Bautizarás a tus niños y mascotas Desde que los padres Merrin y Karras entraron en la habitación de la joven Regan y le sacaron al demonio de adentro, los exorcismos y posesiones diabólicas se han vuelto moda. Especialmente desde que quedó comprobado con el reestreno del film de William Friedkin, que el público disfruta morbosamente observando cuerpos que se mueven de manera extraña, vomitan sangre, hablan en latín y tienen poderes telequinéticos. Parece que nunca vieron a Tusam...
El conjuro es una verdadera sorpresa que no podés dejar de ver en una sala de cine para que la oscuridad logre crisparte aún más. Imperdible! Si bien gran parte de las escenas las vimos en otras películas de su género, en esta historia están muy bien ensambladas y producidas como para estar entretenido y expectante minuto a minuto...
Mi casa es su casa EL CONJURO forma parte de una más o menos reciente tendencia del cine de horror de devolverle al género un carácter algo más documental. No me refiero en este caso al estilo “material encontrado” (o cámara en mano o cámaras de seguridad) de buena parte de los éxitos recientes del género, sino en el simple y sencillo hecho de presentarse como filmes basados en historias reales, algo que los conecta a buena parte de los mejores exponentes del género de los años ’70. Y si hay algo a lo que EL CONJURO quiere parecerse es a ese tipo de películas sobre posesiones demoníacas de esa época. Sólo que combinado, en este caso, con otro subgénero del terror que es el de la casa embrujada. Un enorme éxito en los Estados Unidos -donde se transformó en la película más rentable del año en su relación costo/recaudación-, el filme de James Wan (que próximamente dirigirá la séptima entrega de RAPIDO Y FURIOSO, y al que se lo conoce más que nada por su primer episodio de EL JUEGO DEL MIEDO y por LA NOCHE DEL DEMONIO) no suma esos subgéneros sino que los divide en partes. La primera mitad del filme, centrada en una familia (Lili Taylor y Ron Livingston) que se muda a una casa bastante destartalada en el medio de la nada, responde a uno de sus formatos. La segunda, más directamente relacionada con un exorcismo religioso, al otro. Hay un tercer eje, sin embargo, que la separa de ambos exponentes. Y es que además de seguir las vivencias de la familia (madre, padre, cinco hijas mujeres), EL CONJURO se apoya fuertemente en la experiencia de una pareja de “especialistas en fenómenos paranormales” (Patrick Wilson y Vera Farmiga) que son convocados para investigar el caso. Y no sólo aparecen a la hora de ser llamados, sino desde el principio del filme, casi al punto que se puede decir que son tanto o más protagonistas que la familia en problemas. conjuring3Esa misma división en mitades está en las apuestas estilísticas de Wan. La primera mitad es seca y silenciosa, apoyada en los ruidos de la casa vieja, los relojes que se detienen, las presencias espectrales y unos muy efectivos aplausos en la oscuridad (provienen de una variante del juego de las escondidas que se hace a ciegas) que son un muy original y terrorífico elemento de la trama. Paralelamente a las complicaciones de la familia en la casa vemos a los proto Mulder & Scully (sí, la referencia es a THE X- FILES, para los que se olvidaron de la existencia de esa serie) hacer su gira de conferencias por universidades hablando de sus casos más famosos, para luego también observar cómo esos casos los han afectado, en especial a ella. La segunda parte mezcla a ambas familias tratando de descifrar el origen de lo que está pasando en la casa y es más frenética e hiperactiva, respondiendo en buena medida a los cánones seguidos por el subgénero desde EL EXORCISTA a esta parte, con su iconografía religiosa y su creciente explosión de nervios, sangre y otras cosas, y con un si se quiere excesivo respeto por sus modelos consagrados. Esta parte, menos interesante, de cualquier modo resulta bastante efectiva. No hay nada nuevo ni original en EL CONJURO, pero se trata de un filme de terror muy bien realizado, en el que Wan sabe muy bien dosificar la información para ir aportando diferentes niveles de tensión (y de lectura) al relato, no necesariamente a la altura del manejo de los tiempos, silencios y suspenso de los mejores filmes de esa época (el de William Friedkin sigue siendo insuperable, aunque es difícil encasillarlo en un género), pero sí logrando ser notoriamente clasicista (utiliza muchos planos largos en lugar de abruptos cortes constantes) para un cine que, en esta época, prioriza los efectos especiales y el shock, o bien la ironía y el guiño. Aquí, en cambio, la gran mayoría de los sustos provienen de efectos muy “old fashioned” como un pájaro dándose de cabeza contra una ventana. conjuring1Cuando la película deja su “monstruo” en evidencia, se gana en brutalidad pero se pierde en intriga. No sólo por el hecho de que la película aplica acá un ritmo más efectista y contemporáneo sino porque ni Wan ni los guionistas hacen demasiado por sacar al filme del terreno de lo ya visto mil veces antes. Eso sí, en estos tiempos de furor por la vida y obra del Papa Franciso, el exacerbado (y muy útil) catolicismo que alienta la película como la solución para todos los males del mundo (tanto en el presente como en el pasado) puede convertir a esta película en una especie de llamado a la fe cuyo lema podría ser: “Bauticen a sus hijos”. Basada en un supuesto caso real contado por los “demonologistas” Lorraine y Ed Warren (quienes se atribuyen la investigación del caso de 1977 que dio origen a la película AQUI VIVE EL HORROR/THE AMITYVILLE HORROR), la película transcurre en 1971 y se ubica en una época previa a la de EL EXORCISTA. De hecho, los Warren tuvieron éxito en su tarea más bien apoyados por temores que tienen que ver con la caótica situación política de los Estados Unidos de esa época, en plena crisis de la Guerra de Vietnam, además de una muy hábil explotación del fenómeno BEBE DE ROSEMARY. No sería extraño que la popularidad de la película derive en una nueva serie de filmes acerca de casos “reales” atravesados y “documentados” por los Warren. Será otra forma de seguir homenajeando, o lucrando, con nuevas versiones “realistas” de los clásicos de horror de los años ’70.
El matrimonio Warren se autodefine como “investigadores de lo paranormal” y se ríen de aquellos que los tildan como “cazafantasmas” o “embaucadores”. Hace años que se dedican a ayudar a aquellos que sienten que sus vidas cotidianas son amenzadas por la presencia de “seres” que alteran sus descansos y rutinas. El matrimonio Warren se autodefine como “investigadores de lo paranormal” y se ríen de aquellos que los tildan como “cazafantasmas” o “embaucadores”. Hace años que se dedican a ayudar a aquellos que sienten que sus vidas cotidianas son amenzadas por la presencia de “seres” que alteran sus descansos y rutinas. Ed (Patrick Wilson) es muy precavido con la elección de casos para investigar desde que Lorraine (Vera Farmiga), en medio de un exorcismo, quedó muy impresionada por algo que vio y dejó de comer y levantarse de la cama por ocho días. Así es como en medio de una presentación, en 1971, los aborda Carolyn Perron (Lily Taylor –recuperada para la pantalla grande, ¡gracias!-) para que vayan a su casa de Rhode Island, para analizar, según la mujer, algo o alguien que está haciéndoles la vida imposible a sus cinco hijas y marido (Ron Livingston). El matrimonio acepta sin saber que su propias vidas y la de su pequeña hija será amenazada. “El Conjuro” (USA, 2013) de James Wan (“Saw” e “Insidious”) retoma la narrativa de las clásicas películas de terror (espacios, planos, música, colores, texturas) de los años setenta y ochenta del siglo pasado (“The Omen”, “The Fury”, “The Exorcist”, “The Entity”, entre otras) y hasta los trazos gráficos de los títulos. Pero también tiene mucho de la primera temporada de “AHS”, esto de una vivienda con un oscuro secreto. Wan nos cuenta esta historia de casa “embrujada” de manera pausada, con momentos laxos que van generando familiaridad con la historia y con lo visible de la pantalla. El suspenso puede detonarse por un ruido o una “presencia” y hasta el último minuto de su duración nos logra mantener en vilo. Es que ¿hay algo más amenazante que los ruidos de una casa desconocida en medio de la madrugada?ux Uno de los grandes aciertos del director es la elección del casting, desde los adultos a los niños. Cada uno de ellos se ofrece a la interpretación con sobriedad y profesionalismo y llevan el tema del filme, que ya se ha versionado en cientos de oportunidades, como si fuera la primera vez. La casona de los Perron, inmensa, casi abandonada, recibe a la familia con los brazos abiertos (menos a Sadie, la perra que no quiere entrar), hasta que jugando, las niñas descubren un sótano (infaltable en una película de género) y ahí empiezan a suceder cosas raras. A las 3.07 AM los relojes se paran y el frío y el hedor comienza a circular por la propiedad. Moretones, manos que agarran brazos y piernas mientras descansan, y, principalmente, ruidos, muchos, hacen que la familia no pueda continuar con su vida. Por eso contactan a los Warren, quienes con sus técnicas y equipamiento podrán descifrar qué está pasando en realidad en esa vieja casa. “El miedo se define como la sensación que proviene de la inminencia del peligro” dice el personaje Ed en un momento, y en ese esperar el impacto, es en lo que Wan logra su mayor punto en el filme. Nunca sabemos qué pasará, qué imagen horrenda nos asustará, o sí, pero ahí está el disfrute de este tipo de películas. Multiplicidad de estrategias discursivas (cámara en mano, planos secuencias, travellings), una excelente reconstrucción de época (en la vestimenta, automóviles –Rambler Ambassador-, música, programas televisivos –La tribu Brady, en un juego de diferencias y semejanzas con los protagonistas-, en la vivienda-empapelados, amplitud-, etc.) y un guión que con solvencia retoma mitos y clásicos del género (“Las brujas de Salem”, muñecos endemoniados, Batsheba, insultos a la santísima trinidad, exorcismos, etc.) hacen de “El Conjuro” una de las mejores propuestas del género de los últimos tiempos.
Nostalgia En El Conjuro (The Conjuring) hay mucho de nostalgia y no sólo es la ambientación de los 70´s el medio elegido para transmitir esta añoranza. Ya desde los créditos, el párrafo introductorio sobre la labor de los Warren y el texto que afirma que el film está basado en una historia real se deslizan hacia arriba en una imagen continua que finaliza con el título del film. Ese título encierra una de las claves fundamentales. Su color amarillo rabioso trae a la memoria el color que comparten Janet Leigh y el título en uno de los posters color de Psicosis, así como también el del póster de El Baile de los Vampiros de Polanski. Su tipografía trae a la memoria a El Exorcista y La Profecía. Ese título remite a todos ellos pero al mismo tiempo es diferente, es actual. En ese devenir transita el film. James Wan sorprendió en el 2004 con Saw o El Juego del Miedo, una película que si no está entre los clásicos modernos del terror es pura y exclusivamente gracias a sus desgastantes secuelas. A pesar de ese prometedor debut recién en el 2010 con La Noche del Demonio (ninguna brillantez) comenzó a perfilar el terror que se nota decantado en El Conjuro. Wan sabe sobre el cine de terror y lo demuestra volviendo al cáliz sagrado del horror que bien supieron explorar (y explotar) los maestros. Me refiero a la sugestión. El Conjuro tiene la pausa necesaria, un desarrollo sin apuros y todo dura lo que debe para generar el efecto deseado. El film le da aire a las actuaciones. Otro aspecto destacable que se reconoce en esta organización clásica del terror es el uso del espacio a través de la cámara. La transformación del espacio real (decorado, casa, como prefiera) a través de la circulación que la cámara hace de ese espacio y la articulación del sonido en el mismo. Lo comúnmente llamado "espacio fílmico". Los planos secuencia, la progresión de los tamaños de plano (por corte o con zooms) y algunos movimientos de cámara poco comunes contribuyen a la construcción de la sugestión junto con la banda sonora y el trabajo de todo el departamento de sonido que resulta impecable. Una vez creada la sugestión, Wan se despega y sobresalta a la manera "moderna". Al acercarse el final y habiendo tenido desarrollo de sobra llega al clímax y hace lo que tiene que hacer sin escatimar a la hora de mostrar lo que sucede en campo. El Conjuro puede no ser una obra que se meta en la historia grande del cine pero tiene dos enormes cosas a favor: Su guión no tiene grietas (parece simple pero eso la convierte casi en un animal en extinción) y es una de las películas de terror mejor logradas de este último tiempo que nos tiene algo secos.
James Wan le cambió la cara al género del horror. Aquí encontramos a un director que cada vez se asienta mejor en el terreno del miedo. Su cine evoluciona, aunque no deja de ser fácilmente reconocible. La música, la fotografía, la apariencia de sus personajes, la forma de actuar, es bastante recurrente a lo largo de su filmografía. Es un director que disfruta haciendo guiños a sus fans y cuida mucho su estética. En las propias palabras del director, nadie se queja cuando Argo porta la frase "Basada en hechos reales", pero cuando una película de terror lo hace, nadie la toma en serio. Wan quiso alejarse de ese concepto tan diluido de lo verídico como pura venta de marketing y conformar un film que llevase con honor la carga de basarse en un episodio histórico realista. Creo que lo ha logrado y con creces. Tomando como influencia principal la vida y obra de los exploradores paranormales Ed y Lorraine Warren, The Conjuring se aleja del caso más famoso de la pareja -lo que se conoce mundialmente como The Amityville Horror- para enfocarse en uno de menor repercusión, pero que aún así llama violentamente la atención. La trama es de sobra conocida, familia se muda a casa embrujada, pero a partir de ahí es lo que ya has visto pero mejor. El alto ritmo se mantiene constante y aunque el guión de Chad y Carey Hayes sufre de pequeños momentos comerciales en la recta final -se sabe que una secuela está en camino gracias al éxito de ésta misma-, es bastante sólida en todo lo demás. Lo que se logra en el film es algo que no muchas películas de horror tienen en estos últimos tiempos y eso es desarrollo de personajes. Normalmente, los protagonistas son meros arquetipos y no podrían preocuparnos menos sus destinos dentro de la trama, pero en The Conjuring eso cambia. A lo largo de las dos horas de duración se puede apreciar los diferentes tonos y pinceladas que se le otorgan a los principales protagonistas, en este caso, Patrick Wilson y Vera Farmiga por el lado de la pareja Warren, y a la talentosa Lili Taylor por el lado de los Perron, la familia abrumada por una entidad maligna. Los elementos utilizados en la trama para hacer saltar al espectador en la butaca son simples y efectivos, alejados del efectismo que se ve tan seguido en el género. Un juego infantil que desde el primer momento produce desconfianza, una prometedora caja de música antigua con el payaso y la espiral incluidas, una dulce muñeca que de dulce poco y nada tiene, muebles antiguos... cosas que generalmente no producen reacción alguna, pero en manos de Wan se convierten en semillas del terror. No hay frescura en el guión, pero sí en la dirección. Se podrán ver muchos lugares comunes, momentos que no se pueden evitar porque han quedado inmortalizados en gemas del horror, pero es tarea del realizador aderezar con su toque mágico un film que de otra manera sería una copia burda. Como no se le puede escapar a los típicos jump scares, se juega mucho con ellos, se estira el momentum y el nivel de tensión se lleva a cotas elevadas. Poco a poco, el grado de actividad paranormal se va elevando hasta el caótico desenlace, un elaborado exorcismo funesto. The Conjuring es una película sin trampas, realizada con manos de artesano por una mente que sabe lo que quiere el público, con los sustos justos, necesarios y con escenas escalofriantes, es un punto alto en el subgénero de las casas encantadas y las posesiones demoníacas. Sencillamente es un legado al horror de la vieja escuela, del cual el director es fanático, un homenaje alucinante, fresco y entretenido, compuesto con inteligencia y apuntado a generar un buen mal momento en la sala de cine.
Creación de climas por sobre sustos fáciles, algo a la vieja escuela que se agradece. Para sentir escalofríos y para disfrutar de una de las mejores cintas de exorcismos del nuevo siglo.
El sonido del miedo A El conjuro (The conjuring, 2013) no hay que verla, hay que escucharla. Podría decirse tranquilamente debido a que el film dirigido por James Wan, responsable de El juego del miedo (Saw, 2004), cuenta con una edición de sonido tan eficaz que logra generar lo que las archiconocidas imágenes pasan por alto: el poder de la manipulación cinematográfica. No estamos frente al cine de terror con “tintes realistas” tan de moda en estos días. Nos encontramos frente a un relato que se vale de la representación siempre presente y consciente para generar el miedo e ingreso a terrenos sobrenaturales propuestos. La historia nos trae a los “únicos especialistas en casos sobrenaturales reconocidos por el Vaticano”, según anuncia la única frase que relaciona a la historia con la realidad. Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) son una pareja de “caza fantasmas” en retirada que pasa su tiempo dando conferencias en universidades (¿el misticismo aceptado en el ámbito científico?) hasta que, un buen día, la familia Perron -con mamá Perron (Lili Taylor) a la cabeza- cansada de ser molestada por extrañas apariciones, acude a ellos para que les ayuden a des-embrujar su hogar. Consciente de la representación como decíamos, El conjuro parte de todos los lugares comunes del film de terror, con cita/homenaje/hurto a clásicos del género: la película empieza con una muñeca diabólica vista a través de un televisor. La imagen refleja el guiño a Chucky, el muñeco maldito (1988), para comenzar en la ya trillada “casa embrujada”, pasando por objetos que se mueven en la noche estilo Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), con apariciones de fantasmales del tipo de El orfanato (2008) con relación a un suceso trágico del pasado que involucra un asesinato familiar El resplandor (The shining, 1980), terminando por la posesión de un espíritu demoníaco Posesión Infernal (The evil dead, 2013), con exorcismo incluido El exorcista (The exorcist, 1973), sin olvidar pasar por Los pájaros (The birds, 1963). A su vez, el relato evita caer en la nefasta frase de “esto ya lo vi”, porque prepara muy bien el terreno para ser igualmente eficaz en el impacto pretendido. Y el trabajo en la edición de sonido es indispensable, articulando los momentos, los espacios, acrecentando el vértigo y la tensión. Por eso la película se presenta como una montaña rusa: va creciendo lenta y pausadamente a nivel dramático para que, a partir de la hora de duración, acelerar estrepitosamente los hechos y situaciones hasta el clímax final, al mejor estilo Steven Spielberg. Alfred Hitchcock decía acerca de Psicosis (Psycho, 1960) que se trataba del cine en estado puro. Manera interesante de referirse a cómo el dispositivo cinematográfico está no sólo en función de contar una historia sino de provocar un efecto en el espectador. Eso mismo es El conjuro, una historia de terror que apela a todo el efectismo cinematográfico posible para atrapar al espectador y tenerlo a su merced a lo largo de su metraje. Y el efecto está logrado.
El conjuro es algo que hace rato se le pedía a la cartelera. Es decir, una película de terror decente para ver. Después de tanta basura olvidable que pasó por las salas en el 2013 esto es lo mejor que vimos hasta ahora junto con Cabin in the woods y Mamá. El director James Wan, el creador de SAW, volvió con una propuesta muy interesante que está basada en hechos reales y narra uno de los casos más famosos de los investigadores paranormales, Ed y Lorraine Warren. Este matrimonio saltó a la fama en la década del ´70 por ser los primeros expertos en estos temas que trabajaron en la célebre casa embrujada de Amityville, que inspiró luego toda una saga de películas. Hace unos años el film Invocando espíritus, que estaba relacionado con la ciudad de Connecticut, también se inspiró es uno de los casos de los Warren. El conjuro narra con más detalles la experiencia que vivieron los miembros de la familia Perron cuando se mudaron a una casa embrujada y también se hace referencia a la famosa historia de la muñeca Annabelle (Ver Dato Loco). Lo que me encantó de este película, más allá que está impecablemente filmada y tiene un tremendo reparto de actores profesionales sin personajes estúpidos, como estamos acostumbrados a ver últimamente, es que James Wan volvió a trabajar el tema de las posesiones demoníacas con un enfoque distinto. Esta nueva producción, al igual que La noche del demonio, está relacionada con las posesiones satánicas, pero la manera en que desarrolló la historia fue completamente diferente. El film anterior se enfocaba más en los aspectos fantásticos mientras que en El conjuro el terror se elaboró más desde lo psicológico. La película evoca claramente a las producciones de terror de los años ´70 que trabajaron esta temática como El exorcista, Terror en Amityville y Centinela de los malditos (Michael Winner). La manera en que se presentan los créditos iniciales, sobre todo el diseño del título del film está claramente en sintonía con esta cuestión. El conjuro es una propuesta de terror en serio, con actores profesionales, donde su director tuvo la grandeza de no filmarla para el público más adolescente que necesita que todo suceda rápido en cinco minutos con una edición frenética. Wan se toma el trabajo para presentar bien a los personajes y desarrollar el conflicto que es algo que no suelen hacer los filmes horrendos que llegaron en el último tiempo al cine. La banda sonora de Joseph Bishara es excelente y desde que aparece el logo de Warner te pone en clima para disfrutar la historia. Por otra parte, el director tampoco abusó de la música y supo utilizarla en los momentos adecuados. Patrick Wilson, Vera Farmiga y Lili Taylor están brillantes en sus personajes y la verdad que es otra cosa cuando hay actores de verdad y no los adolescentes ignotos que suelen protagonizar estos filmes. Hace mucho tiempo que no disfrutaba tanto un estreno de terror y El conjuro creo que se destaca entre lo mejor del año dentro de este estilo. La buena noticia es que todavía queda un encuentro más con el cine de James Wan en unos meses cuando llegue a las salas la continuación de La noche del demonio. EL DATO LOCO: La aterradora muñeca Annabelle que aparece al comienzo del film fue uno de los casos más famosos de los investigadores Warren. Sin embargo, la muñeca era muy distinta a como se la presenta en el film. En la siguientre nota podés conocer su verdadera historia.
El malayo James Wan fue el "culpable" de haber iniciado en 2004 la larga saga de terror sádico de El juego del miedo (ya van siete películas), que impregnó al género de cuerpos mutilados, torturas, baños de sangre y vísceras en primer plano. Luego dirigió discretos exponentes de género - Sentencia de muerte (2007), La noche del demonio (2010)- hasta llegar a El conjuro , film que lo reivindica por completo y lo ubica como un director a seguir con mucha atención. El conjuro está más cerca de los clásicos del terror de los años 70 ( El exorcista, Carrie ) y de los autores que dominaron la década de los 80 (Carpenter, Romero, Cronenberg, Craven, Hooper) que de las últimas franquicias que se acumularon a pura fórmula (los apuntados exceso del gore , el falso documental y el found-footage ) en los últimos tiempos. En este sentido, El conjuro no es (ni pretende ser) una película disruptiva, sino una digna heredera de cierto clasicismo del género donde lo importante no es la búsqueda desesperada del golpe de efecto, el shock inmediato ni la vuelta de tuerca inesperada, sino la sabia construcción psicológica de los personajes, la creación de climas sugerentes y la presentación -sabiamente dosificada- de los distintos enigmas, claves y elementos (algunos sobrenaturales, por supuesto) que llevan al espectador a sumergirse e identificarse con la problemática de los protagonistas. Tras un prólogo ambientado en un departamento en 1968 (parece que no hay película de terror sin escena previa a la trama principal), en el que se aprecian los efectos que genera en unas jovencitas una muñeca con fuerzas demoníacas, la acción salta tres años. Allí nos reencontraremos con Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), matrimonio que ha dedicado su vida a investigar la aparición de fuerzas diabólicas. Demonólogos, cazafantasmas, expertos en fenómenos paranormales (ella, además, clarividente; él, con contactos directos con la Iglesia), Ed y Lorraine deberán ocuparse de las desventuras de un matrimonio (Lili Taylor y Ron Livingston) con cinco hijas en el ámbito de una amplia casa rural a la que acaban de mudarse (con sótano, claro). Inspirado en hechos reales, el film desentraña el pasado del lugar y describe la progresiva irrupción del Mal. Más allá de algunas referencias inevitables ( Actividad paranormal, Chucky, Los pájaros, Poltergeist, la apuntada El exorcista ), El conjuro tiene el infrecuente mérito de transportarnos a un universo propio que resulta siempre creíble. Para destacar, en ese sentido, el aporte de las imágenes en pantalla ancha a cargo del director de fotografía John R. Leonetti. Wan y su impecable elenco no buscan el impacto fácil y efímero. El conjuro se toma todo el tiempo que necesita para construir la tensión (un reloj que se detiene, una puerta que golpea, un moretón que se extiende en el cuerpo o el sonido del viento que entra por una ventana abierta adquieren dimensiones inusitadas) y, así, consigue un efecto mucho más duradero en el público. Bienvenido sea, pues, este regreso a las mejores fuentes del género.
James Wan reconocido director de cintas como EL JUEGO DEL MIEDO e INSIDIUS, logra su filme más terrorífico en un metraje que lo tiene todo: impacto, visos de realidad, momentos de horror extremo y una estética setentosa que ayuda a generar un clima inquietante, desde el primer hasta el último fotograma. Técnicamente impecable (la edición de sonido, perfecta, es fundamental para el funcionamiento de los momentos más terroríficos) un gran elenco, una puesta claustrofóbica y un guion redondo, creíble y efectivo hacen de EL CONJURO una de las experiencias cinematográficas mas aterradoras de todos los tiempos. Para espectadores valientes.
En los últimos tiempos se estrenaron en las pantallas locales muchas películas de terror, la mayoría basura sin valor alguno, pero esta que nos ocupa viene a marcar la diferencia. Basada en las vivencias reales de una pareja de famosos espiritistas e investigadores de lo paranormal, el filme cuenta como el matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), no solo fue testigo del acoso demoníaco que vivía la familia Perron, sino que además le ayudó en su lucha contra los espíritus que habitaban la casa a la que recientemente se habían mudado. El director James Wan -responsable de la primera, y mejor, entrega de la saga "Saw"- en la primera escena sienta las bases del tono que el filme tendrá hasta el final. Con notable ritmo, Wang logra construir un relato aterrador, cargado de tensión, libre de los torpes efectimos que solemos padecer en otros filmes menores. La historia encuentra en sus protagonistas, especialmente en Vera Farmiga, el sostén preciso para dotar de veracidad aquello que de otra manera nos resultaría inverosímil. El resultado es inquietante, perturbador y garantiza al público amante del género una buena dosis de sobresaltos y suspenso. "El Conjuro" reconcilia al espectador con un tipo de cine últimamente bastardeado, pero al que directores como Wan reivindican y ponen en justo valor.
Viejos temas, nuevos sustos Hay varias películas pugnando por salir del interior de la espeluznante El Conjuro. Analizándolas por separado ninguna es original ni pareciera tener mucho para ofrecer pero al combinarlas y organizarlas dramáticamente mediante tramas y subtramas lo simple puede volverse fascinante. En particular con un director de tanto talento y amor por el cine como es James Wan, un prodigio para la puesta en escena que no necesita de artificios para impactar a un público tan fiel y a la vez tan fogueado y difícil de sorprender como es el adepto al género de terror. A Wan lo están ensalzando como también le ocurrió en alguna oportunidad a M. Night Shyamalan antes de caer en desgracia a partir de La Dama en el Agua. La comparación entre ambos realizadores no es ociosa pues se advierte como común denominador una gran maestría para construir secuencias de suspenso graduadas al milímetro, absolutamente clásicas desde lo formal (y muy en sintonía con lo que se hacía en la década del 70), y siempre con el respeto hacia la inteligencia del espectador como prerrogativa. Pese a sus condiciones la carrera del hindú Shayamalan se fue por la borda y hoy día sólo parece una sombra de aquél que deslumbrara con El Sexto Sentido y El Protegido. James Wan, de origen malayo pero formado en una escuela de cine de Australia, es todavía muy joven (36 años) y si no lo abandona su buena estrella es capaz de dar mucho más que lo ofrecido hasta ahora en títulos como El Juego del Miedo, Silencio Mortal, Sentencia de Muerte, La Noche del Demonio o esta vibrante fusión de El Exorcista, Aquí vive el Horror y la serie televisiva Martes 13 que es El Conjuro, para mi gusto la mejor de sus obras. Utilizando como nexo argumental al matrimonio de investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson, Vera Farmiga), que en la vida real participaron en decenas de casos como los que describe la película, la historia principal que proponen los guionistas Chad y Carey Hayes es tan básica como repetida: una familia tipo se muda a una gran casa en el medio de la nada. Allí empiezan a experimentar toda clase de situaciones anómalas que afectan al matrimonio de Roger y Caroline Perron (Ron Livingston, Lili Taylor) y a sus hijas. En algún momento las cosas se salen de cauce y los Warren son convocados para dar su opinión profesional sobre las actividades extrasensoriales que allí se suscitan. Y desde luego que hay un desarrollo y un clímax que cuentan con los condimentos indispensables para no defraudar a nadie. Yo creo que si Wan dejaba la película con esa trama simplona El Conjuro se hubiese quedado corta en climas y tensión dramática. La primera idea brillante es brindarles el protagónico a los Warren y no a los Perron. La segunda idea arranca en el inolvidable prólogo (Shayamalan también aportó los suyos ahora que lo recuerdo) y concluye en la presentación del Museo de lo Oculto (con objetos malditos como los de la tienda de la serie de culto Martes 13). Veinte minutos de proyección y ya estamos masticando la tercera uña al hilo. ¡Impresionante! La tercera idea que termina por darle una contundencia tremenda al relato es la habilidad de los autores para sembrar de dudas al espectador que capta las referencias cinematográficas al vuelo pero recién cerca del final puede calzar la última pieza del rompecabezas. No se trata de ninguna genialidad sino de un guión pensado y pergeñado con astucia y en el que no faltan unos cuantos sustos bien dados. Sustos que derivan de la narrativa y de la puesta en escena de Wan quien afortunadamente desprecia los golpes de efecto facilistas. Con una estética que recrea la textura y la “respiración” de los filmes del género rodados en los 70, El Conjuro atrapa de entrada apoyándose en un elenco sensacional que logra darle credibilidad a todas las ocurrencias de los escritores (y hay que ver para creer lo que se les cruza por la cabeza a los señores) y más que nada consiguen el milagro de que nos importen sus personajes. Este maravilloso trabajo de James Wan en un futuro quizás tenga el bien ganado prestigio que hoy es patrimonio de unos pocos títulos. Y si no es así al menos entrega lo que todos esperamos: viejos temas, nuevos sustos.
En épocas difíciles para el género, “El Conjuro” de James Wan (director de “El Juego del Miedo”) viene a renovar nuestras esperanzas en el terror cuando todo parecía perdido. Todo es creer o no creer Cuando vi los trailers de “El Conjuro” pensé que iba a ser una película similar a la mediocre “Terror en Amityville” (2005) que se basa en hechos reales y hay una casa embrujada donde la familia no comprende qué es lo que ocurre. Si bien no fue tan errado mi prejuicio, debo admitir que esta película logró sorprenderme no sólo por cómo está narrada, sino también porque salí un poco sobresaltado de la sala. La película comienza con el matrimonio Warren –Ed y Lorraine- que tienen un trabajo muy particular, investigar fenómenos paranormales. Ambos se complementan muy bien en esta labor ya que ella es una suerte de medium y él un ferviente cientificista que trata de explicar y racionalizar los acontecimientos anómalos con los que se cruza. Luego de un prólogo que nos pone en clima mediante el caso de la muñeca poseída Annabelle (algo así como Chucky), se nos presenta a la familia Perron que se muda a una casa alejada de todo, junto a un lago. Ahí comienzan a suceder cosas continuamente que van aterrando a esta familia y la madre, Carolyn, decide ir en busca de los Warren que casualmente daban una charla en una universidad cercana. Los Warren deciden corroborar el caso y visitan a la familia. “Algo terrible ha ocurrido aquí, Ed” le dice Lorraine a su marido y desde ese momento tratarán de ayudar a los Perron. Ejércitos de la Oscuridad ¿Qué le aporta “El Conjuro” al género? La respuesta es simple: nada. Lo maravilloso es que luego de ser tantas veces engañado con otros filmes de terror anunciados como “la película más aterradora de todos los tiempos” y demás eslóganes, mis expectativas eran prácticamente nulas. Sin embargo hay algo que aprendí a valorar y es cuando los directores conocen sus límites y se circunscriben sólo a hacer su trabajo apegándose al género y dando como resultado una película simple. Lo que vamos a ver ya lo vimos, y varias veces (por algo es de género), pero James Wan trabaja sobre un guión sólido con el tiempo necesario para narrar y una cadencia similar a la de “El Exorcista” (William Friedkin, 1973). Esto también se debe a un trabajo por parte de los hermanos guionistas, Chad y Carey Hayes. También, otro acierto que conserva “El Conjuro” es que los sobresaltos dados por medio de golpes de sonido raramente son engañosos ya que las alarmas funcionan correctamente y cuando el clima se tensa va en serio, demostrando que te pueden asustar hasta con un simple aplauso. Esta película lleva consigo elementos de varios de los mejores filmes de terror así como también referencias, tal es el caso de los títulos iniciales que corren hacia arriba como “El Resplandor” (Stanley Kubrick, 1980). Conclusión “El Conjuro” tiene un tempo particular en donde todo se concatena de una manera tan continua y natural que incluso se debilitan los plot points, incluso no afecta la trama notoriamente. Además, la película de James Wan logra entretener y asustar desde la simpleza, sin grandes efectos que busquen asquear al espectador.
Joya del terror Desde hace 40 años la posesión demoníaca sólo sirve para homenajear a la solemnidad lograda por William Friedkin en El exorcista. Los trastornos de personalidad y los fantasmas hicieron cumbre con El resplandor (1980) y Poltergeist (1982). Como dicen que “todo tiempo pasado fue mejor”, ¿por qué no recurrir a los viejos almanaques y así situarse en una época donde también nació otro de los clásicos del género?: Aquí vivió el horror (1979) ambientada en la ciudad de Amityville, en 1974, con los asesinatos de Ronald DeFeo, Jr. a su padre, madre y cuatro hermanos, ocurrido a las 3:15 AM. Entonces el malayo James Wan, creador de El juego del miedo, retrocedió tres años del caso real y ambientó El conjuro en un hecho estudiado por los parapsicólogos Ed y Lorraine Warren en 1971, esta vez en Rhode Island. Y le restó ocho minutos al reloj de Suffolk, Nueva York: a las 3:07, donde misteriosos eventos del más allá atormentó a otra familia, los Perron. ¿Podemos decir que Wan hizo un sutil copy paste basándose en el caso de Amityville? No, él le puso más que ingenio a la historia de Carolyn (Lili Taylor) y Roger (Ron Livingston). Como si se tratase del cubo de Hellraiser, El conjuro es un filme con varias caras que encastran unas a otras y sorprenden al desplegar más suspenso que terror en un combo de sucesos espeluznantes. En la sugestión está la clave del filme, pero sobre tres ejes: los estados de la actividad demoníaca. Infección, opresión y posesión. Así lo explican los Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson) en una charla facultativa antes de acudir al caso de los Perron. Un macabro muñeco surgido de la casa-museo de la pareja vidente-demonóloga es el disparador de esta brillante realización, con lo más jugoso en la etapa de las manifestaciones a través de aplausos, sombras y susurros que sobresaltarán al espectador, con una banda de sonido algo excesiva. El conjuro completa la tríada junto a Mamá y La cabaña del terror como lo mejorcito del género en el año. Hay menores en escena con grandes actuaciones, sin tantos movimientos bruscos de cámara, sino con un sadismo cinematográfico en cámara lenta para taparse los ojos. El reflejo de la caja musical habla por sí solo. No esperen extensos rituales romanos como salida típica en estas películas de posesiones. No. Una bolsa tapará la cabeza de la posesa como si fuese una metáfora de la negación hacia lo establecido. Cuando lo religioso toma protagonismo, y hay una bajada de línea hacia lo bautismal, esta obra se mete en terrenos clichés. De los cuales siempre buscó escapar.
Cuando el terror es tomado en serio. En los últimos años, el cine de terror se limitó en mostrar chicas con poca ropa, sádicos torturadores o enmascarados que perseguian a chicas sin ropa para luego tomar el rol de sádicos torturadores. O, peor, nos metió en realidades ficticias tomadas por inquietas cámaras en mano. Es decir, no pasó mucho. The Cabin in the Woods fue un soplo de aire fresco y, unos años antes, Insidious cumplió el rol de referente y punta de lanza como película de terror, pura y dura, pero con respeto hacia el género. Ahora se dió un nuevo ejemplo con El Conjuro (The Conjuring, 2013), una película que -nada casualmente- también dirige James Wan, responsable de Insidious. Su historia, en teoría basada en un hecho real (algo que podemos creer o no, a la hora que empieza la película no importa, lo terminamos creyendo de todas formas), nos mete de lleno en la familia Perron, una pareja joven con cinco hijas que se acaba de mudar a una vieja casa campestre. Desde el comienzo, vemos que hay algo extraño, ya que la mascota de la casa no quiere ni acercarse al umbral de la puerta, pero todo empeorará por la noche, a las 3:07 de la madrugada, hora en que todos los relojes de la casa se paran y comienza la fiesta de los espíritus. Cada noche, la "actividad paranormal" empeora, hasta que se hace insostenible y la familia decide recurrir a los Warren, una pareja dedicada a la cacería de fantasmas, espectros, demonios y demás criaturas del inframundo que pasan de plano para arruinarnos la vida. Al comienzo, reticentes por un evento que afectó gravemente a Lorraine Warren (Vera Farmiga) prefirieron mantenerse alejados, pero la empatía (ellos también son padres de una chiquita) los acercó y decidieron que si, que se iban a ocupar de lo que sucedía en su antiguo caserón. Pero lo que se encontraron allí fue más que un simple embrujo. Algo antiguo y maligno habita en la casa, y su fin no es solo dejarlos insomnes. El demonio tiene una misión, y va a hacer todo lo que esté en sus garras para lograrla. Lo más interesante del backstory de El Conjuro es que, pese a que uno crea o no los eventos, los Warren existen. De hecho, ellos fueron los responsables de la difusión y "limpieza" de la famosa casa del 112 de Ocean Avenue en una localidad llamada Amityville. Tal vez les suene de algo. Según cuenta el mito, los Warren nunca quisieron difundir el caso de los Perron, hasta el día de hoy ¿Qué los llevó a contar la historia? No lo sabemos y, en el fondo, no debería importarnos, porque como dije, no importa que sea real o no. Las brillantes actuaciones, los momentos de terror bien controlados y el clima, que puede cortarse con un cuchillo, nos meten en la maldita casa junto a ellos. Sufrimos y vivimos a través de ellos, y también logramos empatizar. Porque los protagonistas, a diferencia de muchas películas de terror, no son simplemente carne de cuchillo, son personas comunes y corrientes, sin nada extraordinario. Son gente como cualquiera, y llegamos a pensar que eso no es algo que solo le sucede a "los elegidos". Cualquiera puede estar en esa situación, y eso es lo más aterrador. Mención aparte para la historia paralela de la película, en donde una muñeca poseída aterroriza a dos universitarias. Con ese segmento al comienzo, Wan no solo logró satisfacer su fetiche con los muñecos (pensemos en Billy en El Juego del Miedo, o la oda a las marionetas diabólicas que fue Dead Silence), sino que también nos alimenta un poco más las pesadillas con un detalle que en un principio parece descolgado, pero que con el correr de la película toma sentido. El Conjuro es la película de terror perfecta. Con dósis de humor efectivas, pero a cuentagotas; con escenas escalofriantes y previas insoportables (no por lo malo, sino por la tensión) y con, sobre todo, actuaciones de nivel y coherentes, James Wan logró meter el terror más clásico en una pantalla moderna, sin que parezca anacrónico. Y por eso, sin dudas, Wan es el director de terror mainstream más importante de la generación Siglo XXI.
Más que fantasmas acosadores La película entretiene, tiene muy buenos efectos especiales y todo es creíble y da miedo, hasta que comienza a mostrar las posibles caras de los espíritus. Y como siempre, lo no escondido, por más feo que sea, no asusta. Ambientada en la década de 1970, el filme tiene por protagonistas a la familia que conforman Carolyn (Lili Taylor) y Roger Perron (Ron Livingston) y sus cinco pequeñas hijas, los que necesitaban una casa grande y por fin se les presentó una buena oportunidad. Carolyn, la madre pensó que esa casa amplia, con sótano, jardín y cercana a un lago con amarradero, en las afueras de Rhode Island, era el lugar ideal. El asunto empezó con el juego de las escondidas. La misma Carolyn (Lili Taylor) quería entretener a la más pequeña y acordaron como consigna, dos aplausos cuando estuvieran cerca para identificarse. Jugaron un rato largo, hasta que Carolyn sintió que los aplausos venían del fondo de un placard, cuya puerta empezó a abrirse. Cuando se acercó, sintió una respiración fuerte, esperó un rato, pero algo no le gustó, se quitó la venda y no vio a la niña. Poco después Christine (Joey King), su hija menor le dijo que había ido un rato a otra habitacion y dejado el juego. ¿Quién había abierto la puerta, quién suspiraba?. Estas y otras preguntas no tendrían respuesta por un largo tiempo y en la casa se sucedieron extrañas situaciones. Olores raros a la noche, sensaciones de presencias fantasmáticas, súbita caída de todos los retratos, pies apretados por la noche. AUXILIO EXPERTO Fue entonces que Carolyn decidió recurrir a los Warren. Lo que vino después fue el horror. El filme está basado en hechos reales que forman parte de los archivos de dos especialistas en fenómenos paranormales: Lorraine Warren y su marido Ed, ya fallecido. En la actualidad Lorraine Warren se dedica a cazar fantasmas, es demonóloga. Muchos no creen en estos especialistas, pero otros sí los apoyan. Lo cierto es que estos expertos son capaces de detectar espíritus, demonios, o almas en pena, en casas de las que se dice están embrujadas. "El conjuro" está hecha por un especialista en filmes de terror, el malayo australiano James Wan, del que previamente se había visto "El juego del miedo". Su película entretiene, tiene muy buenos efectos especiales y todo es creíble y da miedo, hasta que comienza a mostrar las posibles caras de los espíritus. Y como siempre, lo no escondido, por más feo que sea, no asusta. Muy bien Vera Farmiga, que hace de Lorraine Warren, en la ficción de esta historia. Buena actuación de Lili Taylor (Carolyn Perron), la madre, junto a un grupo de pequeñas actrices, entre las que se destaca Joey King, en el papel de Christine, la hija menor.
Pesadilla contada con estilo clásico Los fans del cine de terror van a reconocer los elementos que se suceden en esta intensa "El conjuro". Empezando por "Amityville", el cine fantástico de comienzos de la década de 1970 sirve de fuente a esta excelente película que tiene la gran cualidad de elegir un estilo clásico para ir armando su formidable pesadilla. Y otra gran virtud: utilizar esos elementos conocidos de maneras imprevisibles. El prólogo, más que contundente, muestra el caso de una muñeca embrujada que aterroriza a un grupo de jóvenes enfermeras en un departamento. El matrimonio formado por los expertos en lo sobrenatural Lorraine y Ed Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson) da una conferencia explicando cómo solucionaron el caso, y en esta primera parte de la película, el espectador ya puede apreciar el impactante uso de los efectos de sonido que recuerda los creativos rubros técnicos de "El exorcista". Pero la película no trata sobre esta horripilante muñeca, sino sobre una casa embrujada cuyos horrores van aterrorizando lenta pero implacablemente a una familia que termina pidiendo la ayuda de los investigadores. En un momento determinado, el guión del mismo director James Wan combina astutamente ambos relatos en una de las escenas más logradas de uno de esos films que asustan en serio a través de recursos ciento por ciento cinematográficos, desde la dirección de fotografía en adelante, y sin apelar casi al gore. James Wan se hizo conocer por "El juego del miedo", pero luego de este festin de truculencia gratuita empezó a orientarse hacia otro tipo de cine, con un un gran ejemplo en "La noche del demonio" (Insidious) que proponía un tipo de terror más sutil e inteligente, y es el que vuelve a exhibir en esta aún más lograda "El conjuro". Las brillantes actuaciones de todo el elenco, empezando por Farmiga y Wilson y con un gran trabajo de la talentosa Lili Taylor como la madre de familia de la casa embrujada, terminan de volver totalmente recomendable una película que sería una obra maestra si no fuera por algunas explicaciones demasiado tiradas de los pelos acerca de los fenómenos paranormales que se describen. Pero lo mejor de "El conjuro" es el uso de la luz, o mejor dicho su ausencia, con climas visuales que sí o sí deben apreciarse en la pantalla grande de un cine antes de ser vueltos a ver una y otra vez en DVD.
Esos extraños ruidos en el sótano… Caso extraño el de James Wan: el tipo fue uno de los creadores, junto a Leigh Whannell, de la saga de El juego del miedo (2004), cuyas sucesivas secuelas terminaron haciéndole bastante daño al cine de terror de los últimos diez años, gracias a su sucesión videoclipera de sangre, tripas, celebración apenas encubierta de la tortura y una moralina destinada a justificar de forma bastante irreflexiva la justicia por mano propia. Sin embargo, en pleno auge de esa serie de presupuesto tan bajo como masivo éxito, Wan comenzó, lentamente, a ir en dirección contraria. Films como El silencio de la muerte (con sus títeres para ventrílocuos convertidos en receptores de fantasmas) y Sentencia de muerte (con sus ambiciosos planos secuencias), ambas de 2007, pueden pensarse como antecedentes en los cuales el cineasta iba puliendo un estilo. A pesar de los defectos que exhibían -la falta de habilidad para cerrar el relato en el primer caso, la violencia pirotécnica y el discurso familiar grandilocuente en el segundo- se intuía una búsqueda donde aparecían elegantes puestas en escena y climas sugerentes. Es con La noche del demonio (2010) donde Wan realiza su apuesta grande (con Whannell como guionista), yendo a fondo con su mirada sobre el cine de terror: toma el tópico de las posesiones demoníacas; crea lazos con distintos exponentes estéticos y narrativos del terror (la literatura lovecraftiana, el cine de Carpenter); explicita la noción de las realidades paralelas; apela en determinadas ocasiones al humor negro; y utiliza la música como factor de inquietud adicional, encontrando paradójicamente sus fortalezas en los mismos lugares que sus debilidades. Es un film que probablemente con el paso de los años se lo pueda ver como clave en el nuevo milenio del género de horror, porque su pequeño éxito delata cierto deseo del público por otro tipo de historias, pero también deja ver que Wan, como realizador, es capaz de conectarse con las audiencias, manteniendo un estilo reconocible pero renovando sus registros. Y de esta manera llegamos a El conjuro, donde Wan sigue aventurándose con el retorno a las fuentes y alcanzando una gran masividad. El film no cuenta nada especialmente original: una familia recién llegada a una casa en el medio de un bosque comienza a experimentar una serie de sucesos cada vez más extraños y terroríficos, que empieza por ruidos extraños para derivar en apariciones y posesiones, que están vinculados a terribles acontecimientos de asesinato, brujería y ritos diabólicos. Pero lo que la va haciendo fuerte es su consciencia de que lo que cuenta no es esencialmente nuevo, sino el típico cuento de la casa embrujada: es notorio en toda la película (en especial la primera parte, que es la que exhibe mayor solidez) el conocimiento de las herramientas de las que dispone. De ahí que adquiera gran peso la cuestión de que el relato está basado en hechos reales: los personajes se perciben, con apenas un par de trazos, “verídicos”. El espectador enseguida siente empatía por ellos y por los Warren, la pareja de investigadores de lo paranormal que los terminan ayudando. Al mismo tiempo, Wan vuelve a exhibir toda su pericia al servicio del relato: un desplazamiento de la cámara tan elegante como funcional a la creación de climas, un estupendo aprovechamiento del espacio para ir dándole sentido a la intrusión demoníaca, una banda sonora que se constituye tanto desde los ruidos como desde la música y una profunda creencia en lo que se cuenta, que se transmite a la pantalla. Es cierto que El conjuro no exhibe la misma solidez en su segunda mitad, básicamente porque termina remarcando demasiado su discurso cristiano y familiar, que hasta ahí se había mantenido de manera subterránea. Asimismo, la resolución, comparada con el avance pausado de casi toda la trama, termina siendo demasiado repentina y apresurada. Aún así, va construyendo un verosímil que retoma el miedo más infantil y cotidiano: ese que se alimenta de los ruidos raros, sombras con formas inquietantes y seres que ya no están, pero siguen estando presentes de manera particular en nuestra vida diaria. Por un rato, con este relato volvemos a ser chicos, en un pasaje algo turbador. Y cuando llega la noche, ya no se duerme tan fácil. Todo un mérito para una película de terror.
"El Conjuro demuestra que lo que asusta no es El Conjuro, sino aquello que El Conjuro recuerda que nos asustó alguna vez. Señora, señor: no se deje asustar por las imitaciones. Compre terror original". Escuchá el comentario. (ver link).
La historia de una muñeca (en apariencia, cuanto menos, truculenta), sus dueñas, y cómo tratan inútilmente de deshacerse de ella. Todo en relato en off, mientras estamos en el living de la casa de Ed y Lorraine Warren, dos famosos investigadores de fenómenos paranormales que escuchan el relato de las jóvenes. Acto seguido, los vemos dando una conferencia en un auditorio gigante, atestado de gente y de preguntas, mientras explican el caso de la muñeca y cómo todo fenómeno paranormal tiene algún tipo de explicación lógica, o cómo, en raros casos, los espíritus toman posesión de una cosa o una persona como vehículo con este mundo. A continuación, la imagen de Ed y Lorraine se congela, y unas letras en amarrillo furioso se sobreimprimen en la pantalla y dan cuenta de la historia de la pareja y de “el suceso”, ese que mantuvieron secreto durante años, ese que les hizo tambalear sus más fuertes convicciones y creencias, ese que fue un hecho real, y que estamos por presenciar...
Miedo en estado puro Una vieja casona aislada en medio de un bosque es el espacio ideal del terror gótico norteamericano. Ahí vuelve James Wan, el creador de la saga de El juego del miedo, para reencontrarse con la mejor tradición del género y redimirse de su propio cinismo audiovisual tomándose en serio los fenómenos paranormales, algo que no había logrado en La noche del demonio, pese a que sus intenciones eran similares. Ahora se trata de una vuelta al pasado en todo el sentido de la palabra: la acción transcurre a fines de la década de 1960 y a principios de la de 1970, aunque la reconstrucción histórica no se limita a la ropa, la decoración, los autos y los electrodomésticos, también incluye la fotografía y la iluminación, que remiten a las películas clase B de la época. Sin embargo, antes que rendir homenaje a un cine ya perimido y componer una especie de terror vintange, Wan parece ir un paso más allá de la nostalgia y retroceder en el tiempo con la idea de revitalizar todos los tópicos posibles de las fantasías de la casa embrujada y las posesiones diabólicas. No pretende innovar, sino disponer las piezas existentes de modo tal que generen ese miedo en estado puro cada vez más difícil de conseguir para una producción contemporánea. La historia se basa en las experiencias de una pareja de expertos en fenómenos paranormales muy famosos en los Estados Unidos: Ed y Lorraine Warner, interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga. Y el caso es el de la familia Perrons, un matrimonio (compuesto por una impresionante Lili Taylor y Ron Livingston) con cinco hijas, quienes se mudan a una casona decimonónica en Rhode Island y empiezan a ser acosados por las almas en pena que habitan el lugar. Tanto la situación como la atmósfera son extremadamente conocidas incluso para aquellos que nunca vieron una película de terror. La proeza de Wan es mantenerse en equilibrio sobre la delgada línea que separa la repitición de la parodia sin caer nunca en ninguno de los dos lados. Y ese finísmo hilo se van tensando minuto a minuto mediante una serie de escenas que no tienen nada de novedosas pero que en sus manos adquieren una perfección formal y emocional admirable. Como en los relatos infantiles, en las historias de miedo tampoco importa lo que se cuenta sino cómo se lo cuenta, y si bien siempre es posible provocar un buen susto con un simple ¡buhh! dicho en el momento apropiado, el espanto resulta más perdurable cuando es producto de una composición fiel no sólo a sus propias premisas sino también al material que trata. Ese material, en El conjuro, son los fenómenos sobrenaturales. Wan demuestra que se debe confiar en el demonio para hacer una buena película de terror.
Desde el vamos, la leyenda basada en un hecho real está certificada por Lorraine Warren, que vivió lo que se cuenta en la película, donde es encarnada por Vera Farmiga. El film, dirigido por James Wan (“Los juegos del miedo”) cuenta lo que ocurre en una granja poseída, y cómo los Warren, famosos investigadores de fenómenos paranormales, combaten esas presencias demoníacas. Lo que ocurre, bien contado, se vio en muchos films de terror, pero la construcción del relato es contundente y provoca inquietudes varias.
VideoComentario (ver link).
The horror is back El Conjuro emerge resucitando a un género que pedía a gritos una entrega de tamaña calidad que ocasione lo que el público objetivo le reclama al rubro: temor. James Wan (Saw e Insidious) se las ingenia soberbiamente para interiorizarnos en un relato terrorífico mientras nos deleita a partir de manejos de cámara exquisitos y una ambientación inmejorable, combinando una buena cantidad de efectivos travellings con secuencias de poca iluminación para aumentar la tirantez y el nerviosismo en cada pasaje del film. El Conjuro es un gran ejemplo de cómo diferenciarse o construir un muy buen producto con una historia que cuenta más o menos lo mismo que lo que nos brindan las cintas de terror clásicas: la típica casona abandonada a la que se muda una familia (los Perron) y en donde suceden todo tipo de acontecimientos sobrenaturales vinculados a espíritus y/o presencias demoníacas. Nada nuevo desde la teoría, pero muy distinto desde la práctica, en esta cinta la tensión y el horror vuelven a pisar fuerte amedrentando al observador de un modo similar al que supo hacerlo la antiquísima El Exorcista. La clave radica en su despliegue narrativo, en sus modos de sumergirnos en una tétrica y siniestra crónica que, además, se jacta de estar basada en hechos reales. El director le imprime una rigidez importante al jugar inteligentemente con la insinuación; aquí no pasa todo por el intercambio entre susto y sobresalto, sino por la edificación creciente de sensaciones que incomodan al espectador, en oportunidades a partir de escenas en donde la oscuridad prima y dependemos del fuego de un fósforo para ir visualizando parcialmente cada zona, con la amenaza o tentativa constante de que algo pueda aparecer repentinamente; en ocasiones con la conjugación de notas graves, chirridos de puerta y pisos de madera crujientes intercalados con ausencias de sonidos y la sola presencia sonora de los pasos o la respiración del protagonista en cuestión. Y a veces ese recreo al que se nos somete forma parte de un simple esbozo que opera como prueba o movilización de temor, incitando al miedo y a la seducción terrorífica de manera constante. Vale destacar las muy buenas actuaciones de Vera Farmiga y Patrick Wilson especialmente (Ed y Lorraine Warren), en este film repleto de tensión, profanación, nerviosismo y presencias de objetos y muñecos sugerentes tétricamente hablando. Lo mejor de terror de los últimos años. LO MEJOR: logra el objetivo sin quedarse en la media de lo que se ofrece típicamente en el género. Todo no ocurre porque sí y solo para generar saltos; existen buenas argumentaciones. Cómo se juega con la insinuación. Técnica y estética visual. Sonido. Tensión. LO PEOR: en algunas instancias se abusa de los lugares comunes. PUNTAJE: 8
“No creo en los vampiros”. En una época cinematográfica signada fuertemente por la aparición de vampiros hasta en la sopa, El Conjuro pone la frase del título en la boca de uno de los protagonistas y vigoriza un poco más su propia propuesta. Seamos sinceros, su propia propuesta no es más que la tan repetida fórmula de las posesiones, los fantasmas, los espíritus malignos y demás entidades demoníacas, pero la pericia de su director James Wan para jugar con las cámaras y crear suspenso, ponen a esta película de tema trillado en un lugar muy superior a la media. La leyenda “basado en una historia real” también es un lugar común que aparece en dos de cada tres ficciones que vemos en las pantallas. Aquí lo acompañan con un texto que le agrega que la historia fue mantenida en secreto por los especialistas en apariciones paranormales Lorraine y Ed Warren por ser tan aterradora. Y todo ese prolegómeno no sería en absoluto recordable si no fuera porque a fin de cuentas, nos encontramos ante un filme que está a la altura de lo que adelanta. Los trágicos sucesos que sufrió la familia Perron -padre, madre y cinco hijas mujeres- a principios de los setenta son el hilo conductor de este filme en donde el protagonismo va variando de los miembros de la familia a los investigadores y -por qué no- a la casa misma a la que se mudan...
El demonio vuelve a golpear la puerta La particularidad de este film de terror es que está basado en un hecho real y juega con varios de los elementos que causan grandes miedos: muñecos, niños aterrados y posesiones. Buenos actores para un gran susto. No hay nada más divertido y ridículo que una película de terror basada en hechos reales. Aunque muchos espectadores puedan creer lo que la historia cuenta, está claro que siempre se trata de tramas disparatadas que asumen una enorme cantidad de hechos no probados. Tal es el caso de El conjuro, que toma a dos "demonólogos" de la vida real, Ed y Lorraine Warren, como punto de partida para la historia. Los Warren investigarán un caso en la casa de la familia Perron, un matrimonio con cinco hijas que sufre una presencia demoniaca en su casa. La película retoma esa década de esplendor para los fenómenos paranormales que fue la década del '70. No sólo porque los hechos que narra el film se ubican en esa época, sino porque remite también a toda una forma de entender el cine de terror a nivel estético y temático. Renunciando en gran parte al brutal género gore y apostando mucho al clima, la película asusta al viejo estilo. Tiene un poco de todo, juega mucho con las cosas que más asustan: muñecas, niños y posesiones. El director, nada menos que James Wan, es un conocedor del género. Su gran aporte ha sido haber fundado la serie de El juego del miedo (Saw), que en aquella primera entrega era una verdadera novedad. Wan permaneció en gran medida dentro del género y acá parece inaugurar una nueva franquicia, ya que el matrimonio Warren tiene en sus expedientes suficiente material para seguir haciendo películas para siempre. Tanto los Warren, como la familia Perron, han narrado esta historia, aun cuando el film preste más atención al punto de vista de los investigadores. Las licencias poéticas del film, por suerte, son las suficientes como para no considerarse tampoco una recreación realista de los supuestos eventos ocurridos en la casa. Wan no sólo crea grandes climas y produce grandes e impactantes sustos, también sabe cómo dosificar el drama para que los personajes nos importen. Y por eso, y a diferencia de lo que ocurre con el cine de terror actual, Wan apuesta a buenos actores. Vera Farmiga y Patrick Wilson como el matrimonio Warren, y Lili Taylor y Roy Livingstone como los Perron, aportan muchísimo más que oficio y hacen mucho más creíble la historia. En cuanto a los efectos especiales, brillan por ser sutiles y no tomar protagonismo. El espectador no atento ni verá que hay efectos, mérito de un director que sabe que un efecto especial de más puede dejar al espectador afuera. No es lo que ocurre acá, donde al entrar, será muy difícil que alguien logre salir sin pegarse un buen susto.
Cuando el exorcista se para en la escalera El cine de terror es ante todo convencional: no hay género que como éste dependa casi por completo de un conjunto de códigos, leyes y hasta de lugares comunes. Las grandes películas de terror suelen ser por lo general aquellas que consiguen subvertir esas reglas de un modo sutil, y encontrar el resquicio entre ellas para generar algo nuevo. O, para ser más precisos, para causar una revolución en el sentido más estricto de la palabra. El conjuro insinúa, coquetea, amaga con intentar dar ese salto, pero al final termina revolviendo el cajón de las ideas viejas, las convenciones y las fórmulas probadas ya mil veces, sin preocuparse por darles una lavada de cara mínima para que parezcan, si no nuevas, al menos otra cosa. Así y todo, la película no empieza tan mal, porque el guión y el director tienen la buena idea de ambientar su historia en los años ’70, década que dio algunas de las mejores películas de terror puro. Clásicos como El exorcista, de William Friedkin, o Al final de la escalera (también conocida como El intermediario del diablo, estrenada en realidad en 1980), de Peter Medak, a las que El conjuro les debe, como se verá, más que la simple inspiración. Se trata de la historia de los Warren, un matrimonio de investigadores paranormales formado por Ed y Lorraine (siempre eficientes Patrick Wilson y Vera Farmiga), que deciden ayudar a la familia Perron, tan numerosa como la familia Brady, que acaban de mudarse a un enorme caserón suburbano en busca de paz y comodidad. Aunque, claro, la casa ya tiene inquilinos de esos que no se dejan ver, pero a quienes las conocidas limitaciones de lo incorpóreo no impiden andar haciéndole maldades horribles a la gente. La primera mitad de la película está filmada con una estética vintage que consigue recrear con eficacia el estilo cinematográfico de los ’70, ya sea desde el tratamiento del color, el tipo de travelling y las puestas de cámara elegidas para componer los cuadros. Todo el trabajo de arte, vestuario y maquillaje acentúa esos aciertos: Wilson y Farmiga, más Lili Taylor y Rod Livingston, lucen como actores de aquella época, y esos detalles encantarán a los amantes del género más atentos. Pero la segunda mitad se encarga de ir volviendo de a poco a la estética más efectista que el género empezó a practicar en los ’90, apostando más al susto repentino que a la creación de atmósferas abominables u opresivas que busquen crear la genuina sensación del miedo. Wan acaba apostando a lo más fácil. Por supuesto, habrá una escena con una pelota para “homenajear” al film de Medak, y el final reincidirá en un exorcismo tan convencional que hasta el maquillaje, los efectos y las ideas parecen no haber evolucionado nada en los 40 años que pasaron desde el estreno del clásico de Friedkin. Para empeorar las cosas, El conjuro se estrena el mismo año que la verdaderamente revolucionaria La cabaña del bosque, fatalidad que deja sus convenciones mucho más expuestas y hace aun más evidente lo previsible de su relato.
Otra historia atrapante de casas embrujadas y exorcismos. Las películas de terror que se encuentran “basadas en una historia real” suelen ser del agrado de los espectadores a la hora de elegir en la cartelera y es bastante efectivo todo lo que se encuentre relacionado con lo sobrenatural. En este tipo de historias se pueden sumar fantasmas, monstruos, asesinos seriales, posesiones de todo tipo en algún cuerpo, objetos y casas. A lo largo de los años resultan inolvidables varias películas del género, surge el homenaje y en esta nueva historia se realizan algunas referencias a películas como: “El bebé de Rosemary” (1968) de Polanski; “Poltergeist” (1982) de Tobe Hooper; “Chucky el muñeco diabólico” (1988) de Tom Holland; “Los pájaros” (1963) de Alfred Hitchcock; “Actividad Paranormal”; El Exorcista (1973) William Friedkin (varias historias siempre la referencian); entre otras. Este director de cine malayo James Wan (36), cuya obra más conocida es la película “Saw” más popular como“El juego del miedo” (ya va por la séptima) además de: “Sentencia de muerte” (2007), “La noche del demonio” (2010); entre otras, es un conocedor del género y del gusto de los espectadores. Todo comienza con un prólogo ambientado en 1968, donde tres adolescentes relatan una serie de hechos demoniacos relacionados con una muñeca llamada Anabella. Pasan unos años y vemos al matrimonio Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), dando charlas y continuando con sus tareas como expertos en fuerzas demoniacas, cazafantasmas, entendidos en fenómenos paranormales y demás yerbas, ella además es clarividente. Ellos se terminan relacionando con la familia Perron. Carolyn, Roger (Lili Taylor y Ron Livingston) y sus cinco hijas se acaban de mudar a una casa en busca de tranquilidad, pero suceden una serie de hechos vinculados con las fuerzas del mal. Algo pasó en ese lugar, un reloj que se detiene a las 3:07, infaltable el sótano y otros ambientes detrás de las paredes. A raíz de esto la familia Warren también se encuentra amenazada. Varias escenas ya la vimos en otras películas del género, (exorcismo con biblia, agua bendita y versos en latín, seres que vomitan sangre, una crítica a la iglesia-se dice que fueron elegidos por el demonio porque sus hijas no fueron bautizadas y no asisten a la Iglesia Católica-) aunque algunas escenas están logradas, mantiene al espectador tenso en gran parte de su desarrollo, no logra mantenerlo hasta el final. Tiene todos los clichés del género de terror, se busca constantemente el salto en la butaca, sorpresas y alguna que otra vuelta de tuerca.
Donde viven los muertos El director James Wan eligió para "El conjuro" el terror clásico. A diferencia de "El juego del miedo", donde abundaba la sangre, las torturas y el sadismo, en este caso el cineasta malayo apunta al terror sicológico, pero con matices aportados por el elemento sobrenatural. La trama está plagada de los elementos icónicos del género: una casa victoriana medio derruida en medio de la nada, muertos que acosan a sus habitantes y un diseño de arte impecable al servicio de ese contexto. La historia, se aclara, está inspirada en el caso real de los Perron y sus cinco hijas. El matrimonio, a principios de los 70, pide auxilio a Lorraine y Ed Warren, famosos por saber cómo tratar con fantasmas y demonios y ponerlos en su lugar. (Un dato curioso: Lorraine Warren tiene un breve cameo ubicada en la primera fila de una de las charlas que los Warren dan en una universidad). Con algunas referencias y homenajes al cine de terror de Carpenter ("La niebla"), Wes Craven ("Pesadilla") y Hitchcock ("Los pájaros"), y por supuesto a William Friedkin ("El exorcista"), Wan se propone, durante casi dos horas, sugerir antes que mostrar (la mujer poseída es cubierta por una tela, un fantasma se ve sólo como un reflejo en un espejo), con lo cual potencia el efecto perturbador y deja al espectador libre para enfrentarse con la fuente misma de sus temores: su imaginación.
La película que desplazó a “Metegol” del tope de las recaudaciones Existía alguna curiosidad en ver “El conjuro” (“The Conjuring”), la película que desplazó a “Metegol” al cabo de tres semanas consecutivas al tope de las recaudaciones. Dirigida por el malayo James Wan, el realizador de la primera de la serie “El juego del miedo”, estaría basada en hechos reales, algo que a esta altura ya se ha convertido en un cliché bastante gastado del cine norteamericano. Es poco lo que aporta de original este relato bastante convencional centrado en una familia numerosa (cinco hijas) que se muda a una casa que podríamos decir está embrujada. Desde el principio una extraña voz de mujer susurra reiteradamente un “Miss Me?” (Me extrañas?), que pronto adquirirá significación. El matrimonio de Carolyn (Lili Taylor) y Roger (Ron Livingston) Perron finalmente convencerá a una pareja de demonólogos para contar con sus servicios de exorcismo. Se trata de Lorraine (Vera Farmiga) y Ed (Patrick Wilson) Warren, que se hicieron populares en las décadas del ’60 y ’70. Dado que la historia transcurre en Rhode Island en 1971 los elementos usados pueden parecer actualmente anacrónicos al no existir aún los celulares ni Internet. En cambio utilizan grabadores a cinta, lámparas con luz ultravioleta, termostatos y otros utensilios hoy probablemente obsoletos. Hay también una parafernalia de ruidos, chirridos, puertas que se cierran de golpe, pisos que ceden y arrastran a más de un cuerpo a sótanos donde los esperan sorpresas varias. Hay elementos ya usados en otras producciones similares como sillas mecedoras, pájaros en cantidad (¿Hitchcock?), muñecas que parecen cobrar realidad y sobre todo un aire de “déjà vu” que seguramente no molestará a los adictos al género. No faltará incluso un cura, quien requerirá la autorización del Vaticano (!), para hacer un exorcismo al no estar bautizadas las hijas del matrimonio Perron. Y el final será feliz, como imagina el lector, salvo un pequeño detalle relacionado con una cajita de música que anuncia claramente que pronto tendremos “El conjuro 2”, seguramente en manos de otro realizador ya que James Wan ya se estaría preparando para dirigir “Rápidos y furiosos 7”.
LO QUE VALE ES EL INTENTO Creo que el género de terror está en una de sus peores épocas en la historia del cine. Dicho esto, son contadas con una mano las obras que salen por año que logran un atisbo de buen gusto para una realización acabada y digna de un público que lleva años y años esperando ese resurgir de un movimiento estético y narrativo decaído hasta lo más pobre que puede brindar. Y ahí aparece James Wan, incansable trabajador del suspense, creador de la obra maestra El Juego del Miedo (Saw, 2004) que, si bien se les fue la mano con las secuelas, logró quedar en el imaginario colectivo como una obra de culto y sentar las bases para sus burdas copias consiguientes. Años más tarde vino La Noche del Demonio (Insidious, 2011), un intento muy atinado de volver a los orígenes del género y así resetear la máquina del terror. Lamentablemente, en esa película quedó un pastiche muy extraño y las actuaciones no estaban a la altura, aunque el resultado final es al menos digno de darle un vistazo. Toda esta introducción es necesaria para entender por qué se está armando tanto ajetreo con El Conjuro (The Conjuring, 2013), una película que vive del homenaje a obras clásicas como El Exorcista, Poltergeist, El Resplandor e incluso Los Pájaros. Imposible que algo salga mal si se respetan las fórmulas de genios como Friedkin, Hitchcock o Kubrick. Pero acá debo plantarme y decir que eso no basta. Es necesario ir un poco más allá para salvar al terror. No basta plantear una serie de situaciones en un espacio para filmar un montón de lugares comunes y efectismos varios que logren impactar. Así no. Porque El Conjuro tiene eso, mucho homenaje, pero poca originalidad para resolver dichas situaciones. Y si bien el resultado puede ser una película terrorífica, con momentos bien logrados, como el exorcismo o la escena filmada con cámara en mano en el sótano emulando los mockumentales como Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007) o la clásica El Proyecto Blair Witch (¿vieron? seguimos con los homenajes), simplemente no basta. Viniendo de un tipo como Wan, creador de Saw, que ya tiene un universo más o menos marcado con otras obras menores como El Silencio desde Mal (Dead Silence, 2007) o la mencionada Insidious (que tendrá su secuela, a estrenarse este mismo año), es injusto atribuirle el mérito que se le está dando en la crítica por “revitalizar” el género, cuando lo único que hace es apoyarse en el homenaje obvio y directo, aplicando leves retoques con distintivo propio. El tono de la película es casi el mismo que el de su anterior filme, el mencionado Insidious (acá, La Noche del Demonio). Y a partir de esta nueva película, creo que aquella es aún mejor, porque su mérito era la búsqueda original de momentos visuales que impacten, más allá de los clichés y las pésimas actuaciones. En definitiva, en este austero panorama para el género, realizadores como Wan al menos dan que hablar y nos remiten a los buenos tiempos del terror. Esta película no es la gran cosa, pero al fin y al cabo, entre tanta bazofia, lo que vale es el intento.
Triunfal retorno de un género Hay algo extraño en la apertura de “El conjuro”, algo que parece presagiar un desastre pero a la vez confunde. Tres adolescentes están sentados en un sillón compareciendo, prácticamente, frente a un grupo de adultos. Cuentan algo que los asustó. Para una película de terror, y para los amantes del género, el relato es tan inverosímil como ridículo. La historia (con rápidos flashbacks) pasa por un par de amigas jugando a lo que no deben, y un muñeco poseído. Uno siente que le están contando “Chucky” (1988), y suena tal cual. Sólo que ya no estamos para bromas y uno se pregunta: ¿En serio vamos a ver una de muñecos malditos? ¿Habremos de soportar bracitos de plástico manejando el cuchillo de Rambo? O siendo más derrotistas: “Uh… bueh… ¿Cuánto falta?” Entonces se produce la dualidad. La contradicción en la apreciación. Mientras escuchamos la introducción contemplamos una textura cinematográfica que se toma todo muy en serio. Una dirección de fotografía jugando con los opacos y las sombras, un montaje despojado de efectismo y (lo más importante) los encuadres. La cámara se corre, se asoma con el espectador a un pasillo o a una puerta entornada. Suena la banda de sonido que es más evocativa del género que útil a la trama. Pero se corta y entonces se escucha algo mucho más atronador. El silencio. Y así será en muchos pasajes de la realización. Justo en esos silencios, justo cuando ya no importa si el relato es o no creíble, nos damos cuenta de las mariposas en el estómago y de un creciente ritmo cardíaco. Y claro, hay que admitirlo: ¡Estamos asustados! Después de esta introducción en la cual James Wan (autor de la primera de la saga “El juego del miedo” (2004) y de la fallida “La noche del demonio” (2010), muestra lo que aprendió. El espectador está listo para ser llevado de las narices por una variada paleta de recursos propios del género para narrar los hechos reales acaecidos en una casa en Rhode Island, a la cual se muda una familia tipo de principios de la década del ’70, matrimonio y cuatro hijas. En la casa pasan cosas raras. Y serán los mismos adultos que vimos en la primera parte los que intervendrán como expertos en parapsicología y otras yerbas. Todos los elementos que el director muestra en detalle o en un simple paneo, sirven. Tarde o temprano volverán a aparecer para justificar su presencia (o su ausencia) en una verdadera muestra de elaboración de guión y puesta en escena. Nada es por azar, y a la vez estará al servicio de enriquecer la tensión dramática (de colección la utilización del juego de “la escondida”). Para lograr todos estos climas densos de demonios y fantasmas, fue fundamental el altísimo nivel de actuación del elenco, en especial la parte femenina con Vera Farmiga, Lily Taylor y las chicas Hayley McFarland, Joey King, Mackenzie Foy y Kyla Deaver a la cabeza La estética y la estructura narrativa son también una mirada a la década del ‘70, no sólo por estar ubicada en la época sino por las formas. El realizador se toma su tiempo para todo, sabiendo y confiando en el resultado final. Se nota. Y así sale. “El conjuro” es una gran película de terror porque nunca decae, nunca abandona la propuesta y salvo en contadas ocasiones, no recurre al golpe de efecto. Junto con “Mamá” (2013) es lo mejor del género en mucho tiempo. La entrada vale cada sobresalto.
Sustos garantizados James Wan, responsable de El juego del miedo (Saw, 2004) y La noche del demonio (film de terror al más puro estilo ochentoso y repleto de referencias a la mítica Poltergeist que fue todo un éxito), dirige esta nueva película que tuvo su génesis 20 años atrás, cuando Ed Warren mostró una de las grabaciones del caso Perron al productor Tony DeRosa-Grund, quien dedicó 15 años para encontrar el estudio que estuviera dispuesto a llevar a pantalla la historia. La película está basada en la historia real de la familia Perron, que en la década de los 70, afirmaron haber presenciado encuentros sobrenaturales en su domicilio del estado de Rhode Island. Tras lo cual acudieron entonces a Ed y Lorraine Warren, un matrimonio de parapsicólogos e investigadores de renombre en el mundo de los fenómenos paranormales y expertos en solucionar casos reales de posesiones tanto de personas como de objetos, que se encontraron frente al caso más terrorífico de sus vidas. Este nuevo trabajo del director vuelve a retomar la estética de consagrados films de terror de los 70’ y 80’ como El Exorcista, al que también hace alusión temáticamente y en su iconografía religiosa, y recoge múltiples referencias de películas como Actividad Paranormal (2007), Chucky, el muñeco diabólico (1988), Poltergeist (1982), y cita incluida a Los pájaros (1963) de A. Hitchcok. A pesar de contar con los clichés característicos del género, y a diferencia de las ultimas producciones estrenadas, Wang opta por una concepción visual y una puesta clasicista (signada por prolijos encuadres, travellings y planos secuencias compuestos por una fotografía que juega entre las sombras y la oscuridad), que prioriza la creación de climas y elementos simples y efectivos para hacer saltar al espectador en la butaca. Casi sin efectos especiales, y apostando al fuera de campo y los encuadres sumado a una precisa y contundente edición de sonido que permite climas muy bien logrados - al estilo de Los Otros (2001) o El orfanato (2008) - Wan va dosificando la tensión del relato para atrapar al espectador hasta el final. Un inocente juego infantil, una cajita de música antigua o una muñeca que parece de verdad, se convierten en fuentes de tensión que sumadas a un manejo de la oscuridad muy particular, bastan para producir escalofríos. Tal vez, su punto más flojo radique en plantear en el comienzo varias tramas, la vida de los Warren por un lado, la de los Perron y la muñeca (una de las mas interesantes), pero avanzada la trama y descubierta la fuente del mal, las abandona argumentalmente y solo sirven como electos de tensión. Con una historia típica y conocida, pero muy bien contada, una excelente reconstrucción de época y apostando a los climas y el impacto sonoro, El Conjuro logra su cometido. Contribuyen en ello, el estar inspirado en hechos reales y el acertado casting y muy buenas actuaciones de Lili Taylor y Vera Farmiga.
Volver al terror de los 70 1971. El matrimonio de Ed y Lorraine Warren son dos personas reconocidas como expertos en actividades paranormales. Los Warren no solo son respetados por sus colegas sino también por instituciones como la Iglesia. Un caso muy especial en Harrisville (Rhode Island) tuvo mucha repercusión en la prensa y en la sociedad en general cuando la familia Perron, compuesta por el matrimonio y sus tres hijas, comienzan a sufrir distintas actos extraños en la granja a donde se acaban de mudar. Los Warren llegaran al lugar y se encontraran con algo sumamente especial que pondrá en peligro de muerte, no solamente a la familia Perron, sino también a su propia familia-. Este es el eje donde gira esta muy buena película llamada “El conjuro”. Este film dirigido por James Wan (director de “El juego del miedo”) vuelve a traer un terror muy setentista, incluso hasta en la forma de filmación, basándose en lo que pueda suceder y en lo que uno espera, que en la de ver sangre chorreando por la pantalla. Incluso en muchos de los planos y en la luz se asemejan en aquellos films de terror que comenzaran con “El exorcista” y “La Profecía”, más allá de aprovechar los efectos que se pueden conocer en la actualidad. “El conjuro” es uno de esos films que realmente van a disfrutar y mucho los amantes del género, rememorando aquellos films del 70 pero disfrutándolo hoy.
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Los que miran atrás de las puertas Es muy difícil asustar con películas sobre posesiones y casas embrujadas, en una era en el que “El Exorcista” y “Poltergeist” se hicieron hace mucho tiempo. Desde entonces, se han ensayado numerosas exploraciones, con desigual suerte. En los últimos tiempos, vienen primando aquellas iniciativas basadas en teoría en casos reales (“El exorcismo de Emily Rose”, “El último exorcismo”) o en la ambigüedad de las found tapes (la saga de “Actividad paranormal”). El último fenómeno de público fue “Mamá”, del argentino Andrés Muschietti. Por esos senderos transita el guión escrito por Chad y Carey Hayes, rodado por James Wan, creador de la saga de “El juego del miedo”. Lo peculiar es que aquí se suben a una dupla de personajes históricos, que en Estados Unidos han sido parte del folclore de lo paranormal: se trata de Ed y Lorraine Warren, matrimonio de investigadores de fenómenos paranormales y autores asociados de varios casos acaecidos en casas encantadas, muy activos en los ‘50 y ‘70. Ed falleció en 2006, pero Lorraine figura en los créditos como asesora, lo que vendría a reforzar el verismo de la cuestión. De entrada, en los créditos iniciales se nos dice que Lorraine es una clarividente, mientras que Ed era el único demonólogo no ordenado como sacerdote que reconoció la Iglesia Católica. Habitantes ocultos Tras un caso con una muñeca (que sirve para mostrar su modo de trabajar y su museo de objetos encantados), el matrimonio tendrá que atender el caso de la familia Perron, un matrimonio con cinco hijas que se muda de Nueva Jersey a Harrisville, Rhode Island, a una casa antigua de madera, junto a un lago. Allí empezarán a suceder diversos hechos que implican interacción física de alguna entidad sobrenatural, que parece juguetona al principio (“espíritus chocarreros”, dirían el “El Chavo”) pero que empiezan a derivar en agresiones físicas. Los Warren deciden que deben salvar a esa familia, sin sospechar que pondrán en peligro la propia. Así arrancarán una pesquisa a su estilo, hasta que la sensibilidad de Lorraine descubre el entramado místico: cuál es el espíritu que originó todo y qué quiere, porque en realidad en la casa viven más fantasmas que gente, o más o menos. La trama transita por varios registros y tópicos: la investigación sobrenatural “seria” de los Warren; el desenmascaramiento del espíritu maléfico (que se resuelve con una visión y una consulta a un par de archivos); un terror soft que juega con los yeites del género (incluyendo la benjamina que hace amigos fantasmagóricos) pero nunca alcanza el “ah, me hice encima”; algunos chispazos de humor, algo que siempre se usa para cortar (y para que el espectador baje la guardia antes del último susto); y un clímax con un exorcismo, que no está mal pero que después de tantos filmes parece un procedimiento tan habitual como un tratamiento de conducto, al menos para el espectador avezado. Verismo Podría pensarse que es bastante difícil mostrar una época que algunos espectadores recuerdan directa o indirectamente. Todo es mérito de Julie Berghoff (diseño de producción), Geoffrey S. Grimsman (dirección de arte), Sophie Neudorfer (escenografía) y Kristin M. Burke (vestuario). John R. Leonetti aporta una fotografía con aire de foto vieja, aunque un poco más luminosa en la “tranquila” casa de los investigadores que en la “movida” casa de los Perron (donde la cámara también es bastante movida). El elenco es una de las claves de la credibilidad del relato, y tiene como puntos fuertes las actuaciones de Vera Farmiga como Lorraine, Patrick Wilson como Ed y Lili Taylor como Carolyn Perron, quienes llevan las mayores exigencias. Ron Livingston como Roger Perron cumple, y Shannon Kook como el ayudante Drew y John Brotherton como el policía Brad ponen el toque decontracté al relato. El resto pasa por las hijas: Shanley Caswell (Andrea), Hayley McFarland (Nancy), Joey King (Christine), Mackenzie Foy, (Cindy), Kyla Deaver (la pequeña April) y Sterling Jerins (Judy, la hija de los Warren). En definitiva, aunque sin innovar, el cóctel resulta atractivo, y mantiene en vilo al espectador hasta que llegue el momento de la tranquilidad, lo que la vuelve en una de las pocas películas de terror aptas para ver de noche.
Si hay un género que el cine ha dañado ese es el de las películas de terror, debido al gore y a los altos cliches que se han usado para asustar a la audiencia. A medida que se fueron encontrando nuevos formatos para hacerlo, el cine los explotó hasta el cansancio. Claro son los ejemplos de Actividad Paranormal, The Blair Wich Project y Saw, cuya primera película fue dirigida por James Wan, director de El Conjuro, película de la cual nos interesa hablar. El Conjuro, basada en hechos reales, es un tipo de película que estaba en extinción, de esas que se apoyan plenamente en el suspenso que asusta, antes que en el gore y el derroche de sangre. Esto no quiere decir que El Conjuro no posea la clases de imágenes que uno espía con las manos en la cara y te ponen la piel de gallina. Una dominante pavorosa aura es lo que compensa la falta de sangre y el uso inventivo de instrumentos que tontamente llevan a la desgracia en el género. Esta historia comienza a moverse por dos ejes que tienen la intención de unirse. Por un lado tenemos a Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), una pareja de caza demonios que viajan por Estados Unidos investigando casos paranormales y exponiendo sus evidencias en universidades y obviamente ante la Iglesia. Por otro lado tenemos a la familia Perron, quienes se acaban de mudar a la casa de sus sueños pero no pasa mucho tiempo hasta que se dan cuenta que algo no anda bien con ella. Por esto, la madre de la familia, Carolyn Perron (Lili Taylor), decide pedirle ayuda al matrimonio Warren para que le expliquen qué es lo que está sucediendo en su casa. La etiqueta “basada en hechos reales” es una especie de truco ya licenciada al extremo en la industria. Sí, la gente existía con los nombres que se les atribuye en la película. Sí, había una investigación y un posterior “exorcismo” paranormal. Pero eso es la medida de realidad dentro de esta ficción y nada más. Los realizadores sabiamente no tratan la autenticidad de la vida real, sino que aceptan los fantasmas y demonios como legítimos y, en consecuencia, le permite comprar al espectador la premisa más que preguntarse si el caso en la vida real fue un engaño o no, más allá del legítimo curriculum que tiene la pareja Warren (Caso Amityville). El director James Wan se convierte en un maestro raro de la manipulación, usando los trucos para crear tensión de una forma casi innovadora. Desde los movimientos de cámara, incómodamente largos, hasta los trucos clásicos del el género que producen saltos en la butaca, pero que dejan pagando, porque Wan decide no ir por el camino fácil y previsible. Su comodidad para dirigir se balancea entre la intensidad y la anticipación. Otro punto a favor es la poca presencia de efectos visuales, efectos de sonidos y una banda sonora que en el resto de los films están predispuestos para abrumar al espectador, distraer y poder cubrir los despropósitos del guión.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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El feliz regreso a las fuentes del horror En la casa de la familia Perron se registran aterradores fenómenos. Acuden entonces a Ed y Lorraine Warren, un matrimonio experto en el trato con espíritus demoníacos. Lo que parecía una investigación de sucesos paranormales toma un cariz macabro a medida que los Warren se involucran en el caso. Parece mentira que haya sido James Wan quien inauguró la saga de "El juego del miedo", un festín para voyeurs de la tortura que termina resumiéndose en la banalización del dolor. Esa es la tónica que viene dominando el género desde hace años. Afortunadamente Wan cierra el círculo y sella con "El conjuro" un retorno al terror clásico. El de los climas opresivos, la sugestión de un susurro, las sombras detrás de una puerta. Lo que verdaderamente nos asusta en esas noches inquietantes, cuando el viento provoca extraños ruidos en la oscuridad y parece que una mano nos atenazará el tobillo de un momento a otro. Chad y Carey Hayes convirtieron en guión el caso documentado por Ed y Lorraine Waren (porque hablamos de hechos reales) y Wan lo filmó con mucha inteligencia. Tal vez abusó de algunos arreglos musicales, desmesurados en su intensidad. No deslucen el cuadro. Hay mucho de homenaje en el devenir de "El conjuro". Tributo a ese cine que en los 70 y principios de los 80 elevó los estándares del terror. La escalera de la casa de Amityville, la estática en la TV de "Poltergeist", la muñeca que mete miedo de sólo mirarla. Espacios tras los muros que remiten a Poe y bandadas de pájaros hitchcokeanas. La caja de música, enigmática e irresistible. Y chicos, muchos chicos, porque ¿no se originan multitud de horrores en los traumas infantiles? Hay también fantasmas, y un caso de posesión que cruza elementos de la fundacional "El exorcista" hasta las modernas "El exorcismo de Emily Rose" y "El rito", esa en la que Anthony Hopkins hace de Anthony Hopkins pero con sotana. Más que guiños cinéfilos, son ladrillos sabiamente colocados por Wan para construir su película. Por algo está ambientada en aquella época -principios de los 70- y fotografiada con un velo de opacidad. Los colores fuertes apenas se adivinan en una fugaz escena en la playa, lejos de la casa maldita y de la bruja que azota a la familia Perron. Vera Farmiga (foto) está espléndida, como siempre. Para construir su personaje se relacionó con Lorraine Warren, a quien definió como una viejita encantadora. Llamativo si nos atenemos a lo que cuenta la película. y eso que pasaron más de 40 años. Es que "El conjuro" asusta, tanto -o casi tanto- como muchos de los candidatos que pretenden que los votemos mañana.
Gracias a Dios, existe James Wan. Es el único tipo - en estos tiempos contemporáneos infestados de copias de Actividad Paranormal y sus enésimas variantes - que ha sido capaz de devolverme la confianza en el cine de terror. Nada de estúpidos violadores con remeras colorinches y manoplas plagadas de navajas, o de gigantes con machetes y máscaras de hockey. El horror de Wan es cercano, vivencial... y es uno que queda con el espectador durante mucho, mucho tiempo. En El Conjuro Wan demuestra que es un director de lujo, provocando sustos capaces de hacerle orinar en la butaca a más de uno; y aunque la historia esté sobrepasada de lugares comunes, es tanta la efectividad como vehículo de terror que uno es capaz de perdonarle todas sus pifias - que son pocas y menores -, ya que es lo mejor que uno ha visto en el género en mucho, mucho tiempo. La historia va, entre comillas, de relato basado en hechos reales. Hay una base histórica cierta - efectivamente los Perron vivieron noches de pesadilla a lo largo de 1971, y terminaron acudiendo al matrimonio de Ed y Lorraine Warren, quienes lograron combatir la amenaza paranormal que los acosaba; curiosamente los sucesos terminaron luego que los Perron se fueran y la casa fuera adquirida por otro dueño, confirmando nuevamente mi teoría que la mayoría de todos estos incidentes son provocados por situaciones traumáticas que viven sus sufridos inquilinos (por una mudanza, un divorcio, el cambio de trabajo, etc), quizás disparando poderes telekinéticos de manera inconsciente (o poniéndolos en sintonía con fuerzas extrasensoriales) debido al enorme stress que estaban padeciendo en aquél momento -, pero hay mucho de reelaboración hollywoodense para inyectarle mayor efectividad de shock. Quizás el punto más discutible de tomar la premisa como real sea la participación de los Warren, los cuales vivieron durante más de cinco décadas como demonólogos y expertos en lo paranormal - Ed Warren terminó metido en el tema luego de admitir que su familia habia sido acosada por fantasmas durante años, lo cual se convirtió en una obsesión personal -. Ellos fueron quienes investigaron el famoso caso de Amityville - ocurrido en 1975 en Long Island, y sobre el cual se hace una referencia al final de El Conjuro - , llegando incluso a tomar fotos de presencias fantasmales en el lugar. La macana es que Amityville resultó siendo un engaño admitido por sus propios protagonistas - amén de existir numerosas contradicciones y versiones alternativas del mismo relato -, lo cual lastima seriamente la reputación de los Warren como autoridades en el tema. Si en Amityville no habían demonios, ¿a qué cosa le sacaron una foto los Warren?. Dejando de lado la credibilidad de las personas reales involucradas en la historia que sirve de base, lo cierto es que El Conjuro es un filme de terror de la hostia. Mientras que Wan le saca lustre a su creatividad - reflejando criaturas ominosas en la faz de los espejos, haciendo surgir cosas inesperadas de entre las sombras, produciendo todo tipo de ruidos terribles en los momentos menos esperados, o generando unas secuencias de tensión insoportables -, por el otro lado toda la historia suena a un regurgitado de los mejores momentos de las películas más famosas de casas embrujadas, las cuales van desde Insidious del mismo Wan, hasta Poltergeist y la mencionada Amityville: los fantasmas que se comunican con los más pequeños y débiles de la casa; el hallazgo de artefactos malditos en el interior de la misma; un historial de suicidios y temibles homicidios que han infestado de muerte y maldad el lugar; el testeo con instrumentos de todo tipo para tomar pruebas de manera científica (algunas de ellas, escalofriantes), y todo un largo etcétera. Hubiera llegado El Conjuro unos 30 años antes, y se hubiera convertido en todo un clásico; pero al día de hoy, cada escena resulta predecible - "ahora van a fotografiar esto"; "ahora van a intentar hablar con la entidad y provocarla" -, lo cual no quita que la puesta en escena de Wan le inyecte una efectividad descomunal. Estéticamente el clima de época está muy logrado. Desde los vestidos y los peinados hasta la fotografía transpiran el clima propio de un filme de los 70s. A esto se suma la casa embrujada, la cual se ve vetusta y deprimente - todas las paredes están manchadas o derruidas, y no hay un solo lugar en la casa que denote vitalidad o alegría -, y que se transforma en una protagonista más al crear un clima opresivo. Por otra parte tenemos a los Warren - encarnados por el siempre flácido Patrick Wilson y la hierática Vera Farmiga -, los cuales aportan una cuota de datos interesantes, dándonos un vistazo al análisis científico de los fenómenos paranormales - el cual resulta tan fascinante como breve; es una lástima que el guión no se decidiera a profundizar el punto (algo así como una visión tipo CSI de lo extrasensorial) -. Estos tipos no son charlatanes sino que son especialistas fogueados - tipos que incluso han sido autorizados por la iglesia para participar en numerosos exorcismos -, los cuales se manejan con una pasmosa sangre fría ante los eventos más escalofriantes (el detalle de que poseen en su propia casa un museo de objetos malditos es estremecedor; ¿cómo puede uno dormir tranquilo compartiendo el techo con semejantes aberraciones?) . Del otro lado del mostrador tenemos a los Perron - Ron Livingston y Lili Taylor, la cual aquí se redime totalmente como scream queen del cine del terror luego de la apestosa remake de The Haunting -, los cuales son tipos trabajadores y humildes que se topan con algo que se escapa a su comprensión. Lo que sigue es la investigación documentación y por último, el enfrentamiento con aquello que amenaza a la familia Perron. Lamentablemente el climax es el punto más flojo de la película; no es que no sea efectivo, sino que - simplemente - no resuelve nada. Digo: el guión habla de numerosas muertes en el lugar, gente fenecida en terribles circunstancias por las cuales se convirtieron en espantos que asustan (y quieren poseer) a los vivos; pero el final, en vez de resolver esto (por ejemplo, encontrando la vuelta para darle paz a los fantasmas que siguen encadenados a la casa - léase, curando o bendiciendo un objeto / lugar maldito que aún los mantiene atados a este mundo -), simplemente se decanta por un festival de efectos especiales y shocks, sin saber siquiera si los fantasmas siguen o se liberaron y pudieron ir al cielo. En vez de darle un cierre el filme simplemente se detiene, generando que sólo puede considerarse como una victoria parcial en la lucha contra la entidad maléfica que habita la casa. Aún con su falta de originalidad y con su final no enteramente satisfactorio, El Conjuro es una película potente. Asusta en serio y con cosas que son más reales y cercanas al espectador que cualquiera de los filmes de terror producidos en los últimos años. Y a pesar de que su credibilidad en la vida real pueda ser cuestionable, lo cierto es que el matrimonio Warren (de ficción) posee pasta de sobra para transformarse en protagonistas de su propia saga de filmes de terror, algo que veremos en breve ya que le han dado luz verde a la secuela. Y si James Wan la dirige, desde ya la estaré esperando con mucha anticipación y ansiedad. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/conjuro.html#sthash.b2ILTcwZ.dpuf
Se dice que hay demasiado. Demasiado cine. Demasiado cine de terror. Demasiado cine de terror de posesiones demoníacas. Puede ser. Pero si de la abundancia surgen películas como El conjuro de James Wan, bienvenido sea el exceso. Tal vez incluso una película como El conjuro provenga de ese mismo exceso, de esa misma demasía. Porque El conjuro parece limpiar los errores que se han apilado en tantos intentos más o menos atolondrados de asustar en tantas películas del género de los últimos años de las que ya nos olvidamos (a algunas las odiamos, pero eran tan irrelevantes que ya también las olvidamos). Esos montones de cachivaches que asustan (o intentan asustar) gracias a que golpean algún tambor a máximo volumen sin ningún sentido narrativo. El conjuro recupera el sabor del cine que nos gusta, o del que me gusta: ese que se logra al contar una historia con la seguridad y la convicción de que hay que seducir al espectador. El conjuro es de esas películas que nos recuerdan el placer de esas otras películas, esas que entre tantas otras veíamos de chicos, de adolescentes, esas que nos hicieron querer este arte, el arte de muchas historias extraordinarias. De historias fuera de lo común. Pero claro, historias de casas embrujadas y de espíritus malignos y de pasados tremendos hay muchas, ya lo dijimos. ¿Por qué entonces es extraordinaria El conjuro? Por su vigorosa decisión de contar esta historia de una familia amenazada por el mal, y de una pareja de especialistas en estos fenómenos, con una nobleza fuera de lo común. El conjuro no engaña, no golpea de forma artera. Construye climas, construye secuencias, como esa por la mitad en la que dan las tres de la mañana y sabemos que vamos a sufrir por lo menos hasta que nos relaten las tres y siete minutos (la hora terrible que marca la película). ¿Siete minutos? Para otro director la promesa de tener siete minutos por delante podría haberlo hecho trastabillar, pero Wan no se apresura, no tiembla: para que temblemos nosotros él mantiene la calma, la claridad en la mirada. Sabe que nos asusta porque sabe qué nos asusta. Y por eso no necesita de una presentación “del rostro del monstruo” que sea un mero golpe de efecto. El conjuro es una película tremendamente efectiva porque renuncia a la rapidez y volatilidad del efectismo. El conjuro se asienta sobre bases sólidas, nos hace confiar, no estira, muestra sus cartas porque tiene muchas. Estamos en buenas manos: los personajes son nobles, nosotros confiamos en ellos y ellos confían entre sí, no hay dobleces y ni siquiera la posibilidad de un retorcimiento. Es el mal contra el equipo del bien. Y la película se las ingenia, con enorme capacidad de puesta en escena, para seguir asustando incluso en una casa que está llena de gente observando al mal, controlando su llegada. El conjuro es un cuento bien contado. Un cuento excelentemente contado. Una de esas películas que nos llevan a agradecer haber nacido con el cine ya inventado.
Una historia de terror clásico El cineasta de origen malayo James Wan fue el iniciador de la sanguinolenta saga de El juego del miedo y en época más reciente realizó La noche del demonio (2010). Pero se puede decir que con El conjuro se redime de su fama de director de terror sádico. Además, este filme es muy superior a las mediocridades del mismo género que se conocieron en los últimos tiempos. Es, en cierta medida, una remake de Aquí vive el horror (The Amityville horror , 1978), de Stuart Rosenberg, ambientada en 1975. Pero Wan sitúa su historia en 1971 e incluye un prólogo donde se observa a tres chicas aterrorizadas por una muñeca que se mueve y produce estragos en sus personalidades. Estas jovencitas son asistidas por el matrimonio de Ed y Lorraine Warren. Ella es vidente y él, demonólogo, y los dos son expertos en fenómenos paranormales, que poseen un museo en su propia casa con objetos rescatados en sus numerosas intervenciones. Inmediatamente después el matrimonio integrado por Roger y Carolyn Perron y sus cinco hijas se instalan en una antigua casa con sótano en Long Island. En la película de Rosenberg, el marido afirmaba muy suelto de cuerpo que "no importa que aquí haya habido crímenes; las casas no tienen memoria". Pero parece que sí tienen memoria. En este caso se remonta hasta el siglo XIX. Roger no repite esa aseveración y la familia se siente feliz de ocupar esa casona con parque y granja. Pero apenas instalados, comienzan a ser acosados y atemorizados por fenómenos extraños: relojes que se detienen puntualmente a las 3.07, ruidos, pájaros que se estrellan contra las ventanas, retratos que caen al piso y moretones que aparecen en el cuerpo de Carolyn. En vista de esa realidad, Roger recurre a los Warren, quienes a su vez mantienen contacto con un sacerdote católico, especializado en exorcismos. Y allí comienza el segmento central de la historia, donde surgen cuestiones como la posesión demoníaca, las prácticas cristianas del bautismo y el exorcismo, que a su vez remiten a filmes como El exorcista (1974), de William Friedkin, y Poltergeist (1982), de Tobe Hooper. Cabe acotar que mientras para la Iglesia católica la posesión demoníaca es el control ejercido por un demonio sobre las acciones del cuerpo de un ser humano, la ciencia médica la califica de psicosis psicopática, trastornos de trance y trastornos de personalidad múltiple. Lo cierto es que el director organiza una historia de terror clásico, que posee una considerable calidad fílmica. Esto se percibe en la construcción psicológica de los personajes, el dominio de la tensión narrativa, la dirección de los actores y un inteligente empleo del falso documental, también conocido como "fake". Se le puede reprochar una banda sonora por momentos excesiva y una acumulación de situaciones espeluznantes que no dan tregua, y que en las últimas secuencias se tornan un tanto grotescas.
La Casa de los Espíritus Qué bueno saber que el cine de género truculento entre tanta y tanta cantidad de estrenos de terror berreta, vergonzosos, aburridos, inaguantables, etc etc está -pese a todo- gozando de buena salud, que la originalidad y el meternos miedo desde la pantalla aún funciona. El año pasado con "Sinister", y mejor aún en este 2013 con "La Cabaña en el bosque" y "Mamá", parece que hemos retomado la ruta de la calidad y sobre todo la funcionalidad del tema. El director malayo James Wan con antecedentes positivos en la saga "Saw", el policial "Sentencia de muerte"(2007) y la eficaz -también de este género- "La noche del demonio" (Insidious, 2010), que además se anuncia ya en unos pocos meses más su segunda parte, este realizador con marcado sentido del manejo del horror y el misterio, nos trae la trama tomada de un caso real en 1971, donde una familia tuvo que soportar presencias no gratas y aterradoras experiencias en su nueva casa -genuino caserón en medio de un bello paisaje campestre- y por ello acudir a la pareja de estudiosos de fenómenos paranormales que aquí forman Ed y Lorraine Warren, quienes se veràn forzados a enfrentarse con el mal absoluto, y además con el caso más espeluznante que hayan vivenciado, librando una batalla interminable contra esos extraños visitamtes. Hay un acercamiento a ese estilo clásico de narración sobrenatural que sugiere más que mostrar y que en el género tienen dignos ejemplos tales como "The Innocents" (1961, Jack Clayton), "The Legend of Hell House" (1973, John Hough), y "Los Otros" (2001, Alejandro Amenábar), sin olvidar la suprema joya "El Exorcista" (1973, William Friedkin). Por parte de los rubros de producción, la edición del sonido -fundamental en este tipo de propuesta fílmica- es magistral tanto como lo son la fotografía y el montaje, por lo actoral sobresalen Lili Taylor -aquella magnífica protagonista de "La fiesta de las feas" (Dogfight, 1991, Nancy Savoca)- como la sufrida madre y el dueto de investigadores que la ayudan a cargo de Vera Fármiga -estupenda como siempre- y Patrick Wilson. Inquietante pero a la vez efectiva en su cometido.
El cine de terror enfrenta una crisis. Y es que últimamente las películas sólo son refritos y remakes que se sirven de las mismas ideas "para adaptarlo a tiempos actuales" o "para llegar a nuevas generaciones". Si se inventa una historia nueva (El exorcismo) o una técnica nueva (El proyecto de la bruja de blair), el formato se explota hasta el cansancio y vemos una y otra vez las mismas historias. El Conjuro, de James Wan (Saw), no es diferente. Tenemos la leyenda "basada en una historia real" para darle más poder a la trama, la casa abandonada, en la cuál sucedieron cosas tenebrosas en el pasado, y ahora que una familia compra la casa, y que no puede abandonar por falta de recursos, se enfrenta a fantasmas, entes demoniacos y hasta problemas familiares de los cuales tienen que salir adelante. Esta formula ya la hemos visto muchísimas veces (La maldición, Terror en Amytiville, etc). ¿Por qué dicen que el conjuro es la mejor película de terror? Lo es y al mismo tiempo no lo es. Aunque siendo sinceros, los mayores fanáticos de este tipo de cine de "grito fácil" siempre son las mujeres y los hombres que aprovechan para llevar a sus parejas al cine y quedar pegaditos en lo oscuro de la sala de cine. Y lo que ayuda mucho a este formato: el juego de sombras, el sonido fuerte de imprevisto (los golpes de puerta, la música siniestra que anuncia la presencia de algún ente sobrenatural) y algún grito gutural si se trata de una posesión. Y todo esto que menciono lo seguimos teniendo en la película de Wan. No es nada nuevo, nada original, y de entrada, ya sabe uno en qué va a terminar. Lo que se le aplaude, en realidad, es la primer mitad de la película, que sin ninguna (ojo: NINGUNA) imágen diabólica, sólo la presencia y la simple mención, sepa llevar la historia con muchísimo suspenso, valiéndose de recursos como las sombras y los ángulos de la cámara, aunado a las excelentes actuaciones de Vera Farmiga (Up In The Air) y de Lily Taylor (Six Feet Under), te mantiene al borde del asiento sin en realidad hacer... nada. Y no me refiero a que no pase nada en el filme, sino a que en realidad no hay apariciones extrañas, no hay monstruos o posesiones. Pero funciona. Y lo hace muy bien. Ya cuando pasamos a la segunda hora del filme, entonces si, el ritmo se acelera demasiado, y terminamos por caer en lo risible: criaturas grotescas, posesiones, sangre al por mayor. Pasa del suspenso a una especie de gore, y con muchos huecos en el guión que terminan por ser inexplicables. Se puede perdonar el error considerando que en verdad es una buena película que logra mantenerte las 2 horas en suspenso, pero siendo exigentes, caer hacia el final de la película, cuando debe venir lo mejor con el clímax es algo que no se pasa por alto. En lo personal, la mejor película de terror desde Rec (2007) y la segunda desde... ya perdí la cuenta.
Con Dead Silence (2007) e Insidious (2010) James Wan buscaba volver a un cine de antaño más preocupado en dar miedo al espectador mediante climas aterradores que dar asco con imágenes asquerosas. Estas dos películas, que presentaban climas bien construidos, terminaban fallando. Dead Silence tenía el problema de ser un videoclip e Insidious mostraba siempre a los fantasmas y demonios, lo cual hacia que ser perdiera toda situación terrorífica. Con una estética setentosa que remite a clásicos de aquella época como El exorcista, Terror en Amytiville y Al final de la escalera, Wan va mostrando las situaciones terroríficas de a poco. Primero unos extraños sonidos, puertas que se cierran y luego algún ataque. Pero a diferencia de Insidious acá muestra poco a sus criaturas y prefiere dejar todo en la oscuridad para que el espectador se imagine lo peor. No es que no haya escenas de miedo y de sustos pero es una película mucho mas apoyada en los climas. Además cuenta con unas excelentes actuaciones por parte de todos los actores pero en especial de Vera Farmiga y Lili Taylor que con pequeños gestos logran una naturalidad que hace creíble todo lo que sucede alrededor. Si hay algo que criticarle es que su excesiva duración hace que por momentos se pierda. Wan esta más interesado en crear situaciones terroríficas que en hacer avanzar a la trama. Y esta en realidad es una nueva versión de su anterior película pero con otro tono y trabajada desde un punto de vista mas psicológico. Aun así El conjuro es la muestra de que Wan es uno de los mejores talentos que hay en el cine de terror en los últimos años.
Al fin uno que la tiene clara "El Conjuro" es una de las sorpresas más grandes de esta temporada y la verdad es que se merece el reconocimiento que se la ha hecho con tal. El director James Wan ("Saw", "Insidious") vuelve a aplicar su sello "old school" para ofrecernos una historia de terror que ya hemos visto muchas veces en pantalla, pero con la diferencia de que este tipo realmente sabe como presentarla, con la dosis justa de tensión, fantasía, drama y por supuesto, aspectos visuales y auditivos. Si nos ponemos a analizar la historia en detalle, no ofrece muchos aspectos nuevos; casas embrujadas, objetos diabólicos, posesiones, exorcismos, todas cuestiones que hemos visto hasta el asqueo en la gran pantalla. Entonces, ¿cuál es el secreto de Wan? El punto fuerte e inteligente de esta propuesta es la forma en que el director malayo decide contar la historia. Vuelve a la vieja escuela, sin formato documental con cámara en mano y sin ese gore tan de moda por estos días. Se enfoca más en el "cómo" contar la historia que en el "con qué" contar la historia. Presenta personajes atractivos, bien trabajados, con los que el espectador se puede identificar y vivir los miedos que los acechan conjuntamente. Se genera una tensión real, no queremos que estas entidades malignas maten a nuestros protagonistas y compartimos sus sensaciones, algo muy diferente a lo que producen películas como "Con el diablo adentro" o "Posesión satánica" en donde sólo queremos que el diablo se los lleve rápido para no tener que pagar una hora adicional de estacionamiento en el shopping. Los actores elegidos para el film están muy bien, sobre todo el trío conformado por Vera Farmiga (enorme), Patrick Wilson y Lili Taylor. Su profesionalismo y presencia aumenta la credibilidad de la trama y le otorga una seriedad que hace que el espectador perciba al producto como algo de calidad, que ha sido muy cuidado para brindar un entretenimiento como Dios manda. Por su parte los aspectos técnicos como el sonido y los efectos visuales, están prácticamente excelentes, sin exageración y con el uso justo. Quizás lo más débil tenga que ver con la falta de originalidad de la trama. Si bien Wan aplica su personalidad y hasta homenajea películas célebres del género, tiene al menos 10 títulos en los últimos 10 años que abordaron este tema. Muy recomendable para los amantes del cine de terror y para aquellos que le tienen un poco de simpatía también ya que pueden pasar a las filas de los primeros. Recomendación: No verla sólo/a.
James Wan tiene un pecado que corregir: haber iniciado la infame serie de descuartizamientos de El juego del miedo. Sin embargo, ya en ese film había encontrado cómo recuperar la tensión para el cine de horror. Y si bien aún se puede esperar de él una obra maestra, es cierto que viene mejorando. Especialmente, ha crecido en la manera como dirige actores. Aquí no hay nada realmente nuevo (casa embrujada, crimen pretérito, presencias ominosas, fantasmas, curas, sustos de todo tipo y color, violencia) pero todo está dispuesto de tal modo que se vuelve, por una parte, efectivo; por otra, es como si lo viéramos por primera vez. El gran engarce de todos estos elementos radica en la calidad de los intérpretes, que actúan como si realmente creyeran en lo que sucede alrededor. Al rostro liso y simple de Patrick Wilson se le complementa el torturado aspecto de la gran Vera Farmiga, o las arrugas preocupadas de Lili Taylor. Incluso si no gusta del terror, un buen drama paranormal.
En la actualidad hay un solo tipo que puede considerarse esencial y vital para el cine de terror, y es ni más ni menos que el realizador de esta película. De la cabeza de James Wan salió la última gran saga (sobre todo en términos económicos) que dio este género (“El Juego de Miedo”), la perversa y retorcida “Dead Silence” (2007) e “Insidious” (2011), otra de esas historias de terror que parece idónea para perpetuarse en el tiempo (de hecho, tiene su secuela, próxima a estrenarse), siendo esta además la única capaz de hacerle frente a “Actividad Paranormal” debido a su temática, pero superándola ampliamente en niveles de calidad. Pero como dije en las primeras líneas, James Wan es un tipo vital para el cine de terror en los tiempos que corren, y esto lo podemos disfrutar ahora y confirmar durante mucho tiempo, gracias a su último trabajo, el mejor de su filmografía por lejos, el cual también podría iniciar una saga de grandes niveles de calidad. Lo primero que hay que decir es que “El Conjuro” es una excelente película de terror que asusta dentro y fuera de la sala, no quedan dudas de eso y no recomendarles su visionado sería un grave error, ya que estamos frente a esos films que marcan un antes y después en los vaivenes del género. Mucho más en este, que es el terror, el cual siempre aprovecha modas y que seguramente beberá de todo las ideas que derramó Wan al contarnos de forma precisa, con la medida justa de todo lo que hace falta en esta clase de films (sustos, personajes interesantes, sorpresas, elementos originales y giros inesperados), una historia basada en hechos reales y bastantes perturbadores. Me atrevo a decir que Ed y Lorraine Warren (los personajes interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga) son para este género tan vitales como en su momento lo fueron para los amantes de lo fantástico los agentes Fox Mulder y Dana Scully (David Duchovny y Gillian Anderson) de la serie “Los Expedientes Secretos X”. Son personajes que, de ser explotados y aprovechados de forma correcta, pueden contar mil y un historias sin aburrir jamás. La diferencia, claro, es que los Warren pertenecen a la realidad y muchos de sus trabajos son más escalofriantes de los que podemos llegar a imaginar. Para confirmar eso basta navegar un poco en internet, leer algunos de los tantos libros que se escribieron sobre ellos (personalmente recomiendo “The Demonologist :The Extraordinary Career of Ed and Lorraine Warren“, de Gerald Daniel Brittle) o ver el arranque de “El Conjuro”, donde conocemos uno de sus trabajos más emblemáticos, como lo es el de “Anabelle”, una muñeca que quita el sueño desde el momento en que sabemos su oscuro secreto. El problema, para aquellos que no son muy fanáticos del terror, es que el “El Conjuro” no se propone asustar solamente con esta historia aterradora sino que el verdadero hilo de la trama pasa por otro caso de los Warren y es el de la familia Perron, en Rhode Island (EE.UU), el cual es una absoluta locura. Si decimos fantasmas, posesiones demoníacas, brujas, asesinatos y metemos encima al diablo en el miedo, todo dentro de una casa que ya de por si genera miedo, estamos hablando de un delicioso producto que hará sufrir a todos los que se animen a ver esta película. Y esto lo digo en serio: Sin importar cuán familiarizados estén con el género, todos la van a pasar mal con esta película. Repito, por si alguno todavía no lo entendió; lo que van a ver está basado en hechos reales, lo cual no es poca cosa. ¿Y por qué digo esto? Porque Wan nunca se pasa de la raya, nunca llega al absurdo, nunca es demasiado contundente y siempre logra quedar parado en el medio de lo que puede considerarse como realidad y ficción dentro del relato. Quedará en el espectador y en la opinión que obtenga una vez visto el film, si cree o no lo que le ofrece “El Conjuro”. Es cuestión personal creer en la veracidad de lo que a uno le cuentan. Aunque la balanza se inclina claramente hacia un solo lado al final de la película. Por eso “El Conjuro” es sin dudas su mejor trabajo. Acá el realizador aprovecha al máximo una historia verídica, pero también logra asustar de forma certera con algunos elementos que solo los grandes exponentes del género de terror ofrecen. Los títulos iniciales (que rinden un homenaje a “El Exorcista”, 1973), el metraje encontrado y antiguo (que recuerda y mucho a “La Masacre de Texas”, 1974), la fotografía (casi descolorida, amarga, angustiante y oscura, similar a “The Amityville Horror”, 1979) y la banda sonora compuesta por Joseph Bishara y Mark Isham, además de los efectos especiales correctísimos y cuidadísimos que hacen dudar hasta al más escéptico de todos. No es casualidad que la película tampoco tenga escenas sangrientas, y así y todo sea apta para mayores de 16 años. De hecho, casi no hay sangre en “El Conjuro”. James Wan no la necesita. Solo requiere de la historia correcta, los actores idóneos, el apartado técnico necesario y el tiempo justo para hacerte pasar uno de los mejores momentos dentro de una sala de cine este año, pese a que, se trata de una película de terror que te hará saltar de la butaca más de una vez y sentir incomodo durante toda su duración. En lo personal, estoy frente a una película que viene a desacomodar a mis dos favoritas de lo que va del año. Para cerrar, solo resta por decir que no dejen pasar la oportunidad de reflexionar sobre esa excelente alegoría con la que cierra “El Conjuro”, la cual tiene como centro a una cajita musical y un espejo. Cada uno ve lo que quiere ver, o simplemente no ve aquello que no quiere ver. El terror existe. Y otras cosas también.
Hace unos meses, cuando se estrenó, tuve la suerte de ver “Mama”, de Andrés Muschietti. Co-producción española/canadiense, “Mama” es antes que nada un muy buen film de terror. Hace unas semanas, porque me lo debía, me puse a ver “La Noche del Demonio” (de aquí en más “Insidious”), film de terror de James Wan. Me gustó tanto que al pasar unos días lo vi de nuevo y me di cuenta: esto es algo distinto. Ojo que “Mama” también lo es, pero esta nota habla de “El Conjuro”, que además de ser lo nuevo de Wan y uno de los mejores títulos del año -que todavía está en cartel-, es una excelente película de terror; que revisa y trabaja todas las aristas –buenas y malas- del género, aporta otras y, en suma, lo planta en un mejor lugar de cara a lo que viene. De todos modos se me hace que películas como “El Conjuro” no las vamos a encontrar muy seguido. Probablemente así sea mejor. Despliego algunas categorías para orientar y hacer más amena la lectura mientras detallo las claves de la película (no se alarmen, no hay spoilers). El cine de terror autoconsciente. En “El Conjuro” el director realiza una operación casi de autor. Estamos hablando de la persona que nos trajo “El Juego del Miedo” (antes de que la hicieran pelota) y se atrevió con el tema de la venganza por mano propia en esa peli con Kevin Bacon que no es de lo más recomendable. Es posible que Wan haya encontrado la máxima expresión de su oficio en el terror como género, y luego de “Insidious” va apostando de a poquito a más. ¿Por qué autoconsciente? Porque se sabe visto y evaluado; sabe que el público está esperando ver ciertas cosas y responde a esa expectativa entregando algo distinto. Y funciona por dos, porque el que sabe quien es Wan lo aguarda atento, desafiante; y el espectador desprevenido también lo espera porque se lo está pidiendo implícitamente al género. ¿La escena clave? Hay un momento, de noche, en el cuarto en que dos hermanas duermen y una se ve aterrorizada por algo que está detrás de la puerta. Lo inesperado no es tanto que nosotros no veamos lo que ella señala en ningún momento y que aún tengamos miedo (la película nos preparó mucho para ese momento y libera allí una gran dosis de tensión: primer acierto), sino que su hermana –apenas unos años mayor que ella- tampoco. Que sólo pueda verlo una de ellas es un tema sutil que la película trabaja de fondo y al cual volveremos sobre el final. Creer o no creer, ver o no ver; son dos caras de la misma moneda. Esto también estaba en “Mama”: los más chiquitos lo creen (lo ven) todo. El ‘meto todo y sale bien’. Las grandes películas son esas que contienen mucha información, la ponen toda junta y no nos parece un despelote ni nos damos cuenta. En “El Conjuro” hay dos familias: una, los Perron, que se mudan a una casa enorme y vieja y se ven amenazados por una presencia oscura; la otra, los Warren (impecables Patrick Wilson y Vera Farmiga), un matrimonio que se dedica a tratar casos de espiritismo. Y ahí lo tienen. Casa vieja, enorme y alejada, espíritus, entes, fantasmas, demonios, los cazafantasmas en todo su sentido (equipo, parafernalia). Wan amontona todos los códigos y lugares comunes del género. Es un desubicado, pensaremos. El falso documental como base, la cámara en mano con impresión de realidad en un pasaje (vale decir que ese breve momento en “El Conjuro” funciona mejor que todas las ideas que constituyen a “Las Crónicas del Miedo 2”, estrenada la semana pasada). También hay ecos de cosas viejas y gastadas, lavadas, que ya uno desconfía de su correcta utilización en un film. Hablo de pájaros negros que vuelan para todas partes y hasta de exorcismo. Cada uno de estos elementos tiene un sentido en el desarrollo de la película, y todos suman en un sentido positivo. Lo nuevo. Al menos desde la autoconsciencia y desde lo que el propio Wan desarrolla en diferenciación con el género y con su obra anterior, hay una serie de recursos y decisiones a destacar. En primer lugar, “El Conjuro” trabaja de día. Esto ya estaba en “Insidious”, pero aquí se destaca más por lo imponente del espacio. El cine de terror nos acostumbró a la oscuridad y ya era hora de que se sepa que el horror acecha –y valga la redundancia- a toda hora. Wan entiende esto y sus películas no tienen diferentes acercamientos narrativos hacia el susto sea de día o de noche. El espectador puede sobresaltarse de la misma forma con el sol del atardecer. Por otro lado, la cámara está muy inquieta. Casi un personaje más, se mueve por toda la casa y explora, a veces con inusitada velocidad. La diferencia con “Insidious” está en que allí había menos movimiento; en comparación al resto del cine quizá recordemos este film por la inesperada elegancia de este movimiento. Por último se nota el riesgo cada vez más alto que corre el director, trabajando en cada película con una cantidad mayor de personajes. Aquí Wan no sólo se carga a dos familias, sino que se anima a trazar todo el tiempo subtramas; historias laterales que no descuidan nunca el lujo de detalle y dan cuenta de una capacidad y un dominio narrativo que ya de por sí el género no sale a buscar. ¿La música? Tema aparte. Un hallazgo de Joseph Bishara que comenzó en “Insidious”. La desaparición del susto. Primero debemos remarcar el hecho de los pocos golpes fuertes que tiene “El Conjuro”. Pocos gritos insoportables o escenas de resolución aterradora. Confiando en su pulso, Wan nos hace esperar cada uno de los contados ataques sorpresa que preparó. Y aún cuando no fueron demasiados, repite la operación que ya estaba en “Insidious” y se olvida del susto. Esto es importante para notar que estamos viendo un epílogo en un film de terror (media hora) que no busca expresamente abofetearnos sin parar. El recorrido hasta el momento, con el clima generado, y el hecho de que los personajes nos importan, logra que no padezcamos esta ausencia. Sí hay muchos momentos fuertes sobre el final, pero son principalmente de contenido emocional. El susto se elimina. El doble final o la doble declaración. Hay primero, en una escena al pasar, una nota de color que el guión pone en evidencia, haciéndole decir al espiritista Ed Warren que no cree en vampiros. Y claro. Si es lo único que llega a las salas y ya se está agotando. De “Crepúsculo” (que la primera era buena, vamos) para acá, toda vuelta posible que la televisión y el cine le han dado a ese universo tiene su más reciente exponente en “Cazadores de Sombras”. De vampiros a hombres lobo, de allí a la pelea de ángeles y demonios, siempre que haya una chica linda en el centro o una novela exitosa detrás, cualquier película justifica su existencia. “El Conjuro” no sólo atenta contra esta suerte de monopolio vampiresco, defendiendo en contraposición el género de fantasmas. Al final, de forma explicita, reafirma la posible existencia de su contenido y refuerza toda la operación que es la película: tanto como film de género y como película con fuentes certeras que trabaja la temática con seriedad. Cualquiera que conozca del tema corroborará este trabajo más histórico de fondo. ¿Cuál sería, en esta lectura, el discurso del equipo de realización? Estamos haciendo una película perfecta, llevamos gente al cine y recaudamos entradas –en USA es uno de los mayores éxitos del 2013-, pero también te decimos que esto existe y que depende de vos creerlo o no. Por eso la caja musical no muestra a nadie. Así es más certera y más concisa la declaración, y se evita que los rombos giren en la eternidad (aprovecho para reafirmar mi molestia con “Inception” y con su final). Tampoco hay mucha parafernalia aquí. Lo fantasmal se construye desde lo real, porque no hay duda de que es así.
Publicada en la edición digital #254 de la revista.
Publicada en la edición digital #254 de la revista.
La casa mete miedo Con manejos clásicos, El conjuro es un buen exponente del género de Terror, entre tanto producto que prioriza los efectos por sobre los climas. El género de Terror ha sido maltratado de tal manera en los últimos años con pésimas copias de los clásicos, con la utilización de efectos digitales para crear espectros monstruosos sin una pizca de fuerza y con miles y miles de litros de pintura roja, que se olvidó de lo indispensable. En una buena película de miedo, lo que importa es la creación de climas antes que el sadismo, antes que la superpoblación de criaturas o el maquillaje. Y esto es lo que parece tener en claro el director James Wan, un tipo que tiene el lujo de haber dado inicio a la saga de El juego del miedo (producto que se fue desdibujando a fuerza de repetición). Con el estreno de El conjuro, lo que Wan intentó, y con bastante éxito, fue volver a las raíces y presentar una historia en la cual la principal herramienta utilizada para generar escozor, es precisamente la creación de climas. Una pareja que se dedica al estudio y al seguimiento de todo fenómeno que roce lo paranormal o lo diabólico (roles a cargo de Vera Farmiga y Patrick Wilson), tiene que vérselas con la situación que atraviesa un matrimonio y sus cinco hijas en una casona solitaria. En ese lugar, muchos años atrás ocurrió un hecho macabro, y ahora ese pasado persigue a los actuales moradores. Solitos en el campo. Con el cartelito que dice “basada en hechos reales”, que otorga ese plus necesario para el escalofrío, El conjuro tiene el acierto de combinar de manera casi perfecta el enigma que entraña “el caso” (relojes que se paran en una hora determinada, sonidos, movimientos extraños), con los manejos estilísticos que logra el director, con la música y con el buen trabajo del elenco a nivel general. Wan coquetea con lo documental, pero en lugar de trabajar la película al estilo Blair Witch Proyect, vuelve a las viejas fórmulas que supieron dar resultado allá por los años setenta. Se detiene en los personajes, invierte más tiempo en la creación de situaciones en lugar de ir derecho al golpe de efecto. Todo esto se nota a medida que avanza la cinta porque El conjuro tiene algo de aquellas perlas que machacaron las videocaseteras en las ya lejanas noches de sábado: la generación 30-40 se acordará de la nenita de Poltergeist, de Linda Blair y de Sissy Spacek (El Exorcista y Carrie, por supuesto). Si hay que destacar a alguien por el trabajo delante de cámara, es la dupla femenina la que resalta por su eficiencia. Vera Farmiga cumple sobradamente y Lily Taylor para este tipo de roles cae como anillo al dedo. En definitiva, después de tanto eslogan tenebroso en los afiches y de las decepciones posteriores, El conjuro revitaliza el género de Terror y de Suspenso, haciendo uso de un clasicismo que parecía olvidado.