Esos locos bajitos... Más cerca de un tenso thriller que del terror exhibicionista, Eden Lake es un incómodo film donde el espectador sufre a la par de sus desafortunados protagonistas. La ópera prima de James Watkins (guionista de la segunda parte de The Descent, a estrenarse en Argentina en enero de 2010), narra el derrotero de Jenny (Kelly Reilly) y Steve (Michael Fassbender), jóvenes tortolitos dispuestos a vivir un fin de semana de arrumacos en el alejado Lago Edén. Pero poco tiene de paraíso este lugar: un grupo de adolescentes hostigan a la pareja desde el instante mismo de su arribo. Pronto, las diatribas e insultos se convierten en agresiones físicas y torturas, transformando a esa idílica luna de miel en un juego del gato y el ratón donde el único objetivo es sobrevivir. La empatía con los protagonistas es un elemento clave en películas como Eden Lake. Su ausencia marca un distanciamiento entre la historia que se narra y el espectador que observa, hundiendo a este último en el tedio y la indiferencia. Aquí, ese elemento no sólo no brilla por su ausencia sino que asoma con una fulgorosa presencia: la pareja sufre, grita, corre, y el relato invita, gracias al pulso narrativo de Watkins, a que su suerte sea de vital importancia para el relato. Mientras que la tendencia iniciada por la saga de El juego del miedo (Saw, 2004) y su infinito séquito de clones y copias es a interesarse no por quién muere sino en cómo lo hace, aquí eso queda fuera de campo (de hecho, sobre la mitad de la película se produce un quiebre argumental que la misma elige no mostrar) para que la cámara siga a los verdaderos protagonistas, Jenny, Steve y la supervivencia (o no) de ambos. Las motivaciones de los victimarios son más políticas que psicológicas. Ellos, faltos de un norte a seguir, de un modelo de vida a imitar, buscan llenar el vaciamiento de sus ideales con un burdo intento de trascendencia, de pertenencia a un mundo que los desconoce. No actúan para saciar su ego mesiánico (el Jigsaw de El juego del miedo) ni por revanchismo personal (Jason Voorheesen la saga de Martes 13, Freddy Krueger en Pesadilla, y sigue la lista) sino por el mero hecho de dejar un registro de sus existencias: todo es un gran show para la cámara que inmortalizará ese momento de relevancia efímera, nada tendría sentido sin la presencia de ese pequeño artefacto que todo lo ve, todo lo oye, todo lo graba. Estrenada en silencio, Eden Lake es mucho más que la acumulación de sustos y gritos que se generan durante el metraje. Es un thriller político, intenso, bien filmado y sólidamente narrado.
La violencia está entre nosotros La película arranca con una escena de lo más inocente (una maestra cantando con sus pequeños y encantadores alumnos), continúa con lo que en principio aparece como un viaje romántico de fin de semana a un paraje idílico (su novio planea proponerle matrimonio durante un camping a orillas de una laguna) y, poco a poco, el film se convertirá en una sangrienta odisea que coquetea con el gore, con esa violencia social propia de los films de los años '70 y con cierta mirada sobre los insalvables conflictos generacionales y los miedos de la burguesía a-la-Funny Games, de Michael Haneke. Este debut en la dirección del guionista James Watkins tiene dos protagonistas con mucha química (incluso erótica) como la bella Kelly Reilly y el hoy de moda Michael Fassbender (Bastardos sin gloria) y una tensión que -en buena parte de la historia- está sólidamente construida y sostenida en el crescendo del enfrentamiento con un grupo de adolescentes liderado por un monstruoso y sádico muchacho. Se le podrán objetar ciertas decisiones de la puesta en escena (como la profusión de tomas aéreas cenitales), de verosimilitud (la caprichosa utilización o no de los celulares) y hasta de índole ético/moral (el paso de víctimas a victimarios), pero la pesadillesca Eden Lake consigue con buenos recursos generar la atracción, la identificación, la perturbación y la incomodidad necesarias para movilizar al espectador. Un digno exponente del cine de género británico como para ir despidiendo el año.
Eden Lake es el film de terror más perturbador que llegó a los cines argentinos desde El cazador de Wolf Creek. Esta película inglesa dirigida por James Watkins, que representa su ópera prima, es un claro ejemplo de las cosas que se están haciendo en Europa en este género con un nivel totalmente superior a las producciones que vemos de Hollywood. Eden Lake no tiene nada que ver con monstruos, fantasmitas pedorros o asesinos desquiciados, estilo Jason Voorhes, sino con un mal que afecta a muchos países en todo el mundo: La delincuencia juvenil de estos días. Watkins brinda una fabulosa reflexión sobre como la falta de educación y perdida de valores culturales tienen una responsabilidad enorme de que pibes que no llegaron a cumplir 18 años cometan actos horribles. Es un tema muy profundo y complicado que no se soluciona poniendo límites a los horarios de los boliches o bajando la edad de imputabilidad en las leyes. Todo empieza por la familia y en este punto el director hizo un laburo brillante con esta historia. La pareja protagónica es acechada durante buena parte de la trama por un grupo de pibes muy violentos que convierten sus vacaciones en una pesadilla. Sin embargo, cuando conocemos a los padres de los adolescentes descubrimos que los adultos son todavía peores que los chicos que no tuvieron otra salida que ser criados por esas personas. Lo grosso de este estreno es que a la salida del cine deja muchos temas para debatir, algo que prácticamente es imposible de encontrar por estos días en el género de horror. Uno de los puntos más interesantes del trabajo del director es que el comentario social fue elaborado de manera sutil sin hacerle olvidar al espectador que pagó una entrada para ver una película de terror. Desde el momento en que se sientan las bases del conflicto, Eden Lake no da respiro. El director hizo un trabajo brillante a la hora de generar situaciones de alta tensión con escenas brutales que funcionan dentro del contexto de la trama. Sí, corre mucha sangre, pero esos momentos no están al pedo con el puro objetivo de ofrecer secuencias morbosas, tienen una funcionalidad dentro del cuento que se brinda. El trabajo de los actores, especialmente los chicos, es increíble. Acá tenemos otro elemento importante. ¿Cuántos filmes de terror podemos ver al año con actuaciones brillantes? Muy pocas. Eden Lake tiene un reparto que lograr hacernos creer cada una de las situaciones terribles que ocurren en esta película. Si a esto le sumamos la habilidad del cineasta para sacarle el jugo a los ambientes naturales donde se desarrolla la historia, comprendemos mejor por qué este es una de la mejores propuestas de terror estrenadas en los últimos años. Esta producción inglesa genera en el espectador las mismas emociones que The last house on the left, de Wes Craven produjo en 1972 cuando se conoció por primera vez. La diferencia es que acá no tenemos momentos cómicos que alivien las situaciones densas como ocurría en aquel clásico. Independiente del mensaje que deja sobre el hecho de que la violencia no debe combatirse con violencia, porque no hace otra cosa que empeorar las cosas, creo que como propuesta cinematográfica es un claro ejemplo de cómo debe trabajarse este genero. Eden Lake no es perfecta, pero es una película de horror sin discusión, bien filmada, con un excelente manejo del suspenso que mantiene hipnotizado al espectador frente a la pantalla durante 90 minutos. Dentro de este género es lo mejor que llegó a los cines en este 2009.
Trillando thrillers Una pareja feliz, eso son Jenny (Kelly Reilly), maestra de jardín de infantes de aspecto y actitud a su vez aniñados, y su prometido Steve (Michael Fassbender). Con la intención de proponerle matrimonio, Steve lleva a Jenny en una aventura campamentera a un paradisíaco lago, lejos de la saturación informativa de las ciudades y de sus peligros, por qué no. El problema es que, a poco de llegar, se topan con una pandilla de adolescentes que han hecho de ese lago maravilloso su lugar. Y son ferozmente territoriales. Tanto, que desprecian a los forasteros hasta el punto de comprometer su integridad física, aunque no medie ninguna provocación. Como suele decirse en estos tiempos de poca imaginación cinematográfica, donde el refrito de fórmulas exitosas se vuelve la regla y la excepción brinda perlas que serán, a su vez, copiadas, "esto ya lo vi". Quizá debido a ese atisbo del cine de Neil Marshall ("Dog Soldiers", "El Descenso") es que esta película, también del Reino Unido y también conformada por un elenco de figuras más bien indies, llega tan bien precedida de críticas, sobre todo de cultores del género. Algo de esto hay. Me refiero a la calidad técnica y los ambientes opresivos, envenenados, que van ganando en intensidad a medida que la trama progresa; esto se logra. Por lo demás, el guión es predecible y en su intento por generar tensión, el director debutante y escritor James Watkins (responsable del libreto de la inminente "El Descenso 2") va derrapando hacia el facilismo gore, un terreno que manejan con más audacia y sin asco cualquiera de los directores de "El Juego del Miedo". Claro, a diferencia de "Eden Lake" estas películas no tienen ya pretensiones de séptimo arte. A lo sumo funcionará como una especie de metáfora de reproducción de la violencia en tiempos actuales, pero incluso los personajes son tan estereotipados en su rol de lobos y de corderos que la metáfora se estanca en moraleja de fábula y luego de tan buen arranque el desenlace resulta, por lo largo y predecible, decepcionante.
Pasatiempos en rojo Resulta muy gratificante encontrar en la cartelera porteña proyectos poco convencionales como Eden Lake (2008). Este thriller inglés con elementos de terror constituye la opera prima de James Watkins y nos presenta la historia de una típica pareja burguesa dispuesta a pasar un bello fin de semana a orillas de un lago, bien lejos del mundanal ruido de la ciudad. Steve (Michael Fassbender) y Jenny (Kelly Reilly) rápidamente se sienten invadidos cuando una pandilla de adolescentes de clase obrera también acampa en el lugar. Lo que comienza con un pedido en relación al elevado volumen de la música desemboca en un tormento infernal de hostigamiento, robos, armas blancas, fuego y venganzas cruzadas. El film hace gala de su tono parco y propone un derrotero realista cuya intensidad va en aumento con el trascurso de las escenas, desde los apuntes románticos del inicio hasta la crueldad revanchista del inquietante final. Si pensamos en términos de referencias y niveles argumentales, bien podemos afirmar que el recorrido arranca con la oposición geográfica campo/ urbe a la Amarga pesadilla (Deliverance, 1972) de John Boorman, luego se mete de lleno en los conflictos comunitarios vinculados al cine social británico y finalmente el círculo se cierra en tanto relato moral de “crimen y castigo”, en la línea alegórica de La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 1972), el clásico de Wes Craven. Sin dudas el eje pasa por los intercambios generacionales entre jóvenes y adultos, aún por encima de las dimensiones señaladas con anterioridad. Como el mismo director se encargó de explicitar, la película contrapone a pura perspicacia la visión idílica de la “niñez inocente” con la demonización contemporánea a gran escala. Por supuesto que en función de las necesidades del género ya sabemos cuál vertiente tiene más presencia... Sin embargo aquí llama la atención el paralelismo que ofrece el guión de Watkins entre el proceder irresponsable, abusivo y violento de los padres y la conducta extremadamente similar de sus hijos. De a poco veremos hasta qué grado se reproducen el envilecimiento y el sadismo. Aunque se podría haber omitido un par de clichés y profundizado algunos tópicos decisivos, debemos reconocer que la obra cuenta con la valentía suficiente para plantear un cúmulo de preguntas más que pertinentes acerca del rol formativo de la sociedad y las diferentes estrategias de supervivencia. El elenco aporta credibilidad, destacándose principalmente Reilly y Jack O’Connell como Brett, el imparable líder de la banda local. Con mucha entereza y sin excesos, Eden Lake entrega un desarrollo dramático de ritmo sostenido, genera incomodidad a partir de enfrentamientos plausibles y adopta el punto de vista de unos burgueses aburridos en eterna lucha contra los lúmpenes y sus “pasatiempos”.
La pesadilla que no da respiro Ni fantasmas ni posesiones diabólicas ni casas misteriosas ni fenómenos sobrenaturales. Hay seres humanos, y con eso alcanza y sobra para hacer un thriller escalofriante, mucho más horroroso y perturbador en la medida en que casi todo lo que sucede en él podría ser verificable en la realidad. Aquí, se ha dicho, no hay sino humanos: una pareja de enamorados tratando de pasar un fin de semana en soledad; un grupito de adolescentes pendencieros que no conocen límites y son fruto de una comunidad poco amigable con los extraños, y un parque público que ha dejado de serlo para albergar en un futuro próximo un condominio cerrado y superprotegido. "¿De qué tienen miedo?", pregunta la chica, una maestra jardinera, cuando los jóvenes descubren que la tosquera que el novio recordaba está ahora en un terreno rodeado por una empalizada. "De todos", responde él, bromeando. Ni la respuesta es casual ni lo son las opiniones que han escuchado por radio durante el viaje acerca de la agresividad y el descontrol de muchos chicos cuyos padres han perdido autoridad. En una escalada de tensión que el debutante James Watkins administra con mano firme, el film irá ilustrando esas ideas. La playa en la que los visitantes instalan su carpa deja pronto de estar desierta. Una pandilla de ruidosos y provocadores ciclistas se instala cerca; no tardarán en demostrarles su animosidad: el conflicto -revelar detalles restaría sorpresa a un film que abunda en ellas- se enreda en un implacable crescendo que derivará en violencia, sangre, una cacería despiadada y una enajenada lucha por sobrevivir. Fuera de lo convencional La pesadilla, descripta en términos bastante realistas, descuida algunas cuestiones de verosimilitud (no se explica por qué los protagonistas permanecen en el lugar cuando la inexplicable guerra ya ha sido declarada y llevan todas las de perder) y se mete sobre el final con un tema tan espinoso como moralmente cuestionable: el de la justificación de la venganza. No obstante, un sorpresivo remate, que se aparta de lo convencional; el hábil manejo de la tensión; la relativa mesura con que se exponen las escenas más violentas, y la notable dirección de actores (Kelly Reilly, Michael Fassbender, Jack O´Connell) descubren en Watkins a un cineasta cuya obra valdrá la pena seguir con atención.
Un paraíso para los torturadores Ella es una linda maestra jardinera, tan llena de pecas como una nena. El, un caballero pintón, con 0 km y anillo de matrimonio bajo la manga, sorpresa para coronar un fin de semana idílico. El nombre del lugar en el que él planea darle la novedad a ella lo dice todo: Eden Lake, Lago del Edén. Hay dos posibilidades: o se trata de una estúpida comedia romántica, con la pareja perfecta a orillas del lago de sus sueños, o de una despiadada fábula social, con el edén de los ricos convertido en infierno. En el afiche local de la película se ve cómo la sangre baja por la cabeza del muchacho, mientras su ginger girl observa con rostro aterrado: ya se sabe cuál de los casilleros atravesar con filosa cruz. Podría suponerse a Eden Lake, ópera prima del británico James Watkins, un mix entre Los perros de paja, El señor de las moscas, El juego del miedo y Alien. Como en la primera, la joven pareja burguesa, enfrentada a sus peores terrores, verifica que éstos son peores de lo imaginado. Como en la segunda, un líder cruel y autoritario disciplina al grupo de jóvenes seguidores, obligándolos a ir mucho más allá de sus escrúpulos. Como en la tercera, a partir de determinado momento se ofrece, al sadismo de la audiencia, el campo orégano de la tortura, la mutilación, el derroche sanguíneo. Como en la última, una mujer se revelará como la más macha de todos, convirtiéndose en versión darwiniana de ella misma. Como darwinismo sangriento podría definirse, de hecho, la línea filosófica que anima a este thriller crudamente británico. Que –debe dejarse constancia– ha recibido cuantiosos elogios y seguramente los seguirá recibiendo aquí. Uno de esos elogios apunta sobre el “realismo” de la película de Watkins, sostenido en que el monstruo no es aquí un psicópata asesino, un fantasma, un zombie o cualquier otra entidad imaginaria, sino unos chicos con malos modales, rottweiller y navajas. Podría pensarse, por el contrario, que ese carácter de reproducción crasa de lo real no es muy virtuoso, en tanto empobrece el material, lo vuelve literal y reduce el campo de posibles interpretaciones. El posible reaccionarismo de la moraleja (¡huid, gente de bien, de sospechosos muchachones!) se ve atenuado, ciego sería no reconocerlo, por el hecho de que es el protagonista (Michael Fassbender, Bobby Sands en Hunger y el crítico de cine de Bastardos sin gloria) el que fuerza la escalada de violencia. Se relativiza, a la vez, la condena sobre el grupo de chicos, al señalar que el minihooligan líder del grupo es como es porque tiene un padre como el que tiene. No pueden dejar de computarse dos llamativas muestras de oportunismo, exhibidas por el realizador y guionista (autor de un par de guiones previos para terceros, sobre ideas vecinas a las de esta película). La primera es la de proveer satisfacción garantizada al público de El juego del miedo y otros exponentes de pornotortura cinematográfica. La segunda es la de construir, en el personaje de la (super)heroína, una suerte de Rambo feminista, tan útil para la cartera de la dama progre como para el bolsillo del caballero facho. Y ninguno contento, porque está claro que si alguna sensación deja Eden Lake es la de un profundo malestar. Queda por ver para qué sirve.
Uno, dos, ultraviolento El film de horror inglés narra, con una crudeza implacable, la transformación de un fin de semana romántico en una pesadilla sangrienta. El viaje que lleva desde el fin de semana de amor hasta la pesadilla no tiene escalas. Ni las necesita: origen y destino están mucho más cerca de lo que parece. En esta película cruda e intransigente, que algunos ubican entre lo mejor del último cine de horror inglés, Jenny es una dulce maestra jardinera a la que su novio lleva de camping a un lugar soñado. En el lago del Edén del título estará el fondo romántico propicio para proponerle matrimonio. Pero a poco de salir de la ciudad en su camioneta 4x4, se intuye que la naturaleza a la que se acercan –llámese pueblos de las afueras o bosques vírgenes, lo mismo da para un par de urbanitas sedientos de relax– está más cerca del territorio hostil, húmedo y oscuro de lo malo desconocido que de la postal idílica. En el restaurante donde paran a comer, un chico es abofeteado por su madre en la mesa de al lado. En el cuarto de hotel donde se hospedan, los gritos de una pelea atraviesan la pared. El lago, al fin, está cercado por un perímetro de seguridad impensado. Y para cuando Steve y Jenny logran tumbarse bajo el sol a hacerse mimos, la tensión ha tomado la historia. Entonces aparece la pandilla de chicos, con su rottweiler babeante y su música a todo volumen; el principio del fin. Lo que sigue es un tormento impiadoso para los personajes y los espectadores, donde la sangre salpica y la capacidad de crueldades de los menores revela más y más capas de una cebolla interminable y apestosa. Heredera de La naranja mecánica, con ecos a films como Los perros de paja, este ejercicio de búsqueda en los basureros del horror social no contrapone entonces naturaleza versus comodidad urbana, ni ricos contra pobres, sino el mundo adulto versus el adolescente, habitado por chicos que aprendieron a colarse por los vericuetos de su inimputabilidad y sus privilegios. Autoconscientes, estos rednecks subveinte se emborrachan con el poder que debe otorgar la sensación de matar, de torturar y hasta incendiar vivo a otro individuo –sí, no es un film para estómagos delicados–. Al punto de filmarse con las cámaras de sus celulares mientras dibujan con el cutter la piel de su víctima eventual, que bien puede ser uno de ellos si la furia del momento los lleva hasta ahí. A la manera de los chicos bien de Funny Games, de Michael Haneke, los asesinos sin edad suficiente para manejar, que se conducen en bicicletas de montaña –y las bicis, solitas, llegan a meter miedo aquí–, son transmisores del terror más inapelable: el de la violencia sin razón y porque sí o, mejor dicho, la del ¿y por qué no? Hay cierta estética de clase B, varias actuaciones débiles y una musicalización poco feliz. Pero el director Watkins logra hacer de su bosque con lago un laberinto tan terrorífico que hasta se banca la luz del sol y el cielo azul brillando en la mayoría de las secuencias desesperantes. En el contraste entre esos verdores y los jadeos desencajados de sus protagonistas late el pulso de un film que niega el sosiego, la redención o la esperanza a la que el género acostumbra a esperar. El ejercicio de Watkins es extremo, y extrema es la experiencia de observarlo. Incluido el giro hacia la sátira familiar, o social, como dardo de nihilismo sin retorno. Así completa una mirada implacable –y sangrienta– sobre un mundo en el que, para saber quién es el cordero, primero hay que vérselas con el lobo.
El miedo a lo conocido La "controvertida" película del británico James Watkins no es más que un efectivo ejercicio de cine de terror. Jenny es una simpática maestra y Steve, su novio atlético y aventurero. Apenas empieza Eden Lake, Jenny se sube al auto de Steve para una pequeña aventura de fin de semana: ir de camping por unos días a un bonito lago a unas horas de Londres. Pero pronto empiezan los problemas. Paran en un hotel impresentable, los locales no parecen muy amables y el lago está a punto de convertirse en parte de un barrio privado. Pero eso no es nada: lo peor llegará cuando estén tomando sol y un grupo de chicos de 12 a 16 años se les plante a cien metros poniendo rap a todo volumen. Comentario va, reacción viene, irritación aquí, fastidio allá: el asunto concluye en una pelea en la que Steve, por accidente, mata al perro de Brett, líder de la pandilla. Y el asunto pasa a mayores: los chicos le robarán el auto y la escalada de agresiones hará que la pareja viva un infierno que deja a La violencia está en nosotros o a Funny Games como ñoñas. Es que Eden Lake juega a dos puntas. Por un lado abre las puertas a un drama social violento, a lo Perros de paja, pero por el otro apuesta a recursos clásicos del cine de terror duro de películas como El loco de la motosierra o más recientes ejemplares de "porno-tortura", con escenas para taparse los ojos ... por un buen rato. Como filme sobre un tema conflictivo -como es en Gran Bretaña la violencia infantil-, Eden Lake se cubre por todos los costados. Muestra a algunos niños terroríficos, pero a otros que actúan bajo presión. Y la pareja tampoco es un dechado de virtudes: se conduce con la banal superioridad que les da su clase. Lo mismo las familias de los niños: el director no quiere que nadie venga por su pellejo. Sin embargo, eso no quita que explote un miedo social en busca de morbo. Hay quien encontrará a eso moralmente repulsivo y otros que preferirán centrarse en lo bien o mal que Watkins ejecuta sus ideas. En este sentido se puede decir que, si bien el filme requiere de un alto grado de credulidad (Jenny y Steve cometen un error tras otro), es innegable que la tensión se siente y que por momentos llega a ser bastante inquietante. Ni obra maestra ni película repulsiva: Eden Lake es una de terror pasable que genera miedo sin más elementos que unos chicos, unas bicis, un bosque laberíntico y varios elementos, ay, cortantes.
Acá no hay fantasmas ni extraterrestres ni monstruos abominables a la vista. El verdadero peligro palpita en la condición humana. Cuando la violencia se dispara, no hay con qué detenerla. Lo vemos a diario en los noticieros. En este caso, el esquema básico del relato, de entrada puede sonar a lugar común, pero alberga sorpresas. Una joven pareja planea un fin de semana romántico en medio de un bosque junto a un lago de almanaque. Aquí es cuando esperamos la llegada de alguna presencia abominable. Pero no aparece Jason ni ningún otro asesino serial. Simplemente, se topan con unos muchachones algo pendencieros y con bastante alcohol encima, que juegan a provocarlos torpemente cuando salen de bañarse en el lago. El enfrentamiento podría no pasar a mayores, pero de repente un gesto o una palabra de más desatan el horror. La pandilla se pasa de la raya y habrá que responder con las armas que tengan a mano. La película de Watkins remite a títulos emblemáticos del género como “Deliverance” o “Perros de paja”. De pronto, Jenny y Steve ya no son los mismos. Puestos a defender su pellejo, descubren su costado de animales al acecho, sucios, heridos, moviéndose a ciegas en ese paraje que desconocen. El sueño romántico de un par de días en un marco paradisíaco fue barrido de golpe por una realidad brutal. La pregunta básica sería: puestos a defendernos, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Sin duda, hasta el fin, cuando se trata de matar o morir. Aclaremos, por si hace falta, que el desenlace no es nada amable ni tranquilizador. El infierno está en nosotros.
Gore y tensión para despedir bien el año Hoy en día, con las animosidades de la mayoría de la gente en estado de franco aumento, convendría realizar charlas-debate en torno a Eden Lake, sólo por el simple hecho de molestar a los demás y generar más desconcierto, si al fin y al cabo para eso estamos. ¿Cómo reaccionar ante un grupete de auténticos cacos que turban el idílico fin de semana que planeaste junto al amor de tu vida? Bastante alejados de aquéllos simpáticos cacos que amenizaban el video-clip Señor Kioskero, de Intoxicados -con sus remeras “caco 1” y “caco 2”- los cacos de Eden Lake son jovencitos sajones de un pasar económico digamos más o menos bueno, aprovisionados de tecnología, buena indumentaria y perros de raza. Jenny (La colo Kelly Reilly) y Steve (Michael Fassbender) se presentan como una sólida pareja actual -convencionalismos mediante- y discuten por tonterías mientras emprenden camino hacia una reserva forestal con un bosque hermoso, pajaritos, y un lago estupendo. La idea de Jenny respecto a un fin de semana amoroso poco tiene que ver con carpas y fogatas, pero la idea parece girar en torno a ponerle onda a la relación, de modo que Jenny accede con un poco de recelo al rapto boy-scout de Steve, pero sin perder la sonrisa. A poco de hallarse asentados en el lago de marras, disfrutando del cinturón lacustre (la playa del lago, digamos), nuestros héroes recibirán la inesperada y poco grata visita de un conjunto de adolescentes con muy pocas pulgas, dispuestos a molestarlos desde el vamos ya sea con su música hip-hop a todo volumen, su perro de 114 kilos que no deja de ladrar y arremeter, ó sus vocablos soeces explicitados a viva voz. El asunto se torna interesante (para el espectador) cuando uno de los jóvenes pela un largavistas y se pone a disfrutar de las amenas curvas de Jenny. Y se vuelve un poco más picante y entretenido cuando, luego del esperable enfrentamiento entre el macho Steve y los jóvenes, éstos deciden irse de la playa no sin antes ajusticiar en forma a uno de los bienes personales más apreciados de Steve. La situación perderá toda clase de control cuando Steve decida (acompañado por la siempre comprensiva Jenny) continuar el enfrentamiento con el grupo, que a esta altura ya no presenta interés en discernir con cautela el impacto de sus actos. El desmadre comprenderá torturas, muertes y feroces cacerías entre los sobrevivientes de ambos elementos en conflicto. Eden Lake nos recuerda (a la ligera, claro está) a Lord of the Flies por el simple hecho de presentar a un grupo de púberes conformando una mini-sociedad que no escatima en resolver sus inconvenientes más profundos con inusitada violencia. En aquélla isla desierta, los púberes no contaban con absolutamente nada más que ellos mismos (además de cascadas y cocoteros). Aquí, en Eden Lake, los púberes son cinco ó seis gomas que cuentan con un entorno protector (bastante hostil) colmado de hermanos y tías cuarentonas; entorno al cual volver cuando se les pasa el mambo destructivo. También cuentan con celulares de última tecnología que utilizan como medio de registro para sus locuras hardcore. El director James Watkins pifia en apelar a un tip quizá innecesario como justificación extra en el desborde de los jóvenes (el plano de un crío obligado a inhalar popper por otro), pero el resto es -mal que nos pese- puro y duro thriller, gato y ratón en su máxima expresión (inversión de roles incluído), con algunos permisos gore, una femme fatale en potencia (leer bonus track) y la innegable cuota de incomodidad y alarma que nos podría generar el hecho de que una película como ésta se proyecte en Capital Federal. No exageraríamos al decir que luego de Eden Lake, algún que otro afiebrado pedirá a los gritos que se agilicen los procesos judiciales ó el accionar policial ó que -directamente- se baje la edad de imputabilidad. Bonus Track: - La colorada Kelly Reilly ya hizo de las suyas en Puffball, y allí expuso del todo sus curvas, si es que el factor cárnico aportado por el plano mirón los dejó con deseos de más. - Junto con Chugyeogja (Hong-Jin Na), Eden Lake presenta uno de los finales más hijos de puta de los últimos años. Finales que no presentan ninguna clase de merced con el espectador cómodo que piensa sabérselas todas, ése que quizá todavía no se entera que incluso en géneros tendientes a los finales no dichosos pero corolarios y tranquilizantes (como el horror) ya podemos empezar a despedirnos del modelo de final feliz y anestésico al que estamos acostumbrados. Auspiciosa señal.
Juventud sin barreras Es cierto, hay una larga tradición en el cine de terror sobre niños sádicos y asesinos. Una larga fila de pequeños diabólicos cuya escasa edad no los hace menos peligrosos. Pero ni clásicos como El pueblo de los malditos o Quién puede matar a un niño, ni estrenos recientes como La huérfana pretendieron estar tratando con un problema social ni vendernos ningún debate. A poco de comenzada Eden Lake, vemos a los protagonistas escuchando por la radio del auto una discusión acerca de que hacer con los jóvenes sin control, si multar a los padres, si intervenir en las escuelas, etcétera, sin que se vislumbre una salida. Momento que sirve tanto de prologo para lo que la pareja protagónica va a vivir como de introducción al tema que se quiere discutir. No es que no se puedan hacer operaciones de este tipo desde el cine de género, pero para hacerlo hay que tener con qué. Y hay que tomárselo en serio hasta el final en vez de abandonarse al poco rato a la más pura explotación. Jenny y Steve son una pareja de clase media acomodada que, en vez de irse de vacaciones a Paris como quería ella, viajan con la intención de pasar unos días a una cantera en desuso que, al inundarse, produjo un lago frente a un bosque y se constituye en un paisaje encantador. A poco de llegar se topan con una bandita de adolescentes locales, maleducados y provocadores, que al ser contrariados se convierten en una turba de lo más enardecida y salvaje que sale a la cacería de la pareja. Así es como lo que prometía para unas relajantes vacaciones rurales se convierte en una huida desesperada. Se advierte la influencia de films como Deliverance y The Last House on the Left, y puede decirse a favor de la película que no es exactamente un Torture-Porn como los productos de las series Hostel ll y El juego del miedo VI, aunque participe de la tendencia al sadismo tan de moda y los fans de esa corriente encuentren un par de escenas que satisfagan su gusto por la carnicería y el sufrimiento ajeno. El director debutante en el largo, James Watkins, maneja el relato de una manera mucho más hábil que la mayoría de los que están haciendo films similares, logrando una tensión en crescendo y momentos de verdadera angustia. Y por lo menos se pone del lado de la victima en vez del victimario, algo que puede parecer una pavada pero considerando la tendencia mencionada no es la moneda corriente. El problema con el film es su pretensión de realismo. O más bien su pretensión de ser algo más, de estar diciendo algo importante acerca del estado de las cosas, de estar haciendo un llamado de atención. Y si el problema de los jóvenes violentos se verbaliza explícitamente al comienzo, con el transcurrir del film ya no se vuelve a ese nivel de discusión. No hace falta, lo que se muestra es lo suficientemente elocuente. Después de ver lo que son capaces de hacer estos niños de un salvajismo digno de los de El Señor de las moscas pero que no necesitaron naufragar para olvidarse de la civilización, después de ver a sus padres que compiten con ellos en bestialidad y que por supuesto los apañan, lo más esperable es que el espectador salga pidiendo sangre, bajar la edad de imputabilidad a los cinco años, fusilar a los pibes, y que sus padres sean mandados a un campo de concentración. Y quizás también esterilizar a ciertos sectores de la población, habida cuenta del retrato clasista, que aquí podríamos llamar “gorila”, de las clases medias bajas inglesas que producen estos monstruos sociales. Que tan intencional o no es todo eso, es discutible, pero la posición del film termina siendo, quiérase o no, claramente reaccionaria. Como film de terror y suspenso podrá tener cierta efectividad, pero sus intenciones “sociológicas” lo disparan hacia otro lugar. En esa arena solo le sirve a los ideólogos de la mano dura para escenificar sus temores y justificar sus medidas. A eso se reduce su contribución al debate.
La euforia. Decir que el film dirigido por el inglés James Watkins narra la euforia de un cuerpo femenino no es algo absurdo: cuando las screaming queens se ahogan en alaridos y llantos y deciden abandonar la lucha por la supervivencia dando paso al pánico que las deja estáticas y abatidas, numerosos horror films potencian sus tensos y furibundos vaivenes centrándose en la capacidad física de esas protagonistas que hacen de sus últimos instantes de vida todo un choque de fuerzas antagónicas: sea cual sea el resultado final del conflicto, las mujeres sufrientes logran soportar el dolor provocado por todo tipo de adversidades. De allí el sentido de lo eufórico del caso: una euforia demasiado alejada de aquella referencia que implica una sensación de bienestar u optimismo, ya que Eden Lake es un trip que se estructura a partir del rabioso malestar y la profunda incertidumbre que se encarnan en los cuerpos, y que hace foco en ese otro significado que opera en relación a la capacidad de soportar el dolor provocando una imagen asombrosa de la figura femenina para superar obstáculos dentro de una situación perturbadoramente realista, hasta llegar a límites salvajes, brutales e inquietantes. Dentro de ese salvajismo y de esa inquietud se encuentra ella: Jenny (Nelly Reilly): maestra de jardín de infantes, especie de dulcinea, educada en las buenas costumbres y delicada al extremo hasta en su tono de voz. Una mujer enamorada de su quijote, Steve (Michael Fassbender), hombre demasiado valiente y confiado como para hacer perdurar su testosterona dentro de la cara oculta de Eden Lake: ese paraíso terrenal cuyo rostro endiablado se encuentra bosquejado en un graffiti que dicta sentencia prematura y que se halla ubicado clandestinamente detrás de un cartel publicitario, como uno de los planos se encarga sutilmente de describir en el momento en que arriban los amantes al lugar. Y es allí, en las orillas del lago, donde el primer contacto determina lo que vendrá: la pareja es incomodada por un grupo de jóvenes y niños que elige la provocación a partir de una evidente mala educación (que será de origen familiar, como se podrá ver después) para iniciar el conflicto y la tensión entre ambos grupos. Lo que sigue a esa especie de reto es una sucesión de hechos inesperados: a la muerte accidental de un perro, resultado del desplante entre el macho de cada bando, le sigue la violencia agravada que transforma al edén de turno en una zona tortuosa con puntos en común con aquellas representaciones fílmicas de un Rambo (aunque sin armas de fuego) perdido en el ambiente selvático de Vietnam y siendo perseguido por el enemigo. Sin olvidar que en este caso, y como se dijo con anterioridad, la figura eufórica del hombre se halla desplazada en la imagen femenina. En esa zona circunscripta por límites difusos (Eden Lake es un laberinto donde la imagen humana se vuelve ínfima gracias al contexto, como esos escasos planos aéreos ilustran) Watkins convierte al personaje de Jenny en pivote del dolor, la tensión y el horror: ella es la que resiste a pesar de las heridas (vean esa escena terrible cuando debe sacarse a la fuerza una especie de hierro que se ha clavado en uno de sus pies), la que se oculta y escapa, la que intenta salvar a su pareja y la ve morir y, como si fuera poco, la que culmina por matar. Y este último punto no es menor: Jenny, cansada pero todavía eufórica, abandona toda sociabilidad luego de hundirse en el lodo del espanto, y a continuación da muerte a dos de los jóvenes del grupo agresor. El primero en caer es uno de los débiles, de los dubitativos, de los menos peores (si tal cosa existe dentro de un grupo de críos que placenteramente o no llegan al límite de la tortura). Momento en que Watkins decide dejar sola a Jennifer, alejando la cámara mientras la mujer toma conciencia de lo hecho. La otrora educadora de niños comprende la situación que la supera y los límites se rompen: eufórica, se libera por completo sin poder detenerse, siendo incitada por ser testigo del asesinato brutal de su pareja y de un niño, ambos quemados vivos. Es notable observar cómo Watkins toma distancia del horror durante esa escena, optando por quedarse con Jennifer, quien vomita pero continúa escapando (claro resultado del estado eufórico que la envuelve). Llegado el clímax del escape, la opera prima de Watkins clausura aquello que anticipa al comienzo: las palabras que se escuchan en la radio del automóvil de la pareja se hacen cuerpo en el seno de la institución familiar. Jennifer, poseída por una euforia irrefrenable que la condena a pasarle por arriba con un vehículo a la joven más extraña del grupo, culmina por traspasar los límites de la propiedad privada, chocando con la casa del padre del líder de la banda de menores que persigue a la pareja. Es en ese instante donde un grupo es reemplazado por otro: uno de adultos. Siendo este último portador de las mismas costumbres, la misma educación, la misma ira, la misma violencia, el mismo horror que aquél que integran sus hijos. Allí culmina el viaje de Jennifer, su escape y su euforia. En suma: su historia. En el final, el director deja la cámara como expectante frente a uno de los menores (el peor de todos). Dentro de su cuarto y mientras se mira al espejo, esta especie de bully posa con los lentes Ray-Ban de Steve: sin duda, su trofeo de guerra. En Eden Lake ya no hay víctimas (por más que el destino de Jennifer se intuya trágico) sino victimarios: unos por (mala) educación, otros por euforia.
Una gran película de suspenso que acá no se le dio mucha bola, sobre todo porque se estrenó en el mismo momento que la infladisima 'Actividad paranormal'. Una verdadera pena porque es de esos filmes que con una historia mínima (parejita de vacaciones que se meten en problemas) hace maravillas, uno no deja de comerse las uñas pensando en que les pasara a los protagonistas. Pero sin duda más allá del gran suspenso y tensión que genera, lo mejor de 'Eden Lake' es que tiene un gran realismo. Al principio cuesta creer que una pandillita de pibes de 16 años en promedio sean tan sacados y violentos, pero cuando se les van conociendo las motivaciones, el transcurrir de las escenas y sobre todo el medio en que crecieron, todo se vuelve muy creíble. Las actuaciones también ayudan mucho y todo el elenco se luce, en especial Kelly Reilly con "Sally" y los chicos. Sin dudas no es un entretenimiento light para mostrar gore y sexo como pretenden ser la mayoría de las pelis de terror actuales, sino algo jodido que busca realmente inquietar y dejar mal al espectador. Y bien que lo logra.
La pareja de enamorados que decide pasar un fin de semana en plena naturaleza (Lago Edén) ni remotamente imagina lo que les sucederá, al sentirse molestados por una pandilla de adolescentes motivados y regenteados por un igual pero absolutamente psicópata que determinará practicamente jugar al gato y ratón con estos dos que tan solo pretendian estar juntos y pasarla joya. La trama argumental muestra tanta crueldad, padecimientos y tormentos que seguramente cualquier espectador no advertido podrá pasar un rato angustiante ante la visión del filme, que excede por ratos su carga tortuosa y fuertemente violenta, resultando chocante. Pero respecto a lo que propone como cine deja bien asentada la locura colectiva y paranoia diaria a la cual estamos expuestos casi todos y que puede encontrarnos en la ciudad tanto como en un aparentemente tranquilo y agreste paisaje natural. Existen anteriores ejemplos desde bizarradas clase z como aquella italiana "Autostop rosso sangue" ("Corrupción se escribe con sangre", 1978, Pasquale Festa Campanile) a notables y excelentes como "Deliverance"("La violencia está en nosotros", 1972, John Boorman), que con historias similares han perturbado al espectador desde la pantalla. En lo actoral, la protagonista Kelly Reilly es tan hermosa como acertada en su rol, y los integrantes de la gavilla cruel tienen su presencia ajustada. No es tarea fácil verla, ya que movilizará y molestará al espectador en su butaca pero también uno puede sostener aquello de que se trata tan solo de un filme, aunque a duras cuentas sobresupone que la violencia está instalada absolutamente en nuestra sociedad, y eso desafortunadamente no es un filme que empieza y termina.
La inseguridad La película empieza bien. Una pareja deja la ciudad para descansar unos días a la orilla de un lago rodeado por bosques. Ella se despide de sus alumnos de jardín de infantes y cuando pide silencio en el aula le basta con ponerse el dedo sobre la boca y brindarles una sonrisa. El la pasa a buscar por la puerta de la escuela a bordo de una camioneta lujosa y se alejan por las autopistas entre risas y caricias. Sólo molesta el susurro de un programa de radio que habla sobre la violencia juvenil. El tema de la película se instala por primera vez como un asunto de actualidad, de esos que pululan en los medios tratando de manosear la estabilidad del mundo burgués. Para los enamorados sólo es un ruido de fondo, no parece ser algo que los toque de cerca. Recién cuando ya estén alejados de las luces y los edificios, en medio de la oscuridad del campo y mientras buscan un lugar para pasar la noche, reciben algunas señales que anticipan lo que van a vivir durante el fin de semana. Así se contraponen, con un poco de ligereza, el campo y la ciudad, la docilidad de los alumnos del jardín de infantes y el orden del tránsito con niños llorones y adultos irreverentes que desconocen las reglas de la cortesía y el buen gusto. El director James Watkins construye un pueblo de toscos personajes rurales para explicar, más tarde, esa violencia de la que hablaban en la radio. Al otro día la pareja retoma su viaje y apenas llega a Eden Lake la promesa de soledad que le hacía su nombre se quiebra con la presencia de un grupito de adolescentes. El volumen de la música, un perro molesto y su condición de macho alfa obligan a Steve (Michael Fassbender, el de Bastardos sin gloria) a confrontar con ellos para que les permitan disfrutar del paraíso. Los chicos no sólo no le hacen caso sino que lo ridiculizan frente a su novia. Lejos de la civilización, sin el policía de la esquina para delatarlos, las fuerzas se igualan y a ninguno le importa su condición de adulto. La tensión que se establece entre los dos grupos de bañistas, similar a la que ronda en Funny games de Haneke, es lo mejor de la película. Más tarde, cuando los adolescentes abandonan la playa y la pareja queda en paz, Watkins pone la cámara entre la maleza del bosque para jugar un poco con el espectador. ¿Quién es el que espía? ¿Son los chicos que acaban de irse? Nadie cree que se trate de ellos y Watkins quiere que el espectador se equivoque, quiere enredarnos en la idea que tenemos de la inocencia. Al final, Eden Lake pretende ser una película que habla de un tema candente. Pero antes de eso, antes de que esa sea la lección del día, se transforma en un film de supervivencia que se mantiene bien durante un tiempo hasta que se empieza a repetir y el verosímil hace un poquito de ruido, especialmente cuando se haga jugar varias veces al azar a favor de la historia. Es verdad, como dicen varias críticas, que Eden Lake se parece en mucha cosas (por momentos es más que una influencia) a la genial Deliverance (1972) de John Boorman. Es más, se pretende como un homenaje cuando al comienzo tiene un dialogo casi calcado sobre la posibilidad de ver un paisaje natural antes de que el progreso arrase con él. Está la naturaleza levantando un muro que separa a los personajes de la civilización, están los rednecks y está la cacería humana, pero la textura plástica de los planos y la chorrera de sangre la acercan un poco más a la pornotortura de Hostel porque, sin necesidad, abandona la tensión que genera esa cacería para shockear con la pura violencia de las imágenes. Todo el suspenso que en Deliverance pasa a ser un entramado psicológico, acá es lisa y llana acción, sencillamente una maquina física de perseguidos y perseguidores. De todas formas, esos problemas no servirían de excusa para dejar de disfrutar del entretenimiento que propone. Sólo que cerca del desenlace se empieza a intuir que Watkins va hacernos olvidar de los buenos momentos pasados cuando use la caricatura salvaje que había hecho de sus personajes rurales para hacer sociología de la violencia juvenil del modo más burdo posible. Como si tuviera que resguardarse de algo, se pone en el lugar de ese espectador noble que al principio creyó en la inocencia de los muchachitos, y justifica su sadismo con un retrato lastimero de la sociedad pueblerina que los rodea. No se trata de planteos morales sino de la mera explicación del terror vivido, que elimina el miedo para causar risa.
Brutal por donde se la mire Una pareja, un bosque y una playa. Lo que podría ser un lugar idílico para cualquiera, se transforma en una pesadilla. Lago Eden es una película inglesa que incursiona en los caminos de la violencia de manera brutal. En ese sentido, tiene varios puntos de contacto con la no estrenada Funny Games, que pasó directo a DVD, de Michael Haneke. Un grupo de adolescentes acosa a la pareja protagonista, próxima a casarse, y lo que comienza con una serie de insultos, pasa a bromas pesadas y a una pelea sin sentido. Todo con tal rapidez, que no da tiempo a los personajes para tomar conciencia del peligro que se avecina. Aquí, la monstruosidad viene en tamaño adolescente (por no decir infantil) y el relato advierte sobre el descontrol y la violencia generada en los ámbitos familiares y trasladada luego a los hijos. Hay que aclarar que el film no se ahorra persecuciones, torturas, quemaduras y filmaciones de video y, si acierta en su propuesta, es por el alto grado de efectividad de las situaciones que presenta. Kelly Reilly (Sherlock Holmes, Mrs Henderson presenta) es la rubia atormentada y asediada sin descanso por estos engendros del mal que desatan una ola de locura difícil de detener. Las tomas cenitales, bien utilizadas, potencian el estado de indefensión que atraviesan los personajes. Cruda, directa y peligrosa, la cinta puede no gustar, pero no pasará desapercibida. Y tampoco hace concesiones con el público. El Mal está cerca y es real. E implacable...
¿Cuántas caras tiene el miedo? Según Steven Spielberg, el éxito de Tiburón se debió, no al hecho de que la película asustara, sino que presenta a un ser conocido por la mayoría de las personas, de una forma que nunca se hubiesen imaginado. Si los tiburones provocaban miedo por el solo hecho de ser un depredador fatal, Spielberg lo convirtió en un monstruo gigante, sanguinario, pero a pesar de todo creíble. No se trataba de las tarántulas gigantes mutadas por algún accidente tóxico que atacaban la ciudad. El miedo a lo desconocido, es provocador, pero después de tanto arremeter y arremeter con el tema, termina fatigando ver siempre a los mismo fantasmas o demonios atacar simples familias o adolescentes ingenuos e inocentes. No existe una sola persona que sea inocente. Todo acto produce una consecuencia, y dicha consecuencia a la vez es producto del contexto social que manifiesta la violencia. No por nada, la institución “familia” es la precursora de monstruos como Michael Myers, Jason, o el loco de la motosierra. Pero estos personajes son deformados, marginados de la sociedad, que al final terminan ganando un pasaje a la inmortalidad. Sin embargo, con el paso de los años, cada vez asustan menos. ¿Por qué? Porque el espectador los conoce, y porque los nuevos realizadores los hacen cada vez menos verosímiles. ¿Pero que pasa si el terror proviene de nuestros propios hijos? No marginados, no deformes mutantes. Esta vez, los adolescentes son los asesinos. Sin necesidad de máscaras o armas complejas, James Watkins, crea uno de los thrillers más aterradores, sangrientos y realistas que se hayan visto en mucho tiempo, en base a una pandilla de mocosos traviesos. Nada más. Jenny es una maestra jardinera. Steve es su novio. Un fin de semana, Steve convence a Jenny de ir a una especie de lago público, que pronto será convertido en una represa privada. Sin embargo, lo que debería tratarse de unas vacaciones románticas y apacibles, empiezan a volverse tenebrosas, cuando la pareja decide pedirle a una pandilla de adolescentes que apaguen una radio y dejen de mirar el cuerpo de la novia. La pandilla no toma muy bien la actitud “adulta” de Steve, y decide vengarse “inocentemente” robándole el coche. Cuando, va en su rescate, Steve, accidentalmente mata al perro de Brett, el líder de la pandilla, y pronto la pareja empezará a vivir un calvario. Watkins crea escenas de tensión y suspenso con timing hitchcoiano. No busca la sorpresa o el golpe de efecto. El montaje y el sonido, juegan roles fundamentales acompañados por un elemento cinematográfico que generalmente es bastante obviado en el género: buenas actuaciones. La dupla de la experimentada Reilly (vista en las comedias Piso Compartido y Las Muñecas Rusas) y Michael Fassbender, uno de los actores del momento (Hunger, Bastardos Sin Gloria, Fish Tank) logran darle mayor verosimilitud a la historia. A eso se le suman excelentes interpretaciones de la pandilla adolescente, especialmente de Jack O Connell como Brett. Sin embargo, Watkins no solamente logra un gran thriller con momentos de gore y sadismo mucho más impresionantes y creíbles de lo que haría Eli Roth, y evitar caer en demasiados lugares comunes o clisés, sino que da pie a la reflexión acerca de cuáles son los límites que se deben imponer a la violencia y “maldad” de la pubertad. Hasta donde es culpa del chico, y donde empieza el cuidado del padre, de donde viene ejemplificada tal tortura. El final de Eden Lake es impresionante, inteligente, imprevisible pero coherente, y deja un mal gusto en el espectador, no por aquello que se ve (justamente otro acierto de Watkins es el excelente, sutil y sencillo uso del fuera de campo), sino por el mensaje que trata de dar. Como si fuera una cruza entre El Señor de las Moscas y el clásico de John Boorman, Amarga Pesadilla (1972, con Burt Reynolds, Ronny Cox, Ned Beatty y Jon Voight), Watkins, en su ópera prima, construye una pesadilla en medio de los bosques, repleta de connotaciones sociales y crítica industrial, que derivan hacia el debate; donde el miedo proviene de aquello que más subestimamos, donde no medir las consecuencias de los actos, termina siendo nuestra propia condena.
Del romance más ingenuo al gore más shockeante En el cine de terror es un recurso frecuente el pasaje de la inocencia, el bienestar y la felicidad; al horror y la tragedia. Así pudimos ver a distintos personajes en distintas situaciones vivenciar ese vertiginoso contraste. En el caso de Eden Lake el director, James Watkins, muestra a una pareja británica, Jenny y Steve, que decide pasar unos días fuera de la ciudad. Y para ello encuentran el lugar perfecto, un lago oculto en el medio del bosque. Llegan en pleno día y el paisaje es imponente. En esta instancia el retrato de la pareja es naif en exceso: están enamorados, sonríen todo el tiempo, son hermosos, convencionales y unidimensionales... Pero aparece un elemento nuevo, un personaje colectivo que se podría definir como "pandilla de preadolescentes violentos de los suburbios londinenses" que en un principio solo aportan ruido y empañan el paraíso, pero que luego se transforma en una amenaza cada vez más concreta y terrible. Uno de los elementos centrales de la película es que la crueldad, extrema, es llevada a cabo por un grupo de niños. El filme no muestra un asesino serial, ni zombies, ni entes sobrenaturales. Muestra niños que podrían jugar a la PlayStation o al soccer, dibujar o escribir; pero lo que hacen es torturar, perseguir y matar. Luego la linea narrativa contextualiza y suma profundidad cuando hacia el final, aparecen sus padres, que muestran una carga de alcohol y violencia importante, y así los integrantes de la pandilla son resignificados como producto de una familia, y de una sociedad. De ésta manera, el idílico fin de semana, en que Steve le iba a proponer matrimonio a Jenny, se tranforma de forma radical, y los protagonistas van a comenzar a perseguir un objetivo un tanto más primario: sobrevivir. La actuaciones son precisas y efectivas, y sobresalen Kelly Reilly como la protagonista femenina, y los actores que interpretan al grupo de niños.
"Eden Lake" es una película que si se hubiese estancado en el terror y la crueldad que sucedió antes de la escena final, hubiese sido una de las grandes decepciones del genero. Una película que presenta una conclusión excelente, pero que sus 75 minutos anteriores y todos los errores que estos conllevan, no pueden ser olvidados.
Son muy pocas las oportunidades que le doy al cine de terror, un genero que no disfruto en lo más mínimo, y solo lo hago cuando me parece que la película ofrece algo distinto a lo acostumbrado. En el caso de "Eden Lake", el enganche para mí vino por plantear una historia con un enfoque real como es la delincuencia juvenil. Este es un problema social que existe en todas partes del mundo y el director/guionista James Watkins lo elige como trasfondo de su opera prima. De arranque conocemos a Jenny y Steve, una pareja romántica con la que uno rápidamente se encariña y desea que nada malo le pase. Disfrutando de un fin de semana alejado en un lago rodeado de un bosque, la pareja se encuentra con un grupo de jóvenes maleducados que los molestan. Uno se identifica con esta situación que puede ocurrirle a cualquiera y te hace pensar como reaccionarías en ese momento. Los enfrentas sabiendo que puede terminar mal o levantas tus cosas y te vas? Esto te involucra mas en la trama. Steve decide enfrentarlos y de aquí en mas todo va de mal en peor. Este es el punto interesante, aquí no hay un asesino serial con mascara, ni zombies, ni nada de eso, sino un grupo de adolescentes que llevan las cosas hasta el limite. Incluso no todos los chicos son descontrolados, algunos son arrastrados por un líder que los presiona y amenaza. Al igual que en el clásico film "Deliverance", el escenario del bosque es ideal para crear tensión con la persecución de gato y ratón. No siendo un experto en el género, me cuesta definir si es un film de terror o suspenso, aunque no faltan las escenas con mucha sangre. Hay algún momento como el del fuego que resulta demasiado extremo, incluso para estos chicos. Haber conseguido un buen elenco que brinde actuaciones convincentes no es algo que se vea muy seguido en el cine de terror. Kelly Reilly ("Piso Compartido", "Las Muñecas Rusas") y Michael Fassbender ("Hunger", "Fish Tank", "Inglourious Basterds") interpretan a la pareja sufrida y perseguida por el grupo de jóvenes. Los integrantes de la banda están muy creíbles, sobresaliendo la actuación de Jack O`Connell como el líder. Con un final impactante, es una de las mejores del genero en mucho tiempo.
Lo habitual en las críticas de films como “Eden Lake” es su recomendación a los “adictos al género”. Sin embargo, esta afirmación puede resultar injustificada en este caso. Por empezar, no se trata estrictamente de una película de “terror”, género que suele albergar a producciones con elementos fantásticos y por ende alejadas de la realidad. Más bien, en este caso, estaríamos más cerca de un thriller, con el aditamento de ser uno de los más violentos que se han visto en nuestras pantallas recientemente. De allí que se hesite en recomendarlo, prefiriendo hacerle la advertencia al potencial espectador. También es necesario aclarar que no estamos frente a una obra maestra, ni siquiera una de esas propuestas de visión imprescindible. Hecha esta salvedad, se puede decir que existen elementos suficientes que justifican una nota y el eventual paso del lector por el cine. Se trata de la ópera prima del director británico James Watkins, cuyos mayores aciertos estarían en un muy adecuado casting. Por un lado, un par de actores en claro ascenso: Kelly Reilly (“Orgullo y prejuicio”, “Piso compartido”, “Las muñecas rusas”) y Michael Fassbender (“Bastardos sin gloria”, “Hunger”, “Fish Tank”), encarnando a una feliz pareja que deciden pasar un agradable fin de semana en una cantera abandonada, al lado del lago cuyo nombre (también el del film) se revelará una cruel ironía. La pareja se topará con un conjunto de adolescentes y algún que otro niño, en su mayoría actores debutantes o novatos (otro mérito del casting), que les harán la vida imposible. Un involuntario accidente fatal, que se prefiere no revelar, desatará la furia de los “chicos” que empezarán por robarles el auto a sus ocasionales vecinos. Hasta aquí la violencia no será mayormente física, sino el producto de amenazas verbales mutuas (excluido el hecho accidental señalado), cuando ya ha transcurrido casi la mitad del metraje. Pero lo que sobreviene de aquí en más se encuadra en una de la progresiones de violencia creciente, pocas veces vistas en la pantalla. Puede discutirse si la misma es o no gratuita, pero lo que difícilmente pueda ser rebatido es que logra movilizar al espectador, quien puede terminar tomando partido, normalmente, por los adultos. El debate sobre la justicia propia y el “ojo por ojo, diente por diente” dividirá seguramente las opiniones pero “Eden Lake”, con sus falencias que las tiene, no nos deja indiferentes. Quizás sea difícil creer el comportamiento del personaje femenino, cuando están torturando a su compañero o también su decisión de esconderse en un hediondo basurero. Aunque a favor de ambas situaciones podría afirmarse que en un acto de desesperación todo es posible. El final no desentona con el resto del film, intentando de alguna manera justificar al conjunto. El énfasis que hace en la influencia de la educación de los padres sobre la conducta de los hijos no es en nada original, pero tampoco está de más. Se han señalado diversos influjos y parecidos de “Eden Lake” con obras anteriores. No serían ni “El juego del miedo” (en sus diversos opus) ni “Funny Games” los mejores referentes. Más bien nos inclinamos por relacionarla con “La violencia está entre nosotros” (“Deliverance”) y “El señor de las moscas”, que sin duda eran superiores.
Promocionado como un simple film de terror, Eden Lake produce más espanto por su concepto y realización que por responder a los resortes clásicos del género. Coqueteando en buena parte de su metraje con el golpe bajo, el gore y la truculencia, este film británico se puede definir más como un thriller extremo y sale bien parado de tanto desborde, redondeando una pieza sin concesiones que vale la pena ver. Hay que atreverse, porque la propuesta no es para estómagos frágiles; el director debutante James Watkins no anduvo con medias tintas al plantear un crudo enfrentamiento entre una pandilla de preadolescentes y una pareja que sólo tenía pacíficos y románticos planes. El marco, un idílico y solitario paisaje arbóreo al borde de un lago, lentamente irá cobrando un aspecto más sombrío, y ya el bosque y la naturaleza pasarán a resultar agrestes y siniestros. Si bien en un principio la película parece tomar partido por la inocente pareja de enamorados, luego esto no será tan claro y se verá que en ellos también subyacen instintos revanchistas y criminales. Excelentes intérpretes, tanto de parte del dueto protagónico como del convincente grupo de jóvenes, completan un cóctel excedido en sangre pero atrayente y con espacio para la reflexión.
Aguda y contundente mirada que revela graves deterioros en la sociedad contemporánea Hace pocos días se estreno en Argentina “Criatura de la Noche”, producción sueca promocionado dentro del género del terror, en realidad esa realización se construía con todos los elementos que supone éste estilo posee, pero con la salvedad de ser una gran metáfora que no produce miedo en ningún momento. En esta ocasión nos enfrentamos a otro exponente europeo, pero inglés, y la variante esta en que todo el film es una gran denuncia social directa, no hay alegoría, si se instala como una gran parábola en el sentido literario del término. La historia gira en torno a una pareja que decide pasar un fin de semana idílico en un paraje de esas características. A orillas de un lago, paisaje placentero, lugar ideal para acampar y para que el joven le proponga matrimonio, pero en el lugar se encuentran con un grupo de adolescentes que les tornará su estadía en un infierno. El director hace uso de cada uno de los elementos como para generar pánico en el espectador, pero no hay en este film ni fantasmas, ni monstruos, ni asesinos seriales, sólo un grupo pequeño de jóvenes liderados en principio por un psicópata. Entonces nos ofrece una estética realista, donde el trabajo de la luz y el color no parece tener alteraciones, ni cromáticas ni lumínicas, mire que dije “parece”, pero que como resultado dan una sensación de suspenso aterrador, ayudado por la banda de sonido. Todo esto está construido a partir de una narración inundada sutilmente por temas sociales, educativos, reflejando el deterioro de la cultura, de la ausencia de valores, de modelos positivos a seguir, como así también nos muestra que estos chicos no surgen por generación espontánea. Hay toda una sociedad responsable y familias que la conforman. Como datos interesantes instalados más que nada como elementos metonímicos y para prestarles atención: a) el nombre del film se podría traducir como “Lago Paraíso” con toda la referencia bíblica incluida, y b) los nombres de los perros, en clara alusión cinematográfica. Si hay escenas sangrientas, violentas, peor, no son glamorosas, no son estilísticas, no hay coreografía, tampoco son gratuitas, hacen al desarrollo del relato, están puestas en función de progresión dramática, no intentan mostrar “belleza” donde no la hay. Pero como punto a destacar, la selección de actores, desde la pareja protagónica hasta los que conforman al grupo de jóvenes, todos de un nivel excepcional. La realización no presenta tiempos muertos, no hay respiro, todo sucede como en un gran tobogán, el guionista y director (debutante a tener en cuenta) no calma al público con alguna pequeña dosis de humor, no le interesa, lo importante es el discurso que intenta instalar, algo así como que la respuesta violenta genera más violencia, además de reflejar una realidad cotidiana. Alguien podría decir exagerada, entonces le sugerimos lea los diarios cotidianamente
Mucho más que una de terror No es ninguna novedad que hoy en día la juventud viene bastante heavy. Sobre todo en nuestro país, es algo que se vive cotidianamente. Todos los días hay noticias de un nuevo asesinato perpetrado por un niñato de 12 años que quería robarse las zapatillas de otro o porque pertenecían a “banditas” rivales que merecían ser ajusticiadas. Es una realidad social que vemos muy a menudo. El ámbito en que se crían, su contexto, la poca educación, los bajos recursos, la proximidad de las drogas, la nula guía de sus padres; montones de factores se suman para dar a luz a casi una generación entera de niños y adolescentes que desconocen los principios básicos de respeto, decencia y humanidad. No es su culpa, es lo que el mundo hace de ellos. Es algo bastante aterrador, y es lo que James Watkins toma de base para esta película En este exponente del “suspenso terrorífico” (me tomé la libertad de inventar el género. Si ya existe, me avisan) no tenemos monstruos del averno, zombies come cerebros o muertos vivientes que regresan desde el más allá para cobrar venganza con quienes los mataron en el más acá. Tiene su cuota de terror, pero presenta más elementos de suspenso que monstruosos, aunque también encontramos mucho gore y más de un susto, pero todo condimentado con una adrenalina constante e imparable. Sea como fuere, Eden Lake es escalofriante por la contundente realidad que presenta. Watkins se encarga de dar vida a esta premisa de la juventud descarriada llevada hasta su total extremo, pero que incluso así de extremista que se presenta, no deja de ser posible de suceder en la realidad. Un juego de chicos El amigo Steve (Michael Fassbender, “Bastardos sin gloria”) pensó que la tenía toda perfectamente calculada. Llevaba a su novia Jenny (Kelly Reilly, “Orgullo y Prejuicio”) a un lugar paradisíaco que casi nadie conoce, pasaban un buen finde acampando a las orillas del lago (ahorrándose unos manguitos del hotel, obvio) y de paso le proponía casamiento. Un capo. Lástima que en el medio aparecieron Brett y sus amigos, un grupete de facinerosos que lo único que buscan es hacer bullicio… hasta las últimas consecuencias. Hasta acá la película no presenta nada nuevo. De hecho hasta me hace acordar bastante a “Los Extraños”, la película con Live Tyler (bastante floja) del 2008. Pero apenas arranca la historia ya empezamos a encontrar las diferencias. La anterior hace agua porque los “malos” tienen cualidades sobrehumanas. Aparecen y desaparecen de manera imposible, son imparables, calculan todo a la perfección. En Eden Lake las cosas no son tan claras. Los personajes se encuentran desarrollados de una manera como no suele verse en este tipo de películas. En seguida nos interiorizamos sobre la vida de la pareja protagonista, el pueblo al que fueron a vacacionar y el contexto en que se encuentran estos niños desquiciados. Todo tiene justificación. No lo aprobamos, pero entendemos por qué las cosas suceden de la manera en que ocurren. Y eso, créanme, da bastante miedo. Juventud descarriada... Juventud descarriada... Desde su comienzo el film te tensiona hasta el último pelo. Ya al mostrarnos lo frágil, delicada e inocente que es Jenny (su trabajo es de maestra de jardín, imagínense) sabemos lo heavy que va a ser todo lo que le va a pasar (porque ya sabemos que su fin de semana de relax no va a resultar muy bien). Michael Fassbender incluso, que en Bastardos sin Gloria (filmada después de esta) se ve tan grosso y seguro de lo que hace, acá presenta a Steve como un tipo súper normal y hasta delicado. Todo esto provoca una empatía con los personajes que las películas de terror muchas veces no se molestan en crear. Entonces no querés que les pase nada, y cada situación complicada en la que se encuentran genera verdadera angustia. Pero no son solo los protagonistas los que tienen un background importante. Como decía antes, los niñatos (sobre todo Brett, el más maloso) también nos muestran una realidad complicada, con padres golpeadores, poca contención y pésima educación. No son niños malditos. Son pibes “normales” (por decirlo de alguna manera) que verdaderamente no tienen idea de lo que hacen, no son conscientes de las consecuencias que eso acarrea, y se genera así un clima de incertidumbre sobre cuál será el próximo paso o como van a reaccionar ante determinada situación, que genera mayor tensión todavía. Decisiones difíciles Es muy difícil no colocarse uno mismo en las situaciones que viven tanto los dos protagonistas como los niños. ¿Qué haría uno en su lugar? Si estás con tu novia en la playa y el perro de unos pibes la está molestando, ¿Les vas a decir que se dejen de joder? ¿Y si son como 6 y ya viste como cagaban a trompadas a otro pibe? ¿Lo pensás dos veces? ¿Te mandás igual? ¿Te comés los mocos? Todo esto lo podemos ver pasar por la cabeza de Steve a todo momento, algo así como una sensación de “Pucha, me la estoy re jugando acá”. Ahora que pasa si estás del otro lado. Sos un pendejo de 13 años y uno de los pibes de tu grupete es una bestia que ya sabés que es capaz de hacer cualquier cosa. Si te amenaza para que hagas algo que no querés hacer, ¿Te le plantás? ¿Te la comés y hacés lo que te dice? ¿Te enfrentás? "Pucha, te dije que mejor nos fuéramos al caming de Chascomús" "Pucha, te dije que mejor nos fuéramos al camping de Chascomús" Todo esto sirve para que uno mismo se ponga en lugar de los personajes, y eso surte un efecto increíble, sobre todo al final del film. No es de esas películas que terminan y “a otra cosa”. Para nada. Esta se queda en tu cabeza, sigue rondando y cuesta sacártela de encima. Volvés a repasar la serie de acontecimientos que llevaron al final, evaluás otra vez las decisiones de cada personaje y, sobre todo, te preguntás que habrías hecho en su lugar. Este tipo de cosas son posibles de lograr con el buen cine de género; replantearse y repensar el mundo en el que vivimos. Me atrevería a decir que lo que Distrito 9 significa (para mí) para la ciencia ficción, Eden Lake lo hace para el terror. Porque toma el terror de lo cotidiano, de lo que ves en la calle, de lo que sabés que existe y que pasa y que en algún momento te puede tocar a vos o a alguien que conocés, le sube el volumen hasta lo más alto y te lo estampa en la caripela. Te incomoda, te pone nervioso, te angustia, todo esto lo logra el buen cine, algo de lo que Eden Lake es un gran exponente. Aquellos que sean fieles seguidores de nuestro podcast de estrenos semanal (Las Fichas de Demasiado Cine) recordarán que, cuando hablamos del estreno de este film comenté que poner grande en el afiche “del guionista y productor de ‘El Descenso 2’” no iba a sumarle mucho a la peli como currículum de su director, porque dicho film todavía no se estrenó acá y tuvo comentarios bastante flojos (por mas que su primer parte es excelente). Pues bien, ahora sí el señor Watkins puede lucir orgullosamente en todas sus próximas producciones una gran leyenda que diga “Del director de Eden Lake” y, al menos yo, estaré firme en el cine haciéndole el aguante.