embargo, hay un acierto sobre esto, y es el de no incluir ningún tipo de flashback con todas las escenitas juntas para que a uno le caigan todas las fichas (o sea, a lo Shyalaman), sino que es uno el que va hilando como todos los personajes están conectados. No es malo del todo, pero a veces se siente como dije antes, hasta un poco cursi o tirado de los pelos, casi como: “Oh, dios mío, Anakin Skywalker construyó a C3po, es decir, Darth Vader construyo a C3po!”. Están avisados. EJERCICIO ACTORAL Así creo que se debe haber sentido actuar en esta película, ya que es el punto más alto e interesante de la película, cada actor representa en cada línea temporal, diferentes personajes. No solo en nombre, si no en etnia y edad. Por ejemplo Halle Berry compone una rubia de ojos verdes y el gran Hugo Weaving una especia de enfermera Ratchet imperdible. Realmente este es un punto alto e interesante, ya que se ve que si bien algunos actores fueron exigidos más que otros, al menos fueron sacados de sus zonas de confort. Ver a Tom Hanks componer un personaje malvado o bestia y medio alcornoque, no es algo que se vea todos los días. Es vedad, a veces el maquillaje tira para atrás, pero es porque sabemos quiénes son, me sigue pareciendo una excelente idea, y que añade muchísimo al concepto del Atlas de las Nubes. TRAMAS Las historias son completamente diferentes, con diferentes tipos de tensiones, procesos y resoluciones. Si bien son todas medianamente buenas, para mí la que resalta es “The Ghastly Ordeal of Timothy Cavendish”, que es la que transcurre en el 2012. Como era de esperarse todas las historias van concluyendo hacia el final de la película, es decir, no están en orden, si no que están mezcladas, algo que puede confundir y mucho a alguien medio distraído, ya que ciertos nombres claves se repiten en todas las historias, pero significan cosas diferentes. A no pestañar. CON LO VISUAL NO ALCANZA Al hablar de los Wachowskis sabemos que el apartado visual va a tener una parte predominante, y es cierto, todos los mundos de todas las historias son visiblemente diferentes y disimiles, a pesar de conservar ciertas cosas en común. Y eso es todo un desafío, son mundos con personalidad y son representados de manera magistral, otro punto alto de la peli. Sin embargo, a la peli le falta algo. Se queda corta. Y es difícil de explicar donde, veamos: Guiones, bien. Actuaciones, muy bien. Foto, excelente. Ejecución, bien. Entonces, ¿donde falla? Y la respuesta como siempre es bastante sencilla. En el alma. Le falta alma. Le falta ese no es que, que se yo, que hace que una película buena sea excelente. Las historias terminan bien, pero les falta cierto nivel de “epicidad” que una historia de este tamaño requiere. Le falta un plus. LE falta, le falta, le falta. Se queda corta a metros de la línea de llegada, y llega con el envión. La película termina porque empezó, nada más. Realmente una pena que no tenga ese chispazo que es tan importante para que sea recordada y enteramente disfrutada. TAMPOCO PARA TANTO Pero, como dije en el primer párrafo, como los Wachowskis levantan siempre discordia, a la peli la andan matando por ahí, y no es para tanto. Como dije es una buena película, y por momentos muy buena, pero no llega a ser excelente. Igualmente les recuerdo, que una buena película es SIEMPRE mejor que una regular o mala. No se olviden de esa cuentita matemática tan simple, ya que muchas veces nos comemos bodriazos espantosos, y por ver que tal “Tanque” no es un 10 no la vemos. Pero si el tanque es un 7, seguramente va a ser mejor que el bodriazo que vimos. Tengan eso siempre en cuenta. CONCLUSIÓN Cloud Atlas no propone nada nuevo, ni marca una época. Sin embargo a fuerza de buenas historias, un buen trio director, y un conjunto actoral que rema la película como medallistas olímpicos, hacen que Cloud Atlas sea una buena película. Y hasta ahí. El conjunto no es malo, es completamente disfrutable, pero como les dije, le falta ese chispazo extra, ese “algo”. Y se nota, mucho. Mi recomendación es que se olviden de quien la dirigió, y la vean sin prejuicios ni expectativas, quizás de esa manera puedan sorprenderse. No se engañen, Cloud Atlas es una buena película y queda allí. Pero después de todo, ¿no es por eso que vamos al cine? ¿A ver buenas películas? Cloud Atlas lo es.
Opresores y oprimidos Ambiciosa, peligrosa y pretenciosa película que decepciona en casi todo su relato. Un desafío narrativo el cual no pudo ser resuelto de la mejor manera y, por lo tanto, en vez de asombrar por su singularidad, termina aburriendo por su enorme duración y falta de conexión sólida que unifique de manera relevante a las seis historias que integran la película. Una monstruosa trama la cual desborda artificialidad y carece de emociones genuinas. Cloud Atlas está compuesta de seis historias de las cuales algunas difieren entre sí notablemente y de otras donde se presentan similitudes importantes. Todas ellas mantienen un hilo que las une y sus personajes están interpretados por los mismos actores. En todas ellas hay un despliegue visual muy atractivo y los interpretes son maquillados y vestidos acorde a sus caracterizaciones. En cada historia se relata la aventura de un protagonista oprimido y casi esclavizado por un ser o civilización superior. Todas las historias encuentran su unión en el karma y como las acciones de unos (historia a) repercute en los otros (historia b). Por lo tanto, es claro que esta producción es ambiciosa por su descomunal relato, peligrosa por su gran presupuesto y potenciales pérdidas económicas, y pretenciosa en su búsqueda filosófica sobre las relaciones en las acciones de los seres humanos. Todo está armado para brindar un gran espectáculo, sin embargo falta lo más importante, la linea central. Una guía con principio, desarrollo y desenlace. Es decir, un delineamiento que ordene las acciones para de esta manera mantener en vilo al espectador. Esta línea argumental puede estar formada por seis relatos, como en este caso, pero si o sí tiene que estar. La realidad demuestra que no hubo consideración por esta regla y las consecuencias son muy notorias. Para empezar, el hecho de que los seis relatos se desarrollen exactamente a la par solo crea problemas, ya que de esta manera el inicio se hace interminable, el desarrollo no lleva a ninguna parte, y en el final cada clímax (momento culmine de la película) se opaca entre sí. Luego aparece el espectador deseoso de encontrar las conexiones entre las historias. Uniones que al ser simples detalles, con el correr de los minutos solo generan fastidio. También se genera el inconveniente de agotar al espectador con el atropello de robarle la conclusión a un giro de la historia. O sea, es imposible no frustrarse cuando al suceder algo interesante en una trama deliberadamente se lo transporta a otra. Por último, la narración simultanea crea la noción de un universo único que engloba a las seis historias. Por lo tanto, una comedia casi de caricatura o una aventura de tintes fantásticos nunca se va relacionar de manera plena con cuatro dramas bien fuertes de tono realista. Es probable que hubiera sido mejor plantear las seis historias por separado de manera más tradicional. Aunque esto no necesariamente hubiera resuelto el problema, simplemente hubiera cambiado los desafíos. En todo caso, Cloud Atlas falla a la hora de armar una historia solida y es por eso que no logra ser un producto entero. Tal vez, el objetivo final nunca contó con una premisa del todo fuerte o convincente.
Anexo de crítica: -Los creadores de Matrix ya habían recurrido en las aventuras de Neo a lecturas filosóficas, nociones básicas de la física cuántica y a Castañeda pero en esta oportunidad con esta adaptación de una novela que en los papeles resultaba infilmable explotan todos estos elementos a un nivel de pretenciosidad a la altura del proyecto que se traían en mano para regalar junto a Tom Tykwer una épica colosal que bajo la dialéctica de la libertad y la presión entrelaza 6 relatos ricos en subtramas y personajes logrando un producto cohesionado, atractivo y sumamente interesante para todo tipo de exigencia de público.-
Llega a la pantalla grande otra superproducción de los hermanos Wachowski. Un film inteligente, audaz, ambicioso, con toques de humor y que traerá más de una polémica. Es un film algo diferente a los que venimos viendo, si no estás dispuesto a pensar, a analizar, a prestar mucha atención y a razonar; te sugiero que optes por otra de las opciones que ofrece la cartelera cinematográfica. Es un film destinado a espectadores de mentes abiertas y sin lugar a dudas merece ser vista. Narra seis historias ambientadas en diferentes épocas y regiones; a ellas le dan vida los distintos personajes que interpretan: Tom Hanks, Susan Sarandon, Halle Berry, Hugh Grant, Hugo Weaving y Jim Broadbent, entre otros; cada uno, va cambiando de edad, de sexo y de apariencia. Estas historias se desarrollan en territorios diferentes, sus personajes y los acontecimientos se van intercalando desde el año 1849 hasta un post apocalíptico 2346; donde nos encontramos con una ciudad de Seúl futurista, y una vista previa a la Segunda Guerra en la ciudad de Cambridge. Nos vamos introduciendo en un mundo de pequeñas tribus, comunidades, entre otras; siempre se van entrelazando el pasado, presente y futuro. Entre los distintos momentos se encuentran: Las circunstancias por las que atraviesa un abogado estadounidense de nombre Adam Ewing (Jim Sturgess) que se encuentra enfermo en altamar; dos hombres enamorados en busca de algo muy especial; un thriller en los 70 donde la humanidad se encuentra en peligro ante una amenaza nuclear y una periodista Luisa Rey lo descubre; Un editor , Timoteo Cavendish (Jim Broadbent) , algo simpático termina en un geriátrico y descubre el valor de la libertad; Una camarera clonada (Doona Bae) que comienza a convertirse en humana; y alguien que está luchando por la supervivencia de toda la humanidad. No es conveniente revelar demasiado acerca del guión para no quitarle el interés de los espectadores que a lo largo de casi tres horas deberán prestarle mucha atención. El film contiene una muy buena edición, actuaciones, visualmente es extraordinaria, toca temas interesantes acerca de: la religión, la historia, lo espiritual, la reencarnación y la filosofía. Cuando salga editada en DVD y veamos los extras nos ayudará aun mas para comprender algunas secuencias. Algunas de las historias no me convencieron tanto, como tampoco su maquillaje, pero no deja de ser interesante en ningún momento. En lo posible es conveniente verla alguna vez mas y poder darle una lectura mejor que en la primera visión.
Los hermanos Wachowski lo volvieron hacer, ahora acompañados por el director Tom Tykwer, el mismo de la sobrevalorada “Corre Lola, Corre” (1998). Convengamos que si bien “Corre Lola, Corre” no es un filme que aburra, tiene toda la impronta de un muy buen ejercicio de un estudiante de cine. Por otro lado al igual que con su trilogía “Matrix” (1999-2003), de la cual no soy demasiado reverente, para no decir nada devoto, nuevamente constituyeron una producción de corte netamente presuntuoso sin justificación alguna, por lo menos en cuanto a lo que quieren instalar desde su discurso pretendidamente filosófico. En aquella oportunidad tomaron a Platón y lo banalizaron al extremo. Sintéticamente, a grandes rasgos, corriendo el riesgo que esto supone, se puede decir que el estudio tratado por el gran filósofo griego da cuenta de dos entidades diferentes, pero no como vidas paralelas, sino como idea de representación y de la experiencia sensible. Todas las ideas son una mixtura de dos principios: El principio que da forma, establece y demarca, y la Díada, o principio de multiplicidad ilimitada, que sirve como materia inteligible, relacionado al conocimiento. “Matrix” no era filosofía barata, sino algo mucho peor, filosofía bastardeada. “Cloud Atlas: La red invisible””, al que se lo puede definir como un filme de montaje, narra seis historias en forma paralela, con un despliegue inusual de virtuosismo visual, hueco, como se dice “pour la galerie”. Después explico. Estas historias están enlazadas en distintas espacialidades y temporalidades, desde el tema de la esclavitud en el siglo XIX, pasando por posible futuro post apocalíptico, que se desarrolla en una posible futura ciudad de Seúl y terminar alrededor del año 2500 con la vida después de la vida, con algunos sobrevivientes, que también podría ser entendido de la continuidad de la vida humana en otro planeta. Así de confuso todo. Sin dejar de lado historias más cercanas a la posibilidad de identificación y/o proyección por parte de los espectadores actuales, con historias de amor prohibido en los años ‘30 del siglo XX, por ser un amor homosexual, o la lucha por la verdad de una periodista en la década del ‘70 del mismo siglo. La primera hora del filme es un canto al desentendimiento, y no sólo eso, la repetición de los actores personificando distintos papeles, según las épocas, hecho que recién empieza a aclararse un poco, no demasiado, en el tercer tercio de la narración, cuya extensión es de casi 3 horas, aunque la sensación culinaria (explicación necesaria: esa que hace que uno empiece a moverse en la butaca tratando de acomodarse para que todo siga en su lugar una vez terminado el filme, hecho que ocurre cuando el tiempo parece detenido en la pantalla), sea mucho mayor. En cuanto a los rubros técnicos, lo dicho anteriormente, la vedette es el montaje, pero también tiene muy buenos logros en la dirección de arte, la fotografía, el diseño de sonido, en tanto el maquillaje está un escalón más abajo. De lo más flojo, no lo peor, aunque cueste creerlo, esta en la dirección de actores, a saber, grandes actores como Tom Hanks, Jim Broadbent, Hugo Heaving, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, tienen sobre sus espaldas un mínimo cinco personajes diferentes, y las respectivas performances son muy desiguales en cuanto a su credibilidad, más allá del maquillaje. Pero el premio mayor es el guión, basado en un best seller de David Mitchell de principios del siglo XXI. No leí la novela, pero según dicen el proyecto de traslación a lo audiovisual era muy arriesgado, a punto tal que ninguna productora hollywoodense se quiso acaparar el proyecto, por no creerlo económicamente viable, y menos redituable, lo que determino que acabe siendo una de las producciones independientes más cara de la historia del cine. Un profesor de filosofía, también psicoanalista, al que daba placer escuchar, dijo que lo peor es ser lector de contratapa, ya que la misma da una idea cercenada del libro y puede llevar a lecturas equivocadas. Esto parece ser lo que sucede con los benditos hermanos nacidos en Chicago, (espero que no pertenezcan a la mafia), es que toman temas de profundidad filosófica, desarrollado por grandes pensadores, y lo pulverizan. En este caso uno puede vislumbrar la intención de mal apropiarse de la dialéctica hegeliana. El filme se promociona como que toda vida no importa donde y cuando esta conectada con otras vidas, todos influyen en todos, el devenir constante, “Todo está conectado”, esa es la red invisible. ¡BAH! Aclaremos. Todo el transcurrir histórico humano conforma una cadena sin fin, el “espíritu absoluto”, esta es la base de la dialéctica hegeliana, esto es lo que Kant llamaría “la cosa en si” de Hegel. Sólo que propuesto como tesis, antitesis, y síntesis de los procesos de la humanidad. Esto quiere significar, de muy mal modo, y poco entendible, el inmoderado filme de este trío bastante advenedizo. Pero la banalización no se queda ahí. Ya se dijo que los actores componen personajes diferentes, según de que relato se trate, y esto igualmente se constituye en otra lectura apresurada de otro gran pensador como Karl Marx, que proponía una espiralada dialéctica de la historia en la que daba cuenta que a través de la historia se van repitiendo los personajes, pero no las personas. La historia de la humanidad no puede ser pensada como circular, sino espiralada, como lo demostrara casi un siglo después, pero a nivel individual psicológico, el argentino Enrique Pichon Riviere. Reconozco, y agradezco a los filósofos del cine, entre muchos Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Michelangelo Antonioni, y más cercano en el tiempo Terrence Mallik, ejemplo de pensadores que utilizan el lenguaje audiovisual para decir. A mi parecer, los responsables de esta”red invisible” produjeron pochocho envuelto en papiro egipcio, ni siquiera griego.
Pretencioso entramado Comentar esta película sin adelantar detalles de su resolución es inevitable, por lo que a los que les interese verla e ir descubriendo y asociando las diversas historias contenidas -es parte de la gracia- deberían de dejar de leer esta reseña. Basados en una novela de David Mitchell, los hermanos Wachowski Andy y Lana (esta última antes de operarse era conocida como Larry), creadores de Matrix, V de Vendetta y Meteoro, y el alemán Tom Tykwer (Corre Lola corre, La princesa y el guerrero) concibieron a seis manos un sobregirado puzle de casi tres horas, en el que se intercalan continuamente seis historias ubicadas en tiempos distintos, y pertenecientes a diversos géneros. 1849, 1936, 1973, 2012, 2144 y 2321: una aventura marítima a bordo de un barco esclavista, un melodrama sobre un compositor gay, un thriller político, una comedia negra inglesa, ciencia ficción distópica y ciencia ficción posapocalíptica. En todas ellas se presenta un conflicto social importante, una situación de abuso de poder y un movimiento trascendente o contestatario, individual o colectivo. Es posible perderse en este caótico entramado, sobre todo durante la primera hora, en la cual se presenta abruptamente una infinidad de situaciones y personajes. Esta composición vertiginosa y cargada de información apunta a espectadores lo suficientemente espabilados como para ir siguiendo y ubicando las diferentes historias sin perderse por el camino, con un montaje que propone un ritmo y saltos continuos entre instancias, algo que recuerda a lo logrado en El origen de Christopher Nolan, o en tramos de la serie Lost; se puede hablar de una novedosa tendencia narrativa que podrá satisfacer a algunos e irritar a otros tantos. La propuesta no podría ser más pretenciosa: bajo el slogan “todo está conectado” se presenta a un elenco multiestelar (Tom Hanks, Susan Sarandon, Halle Berry, Doona Bae, Hugh Grant, Hugo Weaving y Jim Broadbent, entre otros) con varios personajes para cada uno -seis o siete en algunos casos-, reafirmando la idea verbalizada y subrayada de que todos somos los mismos, que nos repetimos a través del tiempo y que asimismo reiteramos nuestros propios errores. El problema de esta reincidencia en los mismos rostros está en que en muchos casos el maquillaje se vuelve desmedido, convirtiéndose a los blancos en negros, a los hombres en mujeres, a los occidentales en asiáticos y viceversa. En algunos tramos, la sobreabundancia de gomas faciales hace pensar en un espectáculo circense, perdiéndose así buena parte de la seriedad buscada. Se plantea una especie de "efecto mariposa", basado en que cada historia está vinculada directamente con la historia precedente. Pero los elementos que conectan a una instancia con la siguiente son muy sutiles y muy difíciles de ver durante un primer visionado. Finalmente, el discurso de una chica que es reverenciada como deidad en el nuevo mundo, genera una decepción proporcionalmente directa a la grandilocuencia de toda este inmenso tanque. Corresponde traer a colación la genial película japonesa Fish story (2011), que partía de la misma premisa, en una misma línea multigenérica y de diversas épocas, con fragmentos más dialogados y terrenales y personajes mucho más interesantes. Por supuesto, lograda con un presupuesto infinitamente más modesto; conviene acercarse a ella, aunque sea para darse cuenta de que la que tenemos aquí es una pariente muy inferior.
El "efecto mariposa", más sofisticado Los pensamientos deslizados por los hermanos Wachowski en la trilogía "Matrix" vuelven a la pantalla: el mundo, la vida, no es simplemente lo que vemos todos los días cuando salimos a la oficina, cuando nos reunimos con nuestra tribu a hacer un ritual a los dioses o cuando intentamos envenenar a un millonario para entrar en su testamento. La vida es todo eso y mucho más, aunque desde algún otro planeta la Tierra sea nada más que un punto azul apenas destacable. Una filosofía en principio jugada y aparentemente nada barata que se diluye en ¡tres horas! de cinta que quizás podrían haber sido una y media: las ideas ya estaban planteadas desde el principio, los efectos ya presentados, las emociones ya sentidas cuando fueron sugeridas, entonces no era necesario terminar con el final feliz y todos amándose con todos. "Cloud Atlas: La red invisible" podría resumirse como un recorrido desde la prehistoria hacia el futuro, en un camino donde el hombre no es más que una sucesión de clichés y repeticiones que le juegan en contra: la ambición, la mentira, la crueldad, la soberbia. El ser más evolucionado es aquel que dice la verdad, el único que logra trascender a lo largo de este camino de vida después de la muerte. Lo malo es que, como el hombre, la película también es una cadena de clichés que pretende quitarse el sayo desde una narración complejizada que genera confusión hasta que todo se acomoda. Si estás dispuesto a ver una película que dura tres horas en las que probablemente empieces a mirar el reloj, entonces mirá "Cloud Atlas". Se te gustan los tiros y las masacres crudas, con derramamientos de sangre hasta el empacho, entonces andá a verla. Pero si esperás que la película te deslumbre desde las ideas que sostiene, por originales o controvertidas, entonces pasá de largo. Si no te importan tanto las ideas, el contenido, pero querés que una película te haga soñar desde la forma; en otras palabras: si te irritan las estrellas mainstream que no vienen a contarte nada nuevo... cambiá "Cloud Atlas" por otra partida este fin de semana.
Los hermanos Lana y Andy Wachowski regresaron a la dirección acompañados de Tom Tykwer para brindarnos un ambicioso y grandilocuente fresco social e histórico dirigido a seis manos. Los actores centrales (Tom Hanks, Halle Berry, Jim Sturgess, Jim Broadbent, Hugh Grant y Hugo Weaving) interpretan diversos roles que varían de ubicación geográfica y temporal. Seis relatos en simultáneo y alternados son los elegidos por los realizadores de Matrix para demostrarnos cómo el alma de las personas se va moldeando de acuerdo al contexto en el cual se desarrolló su personalidad, las oportunidades que ha tenido en su vida y cómo, frente a diversas situaciones, uno puede ser el héroe o el villano en el correr de las vidas pasadas, presentes y futuras. Un pequeño hecho puede modificar no solamente nuestra realidad sino la de millones de personas a cientos de kilómetros o siglos de distancia. Tomarse tres horas para graficarnos esa idea tal vez sea algo excesivo para la tolerancia del público actual.
Una nube de tu memoria ¡Seis historias por el precio de una! La propuesta parece irresistible. CLOUD ATLAS, la adaptación al cine de la novela de David Mitchell, pretende combinar las historias de ese enorme libro de más de 500 páginas -contadas allí secuencialmente- en una suerte de tapiz en el que vamos pasando de una a otra, además de ir saltando de género y de época con la idea de generar ritmo, velocidad y una conexión temática entre las distintas historias. El problema es que, así, la película se termina pareciendo a un larguísimo trailer de seis películas que nunca terminan de nacer del todo. Dirigida por Andy y Lana Wachowski, junto a Tom Tykwer, CLOUD ATLAS intenta convertirse en una enorme sinfonía en la que los distintos elementos van combinándose entre sí, cobrando diferentes niveles de importancia a lo largo del relato, como si fueran movimientos e instrumentos de una composición de tres horas sobre la identidad, la lucha contra la dominación, la rebeldía, la transmigración de las almas, el sentido de la vida y cualquier otro tema que se le quiera pegar. El resultado termina siendo un pastiche que sería realmente intragable de no tener los realizadores la capacidad narrativa suficiente como para lograr entretener un poco aún en la más imposible de las historias. Cloud-Atlas-MovieVayamos por partes. Hay seis historias que empiezan por separado y luego se van cruzando cada vez a mayor velocidad (en un momento, pasada la mitad de la película, calculé que en dos minutos entraban cuatro historias distintas), siempre con una distinta encabezando la trama y las demás funcionando como ecos. Ecos muchas veces “atados con alambres” gracias a frases grandiosas e hilos musicales que cruzan de una a otra. Una particularidad es que cada historia pertenece a una época y a un género diferente. Otra, que los actores son casi siempre los mismos, con los protagónicos de una como secundarios en las otras, y así… En el siglo XIX se nos cuenta una historia de un hombre que lleva a un esclavo en un barco con la idea de liberarlo pero allí cae enfermo y es atendido por un extraño doctor. En los años ’30, un joven compositor gay es convocado por uno mayor para ayudarlo a componer el “Cloud Atlas Sextet” que será leit motiv de la película. En los años ’70, una periodista investiga a los siniestros ejecutivos de una planta nuclear. En la actualidad, un editor literario se escapa de unas deudas y termina internado en una especie de manicomio del que no lo dejan salir. En el siglo XXII, en algo llamado Neo Seúl, una esclava se escapa junto a un rebelde de una sociedad totalitaria. Y, finalmente, en el siglo XXIV, en un mundo post-apocalíptico, un hombre y una mujer escapan de un ataque canibal y viajan con destino incierto hasta toparse con una… sorpresa. cloud-atlas-La primera historia está contada como una película de aventuras de época, la segunda como un drama romántico, la tercera como un thriller conspirativo de los ’70, la cuarta como una comedia de enredos, la quinta como una película de ciencia ficción y la última podría considerarse una mezcla de ciencia ficción apocalíptica con casi una violenta historia de acción del tipo medieval o del principio de los tiempos. Sin entrar en detalles de quién es quién en cada historia, digamos que cada una de ellas tiene un actor diferente como protagonista y ese mismo actor reaparece -en general muy maquillado o “étnicamente modificado”- como secundario o en un cameo en las otras. En el mismo orden cronológico que mencioné antes, los protagonistas son Jim Sturgess, Ben Whishaw, Halle Berry, Jim Broadbent, Doona Bae y Tom Hanks, con Hugo Weaving apareciendo como villano en casi todas ellas. Hay otro detalle más en la construcción del filme que es importante destacar: todas las historias se conectan dramática y narrativamente entre sí. La primera historia es un libro leído en la segunda, la segunda tiene un personaje en la tercera, la tercera en la cuarta y así, haciendo que muchas de esas historias además tengan a un narrador interno o estén “tercerizadas” por algún mecanismo del relato (una es una película que ven en otra, por ejemplo). cloud_atlas_11Este complejo enjambre cinematográfico es ambicioso por donde se lo mire, pero en general no funciona. Además de la reiteración del chiste de encontrar disfrazado en una historia al actor de otra, del fastidio que provoca el grotesco maquillaje que utilizan y de un absurdo e incomprensible dialecto que usan en la historia del siglo XXIV, el problema principal de la película es que su salto constante de una a otra historia no permite al espectador hacer pie emocionalmente en ninguna, y la voz en off que intenta tematizar los distintos movimientos y ritmos del filme se termina volviendo tan pomposa como reiterativa. Según se asegura, los Wachowski dirigieron la primera y las dos últimas, futuristas, mientras que Tykwer se hizo cargo de las del siglo XX y XXI. En mi opinión, las de Tykwer funcionan mejor, en especial la historia de los compositores en 1936 y el policial de los ’70. De los Wachowski interesará más que nada la de Neo Seúl, que tiene muchísimos, casi excesivos, puntos de contacto con MATRIX y, en una escena, hasta con METEORO. Y si bien el montaje logra que las transiciones entre una y otra historia, estética y género sean fluidas, sólo en las escenas que logran extenderse un poco más que unos segundos, la película cobra cierta vida. Es ahí donde se ve que los tres cineastas tienen una gran capacidad para narrar visualmente, pero que parecen haberse autoboicoteado en pos de una experimentación que no los llevó a ningún lado. Es que, por más que la película pretenda ser “novedosa”, su construcción no tiene nada de moderna. Es, más bien, en su machacosa y constante necesidad de atar todos los hilos narrativos y de unir todas las puntas en una especie de fábula new age cósmica, una película vieja, obvia y banal, tan remanida como, finalmente, predecible. Diego Lerer
EL MUNDO DE LAS IDEAS CLOUD ATLAS: LA RED INVISIBLE (CLOUD ATLAS, 2012) no es una película cualquiera. Además de representar el regreso a la ciencia ficción de los creadores de la trilogía MATRIX, unir a un elenco de buenos actores y adaptar una ambiciosa novela, la nueva película de Andy Wachowski, Lana Wachowski y Tom Tykwer (CORRE, LOLA, CORRE) dividirá considerablemente a sus espectadores. Algunos la odiarán, llamándola pretenciosa, innecesaria, larga, absurda y confusa. Otros, aquellos que estén más abiertos a nuevas experiencias, disfrutarán de su osadía, originalidad, frescura y los mil elementos que hacen de ella un gran experimento cinematográfico, único y ambicioso. Después de disfrutar (y pocas veces de padecer) sus 172 minutos, no hay duda de que soy de aquellos que se dejaron fascinar por este recorrido a través de la historia de la humanidad, que intenta explorar temas como el amor, el odio, la esperanza, el coraje, la política, la injusticia, la religión, la redención, la teoría del efecto mariposa, la mortalidad, la vida y la rencarnación; centrándose en cómo acciones individuales pueden causar impacto en las vidas de otros y en cómo un acto de bondad puede replicarse a través de lo siglos, inspirando una revolución. Dije “intenta explorar” porque no siempre lo logra. La magnitud de semejante proyecto a veces le queda grande a su historia, y las intenciones de su guión tienden a perderse en tanto poderoso espectáculo. Pero si miramos atentamente (o más de una vez), podremos encontrarle cierta belleza, inteligencia y sentido a CLOUD ATLAS. El film cuenta seis historias muy diferentes y muy separadas por décadas o siglos, pero conectadas por pequeños detalles. Si bien el interés siempre se mantiene, esos detalles pueden llegar a escapársele al espectador, creando algo de confusión. Lo que pasa es que el montaje no ayuda a esclarecer o a empalmar mejor sus muchas tramas y, en lugar de contar con algún recurso como excusa para pasar de una historia a otra, la edición funciona más bien como una Tv que cambia de canal cada tanto (como si hiciera zapping), para después regresar y seguir viendo un programa. Esto provoca que la experiencia de ver y digerir el film sea más difícil de lo que estamos acostumbramos. Sin embargo, la gran variedad de géneros en los que CLOUD ATLAS se anima a incursionar, la vuelven una película aun más exótica y atrapante, aunque rozando el pastiche. Hay un drama histórico, uno romántico, una comedia, un thriller de espionaje empresarial, una de ciencia ficción y una aventura post-apocalíptica con toques de fantasía, los cuáles le permitieron a sus directores crear una maravillosa colección de escenas oníricas, entrañables o de un delirante sentido del humor; momentos duros, impactantes y violentos; asombrosas secuencias de acción y una rica variedad de personajes. A veces es más rara de lo que cualquiera podría soportar - en especial todo lo relacionado con Old Georgie (Hugo Weaving), un pseudo-duende maligno e imaginario que solo ve uno de los personajes de Tom Hanks -. También hay algunas historias que funcionan o se resuelven mejor que otras y algunas que casi no funcionan o desilusionan con su final, pero llama la atención cómo todas están conectadas además por dos elementos claves. Primero, el constante reciclamiento de sus actores, que vuelven a usarse sin importar que el personaje que les toque interpretar sea de otra raza o sexo. Así tenemos, de a momentos, a un Weaving oriental o mujer; a un Hugh Grant aborigen o anciano; a la coreana Doona Bae haciendo en algunas escenas de mexicana o norteamericana, entre otros. La mayoría de los maquillajes son muy buenos e incluso, en ocasiones, no se logra reconocer al actor. Pero otras veces, cuándo es demasiado obvio que es tal estrella de Hollywood con muchas prótesis en la cara, puede generar cierto rechazo. Y, en parte, es ahí donde CLOUD ATLAS dividirá a sus espectadores según esto les parezca o ridículo u original. De cualquier modo, esa es la forma que tiene el film de tocar el tema de la rencarnación, de almas que se conectan a través del tiempo y de cómo, a pesar de los miles de años que transitó la humanidad, seguimos cometiendo los mismos errores. De sus muchos temas, este (la rencarnación) es el menos explorado que posee su guión y, tal vez, funcionaría mejor sin él. Pero no hay duda de que le aporta otro gramo extra de personalidad a un producto muy distinto de toda la cartelera actual. Otro importante elemento que ayuda a conectar sus historias es la fuerte ideología política que presenta las diferentes tramas. No hace falta mirar con atención para distinguir la manera en que CLOUD ATLAS habla en contra del racismo, de la esclavitud, del conservadurismo y de la homofobia. Tampoco teme criticar al capitalismo, a los sistemas totalitarios, a la religión organizada y al maltrato a los ancianos, al medio ambienta o a las mujeres, volviéndola una película extremadamente política, llena de capas y tan interesante como debatible. Al verla, recomiendo que deje sus prejuicios de lado. Es una película inmensa, por lo que es muy probable que encuentre ideas no muy cerradas, una o dos historias poco atrapantes, algún actor desperdiciado o mal usado, y momentos que le parezcan demasiado extraños o ridículos. Pero así como falla en algunos aspectos, acierta muy bien en otros. Sin embargo, al salir de la sala, tampoco hay que quedarse solo con su bellísima banda sonora; sus fabulosos efectos, diseños y paisajes; lo larga que fue o las buenas actuaciones del elenco (exceptuando a Halle Berry, quien no se anima a meterse de lleno o con entusiasmo en ninguno de sus roles). Quédese con sus ideas y la curiosa manera en que se anima a transmitirlas. Porque no es una película cualquiera. Es una de esas para comentar, debatir y analizar como lo hicimos y seguimos haciendo con cualquier otro osado film de ciencia ficción que nos haya volado la cabeza. Este aspira a ser uno de ellos, se nutre de ellos y, con mucho esfuerzo, podría jurar que lo consigue.
Las Barreras son Convencionalismos El juego realizado con los actores parece proponer una sensación de dinamismo y familiaridad a la hora de encarar cada segmento. La avaricia, el amor eterno, la liberación femenina, las coimas políticas, la religión y su catecismo, el poder desmedido y las reglas de mercado son sólo algunos de los temas que introducen los hermanos Wachowski en esta nueva cinta. Con principio abrumador, cargado de información y descripciones; el film, arranca prometiendo 172 minutos de deleite cinematográfico. Siete historias cruzadas en tres tiempos diferentes con un elenco conformado por estrellas de Hollywood, lo que intentan es sumergirnos en aguas en donde el cuestionamiento principal es el valor de la Fe. En el pasado, una pareja homosexual no pudo vivir su amor; en el presente, un anciano se libera de las presiones e intenta recuperar la valentía que alguna vez perdió por timidez y en el futuro la desolación de nuestro planeta nos lleva a mirarlo con anhelo desde tierras aún inexploradas. El protagonismo coral colabora con la fluidez de la narración y el desarrollo de las acciones: al no poder identificarnos con un solo personaje, lo hacemos con un poquito de todos. Y no es casualidad que tengamos esta sensación, ya que otro de los grandes temas de Cloud Atlas es la re encarnación y las vidas pasadas. Todos estamos conectados, la red invisible nos une y a la vez aleja de formas inesperadas. Pero cuando una canción nos suena conocida o reconocemos en los rasgos de un extraño un gesto familiar, no hay dudas que esta red está activa. El juego realizado con los actores parece proponer una sensación de dinamismo y familiaridad a la hora de encarar cada “cuentito”: uno a uno encarnan diferentes personajes, situación que puede lograrse gracias a los excelentes efectos de arte, maquillaje y post producción. Quién podría reconocer a Hugh Grant personificando a un caníbal o a Susan Sarandon en la piel de una sabia pitonisa. Con un altísimo presupuesto y las mejores actuaciones, Cloud Atlas tiene todas las posibilidades de convertirse en el film del año. Sin comparación con otras películas de historias cruzadas, sin conexiones forzadas y con un final profundo dejamos la sala con ese hermoso gusto a séptimo arte. Para finalizar me quedo con estas palabras: el archivista le pregunta a Sonmi-451 que sucederá si nadie cree en la historia que acaba de contar, y ella en su tensa calma responde: Alguien ya la cree.
Amor y libertad, en su propia eternidad Los hermanos Wachowski (Andy y Lana, antes conocida como Larry) saltaron a la fama con la trilogía de Matrix, donde además de exponer toda una nueva apuesta visual, especialmente en las peleas, iniciaron un camino de exaltación revolucionaria que continuó en la adaptación (de la que fueron guionistas) de “V de Venganza”, la novela gráfica escrita por Alan Moore, con su vengador solitario de quien los hackers de Anonymous han tomado la máscara. Si para muchos “Matrix” los perdió o los hizo pensar, “Cloud Atlas: la red invisible”, basada en una novela de David Mitchell, levanta la apuesta, con seis historias en tiempos y lugares diferentes: las islas del Pacífico en 1849, Escocia en 1936, Los Ángeles en 1973, Londres en 2012, Nueva Seúl en 2144 y una isla (que podría ser la del principio) en el “106 después de la Caída” (sería 2321). Todos los personajes están unidos por una marca de nacimiento y por una referencia a la historia anterior, un diario de viaje, una carta, un personaje repetido, una novelización, una película, un culto. Y, en la dimensión cinematográfica, por los actores que se repiten, a veces protagónicos, a veces secundarios o figurantes, pero siempre presentes: tal vez para enfatizar que son viejas almas en busca de hacer las cosas mejor la próxima vez. “Si hay un paraíso, lo imagino como una puerta”, dice Sonmi-451, uno de los personajes clave. En cada época habrá una búsqueda de libertad y oportunidades, colectiva o individual, una ruptura con las convenciones o una salvación para la humanidad. Y si contado así parece fácil, valga la aclaración de que los relatos van superpuestos (es decir, pasa un fragmento de una y luego al de otra) y ni siquiera de manera lineal dentro de cada uno. Tejiendo el tapiz Para afrontar tamaña tarea, los Wachowski sumaron esta vez al alemán Tom Tykwer (“Corre, Lola, corre”, “El perfume”), con quienes compartieron la escritura y repartieron las escenas, para terminar juntando todo eso en un trabajo de gran complejidad. Las referencias cruzadas con las historias anteriores, las reflexiones de los personajes que tienen un “mensaje” para dar, son los conectores entre los diferentes pasajes, que se van organizando como un tapiz. Si la dirección ejecuta un trabajo de gran precisión para unir todo esto en casi tres horas de no poder moverse de la butaca, acá vuelven a darse el gusto de sus escenas de violencia, desde un cuerpo cayendo al suelo hasta el comandante Hae-Joo Chang, que pelea en el futuro como el Neo de “Matrix”. La fotografía de Frank Griebe y John Toll da unidad al entramado visual. Melodías, números y nombres (sacados de libros y canciones, para el que quiera investigar) se cruzan todo el tiempo, en un detallismo poco habitual. Rostros en el tiempo A pesar de que obviamente los relatos son los protagonistas, el elenco se luce, con la particularidad ya descrita: la gran mayoría, tanto los grandes nombres como los secundarios, cumple algún papel en por lo menos tres de las épocas, aunque sea un cameo. Y otro detalle: muchos interpretan papeles del género opuesto o de una etnia diferente, lo que implica una gran exigencia para el departamento de maquillaje y prótesis. Así, Tom Hanks será el protagónico Zachry, pero también personajes importantes en cada época (como el doctor Henry Goose) y algunos roles menores, como el del actor que hace de Timothy Cavendish (el personaje de Jim Broadbent, cuyos otros roles son bastante villanescos) en su filme autobiográfico. Halle Berry se lucirá como la periodista Luisa Rey en 1973 y como Meronym en la última historia, pero también como la judía inglesa Jocasta Ayrs en 1936, y como un doctor varón y coreano en 2144 entre otros roles. Jim Sturgess será el viajero estadounidense Adam Ewing y el rebelde coreano futurista Hae-Joo Chang entre otros. Y la coreana Doona Bae, quien interpreta a la central Sonmi-451, será la muy anglosajona esposa de Ewing y una mexicana en los ‘70. Ben Whishaw tendrá como papel principal el del compositor Robert Frobisher (aunque muchos se asombraron del personaje femenino que interpreta en 2012: descúbralo usted, estimado lector). James D’Arcy interpretará al gran amor del compositor, Rufus Sixsmith, el único personaje que participa en dos tiempos, el 1936 y el 1973. Susan Sarandon tiene a su cargo cuatro secundarios (especialmente la Abadesa). Y para los villanos, Hugh Grant y especialmente Hugo Weaving (el actor fetiche de los Wachowski) son los encargados (Weaving como la enfermera Noakes es imperdible). Forjando el futuro Descubrirá el lector que poco contamos de los argumentos, lo que sería ardua tarea. Dejemos aquí un par de frases que sintetizan el espíritu de la película: “Nuestras vidas no son nuestras. Del vientre a la tumba, estamos sujetos a otros. El pasado y el presente. Y con cada delito y cada amabilidad, damos nacimiento a nuestro futuro” (Sonmi-451). “El miedo, la creencia, el amor son fenómenos que determinan el curso de nuestras vidas. Estas fuerzas empiezan mucho antes de nacemos y continúan después de que perecemos” (Isaac Sachs). “Todos tenemos que luchar y, si es necesario, morir para enseñar a la gente la verdad” (Sonmi-451). “¿Qué es un océano, pero una multitud de gotas?” (Adam Ewing).
Pequeñas grandes decisiones El nuevo trabajo de los hermanos Wachowski fue tan ambicioso y pretencioso, que terminó por entregar un serie de grandes aciertos mezclados, de manera poco eficiente, con una cantidad de desaciertos que terminan por mitigar la importancia que tiene el film. Para que nos ubiquemos un poco acerca de que trata "El Atlas de la Nubes": Hay una serie de historias entrecruzadas que tienen lugar en diferentes momentos temporales, algunos a principio del siglo XIX, pasando por los '70 y hasta en el año 2.400 inclusive. El cast protagónico (Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugo Weaving, Susan Sarandon, Jim Sturgess, etc.) irá interpretando a estos personajes de distintas épocas, pasando por héroes de acción a villanos, e incluso hasta tendrán algunos roles menores dependiendo de la historia que se desarrolle. Los eventos se van a ir entralazando de manera sutil (por momentos no tanto) al mejor estilo "Babel" para dar significado a la producción. Puntualmente, hace alusión al poder de las decisiones y los acontecimientos, por mas chicos que puedan parecer en su época, y cómo estos tienen el poder de cambiar el mundo y la historia. El problema de esta película está básicamente en esa unión de acontecimientos que pensaron los Wachowski, ya que se presentan algunas historias maravillosas, trágicas y heróicas que encajan perfectamente con el hilo conductor del film, pero también le dieron lugar a otras historias que por más interesantes que pudieran resultar, poco tenían que ver con el objetivo del film. Por supuesto que esto hizo que la cinta se extendiera mucho más de lo que podría haber durado, cansando un poco al público que a las 2 horas de metraje ya quería resoluciones. 172 minutos es muchísimo! "El Atlas de las Nubes" podría haber sido mucho más eficiente eliminando algunas historias menores y acortando su duración en por lo menos 40 minutos. Se nota la estética de los Wachowski, y realmente hay algunas historias para atesorar, pero el desenlace final se presenta medio tirado de los pelos cuando se comienzan a atar los cabos y a darle forma global a los acontecimientos. Creo que lo seguidores fieles a estos 2 directores van a estar satisfechos con el trabajo, aunque no maravillados. Para el público restante, la satisfacción variará tanto como afinidad consigan con cada pequeña historia particular.
No sé si les ha pasado a ustedes, pero generalmente, cuando no alcanzamos a comprender algo en toda su magnitud, siempre tenemos la tendencia a tacharlo de "feo". O por lo menos, decimos que es algo tan raro, que sólo puede ser apreciado por aquellos que son sus dueños (hablando de una cosa). Lo que sí es cierto es que, más allá de tratar de encontrarle un sentido a todas las cosas, a veces simplemente nos dejamos llevar por la primera impresión y nos hacemos a un lado para evitar conflictos con algo a lo que preferimos no darle vueltas ni tratar de entender a aquellos quienes tuvieron la idea y la audacia de hacer algo diferente ("ponerse en los zapatos del otro", le dicen). Cloud Atlas es, desafortunadamente, una película que cae en esa zona. Es una película muy diferente, "ambiciosa" y "enredada". Siendo sinceros, necesitaríamos que alguien que supiera de procesos de edición en videos, nos ayudara partiendo las casi 3 horas que dura la cinta en las 6 historias que se cuentan, las acomodara en orden cronológico, y entonces sí, pudieramos disfrutar de esas 6 narraciones, como si de una miniserie se tratara, y después, tratar de encontrarles un mejor sentido, encontrar las conexiones que hay entre ellas y, finalmente, decidir si ha valido la pena el tiempo perdido y si podemos encontrar el supuesto mensaje de que "todo está conectado" que quisieron transmitirnos los hermanos Wachowski con su nueva propuesta filosófica que injustamente ha sido relegada en las recientes nominaciones a los premios oscar (por lo menos a mejor maquillaje, mejores efectos y mejor banda sonora). Ahora bien. Todo este "experimento" que hacen Lana y Andy, proviene de un libro homónimo, Cloud Atlas, de David Mitchell. Y en realidad, cualquier tipo de filosofía siempre se entenderá mejor (suponiendo que la filosofía en verdad se entienda) en un libro que en una película, puesto que son más palabras que imágenes; se sirve más de la lógica que de la imaginación. Pero si hiciéramos lo mencionado anteriormente, Cloud Atlas no tendría el mismo impacto. Pondremos las cosas sencillas: A viaja en un barco mientras escribe un diario. B lee el diario de A mientras aprende de un maestro de música y compone una pieza musical (hermosa por cierto) que C escucha. C conoce a la pareja de B mientras quiere descubrir la verdad detrás de un proyecto en el que D está involucrado. La vida de D se transforma en una película que E mira. Mientras que F venera a E como una diosa en un futuro apocalíptico por el que E lucha. ¿Le entendieron? Pues es básicamente la historia de este filme, que va entrelazando una historia con otra, brincando del pasado al futuro y viceversa, mientras notamos los principios básicos de la filosofía de la reencarnación: Hay vida después de la muerte, y nuestro espíritu perdura, renaciendo una y otra vez, pero conservando la misma esencia, sólo cambiando de nombre, de lugar y de tiempo. Y con ello, todas las acciones que se lleven a cabo y todas las decisiones que se tomen, influyen en nosotros mismos y en los demás, como un efecto mariposa. Y estoy tratando de simplificar algo que sí es muy complicado, pero, ¿Acaso la vida no es complicada por sí misma?. Cloud Atlas es sublime. Es una obra de arte incomprendida. Es un ejercicio ambicioso y enredado, cierto, pero tan arriesgado que uno agradece que hayan cuidado tantos detalles, que se haya puesto tanto esmero en adaptar a la pantalla grande algo que en verdad vale la pena intentar desenredar e intentar hacer que la gente piense en medio de tantos blockbusters huecos y sin sentido. Y créanme cuando les digo que la película no es para quien busca entretenerse o para quien quiere verla por curiosidad. Deben estar dispuestos a enfocarse al 100%, a concentrarse, a liberarse de los problemas cotidianos y buscar un significado más profundo no sólo en la película, sino en su existencia misma. Cloud Atlas no es para todos, es para aquellos dispuestos a abrirse a nuevas ideas, a reflexionar,a profundizar y a disfrutar la vida misma entendiendo cada detalle como un conjunto de un todo, como piezas importantes en el universo, ese maravilloso universo que los hermanos Wachowski han intentado darnos a pesar de todas las críticas.
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
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Publicada en la edición digital #247 de la revista.
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El cine siempre debe correr riesgos. Estirar un poco más los límites de lo permitido, trabajar sobre temas que no son moneda frecuente dentro y fuera de él y hacerlo de forma poco convencional para demostrar que es un arte, y como tal, debe ser apreciado, aprehendido y sometido a análisis por parte de aquel que lo ve. Los hermanos Wachowski hicieron una carrera teniendo en cuenta lo anterior tal como lo demuestra la saga “The Matrix”, uno de los hitos generacionales más importantes de las ultimas 2 décadas que difícilmente pueda ser alcanzado y superado, dentro de un tiempo, por alguna otra producción. Ellos saben que el poderío visual, la música imponente y emotiva y los actores reconocidos son meros accesorios que utilizan como carnada para arrastrar al espectador a la sala y, una vez que lo tienen allí dentro, pueden bombardearlos con ideas que tienen la clara intención de hacerlos reflexionar sobre algo que no tenían en mente. Con “Cloud Atlas: La red invisible” el objetivo que logran es que uno tome conciencia del peso de nuestra existencia en este mundo y como aquello que hagamos de nuestras vidas repercutirá para siempre en la historia de otras personas, alcanzando limites impensados, inspirando actos heroicos y volviendo a iniciar el circulo de la trascendencia una y otra vez. Infinitamente. Por siempre. Ayudados por Tom Tykwer (“Corre Lola, corre”, “Perfume”), los Wachowski emergieron vivos de semejante desafío, que consiste en contar dentro de una misma película 6 historias, con suficientemente peso para ser completamente independientes, y entrelazarlas entre sí a través de una serie de concepciones filosóficas y religiosas como la causalidad, reencarnación y el eterno retorno, aunque estas dos últimas sean diametralmente opuestas. Por si no fuera suficientemente riesgoso llevar adelante tal producción, los tres directores optaron por contar estas historias con los mismos actores de un inmenso elenco compuesto por Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, Hugo Weaving, Jim Sturgess, Doona Bae, Ben Wishaw, Jim Broadbent y James D’Arcy, ofreciéndonos por lo tanto una factura técnica descomunal en materia de maquillaje y vestuario. Una de las más grandes que hayamos visto en el cine en el último tiempo. Del mismo modo la música de “Cloud Atlas”, compuesta por el trio Reinhold Heil, Johnny Klimek y Tom Twyker, juega un rol clave y fundamental para mantener en pie semejante estructura colosal de narración, la cual demanda constantemente de recursos del séptimo arte que le permitan transmitir de forma intrínseca emoción genuina. La fotografía (Frank Griebe y John Troll alternando paletas de colores constantemente), los efectos visuales, el montaje y la edición también son pilares que logran hundir al espectador en este agitado mar de ideas sobre la existencia, el destino y la vida humana que deja clara huellas en las arenas cinematográficas como nunca antes habíamos visto. Quizás esa grandilocuencia, no de lo técnico que se encuentra altamente a la altura de las circunstancias, sino desde la historia y el guión en la que esta se encuentra plasmada le provoca ciertas dificultades a la hora de mantener el ritmo necesario para mantener entretenido al espectador durante los casi 180 minutos que dura semejante epopeya. Sin embargo no hay que confundir esto último con la calidad de esta película, que pese a su extensa duración y los entendibles quiebres en su ritmo, se consolida plenamente como un ejercicio cinematográfico que se disfruta en su totalidad sin soltar al espectador en ningún momento durante la travesía humana y emotiva que recorre “Cloud Atlas”. La red invisible existe y es aquella que te mantendrá atrapado a esta película de principio a fin, impulsándote a superar un desafío del séptimo arte como nunca antes habías visto.
Vuelta recargada El cine de los hermanos Wachowski (Matrix, V de Venganza) tiende al exceso. Cloud Atlas no es la excepción, pero confirma que el derroche es siempre calculado, sin gestos gratuitos y con garantía de entretenimiento. Utilizando siempre al mismo elenco actoral, aquí los Wachowski despliegan su ambiciosa sinfonía en diversos planos temporales: una isla del Pacífico en 1849, Edimburgo en 1936, San Francisco en 1974, Londres en 2012, un escenario distópico a la Blade Runner y otro tribal retrofuturista que muestra la influencia de escritores de ciencia ficción como Roger Zelazny, Ursula K. Le Guin e incluso Tolkien. De ahí surge el sexteto de cuerdas Cloud Atlas, una composición que simboliza la libertad, las leyes del universo y el desenmascaramiento de las normas sociales. La intrusión de este símbolo es una llave que evoca el protagonismo de Hanks junto a una partenaire femenina, pero cualquier asociación con El código Da Vinci cae frente a este derroche de ingenio y humor. Como en sus obras anteriores, las ideas de un Estado orwelliano y la resistencia al capitalismo reaparecen en Cloud Atlas, pero el interrogante más sólido corresponde al desarrollo de la trama. Si bien el filme no es precursor de un cine coral desarticulado, cuyo eje tarda en emerger (a la manera de Lost, por ejemplo), es sí una de las muestras más logradas de este sistema narrativo. Y de este modo, si con The Matrix fueron precursores de efectos y estrategias argumentales, con Cloud Atlas quizá los Wachowski hayan establecido un parámetro narrativo anticonvencional para el cine de acción.
El Atlas de las Nubes En España se la dio a conocer como “El Atlas de las Nubes”, mientras que en América Latina como “Cloud Atlas: La Red Invisible”. Esto es así porque, como todo el mundo sabe, los latinoamericanos somos un poquito subnormales, nos gusta mezclar idiomas todo el tiempo y necesitamos que nos expliquen cada tres segundos cómo son las cosas en forma detallada. La peli (de 2012) se basa en la novela homónima de David Mitchell, publicada en 2004. La dirigieron Tom Tykwer (el de Corre, Lola, corre) y los hermanos Andy y Lana Wachowsky (sí, esos, los de Matrix). A lo largo de la película, de casi tres (sí, 3) horas de duración, se suceden seis (sí, 6) historias. Hay un montón de protagonistas, incluyendo superestrellas como Tom Hanks, Halle Berry y Hugh Grant. Al final se van imponiendo visualmente Tom Hanks y la bella Halle Berry por sobre todos los demás, y ya sobre el cierre se dan un beso y se toman de la mano. Los Wachowsky entienden que eso es cerrar una historia, que en este caso serían seis. Dale que va. Lleven pochoclo. Mejor no les cuento las seis historias, ni siquiera en resumen apretado. Vayan a Internet y averigüen. La ficha completa de la peli tampoco. Para eso está el sitio oficial (acá va el sitio en español: http://wwws.warnerbros.es/cloudatlas/). Más resumido aparece en Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Cloud_Atlas), que además trae un simpático cuadrito en donde constan los distintos personajes encarnados por los actores para cada una de las historias (sí, los mismos actores de una historia interpretan a los personajes de otra; les advierto que la mano viene confusa). Pero quisiera rescatar dos cosas: la música (compuesta por el propio Tykwe) no fascina para nada excepto cuando se calma y aparecen los solos de piano; segundo, el montaje estuvo a cargo de Alexander Berner, un tipo a tener en cuenta porque logra, por momentos, enganches deslumbrantes. Wikipedia nos cuenta que, de acuerdo con el novelista David Mitchell, la película se desarrolla “…como una especie de mosaico puntillista: nos mantenemos en cada uno de los seis mundos sólo el tiempo suficiente para que el gancho se hunda, y de ahí que los dardos de la película de un mundo a otro vayan a la velocidad de un plato giratorio, revisando cada narrativa durante el tiempo suficiente para impulsarlo hacia adelante”. Sí, ya sé, yo tampoco entendí un cuerno de todo esto, pero seguro que es porque somos latinoamericanos. Imagínense, mejor, a un chabón con un mazo de cartas. El tipo mezcla y mezcla las cartas, y cada tanto coloca seis sobre la mesa. Sí, adivinaron, son siempre las mismas seis, pero cambia el orden en que aparecen. Ojo, no necesariamente tiene que ser un bodrio todo esto, eh? Les cuento que en realidad uno la pasa bastante bien las primeras dos horas, aunque ya la tercera es un plomazo. Pero vayamos por partes. Una historia (en la novela de Mitchell se llama: “El diario del Pacífico de Adam Ewing”) transcurre hacia 1850 y hay barcos, marineros, monedas de oro y cosas así. Hay mucha luz y dominan los colores dorados, a veces los celestes. La segunda historia (“Cartas desde Zedelghem”) ocurre en 1936 en las islas británicas. Dominan los sepias y los climas románticos, y se toca mucho el piano. En la tercera (“Semivida: el primer misterio de Luisa Rey”) estamos en San Francisco en 1973. Hay porro, periodismo, centrales nucleares y una tonalidad parda con algo de amarillo. La cuarta historia, “El horrible calvario de Timothy Cavendish”, es de ahora (2012), en Gran Bretaña, y no tiene tonalidades dominantes; abundan las enfermeras, los editores y las situaciones ridículas sin ninguna gracia. La quinta historia (“Una oración de Sonmi-451”) es de tono dark. Transcurre en el año 2144 en Neo-Seúl. Parecen todos chinos, domina el negro y el clima es distópico, más onda Blade Runner que Matrix. La sexta y última historia (“El cruce de Slusha, y todo lo que vino después”), ocurre en las islas de Hawaii en un futuro post-apocalíptico, hacia el año 2321. Para esa época somos todos cazadores-recolectores y hay algunas tribus que se dedican a matar a todas las demás y robarles lo que tienen. El jefe de una de estas tribus es Hugh Grant. Les cuento que me llevé una sorpresa mayúscula: cuando a Hugh Grant lo sacan de esos papeles de galán pavote de comedia romántica, ¡es un actorazo! El lector que aguantó la reseña hasta acá se estará preguntando: ¿cómo es que jamás escuché hablar de esta peli? La respuesta es fácil: cuando se estrenó en USA y Europa resultó un tremendo fracaso comercial. Se gastaron como 100 millones de dólares en hacerla (un vagón de plata si se piensa que fue realizada como producción independiente) y resulta que en las primeras semanas de estreno no recaudaron ni 30. Paf, al archivo y al olvido. Pronto se transformó en una película de culto, capaz de conmover a la clase de persona que se conmovió con un filme como El árbol de la vida, de Terrence Malick. Esto último es mi caso, así que no me quejo. Igual les cuento que El Atlas de las Nubes juguetea entre lo sublime y el bodrio todo el tiempo. En muchos momentos gana lo sublime, aclaramos. Quien esto escribe la vio dos veces, y vería algunos pasajes una tercera vez, confiesa. Visualmente es muy bella, los enganches entre historias están muy bien hechos; hay algo coral en el estilo del montaje. Las actuaciones son desparejas. Susan Sarandon la más despareja de todas. Tom Hanks es un gran actor, pero eso ya lo sabíamos. El maquillaje es francamente malo en algunas historias. Las historias comienzan bien pero varias de ellas terminan de cualquier manera, y se nota. Este conjunto de cosas hace que la peli derrape definitivamente a partir de la segunda hora. Se nota que les agarró el apuro, o se quedaron sin plata, o los actores amenazaban con hacer huelga con tanto personaje, o simplemente se hartaron todos y empezaron a irse. Para colmo, si aguantan hasta los títulos del final, presenciarán el espectáculo dantesco de escuchar por diez minutos la musiquita repitiendo una misma melodía en tres entornos musicales distintos, porque vieron que los espectadores son idiotas, sobre todo los latinoamericanos, y hay que machacarles un poco las cosas complejas. Nada de esto bastaría para arruinar la película en forma individual. Hay un detalle, sin embargo, que molesta todo el tiempo. Se trata de esa franela Matrixera de los hermanos Wachowsky. Esa cosa de proponer algo disparatado y sostenerlo a fuerza de supuestas virtudes del relato, supuestas sutilezas del guión, cuando en realidad sólo son artificios, palabras y giros grandilocuentes carentes de la menor sustancia. Por ejemplo, la mezcla infame de conceptos en torno a nuestras acciones y sus consecuencias, sumados a la mezcla forzada de la idea de paraíso cristiano con eterno retorno y reencarnación oriental. Exactamente a la hora 27 minutos, o sea, hacia la mitad de la película, encontramos la frase que encierra el “misterio” de esta peli. La escribe en un papel un físico nuclear, en el preciso instante en que toma un avión que no lo llevará a ninguna parte: “El acto de creer, como el miedo y el amor, debe ser entendido como entendemos la teoría de la relatividad y los principios de incertidumbre. Fenómenos que determinan el curso de nuestras vidas. Ayer, mi vida se dirigía en una dirección; hoy se dirige en otra. Ayer, hubiese creído que jamás habría hecho lo que hice hoy. Estas fuerzas, que suelen rehacer el tiempo y el espacio, y pueden dar forma y alterar lo que imaginamos que somos, comienzan mucho antes de nuestro nacimiento y continúan después de nuestra muerte. Al igual que las trayectorias cuánticas, nuestras vidas y nuestras decisiones se entienden a cada momento. Cada intersección, cada encuentro, sugiere una nueva dirección potencial.” La frase se toma como “explicación” del déjà vu que sienten los personajes al pasar de una historia a otra, como si cada una fuera un capítulo de una misma historia individual. O sea, la reencarnación existe y echale la culpa a la cuántica. Es que para los hermanos Wachowsky no existen ni el cuerpo social ni la Historia: el todo se reduce a la suma de las partes. Uno de los personajes dice en un momento, cerca del final: “¿Pero qué es el océano sino la suma de millones de gotas?” No, chicos, es más que eso. ¿Nunca escucharon hablar de las propiedades emergentes?