Efectos colaterales es una pelicula im-per-di-ble con una trama más que fascinante. Atrapa desde el primer al último cuadro y si bien te engancha toda la parte que tiene que ver con el asesinato, es mucho más interesante la que tiene que ver con los efectos secundarios que traen las...
La carrera del director, productor y editor Steven Soderbergh es un poco aleatoria, para llamarla de algún modo, una buena y una mala, así son sus películas; te decepciona con Contagio o con The Girlfriend Experience y años después te reconcilia con el cine gracias a Efectos Colaterales, su nueva película. Crónica de una muerte anunciada Apenas arranca la película sabemos que alguien va a morir, o mínimamente a terminar gravemente herido; vemos una casa con rastros de sangre por pasillos y paredes, marcas de pies descalzos y un regalo que nunca fue abierto. Luego de esto conocemos a Emily, una joven que va a buscar a su marido a la prisión en la que pasó los últimos cuatro años; minutos después aparece en pantalla el señor en cuestión, Martin, de quien solo sabemos que estuvo preso por ciertas transacciones monetarias muy sospechosas. Ante esta nueva situación, Emily entra en una depresión muy profunda y, luego de un accidente automovilístico, decide empezar a ver a un psiquiatra. Después de algunas consultas con el Dr. Banks deciden que lo mejor para nuestra protagonista es comenzar a medicarla; y así Emily comienza a pasar de un medicamento a otro, el primero lo deja porque la mareaba, el segundo porque le daba nauseas, el tercero por el insomnio y así sucesivamente. Mientras nosotros desde la butaca vemos el accionar que determina el título, lo que creemos que son esos famosos efectos colaterales; ese insaciable problema moderno que es la depresión, y que actualmente se soluciona con pastillas, pastillas para dormir, para ser feliz, para comer, pastillas para solucionar todo. Pastillas para no soñar De esta manera nos adentramos en un mundo que para muchos de nosotros es desconocido, la realidad de la gente que se encuentra medicada todos los días, y la dependencia que eso genera. Sin embargo, a medida que nos adentramos en el climax del film descubrimos que los famosos efectos colaterales no son tan sencillos como creíamos, sino que se tejen alrededor de una historia de amor, dinero y poder. Esa manera en que nos dejamos engañar por Soderbergh, en que creemos sin duda en que las cosas son tal como las presenta y la película no es más que un film panfletario en contra del uso de cierto tipo de medicamentos, eso mismo es lo que hace a esta película algo distinto, excitante, motivador y, sin duda, digna de ser vista. Conclusión Soderbergh, de la mano de grandes actores como son Jude Law, Rooney Mara, Catherine Zeta-Jones y Channing Tatum, logra un thriller que nos muestra y nos devela un mar de posibilidades en relación a un simple tratamiento psiquiátrico, el vinculo que se genera entre un matrimonio consumido por un estilo de vida que ya no existe; todo esto es acompañado con un suspenso envidiable, y logra que el espectador devele la verdad a la par del protagonista, sin antes siquiera sospechar que no todo es como se muestra. Una película envolvente que hace cuestionar la moral de cada uno de nosotros, de la justicia americana y hasta de los propios protagonistas, que logra pasar de ser un drama casi documental sobre la ingesta de medicamentos, a un thriller que arruina la vida de casi todos sus personajes.
Otra vez, Soderbergh y su luz amarillenta, ya vista en Contagio. Otra vez, Soderbergh y Chaning Tatum. -aunque el rol del actor es muy menor comparado al de Magic Mike-. Con la misma pretensión de siempre, Soderbergh intenta indagar en el mundo de la psicofarmacología o al menos eso quiere vendernos con este thriller. Pero luego de varios giros y vueltas de tuerca -una más ridículo que la otra- , se olvida de darle al espectador, información clave para comprender la trama que pretende ser "compleja"...
¿Es o se hace? Anunciada oficialmente como la película que marcará el retiro de Steven Soderbergh del cine -le queda pendiente Behind the Candelabra, un telefilm sobre Liberace que hizo para HBO y que muy probablemente se estrene en el Festival de Cannes-, Efectos colaterales es un thriller bastante efectivo -especialmente, durante la primera mitad- aunque un poco disparatado -notoriamente, durante la segunda parte- acerca de una mujer (muy bien interpretada por Rooney Mara en un trabajo más complejo de lo que parece) que actúa de manera muy extraña a partir de los “efectos colaterales” de un medicamento antidepresivo que toma desde que su marido, un financista de Wall Street (Channing Tatum), fue preso por manipular dinero para una financiera. Tras el regreso a casa de su esposo y un intento de suicidio muy impactante (la mujer hace chocar su auto violentamente contra la pared de un estacionamiento), ella empieza a ver a un psiquiatra (Jude Law) que le receta varias cosas, pero ninguna parece funcionar. Hasta que da con una nueva droga en fase experimental recomendada por la ex psiquiatra de la misma paciente (Catherine Zeta-Jones) que parece ser un éxito. Pero, tras unos días, el asunto vuelve a ponerse complicado y la chica hace algo mucho peor bajo los efectos de esa droga ¿Qué sucedió? ¿La droga es un peligro? ¿Las farmacéuticas juegan con tu vida y arreglan con los psiquiatras a tus espaldas? ¿Los propios pacientes tienen su responsabilidad? ¿O ninguna de todas esas cosas? Eso es lo que hay que resolver en la segunda parte de este bastante bien construido film que, lamentablemente, sobre el final se vuelve un poco pedestre, profusamente “informativo” y algo confuso. Muchas vueltas de tuerca se apilan innecesariamente, y las trampas y traiciones sobre traiciones hacen caer el nivel de una película que podría haber sido mucho más interesante si se hubiera centrado del todo en las alteraciones perceptivas que pueden causar ciertos medicamentos psicotrópicos, en lugar de utilizarlas sólo como “McGuffin” hitchcockiano (hay algo de Vértigo circulando por la película) para hacer arrancar el motor del thriller. Esa intriga, si se quiere, “perceptiva” es la que más potencial tiene en el film, ya que está sólidamente metida en la propia trama ¿Hasta qué punto una persona puede ser considerada culpable de un crimen si está bajo los efectos de una poderosa droga legal y recetada que le puede limitar y mucho la capacidad de ser conciente de sus propios actos? Pero la película no va a fondo con el asunto, acaso por no querer meterse en los problemas que implica atacar directamente a las compañías farmacéuticas. Los “ataques” están ahí de todas maneras, pero más puestos en las personas que en el sistema. De cualquier modo, la serie de personajes ambiguos y tramposos que circulan por la trama, capaces de hacer cualquier cosa por dinero o para salvar el pellejo, torna al film en algo mucho más siniestro e inquietante que un thriller con héroes y villanos más convencionales. Aquí, son todos seres corruptos, intrigantes y potencialmente peligrosos. Lo único que los diferencia es hasta dónde están dispuestos a llegar por dinero.
Empastillados Se corrió el rumor de que ésta sería la última película de Steven Soderbergh, director de clásicos como Traffic y Erin Brockovich (ambas del 2000). Sobre su retiro, el realizador dijo “Es sólo un sabático”. De momento nos ha dejado Efectos colaterales (Side Effects, 2013), un pequeño y efectivo thriller psicológico que entretiene, pero a fin de cuentas es otro de esos proyectos menores en los que Soderbergh vuelca todo su estilo sobre un guión sin substancia. Emily Taylor (Rooney Mara, la de los ojos perturbados) recibe a su marido Martin (Channing Tatum), que acaba de salir de prisión luego de una condena por tráfico de influencias. La pareja posee una sólida base de clase media y comienza a rearmarse social y laboralmente, muy a pesar de Emily, que es diagnosticada con depresión y pronto queda bajo el cuidado del Dr. Banks (Jude Law). Banks le receta un largo cocktail de drogas que culmina con la experimental Ablixa, alias Retome el Mañana (“puede incluir efectos colaterales como confusión, pensamientos suicidas y molestias para dormir, incluyendo sonambulismo”). Luego de verse enredada en un infortunado cuadro de tales “efectos colaterales”, el protagonismo pasa a manos del Dr. Banks, que se enfrenta al dilema de culpar a la droga (y a sí mismo por prescribirla), o lavarse las manos del asunto y dejar a Emily a merced de la corte. ¿Y qué si elige la segunda opción? ¿Quién es la culpable, Emily o Ablixa? Banks hace su propia investigación, durante la cual acude a la vieja psiquiatra de Emily, la Dra. Siebert (Catherine Zeta-Jones) – aquella que le había hablado de Ablixa en primer lugar. Son los personajes de Emily y Banks los que generan tensión, jugando con la atención y la simpatía del espectador a medida que recorren en paralelo caminos muy distintos. Las indagaciones del Dr. Banks lo llevan a considerar conspiraciones sin fondo que de a poco le van costando trozos de su vida, mientras que Emily se ve atrapada por el largo y arduo proceder de la justicia, que no tiene muy en claro a quién culpar. Todo lo que aman cae bajo amenaza: sus hogares, sus carreras, pero por sobre todo – horror de horrores – su credibilidad. De a momentos parece que Soderbergh está construyendo la secuela espiritual de Contagio (Contagion, 2011), película sobre la medicina en tiempos de pandemia (y su inquietante irrupción en la cotidianidad de nuestras vidas). Ambas fueron escritas por Scott Z. Burns . Pero a medida que la película progresa se vuelve evidente que no posee tales pretensiones, que la trama existe para dar sensacionales puntos de giro y dejar la crítica social a medio cocer. El desenlace es tan implausible y absurdo que automáticamente baja la película a los estratos de la serie B y la graba en la memoria como el entretenido y tonto thriller que siempre fue.
Policial sin antidepresivos El relato está centrado en el personaje de Emily, una muchacha cuyo marido acaba de salir de la prisión por fraude empresarial. Ambos intentan comenzar de nuevo, pero Emily (Roney Mara) comienza a derrumbarse anímicamente y entra en un pozo depresivo que la lleva a intentar suicidarse. El Dr. Banks (Jude Law) asume el tratamiento de la muchacha y le suministra un antidepresivo que ha salido hace muy poco a la venta y que aparentemente ha tenido muy buenos resultados. Al principio Emily manifiesta mejorías pero comienza a padecer efectos secundarios que la llevan a involucrarse en un crimen por el cual hacen responsable al tratamiento. Sin embargo, hay hechos que no cierran y detalles extraños que llevan al Dr. Banks a encarar una investigación personal para resolver el misterio. Steven Soderbergh nos ofrece en Efectos Colaterales un buen policial, con adecuado ritmo y manejo de las situaciones dramáticas. Es un film formalmente sobrio y sin grandes despliegues visuales, más centrado en el conflicto dramático que en las acciones físicas, como sucedía en Erin Brokovich, el foco dramático está sostenido aquí también por personajes femeninos fuertes y de gran impacto emocional. El único punto flojo es el personaje de la mujer del psiquiatra, que prácticamente carece de una razón propia de existir en el film. Su personaje no sólo se desdibuja en varios momentos de la diégesis del relato, sino que se manifiesta excesivamente dependiente del personaje principal, como si se hubiese colocado en el relato sólo para recibir el material que incrimina al Dr. Banks. Al no haber diseñado un personaje con motivaciones propias más claras y definidas, su participación en el film no termina de armonizar completamente con la historia.
Hace sólo unas semanas, este mismo cronista se encargaba de cuestionar la ecléctica carrera de Steven Soderbergh plagada de títulos dispares, algunos mejores que otros, y quizás hasta ahora no había alcanzado la gloria de una gran obra cinematográfica. Hace un año, cuando presentó Haywire, Soderbergh anunció que se retiraría del cine próximamente, que sólo le quedaban tres películas por delante. Al film de acción con Gina Carano, le siguió Magic Mike de la cual hablamos en su momento, y ahora estamos ante su (supuestamente) penúltimo film; y de ser sincero, las expectativas por los últimos trabajos no eran las más altas. “Efectos Colaterales” es un film cambiante, que va variando su trama a medida que avanza, muta en su contenido y en su forma, pero que en todo momento atrapa, deslumbra; sí, Soderbergh consiguió su gran obra. Con un guión del mismo autor de “Contagio” (otro film anterior suyo, menor, pero que guarda algunas similitudes con este), comienza como la historia de los Taylor, un matrimonio joven y adinerado; él, Martin (Channing Tatum, extraño actor fetiche del director acá en una labor aceptable) ha caído en prisión por tráfico de influencia; ella, Emily (Rooney Mara, lejos de la ampulosidad de “La chica del dragón tatuado”, en un verdadero gran papel) lo espera ansiosamente, y todo parece volver a andar perfecto. Pero hay determinados signos en ella que indican lo contrario, como una perturbación, un trauma; a la salida de un garage ella chocará su auto contra una pared, desatando una crisis psiquiátrica. Por el acontecimiento será internada y atendida por el Dr. Banks (Jude Law que vuelve a demostrar ser mucho más que un rostro de porcelana) que la tratará con distintas pastillas. Emily no parece mejorar, cada vez se la ve peor, actúa erráticamente, atraviesa lapsus de fuerte depresión, sonambulismo, y hasta ataques de pánico. Banks irá cambiando de medicamentos, combinará, hasta hará una prueba con una droga alternativa (la cual el laboratorio le paga por hacer dicho “experimento”); y recurrirá a una anterior psiquiatra de Emiliy, la Dra, Siebert (Catherine Zeta-Jones en una de sus mejores interpretaciones) que revelará algún hecho y aconsejará a Banks una nueva droga; todo esto desembocará en el primer giro en el argumento, el cual, por supuesto, no develaré. Como un consejo, es conveniente ir a ver “Efectos Colaterales” con la mínima información necesaria, sin saber mucho de su argumento, menos haber visto el trailer (demasiado revelador); dejarse llevar por este entuerto que cambiará y virará varias veces, pero siempre acompañado por el espectador, nunca se vuelve confusa. Lo que en un primer momento pareciera ser las pequeñas delicias de la vida joven burguesa y las trampas del mundo de la medicina psiquiátrica desembocará en algo muy distinto sin perder ni un poco el interés. Soderbergh solía destacarse en sus films por la cuidada fotografía y aquí recordó cómo hacerlo, “Efectos Colaterales” será brillante y majestuosa cuando lo necesite y oscura en otros momentos precisos. El ritmo del montaje también será el adecuado para que nadie se pierda o se maree como en una montaña rusa. Todo parece encajar adecuadamente.Lo dicho, las actuaciones son otro gran aporte sumadas a una buena dirección en ese sentido, todo es armonioso, como en una buena labor de artesano.Es una gran sorpresa, es difícil adelantarlo a principios de año, pero puede ser uno de los grandes films del año. Sin lugar a dudas estamos ante una película de género hecho y derecha, de esas disfrutables entre ambas secuencias de créditos. Ahora sí, no queremos que Soderbergh se vaya.
Jugando a querer ser De Palma La cuestión del suspenso casi siempre redime a Alfred Hitchcock, pero luego hubo alguien más quién supo dominar el género: Brian De Palma, que con su estilo manierista y repleto de cinefilia, le dio un nuevo giro a esta clasificación de cine. Efectos Colaterales, nuevo y ¿último? film de Steven Soderbergh, narra una historia sobre un asesinato, engaños, relaciones amorosas, locura y algún que otro secreto. Emily (Rooney Mara) sufre constantes ataques de depresión, y a pesar de que Martin (Channing Tatum) – su marido – acaba de salir de prisión nada cambia hasta que Jonathan (Jude Law) - su psiquiatra – le receta un nuevo medicamento, el cual le recomienda Victoria (Catherine Zeta-Jones) – la ex terapeuta de su nueva paciente -. A partir de todo esto se desarrolla la película, que propone diversas consecuencias en torno a ciertos personajes...
Si esta película representa verdaderamente la despedida de Steven Soderbergh del mundo del cine, el maestro se despidió a lo grande. El realizador hizo un largometraje más para HBO con Michael Douglas, Behind the Candelabra, que se emitirá en mayo y aparentemente con eso concluiría su carrera como cineasta, ya que el artista se dedicaría a la pintura. Efectos colaterales es una gran gema dentro de la filmografía reciente de Sodebergh que remite mucho a los policiales negros de John M. Cain, (“El cartero llama dos veces”) y los grandes clásicos de Alfred Hitchcock y Brian De Palma como El hombre equivocado y Vestida para matar. La historia además expone el lado más oscuro de la industria farmacéutica y como la sociedad de consumo infiere en la salud mental. Un aspecto muy interesante de la historia. El thriller está excelentemente construido y Soderbergh a través de su narración arma pieza por pieza el enigma como si se tratara de un complejo rompecabezas. El film logra atraparte desde las primeras escenas y está muy bien llevado por los actores donde se destacan principalmente Rooney Mara (Red social), en una tremenda interpretación y Jude Law. Hasta Channing Tatum presenta una labor digna y prueba una vez más que cuando lo dirige Soderbergh no hace el ridículo. Al menos fue el realizador que logró sacarle actuaciones convincentes en los tres proyectos que hicieron juntos. Lo mejor de Efecto colaterales es que logra, como las buenas obras de este género, que te olvides por completo del mundo durante 100 minutos y te sumerjas en el cuento que ofrece esta propuesta. Hacia el final ningún personaje de este relato resulta confiable por los acontecimientos que se desatan y la película te mantiene hipnotizado frente a la pantalla. Se lo va a extrañar a Soderbergh en el cine. Ojalá su retiro no sea definitivo porque la producción norteamericana necesita más que nunca de artistas de este nivel.
El –últimamente- muy desparejo Steven Soderbergh vuelve rápidamente a las salas, desparramando lo mejor de su talento visual y narrativo con Efectos colaterales. Tanta asiduidad de trabajos suyos se debe a que, aparentemente, ha decidido abandonar su tarea de cineasta para dedicarse a otros menesteres. Es al menos lo que ha anunciado y la razón por la cual en los últimos tiempos ha rodado sin pausas numerosos films. La seguidilla se inicia con la no estrenada y singular El desinformante, continúa con la muy bien filmada pero fallida Contagio, la magnífica e imperdible pieza de acción –con superheroína de comic- La traición, la reciente, prometedora y decepcionante Magic Mike y ahora este fenomenal thriller farmacológico, con un leve vínculo con Contagio pero más con ciertos films de suspenso de los años 90 y 70. Sea como fuere, el director de la deliciosa saga de La gran estafa y de la rigurosa semblanza en dos partes del Che, parece estar entregando en su ¿última película? su mejor expresividad cinematográfica, a través de un libro escrito por Scott Z. Burns, autor de la última Bourne con Matt Damon y colaborador suyo en Eldesinformante y Contagio. Girando alrededor del concepto de la adicción mundial a los medicamentos, especialmente de aquellos destinados a males vinculados a la psiquis y cómo la industria farmacéutica se aprovecha de ello, el film no hace una denuncia declarada al respecto, pero sí redondea un entretenimiento impecable. Una muerte sangrienta y un llamativo intento de suicidio dan el puntapié inicial de una intriga de enorme vibración física, psicológica y sensorial. Los notorios vínculos de los personajes con drogas medicinales de dudosa eficacia son el eje de la trama, pero también los misterios de la mente, el instinto criminal y un amor oculto, factores que se van entrelazando dando pie a disfrutables y narrativamente eficientes vueltas de tuerca. Por último un elenco estupendo que pone lo que tiene que poner amalgama todo, partiendo de la compleja composición de la genial Rooney Mara, un verosímil Jude Law y una Catherine Zeta-Jones diferente.
Jugando con tu mente En el prospecto de cualquier medicamento se aclaran siempre los “efectos colaterales” que puede producir la ingesta de esa medicación. En general son síntomas molestos, y en el caso de los psicofármacos, algunos de esos síntomas pueden ser peligrosos. Esa es la base de la propuesta de este nuevo filme del prolífico Steven Soderbergh, quien tras una historia de suspenso, expone los entretelones de la industria farmacéutica, su falta de límites, la exposición de la población a pruebas con medicamentos poco conocidos inducidos por sus médicos de confianza, que cobran abultadas sumas por semejante “colaboración”. Emily (Rooney Mara) es una joven que sufre de depresión grave. Su esposo Martin (Channing Tatum) acaba de salir de la cárcel, pero perdieron su casa y el suntuoso nivel de vida al que estaban acostumbrados. Por eso consulta al Dr. Banks (Jude Law), un psiquiatra que comienza el tratamiento recetándole una determinada medicación. Sin embargo eso parece no funcionar, ya que Emily tiene otro intento de suicidio, y le pide al médico que le cambie la droga por el “Ablixa”, un antidepresivo con un increíble despliegue de marketing, que promete “devolverle” la vida a los que lo toman. Sin embargo el “Ablixa” tiene un inconveniente efecto secundario en Emily. La película casi podría dividirse en dos partes: la primera que es la que focaliza en la denuncia sobre los entramados del poder y el dinero de quienes manejan los antidepresivos y los venden cual inocua panacea; y una segunda donde se centra en la historia de suspenso, en develar la trama y el por qué de los hechos que involucran a Emily. Tal vez se pueda criticar que esta segunda termina opacando a la primera, sin embargo el espíritu de denuncia no deja de estar presente. Soderbergh, quien hace tan poco decepcionó con “Magic Mike”, parece haber encontrado en este guión de Scott Z. Burns una historia que lo inspirara mucho más. Siempre con su iluminación amarillenta, y su manejo de cámaras como marca registrada, logra mantener un ritmo funcional a la intriga planteada, y por ende atrapa al espectador. Se destacan en especial la actuación de Jude Law, muy bien secundado por Rooney Mara. Un filme interesante, con una sociedad que busca la felicidad envasada e instantánea como trasfondo.
Peor el remedio En su despedida como cineasta, el director de “Traffic” regala un thriller con todas sus marcas. Camaleónica actuación de Rooney Mara. La manifiesta despedida de Steven Soderbergh de la dirección en cine -planea seguir haciendo TV, harto de los manejos de los financistas en Hollywood- es un trabajo que lo representa ciento por ciento. Efectos colaterales es un thriller en el que los personajes principales no son buenos ni malos, ni héroes ni villanos, son todos ambiciosos y han hecho -o harán- lo impensable para destrozar, arruinarse sus vidas. Son personajes ambiguos, sí, pero egoístas al extremo. La trama depara, como todo buen thriller, más que vueltas de tuerca en su desarrollo, sorpresas difíciles de prever. La historia se centra en Emily Taylor (la siempre camaleónica y sorprendente Rooney Mara). Cuando su marido (Channing Tatum) sale de la cárcel tras cuatro años en prisión por manejos fraudulentos, Emily se siente algo perdida. Se sube al auto en su garage, apunta a un muro, aprieta el acelerador y choca. En el hospital, por su intento de suicidio, la atiende el psiquiatra Jon Banks (Jude Law), quien ante la depresión de Emily le receta Ablixa, un antidepresivo en etapa de estudio. No tardan los efectos colaterales, al margen de las virtudes del medicamento que promueven los anuncios de la TV y la web. Somnolencia, sonambulismo, renovación del apetito y voracidad sexual. Y Soderbergh ahí sirve el thriller: se produce un asesinato. Los ataques y acusaciones a la industria farmacéutica están casi en primer plano, pero lo central más que la protesta es cómo se desenvuelven los personajes mencionados, más la psiquiatra que interpreta Catherine Zeta-Jones, que atendía a Emily y ha promovido las bondades y excelencias del remedio. Soderbergh ama los filmes corales. Desde sexo, mentiras y video, pasando por Traffic y la saga de La gran estafa, prefiere repartir protagonismo. También opta por no ahondar en la problemática farmacológica, y su denuncia es a los personajes tramposos del argumento. Si en el cine es hasta aplaudible que nos engañen, Soderbergh no lo hace. Las cartas están jugadas desde la primera toma, un paneo aéreo que termina en un edificio de Nueva York (¿qué es?) y sí juega con la percepción del espectador. Película de tensión, de climas, y de personajes, Efectos colaterales enlaza al espectador y si cuando se acerca a la resolución puede ser maniqueísta y algo simplista, el tono, la sequedad, los engaños e intrigas se sostienen. Es un thriller sin revólveres, sin balas, que se desarrolla tanto en la mente del espectador como en el mundo de la psiquiatría sin remedios.
Una virtuosa ¿despedida? Efectos colaterales empieza por el final. Las manchas de sangre que se ven por todo un departamento en la primera escena nos aseguran que algo trágico ha ocurrido (y, claro, ocurrirá en la laberíntica narración del film). Ese misterio sólo se resolverá al promediar el relato, pero es una de las tantas sorpresas que este ¿último? trabajo del director Steven Soderbergh (anunció que abandona el cine) tiene reservado para el espectador. El guión de Scott Z. Burns -habitual colaborador de Soderbergh- propone otra despiadada y cuestionadora mirada sobre la codicia y otras miserias del capitalismo más salvaje. Aquí, el mundo no se divide, como en la mayoría de los thrillers hollywoodenses, entre buenos y malos sino entre personajes que todavía conservan alguna mínima reserva ética y aquellos que están dispuestos a todo por dinero. La película tiene como protagonista a Emily Taylor (Rooney Mara, en otro trabajo perturbador y lleno de matices luego de La chica del dragón tatuado ), una veinteañera que trabaja como diseñadora gráfica en una agencia de publicidad neoyorquina. Casada con un financista (Channing Tatum), que ha ido a la cárcel por fraude, su vida transcurre entre depresiones e intentos de suicidio. Cuando su marido sale de prisión y ella inicia un tratamiento con un psiquiatra (Jude Law), quien le receta un medicamento aún en fase experimental, su situación parece estabilizarse. Pero se trata sólo de una ilusión pasajera. Ese es el planteo de la notable primera parte de Efectos colaterales , un film de neto corte alucinatorio que aborda la paranoia, los descensos a los infiernos íntimos de los cuatro personajes principales (a los tres citados se le suma una psiquiatra bastante perversa interpretada por Catherine Zeta-Jones). Soderbergh -un cineasta virtuoso que se encarga de dirigir a los actores, de la cámara, de la fotografía y de la edición de sus trabajos- ratifica una vez más su enorme ductilidad para la puesta en escena y para la creación de climas inquietantes. Si bien la segunda mitad no es tan convincente como la primera (la trama tiene demasiadas vueltas de tuerca y algunos golpes de efecto a-la- Atracción fatal ), el prolífico realizador de La gran estafa, Traffic y Erin Brockovich consigue una película que resulta atrapante y demoledora.
Side Effects es otro desvío en el largo camino de Steven Soderbergh hacia el retiro. Supone, en relación con sus últimas películas –Magic Mike, Haywire y Contagion-, un compendio de los principales defectos o virtudes de un director industrial muy prolífico que, aún ubicado en las antípodas del concepto de "autor", tiene claras marcas distintivas y se desenvuelve como una de las grandes incógnitas del Hollywood actual. En el primer contacto presenta a un ensamble de actores al frente de un tema "tabú", como pudo ser el tráfico y consumo de drogas más de una década atrás, lo mismo que el mundo de las escorts -con una ex actriz porno como protagonista- o el de los strippers masculinos, para hacer referencia a trabajos más recientes. Una mirada apenas más profunda encuentra las piezas claves de su fórmula, la cual le ha permitido estrenar una o dos producciones nuevas por año desde 1998. Esto es el desapego para con sus películas, el conformismo de un filmar canchero –ideal para una trilogía como la de Ocean’s- con el que parece decirle a la crítica que si él lo hubiese querido, lo hubiera hecho mejor. Su enfoque clínico no siempre lo deja bien parado, pero en aquellas películas que se benefician de él, funciona. Desde ya que lo hacen "hasta ahí"... de un tiempo a esta parte quedó claro que no habría otra gran película de Steven Soderbergh, pero porque él tampoco parece quererlo. En esta nueva entrega, quizás la anteúltima de su carrera y la última que vea una sala de cine siendo que Behind the Candelabra es para HBO, hay dos instancias claramente definidas en las que se conjugan los dos aspectos arriba mencionados del director. La primera parte, dedicada a hacer un estudio metódico de la sociedad de pastillas en la que se vive, con planteos a la industria farmacológica, se desenvuelve muy bien. En cierto sentido similar a Contagion –con la que comparte guionista- desde su enfoque frío y distante, triunfa a un nivel micro donde la otra caía con un estruendo desde lo macro. Aquí encuentra a una Rooney Mara con un sólido retrato de una joven víctima de una fuerte depresión, a un Jude Law que prueba haber hecho la transición actoral de seductor irrecuperable a adulto responsable con la mayor solvencia posible –como se vio en Anna Karenina-, y a un Channing Tatum –último fetiche del director- como una suerte de repetición de su Magic Mike, el agradable bonachón que hace algo moralmente incorrecto –ilegal, en este caso- para lograr salir adelante. Clave es el papel de Catherine Zeta-Jones, comodín que participa a ambos lados de la mesa las peores etapas de la partida. Su rol cobrará más peso a partir de que Soderbergh y Scott Z. Burns, el autor del guión, jueguen a ser Hitchcock y dejen que lo construido durante la mitad de la película empiece a cobrar menos peso. Casi pidiendo perdón a las farmacéuticas, el foco de atención pasa a ser la conducta de los psiquiatras, mientras se indaga en un misterio que va más allá de lo imaginado. Si bien suele ser un cumplido el afirmar que en una trama de suspenso no se supone lo que va a venir, en el caso de Side Effects es un arma de doble filo. Es una sorpresa permanente, si, pero también lo es porque los realizadores escribieron un argumento "desmontable". Como si se tratara de piezas de ensamblaje, se forma una estructura dramática que se sostiene por su cuenta, pero que vira de tono completamente a raíz de la incorporación de un acoplado de suspenso prefabricado, con revelaciones cada vez más hiperbolizadas y con el recurso gastado, empleado sin el mejor tino, de revisitar todo aspecto de la película pero desde otro ángulo. Con un tiro por elevación, Sodebergh conseguía desde un caso pequeño una crítica generalizada y lo hacía con éxito. El perder de vista el panorama más amplio para indagar más profundo en lo particular, lo lleva a desperdiciar mucho de lo conseguido en pos de un thriller de fórmula. Y ese es el verdadero efecto colateral.
Unas pastillas algo difíciles de tragar En lo que significa su despedida de la pantalla grande, el realizador estadounidense arranca con buen pulso, pero va perdiéndolo con la aparición de subtramas y personajes que diluyen la trama... y hasta pueden valerle acusaciones de misoginia. Hace tiempo –por lo menos desde su díptico sobre el Che Guevara, cinco años atrás– que Steven Soderbergh viene amenazando con su retiro del cine. Pero parece que ahora la cosa va en serio. Según dice, es cada vez más difícil en Hollywood conseguir financiación para llevar a cabo un proyecto. Y si lo dice él, que ha dirigido casi treinta películas en veinte años de trabajo, entre ellas algunas particularmente exitosas en boletería como Erin Brockovich (2000) o la saga de La gran estafa (2001-2007), adornadas con estrellas de la magnitud de Julia Roberts y su amigo (y muchas veces coproductor) George Clooney, algo de cierto debe haber. Antes de dedicarse al teatro y la pintura de caballete, a Soderbergh todavía le falta estrenar –muy probablemente en Cannes– su telefilm Behind the Candelabra, con Michael Douglas como el escandaloso Liberace y Matt Damon como su amante. Pero es una pena que por ahora la despedida sea con estos Efectos colaterales, una película menor en una filmografía que –hay que reconocerlo– no se caracteriza por contar con demasiados títulos mayores. Hombre de fidelidades reconocidas (empezando por casa: él suele ser su propio editor y director de fotografía, algo inusual en Hollywood), Soderbergh volvió a colaborar aquí con Scott Z. Burns, el guionista con quien ya había trabajado antes en El informante (2009) y Contagio (2011). Pero si aquellas películas se caracterizaban por su economía narrativa y capacidad de síntesis, no es precisamente el caso de Side Effects, que empieza como un buen thriller y termina complicándose innecesariamente y rizando demasiado el rizo. El punto de partida es alentador, con la clásica escena de un crimen, no por típica menos promisoria: las profusas huellas de sangre en la moquete de un modesto departamento de Manhattan. A la manera del viejo film noir de los años ’40, que tan bien –y de forma tan onírica– manejaba los flashbacks, el relato se retrotrae a unos meses atrás, cuando Emily Taylor (Rooney Mara, aquí sin tatuajes) se pinta los labios con un rojo profundo equivalente al que acaba de verse en el piso de su casa. Es que va a buscar a su marido, Martin (Channing Tatum), a la cárcel. Pero su libertad condicional no parece hacerla precisamente feliz. Por el contrario, cae en una depresión de la que ya tenía antecedentes. Es ahí cuando entra en escena el doctor Jonathan Banks (Jude Law), un ambicioso psiquiatra que, no conforme con su agotador trabajo en el hospital, también atiende en su consulta privada y se gana unos dólares extra como asesor farmacéutico. Todo para pagar un lujoso loft en el Soho y el oneroso colegio privado de su hijo. Ya se sabe: Nueva York es una ciudad muy cara. Pertenecer tiene sus privilegios, pero también requiere sus sacrificios. Después de tratar a Emily con una batería de drogas que no hacen sino empeorarla, Banks decide probar con ella un nuevo medicamento del laboratorio para el que casualmente trabaja y que promete ser una nueva panacea universal: Ablixa. La omnipresente publicidad de Ablixa por todo Manhattan no sólo aporta una sensación pesadillesca, como si toda la ciudad viviera drogada. También da una idea de los poderosísimos intereses económicos que están en juego en la medicina contemporánea. Cuando parece que el guión de Burns va a trabajar en esa dirección, vinculando violencia familiar con ambición corporativa y capitalismo salvaje, de pronto se desvía y empieza a complicarse con otros rumbos y personajes. Del pasado de Emily aparece la misteriosa doctora Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones), que parece guardar más de un secreto (¿Victoria’s Secret? ¿De allí viene el nombre de su personaje?), vinculado no tanto con la historia clínica de su paciente como con sus elecciones sexuales. Las vueltas de tuerca se suceden sin solución de continuidad, los villanos pueden pasar a ser víctimas y las víctimas villanos, con la posibilidad sin embargo de que no todo sea necesariamente así, porque tanto Burns como Soderbergh juegan con cartas marcadas y le hacen más de una trampa al espectador. Más directa, menos ambiciosa, La traición (2012), uno de los últimos Soderbergh, protagonizado por la experta en artes marciales Gina Carano, probaba que cuando el director decidía divertirse era capaz de sacar agua de las piedras. Y, de paso, que podía hacer una película feminista con un material dirigido a priori al público masculino. Mientras que uno de los efectos colaterales de Side Effects es que no va a faltar quien acuse –con toda justicia– a su película de despedida de misoginia en primer grado.
Una denuncia que no pasa del ingenio El supuesto último trabajo del director Steven Soderbergh, que acaba de anunciar su retiro de la industria del cine, se centra en una historia que investiga los intereses ocultos de los laboratorios y los manejos de los médicos. Steven Soderbergh no para de filmar, y aunque haya anunciado su retiro, éste aun no se siente en los cines. Y hay que sumarle a eso que los caprichos de la cartelera local han permitido que en menos de un mes se estrenaran dos de sus películas. Magic Mike apareció en la cartelera y tres semanas más tarde llega Efectos colaterales. En un comienzo, esta nueva película parece estar en un tono más serio y profundo. Con el antecedente de Traffic –título que le valió a Soderbergh el Oscar a mejor dirección– se podría pensar que esta película tiene como objetivo la denuncia. Y algo de denuncia tiene, hay que reconocerlo. La historia que cuenta es la de una pareja que intenta reconstruirse luego de que él (Channing Tatum) sale de la cárcel, encerrado por tráfico de influencias. Pero la felicidad del reencuentro tiene su lado oscuro y ella (Rooney Mara) da señales de depresión. Un intento de suicidio la llevará a un psiquiatra (Jude Law) que conoce en la guardia, y allí se abre una interesante puerta para denunciar el manejo irresponsable de la medicación. Los intereses de los laboratorios, los arreglos con los médicos, y la irresponsabilidad de medicar sin medir las consecuencias parecen ser el centro de la trama. Y lo son, claro, hasta cierto punto. Hasta ese punto, la película es atrapante y expone dilemas éticos que hacen que la historia atrape más allá del suspenso. Al parecer, Soderbergh se conforma con esa piedra lanzada al comienzo y no lo lleva más allá. Creerá, tal vez, que alcanza con eso. Y alcanzaría, si la película no empezara a dar vueltas, cada una menos interesante que la anterior. Por suerte la caída de la película se produce en el último tercio y no arruina todo lo logrado, simplemente lo diluye. La actuación de Jude Law es lo que ayuda a sostener hasta el final Efectos colaterales. Su trabajo –muy superior al del resto del elenco– le otorga seriedad a un guión que la va perdiendo. Es una pena, porque aun en su condición de denuncia la película funcionaba como entretenimiento. Pero deja la denuncia y la sutileza de lado para lanzarse al efecto y el efímero golpe que sorprenda al espectador. Cambia inteligencia por ingenio y sale perdiendo, aun cuando no llegue a derrumbarse del todo. Al final, entonces, Efectos colaterales resulta divertida pero intrascendente.
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Notable "thriller" psicológico Más allá de ciertas complejidades de la trama, que producen algún desasosiego, la música acompaña las acciones con buen ritmo y un tufillo hitchcockiano enrarece gratamente el ambiente. Nadie podía imaginar que una pareja tan atractiva como la formada por Emily (Rooney Mara) y Martin (Channing Tatum) tenía problemas. El es un prestigioso ejecutivo; ella, la esposa ideal de un hombre exitoso. Tampoco él podía pensar que determinadas informaciones empresarias se convertirían en más que una amenaza para la compañía con la que competían y que la cárcel sería el natural refugio de su audacia. Así, lo perfecto se deteriora y la mente afectada de la pobre Emily, con el paso del tiempo, necesita la asistencia de un psiquiatra como el médico Jonathan Banks (Jude Law), otro exitoso profesional, que le receta paraísos en forma de pastilla, publicitados como Ablixa. Un entorno de laboratorios farmacéuticos dadivosos, sus lujosas reuniones para sus médicos obsecuentes que sólo piensan en recetar lo que les indican las empresas, crean una telaraña alrededor de pacientes, médicos y enfermedades. Pero los medicamentos no sólo matan, pueden, al potenciar la depresión, ayudar a la destrucción, por eso Emily está caminando sobre la cuerda floja. RECURSOS NARRATIVOS Steven Sodenbergh ("Traffic") con su habitual elegancia de estilo, genera un "thriller" bastante impactante, con recursos genuinos en los primeros momentos, que tiende, en la segunda parte, a enrarecerse, desbordar lo hasta el momento creíble y verosímil y entrar en una complejo entramado que se disfruta, sin creerlo demasiado. Hasta los mismos personajes, de aparentemente clara psicología inicial, asumen conductas predecibles y cercanas a los lugares comunes, que no se pensaban encontrar en el clásico policial del comienzo. En cuanto al ámbito de denuncia de laboratorios de la primera parte, se esfuma en la segunda donde apunta a objetivos menos comprometidos. A pesar de algunos oscurecimientos temáticos, el dominio narrativo del director y excelentes actores como la sugestiva Rooney Mara (Emily); el versátil Jude Law (Jonathan Banks) y la contundente Catherine Zeta-Jones, en el papel de Victoria Siebert, la médica cínica, sacan adelante la historia. Más allá de ciertas complejidades de la trama, que producen algún desasosiego, la música acompaña las acciones con buen ritmo y un tufillo hitchcockiano enrarece gratamente el ambiente.
Soderbergh original y también algo retorcido Algo que diferencia a Steven Soderbergh de otros directores, no sólo es su enorme productividad (filma más de una película por año) sino también la diversidad de temas que abarca. Hace muy poco se estrenó entre nosotros un original film sobre strippers masculinos, la excelente "Magic Mike", y ya tenemos otro film del autor de "Sexo mentiras y video" en los cines argentinos. En este caso se trata de un thriller más bien extraño y retorcido, que empieza como un drama sobre los efectos no deseados de los medicamentos antidepresivos. Channing Tatum era un ejecutivo exitoso hasta que lo detuvieron por tráfico de influencias. Luego de cuatro años en la cárcel, sale en libertad, pero su joven esposa (Rooney Mara) que perdió todo cuando su marido fue a prisión, no puede salir de un estado depresivo que la lleva a un sorpresivo intento de suicidio estrellando su auto contra el muro de un estacionamiento. Jude Law es el psiquiatra que la atiende en un hospital de emergencias y luego la toma como paciente, recetándole distintas pastillas hasta que ella le propone una nueva marca de antidepresivo publicitada masivamente, que parece hacerle mucho mejor, salvo por los efectos a los que se refiere el título. El guión fragmentado no ayuda al buen ritmo de la película, que tampoco se decide hasta bien pasada la mitad en cuanto a género y tema a desarrollar. Antes de que se transforme en un trhiller, con el psiquiatra intentando que no lo culpen de mala praxis, sospechando que lo hicieron caer en algún tipo de trampa para concretar un fraude, el argumento describe de manera muy sagaz al mejor estilo del director- una sociedad empastillada, donde por lo bajo todo el mundo consume algún tipo de psicotrópico y hasta la mujer del médico se siente afortunada de que su marido le pueda hacer recetas a discreción. Pero, al final, el film es un thriller original, sin duda pero un poco raro- y si la película se sostiene como unidad es básicamente debido a la excelente dirección de Soderbergh y la solidez de todo el elenco, empezando por un brillante Jude Law. Una mención aparte merece la excelente banda sonora de Thomas Newman, que le da el clima adecuado a cada escena.
The last picture show Efectos Colaterales puede significar la última película de Steven Soderbergh. El director de Traffic (2000), La Gran Estafa (Ocean's Eleven, 2001) y Contagio (Contagion, 2011), entre muchas otras, anunció que a sus cortos 50 años se retira de la dirección cinematográfica. Aunque no parece muy probable que sea verdad, o mejor dicho, es probable que sea verdad hoy pero no mañana. En su supuesta última incursión en el cine, Steven Soderbergh hace una película desconcertante, y este desconcierto le juega tanto a favor, al momento de construir un Thriller donde el factor sorpresa toma relevancia, como en contra. Inicialmente, y ayudada por el nombre y el tráiler, la película se nos presenta como una fuerte crítica al rol de las farmacéuticas en esta sociedad donde los medicamentos psiquiátricos son un condimento del que se abusa para sobrellevar la vida, esa vida que no llena, que no es como uno la imagina. Emily (Rooney Mara) es una joven inestable que, al salir su marido (Channing Tatum) de prisión, comienza a sufrir una depresión que la lleva a un intento fallido de suicidio. Es ahí donde se comienza a tratar con el Dr. Banks (Jude Law), un psiquiatra que la medica y que deberá contactarse con la anterior psiquiatra de Emily (Catherine Zeta-Jones) para conocer sus antecedentes. A esta altura están todos los personajes del poster presentados. Para acentuar la idea de que nos encontramos ante una película de denuncia, el guionista es Scott Z. Burns, el mismo de Contagio, que parecía querer volver a realizar una película de esas que toman un tema importante que afecta a la sociedad para explicarlo, para desenmarañar esa red de la que todos somos parte pero que nadie conoce (hasta que vemos una de estas películas y comprendemos). Toda esta parafernalia se termina cuando la protagonista comete un asesinato bajo los efectos de las drogas. Desde ahí se construye un thriller lleno de mentiras y la película toma un rumbo que no esperaba. El punto cambia, lo que parecía una crítica ahora deja de serlo. La película ya no señala el problema, ya no se preocupa por emitir un juicio sobre el asunto, solo se limita a utilizarlo como un medio para el desarrollo de la trama. Los personajes dejan de ser juzgados, no existen los buenos y los malos realmente, existen solo los inocentes y los culpables de este caso específico. El thriller comienza y funciona, aunque depende de este desconcierto inicial y de una más que rebuscada verdad. Finalmente se desenmascara un poco rápido y asigna demasiado tiempo a una conclusión, que asume sorpresiva, pero que se convierte en la más lógica ya conocidos los hechos. Steven Soderbergh, luego de una no muy extensa pero prolífica carrera, le pone fin con una insinuación aleccionadora que felizmente desemboca en un thriller sin reflexiones de sobra.
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El juego de los “engaños” “El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía” – Verbal Kint ¿Realmente piensan que Steven Soderbergh se va a retirar de la pantalla grande? O sea, habiendo conseguido una prolífica carrera de films personales, comerciales, experimentales, oscarizables, cuesta creer que Steven Soderbergh diga “Adiós” con un thriller tan convencional; que el tipo que se creyó el rey del mundo con la sobrevalorada Traffic, y que fue completamente obviado por Vengar la Sangre, que se animó a realizar una adaptación estadounidense de la novela Solaris, compitiendo ni más ni menos con Tarkovsky, que puso a los galanes y figuras más rutilantes de Hollywood a reírse de sí mismos – y un poco del público – con la saga de Danny Ocean, se vaya a retirar del mundo del cine con un producto que solamente se deja ver un sábado a la noche en el cable cuando no hay ninguna otra opción decente para entretenerse. El pretencioso Soderbergh se retira. Claro, queda la supuestamente polémica biopic sobre la vida del pianista Liberace con Michael Douglas en la piel del controversial músico y Matt Damon como su pareja. Pero es para HBO. Efectos Colaterales confirma la mediocridad y falta de imaginación del realizador. No es que se trate de un producto malo, sino que se trata de un thriller “que ya se hizo antes”, que pretende sorprender con el truco más viejo de todos: las vueltas de tuerca, engañar los ojos del espectador que se “enamora” de un personaje y después lo va revelando como un mentiroso, un fabulador, que va en pos de una meta concreta: ganar dinero y poder. Quizás, Efecto Colaterales, sea la declaración de Soderbergh, confirmar que él, al igual que su protagonista son personajes engañosos, capaces de hacernos creer cualquier cosa gracias a la manipulación que produce el montaje. Porque el guión de Scott Z. Burns tiene lo suyo. En principio parece que estamos ante un film político, de denuncia contra las empresas farmacológicas, pero no, a medida que el protagonista masculino, el psiquiatra que interpreta con bastante soberbia Jude Law, va revelando el misterio de la paciente que le tocó en suerte analizar, nos vamos encontrando con un clásico thriller psicológico… sobre psicólogos dicho sea de paso. Los efectos colaterales de una droga, no solo repercuten en el cuerpo de la protagonista, sino en la vida de todos los que están a su alrededor. Y así, combinando elementos de Cuéntame tu Vida de Hitchcock, La Verdad Desnuda, de Gregory Hoblit – film donde descubrimos el talento de un joven Edward Norton – o cierta sensualidad de Brian De Palma – obsesiones que parecen calcadas de Hermanas Diabólicas o Femme Fatale – este último film se convierte en una caja de sorpresas, donde nada es lo que parece… excepto el personaje de la psiquiatra interpretada bastante fallidamente por Catherine Zeta Jones, que revela su personalidad desde un principio. Y aún así, aunque el truco sea viejo, aunque las mentiras terminen teniendo una explicación forzada, hay que admitir que también se trata de uno de los films menos pretenciosos de su director. O sea, no se trata de una obra que ande buscando un Oscar, ni que busque el éxito de taquilla. Sus figuras, más allá de ser bastante reconocidas, no consigue un status de “estrellas” que garanticen un rotundo éxito de taquilla. Visualmente la foto y cámara de Peter Andrews (seudónimo del propio realizador) ayudan a crear una atmósfera extraña, sostenida por un clima tan oscuro como las nubes que constantemente están sobre la cabeza de los protagonistas. La música, también enfatiza esta densidad, y el suspenso está bien dosificado. Como guión de David Mamet, lo que pensamos que puede tratar de una historia de amor, deriva en un crimen, que deriva en una estafa, donde la bolsa de valores y la crisis del 2008 están también involucradas a modo de excusa. Puede ser que muchos espectadores se sientan estafados, con algunas de las vueltas de tuercas, sin embargo el guión está bien estructurado. El problema, la mayor falla es el tono. Si Soderbergh no hubiese querido hacer algo tan “correcto” y “serio”. Si se lo hubiese tomado en forma más lúdica, pensando en el espectador, en el efecto colateral que produce en la psiquis del espectador el engaño, aludiendo al género negro – un poco en la línea de Hitchcock, De Palma, Mamet o el Bryan Singer de Los Sospechosos de Siempre - y no prestando tanta atención a lo discursivo, a explicar el argumento al espectador en forma lenta para que nadie se quede afuera, posiblemente estaríamos ante un producto más trascendente. Pero a Soderbergh el humor no le sale en forma natural, y en su pretenciosidad consigue… esto. Un film medianamente entretenido que podría haber firmado cualquier director con un poco de oficio. Sí, en este caso, el guión de Burns se destaca sobre la dirección y aporta mucho la participación de Rooney Mara, el maravilloso descubrimiento que hizo David Fincher en La Red Social y que consiguió atención con su sensible Lisbeth Salander de La Chica del Dragón Tatuado (versión USA). La joven actriz consigue con éxito seducir a los intérpretes y a espectador con su inocencia, carisma y belleza. Esos ojos que ocultan todo un mundo, pero que proporcionan convencernos que estamos ante una joven inocente, son parte esencial del “engaño Soderbergh”. Y así, este thriller que combina psicólogos jugando a los detectives – digamos que Jude Law interpreta una variante contemporánea de su Dr, Watson – denuncia económica y juegos de espejos, se deja ver. Sin embargo, el mayor engaño no pasa tanto por el argumento, sino por una sensación final, de que no estamos frente al último film de Soderbergh y todo se trata de un efecto secundario de una droga llamada Hollywood, que nos obliga a creernos cualquier chimento que ande dando vueltas. Lamentablemente, tenemos Soderbergh para rato.
¿Será realmente la última película de Soderbergh? Steven Soderbergh es sin lugar a dudas el más prolífico de los directores norteamericanos, superando incluso en los últimos 24 años, desde su auspicioso debut con “Sexo, mentiras y video”, a Woody Allen. A diferencia del realizador de “Medianoche en Paris”, su carrera es algo irregular con algunos otros films destacables (“La gran estafa”, “Erin Brokovich, una mujer audaz”, “Traffic”, “King of the Hill” – no estrenado) y otros de discreto nivel. Soderbergh ha declarado que “Efectos colaterales” (“Side Effects”) su largometraje número 27, será su última película. Posiblemente se trate también de una de las más logradas gracias a un atrapante guión de Scott Z. Burns, que ya lo acompañó en obras recientes como “Contagio” y “El desinformante” (no estrenada en cine). Se trata de un thriller, aunque encuadrarlo así quizás resulte algo reduccionista por lo que se podría ampliar la definición de género a “thriller psicológico” que haría más justicia a la propuesta. De hecho dos de los cuatro personajes centrales son psiquiatras, mientras que la mujer en la cual está centrada la acción presenta un típico cuadro de trastorno bipolar. La primera escena gira alrededor del personaje de Emily Taylor Rooney Mara), en los instantes posteriores a la muerte de una persona, como lo revela la cámara al mostrar un piso cubierto de sangre aunque sin identificar al occiso. Inmediatamente la acción retrocede tres meses atrás, momento en que el marido de la joven (Channing Tatum, visto hace muy poco en “Magic Mike” film inmediatamente anterior de Soderbergh) sale de prisión luego de cuatro años por una condena por estafa. El reencuentro parece restablecer la armonía en el hogar de los Taylor, pero poco después ella sube a su auto en un garage y se estrella deliberadamente contra una de las paredes del estacionamiento. Va a parar a una clínica y quien la atiende es el Dr. Jonathan Banks, otra acertada actuación de Jude Law (“Ana Karenina”). Comienza entonces una serie de prescripciones de píldoras antidepresivas, algunas en experimentación, con las habituales oscilaciones en el estado anímico de la joven. Habrá así dramáticas situaciones como las que ocurren en una estación de subte, una fiesta en un barco y en su lugar de trabajo – una agencia de diseño gráfico. La trama se vuelve algo más compleja cuando aparece otra psiquiatra (Catherine Zeta-Jones), que es contactada por el Dr. Banks al descubrir éste, que había tratado a su paciente anteriormente. El tema de las drogas contra la depresión cobra relevancia a medida que la historia avanza y los efectos colaterales, de allí el título, jugarán un rol decisivo en la última mitad del film. Naturalmente el espectador potencial agradecerá que no se revele mucho más ya que hay aún varias sorpresas que son las que hacen atractiva la propuesta. Digamos sólo que por haber sido el psiquiatra quien prescribiera los medicamentos y otros tratamientos, automáticamente pasa a tener responsabilidad incluso penal en el comportamiento de la paciente. Pero además su relación familiar particularmente con su esposa, que interpreta muy bien Vinessa Shaw (“El tren de las 3:10 a Yuma), se deteriora. El final quizás no esté la altura del resto y ello en parte por cierto desnivel actoral sobre todo en Catherine Zeta-Jones. En cambio lo de Rooney Mara es absolutamente destacable confirmando su crecimiento desde que David Fincher la descubriera con “La chica del dragón tatuado” y antes en un rol menor en “Red social”. Ella sola puede justificar la visión de “Efectos colaterales”, que esperemos no sea la última película de Soderbergh.
La narración y puesta aséptica cercana a los primeros trabajos fílmicos del director de TRAFFIC se fusionan con una trama entreverada, en donde nada es lo que parece, y que la emparenta con el cine de BRIAN DE PALMA. Un verdadero rompecabezas, un argumento tan retorcido como asombroso.
La receta del engaño Si es verdad que Steven Soderbergh se retira de la dirección después de Efectos colaterales, lo habrá hecho con una de sus mejores películas, una historia en la que nunca se sabe qué extraño giro va a dar la trama. Al principio parece una nueva versión de un tema que había tratado en Contagio, como director, y en Michael Clayton, como productor: la incidencia del negocio de los laboratorios en la vida cotidiana, ahora con el foco puesto en los psicotrópicos. Pero la cosa no va por ese lado, y aunque la idea de un complot de grandes corporaciones médicas queda en estado latente, el eje de los conflictos se va moviendo de modo tal que las incógnitas siempre son respondidas con nuevas incógnitas. Todo empieza con una mujer deprimida: Emily Taylor (una irreconocible e impresionante Rooney Mara), que tras una tentativa de suicidio, cae en manos del psiquiatra Jonathan Banks (Jude Law). Ella intenta rearmar su vida con su esposo que acaba de salir del prisión, pero no lo consigue. Luego de recetarle diversos antidepresivos y de consultar con la psiquiatra anterior de Emily, la doctora Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones), el doctor le recomienda un nuevo medicamento cuyos efectos secundarios resultan fatales. Virtuoso en el arte de contar historias con imágenes, Soderbergh juega aquí no sólo con la mente de sus personajes, cuyas emociones recorren todo el espectro que va desde la paranoia desesperada hasta el cálculo perverso, sino también con la mente del espectador. Al igual que en los trucos de magia, no se trata de ilusiones ópticas sino de ilusiones mentales. Cuando más atento está uno, más fácil le resulta al mago engañarnos. ¿De qué vale tener los ojos bien abiertos cuando se es empujado a toda velocidad por un laberinto? Sin embargo, por compleja que sea a la trama, otra virtud de Soderbergh es desarrollarla a través de una narración muy simple, casi lineal, salvo por dos o tres saltos temporales y la misma cantidad de flashbacks. Ya demasiado extraño es el mundo como para complicarlo aún más con un relato enrevesado. No hay lecciones de ética en Efectos colaterales, pues la búsqueda de equilibrio que se percibe en sus múltiples desequilibros está en función de la historia que cuenta y no de una idea de justicia humana o divina que la precede. Sí, en cambio, hay una interesante reflexión acerca de que la conciencia altera la realidad de una manera mucho más radical que cualquier psicotrópico.
Steven Soderbergh, que amenaza con retirarse como director, instala una trama que atrapa al espectador en una historia de sangre, muerte, depresiones y medicamentos para combatirlas. La industria farmacéutica, cuestionada, y un thriller que estremece y entretiene al mismo tiempo. Rooney Mara, Jude Law y Catherine Zeta Jones, en una danza macabra.
Hace un par de semanas (y sin pena ni gloria) pasó por las carteleras un ejemplo del Steven Soderbergh “ligero”, Magic Mike. Esta semana tenemos un ejemplo del “denso”: pareja rica, él cae en desgracia, ella se deprime, toma un nuevo remedio y la cosa se desmadra para el lado del thriller entre la denuncia y el sexo. Para decirlo claro, Soderbergh vuelve a hacer profesión de moralista y de señor que odia a los ricos (aunque él mismo lo sea). Telenovela mala pero trascendente. Cine, cero.
Excelente thriller con giros brillantes Con actuaciones realmente destacables (principalmente de Rooney Mara), Efectos colaterales se mete en la piel del espectador gracias a su laberíntico relato, a un pasaje de acontecimientos turbios, sombríos y a unas excelentes vueltas de tuerca que hacen al film tan impredecible como hipnótico. Oscura, retorcida e intrigante, la película reúne todos los condimentos justos y necesarios que deben tener los buenos thrillers psicológicos. Sostenida bajo una dirección impecable de Soderbergh (¿su última labor cinematográfica?), la narración no hace más que mantener al público firme y plenamente enfocado en la pantalla. La protagonista de La chica del dragón tatuado vuelve a acaparar todas las miradas encarnando a una joven diseñadora gráfica con serios problemas depresivos e intentos de suicidio. Cuando su marido (Channing Tatum) sale de prisión, ella empieza a tratarse con un psiquiatra (Jude Law) que le receta diversos medicamentos, tratando de dar en la tecla exacta que genere estabilidad emocional en la paciente. El director, sumamente hábil, le imprime una tensión y un clima tan enigmático a la cinta, que cuando se revela el misterio nos deja la mente ocupada largos minutos en ello, dado el ingenio y los magníficos giros que se van dando desde el desarrollo al final de la proyección. Efectos colaterales cumple claramente con su objetivo; sin recurrir a disparos y secuencias de acción, sabe entretener y generar un estado de concentración supremo en el espectador, quien probablemente no se la pueda quitar de la cabeza. LO MEJOR: hipnótica, intrigante, un thriller con todas las letras. Rooney Mara, excepcional. Jude Law. LO PEOR: alguna que otra pequeña resolución que podría ser algo más pretenciosa. PUNTAJE: 8
Carta por el retiro Estimado Steven Soderbergh: En realidad no sé a cuál Soderbergh le estoy escribiendo, porque estoy convencido de que usted es como Harvey “Dos caras” Dent, o como Dr. Jekyll/Mr. Hyde, pero aplicado al cine: puede pasar de lo independiente a lo mainstream, de lo interesante a lo intrascendente, de lo inteligente a lo idiota, de lo coherente a lo incoherente, de lo profundo a lo superficial, de lo estimulante a lo indignante. No deja de ser extraño que mis dudas aumenten a medida que usted acumula obras. En ninguna de ellas le puedo dejar de reconocer oficio, capacidad para la puesta en escena y habilidad para narrar. Y es por eso que se genera en mí, como espectador y como crítico, toda una paradoja: no deja de llamarme la atención su agudeza y voluntad de quiebre en filmes como Che: el argentino, Che: guerrilla y El desinformante, pero también su pereza e hipocresía creativa en Traffic o la trilogía de La gran estafa. Y aquí llegamos a Efectos colaterales, que supuestamente es su despedida. ¿En serio es su despedida? ¿De verdad? ¿Posta? No me estará macaneando, ¿no? Digo, porque ya venía amagando con retirarse desde Ahora son trece, pero eso fue hace seis años… ¡y en el medio hizo diez películas! Pero bueno, debo decir que la primera mitad de Efectos colaterales no deja de ser interesante. Usted le incorpora cierto nervio y claustrofobia al relato centrado en Emily (Rooney Mara), su incapacidad para superar la depresión a pesar de que su esposo, Martin (Channing Tatum), salió de prisión, y los efectos secundarios que generan en ella los medicamentos prescriptos por su psiquiatra, Jonathan (Jude Law). La narración busca deliberadamente la incomodidad en el espectador, sin resignar un alegato social sobre los manejos de las compañías farmacéuticas y las hipocresías profesionales de los médicos. Ahora, en un momento se produce un quiebre en la trama -que pasa a estar focalizada en el personaje de Jonathan-, y a la película le pasa algo similar a Contagio, que arrancaba criticando fuertemente a las instituciones públicas y privadas, para luego hacer un giro totalmente arbitrario y terminar reivindicándolas. Acá es aún peor: no sólo las instituciones a nivel familiar, judicial y de la salud quedan a salvo, sino que para que eso suceda, el film se convierte en un vehículo de actitudes machistas, homofóbicas y hasta misóginas. Las mujeres terminan siendo vistas como manipuladoras, mentirosas, materialistas o a lo sumo tontas. Incluso actitudes tramposas realizadas por personajes femeninos en los minutos previos y totalmente desacreditadas, son avaladas cuando las hace Jonathan. ¿Qué quiso hacer, señor Soderbergh? ¿Para qué reactualizar el tono de anteriores exponentes del machismo prestigioso, como Atracción fatal? ¿Por qué tantas vueltas de tuerca inverosímiles, que hacen recordar a cintas que ya ni siquiera se exhiben en el cable, como Sin rastro (que, oh casualidad, estaba escrita y dirigida por el guionista de Traffic)? ¿Qué pasó con el cineasta que concibió La traición? Ese era un film que conseguía presentar a una mujer en un relato de acción que no se tenía que convertir en un macho para pelear, disparar y enfrentarse a diversos obstáculos. Allí la acción se convertía en mujer de la mejor manera posible. En Efectos colaterales no. Ahí todo es conservadurismo vendido como independencia. Me dan ganas de decirle que no es forma de despedirse, señor Soderbergh. Que por ahí le conviene filmar algo más, para que su última obra termine siendo cerrando su carrera de forma más decente. O quizás no, tal vez lo mejor sea que se retire ya, sin vueltas. Cuando tengamos que recordar algo suyo, veremos La traición, El desinformante, el díptico del Che, Sexo, mentiras y video. Y ya está. El resto que quede en un piadoso olvido. Atentamente.
Celos y Pastillas Thriller farmacéutico, que arranca con todo y al final se pone confuso, pero mantiene el interés. Historia de una muchacha que cae bajo una aguda cuadro depresivo cuando su esposo sale de la cárcel. El psiquiatra le da pastillas, pero la cosa no mejora. Entonces decide probar con un nuevo medicamento. Y se pudre todo. ¿Mala praxis? ¿Laboratorios desalmados? ¿Amores torcidos? El tema daba, pero Sorderbergh deja cabos sueltos y el filme pasa del juego de intereses a una turbia historia de amores enfermos. Hay celos de todo tipo, pero al final nadie sabe qué pasa. Soderbergh (“Erin Brockovich”, “Traffic”) ha dicho que con este filme se despide del cine. Es una pena, porque es un realizador talentoso que ha mostrado pulso firme y energía para retratar gente intensa.
Antídotos del abismo ¿Será cierto que Steven Soderbergh tendrá una despedida definitiva en la dirección cinematográfica luego de Efectos colaterales y se embarcará 100% al mundo del teatro y la televisión? Quien sabe sobre este laureado director estadounidense, que alzó su Oscar de la Academia al mejor director por Traffic (2000). El thriller que acaba de lanzar sería una despedida con gloria, a la altura de sus mejores películas como la debutante Sexo, mentiras y video (1989) o Erin Brockovich (2000). En esta ocasión, Soderbergh craneó un filme que gira en torno al uso de antidepresivos y sus temibles consecuencias. Los trastornos mentales, la bipolaridad imanta, como el gran papel de Rooney Mara (La chica del dragón tatuado), en el papel de Emily Taylor, quien puede recordar por momentos a aquella inolvidable interpretación del por entonces debutante Edward Norton en La verdad desnuda (1996) con Richard Gere. Pero volviendo a nuestra protagonista, Emily es una joven a la que la vida le sonríe, ama a su pareja Martin (Channing Tatum), tiene salud (por el momento), dinero (también esporádico) pero en un segundo todo se desmorona a sus pies cuando las oscuras actividades de su chico son descubiertas: manipulación ilegal de dinero de una financiera. A la cárcel. Golpe al mentón. Hasta ese momento, el guión de Efectos colaterales hace presión sobre la apesadumbrada Emily quien está al borde del abismo y ve el suicidio como la solución definitiva. Pero fracasa. Debido a su inestable comportamiento (y ante la desesperación por no ser hospitalizada), ella accede a seguir un régimen de terapia… y antidepresivos, el eje del conflicto del filme. Bajo su cuidado está el psiquiatra Jonathan Banks (Jude Law) quien le prescribe una nueva pastilla de la discordia: un medicamento cuyos efectos secundarios son puestos en tela de juicio. De allí en más, Soderbergh se mete cinematográficamente tanto en la mente del profesional como en el accionar de la joven Taylor. Es audaz. Por un lado, el psiquiatra quedará atrapado bajo la inquisidora mirada de los medios y la sociedad. Lo verán como el culpable. En otro costado, como si la vida que los unió los enfrentase, Emily matará. Y nadie, incluida ella, parece conocer los motivos. Todo es confusión, una constante en la segunda parte del filme. Efectos colaterales también se sumerge –superficialmente- en el teje y maneje de una de las industrias más rentables del planeta: la farmacéutica con los consabidos arreglos entre empresarios para adquirir tal o cual medicamento. Una red de traiciones (varias veces un poco complicada de seguir) sumará a la trama a una terapeuta rival de Banks (encarnada por la siempre seductora Catherine Zeta-Jones) que atendía a Emily años atrás. En una entrevista Jude Law, quien jamás había trabajado ni conocía a CZJ, Chaning o Rooney dice que con esta película se respetará la profesión del psiquiatra. “Vi el modo delicado en que trataban a pacientes con un asombroso grado de disconformidad y dolor”. ¿El fin de Soderbergh?
Al filo y en las trampas de la ficción Anunciado como su último film, "Efectos colaterales" se presenta como un hipnótico thriller que nos conduce por oscuros pasadizos que conectan perversos intereses del mundo de la medicina con insomnes historias de sus protagonistas. Aún sin estrenarse en nuestra ciudad, "Magic Mike", cuyos afiches están presentes en numerosas salas, y que nos lleva a uno de sus protagonistas, Channing Tatum, nombre clave del que se ha estrenado esta semana y que es hoy es motivo de nuestro comentario crítico, "Efectos colaterales" se anuncia desde la misma voz de este realizador, Steven Sodebergh, nacido un 14 de enero de 1963 en la ciudad de Atlanta, en el estado de Georgia, como el último de su carrera cinematográfica; ya que, cansado de lidiar con los productores considera que es casi imposible seguir sosteniendo un discurso autoral. Como señálabamos es Channing Tatum el actor que en "Magic Mike", film ya dado a conocer en salas en Capital, asume un rol decisivo, como en el film que hoy nos ocupa. Y en el precedente, modelado desde su propia biografía, compone a un obrero que de noche trabaja como stripper en un club nocturno para mujeres de todas las edades. A sus treinta y dos años, el actor, desde este film pasó a interpretar otros roles, y ahora asume un perfil nítidamente dramático en "Efectos colaterales; film, que a veinticuatro años de aquel, el primero de Soderbergh, "Sexo, mentiras y videos", se abre como un "film noir", en un escenario neoyorquino, a través de una ventana, con manchas de sangre. Si "Magic Mike", que esperemos podamos conocer en breve, se fue armando como un flashback sobre la historia del mismo actor; en "Efectos colaterales", ya, también, esas marcas del "noir" del inicio nos van proyectado a un tiempo anterior, a meses anteriores. Y ahora en formato de thriller, y apuntando al film de denuncia, como en aquellos films de su firma del 2000, "Traffic" y "Eric Brockovich", centra su mirada, focaliza su mirada en los laboratorios, en el campo de los psicotrópicos, de aquellos medicamentos que garantizan estados de felicidad. En ese juego de intereses, en el que se balancean nombres y marcas aún en fases de experimentación, y como el mismo nombre del film lo indica, no se atienden a esos efectos colaterales, adversos, secundarios; por el contrario; lo que desnuda su realizador, a la manera de cómo lo haría descarnadamente desde otro discurso la voz directa y aguerrida de Michael Moore, son las maquinaciones perversas que catapultan, en ciertos casos, nuevos nombres al mercado. Pero no es sobre esto únicamente lo que Steven Soderbergh nos quiere hacer partícipe en este su último film, para el cine. El film se va armando conforme a un puzzle heredado por realizadores que captaron y pusieron en acto las reglas del suspense, que supieron encontrar los puntos de intersección, que reconocieron esas estrategias en las que el discurso está en tensión y contrapunto, en las que las acciones tienden a borronearse. En "Efectos colaterales" se cumple la gran premisa de oro de Fritz Lang y de Hitchcock, "Nada es lo que parece ser". Y así, en esta historia en la que se abre con huellas de sangre, que remiten a una joven mujer, que vaga en la depresión de una venenosa niebla, a quien un día; tal vez, el que pasaría a ser el más feliz de su vida, llevan encarcelado a su marido, acusado de fraude...Pero también el mismo realizador nos está señalando que aquí se están construyendo otras ilusiones ópticas. Y una espiralada depresión. Y un tiempo de espera para ese hombre que en el film anterior era "Magic Mike". Y que aquí sólo espera ese día para volver a los brazos de su amada. Y en ese pasar de las horas, de manera sonámbula e hipnótica, el efecto no ya sólo de los medicamentos, sino de las acciones siniestras que no reconocen límites. En cada uno de estos personajes se va levantando el telón de su propio pasado. Y en algunos, sólo contados, todavía hay un rincón iluminado para el vocablo y el sentido de la ética. Y es así que con este film, y desde sus propias palabras, Steven Soderberg celebra esa capacidad de efecto hipnótico que el film de sus maestros nos ha legado. Pero claro está, igualmente, su mirada alcanza a uno de las más grandes corporaciones que, de manera inescrupulosa, en algunos casos, subordina la vida humana a los voraces intereses económicos; tal como lo representaba "El jardinero fiel" de Fernando Meirelles, con Ralph Fiennes y Rachel Weisz. Igualmente, hay otro film aún no estrenado. Ya realizado, pero que ningún distribuidor aceptó. Todos lo rechazaron, de manera unánime. Por eso, no ya en cine, sino por la cadena H.B.O. podrá verse el próximo 26 de mayo, "Behind the Candelabra", vida y pasión del gran compositor e intéprete, pianista, Liberace, su historia, y su vínculo con su joven amante; roles que sí aceptaron componer (pese a la advertencia de muchos empresarios) Michael Douglas y Matt Damon.
Alguien, no recuerdo quien, tuvo el desatino de comparar este producto hollywoodense, que se queda a mitad de camino en todo lo que se propone, con la ya clásica obra maestra del genio ingles Alfred Hitchcock, me estoy refiriendo a “Psicosis” (1960) Tal comparación quiero creer que se debe a que más o menos cuarenta minutos de película aparece un cuchillo en la escena de un crimen y la desaparición de un personaje importante de la historia, no de la proyección. Para aclarar algunas cosas vale recordar que la muerte de Marion Crane, en “Psicosis” motiva no sólo la aparición de los demás personajes que la buscarán, y que su presencia en ausencia es la que determina además del argumento como relato, sino también la instalación de un personaje principal diferente. Esa es una de las tantas genialidades que construyó el maestro del suspenso. En este caso eso no se da. Cuando la producción se presenta como un thriller, las primeras imágenes son el rastro de sangre en un piso de parquet de lo que parece ser un departamento, sobre todo por la luz, nada más, se instala un ¿misterio? Flashback por medio, nos encontramos con Emily (Rooney Mara) preparándose para ir a buscar a su marido Martín Taylor (Channing Tatum), quien sale de cárcel, luego de 4 años, en libertad condicional. Sin justificación alguna, hasta podría decirse a favor del filme y de la construcción del personaje, que por formación reactiva, mecanismo de defensa típico de las neurosis, Emily termina constituyéndose en una depresiva. El síndrome depresivo de Emily permite la aparición, necesaria, del Dr. Jonathan Banks (Jude Law), quien será su psiquiatra. Con tal de hacer evolucionar al paciente con tratamiento desde la química, léase psicofármacos, probará con un nuevo medicamento, una panacea de la cual no se conocen sus efectos secundarios, de donde deviene el titulo de esta producción. Uno de esos efectos son los trastornos del sueño que aparecen en Emily, y es afectada por el más importante, el sonambulismo. Es posible que sea así, como también es sabido que los actos son automatizados por efecto de esa afección del sueño. Es en un acto en plena acción del personaje en situación de noctámbulo en que se quiebra el relato, cambia de personaje y se va diablo el verosímil, que hasta ese momento había sido instalado de manera casi perfecta, lo que daba como resultado hacer poner en foco la atención del espectador. A punto tal que muchas de las situaciones planteadas luego de esa escena con tono de filme clase B son incoherentes e inverosímiles, no sólo por la prosecución del relato sino también porque los personajes se tornan sino risibles bastante inocuos. Alfred Hitchcock decía que en las películas mediocres si un personaje menor, esto es, aquel que no hace avanzar a la trama principal de manera fluida, es interpretado por un actor de renombre entonces seguramente tendrá incidencia en la resolución de la intriga. Esto exactamente es lo que sucede con Catherine Zeta Jones interpretando a la Dra Victoria Siebert, la antigua psiquiatra de Emily, que será consultada por el Dr. Banks ¿Por qué? Otra elemento que hace que el verosímil se diluya. Si hasta ese momento la historia circulaba como una gran denuncia contra la industria farmacéutica, a partir de esa escena derrapa en infinidad de motivaciones con giros imprevistos, personajes que se incluyen forzosamente por esos giros, policías, abogados, jueces, empresarios farmacéuticos, pero mal constituidos y peor cerrados. Claro que, en honor a la verdad, como estamos frente a un director que sabe contar, el relato en ningún momento se vuelve confuso, es fácil de seguir, como también se hace factible aceptar las mentiras con las que manipulan al espectador. Tantas son las vicisitudes que atraviesan los personajes, desde sus dualidades y ambigüedades, tantas las vueltas de tuerca del guión y tantos los temas que aborda, económicos, amorosos, ética medica, moral cotidiana, que ninguno termina por instalarse como el verdadero motivo, cuando este aparece, muy compelidamente, el desengaño es mayúsculo por lo oportuno, en sentido de lo políticamente correcto. Una lastima, pues la realización se deja ver. Desde las imágenes es atractivo, cuenta con aciertos importantes desde la dirección de arte, la fotografía, el diseño de sonido, y las actuaciones, en las que sobresale Rooney Mara, todo un camaleón cuando recordamos que fue la protagonista de la versión yankee de “La Chica del Dragón Tatuado” (2011); el muy buen actor Jude Law, Channing Tatum que esta demostrando ser algo más que un cuerpo que hace suspirar a las mujeres. La única que desentona es Zeta Jones, quien sólo pone ojos de mala, el resto de su cuerpo y su rostro denota otra cosa, bastante indefinida por cierto.
Hace pocas semanas, Stephen Soderbergh estrenó en las carteleras porteñas su película anterior "Magic Mike" y realmente se lo veía completamente desorientado. Quien hace ya más de 20 años, habá revolucionado el cine independiente americano con "Sexo, mentiras y video", con una mirada diferente, completamente innovadora, parecía haber perdido la brújula ya que su estreno anterior "La Traición" ("Haywire") estaba filmada como un homenaje a las películas clase "B" pero jamás se dilucidaba si era un homenaje o si realmente Soderbergh no había logrado su cometido y se quedaba a mitad de camino en una película completamente fallida no sólo desde el guión si no con actuaciones sumamente desparejas. Con "Efectos Colaterales" agredecemos que ha vuelto lo mejor de Soderbergh en pantalla. El mismo pulso intenso y violento que en "Vengar la sangre" con un Terence Stamp memorable, con mucho del relato a varias voces de "Traffic" y con el sentido del espectáculo que demostró con la saga de "La gran estafa" hace que tome las riendas de un thriller con muchas vueltas de tuerca y que no se queda solamente en eso sino que aprovecha para poner en tela de juicio el negocio de la industria farmacéutica y los entretelones del lanzamiento de los nuevos medicamentos pese a sus efectos secundarios. Quizás no valga la pena contar demasiado de lo que plantea la trama porque es muchísimo más interesante enfrentarse a este nuevo film sin demasiados datos. Sólo contar que Emily (Rooney Mara) se reúne con su esposo después de su salida de prisión. Lo que debiese ser un momento de felicidad para la pareja, se ve resquebrajado con la severa depresión de Emily, quien ha llegado incluso, a tener episodios de intento de suicidio. El psiquiatra Jonathan Banks (Jude Law) se cruzará en su camino prescribiendo una medicación llamada Ablixa, de última moda y con una fuerte imposición en el mercado, más allá de que la campaña publicitaria jamás previene de las contraindicaciones y los efectos secundarios que puede tener este medicamento en los pacientes, porque en ese caso, se acabaría el negocio. Lo que al principio parece ser la pastilla que va a volver a hacer de Emily la mujer que su marido siempre conoció, apenas transcurrido un tiempo, hará notar sus efectos nocivos y hará que Emily se vea envuelta en un episodio criminal que le cambiará la vida por completo. Contar un poco más sería arruinar los repliegues con los que Soderberg vuelve a construir un relato absolutamente atrapante y sobre los que puede volver a trabajar el tema de la parcialidad en las miradas. Muchos de los elementos que se van despertando en la trama tienen relación con volver a mirar de una manera diferente algo que estaba escondido en la superficie o en un primer momento. Que no siempre lo que se ve es absolutamente cierto, ni que aún visto, uno haya interpretado realmente lo que estaba sucediendo. La obsesión que envuelve a Banks por el caso de Emily hace que indague, explore, revea, revise ciertas situaciones que han ocurrido con su paciente y encuentre en esa segunda mirada, un entramado absolutamente diferente. En ese juego de seducir al espectador con pistas nuevas, elementos de la trama que se redefinen y que toman un nuevo significado, Soderbergh sabe como acomodar las piezas para lograr que el ritmo de thriller se instale con éxito. Y sabe sacar provecho tanto de los puntos altos del guión de Scott Burns (con quien ya había trabajado en "Contagio" y quien fue también guionista de "Bourne: el ultimátum") como del excelente casting que ha logrado reunir para su nuevo film. Dentro del cuarteto principal del film Channing Tatum (con quien ya había trabajado en "Magic Mike" y en "La traición" que va camino a ser su actor fetiche de este momento) aporta corrección a ese hombre que sale de la cárcel después de tres años e intenta contener a su mujer que se encuentra atravesando problemas psiquiátricos. Rooney Mara (la misma que fuera nominada al Oscar por su papel en "Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres") se pone en la piel de Emily y juega otro papel fuerte y complejo, lleno de matices. Nuevamente aprovecha su dualidad, jugando con su físico pequeño y su mirada inquietante y entrega otra actuación brillante, completamente necesaria para que la trama de "Efectos Colaterales" sea creíble y atrape. Jude Law y Catherine Zeta-Jones (quien también ya había trabajado con Soderbergh en "Traffic" y "La nueva gran estafa") jugarán los roles de su actual y su antigua psiquiatra respectivamente. Ellos serán quienes conjuntamente con Emily manejen el ritmo del film. Law y Zeta-Jones tienen contrapuntos perfectos y el guión les permite lucirse en ese juego de perseguidor-perseguido-perseguidor, lugares en los que se van encontrando de acuerdo a los elementos que la trama vaya mostrando. Rooney Mara, pieza central de "Efectos Colaterales" Jude Law logra que el espectador se ponga de su lado y lo acompañe en las distintas viscicitudes que va teniendo el caso de Emily con el que se ha apasionado. Esa paciente que un día ingresa en la guardia del hospital donde él trabaja y termina invadiendo su carrera y su vida personal de una forma absolutamente inesperada. Terminado el film (aún con alguna escena de más sobre el final subrayando la necesidad de cerrar la historia en forma demasiado "redonda") nos queda el sabor de habernos vuelto a encontrar con el mejor Soderbergh, ése que se extrañaba, el del buen entretenimiento sin dejar de lado una mirada crítica al mundo de la industria farmacéutica y sus negocios turbios, quien también sabe construir personajes complejos, con muchas capas, las que se pueden atravesar con distintas miradas, y en cada una de ellas descubrir algo nuevo. Y rendirnos a una nueva vuelta de tuerca, servida con el exquisito estilo Soderberg
¿Una persona puede ser culpable por actuar bajo los efectos de la medicación o la culpa es del médico por suministrarle ese fármaco? La película ya desde su presentación es atractiva, mostrando con un leve movimiento de cámara el detalle de un departamento. Algo sucedió allí pero aun no sabemos qué. Todo comienza a girar en torno a una pareja: Emily Taylor (Rooney Mara, “La chica del dragón rojo”, “Red social”) y Martin Taylor (Channing Tatum), él estuvo preso por cuatro años, ahora ella sufre una fuerte depresión e intenta suicidarse; quien toma el caso es el Doctor Barks (Jude Law). Este profesional trabaja varias horas extras con el fin de mantener su estilo de vida. Como psiquiatra toma el caso de esta joven, a quien le receta un fármaco para tratar su enfermedad pero lo que él desconoce son los “efectos colaterales” que termina sufriendo su paciente. Emily comienza a descontrolarse, a sufrir insomnio y sonambulismo. Más aun, ante la interconsulta con la Doctora Victoria Siebert (Catherine Zeta Jones) quien la atendió tiempo atrás, esta le da algunas opiniones, y Emily sufre un terrible efecto secundario. El film tiene la mano del gran cineasta Steven Soderbergh (50) , a quien lamentablemente no le fue bien con su última película “Magic Mike”, pero viene de grandes historias como “Traffic”; “Erin Brockovich, Una Mujer Audaz”; entre otras. Suele tocar temas muy interesantes como en “Contagio” donde toca el tema de los virus y ahora como pueden afectar las drogas farmacéuticas a la mente de las personas. Es una fuerte crítica a la sociedad de consumo, a los medios, a los médicos, a los laboratorios, y los efectos que todo esto produce en la mente de las personas. Tiene una subtrama, es un thriller enigmático, inquietante, interesante y se maneja muy bien el suspenso. Muy bien narrada, mantiene el ritmo y tiene varias vuelta de tuerca. Cuenta con un brillante guión de Scott Z. Burns ("Bourne: El ultimátum", 2007; "Contagio", 2011). En todo momento despierta el interés de los espectadores. La locación no está elegida al azar. En Nueva York, al norte de la isla de Manhattan, porque allí se encuentran los laboratorios más importantes. Las actuaciones de: Rooney Mara, Jude Law y Catherine Zeta Jones son muy buenas y esta última realiza una composición muy audaz, ellos son grandes profesionales.
Luego del anunciado retiro de Steven Soderbergh, finalmente llega su última producción. La carrera del prometedor y joven director nacido en Atlanta comenzó oficialmente con un video documental de la banda Yes. Poco a poco y un par de cortos de por medio, se hizo camino hacia su primer largometraje conocido como Sexo, mentira y video. No repercutió demasiado en taquilla ni popularmente, pero más de uno vio en Soderbergh un potencial que hace mucho no se veía en Hollywood. Tuvieron que pasar un buen par de films (algunos de ellos realmente muy buenos como Un romance peligroso y Vengar la sangre) hasta su primer gran éxito parejo tanto en taquilla como critica: Erin Brockovich. Esta película estrenada en el año 2000 fue mucho más que un brillante vehículo para llevar a Julia Roberts al Oscar. Retrataba la lucha de una mujer sola contra la impunidad de las grandes industrias. Ese mismo año el buen Steven parecía inquieto y sobre productivo cuando al poco tiempo estrenó quizás su obra maestra protagonizada por Benicio Del Toro y Michael Douglas entre otros. Traffic le significó a Soderbergh el reconocimiento unánime como el excelente director que es. El niño prodigio de Hollywood había madurado para convertirse en un serio realizador, y fue gracias a Traffic que obtuvo su reconocimiento como mejor director de ese año por los Oscars de la academia. En el medio pasaron muchas producciones interesantes como La gran estafa, Solaris, Che Parte I y II y unos cuantos etcéteras más. Pero hace unos pocos años atrás Soderbergh manifestó su cansancio con la industria cinematográfica y anunció sus últimas producciones. Para sorpresa de muchos el director empezó a encadenar estrenos de películas completamente intrascendentes como La Traición y la casi vergonzosa Magic Mike. De esa camada de películas se desprende Efectos Colaterales, la presuntamente última de las anunciadas. Con el antecedente inmediato de venir de una serie de fracasos, pero a la vez conociendo el talento que tiene el director como autor, uno podía ir a ver Efectos Colaterales esperando cualquier cosa. Por suerte para todos su última película es un digno final a una (en resumen) buena carrera cinematográfica. La película está dividida en dos partes principales. La primera mitad es práctica y exclusivamente un drama en el cual se presenta a una protagonista uncida en una vida de depresión y amargura. Pero a medida que avanza la historia, este drama psiquiátrico donde se pone mucho en tela de juicio el uso de los fármacos psicotrópicos, va mutando hacia la segunda parte de la historia que de la mano de Catherine Zeta Jones y Jude Law se transforma en un Thriller policial cargado de puntos de giro. Efectos colaterales es indudablemente un interesante fin (o con un poco de suerte, un paráte) a la carrera del (ya no tan) niño prodigio de Hollywood.
El Soderbergh que nos gusta Steven Soderbergh entrega la que dicen, será su última película, al menos por un largo tiempo. La buena noticia es que sabemos que Steven se tienta muy fácil y seguramente nos entregue alguna producción suya no más allá del año que viene. Debo decir que últimamente no me estaban gustando demasiado sus trabajos en cine, pero con "Efectos Colaterales" creo que retomó el rumbo de esas historias interesantes con vueltas de tuerca sórdidas que tanto caracterizaron a sus producciones más famosas. "Contagio", "La Traición", "Magic Mike", fueron films que estaban ok, que zafaban (menos "Magic Mike"), pero que no llegaban a involucrar o entretener realmente al espectador como sí lo hicieron "Traffic" o la trilogía de "La Gran Estafa". Con este último trabajo se reivindica y logra una tensión, un suspenso, un entretenimiento que hace mucho no lograba. Asistí a la avant premier con uno de esos amigos que no son muy asiduos al cine, que no se apasionan por una peli, es del tipo de espectador difícil al que hay que convencer con una muy buena historia, y "Efectos Colaterales" me di cuenta que lo pudo y lo envolvió en su dinámica de traiciones e intrigas. Parte de este mérito corresponde al guionista Scott Z. Burns, un tipo con mucho talento que tiene entre sus compromisos futuros nada más y nada menos que la tarea de guionar "Dawn of the planet of the apes", secuela de la exitosa película de Rupert Wyatt, "Rise of the planet of the apes", y escribir la trama de "The Man from U.N.C.L.E." de Guy Ritchie. La temática central acerca del mundo de los fármacos es de por sí interesante y siempre generó curiosidad en la opinión pública, pero si a esto le sumamos una dinámica de traiciones y ambiciones al por mayor, la propuesta se vuelve explosiva. El cuarteto de protagonistas fue un buen acierto, sobre todo los dos centrales interpretados por Rooney Mara y Jude Law. Lo de Mara es increíble, llena la pantalla con una presencia misteriosa que hipnotiza. Jude Law está muy profesional y creíble también en su rol de siquiatra en el ojo de la tormenta. Completan el cast, un Channing Tatum cada vez más versátil y una Catherine Zeta-Jones que desde 2012 está volviendo con fuerza a la gran pantalla. Soderbergh explora nuevamente en este trabajo la sordidez humana, hasta donde somos capaces de llegar por una vida de confort, a cuántos podemos aplastar para elevarnos. "Efectos Colaterales" es un muy buen thriller que mantendrá tensionado hasta el último momento, que con sus juegos de complots y traiciones logrará hacerle pasar al espectador 106 minutos de buen cine.
Siniestras golosinas contra la tristeza En el panorama del cine norteamericano -tanto en el underground como en el mainstream- el realizador Steven Soderbergh siempre ha tenido un solvente ritmo narrativo, además de ser un director que suele cargar sobre sus espaldas con el guión, la fotografía y el montaje, como ocurre en este caso. “Efectos colaterales”, en el corpus de su prolífica obra podría agruparse junto a filmes como “Contagio” y “Erin Brockovich”, emergentes de problemas que la salud pública aún no termina de resolver. Como se desprende de su significativo título, el eje de “Efectos colaterales” son los intereses que se mueven detrás de los cada vez más refinados y peligrosos psicofármacos. Emily (Rooney Mara) es una joven que se vuelve adicta a un ansiolítico novedoso que le receta su cuestionable psiquiatra (Jude Law). “¿Qué sería de nuestras vidas sin químicos?”, dice en un momento este psiquiatra, mientras reparte entre sus conocidos (incluso su mujer) algunas pastillas para levantar el ánimo, salir de la depresión o la tristeza. Se trata de un profesional inglés que ejerce su carrera en EE.UU. por la distinta concepción que tienen ambos países respecto de los psicofármacos: “Allá el que toma un ansiolítico es porque está enfermo; aquí, es alguien que quiere curarse”. Más adelante, sabremos que este personaje de ética desdibujada recibe cifras adicionales por recetar y probar en sus pacientes nuevos ansiolíticos con efectos secundarios complejos, severos y peligrosos que producen desde sonambulismo, hasta la anulación del yo. Veremos a los representantes de las grandes corporaciones farmacéuticas, interactuando con los profesionales de la salud mental para frenar juicios o absolver de culpabilidad a pacientes que bajo los efectos farmacológicos pueden llegar hasta el asesinato. El necesario rol de paciente para semejante profesional, corre por parte de la ascendente y polifacética Rooney Mara, quien interpreta a Emily, una joven hermosa, casada con un agente financiero que de pronto va preso por tráfico de influencias y de esta forma pierde de la noche a la mañana su alto nivel de vida material, lo que la lleva a un estado depresivo y a un aparente intento de suicidio. En estas circunstancias, conoce al ya mencionado doctor Jonathan Banks (Jude Law) quien será el encargado de tratarla sobre la base de medicamentos que provocan acciones involuntarias con trágicas consecuencias. El submundo de psiquiatras amorales y pacientes irresponsables, el trasfondo económico de dicho negocio, la concientización sobre los efectos secundarios son sin duda lo más interesante de la primera parte de este psicothriller, que despierta mucha expectativa respecto del desenlace, hasta que un giro argumental deja de lado toda esa interesante trama, acercándose más a los procedimientos convencionales para lograr un forzado efecto sorpresa. Atrapados sin salida La historia de “Efectos colaterales” pertenece a esa clase de thrillers en los que con cada giro se nos dice que todo lo que hemos visto es falso. Al introducir un misterio a la vieja usanza, se abre el camino para giros sorprendentes que son un arma de doble filo, porque solamente funciona en casos muy puntuales de la historia del cine, como “Frenesí” de Hithcock por ejemplo, pero que trastabilla en otros innumerables casos para el olvido. Muchas vueltas de tuerca se apilan innecesariamente, y las sucesivas traiciones hacen caer el nivel de una película que podría haber sido mucho más interesante. De cualquier modo, la serie de personajes tramposos que circulan por la trama, conforman un film más inquietante que un thriller con héroes y villanos estereotipo. Aquí, son todos seres corruptos, intrigantes y potencialmente peligrosos, donde el dinero es lo que en el fondo motiva todos sus actos. Finalmente, queda la denuncia de una sociedad enferma, la sátira de un mundo falsamente feliz que conduce al abandono, la soledad, la frustración y la perdición. “Efectos colaterales” es un film con matices y relecturas -siempre desquiciantes- que se inicia y termina de una forma similar y significativa: un plano amplio sobre un recorte de arquitectura cuadriculada, impersonal y monótona que progresivamente se va cerrando hasta llegar a los ojos o ventanas de esas enormes moles de cemento, que condensan y potencian la sensación de encierro y soledad en la gran urbe.
El fin de un ciclo Retomando al maestro Dice que es su última película, y parece que es verdad. Steven Soderbergh, luego de haber dirigido entre cortometrajes y largometrajes- tanto documentales como de ficción- una treintena de títulos, nos trae su última obra. Una obra en la que no solo nos deja un balance de sensaciones, una perturbación tanto psíquica como observacional, sino también un sello de lo que fue toda su filmografía, y lo que para él es el cine. Una ciudad, Nueva York, un recorrido de la cámara hasta un edificio y en éste una ventana, y no cualquier ventana, sino la ventana que tenemos que ver, esa por la cual vamos a entrar a este universo. Somos bienvenidos, hasta la música nos invita a pasar. La cámara recorre con el ritmo justo el espacio y nos devela algunas piezas de la escena del crimen, huellas ensangrentadas en el parquet, un barco en miniatura con manchas de sangre. Pasamos a otra escena, el primer flashback, que nos da el indicio de que, aunque esté desconectado momentáneamente con lo que acabamos de ver, va a ser una pieza fundamental en el rompecabezas que estamos empezando a armar. No se trata de una remake de Hitchcock, pero sin duda, en Efectos colaterales el maestro del misterio está citado, y no solo en esta introducción, sino también en el género de la película y la forma de contarlo. En principio porque se trata de un thriller y en segundo lugar porque se maneja- quizá no en forma directa pero si de una manera notable- la culpa; y quien otro sino Hitchcock, aquel gran presentador de thrillers en donde la culpa es la principal protagonista. Pero no todo queda ahí, y no todo es una relectura de las obras hitchcockeanas, estos son solo importantes detalles. En los 106 minutos de esta pieza, Steven Soderbergh nos vuelve a sorprender con su manera poco genérica de contarnos historias. Donde la cámara, la fotografía y el sonido, junto con las actuaciones, hacen de la simpleza del tema una complejidad visual. Y es que el director de una obra de alto contenido social como Erin Brockovich, nuevamente nos envuelve en esos cromatismos entre amarillentos y verdosos para hacer, como en gran parte de su filmografía, una demostración de lo que es la cultura norteamericana. En este caso lo que está en juego son los fármacos, y cómo la sociedad contemporánea creó hacia ellos una potente dependencia. Pero a Soderbergh no le interesa mostrarnos esto como una lección o una denuncia- si bien puede verse como tal-; lo utiliza, sin embargo, para poder relacionarse con el espectador, hablarle desde una realidad que conoce y generarle una confianza para con el film: con el espectador zambullido dentro de esta trama, la manipulación de los elementos del thriller se organizan dentro de una atmósfera más atrapante. Estructurada en tres partes que se interconectan, la historia se centra en Emily Taylor (Rooney Mara) una mujer que se reencuentra con su esposo, Martin Taylor (Channing Tatum), recién salido de la cárcel. Emily comienza a sufrir alteraciones en su vida diaria- principalmente sufre de depresión, lo que la lleva a auto provocarse un accidente automovilístico, desencadenando una consulta con un psiquiatra, Dr. Jonathan Banks (Jude Law), quien promete ayudarla. En su afán por ayudar a esta turbada mujer con antecedentes psiquiátricos se pone en contacto con su anterior doctora, Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones) quien le recomienda la prescripción de una nueva droga del mercado, Ablixia, y, como bien sugiere el título, a partir de la ingerencia de dicho medicamento los efectos colaterales irán haciéndose presentes. Más allá de su semejanza y de su clara marca, Soderbergh utiliza un recurso para valerse de una distancia hacia los personajes hitchcockianos: la protagonista. A diferencia de ese montón de heroínas rubias, valientes y determinadas, el ecléctico director nos propone una mujer morocha, con una personalidad que continuamente se escapa a cualquier encasillamiento. Temerosa, frágil e intrigante, aunque por momentos nos deja entrever una personalidad dominante y decidida- Emily deambula por el relato, tomando la acción por las riendas y a veces dejándola pasar; de esta misma forma la cámara la busca continuamente. Jude Law, una sólida interpretación de un psiquiatra inglés en Norteamérica. La combinación de planos en breves segundos es otra de las cosas interesantes que el director le aporta a esta trama, y no sólo eso, sino también el hecho de que se toma el tiempo necesario para que cada uno de esos planos cuente lo que tiene que contar y a su vez produzca la sensación deseada, o al menos la principal en un thriller: generar intriga constantemente. Es así que en el mismo comienzo del film- a los siete minutos de la película- nos brinda una de esas escenas que los libros de texto denominan “primer punto de giro”, una de esas escenas que va a hacer que tanto los personajes como los espectadores pongan en cuestionamiento todo lo que vieron anteriormente, y, como suele suceder, comiencen a realizar hipótesis. Plano detalle de la mano en la palanca de cambios, primer plano de la excelente Mara con expresión desconcertante, respiración algo agitada y la mirada fija, continuando con lo que ve, “EXIT” en la pared del estacionamiento; nuevamente su cara, nuevamente la palanca, pero esta vez con la cámara contrapicada, con ella fuera de foco y solo su mano en foco, continuando con el plano en contrapicado, esta vez desde debajo del tablero del manubrio y con su pie como si nos fuese a aplastar la cara, para luego pasar a un plano detalle del mismo, donde sin titubear aprieta el acelerador. Y luego, lo que todos ya a esta altura imaginamos, siempre continuando con un montaje picado entre planos fragmentarios: plano entero del estacionamiento, primer plano de ella, nuevamente el estacionamiento, lo que ella ve esta vez más cerca, de nuevo su rostro, esta vez cerrando los ojos como si fuesen el escudo de lo que está por hacer, y, finalmente, el choque, presenciado desde adentro del auto. En esos escasos segundos, dieciséis para ser exactos, se simplifican algunos de los recursos que utiliza este director. No solo su fusión de planos y la utilización del tiempo, sino también la importancia del sonido, y no solo en esta escena- ni solo en esta película- sino a lo largo de casi toda su filmografía. Al igual que los virajes de color, esas marcadas tonalidades que predominan en las distintas escenas- todos ya característicos recursos de su impronta como director. Donde la música no es solo algo que acompaña a la imagen sino también parte de la imagen, parte del relato, parte de lo sensorial. Donde la falta de la misma también hace eco, como si estuviese presente, y donde la predominancia de los sonidos ambientales crean otro universo dentro del universo de la imagen- juntos articulan la pieza al punto de hacerla absolutamente indivisible. Es que aunque Efectos colaterales sea "una película más" de uno de los directores que años atrás fue considerado como uno de los elegidos para darle un giro al cine de Hollywood, es una película más de un director que con cada una de sus obras, a pesar de la repetición de su estilo- que es algo que, a esta altura, no se le puede criticar- supo dar lugar a obras sumamente distintas. Y eso no es algo menor.
Compleja historia sobre la condición humana Según algunas versiones, ésta sería la última película de Soderbergh para el cine. Se habría hartado de las presiones de los estúpidos yuppies de Hollywood, que no saben nada de cine y para quienes las películas son lo mismo que salchichas. Su eventual alejamiento sería una verdadera pena, porque es un director de enorme talento. Dice que se dedicará al teatro y a la pintura, que son menos conflictivos, y a realizar alguna miniserie para la televisión. Efectos colaterales es una propuesta compleja y un desafío a la inteligencia del espectador. Comienza como un drama, se encamina luego hacia el cine de denuncia contra la industria farmacológica y las malas praxis de los médicos psiquiatras, para adoptar finalmente, aunque sin abandonar esa pretensión, el soporte de un thriller. Dos personajes se disputan el protagonismo. Uno es Emily Taylor (Mara), diseñadora gráfica en una agencia de publicidad de Nueva York, que padece estados de depresión. Está casada con Martin, un financista que fue condenado a cuatro años de prisión por fraude. El relato comienza cuando Martin sale en libertad. El otro personaje es Jonathan (Jon) Banks (Law), médico psiquiatra de origen inglés, que trabaja en su consultorio y en un hospital, y realiza "investigaciones" para un laboratorio sobre los resultados de medicamentos en instancia de prueba. Un tercer personaje clave es la psiquiatra Victoria Siebert (Zeta-Jones), la primera que trató y medicó a Emily. Siebert le sugiere a Banks la aplicación, en el caso de Emily, de un antidepresivo llamado Ablixa, también en etapa de experimentación. Los "efectos colaterales" de este medicamento son somnolencia, sonambulismo y un fuerte apetito sexual. Para Siebert, la depresión es la incapacidad de imaginar y construir el futuro. Esta realidad cambia cuando Emily es acusada de un crimen, supuestamente ejecutado bajo los efectos del Ablixa. A partir de ese momento, el filme asume las características de un thriller, que involucra por igual a Emily, a Banks por haber recetado el medicamento y, subsidiariamente, a Siebert y al laboratorio que lo elabora. Estas cuestiones llegan ante los estrados tribunalicios. La película es, también, una radiografía de la condición humana, deteniéndose sobre cuestiones como la malicia, la amoralidad y la codicia o ambición desmedida de fama y dinero. Es una suerte de cebolla, que guarda nuevas sorpresas en cada capa que se extrae. La complejidad de la historia radica en su estructura algo diabólica, con infinidad de "vueltas de tuerca", que convierten a los personajes, alternativamente, en víctimas o victimarios. Estas variantes se sostienen sobre un guión muy inteligente, una dirección eficaz, con un exacto sentido de los tiempos y los cambios cualitativos de la historia y sus personajes. Recién después de transitar los vericuetos más oscuros de la psicología de los protagonistas y verificar los vínculos entre sus rémoras, sus perversidades y sus sueños, el espectador descubrirá sus verdaderas intenciones.
Sobredosis de intriga Una joven pareja trata de volver a empezar a partir de que el esposo sale de prisión después de cumplir una condena por estafa. La mujer cae en una profunda depresión, y su terapeuta comienza a tratarla con una droga experimental, que le produce inesperados efectos. El director entra en tema desde los primeros fotogramas. A pocos minutos de empezado el filme, queda claro que habrá un crimen y que la estabilidad emocional de la protagonista dista mucho de ser sólida. Con buenos recursos cinematográficos, Soderbergh plantea los ejes de su historia y parece que va a ocuparse de la cuestión de los ansiolíticos en fase experimental y de las ambiciones científicas y económicas de ciertos profesionales de la salud mental a expensas de la seguridad y del bienestar de sus pacientes. Sin embargo (y con muy buen criterio), plantea una serie de golpes de timón en la historia y construye una atrapante narración acerca de lealtades y traiciones, verdades y mentiras, sospechas y confirmaciones. El resultado es una película entretenida, con no pocas sorpresas y con interesantes interpretaciones, ente las que sobresale el papel protagónico a cargo de Rooney Mara. La actriz, que después de haber participado en populares series de televisión saltó a la fama en la piel de Lisbeth Salander ("La chica del dragón tatuado"), encarna aquí a una desconcertante joven, que trata de huir de la depresión a través de un fármaco "milagroso" que le proporciona su terapeuta. Mara confiere a su personaje toda la ambigüedad y los matices necesarios como para apuntalar sólidamente el rumbo que el director le imprime al relato, Jude Law encarna con solvencia al psiquiatra y Catherine Zeta-Jones sobreactúa levemente el papel de la ex analista de la protagonista. El desenlace reacomoda definitivamente las piezas del rompecabezas y cierra sin fisuras la historia. Soderbergh ha anunciado que esta será su última película como director, porque quiere dedicarse a otros aspectos de la realización cinematográfica. Sería una pena, porque es uno de los narradores más sólidos de Hollywood y sus películas siempre son una garantía desde el punto de vista del entretenimiento. Esta producción es una de las que confirman todas las virtudes del director en ese sentido.
Síntomas peligrosos Si existe en el cine actual americano un director prolífico, ese es Steven Soderbergh, pero parece que ha anunciado su pronto retiro para dedicarse a otras ramas artísticas. En tanto a la no-estrenada recientemente en nuestra ciudad "Magic Mike", se le suma ahora este thriller donde el realizador de "Sexo, mentiras y videos, "Vengar la sangre, "Traffic", la saga de "La gran estafa", "El Che", "Contagio", "La traición" -por mencionar unas pocas- parece bucear en un género que bien podría caberle al gran Hitchcock o más aquí en el tiempo a los primeros filmes de Brian De Palma. Una chica con más de una alteración psicológica, limitando la deseperación (una magnífica Rooney Mara) es atendida por el psiquiatra Banks (Jude Law), y en las idas y venidas además de fuertes medicamentos, dudas y misterios, atracciones fatales, aparecerán esos oscuros efectos colaterales con complicación mayúscula, entre estas cosas hay otra profesional (Catherine Zeta-Jones) cuya presencia en la trama argumental traerá conflictos inesperados. Con una primera hora muy funcional y unos 40 minutos restantes navegando en mares de borrascas, Soderbergh muestra su oficio de dirigir actores, plantar la cámara, manejar climas, su capacidad casi operística de ejecute cinematográfico, y así salva las papas del fuego. Eso si: no espere el espectador acción, tiros o explosiones, aquí va todo por un transcurrir de palabras y resoluciones que pasan por otro lado.